"El negocio de la vida es la vida, no el negocio"

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"El negocio de la vida es la vida, no el negocio".
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Rodolfo Llinás, uno de los científicos más importantes del país, afirma que el
concepto de valor a partir del cual funciona la economía es subjetivo.
Rodolfo Llinás, uno de los científicos más importantes del país, considerado uno
de los padres de la neurociencia y varias veces postulado al premio Nobel, es
contundente: el concepto de valor a partir del cual funciona la economía es
subjetivo. Tiene su propia forma de analizar lo que está pasando a raíz de la crisis
económica internacional y de lo que esto está generando en las personas y en la
forma de entender la economía.
El próximo primero de abril se reunirá en Bogotá con 200 empresarios para
explicarles el rol del cerebro en la construcción de una conciencia colectiva que
marca el destino de empresas y naciones. El evento, titulado Neuroeconomía:
crisis y liderazgo, es organizado por Maloka y Human Capital, y patrocinado por
Revista Dinero. Llinás aprovechará su visita al país para hablar con líderes del
sector público y privado acerca de la nueva ley de Ciencia y Tecnología, y además
inaugurará el primer festival de arte y ciencia para la convivencia, organizado por
Maloka.
D — ¿Cómo se puede aplicar la neuroeconomía en el mundo de los
negocios?
La economía sigue siendo una ciencia aplicada sin mucho fundamento, porque su
epicentro es el concepto de valor que no existe como una relación física externa y
por lo tanto, como no existe medición directa de valor, tratar de asumir modelos y
de predecir posibles consecuencias sigue siendo sumamente tenue.
D — ¿Cómo funciona el cerebro en la toma de decisiones?
La toma de decisiones es secundaria a la adquisición de un valor. Es decir, uno
tiene que escoger entre una cosa que le gusta y una que no, y generalmente
escoge lo que le gusta. El problema es cómo hace el cerebro para definir lo que le
gusta y lo que no le gusta, eso es una relación parcialmente personal y
parcialmente social. El valor que puede tener cualquier objeto tiene que ver con el
valor que yo personalmente le doy, pero es de igual importancia el valor que las
otras personas le dan. Y claro, el valor que un objeto pueda tener es puramente
social, es imposible de definir. Entonces digamos: el good will de una empresa era
altísimo y ahora no vale nada porque nunca hubo ningún valor. Fue un valor
social. Entonces, el problema es qué se hace con los valores ficticios, que son
especialmente importantes cuando no hay ningún producto. Si miramos el valor de
las acciones, o el valor de los préstamos, todas esas cosas son totalmente de
papel, el valor del oro es un poquito más real, pero sigue siendo de todos modos
una
situación
puramente
personal
y sin
reconocimiento
posible.
Ese problema es bastante complejo y grave, porque el sistema nervioso tiene que
asumir valor, y lo asume con la misma cuchara con que asume el odio o el amor.
Ese
es
el
problema
que
tiene
y
ha
tenido
la
economía.
D — ¿Qué hacer con la economía?
Hay economistas muy serios que hacen mucha matemática y tienen variadas
metodologías para tratar de establecer modelos, pero generalmente funcionan
hasta cierto punto y no más. Dado que los modelos son tan sumamente inexactos
¿qué se hace con esta ciencia? El problema es que hay que entender que
realmente no es una ciencia, es casi un estado de fe que uno le puede tener a un
proceso social. La gente cree en General Motors, en Ford, en Bavaria porque las
presume serias, pero es una cuestión sumamente resbalosa. Y, por lo tanto, la
única manera de hacerlo realmente sería tratar de establecer una medición real
cerebral de lo que es el valor.
D — ¿Alguien está abordando eso?
Empezamos a entender un poco cuáles son las bases físicas de este tipo de
fenómenos, todos no objetivos sino subjetivos. Entonces, lo que hay que tratar de
entender son las bases de la subjetividad y medirlas de algún modo, pero
desgraciadamente lo único que se puede hacer es un estudio casi logarítmico; es
decir, cuánto le gusta, cuánto no le gusta. Estamos viviendo un momento en el
que el mundo se encuentra en manos de la economía, que más se parece a una
religión que a una ciencia. El dilema es pues: cómo hacer para estabilizar el
problema estructural de la economía social.
