Siempre hay que dar gracias...a Dios

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Siempre hay que dar gracias a Dios
El Salto de Aldeadávila es una magnífica obra hidroeléctrica que construyó Iberduero (Iberdrola)
en el Duero, en su tramo internacional, donde el río es frontera natural entre España y Portugal. Se
trata de un espacio de gran belleza donde todo es espectacular, tanto la obra humana (la presa y la
central hidroeléctrica excavada en la roca), como la obra que la Naturaleza ha configurado allí (el
gran cañón que, durante miles y miles de años, el río ha ido excavando en el terreno).
El lugar es muy atractivo y todos los años recibe un gran número de visitantes, pero el encanto
de este sitio se ve empañado por la dificultad que encierra llegar hasta allí; pues, debido a lo
abrupto del terreno, acceder hasta el Salto no es fácil.
Para salvar el gran desnivel existente (varios centenares de metros) entre la penillanura de la
meseta, y las orillas del Duero, hay que seguir una carretera que está conformada por infinidad
de curvas, cada cual más cerrada, a lo que hay que sumar la fuerte pendiente del terreno; todo ello
determina que, incluso para los conductores más avezados, la bajada al salto sea bastante
complicada ya que es preciso mantener un estrecho control de la velocidad si no queremos
precipitarnos al vacío a la vuelta de cualquier curva.
Al llegar al Salto, la carretera sigue directa hacia la central; pero si deseamos ir al poblado, donde
vivían los empleados de la empresa, hay que desviarse a la izquierda mediante un ramal que forma
una curva cerrada, de 180 grados.
Un día de verano, allá por la década de 1980, concretamente, un lunes por la mañana, iba yo al
Salto de Aldeadávila y, al llegar allí, cuando estaba a punto de tomar el ramal de la izquierda para
desviarme hacia el poblado, vi que por la carretera que lleva a la central subía un camión grúa que
llevaba encima un vehículo. Paré a la derecha, apartando un poco el coche, para favorecer el paso
del camión que subía, y cuando llegó a mí altura pude ver la carga que transportaba que resultaron
ser los restos de una furgoneta. La parte frontal estaba totalmente hundida, también lo estaban el
techo, ambos lados, la zona trasera...no había ninguna parte intacta. Por supuesto, no había
sobrevivido ningún cristal al impacto y, además, le faltaban algunas ruedas.
Al advertir el penoso estado en el que había quedado el vehículo siniestrado me sobrecogí
pensando en el brutal accidente que debía haber ocurrido, y en las pobres víctimas que irían en su
interior
Aquel mes el médico del Salto estaba de vacaciones, y yo era su sustituto; por ello, el motivo
de ir allí no era otro que hacer la consulta. Como era el médico en funciones, me extrañó mucho
no haber sido avisado para tratar a los heridos. Al ser el terreno es tan escarpado por estos lares, y
estar la carretera bordeada de precipicios, casi todos los accidentes que ocurren por aquí son
graves; por ello, considerando el estado en el que había quedado de la furgoneta, buscando una
explicación lógica respecto al motivo de no haber sido requerido para atender a los accidentados,
pensé que el siniestro debió haber sido tan brutal, que los ocupantes no habían resultado heridos
sino algo mucho peor. La guardia civil, siempre tan eficaz, seguramente habría llamado
directamente al forense. Con estos pensamientos tan poco tranquilizadores llegué a mi destino (en
aquellos tiempos, no existía el 112 y, cuando ocurría algún accidente, se avisaba directamente al
médico del lugar, y a la guardia civil).
Tenía como compañero de trabajo a “un practicante” (entonces a los enfermeros/as se les llamaba
así) que, como empleado de Iberduero que era, vivía en el poblado con el resto de sus compañeros;
cuando le vi, le conté que había visto la furgoneta y le pregunté por el accidente
Mi colega, una persona muy agradable y con gran sentido del humor, siempre tenía ganas de
cháchara. Como vivía allí, en el Salto, estaba seguro que a él sí le habrían avisado para atender a
los accidentados.
Lo cierto es que no apreciaba en su cara rastro alguno de preocupación por la tragedia ocurrida,
un hecho que atribuí a que se trataba de un hombre experimentado, con muchos años de profesión,
y debía estar acostumbrado a ver todo tipo de accidentes, cada cual más trágico. Por ello, ya estaba
“vacunado” ante este tipo de catástrofes -especialmente dura debió ser la etapa de construcción del
Salto pues, durante ese período de tiempo, hubo numerosos accidentes con bastantes víctimas
mortales-.
