Subido por Gabriel Correa

CAPÍTULO I CONCEPCIONES BIOETICAS Y JURIDICAS DE LA EUTANASIA

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CAPÍTULO I
CONCEPCIONES BIOETICAS Y JURIDICAS DE LA EUTANASIA
1.
Definición y breve reseña histórica de la eutanasia
La eutanasia es un procedimiento de larga data a través de la historia, por lo
que es pertinente describir los inicios de esta práctica que ha sido empleada durante
un largo período de tiempo. Evidentemente, siendo utilizada bajo diferentes
preceptos y contextos.
Antes del conocimiento de la práctica eutanásica y su aparición en la Grecia
Clásica, en períodos primitivos se han encontrado rastros de comportamiento
reiterado en estas comunidades de dejar fallecer a personas muy enfermas, e
incluso a personas ancianas. A petición de estas personas afectadas, las cuales se
aislaban en iglús para que éstas lograran alcanzar la muerte. De igual forma, se ha
identificado un tratamiento similar en las etapas antiguas, donde los encargados de
proporcionar esa práctica fueron designados a los hijos primogénitos para con sus
padres enfermos o ancianos. (Campos Calderón et al, 2001).
El primer indicio de uso del término se puede señalar en la Grecia Clásica,
pero bajo la idea de un suicidio eutanásico. La noción de la eutanasia en la época
de Grecia según Campos Calderón et al (2001).” el término eutanasia no se
empleaba para designar tales prácticas, las cuales eran catalogadas como ayuda a
morir o la acción directamente occisiva” (párr. 5). Es decir, no concurre con la idea
de la eutanasia anteriormente planteada; más bien, fungía como la definición del
suicidio. Muchos filósofos famosos de la época griega efectuaron esta práctica
ingiriendo la cicuta, poderosa droga mortal que acababa con la vida. Uno de esos
fue Diógenes, cayendo enfermo y procedió a realizarse este procedimiento para
terminar con su sufrimiento. En cuanto a la Antigua Roma, la presencia de la
eutanasia puede verse materializada de una manera similar con respecto a la Grecia
Clásica, incluso existían depósitos de cicuta para aquellos que mostraran un desdén
a la vida, ingiriendo esto y acabar con la misma.
El punto común de ambos converge en legalizar una visión eugenésica de
la eutanasia, específicamente a neonatos nacidos con grandes deformidades.
Platón desarrolló lo siguiente en la República Libro III (citado por Campos et al,
2001)
Por consiguiente, establecerás en nuestra república una jurisprudencia y una
medicina tales cuales acabamos de decir, que se limitarán al cuidado de los
que han recibido de la naturaleza un cuerpo sano y un alma hermosa. En
cuanto a aquellos cuyo cuerpo está mal constituido, se les dejará morir y se
castigará con la muerte a aquellos otros cuya alma sea naturalmente mala e
incorregible. (párr. 7)
Los Romanos prosiguieron el ejemplo griego, pero esta vez siendo escrito y
legalizado en la Ley de las Doce Tablas., autorizando a los padres de asesinar a
sus hijos si estos poseían problemas físicos degenerativos (Campos Calderón et al,
2001).
Durante el período del cristianismo, la noción del buen morir era repudiada
por la Iglesia Católica. Únicamente era aplicado a los heridos mortales de guerra y
aun así fue reprochado por el precepto de que la agonía y el sufrimiento era la gracia
de Dios. La legislación que definió el suicido fue totalmente modificada y castigó a
los que lo realizaban. Principalmente, se excomulgó y se evitó que aquellos que
efectuaran esta práctica no se les aplicará santa sepultura. Bont, M et al señala que”
durante doce siglos el suicidio se había convertido en el pecado mortal por
excelencia para los cristianos” (2007, p.36). Determinando así el comienzo de la
percepción negativa con respecto a esa visión de la eutanasia, que no es
equiparable al concepto de la modernidad. También un perjuicio grave en el
desarrollo de tesis y explicaciones que busquen explanar la definición de la
eutanasia en este período histórico.
No fue hasta el Renacimiento que se empezó a fundamentar ciertos
acercamientos que podía identificarse como el origen al verdadero enfoque de la
eutanasia. Consecuentemente, se reconoce eutanasia que produce la muerte como
el último acto en vida, para así, proporcionar ayuda a los enfermos terminales con
el buen morir, es decir, una muerte digna y sin sufrimiento (Bont, M et al, p.36).
Asimismo, se habla de un precepto similar a la eutanasia fundamentado por
Tomás Moro en su obra Utopía (citado por Campos Calderón et al, 2001)
Si bien a los incurables se les trataba de aliviar de sus enfermedades, si se
trataba de un mal que no tenía cura y que causaba continuo dolor eran
convencidos de que, en vista de que eran inútiles para las tareas de la vida,
molestos para los otros y una carga para sí mismos no dudasen en morir.
Además, pensasen en librarse de una vida tormentosa, procurándose la
muerte o que otro se las diese. (párr. 12)
Lo anterior es una aproximación legítima a lo que se conoce como la
eutanasia. Esta definición cumple un punto de partida primitivo en el contexto
histórico en el cual se estaba manifestando estas ideas con respecto al verdadero
significado de la muerte y el atentado en contra de la noción de la vida como ley
divina inquebrantable. Por tanto, la eutanasia y sus diversos significados cumplen
una evolución progresiva en el transcurso de la historia, desde su concepción como
un equivalente al suicido o con visiones para cumplir un orden eugenésico, hasta lo
que se desarrolla en la actualidad, que dista bastante de la definición principal
utilizada en la modernidad.
Desde el punto de vista etimológico, la palabra “eutanasia” proviene del
griego antiguo que significa “muerte buena”. Diferentes autores han adoptado
definiciones de la eutanasia, pero a grandes rasgos, todos atribuyen y se refieren a
lo mismo: el buen morir.
Una definición conservadora del término es presentada por Ricardo Royo
Villanova (citado por Jímenez Asúa, 1958), el cual define a la eutanasia en sentido
propio y estricto como:
(…) la muerte dulce y tranquila, sin dolores físicos ni torturas morales, que
puede sobrevenir de un modo natural en las edades más avanzadas de la
vida de un modo sobrenatural, como gracia divina o sugerida por una
exaltación de las virtudes estoicas, y que puede ser provocada
artificialmente, ya por motivos eugenésicos, bien con fines terapéuticos, para
suprimir o abreviar una inevitable, larga y dolorosa agonía; pero siempre
previa una reglamentación legal o el consentimiento del enfermo. (p.405).
