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“Estrategias para abordar el narcisismo en la clínica frente a la ausencia de
subjetividad”
Leonardo Peskin
El título señala el camino a seguir cuando no disponemos del recurso de la
subjetividad, lo que implica no disponer del recurso del inconsciente en la medida
que el sujeto que atañe al psicoanálisis es el que se configura como sujeto del
inconsciente. Por lo tanto, en este encadenamiento, queda impedida la transferencia
como simbólica (Sujeto supuesto Saber o la trascripción preconsciente de contenidos
inconscientes de modo simbólico). Entonces se nos presentan los modos atípicos de
la transferencia o los modos más ligados al yo y al ello que al inconsciente, o sea, las
dimensiones narcisistas de la transferencia. Estos modos pueden ser transitorios,
como una claudicación o impotencia del inconsciente, o una imposibilidad más o
menos estable a partir de
la expulsión del inconsciente. En el primer caso
consideremos el hecho de que el inconsciente tiene estructuralmente un carácter
pulsatil y así opera tanto en el análisis como en la vida corriente. El segundo caso lo
vemos en los estados pasionales o algunos momentos donde no hay una alternativa
de subjetivizar un conflicto por múltiples causas. En relación a una ausencia más
radical de su disponibilidad puede deberse a una falta de inscripción, desmentida,
forclusión (o la holofrase) o estados de alienación donde se impide la operatoria de la
simbolización.
Toda división clasificatoria es un artefacto relativo, y la complejidad del ser
humano no es reducible a un diagnóstico estático. Los diagnósticos estructurales
rígidos, que guían esquemáticamente a algunos analistas, son un ejemplo de un modo
de impedimento para la expresión de la subjetividad. Esto abarca naturalmente a la
definición del orden de transferencia que está en juego en un análisis, si es neurótica,
o psicótica, o narcisista, etc. También el diagnóstico de la estructura clínica en juego
que da la cualidad a la transferencia, neurosis, perversión o psicosis. Algunas veces
los diagnósticos mal aplicados, cuando orientan inadecuadas intervenciones del
analista reciben, como contragolpe, reacciones desde el inconsciente, o, por vía de
acting out o pasajes al acto las narcisistas.
Así abrimos el territorio de la clínica de la acción y del acto, que no son la
misma cosa. En un intento de diferenciación descriptiva, podemos decir que la
acción supone un soporte fantasmático y se dirige en pos de un ideal aunque lo haga
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de un modo impreciso; como ejemplo podemos mencionar el acting out donde el
inconsciente sigue vigente, pero actuado. El acto, por su parte, implica el dominio
directo de la pulsión que puede o no tener como soporte al deseo y en caso que éste
no esté vigente supone lo impulsivo, el caso más claro sería el pasaje al acto. No
obstante, aclaremos que acciones y actos no son siempre indeseables, la vida es
actuar, el análisis mismo es un accionar y hay actos decididos que llevan a un logro.
Pero consideremos que no es lo mismo pensar, reflexionar, que actuar. También el
narcisismo se constituye en un accionar (nueva acción psíquica) y busca sostener su
integridad por vía de acciones y actos acosado por la perentoriedad pulsional que lo
rebalsa. La pulsión juega un papel preponderante en lo que llamamos narcisismo.
Que la operatoria simbólica del inconsciente de lugar al narcisismo o a la pulsión, no
implica su claudicación, lo más preocupante es cuando el inconciente queda
expulsado y se entroniza la pulsión guiada por el narcisismo.
Un eje a tener en cuenta es que el narcisismo sea cual sea el cuadro clínico
está operando y que no es algo “curable” en el sentido de su abolición, considerando
que de suceder, sería melacolizante.
