Las iglesias están diseñadas para esto, para hacernos sentir enanos y estúpidos porque nos recuerda que somos unas bestias babosas, los putos pecadores que fornicaron hasta que hicimos que Jesús se muriera. Las iglesias son puro halt y recogimiento, y yo siento mis intestinos retorciéndose como origami. El cura era verdoso, como una aceitunita. Hablaba de Dios y su megapotencia cósmica, y entonces pensé que quiero que Dios me reciba en sus descomunales y volcánicas manos, mientras sentía que la piel se me comprimía sólo un poco cuando el cura pareció repetir potencia, porque Dios debe ser hombre (¡cómo no!), y uno bien dotado. Cerré los ojos mientras me repetía pendeja mala por sentir la entrepierna caliente en una iglesia. -Yo me tiraría a Dios porque debe tener un armamento de la puta madre - articulé suavemente entre suspiros tibios. Sentí los ojos ácidos y católicos de Sebastián clavados sobre mí. - ¿Qué? No te hagas el weon, si me escuchaste, dije riéndome y curvando los ojos brillantes, porque cada vez que lo miro así el Seba se pone dulce, porque sé cómo dejarlo inerme con esa ternura en pétalos que siempre le regalo. - ¿Me dijiste weon? ¡Soy tu papá, enana insolente! - Ya estás chocheando, Vader. Pareces un viejo de mierda. - ¡Esa boca, Magdalena! ¡Por la cresta! La gran aceituna metaespiritual que dominaba el púlpito y vestía de negro sacro y siniestro detuvo el discurso que nadie realmente escuchaba. Supe que había sido por nosotros, y Sebastián y yo sin seguir ni plan ni comas ni puntos, intercambiamos miradas aturdidas. Estaban rezando por un chico muerto mientras mi tanga se mojaba bajo el recogimiento del orgásmico amor divino. Después del incidente de la iglesia, salí por el costado del enorme buque sacrosanto con la cara hecha un tomate. Tu problema es que estás obsesionada con el sexo, me dijo la Trinidad con un tono asqueroso, vomitándome en la cara toda esa madurez de secoya milenaria que cree tener. - Escúchame, Mane. Yo creo en el amor, pero no a esta edad. Estamos muy chicas para esas cosas. Yo creo en el sexo cuando hay amor, ¿me entiendes? Y para experimentar el amor debemos crecer. Es algo tan grande, Mane. Mírame. Es algo tan grande que nos supera: es el Amor, así, con mayúsculas, de ese que encontramos pocas veces en la vida, si no es que una, básicamente. Lo que quiero decir es que el sexo está sobrevalorado, porque al final no es más que un accesorio del amor. Un síntoma. ¿Sobrevalorado? ¿un síntoma? No, lo que pasa es que la Trinidad es una frígida de primera clase y cree que soy una ninfo. No me mires así, me dijo, haciendo un gesto con la mano que la hace parecer mayor de lo que es. Con una sonrisa que no pude contener, me toqué la cara y dije, entre risas: - Estás celosa porque Alejandro me estaba mirando. - ¿Qué tienes en la cabeza? Eres una desubicada. ¡Alejandro está de duelo! Se le acaba de morir el hermano chico. - Si sé. Me gustaría hacerlo sentir mejor. - No, Mane. Nunca entiendes nada. La gente habla. No puedes andar por la vida haciendo lo que quieres. Sobre todo, diciendo lo que quieres. - ¿La gente habla? Soy una caliente y no me da vergüenza. ¡Que se jodan, Trini!. Ella sacudió la cabeza, y habló sin mirarme, como virgen compasiva, en un tono que me incendió la cara. - Eres... eres así porque nunca tuviste una mamá que te guiara. Se me oprimió el pecho y no pude, no pude decir nada. Mi madre no era ni siquiera un recuerdo en mi bóveda sináptica. Estábamos sentadas en las escaleras de la catedral. El cielo estaba gris y las nubes se revolvían en su propia viscosidad