17 enero 2007 En Francia y España, tras los años de expansión, llega la escasez Demasiadas universidades para un alumnado menguante En Francia y en España el número de universidades se multiplicó desde los años setenta para responder a una creciente demanda de enseñanza superior y también por intereses políticos regionales. Ahora en Francia el número de estudiantes está estabilizado y en España disminuye un 1,5% anual. Ante el declive demográfico y las exigencias de una competencia internacional, en Francia se han anunciado ya las primeras fusiones entre universidades públicas. En España el tema es aún tabú, aunque el 75% de las titulaciones no tienen suficientes alumnos para ser viables. En Francia el número de universidades creció de 74 en 1990 a 85 en la actualidad. Desde 2000 no se había añadido ninguna nueva, pero el pasado diciembre el Ministerio de Educación sorprendió al transformar en universidad un centro de enseñanza superior que hay en Nîmes con solo 3.700 estudiantes. Sin embargo, el número de alumnos está estabilizado en 1,44 millones desde 1995, por lo que no tiene sentido seguir multiplicando los centros. Más bien, el mensaje del gobierno es que ha llegado la hora de que las universidades reagrupen fuerzas o incluso se fusionen. Primer anuncio de fusión Algunas se encaminan ya por esta vía. Las tres universidades de Estrasburgo han decidido comenzar un proceso de fusión, que culminaría en 2009. Se formaría así una sola universidad de 40.000 alumnos y 2.500 profesores investigadores, un “campeón” o un “mastodonte”, según se mire. En otros sitios, como Lyon, Grenoble y Nancy, también se empieza a hablar de unir los esfuerzos, hoy dispersos en varios núcleos. La nueva tendencia va en contra de la que ha prevalecido desde el gran salto adelante de la enseñanza universitaria en los años setenta. El paso de una universidad de elites a otra de masas obligó a multiplicar el número de universidades para acoger al creciente alumnado. Al mismo tiempo, en cada región y en cada ciudad de mediana importancia tener “su” universidad se convirtió en un punto de orgullo. Pero lo que entonces se justificaba en nombre de la democratización de la enseñanza universitaria, ahora se enjuicia como una “balcanización”. Un informe publicado el pasado diciembre por el Tribunal de Cuentas fustigaba, desde el punto de vista de la racionalidad económica, la incoherencia de la oferta de enseñanza en las universidades de Île-de-France. La región parisina cuenta con 17 universidades, repartidas en 182 emplazamientos, con un total de 362.000 alumnos. Esta dispersión engendra costes suplementarios para las universidades y molestias para los estudiantes. Junto a la dispersión geográfica, el Tribunal señala la complejidad creciente del abanico de formaciones ofrecidas. En 2005-2006 las 17 universidades proponían 4.368 cursos, un 27% más que hace siete años, mientras que el número de estudiantes solo había crecido un 1,6%. Según el Tribunal, el paso al esquema licencia-master-doctorado no ha servido por ahora para racionalizar la oferta, sino que se ha visto acompañado de un gran crecimiento del número de diplomas. Su recomendación final es que el Estado debe comprometerse más en una “recomposición óptima del mapa universitario regional”. Razones para unir fuerzas Las razones que justifican reagrupar fuerzas entre universidades tienen mucho que ver con la competencia internacional, según exponen diversos responsables universitarios en “Le Monde” (14-12-2006). En la demanda universitaria internacional se valoran cada vez más los cursos pluridisciplinares, que son más fáciles de ofrecer en una universidad generalista que en un conjunto fragmentado de centros. Por otra parte, está el objetivo de alcanzar una talla crítica, entre 10.000 y 30.000 alumnos, considerada óptima para la eficacia. Pero sobre todo se trata de subir en el “ranking” internacional de universidades, donde las francesas están quedando en puestos mediocres (cfr. Aceprensa 120/06). Pero si se trata de lograr universidades que resistan la competencia internacional, la reagrupación por sí sola no bastará para resolver un problema que es también de presupuestos. En Francia la