“NIETZSCHE Y FREUD: MÁSCARA Y FANTASMA”

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“NIETZSCHE Y FREUD: MÁSCARA Y FANTASMA”
José E. Kameniecki
A casi cinco años para el final del siglo, el mundo anunciado por estos dos “grandes maestros
de la sospecha” se torna comprensible. Nietzsche, anunciando el nihilismo; Freud, “el provenir de
una ilusión”. Ambos escribieron para las generaciones futuras al advertir -no sin resignación- que lo
que tenían para decir iba a ser rechazado por sus contemporáneos. Los dos, lectores de
Lichtemberg -un hombre de ciencia que denunciaba el afán de verdad como enemigo del
pensamiento- fueron los únicos que tomaron en serio al pedido expresado en “Aforismos”: el
advenimiento de un psicólogo despierto que pusiera en orden las cosas.
A partir de 1945 se lo pudo resarcir a Nietzsche del trato espurio que le dieran los nazis,
convertido, a través de las falsificaciones que la hermana hizo en su obra, en filósofo oficial del
Nacional Socialismo; algo absurdo para alguien que se había declarado enemigo de los
antisemitas y, sobre todo antialemán. En 1938, luego de complicadas gestiones diplomáticas,
Freud pudo abandonar su patria para exiliarse en Inglaterra (donde moriría meses después); en
Austria y en Alemania se quemaron sus libros y se condenó al psicoanálisis, calificándolo como
“ciencia semita”. Nietzsche y Freud, cada uno a su manera, fueron víctimas del régimen de Hitler.
La “filosofía del martillo” fue considerada como peligrosa para la cultura occidental, como más
tarde lo sería el psicoanálisis. Pero ¿en qué fundamentaban tal peligro?, en que denunciaron a la
moral de occidente como responsable de los “males” del mundo; de falta de libertad, la censura,
las nuevas formas de esclavitud y la miseria espiritual. Al mismo tiempo, pusieron al
descubrimiento que dicha moral se fundaba en la “voluntad de dominio”, para uno; y en la
“represión de las pulsiones vitales”, para el otro. Así, ambos afirmadores de la vida, se vieron
expuestos a la burla, a la infamia, a la incomprensión.
Tanto Nietzsche como Freud escudriñaron en la máscara de las apariencias; de sus obras
maduras se desprende que sólo vislumbraron “máscaras”; sus verdades eran tan leves como las
del arte. Se erigieron en la primacía de la diferencia, diferencia que tiene que ver con la vida, con la
creación; con una vida que es guerra, conflicto. A partir del análisis de la sexualidad, uno, y de la
oposición a la “moral de rebaño”, el otro, tal vez intuyendo la barbarie fascista y sus
consecuencias.
Una correlación entre estos dos pensadores se hace necesaria para intentar desembozar la trama
que dio lugar al pensamiento contemporáneo y así constituirnos en sus esperados interlocutores;
correlación que implica coincidencias y divergencias, más aún porque sus discursos pertenecen a
diferentes saberes. Instintos y pulsiones; la necesidad de acudir a verbos impersonales -llover, tronar,
relampaguear- para expresar los actos más allá de la pesada subjetividad de su época (y de la nuestra).
Nociones tales como “consciencia”, “percepción”, “realidad”, “yo”, “sujeto”, “objeto”, “causa”, “efecto”,
quedarían sino abolidas, reducidas a meras sombras chinescas, espejo de la metafísica. El énfasis que
pusieron ambos en las afecciones y el hecho de la “enfermedad” como generadora de la creación
(contra una moral que pretende arrojar al mal fuera del mundo). Se trataba de una reivindicación de la
vida, del juego y de la “alegre sabiduría”, en un mundo gobernado por el error, más que por una falla,
error que llevaría al sufrimiento.
Mal interpretados sus discursos se creyó que propugnaban la liberación irrestricta de las fuerzas
instintivas; erróneamente calificados de irracionalistas, no se pudo advertir la propuesta de que un
mundo sin fundamento ni trascendencia, inestable y cambiante, impulsaba a algo superior.