aérea. Sebastián salió por la enorme puerta y yo lo miré con los ojos vidriosos y un silencio blanco, aún atascada en mi propia vergüenza. Se sentó junto a mí, haciéndole un gesto neutro a la Trinidad. Tú no tienes respeto por nada, me dijo. Tú no tienes ni la más puta idea, le dije. ¿Por qué no me respetas ni a mí, pendejita endemoniada? sus labios se torcieron de una forma rígida mientras me acariciaba las profundidades del cabello, en ráfagas encendidas de desorden. Este viejo siempre es así, que no entiende en su cabeza apretada y reventona que yo lo amo. Para tu información, Vader, el amor es por definición, respeto. Tal vez yo habría aprendido a respetar y respetarme, como tú y la Trini creen, si es que ella... si ella me hubiese enseñado cómo. Lo pensé, pero guardé silencio, y volvimos a casa mucho antes de que terminara el funeral. Mientras caminábamos por la calle, Sebastián me tomó de la mano, nervioso, como el más nerd de los adolescentes le tomaría la mano a la mina que soñó. No lo rechacé, pero se me encendieron las mejillas. Me da vergüenza que me tome de la mano - siempre he pensado que parecemos una pareja como de una nenita calentona y agrandada y un casi-viejo-verde. Recuerdo una vez que una vieja mal cogida nos quedó mirando. Tuve que decirle a la decrépita trans-mortal que "¡Es mi papá y te dejas de boludeces!". El puente Pío Nono estaba lleno de estudiantes de derecho, de esos que se pelean por ver quién es más inteligente y al final compiten por quién es menos pelotudo. El Seba se detuvo frente a la ventana fría y brillante que lo separaba del aire asqueroso que flotaba sobre el Mapocho, como una nube tóxica y violácea, llena de mierda pulverizada. Uno de esos leguleyos degenerados me miraba las tetas. - Sebastián, pégale a ese hijo de puta. Se dio vuelta y me miró con su mejor cara de imbécil. - ¿Qué? - Me está mirando las tetas. No es mi culpa que a ti se te ocurra andar en tetas, me respondió distraído. Tenía los ojos fijos en el cristal durísimo donde se reflejaba su cara intermitentemente, mientras abajo el Mapocho fluía idiota. - Hace cien años, Mane... - Hace cien años a las minas las colgaban por andar en tetas así que no me jodas. Es mi derecho, me lo gané. - ¡Pero cómo interrumpes! Escúchame. Hace cien años... -hizo una pausa- ¿que las colgaban? ¿tienes alguna idea de lo que pasó en el siglo XX? ¡Ya, ya! No importa. Hace cien años un río estaba tan aquerosamente contaminado que se inflamó. - ¡Mecacho, Vader! - me reí, porque ahora sí que el Seba había traspasado todo umbral de estupidez, incluso el mío. Me agarró de los hombros y me sentí inundada de estática, en un arranque que lo hizo temblar de sinceridad. - Por una vez en tu vida, por favor tómame en serio. Cerré los labios y se me tensó la cara. En silencio, miré el río, que se arrastraba con una viscocidad extraña y lenta entre las estrechas paredes de cemento, que lo contenían y se manchaban de la materia líquida y grisácea que burbujeaba. Se me comprimió el estómago. Al lado de la mierda residual, unos guardias municipales vestidos con máscaras anti gases echaban a unos vagabundos de la ribera desmembrada. Sebastián nunca me hablaba de forma tan violenta. ¿Y a ti qué tanto te importa este puto río?, le pregunté, asqueada. Se quedó callado, y me sentí atrapada entre las ganas de abrazarlo y de pegarle un trompazo en el hocico. Vámonos, me dijo tirándome de la mano. Pasamos entre los leguleyos, y clavaron los ojos -y las ganas- en mi escote otra vez, pero me mordí la lengua. Alejandro me estaba esperando en mi casa, aún con