Padre JUAN SOLERI BALLATORE Nació en Italia el 3 de Diciembre de 1873; profesó en Italia el 29 de Septiembre de 1896; llegó a Venezuela a fines de 1897; sacerdote en Valencia el 1º de Noviembre de 1899; pasó a Colombia en 1923; murió el 12 de Mayo de 1950 en Colombia; a los 76 años de edad, 55 de profesión y 50 de sacerdocio. Carta Mortuoria Bogotá, 30 de mayo de 1950 Queridos Hermanos: Con el más vivo dolor os comunico la muerte del queridísimo Hermano, Profeso Perpetuo, Sacerdote JUAN SOLERI, acaecida en Cúcuta, Colombia, el 12 de los corrientes. Había nacido en Frassino (Cúneo, Italia) el 3 de Diciembre de 1873, hijo de José Soleri y Dominga Ballatore de Soleri, familia de modestas condiciones sociales, pero rica en fe y amor al trabajo, en la que Juan aprendió las virtudes características de su vida. Tenía 18 años de edad cuando, obediente a la llamada del Señor, entró como Hijo de María en nuestra Casa de Sampierdarena. De ingenio perspicaz y de memoria extraordinaria, hizo en tres años sus estudios de Gimnasio y en los primeros días de Octubre de 1894 pasó al Noviciado de Ivrea, donde el 15 de Noviembre recibió la sotana de manos del Siervo de Dios, Don Miguel Rúa. Hechos los dos años de Filosofía, en 1897 -movido por el deseo de consagrarse al apostolado- partió para VENEZUELA, que fue su primer campo de trabajo. Lleno de salud y de entusiasmo se entregó totalmente a la vida salesiana como asistente y maestro en nuestro Colegio de Valencia, donde gozó de la estimación y cariño de superiores y alumnos, los cuales admiraban en él no sólo la inteligencia sino especialmente su gran espíritu de sacrificio. Ordenado de sacerdote en 1900, fue destinado al año siguiente a la fundación de la nueva Casa de Maracaibo, en calidad de Prefecto. Allá lo conoció en 1903 el venerado Don Pablo Albera en su visita, admirando su celo y espíritu de sacrificio a toda prueba. Al año siguiente fue nombrado Director y se dedicó con todo entusiasmo sobre todo a ampliar los locales y a organizar las clases del colegio. Su celo por las almas no tenía límites. Después de una semana de fatigas en un clima tórrido y una casa incómoda, los domingos y fiestas encontraba tiempo para atender espiritualmente a una parroquia abandonada a la orilla del mar, tan expuesta a los vientos y tormentas que para llegar, en una endeble embarcación, muchas veces expuso su vida. Só10 su fuerza de voluntad y habilidad personal lo salvaron de seguros naufragios. Dadas las dificultades del local y del clima, los superiores determinaron cerrar la Casa de Maracaibo y en 1910 el Padre Soleri fue encargado de trasladar la Obra a Táriba. Fue en este campo donde desplegó toda su admirable energía juvenil y su laboriosidad salesiana. Había que construir el Colegio desde los cimientos. Faltaban los medios, los obreros, los materiales de construcción y a menudo las revoluciones turbaban la tranquilidad pública. Pero nada detenía el entusiasmo del Padre Soleri. Mientras dirigía en locales provisorios el naciente colegio, se dedicaba a recoger dinero entre los amigos, preparaba los materiales, dirigía los obreros y hasta se adentraba en las montañas cercanas, conviviendo con los obreros por semanas enteras para controlar el corte y las condiciones de la madera necesaria para la construcción. Así, en dos años, la ciudad, con gran sorpresa, vio cómo se levantaba un modesto pero amplio colegio, capaz de acoger un centenar de internos y unos 150 externos. En aquellos tiempos y en aquel ambiente esto pareció un verdadero milagro de la actividad salesiana. Bien pronto el colegio se llenó de alumnos, la fama del método salesiano y el éxito sorprendente de los estudios se extendió por toda la región. El Padre Soleri rápidamente llegó a ser la persona más estimada del Táchira por su actividad en el trabajo, por su habilidad extraordinaria en el campo de la educación, por su rectitud e imparcialidad de juicio en los pleitos públicos, por su caridad para con todos y por su espíritu