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Cuerpo sobre cuerpo

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Cuerpo sobre cuerpo
Antología poética
Edición: Olga Rosa Ríus y Luis Rafael
Diseño interior: Alfredo Montoto Sánchez
Corrección: Delia M. Sola
Composición: Evelio Almeida Perdomo
Diseño digital: Alejandro Jiménez
© 2001-copyright Editorial Letras Cubanas,
Editorial CubaLiteraria
Todos los derechos reservados
Editorial CubaLiteraria
Instituto Cubano del Libro
Palacio del Segundo Cabo
O’Reilly 4, esquina a Tacón
La Habana, Cuba
www.cubaliteraria.com
Umbral
Necesito incor porar un misterio
para devolver un secreto,
una claridad que pueda compartir.
JOSÉ EUGENIO CEMÍ
1
La noción de claridad subyace en toda escritura. Iluminar
es la intención explícita y el recurso más íntimo de un
escritor. Por decirlo de algún modo: iluminar, en poesía,
es alcanzar a situarse en el punto original de la invención.
Se trata, sin embargo, de una noción cuyos modos y
cimientos son profundamente cambiantes, y puede
encontrarse en escrituras muy diversas.
Los mejores textos de la poesía cubana y universal
de todos los tiempos —aquellos a los cuales solemos
volver varias veces en la vida un poeta y otro, una generación y otra— muestran esa avidez de iluminar que
está en la esencia de cualquier gran escritura. También
en este tiempo finisecular que nos ha tocado en suerte
—donde casi todo vale y casi nada significa— la poesía
y los poetas insisten en incorporar misterios para
develar secretos, y la eficacia de sus imágenes liminares
discrepa continuamente de la retórica verbalizante y
trivial, confusa y vacía, que con excesiva diligencia nos
proponen ciertos técnicos de la palabra.
El poeta va a la palabra y la escribe en versos porque
intenta poner en claro para sí y para otros un/su mundo,
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y cifra esas representaciones cotidianas, sus imágenes,
para estar y permanecer allí, no solo nunca más él únicamente: viaja del misterio originario hacia una claridad que
pueda compartir. La pertinencia de la escritura como
creación está entonces en el estremecimiento que provoca, el sentido que propone, la contundencia de lenguaje que presenta.
2
En las explicaciones acerca de la poesía cubana de esta
segunda mitad del siglo XX —y en general en el ámbito
del idioma— la noción de claridad suele asociarse a un
momento de la poesía: la llamada poesía conversacional
—exteriorista, coloquial, realista, de la existencia,
antipoesía— y se la suele presentar como expresión de
una voluntad de estilo propia de las realidades sociales
y literarias de los años sesenta.
La superación de la norma poética conversacional
como discurso dominante —metamorfosis ocurrida en
los últimos lustros y resultante de un complejo proceso
de acumulaciones, cuyos elementos definitorios hay que
buscar en evoluciones de lo literario pero también en
mutaciones de lo real— difundió una lectura parcial,
utilitaria, de la noción de claridad, que condujo en parte
a la proliferación de verdaderos laberintos escriturales y
a determinada subvaloración u olvido de una función
intrínseca del texto literario: su función comunicativa.
Una amplia zona de la poesía publicada en Cuba
durante estos años y casi toda la crítica dominante,
benefició con excesiva frecuencia textos portadores de
esos nuevos códigos: cerrados sobre sí mismos, deliberadamente oscuros, profundamente intelectualizados,
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pero también y en buena medida, confusos en lugar de
ambiguos, distantes del rigor, la profundidad y el riesgo, que quizás le hubiesen permitido constituirse en
una expresión literaria modélica o, si se prefiere el término, en un experimento pertinente de otra escritura.
En un poema antológico de los años ochenta, «La
luz, bróder, la luz», Sigfredo Ariel nos proporciona una
clave para entrar al mundo cotidiano y al imaginario
simbólico de un escritor, a la grandeza y a la miseria
posibles de ese proceso que lleva a alcanzar el punto de
invención poética. Los versos finales develan la intención del poeta, el sentido y el destino de la poesía: quedará la luz, bróder, la luz/ y no otra cosa. Es la misma
clave de luminosa certidumbre que Teresa Melo extrae
y re-crea diez años después en «Fin de siglo», un poema
que ya sentimos inolvidable: Por desear la luz, por retenerla, atravesamos cualquier oscuridad. Luz íntimamente
deseada, que no se retiene sin intención, que no se nos
entrega, claridad que debemos alcanzar siempre que se
trate de poesía, más allá de escuelas y de dogmas y de
todo el caos de la época pos.
3
Estremecimiento, sentido, contundencia de lenguaje;
esos tres elementos quisimos encontrar en los
poemas que integrarían este catálogo. Aspiración
—sabíamos— imposible de alcanzar en una muestra
de autores jóvenes, pero que nos permitió operar
con un método y situarnos en un punto de partida
pertinente para dotar de intención literaria esta
selección de sus textos.
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Los poetas que aparecen aquí fueron seleccionados
entre algo más de cien autores de todo el país, que escasamente rebasan los 25 años, cuyos textos —inéditos
muchos, lanzados otros a la luz por pequeñas editoriales de provincia, algunos ya legitimados por su
premiación y/o publicación en certámenes, revistas o
editoriales que forman parte de los circuitos nacionales establecidos de promoción y circulación de la poesía— fueron leídos con igual rigor independientemente de su procedencia.
Hay muchos autores casi desconocidos hasta ahora
cuyos poemas iluminan estas páginas, alguna ausencia
que somos los primeros en lamentar. Estamos seguros, sin embargo, de que este Cuerpo... no dejará indiferente al Lector, común o especializado, que se acerque para hallar lo que él ofrece: las consistentes voces
reunidas, por primera vez, de una nueva promoción
de poetas cubanos que apuesta por la poesía desde experiencias de vida y escritura muy distintas.
Esta selección da testimonio para el siglo que comienza del intenso quehacer poético de los jóvenes de la Isla
en el fin de siglo que termina, y aporta otra vez pruebas
del carácter singular de la Poesía, de la diversidad de
apariencias conque suele presentar su pregunta —eterna más que clásica, recurrente más que circunstancial—
sobre el sentido último de la existencia humana.
Acaso alguien reclame aquí un pormenorizado análisis de los textos presentados. No es la intención que
anima estas páginas. No lo creemos necesario. Mejor
rebasemos ya el suave Umbral, entremos de una vez al
Cuerpo... Y goce el Lector, como gozamos nosotros
día a día, la luz pendular de un mundo que oscila y
amanece.
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Pero no nunca olvide, por favor, que la claridad de estos versos que ahora compartimos fue extraída de la más
densa niebla: necesitó, antes de devolver su secreto, incorporar un misterio.
A YMARA A YMERICH
EDEL MORALES
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José Ramón Sánchez
I Aislada noche
Aislada exhibe la noche su quietud o silencio.
Temores trepan a los sentidos del que parte.
Salta el rayo incierto dibujado por la luna:
Rescata paisajes del sueño que pugnan por nacer.
Apenas la sombra persiste desnuda entre piedras.
Apenas se abre vacía la mirada al seno de lo oscuro.
No ve la mano definitiva que esta hora brinda:
/ Nunca igual.
Parece insinuar persecuciones el mismo eco
/ que despide.
VIII Cubierto el lobo
El lobo: Cordel veloz que por mi odio pasa, me admite.
Estoy asistido por la baba que gasta. Me supone el vestigio
que lleva soportado. Yo, colmillada fiel y regustada en fue-
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go malcriado. Fuego que porfía silente al pecho que seduce
y recibe los rojizos copos de bronce.
Del lobo la pelambre miente cañaveral de liebres.
Mastico personajes que me iniciaron y habitan.
Entiendo sólo a este. Su trabazón y el banquete.
Ronquido voraz como un idiota tenido en el sabor
que el gusto concede.
Hablado el sol deshace su éxito. Artesanal voz y
redonda. Obispado que interpretan los vivientes
mientras la punta de pelo gris se repite en formas de
agotar me para sentirse avergonzado. Yo fui
avergonzado. Para imitarme, desnuda lengua del valle,
barriendo este animal en juego que recita la luz (marino
en años) de un puerto que interroga.
Pero al otro estío por las calles vacilaba más allá de
la cabeza guardiana, su peso comprendido. Y el lobo
que no me piensa, alerta de músculo colmillado. Y en
el gruñido, fuertes las patas tiesas (todos así).
¿Diré que el lobo es un ácido corruptor y
combativo?
El miedo con la garganta hundida. Su harto
estómago asimilable. Letanía del cuerpo que me
acompaña en resistencia, puesto a no morir mientras
me alcanza llevar el rastro con párpados cerrados, la
trompa herida. Las hojas tenaces del lobo son yemas
cultivadas en el bastón tuberoso. Su fiebre asoma
confundida con el hambre de rodillas servidas en caer
y maniatadas para su aliento que es odio tímido, no
abierto, errante por sudorosos cuartos traseros y
golpeados.
De veras el hambre da su acento en el lobo.
Y en la guarida al patio nuestro, de veras basta
despojarse por el otoño y re-crearse, ser rebasado.
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En cántico por el sonido oscuro extrañamente anuda
los azules juguetes de la tarde. Luego sentado se incorpora al perro y lo seduce con las rojizas gotas de su lengua, por el cuero lamidas, y más adentro engorda maduro por el tronco. Quizá perfecto bajo la sombra que
entrega.
IX Caballos y en la crin la noche
Caballos que la noche llevan a sus crines y habitan de
trotes la piel de la memoria con chispas, coces y sudores
al espacio, se viran a mí. Sus marcas la pregunta abren.
La forma se pierde. Un largo quehacer de árboles
embosca el templo, y la oración suspende el trote que
deshace y le bebe piedras.
Soltarse de la mano caída que el pelo roza, suspende
un trote largo extendido aún más.
Parece algo que el miedo dibuje sobre la blanca
sombra y disipa en agujeros de sombra densa que existe
cuando escucha un temblor en ecos sostenido y al
límite color deriva: Aquí donde la forma cambia para
tener la taciturna condición que espera, que ofrece.
¿Qué regreso ofrece?, si yo no evito (y lo parezco) que
atrás quede un desnudo cubierto por la hierba.
XV Sangre
Sangre que ya no he visto, corre. Sangre lavada en el
agua sin placer de las alcobas, arrastra el vencido gesto
de la pareja acompañada y diurna pecho a pecho. (Presiden todo amor las flores rojas). Trabaja la sangre su
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vino, bajo frutas y niñas maduras. Comprende la tierra,
que sangre bebe su codiciosa lengua. Que disminuye
luz en la carne solar provocativamente. Que con sangre
aplaca su multitud errante de criaturas, y declina azules
con ambición celeste.
Una disciplina del tiempo ensangrentado nos corroe.
Canto de sangre sufre la libertad alzada en ruinas.
Liberado de Dios y toda sangre, vestido en fuego, el
hombre dulcemente la sangre espera.
XXXIII
Desnudo en mí tu cuerpo
tiene estancias donde crezco.
Es un volver sin fondo
a la mirada y el fuego
que lame los costados de tus pechos:
Acto de sol que destruye lo esperado
y abre en mi sangre golpes
azotando la forma enemiga
y transcurriendo.
XLII
Sometido a la muerte
que mi cuerpo adquiere,
he buscado en el tuyo
la doble constancia del morir.
Dos cuerpos entregados uno al otro
significan (ya sabemos) doble muerte.
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Doble sangre viva latiendo de temor.
Doble respuesta exigida de eternidad.
XLV Acompañando en la muerte
a un hombre viejo
A Ramón Leyva Zayas
Se duerme sin saberlo el hombre viejo y muere.
Desnudo y al calor de su intemperie, ocupa indiferente una mínima porción de su ancha cama: Hundida al
suelo, pesada y de madera oscura como un cofre que
condiciona en el suelo reposo maternal sin movimientos. Ahora techo y paredes recuperan todo tedio y
como lápida oprimen los flancos del que yace con una
espera labrada en horas de vigilia y sueño. Y las ventanas, furiosamente abiertas al reclamo de la calle, desordenan fragmentos de esta tarde que no cesa. (Tarde
inaugural que califica otras tardes y toda eternidad
precede). Pañuelos sucios y moscas, decoran un rostro
que la miseria para agrietar, fundió en pesadas tinieblas de su seno. (La pesada tiniebla que al hombre por
no asombrar, asusta). En cada esquina del cuarto, y en
cada hueso húmedo del viejo, gravita un plazo arrancado sin disculpas a la muerte, y no resuelto en ninguna profecía, ni en la mirada fugaz del que teme su victoria y participa en las promesas de recuerdo que sin
pretexto otorgan, aquellos que comparten la irrevocable soledad del muerto.
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Luis Eligio Pérez
bajo tea
Dos palabras de más
y hago de su cara un parche.
Unos obran así, otros no,
absolutizan.
El color está en la mente,
la sangre lo imita oscura.
La naturaleza da el baño en oro,
no puede en la mente.
Yo bajé por el camino del solar
y subí entre gritos y tijeras,
creyendo: sólo de un lado
se es sabio,
del otro se admira la sabiduría.
Admire, no hable.
Dos palabras de más
y bajo tea,
hago un parche de su cara;
la suerte:
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servir la mesa,
esperar a media luz
abierto el camino de los hijos.
Abierto:
primero mi placer,
a lo mejor el suyo.
Pídalo. Pero mida las palabras,
dos de más
y bajo tea.
identificador
Soy el caduceo en la
testa. Sostengo todos
los verbos ilícitos. Existir
por más que no te lo
permitan. Asere, asere,
asere, y tocas madera.
mente clara
Lo oscuro: esa lengua y
esa forma, lo incapaz,
piensa: San Alejo me
protege: lo blanco está
desde las sábanas hasta
el niño.
Se sostiene de mí yo,
supremo porque lo imagina,
tú estás claro, me dice,
tienes el hilo de las palabras;
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yo, supremo,
sin embargo lo escucho,
esperando un voto de sabio,
la transparencia en sus ojos.
convenio trascendental
Tú esperas que un hombre
haga la cirugía a
tu vida—
yo espero que una mujer.
Estamos a ras.
Arreglas el cuerpo.
Yo mantengo el sentido
y el don.
Conoces todas las filosofías,
las humanidades,
armas que cambias por
una noche.
Quischá tuto se te dé.
Quischá tuto se me dé.
así tu ausencia (ruptura)
La Kopf sobrevive con la muerte.
El hígado tiene avidez;
caminar la ciudad,
ir bajo las espaldas,
dejarlas en el acto,
no la complace.
Estoy acechante en escaleras
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que conducen al vacío
(tiempo de ruinas),
viendo pasar cuerpos con fina vestimenta,
y el disparo que mata—
criminal devuelto a la ley,
me hace civil,
la Kopf sobrevive.
Puedo saborear las frutas del ágora.
El zumo de esta, esta, aquella otra
serán la suma de la tranquilidad...
el hombre solo, el hombre sin monedas,
el hombre preso,
son uno mismo—
Un hígado que poco asimila el líquido, la frescura,
insubordinado
solo
quiere volver a la calma.
Pero qué violencia, ay, en el regreso:
hay otros manjares,
vías:
duermen en el significado: Manjar.
El significado: Manjar.
Supongámoslo un verbo: Manjar.
Bajo aquellas espaldas...
Bajo aquellas espaldas...
ver loma, árbol, también me sume en la asepsia;
aquí, piedras: urbe y pintura
donde el hombre va a multiplicarse,
matar la Kopf.
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2
Caminar la ciudad te ratifica,
llegar al interior de las piedras y
no encontrar más que en la mente, te hace
el posible sentenciado.
Es volver a salir,
esconderse en los bancos cuando el día
se ha teñido,
aguardar en escaleras cuando aún conserva
la blancura y estos tiempos de modernidad
descubren las porciones blandas de cuerpos ajenos
(una vez me detuve, espalda al cristal, y lo pensé:
un preso soy).
Deberías aparecer
mientras tiro estas semillas, las próximas...
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Arlén R
egueir
Regueir
egueiroo
Últimas palabras del joven Rimbaud
al poeta Paul Verlaine
para N. E.; cómplice
hermano paul
querido verlaine
mi amante
ayer te he visto pasar desnudo
embarazado de dolor en todo tu parto
adivinando el iris de mis ojos tras el lienzo
dormido o despierto
insomne o sonámbulo
pero caído hasta mi piel
con el orgullo de la ciudad atemperando el cemento
ayer a ratos me sentía un pájaro
era uno de tantos con perfil de cadáver
donde quiero deshacerme prisionero
esclavo del vuelo sobre mi lumbre
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ayer parís no semejaba parís
tan sólo un simulacro de la aurora
y notre dame parecía tu pupila
corriendo la lluvia hacia el sena condenándose
ayer a ratos no era homicida
ícaro sin alas
mecido
por las llamas eléctricas como un muro
y lejos
tan oscuros como el mar
morían los mirlos del cansancio
fugitivos en su propio fuego
ayer casi isla me quedaba*
y hoy también
desnudo y sin sexo
me atrevo a ser roca con pálpito de templo
cuando aborta la tempestad los calendarios
y no me basta la sed
ni se corrompe este verdor entre mis piernas
ayer fui pájaro y un reloj
otro cuerpo sin precio
ayer a ratos quise ser cruel
quise morir y tú no estabas
era inmortal
para ver en mi rastro la edad del almendro
adiós hermano paul
querido verlaine
mi amante
* Arthur Rimbaud.
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quiero morir y nada puede salvarme
el albatros ha partido
las islas son tal un pueblo de barcas
y la noche
un solitario puerto donde errabundo espero
ebrio con mi naufragio de naipes
inválido de tiempos
hermano paul
querido verlaine
mi amante
haz que la ciudad coma su polvo*
Los senderos del polvo
III
Siempre el mismo rubor, extrañeza de la saliva
amansando las encías del barro, una multitud
de cuervos entre las piernas, esperando el descenso,
su primera caída sobre estos charcos sin alivio,
ya sin aliento.
Tampoco es raro que sucumbas, lentamente rendido
detrás del oprobio, casi lamiendo tus sandalias,
el sucesivo adarme de los puños que aún te golpean,
que de lo gris se levantan para volver a ofenderte.
* Arthur Rimbaud.
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VIII
Ardía la frialdad de los aires, tranquila;
mientras una absorta columna, entre el fárrago
de los collados le seguía llorando ámbar,
vaciando cada una de las paredes de su vientre.
Madres, hijas, hermanas; todas ellas ambulando
los ruidos, menudos y veloces, del sosiego.
Todas ellas inevitable, puertas desde la curva
final, donde las rendijas del sol existen.
X
Cómo duele despegar tanta sangre viva
atada al nudo escurridizo en el candil;
arrojar los pedazos al tronco de una higuera,
alimentando la arena y los cerros con sus llagas.
Cómo duele mirar los franjeados signos,
las verduras que derramen ciertos poros,
donde cada insecto hurga en su cadáver
una cena intacta para imitar la costumbre.