La eutanasia en ningún momento es eugenésica. No obstante, la proposición
señala aseveraciones determinantes para la práctica de la eutanasia, por ejemplo,
la reglamentación legal y el consentimiento expreso del enfermo. A pesar de que
esta delimitación está desfasada, posee elementos importantes que caracterizan
los requisitos de la eutanasia en la modernidad.
Luego de pasado 15 años, Gonzalo Higuera (1973) citado por Campos
Calderón et al (2001)
la práctica que procura la muerte, o mejor, abrevia una vida para evitar
grandes dolores y molestias al paciente, a petición de este, de sus familiares
o, sencillamente, por iniciativa de tercera persona que presencia, conoce e
interviene en el caso concreto del moribundo. (párr. 29)
Por otro lado, una connotación de la eutanasia moderna es expuesta por el
Institut Borja de Bioética (2005) en los siguientes términos:
(...) eutanasia es toda conducta de un médico, u otro profesional sanitario
bajo su dirección, que causa de forma directa la muerte de una persona que
padece una enfermedad o lesión incurable con los conocimientos médicos
actuales que, por su naturaleza, le provoca un padecimiento insoportable y
le causará la muerte en muy poco tiempo. Esta conducta responde a una
petición expresada de forma libre y reiterada, y se lleva a cabo con la
intención de liberarlo de este padecimiento, procurándole un bien y
respetando su voluntad. (p.1)
Con lo anterior, se entiende entonces que la eutanasia es la conducta de un
médico que tiene lugar previo a la petición expresa, libre y continuada en el tiempo
del solicitante. Este cambio de perspectiva es importante, y esta es la aproximación
que en nuestro trabajo nos apegamos, puesto que se necesita una serie de pasos
para poder efectuar una eutanasia, siendo uno de los elementos más determinantes
el consentimiento expreso de la persona y la manifestación de su voluntad, así como
también la necesaria participación del profesional de la salud.
Partiendo de lo establecido anteriormente y verificando la evolución del
término consideramos que la eutanasia es un procedimiento médico mediante la
cual se produce la muerte por un médico a un paciente que padece una enfermedad
terminal o una persona que se encuentra en una dolorosa agonía con el fin de
acabar con su sufrimiento. Sería entonces también una forma de anticiparse a la
muerte con el fin de aliviar este dolor.
Es importante resaltar como requisitos conceptuales que la eutanasia debe
ser voluntaria, y esta voluntad debe ser expresada previamente para que podamos
decir que estamos frente a una propia eutanasia, es decir que debe haber un
consentimiento expreso del paciente; así como también el acto debe ser dirigido por
un tercero, obligatoriamente un médico, y debe realizarse con el fin de aliviar al
paciente del sufrimiento y dolor. En caso de que no esté presente alguna de las
características antes mencionadas, ya no estaríamos frente a la figura de la
eutanasia.
2.
Tipos de eutanasia
Existen dos tipos de eutanasia o dos tipos de procedimientos para llevarla a
cabo. En primer lugar, tenemos la figura de la eutanasia activa que es “la acción
encaminada para producir la muerte de un ser humano acorde con sus deseos.
Usualmente el acto es ejecutado por un médico” (Krauss, 2001, p.3); es decir, es la
administración de una dosis letal a un ser humano que tiene una enfermedad
terminal y que desea culminar su vida y acabar con su sufrimiento. Requiere
específicamente la acción de suministro de dicha dosis letal por parte de un tercero
(médico) para que esta se pueda llevar a cabo con la finalidad de que pueda
monitorear el proceso en todo momento y así atender cualquier complicación que
pueda sufrir el paciente.
Por otro lado, la eutanasia pasiva se entiende como la omisión de
tratamientos necesarios a un paciente terminal (Brassington, 2020, p.3). Es decir, la
eutanasia pasiva se refiere a producir la muerte de otra persona, motivada por su
propia voluntad y el mejor interés, mediante la inhibición de actuar o el abandono
del tratamiento necesario para mantener su vida. En este caso, también hay una
acción, pero ya no es la acción de suministrar sino la de “no hacer” u omisión.
Tras los tipos antes expuestos, nace una disyuntiva importante: ¿Qué
diferencia existe ahí entre la omisión y la acción?
En este sentido, afirma I. Álvarez Gálvez que, “en el fondo de la distinción
eutanasia activa – eutanasia pasiva subyace la idea de que existe una diferencia
moralmente relevante entre matar y dejar morir, siendo así que, si bien nunca está
permitido lo primero, a veces no está prohibido moralmente lo segundo”.
Parte de la doctrina considera que realmente existe una distinción entre la
acción y la omisión. Sin embargo, otra parte se apega a la tesis de J. Rachels (1992),
conocida como Equivalence Thesis, la cual afirma que no existe alguna diferencia
moralmente relevante entre ambos conceptos ya que en ambos casos el médico
actúa impulsado por los mismos motivos y con la misma finalidad y con ambos
obtuvieron el mismo resultado: La muerte del paciente.
De esta manera, quienes se apegan a la Equivalence Thesis realmente no
distingue de manera clara la diferencia entre la eutanasia pasiva y la activa
resaltando el fin común en ambos tipos y catalogándolos a ambos tipos dentro de
una misma denominación considerando que la omisión es también un tipo de acción
(J, Rachels, 1992, p.112). En consecuencia, a efectos de este trabajo de grado nos
apegaremos a la teoría de equivalencia expuesta anteriormente. La explicación
completa de esta teoría será presentada en el Capítulo III de este trabajo de
investigación.
3. El suicidio asistido y la diferencia con la eutanasia
A lo largo de la historia el suicidio se ha considerado en muchas ocasiones y
en diversos ordenamientos jurídicos como un delito, así como desde la perspectiva
religiosa como un pecado y desde lo social como un problema de salud pública. El
suicidio ha sido catalogado como un dilema bioético ya que ha constituido en sí una
controversia sobre la defensa de la autonomía y el derecho a la libertad en su
máxima expresión.
