Subido por Ingrid Kroitor

Gayle Callen - Hijos del Escandalo 03 - Nunca te cases con un extraño

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Capítulo 1
Cambridgeshire, Inglaterra, 1845
El Capitán Matthew Leland no solía llamar a la puerta principal de su ancestral
hogar familiar, pero cuando uno estaba regresando de entre los muertos, al
parecer, era lo correcto que se debía hacer.
Cuando se enteró que el Ejército, erróneamente, había informado a su familia
que él había muerto, se apresuró a volver a casa desde la India, sabiendo que
podría llegar a sus padres tan rápido como si enviaba una carta.
A su lado, el Teniente Reginald Lawton le envió una sonrisa de ánimo.
Matthew y Reggie habían sido amigos desde que habían salido de Inglaterra;
habían luchado juntos, y salvado la vida del otro en innumerables ocasiones.
Aunque Matthew había insistido que no necesitaba la ayuda de su amigo para
reunirse con su afligida familia, una parte de él agradecía su presencia.
Reggie silbó con incredulidad cuando ambos dirigieron sus miradas hacia
Madingley Court, el palacio del Duque de Madingley, primo de Mathew. Éste se
elevaba imponente por encima de ellos, con todas sus torres y alas extendidas,
tanto que parecían alargarse y no tener fin, con ventanas brillando contra la
creciente oscuridad del atardecer.
–Aún no me puedo creer que tú te criaras aquí– dijo Reggie, sacudiendo la
cabeza. –Nunca me pareciste tan refinado.
Matthew sonrió. –Mi madre era la hija de un duque después de todo. Mi
primo ahora lleva el título y es dueño de la propiedad. Pero aun así… éste es mi
hogar.
Madingley Court era el lugar donde había vivido la mayor de su vida. Lady
Rosa se había criado en lo más alto de la Sociedad, y llevó una vida en
consecuencia. Pero haber nacido en la familia Cabot había tenido un precio,
incluso una maldición, como Matthew alguna vez había pensado.
Los Cabots eran notoriamente escandalosos, sus nombres estaban en boca de
todos, sus acciones eran una infame leyenda.
Y sus padres no habían sido diferentes. Su padre, Randolph Leland, era un
profesor de anatomía, de quien su madre, Lady Rosa Cabot, se había enamorado
sin tener en cuenta el desprecio de la Sociedad. El padre de ella, sintiéndose
culpable de haber descuidado a sus hijos mientras reconstruía el patrimonio
familiar, había cedido ante cualquiera con quien sus hijas quisieran casarse. Lady
Rosa, con orgullo, había considerado su elección –su buen sentido– infalible. Y
luego, su esposo la arrastró al escándalo.
El padre de Matthew, como anatomista, había estado pagando a hombres
para comprar los cadáveres de criminales condenados a muerte, lo cual estaba
permitido por ley. Sus estudios los requerían. Sin embargo, cuando había
necesitado el cadáver de un cuerpo femenino, que era más difícil de conseguir, sus
empleados habían desenterrado las tumbas de muertos recientes. El Profesor fue
atrapado en el escándalo de todo ello, y aunque su trabajo era legal, y él era
inocente del crimen, no pudo escapar a las críticas de la compra de cadáveres
femeninos.
Matthew era tan sólo un niño en aquella época, pero hasta él pudo notar la
tensión entre sus padres. Lady Rosa había ignorado a la Sociedad para casarse con
un plebeyo, y estaba furiosa y humillada por sus acciones. Cada uno fue herido por
la desconfianza del otro y habían llegado incluso al borde del divorcio,
escandalizando a todo Londres durante meses. Después de ser tema de historias
condenatorias en diarios y caricaturizados en dibujos, se retiraron al campo, por el
bien de la familia, y cancelaron los trámites del divorcio. En vista de ello, muchos
pensaron que habían salvado su matrimonio, pero Matthew y sus hermanas
sabían que todo era una fachada. Los Lelands amaban a sus hijos, pero no se
amaban entre ellos.
Y Matthew se sintió de alguna manera culpable; incluso cuando era un niño,
había luchado contra sus inclinaciones naturales para hacer lo que quisiera. Pero,
con la ayuda de sus primos, Christopher y Daniel, los problemas parecían
encontrarlo. Matthew continuó resistiéndose a su propia naturaleza, incapaz de
olvidar el crudo dolor en el rostro de Lady Rosa siempre que recordaba el
escándalo de su casi divorcio. El matrimonio le parecía algo doloroso, porque
aunque sus padres trataron de seguir las reglas y reparar su relación, nunca fueron
los mismos. Para él, tanto dolor no merecía la pena.
Como adulto, había encontrado cada vez más difícil ser el hijo adecuado. Su
primo Christopher había renunciado a sus maneras salvajes cuando asumió la
responsabilidad de su título a los dieciocho años, decidido a salvar a la familia
siendo el duque perfecto. Daniel había sido al revés, invocando un escándalo tras
otro, y haciendo lo que quería.
Cuando la envidia de Mathew por la libertad de Daniel se convirtió en
demasiada, supo que algo drástico tenía que cambiar, o él sería el que humillase a
su madre.
Así que, cuatro años atrás, había comprado una comisión en el Ejército de Su
Majestad la Reina. Sus padres se sorprendieron, pero no protestaron. Después de
todo, no era como si él fuera a heredar un título y vastas propiedades, junto con
todas las responsabilidades administrativas. Matthew nunca había mostrado
interés en las inversiones que el Profesor Leland había realizado. Y el Ejército era
una opción perfectamente respetable para un caballero.
Después de dos años con destino en Inglaterra, fue finalmente enviado a la
India… y a la libertad. Nadie sabía su nombre ni su historia familiar; nada más que
deber y lealtad se esperaba de él. Podía hacer lo que quisiera, ceder al salvajismo
que había pasado toda su vida resistiendo.
Y había sido estimulante. Había luchado batallas con tanta ferocidad y
temeridad que se encontró ascendido por su valentía. Una consecuencia no
deseada, pero que aceptó con gusto. Se consideraba un hombre nuevo, un
hombre libre, pero con la ferocidad vino la arrogancia, y había ido demasiado
lejos.
Alejó el doloroso recuerdo, sintiendo apenas una punzada de emoción; se
había vuelto un experto en ignorar lo que quería.
Independientemente de lo que hubiera pasado en la India, ahora estaba en
casa y él era diferente. No podía volver a reprimir cada inclinación. Tenía que ser
él mismo, para hacer lo que quisiera. Quizás sus padres querrían pensar que su
cambio era debido a servir al país, pero Matthew sabía que sería un cobarde si
dejaba que sus padres creyeran eso. El Ejército lo había liberado, le había
permitido ser el hombre que siempre había querido ser, un hombre que ya no
vivía según las reglas no escritas de la Sociedad. Hacía lo que le placía, mientras
que nadie fuera lastimado. Sus padres algún día entenderían eso, porque al
menos, él siempre supo que tenía su amor.
Por fin la puerta se abrió, y Hamilton, el mayordomo de la familia desde que
Matthew era un niño, lanzó una imponente mirada hacia abajo desde su patricia
nariz, primero a Reggie, luego a Matthew. Abrió su boca, y luego su mandíbula
pareció caer hasta su pecho.
Matthew sonrió. –Buen día, Hamilton.
–¿S-Señor Matthew?– El hombre farfulló, su rostro blanco.
Matthew hizo una mueca cuando el codo de Reggie le golpeó en el costado, a
causa del nombre que los sirvientes utilizaban para llamarlo durante su niñez. Pero
si el imperturbable mayordomo estaba atónito, Matthew sabía que su llegada iba
a provocar una apoplejía en sus padres.
–Sé que es una sorpresa, pero sí, soy yo, de regreso de entre los muertos.
Excepto que, en realidad nunca he muerto.
La sangre finalmente regresó de nuevo a las mejillas de Hamilton, que trató
de usar una expresión apropiada para enmascarar su amplia sonrisa. –Capitán
Leland, es bueno verlo. No me corresponde a mí preguntar acerca de este milagro,
así que sólo voy a decir que sus padres estarán más allá que agradecidos.
–Entonces, ¿están aquí?– Preguntó, sintiendo una oleada de anticipación y
placer. Se sintió aliviado por poder sacarles finalmente de su dolor, y por
comenzar el viaje de hacerles conocer su verdadero yo, el que había estado
escondiendo durante tanto tiempo.
El mayordomo rápidamente dio un paso atrás. –¡Por Dios, sí, están! Por favor,
pasen dentro.– Y miró a Reggie.
–Perdóneme Hamilton– dijo Matthew. –Éste es mi amigo, el Teniente Lawton.
Se quedará con nosotros por un tiempo.
Cuando Matthew cruzó el umbral, Hamilton tomó su maleta y Reggie puso la
suya junto a la puerta.
–¿Tienen más equipaje, Capitán?– Preguntó el mayordomo.
–Sí, cada uno tenemos otro baúl afuera en el carruaje.
–Me encargaré de ello después de que les lleve con Lady Rosa y el Profesor
Leland.
Matthew puso una mano sobre su hombro. –Gracias.
Las estatuas de mármol en sus nichos empotrados casi parecían darle la
bienvenida como algo familiar desde su infancia. Reggie abiertamente las miraba
boquiabierto. Las puertas del gran salón estaban abiertas, y Matthew pudo ver los
escudos y espadas en las paredes, representando el pasado de los Madingley, pero
Hamilton pasó de largo. El mayordomo le dirigió una sonrisa poco habitual cuando
alcanzaron las puertas cerradas de la sala, y Matthew compartió su emoción.
Hablando por encima de su hombro, Hamilton dijo –Su Señoría, el Profesor, y
su esposa, se encuentran esta noche en la sala. Y si me permite tal atrevimiento,
no puedo esperar para ver sus caras.
Matthew intercambió un ceño perplejo con Reggie. ¿La esposa de quién? Pero
antes de que pudiera preguntar al mayordomo, la puerta se abrió y vio a tres
personas sentadas cerca de la chimenea principal.
