Sistema Nacional List En ninguna rama de la economía política domina tan gran diversidad de opiniones entre teóricos y prácticos como respecto al comercio internacional y a la política mercantil. A la vez, no existe cuestión alguna en el sector de esta ciencia que posea una importancia tan alta en orden al bienestar y a la civilización de las naciones, como respecto a su independencia, poderío y estabilidad. Más que en cualquier otro tiempo, ha adquirido en nuestros días un interés predominante la aludida cuestión, frente a otras de la economía política. En efecto, cuanto más rápidamente progresa el afán inventivo de la industria y el espíritu de perfeccionamiento, el anhelo de la integración social y política, tanto mayor es la distancia que existe entre las naciones estancadas y las progresistas, y es tanto más peligroso quedarse atrás. Si en otros tiempos fueron precisos siglos para monopolizar la fabricación de lalana, el sector manufacturero más importante de pasadas épocas, bastaron algunos decenios para lograr el monopolio de la manufactura del algodón, sector no menos importante, y en nuestros días bastó una ventaja de pocos años para colocar la Gran Bretaña en situación de atraer hacia sí la industria Uñera del Continente europeo. En ningún otro tiempo ha visto el mundo tampoco una supremacía manufacturera y mercantil que dotada con energías inmensas como la de nuestros días, aplicase un sistema tan consecuente y poderoso, con tendencia a monopolizar todas las industrias manufactureras, todos los grandes negocios mercantiles, toda la navegación, todas las colonias importantes, todo el dominio de los mares, y a hacer vasallos suyos a todas las naciones, como los indios, en el orden manufacturero y comercial. La economía política debe extraer de la práctica sus doctrinas relativas al comercio internacional, y establecer sus reglas para las necesidades de la actualidad y para la situación peculiarísima de cada nación, sin desconocer las exigencias del futuro y de la humanidad entera. Así, debe apoyarse en la Filosofía, en la Política y en la Historia. En interés del porvenir y de la humanidad entera, la Filosofía exige: afinidad cada vez mayor de las naciones entre sí; evitar en lo posible la guerra; establecimiento y desarrollo del Derecho internacional; transición de lo que ahora se llama Derecho internacional público al Derecho de federación entre Estados; libertad del tráfico internacional, lo mismo en el orden espiritual que en el material; finalmente, unificación de todas las naciones bajo la ley jurídica, esto es: la unión universal. En interés de cada nación especial exige, en cambio, la Política: garantías para su independencia y continuidad; reglas especiales para el fomento de su progreso en orden a la cultura, bienestar y potencialidad, y a la formación de sus estamentos sociales como un cuerpo perfecto, en todas sus partes, armónicamente desarrollado, íntegro e independiente. Por su parte la Historia se manifiesta de modo innegable en pro de las exigencias del futuro, enseñando en qué forma el bienestar material y espiritual del hombre corre parejas, en todo tiempo, con la amplitud de su unificación política y de su cohesión comercial. Reconoce también, sin embargo, las exigencias de la actualidad y de la nacionalidad, enseñando cómo han perecido las naciones que no han atendido preferentemente su propia cultura y potencialidad; cómo el tráfico ilimitado con naciones más adelantadas ha sido para un pueblo estimulante en los primeros estadios de su desarrollo, si bien cada nación llega a un punto en que sólo mediante ciertas restricciones de su tráfico internacional puede lograr un desarrollo más alto y una equiparación con otras naciones más adelantadas. La Historia efectúa, así, un compromiso entre las exigencias encontradas de la Filosofía y de la Política. Sólo la práctica y la teoría de la economía política, tal como están constituidas actualmente, adoptan un criterio unilateral: aquélla, en favor de las exigencias especiales de la nacionalidad; ésta en pro de los requisitos unilaterales del cosmopolitismo. La práctica, o, en otras palabras, el llamado sistema mercantil, incurre en el gran error de defender la utilidad y necesidad absolutas y generales de la restricción, porque en ciertas naciones y en determinados periodos de su desarrollo esas limitaciones fueronútilesynecesarias. No advierte que la limitación es sólo un medio, pero el fin es la libertad. Atiende sólo a la nación, nunca a la humanidad; sólo a la actualidad, nunca al futuro; así es exclusivamente política nacional, pero le falta la perspectiva filosófica, la tendencia cosmopolita. Ahora bien, en la vida de las naciones como en la de los individuos