Cazadores de microbios; Lazzaro Spallanzani

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RESUMEN DEL LIBRO CAZADORES DE MICROBIOS
Abstract
Spallanzani fue un justiciero, que olvidaba las rencillas que había tenido con otros, y fustigaba, a los que
cometían errores en sus observaciones. Se convirtió en un verdadero sabio y fue el primero en descubrir que
los microbios provienen de seres semejantes, destruyendo así la teoría de la generación espontánea.
Reseña
Lazzaro Spallanzani, los microbios nacen de microbios
Leeuwenhoek había muerto y todos los miembros de la Real Sociedad en Inglaterra, y de la Réaumur y la
brillante academia Francesa se preguntaban ¿Quién va a continuar ahora con el estudio de los animales
microscópicos?.
La contestación no se hizo esperar, pues el conserje de Delft había muerto en 1723, y a unos mil quinientos
kilómetros, en Scandiano, pueblo del norte de Italia, nacía en 1729 Lazzaro Spallanzani.
Fue un niño extraño que recitaba versos al mismo tiempo que hacía tortas de barro; que olvidó estos
pasatiempos para realizar experimentos crueles e infantiles con escarabajos, sabandijas, moscas y gusanos y
que, examinaba atentamente a los seres vivos de la Naturaleza; les arrancaba las patas y a alas y trataba,
después, de volver a colocar en su primitivo sitio.
A semejanza de Leeuwenhoek, el joven italiano tuvo que sostener grandes luchas con su familia para llegar a
ser cazador de microbios; pues su padre, que era abogado, puso todo su empeño en que Lazzaro se interesase,
por los autos de procesamientos, pero el jovenzuelo esquivaba esa preocupación y se dedicaba a lanzar piedras
planas rasando la superficie del agua, preguntándose porqué se deslizaban en vez de hundirse.
El joven Spallanzani estaba tan decidido a arrancar sus secretos a la naturaleza como lo estuvo Leeuwenhoek,
por lo que en sus ratos libres se dedicó a estudiar matemáticas, griego, francés y lógica, y durante las
vacaciones observaba las fuentes y el deslizarse de las piedras sobre el agua.
A hurtadillas hizo una visita a Vallisnieri, el célebre hombre de ciencia, a quien dio cuenta de todos sus
conociemientos, el cual convenció al padre de Spallanzani de que lo dejara olvidar la carrera de Derecho y
emprendiera la de Ciencias, por lo que el avisapado Spallanzani fue enviado a la Universidad de Reggio para
cursarla.
En aquella época el ser hombre de ciencia era profesión mucho más respetable y segura que cuando
Leeuwenhoek empezó a fabricar lentes: la Inquisición había comenzado a dulcificar sus procedimientos y
prefería arrancar la lengua a los hombres del pueblo y quemar los cuerpos de herejes desconocidos que
perseguir a los Servet o a los Galileo. El Invisible College no tenía ya que reunirse en cuevas o lugares
escondidos y las sociedades científicas obtenían en todas partes el apoyo generoso de los parlamentarios y los
reyes. A pesar de todo, reinaba en el mundo la ignorancia y mucha pseudociencia, aún en el mismo seno de
las Reales Sociedades y Academias.
Antes de cumplir los 30 años fue nombrado profesor en la Universidad de Reggio, donde explicaba sus
lecciones antes un auditorio entusiasta que le escuchaba pasmado; allí fue donde dio comienzo a sus estudios
sobre los animalillos, aquellos seres nuevos y pequeñísimos descubiertos por Leeuwenhoek, empezando sus
experimentos cuando corrían el peligro de retornar a la nebulosa esfera de la ignorancia humana, de donde los
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había sacado el holandés.
Esos animalillos eran objeto de una gran cuestión: ¿Nacen espontáneamente de los seres vivos, o deben tener
padres forzosamente? ¿Creó Dios todas las plantas y todos los animales de los seis primeros días, limitándose
después a ser el director del Universo, o sigue aún en la hora presente entretenido en dejar que aparezcan a su
capricho nuevos animales?
En los tiempos de Spallanzani la opinión pública se inclinaba por la aparición espontánea de la vida, la gran
mayoría de la gente sensata opinaba que no era necesario que todos los animales tuvieran padres, sino que
podía haber entre ellos hijos ilegítimos y desgraciados de una variedad repugnante de sucias inmundicias.
Los mismos hombres de ciencia eran partidarios de este modo de ver; el naturalista inglés Rosso formuló el
anatema contra los adversarios: Poner en duda que los escarabajos y las avispas son engendrados por el
estiércol de vaca, es poner en duda la razón, el juicio y la experiencia. Incluso animales tan complicados como
los ratones no necesitaban tener progenitores, y si alguien dudase de esto, no tenía mas que ir a Egipto, en
donde encontraría los campos plagados de ratones que, para gran desesperación de los habitantes del país,
nacían del cieno del Nilo.