Consideremos como aparece el concepto de narcisismo. Fue en medio de una
controversia en la que Freud tuvo que dar cuenta de hechos típicos de la psicosis (la
indiferencia frente a la realidad) y justificar formas sexuales “atípicas”, como
fundamento de cualquier patología, inclusive la psicosis. Esto lo llevó a crear un nuevo
concepto, lo llevó a un “nuevo acto”, introducir el narcisismo en el cuerpo teórico y, por
lo tanto, fue necesario rehacer las concepciones evolutivas en la conformación del
sujeto y del yo. Evidentemente Freud dio cuenta de una dimensión que resultó
ineludible, tomando las descripciones clínicas de Havelock Ellis y Paul Näcke,
estableció un pilar para comprender un gran número de cuestiones que, en el interjuego
con el resto de los conceptos, pueda dar cuenta de la clínica. Pero a partir de esta
nominación, “Narcisismo”, se entró en una ambigüedad que hoy nos hace difícil evaluar
frente a qué nos encontramos al utilizar el calificativo de narcisístico: ¿se trata de la
fortaleza de un tipo libidinal (a la manera de alguien no necesitado de estima y líder por
excelencia) o es una patología severa que podría ser inabordable por presentar una
imposibilidad transferencial (psiconeurosis narcisista)? La misma pregunta es aplicable
a la valoración narcisista del pene en el complejo de castración, el narcisismo en la
perversión, en especial en la homosexualidad, o el paso narcisístico en la sublimación,
,etc. que forman parte de una larga lista de repercusiones de este concepto, y que no
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permiten simplificarlo ni restringirlo. Siempre resurge la pregunta si tal o cual expresión
del narcisismo será tanática o trófica.
Así vemos las incidencias del narcisismo sobre la pulsión, que la conduce a
una consecuencia de repetición mortífera o, por el contrario, la transforme en una cierta
variación que permita la vida.
En cuanto a este y otros temas consideremos que, Lacan se inicia abordando la
psicosis y, uno de sus primeros intereses es dar cuenta del yo, entidad narcisista por
naturaleza, y que no tiene chance de salida de la dimensión imaginaria-especular sin la
asistencia del simbolismo, es decir el significante, que se plantea teóricamente como
Otro (con mayúscula) en su condición de representante de la dimensión Simbólica. Sin
el Otro no se podría alcanzar ni siquiera la forma mínima humana de yo y por ende de
narcisismo.
El narcisismo sería el reconocimiento fascinado en alguna de las formas de la
propia imagen coagulada, prematura y equivocadamente reconocida como el ser, lo
cual suscita ese profundo enamoramiento cuya contrapartida es la agresividad
narcisística, cara y seca de este yo (moi) lacaniano. Una escalada unificante que lleva a
lo uniano, el uno absoluto.
Este yo sólo se podría erigir por la incidencia del Otro, que lo orienta a través
del Ideal del yo para configurar el andamiaje del narcisismo. Así yo e Ideal del yo, tejen
la trama bajo el soporte del orden simbólico para afrontar el embate pulsional. El
estatuto del Otro, en este caso, aparece en Freud cuando escribe que el narcisismo se
sostiene en el de los padres y nos relata que la supervivencia del hijo depende de que
éste sea tomado como objeto de amor, “his majesty the baby”. Mientras que en la
neurosis estos hechos se prolongan en imagos y objetos de la fantasía (efectos del Otro),
en la psicosis son rechazados dando lugar a las psiconeurosis narcisistas, un narcisismo
sin la estabilización del Nombre del Padre y un yo megalómano o insignificante.
Esa forma mínima sin la cual no habría humanización recién entraría en el
desfiladero del complejo de Edipo, en la transformación y destinos de Narciso dentro de
los reconocimientos castratorios y mutilantes que Edipo hace antes de morir y que
Narciso no hace a pesar de morir. Quizás esa es la esencial contraposición entre Narciso
y Edipo, que orienta al narcisismo como diferente frente a las pulsiones. Su vinculación
con la muerte es inexorable en ambos, no obstante en un caso elude toda postergación y
transformación (Narciso) y en el segundo caso (Edipo) admite una subordinación y una
necesaria transformación previa a la muerte. Así es que la muerte puede llegar mucho
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más tarde y adquirir otro significado por dar paso al orden simbólico, la cultura, el padre
etc. Esto supone lo unario, el rasgo unario freudiano, una modalidad diferente del uno,
que implica el cero; se inscribe al sujeto en una serie de sucesiones.
No es casual que lo especular lacaniano ubique el mismo espejo que fascinó a
Narciso, y tampoco es casual que Narciso suponga que ese yo es otro, base teórica de
toda la concepción yoica en la obra de Lacan. Siguiendo esta línea, el hecho de que
Narciso encuentre la muerte al querer tomar ese otro, ubica lo que Lacan pone como
núcleo de constitución del yo, lo real, la muerte como nombre de lo real, o el objeto ‘a’
como otro de los nombres de lo real. Esta unión que va adquiriendo relevancia a lo largo
de la obra de Lacan, ya plantea desde el inicio que si allí no interviene un tercero la
envoltura imaginaria “pura” es lo más cercano a lo real, pulsión de muerte expresado de
un modo redundante, ya que en este mismo sentido la pulsión nunca dejaría de ser de
muerte. Y lo que de vida se plantea es lo que hace que el acercamiento a la descarga
plena (goce) sea por un rodeo, por algún tratamiento atenuante, Nombre del Padre,
anudamiento entre los tres registros.
