CAPÍTULO I CONCEPCIONES BIOETICAS Y JURIDICAS DE LA EUTANASIA 1. Definición y breve reseña histórica de la eutanasia La eutanasia es un procedimiento de larga data a través de la historia, por lo que es pertinente describir los inicios de esta práctica que ha sido empleada durante un largo período de tiempo. Evidentemente, siendo utilizada bajo diferentes preceptos y contextos. Antes del conocimiento de la práctica eutanásica y su aparición en la Grecia Clásica, en períodos primitivos se han encontrado rastros de comportamiento reiterado en estas comunidades de dejar fallecer a personas muy enfermas, e incluso a personas ancianas. A petición de estas personas afectadas, las cuales se aislaban en iglús para que éstas lograran alcanzar la muerte. De igual forma, se ha identificado un tratamiento similar en las etapas antiguas, donde los encargados de proporcionar esa práctica fueron designados a los hijos primogénitos para con sus padres enfermos o ancianos. (Campos Calderón et al, 2001). El primer indicio de uso del término se puede señalar en la Grecia Clásica, pero bajo la idea de un suicidio eutanásico. La noción de la eutanasia en la época de Grecia según Campos Calderón et al (2001).” el término eutanasia no se empleaba para designar tales prácticas, las cuales eran catalogadas como ayuda a morir o la acción directamente occisiva” (párr. 5). Es decir, no concurre con la idea de la eutanasia anteriormente planteada; más bien, fungía como la definición del suicidio. Muchos filósofos famosos de la época griega efectuaron esta práctica ingiriendo la cicuta, poderosa droga mortal que acababa con la vida. Uno de esos fue Diógenes, cayendo enfermo y procedió a realizarse este procedimiento para terminar con su sufrimiento. En cuanto a la Antigua Roma, la presencia de la eutanasia puede verse materializada de una manera similar con respecto a la Grecia Clásica, incluso existían depósitos de cicuta para aquellos que mostraran un desdén a la vida, ingiriendo esto y acabar con la misma. El punto común de ambos converge en legalizar una visión eugenésica de la eutanasia, específicamente a neonatos nacidos con grandes deformidades. Platón desarrolló lo siguiente en la República Libro III (citado por Campos et al, 2001) Por consiguiente, establecerás en nuestra república una jurisprudencia y una medicina tales cuales acabamos de decir, que se limitarán al cuidado de los que han recibido de la naturaleza un cuerpo sano y un alma hermosa. En cuanto a aquellos cuyo cuerpo está mal constituido, se les dejará morir y se castigará con la muerte a aquellos otros cuya alma sea naturalmente mala e incorregible. (párr. 7) Los Romanos prosiguieron el ejemplo griego, pero esta vez siendo escrito y legalizado en la Ley de las Doce Tablas., autorizando a los padres de asesinar a sus hijos si estos poseían problemas físicos degenerativos (Campos Calderón et al, 2001). Durante el período del cristianismo, la noción del buen morir era repudiada por la Iglesia Católica. Únicamente era aplicado a los heridos mortales de guerra y aun así fue reprochado por el precepto de que la agonía y el sufrimiento era la gracia de Dios. La legislación que definió el suicido fue totalmente modificada y castigó a los que lo realizaban. Principalmente, se excomulgó y se evitó que aquellos que efectuaran esta práctica no se les aplicará santa sepultura. Bont, M et al señala que” durante doce siglos el suicidio se había convertido en el pecado mortal por excelencia para los cristianos” (2007, p.36). Determinando así el comienzo de la percepción negativa con respecto a esa visión de la eutanasia, que no es equiparable al concepto de la modernidad. También un perjuicio grave en el desarrollo de tesis y explicaciones que busquen explanar la definición de la eutanasia en este período histórico. No fue hasta el Renacimiento que se empezó a fundamentar ciertos acercamientos que podía identificarse como el origen al verdadero enfoque de la eutanasia. Consecuentemente, se reconoce eutanasia que produce la muerte como el último acto en vida, para así, proporcionar ayuda a los enfermos terminales con el buen morir, es decir, una muerte digna y sin sufrimiento (Bont, M et al, p.36). Asimismo, se habla de un precepto similar a la eutanasia fundamentado por Tomás Moro en su obra Utopía (citado por Campos Calderón et al, 2001) Si bien a los incurables se les trataba de aliviar de sus enfermedades, si se trataba de un mal que no tenía cura y que causaba continuo dolor eran convencidos de que, en vista de que eran inútiles para las tareas de la vida, molestos para los otros y una carga para sí mismos no dudasen en morir. Además, pensasen en librarse de una vida tormentosa, procurándose la muerte o que otro se las diese. (párr. 12) Lo anterior es una aproximación legítima a lo que se conoce como la eutanasia. Esta definición cumple un punto de partida primitivo en el contexto histórico en el cual se estaba manifestando estas ideas con respecto al verdadero significado de la muerte y el atentado en contra de la noción de la vida como ley divina inquebrantable. Por tanto, la eutanasia y sus diversos significados cumplen una evolución progresiva en el transcurso de la historia, desde su concepción como un equivalente al suicido o con visiones para cumplir un orden eugenésico, hasta lo que se desarrolla en la actualidad, que dista bastante de la definición principal utilizada en la modernidad. Desde el punto de vista etimológico, la palabra “eutanasia” proviene del griego antiguo que significa “muerte buena”. Diferentes autores han adoptado definiciones de la eutanasia, pero a grandes rasgos, todos atribuyen y se refieren a lo mismo: el buen morir. Una definición conservadora del término es presentada por Ricardo Royo Villanova (citado por Jímenez Asúa, 1958), el cual define a la eutanasia en sentido propio y estricto como: (…) la muerte dulce y tranquila, sin dolores físicos ni torturas morales, que puede sobrevenir de un modo natural en las edades más avanzadas de la vida de un modo sobrenatural, como gracia divina o sugerida por una exaltación de las virtudes estoicas, y que puede ser provocada artificialmente, ya por motivos eugenésicos, bien con fines terapéuticos, para suprimir o abreviar una inevitable, larga y dolorosa agonía; pero siempre previa una reglamentación legal o el consentimiento del enfermo. (p.405). La eutanasia en ningún momento es eugenésica. No obstante, la proposición señala aseveraciones determinantes para la práctica de la eutanasia, por ejemplo, la reglamentación legal y el consentimiento