TEXTO 8select - IES DR. FDEZ. SANTANA

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TEXTO 8 (OLIGARQUÍA Y CACIQUISMO).
1. El sistema canovista.
A lo largo del siglo XIX nuestra política se caracterizó siempre por la inestabilidad y
los pronunciamientos militares. El sistema de la Restauración trató de anular todos estos
vaivenes y apartar al ejército de los asuntos políticos. Pero para conseguir esto había
que cambiar ciertas cosas: hasta entonces los moderados y los progresistas habían sido
enemigos, a pesar de formar parte de la misma clase dominante; ahora debían
convertirse en amigos pues el sistema de la Restauración pretendía dar cabida tanto a los
grandes terratenientes como a la burguesía industrial. Eso sí, las clases populares debían
quedar totalmente fuera del juego de la política.
El verdadero autor del sistema de la Restauración fue Antonio Cánovas del Castillo.
Cánovas pertenecía al sector más avanzado del partido moderado. Era un gran
admirador del sistema inglés, donde los partidos conservador y liberal se turnaban
pacíficamente en el poder. Criticó duramente el sufragio universal, el socialismo, el
republicanismo, y colaboró activamente en la prohibición de la AIT. Fue Cánovas quien
preparó la vuelta de los Borbones logrando reunir a todos los sectores no demócratas de
la sociedad española.
Respecto al programa político de la Restauración, queda registrado en el Manifiesto
de Sandhurst, publicado en 1874 y en el que Alfonso XII se comprometía a apoyar por
igual a todos los partidos políticos –al contrario de lo que había hecho su madre- y a ser
un árbitro imparcial del sistema. Todos los grupos sociales poderosos, hartos de tanta
revolución, acogieron muy bien el manifiesto, así como al nuevo rey, que llegó a
España al año siguiente. Todos los monárquicos cabían en el sistema; fuera de él
quedaban carlistas, republicanos, socialistas y nacionalistas.
En cuanto a la Constitución de 1876, ha sido la más duradera de la historia de
España: era una constitución contradictoria y ambigua, hecha para que todos pudieran
verse reflejados en ella y para que, en consecuencia, tuviera una larga vida. En ella el
rey era una pieza fundamental y poseía grandes poderes: tenía funciones legislativas,
podía convocar y suspender las cortes, elegía el ejecutivo y era jefe supremo de las
fuerzas armadas. En cierto sentido, era una constitución bastante extraña: en unas
cuestiones copiaba a la más conservadora de todas nuestras constituciones –la de 1845mientras que en otras imitaba a la más demócrata de todas ellas –la de1869-. Así, por
ejemplo, aquí ya no había soberanía popular pero en cambio los derechos de los
ciudadanos seguían siendo muy grandes. En cuanto a la religión, el Catolicismo
continuaba como credo oficial, pero se permitía la libertad de cultos en el ámbito
privado. Finalmente, el sufragio era censitario, pero en 1890 Sagasta logró recuperar el
sufragio universal.
A partir de 1880 todos los partidos monárquicos lograron aglutinarse en torno a dos
formaciones políticas: el Partido Conservador (Cánovas), formado en general por
antiguos moderados y unionistas, y el Partido Liberal (Sagasta), compuesto sobre todo
por ex–progresistas y algún que otro republicano. Estos progresistas eran ahora más
reaccionarios que antes: ya no perseguían reformas agrarias ni reivindicaban la
soberanía nacional.
Había que conseguir por todos los medios que el ejército dejara de intervenir en la
vida política, y la mejor vacuna contra esto era la amistad entre los dos partidos. Así,
sobre todo al morir Alfonso XII, conservadores y liberales llegaron a la conclusión de
que juntos debían decidir quién gobernaría durante unos años y quién estaría en la
oposición. Todo había de ser acordado de antemano y los dos partidos se turnarían
siempre respetuosamente en el poder. En la práctica, el turno se llevaba a cabo de la
siguiente manera: cuando un partido se veía en crisis el rey llamaba a gobernar a la otra
formación, las cortes eran disueltas y se preparaban nuevas elecciones.
Asombrosamente el electorado siempre votaba a quien convenía: nunca había sorpresas
electorales. Por supuesto, esto sólo podía lograrse acudiendo al fraude electoral o
“pucherazo”, lo que hacía del sistema de la Restauración uno de los más corruptos que
ha habido nunca España.
Esta manipulación no hubiera sido posible de no haber existido un fuerte
caciquismo en las zonas rurales. Los caciques eran personas con poder político y
riqueza en los pueblos y dentro del ámbito comarcal. Cada uno de ellos disponía de una
red de clientes o personas dispuestas a votar lo que él quisiera. Por supuesto el
campesino, siempre al borde de la miseria, estaba dispuesto a vender su voto a cambio
de todo tipo de favores (un atraso en el alquiler de la renta, un trabajo para un hijo...).
