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INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DE SANTO TOMAS DE AQUINO
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Suma Contra los Gentiles
Libro I Capitulo 1 y 2
"Mi boca dice la verdad pues aborrezco los labios impíos" Prov. 8, 7
El uso corriente que, según cree el Filósofo, ha de seguirse al denominar las cosas, ha
querido que comúnmente se llame sabios a quienes ordenan directamente las cosas y las
gobiernan bien. De aquí que, entre otras cualidades que los hombres conciben en el sabio,
señala el Filósofo "que le es propio ordenar". Mas la norma de orden y gobierno de cuanto
se ordena a un fin se debe tomar del mismo fin; porque en tanto una cosa está
perfectamente dispuesta en cuanto se ordena convenientemente a su propio fin, pues el fin
es el bien propio de cada ser. De donde vemos que en las artes, una, a la que atañe el fin, es
como la reina y gobernadora de las demás; tal cual la medicina impera y ordena a la
farmacia, porque la salud, acerca de la cual versa la medicina, es el fin de todas las
drogas confeccionadas en farmacia. lo mismo sucede con el arte de gobernar respecto
de la arquitectura naval, y con el militar respecto de la caballería, y de todas las otras
armas. Las artes que son como principales y que imperan a las otras se llaman "
arquitectónicas". Por esto sus artífices, llamados arquitectos, reclaman el nombre de sabios.
Mas como dichos artífices se ocupan de los fines de ciertas cosas particulares y no llegan al
fin universal de todo ser, se llaman sabios en esta o en otra cosa. En este sentido se dice en
la primera Epístola a los de Corinto: "Como sabio arquitecto puse los cimientos". En
cambio, se reserva el nombre de sabio con todo su sentido únicamente para aquellos que se
ocupan del fin universal, principio también de todos los seres. Y así, según el filósofo, es
propio del sabio considerar "las causas más altas".
Mas el fin de cada uno de los seres es el intentado por su primer hacedor o motor. Y el
primer hacedor o motor del universo, como más adelante se dirá, es el entendimiento. El
último fin del universo es, pues, el bien del entendimiento, que es la verdad. Es razonable,
en consecuencia que la verdad sea el último fin del universo y que la sabiduría tenga
como deber principal su estudio. Por esto, la Sabiduría divina encarnada declara que
vino al mundo para manifestar la verdad: "Yo para esto he nacido y he venido al
mundo, para dar testimonio de la verdad." Y el Filósofo determina que la primera
filosofía es la ciencia de la verdad, y no de cualquier verdad, porque la disposición de
las cosas respecto de la verdad es la misma que respecto del ser.
A ella pertenece aceptar uno de los contrarios y rechazar el otro; como sucede con la
medicina, que sana y echa fuera a la enfermedad. Luego así como propio del sabio es
contemplar, principalmente, la verdad del primer principio, y juzgar de las otras verdades,
así también lo es luchar contra el error. Por boca, pues, de la Sabiduría se señala
convenientemente, en las palabras propuestas, el doble deber del sabio; exponer la verdad
divina, meditada, verdad por antonomasia, que alcanza cuando dice: "Mi boca dice la
verdad", y atacar al error contrario, al decir: “Pues aborrezco los labios impíos”. En estas
últimas palabras quiere mostrar el error contra la verdad divina, que es contra la religión,
llamada también piedad, de donde a su contrario le viene el nombre de impiedad.
El estudio de la sabiduría es el más perfecto, sublime, provechoso y alegre de todos los
estudios humanos. Más perfecto realmente, porque el hombre posee ya alguna parte de la
verdadera bienaventuranza, en la medida con que se entrega al estudio de la sabiduría. Por
eso dice el Sabio: “Dichoso el hombre que medita la sabiduría”. Más sublime, porque
principal- mente por Él el hombre se asemeja a Dios, que todo lo hizo sabiamente, y por la
semejanza es causa de amor, el estudio de la sabiduría une especialmente a Dios por
amistad, y así se dice de ella que es “para los hombres tesoro inagotable y, los que de él se
aprovechan, se hacen participes de la amistad divina” Más útil, porque la sabiduría es
camino para llegar a la inmortalidad: “El deseo de la sabiduría conduce a reinar por
siempre”. Y más alegre, finalmente, “porque no es amarga su conversación ni dolorosa su
convivencia, sino alegría y gozo.”
Tomando, pues, confianza de la piedad divina para proseguir el oficio de sabio, aunque
exceda a las propias fuerzas, nos proponemos la intención de manifestar, en cuanto nos sea
posible, la verdad que profesa la fe católica, eliminando los errores contrarios; porque,
sirviéndome de las palabras de San Hilario, "yo considero el principal deber de mi vida
para con Dios es esforzarme por que mi lengua y todos mis sentidos hablen de Él".
Es difícil, por otra parte, proceder en particular contra cada uno de los errores, por dos
razones: en primer lugar, las afirmaciones sacrílegas de los que erraron no nos son
detalladamente conocidas de modo que podamos sacar razones de sus mismas palabras
para su refutación. Los doctores antiguos usaron este método para refutar los errores de
los gentiles. Porque, siendo ellos gentiles o, al menos, conviviendo con ellos y
conociendo con precisión su doctrina, podrían tener noticia exacta de sus opiniones. En
segundo lugar, porque algunos de ellos, por ejemplo, los mahometanos y paganos, no
convienen con nosotros en admitir la autoridad de alguna parte de la Sagrada Escritura,
por la que pudieran ser convencidos, así como contra los judíos podemos disputar por le
Viejo Testamento, y contra los herejes por el Nuevo. Más éstos no admiten ninguno de los
dos. Hemos de recurrir, pues, a la razón natural, que todos se ven obligados a aceptar, aun
cuando no tengan mucha fuerza en las cosas divinas.
En consecuencia, a la vez que investigamos una determinada verdad, exponemos los
errores que con ella se pueden rebatir, y cómo la verdad racional concuerda con la fe
cristiana.
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