Los tatuajes del alma
yo he de nacer de mí
socorriendo a la madre que se avecina imposible
como imposible ha de ser el vértigo mismo
por la errante mortaja de la arena
yo no soy de esos que aman a su madre
cuando la noche aventura un ojo impúdico
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desde el invierno que la piel ilumina
sobre los rastros del polvo
yo no soy de esos
travestidos de lluvia
donde el estío es tránsito calculado
ausencia de sí en el sepulcro de la casa
mi madre puede ser un perfil semejante
muriendo cada tarde los tatuajes del alma
y no ser padeciendo mi vientre
sólo huesos
Pronósticos del mirlo
padre
recuerda que también has pronosticado el mirlo
has cosechado la ausencia
y yo no puedo más que elegir
acostumbrarme a ser la rosa de signo oscuro
o morir una extraña levedad de todo
padre
puedes volver a las columnas
a los techos graves de la noche
a la fugaz penumbra de los adulterios
padre
puedes partir seguro
jamás robaré tus cigarros
jamás beberé tu vino
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José Ernesto Cadalso (Che)
El árbol de las copas
Estoy sentado bajo un árbol de copas
bajo un árbol de copas puede sentirse el viento
las copas pueden moverse, entonces, se pueden sentir
/ los brindis
Ahora has llegado tú
en la hierba hay copas, están por todos lados
Tú te acuestas boca abajo
y se te caen algunas copas en el pelo
Bajo el árbol de las copas el tiempo no se siente
Bajo el árbol de las copas la tristeza se marcha
Seguro que ahorita llega un niño
(los niños siempre andan perdidos)
El árbol de las copas no es de nosotros
a lo mejor quería jugar bajo el árbol
Has sacado una botella de champán
El árbol ha seguido botando copas
Nos levantamos para irnos
Todo ha quedado atrás
y cuando llego a mi casa una copa se ha virado
/ encima de la mesa
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El árbol de las copas ha desaparecido
El tiempo lo ha borrado.
Los amigos
Los amigos un día no llegarán
y será un acontecimiento horroroso
Los amigos se irán con sus bicicletas a pasear
/ a otros lugares
Los amigos son como hojas de un árbol que se caen
un día no llegarán y será el otoño
Será el pájaro que vuela y no volverá a posarse
Los amigos llegan con sus esqueletos a contarme
/ las estrellas
pero un día no volverán
Los amigos un día se perderán en el bosque
Ese bosque que es tan grande para nosotros
ese bosque de cipreses y aves silvestres
Los amigos un día no volverán
y se perderán en el parque
Yo los saludaré con un movimiento de mano y les diré
/ hasta luego
después tiraré un barco al agua a ver si flota
Una tarde melancólica en Ostende
He salido
de mi casa
con una idea
con la idea absurda de sentarme
bajo un árbol
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He salido con la idea de ver trepar
(si se puede ver trepar)
a un cocodrilo
por una de esas
matas
He salido con la idea
de involucrar mis pasos
mientras me pierdo
en la espesura del bosque
Hoy he salido a caminar
bajo los árboles
pero no he salido para ver las matas para ver
los cocodrilos
No he salido para ver eso
ni siquiera
he salido
para ver los pinos
que posan sus ramas secas
en mi cabeza
No he salido para ver eso
He salido para verte a ti
mientras apareces en una esquina
azul
de este bosque
Como un banco como un abanico
Miro mi reloj de arena por la ventana
parece que lo único que tengo que hacer es contar sus granos
No tengo otra cosa que hacer que contar las gotas
/ que caen en la noche
Despacho mi hígado para que se lo coman las moscas
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y estrujo una hormiga en el papel
Parece que no tengo nada que hacer que no sea eso
Busco silencioso mis zapatos debajo de la cama
y no sé por qué recuerdo un día que estaba bajo la noche
persiguiendo lechuzas
Saco a pasear mi último recuerdo
Veo tu recuerdo borroso en la pizarra
rompiendo la cabeza de un bolígrafo
No sé por qué aún me miro las manos
Recuerdo tu voz y no sé por qué aún cazo saltamontes
Veo las flores caer a lo lejos
y escribir mi piel y veo mi piel arrugarse como el viento
Quiero matar y no puedo
Quiero coger el aire en un pañuelo
Veo el reflejo en la mesa
y escribo su superficie no sé por qué estás aquí
Te escribo en las aceras
en las palmas, en los charcos
en las pencas
Te recuerdo en un banco, te recuerdo matando
/ mi recuerdo
bajo la noche para una lechuza
Ya no hago poemas buenos sobre los charcos
Tengo calor
te escribo esta carta y me voy no sé por qué aún te veo
/ en la noche
Se me acaba la tinta
y aún me escribo las manos
aún voy a ver las tardes, aún veo las hormigas pasar
aún veo tu sonrisa, aún creo en la poesía
aún te veo en los charcos
Buscando el viento por las noches
y yo aún me mantengo en esta mesa
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mientras espero por el paso de los trenes
Veo las caretas que se usan en los teatros colgando
/ en la alambrada
despacio como el viento
y escucho tu imagen en los raíles
He llorado mucho por ti
y he visto muchas lechuzas pasar
Escondo los pies para que no los vean
y veo tu sonrisa en mi banco riéndose en un árbol
Te di la noche para que la vieras
para que observaras su luna sobre la superficie
/ de una azotea
mientras se oía la música de los árboles
Tú me comiste la risa y la distancia
diste de beber a mi perro bajo los árboles
Yo nunca te escribí un poema falso
ni te lo escribí en las paredes
Tú viste día a día pasar las tardes
sobre la cubierta de las hojas
metiendo mi mano por mi garganta y alumbrando en flor
Yo nunca te escribí en las paredes
sino sobre las matas de coco
Tu imagen pasó muchas veces sobre mi escalera
y un día adiviné mi suerte en un sueño
era doloroso y triste
y nos perdimos en el bosque protegidos por la cubierta
/ de los árboles
Tú sabías que era una noche oscura
pero no te importó un carajo
Yo paso genio ahora con mi bolígrafo
mientras se me cae el pelo
Doy a los dinosaurios su comida y espero las estaciones
Yo doy a mi bolígrafo comida para que se la coma
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y me escribo las manos
Sólo recuerdo cuando nos perdimos en el bosque
como un banco como un abanico
a descubrir las estrellas
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George Riverón Pupo
aullido por Allen Ginsberg
We´re all beautiful golden sunflowers inside.
A.G.
Hoy no tengo más que este disfraz de hombre
para asistir a tu llegada
un pañuelo de aguaceros
para escurrir los hermosos girasoles
que desprendes de la voz
y un ojo maldito
por el que miro cuán duros fueron tus anhelos
Yo soy de los que desnudaron sus ángeles
angustiados moribundos
consumidos
por el frío y la asfixia de la droga
Ah
si yo tuviera
cómo devorar el fuego de la carne
y fundirme con él bajo la noche inmensa
pero he visto a los que se cortaron sin éxito
las muñecas tres veces consecutivas
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abandonaron y se vieron obligados a
abrir tiendas de antigüedades
donde pensaron que se estaban volviendo
viejos y se echaron a llorar
y no pude ofrecerles mis libélulas
este desequilibrio de hombre
Si yo tuviera al menos
la mano de Carl donde apoyarme
donde escribir un breve poema
y ver el santo día de tu nacimiento
Si yo tuviera amigo Allen
dónde acurrucar mi cuerpo
dónde echar a arder mis huesos e improperios
dónde cavilar con mi cabeza de animal fantasma
como aquellos que se sentaban sobre cajas
inspirando la oscuridad bajo el puente
y se levantaban para construir clavicordios
en sus áticos
Yo
que no he tenido más
que un acordeón transparente de sonido
y estos discos que escucho noche a noche
Cuándo llegarás Allen Ginsberg
tomándole la mano a Carl
para que todos sepan que le amas
que tus dientes son su arma filosa
en las madrugadas bajo el puente
Estoy obsesionado
y no tengo más hilos que este ovillo
Quiero llegar a ti
para averiguar si tú habías tenido una visión
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para conocer la Eternidad
y me han sido negados los caminos
A tus sesenta y nueve años
vuelves a ser un niño esperando la hora de comenzar a andar
y yo estoy contigo
enfermo de tus poemas
cabizbajo y nervioso
y no estaré a salvo mientras no estés a salvo
y ahora estás realmente sumergido en la absoluta
sopa de animal del tiempo
como quien se libera de su cáscara
y la convierte en el escudo de su gloria
Llega pronto Allen Ginsberg
pero trae de Carl
aunque sólo sea su recuerdo
ya nada devolverá a su cuerpo el alma
ni la salvará del verdadero pingpong del abismo
Llega pronto
escaparé contigo
ahora Denver siente añoranzas por sus héroes
este verano hace crecer las flores
Este verano hace crecer las flores
y ya nadie escribe poemas al cansancio
nada obstaculiza el paso del tiempo
cuando mi casa se abre en dos mitades desiguales
nada se interpone al llanto de mi madre
que como loca corre gritando que tiene ganas de morirse
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que su cabeza le da vueltas
como una pelota rodando en el vacío
Volver cuando la casa es un testigo que pregunta
y nadie sabe responderle
(al parecer las casas no hablan nuestro idioma)
sólo la mesa y el pan de casi a diario
envejeciendo en su costumbre
sólo la mesa y una silla vacía esperando
Este verano hace crecer las flores
y la casa se llena de olor tristísimo
Los muertos comienzan un rito transparente
y es la voz de mi madre que canta su cansancio
es su voz envenenada la que hace bailar a los danzantes
qué dolor tan íntimo provocan sus palabras
es un dolor que arde
Una luz que se prende haciendo crucecitas en la piel
Nada nos sostiene
apenas una cuerda y mi corazón se transparenta
mi corazón que es una barca sin nombre y sin destino
Este verano nadie escribe poemas al cansancio
mi madre ha dejado de morirse
y ahora canta una canción extraña
un nuevo salmo para ahuyentar los días
mientras se pierde en un jardín de flores muertas.
poema al amor prohibido
Terminada la función
las bailarinas se besan apasionadamente
32
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mientras retiran el maquillaje de sus rostros
El escenario es ahora un país inhabitado
donde danzaron bajo las luces
las extrañas muchachas que se aman
Hay fuego ardiendo en las pupilas del acomodador
que muere ensimismado
y se levanta muerto
y echa a andar despaciosamente
dejando atrás el acto feroz del amor prohibido
Las bailarinas comienzan su danza metafórica
su danza solitaria de los siete velos
y la música se eleva desde el alma
y el corazón les estalla con sus luces de neón
con sus alas abiertas
dispuestas para el vuelo
Detrás de los espejos
las bailarinas asisten a una función eterna
sin más vestuario que su propia desnudez
mientras afuera llueve
y el acomodador baña su única muerte
y se va feliz
feliz
cantando su honda soledad.
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los días del perdón
te beso y te echo al mundo,
te beso y te entrego a los soldados.
Detrás de los cristales
la ciudad se encoge de hombros
y yo simplemente soy un vagabundo
Morir sería la solución exacta
el remate justo para estos días de pérdida
Pero yo deambulo
me ofrezco al dolor
como si todo en mí no fuera nada
Qué hacer con tanto miedo
lacerando mis costillas
con tanto fuego ardiendo en mis adentros
hoy que un silencio me penetra
anidando mi vocación de pobre diablo
Los días del perdón
suelen ser un gran abismo
disputándose mi vida
Días de morir y nacer
de morir y morir y volver
con una muerte gris y fría como un dardo
Días sin sol
donde el mundo se sumerge
como un mar de culpas
Días del hombre
Días de Dios bebiéndose mis años
Los días del perdón
han tendido un muro altísimo
34
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el que no puedo derribar con mi amuleto
Mis muertos duermen
puesta tengo la cena para ellos
y no hay señal de sus fantasmas
Vacío de mí abro los brazos
ofreciendo mi dolor a los soldados
a los malditos seres
que en la noche se vuelven cazadores
Días del perdón
minutos cayendo en un reloj de arena
desierto donde el tiempo pasa minuciosamente
Días de mí
espejo para ahuyentar la imagen y su eco
reverso de un dolor sin límites
transparencia para disimular la redondez del mundo
aun cuando al mundo le falte
un país azul como la vida
Apenas soy un pasajero
pero en cada estación
voy dejando un pedazo de mis carnes
un sueño que conduce a la agonía
trampa donde pierdo los ojos
para regalártelos
hermano
ojos que se abren y se cierran
añorando cerrarse para siempre
Tú puedes entenderme
lo sé
por eso deambulo con mi soledad a cuestas
intentando desprenderme los recuerdos
agujereándome el alma
35
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sin importarme que estoy muerto
que es sólo Hueso y Nada lo que soy
Días del perdón
donde los hombres se construyen la esperanza
una casa grande y verde
con árboles frondosos y animales domésticos
casa con muchacha riendo en el traspatio
dando de comer a las palomas
Días del perdón
única salida hacia un país desconocido
donde todo puede volver a ser como en los sueños
isla con cocoteros y una playa
aguas para limpiar
lo que no puede limpiar
el desamor.
36
Michel Aguilar
Hago un dibujo
De las líneas que suben y luego bajan con cierta
irregularidad por el poste del alumbrado hasta la acera,
hice una claraboya (no se me comprendería mejor si
digo que abrí una puerta).
Con un pie puesto en el umbral y otro en la calle, fui
detenido, obligado a disentir de mi plan. No había
luz. Sólo una agónica porfía entre las ramas de unos
árboles me indicó que la luz podía estar, podía en
cualquier momento caer, pero no aquí sino en otro
sitio.
Miré la curva que el poste tendía ante mi paso. Era un
signo de floración. Me detuve otra vez, con precisión.
Por falta de movimiento empezaba un espectáculo:
Para que nadie me viera ajeno, el poste —ese animal
telúrico— se había doblado sobre sí mismo, sobre mí
mismo, como un oráculo; y me mostraba su foco
vencido, una cantidad apocada, su resistencia, una gota
de luz.
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De esas líneas que subieron y luego bajaron por el poste
del alumbrado hasta mi espera, decidí hacer una
borradura (no se me comprendería mejor si digo que
cerré una puerta).
Pintura
Entre las roscas de alambre,
mi cabeza entre tiras
de un instrumento de cristal.
Entre cuchillos y pistones,
mi conversación entre
los cables pelados de la casa.
Este es el mundo-dardo.
Aquí la espátula que muerde,
aquí el tubo de plomo,
las uñas enterradas en cera,
la noche puesta como un casco nulo.
Si estornudo me vuelco.
Me revientan las finas manos
en líquidos que chorrean las palabras.
Si me vuelvo una minucia —y he de volverme—
me salgo del cuadro y no vivo.
Por un cristal vi
Invertido su delgado corazoncito de melón,
la niña se atravesó la garganta
con un abridor amarrado a la pared.
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En la lata del cuerpo no habían oraciones
ni cálidas compresas ni oréganos enterrados.
La mezcolanza abría un vacío, cerraba una pupila.
Su cabeceo arracimaba golpes de cuero.
En busca de semillas para ver
se encontró su grueso dardo de cristal,
su astilla roja, a la derecha.
Y posesa, la niña, se besó lívida al espejo.
El sueño*
PÁGINAS ESCOGIDAS. Jorge Luis Borges.
Colección Literatura Latinoamericana.
Publicado por Ediciones Casa de las Américas, 1988.
* Confieso que aquí me faltaba un texto para el libro.
Con alguna curiosidad descubrí que esa minucia había
sido escrita ya por otro, o, lo que es más preciso, por
Borges.
Como entre ambos, Borges y yo, mediaba una muerte,
y como a vistas toda su desventaja era proverbial, decidí
ponerlo puntualmente en este espacio, y pensar que
nada nos añadiríamos el uno al otro, y que nada nos
salvaría, ni a él por estar muerto, ni a mí por todavía
presenciar el error de la vida.
Me explico mejor: Si yo hubiese escrito el poema,
seguramente se titularía EL SUEÑO y comenzaría
39
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diciendo más o menos así: La noche nos impone su tarea/
mágica. Destejer el universo,/ las ramificaciones infinitas/ de
efectos y de causas, que se pierden/ en ese vértigo sin fondo, el
tiempo.
Me ubicaría hoy en la página 90 de sus PÁGINAS
ESCOGIDAS, hacia donde conscientemente envío al
lector.
40
Luis L. PPita
ita
Delirios del escriba
Siendo el vino que no existe suficiente
contaré mis delirios.
J.Z.Y.
Olvidar, jamás quisiera olvidar, tabernero
pero qué es la muerte
sino tú, esta taberna,
mis viejos juramentos quebrantados por las ratas.
No soy la ausencia que va quedando en las escasas
/ monedas del día,
ni los rostros que veo en los últimos minutos
/ del silencio.
Mi pecado es la canción de los que siempre entran y nunca
/ regresan
a este aroma, de humos y sueños
a este vicio de tragos y olvidos.
Un escriba puede deambular en la inmortalidad
y vagar en el aliento de la noche;
confesar el pasado que habita en sus ojos
quitarse la máscara, predicar su dolorosa lejanía
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para convertirse en una leyenda.
Un escriba puede extinguirse en la rareza
/ de sus palabras
para evitar en la desgracia de los sueños.
De madrugada cuando en estos pasillos
te he visto con esa extraña forma de mirar
la soledad, la muerte empieza a envejecer en mi corazón
como una bestia callada en sus lágrimas,
es entonces que dejo de ser ciego como la oscuridad
y vuelves a ser testigo detrás de mis párpados cerrados
del bufón que Dios viste para que la risa parezca dolor.
Nada vengo a ofrecerte
ya no puedo inventar amigos sentados en estas mesas.
Solo vengo a ti y es de otros rostros,
con mis gastadas sandalias que dibujan sus pasos
sobre la bellísima soledad del fuego.
Todo lo soy
la eternidad, la palabra, el tiempo que habita en los hombres.
Algo me sucede para vivir, para cuidarme
/ de estos delirios.
II
Todos vierten sus vidas, sus sueños, en el fondo sin fin
/ de estas jarras.
Entregan su suerte deshojada en secretos
a la bestia dormida entre las caricias del lobo,
a la muerte eterna que existe bajo sus pupilas.
¿Pero qué es la muerte?
Sino el itinerario del infierno,
las ruinas donde envejece la vida
la vida, que escapa, lenta, silenciosa y amarga hacia la nada.
A veces quisiera morir en esta taberna que retorna al vacío
que alguna vez denegó la luz triste de las calles
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cuando tú hueles a borracho, a escriba, cuando hueles a mí;
olvidar, jamás quisiera olvidar
pero qué es esta guarida
donde ya nadie viene a oír mis palabras
sino la maldición del silencio,
la sabiduría de la mujer que he amado,
mi venganza masticada en el conjuro de nuestras sombras.
Deambulo entre una libertad que otros soñaron
que presiento y se extingue en este fuego
donde voy envejeciendo y enterrando mi pasado,
que fluye tristemente desde el olvido.