Estos dos personajes fueron auténticos artistas que tras haber puesto de manifiesto las fisuras
de todo sistema, se opusieron a todo saber sistemático, a toda idea de centro. La crítica de la
Razón, o mejor aún “la comprensión de sus límites”, ha sido la llave que abrió los interrogantes de
nuestro tiempo.
MEDIODÍA EN WEIMAR
Weimar, la antigua capital de Turingia, el hogar de Goethe y de Lichtenberg, donde hoy se
yerguen sus casas convertidas en museos. Allí vivió Nietzsche, los dos últimos años de su vida
subsumido en la locura. Es el primer día de otoño de 1911 y hace apenas unas horas han
comenzado las ponencias en el III Congreso Internacional de Psicoanálisis. De seguro fue Freud
quien eligió este escenario ligado a sus “afinidades electivas”; sabemos que su decisión por
estudiar la carrera de medicina advino luego de escuchar una conferencia sobre el ensayo “La
naturaleza” de Goethe [1], autor éste que cita permanentemente; años después obtendrá el
máximo galardón de la literatura alemana, el premio Goethe (única distinción que recibirá en su
larga y fecunda vida. Y ¡de literatura!). De Lichtenberg admiraba la agudeza e ingenio de sus
aforismos, ironías y chistes, y lo consideró un precursor del psicoanálisis. Nietzsche, como se verá
más adelante, fue para Freud una especie de espectro que lo acosaría en los momentos más
críticos de su existencia.
Dos hombres vestidos de gala caminan al mediodía hacia villa Silberblick. Se los ve tensos;
uno carraspea, el otro no deja de arreglarse el nudo de la corbata. El clima es benigno, ni fresco ni
caluroso, es uno de esos días en que nadie sabe cómo salir vestido. Los caminantes han sido
expresamente asignados por el profesor Sigmund Freud como emisarios de la Sociedad
Psicoanalítica. Una leve brisa que viene de las montañas que rodean al lago los despeina. Se trata
de E. Jones y H. Sachs, se dirigen a la villa donde tiene su sede la fundación Nietzsche-Archiv,
lugar frecuentado por curiosos de todo el mundo que vienen a rendirle homenaje al gran filósofo y
dónde se reúnen artistas, poetas, escritores y músicos de renombre. Que Freud haya designado a
estos dos discípulos expresa la confianza que les dispensa; sabe que se trata de una misión
delicada. Elisabeth Förster-Nietzsche, testataria de la obra de su hermano Friedrich, dueña
absoluta del Archivo por ella misma creado, detesta a los judíos.
Mientras el sol cae a plomo, los dos hombres se detienen ante el pórtico para intercambiar
impresiones. Qué respuesta pueden esperar de aquella mujer, es algo nada difícil de anticipar.
Pero, ¿quién es Frau Föster-Nietzsche?, ¿qué saben acerca de ella? Cada uno repasa
mentalmente los aspectos relevantes de la vida de la hermana de Friedrich Nietzsche mientras
aguardan ser atendidos.
Elisabeth es la única hermana de Nietzsche. Durante muchos años frecuentaron la mansión de
Triebschen, cuartel general por ese entonces de Richard Wagner, donde eran acogidos en la
intimidad de la familia. En aquella época conoció a E. Förster con quien contrajo matrimonio en
1883. El cuñado de Nietzsche, por quien el filósofo sentía fuerte antipatía, era un maestro
antisemita del círculo de admiradores de Wagner. Este personaje había participado en forma activa
en la campaña de 1881 en que se reunieron 250 mil firmas para un petitorio presentado a Bismarck
en el cual se solicitaba a éste que pusiera fin a la inmigración judía a Alemania. Poco tiempo
después de casarse la pareja emigró al Paraguay junto con un contingente de personas
seleccionadas por su presunta pureza racial aria, donde fundaron una colonia (Nueva Germania)
cuya meta era la regeneración racial de Alemania. La empresa terminó en un total fracaso
económico y su líder, E. Förster, se suicidó. Elisabeth volvió entonces a Europa y se instaló en
Weimar para dedicarse al cuidado de su hermano enfermo.
Jones y Sachs son recibidos por Elisabeth Föster-Nietzsche. El trato que les dispensaba la
mujer es frío, indiferente. Los embajadores se sienten incómodos y se produce silencio. Sachs,
armándose de coraje, toma la palabra, mientras que ella mantiene la mirada en un punto lejano.
