Subido por Carlos Muñoz-Caravaca Ortega

Idea imperial de Carlos V. Menéndez Pidal

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IDEA IMPERIAL
DE
CARLOS V
Ramón Menéndez Pidal
CMC EDITOR
VALENCIA MMXX
Valencia, 2020
Segunda edición. No venal.
conceptosesparcidos.wordpress.com
Conferencia dada en la “Institución HispanoCubana de Cultura”. Fue publicada por la
Revista Cubana, 1937, y por la Dirección de
Cultura de la Secretaría de Educación, La
Habana, 1938.
Vengo hoy a hablaros de Carlos V como quien quiere llenar algún
vacío o cumplir un deber.
En Bélgica hay una atención siempre despierta hacia Carlos V; en
Alemania hay Sociedades que publican regularmente trabajos a él
dedicados; pero en España, muertos La Iglesia y Foronda, no
tenemos ni siquiera un estudioso aficionado a esta figura tan
española, a este emperador que si, ciertamente, no pudo escoger el
lugar de su crianza, escogió el de su retiro y el de su muerte en el
corazón de España. Para remediar, aunque sea en mínima parte,
este abandono, solicito vuestra atención hacia un problema
carolino, muy estudiado por varios eruditos alemanes, y que voy a
revisar aquí.
¿Qué idea tuvo Carlos V de su cargo imperial? ¿Qué pensaba de sí
mismo el César de quien estuvo pendiente Europa durante
cuarenta años del siglo XVI? Los autores que últimamente han
tratado esta cuestión convienen en que la idea imperial de Carlos V
pertenece esencialmente al canciller Mercurino Gatinara.
Era Gatinara un piamontés, letrado muy docto, que se trasladó a
Flandes en 1518 y acompañó a Carlos durante doce años, hasta
1530, en que murió. Era el más trabajador de todos los funcionarios
de la corte y su opinión era siempre de gran peso; era poco amigo
de los españoles y muy enemigo de los franceses. Teniendo en
cuenta el valor que representaba este canciller, la opinión de que
era suya, y no de Carlos, la idea imperial directriz del reinado es
muy verosímil, desde luego. Además, se apoya en las Memorias o
Autobiografía que escribió el mismo Gatinara. Pero todo autor de
memorias tiene algo de actor teatral; finge lo que no es, poseído de
cierta propensión egocéntrica; y Mercurino Gatinara es de los que
más abiertamente dejan ver esta propensión. Todo éxito, según él,
se obtiene por consejo suyo (Mercurino consilio); todo fracaso
sobreviene por despreciar su consejo. De su insinceridad tenemos,
a veces, pruebas. Por ejemplo: dice en sus Memorias Gatinara que él
se opuso en La Coruña al servicio o contribución que Carlos pidió
a las Cortes para su viaje a Alemania (servicio que ocasionó la
sublevación de las Comunidades), y las actas de esas Cortes
coruñesas abundan en testimonios de las coacciones que el
IDEA IMPERIAL DE CARLOS V
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canciller ejerció para que se votase aquel servicio injusto. Luego
veremos cómo dice también Gatinara que Carlos decidió su viaje a
Italia para consumar el acto de la coronación imperial después de
una conversación tenida entre los dos, y sabemos de cierto que el
tal viaje estaba decidido y anunciado un mes o dos antes de esa
conversación.
Pues bien, fiado en tales Memorias, y precisamente apoyado en el
dato de esa conversación ahora aludida, Karl Brandi, en una
disertación rica en observaciones, Der Kaiser und sein Kanzler, 1933,
cree que hasta 1528, es decir, hasta nueve años después de ser rey,
no completó Carlos su idea imperial; que esa idea no es propia
suya, sino de Gatinara, y que Carlos se penetró de ella tarde y a
medias, poniendo de suyo, a todo más, tan sólo el paso de esas
ideas a la región inferior, motriz de las acciones.
Rassow viene a robustecer esta opinión de Brandi 1. Pero yo, por el
contrario, hallo: primero, que las ideas imperiales adoptadas por
Carlos son muy distintas de las de su canciller y, segundo, que las
acciones no son algo inferior ni algo que en un político pueda
considerarse desligado del ideal.
La idea imperial no se inventa por Carlos ni por su canciller; es
una noción viejísima, que ellos sólo captan y adaptan a las
circunstancias; noción rica en contenido político y moral, extraño
por completo a nuestro pensamiento moderno. La palabra
emperador no nos sugiere hoy nada de lo que sugería a los hombres
de antes. Modernamente, puede haber un emperador en Alemania,
otro en Austria, otro en Méjico o en el Brasil. Antes esto era un
absurdo. El emperador era algo más importante: era un ser único,
un supremo jerarca del mundo todo, en derecho al menos, ya que
no
de hecho. Tal
concepción revestía una grandeza
verdaderamente romana. Hacer de todos los hombres una familia,
unidos por los dioses, por la cultura, por el comercio, por los
matrimonios y la sangre, fue la gran misión del imperio romano,
ensalzada por los paganos desde Plinio hasta Galo Namaciano y por
los cristianos a partir de los españoles Prudencio y Orosio y del
africano San Agustín. El Imperio era la forma más perfecta de la
1 Dr. PETER RASSOW, Die Kaiser-Idee Karls V. dargestellt an der Politik der Jahre 1528-1540, Berlín,
1932.― KARL BRANDI, Eigenhändige Aufzeichnungen Karls V. aus dem Anfang des Jahares 1525; Der
Kaiser und sein Kanzler (en Nachrichten von der Gesellschaft der Wissenschaften zu Göttingen,
1933).― K. BRANDI, Karl V., en Preussische Jahrbücher, tomo 214, 1928, págs. 23 y sigs.