He vivido mi vida en la muerte
en una muerte con corazón de escriba
y sigo esperando la eternidad de mi fin.
A veces quisiera morir, tabernero
pero poseo el oficio más raro del mundo.
Ignorar la muerte.
Mi vida eterna es la alianza del paraíso
el pacto que me une al infierno.
Pequeñas revelaciones
Desde la soledad que fui, camino sin andar
no son mías esas manos que santifican la desnudez
no son míos esos ojos que custodian el fuego
sólo soy un hombre que va ausente, humilde,
aquel árbol solitario
que nunca pudo despertar entre sus hojas como un ave.
43
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Poema en que el pez habla de la muerte
y otros designios
Y como pez invento la muerte
miro las distancias de este cuer po
que ya no importa a los hombres;
como pez que revela sus sitios
entre los árboles.
L.M.A.
II
Odio quitarme esta máscara de pez
ser el pájaro que teme a la extraña luz de los caminos,
/ huir hacia
donde fue mi bosque
a la ciudad que yace asesinada entre el ropaje de los
/ sobrevivientes.
Odio despojarme de tanta lucidez;
pero soy quien ha venido a sepultar sus muertos
/ en el vientre de la noche.
Soy el pez, mi nombre de animal nada puede en el último
/ vestigio
de la eternidad.
V
Este es el tiempo en el espejo,
una ciudad que rompe mis cantos,
sus nocturnidades, su falsa pureza de hermosear a la lluvia.
Este es el tiempo donde he regresado al polvo,
donde me he vestido de muro a muro y habito mis mentiras.
Este es el tiempo, extraño sitio que jamás existió en el árbol.
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VIII
Soy el pez entre la profecía y el desprecio.
El pez temeroso del árbol,
rara criatura de las aguas,
rostro que todo lo desconoce.
Pez de amarga belleza,
cuerpo, el más terrible sobre las formas culminantes
/ del tiempo.
Soy el sagrado animal que avanza a ciegas,
tan miserable en sus venganzas de bestia;
aferrado al sonido del silencio,
a la noche tranquila e interminable de su canto.
Soy el pez y he venido en busca de las palabras en el espejo:
de sus labios sigo esperando la muerte.
45
Marilín R
oque (Mae)
Roque
Yo, Safo...
No lo sabes, amigo,
no soy como pensabas.
S AFO
No soy la leyenda sino la mujer.
Se me concibe un Phaón
sin conocer el verso escrito
sobre el mar que me sostiene.
Mentira, Leucades.
Jamás me lancé por el tedio de los hombres.
Yo no hice mis silencios.
La cabalgata de estas horas se dibujó
al pie del Olimpo.
Una diosa escrutó los abismos
para beber de mi saliva.
Ciertas muchachas me han cubierto
de sábanas la soledad.
La tarde me descubre mejor escribiendo nostalgias.
Pero la sangre del hombre que no soy
me baña las manos en cada caricia.
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No miento.
Yo quise estar ausente.
Perderme en los naufragios de los viejos otoños.
Brindar con Baco el vino triste de los dioses.
No les maldigo el olvido.
Venus gemía esclavizándome a su vientre
y mi adolescencia se rompió al fondo de sus templos.
Estas son las hojas que guardé para esconderme.
Porque hoy vuelvo de mujer por las esquinas.
No pretendo defraudar a los fantasmas que poseo.
Pero el absoluto extravío estalla sobre el arpa.
Amigo.
Soy una mujer de Lesbos
sonriendo a la leyenda que me esconde.
Las ruinas de Sorhen
Este es un canto
a la pérdida eterna
que pone a los hombres
cerca de Dios y en las manos del Diablo.
Esta es la historia de Sorhen.
Noble sin título ahogado en la lujuria,
amante equivocado que quiso ser sabio
y no logró, siquiera, ser un hombre.
Yo lo afirmo.
Porque aún escucho los necios reclamos
de mi raza.
Amparo nocturno me dio la muerte.
Y como el hijo perdido que regresa bendijo mi frente.
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Míos fueron los reinos más bajos,
dolor y llanto el pasto de mis peces.
Criaturas inciertas de una soledad más allá del espejo.
Imágenes de unos amigos
que nunca estuvieron en el mismo lugar.
Pedazos de un país que no distingo entre la niebla.
De sus escamas, las más brillantes, brotó la piel
y los dos primeros ojos que pidieron agua.
Y tuve sed.
Y le besé las piernas, las manos.
Fui tras sus labios.
Busqué su sexo.
Me aferré a su carne.
Me hundí en los dos primeros ojos.
Y fui ciego.
—He aquí un hombre,
que después de perder la visión,
quiso coleccionar placeres.
(Cuidado con la soberbia.
Te lanza sobre las piedras,
te parte las costillas,
y sonríe al decir que lo siente)
—He aquí la soberbia
que se hizo vicio
cuando Dios decidió ser un hombre.
Detrás quedó el tiempo de vivir junto a los ríos.
Porque hasta los sueños se pudren si son de carne.
Ya no hicieron falta las escamas.
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Bajo el puente me llamó otra voz que seguí al abismo.
Temblaron las paredes de mi cuarto.
No fui más que sombras
robando espacios en cuerpos de otros.
Todo cuanto levanta la inocencia
lo hace añicos el primer salivazo.
Mis tiernos peces que asolaban el reino.
Yo era Sorhen, amo y señor de una duda a fin de siglo.
Otro hombre solo
sabiendo que el mar se llevó a los amigos.
Otro hombre solo
sabiendo que el amor, cuando lo encuentras,
es muy caro.
—He aquí un hombre
que descubrió la mentira de ser un hombre
y salió a buscar a Dios.
Pregúntale a Dios
por qué
canceló mi cita.
El tren
El tren nunca salió.
Y en los ojos de esas paredes
mi rostro se fue perdiendo como el humo,
dejando sólo el olor,
que poco después se perdería también.
El tren nunca salió.
Y dudé que el equipaje fuera mío.
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Quizás estaba allí para hacerme creer que viajaría.
Cualquier cosa es posible
después de vaciar la distancia en una botella.
Siquiera creo haber estado esperando el tren.
Porque tampoco tenía a dónde ir.
El único destino se había perdido en alguna esquina.
Cuando abrí la mochila encontré preguntas locas
y en lugar de respuestas el más escalofriante vacío.
El cielo fue entonces un grito,
la calle un desespero.
Y la línea que debía guiarme
no estuvo nunca donde yo la vi.
La línea fue la justificación para que hubiera un tren,
un viaje, una mochila.
La línea fue la máscara cobarde de este extravío.
El tren nunca salió.
La línea nunca estuvo.
Y el equipaje, definitivamente, no era mío.
Mi nombre
I
It most have been love, comento
en una esquina del cuarto.
A la media noche aparto
mi soledad con el viento.
Y aunque no escape presiento
que duele menos la muerte,
la agonía de saberte
lejos de mí detenida.
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El naufragio de por vida.
Le juego mi yo a la suerte.
II
La noche pinta de gris
mi pecho en la madrugada.
Me abraza. Y casi quebrada
el alma lejos del iris,
soy un recado de Osiris.
Rey de tierras sin victoria,
pedazos de mí sin gloria
desterrados del amparo.
Porque alguien dijo que es raro
hacer con la muerte historia.
Sin títulos
¡Ah, taberna!
Tu suelo son los pies del mundo.
Por él me arrastro y bostezo.
Nadie se detiene a buscar
cuántas manchas de ansiedad
hay en los rincones.
Mira estos ojos de morirme,
de saltar al tejado
cuando el silencio reviente sobre las mesas.
Se han cansado de tanto
Que ya no sé si se miran
O naufragan junto a mí
en este mar de ciudad,
en esta noche de siempre
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junto al vino.
Alguien te robó el paisaje
la dulce visión de un universo ajeno
que añorábamos compartir.
Ahora nos queda el pantano
Y estos fantasmas míos.
Nos quedan nuestros monstruos.
52
José Félix León
Patio interior con bosque [II]
2
En el puerto reunían los toros. Junto
a las naves de Tiro, Frigia y la lejana
Macedonia, una figura devastada saliendo.
«Siempre quise vivir en un estuario.
Alguna vez miré
ramas cargadas en árboles frutales,
parra encendida sobre alguna fuente
y las maldije.
Vivo escuchando la marea
y los peces que mueren
bajo la sal putrefacta del estuario.
Me volteo a mirar entre las dunas
los fantasmas que hablan
de ciudades perdidas: Cádiz
La Habana
Ampurias
dónde comienza el
/ esplendor
de los altos espolones, los caminos que han sido
y que serán la sombra de mediterráneos.
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Sentir migraciones de pájaros,
la calma de esos bosques
a medias doblados por el mar
o mecidos por terrales.
Sólo deseo el sonido que acompaña a esa palabra:
los estuarios».
3
«Vengo desde Vasconia.
Aquí hubo un pinar
y los cerros que bajaban pegados a la sombra de Dios.
Estas cosas no las sabe nadie:
cuando se extiende por el aire la sombra del horror
los páramos aúllan
y de la tierra emergen voces de metal.
—Camino entre la gente y aunque soy sólo un niño
he escuchado esa voz—.
Entre una costa y otra los manzanos arden,
duermo en el fondo de los templos
y mi cabeza estalla.
Los animales vienen y se ocultan.
Las mujeres han visto y no hablan.
Los perros ya no están».
5
Y como la tierra se enrarece
y el fango cubre la mitad de nuestros cuerpos
bajamos a la sombra de los montes hasta el mar.
Frente a la costa esperan alquimistas del sueño.
Mi sueño es un portal con leones de bronce.
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La lluvia lo enrarece, lo enrarece el alción.
La lluvia en litorales marcados sobre un mapa.
La lluvia señalada en el alero
que canta su respiración envolviendo el otoño.
La lluvia entre las lluvias no fugadas
como flanco caliente de mujer,
como el celo del árbol
ha mojado el rostro sucesivo de mi sueño.
Y como los terrenos son de oro
y el mar es la bahía en jirones de costa,
hasta aquí descendemos
y quizás aquí fundemos la ciudad.
7
(La educación de Ciro)
«Bebo láudano.
En la agonía del gimnasio,
ahogado en el vapor que deja nubes tibias en el aire,
bebo láudano.
Hoy impera la frugalidad.
Son frugales las comidas
y los vinos se escancian en brevísimos vasos.
La ropa es ligera, las telas
cada vez más delicadas.
El aceite impregna cuerpos.
El roce de los muslos hace el mismo sonido
del roce de la seda contra el mármol.
Los hombros se distienden,
las manos sujetando un par de astas.
Hay un estanque donde me sumerjo,
me sumerjo en un estanque y bebo láudano.
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En el norte la guerra,
en las cárceles del sur la peste ha devastado.
A mi alrededor hay competencias:
caen las vestiduras y el sándalo arde.
Pero no presto atención.
Me sumerjo en un estanque y bebo láudano».
8
(según Rita Doove)
Del ónix y del hierro,
de los metales blandos y de la mandolina
con que el muchacho negro del poema
acompaña su canción,
de la respiración de un remo dormido sobre el agua,
de retoños oscuros que blandamente depositas en mi mano,
de los mitos y las piedras, aquel fragmento
que trajiste de Itálica,
de la espiga y la hoja del almendro en flor
construiré mi casa.
Habremos esperado el paso del invierno,
nuestro invierno mínimo,
el invierno de Illinois
de estufas encendidas y mantas a cuadros
tendidas en la mesa.
Habremos esperado la benevolencia de las estaciones,
la calma de los animales,
la vuelta de los niños del colegio.
Hablaremos de Grecia y del aserradero
donde tu hermano cortará los troncos,
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pulirá las tablas, moldeará los marcos y las puertas.
Mira cómo he puesto un cirio para ti:
del ónix y del hierro
y de la recurrencia de la palabra corazón sobre tu corazón
construiré mi casa.
9
Desde el demo de Acarnias busco la ciudad.
Mira la suave curva de las aguas,
el astil sobre lino y los paños
que cubren cestas de peces,
vino ácido.
Dóblate sobre la orilla
y devuelve a la costa dos mil años de espera
en olas que bajan la pendiente de la roca
y barcas de metal.
Así se mecen juntos los rebaños en la tarde
mientras acomodas el lecho de hojas o el nido:
sedales, redes muertas, alguna dejación
del tiempo inexorable.
Frente al diente de perro el alquitrán.
Nos sentamos desnudos en la roca.
Castañas. Poemas que recuerdan
una noche en La Habana
y estas playas nombradas como santos:
Santa María de la sal, algo se olvida,
no estuve siempre aquí o el mar era un estanque,
otra la tierra, el faro del Castillo del Morro
y la ciudad
que vuelve a ser la misma
cuando dejamos Acarnias.
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10
(Relieve funerario)
Recuerdo perfumes delicados:
donde quiera que esté
volveré a casa.
Hemos abierto una manta en el suelo del jardín.
En medio de la noche esperamos la nieve,
el viejo cementerio, el hospital
donde la abuela vio su último verano.
Soñaba como el faraón siete espigas rebosantes
y siete espigas muertas.
Había plantado en el jardín dos hileras de rosas
y alguna vez miró
ramas cargadas en árboles frutales,
parra encendida sobre alguna fuente
las maldijo.
Como Narciso contemplo mi rostro en un cristal.
Leíamos a Homero y sin querer
el viento dispersó unas hojas secas.
Como huelen las fuentes, las estancias,
así huelen los miembros descubiertos.
Hoy he visto trigales y a París,
cedro funerario en el sur de la costa.
Como un cruzado atisbando en la fronda
he visto las nieblas del amor.
Cuando dispuse mi brazo entre las mantas
otros labios vinieron a besar
los músculos, el torso
de los días sepultados.
58
Maylén Domínguez
Seis años maldiciendo
Aquellas bibliotecas murieron con mi calma.
Yo tuve que aprender los vicios incurables,
huir con los amigos.
Oh Diablos, los amigos.
Yo tuve los amigos más breves de este mundo,
de esos que se desprenden y llevan siempre un Dios
/ para no ser culpables,
y vi las bibliotecas más tristes de este mundo
pero se me hizo tarde para entender al fin que yo era
/ quien mentía:
no había que venir tan lejos por un libro
no había que romperse mirando el pizarrón de bordes
/ mal gastados,
el aire del maestro.
Dura expresión del agua,
no van a perdonarme seis años maldiciendo.
Yo hablé de las ciudades,
hoy puedo imaginar la edad de algunas casas
pero bien poco he visto,
yo sólo sé que al fin me voy de los pupitres
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y ya no puedo dar con la verdad exacta.
Aquellas bibliotecas tal vez nunca existieron
quizás yo nunca fui la alumna necesaria,
pero qué mal maestro,
qué duro el tropezón con nuestros años breves.
Y yo, que aún creía
porque ya estaba lejos
juraba que sí había elegido las palabras.
¿Por qué este mal perdón para no desafiarme?
Seis años puede ser un tiempo indefinido,
la paz que se abandona,
vivir para saber que temo a cada instante.
Yo vi las bibliotecas más grises de este mundo
y juro haber soñado que huía para siempre.
En el sueño mis amigos gemían por no haber besado
/ otros lugares
y yo también gemía
pero ya había jurado escaparme para siempre.
¿Por qué tanto desorden,
qué gano con romper mi cuerpo en la aventura?
¿Y a dónde voy a irme,
qué salto puede ahora curarme del delirio?
(1991-1997)
En una extraña ciudad hay una escuela
Septiembre, 19_ _
Estas historias se escriben en septiembre
para que abuela pregunte los domingos
por una extraña ciudad.
60
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Ese es mi padre
tiene la misma bondad de hace diez años
pero en septiembre le cambian los rubores
dice que añora
ha presentido otra vez los mismos trenes.
Una mañana partimos él y yo
una mañana.
Nadie pregunte el por qué de estos adioses
tal vez yo pude querer tranquilamente
pero la extraña ciudad.
Abuela dice
que yo nací confundiéndome en el fango
que era febrero.
Quién puede hablarle a mi abuela de otros meses.
Cuando mi padre gritó desde la acera
ya yo gemía en lenguaje prohibido
como en un sueño que nunca se concilia.
Tan mal juré con los días igualables
juré maldita
por conseguir el aplauso de los hombres.
Mi cuerpo sabe.
Estas historias se escriben contra el polvo.
En una extraña ciudad hay una escuela
donde mi padre escribió que era septiembre
hubo una niña.
Pero al final de la escuela está la calle.
Nadie pregunte el por qué de los adioses
abuela dice que yo nací en febrero
y siempre quise tocar una ciudad.
Así de inmensa.
(La Habana, 1995)
61
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Canción para invocar a un mago
Yo tenía, yo tenía...
S. J. PERSE
Canta
Mago
para mí
di un enigma que no tenga por respuesta estar muy
/ triste
porque vengo de tan lejos
y estas piernas han creído la verdad de los dolores.
Canta
Mago
por si acaso los vigías me sorprenden
yo tenía una canción para amar en los caminos
el anuncio del profeta
yo tenía
yo tenía.
Canta
Mago
la canción que conduce hasta
/ la hora
nadie va a morirse hoy
pero canta
por si acaso
los vigías me sorprenden.
Poema del regreso
Julio de 1997
Pienso en esas ciudades que nada tienen que ver
/ con mi delirio.
Nunca fui hermosa
y era mi casa un lugar allá tan solo
62
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que vine a ser quien ensaya ante el espejo su más innata
/ aflicción.
Ay
las ciudades que no encontró mi cuerpo,
yo hubiera dado mi piel por ser más sabia
más elocuente ante el ojo que bendice.
Lengua perdida,
tú tienes todo el pudor que a mí me falta desde aquel día:
fue lento el viaje,
mi madre oraba.
¿Quién me asegura la paz ahora que escribo
con la infundada razón de quien se espanta
pero ha debido volverse hacia los suyos
por ley equívoca
por no sé cuál convicción de hombre asentado?
Pienso en esas ciudades que nada tienen que ver
/ con mi agonía
que no rebasan la sed y acaso dudan
cuando el mendigo desmiente a las estatuas.
Yo no puedo quedarme con mi amiga
porque ella lleva una bolsa tan ruidosa
y no ha encontrado una cama donde hundirse
donde aludir al amor.
Yo quiero hacer el amor aunque retumbe
todo el espacio mugriento de los libros,
yo quiero hacer el amor.
Si prefería catar
fue por venganza
por no quedarme en la sombra todo el siglo.
¿Cómo me puedo escapar sin ser valiente?
Mi casa está sitiada
—ya recuerdo—
mi casa sola y hundida bajo el pasto,
la madre triste.
63
Antología
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Yo no era sabia tampoco
pero amaba
aún profiriendo la frase corrompida
aún destinada a morir.
Ay
las ciudades que no encontró mi cuerpo
y una ciudad que me ha visto aletargada
como aprendiendo a fingir cerca del polvo.
Nunca fui hermosa y el hambre me sedujo,
mi madre oraba
viendo crujir en los puentes mi osamenta.
