ABRAHAM, TOMÁS (ET. AL.); ROZENGARDT, DIEGO (COMPILADOR):  PENSAR CROMAÑON. DEBATES A LA ORILLA DE LA MUERTE JOVEN: ROCK, POLÍTICA Y DERECHOS 

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ABRAHAM, TOMÁS (ET. AL.); ROZENGARDT, DIEGO (COMPILADOR): PENSAR CROMAÑON. DEBATES A LA ORILLA DE LA MUERTE JOVEN: ROCK, POLÍTICA Y DERECHOS HUMANOS. 1º edición, Bueno Aires, el autor 2008. Reseña: Leila Vicentini “Después de Cromañon no somos mejores, no somos más cuidadosos, pero hay muchos que estamos más rotos. Eso puede comportar una virtud: rotos se pueden decir más verdades”. (Esteban Schmidt, periodista, pp.115) El 30 de diciembre de 2004, un incendio en el boliche porteño República Cromañon –propiedad del empresario y artista under Omar Chabán‐ mató a 197 jóvenes que fueron a escuchar a su banda de rock favorita: Callejeros. Este hecho generó innumerables lecturas y posicionamientos individuales, colectivos e institucionales que se plasman en este libro a modo de reflexiones urgentes sobre las muertes jóvenes, sobre las responsabilidades adultas y sobre el valor de la vida en sociedades excluyentes y precarias como la nuestra. Pensar Cromañon es un libro que nace a partir de una serie de encuentros y charlas debate realizadas en el Hotel Bauen de Capital Federal durante los meses de junio y septiembre de 2007, que nos invita a reflexionar y problematizar Cromañon como hecho y como movimiento, la justicia, los derechos humanos, los jóvenes y sus expresiones artísticas, los modos de convivencia entre la sociedad civil, la política, el Estado y los medios de comunicación en la Argentina. El primer capítulo Qué pasó en Cromañon reúne reflexiones en torno a la crisis de autoridad del mundo adulto y sus instituciones, la corrupción y la impunidad de un Estado donde opera un sistema trucho cuya tarea es gestionar la existencia de manera precaria: la Máquina Cromañon es una máquina de producir desencuentros, que fabrica silencio impunidad y muerte. Pero también tiene que ver con la ciudad ilegal y con los modos de gobernar que ponen a funcionar en un mismo combo la inseguridad, la corrupción y el microfascismo que encubren a los responsables, casualmente, especialistas en el oficio de mentir. La coincidencia es categórica: el primer responsable es el gobierno “progresista” de Aníbal Ibarra. Lo que ocurrió en Cromañon tienen que ver con el problema de las responsabilidades donde prima el criterio economicista con referencia a la seguridad. Se consideran la responsabilidad directa del Jefe de Gobierno porteño Aníbal Ibarra que eliminó las inspecciones de los boliches bailables y estableció una autorregulación que dejó en manos de los dueños de los boliches, las luchas de jurisdicción sobre habilitación y clausuras, y la privatización de la cultura donde el rock se ha perdido con tanta mercantilización. Se reconoce la responsabilidad empresaria de Chabán, la de Callejeros, la responsabilidad personal y la responsabilidad política en el uso de la victimización y en el juicio de la destitución que fue utilizado de manera tal que posibilitó la victimización. Cromañon es un crimen generacional, la punta del iceberg que corresponde a la metáfora de la situación de los jóvenes en nuestro país y en el mundo con episodios que suponen la necesidad que tiene el sistema neoliberal de que los jóvenes sean exterminados, aniquilados, incinerados y abolidos, porque constituyen una clase peligrosa, sobre todo si son desocupados, si son marginales, si no tienen trabajo y si son desertores escolares. Cromañon nos pasó a todos, pero no todos somos culpables de lo que ocurrió en Cromañon. Hay una responsabilidad social. Pero también hay una capitalización de los medios de comunicación de masas, que reforzaron ciertos estereotipos sobre el amor maternal y la satanización de los jóvenes que instaló en el imaginario social la idea que con medidas represoras, manos y leyes duras, se resolvería este problema. En Cromañon se violaron los derechos humanos y de la vida de los jóvenes a participar en la vida cultural del país, de la que sin duda, forma parte el rock. Se presenta aquí la existencia de una falsa ecuación que identifica, excluyentemente, violación de los derechos humanos con dictadura, y que es una razón por la cual la masacre de Cromañon no es asumida socialmente como violación de estos derechos. Hay otros derechos humanos, hay otras luchas por el esclarecimiento, el juicio y el castigo: los casos de gatillo fácil, el atentado en la AMIA, la explosión en Río Tercero, las muertes de Kosteky y Santillán, la masacre del 19 y 20 de diciembre de 2001. Este capítulo apuntala una lectura sobre el poder y la dominación de la cultura represiva, proponiendo pensar la masacre de Cromañon como un acontecimiento que modifica el horizonte de lo posible diferenciando la verdad reVelada de la verdad reBelada. La verdad revelada es la actualidad mediática, la