sacerdotal. Varias veces, en tiempo de revolución, los jefes de los bandos opuestos confiaban a él sus tesoros como al amigo más fiel. Él, generoso con todos, a veces recibía y ocultaba al mismo tiempo, en el Colegio, a unos y a otros, sin que ellos lo supieran, prodigando a todos consejo y consuelo en sus pruebas. En una circunstancia muy difícil, cuando el vencedor de una revolución mantenía ya desde hacía meses en la cárcel a un sacerdote, con gran escándalo de los católicos, y ni el obispo ni el clero habían logrado obtener su liberación, el Padre Soleri, después de encomendarse al Señor, con su calma, caridad y santa astucia, se entrevistó con el poderoso jefe y obtuvo lo que ninguno había podido obtener. Menudo Creador de sólida doctrina y popular, era llamado a menudo a predicar acá y allá en las parroquias cercanas; en los casos difíciles el clero recurría a él para consejo y ayuda. Era el amigo, el consejero de todos, sin distinción de partidos ni de política. Pero aún más altas y heroicas eran las aspiraciones de su celo sacerdotal. Varias veces había manifestado a los Superiores el deseo de trabajar en los Leprocomios. En 1923 fueron satisfechos sus deseos, cuando fue nombrado Director del Lazareto de Contratación, Colombia. Ese fue su campo de acción por 26 años. Conocido el ambiente, como buen salesiano se preocupó por mejorar las condiciones de los muchachos y de los jóvenes que vagaban por el lazareto. Dotado de una habilidad especial para recoger dinero, terminó el Asilo San Evasio para niños leprosos. Luego comenzó a ocuparse de los muchachos sanos, expuestos al peligro de contagio material y moral. En el mismo lazareto edificó varios locales para talleres. Después de unos años, los muchachos aumentaron, tanto que los edificios fueron insuficientes. Entonces de acuerdo con los superiores y con el Gobierno, decidió resolver el problema en grande: recoger a todos los jóvenes sanos, hijos de leprosos del lazareto y educarlos en un buen clima. Así, mientras se salvaban del contagio, se preparaban para la vida. Surgió de este modo el Asilo del Guacamayo, a 12 kilómetros de Contratación, en un amplio valle, de magnífico clima. Pero cuántas dificultades para comprar el terreno, para construir los edificios, en una región sin carreteras y lejos de los centros habitados! El Instituto está en actividad desde 1930, año en que se estableció allí el Padre Soleri como Director. Hoy acoge más de 500 niños y jóvenes, que van desde los pocos meses de vida, hasta los 18 años. A estos jóvenes se les forma cristianamente, hacen su primaria y trabajan en el campo y en los talleres. Cuántos no son hoy los que bendicen al Padre Soleri, que se sacrificó para redimirlos del mal físico y moral y formarlos para la vida! El Padre Soleri, entre 1923 y 1947 se alternó en la dirección de Contratación y El Guacamayo. En el Lazareto no fueron menos meritorias sus obras. Consciente de su deber parroquial, no se contentaba con predicar, confesar y administrar los santos sacramentos, sino que como buen pastor vigilaba a su grey, llamaba al orden a los escandalosos, reconciliaba a las familias, aplacaba las discordias, aconsejaba y ayudaba en todos los modos a los leprosos, los cuales acudían a él en todas sus necesidades materiales y morales como a un Padre, siempre dispuesto a hacer el bien a todos. Su autoridad moral se extendía no sólo a los leprosos, sino también a las autoridades civiles, las cuales, si bien en aquel tiempo estaban poco dispuestas hacia el sacerdote, se plegaban a sus consejos y se sometían a sus justas exigencias. Muchas veces se encontró en graves desacuerdos con las autoridades y con los particulares. Pero con su calma, su paciencia y especialmente con sus bromas y chistes, logró dominar los espíritus más indómitos y atraerlos a todos de su parte. Había adquirido tal dominio y autoridad que todos lo tenían por árbitro y consejero. En los últimos años de su vida, ya casi ciego, se dejaba conducir por su mula a