Subido por Emi Constanza

Las Nueve Conciencias

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Traducción no oficial, hecha por Angélica Bacquerie, del Capítulo 6 del libro “Unlocking the
Misteries of Birth and Dead; Budhism in the Contemporary World” (Desentrañando los
Misterios del Nacimiento y la Muerte; el Budismo en el Mundo Contemporáneo), escrito por
Daisaku Ikeda.
LAS NUEVE CONCIENCIAS
COMPROBANDO LAS PROFUNDIDADES DE LA VIDA
Cada ser viviente depende para sobrevivir de su habilidad para percibir la naturaleza de
lo que le rodea y reaccionar conforme a ello. Por ejemplo, muchas plantas sobreviven al
riguroso invierno más que nada porque tienen la habilidad para adaptarse al diferente
clima del invierno y el verano; por dar un ejemplo, los árboles de hoja caduca, perderían
humedad a través de sus largas hojas en invierno, por lo tanto, se despojan de ellas. Los
árboles desde luego no tienen termómetros para consultar, aún así, pueden detectar los
cambios de temperatura y actuar conforme a ellos.
En forma similar, los seres humanos tienen la habilidad para detectar lo que es
comestible y lo que no. Por ejemplo, usted podría ver un tazón con frutas de cera. Sin
embargo, por más tentadora que parezca la falsa fruta, usted puede generalmente decir
que está hecha de cera con solo verla; si su vista fallara, su sentido del olfato
inevitablemente terminaría con el equívoco. Finalmente, si su sentido del olfato y su
sentido del tacto fallaran, podría probar una fruta de imitación y, desde luego, al darse
cuenta que es de cera, la escupiría. Este es sólo un ejemplo trivial de la forma en la cual
la acción de distinguir o percepción es el medio fundamental mediante el cual los seres
vivientes se pueden mantener vivos.
En sánscrito esta habilidad de percepción, comprensión o discernimiento, es llamada
vijnana. Generalmente la palabra se traduce como “consciencia”; aunque esta es una
traducción razonable, debemos darnos cuenta que, al utilizar el término “consciencia”
en este sentido, nos estamos refiriendo a algo más bien distinto a lo que la palabra
significa usualmente.
La función de vijnana fue incluida por el Buda Shakyamuni entre los cinco
componentes – forma, percepción, concepción, volición y consciencia – los cuales,
todos juntos, conforman un ser viviente. Shakyamuni desarrolló el concepto de los
cinco componentes como un medio para analizar la vida de los seres sensibles con
relación a su mundo. Cada individuo interactúa en relación con su medio ambiente:
asimila la información que requiere de sus alrededores y se ajusta conforme a ella. Esta
es, entre las funciones vitales de “consciencia”, la que analizaremos en este capítulo.
El funcionamiento de la Consciencia
La consciencia opera a diferentes niveles. La doctrina budista de las nueve consciencias,
desarrollada en las escuelas T’ien-t’ai y Juan-yen de la China del siglo sexto, y a la cual
se le dio un nuevo significado en el budismo de Nichiren Daishonin, analiza los varios
estratos de consciencia y así aclara todo el espectro de la operación de la vida misma.
Desde los últimos años del siglo XIX en el mundo occidental se han hecho intentos
para explorar los diferentes niveles de la consciencia humana; estos intentos se han
manifestado como el desarrollo de las ciencias del psicoanálisis y la psicología
profunda. También las ciencias de la neurología y la neurofisiología, en su análisis de la
estructura de la corteza cerebral, espacio donde residen nuestras actividades mentales
superiores, ha buscado examinar objetiva o inductivamente funciones tales como las
sensaciones, las emociones, la comprensión y la memoria con relación con el
funcionamiento del cerebro.
* 2 *
En contraste, el budismo busca examinar las profundidades de nuestra vida en una
forma más intuitiva, deductiva. Aunque la ciencia occidental y el budismo pudieran
diferir de alguna forma en sus objetivos y concepciones básicas, sus diferentes métodos
– una mediante el análisis objetivo, el otro a través de la investigación subjetiva – se
relacionan en que ambos intentan atacar el problema de los estratos discordantes de la
vida o conciencia. En este sentido, la teoría budista de las nueve consciencias tiene una
importancia comparable y análoga a algunas de las hipótesis de la investigación
científica moderna.
Las primeras cinco de las nueve conciencias corresponden a la noción convencional
de los cinco sentidos – vista, oído, olfato, gusto y tacto. Estos nacen como resultado del
contacto de los cinco órganos sensoriales – ojos, oídos, nariz, lengua y piel – con los
objetos respectivos. Los cinco órganos sensoriales son medios a través de los cuales el
mundo exterior se conecta con el interior, y están considerados como elementos del
primero de los cinco componentes, la forma, el aspecto físico de la vida.
Para entender cómo la forma se relaciona con los otros cuatro componentes, usemos
una metáfora. Imagínese que va dando un paseo por una angosta calle y que escucha el
sonido de un motor. Voltea a su alrededor y ve que se aproxima un camión de carga. La
acción de ver, escuchar o percibir cualquier cosa a través de uno o más de los cinco
sentidos corresponde al segundo de los cinco componentes; la percepción. Juzgar si es
seguro o no dejar que te rebase el camión estando en una calle tan angosta es la función
del tercer componente; la concepción. La decisión de hacerse a un lado o de seguir
caminando involucra la decisión de actuar basándose en el juicio que usted hizo: esta
voluntad de actuar es el cuarto componente: la volición (o voluntad). La consciencia, el
quinto de los componentes, puede ser considerada como el componente que integra la
percepción, la concepción y la voluntad en relación con la forma – esto es, con los cinco
órganos sensoriales y sus objetos respectivos.