el terno negro puesto. En la ceremonia, Sebastián le había dado el abrazo que yo no me había atrevido a darle - me intimidaba verlo así, tan vulnerable. Nos miramos y no nos dijimos nada, pero ese intervalo de silencio me llenó de estática la sangre y él estaba fragmentado en un montón de espejos rotos (se le notaba), y yo no podía decirle nada por el suicidio de su hermano chico y maldije mi cerebro y a la puta que lo parió. Me revolvió los cabellos con ternura y tenía los ojos como el amanecer - ese era exactamente el color, la intención, el brillo. Era la tercera vez que nos veíamos en persona. David estaba enamoradísimo de ti, me dijo, con mi brontosaurio multicolor de peluche entre las manos. ¡Ay, de la que se salvó entonces!, le dije a lo bestia. Se me encendieron las mejillas (en realidad toda la cara) y le pedí perdón por mi brutalidad, pero yo jamás he sabido contener la efervescencia primordial en mi cerebro y mi estómago y mi boca... y menos, menos aún, frente al chico con los lentes más lindos del mundo. ¡La mierda, qué cínica! Hay veces que me siento con el tacto de un payaso en sobredosis. Eres brutal en el mejor de los sentidos, dijo, mientras me hacía un gesto con la mano para que me acercara. Eres la cosa mas tierna, me dijo. Eres justo lo que necesito ahora. Me senté frente a él en la cama y deslicé mis piernas entre las suyas. Sentí esa efervescencia caliente cerca del corazón, bajando hacia mis caderas - era la primera vez que estaba tan cerca de un mino tan guapo. Quise besarlo -¡mecacho, esos labios que tiene!- y decirle todas las bestialidades más dulces que tenía guardadas, pero me contenía de la forma menos efectiva. Hay gente que se expresa para la mierda, pero yo soy la reina de los que se expresan para la mierda, le dije. Y quiero decirte cosas inteligentes, le dije. Quiero hacerte sentir mejor, pero con esta ya es la tercera vez que digo mierda en una oración. ºNo, respondió. Todos me dicen frases vacías. Todos lloran, dijo, mientras me tomaba la cara con las manos. Necesito correr a ti porque eres lo único real que veo. Me lanzó una mirada en caída libre desde su propio abismo, y quise salvarlo de todo. De todos. No sabía cómo tocarlo sin lastimarle alguna fisura. Me sentía torpe y limitada. Sé que los sistemas de Alejandro estaban en violencia, y que me buscaba -a mí, y a la bola de fuego de amor que tengo adentro- como un pendejito ciego y malherido. El beso que me dio me dejó caliente y aturdida y mis labios y los suyos se enredaban como si el megapotente Dios los hubiese diseñado sólo para eso. Lo miraba con los ojos húmedos y los labios sensibles y la boca entera, porque yo y mis asuntos orales no resueltos (soy el festín freudiano), yo y el infierno interno, dantesco y de muchos niveles - con todos los pozos abiertos y profundos. La corriente desbocada de mi sangre hacía que mi cuerpo se moviera con una sensualidad que desconoce. Me abrí el escote y mi corazón bajo la piel rosada -como loco- lo llamaba a él, intermitente. Tú puedes hacerme muy feliz, me dijo, mirándome como cazador. El juego y la persecución habían comenzado, y entre mis gemidos de perrita y mi curiosidad de pendeja, terminé arrodillada frente a él, ansiosa. Me acarició el pelo, desordenándomelo con todo el cariño contenido, y yo cerré los ojos. ¿Puedo cogerte por la boca?, preguntó sabiendo que yo ya entreabría los labios para él. Me penetró con violencia hasta la garganta, y se me nubló la vista con un velo tibio. El humor salvaje me invadió la piel como si estuviera caramelizándome, las mejillas rosadas