¿Las universidades estatales son mejor garantía de pluralidad y función pública?

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LATERCERA Sábado 16 de julio de 2016
FRENTE A FRENTE
¿Las universidades estatales son mejor garantía
de pluralidad y función pública?
El proyecto de reforma a la Educación Superior, que entre otros aspectos prioriza el financiamiento de los planteles
del Estado, abrió la discusión sobre el rol, propiedad y carácter de las universidades.
Carlos Williamson
Carlos Ruiz
Profesor Universidad Católica e Investigador Clapes UC
Director Dpto. Sociología U. de Chile
y Presidente Fundación Nodo XXI
El pluralismo no es
sinónimo de lo estatal
Opacidad intencionada
en la discusión
E
L
L MISTERIO de cuán
profunda y revolucionaria en su contenido
podía ser la reforma a la
educación superior se
develó hace pocos días.
El proyecto de ley que
ingresó al Congreso remueve los cimientos del sistema con una premisa
que cruza todos sus ejes: se trata de
devolver al Estado un rol protagónico
para enderezar un sistema que funciona mal, en parte, por falta de autonomía, pluralidad de visiones y libertad. Se critica que las instituciones
definan principios y objetivos “que
responden a definiciones autoimpuestas”. Pero, ¿no se trata de eso la
autonomía? Se critica que la diversidad proyectos educativos haya ampliado en exceso los horizontes, generando un crecimiento desmesurado de la matrícula en entidades
privadas en detrimento de las estatales. Pero entonces, ¿no es un valor la
libertad de elección? En materia de
financiamiento, se critica el cobro de
aranceles por caer en la lógica del
mercado, pero se reconoce que la
educación superior, en parte, “crea
un bien privado” lo que es una flagrante contradicción con la idea tan
socorrida de educación como un derecho social que debe ser gratuito.
Lo público en el mundo universitario
tiene cuatro dimensiones que deben
resplandecer en un marco de pluralismo y autonomía: educar a los ciudadanos, quienes a través del saber son
más libres, promover la movilidad social de grupos marginados, precisamente por falta de educación, crear
bienes públicos mediante la investigación e innovación para el progreso
material del país y, finalmente, el
anhelo de hallar la verdad para generar un ethos cultural con valores compartidos por la ciudadanía. Y se trata
de un pluralismo exigente. No sólo diversidad de miradas y tolerancia. Demanda interactuar con el otro; dialogar y cruzar la vereda para entenderlo.
Y autonomía que supone la capacidad
mental para tener pensamiento propio
libre de cualquier manipulación.
En ese contexto, la controversia mayor sobre el quehacer universitario,
estatal y no estatal, se centra en la
educación, es decir, qué se enseña, y
en la búsqueda del conocimiento, qué
“verdad” es la que se busca.
La objeción a las universidades privadas es que en ellas predomina una
mirada parcial de la realidad, ausencia
de pluralidad de visiones, y carencia
de autonomía en su comunidad académica para decidir con libertad qué se
investiga. Esta es una acusación falaz
que no tiene asidero. Desde luego,
porque el pluralismo no es que las instituciones no puedan tener su propia
identidad. La riqueza de una democracia es que puedan coexistir diferentes miradas y convicciones, alojadas
en universidades que aportan puntos
de vista diferentes que pueden iluminar mejor la vida cívica. En tal sentido
todas las universidades tienen su ideario que las hace ser distintas; todos los
académicos tienen sus creencias.
Como se ha dicho con cierta ironía, al
final todas las universidades son confesionales; algunas “confiesan” una
cosa y otras “confiesan” otra. Y sus
académicos tienen en común que
piensan a través de presupuestos que
nacen de sus propias convicciones.
En consecuencia, sobre el interés público nada hay que haga superior a
una universidad estatal por sobre una
universidad no estatal. Sin embargo,
el problema mayor de este proyecto de
En cuanto a interés público,
nada hay que haga superior
a una universidad estatal por
sobre una universidad no
estatal, y ahora aquellas con
reconocida vocación pública
pierden el apoyo del Estado,
cayendo bajo la tutela del
gobierno de turno.
ley que pretende redibujar el mapa de
nuestro sistema, no es sólo un trato
preferente hacia las universidades estatales. Más grave aún, es un control
invasivo sobre la conducción de las
universidades que vulneran su autonomía, y un trato poco deferente y
mezquino hacia universidades no estatales con reconocida vocación pública. Ellas pierden apoyo del Estado,
merecido por su carácter público, y se
ven obligadas a caer bajo la tutela del
gobierno de turno para definir sus ingresos. Un escenario que puede ser devastador.