Adicionalmente, cada uno de los órganos sensoriales posee – de acuerdo con el
budismo – una conciencia propia. ¿Qué queremos decir exactamente cuando decimos
que un órgano sensorial tiene “consciencia”?. Bueno, en términos fisiológicos los
órganos sensoriales no pasan al cerebro todo lo que perciben; más bien, seleccionan las
cosas importantes y sólo éstas son transmitidas al cerebro. Por ejemplo, cuando
caminamos y con respecto a la conciencia de los ojos, nos estamos refiriendo a su
capacidad de discernimiento, su capacidad para seleccionar. Digamos que hemos
perdido las llaves y estamos buscándolas desesperadamente. Lo usual en este tipo de
situaciones, es que se encuentran justo en el centro de la mesa de la sala, pero aún así,
no las vemos. Sin embargo, aunque las busquemos como locos, las llaves siguen
perdidas porque nuestros ojos “seleccionan” la información que le enviarán al cerebro.
Debido a que estamos convencidos de que las llaves no pueden estar en el centro de la
mesa de la sala – porque “ya les habríamos visto si ahí estuvieran” – la información que
recogen nuestros ojos, de que es ahí exactamente donde están las llaves, no es divulgada
a nuestro cerebro.
Los ojos perciben imágenes, los oídos sonidos, la nariz olores y así respectivamente.
La función de la consciencia que integra a estos sensores de entrada para formar
imágenes coherentes y distinguir entre los diferentes objetos es la sexta consciencia.
* 3 *
O, para enfocarlo desde otro ángulo, podemos ver las primeras seis consciencias
como funciones que emergen en respuesta a los fenómenos y al mundo exterior de todos
los días. Podemos reconocer fácilmente el funcionamiento de las seis consciencias ya
que operan en la “superficie externa” de nuestra mente – es decir, en el terreno del
consciente. Todas las seis están siempre cambiando en respuesta a su constante
interacción con lo que nos rodea, y aún así no existe discontinuidad en su
funcionamiento de un momento a otro, por lo tanto es fácil para nosotros caer en la
trampa de creer que poseemos un yo incambiable – y quizá hasta que este yo supervisa
y controla a las seis consciencias. Esta función que produce un sentido de yo
permanente es llamada la séptima consciencia, o consciencia mano. La palabra mano se
deriva de la palabra sánscrita manas, que significa mente, intelecto o pensamiento, y el
nombre de esta consciencia proviene del hecho de que realiza la acción de pensar.
Diferente de la sexta consciencia, que tiene por objeto las diversas circunstancias de la
vida diaria y opera en respuesta a ellas; la consciencia mano opera desde dentro, por su
propia cuenta y en forma bastante independiente de cualquier circunstancia externa.
Representa el reino del pensamiento abstracto y analiza el mundo interior; por ejemplo,
distinguiendo lo falso de lo verdadero. Es gracias al poder de la consciencia mano que
distinguimos entre el bien y el mal, que somos capaces de reflexionar sobre nuestro
comportamiento, de decidir si algo vale la pena o no, y de decidirnos a mejorar nuestros
estándares de conducta. La enseñanza de Sócrates, “conócete a ti mismo” podría haber
sido un intento de despertar esta consciencia en sus contemporáneos. Por lo tanto, la
consciencia mano puede ser vista como el indicador del funcionamiento del
pensamiento de la gente que ya dejó de estar esclavizada a los asuntos inmediatos pero
puede ver el funcionamiento de la vida diaria en el mundo con un franco desapego,
buscando comprender la verdad que subyace a todas las cosas.
Otra característica de la consciencia mano es un fuerte apego al yo, de hecho,
además del pensamiento abstracto y la reflexión, la función básica de esta consciencia
es el apego al propio ego. Por lo tanto, se dice que la consciencia mano está siempre
acompañada por cuatro tipos de ilusiones: la ilusión de que el yo es absoluto e
incambiable; la ilusión que nos lleva a las teorías que sostienen que el yo es absoluto e
incambiable; la ilusión que nos lleva a la vanidad y la ilusión que nos lleva al apego al
yo. Por lo tanto, esta consciencia tiene la tendencia de confinarnos dentro del marco de
nuestro propio ego y con esto nos induce a la arrogancia y al egoísmo. En suma,
mientras la consciencia mano se refiere al escenario de la razón, simultáneamente se
considera que está invariablemente manchada por los engaños referentes al yo.
El apego al yo originado en la séptima consciencia es muy diferente del
conocimiento del yo que formamos como resultado del funcionamiento de las primeras
seis consciencias. En algún momento entre los siglos tercero y primero antes de Cristo,
las escuelas Abidharma del budismo hinayana propagaron la idea de que la sexta
consciencia era la base máxima de la vida y que las primeras cinco eran sus funciones
específicas. Sin embargo, esta teoría se fue modificando mediante distintas corrientes.