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RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL
sociedad humana; por eso Dios perpetuaba sobre la tierra el
Imperio desde los tiempos más remotos de la Historia,
transfiriéndolo de Babilonia a Macedonia, a Cartago y a Roma. El
imperio romano había ejercido esta potestad suprema, extensa y
completa durante seis siglos, sobre todo desde Augusto hasta
Justiniano. Luego, aunque muy deficiente y achicado, se renueva
en el imperio carolingio de los siglos IX y X. Después, más
achicado aún, sucede el imperio romanogermánico.
En medio de esta decadencia del Imperio se cría Carlos V. Se
educa en Bruselas, tan poco imperialmente que, siendo llamado a
heredar la Alemania y la España, crece sin saber una palabra de
alemán ni de español; sólo hablaba francés y flamenco. Latín
tampoco se lo hicieron aprender. La Corte de Borgoña, que le
acompañó a tomar posesión de España, continuaba esa falta de
toda política imperial interna, como lo muestra la sombra de
disociación y odio con el sistema de rapacidad y esquilmo que los
flamencos ejercieron en España; para ellos, las provincias súbditas
eran predios que el gobernante explotaba según la república
romana, mientras que, según la doctrina romana imperial, el
gobernante se debe consagrar al bien del súbdito, y no viceversa,
concepción iniciada por Augusto, cristianizada por San Agustín y
desarrollada en la colosal construcción legislativa de Justiniano.
Con el impedimento de su educación borgoñona viene Carlos a
España, y a poco, a fuerza de manejos políticos y libramientos
bancarios, se encuentra elegido, efectivamente, emperador. No
puede imaginarse situación más confusa que la suya. Un rey de
España que sube al trono sin poder hablar el español. Un
emperador que se dice señor de todo el mundo y no es obedecido
siquiera en toda Alemania; que lleva por título rey de romanos y es
elegido únicamente por alemanes; que no es cabal emperador si no
es coronado por el Papa y que no manda en las tierras del Papa.
Todo el reinado de Carlos fue un continuado esfuerzo por eliminar
estas contradicciones; por compenetrarse con la nación española, a
la que tan ajeno se había educado; por hacer que aquella jefatura
honoraria sobre los señores alemanes a que el imperio venía
reducido, se convirtiera en jefatura efectiva sobre la cristiandad
entera; por armonizar, en fin, su política y la del Papa dentro de los
intereses universales. Lejos de ser algo inconsciente este esfuerzo
por alcanzar la efectividad del imperio, tuvo expresión solemne en
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varios momentos que vamos a exponer:
Primer momento.- Cortes de La Coruña. 1520.
Al salir de España para coronarse en Alemania hace Carlos su
primera declaración imperial. Y nos encontramos con que no es el
canciller el encargado de hacer esta declaración ante las Cortes de
La Coruña, sino el doctor Mota. Era Mota un clérigo español que,
por rozamientos con Fernando el Católico, se había ido a Bruselas,
a la corte del príncipe Carlos, antes de éste ser rey, y estuvo a su
lado catorce años, desde 1508 a 1522. Allá en Flandes fue limosnero
del príncipe; ahora era obispo de Badajoz. Su dominio de varios
idiomas y su elocuencia le daban un gran puesto en la corte;
ocupaba el tercer lugar en el Consejo real, después de Chièvres y
Gatinara2.
El doctor Mota expone ante las Cortes que Carlos no es un rey
como los demás: «él sólo en la tierra es rey de reyes», pues recibió
de Dios el imperio. Este imperio es continuación del antiguo y,
como dicen los que loaron a España (Mota alude aquí a Claudiano),
que, mientras las otras naciones enviaban a Roma tributos, España
enviaba emperadores, y envió a Trajano, Adriano y Teodosio,
igualmente «ahora vino el imperio a buscar el emperador a España,
y nuestro rey de España es hecho, por la Gracia de Dios, rey de
romanos y emperador del mundo». Este imperio no lo aceptó
Carlos para ganar nuevos reinos, pues le sobraban los heredados,
que son más y mejores que los de ningún rey; aceptó el imperio
para cumplir las muy trabajosas obligaciones que implica, para
desviar grandes males de la religión cristiana y para acometer «la
empresa contra los infieles enemigos de nuestra santa fe católica,
en la cual entiende, con la ayuda de Dios, emplear su real persona».
Para esta tarea imperial (y aquí viene una manifestación de la
mayor importancia) España es el corazón del imperio; «este reino
es el fundamento, el amparo y la fuerza de todos los otros»; por
eso, según Mota anuncia solemnemente, Carlos ha determinado
«vivir y morir en este reino, en la cual determinación está y estará
mientras viviere. El huerto de sus placeres, la fortaleza para
2 A. WALTHER, Die Anfänge Karls V., Leipzig, 1911, páginas 103-127.
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defensa, la fuerza para ofender, su tesoro, su espada ha de ser
España».
