Una oportunidad perdida para revertir la macrocefalia porteña

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 Año 37 - Edición Nº 807 – 7 de Enero de 2015
Una oportunidad perdida para revertir
la macrocefalia porteña
Jorge Vasconcelos
[email protected]
Una oportunidad perdida para revertir la macrocefalia
porteña1
Un problema político, económico y social de primer orden en la Argentina es la
desproporcionada significación que tienen la capital federal y el conurbano bonaerense
en relación al resto del país. En los últimos 100 años, en el plano económico, tanto el
modelo “agroexportador” como el de “sustitución de importaciones”, no hicieron más
que reforzar la llamada macrocefalia porteña. En cambio, en lo que va del siglo XXI
hay dos fenómenos que podrían haber permitido que el interior del país adquiera una
fortaleza económica inédita: por un lado, el despegue de países vecinos, con los que
muchas regiones tienen conexión directa, caso de Perú (aunque no haya frontera
común),
Chile, Bolivia, Paraguay, Uruguay y el mismo Brasil. Por otro lado, la
revalorización de los productos basados en recursos naturales, desde la minería a la
agricultura, que representan una ventaja comparativa de la mayoría de las provincias.
En ambos casos, el mejor momento parece haber quedado atrás, pero seguramente la
próxima década seguirá ofreciendo oportunidades, por lo que tener un buen balance
de lo sucedido ayudará a evitar la repetición de errores.
Esta publicación es propiedad del Instituto de Estudios sobre la Realidad Argentina y Latinoamericana (IERAL). Dirección Marcelo L. Capello. Dirección
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Nota publicada en el diario La Voz del Interior del 4 de enero de 2015 Revista Novedades Económicas – 7 de Enero de 2015
La Capital Federal está estancada desde hace mucho tiempo en 3 millones de
habitantes, pero es el conurbano bonaerense el que no deja de expandirse. El llamado
modelo agroexportador, que fue jaqueado por la crisis mundial de 1930, contribuyó al
fortalecimiento de la zona portuaria, entre otras cosas por el trazado radial de los
ferrocarriles, que dieron mínima conexión a las provincias entre sí. El agotamiento de
aquel esquema abrió espacio al modelo de sustitución de importaciones, que reforzó la
macrocefalia por el hecho que la mayoría de las industrias, elaboradora de bienes
finales, se instaló cerca de donde estaban los consumidores, llegando los habitantes
del Gran Buenos Aires a representar el 23 % del total del país en 1970. La falta de un
modelo superador al agroexportador y al de sustitución de importaciones se expresa,
entre otras cosas, en el hecho que la población del Gran Buenos Aires haya seguido
creciendo por encima del promedio del país, provocando problemas cada vez más
serios en términos sociales y de calidad de vida y un espeso caldo de cultivo para
fenómenos más recientes como la delincuencia y las drogas. El último censo encontró
que prácticamente un cuarto de la población del país (casi 10 millones de personas),
vive en los partidos que rodean a la Ciudad de Buenos Aires.
Población en los partidos del Gran Buenos Aires como porcentaje del Total País
30
25
20
%
15
10
5
0
1947
1960
1970
1980
1991
2001
2010
Fuente: IERAL de Fundación Mediterránea en base a INDEC La historia reciente, sin embargo, podría haber sido distinta. Llama la atención que
entre 2001 y 2010 la población del conurbano se haya incrementado un 14,2 %, por
encima del aumento registrado a nivel país (10,6%) y casi duplicando la variación del
agregado que incluye al resto de la provincia de Buenos Aires y a las provincias de
Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos y La Pampa. El período entre ambos Censos abarca
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buena parte del boom de precios de commodities, que arrancó en 2003, por lo que la
brecha entre el aumento de la población del Gran Buenos Aires con el de las provincias
pampeanas no se explica por las condiciones externas. Es el resultado de un fuerte
aumento de la presión tributaria sobre las actividades agropecuarias que, a su vez, se
canalizó a financiar los crecientes subsidios al transporte y a la energía que
beneficiaron, fundamentalmente, a los habitantes de la Ciudad y del Gran Buenos
Aires. Visto desde el punto de vista del problema de la macrocefalia porteña,
retenciones y subsidios conformaron un círculo vicioso que acentuó las distorsiones, en
lugar de comenzar a corregirlas (existiendo oportunidad para ello). Además, cuando lo
recaudado por retenciones (100 mil millones de dólares en 12 años) resultó insuficiente
frente al tamaño de los subsidios, comenzó a utilizarse en forma cada vez más intensa
el impuesto inflacionario que, al ser administrado por el gobierno nacional, es el menos
federal de los instrumentos.