Por ejemplo, ya que las funciones de las seis consciencias nacen como respuesta a las
circunstancias externas, nos encontramos con el problema de que, entonces dónde
radica la continuidad del sujeto que pasa por los ciclos de nacimiento y muerte.
* 4 *
Sin embargo en los siglos cuarto o quinto después de Cristo, la escuela Consciencia
Única del budismo Majayana resolvió esta dificultad postulando la existencia de la
consciencia mano, sosteniendo que operaba bajo el nivel de las seis consciencias. En
contraste con las funciones de las primeras seis consciencias, los budistas consideran
que las funciones de la consciencia mano no se ven afectadas por los eventos externos.
Podemos ver este tipo de cosas en operación cuando una persona, quizá debido a un
accidente, queda en estado de coma; a pesar de que la persona se encuentra totalmente
inconsciente, aún así sigue respirando y haciendo esfuerzos para mantenerse con vida.
Por lo tanto, la consciencia mano representa una consciencia del yo muy profunda e
inconsciente.
Con la consciencia mano nos empezamos a mover a un terreno más allá de la mente
consciente. Sin embargo, sería un error pensar que las funciones de la consciencia mano
se ubican totalmente dentro del inconsciente. Sus poderes de razonamiento, como los de
las seis consciencias, son un fenómeno de la “superficie externa” de la mente, por
ejemplo la consciencia. Aún así, podemos ver a la consciencia mano como un tipo de
fase transitoria que atraviesa la frontera entre lo consciente y lo inconsciente.
En occidente el conocimiento sobre el inconsciente ha avanzado hasta cierto punto a
través de la ciencia de la psicología profunda. Sigmund Freud, el padre del
psicoanálisis, postuló el concepto de la inconsciencia individual y desenterró buena
evidencia a favor de su teoría de que la represión sexual y la agresividad traen como
consecuencia la histeria y otras neurosis. Sin embargo en términos del budismo, la
sexualidad, la agresividad y otras tendencias instintivas que se manifiestan a través de la
consciencia mano, son definidas como “deseos mundanos”, tales como la avaricia, la ira
y la estupidez. Estas tres – los “tres venenos” – son considerados como pasiones ilusas
fundamentales las cuales dan lugar a otras que de ellas se derivan, como ya lo hemos
visto (páginas 75-78). La ira por ejemplo, da lugar a la indignación, el odio, la aflicción,
los celos y la irritabilidad; la avaricia trae como consecuencia la miseria, la arrogancia y
el deseo de ocultar nuestros defectos personales; y la estupidez, con la cual nos
referimos a la ignorancia de la verdadera naturaleza de la vida, nos lleva a venenos
derivados tales como la decepción y la adulación.
La consciencia mano podría dar lugar a falsas ilusiones, aún así, tiene cualidades
positivas; por ejemplo, la buena fe, la cual sienta las bases para la confianza mutua entre
los seres humanos; la capacidad de arrepentimiento o la auto-reflexión, además, acelera
nuestra conducta para llegar a un nivel más alto de moralidad; también corresponden a
esta consciencia mano las facultades intelectuales de concentración, sabiduría, devoción
y perseverancia.
El inconsciente
Conforme se ha dicho, la consciencia mano combina las funciones del pensamiento que
han roto los confines de la mera reacción a los asuntos inmediatos con un fuerte
conocimiento inconsciente del yo. La definición de consciencia mano nos da la clave de
hacia donde buscar la continuidad del sujeto que percibe, piensa y más; pero falla en
proporcionarnos la solución al problema de cómo el karma, que nos predispone a ciertos
patrones de pensamiento y de conducta, se transmite y opera del pasado al presente y
hacia el futuro.
* 5 *
Ya que la noción de la consciencia mano no puede resolver estos problemas, la
escuela “Consciencia Única” propuso que existía un octavo estrato de consciencia, la
consciencia alaya, la cual dijeron que se encontraba en un estrato aún más profundo
que la consciencia mano. Se cree que es la consciencia alaya la que experimenta el
ciclo de nacimiento y muerte. La palabra sánscrita alaya significa vivienda o
receptáculo, y la consciencia alaya obtiene su nombre debido a que todas nuestras
acciones -–incluyendo los pensamientos, las palabras y los sentimientos, todo aquello
que se manifiesta a través de las funciones de la séptima consciencia – se graban
momento a momento en el reino inconsciente de la consciencia alaya como energía que
tiene el potencial de influenciar el futuro; estas impresiones son llamadas “semillas”,
por lo tanto el reino de la consciencia alaya algunas veces se describe como “almacén
de consciencia” o como el “depósito de las semillas”. Cuando aquí hablamos de
“semillas” pensamos en ellas en forma análoga a una planta que echa ramas y hojas: las
semillas en la consciencia alaya representan el karma, o el poder latente de nuestras
acciones para producir efectos futuros.
El karma almacenado en la consciencia alaya tiene un efecto en las funciones de las
primeras siete consciencias – podemos ver esto, por ejemplo, en la forma en que
factores tales como nuestro país de nacimiento, nuestra lengua nativa, nuestras
costumbres sociales, y el conocimiento y la experiencia que adquirimos dan forma a
nuestra personalidad. La gente diferente reconoce y responde a las mismas cosas en
formas diferentes, dependiendo de los diversos elementos que han conformado su
personalidad. Una persona que ha vivido en circunstancias represivas, por ejemplo,
puede revelarse ante la restricción más trivial y por lo tanto, ser incapaz de ver la vida
con objetividad.