universidad es gratuita para los alumnos, pero en muchos casos tampoco está en condiciones de ofrecerles lo que es habitual en universidades de otros países desarrollados. “No es reuniendo cuatro países africanos como se resuelve el problema de la pobreza”, dice a “Le Monde” Alain Renaud, fundador del Observatorio Europeo de políticas universitarias. De hecho, el gasto por alumno en Francia (10.704 dólares PPP en 2003) no llegaba ni a la media de la OCDE (11.254). La hora de jerarquizar A falta de mayores fondos públicos, las universidades francesas recurren cada vez más a la financiación privada de cátedras. Hasta ahora Francia había quedado al margen de esta práctica, muy habitual en otros países. Pero el tradicional recelo a la colaboración de las universidades públicas con empresas privadas está desvaneciéndose ante las urgencias presupuestarias. Numerosas escuelas de comercio, de ingeniería y de “management” utilizan ya esta fórmula. El pasado diciembre París-Dauphine fue la primera universidad francesa en negociar este tipo de acuerdo para crear cuatro cátedras financiadas por empresas. Cada una estará dotada con 300.000 euros anuales durante cinco años. Con esta fórmula de colaboración, la Universidad obtiene recursos para el reclutamiento de personal y para la investigación, mientras que las empresas se benefician de una relación privilegiada con estudiantes e investigadores. Estos movimientos revelan una oscilación pendular en los objetivos universitarios. En los años de la extensión de la enseñanza universitaria lo importante fue aumentar el número de universidades; ahora ha llegado el momento de jerarquizar la oferta y de unir fuerzas para crear algunas universidades de elite que puedan competir en el ámbito internacional. Alemania ha emprendido ya este camino, rompiendo con una tradición igualitaria. Al conceder, mediante un concurso, fondos adicionales de 1.900 millones de euros a tres universidades (las dos de Munich y la de Karlsruhe), el gobierno alemán muestra su decisión de potenciar centros de investigación y docencia de primera fila (cfr. Aceprensa 117/06). Otras 18 universidades recibirán también ayudas adicionales para sus escuelas de postgrado y otras 17 para sus centros de investigación. Si a esto se suma la autorización para que las universidades cobren tasas a los alumnos y la creciente colaboración con la empresa privada, da la impresión de que las universidades tendrán menos motivos para su tradicional queja de falta de recursos. España: descenso de alumnos En España, la onda del descenso de la natalidad alcanzó a la enseñanza universitaria hace siete años, y tras registrar un máximo de 1.589.000 alumnos en 19992000 se ha pasado a 1.423.000 en el curso actual, es decir, un descenso del 10%. Este descenso del 1,5% anual repercute en todas las ramas de la enseñanza, con excepción de Ciencias de la Salud, que ha aumentado. Por ramas de enseñanza, las universidades ofrecen más plazas de las que se demandan en Humanidades y en Ciencias Experimentales, que son los dos sectores donde ha descendido más el número de alumnos. En Ciencias Sociales y Jurídicas, oferta y demanda están bastante equilibradas. En Ciencias de la Salud no hay plazas para todos los aspirantes, cosa que ocurre en menor medida en las ingenierías, según las titulaciones. En cambio, el número de universidades no ha dejado de crecer. De las 40 universidades existentes en 1990 (35 públicas y 5 privadas) se ha pasado a 71 en 2006 (48 públicas y 23 privadas). Entre las universidades públicas no ha habido ninguna nueva desde 2000, mientras que han seguido surgiendo privadas, aunque sin gran desarrollo. Tras unos años de crecimiento, las privadas acogen al 12% de los estudiantes, pero sus efectivos (en torno a 100.000 alumnos) han empezado también a descender a partir de 2005-2006. No hay alumnos para tantas titulaciones Si en un país tan centralizado como Francia las universidades han brotado como setas, el fenómeno de la proliferación de centros universitarios y de carreras ofrecidas se exacerba en España, donde las competencias sobre enseñanza superior han pasado a los comunidades autónomas. Cada región, y hasta casi cada ciudad, no parecía