Para ser un buen sanitario, si quieres ser objetivo y eficaz en tu labor, hay que aprender a no
implicarse emocionalmente con los pacientes. Por lo visto, el practicante, este aspecto de la
profesión lo dominaba perfectamente; en cambio, yo tenía aún mucho que aprender: sólo había
visto la furgoneta, y todavía seguía angustiado pensando en las víctimas.
Aún faltaba casi media hora para comenzar la faena y el compañero sugirió que, mientras
tomábamos un café, me contaría lo sucedido con todo detalle.
Las ventanas del bar tenían unas magníficas vistas hacia Duero y la orilla portuguesa, elegimos
una mesa al lado de una de ellas para tomar nuestro café, y una vez sentados el practicante
comenzó a relatar lo sucedido.
- Empezaré desde el principio, dijo mi interlocutor. El accidente de la furgoneta, que has visto en
la grúa, ocurrió ayer tarde. El vehículo es de unas monjas…de un colegio de Salamanca, no sé
exactamente de qué
congregación. Eran 7
monjas.
- ¿Eran? - pregunté
asustado- ¿Pero han
muerto todas?
Mi compañero, en
ese momento, estaba
bebiendo un poco de
café y levantó la
mano con la palma
hacia
a
mí,
indicándome que me
esperara. Dejó la taza
en el plato, y
continuó su relato.
Habían
venido de excursión,
a ver los saltos de
El terreno por estos lares es muy abrupto
Saucelle
y
Aldeadávila, así que
imagino que saldrían de Salamanca a media mañana, pasarían por Vitigudino, hasta Lumbrales,
y bajarían por Hinojosa al Salto de Saucelle. Creo que comieron allí, a las orillas del Duero.
Seguro que llevaban merienda ¡menudas son las monjas, como para gastar dinero en restaurantes!
Descansarían algo, subirían hasta Saucelle, pasarían por tu pueblo, y llegaron aquí sobre las
cinco de la tarde.
Las palabras del compañero me estaban dejando algo confuso. No comprendía cómo, después
de la tragedia ocurrida, éste, en vez de ir directamente al hecho y comentar los pormenores del
accidente, estaba tan despreocupado, narrando lo ocurrido, con tanto detalle, y encima añadiendo
comentarios de su propia cosecha.
- La furgoneta era una DKV; en la parte delantera iban la conductora, que tenía poca
experiencia, con la superiora, y detrás iban las demás. ¡Imagínate una furgoneta llena de monjas,
con una hermana novata conduciendo por estas carreteras! ¡Todavía no sé como bajaron al Salto
de Saucelle y subieron después, sin que les pasara nada!
Bueno, pues por lo visto, cuando han llegado a esta carretera y han empezado a bajar; la
conductora, en vez de meter marchas cortas para controlar la velocidad, venía frenando todo el
rato; y claro… son muchos km… mucha pendiente… se le calentaron los frenos…y pasó lo que
tenía que pasar.
Mi informante, entonces, hizo otra pausa, acabó el café, y encendió un cigarro; le dio unas
chupadas, disfrutando del mismo, y se dispuso a seguir narrando lo acontecido.
Yo estaba hasta nervioso esperando enterarme de lo sucedido, y mi asombro por la actitud del
compañero aumentaba por momentos. ¡Hay que ver los rodeos que estaba dando para contarme lo
sucedido! ¡Como si no le importaran nada las monjas! (La verdad es que para estos casos, las
religiosas tienen enchufe directo para ir al cielo. Pero hombre, un poco de consideración sí se
merecían)
- Bueno- siguió hablando mi narrador- , los frenos se calentaron mucho, la conductora empezó a
notar que la DKV cada vez respondía menos y, como veía que apenas podía controlarla, se lo dijo
a la superiora. Ésta, al ser consciente del problema, decidió que lo mejor que podían hacer, para
que no les pasara nada, es que se pusieran todas a rezar. ¡Mucho confiar en Dios, sí, y mucho rezo,
pero debían estar todas muertas de miedo!
Yo estaba impaciente porque llegara al final, e interrumpí al practicante.
- ¿Pero hubo accidente, o no?
- ¡Pues claro que hubo accidente! ¿Acaso no has visto la furgoneta? Espera un poco, que ya
acabo de contártelo. Lo he dejado en que las monjas muy asustadas, iban todas rezando, la
conductora seguía frenando, y que la DKV cada vez respondía menos y apenas podía
controlar la velocidad….entonces, llegaron a la entrada del poblado y siguieron rectas, por la
carretera de la central. ¡Tuvieron que pasarlas canutas antes de llegar al final!
