El día después de las elecciones (y el fantasma de Brasil)

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Año 37 - Edición Nº 834 – 14 de Septiembre de 2015
El día después de las elecciones (y el fantasma
de Brasil)
Jorge Vasconcelos
[email protected]
El día después de las elecciones (y el fantasma de
Brasil) 1
Cuando Dilma Rousseff logró la reelección en octubre de 2014, la paridad cambiaria
era de 2,40 reales por dólar, mientras que el nivel de actividad y el empleo estaban en
una meseta. Un año después, la cotización de 3,80 reales por dólar junto con la fuerte
recesión y la violenta destrucción de empleos reflejan, por un lado, el deterioro del
contexto internacional y, por otro, lo costoso que es para un país no tomar medidas a
tiempo. Expresan también que un panorama complejo requiere colaboración entre el
Poder Ejecutivo y el Legislativo y que, si ésta no existe, no es gratuito para la
economía. Lo que ocurre actualmente en Brasil no es un adelanto inevitable del futuro
de la Argentina, pero es una seria advertencia acerca del escenario que puede abrirse
paso si, inmediatamente después de las elecciones, el próximo gobierno no define una
agenda de acción a la altura de los desafíos y si el Congreso no colabora a la hora de
tomar decisiones.
Esta publicación es propiedad del Instituto de Estudios sobre la Realidad Argentina y Latinoamericana (IERAL). Dirección Marcelo L. Capello.
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Nota publicada en La Voz del Interior el 13 de septiembre de 2015 2
Revista Novedades Económicas – 14 de Septiembre de 2015
La mayoría de los indicadores de la economía argentina muestran una trayectoria
insustentable, particularmente los que tienen que ver con el déficit fiscal, la emisión
monetaria para financiarlo, la colocación de deuda de cortísimo plazo en el mercado
local y también los vinculados al sector externo, las reservas del Banco Central y la
implosión de las exportaciones. Es este escenario el que ha disparado la búsqueda de
cobertura a través del mercado de futuros del dólar (a tipo de cambio oficial), por una
cifra de 9,5 mil millones de dólares con vencimiento en el primer semestre de 2016,
que se amplía día a día y que puede provocarle severas pérdidas al Banco Central
(única contraparte) en el caso que la paridad oficial rompa la actual trayectoria.
Frente a este cuadro de situación, no parece recomendable que, para revertir las
expectativas, la única opción del próximo gobierno sea lograr un rápido arreglo del
litigio con los holdouts, para así volver a salir a los mercados de capitales y reforzar el
escuálido nivel de las reservas del Banco Central. Ese enfoque “unidireccional” tiene
dos objeciones principales: a) fortalece la posición negociadora de los llamados “fondos
buitre” que, sabiendo que el gobierno tiene todas las fichas apostadas a esa salida,
habrán de definir una vara bien alta para cerrar trato. Esto, a su vez, puede dar
lugar a numerosas idas y venidas en la negociación, abriendo el flanco a riesgos
latentes, como el de la “aceleración de la deuda”, un reclamo de cobrar “al contado”
por parte de tenedores de bonos que actualmente no están recibiendo los pagos
correspondientes, debido a los embargos dispuestos por el juez Griesa. b) la otra
limitación tiene que ver con el hecho que el fortalecimiento de las reservas del Banco
Central es una condición necesaria, pero no suficiente para comenzar a recuperar
atractivo para las inversiones productivas en el país. Al respecto, basta observar las
dificultades por las que atraviesa Brasil, pese a contar con reservas por 370 mil
millones de dólares (equivalentes a 15 % del PIB) o las de la misma China, que cuenta
con activos en su Banco Central por nada menos que el 30 % de su PIB.