Esta enérgica afirmación final, no desmentida después por los
hechos hasta la muerte en Yuste, es bien notable ahora, cuando
Carlos parecía no tener aún voluntad propia. Era todavía un joven
indeciso y apocado, de gesto absorto y boquiabierto (un baturro, en
Calatayud, le acababa de decir, al ver su mandíbula caída:
«Majestad, cerrad la boca, que las moscas de esta tierra son
insolentes»). Este joven de mentalidad retrasada, dominado por los
flamencos que robaban el erario de Castilla y vendían los destinos
públicos; este joven que en los consejos de gobierno de España
nada resolvía sin esperar a que, de rodillas, le cuchicheasen ante el
público Chièvres o Gatinara, de seguro que no concibió la
afirmación de preeminencia de España entre sus Estados sino
sugestionado por la elocuencia de Mota, a la que asentirían los
flamencos por la oportuna que era cuando se iba a pedir un
sacrificio a España. Pero la afirmación es grave, al situar en el
centro del imperio cristianizado la hegemonía de España que
Fernando el Católico había iniciado.
Otro punto importante en la declaración hecha por boca del
doctor Mota, que creo más espontáneo y personal de Carlos: la
afirmación de que él quiere dedicar su vida a la defensa de la fe 3. Es
en él un pensamiento constante, es la resolución fundamental de la
voluntad, la vida perenne de la propia conducta; es una disposición
mental hereditaria, según luego podemos ver.
Segundo momento.― Dieta de Worms. 1521.
Pocas semanas después de su partida de La Coruña, en la Dieta de
Worms, Carlos V vio aparecer ante la asamblea aquel fraile rebelde
y altivo que él solo, desafiando grandiosamente a las dos supremas
potestades del mundo, va a precipitar a Europa en el abismo de su
disgregación moral. Carlos, abrumado ante el peligro de la actitud
de Lutero, pasa en Worms una noche de zozobra, encerrado a
solas, para escribir de su puño y letra una segunda declaración
3 Cortes de León y Castilla, II, pág. 293.
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político-religiosa, en la que, con toda energía, afirma estar
determinado a defender la cristiandad milenaria, empleando para
ello, son sus palabras, «mis reinos, mis amigos, mi cuerpo, mi
sangre, mi vida y mi alma». Carlos, al comienzo de esta solemne
declaración, invoca a sus antepasados. Pero ¿cuál de ellos pudo
inspirarle, sino sólo su abuela Isabel la Católica, que en su
testamento se dice obligada, con igual latitud que Carlos entonces,
al sacrificio de su persona, de su vida y de todo lo que tuviere? No
ciertamente su abuelo Maximiliano, que jamás se sintió héroe, ni
siquiera verdadero emperador; no su padre, Felipe, vulgar en su
política, frívolo en su vida toda. ¿Qué otro príncipe habló entonces
como Isabel y como Carlos, sintiéndose trascendentalmente
responsable de un orden universal y eterno, cuando la unidad
europea pontificioimperial era atacada o rota por los Valois de
Francia, por los Tudor de Inglaterra, y aún a veces desatendida por
los Médicis y Farnesios de Roma?
Es muy de notar que el canciller Gatinara, en sus Memorias, al
hablar de la Dieta de Worms, no habla para nada de esa segunda
declaración imperial de Carlos, ni habla siquiera de la herejía;
habla sólo del viaje a Italia que debía hacer Carlos, y que era la
preocupación obsesionante del canciller. Y como en esto, hallamos
otras veces comprobada una disparidad muy visible entre las ideas
de Gatinara y las del emperador.
Podemos, pues, sentar que desde esa primera declaración pública
de las Cortes coruñesas, el concepto imperial de Carlos, esbozado
entonces por Mota, se hallaba en oposición al de su canciller, y tal
oposición radicaba en principios conceptuales: Gatinara era un
humanista, cautivado por la lectura de la obra dantesca De
Monarchia. De ella saca el principio de que el imperio es título
jurídico para el mundo todo; así que Carlos, no sólo había de
conservar los reinos y dominios hereditarios, sino adquirir mas,
aspirando a la monarquía del orbe. Esto dijo Gatinara a Carlos en
1519, cuando le incitaba a presentar su candidatura para el imperio,
y eso repitió en otras muchas ocasiones, insistiendo en recobrar de
Francia el Delfinado, que antes era del imperio o en hacer
adquisiciones en Italia y en otros países, teorizando, en fin, el
gobierno de uno solo como único camino para la paz absoluta. Lo
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que Gatinara quiere es, pues, la monarquía universal4.
Por el contrario, lo que propone el doctor Mota es cosa muy
distinta; es, simplemente, el imperio cristiano, que no es ambición
de conquistas, sino cumplimiento de un alto deber moral de
armonía entre los príncipes católicos. La efectividad principal de
tal imperio no es someter a los demás reyes, sino coordinar y
dirigir los esfuerzos de todos ellos contra los infieles para lograr la
universalidad de la cultura europea. Gatinara, la monarquía
universal; Mota, la dirección de la universitas christiana. Esta gran
diferencia, estos dos tipos de imperio, no advertidos por Brandi,
nos aclara la cuestión sobre la paternidad de la idea imperial
carolina, mostrándonos que no es seguramente del canciller, sino
que en su primera forma pública aparece elaborada, en
colaboración, por Carlos V y el doctor Mota.
