LA ÉPOCA DE LA RESTAURACIÓN TEMA 1 1.- EL RÉGIMEN POLÍTICO DE LA RESTAURACIÓN Y SUS FUNDAMENTOS SOCIALES.La restauración era una composición inteligente del sistema político español que parecía haberse dislocado durante la experiencia del Sexenio revolucionario. La pieza clave era la vuelta de los Borbones al trono de España y el fortalecimiento de la Monarquía, tan desprestigiada durante el reinado de Isabel II, alrededor de la cual se iba a construir todo el sistema. Cuando en 1875 comienza la etapa de la Restauración, no es sólo la Monarquía la que se ha restaurado en España: se restaura también el liberalismo doctrinario que había sido vencido en 1868 y vuelve al poder la burguesía conservadora y latifundista que había apoyado anteriormente a los moderados. La abdicación de Isabel II a los derechos al trono en favor de su hijo Alfonso XII y el manifiesto de Sandhurst, en el que el Príncipe hacía pública su postura de total respeto al régimen constitucional, logró aunar a todas las fuerzas conservadoras y moderadas y vincularlas definitivamente a la solución restauradora. Los grupos sociales que trajeron el cambio fueron los mandos militares, la burguesía terrateniente y los hombres de negocios, aglutinados en torno a un difuso partido alfonsino, y convencidos de que la restauración borbónica garantizaba el orden y la tranquilidad que anhelaba el país, tan necesario todo ello para la buena marcha de los negocios. A esta tendencia apolítica se sumaron durante los últimos años del Sexenio los sectores industriales, los profesionales urbanos de cierto prestigio y las altas jerarquías eclesiásticas, así como los mandos militares y los altos cuadros de la Administración. La antigua aristocracia terrateniente y la nueva de los negocios apoyaron el nuevo régimen convencidas de que con la nueva situación recuperarían el dominio oligárquico que desde siempre habían detentado y ejercido sobre la nación española. La Iglesia, que había sido despojada de sus bienes por la burguesía liberal durante el reinado de Isabel II, tenía que hacer una revisión total de sus planteamientos, ya que se encontraba en una situación histórica donde habían desaparecido los estamentos, y el poder se había desplazado hacia la burguesía liberal y hacia las antiguas aristocracias terratenientes, reconvertidas o aburguesadas. La Iglesia tiene que diseñar una nueva estrategia, que se tradujo en una doble actuación: el aburguesamiento de la iglesia y en la catolización de la burguesía, de lo cual se derivaría un mutuo beneficio. Embarcándose en un proceso de reconquista de la influencia perdida, logró situarse de nuevo a la cabeza de la sociedad española, arbitrando para ello el instrumento más eficaz: el renacimiento cuantitativo y cualitativo de las órdenes religiosas, especialmente las dedicadas a la enseñanza, junto con la fundación de otras muchas contemplativas o especializadas en el ejercicio de la caridad. La iglesia institucional comprendió que el camino más directo de la reconquista espiritual de la nación y la influencia perdida dependía de la presencia que tuviera en la instrucción pública. Entre 1876 y 1900 fueron autorizadas 300 órdenes religiosas dedicadas a la enseñanza. La Iglesia realizó la adaptación a la nueva situación en un tiempo tan corto que apenas tuvo tiempo de darse cuenta de que en el subsuelo de la sociedad burguesa emergía una nueva situación histórica cuyo protagonista era el proletariado, clase social a la que la Iglesia no prestó entonces la atención debida. El Papa León XIII en su encíclica Rerum Novarum recomendaba la participación de los cristianos en la vida social y política pero sin comprometer la verdad cristiana apoyando a uno u otro partido. El ejército español andaba sin una idea clara de su función en un país sin colonias. La carencia de objetivos exteriores le hizo mirar hacia dentro casi exclusivamente, y de ahí su intervencionismo en la política española a partir de 1820. Sin embargo, para los militares, el Sexenio, y de manera especial, la República Federal, era sinónimo de disolución y anarquía. Los soldados indisciplinados llegaron a hacer burla de sus superiores e incluso a amenazarles. El Código de Justicia militar fue abolido y la propaganda más incendiaria animaba a los soldados a amotinarse contra sus oficiales. La República Federal abolió además el servicio militar e intentó crear un ejército de milicianos compuesto por voluntarios que llegaron a amenazar el monopolio militar del ejército. El ejército había salido traumatizado del Sexenio y en estos momentos libraba dos guerras simultáneas: Cuba y el carlismo, en un ambiente