Su padre, el profesor Randolph Leland, tenía el cabello castaño rojizo de
Matthew, pero teñido de gris. Estaba despeinado, como si recientemente hubiera
pasado sus manos por él, un hábito que Matthew recordaba desde la niñez. Su
madre, Lady Rosa Leland, parecía más delgada de lo que recordaba, su rostro con
profundas arrugas, a causa de su supuesta muerte, sin duda, y no sólo por el paso
del tiempo. Matthew hizo una mueca de dolor por la culpa. Con ellos se
encontraba una mujer que no conocía, que completaba el acogedor cuadro.
Mientras que el Profesor leía el periódico, Lady Rosa y la mujer cosían con las
cabezas juntas como si mantuvieran una conversación. Todos levantaron sus
miradas cuando Hamilton se aclaró la garganta.
Y algo dentro de Matthew se paralizó con alivio, con alegría, sabiendo que
podría llevarles una renovada felicidad. Y él estaba tan contento de estar en casa
después de un largo viaje alrededor de medio mundo.
–Disculpen la interrupción, Profesor Leland, Lady Rosa.– La voz del viejo
mayordomo era ronca, como si estuviera emocionado. –Traigo buenas noticias.
El periódico se hundió en el regazo de su padre, y Lady Rosa emitió un sonido
mitad entre jadeo y grito, su costura cayendo al suelo mientras se levantaba. La
mujer desconocida permaneció en silencio e inmóvil, pero su rostro palideció.
–¿Matthew?– Lady Rosa pronunció su nombre débilmente, luego se aferró al
brazo de su esposo como si se fuera a caer.
Él corrió hacia adelante. –Sí, madre, soy yo, pero por favor no te desmayes. Se
cometió un terrible error, y cuando descubrí que os habían enviado la noticia de
mi muerte me apresuré a regresar a casa lo más rápido que pude.
Fue el turno de sus padres de correr, reuniéndose con él a mitad de camino
de la habitación; las lágrimas corrían por sus caras. Matthew notó un nudo en su
garganta. Por mucho que le hubiera distanciado el escándalo del Profesor Leland,
al igual que tenía a su madre, aunque por muy diferentes razones, nunca había
olvidado lo mucho que le amaba.
Abrazó a los dos a la vez, luego dejó a Lady Rosa sollozar contra su pecho,
sosteniéndola mientras le sonreía a su padre.
–¿Cómo sucedió esto, hijo?– Preguntó el Profesor desconcertado, usando un
pañuelo para secarse las lágrimas.
Para sorpresa de Matthew, el Profesor Leland palmeó suavemente la espalda
de Lady Rosa, como para aliviar sus desbordadas emociones. ¿Qué había pasado
con la distancia mantenida tan cuidadosamente entre ellos, como un muro de
piedra levantado para proteger a un soldado? Gran parte de su niñez él tuvo que
caminar con mucho cuidado entre sus respectivos campamentos, donde ellos
permanecían como dos enemigos bajo un alto el fuego.
Riendo y llorando, Lady Rosa por fin levantó la mirada hacia él,
permaneciendo dentro del círculo de sus brazos. –Sí, cuéntanos qué sucedió, por
favor.
–Fui herido– explicó, –y mi regimiento tuvo que dejarme atrás.
Mientras hablaba, Matthew se encontró mirando más allá de ellos a la mujer
que en silencio los observaba. Parecía congelada, su costura descuidada en su
regazo, su mano aferrada al brazo del sofá, dejando sus nudillos blancos. Su
cabello rubio claro estaba recogido en rizos al azar en lo alto de su cabeza,
recordándole a las burbujas del champán. Poseía una belleza clásica encantadora,
con pómulos elegantes, una nariz fina, y labios carnosos que ahora estaban
separados en estado de shock. Ella parecía extramente… familiar.
Su curiosidad era tal que casi no podía recordar sobre qué había estado
hablando. Se giró para hablar con Lady Rosa. –Después de que me recuperé y
trasladé a otro regimiento, de alguna manera en mi primer destino pensaron que
había muerto por mis heridas. Me enteré demasiado tarde de que os habían
enviado una carta de condolencias.
–¡Oh, Matthew!– Gimió de nuevo. –No puedo decirte lo afligidos que hemos
estado por tu pérdida.
Ella estaba temblando ahora, y él se sintió como si deliberadamente la
hubiera engañado. Su cabello castaño oscuro se había vuelto en su mayoría gris y
parecía frágil.
Finalmente Lady Rosa le vio mirar por encima de su cabeza a la mujer.
–¡Oh Dios mío!– Exclamó. –¡Tu amada Emily merece la felicidad de vuestro
reencuentro!
“¿Amada Emily?”
Parpadeó mirando a la mujer, mientras sus padres le cogían por ambos brazos
y le conducían hacia adelante. La mujer, Emily, parecía extrañamente rígida, como
si estuviera luchando contra el deseo de alejarse de él.
Lady Rosa fue hasta ella, ayudándola a levantarse. –Él no es un sueño, querida
Emily– dijo en voz baja, con una dulzura que nacía del amor.
Y entonces, Emily fue empujada hacia él, y él pudo apreciar que la elegancia
de sus formas continuaba por todo su cuerpo, con curvas delicadas perfectamente
proporcionadas, pechos erguidos, cintura estrecha, y redondeadas caderas. Pero
fueron sus ojos los que le atraparon, grandes y de un azul tan brillante como de
fina porcelana, destacando contra su piel, tan pálida, como si no tuviera color.
–Matthew– Dijo Lady Rosa con voz de reproche. –¿No tienes nada que decir a
tu esposa?
Entonces, Matthew finalmente tuvo que aceptar lo que su cerebro no había
sido capaz de asimilar, que esta mujer había dicho a su familia que ella era su
esposa.
Apretó sus labios para contener un ataque de risa. “¿Su esposa?”
Pero sus padres lo creían, la creían a ella, se dio cuenta con incredulidad. Por
alguna desconocida razón, esta mujer los había engañado con sus mentiras, y se
había salido con la suya.
Debería estar enojado, indignado. Pero en cambio sintió un reticente
sentimiento de admiración por su audacia, y por su éxito.
Rápidamente miró a Reggie, pero con el control de un soldado, éste no reveló
ninguna reacción; sólo esperaba la respuesta de Matthew.
Matthew sabía que muy bien podría tratarse de una conspiración aún mayor;
después de todo, esa mujer podría estar estafando a su familia. Pero el Profesor
Leland no era tonto, y aunque pudiera parecer concentrado en sus
investigaciones, habría sabido si estaba llevando a cabo un robo. Y además, había
habido amor en la voz de Lady Rosa, algo que esa mujer no podía haber ganado
con demasiada facilidad.
¿Ella había afirmado ser su esposa? Cuando la verdad fuera revelada, sería el
escándalo más grande que su familia, propensa al escándalo, podría jamás haber
visto. Y él, después de haber creado sus propios escándalos en la India, ahora
enfrentaba uno nuevo explotando en medio de su familia. Gracias a Dios que
finalmente había aceptado el hecho de que el escándalo lo perseguía dondequiera
que fuera.
–¿Matthew?– Lady Rosa dijo vacilante, mirándolos a los dos con confusión.
Ella sostenía el brazo de Emily, pero la otra mujer ni siquiera parecía estar
temblando. ¿Dónde estaban sus excusas, sus intentos por explicar lo que ella
seguramente lamentaba que él estaba por revelar? Estaba ansioso por
escucharlos, por ver cómo funcionaba su mente. Pero ella permaneció en silencio,
esperando. De alguna manera tenía que alentar su participación en esta comedia.
Matthew dirigió a su padre una confusa sonrisa. –Yo… perdónenme, pero mis
heridas fueron bastante graves. Dijeron que estuve a punto de morir.
Lady Rosa se quedó sin aliento, con una mano aferrándose al brazo de Emily, y
la otra alzada buscando el apoyo de su esposo. Matthew vio con asombro que el
Profesor se lo daba. Pero él no podía centrarse en sus padres, no cuando esta
situación necesitaba de una cuidadosa astucia para equiparar a la de Emily.
Y de repente, la respuesta vino a él, tan impactante y, sin embargo, tan
apropiada, que quiso reír. Había sólo una forma de descubrir los secretos de Emily
sin tener que recurrir a interrogarla como un policía. Y a pesar de que era sólo una
demora temporal al inevitable escándalo que habría cuando la historia llegara a
los periódicos, cedió a sus impulsos, tanto tiempo negados.
–Algunas partes de mi memoria son vagas, y pensé que sería menor, pero…–
Dirigió a Emily una sonrisa avergonzada. –No recuerdo estar casado.
Hubo un tenso momento de silencio en el que sus padres le miraron
boquiabiertos. Matthew observó a Emily, impaciente por su respuesta en la
batalla que acababa de iniciarse.
Y entonces, su cabeza se fue hacia atrás, puso los ojos en blanco, y comenzó a
desplomarse.
Capítulo 2
Matthew cogió a Emily antes de que cayera al suelo, disfrutando de las suaves
curvas de su cuerpo inerte cuando la sujetó contra su pecho.
–¡Dios mío, querida!– Exclamó Lady Rosa, poniendo su mano suavemente en
la frente de Emily. –El shock debe haber sido demasiado para ella. Ha llorado tanto
por ti, sobre todo después de sus maravillosos seis meses juntos en la India.
Reggie tosió de repente, luego paró.
–Estaba enferma cuando llegó el año pasado– continuó Lady Rosa, –justo
después de que nos enteráramos de tu muerte. Pobrecita. Ella misma no había
escuchado las noticias, porque había salido en un barco anterior.
Lady Rosa le dirigió una sonrisa preocupada, pero volvió su preocupación a su
“esposa”. Por lo tanto, Emily no sólo había declarado que el de ellos fue un
matrimonio apresurado, sino que dijo que ellos habían pasado un tiempo juntos.
Eso fue increíblemente arriesgado. Entonces, ¿qué había estado haciendo ella, y
qué trataba de esconder, mientras estaban supuestamente juntos en la India?