Spallanzani negaba la posibilidad de la generación espontánea de la vida; ante la realidad de los diminutos
bichejos de Leeuwenhoek, pudieran provenir de un modo caprichoso, de cualquier cosa vieja o de cualquier
inmundicia. ¡Una ley y orden debían presidir su nacimiento; no podían surgir al azar!
Una noche, tropezó con un libro que hablaba acerca de la superstición que reinaba acerca de la generación
espontánea de las larvas y de las moscas: decía como hasta los hombres más inteligentes creían que estos
animales eran engendrados a partir de la carne putrefacta, y más adelante, desorbitado por el asombro y la
excitación, pudo leer Spallanzani la descripción de un pequeño experimento que destruía para siempre la
disparatada leyenda. Lo que él hizo fue:
Tomó dos tarros y puso un poco de carne en cada uno de ellos; dejó descubierto uno y tapo el otro con una
gasa. Se puso a observar y vió como las moscas acudieron a la carne que había en el frasco destapado, y poco
después aparecieron en él las larvas y más tarde las moscas. Examinó el tarro tapado con la gasa y no encontró
ni una sola larva, ni una sola mosca. De ellos resulta que las moscas tienen progenitores.
A la mañana siguiente, el librito le hizo pensar en la misma cuestión, pero no ya en relación con las moscas,
sino con los animales microscópicos.
Un clérigo llamado Needam, elaboró un experimento en el que demostraba que los animalillos podían surgir
espontáneamente, cuando en una botella de caldo de carnero observó que allí se encontraban éstos. A
Spallanzani le pareció que esto era imposible ya que él antes había demostrado que esto no era cierto, por lo
que pensaba que el experimento de Needam tenía alguna falla que él tenía que descubrir. Calentó en varias
redomas, diferentes clases de semillas, guisantes y almendras, a las cuales les virtió agua pura a cada una. Para
sellarlas fundió a la llama los cuellos de las redomas con el mismo vidrio, y así cosa alguna, por pequeña que
fuera no podría filtrarse a través. Las calentó por horas y después esperó varios días para observar que era lo
que ocurría.
Fue rompiendo uno a uno los cuellos de las mismas y con un tubito sutilísimo sacó un poco del líquido que
contenían aquellas redomas calentadas durante tanto tiempo y que había cerrado tan perfectamente, y fue
poniendo gota tras gota del caldo bajo la lente del microscopio.
El examen minucioso de las gotas de caldo procedentes de las redomas que habían sido hervidas durante una
hora le demostró que no había en ellas ningún ser vivo. Ávidamente se dirigió a las que solo habían hervido
unos minutos, y roto los cuellos, examinó su contenido. Aquí y allá, en el grisáceo campo visual, de la lente,
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descubrió alguno que otro animalillo juguetón; no eran microbios grandes como otros que había visto, pero de
todas manera eran seres vivientes.
Éstas redomas estaban cerradas a fuego, nada había podido penetrar en ellas procedente del exterior: con lo
que había que admitir que los animalillos que en ellas hay han podido resistir la temperatura del agua
hirviente.
Esto significa que los animalillos que hay en el aire lograron colarse después en las redomas mal tapadas. Es
lo que ha ocurrido al bueno de Needham.
Fue un día grande para Spallanzani, y aunque él mismo no se diese cuenta de ellos, fue también una gran día
para el mundo: había demostrado que era errónea la teoría de Needham de la generación espontánea de los
animalillos, de la misma manera que Redi, el viejo maestro, había demostrado que la carne putrefacta no
podía por sí sola engendrar moscas.
Needham, mientras tanto, se asocio con el conde Buffon y entre los dos trataron de darle una explicación a los
seres que encontraron en el caldo de carnero, en el cual por tratarse de una fuerza se le llamó Fuerza
Vegetativa, por lo que los miembros de la Real Sociedad y la Academia de Ciencias de París, nombraron
socio correspondiente al padre Needham.
Needham escribio a Spallanzani: Su experimento carece de base, porque ha calentado usted las redomas por
espacio de una hora y ese calor tan intenso debilita y perjudica a la Fuerza Vegetativa hasta el punto de que no
es posible crear animalillos.
Esto era prescisamente lo que Spallanzani estaba esperando oír, y olvidando los deberes religiosos, se lanzó al
ataque, no ante la mesa del laboratorio; no con la pluma, sino con sus redomas, sus semillas y sus
microscopios.
Spallanzani volvió a limpiar sus redomas; compuso mezlcas de diferentes semillas: guisantes, ejotes y yeros,
con agua pura, acabando por tener invadido el laboratorio por verdaderos ejércitos de redomas: las había en
las estanterías, sobre las mesas y las sillas y se amontonaban en el suelo, imposibilitándosele dar un paso.
