La última vez que estuve en este salón era cuando

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Discurso de Xavier Albó en el acto de Condecoración por el Senado
Nacional
La última vez que estuve en este salón era cuando toda la concurrencia eran pueblos
originarios de América Latina, era el día de la toma de posesión del actual presidente.
Nunca yo suelo decir lo que tengo escrito, pero esta vez me parece que no queda más
remedio, porque siempre prefiero hablar de una manera y escribir de otra.
Voy a hacerles algunas confesiones, la inicial, mi primera reacción, lo sabe el promotor,
Antonio Peredo, fue no aceptar esta postulación, porque eso de condecoraciones no va
conmigo; uno si hace las cosas las hace por convencimiento interior, sino serían puro
fachada. La segunda reacción, más práctica, fue el susto de estar aquí en un ambiente
tan serio y tan importante; menos mal que ya no es común ponerse corbata, porque no
tengo hace años. A fin de cuentas, de todos modos acepté por respeto a todos ustedes,
queridos amigos y senadores, y también porque este apoyo puede contribuir quizás
como un espaldarazo más a este proceso tan postergado, necesario y urgente, como
lento y conflictivo en el que he creído y sigo creyendo…, y esperando. Y al que deseo
seguir arrimando el hombro con el optimismo realista de construir un país posible, cada
vez más inclusivo y que brinde protagonismo a los secularmente marginados.
Mi siguiente problema fue confeccionar una lista de mis invitados, un nuevo conflicto
porque esta salita es chiquita y el corazón es grande. Difícil era priorizar a unos y tachar
a otros, como en ese juego en que hay tres en un pozo y hay que sacar a uno. Y fui
postergando la tarea. Entonces en una de esas noches, entre sueños y desvelos, de
pesadilla y revelación, fueron desfilando por mi retina una serie de rostros y recuerdos
cercanos de gente y situaciones que a lo largo de estos años me han ido enseñando lo
que es y lo que debería ser este país.
He leído mucho, he acumulado muchos libros y he escrito también algunos esperando
que me ayuden a comprender y actuar, pero les hago esta siguiente confesión: les
confieso que donde más he aprendido a seguir enamorado, alegre y a la vez dolido por
este nuestro país ha sido al dormir, comer, tertuliar en las casas, en las escuelitas de
tantas comunidades –desde la puna hasta la selva–, al caminar en la grupa de algún jeep
o algún camión a los que estos nuestros caminos hacen danzar y saltar como potros o
barquitos. En tantos talleres, congresos, celebraciones o marchas.
He vivido visceralmente la bella metáfora de nuestro actual canciller, David
Choquehuanca, que nos exhortaba a saber leer ante todo en las arrugas de los ancianos,
también las de aquella viejita aymara a la que en otra gran metáfora profética nuestro
entonces presidente interino, aquí presente, Víctor Hugo Cárdenas, hizo sentar en la
silla presidencial.
Queridos anfitriones, queridos invitados, al verles me hacen revivir todo aquel sueño y
encuentro de varias noches atrás. No puedo alargarme en muchos detalles, pero aquí van
unos pocos fogonazos de recuerdos y rostros.
Pisé por primera vez la tierra bendita de este país –entonces no sabía que era también
Pachamama, o para los guaraní Ibimaranei, la tierra sin mal–, en agosto del 52 en un
Villazón lleno de banderas por las fiestas patrias. Ya instalado en Cochabamba viví las
euforias y conflictos de la flamante revolución nacional. Al ir por el campo las
haciendas seguían funcionando, pero ahí aladito estaban los compañeros campesinos
con sus viejos máuser defendiendo el proceso. Una de las primera tareas que se nos dio
fue la de aprender quechua, después mal aprendí también al aymara, optima inversión
que me abrió el diálogo con la otra Bolivia.
Mi enamoramiento por Bolivia fue realizándose ante todo en esa Bolivia mayoritaria,
pero oculta y marginada. Por ahí atrás he visto que está Claudio Pou, hoy mi otro
compañero jesuita en CIPCA; era ya mi compañero en aquella llegada y en esas
primeras experiencias. Y está también Jimmy Zalles, uno de nuestros iniciadores en la
realidad del país y años después, compañero de inserción en el altiplano, Machaka,
Corpa … Ahí también está presente alguien de Corpa, donde tengo todavía y seguiré
tendiendo un cuarto.
Haber entrado a la compañía de Jesús meses antes y haber sido impulsados desde allí
tan rápidamente en Bolivia nos ha dado a todos nosotros un motor poderoso para hacer
todo eso.
