cuerpo flotante, cuerpo errante

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CUE RP O F LOTANTE ,
CUE RP O ER RANTE
“El hecho es que nadie, hasta ahora, ha determinado lo que puede un cuerpo”
Baruch Spinoza1
Para Marcho
I. El (A)senta/miento de los animales
palabra
Algunos dicen que somos la especie imperfecta
de la creación; caminamos sin ropa durante
algunos milenios e incorporamos a nuestra
corporalidad la animalidad de una peluda piel
para soportar las inclemencias de los dioses
intemperie. Al caminar por el manto terrestre
conocimos las bondades de ser grupo y estar
juntos para colaborarnos ante la falta alimento.
No éramos nada comparados con la perfección
de un insecto, al lado de la resistencia de un
árbol o la majestuosidad de la mar, y aún
seguimos caminando por los siglos de la tierra.
Conseguimos el conocimiento de los elementos,
el desarrollo del raciocinio y la conciencia
de nuestra eventual muerte. Ningún otro ser,
como nosotros, sabe que desaparecerá, he aquí
el principio de nuestra premura, de nuestra
insistencia por caminar siempre más rápido,
hacia “adelante” para dejar rastro de nosotros
mismos y no perdernos, jugamos en nuestra
mente a “no morir” a ganarle al tiempo.
Descubrimos a través de la palabra y la
significación cierto tipo de permanencia,
engendramos el registro, esta lucha constante
frente al olvido nos llevó a construir ficciones
de nosotros mismos y del entorno, una siempre
más entramada que la otra; acumulamos
conocimiento, creamos arte, entendimos que
necesitábamos leyes para “el dominio de las
pasiones” y el bien común. Y el movimiento
que anteriormente era acto físico paso a ser
pensamiento. Irremediablemente morimos.
Morimos como singularidad aunque nos
engañemos en nuestros mitos y relatos sobre una
supervivencia como especie.
Renunciamos al movimiento perpetuo para
construir civilizaciones encaminadas a la
abundancia y la prosperidad. Delimitamos
territorios a los que creímos pertenecer y de
los que posteriormente nos hicimos dueños.
Enunciamos las cosas del mundo en un intento
por acceder a él y que no fuera tan ajeno, así
nos identificamos. Desde entonces nuestro
reino no ha tenido fin. Hemos perfeccionado
nuestro ingenio junto con las técnicas, somos
expertos en las nomenclaturas gracias al uso
de la razón/palabra. No dimos cuenta que al
nombrar, todo se separa de su ambiente natural,
de la masa inerte a la que pertenecen las cosas
que extraemos con el pensamiento, incluido lo
humano, descontinuamos el sentimiento de la
libertad y la convertimos en un valor, guardamos
a los espíritus que nos invitaban a jugar afuera
al jardín para convertirlos en historias antes
de dormir y descansar a gusto, encerrados en
nuestros santuarios de muros y fronteras.
Del cuerpo
En el tiempo en que caminábamos sin ropa,
todos los hombres eran el mismo hombre,
lo hacíamos sin miedo puesto que teníamos
la seguridad de estar en casa, aún cuando no
conociéramos el lugar al que nos dirigíamos pues
siempre cargábamos con el único territorio que
nos fue dado, al que siempre pertenecimos y del
que siempre hemos sido dueños: nuestro cuerpo.
Con el ajetreo civilizatorio, los hombres
experimentamos un alejamiento de nuestro
primer hogar, pues conocimos lo que implicaba
ser dueño de la tierra; extendimos los intereses
y nos convertimos en sujetos anclados al
exterior, sobreentendimos la importancia de la
sensación del momento presente y movilidad
que nos brindaba aquel cúmulo de huesos, carne
y significados. Claro que a lo largo de nuestra
historia se han realizado innumerables estudios y
reflexiones sobre él; sus funciones, sus cuidados,
su moldeado. Ahora existen especialistas en
las cuestiones del cuerpo, pero saber de él
no implica que lo habitemos. Lo mismo pasa
cuando hablamos del polo norte y las placas de
hielo, de los osos polares o de Santa Claus, no
vivimos en él y pocos le conocen, así pasa con el
cuerpo: le conocemos pero no somos cuerpo.
Hemos entendido que nuestro cuerpo es el
medio, mas no el centro; le utilizamos como
una herramienta para construir, un móvil para
desplazarnos, le corregimos y le moldeamos
para complacencias sociales y si llegase a
enfermar le curamos como a una de nuestras
ingeniosas maquinas, hasta lo hemos llegado a
concebir como una cárcel para el alma o la razón:
“Purificarse es separar lo más posible el alma del
cuerpo, acostumbrar al alma a dejar la envoltura
del cuerpo, para concentrarse en sí misma, a
solas consigo”2. La anterior es una consigna que
se nos ha impuesto como una ley que inicia
en la Grecia antigua y que se irá reafirmando
con el paso de los tiempos: Platón, Descartes,
Kant, tres de los pensadores fundamentales para
occidente invitan a la separación del alma o
razón del cuerpo como vía a la felicidad o ideal
de lo humano superponiendo la importancia de
pensar a la de sentir.
