BICENTENARIO Razones y diferencias entre la lucha en Galicia y en el resto de Europa Dos géneros de guerra diferentes: los alemanes y los españoles. Se trata de demostrar que la contienda y efecto invasor de los franceses en España, y concretamente en Galicia, fue diferente a lo sucedido en el resto de Europa. La guerra entre ejércitos regulares, que ordinariamente se interesaban muy poco por el objeto de la contienda sostenida, se diferencia de aquella otra en la que un ejército regular establece su lucha contra un pueblo que tiene conciencia de existencia y genera una resistencia capaz de oponer una nación insignificante militarmente a ejércitos de corte profesional y conquistador. Por otra parte, la orografía del territorio presenta una gran influencia sobre el resultado de la contienda, ya que, por ejemplo, existen notables diferencias entre las llanuras inmensas de Alemania y los montes gallegos. También tuvo influencia, en el caso que nos ocupa, el hecho de que desde hacía más de un siglo en Alemania, Austria, en el imperio austro-húngaro no se atendía más que al perfeccionamiento de las instituciones militares, que representaban el seguro de persistencia del poder establecido, generando una población de súbditos sumisos, dóciles servidores de su personal ambición con observancia exacta de las Ordenanzas. Estas circunstancias fueron debilitando el espíritu nacional, único baluarte invencible que las naciones tienen contra la invasión extranjera. Cuando los franceses conquistaban provincias alemanas, las clases inferiores, no pudiendo ya recibir órdenes del soberano y careciendo del hábito de usar su propia voluntad de lucha, no se atrevían a moverse sin la dirección de los señores o de los gobernantes, quedando éstos sometidos al vencedor, en este caso el mando francés. El Clero en Prusia carecía de ascendiente sobre el pueblo prusiano. La reforma protestante había destruido en los países que la aceptaron el poder que los sacerdotes católicos de algunas naciones que, como en España, tenían sobre los ciudadanos. Por lo tanto, esta era una razón más de peso para destruir la identidad y sentimiento de nación. Los literatos y gente de la cultura que pudiesen influir en la opinión pública con sus luces para salvaguarda de los intereses de la independencia nacional, no eran tenidos en consideración, salvo rarísimas ocasiones, en la actividad y negocios públicos. La fama literaria era el objeto único de su satisfacción y anhelo. Desdeñando los estudios sociales y políticos de sus sucesivos gobiernos, en la mayoría de los casos estaban supeditados precisamente a sus gobernantes. Eran raras las excepciones, entre las que se cuenta la oposición que representó precisamente Madame de Staël, filósofa y opositora de la política invasora de Napoleón, quien fue expulsada de Francia por el propio Emperador, lo que demuestra el carácter dictatorial del mismo y echa por tierra el espíritu revolucionario de Egalité, Fraternité… Es precisamente Madame Staël quien publica el libro Alemania en 1810, prohibido y secuestrado por la policía francesa, y del que Goethe escribió: “la polícia francesa era bastante inteligente para comprender que un libro como esté debía acrecentar la confianza de los alemanes en sí mismos. Si ahora produce tanto efecto, de aparecer antes se le hubiese imputado una influencia decisiva en los acontecimientos.” Precisamente en este libro Madame Staël elogia a los españoles, a la sazón en armas contra los ejércitos napoleónicos, aplicándoles un verso de Soulthey: “los que valientemente sufren, son los salvadores de la especie humana”. Era por tanto una tranquilidad para el ejército francés el tener la tranquilidad de que el pueblo alemán no se levantaría en armas contra su Emperador Napoleón. Nada tenían que temer la Guerra allí. Era entre tropas de línea, animadas unas contra otras más bien por rivalidad que por odio. El éxito de una campaña dependía por completo de las operaciones militares y de sus Generales o Mariscales, de tal forma que solamente los estrategas no se veían amenazados por las ingerencias del pueblo, como en el caso de Galicia y España. En Alemania, por tanto, sólo luchaban contra gobiernos con ejércitos, mientras que en la península española éstos no existían, por estar dispersos como consecuencia de que, antes de la invasión, fue el propio Napoleón el que se encargó de enviar al Marqués de La Romana a Dinamarca con 14.905 soldados, 3.088 caballos y 25 cañones; el resto del ejército sirvió de base