Tardé, una vergüenza si quieren, pero tardé años en nacionalizarme, más por
dificultades prácticas que por eludirlo. Años después llegó también aquí para quedarse
Luis Espinal Camps, compañero jesuita. Lo rimero que hizo y con empeño fue
nacionalizarse. Vergüenza para mí. Lo hice rápidamente después que lo mataron, con el
apoyo de un amigo cuya hermana está aquí presente también. Lucho, periodista,
reflexionando sobre aquella huelga, la huelga de hambre de 1978 que aceleró el paso a
la actual democracia, creyó que morir en un país da más carta de ciudadanía que nacer
en él; y no faltaron los que se encargaron pronto de que muriera antes de hora para
ratificarlo.
El compromiso humano y cristiano de Lucho con el país se expresaba más en los
medios que en el púlpito. El semanario Aquí, hoy también presente aquí con Antonio
Peredo, como está también aquí presente aquella huelga que compartimos con Nano
aquí presente y aquella casa Comunidad de jesuitas y laicos que tanto nos ha marcado,
con Gloria (Ardaya) y Hans (Moeller) aquí presentes, todo eso nos hace decirles, qué
nos diría hoy Lucho, profeta, pueblo, periodista, ante los cambios, resistencias, sueños y
tropiezos que está viviendo el país.
Buenos será pensarlo cuando debamos tomar decisiones también aquí en el Senado,
como se ha tenido que tomar decisiones esta mañana en Diputados.
CIPCA es desde 1971 mi escenario privilegiado para apoyar lo que hoy se llama
empoderamiento del campesinado y pueblos indígenas, con poder económico, poder
político, poder propositito para un nuevo país posible e inclusivo. Empezamos esa
aventura con Lucho alegre, en enero de 1971, durante aquel breve inter reino de J.J.
Torres que lo pagó con su vida. Crecimos, pues, en dictadura y otra dictadura, la de
García Meza, nos eclipsó algún tiempo. Sobrevivimos y ahora en la familia CIPCA ya
hay abuelos, hay padres y muchos nietos, muchos de ellos acá. De los de ayer y de los
de hoy. Algunos han sido llamados ahora a cosas mayores.
En aquellos años pocos pensaban o querían reconocer que tras la máscara de campesino
seguía latente la voluntad de seguir siendo pueblos cada uno con su nombre propio.
Eran el tronco y las raíces firmes y profundas en un país que ha recibido también
muchos injertos que al nacer como el Estado-Nación se pretendió construir en vano
desde puros injertos y sin raíces propias. Nosotros mismos como CIPCA, siguiendo la
corriente, pusimos solo como nombre Investigación y Promoción del Campesinado.
Pero fueron nuestros interlocutores y mandatarios quienes nos hicieron comprender que
tenían identidades más profundas. Aquí tenemos a un prototipo de ellos, Jenaro Flores,
que es del que estoy más contento que haya venido, padre del Katarismo, héroe y
victima de la lucha por la democracia... Los kataristas y la CSUTCB flamante fueron los
primeros en hablar de aquello que parece que está a la orden del día, el Estado
plurinacional; sin pedir que fueran muchos estados, uno: Estado, pero con muchas
naciones, plurinacional. En nuestros primeros años aprendimos muchos de los
compañeros kataristas. Gracias. A ellos se juntaron más adelante quechuas, guaraníes,
últimamente también guarayos, moxeños y otros… Etcétera, etcétera, etcétera.
Podríamos amanecernos contando recuerdos y enseñanzas de muchos aquí presentes,
pero el tiempo apremia, por tanto voy a acabar. Sólo una palabra final para mis queridos
anfitriones. Es muy agradable saber que para este acto, como acaban de decir aquí y por
lo que me han comentado, se llegó a un consenso al margen de corrientes políticas. Es
dentro de esa gama de corrientes políticas que encuentro también a senadores amigos
con quienes hemos compartido preocupaciones comunes, por supuesto la resistencia en
dictaduras, el empoderamiento de pueblos originarios, la educaron intercultural
bilingüe, el encuentro de laimes y qaqachacas, etc.
Cierto, es más fácil lograr consenso en un evento simbólico como es este, en que no se
forcejea por intereses ni por recursos. Pero valga el poder simbólico de este consenso
para que nos esforcemos todos en lograr algo así también hacia este nuevo país posible,
sin levantar pantallas de humo, que las hay; ni espantar con fantasmas que no los hay,
pero paralizan.
Muchas gracias.
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