–¿Ella sólo vino a ustedes después de que conocieron la noticia?– preguntó.
Emily obviamente lo había elegido a él como objetivo porque había escuchado que
él estaba convenientemente muerto. ¿Por qué necesitaría ella la protección del
nombre de un hombre?
–No importa, hijo– dijo el Profesor Leland con voz ronca. –Dios mío, tu salud
es más importante que cualquier otra cosa. Has perdido partes de tu memoria.
¿Mandamos por un médico de inmediato?
La punzada de culpabilidad fue muy fácilmente ignorada. –El Ejército se
encargó de todo, padre. Y nada se puede hacer salvo esperar que con el tiempo
recupere mi memoria. No sufro ningún tipo de dolor o molestia.
El Profesor pareció obligarse a sí mismo a relajarse, su mirada cayendo sobre
Emily, todavía inconsciente en los brazos de Matthew. –¿No es pesada, hijo?
Puedes dejarla en el sofá. Estoy seguro de que se reanimará enseguida.
Matthew se preguntó si ella habría interpretado ser frágil, viniendo a ellos
supuestamente enferma. Quería preguntarla, pero no delante de sus padres.
Dirigió a su padre una sonrisa cansada. –Aunque no puedo recordar nuestro
matrimonio, me imagino que no me importaba abrazarla.
Lady Rosa puso los ojos en blanco al tiempo que se sonrojaba, mientras que el
Profesor se rio entre dientes.
Matthew miró la calmada cara de Emily, acomodándola para que su cabeza
descansara sobre su hombro, donde él podía observarla. Su dulce aliento se sentía
suave contra su cuello; sus párpados cerrados parecían azulados de fragilidad.
–Esto debe ser un shock también para ti, hijo.– Dijo en voz baja el Profesor
Leland. –Los recuerdos son todo lo que tenemos del pasado, y perderlos,
especialmente uno tan importante…– Su voz se apagó por un momento, luego se
fortaleció. –Pero esto es algo de menor importancia, algo que mejorará con el
tiempo. Lo más importante es que estás en casa con nosotros, y que estás vivo.
Podemos hacer juntos nuevos recuerdos.
–¡Oh, tus hermanas estarán tan emocionadas!– Exclamó Lady Rosa,
aplaudiendo con alegría. –Ellas ya se han retirado a sus habitaciones. ¡Podemos
enviar a por ellas y celebrar!
Pero Matthew estaba demasiado impaciente por comenzar la danza de
ingenio con Emily. –¿Madre, te importaría si yo… subo a Emily a nuestra
habitación? Paz y tranquilidad la ayudarán a aliviar su conmoción. Y además, yo
me encuentro exhausto. Sólo pasamos una breve noche en Londres, y luego vine
directamente aquí.
–Claro, por supuesto– dijo el Profesor. –Se lo diremos a las chicas cuando se
despierten por la mañana, para que no te conmocionen con su histeria.
–¿Te envío una bandeja con la cena?– Preguntó Lady Rosa.
–No, nos detuvimos para comer hace varias horas. Sólo agradecería dormir.
Sus padres se dieron la vuelta y en ese instante repararon en Reggie, quien
juntó sus tacones y se inclinó ante ellos.
Matthew negó con la cabeza con diversión reprimida. –Con toda la emoción,
me olvide de hacer las presentaciones. Profesor Leland, Lady Rosa, permítanme
presentarles a mi amigo, el Teniente Reginald Lawton. Viajamos juntos desde la
India.
Mientras su padre saludó amablemente con la cabeza, Lady Rosa quitó su
mirada preocupada de Emily y le dirigió a Reggie una franca mirada de interés. –
Estaré muy feliz de hablar con usted, Teniente. ¿Estuvo usted con Matthew
durante su matrimonio con Emily?
Matthew no se preocupó por la respuesta de Reggie.
–No, Milady– El otro hombre contestó con prontitud. –Pero supongo que voy
a llegar a conocerla muy bien junto con Matthew.
Matthew hizo una mueca de dolor para esconder su diversión. –Hamilton te
encontrará una habitación, Reggie. Te veré por la mañana.
Mientras sus padres lo acompañaban por los corredores, Matthew se
encontró saludando con la cabeza y sonriendo a los sirvientes con quienes se
cruzaba y que le miraban con asombro. A algunos no los reconoció, pero a los que
sí lo hizo, muchos estaban secando sus ojos llorosos con pañuelos. Él estaba
extrañamente conmovido.
Sin embargo, lo que le impresionó fue la cantidad de ellos que miraban a su
“esposa”, con verdadera preocupación. Al parecer, Emily se había hecho un lugar
en su hogar, y los sirvientes la apreciaban.
Se preguntó si ella estaba fingiendo un desmayo para retrasar sus inevitables
preguntas hasta que estuvieran solos. Esa sería una buena táctica. Su actitud
angelical y su delicado cuerpo, le hacían fácil olvidar lo que había hecho. Llevaba
célibe desde el año anterior, por lo tanto no se le podía culpar por ser incapaz de
apartar su mirada de la mujer en sus brazos.
Lady Rosa abrió la puerta de su dormitorio.
Así que la muchacha había estado ocupando sus habitaciones; por supuesto,
pensó con diversión. Para su sorpresa, no había cambiado nada de la decoración
masculina de madera oscura, ni agregado adornos femeninos.
Colocó a la mujer suavemente en su cama. Por fin, sus padres los dejaron
solos, después de encender las lámparas para combatir la penumbra creciente de
la noche. Un sirviente ya había encendido el carbón de la chimenea para alejar el
frescor de la noche de otoño. Se alegró, porque después del calor de la India,
Inglaterra le parecía demasiado fría. Con aire ausente, frotó el brazo lleno de
cicatrices donde la piel se había tensado encima del codo mientras la había
cargado. No era exactamente doloroso, pero… sí incómodo, y un recordatorio
constante de su error en la batalla.
Matthew se quedó de pie junto a la cama de cuatro postes con dosel, mirando
a Emily, o como quiera que se llamase realmente, durante largos minutos. Ella no
se movió. Largas pestañas marrones yacían en sus mejillas de porcelana; sus labios
rosados estaban separados suavemente con su respiración. Aunque se inclinó
cerca, ella todavía permaneció inmóvil. Si estaba fingiendo estar inconsciente,
estaba haciendo un buen trabajo.
Buscó en el armario del vestidor y encontró ropa útil, nada indecentemente
caro o extravagante, varios vestidos en una variedad de negros y grises. Pero era
lógico, ya que apenas habría salido del luto sólo unos pocos meses atrás, pensó
sonriendo, y preguntándose si ella sería de la clase de mujer que extrañaría
vestidos hermosos.
De vuelta a su habitación, fue al tocador, que una vez había albergado su
navaja, cepillo de afeitar y taza, pero en el que ahora había un juego de peines de
mujer, un cepillo y un espejo de mano, así como también frascos de vidrio
conteniendo perfumes. Revisó la cómoda, pero no encontró joyas escondidas,
nada que la incriminara de algún modo. Se sintió aliviado.
Sin embargo, en el escritorio, varios papeles estaban guardados en una
carpeta de cuero. Miró sorprendido una licencia de matrimonio con su firma en
ella. ¿Habría hecho su herida que olvidara algo tan importante? Pero no, podía
recordar todo lo que había hecho, cada momento de su tiempo en la India.
Mirando más detenidamente el documento se dio cuenta que aunque la firma
pasaría por suya en una inspección superficial, alguien la había copiado
cuidadosamente para falsificarla, para proporcionarle una forma de entrar en su
conocida familia.
No alguien: Emily Grey. A menos que fuese un nombre falso el que figuraba
escrito en la licencia.
Pero hasta su nombre tocó una fibra sensible dentro de él. ¿La había conocido
antes? ¿Era ese el motivo de que hubiese elegido a su familia?
La ciudad detallada en la licencia era Southampton, de donde su barco había
zarpado de Inglaterra, la fecha de la boda sólo dos días antes de que él hubiera
dejado el país. Ella sabía mucho de él y de sus movimientos antes de que se
marchara. Pero había sido lo suficientemente lista como para hacerlos pasar como
una pareja enamorada a primera vista. ¿Qué, o quién, la habían inducido a esta
loca intriga? Sus padres dijeron que ella no había llegado hasta el año pasado,
justo después de que a ellos les informaran de su supuesta muerte. Obviamente
ella lo había elegido de la lista de fallecidos.
Puso la licencia de vuelta en dónde la había encontrado. Tendría que hacer
uso de una paciencia extrema, mientras interpretaba el papel de esposo
desconcertado…
No debería estar disfrutando tanto de esto, lo sabía, pero parecía que no
podía evitarlo.
“Esposo”, pensó nuevamente, mirándola.
Había declarado amnesia en lo que a ella concernía. Pero si estaba
pretendiendo creer todas sus mentiras, ¿se esperaba que la tratase como a una
esposa de verdad?
¿Incluso compartir esta cama?
Algo retorcido cobró vida dentro de él.
Matthew sacudió la cabeza y desvió su mirada, recuperando el control. Había
pasado su vida dominando cada impulso, así pues, ahora se tomaría las cosas con
calma, mientras desenmascaraba a Emily Grey. ¿Qué tan mala podría ser si sus
padres ya la amaban?
Los ojos de ella pestañaron varias veces, y luego se abrieron, mostrándole su
azul cautivador, así como también su confusión.
Y entonces le vio y jadeó.
–Hola Emily– dijo suavemente, sonriendo. –Tu esposo está en casa.
Emily abrió sus ojos desconcertada, suponiendo aturdida que aún se
encontraba en el salón. En cambio estaba recostada de espaldas, bajo el dosel de
la cama, en la habitación de su esposo.
Todo llegó a ella de repente, y miró cautelosamente al hombre que la había
llevado hasta allí, y que ahora la estaba mirando de manera inquisitiva, después de
su agradable saludo.
El hombre muerto, a quien ella había declarado como su esposo.
Creía que se había convertido en una mujer fuerte, pero su entrada en el
salón la dejó tan pasmada que se había quedado sin habla, incapaz de pensar qué
hacer. Había esperado tontamente encontrarse arrojada fuera de la casa.