los puntos más distantes de su inmensa parroquia, yendo de pueblo en pueblo como verdadero misionero ambulante. Pasaba meses enteros predicando y administrando los sacramentos, con un celo y una resistencia sorprendentes. Pero por desgracia, llegó también para él, contra su voluntad, la hora de suspender sus actividades, a causa de los achaques de la vejez. A mediados de 1949, un grupo de amigos y cooperadores, después de muchos años de insistir, decidieron preparar en Cúcuta, importante ciudad colombiana en la frontera con Venezuela, una fundación salesiana y me pidieron que les enviara un sacerdote que los animara a lo menos con su presencia para tal propósito. El querido Padre Soleri, que a duras penas se resignaba a la inacción y que conocía a muchos amigos y exalumnos de aquella ciudad, desde cuando era Director de Táriba, se ofreció para prestar aquel servicio a la Congregación. Huésped de un óptimo cooperador salesiano, dirigía y aconsejaba al Comité que llevaba adelante la construcción del futuro colegio. Al mismo tiempo hacía de capellán de una comunidad de Hermanas de San Vicente y se dedicaba al ministerio de las confesiones. Se alegraba al ver que, aunque viejo y casi ciego, podía aún hacer bien a las almas. A principios de enero de este año, quiso venir a hacer los Ejercicios Espirituales a Bogotá, para tener la satisfacción de encontrarse con sus Hermanos. Pero apenas llegó a esta altiplanicie, fue atacado por un gran malestar y tuvo que someterse a una terrible operación, que lo mantuvo entre la vida y la muerte por casi dos meses. Apenas se recuperó, dado que su corazón se había resentido bastante, los médicos le aconsejaron que volviera a Cúcuta. Allí se sintió revivir y emprendió de nuevo sus ocupaciones con todo fervor. Pero ya le había llegado su hora. La noche del 12 de mayo, después de una jornada en que se había sentido muy bien, hacia las 9 pm. lo sorprendió un ataque de corazón. La buena familia que lo hospedaba llamó al médico. Se le aplicaron los remedios de ocasión, pero no fue posible normalizar el corazón. Después de una hora expiró dulcemente, no sin antes haber recibido la Extrema Unción, de manos del Párroco. Al día siguiente volé a Cúcuta para asistir al entierro. Su cadáver fue expuesto en la Iglesia Parroquial, donde por la mañana se celebró la Misa de cuerpo presente. Por la tarde tuvo lugar el solemne funeral, al que tomó parte toda la ciudad. El Director de la Casa de Táriba vino con un grupo de alumnos para los funerales. Otro grupo de exalumnos los había precedido para pedir que el cadáver fuera trasladado a Táriba, donde toda la población lo esperaba. Conociendo cuánto era estimado y amado al otro lado de la frontera, en Táriba, donde él había trabajado con tanto celo, condescendía de buena gana, seguro de que interpretaba los deseos del querido difunto. Por eso, después del funeral, en lugar de dirigirnos al cementerio, nos fuimos a Venezuela, con una larga comitiva de autos. Pasada la frontera, en el atrio de la Iglesia de San Antonio, se cantó el último responso y nos separamos. La comitiva siguió su viaje, hasta Táriba, donde fue recibido como en triunfo por una multitud de amigos y admiradores. Pasada la noche en cámara ardiente en la Iglesia Parroquial, al día siguiente recibió sepultura. Así, por disposiciones admirables de la Divina Providencia, sus restos descansan donde comenzó su apostolado. De cuanto he escrito se puede comprender qué temple de salesiano tenía el Padre Soleri! Fue un sacerdote celoso, un insigne educador, un trabajador incansable, iluminado por una fe viva y acompañado por un alma fuerte, que no conocía obstáculos cuando se trataba de hacer el bien. Ciertamente el Señor les ha reservado un premio al lado de Don Bosco, a estos generosos hijos. Pero quién nos asegura que el Padre Soleri no habrá de pasar por el Purgatorio? Recemos por lo tanto por su eterno descanso. Recordad también a vuestro afectísimo en Cristo Jesús', Padre José Bertola Inspector