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Un Asunto de Fe - Alberto Rueda

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UN ASUNTO DE FE
Por: Alberto Rueda Capdevilla – Febrero 2015
En aquellos días, transcurría la calma en el pueblo de La Loja.
Era fin de año y
como es habitual las ferias foráneas llenaban la plaza del pueblo con docenas de
carpas que ofrecían productos novedosos o piezas nuevas recién envejecidas. De
todas partes del país estos personajes de oficio gitano y mercantil daban un aire de
frescura a una plaza ya abandonada en la soledad por su vejez, por esta razón
muchos de los pobladores de La Loja pedían inclusive a los vendedores que se
quedaran más tiempo de lo permitido, haciéndole promesas de traerles
compradores, todo con la motivación de no ver nuevamente la plaza del pueblo
vacía. Algunos de ellos seguían su rumbo hacia poblaciones recónditas, incluso
más lejanas que la misma Loja, asimismo varios de ellos permanecían allí hasta las
pascuas.
Dionisio Ortega camina despacio mirando la feria desde el andén frente la plaza,
murmurando entre dientes él refunfuña como desaprobando la presencia de la feria
– esta feria siempre es un poco de lo mismo - y como yendo en contravía de su
conciencia, cruza la calle hasta el andén que da en frente y se imbuye en la plaza.
Ese día uno de los vendedores ofrecía unas varitas de fragancias, según él, traídas
del medio oriente y alardeaba asimismo de sus bálsamos que eran elaborados con
productos de excelsa calidad. Dionisio siempre de mente curiosa, guardaba la
esperanza que dentro de alguna de las tiendas cierto día hallaría algo que de verdad
le llegase a interesar -ciertamente esta vez no iba ser la ocasión- pensaba hacia sus
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adentros. Al otro costado dentro de una tienda harapienta que expelía un olor a
pared pintada de cal recién humedecida, un vendedor con aspecto de sultán llamó
la atención de Dionisio, que al verlo no dudo en curiosear sus novedades de ese
año. El señor con aspecto de sultán decía tener tiquetes en un transporte novedoso
para volar al que llamaban dirigible, con destino a la capital saliendo desde
Barlovento, que era la ciudad capital más cercana a La Loja. Para Dionisio esto no
era de vital importancia, para él, los dirigibles eran sofismas para los refractarios de
las nuevas invenciones, además a su concepto, los trenes lo podían llevar a donde
él necesitaba e igualmente, pensaba él, los dirigibles eran extremadamente
arriesgado para subirse en ellos. Todo lo había leído en una revista que había traído
su tío desde Barlovento, la revista se dedicaba a temas de las nuevas tecnologías
que para ese entonces era un tema poco conocido en latitudes lojanas. Así como
el gusto de pasar rápido al lado de alguien para sentir su fragancia, su interés por
la astronomía también había sido trasmitido a través de su tío que cada semestre le
traía la revista donde se escribían artículos profundos que para ese entonces le
dedicaban más de la mitad de las hojas a explicar la composición del cielo y la
vastedad del universo, y sin duda también de la posibilidad que alguna vez el ser
humano lograse salir de la tierra y desafiar sus miedos en el espacio.
Dionisio ya había vivido veintiocho navidades, veintitrés que él recordaba y las
quince últimas sin recibir regalos del niño Dios.
Ya para ese entonces había
descifrado los misterios de los regalos abandonados en vísperas de navidad y el
origen del fuerte viento que para aquellas épocas sólo llegaban de manera
inoportuna trayendo con ellas el polen del norte y el polvillo del desierto. Después
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de superar la desilusión por la quimera de sus héroes infantiles, vivió una
adolescencia promedio y aunque era un poco tímido sorteó bien librado los altibajos
que trae ser un joven que se decepcionaba fácilmente. Cuando ya casi había
superado alguno de sus traumas pre-adolescentes como el acné o despertar erecto
con necesidad de usar el baño, se da cuenta que a veces la vida no era justa, pero
que el investigar, leer y preguntar todo lo que duda, verdaderamente le daba sentido
a la vida. Es allí cuando Dionisio toma la decisión de querer ser científico, sin duda
era un sueño con bastante osadía, para ese entonces no estaba bien definida, si
quiera, la palabra científico en el diccionario.
Las brisas que por esa época se posaban sobre La Loja, se llevaban consigo las
nubes que por largas épocas decoraban el cielo tropical, no obstante la crudeza del
sol era mermada por la baja temperatura de los vientos alisios, haciendo de esta
época de los años días de frescas y soleadas mañanas y de ocasos estrellados
completamente despejados.