de disolución que logró superar. A partir de aquí el ejército pasa de ser un agente de los movimientos revolucionarios, los conocidos pronunciamientos progresistas, a ser en adelante el garante del orden público en el sistema de la restauración. LA PROCLAMACIÓN DE ALFONSO XII Y LA CONSTITUCIÓN DE 1876.La preparación de la llegada de la monarquía vino dada por la combinación de tres factores: la pacificación del país, el reconocimiento internacional del príncipe Alfonso y la aceptación de la monarquía por la opinión pública. A pesar de los esfuerzos de Cánovas del Castillo, que pretendía atraerse la adhesión popular al nuevo régimen sin la participación de los militares, la impaciencia y los compromisos de estos últimos forzaron la situación. El general Martínez Campos, con el apoyo de algunos empresarios catalanes que constituían la trama civil, se pronuncia en Sagunto, proclamando a Alfonso XII como rey de España. Esto ocurre el 29 de Diciembre de 1874 y dos días después se constituye un ministerio-regencia a cuyo frente se sitúa Cánovas del Castillo, que se encuentra detenido en Madrid al sobrevenir el pronunciamiento. El 14 de Enero de 1875 hace su entrada en Madrid el joven rey Alfonso XII, que confirma a Cánovas como presidente de un Gobierno que da curso en los primeros días a iniciativas políticas y legislativas encaminadas a paliar los efectos del sexenio y a atraer fuerza políticas y sociales a la causa alfonsina. Así elimina el matrimonio civil, restablece el Concordato con la Santa Sede de 1851, veta a los catedráticos demócratas, suspende la prensa demócrata y republicana, y por otro lado tiende puentes de entendimiento con los progresistas al aceptar el sufragio universal en la convocatoria de las primeras Cortes. En mayo de 1875 Canovas reúne a un numeroso grupo de diputados y senadores de las Cámaras que habían funcionado en España en los últimos 30 años, con el fin de preparar las bases de una Constitución, que aceptada por el conjunto de fuerza políticas representadas, fuese el punto de partida para una nueva legalidad. El objetivo de Cánovas es establecer un sistema que propicie la alternancia entre dos fuerzas políticas fieles al monarca: de un lado su partido, liberal conservador; de otro, una izquierda liberal que asegure el equilibrio ante la crisis; en el centro la figura del monarca que asume la regulación del poder entre ambas opciones en el contexto del liberalismo doctrinario. La Constitución de 1876, es el resultado del proyecto aprobado el 24 de mayo de 1876, tras las elecciones a Cortes Constituyentes. Se estructura en 13 títulos y 89 artículos. Es La Constitución de mayor vigencia en nuestra historia, ya que se mantiene hasta el golpe de estado de Primo de Rivera, y se restablece después de la dimisión del dictador hasta la proclamación de la II República. Esta Constitución restaura el liberalismo doctrinario, es decir, la existencia de dos fuentes de soberanía: el rey que representa la tradición, y las Cortes, que representan a la Nación. Con la Constitución se trataba de crear un marco político que pudiera ser aceptado por moderados, progresistas, unionistas, demócratas y en general por cualquier grupo de talante liberal que aceptase la monarquía restaurada. Quedaban por tanto fuera del sistema la burguesía republicana y el movimiento obrero, y en el otro extremo el carlismo, tan antidinástico como antiburgués. Los principales rasgos de esta Constitución son: a) Soberanía compartida de las Cortes con el rey, lo que significaba la negación de soberanía nacional. b) Cortes bicamerales, compuestas por un Congreso elegido a razón de un diputado por cada 50.000 habitantes, y un Senado en el que se representan las clase poderosas del país a razón de un grupo de senadores de derecho propio, estos es, grandes de España y jerarquías eclesiásticas y militares; otro grupo de senadores vitalicios nombrados por el Rey, y un tercero compuesto por senadores elegidos por sufragio censitario de los mayores contribuyentes. c) Fortalecimiento del poder de la Corona que se constituye como eje del estado, y con poder ejecutivo al designar a los ministros y detentar el mando supremo del ejército, y poder legislativo ya que tiene derecho a veto sobre las leyes aprobadas por las Cortes y puede convocar o suspender o disolver las Cortes. d) Reconocimiento teórico de derechos y libertades, que en la práctica fueron limitados o aplazados, especialmente en los gobiernos de Cánovas. e) Unidad de códigos, respondiendo a la actitud centralista de Cánovas, elaborándose leyes para todo el territorio nacional y suprimiéndose los fueros vascos y