Al mismo tiempo que Carlos hacía esas dos declaraciones, la de
las Cortes de La Coruña y la de la Dieta de Worms, ambas extrañas
a las preocupaciones del canciller, se desarrollaba en Castilla la
revolución de las Comunidades. Y las Comunidades fueron
aldabonazo estrepitoso que despertó el tardo y adormilado ánimo
de aquel joven emperador. El recuerdo de Isabel, confuso, acaso
subconsciente en la Dieta de Worms, se hace ahora vivo y
estimulante. Los comuneros recuerdan al inexperto soberano
continuamente el testamento de Isabel, impregnado de ideas
contrarias a las de los flamencos de su corte; el pueblo no es un
rebaño esquilmable por el rey, sino que el rey se debe a la felicidad
de su pueblo, el rey debe amoldarse a la índole de su pueblo. Por su
parte, los fieles magnates castellanos del partido realista, los que
vencieron a los comuneros, no dejan tampoco de hispanizarle; el
condestable de Castilla le decía con dura franqueza que sacudiese
la tutela de los flamencos y se mostrase hombre, discurriendo por
sí mismo; a la vez le aconsejaba que se casase con Doña Isabel de
Portugal «porque es de nuestra lengua», decía el condestable;
hermosa expresión que, en su inexactitud filológica, revela la
fraternidad fundamental hispanoportuguesa y la convicción de que
España era la parte principal en el gran organismo formado por los
extensos dominios del César. Y Carlos, al mismo tiempo que se
hispaniza, madura las decisiones de su voluntad. Esto se manifiesta
4 C. BORNATE, Memorias de Gatinara en Miscellanea di Storia Italiana, XVII, Torino, 1915, págs.
283 y sigs.; 266, 406, etc.
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con ocasión de la gran victoria de Pavía sobre Francisco I de
Francia (1525). El Consejo de Carlos en Madrid, cuando Lanoy llevó
allí prisionero al rey francés, se dividió en dos bandos, según nos
informa el embajador veneciano Contarini. Gatinara, aferrado a su
convicción de que el imperio es título, no ya para conservar, sino
para adquirir, para aspirar a la monarquía universal, quiere
adquisiciones, agita soluciones hostiles a Francia; opinión en que al
canciller acompañan otros consejeros flamencos. En el otro partido
del Consejo sobresalían los españoles Hugo de Moncada y el
marqués de Pescara (éste, a pesar de su título italiano, no hablaba
sino español), los cuales aconsejaban un tratado de clemencias, de
reconciliación con Francia, de confianza en el rey prisionero; es
decir, nada de tendencia a la monarquía universal, sino el imperio
de paz cristiana. El emperador desechó los pensamientos de su
canciller, y el embajador veneciano admira en esta extraordinaria
victoria a Carlos, modestísimo, que no da la mayor señal de
insolencia (recuérdese la modestia principis que Plinio admira en
otro gran español, Trajano), y el rey Francisco, prisionero, pudo
tener a gran fortuna, como observa Contarini, que su vencedor
fuese el César, sólo preocupado del bien de la cristiandad. Carlos
no quiso aprovechar a todo trance los frutos de la victoria. Quizá
en esto se equivocó, porque el vencido no correspondió bien a la
nobleza del vencedor; equivocación que honra un carácter
consagrado a mantener una Europa fraterna y concorde. Como
vemos, no sólo en los discursos, sino en los hechos más decisivos
de la política internacional, la idea imperial de Gatinara, idea
realista y política, fue desatendida para seguir un rumbo idealista,
apolítico, noblemente quijotesco, preferido por el César y por sus
consejeros españoles.
Tercer momento.― El Saco de Roma. 1526.
La tercera exposición de la idea de Carlos V, anterior a la fecha de
1528, adoptada como inicial por Karl Brandi, es con ocasión del
Saco de Roma y prisión del Papa en el castillo de Santángelo, en
1526.
El asalto de Roma por el condestable Borbón (asalto que Carlos
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RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL
lamentó, pero del cual se hizo solidario) fue resultado de la
indignación española ante la conducta ambigua del Papa, que no
comprendía ni secundaba las aspiraciones de Carlos y de España en
pro de la catolicidad europea.
La expresión oficial de estas ideas renacentistas acerca de las
relaciones del imperio con la Iglesia se produce cuando Carlos V
tiene que contestar al breve de Clemente VII sobre el Saco de
Roma, breve fechado el 24 de junio de 1526. Y nos encontramos
con que la redacción de la respuesta cesárea no fue encomendada
al canciller piamontés, sino a un español, Alfonso de Valdés, que
era secretario de cartas latinas del emperador. Alfonso es hermano
de Juan de Valdés, el famoso autor del Diálogo de la lengua.
Alfonso de Valdés, con enérgica elocuencia y contundentes
razones, manifiesta que el emperador de todo corazón quisiera ver
en paz a Italia y al mundo entero, pues entonces serían vencidos los
turcos, y entonces los luteranos y demás sectarios serían
suprimidos o vueltos al seno de la Iglesia. Carlos está dispuesto a
ofrecer sus reinos y su sangre para proteger a la Iglesia. Pero si el
Papa estorba estas sus preocupaciones imperiales; si hace veces, no
de padre, sino de enemigo, no de pastor, sino de lobo, entonces el
emperador apelaría al juicio de un Concilio general, en el que se
buscase el remedio a la difícil situación interna de la cristiandad, la
curación del malherido catolicismo.
