Palabra de trabajador social Soy muy crítico con ese proceso de silenciamiento y neutralización. Lo que define para mí a un trabajador social es su intención de dar un paso adelante, y actuar, donde la mayoría de la sociedad prefiere apartar la vista. La enfermedad, la marginación y el desamparo son nuestros campos de actuación, y por eso nuestra perspectiva es única. Conocemos el impacto del pensamiento único en los barrios obreros porque estamos en ellos, no porque lo hayamos leído en ningún blog. En mi opinión, renunciar a esta perspectiva es convertirnos en una especie de auxiliares administrativos útiles para detener las quejas de los desposeídos, matricularlos en cursos de peluquería y rellenar fichas en un programa informático que se llama SIUSS, pero poco más. Volviendo a Sara, las opciones que se le plantean son escasas. Continuar con planes de formación que a veces le reportan una ayuda de seis euros por día de asistencia, y luego buscar trabajo en ese campo, sea el que sea, patearse la ciudad con su título nuevo en una mano y su extraño (y larguísimo) curriculum vitae en la otra. ¿Conseguirá trabajo? No lo sabemos. La actuación de los poderes públicos ha terminado en el momento en que alguien firma el diploma del curso. Frente al mercado laboral, Sara está sola, igual que los otros seis millones de parados que patean las calles. El Estado se ha lavado las manos con ellos. Esto no va a cambiar fácilmente. Intervenir en el mercado laboral, proveer de trabajo a los desempleados, es anatema absoluto para el pensamiento único que toma nuestras decisiones. Tal cosa supondría, alegan, romper la filosofía de nuestro sistema capitalista, basado en la oferta y la demanda, la productividad y la competitividad. La provisión estatal de empleos, dicen, constituiría para empezar competencia desleal contra el mercado laboral 'libre', y eliminaría el estímulo hacia la mejora continua que debe mover a la clase obrera. Olvidan que la política de rescates que lleva sustrayendo miles de millones de euros de dinero público para cubrir pérdidas privadas desde 2008 también es un atentado contra esa supuesta 'filosofía capitalista' (tremendo oxímoron) que rige el pacto social postindustrial. Es difícil creer que las reglas de esta partida (por no llamarla aún 'guerra') de clases son justas o fijas, sobre todo si vemos que los que la van ganando se las saltan a voluntad, mientras apuntalan (vía reformas constitucionales 'anti-déficit', por ejemplo) las que les benefician. Muy difícil, cuando se acumulan dos reformas laborales desde el inicio de la crisis pero ninguna norma que dificulte o limite los paraísos fiscales. Cuando la lucha por el 'equilibrio presupuestario' (tremendo eufemismo) es el valor supremo, pero el paro crece de forma galopante sin que nadie le lance ni un triste decreto-ley. Esa concepción granítica del capitalismo como única forma económica posible y sus atrocidades como daños colaterales inevitables es la que está resquebrajándose, develándose como una ficción interesada y poco coherente, orientada a la perpetuación de privilegios de clase. Uno de los dogmas clásicos, el que nos compele a luchar de forma individual para mejorar nuestra productividad, prometiéndonos a cambio la posibilidad de ascender en la escala social, está simplemente volatilizándose ante la batería de reformas (educativas, laborales, de Universidades, etc.) encaminadas a reforzar el cierre social, esto es, impedir que 1/2 Palabra de trabajador social el ciudadano cambie de clase. Otro dogma, el de la analogía organísmica (Durkheim), sostiene que el capitalismo garantiza una especie de bien común, armonizando las relaciones entre los diversos órganos del cuerpo social. Es desde este capítulo de su doctrina desde el que se nos acusa a los marxistas de desestabilizar a la sociedad enfrentando a unos grupos contra otros con nuestra teoría dialéctica. Pues bien, hasta ese dogma está siendo abandonado (y con él también a la clase obrera, a su suerte), al justificar los desahucios masivos con la simple rúbrica de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Por cierto: tampoco la Conferencia Episcopal se ha manifestado a favor de la dación en pago, cosa que desborda tanto el alcance de este humilde artículo de opinión como las acepciones de la palabra hipocresía. Esta partida (pueden llamarla guerra si quieren: muertos ya hay) tiene un claro favorito, si analizamos los movimientos que se han venido produciendo hasta ahora. Hay otra cosa segura, sin embargo, y es que aún no ha terminado. (Artículo publicado en diario La Opinión de Murcia el 16/2/2013: http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2013/03/16/palabra-de-trabajador-social/458736.html) 2/2