Los días en la Loja pasaban como bajaba el agua de la quebrada, llenos todos los
días de lo mismo y perpetuados en la eternidad sin que nadie se percatara que ya
eran más de ciento cincuenta años desde su fundación. Una tarde Dionisio pasa a
visitar a Pedro Juan, su hermano mayor, con quien llevaba una estrecha relación
porque además de ser su hermano era su mejor amigo. Dionisio le menciona a
Pedro Juan sus sueños premonitorios que ha tenido durante esa última semana,
según él ha tenido varias visiones del fin de los tiempos. Pedro Juan un poco
incrédulo pero intrigado le pide más detalles a su hermano sobre estas visiones que
había tenido estado.
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Ya entrada la tarde, Pedro Juan le pide a su hermano que se quede con él para
cenar, pero antes le pide el favor de acompañarlo donde el médico yerbatero de La
Loja para que le recomendara algo para su dolor de cabeza frecuente. Dice él, que
todos los días a las 6:45 pm le inicia un dolor en la cabeza, y describe como un
pálpito, así como cuando de niño atrapaba un lobito escapado, y parecía que se le
iba a salir el corazón por el pecho. Describía Pedro Juan con tanto detalle que ese
dolor lo sentía detrás de los ojos y se extendía hasta las 7:15 pm.
Dedicaron los 45 minutos de la caminata para poder actualizarse el uno del otro de
los últimos detalles de sus vidas y de las de sus respectivos vecinos. Y así bien
habían llegado hasta el pequeño puesto de hierbas y menjurjes.
Eran las 7:00 pm pasadas y Pedro Juan estaba a mitad de su dolor diario de cabeza,
la llegada donde el médico yerbatero había acelerado las pulsaciones del dolor para
ese entonces. Luego de una serie de pócimas y recomendaciones por parte del
médico, Dionisio y Pedro Juan están ahí hasta las 7:35 pasado el meridiano.
Era una noche extrañamente nublada y definitivamente fría para la temperatura
promedio en La Loja. Para Dionisio, la extrañez de la luna lo intimidaba y lo hacía
sentir vigilado, pensaba hacia sus adentros que estaba más iluminada de lo normal
y se cuestionaba si tendría que ver con los sueños que había estado teniendo. Echó
un vistazo hacia el cielo estrellado pero sin más nada que varios cúmulos de nubes
tapando la luna y estrellas al otro costado del cielo, volvió su mirada a su hermano
quien le preguntaba si lo acompañaría a cenar. Una cocción de papas acompañaba
las carnes de una cabra cocinada en leña que Pedro Juan había sacrificado hacía
dos días y había conservado en sales minerales.
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Más tarde durante esa noche Dionisio quiso salir a caminar por el pueblo y llegar a
la feria que, según él, a lo mejor encontraba algo que lo hiciera olvidarse de su
mente perturbada por las premoniciones.
En la feria, los visitantes comentaban lo extraño de la claridad de esa noche y se
preguntaban si a lo mejor un súbito eclipse de sol había tomado desprevenida a La
Loja y a todos sus incautos habitantes. Dionisio tan incrédulo como su tío y a su
vez curioso más que un gato no prestó atención a los comentarios de los pobladores
pero seguía extrañado por la rareza de la luminosidad.
-¡Dionisio!- Desde la calle de enfrente, gritó su
madre,
doña Bernarda Ríos
conocida en la Loja por su carácter fuerte y su incontrolable amor por los perros.
Tanto fue, que Dionisio fue criado por sus vecinas más que por su madre, afortunadamente- decía él, porque no hubiera querido ser criado como un pequeño
can. En todo caso Dionisio, quien venía de un largo linaje familiar de nombres
Dionisio era el cuarto en su posición generacional, de ahí su nombre.
-Hijo te espero en la casa que ya está haciendo frío y la gente anda allá en el
zaperoco armado por el asunto de la luna-
Exclamaba Bernarda. A ese punto
Dionisio no estaba seguro si irse con su madre, debido a que Pedro Juan le había
pedido durante la cena que esa noche se quedara en la casa porque necesitaba
que lo ayudara a llevar en la mañana del otro día unos bultos al mercado de Arroyo
de Piedra, a unos treinta y cinco minutos en lomo de mula. Le contó a su madre lo
planeado para la mañana del día siguiente y la despidió con un beso en la mejilla,
recordándole que se fuera por la plaza para que no se perdiera.