completa hasta tener su o sus universidades. Y algunas comunidades ofrecen la misma titulación en casi todas sus universidades. Tras unos años de creación eufórica de centros, ahora empieza a reconocerse que hay un problema de sobredimensión. Según el Atlas de la España Universitaria (20042005), que acaba de ser presentado, las universidades públicas ofrecen 2.269 titulaciones (de las 140 carreras existentes). Pero en el 76% de esas titulaciones se matriculan menos de 125 alumnos nuevos cada año, cifra que los expertos consideran el mínimo para que sea viable un centro universitario. Si tenemos en cuenta que los alumnos de nuevo ingreso en las universidades públicas fueron 213.800 y las titulaciones ofrecidas 2.269, la media sería de 94 alumnos por especialidad. El mínimo de 125 alumnos nuevos puede ser demasiado alto a juicio de algunos, pero es innegable que muchas titulaciones están muy por debajo. Según el Atlas, elaborado por la Universidad de Cantabria, más de un centenar de las titulaciones tienen menos de 10 estudiantes nuevos, y alrededor de 700 no llegan a 70. La repetición de carreras, a veces en ciudades cercanas, en lugar de una cierta especialización de cada universidad, es el fruto de este crecimiento desordenado. Tenemos así un mapa universitario “más guiado por impulsos políticos y territoriales que por la oferta y la demanda”, afirmó el presidente de los rectores, Juan Vázquez, en la presentación del Atlas. Sólo crece el profesorado Esta escasez de alumnos hace que sea incierto el futuro de algunas universidades pequeñas, a no ser que se especialicen. Actualmente, las más pequeñas de las universidades públicas, de 5.000-10.000 alumnos, son 7 (Burgos, La Rioja, Lleida, Pablo de Olavide de Sevilla, Politécnica de Cartagena, Pompeu Fabra en Barcelona, Pública de Navarra); de 10.000-20.000 alumnos hay 15; de 20.000-30.000 son 13; y 12 tienen más de 30.000. Entre las privadas hay bastantes miniuniversidades: 12 de menos de 5.000 alumnos; 8 entre 5.000 y 10.000; y dos (Ramón Llull y Navarra) entre 10.000 y 15.000. La tónica general es el descenso del alumnado matriculado en la mayor parte de las universidades, si bien destacan los descensos registrados en Asturias (-4,9%), País Vasco (-4,7%) y Galicia (-4,2%). Curiosamente, el descenso del alumnado no ha sido óbice para que crezca el número de profesores. En el curso 2005-2006 se contabilizan en las universidades públicas más de 90.300 profesores (52.300 funcionarios y 38.000 contratados), casi un 16% más que en el curso 1998-1999. Cada vez más en la tarima y cada vez menos para escucharles. En España un proceso de fusión de universidades, como el que empieza a plantearse en Francia, chocaría todavía con muchos intereses territoriales y académicos. Pero ahora que se están reformando los estudios universitarios para adaptarlos al esquema de Bolonia, sería un buen mo-mento para afrontar una reordenación del mapa universitario. Ignacio Aréchaga EE.UU.: las universidades públicas quieren jugar en la Ivy League De la crema de las universidades norteamericanas forman parte unas pocas instituciones públicas, como Berkeley (uno de los “campus” de la Universidad de California) o la Universidad de Michigan. Pero en la mayoría de las 186 universidades estatales o municipales, en las que estudian el 63% de los alumnos del país, entrar siempre ha sido muy fácil en comparación con la dura criba que aplican las instituciones de elite. Pero esto está cambiando. La Universidad de Arizona, una de las públicas con más ambiciones, va a la busca de alumnos brillantes de cualquier parte del país, y ha bajado el cupo de plazas que por sus estatutos tiene que reservar a los estudiantes de casa. También la Universidad de Florida ha entrado decididamente en la competición. El último año logró atraer 230 estudiantes con las becas que anualmente se dan a los alumnos de secundaria más brillantes del país; solo Harvard y Yale consiguieron más becarios. Ahora se ha propuesto bajar la “ratio” de alumnos por profesor (uno de los factores que tiene en cuenta la revista “U.S. News & World Report” al elaborar su célebre clasificación de universidades), y para eso se propone subir la matrícula 