Tomó las redomas y las semillas, pero en vez de hervir éstas con agua simplemente, las puso en un tostador de
café y las calentó hasta reducirlas a cenizas. Acabó virtiendo agua destilada sobre ellas, murmurando,
satisfecho:
Si había en estas semillas algunas Fuerza Vegetativa, bien puedo decir que la he destruido.
Días más tarde, cuando volvió a sus redomas, se dibujó en sus labios una sonrisa sarcástica que nada bueno
presagiaba para Buffon ni para Needham, porque a medida que iba examinando al microscopio las gotas de
infusión procedentes de las distintas redomas, encontró en todas ellas animalillos en abundancia que nadaban
en el líquido, viviendo sus cortas vidas tan alegremente como otros animales cualesquiera engendrados en la
mejor decocción de semillas no tostadas. Había tratado de descartar su propia teoría y al intentarlo vencía en
toda regla al piadoso Needham y al elegante Buffon, que sostenían que el calor destruía, hasta el punto de
impedir la aparición de animalillos, la fuerza inventada por ellos. ¡Las semillas carbonizadas habían
suministrado excelente alimento a los diminutos seres! ¡La llamada Fuerza Vegetativa es un mito!
Victorioso pregonó por toda Europa su último descubrimiento, y cuando se enteraron Needhman y Buffon,
hubieron de sentarse con hosco ceño entro las ruinas de su disparatada teoría, sin poder hacer argumento
alguno. Spallanzani había demolido sus bacterías con un simple hecho. El italiano por su parte, se deció a
escribir y siendo en el laboratorio un virtuoso, con la pluma en mano se transformaba en un monstruo y más
ahora que estaba completamente seguro de haber destruído el divertido mito de la teoría de la generación
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espontánea de la vida de Needham.
Así terminaron Needham y su Fuerza Vegetativa, y desaparecido el temor que las gentes tenían a esa fuerza
siniestra que estaba esperando el momento propicio para transformarlas en hipopótamos, volvió a ser
agradable la perspectiva de seguir viviendo.
Spallanzani fue al museo de Historia Natural de Pava y encontró vacías las estanterías; se arremangó, dio
conferencias sobre todo lo imaginable, realizó estupendos experimentos ante un público numeroso y se hizo
respetar de los discípulos, porque sus diestras manos siempre conseguían que tuvieran éxito sus experimentos.
Él estaba muy orgulloso de su imaginación y de la agilidad de su cerebro, y a éste su engreimiento contribuían
mucho las lisonjas y la admiración de sus discípulos, damas intelectuales, doctos profesores y reyes
victoriosos; pero como era ante todo un experimentador, inclinaba la cabeza humildemente cuando un hecho
nuevo, derrotaba a una de sus brillantes conjeturas.
El mundo elegante que rodeaba a Spallanzani empezó a zumbar como un avispero, y al ver nuestro hombre
cortada su magnífica carrera, creía oír, en medio de sueños espantosos, las murmuraciones maliciosas de
aquellas damas, peronas que antes le habían alabado y envidiado; se imaginaba el triunfo de los hombres a
quienes había derrotado en toda regla con sus hechos y sus experimentos concretos, hasta llego a pensar en la
resurrección de aquella disparatada Fuerza Vegetativa.
Finalmente, en el año de 1799 Spallanzani sufrió una apoplejía, la cual le causó una agonía que hizo que
muriera algunos días después.
Ese fue el espíritu de Spallanzani, espejo del alma de aquel siglo en que vivió, siglo cínico, de inquietudes
intelectuales, frío, razonador; siglo que descubrió pocas cosas prácticas, pero que, quitando los escombros de
la Edad Media, despejó el terreno para la construcción de la limpia y elevada morada en que hubieron de
consumar trabajos inmortales Faraday y Pasteur, Arrhenius y Emil Fischer y Ernest Rutherford.
Comentarios críticos
• Pienso que los descubrimientos de Spallanzani fueron muy importantes ya que invalido una teoría en la que
los seres humanos habían creído por muchos años, demostrando con bases cual era la verdadera causa de la
generación espontánea.
• Me parece que lo que hicieron el conde de Buffon y el clérigo Needham, fue una competencia desleal hacia
Spallanzani, porque él demostró varias veces que estaban en un error y mientras que ellos buscaban la
manera de que él quedara mal ante los miebros de la Real Sociedad y sacar adelante sus teorías falsas.
• Creo que la persona a la que le debió Spallanzani el hecho de poder ser un investigador es a Vallisnieri, ya
que él fue quien habló con su padre y lo convenció de que pudiera estudiar Ciencias, en vez de Leyes, pues
si no lo hubiera hecho, habrían tardado muchos mas años, o tal vez siglos, en que otro investigador
desaprobara la teoría de la generación espontánea.
• Su vida es muy interesante, ya que fue una persona muy reconocida e importante para su época, ya que hizo
de todo, hasta experimentar con su propio cuerpo por descubrir el porque de muchas inquietudes que tenía
la ciencia.
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