que viene de arriba hacia abajo y es la hegemonía de los mandatos de cómo hay que pensar las cosas. Pero hay otra verdad rebelada que viene de abajo hacia arriba, y que sólo la saben los que luchan. Se confirma la estrategia de la cultura represora para propagar la muerte y concentrar la vida: como en Cromañon, como en las villas de emergencia, los estadios, las salas de espera en cualquier hospital, los recitales. Vidas concentradas donde el tiempo y el espacio se fusionan y crea condiciones para la muerte. Así, el acontecimiento Cromañon enuncia el mandato de la cultura represora: mantener el lucro y la rapiña. La masacre Cromañon es otro triunfo de la cultura represora, para cuya elaboración colectiva serán necesarias más de dos generaciones. La necesidad de repensar las juventudes a partir de los efectos culturales de fragmentación social y la violencia de un Estado derrumbado y unas vidas privatizadas, creando y recreando sus identidades a través de las expresiones musicales es lo que se propone el encuentro denominado Cromañon, juventud y rocanrol. El rock es para muchos jóvenes una herramienta de expresión, un espacio de significación y de identidad que expresa la necesidad de soñar, y que sirvió como espacio aglutinante de una generación que se fue convirtiendo en una forma un poco precaria de esa representación. Los que sobrevivieron perdieron el sueño y resignificaron sus vidas a partir del dolor y la culpa por haber sobrevivido y no haber podido salvar a otros. Cromañon le quedó grande al rock y al Estado. En el ambiente del rock no ha habido pronunciamientos certeros sobre esta masacre. Las propias contradicciones internas del género musical –negocio y cultura‐ , la tradición estética y cultural del profesionalismo y del amateurismo, la cultura del aguante como una ética, una estética y una retórica, se discuten en este capítulo. Cromañon es el descubrimiento del aguante: doscientos muertos en una puesta en escena. Allí donde el rock no resiste, no sueña, no es antisistema, sino que simplemente lucha y aguanta. La consecuencia del lucro y del aguante es simplemente más dominación y más muerte. En el quinto encuentro Cromañon y después… reacciones en la sociedad civil y el Estado, se plantea el surgimiento del Movimiento Cromañon como una construcción política portadora de energía destituyente, configurada a partir distintas organizaciones de familiares, sobrevivientes y amigos, que sostiene el reclamo de justicia a través de marchas y protestas y en grupos virtuales como Justicia por la Masacre de Cromañon, Los Pibes de Cromañon y Pensar Cromañon, y cuya consigna es: “ni una bengala, ni el rocanrol, a nuestros pibes los mató la corrupción”. Cromañon fue y sigue siendo productor de pensamiento sobre el estatuto de la muerte joven en una sociedad excluyente y en una clase política que reúne la desidia, la corrupción gubernamental y la descontrolada avaricia empresarial. Cromañon ilustra, como hecho criminal, el cruce perverso entre la precariedad reinante como una forma generalizada de las relaciones sociales, y el proceso de exclusión de la juventud concebida como población sobrante. Pone de manifiesto un combo de interpretaciones elitistas donde los pactos sociales se han quebrado: los muertos de Cromañon son muertos moribles, fundamentalmente por la procedencia popular de los pibes, negros, muchos negros; el muerto de cromañon es el pobrecito que fuma porro y se cuelga en la esquina tomando cerveza, escupiendo al asfalto, que no tiene nada que hacer; la culpa es de los pibes que no pudieron medir los riesgos de su felicidad y de todos los padres que no se ocuparon de hacer sus trabajos; hay que diferenciar entre el muerto comprometido y el muerto que va a recitales y está limado para meterse en un local tan ruidoso y encerrado. Así funciona la reproducción del discurso estigmatizador de las juventudes, responsabilizando a las víctimas, reproduciendo los mecanismos de la cultura represora. El último capítulo abreva en Crónicas de dolor y lucha Ycuá Bolaños, Atocha y Cromañon, donde se narran las experiencias de la muerte masiva en el supermercado en Paraguay, en los trenes en Madrid y en el boliche porteño. Casualmente, todas estas muertes transcurren durante el año 2004 y la pregunta en común es: quién nos cuida? El planteo final es que todas son muertes políticas, porque son evitables, se producen por acciones de los hombres, por el silencio cómplice o la tolerancia frente a la prepotencia y la impunidad cotidiana. Las muertes políticas son la consecuencia de negocios inmorales, de la codicia tolerada por la corrupción de las autoridades, son las que nos ponen en peligro a todos. Por estas razones, por estas muertes de todos, Pensar Cromañon es pensar juntos, Pensar Cromañon es buscar justicia, Pensar Cromañon es sostener el valor de la vida. 
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