En una sociedad con escasas cultura y conciencia democrática al campesino le daba
igual quién ganara las elecciones: conservadores y liberales eran los mismos perros con
distinto bozal. Tampoco debe extrañarnos que la participación en las elecciones fuera
por esta causa bajísima: entre el 36% y el 9% del electorado.
2. Movimientos socio-políticos:
regionalismos.
regeneracionismo,
movimiento
obrero
y
Todos los intentos de cambiar y renovar el modelo de la Restauración se conocen
con el nombre de Regeneracionismo. Los regeneracionistas eran intelectuales y
políticos que creían imprescindible realizar una reforma profunda del sistema político.
El principal regeneracionista fue Joaquín Costa. Aunque en principio Costa trató de
dedicarse a la política formando un nuevo partido (“Unión Nacional”), muy pronto se
dio cuenta de que eso era imposible: los dos grupos dinásticos, conservador y liberal,
monopolizaban el poder y no permitían que nadie más que ellos entrara en el juego de la
política. Entonces Costa se dedicó a analizar todos los males de la Restauración. En
1904 logró publicar un informe titulado “Oligarquía y Caciquismo”, donde quedaban
registrados y duramente criticados todos los vicios y corruptelas de la política de su
tiempo.
Respecto a los movimientos nacionalistas, hay que decir que desde 1900 tenían cada
vez más fuerza tanto en las elecciones municipales como en las generales. De todos los
nacionalismos el catalán era el más fuerte; poseía un carácter relativamente reformista y
muy burgués. Los nacionalistas catalanes pensaban que, tras el desastre de Cuba,
España había quedado hundida, el gobierno postrado y sin capacidad de reacción. Había
llegado el momento de Cataluña, que era la única región capaz de levantar el país. Sus
reivindicaciones eran sobre todo dos: reformar el sistema y lograr la autonomía para
Cataluña. La Lliga Regionalista, liderada por Francesc Cambó, llegó a tener tanto éxito
en 1913 que el gobierno tuvo que conceder a Cataluña la existencia de una
Mancomunidad, lo que implicaba una cierta “autonomía” administrativa. No obstante,
la participación de la Lliga en el gobierno español siempre fue puntual, entre otras cosas
porque Alfonso XIII nunca aceptó la idea de que España pudiera reformarse desde
Cataluña.
En cuanto al nacionalismo vasco, había nacido en 1895 de la mano de Sabino Arana
Goiri, y ya entonces su reivindicación principal era la independencia (no debemos
olvidar que nueve años antes el gobierno había acabado por abolir los antiguos fueros
vascos). El nacionalismo vasco poseía un carácter muy radical, ultracatólico,
tradicionalista y racista. El pueblo vasco pertenecía a una raza distinta de la española, y
que ahora se veía contaminada por la presencia de inmigrantes de otras regiones y por el
violento proceso de industrialización que estaba sufriendo el país. La independencia era
la única forma de preservar las tradicionales virtudes vascongadas.
No obstante todo esto, pronto hubo dentro del nacionalismo vasco personajes menos
radicales que Sabino Arana, fueristas como Ramón de la Sota que cosecharon a finales
del XIX notables éxitos electorales. A partir de 1900 el nacionalismo vasco se había
hecho más fuerte, arraigando además en muy distintas clases sociales.
Por otra parte, en esta época encontramos en Galicia y Valencia movimientos
particularistas que no llegan a considerarse de momento nacionalistas, por lo que es
preferible hablar de regionalismo. El regionalismo gallego se desarrolló a partir de 1880
a partir del renacimiento cultural de la segunda mitad del XIX, y contó siempre con dos
corrientes: la primera, muy conservadora y cercana al carlismo, liderada por Alfredo
Brañas, y la segunda, de base democrática y afanes regeneracionistas, encabezada por
Manuel Martínez Murgía. Hasta bien entrado en siglo XX no alcanzaría el regionalismo
gallego fuerza suficiente como para tener peso en la vida política española.
En cuanto al regionalismo valenciano, fue muy minoritario y tardío y sus
reivindicaciones fueron más bien de signo cultural, no político. En 1878 se formó la
sociedad cultural de “Lo Rat Panat”, cuya labor continuó hasta bien entrado el siglo XX.
En cuanto al movimiento obrero, hay que decir que los primeros sindicatos nacieron
en Cataluña dentro del sector textil, hacia 1840, extendiéndose pronto a otras ramas
profesionales. A partir de esta época el gobierno y los empresarios, viendo el peligro
que para ellos suponía el sindicalismo, prohibieron todas las asociaciones o sindicatos
obreros. Durante el Bienio Progresista (1854-1856) el movimiento obrero se fue
extendiendo hacia otras regiones españolas a la vez que tenía lugar la primera huelga
general en Barcelona, durísimamente reprimida.
