Sentido de castración y falo en la novela Los cachorros Una mirada psicoanalítica al relato vargasllosiano a “castración” desde el psicoanálisis es, ante todo, hecho simbólico, dentro de un marco L del inconsciente; taxativo, respecto a la identidad sexual; y diacrónico, en cuanto a que no responde a un momento cronológico definido ni limitado. Todo lo mencionado se materializa en la constatación anatómica sexual que tendrá como principal consecuencia la escisión con el deseo sexual hacia la figura materna. Por otro lado, la noción de “falo”, y como era de esperarse en el ámbito psicoanalítico, difiere y toma distancia del falo anatómico y convencional tornándose, más que a la denominación de un elemento en concreto, a un estado abstracto, sino momento, del desarrollo infantil; en tanto a que no designa lo tangible de su sexo sino lo que representa. A partir de esta “representación” -ora simbólica, ora imaginaria- se organizará el “complejo de castración” (Nasio, 1988). La intromisión de ambos conceptos en el análisis del relato Los cachorros (1967) pareciera fundamental, sino necesaria, para una interpretación mucho más profunda e interiorizada no solo de manera individualizada, en el personaje de Cuellar, sino también para todo un colectivo. Para empezar, debemos mencionar que, en el personaje de Cuellar, la castración, experiencia psíquica, trasgrede su naturaleza trascendiendo al plano físico y, siendo ya la castración por definición experiencia que no termina con la infancia ni mucho menos con el “descubrimiento” anatómico o el “develamiento” de las ficciones pueriles, ya no solo determina la “identidad sexual” del personaje, sino que, en este caso, condiciona y construye la totalidad de su ser, toda su identidad; es decir, su “castración” física como psíquica ya no solo se circunscribirá a un posterior comportamiento sexual, que si bien es cierto es punto de partida para la construcción de sus demás acciones, implicará ahora la mayoría, sino todas, sus más trascendentales decisiones a lo largo de su vida. La figura paterna, influyente como significativa desde la teoría de la castración, hace su aparición desde el inicio del relato, en la infancia del grupo de amigos de Cuellar. Así, bajo la forma de advertencias, prohibiciones o condicionantes puede entenderse de manera implícita la figura del padre como figura de prohibición y amenazadora de acciones, pensamientos sexualmente “indebidos”, pues son justamente estas interdicciones solo una parte de todo un conjunto de limitantes en el desarrollo del infante: el niño crece en un “mundo de prohibiciones” establecidas, principalmente, por el padre. Si sientes miedo serás mutilado… No debes (no puedes) sentir miedo “Solo mordían [Los perros daneses] cuando olían el miedo ¿Quién te lo dijo? Mi viejo” Si practicas deporte descuidará los estudios… No debes (no puedes) jugar fútbol… “Un partido de fulbito en el Terrazas, Cuellar. No podía, su papá no lo dejaba […] su viejo debía ser un fregado” De otro lado, es importante señalar que un análisis psicoanalítico respecto a la castración, evidentemente, en el personaje Cuellar, pecaría de precario y hasta de insustancial si no nos fijáramos también en el grupo que lo acompaña. Así, la castración física de Cuellar solo es un puente para observar con detenimiento la castración psíquica como simbólica producida en el resto de los personajes que crecen y acompañan al protagonista. Los cuatro tiempos en el complejo de castración de Freud (Nasio, 1988) pueden ser observados también, en menor o mayor medida, en la “collera” de Cuellar. La ficción de la posesión universal del primer tiempo2, puede entenderse, en este caso, como el aún no descubrimiento de la diferencia anatómica, esto queda claramente revelado en el encuentro post operatorio de Cuellar, donde el comportamiento inocente de los niños, que incluso ríen junto con el herido, hace olvidar, sino no tomarle importancia, a la verdadera gravedad de lo que ha ocurrido haciendo aun planes inmediatos una vez dado de alta como si lo sucedido no tendría por qué afectarle en lo absoluto durante su vida, después de todo “aún lo tiene, de otra forma, pero lo tiene… como todos”. Algo que es importantísimo destacar es que, en ese menosprecio de lo sucedido por parte del grupo, comprensible desde un contexto del no descubrimiento de la diferencia anatómica del primer tiempo, ya no solo ven el accidente de Cuellar como “algo no grave” sino inclusive “algo a envidiar”. “Quién como tú, decía Choto, te das la gran vida, lástima que Judas no nos mordiera también a nosotros…” La concretización de las amenazas y prohibiciones del segundo periodo del complejo de castración o, dicho de otra manera, el descubrimiento visual de las diferencias anatómicas, trata de ser interceptado por el concepto psicoanalítico del “falo simbólico” en Cuellar, en tanto que el falo es un objeto intercambiable, pero donde dicha búsqueda de equivalencias que orienten la función del deseo en el niño en objetos análogos será establecida y asesorada, no por el infante, sino por sus padres en un primer momento. De esa manera, todos los obsequios, cumplidos y acciones de los padres tratan de encubrir o, en su defecto, postergar, el descubrimiento. Cada regalo trata de reemplazar “simbólicamente” el falo. Es esta búsqueda alegórica lo que lo acompañaría el resto de su vida a Cuellar, primero a voluntad de sus padres y, finalmente, a voluntad propia. De objetos característicos al capricho de un niño y hasta de un adolescente, Cuellar, una vez adulto, buscará por su cuenta la fuente del placer perdido en el vértigo que le generarán los autos e incluso, las armas3. Esta búsqueda implicará también seres de carne y hueso, primero, en Teresita -aunque su equivalencia de esta sería, más que de objeto de placer, objeto de distracción, sino de “esperanza”, en la búsqueda del reemplazamiento del falo simbólico- y luego en un grupo de adolescentes. Sea como fuese, está claro que la castración física-psíquica de Cuellar no contempla el mismo proceso temporal que el complejo de castración que sufren su grupo inicial de amigos: la castración, como complejo psíquico, perdura y no se queda en la infancia; en Cuellar, la castración física y psíquica hace que sea la infancia la que perdure en él y esto se ven en cada uno de sus actos de rebeldía que, en apariencia daban señales de su hombría, intrínsecamente atisbaban su niñez. “Te matarás, corazón, no hagas locuras […] hasta cuando no iba a cambiar, otra palomillada…” “Su carro andaba siempre repleto de rocanroleros de trece, catorce, quince años…” “Ya déjate de niñerías, decía Chingolo, para de una vez que ya estaban grandes para estas ‘bromitas’…” Edwin Arturo Jaila Quispe 1. 2. Nasio, Juan David. (1994). Enseñanza de 7 conceptos cruciales del psicoanálisis. Barcelona: Editorial Gedisa Freud (1908) organiza el “complejo de castración” en el niño en cuatro tiempos: el primero obedece a la creencia de posesión universal de un pene; el segundo, a la amenaza paternal de la pérdida del miembro; el tercero, al descubrimiento de la ausencia del miembro en el sexo femenino; y por último, a la angustia de la castración suscitada al reconocer a la madre como mujer y como un ser castrado. 3. Es innegable la asociación histórica, sobre todo en la cultura latinoamericana, que se la ha dado a las armas de fuego y a ciertos vehículos motorizados con un empoderamiento sexual en el hombre (Rincón, 2013).