D — ¿Cómo se trabaja hacia la estabilización?
Desde el punto de vista de la economía, esta es una ciencia totalmente avanzada
en modelos matemáticos de predicción, con probabilidades basadas en
estadísticas y, por lo tanto, de muy poco valor intrínseco en lo real. La única
solución sería atacar el problema desde el punto de vista sociológico; es decir,
explicarle a la gente que el dinero como tal, en realidad, no existe. Es simplemente
un contrato social, en el que uno dice que un pedazo de papel, que vale un dólar,
un peso o un yen, tiene cierta capacidad adquisitiva y es absolutamente
negociable.
D — ¿Cómo podríamos vincular este tema a la manera como las personas se
comportan frente a la crisis?
El problema es: se trata de una crisis hecha por el hombre y no es una crisis real.
Una crisis real es un terremoto y la muerte de tantas personas. Una crisis
económica es totalmente organizada y generada por los humanos.
D — ¿De manera racional o cómo?
No, precisamente el problema es que no es racional, ahí es donde está el asunto
serio. La gente dice “se me está acabando la plata”, y resulta que tiene un edificio
y el edificio vale y sirve para vivir. Lo que se requiere aquí es que la gente deje de
sufrir y sentir que se le va a acabar el mundo, porque eso no es verdad. Lo que
tenemos que hacer es, simplemente, dejar que las cosas lleguen al punto en que
de todos modos se va a mejorar, porque resulta que la situación es de
percepción. Yo siempre lo he dicho y todo el mundo lo sabe: jugar a la bolsa es un
tahurismo, es como jugar a la ruleta, y peor. La ruleta es mucho mejor porque se
ve el dinero que mueve, pero allí no se mueve nada. Se mueven valores que son
teóricos es decir una acción vale más o menos pero, cuando se cae, el dinero
desaparece. Cuando se pierde en una ruleta, el señor de la ruleta lo gana.
D — ¿Y aquí todo el mundo lo perdió?
Aquí todo el mundo lo perdió pues resulta que no era un valor real, entonces hay
que tratar de entender cómo se puede enseñar a la gente aquello de la realidad
del valor, y eso es una cuestión que simplemente se olvidó hace muchos años
porque la gente está en cuestiones casi de computación, en cuánta plata tengo en
el banco y se puede decir que, si tiene mucha es feliz y si no infeliz, sin darse
cuenta de que el negocio de la vida es la vida, no el negocio.
D — ¿Cómo podría uno reorganizar el sistema para que la gente le dé el
valor que le corresponde a cada uno de los aspectos?
Eso es cuestión de educación, desgraciadamente en este momento no hay mucho
que hacer porque la gente tiene miedo de que la plata que tenga se desaparezca,
entonces no la gastan.
D — Como está sucediendo hoy en Estados Unidos...
Exacto, hay crisis económica porque simplemente la gente no gasta dinero. El
problema es que en Estados Unidos la gente se acostumbró a gastar más dinero
del que tiene. Vamos a tener que regresar a una sociedad más pulcra y austera
donde la gente no gaste más de lo que tiene o de lo que puede adquirir. Va a tener
que existir una reorganización del modo de pensar de la gente y eso va a costar
mucho trabajo, porque la gente está ya de acuerdo en que el trabajo no hay que
hacerlo y que lo rico es pasarlo bien porque la plata llega de algún modo, y se
presta. El problema es ese y, además, una corrupción espantosa. Yo nunca en mi
vida había visto un grado de corrupción estatal y bancaria como la que tenemos
ahora.
D — ¿Esta corrupción que usted menciona, tanto del Estado como del sector
bancario, era una corrupción totalmente consciente? ¿Sabían que estaban
llevando
al
mundo
a
este
tipo
de
situación?