Pero él no la había delatado. Cuando dijo que había perdido parte de su
memoria, su alivio había sido tan grande que se había desmayado. La debilidad era
un problema; sólo su fortaleza y astucia la ayudarían a pasar por esto ahora.
Se encontró estudiando al Capitán Matthew Leland, tratando de recordar al
hombre que había conocido durante sólo unas pocas horas casi dos años atrás; el
hombre cuya muerte ella había utilizado para su propia conveniencia.
Pero él no estaba muerto. Estaba bastante vivo, y a solas con ella en la
habitación que se suponía que ellos compartirían como marido y mujer.
Pero él no era su esposo.
No entraría en pánico. Esta rara enfermedad de él le había dado la
oportunidad de seguir interpretando el papel de su esposa. Ahora era fuerte, y
había aprendido que era capaz de hacer cosas terribles para sobrevivir. Y ella
sobreviviría a esto.
–¿Matthew?– Su nombre salió en un susurro de fingida incredulidad.
Despreocupadamente, se apoyó en el poste de la cama, con los brazos
cruzados sobre el pecho, y una pequeña sonrisa apareció en sus labios.
Era un hombre apuesto, tal y como había pensado en el primer momento en
que le vio en un barco durante la tormenta en el Canal de la Mancha. Tenía el pelo
oscuro, castaño rojizo que brillaba por la luz artificial. Sus divertidos ojos eran
color avellana, pero mientras más lo miraba, comprobó que no eran de un solo
color, sino que podían cambiar. Cuando le conoció por primera vez, pensó que sus
ojos eran intensos, como si se centrara solamente en ella mientras ellos hablaban.
Con una clásica mandíbula cuadrada y finos labios, era la viva imagen de lo que un
hombre apuesto debería ser. Era todavía ancho con músculos, quizás aún más
después de servir como soldado en la India. Su chaqueta casi parecía demasiado
apretada sobre sus hombros, como si no hubiera tenido tiempo de comprar una
nueva desde que había vuelto.
Bueno, por supuesto que no lo había tenido. Había corrido directamente
desde el barco para decir a sus padres que estaba vivo…. sólo para encontrar una
esposa que no recordaba.
¿Qué haría su esposa?
Sin pensarlo dos veces, se arrojó de la cama y a sus brazos. Ni siquiera se
tambaleó, era tan fuerte. Pensó que dudaba, pero finalmente sus brazos la
rodearon y fue envuelta en su calor… pero no en su seguridad. Ella nunca se
engañaría. Había crecido pensando que el matrimonio significaba seguridad, y lo
había averiguado por sí misma, sin necesitar un verdadero marido. Y había
aprendido a no depender de nadie más.
Por fin, se inclinó hacia atrás para mirar hacia él, sonriendo con felicidad,
forzando a las lágrimas a brillar en sus ojos. –¡Matthew!– ella repitió su nombre
con alegría y placer.
Estaba sonriendo hacia ella, lo que la hizo sentirse aliviada, sin embargo,
estudiaba su rostro de cerca. ¿Debería darle un beso, distraerle de pensar tan
profundamente? Estaba totalmente preparada para hacer lo que fuera necesario,
pero… algo la detuvo.
–Ellos te llamaron Emily– dijo lentamente, como si estuviera probando su
nombre en su lengua, su voz un profundo sonido ronco de masculinidad.
Ella sonrió mientras sus manos acariciaban sus hombros hacia abajo. –Yo era
Emily Grey, pero tú me hiciste una Leland! Dejó que su sonrisa se desvaneciera. –
Pero ahora no sé qué hacer. Quiero mostrar mi felicidad por tu regreso a casa a
salvo, y llorar al mismo tiempo. ¿De verdad no recuerdas nada?
Él negó con la cabeza. –Un regreso a casa bueno para una mujer que no se
había permitido a sí misma la esperanza de que regresaría.
Sus manos se deslizaron por su espalda lentamente, llegando a descansar en
su cintura. Ella quería distraerle, pero extrañamente, con sólo su toque estaba
distrayéndose ella. Y sabía que no podía permitirse tal distracción en su mente.
–¿Cómo podría esperarlo?– preguntó, acariciando sus solapas. –Me dijeron
que estabas muerto. Yo estaba enferma cuando tu madre me lo dijo. Incluso ahora
recuerdo cuán perdida me sentí. Pero para ti, yo sólo soy una extraña recién
presentada. Como una lágrima cayó de sus pestañas, se sintió agradecida por una
máscara detrás de la cual esconderse. A pesar de que estaba jugando con fuego,
llegó a tocar su mejilla, sintiendo el calor de su piel y la aspereza de su barba.
De repente, sus manos se apretaron en su cintura, atrayéndola aún más
íntimamente contra él. Su mirada se centró en su boca.
Él pensaba que ella era su esposa. Podía reclamar sus derechos conyugales.
Descubrió que no podía respirar, sus pechos subían y bajaban con fuerza
contra la dura pared de su pecho. Aunque no era un hombre excepcionalmente
alto como su primo el duque, todavía se inclinó sobre ella, poderoso e intimidante.
Si él alguna vez recordaba todo…
Se inclinó aún más cerca, su boca justo por encima de la de ella. Sintió su
aliento, y experimentó un dolor intenso que no pudo identificar. Para su sorpresa,
en el último segundo, volvió la cabeza y presionó sus cálidos labios en su mejilla.
La soltó tan rápido que ella se tambaleó hacia atrás contra la cama.
La agarró del brazo, su sonrisa encantadoramente angustiada. –Necesito…
tiempo para conocerte de nuevo, casi como si empezáramos de nuevo. Sé que no
es justo para ti…
–Por supuesto que es justo– dijo ella, casi demasiado apresuradamente. Se
suponía que debía estar angustiada y triste… pero también podía ser una esposa
comprensiva. Respiró hondo, luego le acarició la mano que todavía sujetaba su
brazo. –Todo esto también es un shock para mí.
Él asintió con la cabeza.
–No nos hemos visto en más de un año– continuó, sintiéndose más tranquila,
más fuerte. –Me encuentro mirando cómo has cambiado, preguntándome qué has
visto y hecho mientras estabas en el Ejército.
Él la soltó y dio un paso atrás. –Mis padres me dijeron que pasaste seis meses
conmigo en la India.
–Hasta que pensaste que iba a estar en demasiado peligro si me quedaba
contigo. ¿No recuerdas nada de eso?
Él negó con la cabeza lentamente.
–Cuando regresé a Inglaterra para conocer a tu familia, fue sólo para escuchar
que ellos ya habían tenido la noticia de que estabas… muerto.– Ella miró hacia
otro lado, inspirada en buscar a tientas su pañuelo en su mesita de noche. Se sonó
la nariz.
Cuando le devolvió la mirada, él caminaba hacia el escritorio.
–Encontré nuestra licencia de matrimonio– dijo.
Su respiración se detuvo en sus pulmones mientras esperaba que continuara.
–Está fechada sólo dos días antes de irme a la India. Recuerdo algunos de los
preparativos en Londres, el viaje en tren a Southampton, pero no el tiempo que
pasé allí.
–Dos semanas. Es el lugar dónde nos conocimos. Soy de un pueblo cercano,
donde mi padre era un terrateniente.
–¿Era?– Se sentó en el borde del escritorio, mirándola.
¿Estaba deliberadamente manteniendo la distancia? Qué conmoción debía
estar sintiendo, frente a una mujer a la que creía íntimamente unida a él. Pero ella
no podía permitirse sentir pena por él, o lamentarse de lo que estaba haciendo.
–Mi padre y mis hermanos murieron en un accidente de barco en el Canal–
dijo.
Incluso ahora los recuerdos del viento elevándose, las olas chocando contra la
proa, la perseguían, distrayéndola. En sus pesadillas aún podía ver a su hermano
mayor barrido por la borda, desapareciendo de la vista. No había tenido que
simular esas emociones; éstas oprimían su estómago con tanto pesar que había
sido incapaz de inventar una mentira para la familia de Matthew.
–Estaba navegando con mi padre y mis hermanos cuando el barco naufragó
en la tormenta. Mientras me aferraba a los restos, pensaba que moriría. Luego
escuché el sonido de la campana de un barco y vi la embarcación emergiendo de
la niebla. Tu cara fue la primera que vi mientras te inclinabas sobre el agua encima
de mí, como un ángel que llegaba a rescatarme. Pensé que eras… intrépido, tan
valiente.– Miró a lo lejos, tragando. –Tú sólo me sonreíste con aliento, aunque me
aferraba a tu mano tan fuertemente que podría haberte hundido conmigo hacia
abajo.
Ella arriesgó una rápida mirada hacia él, pero aún la miraba intensamente.
Con calma, preguntó –¿No tenías otra familia?
–Nadie cercano. Mi madre murió cuando era niña. Pensaba que mis hermanos
cuidarían de mí sin importar lo que pasase.
–¿Cuántos años tenías?
–Veinte.
–¿Y no hubo ningún hombre en tu vida antes de mí?
Ella sacudió su cabeza. –Pasaba la mayor parte de mi tiempo en nuestro
pequeño pueblo. Yo sólo…. Tenía asumido que me casaría con uno de los
hacendados, un hombre de la misma clase que mi padre, pero nunca encontré
ninguno. Y luego te conocí. Fuiste tan bondadoso, tan preocupado por mí,
asegurándote de que tuviera un lugar dónde quedarme. Estuviste a mi lado en el
funeral de mi familia, viniste a visitarme cada día. Hablar contigo me hizo recordar
que mi padre querría que continuara con mi vida. Para distraerme, me contaste
historias de tu familia, de primos que eran como hermanos para ti, de las
hermanas que adorabas. Escuchar sobre otra familia me ayudó a recordar los
buenos tiempos con la mía.
Él ladeó la cabeza, su expresión interesada. –¿Y qué historias te conté
mientras te cortejaba?
