RECIBIR EL REINO DE DIOS Introducción: El evangelio del domingo pasado nos muestra a Jesús optando siempre por los más débiles, como eran en la sociedad judía, los niños y las mujeres. Primero con los fariseos, que acostumbraban a quedarse en las leyes humanas, les abre la mente para entrar en una visión espiritual del matrimonio, “lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre”. Luego, con sus apóstoles, al ver que impedían que los niños se acercaran, les muestra que, para entrar en el Reino de Dios, hay que hacerse necesitado, simple y frágil, como un niño. Con estas dos grandes enseñanzas, el Señor nos pide un reconocimiento de ser hijos necesitados de Dios, lo que, en comunidad de Amor, podemos ir cultivando. Invocamos la Presencia del Señor: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo Oración inicial Himno: CON GOZO EL CORAZÓN CANTE LA VIDA Con gozo el corazón cante la vida, presencia y maravilla del Señor, de luz y de color bella armonía, sinfónica cadencia de su amor. Palabra esplendorosa de su Verbo, cascada luminosa de verdad, que fluye en todo ser que en él fue hecho imagen de su ser y de su amor. La fe cante al Señor, y su alabanza, palabra mensajera del amor, responda con ternura a su llamada en himno agradecido a su gran don. Dejemos que su amor nos llene el alma en íntimo diálogo con Dios, en puras claridades cara a cara, bañadas por los rayos de su sol. Al Padre subirá nuestra alabanza por Cristo, nuestro vivo intercesor, en alas de su Espíritu que inflama en todo corazón su gran amor. Amén. Motivación: El video del Papa Octubre 2021 https://youtu.be/ebZU19-JH1Y Descripción de la Experiencia ¿Cómo he vivido la fragilidad durante mi vida? ¿Me ha servido para acercarme más a Dios? Oración colecta: Roguemos para que nuestro amor sea fuerte y fiel. (Pausa) Oh Dios, fuente y origen de todo amor, bendito seas por tu ternura inscrita en los corazones de los miembros de tu pueblo; bendito seas por darnos a tu Hijo como prueba y señal de tu fiel amor. No permitas que separemos lo que tú has unido: esposos y esposas, padres e hijos, tu Hijo y la Iglesia, amigos en sus penas y alegrías. Que todos vivamos en tu amor, creativo y eterno. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén. + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 10, 2-16 Se acercaron a Jesús algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: “¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?” Él les respondió: “¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?” Ellos dijeron: “Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella”. Entonces Jesús les respondió: “Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio de la creación, “Dios los hizo varón y mujer”. “Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos no serán sino una sola carne”. De manera que ya no son dos, “sino una sola carne”. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”. Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto. Él les dijo: “El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio”. Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron. Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: “Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él”. Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos. Palabra de Dios Aporte a la Reflexión: PAPA FRANCISCO. ÁNGELUS Plaza de San Pedro. Domingo, 3 de octubre de 2021 Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! En el Evangelio de la Liturgia de hoy vemos una reacción de Jesús más bien insólita: se indigna. Y lo que más sorprende es que su indignación no es causada por los fariseos que lo ponen a prueba con preguntas sobre la licitud del divorcio, sino por sus discípulos que, para protegerlo de la aglomeración de gente, riñen a algunos niños que habían sido llevados ante Jesús. En otras palabras, el Señor no se indigna con quienes discuten con Él, sino con quienes, para aliviarle el cansancio, alejan de Él a los niños. ¿Por qué? Es una buena pregunta: ¿por qué el Señor hace esto? Recordemos —era el Evangelio de hace dos domingos— que Jesús, realizando el gesto de abrazar a un niño, se había identificado con los pequeños: había enseñado que precisamente los pequeños, es decir, los que dependen de los demás, los que tienen necesidad y no pueden restituir, han de ser servidos los primeros (cfr. Mc 9,35-37). Quien busca a Dios lo encuentra allí, en los pequeños, en los necesitados, necesitados no solo de bienes, sino también de cuidados y de consuelo, como los enfermos, los humillados, los prisioneros, los inmigrantes, los presos. Allí está Él, en los pequeños. He aquí por qué Jesús se indigna: cada afrenta hecha a un pequeño, a un pobre, a un niño, a un indefenso, se le hace a Él. Hoy el Señor retoma esta enseñanza y la completa. De hecho, añade: «El que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él» (Mc 10,15). Esta es la novedad: el discípulo no solo debe servir a los pequeños, sino que también ha de reconocerse pequeño él mismo. Y cada uno de nosotros, ¿se reconoce pequeño ante Dios? Pensémoslo, nos ayudará. Saberse pequeños, saberse necesitados de salvación, es