Pero sobretodo hay un tema con que el cuerpo
ha cargado y no es otra cosa que el estigma de las
sucias pasiones que desencadena el acto sexual
humano, que entre otras cosas se diferencia
del resto de la creación por ser erótico más que
reproductivo: “También, en principio, el hombre
y la mujer se retiran a la soledad en el momento
de la copula. La desnudez, en la civilizaciones
occidentales, ha llegado a ser objeto de una
prohibición bastante grave y generalizado”3.
En suma vivimos en una cultura que
ancestralmente condena las funciones del
cuerpo que no sean específicamente para
producir algo de utilidad, limitando el campo
de las percepciones y las sensaciones así como
el uso del placer corporal, orillándonos a lo
reproductivo del cuerpo en todas sus formas,
lo que Foucault identificó como disciplina: “El
cuerpo sólo se convierte en fuerza útil cuando es
a la vez cuerpo productivo y cuerpo sometido”4.
Podemos entender la disciplina como una
forma de poder que se impone al cuerpo con
la intención de domesticarle, darle forma y que
finalmente obedezca, que sea dócil.
Es decir, la modernidad se erige como la
época que acumula nuestros esfuerzos para
alienar todo, normalizarlo e identificarlo
con la única intención de dominar. Un ser
que tiene conocimiento y dominio sobre su
cuerpo, sobre su sexualidad y su propio goce,
que no lo entiende como un pesar, una cárcel
encuentra en él el último baluarte y estandarte
para erigir su libertad, pues no hay ataduras
materiales, emocionales o terrenales que lo
sujeten o lo alienen. Algunos podrán decir que
es la época donde se habla con más “libertad”
sobre orgasmos, sexo, chichis, vergas, anos. La
época de la libertad de expresión afectiva, de las
preferencias sexuales, derechos sexuales para
tod(oas) pero esto es sólo otra farsa-ficción que
nos hace identificables y por ende objetos de
fácil apropiación y normalización, esclavos del
lenguaje, de la palabra porque identificarnos
siempre es signo de de-li-mi-tar-nos. Sin
darnos cuenta nos auto proclamamos censores
y vigilantes de nuestros propios alcances, nos
auto dominamos. Hablar de ello nos acerca a la
libertad pero no es libertad, porque la libertad es
un acto no un pensamiento.
II. Vida errante erótica: Dionisio.
Algo similar dice Mafessoli acerca de
la sedentarización del hombre: “Sólo
sedentarizando se puede dominar.” Y agrega:
“podemos decir que la falta de flexibilidad, el
inmovilizarse una función, sea profesional,
ideológica o afectiva, lejos de ser un signo de
superioridad, de progreso social o individual,
puede ser síntoma de encierro, y por ende, en
última instancia, tener un efecto mortífero.”5
Históricamente pasamos de una libertad de
andar, de sentir, de entregarnos a la búsqueda
sin fin y pasar a nuestra propia domesticación,
nuestro cuerpo que anteriormente significaba
el hábitat de nuestras pulsiones se convirtió
en un extraño —por no decir, enemigo—.
Comenzamos a sentir miedo a los cambios
porque siempre implican abandono y dolor, nos
refugiamos en el confort de lo estático, de lo
conocido; desarrollamos la idea de apegarnos
a las cosas, a los lugares, a los momentos;
y despreciamos, rechazamos, excluimos lo
que nos es ajeno, diferente, extraño. Todo lo
significa enfrentarnos a lo exterior nos perturba
y preferimos el control y la sumisión, a la
incertidumbre, a hacernos responsables de
nuestros actos.
El pensamiento, la palabra, el raciocino cumplía
nuestra cuota de movilidad natural. A través
de ella nos dijimos a nosotros mismos que
era importante identificarnos, dividirnos y
agruparnos por gustos e intereses, que no nos
extrañe que hoy en día sea cada vez más evidente
dicha clasificación de grupos que se contraponen
hasta no entenderse: capitalistas, burgueses,
proletarios, de derecha, de izquierda, del centro,
animalistas, futbolistas, artistas, carnívoros,
asesinos, gays, lesbianas, transgéneros,
anarquistas, progresistas, reptilianos, anoréxicas,
católicos, intelectuales, mutantes, pendejos,
godínez, feministas, revolucionarios, fascistas,
otakus, tuiteros, feisbuqueros… y la lista de
nomenclaturas con una identidad única seguirá
creciendo hasta no darnos cuenta que la lucha, si
existe alguna, es contra todo tipo de dominación
o atadura; y que éstas, si bien provienen de
aparatos de control manipulados por el Estado
también son producidas y reproducidas por
nosotros mismos en la vida diaria.