Ella sonrió pícaramente, arriesgándose a que respondiera al flirteo. –Había
tantas. Pasábamos nuestras noches en el barco hacia la India conversando bajo las
estrellas, mientras hablábamos de nuestra infancia. Pero recuerdo una historia
que era sobre cómo actuaste como el hermano mayor cuando tu primo Daniel
estaba tomándole el pelo a tu hermana sobre su obsesión con pintar. Si recuerdo
correctamente, Daniel terminó cubierto de pintura, y tú fuiste el héroe de Susana.
Una media sonrisa curvó su boca.
Con voz suave, ella agregó –Durante el tiempo que pasamos juntos, llegué a
ver la clase de hombre que eras, tan cercano a tu familia, y sin embargo,
esperando servir a tu país. Admiré eso.
Él miró lejos entonces. ¿Los elogios estaban yendo demasiado lejos?
Caminó lentamente hacia él. –Sé que parece rápido, pero de alguna manera
nos enamoramos.– Las mentiras salían de ella tan fácilmente ahora. –Estaba sola
en el mundo, y me preocupaba que me estuviera aferrando a ti, mi salvador, pero
tú no estabas de acuerdo. Pensabas… pensabas que nosotros éramos perfectos
juntos.
–No estaba buscando una esposa.
–Dijiste eso, incluso entonces. Pero lo que teníamos…. no quisiste que
terminara. Así que me propusiste matrimonio, y quisiste llevarme contigo a la
India.
–¿Y no te importó convertirte en la esposa de un oficial, siguiendo al batallón?
Ella sacudió la cabeza. –No había nada en Southampthon para mí. Un primo
distante heredó la mansión familiar, pero yo no quería vivir con extraños. Pensé
que tú eras todo lo que alguna vez necesitaría.
–¿Y nos casamos tan rápido que ni siquiera tuve a mi familia con nosotros?
–Tu salida estaba programada. No había tiempo.
Emily contuvo el aliento, deseando que él no preguntara cuándo ellos habían
notificado a su familia sobre su matrimonio. Porque tendría que mencionar la
carta que amenazaba demasiado su mente, conteniendo un secreto que podría
destruir su falso matrimonio y su vida. Porque Matthew había escrito a sus padres
sobre un matrimonio…, pero ella no era la novia.
Lady Rosa se la había mencionado cuando aún estaba enferma, y Emily
recordaba haberse sentido abrumada y resignada, pensando que su mascarada
había terminado. En la carta, Matthew escribió que se había casado, pero sin
entrar en detalles, ni siquiera el nombre de su esposa, prometiendo explicar todo
cuando tuviera más tiempo.
Pero nunca lo tuvo. La familia Leland simplemente asumió que él había estado
preparando a su familia para Emily, poniéndolos incluso más dispuestos a
aceptarla. Y mientras tanto, la preocupación de que otra Señora Matthew Leland
regresara, acechaba en el fondo su mente.
¿Qué había sucedido con su verdadera esposa, y por qué no estaba con él?
Porque ella sería la mujer que podría arruinar todo por lo que había trabajado
tanto.
Era tan fácil estudiarla, pensó Matthew mientras miraba a su “esposa”. Emily
Grey no era sólo belleza, sino verdadera elegancia… y tenía una respuesta para
cada pregunta. Ella había saltado a sus brazos como si él fuera realmente su
largamente perdido esposo. Había incluso llorado cuando quería.
Ella había pasado por un montón de problemas para construirse una vida
aquí, y su pérdida de memoria le había venido como anillo al dedo.
Pero no, cada palabra era una mentira, porque su historia le hizo recordar el
accidente del barco. Las autoridades locales de Southampthon habían rogado por
cualquier soldado dispuesto a navegar en la tormenta para aumentar la ayuda en
el rescate.
–¿Matthew?
Ella se paró cerca de él, puso su mano tiernamente en su brazo. Podía aspirar
su dulce fragancia, mirar el encantador azul de sus ojos. Una mujer de su belleza
seguramente sabía cómo afectaba al sexo opuesto. ¿Pensaba que podía
convencerlo tan fácilmente? Esperaba ansioso confrontar su mente con la de ella.
Él permaneció sentado en el borde del escritorio, lo que casi los puso al nivel
de los ojos. Le dirigió una sonrisa cansada. –Lo siento, mi mente debe haber
divagado, es tan malditamente frustrante saber que algo sucedió, pero ser incapaz
de conjurar un recuerdo. ¿Cómo pude olvidarte?
Ella se ruborizó y desvió la mirada, con un tono rosado iluminando la
perfección de su piel.
–Entonces, ¿pasaste seis meses conmigo?
Ella asintió
–¿Y no hubo un niño?
Ella negó con la cabeza, luego suspiró –Pero cómo deseé uno cuando te creí
muerto.
Fue su turno de asentir, su más profunda preocupación satisfecha. Por lo
menos no habría un niño herido por lo que ella había hecho. –Estoy seguro de que
tendré muchas más preguntas, pero no esta noche. Estoy agotado.
–Oh, por supuesto que lo estás–, dijo ella rápidamente, su frente fruncida con
preocupación. –¿Puedo hacer algo para ayudarte?
Inclinó la cabeza y sonrió, incluso mientras su rubor se profundizaba. Él
sostuvo su mirada por un momento, y ella lo miró a él. Pero él ganó esta pequeña
competición cuando ella bajó su mirada. El diablo dentro de él quería pedirle lo
que ella le estaba ofreciendo esta noche. Sus labios sabrían dulces; su cuerpo
aliviaría su alma cansada y le permitiría verdaderamente olvidar.
Pero, ¿se rendiría con gusto, mientras otra parte retrocedía dentro de ella?
No quería usarla de esa forma, aunque esta situación la había creado ella.
–Ve a dormir, Emily–, dijo él finalmente, estirándose y rozándola de pasada. –
¿Hay alguien ocupando la habitación contigua?
Ella negó con la cabeza, luego habló con obvia incredulidad. –Pero ésta es tu
habitación.
–Pero tú la has estado usando. Yo usaré aquella por ahora. ¿Acaso la mayoría
de las parejas que tienen vidas separadas, no tienen camas separadas también?–
preguntó casualmente. –¿O nosotros éramos tan diferentes?
Ella dudó, luego dijo suavemente, –Nosotros estábamos bien juntos.
Él le dirigió una media sonrisa. –Estoy contento de escuchar eso. Odiaría
pensar que te dejé con malos recuerdos.– Dicho lo cual, caminó hasta la puerta
que conducía al vestidor que conectaba las dos habitaciones.
–Recuerda, Matthew, podemos crear nuevos recuerdos– dijo. –Buenas
noches.
Él le deseó lo mismo.
Cuando estuvo solo, se quitó el pañuelo del cuello y lo miró largo rato
mientras éste colgaba entre sus dedos.
Su mente estaba corriendo, y no iba a ser capaz de dormir por mucho tiempo.
Silenciosamente, cruzó la puerta que conducía al hall y abandonó su
habitación.
Capítulo 3
Fue bastante fácil encontrar a Reggie, ya que estaría alojado en el ala
destinada a los solteros.
Matthew golpeó en la puerta de la primera habitación de invitados. Desde el
otro lado escuchó –Ya te he servido un brandy.
Entró en la habitación para encontrar a Reggie hundido en un sillón de oreja
ante el hogar, su cabeza reclinada contra el respaldo, sus ojos entrecerrados. Una
copa de brandy acunada entre sus manos, mientras otra esperaba en una pequeña
mesa al lado de él.
Matthew sonrió, tomó su copa, y luego con un suspiro, se estiró en la silla de
al lado. Reggie continúo mirándole vagamente, esperando.
Matthew levantó su copa. –Por mi esposa.
Su risa se fundió con la de Reggie, y luego chocaron sus copas antes de beber
hasta el fondo.
–Cómo consigues mantener la cara impasible está más allá de mí– dijo Reggie,
sus hombros todavía sacudiéndose. –Fue bueno que nadie me estuviera mirando,
porque probablemente lo hubiera desvelado todo.
–No, no lo hubieras hecho. Lo hubieras tomado por la oportunidad que era.
–¿Y lo fue?
–¿Fue qué?
–¿Una oportunidad?
Matthew vaciló. –Supongo que lo fue… que lo es.
–¿Y cómo dejaste a esa nueva esposa?
–Shh– dijo, sonriendo mientras miraba hacia la puerta. Él sabía que su familia
estaba lejos, sin embargo siempre había sirvientes cerca para asegurar la
comodidad de los invitados.
–¿Bien?– Insistió Reggie, sentándose un poco para centrar su mirada en
Matthew.
–La dejé sola. Y no, no me aproveché.
La boca de Reggie cayó abierta por un momento. –¿Entonces ella estaba
dispuesta? ¿Y despierta?
Matthew rodó los ojos y tomó otro sorbo de brandy. –Por supuesto que
estaba despierta. Pero no sería correcto presionar.
–¿Correcto? ¡Ella está afirmando ser tu esposa!– Dijo Reggie con incredulidad.
–Ella está pidiendo tu atención.
–No, ella pensaba que yo estaba muerto,– él meditó. –Ella está aquí
obviamente por otra razón.
–¿Y no pudiste sacarle cuál era?
–No, ella estuvo muy bien. Estoy ampliamente impresionado.
–Querrás decir que ampliamente embobado. Ella es tan escandalosa como tú
pasaste tu vida anhelando ser. Tu primo Daniel no estará a tu altura ahora.
–Oh, por favor, ¿quién sabe en qué problemas se habrá metido desde que he
estado fuera? Y tú me conoces demasiado.– Matthew rezongó de buen grado.
–Debería. Te he conocido desde que ambos éramos nuevos oficiales en
Southampthon, esperando por un barco que nos llevara alrededor del mundo.
–Aparentemente, allí es donde me casé con Emily. ¿Fuiste mi padrino?
Si hubiera estado afuera, la constantemente abierta boca de Reggie hubiera
atraído a las moscas. –¿Eso es lo que ella afirma?
–Yo sí la conocí allí, ¿sabes? ¿Recuerdas la familia que murió en el naufragio
del barco?