No dije BASTA,
fue otro quien puso el vocablo transitorio,
otro el que vino a decir:
Una es tu hora
y esta ciudad se arrepiente del extraño.
Ya estoy de vuelta,
dicen que estaba mi casa aquí rendida
que no podemos reír como felices
que nos podemos dormir.
Ay
Tiempo Sacro
¿qué otras ciudades están naciendo ahora,
qué trenes muertos me están interrogando?
Yo estoy tan grave,
tan ilusoria en la luz
que invento historias.
(La Habana-Santa Clara)
64
Israel Domínguez
El pez que salta
I am the poet of the Body
and I am the poet of the Soul
W. W HITMAN
Vengo de Dios y se hace la mañana.
Viajo hacia Dios para convertirme en Universo.
Pero de Dios vengo y hacia Él viajo en todas partes,
hasta en las intimidades, donde no existe el tiempo.
Dios es el agua. Yo soy el pez que salta.
Es Dios el pez y todas las escamas.
Dios es el pan
como es también el hambre.
Dios es el parto
como es también la muerte.
Entonces, para qué arrepentirme, maldecirme,
si yo soy Dios en lo insondable de la niebla
como soy Dios en las altas claridades.
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Yo soy el agua. Es Dios el pez que salta.
Yo soy el pez y todas las escamas.
Yo soy el pan
como soy también el hambre.
Yo soy el parto
como soy también la muerte.
El número
a A.S.
Siete candeleros alumbran el espacio
entre el fin y el gran misterio.
El muerto habla pero no revela.
La presencia de la hoja es el anuncio.
Siete iglesias y siete pecados
cierran las puertas del hombre.
La bestia es el hombre que se teme.
Siete cabezas persiguen a la Bestia.
Siete columnas se encuentran en el viento.
El camino no es el camino.
El gallo vuelve
y nos deja la señal.
Siete labios impulsan el recorrido de la sangre,
siete son las figuras invitadas.
Dónde está el número.
Dónde la fuerza
66
Cuerpo...
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que resume los bordes
y fulge más allá de los ojos.
El agua corre
y en la resaca de los mares
trae la suerte de los peces.
El agua corre
y aún así nos preguntamos:
dónde está el número.
Círculo de agua
que los iroqueses llaman Orenda
y los lakotas Wakan
JOSEPH B RUCHAC
Wakan-Tanka,
hacedor de la luz,
creación de sí mismo,
círculo de agua.
Tierra, viento y fuego,
garras del tigre,
mansedumbre de los árboles.
Wakan-Tanka,
difícil de encontrar:
el séptimo filo en el Corazón,
el Corazón lejos del bisonte.
67
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Caballos
3
Aparecen de golpe ante los ojos
de quien ya mira en calma
la luz comienza a moverse
como un pájaro
al que han arrebatado su nido
el pájaro apenas mueve sus alas
y no es pájaro sino tigre
persiguiendo siluetas deliciosas
salta el tigre y no es sino muchacha
detenida en la belleza de sus carnes
y la muchacha será muchacha por segundos
y la pareja
pareja por segundos
y la ciudad por segundos...
hasta que súbito
como si alguien encendiera las luces
de un cinematógrafo
el que miraba en calma
comienza a ver claridad empañada.
Piedra o columna
a Jean Pierre
Como una columna
o una lanza de hielo en la caverna
la sangre entre segmentos.
68
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Color dorado de la piel,
jeans, thrillers, discotecas;
oscuras formas de la lengua racional,
vuelta al origen en el cuadro del artista;
dinero y más dinero,
olvido de las estrellas y sus ideas.
Pasan los días
como el olor a Octubre en la ventana
pero el corazón de la hoja queda intacto
como una piedra en los ojos del ausente.
Invitaciones
III
De ciudad en ciudad se hace la vida.
La muerte es la presencia de la nada
o formas desgastando la piedra luminosa.
Hay un sitio donde todo se confunde.
La curva vuelve a cerrarse
y la paz aún existe en los deseos de encontrarla.
El enemigo ensilla los caballos
y en la vastedad de la noche
propicia los instantes.
El enemigo no es la sombra
que acecha desde el árbol.
El enemigo está en la casa.
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X
Cálido como las palomas del vecino,
áspero y oscuro
como una noche de ciclón,
es el recinto donde acomodo mi paciencia.
Mi abuelo hilvana los cuentos del isleño
mientras mis padres ríen sin saber
que correrá la sangre entre las flores del Difunto.
«Es la casa, es el tiempo del reposo,
el puente por donde viaja el hombre
a buscar los sueños que espera la familia.
Es la casa, es el tiempo del trabajo».
Huyo de mi padre, maldigo sus costumbres,
y vuelvo luego donde las flores y el retrato
que mi madre dispone con cuidado.
Y pienso -mientras imagino el rostro de mis hijos:
Es la casa, es el tiempo del reposo.
70
Ian R
odríguez
Rodríguez
Velas en torno al corazón demente
Intro
Hay una sombra que en soledad alimenta
el ave desterrada
con olores de horizontes
—oníricos discursos—
cómo ocultar que hay un nombre
revelado en mis manos
cómo evitar el país desnudo
fuera del espejo
quién llega a mis bordes
quién descubre la cita
sobre el viento del tiempo
quién consigue alejar los desvelos
del pájaro que emigra
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no intenten confundir
nostalgias con inquietudes
decir por dónde cabe apenas
un salmo cansado:
de nada sirve
huir del viento en estos días
al final
todo intento de espera
será auténtico naufragio.
XI
falsos
falsos han sido los juegos del exorcista
falsamente temimos al horizonte
al instante de la despedida
—acaso NO sabíamos qué sucedía
con el sabor del mar
—acaso NO colgamos un amuleto a la ciudad
—acaso NO somos hijos de la sombra
—acaso NO confiamos en el ojo verde
falsamente gritamos
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XIV
a Gastón Baquero
Estos no son pre-textos para arrodillarme
uno amanece si dice su verdad
con el corazón helado al fuego
—mentí
pero siempre dije mi verdad
me situé con el náufrago en mí
y los vientos alisios en los ojos
moldeando sombras huidizas
ausentes del tiempo
la realidad y la espera
ah la espera
he aquí un motivo para despedirse.
25 de junio, 1994: Le diable au corp
Llegar en la madrugada y que alguien te pregunte:
«¿Y ese olor a mar, a sueños, a futuro...?» No hay
lágrimas, pero intentas evocar la presencia de tu padre,
agudos de la flauta, y que sea la madre de uno, tu
Isla, la que grite: «¿Cómo no te llevará el Diablo con
esa música?»
Nadie sabe que de regreso a casa cruzaste los límites
de la sombra. Encontraste un gato: lo acaricias, y el
felino clava las uñas cerca de tu ojo izquierdo: hiere al
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cisne que llevas en el pecho, aterra al lobo que huye
inesperadamente del azogue.
¿Quién podría imaginar que invocas el instante de la
despedida, que tu canto no es más que el elogio para
los veleros en busca de otro rincón del sueño donde
anclar el verde?
«¡Que te lleve el Diablo con esa música!»
Y es la furia del cisne lo que te incita. Y cedes lugar al
lobo que te posee, recordando que tienes una luna y
un bosque, un lago y un cielo donde imponer tu ley
del ala y el colmillo, ley de la ausencia: claustro, éxodo
interior.
¿Cómo no reconocer tu estirpe, esa suerte de ser uno
doblemente Isla en soledad?
Una mujer define su estatura de bolsillo
Una mujer llamada Soledad,
como una puta cualquiera en el malecón,
piensa en los turistas que beben coca cola
de espaldas al mar. Nada les importa el azul,
y Soledad esquiva el dolor de ver:
unos niños se amarran los cordones y corren
—indiferentes—
tras la vieja pelota que un día no tendrán.
Una mujer define su estatura de bolsillo.
Se encoge hasta la ausencia
como una moneda ya deteriorada que va de mano en mano.
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Anhela aparecer en un cartel así de espaldas
—uno de esos
carteles que a todo color anuncian la existencia,
y donde la incertidumbre se burla de ellaputa en el malecón regalándose al mar
como un viaje posible,
como un nombre conocido. Al mar,
esa inmensidad de horizonte sin veleros
que le arranquen inquietudes.
Yo vi caer gorriones en un parque
de Nueva Gerona
Los vi posarse en las ramas menos austeras.
Como si no supieran del vacío sus alas
confundieron el sueño con la vigilia.
Confundidos, los gorriones de Paco Mir
cambiaron el viaje por la permanencia.
Yo no pude evitarlo.
Quise decirles que él seguramente reposaba en
una de esas salas donde escribió Las hojas clínicas, pero
se negaron a volar hasta la vida, no quisieron saber de
la esperanza, del azul y sus degradaciones.
La lluvia apenas me ayudó a mostrarles el mar.
Al menos el mar pudo haber sido una suerte de
asombro, pero los gorriones saben de la distancia. Ellos
sabían cuán ajenas a la Isla son las aguas que hoy
enturbian mis manos.
Los vi cejar ante el imposible.
Los vi devorar con lentitud cada migaja de la duda.
Los vi burlarse del otoño con un gesto invernal
que aún no descifro. Confieso que he ido perdiendo
mis facultades de vidente: era el mes de abril y los
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gorriones danzaban en mis ojeras previniendo su muerte
como preguntas que no provienen de la realidad, como
respuestas decididas a permanecer.
Yo asistí a ese terrible espectáculo de caer y no pude
esgrimir un verso que jodiera a la muerte, tan sólo
una línea donde no hablar de la inocencia.
76
Kenia Leyva
Diario de una isla
I
Ante estas costas,
desnudas literalmente hasta los huesos,
me asombro de mí misma,
de siglos pendientes a un reloj de arena,
del canto lunático de un caracol
poseído por fantasmas remotos.
Es verdad, mis ojos guardan historia
animales extintos, catedrales convulsas,
hombres tragándose el mar
como una copa de vino.
Tengo heridas que la sal alimenta todas las mañanas
y un delirio de lejanas criaturas.
II
Ya no basta saber quién soy, qué designio me acecha,
ni por qué floto como un sueño.
Ahora he de reconocer,
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palabras que regresan
como un hijo a casa del padre
después de andar todos los caminos.
Soy una isla,
pero antes de serlo, soy madre
y siempre una madre perdona
sin límites ni tiempo.
Dioses de antiguas praderas
forman con mi recuerdo
danzas innombrables,
extraña arquitectura de razas y costumbres,
geografía exacta de mis vértebras.
III
Soy
que
una
que
una Isla,
es lo mismo decir:
leyenda, una espera, un silencio
siente romper las olas sin ningún sobresalto.
Penélope o la otra versión
Ulises,
no creas en la leyenda,
sólo fui un experimento de los hombres.
Hubo noches que abría las cortinas
esperando algún mancebo hiciera arder mi vientre.
Mis manos fueron una excusa
no sólo pretendieron enredar y desheredar la madeja
en una monotonía inocente.
Ardían, Ulises, ardían,
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si por la plaza vagaba un varón
con el pecho desnudo.
Eran tantos los años... tanta la distancia,
mi cuerpo fue perdiendo la nitidez del tuyo,
los días delataban verdades insoportables.
Ya estás frente a mí,
ahora puedo decirte lo que la historia nunca contará.
Conversación de Calígula con Claudio
Ah, mi querido y estúpido Claudio,
por tu bien te digo:
no vuelvas a contraer tu ridícula cabeza.
Aplaude, aplaude, aplaude.
Por qué te asombras,
si designo cónsul al mejor de mis caballos.
Gloria para Roma,
que el reino animal
tenga un lugar en el senado.
Los hombres fallan, son débiles,
siempre acabo matándolos,
mira como escupen de miedo
sólo por haberle sacado los ojos
a un mortal insignificante.
Sabes, Claudio,
pensé divertirme contigo,
hacerte mi juguete predilecto,
pero me causas una duda tremenda,
al igual que estos dioses que callan y duermen
entre estas columnas mañana derribadas.
No me permitas dudar, Claudio, no lo permitas.
Aplaude, aplaude, aplaude.
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A León Felipe
Nada cambia,
ni a fuerza de tiempo, ni a súplica de olvido.
Nadie pregunta:
por qué los días traen entre los ojos
ese obligado naufragio
la nostalgia.
Perdidos entre cartas lejanas
conversamos a menudo
con mares antagónicos.
Encontrados,
por esta costumbre de asirnos a la vida,
genética inconclusa.
Los que nunca tuvimos pistolas,
caballo,
hacienda,
el canto antiguo de la tierra
es nuestro mayor trofeo.
Sí, cuentos León,
y aunque mueras de risa
al hombre lo siguen durmiendo con cuentos
y triste es que no logran aprenderse ninguno.
Este siglo nos deja mudos, mudos.
80
Leonardo Guevara
1
Horas
3 de la tarde.
Casa de campo con árboles y aires purificados. Afuera,
los vecinos se acercan y tratan de entrar por la fuerza,
encuentran la oposición de los agentes del orden. Los
vecinos especulan sobre la aparición de un cuerpo sin
cabeza y vísceras volcadas. Los agentes sólo han dicho
que era un hombre raro, con costumbres medio raras
y pensamientos raros.
3 de la tarde.
Casa sin árboles, sin aires para la vida. Afuera, los
vecinos no preguntan nada por temor a las fuerzas
represivas, pero especulan sobre la aparición de una
cabeza con restos de sesos volcados sobre la mesa. Todos
justifican desde su concepción del mundo el hecho
suicida. Todos se justifican tras verse reflejados en la
cabeza que después del disparo ha quedado hueca en
el transcurso de la parsimonia a la otredad.
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3 de la tarde.
Todos esperan para coser la cabeza y el cuerpo.
3
Hojas a favor del viento
El hombre en la cárcel representa peligro, fuera de ella
también. La soledad de la celda —celda para animales
de corral— los hace volver una y otra vez a la
inmundicia, a las costumbres mal adquiridas que pasan
de boca a boca, del peligro al peligro. A los presos
deberían encomendarles tareas humanitarias: cuidar
enfermos seniles, plantar árboles en medio de la
avenida presidencial. Luego comer e inyectarles
vacunas anti-crimen, anti-SIDA.
(Qué es eso de decir si el techo del árbol cae, no hay
nada ni nadie para reconstruirlo).
A los carcelarios, aunque hayan sido carcomidos por
las termitas, les queda algo de la condición humana: la
risa, el llanto, la sangre de la cortada sin ningún fin
médico como decoración de la piel.
Los hombres en la cárcel representan peligro, fuera de
ella se pierden entre la ociosidad, planean el golpe a los
ingenuos y desacreditan la hermandad para la que fueron
creados. El crimen los espera en cada esquina. Los
extranjeros pasan con las carteras llenas de monedas que
regalan a los niños, y ellos ahí, esperando la oportunidad
que los acredite como segregados de la ley.
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A los hombres deberían encomendarles tareas
humanitarias: plantar árboles en medio de la avenida
presidencial y barrer las hojas muertas que caigan a
favor del viento.
4
Evolución a
Transformaciones. Necesita el ser
mesa de garganta para crecer en el cuadro
post-modernista. Sobre el fuego
habita la vanidad de nosotros,
nos miramos y morimos de reconocernos.
Siquiera pensamos en la tierra
ni en los elementos que atañen.
Sobre mi cama han echado desperdicio,
sobre mi cerebro la basura
que tiran en mi cara
(cara de esconderme y mostrarme
quebrado. Ateneo, escriba
—uno sin el otro— en el fuego
donde vivirá lo humeante).
La palabra se desliza,
el soliloquio del mutismo muere
de verse reproducido por las aves.
Mi mujer ha dicho «no llores que me confundes»
el tiempo dijo «en el suelo, veo
el rostro de quien podría ser».
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Transformarse. La superioridad. No existe.
Al menos no recojo ni siembro —tampoco
pido— no muestro las manos ni la palma,
no juego en el circo que han reproducido.
5
Viceversa o realidad según Repin
El sujeto acostado sobre la hierba
—con la pose de la maja desnuda—
contempla cómo sus dos-únicos-carneros
pastan el campo.
Su mirada se pierde
desprovista de la palabra poética
y el juego sentimental del neobarroco.
Influenciados por los franceses, según Repin.
El sujeto espera de sus dos tristes y flacos
animales: leche cambiada por pan, ungüentos
para quitar dolores de huesos a los ancianos
y apartarlos del cuchillo que es la mirada de lo otro.
Los carneros acostados sobre la hierba
—con la pose de la maja desnuda—
contemplan al hombre comiendo
del pasto del campo.
Sus miradas sobre el
poético-antipoético-metafórico
en situaciones adversas es utilizada
con la hierba en la boca,
influenciados por los rusos, según Repin.
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Los carneros esperan para el hombre
leche, pan, ungüento para quitarle
los dolores de hueso y
que el cuchillo desaparezca de su vista.
La hierba acostada sobre los carneros
o el hombre —con la pose de la maja desnuda—
los mira mordiéndose mutuamente o viceversa.
Su mirada sobre ambos géneros inferiores-superiores
y decadentes, coquetea con el sensacionalismo
de la violencia desmedida, por una poética sadomasoquista
(para no desentonar)
influenciados por los americanos, según Repin.
La hierba espera de ambos,
tranquilidad, amor mutuo,
que se cuiden de la hoz sin el martillo
y la dejen en paz.
7
A manos
Tras los cristales el hombre no ha podido concentrarse
en los momentos que le revelan. El hombre se siente
empequeñecido por el hotel de lujo que tiene bajo sus
pies. Sobre sus pies, la imagen descalza de la virgen.
La sangre pulsando y desgarrando el cerebro de
ecuaciones matemáticas: 8 inyecciones diarias, 8
químicas multiplicadas por corrientes.
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Tras los cristales la virgen vive (coronada por el Santo
Padre), muestra la piedad y se desnuda los pechos. Su
cuerpo es el asidero donde irán las desgracias de los
salvos por estigmas y contradicciones.
Tras los cristales, el hecho servil del enfermero: el
uniforme estirado con la elegancia del militar, hace
desaparecer su sexo, sus dedicadas manos se pierden
entre las sábanas de los locos y sus cuerpos. El
espectador mira con sorna la aceptación de los posibles
enfermos.
Tras los cristales, las visitas reciclables, bajo el hotel de
lujo, la imagen de la virgen y el gesto del enfermero.
Tras los cristales, el mal funcionamiento del ascensor.
Tras los cristales, mi mano discontinuó las risas irónicas.
Tras los Cris ta les, la extraña sensación de quedarnos
ahí para siempre. TRAS LOS CRIS TA LES.
86
Mioara Cabrera
Playas
La noche abre las pulsaciones de la casa.
¿Habré venido?
Atrás mi aliento sigue esos halagos,
cada fracción de labios
cada astro caído sobre estas azoteas.
El agua pasa con absurda pulcritud.
Sólo mis pasos y el ruido que hacen los cangrejos
en las cavernas de lodo.
A lo lejos ladran mis perros.
¿Habré venido? ¿Habré venido?