El suicidio asistido es considerado un tema muy controversial al rededor del
mundo, por lo que es considerada una práctica legal en muy pocos países. A pesar
de esto, los aspectos éticos que acarrean la ayuda para la muerte de los pacientes
siguen siendo ampliamente debatido. Para hablar del suicidio asistido es esencial
que lo definamos y que sepamos diferenciarlo de otras prácticas que conllevan al
mismo fin que es la muerte.
Para que nos podamos encontrar frente a la figura del suicidio, es esencial
que se cumplan dos requisitos. En primer lugar, que exista una persona que tenga
la voluntad de acabar con su vida, y en segundo lugar que este ejecute el acto que
ocasione su muerte.
La enciclopedia de Bioética y Bioderecho denomina al suicidio asistido de la
siguiente manera: “el suicidio asistido se refiere a la ayuda y la colaboración de
terceros en dicha acción, proporcionando conocimientos y medios materiales para
la disposición voluntaria de la propia vida”.
Por otro lado, Pryzgoda, P (1999) establece lo siguiente con respecto a la
definición: “El suicidio asistido es la prescripción o administración de drogas o
provisión de los medios necesarios por parte del médico con la intención explícita
de permitir a un paciente terminal finalizar con su propia vida”. (p.196). Es decir que
el suicidio medicamente asistido es la acción de una persona que sufre una
enfermedad terminal y que se encuentra en sufrimiento, para acabar con su vida.
Para esto, cuenta con la ayuda de un médico que le otorga los conocimientos y los
medios necesarios para hacerlo. Este profesional de la salud puede o no estar
presente en el momento de que su paciente se quita la vida, más la presencia de
este no es un requisito esencial.
Muchas personas suelen confundir la definición de suicidio médicamente
asistido con la eutanasia activa, pero esto es una concepción errónea ya que no se
trata de lo mismo. Al respecto, Del Río, A (2013) establece que “Se distinguen entre
sí porque en el suicidio asistido el médico se limita a proporcionar a la persona los
medios para que se suicide, pero no realiza la acción que causa la muerte”. (p.116)
Partiendo de este supuesto, podemos decir que la principal y más importante
diferencia entre la eutanasia y el suicidio asistido radica en quién realiza la acción
de administración directa de la dosis letal al paciente que ocasiona su muerte. En el
caso de la eutanasia, es el médico quien suministra la dosis letal y en el suicidio
asistido el mismo solo le facilita la dosis para que el paciente se la administre,
ocasionando su propia muerte.
Hay dos diferencias esenciales entre la eutanasia y el suicidio asistido. En el
suicidio asistido, ocurren una cadena que resulta en aquel que se va a suicidar. En
este sentido, se pone en funcionamiento una serie de acontecimientos continuados,
los cuales producen y llevan a la acción final de suicidio con el resultado de la
muerte. Por otro lado, a diferencia que, en la eutanasia, en el caso del suicidio
asistido, no nos encontramos frente a un enfermo terminal.
Aun cuando podemos identificar diferencias esenciales entre la eutanasia y
el suicidio asistido, ambas constituyen la última posibilidad de ejercer la autonomía
de la voluntad para aquellas personas que desean acabar con su vida ya sea por
razón de enfermedad o de indignidad. En este caso, podemos establecer entonces
que el suicidio asistido es una manera en la cual las personas pueden expresar su
voluntad de contar con una ayuda que les facilite el ejercicio de su autonomía
personal para morir.
En Venezuela, el suicidio asistido está tipificado como un delito en el Código
Penal, específicamente en el Artículo 412 del Código Penal que establece que: “El
que hubiere inducido a algún individuo a que se suicide o con tal fin lo haya ayudado,
será castigado, si el suicidio se consuma con presidio de siete a diez años” (Código
Penal, art 412).
En este caso, y analizando lo expuesto anteriormente, nuestra posición frente
a la legalización del suicidio medicamente asistido es positiva basándonos
esencialmente en el criterio de la dignidad humana. Es importante reiterar que, en
este caso, estamos hablando del suicidio medicamente asistido, es decir aquel en
el que existe la intervención o la ayuda de un médico calificado.
4. Posiciones doctrinarias y religiosas que contravienen la eutanasia
Con la perspectiva del significado de la Eutanasia. La existencia de teorías
que funcionan como antítesis o definiciones que del mismo son diversas. En
consecuencia, son identificables las siguientes definiciones:
En primer lugar, es importante definir la distanasia. Para Gonzalo Higuera
(1973) citado por Campos Calderón et al, se puede definir como:
la práctica que tiende a alejar lo más posible la muerte, prolongando la vida
de un enfermo, de un anciano o de un moribundo ya inútiles, desahuciados,
sin esperanza humana de recuperación, y utilizando para ello no sólo los
medios ordinarios, sino extraordinarios, muy costosos en sí mismos o en
relación con la situación económica del enfermo y de su familia. (párr. 44).
Así, la problemática de la distanasia concurre en que los pacientes al
someterse a esta cantidad de tratamientos intrusivos afectan su psique y sus
capacidades motoras. Por tanto, el objetivo principal de estos medios terapéuticos
se difumina, siendo que la aplicación de estos es buscar la mejoría del paciente,
pero al aplicarse estas medidas a pacientes terminales, en vez de salvarle la vida,
se le está produciendo una agonía. En consecuencia, es pertinente evitar el
ensañamiento terapéutico o, la distanasia (Gutiérrez, C. 2013, p. 174).
El entendimiento de la distanasia puede determinarse como una negación de
la eutanasia. No obstante, la mayoría de la comunidad científica rechaza dicho
procedimiento, además, se incluye hasta la Iglesia Católica como opositor de este.
Con esto, se ha desarrollado una terminación específica para evitar la distanasia
conocida como la LET (limitación del esfuerzo terapéutico, la cual constituye que
ciertos pacientes terminales no son capaces de seguir recibiendo tratamiento para
mantener la vida cuando este es extremadamente doloroso y que no conlleva
ningún resultado satisfactorio.
En vista de la forma de entender a la práctica, la distanasia y la eutanasia
son antítesis entre ambos. El primero busca mantener con vida a un paciente
terminal mediante todos los métodos posibles a emplear, generando un perjuicio en
este; mientras que el segundo busca que la agonía del paciente desaparezca. El
punto importante es reconocer la voluntad del paciente, aunque en la distanasia el
común denominador es que los parientes del afectado sean los intervinientes en la
decisión.