Nuestra percepción de la realidad está, obviamente, afectada por nuestras
experiencias pasadas. Supongamos por ejemplo que usted fue mordido por un perro
cuando era niño. Este evento pudo haber sido tan traumático que, aún ahora, se vea
afectado por eso al grado que sienta verdadero terror cuando se encuentra hasta con un
perrito inofensivo y amigable. La razón le dice que su miedo no tiene bases racionales,
aún así el impulso de evitar a los perros surge de las profundidades de su inconsciencia
cada vez que ve uno. Este tipo de reacción puede ser rastreado hasta el evento original
que usted vivió y el cual quedó grabado en su consciencia alaya. Para entrar a esto con
más profundidad, encontramos que en las profundidades de nuestra consciencia alaya
se encuentran un cúmulo de experiencias que hemos almacenado durante nuestras vidas
anteriores, y que esta acumulación condiciona nuestra existencia presente. Por ejemplo,
las diferencias inherentes en la personalidad de cada individuo pueden ser atribuidas a
causas kármicas que tienen su origen en vidas pasadas. Así mismo, las causas kármicas
pasadas determinan la condición en la que cada uno de nosotros nace. En el Sutra de la
Flor de Guirnalda encontramos el siguiente pasaje:
Referente a los diez actos malvados, quienes los cometen con mayor severidad,
crean la causa para caer en Infierno, quienes los cometen menos severamente crean
la causa para caer en el Hambre y quienes los cometen levemente crean la causa para
caer en la Animalidad. De entre los diez, el acto de matar lo lleva a uno a Infierno,
Hambre o Animalidad. Si esa persona renaciera en el estado de Tranquilidad
(Humanidad), sufriría los dos tipos de retribución. Primero, su vida sería corta y
segundo, sería muy enfermizo.
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El sutra continúa describiendo todos los diferentes sufrimientos que padecerá la
gente si comete uno o todos los diez actos malvados – el grado de sufrimiento será
determinado por el acto que haya escogido cometer y por la forma en la que lo hubiera
hecho.
Todas nuestras experiencias y acciones tanto en esta vida como en las anteriores,
hayan sido buenas o malas o en algún grado intermedio, se acumulan como semillas en
la consciencia alaya, y estas semillas predispondrán directamente nuestras acciones
futuras. Ya que las semillas kármicas se encuentran solamente en un nivel muy
profundo de la vida, no se ven afectadas por el mundo exterior. Aún así, existe una
influencia recíproca entre las semillas que se encuentran en la consciencia alaya y los
niveles superficiales de consciencia, donde se manifiestan los tres tipos de acciones –
pensamientos, palabras y acciones –.
A diferencia de la consciencia mano, que funciona en el reino del ego individual, la
consciencia alaya tiene un aspecto que la vincula con la vida de la demás gente. El
karma se forma no solo por las acciones del individuo sino también por las acciones que
dicho individuo realiza en asociación con otras personas. El karma creado y
experimentado por un grupo de personas, más que por el de un individuo solo, se
identifica en el budismo como karma “compartido” o karma “general”. El estudioso del
Majayana en la India, Nagarlluna, en sus Comentarios sobre los Diez Estados interpreta
esta idea en relación con la existencia sensible y no sensible: “Los seres sensibles nacen
por virtud del karma individual, y los seres no sensibles, por virtud del karma
compartido.” En otras palabras, la vida de los individuos manifiesta su existencia como
consecuencia de sus acciones individuales, mientras que las formas de vida no sensible
– tales como las montañas, los ríos y la tierra misma – derivan su existencia del karma
compartido.
Cuando hablamos de “formas de vida no sensibles” estamos, en términos amplios,
refiriéndonos al medio ambiente no sensible, el cual incluye no sólo el mundo natural
sino también a la cultura social humana. En este contexto podemos decir que el tipo de
cultura o país que tiene un pueblo, se deriva directamente de su karma compartido.
Así la consciencia alaya contiene no solo el karma individual sino también el karma
común a nuestra familia, a nuestra raza, y aún a toda la humanidad. Por lo tanto, el reino
de la consciencia alaya vincula ampliamente a todos los seres humanos, y en este
sentido se puede decir que engloba la noción de “inconsciente colectivo” postulado por
C. G. Jung y legada como parte de la ciencia de la psicología profunda. La teoría de
Jung consiste en que cada ser humano posee la totalidad de la herencia humana dentro
de los recónditos lugares de su propia psique – esto es, que cada uno de nosotros
comparte con todos los demás seres humanos una psique común, la inconsciencia
colectiva.
C. S. Hall, uno de los discípulos de Jung, analizó los miedos comunes entre los seres
humanos con respecto a las víboras y la obscuridad y llegó a la conclusión de que
dichos miedos no podrían ser totalmente explicados en términos de experiencias
únicamente de la vida presente; más bien, dijo, las experiencias personales parecen
meramente fortalecer y reafirmar los miedos que ya existen dentro de nosotros. Sugirió
que los miedos a las serpientes y a la obscuridad son hereditarios – que son un legado de
nuestros remotos ancestros – y que esto demuestra que la memoria ancestral de alguna
manera es preservada en el profundo estrato de la psique individual humana.