y cegada por el calor. Quise gritar como niña, pero el líquido caliente me llenó la boca como hidromiel, aturdiéndome. Tragué lento. Soy una puta atrapada en el cuerpo de una virgen. ¿Y tu mamá sabe que haces esto?, me preguntó Alejandro en un ronroneo post-orgásmico, medio inconsciente. Con los ojos cerrados, aún de rodillas, recorrí su espalda con las uñas. Se arqueó e hizo un sonido riquísimo. Mi madre. Yo no conocí a mi madre. Alejandro ya había vuelto a esa telaraña de pésames y lágrimas que lo tenían asqueado y confundido cuando fui a ver a Sebastián, con las entrañas anudadas. - Oye, Seba. Se revolvió en la cama, gruñendo. - ¡Eh, Chewbacca! Sacó la cabeza por entre las sábanas cuando prendí la luz y me miró con odio. - Te ves para la mierda, viejo. - A veces me dan ganas de apretar ctrl z contigo, pendeja. Apaga la luz y ven. Se corrió al lado derecho de la cama. - ¿Ya se fue tu amigo? - Sí. Me abrazó medio aturdido, y me lanzó la pregunta como un macetero cayéndome sobre el cráneo. - ¿Te acostaste con él? Vader sabe leerme bien y sabe exactamente cómo desarmarme. Se aprovecha. Con las mejillas como tomates, le respondí: - No sé. ¿El sexo oral cuenta como eso? No le ví la cara pero lo escuché suspirando. - Ustedes no se conocen mucho, Magdalena. No me parece... no sé, ten cuidado. No sabes lo que él puede andar diciendo... - ¿Cuidado? ¿cuidado con qué? Estás como la frígida de la Trini. Ahora estás pensando que tienes una hija puta. - No. Estás poniendo palabras en mi boca. Jamás he dicho que seas eso, Mane. Sólo digo que tengas... - Cuidado. Es lo mismo. Eres un machista. Si fuera hombre no estaríamos teniendo esta conversación. - No entiendes. Lo digo por ti. ¡Estás tan a la defensiva! - Soy feliz así. No soy una mina reprimida. - Me he dado cuenta. - La Trini dice que es porque nunca tuve una mamá que me enseñara a ser, qué se yo, virtuosa y todas esas mierdas decimonónicas que le gusta andar predicando a esa. Se quedó callado. De seguro estaba pensado que soy una puta. ¿Y si mi mamá era igual que yo? Ella me habría dejado ser. - ¿Qué pasa, Mane? Qué pasa. Buena pregunta, que acaso no sabré responder. Me duele, Vader, me duele tambalear y retorcerme y sentirme como niñita perdida. Estoy rota, Sebastián, y a veces el corazón me duele tanto que quiero sacármelo -esta bomba cardiaca re-tarada que me tocó- y no entiendo qué pasa. Me duele querer pensar en ella, y no tener nada en qué pensar. - Quiero saber más de mi mamá. - Ya te he dicho todo. - Me has dicho poco. - No alcancé a conocerla mucho. - Te la cogiste de puro caliente, ¿cierto? Me habló con un profundo cansancio, casi como si no se dirigiera a mí: - El accidente ocurrió cuando Carolina era muy joven. Murió muy chica. Sebastián no hablaría más que eso porque siempre llegábamos al callejón cerrado del accidente en auto luego de un carrete con los amigos, una noche en que Santiago tenía las constelaciones escondidas (como siempre) y volaban golondrinas en el cielo morado. Yo creo que la internet puede contener a Dios digitalizando la masa encefálica divina, luminosa y constante. Si Dios es realmente un vejete cabezón y sabihondo (¡que me lo tiraría igual!), entonces él contiene todas las respuestas. Si internet contiene a Dios, entonces tiene todas las repuestas. Todas las respuestas que Sebastián no podría darme. La primera vez que busqué su nombre en google encontré el residuo virtual de su blog. Ver el link, ahí, dispuesto y vulnerable, me aterró. Soy una cobarde. Durante años he sido una cobarde. No he querido conocerla porque temía darme de