Por otro lado, es importante definir la adistanasia y su alcance con respecto
a la manera de interpretarla. Para Gutiérrez consiste en “no poner obstáculos a la
muerte o dejar de proporcionar al enfermo los medios extraordinarios que
retrasarían su muerte; equivale a permitir el proceso natural de la muerte”
(Gutiérrez, M. 2007, p. 63), es decir, busca permitir que el paciente fallezca para su
propio beneficio. No obstante, se ha equiparado la eutanasia pasiva con la
adistanasia, aun cuando el punto diferenciador consiste en que en la eutanasia
pasiva la omisión produce la muerte, mientras que en la adistanasia rehusar la
aplicación de un procedimiento no causa inmediatamente el fallecimiento del
paciente, más bien, se deja cursar el proceso natural de la misma. Cabe señalar
que la anterior figura consiste en proponer una solución a la distanasia.
Por último, la ortotanasia es una acepción que se relaciona con la eutanasia
y es una respuesta directa en contra de esta. Consecuentemente, la ortotanasia
es:
(…) la postura que tiende a conocer y respetar el momento natural de la
muerte de cada persona para evitar prolongar artificialmente cualquier tipo
de vida con medios desproporcionados extraordinarios, ni incidir en la
eutanasia. Consiste en permitir que la muerte le llegue al paciente
naturalmente. (Gutiérrez, M. 2007, p. 64)
Partiendo de esta definición, la postura de la ortotanasia es dicotómica con
respecto al de la eutanasia, fungiendo de contraparte y respuesta de la concepción
del respeto a la muerte natural, considerando así que la eutanasia no debe de ser
la solución lógica para el paciente.
Luego de haber expuesto ciertas definiciones que se oponen al término de la
eutanasia y lo que representa, es pertinente analizar las posiciones doctrinarias que
algunos autores esgrimen para negar este precepto, específicamente verificar una
perspectiva teológica-católica para analizar los presupuestos contrarios a esta
definición.
En primer lugar, uno de los aspectos que más es mencionado es la posición
católica para argumentar la inmoralidad e inviabilidad de la eutanasia. La Iglesia
Católica
ha
sostenido
que
la
eutanasia
es
una
forma
de
homicidio,
independientemente de la consideración del sufrimiento de la persona que desea
aplicar este procedimiento médico. De igual manera, la doctrina religiosa posee una
serie de lineamientos que determina el entendimiento del derecho a la vida y la
considera de carácter inviolable. Juan Pablo II en su obra Veritatis Splendor
condena firmemente todo lo relacionado y lo que conlleva la eutanasia. Podemos
ver que según las enseñanzas de la iglesia católica existen ciertos actos que son
intrínsecamente negativos y que contravienen el bien de la persona, así como
también las razones morales o circunstancias que intenten justificar estos hechos
no poseen validez alguna. Esto se debe fundamentalmente al objeto u origen del
hecho ilícito cometido (JP, Segundo, 1993, párr. 90). Equitativamente, este explica
y nombra una cantidad de acciones que la mayoría son perjudiciales e ilegales, y
dentro de esta serie de ilícitos incluye la eutanasia. El origen de la tesis expuesta
es la dignidad humana y el quebrantamiento de una ley divina, además de que todo
lo que signifique un perjuicio y que vaya en contra de la voluntad del Creador son
terminantemente inmorales y un atentado a la humanidad dentro de la doctrina
católica.
La descripción de que cualquier acción u omisión provoque la muerte
directamente de una persona es totalmente inaceptable e inmoral y atenta
sistemáticamente con la dignidad humana, es la base de la interpretación de la
eutanasia según la Iglesia Católica. Sin embargo, pareciera que la eutanasia pasiva
fuese permitida en casos extremos en concordancia con la tesis antes definida. En
consecuencia, según Sánchez Pérez, parafraseando a Juan Pablo Segundo,
establece que:
La interrupción de tratamientos médicos extraordinarios o desproporcionados
a los resultados “puede ser legítima” (no dice que necesariamente lo sea).
Esta interrupción de los tratamientos extraordinarios implicaría un rechazo
del vitalismo médico, del “encarnizamiento terapéutico”. Con esto “no se
pretende provocar la muerte; se acepta no poder impedirla”. En estos casos
las decisiones deben ser tomadas previamente por el paciente, mediante un
testamento vital, o, en situaciones de incompetencia, a través de su familia,
respetando siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos del propio
enfermo. (Sánchez Pérez, 2015, p. 313).
Mediante la cita anterior verificamos el reconocimiento de la figura de la
eutanasia pasiva, a la cual ya hemos figurado una definición. Por lo tanto, se acepta
que en ciertas situaciones los tratamientos que ya no generen una posible
recuperación del paciente pueden ser legítimamente retirados. El punto importante
que deviene toda esta disyuntiva es las razones las cuales esta es admitida; y esta
es que el fallecimiento según este precepto no es el fin último, más bien, se deja
que la muerte actúe por sí sola. Lo que fundamenta la principal diferenciación de la
doctrina teológica católica es que retirar los medios extraordinarios no atenta contra
la dignidad humana y el respeto a la vida, mientras que la eutanasia activa lo hace
de forma inmediata y proporcional.
Consecuentemente, es posible identificar que para la omisión de medios
extraordinarios debe de ser aplicada mediante el uso de las voluntades anticipadas
para sustentar el ánimo e intención del afectado, para que cuando este no posea el
discernimiento necesario, sean terceros quienes velen por el respeto a la voluntad
de este. Ahora bien, cabe señalar que la postura católica coincide con el significado
de la eutanasia pasiva, puesto que de la acción de suprimir resulta el fallecimiento.
Aunque, no es citada por nombre, pero si es expresada su definición. La
delimitación en la práctica de la diferencia entre acción y omisión suele ser compleja,
sobre todo al momento de evidenciar esto en situaciones de hecho en la vida real.