[Mi soledad lo colma todo...]
Mi soledad lo colma todo.
Eres casi feliz para que te invite a compartir mi llanto.
Mi llanto bajo aquella ciudad de luz prefabricada
que mordía nuestros ojos.
Ha llovido mucho desde entonces y este rostro
/ de ahogada
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no será tu espejo,
tampoco ese licor que bebes muy despacio.
Ayer te quería con rabia.
Ayer hubiera amoratado tu boca, capaz de cualquier
/ solución dolorosa.
Ahora sé que el amor es un cuerpo donde no existo,
una forma de ti que no vuelve.
Como no vuelve el tiempo ni el aire al cuerpo
/ del ahogado.
Resurrección del amarillo
Los magníficos muchachos se llevan mi aliento por el río,
burlan las fundaciones de mi fiebre, y en las lianas
me dejan contemplada. Yo sueño. Yo siempre sueño
entre las paredes del agua, y la lluvia como fino cabello
cae sobre la espalda. Orea la brisa, por el otoño regresan
acertijos de mi lengua.
Alguien me imagina desnuda bajo el paraguas
/ (puede costarle
el girasol de su pupila). Detrás del pozo la fiebre
tiende sus flores, el árbol su sombra como
una franja leve sobre la lejanía.
[Más allá...]
Más allá
el oscuro volumen del agua,
oquedad o remolino.
Un dios impávido cruza.
88
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[Vendrá la noche...]
Vendrá la noche.
Siempre vendrá
a las estancias donde el fuego
nos reúne.
Yo morderé la cola de ese naipe
carne de delirio,
mientras los muertos
construyen su secreta escala.
Es mi mano que ahoga una serpiente
bajo la lluvia,
son mis labios midiendo su deseo
el liquen, la llama roja del fuego
en la estancia.
El arte de la caza
Galopa el conde
entre verdes vericuetos
en su caballo blanco
de pareja crin.
Se lanza a la captura
del jabalí magnífico.
Galopa entre pinos y sotas
que lo llevan al río
asusta su presencia
de cazador cazado.
La bestia cae
y cae el conde
el jabalí se pierde
en la maleza impía.
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Guarda tu espada
oh viejo conde
tal vez no sea
tu mejor día.
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Naír
ys F
er
nández
Naírys
Fer
ernández
Triste oficio de la escriba
Como el escriba qué soy sino un pedazo de muerte
noctámbula y condenada a cierta distancia
me detengo ante el mundo
su fabuloso imperio absorbiendo ciudades
un extraño país a veces desconozco
posado encima del mar sus límites
sus flechas me atesoran
aciertan el blanco sobre el lugar lastimado
Como el escriba invento la tarde
y después la noche
de visibles gaviotas que en el pecho pueblan
invento el olvido
otra pausa
admiro ese papel blanquísimo que reversa
construido de una fortaleza inigualable
En la profundidad del sueño
comienzo a testar uno a uno mis retornos
y lavo la sangre
el poema de toda creencia
garabateo la imagen que soy y la rompo
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contra esa pared más cercana al silencio
ahora que el tiempo es un tranvía de esos astutos
y la suerte un sortilegio
una escapada
Nadie sabe que la felicidad nos atormenta en escena
Qué terrible es la calma
Como el escriba
sentencio la carne en los recintos de su miseria
me sospecho en los ojos del simple
que alguna vez ha de cruzar el mar
buscando en el agua un sitio distinto
Estoy hecha de barro
carne y hueso
hueso y algo
extiendo el apetito hacia la rigidez de lo desconocido
En qué sitio irá a partirse
Quién es ese que está velando, solo...
R. T AGORE
En qué sitio irá a partirse en dos pedazos
cuando la noche exhale sus minutos
y esas estrellas dejen de estar mirándome
como un objeto volátil
Sobre qué roca
irá a sujetar su aliento si el silencio nos murmura
Imposible —dijo el náufrago—
y abandonó la isla para siempre
sin certeza sus pies fueron a abrazar la cabeza del norte
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La mirada del deshabitado archiva
en su interior varios cadáveres se exhuman
Sobre qué isla transitará desnuda
Insepulta sin dejar que le devoren el rostro
debajo del rostro amargo
constante y dispuesta a las celebridades
Entre las manos la utopía
una noche que se rompe en casi todo el mundo
que da comienzo a lo que no se sabe
y ya anda mordiéndonos de prisa
Cada segundo del péndulo es una nueva arruga
Sabe que no fue ambigua
pero el vecino pudo serlo
Los amigos en cualquier esquina han podido cantarle
/ su leyenda
Se quita el sexo frente al humano enmascarado
en 1990
entre los jazmines
Sobre qué siglo
si su ancianidad nos va dejando ciegos
cabizbajo ya viene a preparar su tumba
Como los amantes de Verona de amor se mueren
el desafuero deja al cuerpo sin defensas
el que atraviese la luz hará un acto de Merlín
le otorgarán el título de duende
Tan sola
con un pedazo de papel y un lápiz intentará pirograbar
/ su estancia
encima de los hombros
las nubes
en el lugar del pecho
Aquí nadie tiembla lleno de inseguridades que hincan
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Donde los locos
donde el invierno a solas
se fuma
será buena hasta que canten los gallos
y otro amanecer le descubra
en los zapatos el polvo
Hay en mi rostro un miedo dividido
Hay en mi rostro un miedo dividido
Una pequeña distancia me asemeja a los tristes
y no me perdona cuando llueve
cuando los pájaros emigran si la estación es fatal
o el día es gris en el Castillo de San Severino
Algo dibuja:
necesito queda rme a solas un momento
ausente en ese otro mundo que he construido
dentro de este mundo
con un poco de milagros para estar a salvo
Sé que no por eso mi rostro desaparece
el corazón todavía late
y la nostalgia es un pretexto de la paz que nos alivia
En este lienzo debe caber el paisaje
donde lo único lamentable es el mar
que llega
que se aleja
en cada vuelta será otra mentira
ante los ojos del espectador
víctima ansiosa de velar por la magia
y descifrar la certidumbre
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Así me digo
para que tú vivas y seas libre
para que la salvación se parezca al todo
que ahora debe confiar en las cosas que me duelen
En mi casa el aliento del verde
Mi casa la habitan
encantados teatros en salmuera
LEÓN ESTRADA
Mi casa no fue sólo cuatro estaciones al año
sino el invierno
tapizando el rigor de las cosas
presagiando en el vientre su silencio
A la derecha la soledad mi sombra
con sus atavíos de invisible presencia
sobre el tedio de los muebles
En las vigas del techo la costumbre
eternizando los papeles como estigma del desamparo
y en torno a la escritura la solidez del conocido juega
Alguien dijo otoño
noviembre es la razón de los espejos
a causa de las tormentas es un mes muy largo
en el cuerpo su estrechez me agita
me revive los presagios
y la complicidad se acerca a la cara del recuerdo
Imposible es mentir
En mi casa el aliento del verde
95
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no es la esperanza, sí la certeza del náufrago
que evade las siluetas
entre las trampas y el peligro
otra vez se esparce
Vuelve la primavera como el tiempo
la vejez si acaso llegamos al fin
con esta locura y esta cordura llegamos al otro año
ya sin estos jazmines
o el vuelo de un zunzún que se extravió pasando
El verano multiplica los desvelos
el simple investiga sus cábalas de acuerdo con el alma
y las traduce
te llama desde el fuego
en posición de ángel
La soledad atrapa
todo el siglo que se me escapa por un libro
96
Javier Marimón
El Gran Lunes*
Asomarse al balcón puede producir deseos de salir y caminar;
algo que viene de las hojas de pino esparcidas
/ en la tierra salina.
No hay seguridad en nada. Ningún deseo se justifica
/ cabalmente.
Las hojas de pino nada diferenciaban.
Hay muchas razones para todo. Más o menos justas.
Salir y caminar, o quedarse en la casa,
mirar por el balcón. Leer un libro.
Tú siempre harías alguna pregunta.
La que es más difícil de responder.
Nos besamos, no hay otra cosa.
Nos besamos por temor a la desaparición.
Tampoco lo pensamos así. Aprovechamos
/ las posesiones.
Distinguimos, diferenciamos, identificamos.
*
Estamos destinados para el Gran Lunes.
Pero el Domingo no llegará jamás.
F. KAFKA
Antología
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Continuamente perdemos la potencia excesiva de las cosas.
Nos preparamos para el Gran Lunes.
Una invitación a comer
Una invitación con las personas.
Al final he faltado.
Y me he quedado aquí.
Hablaríamos, sin dudar hablaríamos.
Al regreso a mi casa vería al vendedor de dulces.
Lo demás.
Sería como haber apostado al mejor de los caballos
y que, en efecto, hubiera ganado ese.
Acostado en el piso, miro correr a los caballos.
A la salida de Matanzas
Un viejo sentado en un banco
extendió sus blancas piernas hacia el sol.
Ligamentos se rompen, se destruyen,
algunos ganan dinero por destruir.
A la salida de Matanzas, yo no pude penetrar
una porción de su aliento sibilino,
sus blancas piernas tendidas hacia el sol.
A la salida del departamento civil,
el destructor se divertía metiendo el hueco
de la llave en su dedo pequeño.
Varias veces podía lograrlo. El cielo estaba enrojecido.
El destructor se detuvo en las esquinas, dejó cruzar
/ los carros.
98
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El destructor llamó por teléfono a su hermana.
Le dijo que en las esquinas dejó cruzar los carros.
En casa de la hermana, en la bañera, se ahogaban
/ los agitadores.
La hermana interrumpía por momentos
/ la conversación
y los miraba con metálicos ojos.
El destructor intentaba meter el hueco de la llave
/ en su dedo.
Varias veces podía lograrlo.
La hermana sale a fumar a la azotea iluminada.
Mira los altos edificios.
El Empire State B. fluye mansamente en la noche.
Después en la niebla matutina.
En la cárcel
En la cárcel, en el pasillo,
dos hombres conversan en voz baja.
Con las luces apagadas, sombras en el pasillo.
Detrás de cada gesto: una representación
/ en las sombras.
Detrás de cada gesto: un hueco;
allí nos tendimos a solearnos.
Detrás de cada gesto: un hueco.
Cuando nos levantamos para irnos
había trabajadores por allí.
Huíamos en el ojo del perseguidor,
por las paredes y las voces de los trabajadores.
Regresaban en los camiones. Luces en la esquina.
Cosas ríen detrás de mi cabeza.
Se puede hacer de todo. Mata a quien quieras.
99
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Esto no está ocurriendo.
Nada está ocurriendo sino lo falso.
Una cosa y otra están separadas.
No hay resultados, las cosas crecen dispersas.
Ven conmigo al mundo del vapor,
ven a las escenografías. Ven solo.
Se arreglan traiciones contra ti.
Mata a quien quieras.
Ningún castigo será demasiado severo.
En aquella feria que digo hay una muñequita
bailando dentro de troncos de humo azul;
mueve la cabeza para todos desde el vacío escenario.
Afuera las carpas venden caramelos.
Las luces de los faroles traen las voces broncas
de los peones que discuten.
Detrás de cada gesto: una representación en las sombras.
A la salida del cine
Podemos cruzar la calle, dijiste.
Era una posibilidad. Tampoco teníamos por qué hacerlo.
Se sentía incómodo caminar contigo.
Parecía que no avanzábamos, la culpa no era nuestra;
sino de cada observación, de frase obstruida.
Tampoco teníamos dinero.
No había que perder el rigor con las emociones.
Cada palabra tuya terminaba en un hueco.
Allí nos tendimos a solearnos: eran tubos de la industria.
Salgan de ahí, voceó el de la grúa.
No se puede estar tranquilo.
Tú no hablaste en un rato.
Te recuperabas demasiado dócilmente.
100
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Es monótono el regreso a casa, dijiste.
Noté que tratabas de hacer poesía, de verbalizar.
Antes no era así.
Hubo una terquedad en mis propias cejas.
Con mis gafas naranjas, mi casa parecía la casa de otro sitio;
se apartaban los bufones, las reinas y los erizos.
Yo era el marinero adulto que regresaba a casa.
Éramos buenos amigos, realmente inmejorables.
Estábamos parados en una esquina.
No conversábamos, pero yo me distraje
como la gente se saludaba
hasta que me indicó que le diera un poco
para la del turbante rojo y las piernas larguísimas
que terminaban en el globo de luz de los postes.
Yo pensaba que ella creía que yo era un vendedor.
Yo tenía mi pullover verde y la saludé sin caso apenas,
así que yo podía ser el vendedor.
Pero él regresó con dinero.
Yo pensaba que era un regalo
y que ella creía que yo era un vendedor.
Y al final yo era el vendedor que le vendía sin saberlo.
Aquello me supo mal.
Pensaba un poco más en ese asunto.
Hacía abstracciones, analogías difíciles.
Pero tenía que seguir.
Entonces le dije: Bueno, es tuyo.
Él prefirió comprar otro.
El distanciamiento que produce la existencia.
El cruce de los carros facilita algunas cosas
y dificulta otras.
Hombres con sonrisas brutales viajan dentro.
101
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En la fiesta
Estábamos sentados.
Alguien se ponía de pie, rompía indicaciones.
Las indicaciones eran nuevas.
Siempre había nuevas indicaciones.
A veces alguien hablaba.
Algunos hablaban más que otros. Yo hablaba demasiado.
Yo trataba de no hablar demasiado. Todo era particular.
Yo hablaba para que nada me fuera peculiar.
Abandonaba la sala para que nada me fuera particular.*
Bebía para que nada me fuera particular;
me golpeaba la cabeza en las paredes. Un poco.
Paredes que elegía según alguna cosa momentánea.
Había un número obsceno de paredes.
Otros registros reían como perros.
Yo estaba siempre allí. Los veía reír.
No me golpeaba demasiado fuerte: era un buen estudiante.
Salir, sentir el frío afuera y dentro la caliente estancia.
Era un desequilibrio. Había diferencias,
se obtenían comparativamente.
Hacerlo varias veces; me asombraban las conclusiones:
no podían penetrarse fácilmente.
Todos habían avanzado a otro lugar. Dejaban polvo solo.
Peligrosamente parecido al vacío.
Los manifestantes pasaban sobre mí en la plaza pública.
Agitaban banderillas. Me quedaba detrás. Tenía que seguir.
Las palabras sonaban, ahora, carentes de significación.
Mis razones eran casi siempre ir al baño o comprar
cigarros en la calle. Cumplía estrictamente las indicaciones. Orinaba, compraba los cigarros.
*
102
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Yo seguía el curso de las voces,
me horrorizaba la distancia entre nuestros momentos.
Salía al frío. Salía al frío para pensar el frío.
103
Isaily Pérez González (Isa)
Replicante
y toda ciudad tiene siempre un monstruo
perpetuo.
VIRGILIO PIÑERA
La advertida campana fabular de las ocho y media
rebotaba en los carteles de neón
ordenándonos vivir.
Detenida en mi sorpresa
miro pasar fascinada
la suntuosa sonrisa de April Siddons,
mi monstruo predilecto.
Como al ralentí desfilan sobre los adoquines
—y quizás para mí—
las piernas larguísimas y perfectas
que pudieran bastarse por sí solas
para hacerme recordarla eternamente.
Otra hubiera querido morir,
cerrar los ojos.
Paseantes nos cruzaron por los lados
ajenos al secreto flashazo
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de la que vio a los inmortales descendiendo.
Otra hubiera dicho basta o suficiente
pero soy yo quien te está mirando,
April Siddons que tuviste suspendido el tiempo
y ahora
como el gato de Cheshire te vas
para dejar flotando sobre un parque circular de Santa Clara
la sugerencia ambigua de tu boca lujosa.
El nombre del elegido
La inquietante Clitemnestra
desorientada noticia de sí misma
asciende a Micenas,
ciudad circular.
La estampida de los caballos camino al Helesponto
oscuramente prefigura lo que será.
Hogueras sucesivas en la noche
dotan al deseo de imperiosa densidad,
el nombre del elegido comienza a azotar el aire.
Flechas predestinadas tendrán que contárselo al cielo:
la de asimétricos ojos concede hacerse real.
Sacrificando libélulas ámbar frente a las Puertas de Piedra
afeminados esclavos le propician su extravío.
Algo transcurre sutil como una marca de agua.
Clitemnestra,
estirpe de los dioses,
venablo infalible de arquero parto
sueña rostros superpuestos cuando noviembre regresa
y emerge al alba
semidivina,
105
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mojada
de extraña nerviosidad.
Vende tu luz extraña
éxtasis, lo que importa es el éxtasis.
VIRGINIA WOOLF
Nadie tuvo ojos para verlo en la absurda casa colonial
pero yo bajaba desde la ciudad
con la marea malva a mis espaldas
y tú recordaste de repente a Lady Orlando.
Era la hora segunda del mediodía
y yo estaba fascinada alternativamente
por la princesa rubia que no hablaba,
que se sentaba en el círculo de tiza de su perfección.
Y mientras llegaba la tarde
ejecuté en el secreto para ella.
Presintiendo cuando me observaba
para alzar ríspidamente los ojos
y verla turbarse casi,
intuyendo en lo oscuro
que yo era el espejo
en que una cara del desvaído poliedro de su sensualidad
se atascaba,
pero sin nunca saberlo
porque fue ese misterio el que nos hizo vivir
y todo lo que puede decirse también puede ser mentira.
Nadie tuvo ojos para verlo en la absurda casa colonial
pero el núcleo de plomo fundido en frío,
la criatura de linotipia que se retorció en mi pecho
fue aceptada por ella,
106
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compartida por ella,
liberada del desencanto de no poder ser real.
Hoy todo lo que me importa es el éxtasis,
las noticias llegadas desde el filo
dicen que Lady Orlando finalmente ha vuelto.
Y entre todo lo que pudo elegir
para sus tres segundos y medios,
eligió vivirme a mí,
rodeadas de una marea malva que aún no cesa.
1900
Los días del cinematógrafo
Vestida impresionista Ella acaba de aparecer en el vestíbulo
sombrilla Marie Laurencin y lentes azules montados
/ al aire
con el novísimo claxon de su automóvil de celuloide
llegó 1900.
Yo no quiero decir que estoy por Ella perversamente loca
que desfilo amaneradamente bajo los globos de luces
/ amarillas,
que todos me observan con disimulo,
algunas damas desearían en secreto tener un sombrero
/ que levantar
y Rodolfo Valentino las mira desde carteles
levemente curioso.
Aprovechemos este misterio,
esta enfermiza complicidad.
Cuando llegue el Jazz yo no podré avanzar discreta
pasar casi felínica por tu lado
y lanzarte el humo verde de mis cigarros de jade.
Es la era de la frivolidad y la inocencia
107
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tus lentes ocultan la respuesta de unos párpados
/ pesados de deseo
mas no quiere romper el encanto,
cuando la función termine
irás a casa huyendo de ti misma,
una casa representada en mi mente como una bola
/ de vidrio
un vendaval de hojas secas rodando bajo el Dion-Bouton.