¡El Concilio general! He aquí el coco, la amenaza que ya los Reyes
Católicos esgrimían contra las demasías del Papa. Lutero pedía
también el Concilio; Erasmo apoyaba esa petición como único
medio de que los luteranos fuesen oídos y juzgados a toda su
satisfacción; Carlos V lo había pedido en otras ocasiones. Y todavía
Alfonso de Valdés añade de suyo, en la respuesta al breve, una
acritud contra el Papa que nunca fue superada en tiempos
posteriores.
Esta acre respuesta fue entregada al nuncio en Granada el 17 de
septiembre de 1526. El nuncio era Baltasar Castiglione (el autor de
El cortesano, ese delicioso libro, entonces muy leído por los
caballeros y damas de toda Europa, muy inclinado a los modales
españoles y admirativo de grandes figuras españolas, como la reina
Isabel y el Gran Capitán). Castiglione, al recibir la dura contestación
IDEA IMPERIAL DE CARLOS V
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redactada por Valdés, se manifiesta dolido en esa su simpatía
hispana; él quiere ser un nuncio de cordialidad, y no de discordia,
y, pues había recibido un segundo breve del Papa, más templado
que el anterior, quería retirar el primero, así como la respuesta de
Valdés, poco conveniente. El César, sin embargo, insiste en que se
entregue la contestación al primer breve y dispone otra respuesta al
segundo breve, más moderada; sobre todo, como el Papa se negaba
a convocar el Concilio, reduce Carlos V su apelación al Colegio de
cardenales. Las dos contestaciones fueron impresas en España y
repartidas profusamente en Alemania; eran el gran avance que,
sometido a la redacción de Valdés, daba la idea imperial de Carlos
V, poniendo los deberes católicos o universalistas del imperio por
encima de los intereses del Papa mismo. Por lo demás, en la
enérgica actitud frente al Pontífice, Carlos no hacía sino continuar
la firmeza de su abuelo Fernando el Católico, quien en cierta
ocasión mandaba a su virrey de Nápoles ahorcar al cursor
apostólico y encarcelar a cuantos pretendieran publicar allí una
excomunión
inconveniente.
Carlos
V,
con
miras
más
trascendentales que su abuelo, quiere, con su entereza, conducir
simultáneamente al Papa hacia una concordia católica, y a los
luteranos, hacia el Papa.
Y no paró aquí la acción del secretario Alfonso de Valdés. De su
pluma salen entonces dos diálogos literarios: el de Mercurio y Carón
y el de Lactancio con un arcediano, sobre el Saco de Roma, que se
cuentan entre los monumentos más hermosos del limpio, terso y
natural lenguaje del siglo XVI y del habla española de todos los
tiempos. Son, a la vez, ambos diálogos la expresión más
nítidamente enérgica, aguda, tajante, del sentimiento erasmista o
renacentista español, lleno de anhelo por la unidad cristiana, pero,
al mismo tiempo, audaz en fustigar la corrupción de las
instituciones unitarias que acata.
Cuarto momento.― Discurso de Madrid. 1528.
Como cuarta ocasión en que se manifiesta la idea imperial de
Carlos V, tomamos la que Brandi considera como primera: el
discurso pronunciado por el emperador en Madrid el 16 de
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RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL
septiembre de 1528, para anunciar a la corte que tenía decidido
emprender el proyectado viaje a Italia, con doble objeto: primero,
ser allá coronado por el Papa, requisito solemne para acabar de ser
perfecto emperador, y, segundo, tratar de persuadir al Papa la
conveniencia del Concilio general, que examinase la herejía de
Lutero y pacificase los espíritus corrigiendo los abusos de la Iglesia.
Este discurso nos ha sido transmitido por el cronista imperial
Santa Cruz, y juzga Brandi, con razón, que el cronista no le dio la
forma que ofrece en la crónica, pues manifiestamente por su estilo
se despega del resto de la prosa de Santa Cruz. Pero no cree Brandi
que las ideas del discurso sean del mismo emperador.
Brandi no duda que ese discurso de Madrid sea obra de Gatinara,
porque éste, en sus Memorias, repetidas veces dice que él trabajó
mucho por decidir el viaje imperial a Italia, sobre todo con ocasión
de hallarse enfermo de gota en Toledo y de ir a visitarle el
emperador. Sin embargo, concertando fechas, hallamos que esta
visita imperial hubo de ser en octubre o noviembre de 1528 y, por
tanto, después de pronunciado el discurso de Madrid, buena
prueba de la inexactitud de los recuerdos del canciller. Es verdad
que Gatinara venía insistiendo mucho, desde años atrás, en la
conveniencia del viaje a Italia; pero no tenemos motivo alguno
para creer que él viese por sí, y únicamente, la ida a Italia tal como
se expone en el discurso de Madrid, bajo las proporciones de un
gran hecho histórico, por relacionarse con combatir a los infieles y
el asistir a la Iglesia. El canciller, como político práctico, ve las
ventajas del viaje para el emperador, más que los sacrificios. «Italia
es el principal fundamento de todo el fruto que podéis coger de este
imperio», y no ocultaba las ventajas para sí propio: «pues él era
italiano de origen y nada poseía fuera de Italia», y lo que allí tenía
estaba usurpado por los amigos de Francia y no lo recobraría hasta
que Carlos pasase a Italia.