expreso del enfermo. A pesar de que esta delimitación está desfasada, posee elementos importantes que caracterizan los requisitos de la eutanasia en la modernidad. Luego de pasado 15 años, Gonzalo Higuera (1973) citado por Campos Calderón et al (2001) la práctica que procura la muerte, o mejor, abrevia una vida para evitar grandes dolores y molestias al paciente, a petición de este, de sus familiares o, sencillamente, por iniciativa de tercera persona que presencia, conoce e interviene en el caso concreto del moribundo. (párr. 29) Por otro lado, una connotación de la eutanasia moderna es expuesta por el Institut Borja de Bioética (2005) en los siguientes términos: (...) eutanasia es toda conducta de un médico, u otro profesional sanitario bajo su dirección, que causa de forma directa la muerte de una persona que padece una enfermedad o lesión incurable con los conocimientos médicos actuales que, por su naturaleza, le provoca un padecimiento insoportable y le causará la muerte en muy poco tiempo. Esta conducta responde a una petición expresada de forma libre y reiterada, y se lleva a cabo con la intención de liberarlo de este padecimiento, procurándole un bien y respetando su voluntad. (p.1) Con lo anterior, se entiende entonces que la eutanasia es la conducta de un médico que tiene lugar previo a la petición expresa, libre y continuada en el tiempo del solicitante. Este cambio de perspectiva es importante, y esta es la aproximación que en nuestro trabajo nos apegamos, puesto que se necesita una serie de pasos para poder efectuar una eutanasia, siendo uno de los elementos más determinantes el consentimiento expreso de la persona y la manifestación de su voluntad, así como también la necesaria participación del profesional de la salud. Partiendo de lo establecido anteriormente y verificando la evolución del término consideramos que la eutanasia es un procedimiento médico mediante la cual se produce la muerte por un médico a un paciente que padece una enfermedad terminal o una persona que se encuentra en una dolorosa agonía con el fin de acabar con su sufrimiento. Sería entonces también una forma de anticiparse a la muerte con el fin de aliviar este dolor. Es importante resaltar como requisitos conceptuales que la eutanasia debe ser voluntaria, y esta voluntad debe ser expresada previamente para que podamos decir que estamos frente a una propia eutanasia, es decir que debe haber un consentimiento expreso del paciente; así como también el acto debe ser dirigido por un tercero, obligatoriamente un médico, y debe realizarse con el fin de aliviar al paciente del sufrimiento y dolor. En caso de que no esté presente alguna de las características antes mencionadas, ya no estaríamos frente a la figura de la eutanasia. 2. Tipos de eutanasia Existen dos tipos de eutanasia o dos tipos de procedimientos para llevarla a cabo. En primer lugar, tenemos la figura de la eutanasia activa que es “la acción encaminada para producir la muerte de un ser humano acorde con sus deseos. Usualmente el acto es ejecutado por un médico” (Krauss, 2001, p.3); es decir, es la administración de una dosis letal a un ser humano que tiene una enfermedad terminal y que desea culminar su vida y acabar con su sufrimiento. Requiere específicamente la acción de suministro de dicha dosis letal por parte de un tercero (médico) para que esta se pueda llevar a cabo con la finalidad de que pueda monitorear el proceso en todo momento y así atender cualquier complicación que pueda sufrir el paciente. Por otro lado, la eutanasia pasiva se entiende como la omisión de tratamientos necesarios a un paciente terminal (Brassington, 2020, p.3). Es decir, la eutanasia pasiva se refiere a producir la muerte de otra persona, motivada por su propia voluntad y el mejor interés, mediante la inhibición de actuar o el abandono del tratamiento necesario para mantener su vida. En este caso, también hay una acción, pero ya no es la acción de suministrar sino la de “no hacer” u omisión. Tras los tipos antes expuestos, nace una disyuntiva importante: ¿Qué diferencia existe ahí entre la omisión y la acción? En este sentido, afirma I. Álvarez Gálvez que, “en el fondo de la distinción eutanasia activa – eutanasia pasiva subyace la idea de que existe una diferencia moralmente relevante entre matar y dejar morir, siendo así que, si bien nunca está permitido lo primero, a veces no está prohibido moralmente lo segundo”. Parte de la doctrina considera que realmente existe una distinción entre la acción y la omisión. Sin embargo, otra parte se apega a la tesis de J. Rachels (1992), conocida como Equivalence Thesis, la cual afirma que no existe alguna diferencia moralmente relevante entre ambos conceptos ya que en ambos casos el médico actúa impulsado por los mismos motivos y con la misma finalidad y con ambos obtuvieron el mismo resultado: La muerte del paciente. De esta manera, quienes se apegan a la Equivalence Thesis realmente no distingue de manera clara la diferencia entre la eutanasia pasiva y la activa resaltando el fin común en ambos tipos y catalogándolos a ambos tipos dentro de una misma denominación considerando que la omisión es también un tipo de acción (J, Rachels, 1992, p.112). En consecuencia, a efectos de este trabajo de grado nos apegaremos a la teoría de equivalencia expuesta anteriormente. La explicación completa de esta teoría será presentada en el Capítulo III de este trabajo de investigación. 3. El suicidio asistido y la diferencia con la eutanasia A lo largo de la historia el suicidio se ha considerado en muchas ocasiones y en diversos ordenamientos jurídicos como un delito, así como desde la perspectiva religiosa como un pecado y desde lo social como un problema de salud pública. El suicidio ha sido catalogado como un dilema bioético ya que ha constituido en sí una controversia sobre la defensa de la autonomía y el derecho a la libertad en su máxima expresión. El suicidio asistido es considerado un tema muy controversial al rededor del mundo, por lo que es considerada una práctica legal en muy pocos países. A pesar de esto, los aspectos éticos que acarrean la ayuda para la muerte de los pacientes siguen siendo ampliamente debatido. Para hablar del suicidio asistido es esencial que lo definamos y que sepamos diferenciarlo de otras prácticas que conllevan al mismo fin que es la muerte. Para que nos podamos encontrar frente a la figura del suicidio, es esencial que se cumplan dos requisitos. En primer lugar, que exista una persona que tenga la voluntad de acabar con su vida, y en segundo lugar que este ejecute el