para la campaña de verano de 1808 en Ríoseco, Valencia, Zaragoza, Bailén, y fueron precisamente los trozos de ese ejército los que sirvieron de núcleo en toda la guerra; mientras los gobernantes estaban dispersos. “El arte de la Guerra”, escribió Napoleón “es el arte de dispersar para sobrevivir y de concentrarse para combatir”. El Emperador había invadido por tanto España y Portugal, y habían hecho huir o capturado a los soberanos y dispersado sus fuerzas militares. Estaban por tanto luchando contra el Pueblo que se consideraba invadido por un gobierno francés dispuesto a convertir la Península Ibérica en un estado secundario, irrevocablemente sometido a su dominación. Para su justificación disponían de la Constitución de Bayona, dictada por el Emperador, donde se establecía la alianza perpetua de España con Francia. Mientras en Alemania, y en general en toda Prusia, los paisanos respetaban a los soldados del Rey como los mismos soldados a sus jefes, en Madrid los centinelas cedían el paso al más humilde de los ciudadanos. Está es otra diferencia notoria. Como la Corona española en esta época disponía de rentas limitadas, las tropas tenían que ser poco numerosas y mal pagadas y, por tanto, menos disciplinadas. Podía decirse que los sacerdotes eran la única milicia ejecutiva de que disponían los reyes de España. Esto está directamente ligado con la posición de la Iglesia sobre las ideas afrancesadas provenientes de Voltaire y Rousseau que, sin embargo, eran propagadas por un grupo de filósofos que, ya en tiempos de Carlos III, logró la expulsión de los Jesuitas y de dicho grupo nacieron los afrancesados y en gran parte los liberales. Pero, en efecto, las ideas de Napoleón eran consideradas enemigas de sus privilegios, ya que pretendía quitarles éstos y todo poder temporal y, por lo tanto, la opinión del clero arrastraba y movía a la población más numerosa, circunstancia que puso en contra de la invasión a todo el pueblo. Pero, además de todo esto, la orografía de Alemania era diferente a la española, donde las elevadas cordilleras cruzan el país en todas las direcciones, y están pobladas de razas guerreras, acostumbradas y conocedoras del terreno. Añádanse a este grupo de elementos el carácter bastante indómito y anárquico de los españoles, la dulzura del clima, que permite dormir al raso casi todo el año en las inaccesibles guaridas montañesas. Todo esto dio a los españoles un plus para luchar, combatir y derrotar a los franceses. Éstos, por su parte, estaban acostumbrados a maltratar a los moradores de las ciudades y aldeas en cuya casa se alojaban, costumbre adquirida en la conquista de Prusia-Alemania, donde los paisanos se lo permitían y los sufrían con indeferencia esperando que pronto pasara el torrente armado. En España esta circunstancia era un agravante porque la soldada era compensada con el pillaje y robo. El soldado no traía sueldo en la campaña de la Península. Cuando los ejércitos franceses abandonaron los cantones prusianos a finales de Agosto para venir a España, desconocían los obstáculos que se iban a encontrar en una nación desconocida para ellos. Los soldados estaban acostumbrados a no preguntar a que tierra se les conducía, ni con qué clase de enemigos se iban a encontrar. Lo único que les preocupaba era si habría o no víveres en la nueva comarca. Para los soldados de la Grande Armée el mundo estaba dividido en dos partes: la zona feliz en que florecen las vides y la zona detestable sin viñas. La confianza ganada por el ejército francés en sus numerosas batallas en Europa los había acostumbrado a no ver en una nación más que las fuerzas militares, sin contar para nada con el espíritu de los habitantes de dicha nación. Todos estos factores fueron finalmente en contra de las tropas invasoras y con toda dureza la población española fue capaz de causar tremendas bajas y descoordinación entre las tropas francesas provocando la huída de Galicia en Julio del 1809 hacia Castilla para, posteriormente, abandonar España sin cumplir sus objetivos, quedando los nombres de los generales franceses Soult y Neil escritos con letras de sangre en la población gallega pasando a dar nombre a sus perros de palleiro a modo de insulto y recuerdo de dichos franceses que ha tenido que huir de Galicia. Datos de la composición del ejército español en 1808: 103.824 soldados en armas (87.201 de á pie y los demás de a caballo) y 32.418 reservistas, todos ellos distribuidos en 51 batallones de milicias provinciales. Antonio Montero