La forma misma del discurso de Madrid en 1528 nos lleva a
conclusiones muy opuestas a las de Brandi. La redacción de ese
discurso pertenece, sin duda, al predicador de Carlos V, al famoso
fray Antonio de Guevara, recién creado obispo de Guadix, y que
entonces andaba al lado del emperador por razón de su doble
cargo de predicador de la capilla real y de cronista imperial.
IDEA IMPERIAL DE CARLOS V
15
Fray Antonio de Guevara no era todavía el estilista famoso que un
poco más tarde se puso de moda en Europa; pero ya en España su
obra principal, El reloj de príncipes, circulaba manuscrita y empezaba
a correr en ediciones fraudulentas, y sus cartas familiares y su
oratoria eran admiradas por todos. Su
prosa fluida,
sobreabundante, oscila entre la sencillez y la complicación;
sentenciosa, adornada con aliteraciones, similicadencias y
paralelismos, cautivaba en España e iba a cautivar en todos los
países a los ingenios cortesanos e iba a despertar traductores e
imitadores en Inglaterra, en Francia, en Alemania, en Holanda.
Pues bien; las similicadencias, tan peculiarmente guevarescas,
abundan en el discurso de Madrid. Abundan los paralelismos y
todos los demás recursos estilísticos inconfundiblemente
guevarescos, cuyo pormenor no expongo por no cansar la atención.
En este discurso madrileño, Carlos V pone empeño en decir que
no aspira a tomar lo ajeno, sino a conservar lo heredado, y llama
tirano al príncipe que conquista lo que no es suyo. Ahora bien,
estos conceptos, que al pie de la letra se hallan en el Reloj de
príncipes, son contrarios a los del canciller. Gatinara piensa en la
monarquía universal de Carlos como un privilegio, como el justo
título para toda otra conquista, como justo título para dominar
todo el orbe. La idea española triunfa también en Madrid, y la idea
del canciller es repudiada con menosprecio, adoptando frases de
Guevara. Y esto no ocurría sólo en el momento del discurso
solemne, sino que era norma fija de conducta para el emperador,
que acaso inspiró antes, a su vez, la doctrina del Reloj de príncipes.
Carlos hizo el viaje a Italia; fue coronado en Bolonia; llegó así a la
cumbre de la gloria y de los honores humanos. Muchos entonces le
censuraban, y muchos historiadores le siguieron censurando
después, de ambicionar la monarquía universal y de haber
sacrificado a esa quimera hasta las consideraciones debidas a su
pobre madre, loca. Pero en Bolonia conversó Carlos V con el
embajador Contarini para desmentir enérgicamente el rumor de
que él aspirase a la monarquía universal; él protesta ante el
veneciano de que no quiere sino conservar lo suyo, nunca tomar lo
ajeno. Y así, una vez más, desecha la idea imperial del canciller,
adhiriéndose a la doctrina del Reloj de príncipes, de Guevara.
16
RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL
De todo esto se desprenden conclusiones importantes
políticoliterarias. Carlos V, el emperador más grande y poderoso, el
emperador de dos mundos, no formó su ideal imperial
imperfectamente y tarde, no la formó al dictado de su canciller,
sino más bien de espaldas a su canciller. Él pensó de su imperio por
sí mismo muy pronto, sin esperar el dictado de nadie, con
sentimientos heredados de Isabel la Católica, madurados en
Worms, en presencia de Lutero, y declarados públicamente, con la
colaboración de varios escritores españoles: Mota, Valdés, Guevara.
Carlos V se ha hispanizado ya y quiere hispanizar a Europa. Digo
hispanizar porque él quiere transfundir en Europa el sentido de un
pueblo cruzado que España mantenía abnegadamente desde hacía
ocho siglos, y que acababa de coronar hacía pocos años por la
guerra de Granada, mientras Europa había olvidado el ideal de
cruzada hacía siglos, después de un fracaso total. Ese abnegado
sentimiento de cruzada contra los infieles y herejes es el que
inspiró el alto quijotismo de la política de Carlos, ese quijotismo
hispano que aún no había adquirido expresión de eternidad bajo la
pluma de Cervantes, y que no era comprendido o correspondido,
ni por los reyes, ni por los Papas coetáneos de Carlos V, atentos
nada más que a sus recelos por el gran poder que la Casa de
Habsburgo alcanzaba. Tal sentimiento era hispano, y nada más que
hispano, al concebir como el gran deber del emperador el hacer, lo
mismo personalmente que por sus generales, la guerra a los infieles
y herejes para mantener la universitas christiana; era ésta una idea
medieval reavivada, resucitada por España, era el ansia de la
unidad europea, cuando toda Europa se fragmentaba y disgregaba
bajo la norma de la Razón de Estado, cuando esta razón estatal
proclamaba sobre cualquier otro interés el interés de cada Estado,
no sólo frente a todos los demás Estados, sino frente a toda norma
ética. Aquella organización del imperio como aliado de la Iglesia (la
correlación de las dos luminarias, la luna y el sol, que decían los
tratadistas medievales) es uno de tantos frutos tardíos que produjo el
hermoso renacimiento español, tan originalmente creador, al hacer
florecer de nuevo grandes concepciones medievales en la estación
en que éstas se habían marchitado en toda Europa. No inició Carlos
esta nueva floración y madurez, sino Isabel la Católica, y no acabó
con Carlos esa obra fundamentalmente hispana, pues continuó su
desarrollo en el siglo siguiente, cuando Fernández Navarrete, en su
IDEA IMPERIAL DE CARLOS V
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Conservación de monarquía (1625) percibía claramente el peculiar
carácter de abnegación que distinguía la idea imperial de España,
frente al interesado proceder de los demás Estados. «Sólo Castilla,
dice Navarrete, ha seguido diverso modo de imperar, pues
debiendo, como cabeza, ser la más privilegiada en la contribución
de pechos y tributos, es la más pechera y la que más contribuye
para la defensa y amparo de todo lo restante de la monarquía».