acto que ocasione su muerte. La enciclopedia de Bioética y Bioderecho denomina al suicidio asistido de la siguiente manera: “el suicidio asistido se refiere a la ayuda y la colaboración de terceros en dicha acción, proporcionando conocimientos y medios materiales para la disposición voluntaria de la propia vida”. Por otro lado, Pryzgoda, P (1999) establece lo siguiente con respecto a la definición: “El suicidio asistido es la prescripción o administración de drogas o provisión de los medios necesarios por parte del médico con la intención explícita de permitir a un paciente terminal finalizar con su propia vida”. (p.196). Es decir que el suicidio medicamente asistido es la acción de una persona que sufre una enfermedad terminal y que se encuentra en sufrimiento, para acabar con su vida. Para esto, cuenta con la ayuda de un médico que le otorga los conocimientos y los medios necesarios para hacerlo. Este profesional de la salud puede o no estar presente en el momento de que su paciente se quita la vida, más la presencia de este no es un requisito esencial. Muchas personas suelen confundir la definición de suicidio médicamente asistido con la eutanasia activa, pero esto es una concepción errónea ya que no se trata de lo mismo. Al respecto, Del Río, A (2013) establece que “Se distinguen entre sí porque en el suicidio asistido el médico se limita a proporcionar a la persona los medios para que se suicide, pero no realiza la acción que causa la muerte”. (p.116) Partiendo de este supuesto, podemos decir que la principal y más importante diferencia entre la eutanasia y el suicidio asistido radica en quién realiza la acción de administración directa de la dosis letal al paciente que ocasiona su muerte. En el caso de la eutanasia, es el médico quien suministra la dosis letal y en el suicidio asistido el mismo solo le facilita la dosis para que el paciente se la administre, ocasionando su propia muerte. Hay dos diferencias esenciales entre la eutanasia y el suicidio asistido. En el suicidio asistido, ocurren una cadena que resulta en aquel que se va a suicidar. En este sentido, se pone en funcionamiento una serie de acontecimientos continuados, los cuales producen y llevan a la acción final de suicidio con el resultado de la muerte. Por otro lado, a diferencia que, en la eutanasia, en el caso del suicidio asistido, no nos encontramos frente a un enfermo terminal. Aun cuando podemos identificar diferencias esenciales entre la eutanasia y el suicidio asistido, ambas constituyen la última posibilidad de ejercer la autonomía de la voluntad para aquellas personas que desean acabar con su vida ya sea por razón de enfermedad o de indignidad. En este caso, podemos establecer entonces que el suicidio asistido es una manera en la cual las personas pueden expresar su voluntad de contar con una ayuda que les facilite el ejercicio de su autonomía personal para morir. En Venezuela, el suicidio asistido está tipificado como un delito en el Código Penal, específicamente en el Artículo 412 del Código Penal que establece que: “El que hubiere inducido a algún individuo a que se suicide o con tal fin lo haya ayudado, será castigado, si el suicidio se consuma con presidio de siete a diez años” (Código Penal, art 412). En este caso, y analizando lo expuesto anteriormente, nuestra posición frente a la legalización del suicidio medicamente asistido es positiva basándonos esencialmente en el criterio de la dignidad humana. Es importante reiterar que, en este caso, estamos hablando del suicidio medicamente asistido, es decir aquel en el que existe la intervención o la ayuda de un médico calificado. 4. Posiciones doctrinarias y religiosas que contravienen la eutanasia Con la perspectiva del significado de la Eutanasia. La existencia de teorías que funcionan como antítesis o definiciones que del mismo son diversas. En consecuencia, son identificables las siguientes definiciones: En primer lugar, es importante definir la distanasia. Para Gonzalo Higuera (1973) citado por Campos Calderón et al, se puede definir como: la práctica que tiende a alejar lo más posible la muerte, prolongando la vida de un enfermo, de un anciano o de un moribundo ya inútiles, desahuciados, sin esperanza humana de recuperación, y utilizando para ello no sólo los medios ordinarios, sino extraordinarios, muy costosos en sí mismos o en relación con la situación económica del enfermo y de su familia. (párr. 44). Así, la problemática de la distanasia concurre en que los pacientes al someterse a esta cantidad de tratamientos intrusivos afectan su psique y sus capacidades motoras. Por tanto, el objetivo principal de estos medios terapéuticos se difumina, siendo que la aplicación de estos es buscar la mejoría del paciente, pero al aplicarse estas medidas a pacientes terminales, en vez de salvarle la vida, se le está produciendo una agonía. En consecuencia, es pertinente evitar el ensañamiento terapéutico o, la distanasia (Gutiérrez, C. 2013, p. 174). El entendimiento de la distanasia puede determinarse como una negación de la eutanasia. No obstante, la mayoría de la comunidad científica rechaza dicho procedimiento, además, se incluye hasta la Iglesia Católica como opositor de este. Con esto, se ha desarrollado una terminación específica para evitar la distanasia conocida como la LET (limitación del esfuerzo terapéutico, la cual constituye que ciertos pacientes terminales no son capaces de seguir recibiendo tratamiento para mantener la vida cuando este es extremadamente doloroso y que no conlleva ningún resultado satisfactorio. En vista de la forma de entender a la práctica, la distanasia y la eutanasia son antítesis entre ambos. El primero busca mantener con vida a un paciente terminal mediante todos los métodos posibles a emplear, generando un perjuicio en este; mientras que el segundo busca que la agonía del paciente desaparezca. El punto importante es reconocer la voluntad del paciente, aunque en la distanasia el común denominador es que los parientes del afectado sean los intervinientes en la decisión. Por otro lado, es importante definir la adistanasia y su alcance con respecto a la manera de interpretarla. Para Gutiérrez consiste en “no poner obstáculos a la muerte o dejar de proporcionar al enfermo los medios extraordinarios que retrasarían su muerte; equivale a permitir el proceso natural de la muerte” (Gutiérrez, M. 2007, p. 63), es decir, busca permitir que el paciente fallezca para su propio beneficio. No obstante, se ha equiparado la eutanasia pasiva con la adistanasia, aun cuando el punto diferenciador consiste