A EDUCACIÓN superior
está en crisis producto de
su mercantilización extrema. La política que
expandió el mercado
educativo en democracia
prometió traer más
igualdad, libertad y calidad. Logró la
masificación de la enseñanza terciaria
a través de las instituciones privadas,
pero no cumplió sus promesas. Hoy
tenemos una educación segregada, de
baja calidad promedio y carísima para
las familias y las arcas fiscales.
Es consenso que urge resolver esta situación. Más allá de dilemas puntuales
y regulaciones más exigentes, hay dos
opciones políticas: reconstruir la educación superior pública y gratuita
como pilar central del sistema -tal
como ocurre en buena parte del mundo
occidental y democrático-, o regular el
mercado, para consolidar la hegemonía
privada librando del pago a una determinada población focalizada. La idea
de gratuidad que en 2011 animaba la
primera alternativa, fue invertida por
el gobierno y los intereses privados en
la segunda.
Aunque en la arena pública aparecen
los rectores de instituciones tradicionales como voceros principales de la
educación superior, la expansión de la
enseñanza terciaria no aumentó el peso
de aquellos planteles históricos. No suman siquiera un 20% de la matrícula
total. La expansión corre a manos de la
oferta privada impulsada desde 1981,
que hoy cubre a más del 80% de los estudiantes.
Una educación superior privada que
crece en matrículas, pero disminuye en
instituciones. Es decir, se concentra.
Grandes controladores abarcan varios
planteles. Menos de una decena de actores controla la educación de la inmensa mayoría de los estudiantes chilenos.
Este nuevo sector privado entendió
hace mucho que tenía que controlar el
Estado. Así colonizó a la Concertación;
en figuras como Pilar Armanet (PPD),
jefa de la división de educación superior en el gobierno de Lagos, y vocera
de gobierno en el primer gobierno de
Bachelet, antes de asumir como rectora
de la Universidad de las Américas, además de presidir la Corporación de Universidades Privadas, que reúne a los
planteles con peor acreditación del sistema privado, muchas investigadas por
lucro. Este es un ejemplo entre varios.
Se da así la paradoja de un mercado
educativo que no corre riesgos de competencia. Son nichos de acumulación
cautivos. Por lo mismo, no necesitan
invertir en calidad, sino apostar por el
lobby sobre las autoridades de turno.
El propio PPD reúne a varios de los
principales defensores del lucro en la
educación. El mayor obstáculo que hoy
enfrenta una reforma no es el conservadurismo de Walker, la DC ni la UDI.
Son los agentes de grupos transnacionales vinculados orgánicamente con la
Concertación, que influyen en la nominación de reguladores y equipos
técnicos, presionan y modifican las regulaciones hasta debilitarlas y hacerlas
operar a su conveniencia.
Así se vuelve inimaginable la “Educación pública, gratuita y de calidad”.
Esa que se admira en países desarrollados. Por cierto, un cambio debe ser
gradual. Pero es posible, y no requiere,
en lo inmediato, recursos adicionales.
Basta canalizar los dineros que se malgastan en el lucro y la banca a las instituciones públicas -y a las privadas de
mayor calidad y aporte al país-, para
recuperar un sistema mixto de centralidad pública en la matrícula. Esto im-
La política que expandió
el mercado de la educación
superior en democracia
prometió traer más igualdad,
libertad y calidad. Si bien
masificó la educación terciaria
a través de instituciones
privadas, no cumplió sus
promesas.
plica pensar en una expansión seria y
planificada de los cupos públicos y
gratuitos, una modernización eficiente
de su docencia y una articulación efectiva a través de una red de educación
superior pública. Se trata de mejorar y
expandir las instituciones que más investigan, que más cultura crean. De
abrirlas a la ciudadanía, de democratizarlas, y de pensar en una educación
superior para el siglo XXI. En fin, de
una verdadera reforma, esa que resulta
invisible por el ruido tecnocrático y los
intereses privados que se parapetan
tras él.
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