Por otro lado, también es esencial establecer a método complementario la
declaración Iura Et Bona sobre la eutanasia, debido a que esta funge como principal
base teológica escrita para la condenatoria de este procedimiento como un atentado
a la vida humana y a los valores éticos católicos. Este documento datado del año
1980 es la piedra angular para comprender la posición de la Iglesia Católica en
relación con una posible aplicación de la eutanasia y las consecuencias que esto
puede traer. Asimismo, la noción o significado de una legalización o permisología
de la eutanasia es expresado en el texto, pero con conclusiones para prohibir su
legislación, por tanto, este extracto fundamenta que “ninguna autoridad puede
legítimamente imponerlo ni permitirlo. Se trata en efecto de una violación de la ley
divina, de una ofensa a la dignidad de la persona humana, de un crimen contra la
vida, de un atentado contra la humanidad” (Iglesia Católica, 1980, párr. 18). Es
afirmativo que la misma consideración de efectuar una eutanasia concurre una falta
gravísima en el dogma católico. En este mismo sentido, ¿cuál es la respuesta de la
Iglesia para cuando no se cumpla las condiciones mencionadas con anterioridad y
sencillamente el paciente posee una enfermedad que es agonizante, pero éste no
se encuentra en estado de coma? Para contestar esta pregunta es pertinente
remitirse nuevamente la declaración Iura Et Bona sobre la eutanasia, ya que ésta
clarifica que a pesar de que el dolor y el sufrimiento en los últimos momentos de
vida son parte para el plan divino de Dios, el uso de analgésicos para aliviar esta
afección puede ser utilizados para contrarrestar esta misma. También, el calor
humano de sus familiares y la debida atención médica es primordial para evitar la
eutanasia como fin último. Es decir, un sinónimo primigenio de los cuidados
paliativos
Siguiendo este hilo argumentativo, la Iglesia Católica configura una serie de
principios que sostienen la moral cristiana y que secuencialmente son establecidos
para contradecir la eutanasia y sus razones generales de aplicación. Estos
principios son: el principio de la santidad de la vida; el principio del doble efecto;
principio de administración. Cabe destacar que, existen más presupuestos
descritos, pero los tres elegidos son los seleccionados por los doctrinarios católicos
para explicar doctrinariamente su posición con respecto al tema en cuestión.
En primer lugar, el principio de la santidad de la vida es el más utilizado y
esgrimido. Ya fue mencionado en párrafos anteriores, pero no fue desarrollado en
su totalidad. Por tanto, según Álvarez del Río (2004)
este principio está relacionado con la idea de que Dios es el único que puede
decidir el fin de la vida humana, razón por la cual la Iglesia prohíbe la
eutanasia. Sin embargo, esta institución ha establecido excepciones en las
que es legítimo terminar con la vida: 1) cuando se quita la propia vida o la de
otro por inspiración divina o de manera indirecta; 2) cuando se quita la vida
en defensa propia, atendiendo al orden jurídico o en caso de guerra; 3)
cuando se mata al tirano que carece de legítima autoridad. (p.101)
En este mismo sentido, el siguiente principio es el llamado de doble efecto y
es el más complejo y proporciona una cantidad de situaciones que pueden ser
pertinentes al momento de analizar la viabilidad de la eutanasia. Este planteamiento
busca percibir las acciones humanas y los efectos que estas sobrevienen.
Diferentes acciones, diversos resultados, pero en este principio el resultado de la
acción cometida es visualizado y adaptado a si posee repercusiones positivas, y a
su vez negativa, o, por el contrario. Con esto, la voluntad es la primera cuestión para
verificar y sobrellevar. Si la voluntad posee y produce positividad, éste será
considerado moralmente bueno, aunque arroje ciertas conclusiones negativas.
(Álvarez del Río, 2004,).
Subsecuentemente, el planteamiento de la administración es protagonizado
por la concepción del hombre como administrador de la vida. Este no es dueño de
esta, más bien la controla, pero no puede depender de ésta, sobre todo al
relacionarse con decisiones de autonomía sobre la disposición del cuerpo del
hombre y con referencia a su existencia. El propietario único es Dios y el hombre no
puede decidir en un precepto sagrado tal como la finalidad de su propia existencia,
en otras palabras, la muerte no puede ser objeto a determinación.
Ahora bien, la ejemplificación y exposición de la doctrina de la vida como
propiedad valor divino de la Religión Católica no es única dentro de las religiones
de origen Abrahámico, más bien, es persistentemente el común denominador para
explicar las razones de la inmoralidad eutanásica. Por consiguiente, la
argumentación central de dicha negativa está basada principalmente en la
prohibición de acabar con la vida en cualquier tipo de aspecto o contexto. La
impugnación consistente de estas creencias es por razón a estas proveer todas del
mismo árbol genealógico originario.
Existen diversas perspectivas doctrinales de diversos autores que
contravienen la eutanasia. Estas serán de utilidad para comprender con mayor
claridad la argumentación y enfoque de escritores que proponen alternativas
opuestas a la eutanasia como procedimiento médico. Con esto, el génesis de las
doctrinas éticas que perciben la eutanasia negativamente se recurre a la vida como
valor absoluto. Sigue de forma similar la doctrina religiosa, considerando que la vida
no puede ser intervenida o atentada por intervención humana, el transcurso natural
de las leyes naturales son las encargadas de propiciar la muerte de los seres
humanos.
En consecuencia, los autores que desarrollan esta tesis opositiva a la
eutanasia proponen y condenan su práctica en cualquier contexto. Para ejemplificar
lo anterior, según Pollard (1991) (citado por Ortega Díaz, 2016) “es moralmente
indeseable y éticamente malo intentar legislar sobre la supresión de vidas humanas
inocentes y que toda ley que lo autorice estará sujeta a abusos impredecibles” …
(p. 47). Con lo anterior se identifica un sentido de que la vida del ser humano es
inviolable en ninguna circunstancia, por tanto, una legislación que permita esta
situación de hecho es completamente impugnada por el autor en cuestión.
De igual manera, Devis-Morales (1997) complementa que la eutanasia es un
precepto que ha atentado injustificadamente las bases de la medicina convencional
y la del verdadero objetivo de la medicina; para dicho autor, la idea de la muerte
digna no es concebible, puesto que es parte del transcurso natural de la vida y que,
lo que verdaderamente debe de prevalecer es el derecho a la vida digna y todos los
métodos para agredir esta tiene que prevalecer terminantemente prohibido dentro
del mundo jurídico al contraer consecuencias como la rehumanización de la
muerte. (D, Morales, 1997, pp. 31-45).