existen contra las ilusiones de la ideología dos vigorosos medicamentos: la experiencia y la necesidad. Si no nos engañamos, todas aquellas naciones que en la presente época practican un libre tráfico con la máxima potencia manufacturera y mercantil, como medio de salvación, hállanse a punto de realizar importantes experiencias. Es sencillamente imposible que si continúan los Estados libres americanos con sus prácticas mercantiles actuales logren introducir un orden apreciable en su economía nacional. Es absolutamente necesario que retornen a sus aranceles anteriores. Aunque los Estados esclavistas rechacen ese criterio, aunque el partido dominante lo apoye, el poder de las circunstancias será más fuerte que la política de partido. Tememos incluso que, tarde o temprano, los cañones resuelvan la cuestión que fue para la legislación un nudo gordiano; América tendrá que pagar su saldo a Inglaterra en pólvora y plomo; el sistema prohibitivo de hecho, causado por la guerra, remediará los errores de la legislación aduanera americana; la conquista del Canadá pondrá fin al grandioso sistema de contrabando inglés profetizado por Huskisson. La Naturaleza misma empuja paulatinamente las naciones a realizar esta máxima agrupación: en virtud de la diversidad del clima, del territorio y de los productos, las induce al cambio, y por la superpoblación y la abundancia de capitales y talentos, a la emigración y a la colonización. El comercio internacional es una de las más poderosas palancas de la civilización y del bienestar nacional, ya que háciendo surgir nuevas necesidades estimula a la actividad y tensión de energías, trasladando de una nación a otra nuevas ideas, inventos y aptitudes. En la actualidad, sin embargo, la unión que entre las naciones puede resultar a base del comercio internacional es muy imperfecta, ya que se interrumpe o debilita por la guerra o por otras medidas egoístas de determinadas naciones. A consecuencia de la guerra la nación puede perder su independencia, su propiedad, su libertad, su autonomía, su constitución y sus leyes, su idiosincrasia nacional y, en resumen, el grado ya alcanzado de cultura y bienestar, y puede ser también sojuzgada. Mediante las medidas egoístas de pueblos extraños, la nación puede ver perturbada su integridad económica, o retardado su progreso Uno de los principales objetos a que debe aspirar la nación es, y tiene que ser, el mantenimiento, desarrollo y perfección de lanacionalidad. No se trata de una aspiración falsa o egoísta, sino de algo racional que está en perfecto acuerdo con los verdaderos intereses de la humanidad entera; en efecto, tal idea conduce naturalmente a la definitiva unión entre las naciones, bajo la norma jurídica, a la unión universal, que sólo se compagina con el bienestar del género humano cuando muchas nació nes alcanzan una etapa homogénea de cultura y poder; es decir, cuando la unión universal se realice por vía de confederación. En cambio, una unión universal basada en el predominio político, en la riqueza predominante de una sola nación, es decir, en la sumisión y dependencia de otras nacionalidades, traería como consecuencia la ruina de todas las características nacionales y la noble concurrencia entre los pueblos; contradiría los intereses y los sentimientos de todas las naciones que se sienten llamadas a realizar su independencia y a lograr un alto grado de riqueza y de prestigio político; no sería otra cosa sino una repetición de algo que ya ocurrió una vez, en la época de los romanos; de un intento que hoy contaría con el apoyo de las manufacturas y del comercio, en lugar de utilizar como entonces el frío acero, no obstante lo cual, el resultado sería el mismo: la barbarie La civilización, la formación política y el poderío de las naciones hállanse principalmente condicionadas por su situación económica, y a la inversa. Cuanto más desarrollada y perfecta es una economía, tanto más civilizada y robusta es la nación; cuanto más crece su civilización y poderío, tanto más elevado puede ser el nivel de su cultura económica. En el desarrollo económico nacional pueden señalarse las siguientes etapas principales de la evolución: estado salvaje, estado pastoril, estado agrícola-manufacturero, estado agrícolamanufacturero-comercial. Es evidente que cuando una nación cuenta con variadas riquezas naturales y, disponiendo de una gran población, reúne la agricultura, las manufacturas, la navegación, el comercio interior y exterior, dicha nación se halla políticamente más formada y poderosa que un simple país agrícola. Ahora bien, las manufacturas son la base del comercio interior y exterior, de la navegación y de la agricultura perfeccionada, y, en consecuencia, de la