* 7 *
Llevando esto un paso más adelante, podría ser que nuestro inconsciente contiene no
sólo los recuerdos de nuestros ancestros humanos sino también aquellos de nuestros
ancestros pre-humanos. De hecho, podría ser que las huellas de todos y cada uno de los
pasos en nuestra evolución pasada, están registradas en el nivel más profundo de nuestra
mente individual.
Sin embargo, el budismo incursiona todavía más en las profundidades de la
existencia humana, enseñando que la mente humana comparte un terreno común con
todos los fenómenos – en todos esos fenómenos que son manifestaciones de la fuerza
vital cósmica global, la cual está personificada tanto en la existencia del mundo sensible
como en el insensible. La sabiduría del budismo, por lo tanto, ilumina no solo el
inconsciente y la base en común compartida por los seres humanos y todos los demás
seres vivientes, sino también la realidad expresada a través e la totalidad de los
fenómenos del universo.
En virtud de que la consciencia alaya mantiene los efectos potenciales de todas
nuestras acciones, tanto buenas como malas, no puede describírsele como
intrínsecamente buena o mala. Ya que contiene tanto la pureza como la impureza, la
consciencia alaya es el reino en el cual los poderes del bien y del mal llevan a cabo una
lucha feroz. Por lo tanto, a menos que tanto el bien como el mal que existen en el
terreno de la consciencia alaya estén incluidos en una dimensión más profunda, se
mantendrán encerrados en una lucha eterna. Esta reserva parece filosóficamente
inaceptable, y por ello los budistas de las escuelas T’ien-t’ai y Juan-yen llegaron a
postular la existencia de una novena consciencia, la consciencia amala, un nivel de la
psique todavía más profundo que el de la consciencia alaya. La palabra sánscrita amala
significa pureza, sin mancha o inmaculada, y así la consciencia amala obtiene su
nombre debido a que permanece eternamente no contaminada por el karma. La
consciencia amala es en sí misma la máxima realidad incambiable de todas las cosas, y
por lo tanto es el equivalente a la naturaleza universal del Buda. En este que es el nivel
más profundo de la mente, nuestra existencia individual se expande sin límite para
llegar a ser una con la vida del cosmos. A la luz del pensamiento budista, debemos
considerar la consciencia amala como el “yo superior”, el cual es eterno e inmutable:
Despertando y desarrollando esta consciencia pura y fundamental podemos resolver la
incesante disputa entre el bien y el mal representados por la consciencia alaya y al
mismo tiempo capacitar a nuestras otras consciencias para que funcionen en forma
iluminada.
Nichiren Daishonin dio una expresión concreta a la consciencia amala – la realidad
fundamental de la vida – en la frase Nam-miojo-rengue-kio, y le dio forma física a su
iluminación con la vida cósmica original en el Gojonzon, el objeto de devoción,
abriendo así un camino donde toda la gente pueda lograr la budeidad, manifestando el
yo superior que está latente dentro de cada persona. Cuando veneramos el Gojonzon
encontramos que brotan de nosotros la alegría y la determinación, enfrentándonos cara a
cara con la realidad de que nuestra existencia coexiste con la vida eterna del universo.
Cuando nos dedicamos y basamos nuestra vida en esta realidad – la consciencia amala
– todas las otras ocho consciencias funcionan para expresar el poder y la infinita
sabiduría de la naturaleza del Buda.
* 8 *
Esto puede ser explicado en términos de lo que el budismo describe como las “cinco
clases de sabiduría”. Cuando alcanzamos la consciencia amala, que corresponde a la
“sabiduría de la naturaleza Dharma”, la octava consciencia (o consciencia alaya) se
manifiesta en sí misma como el “gran espejo redondo de la sabiduría”, que percibe el
mundo sin ninguna distorsión, exactamente de la misma forma en que un espejo
perfecto refleja todas las imágenes con total veracidad. La consciencia mano – séptima
consciencia – se manifiesta a sí misma como la “sabiduría indiscriminada” la cual
percibe la naturaleza básica, común a todas las cosas sin ninguna discriminación entre
ellas. La adquisición de esta sabiduría nos capacita para superar nuestro ferviente apego
al ego. La sexta consciencia se manifiesta como la “sabiduría para penetrar en lo
particular”; a través de ella somos capaces de distinguir los aspectos individuales de
todos los fenómenos, de tal forma que podemos tomar el adecuado curso de acción en
todas y cada una de las situaciones que se nos presenten. Finalmente, las cinco
consciencias se expresan a sí mismas como la “sabiduría de la práctica perfecta”: juntas
nos capacitan para desarrollar el poder para beneficiar a los demás tanto como a
nosotros mismos.
La novena consciencia y la muerte
El concepto de las nueve consciencias analiza los varios estratos de la vida humana y
como simultáneamente arroja luz sobre la totalidad de estos estratos, puede con certeza
contribuir de alguna forma a la solución de los problemas que actualmente estamos
enfrentando, especialmente en los campos de la medicina y la psiquiatría. En años
recientes, la gente involucrada en la medicina para la cura de las enfermedades
psicosomáticas ha incorporado en sus terapias ideas budistas o estrechamente
relacionadas con el budismo. Por ejemplo, el Dr. O. Carl Simonton, radiólogo y
oncólogo, utiliza una terapia que se asemeja al concepto budista de la compasión para
ayudar a sus pacientes a superar el resentimiento y la mala voluntad. Primero, el Dr.