Además, las propuestas de ambos autores promueven una tesis de
apreciación a la vida, rehusando fervientemente la legalización, o consideración
siquiera de la eutanasia como procedimiento médico. Las posiciones doctrinarias
expuestas caracterizan en un contexto negativo cualquier mecanismo que suprima
el mayor derecho del ser humano, el cual es la vida.
5. Concepciones bioéticas sobre la eutanasia
La aparición del término de la bioética se remonta desde los años 70, siendo
acuñado por primera vez por Van Rensselear Potter, el cual describe y titula en su
trabajo más famoso “Bioética: un puente hacia el futuro”. La etimología de la palabra
proviene de Grecia, con la conjunción de bio(vida) y ethos(ética), eventos
determinantes dentro de la vida del ser humano. La utilización de este significado
fue evolucionando y fue precisado como un verdadero concepto en el año 1973, dos
años después de su primera conceptualización por el mencionado autor.
Ahora bien, su significado según la Enciclopedia de Bioética (como fue citado
por María Jesús Goikoetxea, 2013) “el estudio sistemático de la conducta humana
en el área de las ciencias de la vida y del cuidado de la salud, en cuanto que dicha
conducta es examinada a la luz de los valores y de los principios morales” (p.10).
Analizando desde un punto de vista de un autor, Bedrikow (2020) fundamenta que
“La bioética es un campo de conocimiento multi e interdisciplinario que estudia la
conducta humana en las ciencias de la vida y la atención de la salud, a la luz de los
valores y principios morales” (p. 450). A partir de estas connotaciones, la bioética
es una rama que pertenece a la ética, que verifica y analiza sistemáticamente la
ciencia de la salud y los deberes complejos de los profesionales de la salud; su
alcance únicamente no abarca lo anterior, sino también la perspectiva ética de
distintas políticas públicas, procedimientos médicos complejos, la tecnología en la
medicina, la ética de los médicos y entre otras circunstancias que ocurren dentro de
esta área del conocimiento (M, Goikoetxea. 2013, p.10)
La doctrina ha fundamentado diversas teorías para analizar problemas que
intervienen con la bioética. El planteamiento de los cuatro principios de la bioética
es el código deontológico originario propuesto en el año 1978 por el Informe Belmont
y explicado a profundidad por Beauchamp y Childress un año después. Estos
preceptos fungen como base y teoría para el alcance de la bioética, los cuales, son
los siguientes: el principio de la beneficencia, de no maleficencia, autonomía y de
justicia.
El primero a explicar es el principio de la beneficencia. En primer lugar, y
según Goikoetxea (2013) “la obligación de procurar el bien a aquel del que me siento
responsable” (p.34). Es decir, entender que siendo el profesional de la salud este
posee la obligación moral y profesional de buscar el bienestar de su paciente. La
existencia
del concepto paternalista
de la
relación médico-paciente ha
evolucionado, cambiando esta noción para comprender la decisión de autonomía
propia del paciente, ya que éste es el afectado y es su cuerpo. La contradicción del
médico al considerar los deseos de su paciente puede procurar un impacto negativo
a este. Por lo tanto, la definición del principio de beneficencia no paternalista lo
desarrolla igualmente Goikoetxea (2013) “la obligación de procurar el bien a aquel
de quien me siento responsable respetando sus propios valores y proyecto de vida”
(p.34). Al extender el alcance de la connotación de este principio, proporciona tomar
en cuenta las propias decisiones del paciente, para mejorar sustancialmente la
relación entre estas dos figuras de la medicina.
El segundo principio es el de la no maleficencia, que consiste en la obligación
moral de no producir ningún perjuicio a la integridad propia de un ser humano.
Proposición fundamental para los médicos y profesionales de la salud, siendo una
de las más determinantes al practicar la medicina.
El principio de autonomía es el más importante que se relaciona con la
eutanasia, puesto que se coloca en práctica cada vez que el paciente solicita este
procedimiento médico, en los casos y países donde es legal dicha práctica. Según
Goikeotxea (2013) “obligación de cada sujeto a respetar sus propios principios y
valores y a desarrollar el proyecto de vida que ha elaborado en función de los
mismos” (p. 35). El respeto es una obligación moral que poseen todos los seres
humanos sobre las decisiones de los demás. Esto se refleja en la relación médicopaciente, los cuales deben obligatoriamente respetar los deseos de su paciente, es
intrínsecamente el respeto a la dignidad humana y la capacidad de decisión de una
persona con respecto a su propia salud y existencia. Tomando en cuenta que esta
decisión posee las características de acción autónoma: libre de imposiciones de
enfermedad mental, coacciones sociales y que está acorde al sistema de valores
de la persona (Goikeatxea, 2013, p. 35). Justamente, una de las manifestaciones
de este principio es mediante las voluntades anticipadas, documento fundamental
para expresar las decisiones con respecto a su propia salud que una persona puede
elegir en caso de que se pierda la capacidad de consentimiento y discernimiento en
un proceso de enfermedad degenerativa o terminal.
El último presupuesto de la bioética es la justicia, entendiéndolo como tratar
a los demás pacientes y brindar lo servicios sin ningún tipo de discriminación alguna,
ya sea por credo, raza o ideología política
De esta forma, la eutanasia está en consonancia dos de los principios antes
mencionados: el principio de beneficencia y el principio de autonomía. Según
Enmanuel (2005) (citado por Bekidrow 2020) “tanto la autonomía como la
beneficencia son argumentos a favor de la eutanasia. El principio de beneficencia
precede al de autonomía y ya estaba presente en el voto profesional de los médicos,
también conocido como el juramento de Hipócrates…” (p. 452). Al cumplir un
precepto, subsecuentemente el otro es respetado de igual manera. La beneficencia
desde el punto de vista del médico es procurar el bien de su paciente y la autonomía
es respetar los deseos de este. Por lo tanto, uno conduce al otro, al buscar el
beneficio del paciente respetando su propia decisión, ambos principios se cumplen
a la vez; uno por un lado al considerar la decisión de su paciente; el otro por
manifestar a su arbitrio su intención de sobrellevar una eutanasia, considerando las
condiciones esenciales para solicitar este procedimiento.
No obstante, el cumplimiento de los cuatro principios también es un hecho.
Como ya se mencionó en el párrafo anterior, los dos principios de autonomía y
beneficencia están comprendidos en la eutanasia, pero, también podemos
argumentar que los dos principios restantes: de no maleficencia y de justicia.
