EL ETERNO RETORNO Leónidas trabajaba en un banco, era interventor, y esto, para una mejor comprensión del desenlace del presente relato, es imprescindible que sea reseñado antes de nada. Hace dos noches nuestro hombre, tras una frugal y apacible cena junto a su mujer, salió, como acostumbraba, a tirar la bolsa con los restos de la basura. Al apostarse junto al enorme contenedor oscuro y maloliente, a Leónidas se le congeló el ademán de levantar el brazo cuya mano portaba la citada bolsa cuando sintió un súbito mareo que le nublaba la vista y le hacía flaquear las rodillas. No preguntéis qué clase de trasgo o de perverso hechizo fue el que se confabuló con el azar para que el grueso cuerpo del banquero se deslizara, pivotando por encima del borde del contenedor, hasta dar con sus huesos en el fondo de éste. En esta ocasión y por primera vez, la bolsa repleta de basura cayó del lado de la calle, mientras que el portador ocupaba ahora el lugar que normalmente correspondía a los desperdicios. Lo que Leónidas sintió a partir de ese fatal instante es muy difícil de concretar y más aun de describir. En semejante situación, la saturación, como es fácil suponer, de los sentidos del tacto y del olfato de nuestro hombre, era no obstante compensada por un agudísima capacidad del oído toda vez que el magullado y sorprendido banquero fue distinguiendo sucesivamente el ronroneo del motor de un camión que se detenía cerca de su vergonzosa ubicación, el engranaje de un mecanismo tractor y las voces de los operarios que sin duda, se afanaban en su sórdida tarea nocturna. Leónidas se sintió elevado. Curiosamente dicha sensación, muy parecida a la que describen los gurús y los afortunados que alcanzan el estado que se denomina “satori” entre los practicantes de meditación trascendental, no resultó nada desagradable a Leónidas que tal vez por primera vez en su vida, experimentaba una sensación cien por cien espiritual, por no decir subliminal . Por desgracia la levitación acabó pronto y se vio precipitado sin miramientos sobre lo que a todas luces de las farolas, era la boca acerada e inmunda de la trituradora de basura del camión de recogida. Curiosamente y mientras caía de cabeza hacia un espantoso destino, su último pensamiento fue el de no tener la completa seguridad de si su Rolex de titanio sería capaz de resistir la terrible presión que ejercían los dientes metálicos al encajar los unos sobre los otros. Finalizada su labor, el camión se dirigió sin prisas, como cada noche, al centro comarcal de reciclaje de basuras. Desde los bajos del chasis goteaba un chorro perpetuo de lixiviados y de algo más. …………………………………. P.S: Seis meses después, Lucrecia, apenas recuperada del severo luto que llevara desde la misteriosa desaparición de su marido, ya saben, aquel apoderado de banca que salió a tirar la basura y no regresó jamás a su domicilio, pues bien esa noche fría de enero, Lucrecia, decíamos, procedía a abrir un bote de conservas de la firma Alimentos Reciclados S.L. cuya etiqueta rezaba “manitas de cerdo” en grandes letras de color verde cuando sonó el timbre. Presurosa se retocaba su flamante peinado de peluquería cara mientras abría la puerta a su actual pareja, un señor jubilado muy estimado y respetado en la localidad. La cena pudo haber sido todo un éxito, gracias en parte al plato central consistente en unos suculentos callos a la antigua usanza si no hubiera sido porque entre bocado y bocado nuestro venerable invitado estuvo en un tris de atragantarse de muy mala manera con lo que, tras un minucioso examen visual, resultó ser la aguja metálica de un reloj de pulsera, de titanio, por más señas. Por supuesto que el plato y todo su contenido, acabaron en el cubo de la basura…. (Y vuelta a empezar) PERIKO `08