1.000 dólares. Más selectivas La selectividad es una nota del nuevo rumbo emprendido por las universidades públicas. En la de Delaware, la proporción de candidatos admitidos ha bajado de dos tercios a uno de cada dos. En uno de los “campus” de Rutgers, la estatal de New Jersey, la tasa ha pasado del 67% al 58% en el último decenio. En fin, una forma elocuente de expresar la mayor selectividad es la que usa Nancy McDuff, directora de admisiones en la Universidad de Georgia: “El nivel de los estudiantes que admitíamos en los años noventa es el mismo que el de los que rechazamos el año pasado” (“The Wall Street Journal”, 10-11-2006). Esta mayor exigencia para entrar es un lujo que las universidades públicas se permiten, primero, porque les llegan más candidatos, lo que no es del todo mérito de ellas, sino de la demografía. Según el Departamento federal de Educación, en 2005 salieron de las escuelas secundarias 3 millones de graduados, medio millón más que diez años antes. En ese mismo periodo, el total de estudiantes universitarios aumentó un 21%, hasta alcanzar 17,3 millones. A por los alumnos más listos Las universidades públicas han sacado tajada de esta abundancia cortejando a un sector de aspirantes antes casi exclusivo de la Ivy League: los chicos brillantes de clase media. Las universidades de elite tienen becas para los estudiantes que alcanzan el nivel exigido y no pueden pagar la matrícula; pero no dan ayudas solo por buenas calificaciones. Con la continua subida de los precios universitarios, los que no nadan en dinero pero tienen demasiado para acceder a una beca en la Ivy League son fácilmente “tentados” por las universidades públicas, que cuestan mucho menos y ofrecen cada vez más descuentos por elevado rendimiento académico. Según el Education Trust, de 1995 a 2003 las principales universidades públicas multiplicaron por cuatro las ayudas a estudiantes de familias con ingresos superiores a 100.000 dólares anuales. Pero si las grandes universidades públicas siguen siendo mucho más baratas (5.836 dólares anuales de media para los alumnos locales) que en las privadas (22.218 dólares), a la vez están subiendo deprisa: un 35% en los últimos cinco años. En particular, aumentan los precios para los estudiantes que no son del estado, que ahora pagan 15.783 dólares por término medio. Y estos son los que muchas universidades públicas se han puesto a buscar activamente, para tener mayor proporción de talentos y de alumnos que pagan más. Varias han hecho importantes inversiones en promoción o han contratado “vendedores” que recorren el país para reclutar estudiantes, con un “marketing” tradicional en las privadas pero inaudito en las públicas. Algo semejante se puede decir de la busca de donaciones, tarea en la que la Universidad de Delaware ha tenido gran éxito: ha conseguido más de 400 millones de dólares en cinco años. Con más alumnos brillantes y más dinero, las universidades públicas se van acercando al estatuto de institución de elite. Pero esta aspiración es justo lo que algunos discuten. Las universidades públicas, dicen, no fueron creadas para fabricar premios Nobel, sino para dar la oportunidad de estudiar a los que de otro modo no podrían por su modesta condición socioeconómica (pero durante un tiempo, la City University of New York, municipal, logró ambas cosas: ver Aceprensa 66/06). Ahora estos empiezan a quedarse fuera. Las becas federales Pell, destinadas a estudiantes de familias con renta baja o media-baja, antes cubrían más de la mitad del coste medio de una universidad pública; ahora no pasan de un tercio. “Las universidades públicas –dice Kati Haycock, directora del Education Trust– se fundaron para que todos los estudiantes capacitados tuvieran acceso a una educación de buena calidad. Pero este compromiso parece haber ido debilitándose con el tiempo, porque las universidades públicas han optado por emplear sus recursos para subir puestos en el ‘ranking’” (“International Herald Tribune”, 21-12-2006). Si ambos objetivos no son compatibles, la mayor competencia hará que solo algunas alcancen el segundo. Entonces, quizá haya que aceptar que también en el sector público haya una Ivy League. Juan Domínguez