en que en la eutanasia pasiva la omisión produce la muerte, mientras que en la adistanasia rehusar la aplicación de un procedimiento no causa inmediatamente el fallecimiento del paciente, más bien, se deja cursar el proceso natural de la misma. Cabe señalar que la anterior figura consiste en proponer una solución a la distanasia. Por último, la ortotanasia es una acepción que se relaciona con la eutanasia y es una respuesta directa en contra de esta. Consecuentemente, la ortotanasia es: (…) la postura que tiende a conocer y respetar el momento natural de la muerte de cada persona para evitar prolongar artificialmente cualquier tipo de vida con medios desproporcionados extraordinarios, ni incidir en la eutanasia. Consiste en permitir que la muerte le llegue al paciente naturalmente. (Gutiérrez, M. 2007, p. 64) Partiendo de esta definición, la postura de la ortotanasia es dicotómica con respecto al de la eutanasia, fungiendo de contraparte y respuesta de la concepción del respeto a la muerte natural, considerando así que la eutanasia no debe de ser la solución lógica para el paciente. Luego de haber expuesto ciertas definiciones que se oponen al término de la eutanasia y lo que representa, es pertinente analizar las posiciones doctrinarias que algunos autores esgrimen para negar este precepto, específicamente verificar una perspectiva teológica-católica para analizar los presupuestos contrarios a esta definición. En primer lugar, uno de los aspectos que más es mencionado es la posición católica para argumentar la inmoralidad e inviabilidad de la eutanasia. La Iglesia Católica ha sostenido que la eutanasia es una forma de homicidio, independientemente de la consideración del sufrimiento de la persona que desea aplicar este procedimiento médico. De igual manera, la doctrina religiosa posee una serie de lineamientos que determina el entendimiento del derecho a la vida y la considera de carácter inviolable. Juan Pablo II en su obra Veritatis Splendor condena firmemente todo lo relacionado y lo que conlleva la eutanasia. Podemos ver que según las enseñanzas de la iglesia católica existen ciertos actos que son intrínsecamente negativos y que contravienen el bien de la persona, así como también las razones morales o circunstancias que intenten justificar estos hechos no poseen validez alguna. Esto se debe fundamentalmente al objeto u origen del hecho ilícito cometido (JP, Segundo, 1993, párr. 90). Equitativamente, este explica y nombra una cantidad de acciones que la mayoría son perjudiciales e ilegales, y dentro de esta serie de ilícitos incluye la eutanasia. El origen de la tesis expuesta es la dignidad humana y el quebrantamiento de una ley divina, además de que todo lo que signifique un perjuicio y que vaya en contra de la voluntad del Creador son terminantemente inmorales y un atentado a la humanidad dentro de la doctrina católica. La descripción de que cualquier acción u omisión provoque la muerte directamente de una persona es totalmente inaceptable e inmoral y atenta sistemáticamente con la dignidad humana, es la base de la interpretación de la eutanasia según la Iglesia Católica. Sin embargo, pareciera que la eutanasia pasiva fuese permitida en casos extremos en concordancia con la tesis antes definida. En consecuencia, según Sánchez Pérez, parafraseando a Juan Pablo Segundo, establece que: La interrupción de tratamientos médicos extraordinarios o desproporcionados a los resultados “puede ser legítima” (no dice que necesariamente lo sea). Esta interrupción de los tratamientos extraordinarios implicaría un rechazo del vitalismo médico, del “encarnizamiento terapéutico”. Con esto “no se pretende provocar la muerte; se acepta no poder impedirla”. En estos casos las decisiones deben ser tomadas previamente por el paciente, mediante un testamento vital, o, en situaciones de incompetencia, a través de su familia, respetando siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos del propio enfermo. (Sánchez Pérez, 2015, p. 313). Mediante la cita anterior verificamos el reconocimiento de la figura de la eutanasia pasiva, a la cual ya hemos figurado una definición. Por lo tanto, se acepta que en ciertas situaciones los tratamientos que ya no generen una posible recuperación del paciente pueden ser legítimamente retirados. El punto importante que deviene toda esta disyuntiva es las razones las cuales esta es admitida; y esta es que el fallecimiento según este precepto no es el fin último, más bien, se deja que la muerte actúe por sí sola. Lo que fundamenta la principal diferenciación de la doctrina teológica católica es que retirar los medios extraordinarios no atenta contra la dignidad humana y el respeto a la vida, mientras que la eutanasia activa lo hace de forma inmediata y proporcional. Consecuentemente, es posible identificar que para la omisión de medios extraordinarios debe de ser aplicada mediante el uso de las voluntades anticipadas para sustentar el ánimo e intención del afectado, para que cuando este no posea el discernimiento necesario, sean terceros quienes velen por el respeto a la voluntad de este. Ahora bien, cabe señalar que la postura católica coincide con el significado de la eutanasia pasiva, puesto que de la acción de suprimir resulta el fallecimiento. Aunque, no es citada por nombre, pero si es expresada su definición. La delimitación en la práctica de la diferencia entre acción y omisión suele ser compleja, sobre todo al momento de evidenciar esto en situaciones de hecho en la vida real. Por otro lado, también es esencial establecer a método complementario la declaración Iura Et Bona sobre la eutanasia, debido a que esta funge como principal base teológica escrita para la condenatoria de este procedimiento como un atentado a la vida humana y a los valores éticos católicos. Este documento datado del año 1980 es la piedra angular para comprender la posición de la Iglesia Católica en relación con una posible aplicación de la eutanasia y las consecuencias que esto puede traer. Asimismo, la noción o significado de una legalización o permisología de la eutanasia es expresado en el texto, pero con conclusiones para prohibir su legislación, por tanto, este extracto fundamenta que “ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo. Se trata en efecto de una violación de la ley divina, de una ofensa a la dignidad de la persona humana, de un crimen contra la vida, de un atentado contra la humanidad” (Iglesia Católica, 1980, párr. 18). Es afirmativo que la misma consideración de efectuar una eutanasia concurre una falta gravísima en el dogma