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Para esos días, Dionisio marchaba melancólico por una pena de un amor fugaz que
había tenido durante dos noches en las ferias de hacía un año, ya habían pasado
trescientos sesenta días, seis horas y cuarenta y ocho minutos desde ese momento
que la vio por última vez. Se preguntaba si dentro del tumulto de la gente tendría la
fortuna o la infortuna de topársela nuevamente, pensó en olvidarla por completo y
firme en su decisión intercambió una guitarra con un viejo gitano, y pregonaba que
a lo mejor aprendiendo a tocar, y así podría cantarle a la vida.
Entrada la noche, Dionisio con guitarra al lomo sabe que es hora de volver a la casa
de Pedro Juan.
Ya habiendo dejado atrás las luces de la plaza se adentra al
sendero que lo llevaría a la casa de su hermano, sin embargo para él seguía estando
dentro del pueblo ya que la iluminación continuaba en la misma intensidad como si
estuviera en la plaza misma. En ese preciso instante, Dionisio, echa un vistazo al
cielo que hacía una hora nublado no dejaba ver la luna en su esplendor, para su
desconcierto las nubes guardaban la sorpresa de seis lunas que posaban sobre su
cielo, ya no tan negro por la luz que estas reflejaban.
Dionisio ante el suceso de las seis lunas, quedó perplejo mirándolas a lo largo de
veintisiete minutos y tratando de entender el por qué sucedía este fenómeno. De
vuelta donde Pedro Juan, Dionisio levanta a su hermano para enseñarle lo que está
ocurriendo con las lunas de esa noche. Pedro Juan, luego de salir de la cocina
hasta lo que podría denominarse el pretil de su casa, levanta la mirada y anonadado
por las seis lunas, se viste, se lava la cara y toma su sombrero, que aunque no haya
sol para él es indispensable.
–una explicación debe haber para este suceso
Dionisio, ¡si no es de Dios es del Diablo pero de que hay una explicación la hay! 6
decía efusivamente, a paso acelerado caminan murmurando y de reojo mirando las
lunas para llegar donde el padre de la iglesia a ver si él tendría alguna explicación.
Para sorpresa de los dos, todo el pueblo estaba aglomerado en la plaza central, que
da justo en frente de la iglesia. Al llegar donde se aglomeraba la algarabía Pedro
Juan y Dionisio no hallaron ninguna respuesta, el pueblo entero estaba bajo la
misma inquietud y el sacerdote del pueblo mismo no daba fe a lo que veían sus
ojos. Era un caos completo, la mayoría de la gente estaba reunida en grupos
pequeños y tomándose de las manos oraban al cielo para que no fuera un mal
presagio o alguna calamidad. Otros culpaban a las prostitutas de Doña Ana que
para esos días ya cumplían veinte años en el pueblo, acusándolas que por ellas el
pueblo había caído en desgracia. Y por otro lado estaba el grupo curioso que detrás
de José Clemente, quien para esos días había traído un telescopio, bregando ver si
alcanzaban a ver algo raro en alguna de las seis lunas.
Ya habían pasado más de setenta y cinco minutos desde que el cielo se había
despejado dándole paso a las lunas y era tanta la confusión que ya a ese punto de
la noche no sabían a ciencia cierta cuál de las lunas era la que siempre había
estado.
-Estamos a merced de lo que ocurra- decían Pedro Juan a Dionisio, en ese preciso
momento se sintió un fuerte estruendo a las afueras del pueblo, seguido a eso un
sonido ensordecedor, como mil trombones de cobre resonando al unísono que
terminarían de liquidar los nervios de la población. El estruendo eran cientos de
rocas que caían del cielo, bolas de fuego incandescentes que destruían sin
compasión la población de La Loja y sus alrededores. Preocupados por su madre
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y su hermano menor, Pedro Juan y Dionisio salen a la huida estrepitosa por el
camino que va hacia el sur oeste fuera del pueblo. Gente que viene en dirección
opuesta a ellos se estrellan y a un ritmo estrepitoso, ellos ansiosos por llegar rápido
van empujando niños y adultos sin medir fuerzas.
El cielo mismo despedía inmensos rayos de luz, en una escena un poco parecida a
la de un torrencial aguacero en medio de una tarde soleada. Luz que brotaba del
magma rocoso que caía sin piedad y a su vez arrasaba con la historia lojana. Fue
allí cuando todo tuvo sentido, los sueños, el dolor de cabeza y las seis lunas. Desde
pequeño su madre siempre tuvo el don de ver todo a través de los sueños pero
nunca dentro de la familia supieron a ciencia cierta cuál de los hijos de doña
Bernarda habría de heredar dicho don.