navarros. f) Administración local. La Corona interviene en la elección de alcaldes, mientras que los concejales son elegidos por los vecinos. g) Relaciones Iglesia –Estado. Se declara la religión católica como oficial del Estado, obligándose a mantener el culto y a los ministros de la iglesia. Se permite la tolerancia religiosa, pero no la manifestación pública de otros cultos. EL FUNCIONAMAIENTO DEL SISTEMA: EL TURNO BIPARTIDISTA.Para lograr el pacífico desarrollo de la vida política era preciso que la izquierda liberal aceptase la nueva monarquía constitucional, que se presentaba como portadora de la conciliación y la transacción. Podría llegarse así a la creación de los dos grandes partidos que se turnasen en el poder dentro de la misma legalidad, dándose fin a las violentas alternativas y pronunciamientos de los tiempos anteriores. Cánovas consiguió que se constituyese un partido liberal encabezado por el hábil político Práxedes Mateo Sagasta, anterior dirigente de la agrupación constitucional. Mientras el partido conservador recibió la herencia de los antiguos moderados y unionistas, el partido liberal englobó a elementos procedentes del progresista y del demócrata. La constitución debía garantizar la alternancia política de los dos grandes partidos dinásticos mediante el ejercicio pacífico del sufragio, con lo que se alejaba del panorama político español la tentación del pronunciamiento militar como forma de alcanzar el poder. El sistema intentaba trasladar a nuestro país la estructura del sistema británico. Pero el sistema de turno se tradujo en la alternancia pactada entre las oligarquías caciquíles de las provincias: por una parte las compuestas mayoritariamente por terratenientes, en la derecha conservadora; y por otra las personas adscritas a profesiones liberales por cuanto atañe al partido liberal. El caciquismo, es decir, la imposición de la voluntad de un reducido grupo de personas, los caciques, sobre una masa considerable de votantes, no es nuevo en España. Lo que cobra importancia es que a pesar de haber sido aprobado el sufragio universal masculino, se mantienen estas prácticas abusivas y fraudulentas hasta bien avanzado el siglo XX, con el fin de integrar la voluntad nacional en la lógica de un bipartidismo que prepara las elecciones y simula formalmente la existencia de un régimen democrático. Para asegurar la eficacia del sistema se crearon los distritos electorales, con el tamaño y población adecuados para su dominio y control. La farsa canovista se ejecutaba de la siguiente manera: cuando un partido se desgastaba como consecuencia de su gestión, o era necesario su relevo por razón de pacto previo, se sugería a la Corona la necesidad de un cambio de gobierno, utilizando para ello la facultad del rey para disolver las cámaras, según la Constitución. El rey nombraba al Gobierno siguiente, e inmediatamente se convocaban elecciones para procurarle una mayoría holgada que le permitiera gobernar cómodamente, aunque asegurando a la oposición una representación importante. Este proceso se conoce como encasillado y consistía en la planificación previa de los resultados electorales por parte de las altas cúpulas de los partidos turnantes, y en el control y manipulación del proceso electoral para dotar a cada partido de los escaños previamente acordados. A continuación se implicaba al Ministro de Gobernación que contaba con sus agentes provinciales: el Gobernador civil y los caciques comarcales (oligarquías locales, generalmente del medio rural, respecto de las cuales mantenían una fuerte relación de dependencia la mayoría de los habitantes). El primero recibía las directrices de Madrid que transmitía para su ejecución más exacta a los alcaldes locales y caciques comarcales; y estos, que dominaban los respectivos distritos electorales, proveían los candidatos necesarios. Llegado el caso, cuando faltaban votos para que saliera ganador el candidato designado de antemano, se recurría al pucherazo. Fuera del sistema quedaron los partidos antidinásticos, pero la fuerza de estos quedó disminuida por sus divisiones internas, y no reaparecerá hasta el siglo siguiente. De esta forma el republicanismo siguió disgregado en fracciones encabezadas por sus políticos más prestigiosos como Castelar, Salmerón o Pi y Margall. El carlismo sufrió una derrota final en la guerra civil y en los años siguientes se orientó a la actividad política bajo la dirección de Nocedal. El obrerismo apenas participa. El Partido Socialista Obrero Español (PSOE), fundado en 1879, tiene un desarrollo muy lento y debe esperar a 1910 para lograr sus primeros éxitos electorales.