católico. En este mismo sentido, ¿cuál es la respuesta de la Iglesia para cuando no se cumpla las condiciones mencionadas con anterioridad y sencillamente el paciente posee una enfermedad que es agonizante, pero éste no se encuentra en estado de coma? Para contestar esta pregunta es pertinente remitirse nuevamente la declaración Iura Et Bona sobre la eutanasia, ya que ésta clarifica que a pesar de que el dolor y el sufrimiento en los últimos momentos de vida son parte para el plan divino de Dios, el uso de analgésicos para aliviar esta afección puede ser utilizados para contrarrestar esta misma. También, el calor humano de sus familiares y la debida atención médica es primordial para evitar la eutanasia como fin último. Es decir, un sinónimo primigenio de los cuidados paliativos Siguiendo este hilo argumentativo, la Iglesia Católica configura una serie de principios que sostienen la moral cristiana y que secuencialmente son establecidos para contradecir la eutanasia y sus razones generales de aplicación. Estos principios son: el principio de la santidad de la vida; el principio del doble efecto; principio de administración. Cabe destacar que, existen más presupuestos descritos, pero los tres elegidos son los seleccionados por los doctrinarios católicos para explicar doctrinariamente su posición con respecto al tema en cuestión. En primer lugar, el principio de la santidad de la vida es el más utilizado y esgrimido. Ya fue mencionado en párrafos anteriores, pero no fue desarrollado en su totalidad. Por tanto, según Álvarez del Río (2004) este principio está relacionado con la idea de que Dios es el único que puede decidir el fin de la vida humana, razón por la cual la Iglesia prohíbe la eutanasia. Sin embargo, esta institución ha establecido excepciones en las que es legítimo terminar con la vida: 1) cuando se quita la propia vida o la de otro por inspiración divina o de manera indirecta; 2) cuando se quita la vida en defensa propia, atendiendo al orden jurídico o en caso de guerra; 3) cuando se mata al tirano que carece de legítima autoridad. (p.101) En este mismo sentido, el siguiente principio es el llamado de doble efecto y es el más complejo y proporciona una cantidad de situaciones que pueden ser pertinentes al momento de analizar la viabilidad de la eutanasia. Este planteamiento busca percibir las acciones humanas y los efectos que estas sobrevienen. Diferentes acciones, diversos resultados, pero en este principio el resultado de la acción cometida es visualizado y adaptado a si posee repercusiones positivas, y a su vez negativa, o, por el contrario. Con esto, la voluntad es la primera cuestión para verificar y sobrellevar. Si la voluntad posee y produce positividad, éste será considerado moralmente bueno, aunque arroje ciertas conclusiones negativas. (Álvarez del Río, 2004,). Subsecuentemente, el planteamiento de la administración es protagonizado por la concepción del hombre como administrador de la vida. Este no es dueño de esta, más bien la controla, pero no puede depender de ésta, sobre todo al relacionarse con decisiones de autonomía sobre la disposición del cuerpo del hombre y con referencia a su existencia. El propietario único es Dios y el hombre no puede decidir en un precepto sagrado tal como la finalidad de su propia existencia, en otras palabras, la muerte no puede ser objeto a determinación. Ahora bien, la ejemplificación y exposición de la doctrina de la vida como propiedad valor divino de la Religión Católica no es única dentro de las religiones de origen Abrahámico, más bien, es persistentemente el común denominador para explicar las razones de la inmoralidad eutanásica. Por consiguiente, la argumentación central de dicha negativa está basada principalmente en la prohibición de acabar con la vida en cualquier tipo de aspecto o contexto. La impugnación consistente de estas creencias es por razón a estas proveer todas del mismo árbol genealógico originario. Existen diversas perspectivas doctrinales de diversos autores que contravienen la eutanasia. Estas serán de utilidad para comprender con mayor claridad la argumentación y enfoque de escritores que proponen alternativas opuestas a la eutanasia como procedimiento médico. Con esto, el génesis de las doctrinas éticas que perciben la eutanasia negativamente se recurre a la vida como valor absoluto. Sigue de forma similar la doctrina religiosa, considerando que la vida no puede ser intervenida o atentada por intervención humana, el transcurso natural de las leyes naturales son las encargadas de propiciar la muerte de los seres humanos. En consecuencia, los autores que desarrollan esta tesis opositiva a la eutanasia proponen y condenan su práctica en cualquier contexto. Para ejemplificar lo anterior, según Pollard (1991) (citado por Ortega Díaz, 2016) “es moralmente indeseable y éticamente malo intentar legislar sobre la supresión de vidas humanas inocentes y que toda ley que lo autorice estará sujeta a abusos impredecibles” … (p. 47). Con lo anterior se identifica un sentido de que la vida del ser humano es inviolable en ninguna circunstancia, por tanto, una legislación que permita esta situación de hecho es completamente impugnada por el autor en cuestión. De igual manera, Devis-Morales (1997) complementa que la eutanasia es un precepto que ha atentado injustificadamente las bases de la medicina convencional y la del verdadero objetivo de la medicina; para dicho autor, la idea de la muerte digna no es concebible, puesto que es parte del transcurso natural de la vida y que, lo que verdaderamente debe de prevalecer es el derecho a la vida digna y todos los métodos para agredir esta tiene que prevalecer terminantemente prohibido dentro del mundo jurídico al contraer consecuencias como la rehumanización de la muerte. (D, Morales, 1997, pp. 31-45). Además, las propuestas de ambos autores promueven una tesis de apreciación a la vida, rehusando fervientemente la legalización, o consideración siquiera de la eutanasia como procedimiento médico. Las posiciones doctrinarias expuestas caracterizan en un contexto negativo cualquier mecanismo que suprima el mayor derecho del ser humano, el cual es la vida. 5. Concepciones bioéticas sobre la eutanasia La aparición del término de la bioética se remonta desde los años 70, siendo acuñado por primera vez por Van Rensselear Potter, el cual describe y titula en su trabajo más famoso “Bioética: un puente hacia el futuro”. La etimología de la palabra proviene de Grecia, con la conjunción de bio(vida) y ethos(ética), eventos determinantes dentro de la