***
Tuyo es ese ángel que impregnó 1900
en todos los Café se conversa de ti
y no importó pagar otra ronda de añejo
con tal de sostener tu nombre entre los labios
un último minuto,
una última lanza estrellada contra el tedio.
Eras tan amable que siempre te dejabas ver un poco
sonrisa art-nouveau y lentes azules al aire
buscabas con la vista alguien que no apareció
porque yo siempre pensé que las horas de vivir
sólo suenan de noche.
El ídolo italiano invadía la ciudad con El Hijo del Sheik
a las ocho y media la retreta comenzó a tocar
y en los Estados Unidos los gángsters se mataban a balazos.
Yo preparé mi boquilla más larga
el esmalte de uñas negro me asemejaba a Teda Bara
por eso decidí no usar vaselina y realzar mis ojeras.
Santa Clara parecía un cuento
con la paz que dan las luces amarillas
y la Banda de Música ejecutando en silencio,
pero la ciudad eras tú misma que llegabas tan intensa
que mirarte excitaba.
108
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***
Son estos los días del cinematógrafo
y han vuelto a ponerse en moda los héroes.
Percibo que pronto callará el piano de la sala oscura
y se oirán sus latentes voces.
Valentino, un gato ansioso de tejados,
la Garbo ronca y filosa como una navaja abierta.
Yo no quiero decir que estoy por Ella perversamente loca.
Mientras la miro exhala mi boquilla un humo lento.
Ella ni siquiera se sonroja
semisonríe aceptando que sueño conocerla.
Ambas sabemos que vamos mañana a despertar gloriosas.
Ella desnuda
y yo fumando a su lado mis eternos cigarros verdes
en un daguerrotipo de 1900.
109
Liudmila Quincoses
Fin de algo
Un ciclo se cierra,
se detiene la absoluta crueldad con que los astros
definen la belleza, lo podrido.
Caminábamos aquella tarde bajo los árboles
cuando nos despedimos en el parque de 15.
Yo te vi atravesar cabizbajo el sendero torcido
y desaparecer.
Nunca pude volver a Lamparilla,
ni recordar exactamente el silbato del barco
hacia la isla.
Todos son fragmentos del algo que termina.
En la Avenida de los mártires caen las mismas flores.
Duarte y yo
compartimos el milagro del domingo.
El Ermitaño y yo
encontramos monedas aún calientes
por un sol que sabemos
que nos mata.
Camino en círculos,
me siento en el mismo café.
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De entre la gente espero que salgas,
que aparezcas, para nada.
Para entender el comienzo de todo,
el fin de algo.
[Estoy muriendo...]
Estoy muriendo.
Lo sé por esas manos que acarician mi cuerpo,
por ese aire que es menos
cada vez.
Por esas flores que han comenzado
a tejer las mujeres
con dedos voraces.
Porque el sol fijo alumbra tu rostro
y no anochece.
Casablanca
Bajo la luz de la tarde,
bajo el poderoso naranja de la tarde
miramos el infinito.
Miramos la ciudad como la contemplan
los ojos de piedra del Cristo.
Sentados en el muro,
con los pies en la nada,
yo observaba
la bandera inútil,
los colores de todo,
el verdadero paisaje que se pierde,
como el sol, tras los viejos edificios.
111
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Siempre temo decir otras palabras.
Vamos a morir,
vamos a olvidar que una vez existió Casablanca
y el hombre que caminara sobre el mar,
el que yace en la piedra.
Laminario
Hacia las cinco he cerrado la puerta,
cierta carta había anunciado que no vendrías.
Yo he visto tu sombra deslizarse hacia el patio,
solemnemente has cortado una a una las rosas.
Has vuelto y no sabías qué decir.
Un hombre encerrado dentro de sí muere poco a poco.
Tus lejanos amigos
me han traído noticias de tu estancia en Santos Lugares.
La Luna, esa rara carta, ha pronosticado la locura.
No habrías de morir bajo aquel árbol.
Los mercaderes han traído hermosas baratijas
y he querido colgarlas en tu cuello.
Una cruz, un retrato de algún maestro florentino,
una pequeña estatuilla de marfil.
Todos saben que has muerto.
En algún lugar de esta habitación
he encontrado las cartas,
las hermosas cartas que nunca escribiste.
Debajo de los retratos están los retratos,
la pared vacía está llena de rostros.
Y el mar que a todas horas ruge me consuela.
Qué haré conmigo, sin recuerdos.
Noche a noche trato de llorar.
112
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Última estación
Me han dicho que una luz se extingue,
que otra vez el cielo vuelve del remoto sitio
en que todo es divino, en que todo se rompe.
Sé de regiones donde no has pisado,
donde los hombres cantan
y los barcos mutilados cruzan el océano.
La tristeza es vasta, el silencio profundo.
Debajo de la tierra germinan las semillas,
germinan los muertos con sus dientes juntos.
Vi el anillo de oro sucio en el inmenso ataúd.
Y tu retrato,
que no volverá a parecerme hermoso.
[Un anillo caía...]
Un anillo caía sobre el plato.
En el agua sagrada había sangre,
sangre y agua mezclándose
en lo oscuro.
Y el oro circular
quieto en el fondo.
[Como a veces se olvidan...]
Como a veces se olvidan las frases más bellas
y sin transiciones se pasa de un sueño
a otro sueño con la simpleza del agua,
también se olvida ser feliz.
113
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Retornar a los días primeros donde la placidez del sol
era lo único cierto.
Donde Juana y Carlos se escribían interminables
/cartas,
poemas olvidados.
La paz de la nada nos conmueve.
Qué luz es esa,
qué brillo es ese que esconden tus ojos.
Es la lejana sombra del olvido
que ha empezado a extenderse dentro de ti.
Como una fiebre antigua,
como la agonía que pronto y sin remedio,
nos traerá la muerte.
114
Osmany Oduardo Guerra
Miedo
Me trago este frío amargo
busco razón en mis huesos
Tiemblo
El camino de sesos
y cráneos se torna largo
El miedo es sucio letargo
que asfixia mi boca abierta
Tú vendrás porque es incierta
la soledad
Resucitan
mis ojos
se decapitan
Disparo absurdo en la puerta
Regreso al centro del miedo
a desatar las palabras
perdidas
Oh
Dios las cabras
despedazan ya este dedo
inquisidor y no puedo
hablar porque está podrida
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mi voz
porque la mordida
se hizo costra entre mis manos
No hablaré porque hay gusanos
aguardando la estampida
Razones para guillotinar la felicidad
Una manada de sueños
se precipita al abismo
de algún féretro
Sadismo
del bufón en sus empeños
de hacer llorar mis pequeños
impulsos
Ahora disfruto
si mastico el escorbuto
que se lanza por sus venas
Ya soy un retazo apenas
de esta vida que le amputo
No importan las bufonadas
El corazón no es espejo
que se asfixia
no es espejo
que suda cuentos de hadas
El corazón tiene espadas
para invocar al infarto
Evocaciones de un parto
de sangre sobre el cristal
Mi corazón animal
se estrangula
Ya estoy harto
116
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Importa ser el bufón
pirueteando en el cadalso
Importa soñar descalzo
de caminos
Tener don
de pobreza y un bastón
amenazando la holgura
Importa la mueca dura
o la risa carcomida
Importa la puerta herida
cuando no roza estatura
Todo es besar el hechiza
si la bruja no es princesa
asesinar la corteza
en tu nombre
árbol sumiso
bajo un cielo movedizo
que llueve puertas
cristales
Todo es saberse mortales
aunque después haya cielo
que compartir y el consuelo
de equivocar los portales
Bufón es la carcajada
importunando el espanto
de la corte
Todo es canto
de cuchillos en manada
Qué bufón no es risotada
con lágrimas en el pecho
117
Antología
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Qué bufón tiene derecho
al hachazo
Qué bufón
no se quita el corazón
para dormir al acecho
Me pierdo en un cuadro intenso
de piruetas contra el humo
del holocausto y asumo
sus bufonadas
propenso
a desterrarme en un lienzo
de ironías
Soy infame
cortesano que se lame
las cuentas
Yo necesito
ser feliz bufón proscrito
sin ojo que se derrame
Es difícil la sonrisa
impotente desde tronos
Difícil cubrir de enconos
la felicidad
Qué risa
desprenderá la sonrisa
de sus deseos burlones
Difíciles los punzones
Difícil quitar la mano
Difícil ser cortesano
guillotinando bufones
118
Frank Castell
Monólogo del gladiador
Siempre tus lobos con dagas
en el olfato dislocan
mis espectros y convocan
apocalípticas plagas
Siempre las perpetuas llagas
cicatrizando cristales
sumergidos fantasmales
desgarramiento del odio
para situar sobre el podio
las miserias celestiales
Mi frente es un sol desnudo
postrado en el laberinto
exigua voz del instinto
espacio por donde sudo
mi niñez
pasaje mudo
para convertirme en reo
salmo inconsciente que leo
mientras preparo la acción
Antología
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Nadie me dicte perdón
soy carne de coliseo
César
no tengo amuleto
que responda por mi suerte
La vida es sólo una muerte
donde me juego incompleto
Todo es un falso boceto
de cadena grito encono
hay serpientes en tu trono
mil gladiadores que yo
no puedo vencer
oh no
César
por qué te perdono
Tus dedos van hacia abajo
busco el ángel del combate
mi corazón ya no late
soy un espíritu
Rajo
la soledad que me trajo
pensando en los escalones
César
no quedan razones
es oscuro el porvenir
César
difícil vivir
¿Cuándo sueltas los leones?
120
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Confesiones de Lazlo Almasy
mientras la lluvia cae sobre su rostro
A Katherine, por aquella
madrugada de 1941
Me escondo bajo un aullido
alrededor del silencio
y ya desnudo presencio
las voces que se han ungido
(Oh Dios
vuelve el estallido
a condenar la osamenta)
nubes golpes ¿Quién presenta
mis ojos ante el estrado?
¿Quién será crucificado
a espaldas de la tormenta?
Alguien precisa una aguja
(el piélago se disfraza)
La muerte es débil coraza
que nombra al tiempo y estruja
los cánticos Mi burbuja
esparce lo irremisible
Como lámpara intangible
vuelve a saltar el espejo
Sombra y luz son un reflejo
final
rostro indefinible
Katherine
soy un boceto
mudo de tanta quimera
he perdido la bandera
que tuve por amuleto
¿Dónde guardé mi esqueleto
121
Antología
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sin hostia ni encrucijada?
Katherine
sigues tatuada
en el reloj mientras llueve
Tu imagen se torna breve
miedo salto cruces nada
Ya nada importa el desierto
Inglaterra es sólo un triste
disparo por donde existe
mi nombre ¿Sigo despierto
con la conciencia o voy muerto
a naufragar?
Recorrimos
cada historia y decidimos
morir atados los dos
Cuando lleguemos a Dios
nadie sabrá que vivimos
La ciudad en los cuervos
I
Han quemado la memoria del espíritu. Los comensales
disputan cada trozo de silencio. El bufón contempla
guillotinas y envejecen sus cristales. Ah, bufón, yo
sufro tus suicidios, soy un cascabel arrepentido que
busca el néctar de palomas y corderos.
Me rasgo los ojos para no volver a la ceniza, al telón
sin luces donde viven tus piruetas. No bastan
almanaques si no hay códigos suplicando ante un
Mesías, si el viento es navaja o reloj de oscura callejuela.
122
Cuerpo...
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Alguien busca pinceles encima de los rostros, bitácoras
donde fusilan panecillos. ¿Cómo desmembrar el
miedo, ah bufón petrificado en cualquier sitio?
La mesa oculta sus llamaradas, sabe el precio que no
entienden los escribas, y golpes y tumbas y cuerdas
flotan agrietadas semejando un país. Eres elegido
aunque atraviesen tus pupilas, aunque aplasten tu sexo
sin mirar el sorbo que no disfrutas.
Hoy volverán a consumir la fobia como un
descamisado grito en la soledad y el tiempo.
II
Trazan los heraldos sobre un lienzo que no existe. Soy
Rimbaud y me consumo bajo estrellas simbolistas. El
odio es escarnio vertido como fraguas de alguna
sombra. Soy Rimbaud, el culpable que duerme en la
tranquilidad. Mi corazón se escurre, gime por tanto
abismo defecado. ¿Quién oxida el aire con los huesos?
Ciudad es cualquier muchacha besándome las horas.
Ciudad es Londres o París con sus musas de hielo. El
musgo esconde la espina y salta por círculos que ven
los pasos devorar mi rostro.
Soy Rimbaud, no juzguen al padre que asesina cada
molécula, no juzguen al silencio. Ya el mundo es
carcajada irreverente. Soy Rimbaud y parto con los
dioses a cualquier historia sin guantes ni escaleras.
123
Irina Ojeda
Luz de agua
Desde que tengo memoria
con el filo de la navaja
siempre llego a herirme.
Los días pasan
como un caer de lluvia sobre las piedras cortantes
como un náufrago que gira al mismo agujero del mar.
No lo sé bien aún;
por él escapó un niño con su reloj
y entre dedos ofrecía llameante agua.
Si logro esculpir en esa luz,
el viento ya no será anciano que gime
y con uñas desgarra los árboles.
Hasta la cima su frágil cuerpo lleva el animal
enredando cabellos en ramas latentes.
A qué espacio me guían estos bosques no sé.
Ignoro cuándo no aullará mi pecho en el tejado;
cazar poemas al borde de la cama un juego sea.
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Y este vestido que no cesa de gotear;
una, cinco, seis, una, se desploman,
se desploman mis hombros.
¡Qué tibia paja suelen las horas de una silla desmigajar!
Si reconoces lo que veo
en la mar de tu pintura,
color negro no me elijas,
pintor que invades los huecos de la ciudad.
Quiero sólo una gota, mínima, de agua
que a mi mano rehúye.
Mas, aún sigo caminando,
caminando sobre el filo de la navaja.
Ciana
Pudiera ser la mía tu historia,
si no fuera porque esa vez
el silencio de unas manos alzó mi pecho.
Una mujer
que corre, se aparta en valles de quietud.
¿Apalearla?
A su favor hay testigos:
cuadernos, astros, fábulas...
y hablan «desnudas historias
allí donde mariposas acuchilla».
Una mujer
de puñaladas víctima;
125
Antología
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gira, ufana en su juego.
Sueña una voz exótica,
mientras abriga el muslo de acero tanto follaje.
Yo soy de sus confesiones el libro:
sólo me pregunto, mujer,
qué habrá después del horizonte.
El amante y la trampa
Usas collar de uvas para endulzarme
el pecho y lo haces florecer.
Dime, cómo nutres un labio sin riendas,
cómo, dime, tus ojos de tallo suave
logran deslavazar el vino que me recoge,
Punteas el furor así, bajo una fugaz hoja.
me inicia.
Edén que mora en mi sábana,
no anhelo el amparo, el juego de boca fluyente.
Aún me obceca hallar estanques y adormecidas trampas.
Hoy gira sobre mi lecho, amante.
Caballero sin hada del ayer,
toma estas crines que bajan a lamer tu espalda inmensa,
donde alójanse fatigas y unicornios:
y despierta por mi cintura un colibrí agobiado.
Tu figura
es un ademán sencillo, tan sencillo
que en templos el rostro enjuagas.
126
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Para ti muy fuerte, me dices,
esta lírica danza sobre claveles, rasante.
¿Por qué dudas?
Es mi temor acaso.
Pues temo, sí...
a estos dedos con ganas por deshojar tus cumbres,
so pena de ser ahogadas
entre arroyos y chubascos.
Poema escrito sobre la soledad de mis manos
De ti sólo tengo la súplica del viento
contra el ventanal que no abriré por nada.
Un postrero y frágil parpadeo de esta
tarde que al irse te llevará consigo
y en la noche mi palabra se tuerce,
se enclavará sobre este cuello moribundo
porque al dejar mi mano irás con tu pecho
descubierto para que tempestades hoscas
se te encimen; y cómo curar esos ojos
siempre desgarrados si yo sólo soy
una forastera melancólica
como alguien me nombró tal vez; una endeble
gitanilla que prefiere irse lejos
y adormecer el llanto sin ser vista.
Cuando la luna me persiga de cerca
indetenible hasta donde se reclinan
sobre mí los troncos y suelo escurrirme
en el silencio, enredándote en tus penas
para suave obligarme a danzar.
Un coche te espera en las márgenes del río
donde solían amarse nuestros corceles,
127
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bajo nostalgias y yerbas una silente cabaña.
Te dirán: estuvo merodeando entre los rosales.
en sus brazos un libro viejo y sola caminaba.
Podrán decirte: estuvo anoche tomando
té con galletas y pesares. Estuvo sola.
Cuando la ventisca te voltee en tu lecho
búscame en el bosque.
Yo guardaré bajo veladas hojas
el recuerdo del tenue dorso de tu mano.
128
Polina Martínez Shvietsova
Invierno del alma
Me lanzo al abismo sin dejar huellas
La voz del amante filtra
Ilumina
y penetra mi espejismo.
Soy el resplandor en el aroma del invierno.
¿Qué es el humo de mi voz?
desperdicio de vagar con la premura de la muerte
por espinosas praderas de amantes asesinos
que habitan la hondura del dolor.
¿Qué azotes me atardecen los anhelos?
Siento dudas en lo terrible de mi carne
babas de cadáveres sombríos y sin rostro.
¿No se apagarán las nevadas de mi alma?
¿Dónde duermo en la caricia?
¿Dónde un hombre me palpa con la aurora entre las manos?
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un hombre que me arranque las tinieblas
los fragmentos de la noche enterrados en mi cuerpo.
Siempre al final los ríos sangran
La muerte puede ser la hermana que no tuve
Puede ser la que penetra en mi deseo.
Me desgarro en la frágil orilla del placer
soy el espectro brutal del que me escondo
Sólo veo el destino de los cuervos amantes de mi piel
hombres que eyaculan ríos de sangre
y ofrecen un sucio y herrumbroso puñal
que sarcásticos entierran en mi carne.
¡Oh! cuerpo venenoso
asfixia el olor a moribundos que se arrastran
no termino de herirme con esta luz inoportuna
ya mis labios sangrientos permanecen
y hacia el corazón expanden sus tinieblas.
Soy anterior de mis ancestros
quiero podrirme con mis lágrimas
aunque la hermana pose en mis ojos su silencio.
130
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Carta de regreso
A: Ronald y Natalia
Con rabia de amor y polvo
¿En cuál imagen soy estorbo
constante vagar de soledad en los pasos de mi sombra
las manos eternas del desierto?
Mis edades posaron en las puertas del abismo
negándome el temblor del nacimiento
el secreto al polvo de mis padres
y no me hallaron.
Atada estoy
sin relieves ni abrazos que me ahuyenten
hacia mis sueños del descenso.
Mi alma desprende su inocencia
es inmóvil en su eco
y caen gotas del alma
gotas que rugen de rabia
hacia la levedad del espejo.
