Tent City: donde el sueño americano puede terminar en un hoyo. Eduardo González Velázquez Sin grandes muros, pero con la vigilancia necesaria: dos torretas móviles y una fija; dos capitanes, dos tenientes, tres sargentos, y el personal de soporte. Sin celdas con puertas de metal que contengan los cuerpos y los sueños; la prisión de Tent City, en el complejo carcelario de La Estrella, en el número 2939 de la calle Durango, en Phoenix, Arizona, es el orgullo de Joe Arpaio, jefe de la Oficina del Sheriff del condado de Maricopa. El alambre de púas remata la malla ciclónica de tres metros de altura que rodea un perímetro de dos mil 500 metros cuadrados donde se encuentran dispuestas 36 casas de campaña; cada una alberga entre trece y diecisiete camas literas de metal con un delgado colchón de 15 centímetros de espesor, en conjunto son cerca de 800 espacios. Cada casa de campaña está colocada sobre una pequeña superficie de concreto de cincuenta metros cuadrados. El resto del piso se cubre con piedra similar al tezontle. Un periódico mural con la leyenda Maryvale clean sweep (limpieza en Maryvale) incluye recortes periodísticos y una veintena de fotografías que muestran las labores de limpieza realizadas por los prisioneros como parte de su condena en favor de la comunidad. “Aquí todos deben trabajar”, afirman los guardias. Las mujeres prestan servicio a los “sin casa” y atienden a los bebés en orfanatorios y hospitales. Los hombres barren las calles, podan los árboles y pintan las fachadas de las casas en los suburbios pobres del oeste de Phoenix. Algunos prisioneros no dejan de caminar o de correr entre las tiendas de campaña, lo tienes que hacer “para estirarte, para olvidar que estás aquí”, dice Esteban originario del Distrito Federal quien entró a la prisión “por una locura”, y paga una condena de cuatro meses. Como no tiene “papeles” al salir será deportado. “Yo me la paso durmiendo”, comenta José Luis, “para que el día se vaya más rápido. Trabajo en la noche lavando los platos y las charolas del comedor”. El uniforme de los convictos es pantalón y sudadera a rayas horizontales blancas y negras. Los calcetines, la camiseta y los bóxers son rosas; lo mismo que las cobijas para las camas. “La ropa rosa te pega en el orgullo. Pero es el color del combate al cáncer de mama y pues lo apoyamos”, ironiza Daniel, padre de tres hijos nacidos en Phoenix, y a los que tendrá que dejar con su esposa cuando sea deportado a México. El color rosa de la ropa tiene una finalidad: “que la devuelvan cuando obtengan su libertad, así el condado no tendrá que comprar más prendas. Antes de establecer esta política se llegó a perder quince mil dólares en bóxers que los internos se llevaban”, afirma el oficial que nos custodió durante nuestra visita. La estancia en Tent City por cometer un delito como manejar en estado de ebriedad, efectuar un robo menor o por violencia intrafamiliar tiene una pena de tres a cuatro meses. Pero también pueden llegar a prisión en el contexto de una redada por parte de la Oficina del Sheriff que dispone de doscientos agentes y cincuenta y siete miembros de un grupo de represión contra la migración “ilegal”. Si los detenidos no cuentan con “papeles”, luego de pagar su condena son deportados a través del Servicio de Inmigración y Aduanas (ICE). Los guardias nos tratan bien, aunque en ocasiones son “medio pesaditos”, se quejan algunos detenidos. Lo que no hay forma de evitar es el extremoso clima de Phoenix, inviernos donde el termómetro se mantiene muy por debajo del cero, y veranos con temperaturas arriba de los 40 grados centígrados. Durante el día reciben dos raciones de comida; el desayuno consta de leche, cereal, pan con crema de cacahuate, una galleta y jugo de naranja. Por las tardes les sirven frijoles, papa y zanahoria. Si los detenidos quieren otro menú deben de pagar por él con dinero o con trabajo, quienes no tienen recursos comen lo que incluye el menú general. La presunción de un oficial no tarda en llegar: “con nuestra comida los prisioneros engordan”. Cuando hace mucho frío los detenidos prefieren trabajar de día y dormir por la noche, esta rutina cambia en tiempos de calor. Todo ello se puede hacer porque no existe un horario para acostarse, ni levantarse, ni comer, ni asearse. Lo complicado viene cuando son castigados por cometer una falta, que puede ser negarse a trabajar dentro de la prisión, o no querer colaborar en las faenas de limpieza en la comunidad, o participar en alguna riña. El castigo no es otro que “el hoyo”. En nuestra cárcel, dicen los oficiales, los prisioneros pueden mirar las estrellas, respirar en “libertad”, moverse todo el tiempo, por eso el castigo debe ser “ejemplar” para que “valoren” lo que tienen. Los meten en un hoyo todo el día y los sacan solamente durante una hora. La pena puede durar hasta treinta o cuarenta días. La sociedad mira con beneplácito esta prisión, explican las autoridades de La Estrella, porque antes de 1992 teníamos una cárcel pequeña y los migrantes salían antes de cumplir su sentencia por falta de espacio. Se necesitaba de un presupuesto de once millones de dólares para construir una nueva cárcel; pero Joe Arpaio propuso la creación de Tent City, “una cárcel sin cuartos, sólo con casas de campaña”. Su costo fue de ciento diez mil dólares, y su mantenimiento es muy económico: treinta y nueve centavos por prisionero por día en alimentación, y la vida útil de las casas de campaña es de tres a siete meses. Por eso la gente continúan votando por Arpaio quien ha sido reelecto desde que llegó a la Oficina del Sheriff en 1992. “La gente vota por él porque les ahorra impuestos, somos financieramente responsables”, remata el oficial Cosmo mientras nos muestra las aéreas del comedor, la cocina y las regaderas. “La condena mayor comienza cuando sales de la cárcel. Te espera la deportación. Debemos regresar a nuestro país, porque aquí no nos quieren”, es la contundente afirmación de todos los migrantes entrevistados. A no dudar, Tent City se significa como el lugar donde el sueño americano puede terminar en un hoyo. [email protected] [email protected] Facebook.com/Eduardo González Velázquez