Simonton hace que el paciente se forme una clara imagen mental de la persona hacia la
cual siente ese profundo resentimiento; enseguida, le pide a su paciente que visualice a
esa persona sucediéndole cosas buenas – por ejemplo, que se imagine a la persona
objeto de su resentimiento recibiendo amor o atención o dinero o cualquier cosa que el
paciente sienta que es lo que esa persona más quisiera. Con frecuencia, como resultado
de esta técnica de visualización los pacientes pueden superar sus propios sentimientos
negativos. Shakyamuni, en sus primero años de prédica, enseñó una técnica de
meditación en la cual la persona primero generaba pensamientos de compasión hacia
sus seres amados y luego extendía éstos a la gente que realmente le disgustaba. De esta
forma la persona puede aprender a manejar su ira, una de las mayores fuentes de
desilusión y de deseos mundanos.
Creo que, presentando un punto de vista integrado de la vida y la muerte atravesando
el presente, pasado y futuro, el budismo tiene mucho que ofrecer al campo de la ética
medica con respecto a tales problemas, en asuntos tales como el de informar a la gente
que su enfermedad se encuentra en etapa terminal, en la eutanasia voluntaria, en el
trasplante de órganos, en la fertilización in-vitro y en asuntos relacionados con la
ingeniería genética.
Es en relación con esto que debemos hablar sobre las funciones de las nueve
consciencias en términos del ciclo de nacimiento y muerte.
* 9 *
La consciencia alaya a veces es llamada “la que no desaparece” debido a que las
semillas kármicas acumuladas en ella no desaparecen en el momento de la muerte.
Nuestra vida individual en la forma de estas ocho consciencias, continúa aún después de
la muerte en el estado de ku o latencia, llevando con ella todo nuestro karma. Sin
embargo, las primeras siete consciencias, todas las que funcionan activamente mientras
estamos vivos, se retiran en el momento de la muerte a un estado latente dentro de la
consciencia alaya. Podemos decir que todos los recuerdos, hábitos y karma acumulado
en esta consciencia que se fueron registrando en cada momento de nuestra vida,
conforman el yo individual o el marco de referencia de la existencia humana que pasa
por el ciclo de muerte y renacimiento. Esta consciencia debe considerarse como el reino
que entremezcla todas las causas y efectos que comprenden el destino individual de
cada persona.
Mientras estamos vivos aquí en la tierra todas las primeras siete consciencias
funcionan apoyadas por el tallo cerebral, el sistema límbico y las estructuras cerebrales
superiores. En términos de neurofisiología podríamos quizá asociar la actividad
consciente de la consciencia mano con el funcionamiento de lóbulo frontal de la corteza
cerebral (o neocorteza). Si por cualquier razón se destruyera la corteza cerebral,
perderíamos el medio para manifestar nuestra actividad mental consciente aunque el
tallo cerebral fuera capaz de mantener la vida a un nivel mínimo. Una persona que ha
perdido la función cerebral no tiene forma de expresar emociones a través de su cuerpo
ni de su mente. Todas las emociones – alegría, tristeza, ira, etc. – se sumergen,
retirándose del dominio del consciente para encontrar refugio en la inconsciencia. Una
persona en estado de coma no puede expresar deseos o emociones, aún así las
profundidades de su psique abrigan una gran diversidad de corrientes mentales. Aún
cuando todas las funciones conscientes hayan sido interrumpidas, aún existe en las
profundidades de la vida el impulso de seguir viviendo.
El budismo nos dice que, en el momento de la muerte, la vida sufre un cambio de
estado manifiesto a estado latente, o del estado sensible al insensible. Existen tres etapas
involucradas en este cambio. Primero, las funciones de las cinco consciencias se tornan
latentes, pero la sexta consciencia continúa funcionando. En la segunda etapa la sexta
consciencia se retira a la latencia, pero la consciencia mano se mantiene activa,
manifestándose como un apasionado apego a la existencia temporal. En la tercera etapa
la consciencia mano retrocede al estado latente dentro de la consciencia alaya. En los
capítulos previos, cuando hablamos de la posesión mutua de los Diez Mundos (véase la
página 125), vimos el concepto de tendencia básica de un ser, y este concepto es crucial
si queremos entender la experiencia de la vida después de la muerte. Durante la
transición a la muerte, de lo sensible a lo insensible, nuestra capacidad para responder a
los estímulos externos se vuelve latente y nuestra vida queda fija en el estado que
hayamos establecido como nuestra tendencia básica. Por lo tanto, conforme se aproxima
la muerte, somos menos y menos capaces de utilizar los medios mundanos para cambiar
nuestra condición: en este momento ni la riqueza, ni el poder, ni el estatus social,
tampoco el amor de los demás pueden ayudarnos, y aún los grandes pensamientos y
filosofías, si las comprendimos sólo superficialmente y fallamos en hacerlas parte de
nuestra vida, mostrarán ser totalmente inútiles para nosotros al enfrentarnos a una
muerte inminente.