Como remedio moriré sin dudas
en el legado de mi sangre hostil
y mis frutos serán regalos
la infección del universo.
Estaré perdida sin ojos y sin manos,
ellos separaron mis fragmentos
y no me hallaron.
131
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¿Qué fueron mis horas temerosas?
sólo un desierto que me abarca
—cierta eternidad—
lejos de mi crimen
lejos del destino
lejos de mí misma.
Séptimo piso
¿Cuál de aquellos muros es la muerte?
Mi alma se perdió con dolor en la mirada
en busca de un libro donde entregarse
atravesó los blancos muros de la muerte
y vi desde mí el atardecer de las cosas
su innegable destierro.
No sé pero antes hubo nieve en mis pupilas
mi sangre impregnaba frialdad
parecía eterna la noche incrustada en el cemento.
Ahora el silencio despacio me desgarra
la orfandad del destino donde navegamos el alma y yo
hacia lo profundo del cristal.
Por qué no me quedo en la página ausente
su diáfana carencia inmortal
y la pureza de mi derrota
derrota cual metáfora violenta ante mis ojos
donde vuelco la cabeza
en el polvo del asfalto.
132
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Horas
La luna creciente rasga un signo abstracto
en la dolorosa espina de mi vientre
me ahogo sobre cadáveres que cierran mi cuerpo.
Suerte de morir otra vez
en un lecho espinoso a la memoria.
Las horas infieles del delirio.
Con el alba despliego estos hijos fantasmales:
Por los labios soltaré la peste del animal que llevo dentro
y caerá el espectro en lo absoluto de mi estirpe.
Dejo mi faz
un beso que se crispa en la cuerda
resbalo del orgasmo en las alturas
y siento la lividez de otro fantasma
sobre la niebla en el instante de mis lágrimas.
Brazas
Soy Diosa en el profundo imán de mi cama
donde volqué la paz sobre una melodía más triste que yo
saber que fui altar de pordioseros
que transformaron estos labios en harapos.
¡Oh! Templos destruidos en la alcoba
como sucios arañazos del dolor
donde respira la miasma nauseabunda.
133
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Es el fin del opaco metal de mi locura
imagen que nace
vidrios que lastiman mis ocasos.
¿Dónde puedo gritar con los huesos del adiós?
salir de mi cuerpo dolorido
me extravío en las brazas del silencio
y nadie pregunta los deseos de mis labios.
No quiero sentir estos gritos sepulcrales
no quiero morirme en lo absoluto de la noche
ni que las sombras asesinen mis palabras.
134
Aymara Aymerich
[Ceremonia es la misericordia...]
Ceremonia es la misericordia
y dos palmos de sal bastan para el desapego
tal es la liturgia:
date la vuelta tres veces
y arrójale a esta fauce todo aquello que no debas.
Así no comenzaron las mejores historias,
ni las más felices
También los sargazos pudren el cuerpo de las aves
—un ser-que no fue-una cría—
pudre el cuerpo de las aves
también los cerrojos
también
dos tristezas no equivalen a una sola:
El espejo ha sufrido mutaciones
y ya
no podremos escribir como Paul Eluard
por un orgullo mejor.
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el útero es un lugar pequeño, es un lugar
y es un silencio
Obstáculos entre: el gesto y la palabra,
mi pregunta y yo fluimos
malolientes desde el útero
que es un lugar indivisible como celda,
que es un lugar donde
mi única pregunta lo cuestiona todo.
Allí prefiero elegir nuestra distancia
que es la mudez del condenado,
que es un silencio donde
me escupe y me ennoblezco.
Obstáculos entre: el gesto y la palabra,
mi única pregunta y yo tenemos
una letra más veloz que antes
una paciencia más veloz
y menos tiempo.
[otra será la madre de mi hijo...]
otra será la madre de mi hijo.
Yo, pagaré con las uñas hincadas en mi lengua,
pero otra será su soledad.
tengo senos áridos
—yo lo proclamo, no el hombre—
vendrá ese hijo, ese auténtico peligro,
a forzarlos cada tarde
y el semen permanente del hombre
136
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será el calor que me acompañe
—como otra será su soledad
y otra la madre de mi hijo—
Yo, que recibo en paz todo lo jugoso,
menstruo, para imaginarlo con música.
canción de cuna
hija mía yo
me asusto y me canciono
junto a mi hermano adolescente y limpio
me asusto y me canciono:
abrir las piernas como abrir el corazón
mi hermano adolescente y limpio
me lava con júbilo la piel:
su júbilo
me lava la piel que lo alimenta
la piel que lo descuera
carne entre la carne:
su júbilo en mi piel
todo lo pulcra mi hermano
adolescente y limpio y jubiloso
también las piernas mías que le abro
como siempre le abrí mi corazón.
137
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sobre un tema anglosajón
viólame, amigo, y lloremos por la patria o el amor.
sólo brindo con oxígeno en noches mansas como esta,
en vandalismos como este: el Oxígeno
Tu oxígeno que también se deteriora.
somos absolutamente seres innegables
—nuestra úlcera innegable, nuestro ejemplo—
Viólame, amigo, y después lloremos juntos
En noches mansas como esta
Danza para mí tu última mentira
Y dispersa el prodigio de tu baile
En noches mansas como esta
Cada ser huele a su última mentira.
sólo aplaudo la pelvis enemiga
Es el goce de la pelvis enemiga
el justo goce que engrandece
—quise confesar a los amigos
pero únicamente el verdugo
quedó atento a mis palabras—
Yo mostré mi pelvis al verdugo
y aplaudo el impacto de aquel odio
semejante
a una ternura incomparable a la ternura.
Sólo soy atenta con la pelvis enemiga:
Yo, amigos, yo.
138
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waterproof
todo cuanto la Ira me devuelve es el amor
y es
alguna tradición más peligrosa:
para los cuadros de mi nieto humano,
del batracio hijo gris
y otros asuntos del futuro, que amarán
masticarnos la cabeza
—para ellos—
poso en contra mía y a favor
de la violencia como estética.
conviene (Federico) tanta soledad y tan pocos
amigos, incluso aquellos que no saben
depender de la belleza, o esos
muy crucificados.
conviene (incluso) el pensamiento
en ti que eres común:
tan común, tan necesariamente cotidiano.
donde antes besabas al caballo ajeno
ahora lo cursi es patrimonio,
donde fuimos dos desamparados
ahora es
la tradición más peligrosa
y pienso (Federico) habrá esta Ira
esta mía Ira
que retorna y cobija y nos devuelve
hacia la misma sustancia primigenia.
139
Asley L. Mármol
Asceticus
divinarum rerum contemplator
Una niebla de cíclicos aromas
renueva extraña sed
incontenible.
Sus pasos como ascuas
me obligan al delirio
de purgar
toda la náusea del vacío.
Quizás sea alcanzable
acaso
ligeramente posible
distanciar
el cieno ante la luz.
Mas yo he bebido
en estos hombros
el imperio sonante del hastío
y veo mi lagar en sepulturas
apisonando la muerte.
En los espesos lirios de la noche
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la cineraria iluminada
azoga mi pálida esperanza
hasta
verter
el pálido dolor
en silencio.
La luz y la memoria
La luz y la memoria
acuden disipando
la precisa holgura de Aquello
que me hace vislumbrar mis manos exactas.
Me conozco gracias a esta honda precisión;
distancia entre la luz y lo eterno
calma de la falaz esencia humana.
Como dudosa eternidad
se adscribe un silencio en mi costado
sonido quedo
cual la memoria de los muertos
hechos ya barro y luz inaprehensible.
Retomo aquellas manos exactas
rescatadas del olvido.
Se consuelan al moldear
un breve huesecillo del viento,
una recia paz
divina en la penumbra.
Luego
hablar de todo
del agua,
141
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de la tierra y sus fermentos,
hablar, en fin,
hablar de Dios.
Parcas
Qué infancia del tiempo
nos arroja
como cercano puerto
al batir de la luz
Otra sombra devela
la hechura del misterio
frase limpia
mano que nos guía al espanto
Ciclo que se cierra...
Quedar
eternos
en nuestra fiel incertidumbre.
Oscuridad
Mientras se cuecen los huesos
con espiritual hervor,
de mi esencia el espesor
atisban los cuerpos gruesos
que oscuros llegan, ilesos,
a inundar pronto el recinto.
142
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Me levantan mientras pinto,
en tiniebla exuberante.
Sale de mí desafiante
el verso en la sangre tinto.
Oda al vino
Homenaje a Charles Baudelaire
Cómo sale de mis labios
este verso etílico
brebaje saturnal
sanguíneo
que me entrampa.
Cómo han de multiplicarse mis sentidos.
Puedo ver
el negro
tenebroso rictus de los labios
mientras derriten una frase
retorno de ti misma
sobre
la cruenta aventura
de tentar la boca
delirante
de un sepulcro.
143
Marcelo Morales
Fragmentos
Alargo entre flores amarillas
corrompiendo al goce la llovizna
el día gris de bruces estremece
que corten las serpentinas de mis manos
el lenguaje roto de los cuerpos espectrales
pulida superficie donde giro y giro eternamente
abierto a bocas afiladas
a la rueda de labios
al destino
inmensa forma de morir
como amantes señores del descenso
que abandonan los fragmentos
y las horas
Temblor
Un temblor desprende al infinito
a la última porción que me alimenta
al límite boreal
a la distancia
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ruedo en lentitud
los animales habitan el lado de la muerte
la línea recta
el abismo
la oscuridad
la aurora
el vacío
Humo
¿Dónde va el humo y la mirada?
¿Hacia qué punto?
he visto un rectángulo de luz rajando el centro
de mi propia vacuidad en la penumbra
las selvas de acordeones musicales
un cristal resplandecer bajo la lluvia
¿qué valor sorprende en la palabra?
tú que estás leyendo
apúrate hacia mí
hacia el espejo
a la imagen suspendida en tu cerebro
pues no sé si volveré hacia esta muerte
a mi piedra más tangente y vertical
¿estarás allí al caer el día?
¿estarán tus ojos al voltear?
polvo al polvo habré al decir
vida
ceniza
pobreza
145
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Paternidad
En la órbita de mi esperma está otra vida
otro cuerpo otro amor otro misterio
otro hombre o una mujer que todavía
yo estaré de vuelta a la locura
a la tierra el silencio o el olvido
no llevaré nada conmigo
pasará una eternidad
y luego otra
Piedra
Todas mis razones se cerraron en la piedra
y fue preciso desnudarla
filtrar bajo las luces las coronas
las sombras alargadas
todo lo que he dicho lo sabía
todo lo que fue
hoy sigue muerto
sólo tengo este momento
la ruptura de un cristal
lento es lo eterno
Sur
Tres flores al sur apuntan
riegan con su olor haciendo empleo
cuerpo sobre cuerpo sobre cuerpo
las estrías cristalinas del entierro
146
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velan torsos de mujer resplandecientes
ya mi mano se retuerce en la otra mano
ya mis labios se resecan y consignan
ya mi hueso vuelve al viento y memoriza
ya el silencio torna al lodo y se compila
Polvo
polvo serán, mas polvo enamorado
Al polvo voy
avanzo enamorado
trazando va el anillo mi círculo de sangre
tras las fibras genitales de los músculos sonoros
la campana dobla en el último momento
otro día para amar aún tendré
y una urna delicada contra el vidrio
repitiendo mi horizonte secamente
147
Elio Javier Bellejero
Aquel fervor oscuro, aquella música
con Eliseo Diego
El sol que cuelga de nuestros hombros
como el triste sonido de tus pasos
hondos o marchitos
nos descubre por primera vez.
En la Calzada de Jesús del Monte
eras la certeza de los muertos
el oculto en los portales.
¿Qué música, puente o árbol tembloroso
refugió la mueca y la sonrisa del fiel juglar?
Frente al muro;
allí arrancaste la sombra del último caracol
mientras quitabas al agua la niebla
y a las calles acorraladas por anzuelos
los pequeños fuegos...
Tras los globos florece la mano
tras del naranjo
dispérsase la noche
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que un día silbaras en las tabernas
cercanas a la luz.
Hoy el oscuro fervor
hoy sólo se sabe llevar el tiempo en las columnas,
el más afilado tiempo que niega la distancia.
Sobre nosotros cabalga el ruido
de tu pecho
el candil oculto
la rasgada hoguera que no hemos escuchado.
Sólo tú divides el viento
como un desgastado murmullo.
Viejo Diego, echa a andar la ciudad
que nos falta
entre la lluvia que amarga y el rostro cristal.
Vuelve a ser un golpe ajeno de sangre;
despierta los secretos de aquella música
antes de que la luna te ladre
y el sol escuche nuestros huesos.
Vuelve a ser
la melódica sonrisa de alguna historia...
Haznos sucumbir ante el fervor oscuro
de nuestra vieja Calzada de Jesús del Monte.
Noche, rencor, determinados árboles
En un tiempo
el tiempo precipitó la noche
adentro
escarbaba el metal a lo ancho de la tarde
149
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y sus manos descolgándose
iniciaron el acto de hablar a solas
ese tránsito inútil
para morir a mediados del engaño.
Hablo
de estar bajo mis párpados
hasta dolerme otras veces;
levantarme quizás
desplazar mis ruinas como un hecho inadvertido:
sólo una forma humana es la terrible realidad...
ignorar sus ojos
el vientre aplastar porque mana a golpes de hacha.
Todo sea un hábil rencor a la medida del plomo
de otro modo
no hallarás la espuma
el claro que la noche delata
y nos ofrece su manía de hojas silvestres.
Tal vez, música cubierta por un cuerpo ausente,
descubras detrás de cada muro
el silencio del parque
engañoso y oculto por los lumínicos que la ciudad encierra
o el ruido melancólico
de determinados árboles.
Los labios de París
París no se acaba nunca
E. HEMINGWAY
Un día
me lanzaré a los labios de París
150
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esa absurda ciudad
que de lejos puede parecer las paredes de mi cuarto
o el sombrero de aquellas viejas señoras
sentadas sobre sus colas de pez
viendo cómo caían los guillotinados
bajo la paz del suicida.
¡Y porque eran buenos tiempos...!
cruzaban arterias desconocidas al filo de la lluvia
cortadas a golpes de venas
jamás llevaré el caudal del Sena sobre los hombros
ni la nostalgia del Louvre
hará crecer esos cadalsos que imagino
apenas escucho una canción desentonada
oculta entre el polvo de los druidas
heridas que noto en cada calle
más abiertas a la suerte
que a los transeúntes
asidos al cuerpo de una sombra
entre las llamas.
Juana de Arco,
pude haber regresado a la herrumbre de tu cuerpo
pero un vástago de huesos
sepultó mis manos en la isla
¿cómo llegar a la angustia del último beso?
la música de tus piernas gravitaba su tic-tac
levitador de cigarrillos
soy sólo un hacedor de palabras
en busca de París
quien no domina el miedo enorme a las luciérnagas
ni al polvo de los reyes
el que se marcha con el amor
hasta las nubes.
151
Abel González Melo
Seis espinelas con llanto
Estoy en el baile extraño
De polaina y casaquín,
Que me anima y que por fin
Me comprime y me hace daño.
Sumido en suntuoso escaño
Azul, cual branquia y aleta,
Un señor cuya silueta
Escribe en terso brocado,
Y en su nudismo alterado
Concibe codo y bragueta.
El abismo de la tarde
Conjuga el verde del suelo
Con lo irónico de un duelo
Sin virtud, mas con alarde
Repetido. También arde,
Bajo el sofá cruel de antaño,
La ilusión, casi un engaño,
Vals y vitral del festín
Que dan, del año hacia el fin,
Los cazadores del año.
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Una duquesa violeta
Va con un frac colorado,
Cual si un fauno disecado
La poseyese, o su esteta
No la quisiese, y la meta
De aparentar no existir
Diera a su risa el reír
Que la convierte en silente.
Aunque tampoco la gente
Se le acerca: va a morir.
Cinco rufianes perdidos
Regatean a deshora.
Un niño infinito añora
Pasiones, entre alaridos.
Los celos de los bandidos
Se transforman en pirueta
Siniestra. Y en la careta
De cierto espacio encerrado,
Marca un vizconde pintado
El tiempo en la pandereta.
Y pasan las chupas rojas,
Pasan los tules de fuego
Para unirse. En este juego
Nadie admite ancianas cojas
Y entonces —¡oh, paradojas!—
Las menos niñas se enlazan
Con los chicos que las cazan
(mas no las casan). Doncellas
se sienten todas las bellas.
Y las no bellas... se abrazan.
153
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Casi angustiado, en mi sueño
Salgo a palpar un camino.
Fuera, un alcalde mohíno
Me repudia por pequeño.
Solo me siento y sin dueño
Que contenga mis congojas.
Lloro solo. Sólo rojas
Son las nubes. Ya me anego...
Como delante de un ciego
Pasan volando las hojas.
Fábula para no volver
Si quieren que de este mundo
Lleve una memoria grata,
Nadie distinga en mi bata
Que soy leve y tremebundo.
Vivo con un no rotundo
Rasgado tras mi garganta.
Sólo lo que es bello y canta
Me complace, y en la aurora
Me vuelvo ingenua pintora
Que pinta mientras se espanta.
El retrato, complaciente
Con la imagen del olvido,
Me consume y en su nido
Simulácrido, excluyente,
Recrea un orbe impaciente.
Caigo erizada cual gata.
Todo es níveo. Todo es nata.
154
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Y, por si acaso me inundo,
Llevaré, padre profundo,
Tu cabellera de plata.
Si quieren, por gran favor,
Que lleve más, llevaré
Lo que es otoño en mi fe:
Tez de añoranza y temor.
Ahora sombra y candor
Se truecan en mi descenso.
Distingo estrépito intenso.
Lid vehemente es la algazara.
Nadie me explica o me encara:
No hay puertas para el ascenso.
Antes del lacio reposo
Se exhibe mi opaca enagua
Sobre un pizarrón de agua.
Tibio y poroso leproso
Me toca impávido. Rozo
La imagen azul: seré
Duplicado en lo que amé,
Doble de mi sed mayor:
La copia que hizo el pintor
De la hermana que adoré.
Si quieren que a la otra vida
Me lleve todo un tesoro,
Me esculpiré. Frágil coro
Cala en la escara encendida.
Punge en mi vientre la herida
Lúgubre del mal que espero.
Busca un pulgar asidero
155
Antología
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Sobre el mural trascendente
Del tubo espeso y caliente
Donde renazco o me muero.
Terco temblor tormentoso
Me expulsa otra vez al campo
De los pinceles. Estampo
Recias figuras de gozo.
¡Ya no soy mujer, soy mozo!
Mas, sumido en lo que añoro,
Descubro entre pelo y poro
Fiera escafandra perdida:
¡Llevo la trenza escondida
Que guardo en mi caja de oro!
Emancipación del ego
Ese sol que en los siglos clamaba por mi ausencia
hoy departe con nubes de antiguos alaridos.
Las nubes no me aman.
En el último estrato de este cuento
nada es válido,
ni se encuentra en mí un recodo de real valía.