Jones comentará tan pronto como se le comunicó acerca del congreso y “de las similitudes entre
las ideas de Freud y las de su ilustre hermano”. No está consignado lo que ella respondió, pero
sería esperable que se disgustara por las supuestas semejanzas. Recordemos que mucho más
tarde Hitler sería huésped de honor en el Archivo y que Elisabeth le obsequiaría un bastón que
perteneció al filósofo. Simpatizante del nacional-socialismo iba a lograr convencer a la jerarquía del
partido para que el pensamiento de su hermano se erigiera en la filosofía oficial del nazismo. Para
arribar a su meta se dedicará durante años a falsificar los escritos inéditos del pensador y así
convertirse en la “leyenda negra” de un Nietzsche precursor del nazismo.
La visita de los psicoanalistas dura apenas unos minutos. Elisabeth no corresponde al saludo
enviado por Freud y, tras excusarse, los invita a que se retiren. Una vez en la calle los hombres
mantienen silencio durante el regreso.
Aún hay otro detalle altamente significativo, un ingrediente fundamental para el tejido de esta
historia. En el Congreso de Weimar hace su entrada Lou Andreas Salomé, presentada a Freud por
el psicoanalista sueco Bjerre. Lou había mantenido un idilio por todos conocido con Nietzsche en
1882 y, en dos oportunidades, rechazó el pedido de matrimonio solicitado por el filósofo. Entre Lou
y Elisabeth existió desde el principio una relación tirante, mezcla de celos y rivalidad por la
posesión de Friedrich, que se manifestó como aborrecimiento mutuo. Ambas mujeres no se veían
desde entonces. ¿Sabría la hermana de Nietzsche que Lou se hallaba en la ciudad y nada menos
que junto a los judíos? Lou Salomé merece un estudio aparte, pero en lo que aquí respecta es
oportuno destacar el libro sobre Nietzsche escrito y editado por ella en 1894, adelantándose al de
Elisabeth en dos años (la hermana de Nietzsche publicó una obra en dos tomos, el primero en
1896 y el segundo en 1904, la biografía “oficial”). A partir de entonces, la “inteligenzzia” de la época
comenzó a utilizar términos nietzscheanos aunque sin una comprensión profunda de los mismos.
Esto se puede observar en algunos textos y cartas de Freud, ya sea valiéndose de un vocabulario
tomado de Nietzsche, o citando ideas del filósofo de manera deformada. Lo curioso es que Freud
negó rotundamente haber leído la obra de Nietzsche cuando sus discípulos lo acosaban
comparando las semejanzas entre las ideas y las temáticas de ambos. Esta comparación Freud
llegó a interpretarla como una acusación de plagio. En estas condiciones resulta aún más meritorio
el reconocimiento manifiesto hacia el autor del “Zarathustra”.
FREUD Y LA FILOSOFÍA
El joven Freud manifestó un interés creciente hacia la filosofía, pero a medida que logró
ganarse un lugar en el ámbito de la investigación científica se esforzó en disimular sus
inclinaciones íntimas. A través de las cartas que envió a sus allegados se puede rastrear la pasión
que sentía por el “pensamiento especulativo” (así llamaba Freud a la filosofía), mientras que en el
ambiente académico se mostró como ferviente seguidor del método de laboratorio. Habitado por
una constante lucha interior expresada en dos frentes de batalla -la intimidad y la vida pública- fue
forjando esa síntesis entre ambas posiciones en litigio que llamó psicoanálisis.
Durante el ciclo lectivo 1874-75 asistió a las conferencias del profesor F. Brentano en la
Universidad de Viena, cuando la materia de Filosofía había dejado de ser obligatoria para los
alumnos de la carrera de medicina, y una vez finalizado el ciclo se inscribió en un curso dictado por
el mismo docente sobre lógica aristotélica.
En la época de su servicio militar le fue encargada la traducción del tomo XII de las obras
completas del empirista inglés J. S. Mill, tarea a la que dedicó especial cuidado [2].