vida del ser humano. La utilización de este significado fue evolucionando y fue precisado como un verdadero concepto en el año 1973, dos años después de su primera conceptualización por el mencionado autor. Ahora bien, su significado según la Enciclopedia de Bioética (como fue citado por María Jesús Goikoetxea, 2013) “el estudio sistemático de la conducta humana en el área de las ciencias de la vida y del cuidado de la salud, en cuanto que dicha conducta es examinada a la luz de los valores y de los principios morales” (p.10). Analizando desde un punto de vista de un autor, Bedrikow (2020) fundamenta que “La bioética es un campo de conocimiento multi e interdisciplinario que estudia la conducta humana en las ciencias de la vida y la atención de la salud, a la luz de los valores y principios morales” (p. 450). A partir de estas connotaciones, la bioética es una rama que pertenece a la ética, que verifica y analiza sistemáticamente la ciencia de la salud y los deberes complejos de los profesionales de la salud; su alcance únicamente no abarca lo anterior, sino también la perspectiva ética de distintas políticas públicas, procedimientos médicos complejos, la tecnología en la medicina, la ética de los médicos y entre otras circunstancias que ocurren dentro de esta área del conocimiento (M, Goikoetxea. 2013, p.10) La doctrina ha fundamentado diversas teorías para analizar problemas que intervienen con la bioética. El planteamiento de los cuatro principios de la bioética es el código deontológico originario propuesto en el año 1978 por el Informe Belmont y explicado a profundidad por Beauchamp y Childress un año después. Estos preceptos fungen como base y teoría para el alcance de la bioética, los cuales, son los siguientes: el principio de la beneficencia, de no maleficencia, autonomía y de justicia. El primero a explicar es el principio de la beneficencia. En primer lugar, y según Goikoetxea (2013) “la obligación de procurar el bien a aquel del que me siento responsable” (p.34). Es decir, entender que siendo el profesional de la salud este posee la obligación moral y profesional de buscar el bienestar de su paciente. La existencia del concepto paternalista de la relación médico-paciente ha evolucionado, cambiando esta noción para comprender la decisión de autonomía propia del paciente, ya que éste es el afectado y es su cuerpo. La contradicción del médico al considerar los deseos de su paciente puede procurar un impacto negativo a este. Por lo tanto, la definición del principio de beneficencia no paternalista lo desarrolla igualmente Goikoetxea (2013) “la obligación de procurar el bien a aquel de quien me siento responsable respetando sus propios valores y proyecto de vida” (p.34). Al extender el alcance de la connotación de este principio, proporciona tomar en cuenta las propias decisiones del paciente, para mejorar sustancialmente la relación entre estas dos figuras de la medicina. El segundo principio es el de la no maleficencia, que consiste en la obligación moral de no producir ningún perjuicio a la integridad propia de un ser humano. Proposición fundamental para los médicos y profesionales de la salud, siendo una de las más determinantes al practicar la medicina. El principio de autonomía es el más importante que se relaciona con la eutanasia, puesto que se coloca en práctica cada vez que el paciente solicita este procedimiento médico, en los casos y países donde es legal dicha práctica. Según Goikeotxea (2013) “obligación de cada sujeto a respetar sus propios principios y valores y a desarrollar el proyecto de vida que ha elaborado en función de los mismos” (p. 35). El respeto es una obligación moral que poseen todos los seres humanos sobre las decisiones de los demás. Esto se refleja en la relación médicopaciente, los cuales deben obligatoriamente respetar los deseos de su paciente, es intrínsecamente el respeto a la dignidad humana y la capacidad de decisión de una persona con respecto a su propia salud y existencia. Tomando en cuenta que esta decisión posee las características de acción autónoma: libre de imposiciones de enfermedad mental, coacciones sociales y que está acorde al sistema de valores de la persona (Goikeatxea, 2013, p. 35). Justamente, una de las manifestaciones de este principio es mediante las voluntades anticipadas, documento fundamental para expresar las decisiones con respecto a su propia salud que una persona puede elegir en caso de que se pierda la capacidad de consentimiento y discernimiento en un proceso de enfermedad degenerativa o terminal. El último presupuesto de la bioética es la justicia, entendiéndolo como tratar a los demás pacientes y brindar lo servicios sin ningún tipo de discriminación alguna, ya sea por credo, raza o ideología política De esta forma, la eutanasia está en consonancia dos de los principios antes mencionados: el principio de beneficencia y el principio de autonomía. Según Enmanuel (2005) (citado por Bekidrow 2020) “tanto la autonomía como la beneficencia son argumentos a favor de la eutanasia. El principio de beneficencia precede al de autonomía y ya estaba presente en el voto profesional de los médicos, también conocido como el juramento de Hipócrates…” (p. 452). Al cumplir un precepto, subsecuentemente el otro es respetado de igual manera. La beneficencia desde el punto de vista del médico es procurar el bien de su paciente y la autonomía es respetar los deseos de este. Por lo tanto, uno conduce al otro, al buscar el beneficio del paciente respetando su propia decisión, ambos principios se cumplen a la vez; uno por un lado al considerar la decisión de su paciente; el otro por manifestar a su arbitrio su intención de sobrellevar una eutanasia, considerando las condiciones esenciales para solicitar este procedimiento. No obstante, el cumplimiento de los cuatro principios también es un hecho. Como ya se mencionó en el párrafo anterior, los dos principios de autonomía y beneficencia están comprendidos en la eutanasia, pero, también podemos argumentar que los dos principios restantes: de no maleficencia y de justicia. Igualmente están presentes en el análisis teórico. El fundamento de la no maleficencia es sumamente importante dentro de la eutanasia. Una de las situaciones que debe de evitar a toda costa el médico es generar un perjuicio en su paciente o lesionar su integridad como ser humano, al no proseguir con las directrices de la autonomía del paciente en la solicitud de la eutanasia, este está ocasionando que persista el sufrimiento cuando ya se conoce que no es posible actuar ni mejorar la