No hay dudas que la distribución territorial de la evolución de la población podría haber
sido bien distinta. Tomando sólo el caso de la producción agropecuaria, no debe
olvidarse que la performance de la Argentina fue muy inferior a la de una referencia
válida como es el caso brasileño. Hasta mediados de la década del 2000, había una
relación estable, ya que por cada tonelada que producía la Argentina, Brasil lograba
1,3 toneladas. En cambio, actualmente el vecino país supera los 200 millones de
toneladas, por lo que, de haberse logrado mantener esa proporción, la Argentina
debería estar cosechando algo más de 150 millones de toneladas, en lugar de los 100
millones en que se ha estancado. ¿Qué significa en términos de empleos y población
esa diferencia de 50 millones de toneladas?
De acuerdo a investigaciones efectuadas por IERAL, se puede estimar una creación de
40 mil puestos de trabajo directos por cada 10 millones de toneladas de granos
adicionales cosechados y canalizados a la venta directa pero también como insumos de
la producción ganadera y de los tambos, así como el resto de la cadena, que incluye
frigoríficos, industrias lácteas y aceiteras, junto a los molinos y demás. Esos puestos de
trabajo y actividades adicionales tienen, a su vez, su propio efecto multiplicador ( por
el consumo y la demanda a proveedores, caso de la maquinaria agrícola), por lo que el
efecto directo e indirecto de diez millones de toneladas adicionales de granos es de
entre 90 mil empleos. Considerando los miembros de una familia asociados a cada
puesto de trabajo, estamos hablando de 225 mil personas.
Si la Argentina hubiera seguido políticas que permitieran replicar la trayectoria de
Brasil en la producción agroindustrial, entonces tendríamos 50 millones de toneladas
más de granos y 450 mil empleos genuinos, por efectos directos e indirectos. Dada la
proporción aludida entre puestos de trabajo y población, estamos hablando de 1,1
millón de habitantes. Esta cifra debe interpretarse en términos brutos, no netos, ya
que también el gasto público financiado con impuestos a las exportaciones crea
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empleos, pero de un modo mucho menos sustentable y con el impacto territorial
consignado.
La otra vertiente por la que el interior perdió oportunidades en términos de comenzar a
revertir la macrocefalia porteña es el debilitamiento del vínculo comercial e industrial
con los países vecinos. Obsérvese que en 1998, las exportaciones “made in Argentina”
capturaban el 13 % de la suma de las importaciones efectuadas ese año por Bolivia,
Brasil, Chile, Paraguay, Perú y Uruguay. Quince años después, esa participación cayó
al 7,5 % del total de las compras al exterior de los países mencionados. Si la Argentina
hubiera sido capaz de mantener el “market share” de 1998, las exportaciones a los
vecinos alcanzarían a 48 mil millones de dólares por año, en lugar de los 28 mil
millones observados. Son empleos potenciales que, en su gran mayoría, corresponden
al interior del país.
El régimen impositivo, la política de inserción externa del país, el mecanismo de los
subsidios y la asignación territorial de las inversiones públicas, son cuestiones claves
para el día en que la Argentina se proponga, como política de estado, comenzar a
revertir la macrocefalia porteña.
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