Carlos V, al hispanizar su imperio, propaga hispanidad por toda
Europa. El imperio que tan achicado llegó a sus manos, casi sólo
como una sombra, se convierte en una vigorosa realidad; Carlos V
deja de ser solamente el jefe honorario de los príncipes germanos;
él, para la rama española, reserva la Península, Flandes, Nápoles y
Sicilia; su hermano, el españolísimo Fernando, el predilecto de
Fernando el Católico, el discípulo de Cisneros, reina en Hungría y
en Bohemia; los españoles combaten contra los turcos en Viena, en
Túnez, en Argel; la Iglesia se ve robustecida por una nueva orden
de origen español, la Compañía de Jesús, por los teólogos españoles
del Concilio de Trento y por la nueva escolástica, otro fruto tardío
de España. La vida de las cortes y de la diplomacia se vio invadida
por ministros españoles y por usos españoles; la lengua española
comenzó a ser usada por todas partes, sobre todo desde que Carlos
V la hizo resonar bajo las bóvedas del Vaticano, en un parlamento
ante el Papa Paulo III, el 17 de abril de 1536. Carlos volvía vencedor
de Túnez y La Goleta, satisfecho de haber cumplido el deber
imperial de combatir personalmente al turco, pero volvía muy
dolido del rey francés, Francisco I, a quien tenía que acusar de
desleal con la cristiandad, según cartas de Francisco a Barbarroja,
acabadas de coger por el mismo emperador en La Goleta. El obispo
de Macon, embajador francés, no comprendía bien la lengua en
que el César fórmula tan categóricas acusaciones, y Carlos le replica
ante el Papa: «Señor obispo, entiéndame si quiere, y no espere de
mí otras palabras que de mi lengua española, la cual es tan noble
que merece ser sabida y entendida de toda la gente cristiana». Así,
el emperador, que a los dieciocho años no hablaba una palabra de
español, ahora, a los treinta y seis años, proclama la lengua
española lengua común de la cristiandad, lengua oficial de la
diplomacia, dato esencial para juzgar la idea de Carlos V. El español
se difundió también como lengua literaria. Fernando el Católico
había presidido la aparición de obras de interés europeo, como la
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RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL
Celestina y el Amadís. Ahora, su nieto Carlos veía propagarse, no sólo
las obras individuales de Guevara o el Lazarillo, sino obras
colectivas, como el Romancero y los libros de caballerías, otro fruto
tardío que producía España: una abundante poesía épica,
versificada y en prosa, cuando toda Europa había olvidado por
completo la epopeya y la novela medievales; ya también escriben
los maestros de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz; ya apunta la
nueva mística, otro de los más preciosos frutos seruendos que
produjo el renacimiento español, ese gran árbol que hundía sus
raíces en la tierra medieval, ya infecunda en toda Europa, y de cuyo
tronco formaba parte de la idea imperial nacida en las cortes de La
Coruña.
Pero esa idea tuvo muy corta vida. Carlos V vio por sus ojos la
ruina de su obra unitaria. La reforma, abrazada por los príncipes
alemanes, hizo imposible todo pensamiento ecuménico. Por otra
parte, cesó la relación entre el imperio católico y el papado. Una
grave cuestión política surgió cuando abdicó Carlos V, y su
hermano, el español Fernando, fue elegido emperador: Paulo IV
rehusó reconocer a éste porque el consentimiento de la Santa Sede
no había intervenido, ni en la abdicación de Carlos, ni en la
elección de Fernando. A su vez, Fernando negó la necesidad de tal
consentimiento; no era posible que el emperador de protestantes y
católicos, el emperador que venía tras la conciliadora paz de
Augsburgo, dependiese de la aprobación papal. El imperio no fue
en adelante sino un título supremo que pudieron llevar más de uno
a la vez; careció desde entonces de todo valor universal. Y, a la vez
que Carlos V fue el último emperador coronado por el Papa, el
preceptor de Carlos V, el holandés Adriano de Utrech, fue el último
Papa no italiano. Después de él, la ecumenicidad del Sumo
Pontífice parece un tanto aminorada, al mismo tiempo que la
ciudad celeste (lo mismo que la ciudad terrena) ve limitado su
ámbito por el desarrollo de la reforma. Pero la idea de la universitas
christiana que mantuvo Carlos V, de tan hispana que era, continuó
siendo la base de la política, la literatura y la vida toda peninsular; a
ella sacrificó España su propio adelanto en el siglo de las luces,
queriendo mantener, en lo posible, la vieja unidad que se
desmoronaba por todas partes.
