EL PLACER DE ESTUDIAR Diez modos para comprender, ayudar y motivar a los hijos La verdad es sencilla e implacable: si un muchacho va disgustado a la escuela y la vive como una especie de condena a trabajos forzados, hay algo que no está bien en él o en sus padres o en la institución escolar. O en los tres. Para el ser humano, aprender equivale a vivir: es una ocupación gozosa y entusiasmante. Significa adueñase de las llaves de la realidad, crecer, ampliar los horizontes. Como respuesta a una necesidad real, debería procurar una real satisfacción. Y, sin embargo, es una actividad que goza de mala reputación. “¡No quiero estudiar más!”. Para cuántos muchachos este grito de batalla significa una batalla perdida; una serie de magnificas posibilidades malgastadas; horas desperdiciadas: la parte más hermosa de la vida ahogada en el aburrimiento. Sin embargo, el desafío, la apuesta está toda allí: llegar a hacer pasar a los niños y a los adolescentes de la posición de quien se siente sometido a un castigo injusto al alegre descubrimiento que la vida es un juego. No sentir gusto ni placer en aprender es una especie de delito: cuántas inteligencias maravillosas se echan a perder. Muchos confunden el placer de aprender con el placer de saber: no es lo mismo. No basta poseer alas: hay que aprender a volar. El obstáculo que más frena está en la mente de los adultos. La familia no es inocente. El placer de aprender depende de la calidad de la transmisión de estímulos intelectuales y creativos desde los primeros años. Escuela y familia se están dejando suplantar por un conjunto caótico de impulsos electrónicos, televisivos y ambientales consumidos automáticamente y que sólo crean confusión. Un niño no puede tener ganas de leer, si sus padres encienden la televisión apenas regresan del trabajo. La mejor preparación para un buen año escolar es una verdadera y profunda motivación. Pero no se motiva a nadie con prédicas, amenazas, extorsiones afectivas, castigos o intentos de corrupción. Un verdadero educador debe tener presentes estas diez “claves de éxito”: La vida debe ser presentada como un don del que somos responsables. Es el primer gran regalo del cristianismo: no se puede vivir como necios. Es importantísimo recuperar el significado del término ‘vocación’, que se transforma en conciencia de la propia originalidad, y en el gozoso descubrimiento de aptitudes y capacidades. Por esto, cada niño debe sentirse “único”; y por esto es necesario cuidase de hacer comparaciones o ponerlo en competencia con otros o herir su amor propio. No olvidemos nunca que los pequeños tienen necesidad de ser atendidos, considerados, rodeados de seguridad afectiva y de palabras que los ayuden a sentirse plenamente partícipes de la dignidad humana, común a todos. • El descubrimiento de ser una persona única, con cualidades originales, lleva a una convicción: cada uno de nosotros tiene una tarea, una misión que es toda suya, que está llamado a descubrir y cultivar. • Ayudar a los muchachos a tener una “visión” del futuro, a imaginarse una meta y a darse cuenta de que las horas de colegio son como escalones, que permiten alcanzar los propios sueños. • Debe existir una coherencia entre el universo de la familia y el de la escuela, para que las materias escolares no parezcan demasiado abstractas y lejanas de la realidad. Hay que lograr que comprendan cuánto “sirven”. Y es sumamente importante evitar comentarios negativos sobre la escuela y sobre los docentes. Ya nos dan bastante que pensar los medios de comunicación, al divulgar la imagen de una escuela desorientada, y proporcionando así, a estudiantes y familias, coartadas para evadir el compromiso y la responsabilidad de aprender. Saber claramente que las dificultades escolares generan sufrimiento en los muchachos. Se sienten rechazados por el sistema, mortificados en las comparaciones con sus compañeros, humillados por la desilusión de sus padres. Hay que intervenir con decisión para superar los puntos débiles: darse cuenta inmediatamente de los problemas de concentración y comprensión, de las dificultades para seguir el ritmo de los compañeros y de los docentes. La motivación es contagiosa. Docentes y padres apasionados trasmiten pasión, entusiasmo y curiosidad por descubrir cosas nuevas e interesarse por ellas. Crear situaciones motivadoras: novedad, que supere la rutina; posibilidad de elegir; suscitar preguntas, en vez de proponer sólo respuestas; alguna realización concreta, aunque sea pequeña, pero personal y adecuada a la edad. Debemos enfrentar, además, otro problema espinoso. Con frecuencia preocupante, los hijos preguntan a sus padres y los alumnos a sus docentes para qué sirve estudiar ciertas materias. Y nosotros, a menudo, no sabemos qué responder, porque es seguramente verdad que la vida continúa, aún cuando yo no conozca a fondo el teorema de Pitágoras o quién era Robespierre. Miles de personas de anteriores generaciones han convivido con la ignorancia, y esto necesariamente no las ha hecho más infelices. El problema es otro: estudiar puede no servir para mucho, pero puede valer mucho. Es uno de los modos — no el único, pero seguramente uno de los más importantes — para satisfacer la exigencia humana de dar sentido a la propia realidad ordinaria. Eres aquello que sabes, pero sobre todo es importante que tú sepas aquello que eres. Dar la fuerza necesaria para no desanimarse. Los períodos escolares son largos y al muchacho le parecen interminables. Es necesario hablar con honestidad: el fin de la escuela no es conseguir un titulo para obtener un puesto de trabajo, sino la oportunidad de adueñarse del saber y de los instrumentos para llegar a ser adultos. Igual que una planta, que tiene necesidad de agua, de tierra y de sol para crecer y producir frutos. También la paciencia es una virtud que se debe enseñar, porque permite poner bases que resistirán el paso del tiempo. Es indispensable transmitir el gusto del esfuerzo, que no es innato: se aprende. Cada aprendizaje necesita esfuerzo y aplicación. El niño comienza intentando grandes esfuerzos para caminar, hablar, mantenerse limpio. . . y ni siquiera se da cuenta del esfuerzo, porque su fatiga está acompañada por una satisfacción inmediata. En la escuela, la satisfacción está lejana en el tiempo. Los peor ubicados son los “principitos”, los “mimados”, los niños habituados a obtener siempre todo y a sentir la satisfacción inmediata de sus deseos: para ellos es casi imposible soportar el esfuerzo y el cansancio de la escuela. El placer de estudiar y el éxito escolar nacen y se construyen en una familia, en la que el conocimiento es un tesoro, sin el cual la vida corre el riesgo de perder su orientación fundamental. BRUNO FERRERO