Igualmente están presentes en el análisis teórico. El fundamento de la no
maleficencia es sumamente importante dentro de la eutanasia. Una de las
situaciones que debe de evitar a toda costa el médico es generar un perjuicio en su
paciente o lesionar su integridad como ser humano, al no proseguir con las
directrices de la autonomía del paciente en la solicitud de la eutanasia, este está
ocasionando que persista el sufrimiento cuando ya se conoce que no es posible
actuar ni mejorar la condición de salud del enfermo, y seguir administrando
medicamentos intrusivos conduce al encarnizamiento terapéutico. Es decir, al
acceder y velar por los deseos del solicitante, se cumple la no maleficencia al evitar
perjudicar la integridad del doliente.
Por otro lado, el principio de justicia se coloca en práctica. El sistema sanitario
debe garantizar la atención médica a todos los que necesiten y la existencia de
enfermos desahuciados, contradice esta doctrina. La eutanasia cumple esto a estos
solicitar el procedimiento, conociendo que van a fallecer con un dolor agónico si no
actúan de igual manera, ignorar a los enfermos que se encuentran abandonados al
no poseer ninguna mejoría y los cuidados paliativos son inalcanzables
económicamente o no son suficientes para apaciguar el sufrimiento de este.
Ahora bien, los requisitos para la eutanasia según la doctrina bioética
garantizan una práctica que toma en cuenta la gran mayoría de aspectos para
asegurar
el
consentimiento
y
otras
condiciones.
Estas
son
las
siguientes: enfermedad que conducirá próximamente a la muerte, sufrimiento
insoportable, consentimiento explícito del enfermo, intervención médica en la
práctica de la eutanasia, revisión ética y notificación legal.
Cada uno de estos parámetros deben cumplirse obligatoriamente para que
la persona enferma pueda solicitar una eutanasia. La presencia de una enfermedad
irreversible que deteriore progresivamente la salud del paciente, siendo avalado por
una opinión profesional del médico se tendrá que validar. También, el sufrimiento
insoportable para el paciente ya sea por falta de cuidados paliativos o el fallo de
estos. La expresión de voluntad explícita del enfermo, requisito absolutamente
necesario para considerar aplicar la eutanasia, ya que, se trata del consentimiento
del individuo, sea antes de perder la capacidad de consentir mediante las
voluntades anticipadas, o si este se encuentra en conciencia para efectuar esto. No
obstante, el Institut Borja (2005) caracteriza una situación de hecho importante, la
cual es la falta o incapacidad para consentir:
(...) la exigencia de este requisito excluye las situaciones en que el enfermo,
eventual sujeto de eutanasia, no pueda expresar explícita ni implícitamente
su voluntad, ni lo haya hecho con anterioridad. Destacaríamos, entre otras,
las difíciles situaciones de pacientes con graves alteraciones del nivel de
conciencia y de niños con patologías muy graves incompatibles con una
mínima calidad de vida. Las decisiones sobre su tratamiento y asistencia
recaerán sobre aquellos que tienen la responsabilidad o tutela legal, quienes,
con el asesoramiento médico y legal adecuados, procurarán velar siempre
por su máximo bienestar y garantizar una praxis conforme al espíritu y a las
supuestas intenciones del enfermo. En ninguno de estos casos se podrá
aplicar una eutanasia en los términos que hemos descrito, ya que faltaría el
elemento de la voluntariedad. En todos ellos, la decisión de poner fin a la vida
del paciente requeriría un debate más amplio, ya que pueden converger
factores de muy diversa naturaleza, y sería necesario buscar soluciones que
deberían pasar por una formulación legal que permitiera el planteamiento del
caso concreto… (p.5).
La cita expresa las situaciones de falta de voluntad, y justamente se intenta
proteger al enfermo cuando dicha opción no se conoce por razones ya
determinadas. Por eso, la intervención del médico y la presencia de esta toma tanta
importancia, debido a que es el encargado de garantizar en términos generales, las
medidas en las cuales se va a proceder con la eutanasia. Evitar el dolor, los medios
requeridos, atención psicológica, y presencia de una gran cantidad de profesionales
integrales de la salud. Por último, y según el Institut Borja (2005):
Toda práctica eutanásica deberá contar previamente con el visto bueno de
un Comité de Ética Asistencial y, con posterioridad a su realización, deberá
ser notificada a la autoridad pertinente a fin de que sea posible comprobar el
cumplimiento de los requisitos exigidos (p.5).
Con esto verificamos que el procedimiento eutanásico no es sencillo. Posee
una serie de pasos vitales que deben de ser aplicados para continuar con este
hecho. Todo esto para asegurar que es pertinente y válido proseguir los deseos de
la persona. No sólo es la voluntad, a pesar de ser la piedra angular del proceso,
también son otros parámetros que los médicos encargados deben adherirse, para
así afianzar la noción de la muerte digna.
6. Cuidados paliativos y la Eutanasia
Los cuidados paliativos devienen de una ciencia que no es nueva, esta lleva
desarrollándose desde el siglo pasado. Evidentemente y con el avance de la
tecnología y descubrimientos científicos ha logrado evolucionar aceleradamente. No
obstante, esta situación no siempre fue así, el origen se remonta en los años de
1935 con la llegada de las sulfamidas y los antibióticos, es decir, la medicina
preventiva. Al padecer una enfermedad, los profesionales de épocas antiguas
conocían los síntomas específicos, pero no poseían los medios necesarios para
contrarrestar sus efectos en el organismo. Como consecuencia, los pacientes
fallecían a causa de falta de tratamientos efectivos y los profesionales de la salud
de la época no podían actuar, teniendo que presenciar la agonía de estos. Al
remontarse a la época bizantina y medieval durante las Cruzadas, se identifica a un
conjunto de cristianos que se hacían llamar hospicios y acogían personas enfermas,
terminales y desahuciados de las calles. Estos desaparecieron en el Renacimiento
y aparecieron nuevamente en el siglo XIX, donde su función era la misma, y fue allí
donde se les renombró como Hospice, lugar que brindaba refugio a los individuos
menos afortunados de la sociedad de este período histórico (Trujillo Garrido, 2015,
p. 21)
Por tanto, los cuidados paliativos son una figura de la medicina que se
encuentra en constante evolución y avance. La definición empleada es propuesta
por la Asociación Europea de Cuidados Paliativos (como se citó por Trujillo Garrido,
2015):
Los cuidados paliativos son el cuidado total y activo de los pacientes cuya
enfermedad no responde a tratamiento curativo. Para hacer cuidados
paliativos es primordial el control del dolor y de otros síntomas y de los
problemas psicológicos, sociales y espirituales. Los cuidados paliativos son
interdisciplinares en su enfoque e incluyen al paciente, la familia y su entorno.