cara contra una mujer hermosa, inteligente, y llena de valor. Tengo miedo. Tengo miedo de darme cuenta que yo podría haber sido como ella y en realidad soy una niña medio bestia, una mina fácil que se expresa para la mierda. Tengo miedo. Tengo miedo, pero ya no... ya no puedo más. 23 de marzo Anoche tuve que estudiar la contemplación soñadora de Virginia Woolf y su dolorido sentir, los gemidos de una diosa que canta ternura con la voz, la contemplación soñadora dicha con todo el don de apresar en la música del verso la escencia misteriosa de la poesía. Me da vergüenza escribir en este blog porque es público y nunca podré ser como ella. Posted by Carolina Esa fue la primera entrada que leí esa noche, y los ojos me ardían y tenía el corazón encendido y las cosas que decía ella de a poco la dibujaban en mi cabeza - sonaba tan delicada, y me temblaron las manos al imaginarme qué pensaría ella al ver la engendra pelotuda que tenía como hija. Le gustaba Virginia Woolf y yo nunca la he leído y entonces pensé que tendría que leerla para ser menos tarada y aprender a escribir como la gente de una buena vez. 30 de marzo The last moment of true perception y Virginia Woolf se hundió así, viva sólo a medias, entre las aguas que no eran cristalinas por donde flotabámos: el barro blanco, y el bote rojo. Cuando pasé por la costanera sufrí mucho. El Mapocho está tan enfermo. Santiago lo tiene tan, tan enfermo. Tengo muchas ganas de llorar. Y yo sangro por dentro sin control, mamá. 10 de abril Sebastián y yo somos muy distintos, pero me encanta: es luminoso y me hace reír. Hasta suple la cuota de garabatos que yo nunca he dicho en la vida. Nunca pensé que algún día terminaría enamorada del mino del curso. Yo soy... no soy. A veces siento que nadie me nota. Sebastián brilla tanto y me ha escogido a mí. Es mi propio y post-moderno príncipe azul. ¡Ahora sé de dónde saqué lo pelotuda! Si el Seba es el rey de los pelotudos, y yo creo que no te entendía para nada. Tal vez te habrías asustado de la hija tan bestia que te salió, mamá, pero yo también podría haberte hecho reír. Me parezco tanto a Sebastián y los dos estaríamos enamorados de ti. 30 de diciembre Tengo pesadillas con Sebastián y con la pequeña Magdalena que recién vive fuera de mí. Tengo el corazón roto. Tengo pesadillas con Sebastián. El logrará sus sueños y yo no iré a la Universidad. El se ve tan reconstruido. El ganó, y yo perdí. 5 de enero Son puras mentiras cuando dicen que quieren ayudarlo. Ellos no lo aman como yo. Ellos no entienden la agonía... el río está brilla lloro y Sebastián está tan feliz y yo no puedo levantarme y el río nunca más será cristalino y no brillará nunca más. Quiero ser una con el Mapocho entregarme, salvarlo. Salvarnos. Tengo la intelección cortada y el lenguaje desarticulado. Mis sentidos en estado líquido me ahogan y me desgarran desde adentro, y yo, yo no puedo creerlo. Mis manos tiemblan y el teclado está borroso. Sebastián es un hijo de puta. Es un hijo de puta. 7 de enero Ya lo he decidido. Ellos no entienden, no le calza, que yo nunca tuve opción: yo no escogí el camino. El secretum iter me escogió a mí, como en la mística. Es más fácil vivir sin la tensión emotiva nunca enfriada, esa que me habría calentado las vértebras y atado las manos, si yo hubiese sido más sensata. Aún tengo miedo, pero tengo la inevitabilidad de mi lado. Esta noche, caminaré directo a nuestro encuentro. A hundirme en ti, en el último momento de verdadera percepción. Magdalena, perdóname. Se ha ido toda la claridad. Me levanté de la silla como un cyborg herido. Me