Tratar de evadir todos estos términos/
identidades que nos dividen y clasifican podría
ser un buen comienzo, hacerle juego a las
ideologías para derribarlas y diluirnos en la
incertidumbre de no ser más que seres errantes
y móviles. Es algo que fuimos y que sigue
vigente en el imaginario que nos es común a
todos: “La vida errante de la que nos hablan las
historias humanas, la vida errante funcional
de la que hablamos, es plural y demanda un
enfoque global. Evoca una realidad móvil y
hormigueante, de trueque, que en el seno mismo
de las sociedades más sedentarias, se encuentra
siempre al acecho, lista para manifestarse aún
atropellando a su paso las certezas establecidas y
los diferentes conformismos del pensamiento”.
Recordemos que en un inicio la conciencia de
la muerte nos acercó a la idea de perdurar en el
tiempo, de aplazar el inevitable final y aún con
nuestros anhelos de eternidad, sucede. Tener
conciencia de morir debería ser la chispa que
detone la movilidad y el disfrute del instante
presente, sin nostalgias de pasados o futuros
“mejores”; habría que entender que no hay
ningún otro vehículo para sentirlo, sólo existe
nuestro cuerpo, y este, no tiene la capacidad
de ir atrás o adelante, únicamente está siendo
presente.
Esto nos dice que somos seres hechos para morir
y existe un temor a eso, aunque hay situaciones
en las que nos vinculamos directamente a ella
por placer, como en el sentimiento de la llamada
“pequeña muerte” experimentada en el acto
sexual al momento del orgasmo. Bataille señala
que más allá de la reproducción, el acto sexual
humano es erótico y por consecuencia cercano
a lo violento, vinculado con la muerte de dos
seres que se unen en la desnudez para llegar a
la desposesión de sí mismos “el acto del amor
es, si no ya un simulacro en sí, al menos una
equivalencia leve del dar la muerte”7.
En conclusión puedo decir que al entender la
fuerza de nuestro goce sexual sin etiquetas y
de manera andrógina; es importante disfrutar
de nuestro cuerpo sin el constante temor de
morir y sin la supremacía del pensamiento.
Así nos desapegamos o des-sujetamos del
control y dominio que nos hemos generado
para introducirnos o estar más cerca del acto
de libertad, y por ende de la movilidad que
nos arrebatamos hace mucho tiempo. Ser
nómada implica un compromiso de pertenencia
consigo mismo y con los otros, porque
siempre necesitamos de los otros y como dice
Mafessoli: sembrar así una especie de inquietud
en lo que tiende a establecerse, tocándolo todo,
erotizándolo todo, politizándolo todo.
Infundir así lo que Dionisio, el dios griego del
vino y el delirio, del arte y del placer, en la ciudad
de Tebas:
“Cuando la ciudad de Tebas estaba a punto
de sucumbir a la languidez, bastante bien
administrada por el sabio Prometeo, las
mujeres de la ciudad fueron a buscar al
turbulento Dionisio. Meteco, sexualmente
ambiguo, más cercano a la naturaleza que
a la cultura, Dionisio viene a revigorizar
la ciudad, y por la misma razón le confiere
otra vez sentido a un estar juntos bastante
desgastado. Es el bárbaro que inyecta
sangre nueva a un cuerpo social lánguido
y demasiado ablandado por el bienestar
y la seguridad que se programaron
verticalmente.”8
Susana Ginebra
(loca como una muerta)
Humano contra su voluntad, mujer por decisión y
psicóloga social porque ya qué. Desde el recorrido
por la formación para licenciarse se dedica a leer
toda cosa que tenga relación con la Corporalidad
que estamos siendo, acompañado de temas como
Erotismo, Sexualidad y Estética, su búsqueda
se ancla a la movilidad del pensamiento y a
saber más para conocer menos. Ha desarrollado
múltiples talleres con las temáticas anteriores
en comunidades y grupos con mujeres, niñas,
adolescentes y quien se deje. Su compromiso de
vida es contagiarse de Otros para ser cada día
más libre, le incomodan las ideologías y evita
alinearse hasta en la cola de las tortillas. Intenta
sonreírle a todos.
Bibliografía
1.-Spinoza, Baruch. Ética según el orden
geométrico, Ediciones Orbis, Madrid, España,
1980.
2.- Platón, Diálogos. México, D.F: Porrúa.
3, 7.-Bataille, George,. El Erotismo, TusQuets, 2°
reimpresión, México, D.F., 2007.
4.- Foucault, Michel, Vigilar y castigar,
Nacimiento de la prisión, Siglo XXI, México,
1999.
5, 6, 8.- Maffesoli, Michel, El nomadismo,
Vagabundeos Iniciáticos, FCE, México, D.F., 2004
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