Los que gritan que me han visto
y que en mis valles descubrieron algas
y que ante el cielo expusieron mis ovejas,
aún no existen.
Desaparecieron los de pecho torpe,
los que adoraban mi pulgar por un centavo,
156
Cuerpo...
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los que fluían por mis grietas
y engordaban en mi celda favorita.
No sé por qué sólo los pobres se resguardan en mí,
o dicen que la imagen de mi engaño es descarnada
cuando hace lustros pernoctaban en su espera.
No sé en qué aroma
o de qué coágulo
nace la idea de esta visión aciaga:
lo cierto es que el perfume me adormece
y es carmín el ardor de mis mejillas.
Veo sensato apenas lo que escucho ahora,
lo que pruebo,
lo que mis dientes cortan con furor de abeja.
Extraño aquel sitio aunque lo note lejos:
la adquisición de espacios era allí espada y ópalo
y este día,
el de ahora,
trae el suspiro del escaso rincón
que surte la guarida.
No soy viejo.
No quiero ser viejo.
A duras penas hiedo en las horas que no escucho
un trinar o no siento el viento,
viento más que otra cosa,
viento que me devuelve al campanario
y tañe la melodía del regreso.
Del espacio añorado.
Del vivir otra vez.
De eso que susurra mientras hierve.
157
Susana Haug
Visión
Hay una mujer dormida en la jaula de los pájaros
Una pesadilla la cabalga toda hasta dejarla caliente y húmeda,
/ rosada
Se ha llevado su desnudez a un rincón más amplio donde
/ poder lavarla con aceite y sangre,
miel y sudores de cuerpos selectos
Nada sabe de la olla destapada en la cocina que hierve
/ lenguas negras,
bestiales, suaves, pálidas, tersas, de vaca o perro
Desconoce los olores fuertes que crecen dentro
/ de sus grietas rosadas
Ella yaciente y arqueada sobre la meseta de la cocina
pasan cuadros blancos y rojos
se deslizan con flores y el vapor emana de las grietas
besando su espalda en Venecia un arco
Sabe a muerte la lluvia o a tarde la muerte no sé
/ allí en su piel
mientras penetra a la nalga la frialdad de la loza y cerca
/ humea la carne a la parrilla
Cuerpo...
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Ella dormida la ha visto un ciego y han caído por fin
/ sus ojos.
Anticristo
Como amparado en la ferocidad de un tragaluz
yo te recorro a destiempo,
insoslayables ambos porque los cuerpos sí existen
—las eternidades son segundos dilatados
con tu calor único, que las hojas ignoran y trocean,
hilachas de tu carne descomunal, magra,
feraz hasta el tuétano calidoscópico
de alguna sustancia fósil—
y son más que líneas entrecortadas al barniz de la vela.
En cualquier historia,
discursión, retórica, nigromancia, cábala, pontificado,
hay siempre una vela que desafíe
la vacía hambruna de una porción de infinito: yazga aquí
en el sumidero ventricular de los cuerpos, benedicite.
Quien quiera alumbrarnos será bienvenido.
NO QUEREMOS MAGOS. Tampoco la panacea
/ que embote
cada una de mis sensaciones, las vulgarice.
Ya no habrá mal eterno, ni serás un salvador a sorbos cortos,
penetrando su aroma, su amargura.
Se acoge también un poco de dolor, casi agradecidamente.
Las palabras me profanan a su gusto,
desátanme tiránicas para un breve respiro:
exorcísame o poséeme por los siglos de los siglos
que tú, infame Santísimo, bendita o antes maldecida,
159
Antología
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sin queja acaso, me has entregado.
Nosotros cuajamos el tiempo, la luz,
/ los infra-ultramundos,
lo inmaterial
con un simple beso a todo lo visible.
Caridad del ciego profesante de ciertos enigmas
sólo lógicos en una partida de dados.
Jugar a las cartas, ases en tránsito, las Suertes.
El azar
El prófugo
La obscena beatitud
Las bestias piafantes escapadas del paraíso.
Pero no un beso de reptil petrificado
a causa de la inverosimilitud, el escepticismo,
el miedo a adivinarse.
La bola de cristal cuarteada cae ante tus pies de vestal.
Recoges muñones, un ápice
para que el leproso contemple espejismos,
se extasíe la vida entera, te bendiga.
Porque Tú intercediste por él, echaste en tu piel
la nata legañosa de su enfermedad
—malditos caminamos hacia la cañada.
Yo sé que ese beso los redimirá a ambos, a Pandora,
y a los vástagos culpables-ignorados-estúpidos-fascinerosos
de las calles.
Sosiega mis quebrantos, mis espumarajos de bilis corrompida
que sólo mi madre y las moscas se atreven a sorber.
Acompaña estos retardados estadíos de la conciencia,
conjunción de todos los cataclismos, letargos improvistos
y frenéticas dentelladas —acaso sea la rabia—
con algo más que gárgolas agujereando sus penas
/ en mis pies,
como perros.
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Acoso de las gárgolas: ellas tañen vengativas las campanas.
Me oculto dentro, en la cloaca de los caños
por los que a veces metí el dedo, o empiné una lágrima.
¡Pobres creyentes que han comprado ya sus cuartos
/ en el reino!
Así pago Yo tu fe
y no avivo el pabilo de los cirios ni coloco ofrendas
en los sempiternos nichos ocupados.
Ellos también desafían los anales, el parsimonioso afán
de las ampolletas en su recambio de fluidos
que verterán —oigo los clarines— a mi garganta.
Así habré roto el tiempo,
hipnotizado quizás a la sacerdotisa del reloj.
Ahora, despojado de aquellos Ilustrísimos demonios,
me apresto a hincar la frente y al fin santificarme:
—Perdóname, Padre, porque he pecado
—Bienaventurados los herejes y los destronados;
temed los unos a los otros, y confiad en la oveja negra
que os salvará si Dios ha caído en el Sueño.
Ya nada tiene lógica,
motivo,
fin.
He mentido sobre ti.
Regreso, pues, y declaro
—ante los areopagitas inquisidores de las sagradas
/ cavernas—
que no he descifrado una palabra.
Ebrio, desnudo, corrompido yazgo.
Me amilana luego la confesión:
Escribimos por gusto. Después la vida será callar.
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Circo de espejos
II
He quedado sola,
espejismo que nunca llegó a ser comprendido.
Sostuve un rosario en la mano y recé a los difuntos,
a los que van a morir porque tienen que morir.
Es así,
yo lo anuncié públicamente:
no hay lecho para los muertos.
Pero la arena,
espectro del sudor,
está allí fresca.
III
Yo también pruebo a reírme de mí misma
ante la galería de espejos.
162
De los autores
José Ramón Sánchez Leyva (Guantánamo, 1972).
Poeta. Mención en Poesía del Encuentro Nacional de
Talleres Literarios, 1998. Premio de Poesía Regino Boti,
1998. Los poemas seleccionados pertenecen al
cuaderno inédito Odiseo nocturno. Es miembro de la
Asociación Hermanos Saíz.
Luis Eligio Pérez (Ciudad de La Habana, 1972). Poeta.
Integrante del grupo Zona Franca. Es miembro de la
Asociación Hermanos Saíz.
Arlén Regueiro Mas (Ciego de Ávila, 1972). Poeta.
Premio del Encuentro Nacional de Talleres Literarios,
1997. Mención del Premio de Poesía de la revista
Revolución y Cultura, 1997. Ediciones Ávila publicó
su cuaderno Páginas del agua, Premio Poesía de
Primavera, 1997. Es miembro de la Asociación
Hermanos Saíz.
José Ernesto Cadalso Quero, Che (Santa Clara, 1972).
Poeta. Licenciado en Derecho. Ha obtenido premios
en concursos universitarios y en talleres literarios de
su ciudad natal. Todos sus textos permanecen inéditos.
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George Riverón Pupo (Holguín, 1972). Poeta.
Estudiante de la Facultad de Cine, Radio y Televisión
del ISA. Primera mención del Encuentro Nacional de
Talleres Literarios, 1995. Premio de la Ciudad de
Holguín, 1996. Accésit del Premio de Poesía Encina
de la Cañada, en España. Tiene publicado los
cuadernos Extraños seres de la culpa, Contra la soledad
de la sombra, y Los días del perdón. Es miembro de la
Asociación Hermanos Saíz.
Michel Aguilar Ros (Güines, 1972). Poeta y pintor
de formación autodidacta. Premio del Encuentro de
Talleres Literarios de La Habana. Textos suyos aparecen
en La Tertulia. Tiene publicada la plaquette Exordio.
Luis Lexander Pita García (Colón, 1972). Poeta y
narrador. Obtuvo mención especial en el Premio
Waldo Medina, 1996. Premio Eliezer Lazo de la AHS,
1998. Premio Rilke al Joven Poeta, 1998. Textos suyos
aparecen en la antología de jóvenes poetas matanceros
Generación de los invisibles, Bilbao, España. Tiene
publicada la plaquette de poesía Alicia, después de los
caballos será el mundo. Es miembro de la Asociación
Hermanos Saíz.
Marilín Roque González, Mae (Jagüey Grande,
1972). Poeta. Premio del Encuentro Nacional de
Talleres Literarios, 1995. Sus textos aparecen en El
Caimán Barbudo y la Revista Matanzas, entre otras
publicaciones periódicas, y en la antología de jóvenes
poetas matanceros Generación de los invisibles,
Bilbao, España. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz.
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José Félix León (Pinar del Río, 1973). Poeta y
narrador. Ha publicado Demencia del hijo, Donde
espera la trampa que un día pisó el cier vo y Patio
interior con bosque. Premio Hermanos Loynaz de
Poesía, 1994. Premio Dador de Narrativa, 1998.
Premio Prometeo de Poesía, 1997, y Premio Onelio
Jorge Cardoso de Cuento, 1999, ambos de La Gaceta
de Cuba. Estudia Filología en la Universidad de La
Habana. Es miembro de la Asociación Hermanos
Saíz y de la UNEAC.
Maylén Domínguez Mondeja (Cruces, 1973). Poeta.
Licenciada en Información Científico-Técnica y
Bibliotecología por la Universidad de La Habana.
Poemas suyos aparecen en las revistas El Caimán
Barbudo, Huella y Ariel. Sed de Belleza Editores
publicó su poemario Historias contra el polvo. Es
miembro de la Asociación Hermanos Saíz.
Israel Domínguez Pérez (Placetas, 1973). Poeta.
Premio Rilke al Joven Poeta, 1997. Premio Calendario
de Poesía, 1999. Ediciones Vigía publicó su plaquette
Como si la muerte hubiera sido un sueño, y Aldabón
Editores publicó sus Poemas tempranos. Es miembro
de la Asociación Hermanos Saíz.
Ian Rodríguez Pérez (Las Tunas, 1973). Poeta. Premio
Waldo Medina, 1994 y 1996. Premio Abdala, 1995.
En 1997, Reina del Mar Editores y las Ediciones
Áncoras publicaron su cuaderno de poemas Velas en
tor no al corazón demente. Preside la Asociación
Hermanos Saíz en Cienfuegos.
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Kenia Leyva Hidalgo (Holguín, 1974). Poeta.
Miembro del Taller Pablo de la Torriente Brau y de la
Asociación Hermanos Saíz. Textos suyos aparecen en
La Gaceta de Cuba, y en publicaciones de España,
Argentina, México, Estados Unidos y Perú.
Leonardo Guevara Navarro (Ciudad de La Habana,
1974). Poeta y narrador. Miembro del grupo Zona
Franca de la Asociación Hermanos Saíz. Mención del
Premio David de Poesía en 1998, entre otros. Textos
suyos aparecen en publicaciones periódicas cubanas y
extranjeras, y en la selección de escritores cubanos y
mexicanos Escarceos.
Mioara Cabrera Castillo (Ciudad de La Habana,
1974). Poeta. Los textos seleccionados pertenecen a su
obra inédita La flor de Estambul. Es miembro de la
Asociación Hermanos Saíz.
Naírys Fernández Hernández (Matanzas, 1974).
Poeta y traductora. Miembro de la Asociación
Hermanos Saíz. Obtuvo el Premio Bonifacio Byrne,
1996. Ha publicado Este es el canto del siglo (Ediciones
Vigía), la plaquette Tan sola (Ediciones Matanzas) y El
silencio nos murmura (Ediciones Aldabón). Textos
suyos aparecen también en publicaciones periódicas y
en Generación de los invisibles, Bilbao, España.
Javier Marimón Miyares (Matanzas, 1975). Poeta y
narrador. Finalista del Premio de Poesía de La Gaceta
de Cuba, 1995. Premio Calendario de Poesía, 1997.
Premio José Jacinto Milanés, 1998. Premio de la
Colección Pinos Nuevos, 1999. Ha publicado
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La muerte de Eleanor y Formas de llamar desde Los Pinos. Es
miembro de la Asociación Hermanos Saíz.
Isaily Pérez González, Isa (Santa Clara, 1975). Poeta.
Estudiante de Filología en la Universidad Central de
Las Villas.
Liudmila Quincoses Clavelo (Sancti Spíritus, 1975).
Poeta. Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara,
1994. Premio América Bobia, 1995. Premio Prometeo,
1996. Premio Dador, 1997. Premio del Frente de
Afirmación Hispanista, 1998. En 1995 publicó Un
libro raro, por Ediciones Capiro. Textos suyos han
sido publicados en España, Italia, Francia, Argentina,
Estados Unidos y México. Los poemas seleccionados
pertenecen al libro inédito Poemas en el último sendero.
Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz y de la
UNEAC.
Osmany Oduardo Guerra (Las Tunas, 1975). Poeta,
narrador y crítico. Licenciado en Inglés. Premio
Nacional Décima Joven de Cuba, 1998. Premio
Tomasa Varona, 1998. Primera mención del Premio
Décimas para el Amor, 1998. Ediciones Sanlope
publicó su plegable Reflexiones desde el pesebre. Es
miembro de la Asociación Hermanos Saíz.
Frank Castell González (Las Tunas, 1976). Poeta.
Estudiante del Instituto Superior Pedagógico Pepito
Tey. Premio especial de la AHS en el concurso Décima
Joven de Cuba, 1997. Premio de Poesía Tomasa Varona
y Portus Patris, 1998. Premio Décimas para el Amor,
1999. Tiene publicado el plegable Oración del Suicida,
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por Ediciones Sanlope. Es miembro de la Asociación
Hermanos Saíz.
Irina Ojeda Becerra (Santa Clara, 1976). Poeta. Ha
obtenido premios y menciones en Encuentros de Talleres
Literarios. Estudia en la Universidad Central de Las Villas.
Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz.
Polina Martínez Shvietsova (Camagüey, 1976). Poeta.
Graduada de Información Científico-Técnica y
Bibliotecología. Es miembro de la Asociación
Hermanos Saíz.
Aymara Aymerich Carrasco (Ciudad de La Habana,
1976). Poeta y narradora. Premio Farraluque de Poesía
Erótica, 1998. Premio Calendario de Cuento, 1998.
Finalista del Premio de Cuento de La Gaceta de Cuba,
en 1998 y 1999. Premio Dador de Poesía y Narrativa,
1999. Premio David de Poesía, 1999. Sus textos
aparecen en publicaciones periódicas como El Caimán
Barbudo, Sic, Viceversa... Los poemas seleccionados
pertenecen al libro en proceso editorial in útero. Es
miembro de la Asociación Hermanos Saíz.
Asley L. Mármol (Ciudad de La Habana, 1977). Poeta
y narrador. Es miembro de la Asociación Hermanos
Saíz y del Grupo Literario Jácara, de cuya revista
homónima es subdirector. Cursa la Licenciatura en
Español y Literatura en el Instituto Superior
Pedagógico Enrique José Varona.
Marcelo Morales Cintero (Ciudad de La Habana,
1977). Poeta y narrador. La Colección Pinos Nuevos
publicó en 1998 su poemario Cinema. Sus textos
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aparecen en publicaciones periódicas cubanas y
extranjeras como El Caimán Barbudo, Viceversa... Es
miembro de la Asociación Hermanos Saíz y de la
UNEAC.
Elio Javier Bellejero (Santa Clara, 1979). Poeta y
narrador. Ha obtenido premios y menciones en
Encuentros de Talleres Literarios en Santa Clara y en
Ciudad de La Habana.
Abel González Melo (Ciudad de La Habana, 1980).
Poeta, narrador y crítico de teatro. Premio Calendario
de Cuento, 1998, con Memorias de Cera. Mención del
Premio de Cuento de La Gaceta de Cuba, 1999. Estudia
Teatrología en el Instituto Superior de Arte. Es
miembro de la Asociación Hermanos Saíz.
Susana Haug Morales (Ciudad de La Habana, 1983).
Poeta y narradora. Ha obtenido menciones en el
género de cuento en los concursos La Buena Pipa, 1996,
y Ernest Hemingway, 1997. Finalista de los concursos
Fundación de la Ciudad de Santa Clara, 1997, y David,
1997, en Literatura Infantil. Textos suyos han sido
incluidos en varias publicaciones de Cuba y España.
En 1997, publicó Cuentos sin pies ni cabeza. Es
miembro de la Asociación Hermanos Saíz.
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Gracias
Hay, amigos, en la Quinta de los Molinos, una casa
pequeña y rodeada de árboles, cuyos techos y jardines
han visto pasar en los últimos lustros a los más diversos
escritores y artistas jóvenes de La Habana, de otros
sitios del país y del mundo: es La Madriguera, sede de
la Asociación Hermanos Saíz en la Ciudad.
El invierno pasado, varias personas nos encontramos en la galería de esa casa para pensar proyectos que
fueran realizados por y dirigidos a la promoción de
los escritores más jóvenes, con el apoyo del Instituto
Cubano del Libro. El superobjetivo era dar cuerpo a
una nueva promoción de escritores que ya existía, pero
cuya presencia visible se dilataba demasiado por razones muy diversas. Este libro es el primero de esos proyectos que alcanza su concreción. Vendrán otros: una
muestra de narrativa, una revista...
Varias personas e instituciones nos apoyaron desde
el inicio y sin ellos la realización de este catálogo hubiera sido más compleja. Los poetas Javier Marimón y
Marcelo Morales acopiaron textos, disintieron, aconsejaron y estimularon; Fernando Rojas, Omar González
y Carlos Mas Zabala sostuvieron el apoyo institucional
comprometido; los Centros del Libro y las sedes de la
AHS en las provincias nos ayudaron de formas muy
diversas; la Editorial Letras Cubanas asumió en tiempo y con rigor la publicación. A todos ellos deseamos
agradecer la realización de este sueño —y muy especialmente a los poetas que nos confiaron sus textos,
incluidos los que no integran este Cuerpo... —pero cuyos versos y opiniones nos permitieron comprender el
proceso: sabemos que son parte fundamental de esos
nombres que se incorporarán en los próximos años al
panorama que este catálogo propone.
A YMARA A YMERICH
EDEL MORALES
La Madriguera, 1ero. de noviembre de 1999
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