En definitiva, yo diría que al imaginario narcisístico, que envuelve lo real
pulsional, se agregue lo simbólico, todo esto con un cierto anudamiento que logre
alguna estabilidad.
Aquí considero oportuno para ilustrar el tema reproducir un párrafo de un
discurso de Lacan en 19671: “Así funciona el i(a) con el que se imaginan el yo y su
narcisismo al hacer el hábito a ese objeto ‘a’ que hace la miseria del sujeto. Esto
porque el objeto ‘a’, causa del deseo, por estar a merced del Otro, angustia pues en
ocasiones, se disfraza contrafóbicamente con la autonomía del yo, como lo hace el
cangrejo con cualquier caparazón”.
Queda aquí en claro que en el narcisismo se reúnen los tres registros intentando
resolver el objeto pulsional que siempre se encontrará con soluciones “prestadas” como
ese caparazón, aludiendo a cangrejos que toman como caparazón cualquier caracol
vacío.
El narcisismo es tan propiamente humano que no se podrían concebir actos o
formaciones inconscientes que se puedan desligar de él, sí se pueden estudiar las
transformaciones y los destinos del narcisismo tal como lo hace Freud al observar las
elecciones de objeto, los destinos sociales por vía del Ideal del yo o la recuperación
narcisista que implica la paternidad o la maternidad con la plenitud de cuota de muerte
que el hijo trae. Recordemos que cuando Freud menciona esto lo hace en tanto y en
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cuanto el hijo se configura para el padre, como doble mensajero de la muerte. Esto lo
horrorizó a Layo e intentó “narcisísticamente” anticiparse, matando a quien venía a
matarlo, pero simplemente no pudo evitarlo. Recordemos que Layo, de todas maneras,
muere antes que Edipo. El determinismo simbólico oracular no se detuvo por una
voluntad narcisista. Sin embargo si algo se satisfizo en esa historia es el narcisismo,
nadie dejó de acceder a los máximos goces mostrando el narcisismo su sesgo tanático
cuando pretende imponerse al determinismo del Otro simbólico. El inconveniente que
hubo es que planteado de esa forma no operaron atenuantes y la única esperanza es que
esto “vacune” al espectador contra esos goces y a la vez lo deleite al ver que alguno se
atreve a gozar despreocupándose de los costos simbólicos. Todos parecemos seguir con
mucho interés esas excepciones, de los figurones de turno, no sea cosa que se pueda
acceder al goce sin límite. Algunos simulan poder hacerlo. No obstante, en Edipo, los
carriles simbólicos son interpuestos al goce directo, justamente, a medida que Edipo,
hace su complejo de Edipo.
Todo esto nos sitúa en el meollo del tema: el narcisismo es muy cercano a la
muerte, pero si se resuelve teniendo en cuenta los límites castratorios (interdicción del
incesto y posición sexuada del sujeto), pasa a ser junto a la pulsión el motor de la
sublimación y de nuevas creaciones aceptables y vitales. El problema es que no hay
fórmulas sino soluciones individuales y sólo “uno por uno“, cada quien, encuentra una
salida muy vinculada a la creación y a la posición del sujeto, efecto del anudamiento
siempre de los tres registros.
A modo de recapitulación y opinión, el narcisismo es el núcleo de humanización
ineludible, el yo en su origen es tomado en lugar de los objetos del ello y en tanto es
aceptado como sustitución ficticia, y que se ofrece a ser amado por la pulsión en lugar
de un objeto que de todas maneras era imposible, vinculable al objeto de la necesidad de
la primera tópica. Esta es la comedia de enredos para resolver lo que será en definitiva
el motor de cualquier acto psíquico, el deseo, pero el deseo tendrá entrada como forma
simbólica para ir configurando identidades de pensamiento inconsciente, camino de
salida de la trampa inicial, es decir que si entre el yo y el ello no se instala un sujeto del
deseo y el significante, triunfa la deriva tanática (un goce a secas). En esta línea la vida
se presenta como oposición o dilación del retorno de lo real y adquirirá mayor o menor
calidad de vida, como se la llama hoy día, según que se logre independizar de la
repetición, que es el modo más burdo que encuentra el significante para disuadir a la
pulsión, y que se avenga a dar una vuelta antes de volver a incidir sobre el sujeto.