Mi compañero hizo otra pausa, y aprovechó para fumar un poco de su cigarro.
Yo llevaba un rato barruntando que la despreocupación del practicante resultaba algo
sospechosa. Pensaba que si hubieran muerto siete monjas en el Salto, mi compañero, aún con
todos sus años de profesión, y “su gran capacidad para no implicarse emocionalmente con los
pacientes”, no estaría tan tranquilo contándome los apuros de una monja inexperta, conduciendo
una DKV, mientras bajaba al salto; pero yo había visto la furgoneta totalmente destrozada, de eso
no había duda alguna, así que algo tenía que haber pasado. Además, el practicante también había
confirmado la existencia del accidente.
Éste, le dio otra chupada a su cigarro, y, se dispuso a contarme el desenlace final (eso esperaba
yo al menos).
- Bueno, pues tenemos la furgoneta por la carretera, cuesta abajo… a la conductora pisando a
fondo el freno, que cada vez respondiendo menos…a las demás monjas rezando, mirando al río
de reojo, pensando que iban a acabar en él y, milagrosamente, llegaron a la parte más baja de la
carretera, al sitio donde cambia el sentido de la pendiente… donde ésta comienza a subir hasta
la presa.
El alivio que debieron sentir todas las hermanas, sobre todo la conductora, al ver que se había
acabado la cuesta abajo, y ahora iban subiendo, cuesta arriba, tuvo que ser mayúsculo. Siguieron
su ascenso, llegaron a un punto que les pareció bien, y pararon.
Cuando bajaron, estaban todas que “no se les pegaba la ropa al cuerpo” del miedo que habían
pasado; pero lo cierto es que estaban bien, y la superiora decidió que debían a hacer un rezo
“extra”, en acción de gracias a Dios, por haberlas protegido de sufrir un accidente.
Imagino que se pusieron todas en círculo orando y, mientras estaban en ello, la furgoneta, que
estaba parada en un sitio con algo de pendiente, empezó a moverse sola. Por lo visto, la
conductora, debido al nerviosismo, con la prisa por salir del vehículo, no había dejado metida
ninguna marcha, y los frenos ya no frenaban nada.
Todas pudieron ver cómo el vehículo iba cogiendo cada vez más velocidad, tomó la pendiente
abajo, acabó saliéndose de la carretera, y cayó al vacío. El precipicio a ese nivel ya es pequeño,
unos 7-8 metros, pero la DKV llevaba mucha velocidad y quedo “hecha mistos”. Debieron
quedar aterradas al ver cómo quedó la furgoneta, y lo que les podía haber ocurrido si se la
hubieran pegado cuando bajaban (el practicante, en realidad, dijo acojonadas, no aterradas;
pero si consideramos que todas eran mujeres, pienso que ese término es poco apropiado, por ello
me he tomado la libertad de cambiarlo)
Las hermanas, con el nuevo susto, habían interrumpido los rezos, y la conductora se dirigió a la
superiora para explicarle lo sucedido, y de paso justificarse:
- Hermana ****, la furgoneta se debe haber ido porque no habría ninguna marcha metida. El
freno sí lo he dejado puesto, pero como no funcionaba bien… menos mal que no estábamos
subidas. Esto es auténtico milagro. Estoy segura que ha sido Nuestro Señor el que ha decidido
que la furgoneta se haya ido sola al precipicio, y que a nosotras estemos sanas y salvas.
Nadie decía nada y, tras unos momentos de silencio, la hermana conductora siguió hablando:
- ¿Qué hacemos? ¿Seguimos dando gracias a Dios?
La superiora, que aún no se había recuperado del susto de la bajada, cuando vio los tremendos
golpes que se había llevado la furgoneta, y el estado en que había quedado en el fondo de un
barranco, fue consciente de la tragedia que pudo haber ocurrido si el accidente hubiera tenido lugar
con ellas dentro del vehículo, así que estaba al borde de un ataque de nervios. A ello se sumaba
el asunto económico, pues la Comunidad había comprado la furgoneta recientemente y se habían
quedado sin ella.
Al principio, debido a la impresión, no le salían las palabras; después se recuperó, cogió algo
de resuello, miró a la conductora, y con gran enfado, respondió:
- ¡Hermana, siempre hay que dar gracias a Dios! ¡Siempre! ¡Por lo que le ha pasado a la
furgoneta, no lo sé…pero sí que hay que dárselas, por no haber permitido que nos matarás a
todas!
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