Por su parte, a partir del Sexenio Revolucionario vemos cómo los obreros, aparte de
formar sindicatos para reivindicar sus derechos laborales, se adhieren también a
distintas ideologías políticas. Aparece en España el Socialismo Utópico de la mano de
Joaquín Abreu y Fernando Garrido y, a la vez, se forma la sección española de la
Primera Internacional sobre todo con la ayuda de anarquistas como Giuseppe Fanelli,
discípulo de Bakunin. En cuanto al Marxismo, lo encontramos en España a partir de
1871 cuando Paul Lafarge, yerno de Marx, se instala en el país.
Durante la Primera República los anarquistas protagonizan violentas insurrecciones
campesinas; pero todos estos grupos serán violentamente reprimidos, pasarán a ser
ilegales y a operar en la clandestinidad. Así, a finales del siglo XIX asistimos a una
oleada de terrorismo que acabará con la vida de muchos políticos y que será fuente de
inestabilidad para el sistema de la Restauración.
Ya en el primer tercio del siglo XX los sindicatos vuelven a adquirir gran fuerza,
debiéndose destacar dos corrientes dentro del sindicalismo español: la anarquista y la
socialista.
La corriente socialista estaba representada por la UGT (ligada al PSOE), de
orientación reformista y moderada. Sus principales dirigentes eran Largo Caballero y
Besteiro. Los miembros de este sindicato pedían reformas graduales y utilizaban como
medidas de actuación la convocatoria de huelgas pero también la participación en
ciertos organismos oficiales como el Instituto de reformas Sociales o los sindicatos de
Primo de Rivera. Esta asociación tuvo mucho éxito sobre todo entre los obreros de
Madrid y entre los mineros de Asturias y Vizcaya.
En cuanto a la corriente anarquista, se hallaba organizada en torno a la CNT
(Confederación Nacional del Trabajo), que llegó a ser la organización obrera más
importante de España hasta la guerra civil y, además, el primer sindicato anarquista del
mundo. La CNT se caracterizaba por su independencia política y su carácter
revolucionario. La afiliación a esta formación fue enorme entre 1919 y 1936, llegando a
alcanzar durante la II República nada menos que un millón de militantes, sobre todo en
Cataluña y Andalucía. Pero fueron justamente los últimos años de la Restauración la
época de mayor fuerza de este sindicato. Entre sus dirigentes cabe destacar a Salvador
seguí y a Ángel Pestaña. Sin embargo, a partir de 1920 la CNT fue duramente
reprimida, lo cual unido a su mala organización hizo que, finalmente, fuera la UGT
quien ganara en España la batalla del sindicalismo.
3. Oligarquía y caciquismo en Extremadura.
Es lógico que en Extremadura, una región atrasada y eminentemente rural,
triunfara el caciquismo (lo cual no impedía que hubiera también republicanos, sobre
todo en la provincia de Badajoz, con los que Cánovas tuvo que luchar al inicio de su
gobierno).
En 1890 una reforma de la constitución admitió en España el sufragio universal
masculino. Pero ese sufragio fue siempre una gran mentira y nunca puso en peligro el
poderío de las clases adineradas. El caciquismo fue siempre el elemento básico de la
corrupción y del fraude electoral, una corrupción que convenía tanto a conservadores
como a liberales puesto que, en realidad, ambos partidos defendían por igual los
intereses de los poderosos. En Extremadura, una parte de esa oligarquía optó por hacer
carrera política: como ejemplos principales tenemos al conde de Torrearias,
conservador, y al conde de Campo Giro, liberal, ambos diputados por Cáceres y que
“casualmente” eran los mayores terratenientes de la provincia. Todos estos políticos
extremeños contaban en el ámbito rural con caciques que, utilizando todo tipo de
maniobras, conseguían que la población rural votara según lo acordado entre
conservadores y liberales. A todo ello se sumaba el alto grado de abstenciçon en las
elecciones y la fidelidad al poder, típica de las regiones pobres: así, no es extraño que
las elecciones las ganara siempre el partido que ya estaba en el poder, aunque siempre
según lo acordado, como ya hemos dicho, entre los partidos dinásticos.
Fuera del sistema sólo los republicanos lograron en la provincia de Badajoz
algún escaño de vez en cuando. En cuanto al movimiento obrero y a los regionalistas,
nunca obtuvieron nada.
No obstante, en esta época encontramos las primeras muestras de regionalismo,
el intento de crear una conciencia regional extremeña a través de la “Revista
Extremeña”, editada por primera vez en 1899. Nuestro regionalismo, encabezado por
Norberto Elvira Berdeguer es, sin embargo, muy minoritario.
En definitiva, podemos decir que la mayoría de la población extremeña se vio
marginada de la toma de decisiones políticas durante la época de la Restauración.
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