Algunos comentarios acerca de la educación moral LILIANA INES CARO LICENCIADA EN PSICOLOGIA (UCA) PROFESORA EN PSICOLOGIA Y PEDAGOGÍA (UCA) lugares de trabajo: UCA . Facultad de Psicología, UBA. Facultad de Psicología., CONSUDEC,. PROF. SAGRADO CORAZON. ASOC. CATOLICA IRLANDESA, HOSPITAL DE CLINICAS Resumen: La educación moral es una tarea fundamental que se inicia en el ámbito familiar. El niño realiza un proceso de creciente apertura que le permite abrirse al encuentro con el otro . Los valores morales se apropian en esa interacción. El obrar de los adultos y de los pares permite, por caminos diversos, ir consolidando ese desarrollo. El tema aparece por demás interesante y acuciante en los tiempos que vivimos, signados por la inestabilidad, las contradicciones, las dificultades para discriminar lo correcto de lo incorrecto, lo valioso de lo insignificante, lo verdadero de lo falso. Transitamos un momento de crisis (etimológicamente: "distinguir", "separar", "dejar algo afuera"), un momento que nos interroga, nos cuestiona pues percibimos que las respuestas que dábamos a determinadas situaciones, ya no resultan eficaces pero, aún, no tenemos qué poner en su lugar y esto nos asusta, nos inquieta. Estos sentimientos nos llevan, las más de las veces, a dar respuestas rápidas, como un modo de desembarazarnos de los mismos; cuando lo más adecuado es detenerse, pensar, “trabajar” sobre nosotros. La educación moral representa una valiosa e insoslayable tarea para las familias, familias que, hoy también están en crisis. Debido a sus propios problemas estructurales y a los del medio socio-cultural no encuentran los caminos más acertados para vivirla de un modo creativo. Sin embargo, los niños están ahí, nos interpelan, nos cuestionan y es, nuestro gozoso compromiso, acompañarlos, sostenerlos en este desarrollo. Las normas, los valores se van incorporando, apropiando a partir de los modelos que se nos presentan, así lo afirman Freud, Piaget, Erikson, Winnicott, entre otros. Los primeros modelos, sin dudas, son los padres o figuras afectivas significativas. Es el actuar y la convicción del otro lo que convence, lo que ayuda a aceptar determinadas pautas. Este proceso, como cualquier otro, supone marchas y contramarchas, obediencia y rebeldía. Los niños comienzan siendo egocéntricos (el yo en el centro), por lo tanto creen que las cosas son como a ellos les parecen, como ellos desean que sean; consideran que pueden manejar al otro según su voluntad, que pueden obtener lo que quieren sin esfuerzo, etc. El crecimiento, la acertada intervención de los adultos y el contacto con los pares, les permite descentrarse, incorporar diversos puntos de vista y conocimientos de lo real. Así logran poder ponerse en el lugar del otro, descubrir en el otro un semejante, alguien con intereses, recursos y posibilidades muchas veces, distintas a los de él. La realidad actual, la influencia de los medios de comunicación, la inseguridad que signa estos tiempos, dificulta este proceso pues acentúa la competitividad, la agresividad, la fantasía del otro como enemigo, como alguien de quien tengo que defenderme y no alguien con quien compartir, con quien poder abrirse y recorrer un camino. El encuentro con los adultos debe proporcionar a los niños la seguridad y la fortaleza que necesitan para ir desarrollándose como seres autónomos y con iniciativa propia Seguridad que no es sinónimo de rigidez, autoritarismo, sino de convicciones sólidamente construidas, lo que habla de flexibilidad, creatividad, firmeza a la hora de transmitir y promover el actuar conforme a valores. El "par" también ofrece posibilidades de crecimiento en el terreno que nos ocupa. Por estar más cerca en cuanto a poder y saber, que un mayor, es un muy buen referente para desarrollar un vínculo cooperativo, basado en el respeto mutuo. Los compañeros de escuela son decisivos en la vida de un niño; los busca, desea