–Lo has mencionado una o dos veces.
–Ella es la chica que rescate.
–En más de una forma, obviamente.
Matthew elevó su copa de nuevo. –Obviamente.– Él no lo reconocería en voz
alta, pero había habido una conexión entre ellos, y todavía se sentía atraído hacia
ella. El instinto protector estaba arraigado en él, lo había metido en problemas
antes… y obviamente lo hacía de nuevo.
–Entonces, ella te conocía…– Reggie lo instó.
–Y luego ella debe haber decidido utilizarme, una vez que mi nombre apareció
en la lista de víctimas. Gran parte de los datos son reales, por supuesto, su
descripción del accidente, y la forma en que pasé el tiempo con ella, eran
correctos… hasta cierto punto.
–Debes haber estado impresionante.
Matthew hizo una mueca de dolor. –Difícilmente. Hablamos, eso es todo. Ella
era una asustada y empapada muchacha, cuya familia entera acababa de morir
trágicamente. Sentí pena por ella–. La recordó perdida entre toallas húmedas,
demasiado aturdida al principio como para siquiera llorar. ¿Cómo podría no
haberse compadecido de ella?
–Sigue hablando.
Él le lanzó una distraída mirada de diversión a su amigo. –Muy bien, fue más
que lástima por mi parte. Podría sólo haberle dado el dinero e irme. En cambio, le
encontré una habitación de hotel, le ordené comida caliente y le contraté una
criada, y volví a la mañana siguiente para ver qué tal estaba. Aún en su dolor había
sido dulcemente encantadora, porque no quería ser una carga para mí, trató de
pretender que todo estaría bien.
–Y tú te involucraste.
Desconcertado, él murmuró, –Hice lo que la condujo directamente a mi
familia. Le di una carta de presentación para ellos, incluyendo las dos direcciones
en Londres, además de la de aquí en Cambridgeshire. Le dije que si alguna vez
necesitaba ayuda, fuera con mi familia en mi nombre y la pidiera.
–Energúmeno, realmente te lo buscaste.
Matthew se encogió los hombros. –¿Crees…?– él comenzó, pero luego se
detuvo por un momento. –¿Que en su terrible dolor, Emily pudo haber fantaseado
más con mi amabilidad de lo que había significado?
Reggie le miró por encima de su copa. –¿Dices que está tocada de la cabeza?
–Dijo que no le quedaban familiares cercanos. ¿Pudo haberse convencido de
que nosotros realmente nos habíamos casado?
–¿Por desesperación, quieres decir? ¿No crees que alguien loco se habría
traicionado en el plazo de un año? No imagino que todos en tu familia sean tan
tontos.
–Tienes razón, por supuesto– Matthew dijo, sacudiendo su cabeza. –Si ella
hubiera fantaseado sobre el matrimonio, habría ido a mi familia inmediatamente.
En cambio, pasaron seis meses… y alguien había falsificado una licencia de
matrimonio para ella. Tendré que estudiarla de nuevo, y ver el nombre del
hombre que supuestamente llevó a cabo la ceremonia.
–Ahora eso no es importante– dijo Reggie. –¿No crees que hizo la falsificación
ella misma?
–Pudo haberlo hecho. Con mi carta, ella tuvo la oportunidad de copiar mi
firma. Pero es posible que no esté sola en esto. ¿Me pregunto si ella trajo a
alguien dentro de esta casa con ella?
–¿O si hay alguien cerca, a su entera disposición, sólo esperando? ¿Qué harás
si esa es la verdad?
–Soportarlo como venga– dijo Matthew, permitiendo una sonrisa ensanchar
su boca. –Es sólo curiosidad por saber por qué ella simplemente no pidió ayuda a
mi familia, como le di permiso para hacer.
Reggie movió su cabeza de un lado para el otro contra el sillón, suspirando. –
Reconozco esa pobre sonrisa tuya. Lo estás disfrutando.
–¿Y no es para divertirse? Tengo una bella mujer haciendo su mejor esfuerzo
por complacerme.
–Y un poco de peligro para hacerlo excitante– Reggie agregó. –Y nosotros que
pensábamos que Inglaterra sería aburrida después de la India.
–He aprendido mi lección, sabes. A pesar de que el escándalo es placentero,
nada bueno puede salir de éste. Disfrutaré desenmascarando a Emily, pero eso
será todo.– Él había tenido suficientes enredos para toda una vida. Era tiempo de
algo de diversión.
Después de acabar su trago con Reggie, Matthew le deseó buenas noches y
regresó al ala familiar. En el nuevo dormitorio de su antigua habitación, se
desvistió y se tumbó en la cama. Sin embargo, permaneció largo tiempo despierto,
imaginando a su “esposa” en la habitación de al lado, dormida en su cama.
Mientras miraba al techo, escuchó un inusual sonido en el corredor. Se puso
instantáneamente alerta. En aquel momento se le ocurrió que Emily podría en
realidad tratar de escapar.
Se puso los pantalones y espió por la puerta, pero no vió a nadie. Aunque una
lámpara en cada extremo del corredor proveía una débil luz, no vio sombras.
Rápidamente, regresó a través de su habitación y el vestidor, y apoyó su oreja
contra la puerta de la habitación de Emily. Nada.
Se dijo a sí mismo que ella no huiría en medio de la noche. No había
encontrado nada en la habitación de ella que la ayudara a escapar, nada de
dinero, ni de joyas.
Pero luego imaginó la cara de sus padres si ella había desparecido en la
mañana, si él tenía que explicar lo que ella había hecho… qué haría en respuesta.
No, no le permitiría terminar así, no hasta que se supiera todo. Muy
cuidadosamente, abrió la puerta.
La tenue luz de luna entraba por las ventanas, iluminando todo lo que tocaba,
y profundizando las sombras dónde no. A pesar de que habían pasado varios años,
conocía muy bien la habitación, fue capaz de rodear la silla del escritorio y el baúl
a los pies de la cama.
Y entonces la vio. Su expresión tan serena como inocente. El cubrecama la
cubría hasta la cintura, permitiéndole ver su camisón, sencillo y sin adornos, pero
tan fino que delineaba cada curva de su cuerpo, desde los delicados huesos de sus
hombros a la cima de sus pechos. Sus labios, suavemente abiertos por su
respiración, estaban hechos para los besos de un hombre.
Permaneció parado durante demasiado tiempo, hasta que finalmente logró
sacudirse el estupor del deseo. Ya había comprobado dónde estaba. Por supuesto
que ella no había huido de él. Cualquiera que fuera su motivo, ella había pasado
por mucho para echarse ahora atrás, especialmente cuando él le había dado la
excusa perfecta para quedarse. Era el momento de que él averiguara el resto
finalmente.
Regresó a su nueva habitación, todavía dando vueltas y vueltas, porque ahora
tenía la imagen de ella en su cabeza.
***
Arthur Stanwood, próspero terrateniente de Southampton, ya no era
próspero. Sus acreedores finalmente habían empezado a llegar, y no eran de la
clase que entregaba una maldita nota de deuda y esperaba por una respuesta
honorable. No, lo matarían pronto y tomarían todo lo que le quedaba, si él no
aparecía con el dinero que se había jugado. Durante el desayuno, mientras leía
The Times, encontró la solución.
El Capitán Matthew Leland, primo del Duque Madingley, había regresado de
la muerte.
Emily Grey había tratado de decirle que ella se había casado con el tipo antes
de que él se fuera a la India. ¿Ella, una chica de campo, casada son un miembro de
la familia de un duque? No lo había creído, sabía que ella sólo había estado
utilizando al hombre muerto.
Con el viejo vicario muerto, Stanwood había estado seguro que la tenía bajo
su control, pero ella había desaparecido. Se dió cuenta que había sido muy
descuidado. Estuvo resentido durante meses después de su huida, buscando en su
cerebro el nombre que ella le había dado, el cuál era su única pista.
Y ahora estaba aquí, en el maldito Times, la respuesta a su desesperación. El
artículo mencionaba que el capitán había regresado junto a su joven, doliente
viuda… la Sra. Emily Leland.
Era tiempo de que visitara a la encantadora “Sra. Leland!” y ver como ellos
podrían ayudarse mutuamente. Stanwood miró su reloj de bolsillo. Si tomaba el
tren, sería capaz de llegar a Cambridge esa tarde.
***
Cuando Matthew despertó, permaneció quieto, con la mente vacía, no seguro
de recordar la última vez que había dormido en una cama tan cómoda. En el
barco, su litera había estado hecha de madera dura con un colchón demasiado
delgado. Y durante sus viajes en la India, el lujo era la extensión de una mesa
apuntalada con tres sillas de caña.
Después de asegurarse de la ubicación de Emily, había estado muerto para el
mundo, ni siquiera recordaba sus sueños. Pero ahora el sol entraba a través de las
cortinas; había dormido más de lo que pretendía. La casa estaba tan silenciosa.
Como habitualmente, se encontraba agarrotado cuando se levantaba, las
cicatrices de sus quemaduras tirando apretadas sobre sus huesos. Temprano esa
mañana sus ropas debían haber sido desempacadas y guardadas en el vestidor, y
ahora un ayuda de cámara que no conocía había llegado para ayudarle a vestirse.
Matthew lo despidió. A pesar de no estar avergonzado de sus heridas, no sentía la
necesidad de sirvientes horrorizados propagando chismes.
Puso la mano en el pomo de su antigua habitación, pero luego recapacitó
sobre dejarse distraer por la adorable Emily cuando sus hermanas estaban
esperando para verlo. Bajó solo a la sala de desayuno.
En el umbral, se detuvo repentinamente. Todos estaban allí, sus padres, sus
hermanas, Reggie… Y Emily. Ninguno notó su presencia de inmediato. Estaban
hablando entusiasmados entre ellos, la comida olvidada. Sus hermanas, Susanna y
Rebeca, sentadas una a cada lado de Emily.
Un suave sentimiento de gratitud hacia Dios lo atravesó, porque él fuera
capaz de estar con ellos de nuevo. Hubo un tiempo, cuando yacía retorciéndose de
dolor por la feroz agonía de sus quemaduras, que casi había deseado la muerte.