indispensable para acoger al Señor. Es el primer paso para abrirnos a Él. Sin embargo, a menudo nos olvidamos de esto. En la prosperidad, en el bienestar, vivimos la ilusión de ser autosuficientes, de bastarnos a nosotros mismos, de no tener necesidad de Dios. Hermanos y hermanas, esto es un engaño, porque cada uno de nosotros es un ser necesitado, pequeño. Debemos buscar nuestra propia pequeñez y reconocerla. Y allí encontraremos a Jesús. En la vida, reconocerse pequeño es un punto de partida para llegar a ser grande. Si lo pensamos bien, crecemos no tanto gracias a los éxitos y a las cosas que tenemos, sino, sobre todo, en los momentos de lucha y de fragilidad. Ahí, en la necesidad, maduramos; ahí abrimos el corazón a Dios, a los demás, al sentido de la vida. Abrimos los ojos a los demás. Cuando somos pequeños abrimos los ojos al verdadero sentido de la vida. Cuando nos sintamos pequeños ante un problema, pequeños ante una cruz, una enfermedad, cuando experimentemos fatiga y soledad, no nos desanimemos. Está cayendo la máscara de la superficialidad y está resurgiendo nuestra radical fragilidad: es nuestra base común, nuestro tesoro, porque con Dios las fragilidades no son obstáculos, sino oportunidades. Una bella oración sería esta: “Señor, mira mis fragilidades…”; y enumerarlas ante Él. Esta es una buena actitud ante Dios. De hecho, precisamente en la fragilidad descubrimos cuánto nos cuida Dios. El Evangelio de hoy dice que Jesús es muy tierno con los pequeños: «Los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos» (v. 16). Las contrariedades, las situaciones que revelan nuestra fragilidad son ocasiones privilegiadas para experimentar su amor. Lo sabe bien quien reza con perseverancia: en los momentos oscuros o de soledad, la ternura de Dios hacia nosotros se hace —por así decir— aún más presente. Cuando somos pequeños, sentimos más la ternura de Dios. Esta ternura nos da paz, esta ternura nos hace crecer, porque Dios se nos acerca a su manera, que es cercanía, compasión y ternura. Y cuando nos sentimos poca cosa —es decir, pequeños— por cualquier motivo, el Señor se nos acerca más, lo sentimos más cercano. Nos da paz, nos hace crecer. En la oración, el Señor nos abraza como un papá a su niño. Así nos hacemos grandes: no con la ilusoria pretensión de nuestra autosuficiencia —esto no hace grande a nadie—, sino con la fortaleza de depositar en el Padre toda esperanza. Justo como hacen los pequeños, hacen así. Pidamos hoy a la Virgen María una gracia grande, la de la pequeñez: ser niños que se fían del Padre, seguros de que Él nunca deja de cuidarnos. Oración modalidad: Rezada [Verónica] Denario de los Misterios Luminosos Preces Pidamos a Dios nuestro Padre que complete en nosotros su trabajo de amor y fidelidad, y digámosle: R/ Señor, guárdanos en tu amor. Por la Iglesia, Esposa de Cristo, para que sea siempre fiel al mensaje del evangelio y del amor liberador del mismo Cristo, roguemos al Señor. Por los hogares construidos sobre un amor desinteresado, para que a través de ellos podamos entender mejor toda la profundidad del amor de Dios, roguemos al Señor. Por las familias rotas y por los cónyuges infieles, para que la gente sea comprensiva con ellos y Dios les conceda su misericordia, roguemos al Señor. Por los jóvenes que se preparan para el matrimonio, para que aprendan de la vida que la profundidad y belleza del amor dependen de la mutua generosidad y del sincero compartir, roguemos al Señor. Por todos los que han renunciado al matrimonio a causa del Reino de Dios, personas consagradas, para que nunca se sientan nostálgicas y solitarias, sino que sus corazones sean espaciosos y cálidos, acogedores y abiertos a toda la gente y a todas las necesidades, roguemos al Señor. En el Angelus del domingo 3 de octubre pasado, el Papa Francisco nos dice: ‘En la vida, reconocerse pequeño es un punto de partida para llegar a ser grande’. Pidamos a Dios la gracia de ser humildes, necesitados, a ejemplo de los niños, roguemos al Señor. Pidamos a Dios por los enfermos graves, los moribundos, las personas que no tienen familia y los migrantes en Chile y en el mundo, para que encuentren acogida y compañía, roguemos al Señor. Oh Dios y Padre nuestro, hazte presente con toda tu fidelidad dondequiera la gente se junte para construir comunidades de amor y amistad. Edifica nuestro amor sobre el fundamento del tuyo, para que perdure, fuerte y fiel, por los siglos de los siglos. Oración Final: ORACIÓN A LA SAGRADA FAMILIA. Jesús, María y José en vosotros contemplamos el esplendor del verdadero amor, a vosotros, confiados, nos dirigimos. Santa Familia de Nazaret, haz también de nuestras familias lugar de comunión y cenáculo de oración, auténticas escuelas del Evangelio y pequeñas iglesias domésticas. Santa Familia de Nazaret, que nunca más haya en las familias episodios de violencia, de cerrazón y división; que quien haya sido herido o escandalizado sea pronto consolado y curado. Santa Familia de Nazaret, haz tomar conciencia a todos del carácter sagrado e inviolable de la familia, de su belleza en el proyecto de Dios. Jesús, María y José, escuchad, acoged nuestra súplica. Amén.