desintegraba con cada pulsación; las rodillas débiles y los dedos rígidos. Por dentro, las hemorragias y el dolor no me dejaban caminar bien. Estaba quebrada, y mi cráneo era una caja de resonancia, escuchando las palabras de mi mamá, con la voz que nunca conocí. Me arrastré dejando un rastro de sangre por los pasillos hasta llegar a la pieza de Sebastián. Me sentía temblando entera, los labios, las manos, los ojos ardiendo. Con violencia, mi cerebro se sacudía con las imágenes -ella y su río cadáverque me recorrían la piel como vidrios rotos hasta mis pies. Ya no puedo ponerle más adjetivos al dolor crudo. Dolor crudo. Prendí la luz a golpes. Sentía las mejillas en ebullición cuando él abrió los ojos, y me miró muerto de sueño. Eres un maricón, le dije con una voz que no reconocí. ¿Y a ti que te pasa, enana del infierno?, me preguntó, incorporándose. Me miró y sé que pudo atravesarme, porque vi que el miedo frío le contrajo las puplias. ¡Que eres un puto, cabrón! ¡Que me faltan palabras para decirte el asco que me das, la mierda!, chillé, sin dejar salir las lágrimas que me quemaban como proyectiles. ¡Pero Mane, por la cresta, deja de insultarme y háblame!, dijo, acercándose con cuidado como si yo fuera una babosa radioactiva. Encontré el blog de mi mamá, le dije. Mi voz salió suave entre mis propias sombras. Tú la dejaste. Tú eras el mino rico que pateó a la nerd que embarazó. Jamás leíste su libro favorito. La dejaste sola. La empujaste al río, dije, y se me contrajeron las manos. ¡Ella se mató por culpa tuya, mentiroso! Sebastián estaba pálido cuando me agarró de la cintura y me pidió perdón al oído y yo no pude moverme porque me sentía fragmentada, de a pedazos. Estaba desintegrándome. Quiero ir a su tumba, le dije por lo bajo. Hace años que no me llevas. Dime que no me odias, respondió. Quiero ir a su tumba, dije. Su cuerpo no está en la tumba, confesó, con los labios pegados a mi cuello. Le temblaban las manos también. Nunca la encontraron. Nunca sacaron el cuerpo del río. La idea del cadáver de mi madre, descompuesto en esa baba transmortal en que se ha convertido el Mapocho, hizo que yo cayera de rodillas, con los órganos descontrolados. El se arrodilló frente a mí, y el asco y el miedo y el ruido del río pudieron más que mi rabia. Me voy a la casa de tu mamá, balbuceé. No quiero dormir aquí. Sebastián no me detuvo cuando salí. Tienes que haber tenido un problema bien grande con mi hijo para que vinieras a dormir aquí, me dijo la hija de puta de mi abuela cuando me hizo pasar. Sí, respondí. Esta vieja mal cogida se divierte inventando nuevas formas de hincharme los ovarios, la muy. - Te ofrecería una medialuna, pero no queremos que te engorde más esa colita que tienes, nena. Hija de puta, por qué no te metes una jeringa con botox por esa colita que tienes mejor. - No quiero comer, gracias... - ... a Dios. Me dolía el pecho y no quise responder. Le pregunté con los ojos vidriosos si podía dormir en algún lado. En el living, respondió, seca. La vieja estaba esperando a que yo le respondiera con alguna boludez para superarme, pero yo estaba descompuesta y cansada y sentía el esófago en llamas. Ten cuidado por acá, me dijo. Estoy remodelando y los trabajadores aquí me dejaron todo desordenado. Hacía un frío de mierda y estaba oscuro. Había polvo en el aire, y me señaló el sillón color mostaza más horrendo que encontró. Cuando caminaba me tropecé con una cosa oscura y pesada que estaba en el piso, y si no hubiese sido por el sillón, me descresto y le doy el espectáculo que le arreglaría el día a la