Había aprendido a golpes que su vida y su familia eran importantes para él.
Susanna, de veintiséis años, era sólo un año menor que él. Actuaba como la
asistente de su padre en el laboratorio de anatomía, dibujando los músculos y
órganos que su padre estudiaba. Era una marisabidilla de primera, inteligente y
tranquila, con el mismo cabello castaño que habían heredado de su padre. Lady
Rosa hacía tiempo que se había dado por vencida de que Susanna alguna vez se
esforzaría lo suficiente para atraer un esposo, lo que aún entristecía a Matthew.
Aunque él no quería una esposa, seguramente era mejor para una mujer casarse
con un hombre y tener su propia casa. Y su hermana se merecía ser feliz.
Así que durante los últimos años, Lady Rosa había concentrado todos sus
esfuerzos matrimoniales en Rebecca, quien tenía diecinueve años, y era una
belleza, con cabello marrón oscuro y ojos color avellana. Después de una niñez
debilitada por muchas enfermedades, Rebecca había madurado hacia una belleza
encantadora que sorprendía a Matthew, quien pensaba que por rebeldía ella
podría terminar siendo la salvaje de la familia.
Pero por supuesto él no estaba informado sobre todo lo que ella había hecho
desde que él se había ido. Esperaba ansioso descubrirlo. Hubo un tiempo,
mientras él se estaba recuperando, en el que pensó que quizás nunca vería a su
familia de nuevo, de tanto tiempo como le había llevado recuperarse.
Para su diversión, estaban todos concentrados en Emily, la esposa cuyo
esposo había regresado a ella. Su expresión era animada mientras hablaba con sus
hermanas, mirando de una a la otra, y gesticulando con el tenedor. Susanna le dio
un breve abrazo, mientras Rebecca reía a su otro lado. Qué cómodas parecían
todas juntas, como verdaderas hermanas.
En ese instante Susanna le vio en el umbral. –¡Matthew!– gritó.
Le dirigió una sonrisa cariñosa. –Hola, hermanita.
Y luego el pandemonio se desencadenó cuando Susanna y Rebecca cruzaron
corriendo la habitación para arrojarse en sus brazos. Quedó aplastado contra la
puerta, un brazo alrededor de cada una de ellas, sonriendo como no lo había
hecho en mucho tiempo.
–No hay necesidad de estrangularme– dijo con diversión.
–¡Oh querido, has sido terriblemente herido!– dijo Susanna, retrocediendo y
mirándole.
–Ahora estoy totalmente recuperado.
–¿Mamá dijo que estabas quemado?– La dulce voz de Rebecca estaba llena de
dudas, como si pensara que hasta hablar sobre ello le lastimaría de nuevo.
–Hubo una explosión. Y fui herido por una bayoneta– dijo sin darle
importancia. Cuando ellas jadearon al mismo tiempo, las abrazó contra él. –Pero
estoy recuperado desde principios de año. No tienen que tratarme como a un
frágil inválido.
–Pero tu memoria…– Dijo Susanna dubitativa.
Matthew miró a Emily, ahora de pie al lado de sus padres, su cara llena de
dulce preocupación por él. Ella usaba un vestido amarillo claro, tan brillante como
el sol. ¿Se habría preguntado… y preocupado, si dormir le habría traído de regreso
sus recuerdos? Sus padres probablemente habían deseado lo mismo, pero sin
preocupación.
–No hay nada que pueda hacer por mi mente– dijo. –Los recuerdos volverán o
no.
Él se encontró estudiando a Emily, preguntándose como provocarla, hacerla
equivocarse para que revelara más sobre sí misma. Tuvo una repentina e increíble
idea. Él había sostenido “tener lagunas en su memoria”… Entonces, ¿por qué no
llevarlo más lejos, recrearse en su pérdida de memoria? Tal debilidad le permitiría
permanecer cerca de ella, aprender todo lo que pudiera sobre ella. Si él no podía
recordar cómo hacer algunas de las cosas básicas de la vida, entonces como su
esposa, Emily tendría que enseñarle.
–Podemos contarte todo lo que quieras saber– dijo Rebecca, tirando de su
padre en la sala de desayuno y dejándole a él su silla al lado de Emily. Ella hizo
señas con divertida elegancia. –Ésta es tu esposa, Emily.
Él sonrió a Emily, que le devolvió la sonrisa mientras se sentaba su lado.
–Rebecca– dijo Lady Rosa con tono de advertencia, –ahora no es momento de
burlarse de tu hermano.
–Madre, si no se burlan de mí– dijo él –¿Cómo sabré que he vuelto a casa?
El Profesor Leland soltó una carcajada y volvió a su asiento cerca la cabecera
de la mesa. Aun cuando su primo el duque no estaba en casa ellos siempre
parecían dejar la cabecera de la mesa libre para él.
Los sirvientes trajeron a Matthew un plato repleto de jamón, huevos y
tostadas, su desayuno preferido. Todo se veía delicioso, y Matthew se dio cuenta
de que estaba muerto de hambre.
Se obligó a sí mismo a dudar sobre su plato, recordando las lagunas en su
memoria, esperando así atraer la atención de Emily.
–¿Matthew?– dijo ella discretamente.
Él miró a su familia, ocupados comiendo, como si no quisiera que ellos
notaran su dilema.
–Es la cosa más extraña– dijo en voz baja, para los oídos de ella solamente. –
No puedo recordar cómo me gustan las tostadas.
–¿Quieres decir que tu amnesia afecta incluso hasta cosas tan simples?
Su preocupación estaba llena de compasión y preocupación.
–Algunas veces. Otras veces me siento seguro, hasta el punto de olvidar que
tal debilidad incluso existe. Pero no pude recordar el nombre de algunos de los
sirvientes anoche.
–Oh, pero seguramente, después de dos años…
–¡Pero sabía que ellos habían estado aquí toda la vida!– Él se permitió mostrar
algo de frustración. –¡Y tú eres mi esposa! Como pude…
Ella puso una gentil mano en su brazo, mirando a sus distraídos padres. –
Matthew, mientras más te rindas a la frustración, peor será. Relájate, y permite
que vuelva a ti lentamente.
–¿Y si no lo hace?
Con convicción, ella dijo, –Entonces creas nuevos recuerdos.
Crear nuevos recuerdos con Emily. Qué pensamiento más intrigante. Él
sostuvo su mirada, mirando sus sinceros ojos azules, tratando de encontrar la
vulnerabilidad que la atrajera a él… y tratando de no mirar su boca con demasiada
hambre.
Fue distraído por un tirón en la manga de su chaqueta, y se giró hacia
Susanna, a su otro lado.
–Por supuesto Mamá nos ha contado sobre tu dilema– dijo ella en un tono
sensato. –Cuéntanos que se siente al tener “lagunas” en tu memoria.
Debía haber estado escuchando su conversación. –¿Estudiándome como tu
último proyecto?– la preguntó.
Ella se ruborizó ligeramente. –Simplemente nunca he conocido a alguien con
tu condición. Cuando pienso en ti y en Emily viéndose por primera vez después de
un año, esposo y esposa, y sin embargo, casi extraños…
–Susanna.– La recriminó Lady Rosa, en el tono de voz propio de una madre.
–Permíteles hacerme preguntas– dijo Matthew jovialmente. –Quizás hablar
me ayude. ¿Querías eso, no, Emily?
–Por supuesto.
Dirigiéndose a su familia les dijo –Esto seguramente es difícil también para
ella. Hemos decidido llevar nuestra relación despacio, llegar a conocernos el uno al
otro de nuevo.
Rebecca frunció el ceño. –Para Emily, tú eres su esposo largamente perdido,
pero ¿ella tiene que considerarte como un pretendiente de nuevo?
Emily bajó la servilleta y le sonrió a Rebecca. –No me molesta– dijo ella con
voz firme. –Haré lo que sea necesario para que nuestra vida vuelva a la normalidad
nuevamente. Después de todo lo que ha sucedido, no podemos esperar que
ocurra rápidamente. Y no deben sentir pena por mí. Yo no soy a quien le faltan
recuerdos, quién estuvo casi al borde la muerte.
Matthew notó la cariñosa aceptación en la mirada de su padre, la forma en
que Lady Rosa limpió las esquinas de sus ojos. Incluso Susanna y Rebecca parecían
inquietas. Emily sabía exactamente qué decir.
¿Pero cómo podía haber esperado otra cosa, después de ver la devoción de
toda casa hacia ella?
Él tomó su mano y le dio un firme apretón. Su piel era cálida y suave, y él tuvo
que desechar las repentinas imágenes que le vinieron a la mente de esas manos
acariciando su piel desnuda. –Superaremos esto, te lo prometo.
Emily le dirigió una trémula sonrisa. Ella podía hasta temblar cuando quería,
pensó, escondiendo su diversión.
De repente, vio a Reggie mirándolo fijamente, ocultando apenas su
expectación por el próximo acto en esta obra. Y entonces, Matthew se dió cuenta
que debería guardar su persuasión más íntima a Emily para cuando ellos
estuvieran solos.
Él la soltó mientras se volvía hacia Susanna. –En cuanto a las lagunas en mi
memoria, al principio no notaba que había olvidado algo hasta que alguien me lo
decía.
–Habitualmente yo– Reggie se ofreció.
–Su ayuda debe haber sido reconfortante– dijo Lady Rosa.
Ahora Reggie parecía incómodo. –No sé qué tanta ayuda fui.
¿Se estaba su amigo dando cuenta qué difícil iba a ser mentirle a su familia?
Ya que Matthew había pasado su vida entera pretendiendo, tratando de ser la
persona que sus padres esperaban, estaba acostumbrado a mentir, al menos
sobre sí mismo.
Reggie envió una sincera mirada a Susanna y Rebecca. –Pero hice mi mejor
esfuerzo.