La referencia a países que, pese a su elevado nivel de reservas, sufren recesión o
tropiezos para crecer, sirve para focalizar el diagnóstico sobre la economía argentina:
como se ha subrayado en anteriores artículos, el problema está por el lado de la
oferta, no de la demanda. La prueba más contundente la ofrece la propia experiencia
local, ya que el PIB se encuentra prácticamente estancado en los últimos cuatro años,
pese a múltiples intentos reactivadores que ensayó el gobierno por el lado de la
demanda. Se insistió en los últimos años en mantener una política monetaria
expansiva, con tasas de interés que, salvo los últimos meses, se ubicaron bien por
debajo de la inflación. Se intentó reforzar esta fórmula con un gasto público
aumentando a un ritmo casi 10 puntos porcentuales por encima de la marcha de la
recaudación y, si bien se sostuvo el consumo, no se pudo salir del estancamiento
debido a que los otros componentes de la demanda agregada (las exportaciones y la
inversión) han caído respecto de 2011.
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Revista Novedades Económicas – 14 de Septiembre de 2015
Luego de cuatro años de “prueba y error”, correspondería comenzar a prestarle mucho
mayor atención al lado de la oferta de la economía. Los elevadísimos costos para
producir que enfrentan las empresas, tanto del campo como de la ciudad, la carga
impositiva récord, las trabas burocráticas que han proliferado, la falta de automaticidad
en las operaciones de comercio exterior y cambio, el estancamiento de la productividad
laboral, entre otros.
A primera vista, los problemas que sufre la economía argentina están relacionados con
la caída de los precios internacionales de las commodities que se exportan, una
explicación que también se aplica a Brasil. Sin embargo, lo que verdaderamente
ocurre es que ese fenómeno está poniendo en evidencia las limitaciones en materia de
competitividad del país que, a su vez, tienen que ver con avances insuficientes en
materia de productividad. Saliendo de la dimensión materias primas esto se puede
observar, por ejemplo, en las exportaciones argentinas de vehículos, que caen un 38,7
% (2015 versus 2011). Por el contrario, en México, las unidades despachadas al
exterior aumentan un 29,5 % para igual período, poniendo en evidencia los problemas
de diseño del Mercosur en la política industrial. En 2011, por cada unidad exportada
por la Argentina se despachaban 3 vehículos “made in México”, mientras que ahora
esa relación es de 1 a 6.
En este nuevo escenario internacional, la Argentina enfrenta una dificultad adicional,
que tiene que ver con el temor a corregir el tipo de cambio, dada la pésima experiencia
de principios de 2014, cuando la devaluación del peso se trasladó íntegramente a la
inflación, por lo que no sólo no mejoró la competitividad, sino que empeoró el cuadro
social. Sin embargo, el contexto no deja opciones, ya que países que han sufrido
caídas de las exportaciones en dólares similares a la de la Argentina (del orden del 30
% respecto de 2011) han dejado que sus monedas se devalúen entre un 25 y un 35
%, como es el caso de Colombia y Noruega. Como son países de baja inflación, ese
ajuste cambiario no ha sido traumático.
Hasta ahora, la Argentina no sólo ha resistido esa tendencia global, sino que incluso
ha apreciado su moneda en términos reales un 15 %, siempre en relación a 2011,
pero al costo de perder reservas en forma sostenida y afectar severamente el nivel de
actividad y el empleo en los sectores más vinculados al mercado mundial. La transición
está mostrando que será muy difícil arrancar el 10 de diciembre sin cambios
sustanciales en esta política y, mientras más se asume esta realidad, lo relevante pasa
a ser el diseño de un sólido plan de estabilización, que impida la repetición de la
experiencia de principios del año pasado y logre minimizar el traslado a precios del
eventual ajuste del tipo de cambio. Una vez que la discusión se traslada a este plano,
se puede poner sobre la mesa todo lo que NO se hizo a principios de 2014: la
búsqueda de un ancla para la inflación a través de la política fiscal y monetaria, la
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conveniencia de avanzar en un pacto de competitividad para evitar una infructuosa
pulseada de precios y salarios, entre otras herramientas disponibles.
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