malparida. ¡Cuidado con el soplete, niña!, dijo, mientras yo me recostaba. Quise llorar, pero aguanté. Ella se dio media vuelta, y se alejó alegando por el desorden que habían dejado los pintorescos obreros que se le había ocurrido contratar. Su imagen se me introducía entre las vértebras y yo temblaba contra mi voluntad. Traté de dormir, pero cerraba los ojos y sólo veía una figura borrosa siendo devorada por la baba radioactiva, por el flujo asqueroso de un río agotado. Mi madre estaba en descomposición en esas aguas intoxicadas. Busqué una medialuna y me la guardé en el bolsillo, para luego volver a acostarme, sólo por tener la ilusión de tener algo en que pensar. Me sentía ebria y encogida, mientras la televisión se escuchaba desde la pieza de mi abuela. Las noticias de trasnoche. - ... el diputado de oposición Rodrigo Mundaca señaló esta tarde en el congreso que encuentra inaceptable la muerte de siete animales debido al desborde del río Mapocho...Después de eso entré en un estado nebuloso. Sé que escuché algo de unos perros muertos, y me derrumbé. Comencé a incendiarme, y mi conciencia salvaje se desbocó más allá de todo mi control. El río contenía entre sus fibras todo mi dolor y se arrastraba por Santiago con el cadáver de mi madre y el cadáver de los perros y se llevaba consigo la vida y ella estaba desintegrándose en esa tragedia injusta llena de mierda y detergente. Me levanté y se me hincharon los pulmones, dí un par de pasos torpes y mis lágrimas cayeron sobre el soplete. El soplete. Llena de dolor, salí corriendo. Llevaba el soplete entre los brazos y lo sentí tibio, como si llevara conmigo un cachorrito. El fuego está en el Espíritu Santo, dijo la aceituna metaespiritual en el funeral de la mañana y escuché en mi cabeza a Mateo hablándome palabras que me inundaban de sentido: «Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego» y supe, supe y entendí que el fuego era la única catarsis. Las llamas penetrarían entre las fibras, como miles de serpientes salvajes. Un niñito sin hogar vagaba entre la niebla que estaba atada al río. Toda la adrenalina no me hacía sentir frío, pero era obvio que la noche había caído pesadísima y él tenía que haberse estado congelando. Oye, lo llamé. Ven. Toma. Saqué la medialuna de mi bolsillo y se la entregué. Me miró con ojos de ciervo. ¿Y esta wea?, preguntó. Es una medialuna. Es dulce, le dije. Soy diabético, respondió. Y no quiero tu mierda, maraca culia. - ¿Qué? - Que te metas tu medialuna por la raja, weona fea. El liliputiense tiró el dulce al río, con rabia. -¡Te pasaste de boludo pendejo hijo de...! Me interrumpió el ruido de la medialuna hundiéndose en la viscosidad. Corrí hacia las barras de contención y ví la masa hirviendo entre la basura líquida. El chico ya se había ido y yo no podía despegar los ojos del agua, hasta que decidí bajar. Me deslicé hacia la ribera por las paredes de cemento, y el olor y la neblina dejaron de importarme. La cercanía del río me inquietaba de las formas más profundas posibles y en mis oídos zumbaba un vacío ruidoso. No habían lágrimas, sólo dolor seco. Mis zapatillas demasiado gastadas se mojaron y me dolían los pulmones y las muñecas y la espalda. 