ESCUCHANDO A MIS ABUELOS - Teléfono de la Esperanza

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Teléfono de la Esperanza de La Rioja
Concurso de narración breve
“ESCUCHANDO A MIS ABUELOS”
1º PREMIO. Categoría A. 5º y 6º de Ed. Primaria
Título de la narración: “Escuchando a mis abuelos”.
Pseudónimo: LULA.
Autora: Lucía
Sierra Marcos.
Colegio San José, HH Maristas. 5ª primaria. Logroño.
ESCUCHANDO A MIS ABUELOS
Recuerdo la primera vez que vi a mis abuelos (aunque yo aún no sabía que eran ellos), creo que abrí los ojos y me
encontré con unas personas muy simpáticas que me sonreían y no dejaban de hacerme gestos raros con sus
manos, después, sentí como me cogían entre sus brazos y me llenaban de besos y abrazos. Mi madre me contó
que nada más nacer, mis tres abuelos fueron a verme al hospital, por eso aquellas maravillosas personas que me
hacían sentirme tan bien, eran: mi abuela Carmen, mi abuela Casilda y mi abuelo Pedro que celebraban con gran
alegría la llegada de su nieta.
Mi padre me contó que mi abuelo Antonio se fue al cielo antes de que yo naciera, pero que también celebró con
todos sus amigos mi nacimiento. Todos estaban muy contentos y mi abuelo Antonio también pudo hacerme un
bonito regalo. Mi padre dice que aquella noche del mes de Julio, todo el cielo se llenó de estrellas que brillaban más
que ningún otro día por encargo de mi abuelo.
En todos mis recuerdos encuentro a mis abuelos, siempre están cerca. A mi me parece que los abuelos son tan
buenos que Dios les permite ser padres dos veces y además padres especiales, porque casi nunca te riñen y
siempre están contigo cuando los necesitas o te pones malita. Al principio siempre que mis padres no podían
recogerme en la guardería, eran las fiestas de mi cole, tenia fiebre o me dolían los oídos. Y aquella vez que me puse
muy pero que muy enfadada porque me estaban saliendo los dientes y mi madre llamó a mi abuela porque no
dejaba de llorar y no sabía que hacer para que me calmara, siempre estaban mis abuelos pendientes de mi
hermano y de la pequeñota (que era yo)
A mis abuelos les hacía mucha ilusión que los domingos fuéramos a su casa en el pueblo, ahí estaban siempre con
una sonrisa en los labios, esperando nuestra llegada desde la ventana de la cocina.
Después cuando nos hicimos un poquito más mayores, en verano y en vacaciones mis padres dejaban que me
quedara con mis abuelos en su pueblo. Recuerdo esos paseos por la mañana, me gustaba madrugar y así poder
acompañar a mi abuela a la panadería, me encantaba aquel olor, tanto, que durante muchos años cuando alguien
me preguntaba ¿Qué quieres ser de mayor? Siempre respondía -panadera o pastelera-. Recuerdo a mis abuelos
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llevándome de la mano a la piscina, a la cueva de Bolita con la bolsa de la merienda y esas excursiones que
realizaba a mi querida Atalaya con mis primos, donde no nos cansábamos de buscar restos de cualquier cosa fruto
de las mil y una historia que imaginábamos y que alguna noche me quitaba el sueño.
Cómo me voy a olvidar de esas tardes de chocolate con churros que organizaba mí abuela cuando llovía y que a
mi abuelo tanto le gustaban, ¡que ricos!. A veces salían tantos que nos sentábamos en nuestro banco y los
compartíamos con todos los vecinos de nuestro barrio, o de su pan con chocolate y de su tarta de galletas, siempre
escondida en la despensa, y las competiciones con mi padre cuando cogíamos un plato para repartirla.
Siempre me acuerdo de esa comida maravillosa que solo mi abuela sabe como hacer, y que solo se come en su
casa.
Siento un nudo en la garganta cuando pienso en mi abuelo Pedro. Mi abuelo se fue al cielo el año pasado y me
acuerdo mucho de él. A veces, me pongo muy triste cuando pienso en esos días de vacaciones en el pueblo,
aunque a mi madre y a mi abuela les digo muchas veces que no estén tristes porque al abuelo y a mí nos dio
tiempo de hacer muchas cosas juntos y me enseñó cosas muy importantes que siempre llevo conmigo a todas
partes, además cuando quiero hablar con él, tengo un truco, por la noche, miro al cielo y lo busco, siempre lo
encuentro y me sonríe.
Antes de ponerse malito mi abuelo me llevaba a su huerto que se llamaba “los Cascajos” a mi abuela y a mí nos
hizo un banco de madera, justo al lado del río y debajo de un ciruelo para que pudiéramos sentarnos y aprovechar la
sombra, allí me contaba muchas historias, todas me encantaban, algunas de mi madre cuando era pequeña y de las
cosas que hacía. Siempre terminaba diciendo - ¡pero si sois iguales! - . Otras veces me contaba cosas de mi tío
Pepo. También quería mucho a mi hermano y siempre le pedía que me contara la historia de las empalizadas que
construía, cuando era pequeño, en el río que pasaba justamente por detrás de la huerta, con trocitos de madera que
iba recogiendo. Y las batallas de barcos que los dos organizaban con cualquier cosa que encontraban por el
camino.
Recuerdo como mi abuela y yo, cuando se retrasaba en la hora de la comida, bajábamos por la cuesta de la fábrica
de harinas para decirle que la comida estaba preparada. De repente, cuando mi abuela le llamaba, aparecía una
cabeza entre los renques de lechugas y pimientos, coronada por su gorra de siempre, sonriendo y liando su cigarro
para que supiéramos que había terminado la faena de aquel día.
Soy afortunada porque tengo muchos recuerdos de mi abuelo Pedro y de días como esos, a los que, a partir de
ahora, mi hermano y yo, echaremos de menos porque serán distintos
Me pongo triste si pienso que nunca se volverán a repetir esos días y que jamás volveré a ver a mi abuelo con su
visera de cuadros, el pelo blanco como la nieve y esos inolvidables ojos azules despidiéndose de mi cuando bajaba
a la bodega… ahí estaba siempre diciéndome “ adiós gitana”.
No tuve la oportunidad de despedirme de mis dos abuelos y de decirles cuanto les quiero, pero sé que están muy
cerca de mí y que seguramente me escuchan todos los días. Por eso quiero que ellos sientan todo mi amor
contando lo que yo recuerdo de ellos.
GRACIAS QUERIDOS ABUELOS POR TODO LO QUE HABEIS HEHO POR NOSOTROS
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