Claro, absolutamente.
D — ¿Era totalmente racional?
Tiene que ser porque uno no puede decir que los pobres no sabían, los pobres sí
sabían y si no pregúntese ¿dónde está el dinero que se gastó en todas las cosas
que han pasado en los últimos diez años? Resulta que estaba en manos de poca
gente, que en este momento es sumamente rica. Esa gente tiene, no billones sino
trillones de dólares. Entonces, si estos individuos son además los individuos que
rigen al mundo, es un problema gravísimo porque no se puede ni hablar, es una
situación
como
quien
no
cree
en
Dios,
es
gravísimo.
D — Entonces, hay que adecuarse a un nuevo sistema de vida más austero...
Sin lugar a dudas.
D — Eso, supongo, un proceso de años...
Absolutamente, en estos momentos estamos en caída libre y no hay nada qué
hacer, hay que esperar que rebote este gato.
D — ¿Qué deben hacer las empresas y los gobiernos para superar esta
crisis?
Lo más importante es estabilizar en lo posible el intercambio de dinero,
minimizarlo hasta donde sea posible, sin dañar el sistema, y esperar que pase. Es
una tormenta que tiene que pasar, como cualquier otra. Lo que usted tiene que
hacer es tratar de estabilizar precios, de tal modo que la gente no sufra, no se
muera de hambre y no lleve a problemas sociales graves. Una vez la situación se
estabilice, los precios van a subir rapidísimo, porque la gente tiene dinero.
D — ¿El dinero no se desapareció?
No, y no solamente eso, sino que la capacidad de generar dinero con trabajo
continúa, las maquinarias están ahí, los automóviles están ahí, los edificios están
ahí, el sistema está presente, la gente sabe sus oficios, son profesionales y hacen
todas esas cosas. Por lo tanto, lo más importante es minimizar el pánico que
produce los mayores destrozos.
D — ¿La gente debe quedarse quieta y no salir a liquidar todo?
Por supuesto. La única solución sabia es estabilizar la vida en lo posible y esperar.
Porque eso es como un péndulo, no puede permanecer abajo siempre, tiene que
subir otra vez. Se ha visto desde el principio de la economía que es un sistema
cíclico: baja de vez en cuando y cae y vuelve a subir.
D — ¿Las crisis afectan la toma de decisiones?
Claro, porque se crean estados sociales como cuando se grita incendio, entonces
fuego, todo el mundo empieza a correr. Se empiezan a montar unos sobre otros y
hay toda clase de problemas. Lo que hay que hacer es minimizar ese tipo de
actitud de pánico, porque este es sumamente peligroso ya que la gente comete
estupideces.
D — ¿En los estados de auge también hay una euforia colectiva?
Exacto, y también es mala. Hay que tratar de ser racional respecto a la economía.
La gente tiene que entender que nunca es tan rica como pensaba ni tan pobre
como teme. En este momento lo que más se requiere es racionalidad y es lo que
menos
hay.
D — ¿El que la gente deba ser más racional significa que piense en sus
propios intereses o en los de la comunidad?
En este momento la situación egoísta tiene que calmarse mucho, porque está
basada en el hecho de que la mayoría de gente no tiene ese nivel tan sumamente
desarrollado de egoísmo que tienen algunas de las gentes que viven de la
transacción de dinero.
Entonces, quizás esa voracidad va a tener que ser momentáneamente inhibida
para poder establecer de nuevo un estado social, un estado de equilibrio.
D — En el liberalismo se supone que cada persona persigue sus intereses
individuales y que la sociedad llega a un equilibro general. ¿Ahora está
amenazado ese sistema?
Absolutamente, hay una hipótesis que estaba mal y es que no hay que controlarlo.
El
capitalismo
no
controlado
es
la
muerte
del
capitalismo.
D — ¿La regulación es la única arma para bajar ese pánico?
Sí. Tiene que ser una regulación real, tiene que ser regulación pura.
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