6 de enero Temo por el Mapocho y su poesía. Temo que la tragedia se repita. [edit] Incendios y problemas ambientales. Incendios plagaron el Cuyahoga a comienzos de 1936 cuando una chispa proveniente de un soplete encendió los residuos oleosos que flotaban en la superficie. El río se incendió varias veces más antes de que el 22 de Junio de 1969, uno de los incendios capturara la atención de la revista Time, que descrbió el Cuyahoga como el río que "destila más que fluye", y en el que una persona "no se ahoga, sino que se descompone". posted by Carolina Mi mamá no se ahogó, mi mamá se desintegró y aún el río no la suelta, me repetía, como un mantra. La filosofía del fuego -el espíritu santo vive en el fuego- hacía que mi cuerpo se moviera con determinación extraterrestre. Con cuidado (las manos ya no me temblaban), encendí la llama y apunté. Uno, dos, tres. Las llamas se revolvieron en el agua oleaginosa, y terminé sumergiendo el soplete en el Mapocho, hasta que se hundió, aún encendido. Me envolvió el silencio y vi las ondas lascivas del aceite agitándose en cámara lenta, estallando de a poco. Las llamas se levantaron entre las ondas plásticas y todo se iluminó. El fuego se expandía como serpiente, como el reptil que vendría a salvarlos a todos. La aguas comenzaron a rugir como si les doliera y las flamas rojas y azules eran hermosas, se levantaban hacia el cielo con intenciones estelares y el humo violeta era sólo otra de las exhalaciones sagradas. Mis lágrimas caían al río y también se incendiaban en un ritual íntimo y enorme y había tanta luz. Escuché el burbujeo fúnebre y potente en que el río se vaporizaba, hirviendo, y el fuego se expandió como un orgasmo por el tracto dorsal del Mapocho. Ví la claridad inflamada, detonando en el horizonte. Justo ahí fue cuando sonaron las sirenas. La catarsis única y final del fuego blanco limpiaría todo: a ella, al río, a Santiago entero, y tal vez... tal vez, incluso a mí. Esta es la máscara redonda de la tragedia. Es tu final operático: justo el que buscabas, mamá. Trepé hacia arriba por el cemento, aún con el silencio en la cabeza. Me dirigí al puente Pío Nono y estaba todo tan solo. Sin degenerados leguleyos. Sin el Sebastián hijo de puta e introspectivo que se reflejaba en los cristales. Hacía calor pero qué importaba el calor y la noche y las emanaciones tóxicas que se levantaban, enredadas, desde el río luminoso. Me recosté contra el vidrio y prendí mi ÑuPod. Simon and Garfunkel. Like a bridge over troubled water I will ease your mind. El puente sobre el fuego turbulento me hizo llorar, y lloré, entumecida y rota, mirando las luces y los bomberos y las ambulancias que no entendían nada. El vapor era cristalino y hermoso. El tiempo estaba tan quebrado como yo, y mis engranajes y mis intermitencias se confundieron hasta vaciarme, como un espejo. Hacía calor y tenía la piel húmeda. Mi intelección estaba como pegajosa. Mielina. Qué calor hacía. -¡Magdalena! Era su voz. Se acercó a mí. Estaba preocupado y yo pensaba borroso. Mierda, balbuceé. Me tomó en brazos y le agradecí en silencio. Me dolía todo el cuerpo, cada articulación, y mi cerebro tarado me luchaba y me odiaba porque estábamos desconectados. La nebulosa estelar se alejaba y ví la medialuna de la hija de puta de mi abuela en ebullición. El aire fresco me dio en la cara y empecé a deshacerme en suspiros. Estaba abierta, vulnerable, y entendí que Sebastián siempre estaría dispuesto a venir a buscarme. Siempre estuvo dispuesto. Siempre ha estado. Es mucho más difícil matar un fantasma que una realidad, dijo sin mirarme. Tu mamá es una hija de puta, susurré, agotada. Apoyé el oído izquierdo y escuché su corazón que corría como desaforado. Involuntariamente, quise sentir sus vibraciones con la mano. - Vámonos a la casa, papá. El río iluminaba los Andes. Estaban rosados, primaverales. Mi madre se elevaría pura, sobre la cordillera, sobre Sebastián y sobre mí y sobre todo el fuego turbulento.