civilización y del dominio político; una nación que lograra monopolizar el total de la energía manufacturera del globo terráqueo y oprimir de tal modo a las demás naciones en su desarrollo económico que en ellas sólo pudieran producirse artículos agrícolas y materias primas, e instaurarse las industrias locales más indispensables, necesariamente lograría el dominio universal. Cualquier nación que conceda algún valor a la autonomía y a la supervivencia, debe esforzarse por superar cuanto antes pueda el estado cultural inferior, escalando otro más elevado, asociando tan pronto como le sea posible la agricultura, las manufacturas, la navegación y el comercio, dentro de su propio territorio. La transición de las naciones desde el estado salvaje al pastoril y de éste al agrícola, y los primeros progresos en la agricultura se logran del mejor modo mediante el libre comercio con naciones civilizadas, es decir, con naciones manufactureras y mercantiles. La transición de los pueblos agrícolas a la etapa de las naciones agrícolas, manufactureras y comerciales, sólo podría tener lugar en régimen de tráfico libre en el caso de que todas las naciones llamadas a desplegar una actividad manufacturera registraran al mismo tiempo el misino proceso de formación; si las naciones no se pusieran unas a otras obstáculos en su desarrollo económico; si la guerra y los sistemas aduaneros no perturbaran su progreso. Pero como las distintas naciones, favorecidas por circunstancias especiales, logran ventajas en sus manufacturas, en el comercio y en la navegación con respecto a otras; como dichas naciones advirtieron desde muy pronto que esta excelencia era el medio más eficaz para conseguir y asegurar su predominio político sobre otras naciones, se han puesto en juego instituciones que fueron y son adecuadas para lograr un monopolio manufacturero y mercantil, deteniendo en su progreso a otras naciones menos adelantadas. El conjunto de estas instituciones (prohibiciones de importación, aranceles de importación, limitaciones a la navegación, primas a la exportación, etc.), es lo que se denomina sistema aduanero. Obligadas por los progresos anteriores de otras naciones, por los sistemas aduaneros de otros pueblos y por la guerra, algunas naciones menos adelantadas se han visto obligadas a buscar los medios para llevar a cabo la transición del estado agrícola al manufacturero, limitando mediante un sistema aduanero propio el comercio con otras naciones más adelantadas y animadas por un afán de monopolio manufacturero que aquéllas consideran perjudicial Existe, pues, una Economía cosmopolita y otra política, una teoría de los valores en cambio y una teoría de las fuerzas productivas, doctrinas que, siendo esencialmente distintas una de otra, deben ser desarrolladas con autonomía. Las fuerzas productivas de los pueblos no sólo están condicionadas por la laboriosidad, el afán de ahorro, la moralidad y la inteligencia de los individuos, o por la posesión de recursos naturales o capitales concretos, sino también por las instituciones y leyes sociales, políticas y civiles, y especialmente por las garantías de permanencia, autonomía y poder de su nacionalidad. Aunque los individuos sean laboriosos, económicos, aptos para el invento y la empresa, morales e inteligentes, cuando no existan la unidad nacional y la división nacional del trabajo y la cooperación nacional de las energías productivas, la nación nunca alcanzará un alto grado de bienestar y potencia, o bien no podrá asegurar la posesión duradera de sus bienes espirituales, sociales y materiales. El principio de la división del trabajo ha sido hasta ahora concebido de modo incompleto. La productividad no radica solamente en la división de diversas operaciones económicas entre varios individuos, sino más bien en la agrupación intelectual y corporal de ellas para el logro de una finalidad común. Cuando una nación no posee territorios de extensión considerable, ni dispone de recursos naturales variados, ni está en posesión de las desembocaduras de sus ríos, o es desfavorable la configuración de sus fronteras, el sistema proteccionista no puede aplicarse en absoluto, o, por lo menos, no puede serlo con pleno éxito. Semejante nación debe intentar, en primer término, superar esos defectos mediante conquistas o pactos con otras naciones. Una vez establecido para determinado ramo industrial un arancel protector, nunca debe reducirse en tal forma que esta industria quede en peligro de muerte a causa de la competencia extranjera. La norma inquebrantable debe ser la conservación de lo existente, la protección de las raíces y del tronco de la industria nacional. Por consiguiente, la competencia extranjera sólo puede ser admitida