En una carta fechada el 16 de agosto de 1882, le escribe a Martha, su prometida: “La filosofía, a
la que siempre he considerado como el fin y el refugio de mi vejez, me atrae cada día más, tanto
como todos los demás asuntos juntos, y la causa a la que me pueda dedicar en el futuro” [3]. Y era
tal la importancia que había alcanzado en él la filosofía que redactó un breve tratado introductorio
sobre el tema para ella que tituló “A.B.C. filosófico”.
A continuación destacamos dos párrafos de sendas cartas a W. Fliess de 1896: “Veo como has
emprendido el largo rodeo a través de la medicina para materializar tu primer ideal -la comprensión
fisiológica del hombre-, tal como ya abrigo secretamente la esperanza de alcanzar, por la misma
vía, mi objetivo original, la filosofía” [4]. (Carta del 1 de enero). Y el 2 de abril: “En mi juventud no
conocí más anhelo que el del saber filosófico, anhelo que estoy a punto de realizar ahora, cuando
me dispongo a pasar de la medicina a la psicología. Llegué a ser terapeuta contra mi propia
voluntad” [5].
Pero hacia la época que escribía “La interpretación de los sueños” se produce un viraje:
aparece la desconfianza respecto a la filosofía: “Ni siquiera pude conocer a mi filósofo”, le escribe a
W. Fliess el 9 de diciembre de 1899, “aunque me suministró el más admirable material confirmador.
La inteligencia es siempre débil y para el filósofo es fácil transformar la resistencia interna en
contradicción lógica”.
La época psicoanalítica de Freud es de sospecha hacia todo lo relacionado con lo filosófico.
Aunque leía a Schopenhauer con avidez y hasta lo citaba a menudo, solía emitir comentarios
adversos hacia el “pensamiento especulativo”. Definía a los sistemas filosóficos como
racionalizaciones de procesos subyacentes mucho más profundos. En una de las reuniones de los
miércoles psicoanalíticos, anota O. Rank, el secretario de actas, que Freud admitió tener fuertes
tendencias hacia las especulaciones teóricas, a las cuales “tuve que reprimir despiadadamente”, y
agrega: “Freud habla de su relación singular con la filosofía, cuya naturaleza abstracta le es tan
antipática que finalmente ha renunciado a estudiarla”.
Lector ávido y curioso, se sintió atraído por la obra de Schopenhauer y se dedicó a estudiarlo
por su cuenta. Sospechamos que Freud -a pesar de haber renegado abiertamente de la filosofíajamás se resignó a abandonarla. Todo llevaría a pensar que su gran creación, el psicoanálisis, se
constituyó como una formación de compromiso entre sus dos amores: la filosofía y la ciencia.
Freud reconoció a Nietzsche haber sido el primer psicólogo; título con el que el filósofo gustaba
autodefinirse. Nietzsche y Freud llevaron a cabo la gran aventura sugerida por Lichtenberg cuando
preguntaba: “¿Cómo se habrá de llamar aquel psicólogo que sondee en los sueños del durmiente
en la locura de los internados en los manicomios, en las enfermedades afectivas cuyas causas
desaparecen en la autopsia?”. La repuesta aún sigue resonando [6].
Este artículo forma parte de una serie de trabajos relacionados con la vida y obra de Freud y
Nietzsche.
[1] El ensayo fue equivocadamente atribuido a Goethe en una conferencia pronunciada por el
profesor C. Brühl.
[2] Fue recomendado por F. Brentano a Th. Gomperz, quien tenía a cargo dicha traducción.
Nietzsche fue lector J.S. Mill por lo que se piensa pudo haber leído la versión de Freud, quien por
aquella época era un desconocido.
[3] Freud, S., Obras completas, Biblioteca Nueva, Madrid, 1975.
[4] Freud, S., op cit.
[5] Freud, S., op cit. Se refiere al profesor Th Gomprez de la Universidad de Viena y luego de la
de Los Angeles (EE.UU.) gracias a quien conoció la obra de Platón. Freud quedó impactado sobre
el tema de la reminiscencia. Más tarde, el profesor le señaló el mito del andrógino, que Freud
trataría en “Más allá del principio de placer”.
[6] Lichtenberg, G. Ch. , Aforismos y otros textos, Buenos Aires, Centro Editor de América
Latina, 1982.
Publicado en el Suplemento Profesional del Diario La Prensa, Buenos Aires, 5 de enero de
1995.
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