IDEA IMPERIAL DE CARLOS V
19
Quinto momento.― Imperio europeoamericano.
Carlos V, último emperador que vio la ciudad temporal y la
ciudad eterna unidas, último emperador universal, tuvo como tal
otro carácter singularísimo: fue el primero y el único emperador
europeoamericano.
Carlos V fue el político que más sincera y firmemente creyó en la
unidad europea, en esos Estados Unidos de Europa que hoy tan
ansiosamente se desean y que no son, probablemente, una
quimera. No es Europa un mero prejuicio cartográfico, pues la
abonan cierta realidad física, reconocida desde los geógrafos
griegos hasta hoy; cierta realidad racial, mediterránea, alpina y
nórdica, en multimilenaria mezcla; una fuerte ciudad cultural,
elaborada en esos milenios de convivencias, y hasta muchos sólidos
fundamentos de unidad política, simbolizados por hombres como
Augusto, Trajano, Justiniano, Carlomagno, Luis el Piadoso,
Gregorio VII, Federico II, Bonifacio VIII y demás.
De todos ellos, Carlos V fue el que rigió directamente tierras más
extensas y apartadas. No sólo quiso unificar a Europa, sino que
quiso europeizar a América, hispanizándola también, para
incorporarla a la cultura occidental. Y esta prolongación del
Occidente europeo por las Indias occidentales fue el paso más
gigante que dio la humanidad en su fusión vital, el paso más
gigantesco, desde las primeras luchas y mezclas de los grupos
raciales en los tiempos prehistóricos, hasta hoy.
Y bien; la europeización de América va unida a esa idea imperial
de Carlos V que vamos viendo formada en colaboración con los
súbditos españoles del César. Ahora, al lado de Mota, de Valdés y de
Guevara, el que formula para Carlos V un nuevo matiz del
concepto imperial es otro español, salido de aquí, de la isla de
Cuba, para comenzar en Veracruz una de las mayores empresas del
descubrimiento americano. Es Hernán Cortés, el conquistador más
preocupado de humanizar la dureza de toda conquista y de
valorizar y engrandecer lo conquistado, quien, después de entrar
en Méjico, escribía a Carlos en abril de 1522, noticiándole estar
pacificada toda aquella inmensa tierra de Moctezuma: «Vuestra
alteza se puede intitular de nuevo emperador de ella, y con título y
20
RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL
no menos mérito que el de Alemaña, que por la gracia de Dios
vuestra sacra majestad posee». Memorables palabras, aún no
recogidas por la Historia, en las que, por primera vez, se da a las
tierras del Nuevo Mundo una categoría política semejante a las de
Europa, ensanchando el tradicional concepto del imperio. Cortés
quiere que el César dedique al Nuevo Mundo todo el interés
debido, como a un verdadero imperio, para lo cual, con curiosidad
humanística, le reseña la religión, gobierno, historia, costumbres y
riquezas de Méjico.
Carlos V, preocupado por las intrincadas cuestiones del Mundo
Viejo, no podía dar a ese imperio indiano, como le daba Cortés,
una importancia igual a la del imperio romanogermánico. Aquél
era un imperio simplicísimo, sobre gentes en estado primitivo, sin
nexo alguno político con otras tierras, sin relación alguna histórica
con el viejo mundo. Trabajó, sin embargo, Carlos V, como habían
trabajado Fernando e Isabel, para dar al nuevo imperio americano
fundamentos de juridicidad que le vinculasen a la ideología del
viejo mundo. Trabajó Carlos V en esto desde los primeros días de
su reinado hasta los últimos, y entre las disputas de Sepúlveda y Las
Casas nacieron esas admirables leyes de Indias, bastantes a
amnistiar ante la Historia todas las faltas que la acción de España
haya tenido en América, como las tiene toda acción política y
conquistadora.
El imperio de Carlos V es la última gran construcción histórica
que aspira a tener un sentido de totalidad; es la más audaz y
ambiciosa, la más consciente y efectiva, apoyada sobre los dos
hemisferios
del
planeta y,
como
la coetánea cúpula
miguelangelesca, lanzada a una altura nunca alcanzada antes ni
después. El reinado de este emperador europeoamericano queda
aislado, inimitable, sin posible continuación. Después de él, toda
universalidad quedó excluida. Sólo ahora algunos hombres vuelven
a buscar afanosos un principio unificador que pueda restaurar en el
mundo la deshecha ecumenicidad. Si cualquier día la humanidad
emprende tal restauración, entonces, sin duda, España, la de los
frutos tardíos del renacimiento, tendrá algo que hacer en el
abnegado camino de ese ideal.
TERMINOSE DE DIGITALIZAR ESTE LIBRO
EL DÍA 5 DE DICIEMBRE DE MMXX
FESTIVIDAD DE SAN SABAS
ABAD EN LA CIUDAD DE
VALENCIA
DE LOS
EDETANOS
LAUS DEO
VIRGINIQUE
MATRI
✠
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