* 10 *
Conforme la vida pasa del estado manifiesto al estado latente, perdemos nuestro
poder para influir en el medio ambiente o para ser influenciados por él y – así como el
agua pasa del estado líquido al sólido – nuestra tendencia básica se “congela”.
Por ejemplo, la consciencia alaya de quienes hubieran establecido el estado de
Infierno como su tendencia básica, se sumergirá en el momento de su muerte en el
estado de Infierno inherente a la vida cósmica y ahí sufrirá futuras agonías. Una persona
continuamente gobernada por los deseos en esta vida se sumergirá en el reino del estado
de Hambre de la vida cósmica, para ahí atormentarse por todo tipo de frustraciones, y
una persona inclinada hacia el estado de Animalidad, cuando su consciencia alaya se
sumerja en la vida cósmica, experimentará un estado ininterrumpido de feroz
Animalidad.
Por el contrario, una persona que ha creado en su vida en la tierra la tendencia básica
bien sea de Tranquilidad o Éxtasis será capaz de superar el dolor físico de la muerte y
experimentar un sentimiento de regocijo. La gente cuya tendencia básica sea el
Aprendizaje o la Absorción disfrutará una profunda satisfacción espiritual y las
personas en el estado de Bodisatva (aspiración a la iluminación) conservarán sus
sentimientos de compasión y altruismo en la muerte como si aún estuvieran vivos y
hasta podrían ver su propia muerte como una oportunidad para servir de inspiración o
para beneficiar a otros. Finalmente, el Estado de Buda, es el manantial de sabiduría,
valor y compasión, y una persona que hubiera establecido firmemente este estado de
vida, puede someter el miedo a la muerte hasta el punto de ser capaz de utilizarse a sí
mismo para dirigir a otros a la iluminación.
Sin embargo, el valor y la compasión del Bodisatva y del Estado de Buda no pueden
fingirse. La muerte exhibe implacablemente la cobardía, aunque nosotros nos hayamos
ingeniado totalmente para ocultarla durante toda la vida. Cuando vemos a la muerte
directamente a los ojos, es demasiado tarde para arrepentirnos de las cosas que pudimos
haber hecho o dejado de hacer. Por lo tanto es esencial que nos esforcemos por vivir
cada momento de nuestra vida de la mejor forma posible.
El budismo habla de tres tipos de sufrimiento; sufrimiento físico, producto del dolor
físico; sufrimiento mental, que nace de la destrucción o de tergiversar la felicidad; y
sufrimiento fundamental (o existencial), el cual surge de la impermanencia de todos los
fenómenos. El miedo a la muerte, problema que la religión inevitablemente debe atacar,
es un ejemplo clásico de este tercer tipo de sufrimiento. El budismo está dirigido a
liberar a la gente del miedo a la muerte guiándola a comprender la eternidad de la vida.
Aquellos que han alcanzado el reino de la novena consciencia pueden enfrentar la
muerte con un profundo sentido de alegría y satisfacción, habiendo comprendido la
verdadera implicación del nacer y morir en términos del ámbito de la eternidad y por lo
tanto con total confianza de su eventual renacimiento. A través de la práctica budista es
posible lograr este tipo de actitud.
Las Nueve Consciencias y el Yo Humano
La palabra “yo” o “ser” con frecuencia es usada en un sentido negativo, implicando
egoísmo o un comportamiento egocéntrico, pero este uso se refiere solamente a lo que
en el budismo se conoce como el yo inferior.
* 11 *
Existe además el yo superior – el verdadero ser. Este trasciende al yo inferior y se
expande para hacerse uno con el gran océano de la vida cósmica. La totalidad de la
filosofía budista se centra en la idea de salir de la prisión del yo inferior para alcanzar el
infinitamente amplio yo superior o verdadero ser. La teoría de las nueve consciencias se
desarrolló como un medio para ayudarnos a alcanzar esta meta.
Si hurgamos progresivamente a mayor profundidad en la mente, desde su superficie
exterior hasta la psique interna, o desde lo consciente hasta los niveles más profundos
del inconsciente, encontramos que el ser ocupa una cantidad progresivamente mayor de
espacio de vida. Las primeras seis consciencias, las funciones de la vida diaria de la
mente consciente, son aquellas que el ser experimenta solamente en los primeros seis de
los Diez Mundos – un ser cuyo espacio subjetivo es tanto superficial como transitorio.
En estos estados estamos completamente atrapados en reaccionar a los eventos de la
vida diaria; cualquier alegría que podamos experimentar en ellos puede ser destruida
fácilmente en una tormenta de impulsos instintivos, deseos, emociones y fuerzas
kármicas.
El Dr. Paul D. Maclean, científico investigador del gobierno de los Estados Unidos y
autoridad en el campo de la evolución cerebral y el comportamiento, ha rastreado los
impulsos instintivos y las emociones hasta el funcionamiento del cerebro primitivo o
paleocorteza, y el cerebro mamalio o arquicorteza. Él explica que la función de la
neocorteza es ejercer el control sobre la profusión de estos impulsos instintivos. Yo creo
que la práctica budista nos capacita para elevar estos impulsos y desarrollar el poder
para alcanzar los mundos más elevados: Aprendizaje, Absorción (Realización),
Bodisatva y Budeidad.