Diez minutos después de haber salido de la plaza, entran a casa de doña Bernarda,
para sorpresa de ellos escuchan un ruido en su interior, al mismo tiempo que la
gente seguía corriendo en los senderos de la parte exterior. Bernarda y José Luis
yacían sin vida, como si no se hubieran enterado de lo sucedido, el techo de la casa
había colapsado y no pudieron sobrevivir. Dionisio no podía con su alma del dolor
y a sus adentros, a manera de consuelo pensó que a lo mejor era mejor irse que
quedarse. En ese instante entraba Pedro Juan y así abrazándose con Dionisio, que
cortos de palabras se lamentaban en medio de los hechos que no tenían cabida a
lo racional.
Dentro del desconsuelo, los hermanos toman los cuerpos inertes de su madre y su
hermano y en medio de la tragedia cavan las pequeñas tumbas donde yacerían por
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siempre, los cuerpos de Bernarda y José Luis. Las rocas calientes seguían cayendo
del cielo, que parecía estar lleno de la misma ira divina del creador.
Luego de haber sepultado a su madre y hermano, Pedro Juan y Dionisio se postran
a orar en medio de la calamidad, si algo no les había faltado en el hogar era la fe
cristiano-católica que hacían parte de las costumbres familiares. Pasada más de
una hora de haber comenzado a caerse el cielo, finalmente cesan los estruendos y
como si se tratase de un chiste de mal gusto, sintieron una paz absoluta y un
regocijo que ni ellos mismos podían explicar. Fue en ese preciso momento que un
manto de luz desciende sobre ellos, y con este, un ser alado que a pocas penas se
logra identificar debido a la intensa y claridad que emanaba.
El ángel les comunicó que había llegado el momento de partir para sus familiares y
que por ningún motivo debían desfallecer, por el contrario ellos habían sido
escogidos entre muchos para ser ellos los encargados de redimir al mundo y con
éste, todas sus calamidades. El ángel unge de luz a los hermanos y había dejado
claro que - sólo a las personas puras de corazón podrían transmitir esta energía
divina para combatir los demonios del fin – les suspiró el ángel.
A una especie de trance, los hermanos Pedro Juan y Dionisio habían atribuido lo
que acababa de suceder, y así incrédulos aun decidieron retornar a La Loja. Fue
momentos después de haber comenzado a caminar que se dieron cuenta de la
intensidad del Sol, y con esta un brillo aún más resplandeciente. Sentían al astro
rey como una fuente de energía que en medio de la calamidad los empoderaba y
para mayor sorpresa podían levitar por encima del suelo a su antojo. Sólo habían
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pasado quince minutos para maniobrar bien su cuerpo a través de los aires
silvestres.
Esta batalla se extendería por un tiempo indeterminado, donde los demonios
vendrían a tomar lugar en esta lucha celestial y donde los humanos habían quedado
a su merced. Fue por esto que legiones de ángeles habían decidido reclutar, como
a Dionisio y Pedro Juan, personas que acompañarían a la humanidad. –Los seres
como yo venimos del sol, siempre hemos estado ahí observándolos, y como ves,
ellos quienes los invaden hoy, vienen de la luna, de allí el porqué de las seis lunas,
esta fue su señal parala intrusión en la tierra.- les explicaban a los hermanos.
Ya un poco más al tanto de la situación, los hermanos Pedro Juan y Dionisio, unidos
a la legión angelical libran una batalla que sería corta, sin embargo, esta
insurrección maléfica duraría más de sesenta y cinco noches de destrucción y
muerte para que finalmente la tierra fuera librada de este mal.
Pasarían dos noches de tiniebla y oscuridad para los sobrevivientes, y así en medio
de la zozobra se alzarían las campanas para la llegada del nuevo reino y con este
una nueva generación de humanos dignos de habitar los campos reverdecidos y
lagunas de vida, al igual de un rey sol inmortal que brillaba, esta vez con más fuerza
reclamando su hegemonía.
Pedro Juan y Dionisio, habían hecho méritos para
ganarse la divinidad, asimismo lo pensaban ellos, con la sorpresa hasta ese
momento y caer en cuenta que habían dejado de ser mortales cuando sus cuerpos
sucumbieron ante la lluvia de rocas hacía dos meses atrás.
FIN
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