a participar en el incremento anual del consumo. Los aranceles habrán de elevarse en cuanto la competencia extranjera obtenga la mayor parte o la totalidad de ese incremento anual. Un adecuado sistema protector no otorga a los industriales del país monopolio alguno, sino sólo una garantía contra las pérdidas de aquellos individuos que dedican sus capitales, talentos y energías a industrias aún desconocidas. No otorga ningún monopolio porque aparece la competencia nacional en lugar de la extranjera, y porque cualquier miembro de la nación tiene derecho a participar en las primas ofrecidas por la nación a los individuos. Sólo otorga un monopolio a los ciudadanos de la propia nación contra los súbditos de naciones extranjeras, que a su vez poseen para sí un monopolio análogo. La historia ofrece ejemplos de naciones que han sucumbido porque no supieron resolver a tiempo la gran misión de asegurar su independencia intelectual, económica y política, estableciendo manufacturas propias y un vigoroso estamento industrial y mercantil. In 1827 he published Outlines of American Political Economy, in which he argued that a national economy in an early stage of industrialization requires tariff protection. The costs of a tariff, he maintained, should be regarded as an investment in a nation’s future productivity. Political economy, in matters of international commerce, must draw its lessons from experience; the measures it advises must be appropriate to the wants of our times, to the special condition of each people, it must not, however, disavow the exigencies of the future nor the higher interests of the whole human race. Political economy must rest consequently upon Philosophy, Policy, and History. For the interests of the future and the welfare of men, philosophy requires a more intimate union and communion of nations, a renunciation of war so far as possible, the establishment and development of international law, transition of the jus gentium to a federal law, freedom of communication among nations, as well in moral as in material concerns; lastly, the union of all nations under some rule of law, or in some aspects of the subject, a universal association. In the case of any particular people, a wise administration, with extended views, pursues special objects, seeking guarantees for independence and for duration, measures calculated to hasten progress in civilization, well-being, and power, and to improve social condition so that the body politic shall be completely and harmoniously developed in all its parts, perfect in itself, and politically independent. History, for its part, assists in no equivocal manner in providing for the exigencies of the future, by teaching how, in every epoch, progress, material and intellectual, has kept pace with the extent of political association and commercial relations. But it justifies at the same time the exigencies of government and nationality, showing how nations have perished for not having sufficiently watched over the interests of their culture and power; how a commerce entirely free with nations more advanced has been of advantage to those still in the first phases of their development; also how those which had made some progress have been able by proper regulations in their foreign trade, to make still greater progress and to overtake those which had preceded them. History thus shows the way of reconciling the respective exigencies of philosophy and government. But practice and theory, such as actually exhibited, take their sides, the former exclusively for the particular exigencies of nationality, the latter for the absolute requirements of cosmopolitism.... The practical importance of the great question of free trade between nations is generally felt in our day, as also the necessity of investigating, with impartiality, once for all, how far theory and practice have erred on this subject, and how far any reconciliation between them is possible. It is at least needful to discuss seriously the problem of such a reconciliation. It is not indeed with any assumed modesty, it is with the feeling of a profound mistrust of his power, that the author ventures upon this attempt; it is after resisting many years his inclination, after having hundreds of times questioned the correctness of opinions and again and again verifying them; after having frequently examined opposing opinions, and ascertained, beyond a doubt, their inaccuracy, that he determined to enter upon the solution of this problem. He believes himself free from the empty ambition of contradicting old authorities and propounding new theories. If the author had been an Englishman, he would probably never have entertained doubts of the fundamental