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El narcisismo es punto de partida de este largo ovillo teórico y establece una
primera dificultad, es la primera forma de repetición, de mismidad y es para no
reconocer (desconocer) lo real que lo determina, es la huida de la muerte pero es la
única chance de comenzar un rodeo que lleva a la muerte por un camino más largo,
concepto de vida freudiano y cultural. En definitiva estamos entre dos muros: uno el que
se establece como límite o borde conceptual a nuestra teoría psicoanalítica sobre el yo y
el sujeto, y el otro muro uno que atañe a los humanos en tanto han de fijar un tope al
goce, es en este segundo muro donde deben escribir su letra, soporte de fantasmas
síntomas y sublimación, que exprese lo excluido por el muro con las marcas propias de
ese individuo. En esta línea el narcisismo es el único camino de acceso a la realidad,
aunque el principio de realidad lucha por reducir u orientar las tendencias del placer y
del goce que se asoma disfrazado detrás de cualquier pretensión de placer.
Abordar este tema en la clínica nos pone frente al obstáculo más precoz, la
resistencia yoica, y el obstáculo último determinante de los modos más severos de
resistencia, la inercia narcisista, que expresa las formas insuperables de dificultad de
sostener la transferencia. Decir que la reacción terapéutica negativa expresa los
problemas para superar obstáculos narcisistas es válido. Ver en esos casos la incidencia
de la pulsión de muerte como protagonista sea por vía de los aportes del ello,
(compulsión a la repetición) o por vía del superyo (culpa inconsciente) supone haber
comprendido que el narcisismo está en juego en todos los niveles, con expresiones
preconscientes e inconscientes, sea en actos, síntomas, inhibiciones o formaciones del
carácter. Pero cabría la crítica de justificar en cada caso cómo ubicamos el narcisismo,
qué concepción manejamos y cómo se implicó, todo esto tendería a romper ese valor
despectivo cuando calificamos una dificultad clínica como “es muy narcisista”, para
plantear lo inmodificable, de hecho el que algo sea muy narcisista no define si es a favor
o en contra de la dirección de la cura. Por eso cuando de narcisismo se trata, más que
nunca hay que definir de qué modo se articula para obstaculizar o ser condición
ineludible del avance del análisis. La transferencia positiva sublimada, condición misma
del análisis tiene componentes narcisistas, por ejemplo aspectos homosexuales
sublimados o fijaciones de las llamadas pregenitales, que suelen ser condición de la
paciencia infinita que supone un tratamiento analítico, en el cual todo se pone en
suspenso, en el mejor de los casos, detrás de una oreja curiosa de escuchar la próxima
interpretación, sea por goce auditivo o por satisfacer la más arcaica curiosidad. En el
caso que las cosas marchen esto reditúa en lo que sería el avance del análisis, siempre y
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cuando no nos tentemos como analistas neuróticos a tomar esos hilos “narcisistas” para
otros fines, como puede ser nuestro propio narcisismo. Y dejo sin abordar el tema de los
analistas y su narcisismo.
Queda claro que si bien hay una serie llamada de clínica de borde (anorexia,
adicción, psicosomática, actos delictivos, etc.) donde la maniobra con el narcisismo es
la única alternativa de abordaje, en todos los casos clínicos sea en algunos momentos o
a lo largo de todo el análisis, es necesario considerar el narcisismo como precondición
para el manejo clínico. Y para conjurar momentos de dificultad, es una rienda
estratégica cuando el recurso de la simbolización está ausente. El narcisismo y su
dinámica marcan el destino de la cura y, cuando por razones regresivas o pasionales es
lo único disponible, cae la demanda de análisis y la posibilidad de basarnos en la
transferencia simbólica en la dirección de la cura y surgen la reglas de las demandas
narcisistas que tienen perentoriedad, tendencia a la acción y al acto, búsquedas
pasionales de lo absoluto, etc. Es en esos modos tormentosos donde aquel que aborde
estos cuadros debe trabajar con esa única rienda. Estos casos tienden a ser prevalentes
en nuestros días, por razones de cambios culturales que enfatizan la ausencia de
represión sustituyéndola por la alienación en el orden de los sistemas globalizantes de
turno.
1
Discurso a la Escuela freudiana de Paris, 1967. Autres écris. Seuil, Paris, pagina 261, traducción libre
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