Las funciones de las primeras seis consciencias están confinadas dentro de los
límites del yo inferior. En contraste, las funciones de la séptima consciencia, la
consciencia mano, nos permiten elevarnos más allá de nuestras reacciones inmediatas a
las cambiantes condiciones dentro de los Seis Senderos para ver las cosas
objetivamente, descubriendo un nuevo estado de vida en el cual nuestro espacio
subjetivo se amplía grandemente. Por lo tanto, puede decirse que las funciones de esta
consciencia corresponden a las funciones de pensamiento de la gente que está en los
estados de Aprendizaje y Absorción – incluyendo, por ejemplo, el tipo de pensamiento
involucrado en el estudio de la creación abstracta y artística; y así estas funciones nos
capacitan para trascender el reino de los pensamientos cotidianos y el relativo poder
superficial de discernimiento de la sexta consciencia. Por toda la historia la mayoría de
los estudiosos y los artistas han sido gente que ha experimentado el despertar de la
consciencia mano: la inteligencia que genera ha sido la fuerza que los lleva a buscar el
conocimiento sobre las leyes que rigen a la sociedad, la historia, el universo natural y
los diferentes tipos de expresión artística. Sin embargo, el yo que emerge de la séptima
consciencia y de los estados de Aprendizaje y Absorción aún no está libre de los
impulsos ni de las catástrofes que gobiernan y rodean a una persona dominada por el
ego – muy por el contrario; la gente en estos estados corre el riesgo de hacerse arrogante
con respecto a sus logros, y fácilmente cae prisionero de la poderosa tendencia del
apego al yo desarrollada por esta consciencia.
La octava consciencia, la consciencia alaya, es un verdadero remolino de karma, bueno
y malo. De acuerdo con un sutra budista, “Nosotros los mortales comunes creamos
impedimentos kármicos día y noche llegando a 800,004,000 pensamientos”: ya que no
* 12 *
sólo nuestros pensamientos sino también nuestras palabras y deseos quedan registrados
en este terreno, podemos ver que combina tanto lo bueno como lo malo o iluminación e
ilusión – fuerzas opuestas trabadas en eterna lucha. Esta perpetua competencia no puede
ser resuelta mediante los poderes de pensamiento que tienen las personas que viven en
los mundos de Aprendizaje y Absorción. En este sentido, el terreno de los Diez Mundos
que corresponde a la octava consciencia, es el de Bodisatva, quien combate la maldad
que lleva dentro a través de sus esfuerzos para llevar a otros a la iluminación. En otras
palabras, Bodisatva es el estado en el cual desarrollamos el poder de la compasión y
formamos así el buen karma del altruismo, trabajamos para someter el karma negativo
que ha sido gravado en el estrato interno de la vida – esto es, trabajamos hacia la auto
reformación. Solamente en el estado de Bodisatva, en el cual rompemos los muros del
egoísmo y dedicamos nuestra vida al beneficio de los demás, podemos tener un efecto
significativo sobre la consciencia alaya. Aún así, la consciencia alaya nunca puede
estar totalmente libre de falsas ilusiones: la pureza total sólo se encuentra en la novena
consciencia, la consciencia amala.
Nichiren Daishonin inscribió el Gojonzon como la personificación de la consciencia
amala, o la realidad última. En su escrito “El Verdadero Aspecto del Gojonzon”,
establece:
Jamás busque este Gojonzon fuera de usted misma. El Gojonzon existe sólo en la
carne mortal de nosotros, las personas comunes que abrazamos el Sutra del Loto e
invocamos Nam-miojo-rengue-kio. El cuerpo es el palacio de la novena consciencia,
la realidad invariable que reina sobre todas las funciones de la vida1.
La consciencia amala, la realidad última, cuya existencia se encuentra en forma
potencial dentro de todas las formas de vida, se manifiesta cuando creemos en el
Gojonzon y nos dedicamos a cantar Nam-miojo-rengue-kio. El Gojonzon es el objeto de
devoción que personifica la consciencia amala, y al abrazar el Gojonzon comprendemos
esta realidad dentro de nosotros. Comprendiendo la fuerza vital de la consciencia amala
somos libres de usar las funciones de las otras ocho consciencias para mejorar nuestra
vida y la de los demás.
Cuando nuestra vida está enraizada en la consciencia amala, puede manifestar el
poder para transformar totalmente el engranaje de las causas y los efectos que
conforman la consciencia alaya; esto se debe a que está basada en la iluminación y no
en las falsas ilusiones. Igualmente, no podemos ser arrastrados por las funciones de las
primeras ocho consciencias. A modo de analogía, un pedazo de madera flotando en un
río está a merced de la corriente y pronto será arrastrado, pero aún la más poderosa
corriente no puede arrastrar una isla hecha de roca.
El Daishonin escribe: “Base su corazón en la novena consciencia y su práctica en la
sexta consciencia.”2 Cuando anclamos nuestra existencia en nuestra fe en el Gojonzon y
nos dedicamos a la práctica budista en nuestra vida diaria, podemos manifestar infinita
sabiduría, poder y compasión y lograr una reforma interior fundamental. De esta forma,
podemos establecer una base inamovible para la verdadera felicidad.
1
2
Los Principales Escritos de Nichiren Daishonin, Vol. Uno, página 217
Gosho “Sobre el Infierno y la Budeidad”, The Mayor Writtings of Nichiren Daishonin, Vol. 2, pág. 244
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