condición de salud del enfermo, y seguir administrando medicamentos intrusivos conduce al encarnizamiento terapéutico. Es decir, al acceder y velar por los deseos del solicitante, se cumple la no maleficencia al evitar perjudicar la integridad del doliente. Por otro lado, el principio de justicia se coloca en práctica. El sistema sanitario debe garantizar la atención médica a todos los que necesiten y la existencia de enfermos desahuciados, contradice esta doctrina. La eutanasia cumple esto a estos solicitar el procedimiento, conociendo que van a fallecer con un dolor agónico si no actúan de igual manera, ignorar a los enfermos que se encuentran abandonados al no poseer ninguna mejoría y los cuidados paliativos son inalcanzables económicamente o no son suficientes para apaciguar el sufrimiento de este. Ahora bien, los requisitos para la eutanasia según la doctrina bioética garantizan una práctica que toma en cuenta la gran mayoría de aspectos para asegurar el consentimiento y otras condiciones. Estas son las siguientes: enfermedad que conducirá próximamente a la muerte, sufrimiento insoportable, consentimiento explícito del enfermo, intervención médica en la práctica de la eutanasia, revisión ética y notificación legal. Cada uno de estos parámetros deben cumplirse obligatoriamente para que la persona enferma pueda solicitar una eutanasia. La presencia de una enfermedad irreversible que deteriore progresivamente la salud del paciente, siendo avalado por una opinión profesional del médico se tendrá que validar. También, el sufrimiento insoportable para el paciente ya sea por falta de cuidados paliativos o el fallo de estos. La expresión de voluntad explícita del enfermo, requisito absolutamente necesario para considerar aplicar la eutanasia, ya que, se trata del consentimiento del individuo, sea antes de perder la capacidad de consentir mediante las voluntades anticipadas, o si este se encuentra en conciencia para efectuar esto. No obstante, el Institut Borja (2005) caracteriza una situación de hecho importante, la cual es la falta o incapacidad para consentir: (...) la exigencia de este requisito excluye las situaciones en que el enfermo, eventual sujeto de eutanasia, no pueda expresar explícita ni implícitamente su voluntad, ni lo haya hecho con anterioridad. Destacaríamos, entre otras, las difíciles situaciones de pacientes con graves alteraciones del nivel de conciencia y de niños con patologías muy graves incompatibles con una mínima calidad de vida. Las decisiones sobre su tratamiento y asistencia recaerán sobre aquellos que tienen la responsabilidad o tutela legal, quienes, con el asesoramiento médico y legal adecuados, procurarán velar siempre por su máximo bienestar y garantizar una praxis conforme al espíritu y a las supuestas intenciones del enfermo. En ninguno de estos casos se podrá aplicar una eutanasia en los términos que hemos descrito, ya que faltaría el elemento de la voluntariedad. En todos ellos, la decisión de poner fin a la vida del paciente requeriría un debate más amplio, ya que pueden converger factores de muy diversa naturaleza, y sería necesario buscar soluciones que deberían pasar por una formulación legal que permitiera el planteamiento del caso concreto… (p.5). La cita expresa las situaciones de falta de voluntad, y justamente se intenta proteger al enfermo cuando dicha opción no se conoce por razones ya determinadas. Por eso, la intervención del médico y la presencia de esta toma tanta importancia, debido a que es el encargado de garantizar en términos generales, las medidas en las cuales se va a proceder con la eutanasia. Evitar el dolor, los medios requeridos, atención psicológica, y presencia de una gran cantidad de profesionales integrales de la salud. Por último, y según el Institut Borja (2005): Toda práctica eutanásica deberá contar previamente con el visto bueno de un Comité de Ética Asistencial y, con posterioridad a su realización, deberá ser notificada a la autoridad pertinente a fin de que sea posible comprobar el cumplimiento de los requisitos exigidos (p.5). Con esto verificamos que el procedimiento eutanásico no es sencillo. Posee una serie de pasos vitales que deben de ser aplicados para continuar con este hecho. Todo esto para asegurar que es pertinente y válido proseguir los deseos de la persona. No sólo es la voluntad, a pesar de ser la piedra angular del proceso, también son otros parámetros que los médicos encargados deben adherirse, para así afianzar la noción de la muerte digna. 6. Cuidados paliativos y la Eutanasia Los cuidados paliativos devienen de una ciencia que no es nueva, esta lleva desarrollándose desde el siglo pasado. Evidentemente y con el avance de la tecnología y descubrimientos científicos ha logrado evolucionar aceleradamente. No obstante, esta situación no siempre fue así, el origen se remonta en los años de 1935 con la llegada de las sulfamidas y los antibióticos, es decir, la medicina preventiva. Al padecer una enfermedad, los profesionales de épocas antiguas conocían los síntomas específicos, pero no poseían los medios necesarios para contrarrestar sus efectos en el organismo. Como consecuencia, los pacientes fallecían a causa de falta de tratamientos efectivos y los profesionales de la salud de la época no podían actuar, teniendo que presenciar la agonía de estos. Al remontarse a la época bizantina y medieval durante las Cruzadas, se identifica a un conjunto de cristianos que se hacían llamar hospicios y acogían personas enfermas, terminales y desahuciados de las calles. Estos desaparecieron en el Renacimiento y aparecieron nuevamente en el siglo XIX, donde su función era la misma, y fue allí donde se les renombró como Hospice, lugar que brindaba refugio a los individuos menos afortunados de la sociedad de este período histórico (Trujillo Garrido, 2015, p. 21) Por tanto, los cuidados paliativos son una figura de la medicina que se encuentra en constante evolución y avance. La definición empleada es propuesta por la Asociación Europea de Cuidados Paliativos (como se citó por Trujillo Garrido, 2015): Los cuidados paliativos son el cuidado total y activo de los pacientes cuya enfermedad no responde a tratamiento curativo. Para hacer cuidados paliativos es primordial el control del dolor y de otros síntomas y de los problemas psicológicos, sociales y espirituales. Los cuidados paliativos son interdisciplinares en su enfoque e incluyen al paciente, la familia y su entorno. En cierto sentido hacer cuidados paliativos es ofrecer el concepto más básico de cuidar; lo que cubre las necesidades