En cierto sentido hacer cuidados paliativos es ofrecer el concepto más básico
de cuidar; lo que cubre las necesidades del paciente con independencia de
dónde esté siendo cuidado, bien en casa o en el hospital. Los cuidados
paliativos afirman la vida y consideran la muerte como un proceso normal; ni
aceleran ni retrasan la muerte. Tienen por objetivo preservar la mejor calidad
de vida posible hasta el final. (pp. 22-23).
Siguiendo la última definición, los cuidados paliativos son una atención
especializada que busca aliviar el sufrimiento de personas que se encuentran en un
estado terminal y que normalmente no hay posibilidad de mejora en su salud. El
reconocimiento del alcance de los cuidados paliativos no es únicamente brindar
tranquilidad al paciente al momento de su fallecimiento, sino también para extender
la vida del paciente en caso de que esta sea curable. Es decir, la medicina curativa
y paliativa no son incompatibles. (Espinar, V. 2012, p. 175), así como también es
importante brindar una atención psicológica y tratamientos que involucran el cariño,
comprensión y un conjunto de valores que beneficien el transcurso del proceso
natural de la muerte.
Por otro lado, existe muchas posiciones contentivas en el aspecto de
relacionar la eutanasia y los cuidados paliativos. Una cantidad de autores y dogmas
consideran que los cuidados paliativos son una respuesta inmediata y proporcional
a la aplicación de la eutanasia. La Iglesia Católica (1980) considera esto así, donde
el tratamiento de los enfermos y la garantía de medios que beneficien
significativamente en la agonía del afligido y así evitar a toda costa la voluntad
eutanásica, que carece de validez por el vicio agónico que este ejerce sobre la
psique de los dolientes.
Aunado a esto, la posición de la autora Marie De Hennezel concuerda con la
idea de que la eutanasia no es la solución, más bien, los cuidados paliativos son la
verdadera opción para sobrellevar el sufrimiento humano. De Hennezel refiere que
la idea de la mayoría de los casos de eutanasia se encuentra viciados desde un
principio, ya que elimina la posibilidad de los pacientes de despedirse de sus seres
queridos; así como también, considera que la eutanasia aumenta las posibilidades
de una muerte prematura y sin agotar todos los medios posibles de atención
curativa. Para contrarrestar lo anterior, los cuidados paliativos son necesarios y en
ciertas ocasiones estos fallan por la falta de información de los médicos
especializados de cuándo se debe de detener la asistencia curativa y proceder a
acciones más relacionadas a evitar las dolencias persistentes para garantizar un
mejor proceso y calidad de vida a los enfermos terminales. No obstante, también
señala que existen casos excepcionales donde la eutanasia es una solicitud legítima
de personas que desean mantener un control absoluto de como transcurrir sus
últimos momentos de existencia. (Álvarez del Río, 2006, p. 43-50).
Ahora bien, tenemos que reafirmar nuestra posición en relación con estos
dos conceptos. En primer lugar, analizamos que la eutanasia y los cuidados
paliativos deben estar integralmente relacionado, ya que la idea de que uno puede
existir sin el otro no es concebible, son una unión simbiótica que no puede
separarse. Siempre hay una opción, y la libertad de elección es vital para que el
individuo considere cuál procedimiento o cuidado es el correcto para sí mismo en
su proceso hacia una muerte digna. También esta visión de los cuidados paliativos
como alternativa viable que se opone a la eutanasia posee deficiencias
significativas; se subestima la capacidad del paciente de libre albedrío y se confunde
la intención de la eutanasia, sobre todo en considerarla en distintos términos que no
son conexos con su verdadera intención. Por ejemplo, la idea de que la auténtica
decisión de un paciente de proceder con la eutanasia siempre esta viciada con la
noción de que existen ciertos enfermos que se efectúa esto sin el consentimiento
de este o que se agotan todas las medidas necesarias para atender las necesidades
básicas del afectado; cabe destacar que, en primer término, lo anterior no es
eutanasia. La eutanasia se caracteriza por priorizar sobre todas las cosas la
voluntad genuina del enfermo terminal. En segundo término, es cierto que lo ideal
es sobrevenir todas las medidas antes de acudir a la eutanasia, pero también es
equitativamente verdadero que ciertos pacientes poseen un deseo real de acudir a
este procedimiento, negando tratamientos médicos y que estos poseen total
autonomía en efectuarlo, ya devendría de parte del médico corresponsal en aceptar
si ayudar a su paciente en conceder esto, por no relacionarse directamente con la
asistencia médica.
Consecuentemente y reforzando la idea anterior, los cuidados paliativos
también pueden fungir de forma complementaria, es decir, una vía ulterior a la
eutanasia. Según Johannes Van Delden (1999) (citado por Álvarez del Río, 2006)
“No debe haber eutanasia sin previos cuidados paliativos ni cuidados paliativos sin
posibilidad de eutanasia”. (p. 196). Esto robustece la concepción de que la
eutanasia debe de ser garantizada cuando la atención paliativa no es suficiente, ya
sea que los medios empleados no suplen la necesidad de evitar el sufrimiento y
agonía.
Finalmente, la eutanasia y los cuidados paliativos no son opuestos, ni
contrarios, no deben de excluirse mutuamente puesto que son elementos
necesarios para el transcurso de la enfermedad del individuo que lo solicita, además
como piedra angular se analiza la voluntad y autonomía del paciente, principal
enfoque de la medicina paliativa, y subsecuentemente de la noción de la eutanasia
como procedimiento médico válido.
Ahora bien, las definiciones expuestas en el presente capítulo sirven de
marco teórico desde una perspectiva internacional y doctrinaria, todo para
comprender y analizar el tratamiento normativo de la eutanasia en Venezuela. Es
por ello que a continuación se expondrá el orden de las fuentes del derecho, el
desarrollo legislativo de cada instrumento legal presente que refiera a la eutanasia
o temas íntimamente afines o relacionados a ello.
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