principle of Adam Smith's theory. It was the condition of his own country which begot in him, more than twenty years since, the first doubts of the infallibility of that theory; it was the condition of his country which, since that time, determined him to develop, first in anonymous articles, then in more elaborate treatises, not anonymous, contrary opinions. At this moment, the interests of Germany alone give him the courage to publish the present work; he will however not dissemble, that a personal motive is connected with those interests; that is, the necessity in which he is placed of showing by a treatise of some extent, that he is not quite incompetent to treat of political economy.... The civilization, political education and power of nations, depend chiefly on their economical condition and reciprocally; the more advanced their economy, the more civilized and powerful will be the nation, the more rapidly will its civilization and power increase, and the more will its economical culture be developed.... The anterior progress of certain nations, foreign commercial legislation and war have compelled inferior countries to look for special means of effecting their transition from the agricultural to the manufacturing stage of industry, and as far as practicable, by a system of duties, to restrain their trade with more advanced nations aiming at manufacturing monopoly. The system of import duties is consequently not, as has been said, an invention of speculative minds; it is a natural consequence of the tendency of nations to seek for guarantees of their existence and prosperity, and to establish and increase their weight in the scale of national influence.... In the economical development of nations by means of external trade, four periods must be distinguished. In the first, agriculture is encouraged by the importation of manufactured articles, and by the exportation of its own products; in the second, manufacturers begin to increase at home, whilst the importation of foreign manufactures to some extent continues; in the third, home manufactures mainly supply domestic consumption and the internal markets; finally, in the fourth, we see the exportation upon a large scale of manufactured products, and the importation of raw materials and agricultural products. The system of import duties being considered as a mode of assisting the economical development of a nation, by regulating its external trade, must constantly take as a rule the principle of the industrial education of the country. To encourage agriculture by the aid of protective duties is vicious policy; for agriculture can be encouraged only by promoting manufacturing industry; and the exclusion of raw material and agricultural products from abroad, has no other result than to impede the rise of national manufactures. The economical education of a country of inferior intelligence and culture, or one thinly populated, relatively to the extent and the fertility of its territory, is effected most certainly by free trade, with more advanced, richer, and more industrious nations. Every commercial restriction in such a country aiming at the increase of manufactures, is premature, and will prove detrimental, not only to civilization in general, but the progress of the nation in particular. If its intellectual, political, and economical education, under the operation of free trade, has advanced so far, that the importation of foreign manufactures, and the want of markets for its own products has become an obstacle to its ulterior development, then only can protective measures be justified.... Internal and external trade flourish alike under the protective system; these have no importance but among nations supplying their own wants by their own manufacturing industry,` consuming their own agricultural products, and purchasing foreign raw materials and commodities with the surplus of their manufactured articles. Home and foreign trade are both insignificant in the merely agricultural countries of temperate climes, and their external commerce is usually in the hands of the manufacturing and trading nations in communication with them. A good system of protection does not imply any monopoly in the manufacturers of a country; it only furnishes a guarantee against losses to those who devote their capital, their talents, and their exertions to new branches of industry. There is no monopoly, because internal competition comes in the place of foreign competition, and every individual has the privilege of taking his share in the advantages offered by the country to its citizens; it is only an advantage to citizens as against foreigners, who enJoy in their own country a similar advantage.