estar con ellos, jugar, los llama “amigos”. Esto no implica la ausencia de roces, fricciones, agresiones; la calidad de sus relaciones va a estar dada por la posibilidad de “negociar” espacios, oportunidades, turnos, etc. Siempre hemos escuchado que los niños aprenden por medio del mecanismo de identificación. Aprenden a amar si son amados; a confiar si han encontrado adultos confiables, a ser generosos y solidarios si el clima familiar lo promueve; a ser tolerantes si lo vive en su entorno; a ser sinceros si lo son con él y entre los miembros de su familia, etc. Así, cuando un 1 niño ocupa un lugar de “estrella”, muy narcisista, le va a ser muy difícil actuar conforme al modelo de "descentramiento", pues se contrapone con esa vivencia de centro del mundo. Consecuentemente, tenderá a excluir a todos aquellos que puedan “robarle” espacio o mostrarle que no es perfecto. Por otro lado, es factible que los otros niños mientan, o se queden con algo que no les pertenece, o se burlen, etc. Lo importante, en estos casos, es cómo reaccionar, cómo tomar esas “faltas” para permitir que el niño las reconozca y se haga responsable de ellas. La coherencia entre lo que se piensa, siente y actúa se construye con el tiempo. Hay dos posturas que conviene evitar: una, la desilusión, producto de haber idealizado al hijo y que acarrea un sin fin de reproches; y otra, la negación, que lleva a todas las formas inimaginables de justificación. En estos tiempos darle lugar al otro no es tarea fácil. Nuestro mundo pone el acento en la imagen, sostiene y fomenta el valor de la apariencia, el interés desmedido por el tener. Sin embargo el camino del encuentro es el verdaderamente humano y, como creemos en él, sugiero algunas "pistas" que nos pueden ayudar: a) el diálogo: poder escuchar al otro, descubrir qué piensa, siente. Para eso hace falta poner el corazón y la mente en el tema en cuestión y despejar nuestros miedos, prejuicios, temores que traban la oportunidad del diálogo. Tendemos a sermonear a los chicos, a llenarlos de explicaciones sobre lo que debe o debió hacer. El exceso de palabras satura y les quita valor. b) la reflexión: es un recurso muy eficaz para anticipar las consecuencias de las acciones y para aprender a ponerse en el lugar del otro. El que debe pensar es el niño y no nosotros por él. Nuestra tarea es orientar el proceso por medio de preguntas abiertas, sugerentes y no afirmaciones que el niño tiende a repetir mecánicamente. c) valorar los sentimientos que desembocaron en un golpe, una agresión. Cualquier acción violenta padecida por un niño ( o adolescente o adulto) genera sentimientos adecuados: enojo, rabia, rechazo, etc. Es importante tomar esos sentimientos, reconocerlos como apropiados al hecho. Lo que no podemos aceptar es el golpe, el insulto, el maltrato como reacción desencadenada por tales afectos. Es necesario ayudarlos por medio de la comprensión de la emoción y el rechazo de la acción producto del enojo, los celos, la envidia, etc., a buscar nuevas alternativas de respuesta que respeten al otro. d) sancionar: este es un medio útil e indispensable para modificar conductas inapropiadas. Lo importante es ofrecer una sanción adecuada a la situación y que permita reparar el daño. Es fundamental poder sostenerla porque eso le da credibilidad a nuestra palabra. El camino hacia la construcción de una escala de valores es largo; a veces nos desanimamos, a veces nos entusiasmamos. Lo importante es seguir, reflexionar, aceptar nuestros errores, poner todo el corazón y buscar la colaboración, el apoyo de quiénes, como nosotros, están haciendo “camino al andar”. Bibliografía: -Erikson, E.:Infancia y sociedad. Bs. As. Paidós. 1973 -Onetto, F. Con los valores ¿quién se anima? . Bs.As. Bonum1994 -Piaget, J.Criterio moral en el niño. Barcelona. Fontanella. 1977 -Winnicott, D: Los procesos de maduración y el ambiente facilitador. Bs. As. Paidós. 1996 2