del paciente con independencia de dónde esté siendo cuidado, bien en casa o en el hospital. Los cuidados paliativos afirman la vida y consideran la muerte como un proceso normal; ni aceleran ni retrasan la muerte. Tienen por objetivo preservar la mejor calidad de vida posible hasta el final. (pp. 22-23). Siguiendo la última definición, los cuidados paliativos son una atención especializada que busca aliviar el sufrimiento de personas que se encuentran en un estado terminal y que normalmente no hay posibilidad de mejora en su salud. El reconocimiento del alcance de los cuidados paliativos no es únicamente brindar tranquilidad al paciente al momento de su fallecimiento, sino también para extender la vida del paciente en caso de que esta sea curable. Es decir, la medicina curativa y paliativa no son incompatibles. (Espinar, V. 2012, p. 175), así como también es importante brindar una atención psicológica y tratamientos que involucran el cariño, comprensión y un conjunto de valores que beneficien el transcurso del proceso natural de la muerte. Por otro lado, existe muchas posiciones contentivas en el aspecto de relacionar la eutanasia y los cuidados paliativos. Una cantidad de autores y dogmas consideran que los cuidados paliativos son una respuesta inmediata y proporcional a la aplicación de la eutanasia. La Iglesia Católica (1980) considera esto así, donde el tratamiento de los enfermos y la garantía de medios que beneficien significativamente en la agonía del afligido y así evitar a toda costa la voluntad eutanásica, que carece de validez por el vicio agónico que este ejerce sobre la psique de los dolientes. Aunado a esto, la posición de la autora Marie De Hennezel concuerda con la idea de que la eutanasia no es la solución, más bien, los cuidados paliativos son la verdadera opción para sobrellevar el sufrimiento humano. De Hennezel refiere que la idea de la mayoría de los casos de eutanasia se encuentra viciados desde un principio, ya que elimina la posibilidad de los pacientes de despedirse de sus seres queridos; así como también, considera que la eutanasia aumenta las posibilidades de una muerte prematura y sin agotar todos los medios posibles de atención curativa. Para contrarrestar lo anterior, los cuidados paliativos son necesarios y en ciertas ocasiones estos fallan por la falta de información de los médicos especializados de cuándo se debe de detener la asistencia curativa y proceder a acciones más relacionadas a evitar las dolencias persistentes para garantizar un mejor proceso y calidad de vida a los enfermos terminales. No obstante, también señala que existen casos excepcionales donde la eutanasia es una solicitud legítima de personas que desean mantener un control absoluto de como transcurrir sus últimos momentos de existencia. (Álvarez del Río, 2006, p. 43-50). Ahora bien, tenemos que reafirmar nuestra posición en relación con estos dos conceptos. En primer lugar, analizamos que la eutanasia y los cuidados paliativos deben estar integralmente relacionado, ya que la idea de que uno puede existir sin el otro no es concebible, son una unión simbiótica que no puede separarse. Siempre hay una opción, y la libertad de elección es vital para que el individuo considere cuál procedimiento o cuidado es el correcto para sí mismo en su proceso hacia una muerte digna. También esta visión de los cuidados paliativos como alternativa viable que se opone a la eutanasia posee deficiencias significativas; se subestima la capacidad del paciente de libre albedrío y se confunde la intención de la eutanasia, sobre todo en considerarla en distintos términos que no son conexos con su verdadera intención. Por ejemplo, la idea de que la auténtica decisión de un paciente de proceder con la eutanasia siempre esta viciada con la noción de que existen ciertos enfermos que se efectúa esto sin el consentimiento de este o que se agotan todas las medidas necesarias para atender las necesidades básicas del afectado; cabe destacar que, en primer término, lo anterior no es eutanasia. La eutanasia se caracteriza por priorizar sobre todas las cosas la voluntad genuina del enfermo terminal. En segundo término, es cierto que lo ideal es sobrevenir todas las medidas antes de acudir a la eutanasia, pero también es equitativamente verdadero que ciertos pacientes poseen un deseo real de acudir a este procedimiento, negando tratamientos médicos y que estos poseen total autonomía en efectuarlo, ya devendría de parte del médico corresponsal en aceptar si ayudar a su paciente en conceder esto, por no relacionarse directamente con la asistencia médica. Consecuentemente y reforzando la idea anterior, los cuidados paliativos también pueden fungir de forma complementaria, es decir, una vía ulterior a la eutanasia. Según Johannes Van Delden (1999) (citado por Álvarez del Río, 2006) “No debe haber eutanasia sin previos cuidados paliativos ni cuidados paliativos sin posibilidad de eutanasia”. (p. 196). Esto robustece la concepción de que la eutanasia debe de ser garantizada cuando la atención paliativa no es suficiente, ya sea que los medios empleados no suplen la necesidad de evitar el sufrimiento y agonía. Finalmente, la eutanasia y los cuidados paliativos no son opuestos, ni contrarios, no deben de excluirse mutuamente puesto que son elementos necesarios para el transcurso de la enfermedad del individuo que lo solicita, además como piedra angular se analiza la voluntad y autonomía del paciente, principal enfoque de la medicina paliativa, y subsecuentemente de la noción de la eutanasia como procedimiento médico válido. Ahora bien, las definiciones expuestas en el presente capítulo sirven de marco teórico desde una perspectiva internacional y doctrinaria, todo para comprender y analizar el tratamiento normativo de la eutanasia en Venezuela. Es por ello que a continuación se expondrá el orden de las fuentes del derecho, el desarrollo legislativo de cada instrumento legal presente que refiera a la eutanasia o temas íntimamente afines o relacionados a ello. REFERENCIAS Álvarez del Río, A. (2004). Práctica y ética de la eutanasia. Fondo de Cultura Económica. https://elibro.net/es/ereader/unimetve/109385?page=01 Berkidrow, R. La eutanasia desde la perspectiva de la bioética y la clínica ampliada. (2020). Rev. Bioét. vol.28 no.3 Brasília. 449-454 https://www.scielo.br/j/bioet/a/YGfxFfYZ4Jgjz5jWKPZBqfJ/?lang=es&format =pdf Bont, M., Dorta, K., Ceballos, J., Randazzo, A., & Urdaneta-Carruyo, E. (2007). Eutanasia: Una Visión Histórico - Hermenéutica. 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