Matthew quería girar los ojos. Su amigo no estaría incómodo por la culpa por
mucho tiempo. Notó que incluso Rebecca sonreía a la insinuante mirada de
Reggie; Susanna volvió a comer, como si le fuera indiferente. ¿Había realmente
renunciado a encontrar un esposo? No era que Reggie exactamente viniera del
lado correcto de la Sociedad, meditó Matthew, al menos en lo que a la Ton1
concernía.
Matthew volvió a explicar su supuesta amnesia. –Ocasionalmente algo muy
básico sólo se va de repente de tu mente. Es… frustrante, no saber todo.– Y
atrapante, pensó, mirando a Emily.
–Permitámosle a Matthew comer– dijo el Profesor.
Matthew le sonrió y atacó la comida. Para Emily, hizo un show de elegir al
azar jalea de durazno para su tostada. No pudo evitar notar que ella comía con
tanto gusto como él, la culpa claramente no perjudicaba su apetito.
Después de un momento, como una joven impaciente, Rebecca dijo –
Seguramente has comido suficiente, Matthew.
1
Ton: se usaba para referirse a la "sociedad elegante" en la Época de la Regencia.
–No luces como si hubieras estado muriéndote de hambre– observó Susanna.
–Cuéntanos sobre tu herida.
Él sonrió y levantó una mano antes de que Lady Rosa pudiera protestar. –
Cuando arribamos por primera vez a la India, mi regimiento fue asignado al
General Napier, que estaba decidido a tomar el control de Sind2, territorio entre la
India y Afganistán. Allí había batallas en abundancia, y yo tenía fama de ser un
poco insensato.
–¿Insensato?– Susanna hizo eco, mirándole desconcertada. –No lo habría
pensado, Matthew.
¿Cómo podría explicar cómo era, luchar por su país? Había querido
redescubrirse, y con nada más que perder excepto su vida, había caminado al filo
del peligro. Había sido una increíble…. aunque algunas veces dolorosa…
experiencia.
–Recuerda, mis habilidades en batalla fueron parte de las razones por las que
fui promovido a capitán– le dijo a su hermana.
–Pero ellas no te salvaron de ser herido– dijo Rebecca.
Él sonrió, porque ella había sonado casi decepcionada, como si él debiera
haber sido invulnerable. –En la siguiente batalla, una bayoneta me hirió en el
costado, sin embargo pensé que era leve y seguí adelante. Me dijeron más tarde
que hubo una explosión de artillería, en la cual me quemé, pero no recuerdo nada
de eso. Por lo tanto, quizás las lagunas en mi memoria puedan ser una cosa buena.
Se encontró a sí mismo mirando a Emily, quién lo miraba atentamente pero
permanecía en silencio.
–Eres tan afortunado de que tu cara no fuera tocada– Rebecca dijo
solemnemente. –¿Te despertaste en el campo de batalla?
2
Sind es actualmente una Región de Pakistán.
Él sacudió su cabeza. –Me desperté en una misión cristiana. El regimiento me
había dejado atrás para que me recuperara. Estuve allí varios meses.– Trató de no
pensar en esos días y a dónde su estupidez lo había llevado. Reggie lo estaba
observando con demasiada seriedad.
Matthew sonrió con arrepentimiento a sus padres. –Fue cuando el error de mi
supuesta muerte sucedió. Y estoy apenado por eso.
Lady Rosa finalmente habló. –¿Si estuviste allí durante varios meses, por qué
no nos escribiste?
–Mi nuevo regimiento era mucho más remoto, lejos de los puestos fronterizos
ingleses. Sabía que cualquier carta que escribiera tendría que llevarla conmigo, por
lo tanto esperé demasiado.
Hamilton atravesó la puerta entonces, cargando una bandeja de plata con
cartas y el diario, el cual el Profesor Leland tomó prontamente.
Después de mirar el diario, el Profesor Leland dirigió a Matthew una mirada
divertida.
–Desde hoy, toda Inglaterra sabrá de tu regreso. Apareces en The Times.
Desplegó la primera página, y todos pudieron leer el titular:
¡OFICIAL REGRESA DE ENTRE LOS MUERTOS!
–Sólo estuve en Londres unas pocas horas– dijo Matthew sorprendido.
–Los sirvientes de Madingley House deben haber estado tan excitados– dijo
Lady Rosa, aplaudiendo.
–Y habladores.– Matthew miró a Emily, preguntándose por su reacción. –No
pensé que podría mantener mi regreso en secreto, pero sólo llevo en Inglaterra
menos de dos días. Eso es trabajar rápido.
Lady Rosa sonrió. –Las buenas noticias pueden viajar tan rápidamente como
las malas. Quizás la gente esté contenta por tener una razón para celebrar.
Matthew sonrió a Emily, y ella le devolvió la sonrisa. Pero, ¿parecía ella un
poco…. distraída? ¿Qué pensaba sobre su llegada… y su propio nombre…
causando sensación en el diario inglés más leído?
Capítulo 4
Los huevos sabían cómo secos pedazos de goma bajando por la garganta de
Emily. Ella no había anticipado que el retorno del primo de un duque sería tan
digno de ser noticia. Pero, por supuesto, él era un héroe de la Armada, quien no
estaba casado del todo. Si eso se hacía público, pondría los diarios en llamas.
Respiró hondo para calmarse. No había nada que pudiera hacer ahora. Sólo
esperaba que Emily Leland no fuera relacionada con Emily Grey
Miró al Teniente Lawton, el amigo de Matthew, con su cabello negro rizado y
su sonrisa de libertino. Su presencia complicaba todo. Al principio, pensando que
él la denunciaría, casi había entrado en pánico, luego se dio cuenta que la noche
anterior no lo había hecho. Si Matthew verdaderamente estaba casado con otra
mujer, entonces el Teniente Lawton parecía no conocerla. Qué confuso misterio.
Emily miró alrededor de la mesa, donde todos dirigían su mirada a Matthew,
quien recibía la atención esperada de una familia afectuosa encantada de tener a
su único hijo varón de vuelta. Ellos no examinaban sus palabras como ella lo hacía,
estudiando sus expresiones y gestos. Quizás era por eso que algo le parecía falso a
ella. Él hablaba de meses de dolorosa recuperación con demasiada ligereza.
Decidió ayudarlo a explicar meses de pobre correspondencia, con la esperanza de
ganarse, en ese momento, su confianza.
Ella le preguntó –¿No era también difícil escribir una carta cuando no podías
recordar todo? Me imagino que no querías revelar tu problema.
Sus dos hermanas jadearon al unísono, como si hubieran sido tontas al no
darse cuenta de ello.
Matthew miró a Emily con una ceja arqueada por la sorpresa. –Sí, era difícil–
dijo suavemente.
–Una esposa lo entendería– murmuró Lady Rosa con encantada satisfacción.
No, pensó Emily, una mujer que pasara tiempo analizando todo lo que ella
decía o hacía lo entendería.
–Como mencioné– continuó Matthew, –me tuvieron que contar sobre mis
deberes en mi primer regimiento. Me preocupaba que hubiera otras cosas, cosas
más importantes que no pudiera recordar. Y por supuesto que las había– dijo él,
echándole un vistazo a Emily. –No sabía qué escribir, y no quería preocuparos si
sonaba… mal.
–Por supuesto, hijo– dijo el Profesor. –¿Qué son las cartas, cuando ahora
tenemos lo real? El resto de la familia estará contentísima.
–¿Podemos discutir todo esto más tarde, en privado, padre? Preguntó
Matthew. –Tengo tantas preguntas.
–Hablaremos cuándo estés listo– dijo el Profesor, la felicidad suavizaba sus
ojos. –No tengo que estar en Cambridge hasta mañana.
Emily se dio cuenta que Matthew probablemente quería hablar con ella.
Cuando se había despertado esa mañana, ella medio esperaba encontrarlo allí en
la habitación con ella. Hasta en un matrimonio de conveniencia normal entre
desconocidos había un precio que pagar: intimidad física sin ningún amor. Se dijo a
sí misma que estaba preparada para pagar el precio.
Rebecca empezó –Matthew, que hay sobre…
–Suficiente, chicas.– Lady Rosa se puso de pie. –El pobre Matthew llegó a casa
anoche. Tiene que recuperarse más, por lo tanto, sugiero que le permitamos
hacerlo a su propio ritmo.
–Madre, no necesito ser consentido– dijo Matthew, dándole una sonrisa
irónica. –Creo que lo mejor sería que retomara mi antigua vida. Seguramente hay
uno o dos bailes a los que asistir.
Rebecca se enderezo en su silla con evidente interés. –Hay una cena esta
noche ofrecida por Lord Sídney.
El Profesor frunció el ceño. –Seguramente es demasiado pronto.
Todos miraron a Matthew, sin molestarse en ocultar su sorpresa. ¿Por qué su
deseo de volver a una vida normal les parecía tan inusual?
–Para nada– dijo Matthew rápidamente. –Deberíamos ir.– Y luego se giró
hacia Susanna. –¿Me presentarán a quienes no pueda recordar?
–Rebecca puede ayudarte– dijo Susanna, palmeando el brazo de su hermano.
–¿Y por qué tú no irías?– le preguntó, frunciendo el ceño levemente.
–Ella está muy ocupada en el laboratorio de nuestro padre– dijo Rebecca, con
un exagerado suspiro.
La voz de Susanna se oyó resuelta. –Es un importante trabajo.
–Por supuesto que lo es– Matthew estuvo de acuerdo –lo que significa que
necesitas diversión ocasional para relajarte.
–Sabes que no considero tales eventos relajantes– respondió ella.
–Solías ser una excelente bailarina. ¿Por qué no es relajante?
Susanna se encogió de hombros mientras seleccionaba unos huevos.
Su madre dijo –Randolph, desearía que aclararas a tu hija que ser vista en
Sociedad sólo puede ayudarla.
La cara del Profesor se volvió impasible. –Ya hemos tenido esta discusión
antes, Rosa.
Emily vio a Matthew mirándolos con resignación, como si no estuviera
sorprendido por su desacuerdo. Pero ella sabía que la relación de los Leland se
había fortalecido este último año. Ella lo había fomentado, como si ayudarlos
aliviara su deuda con la familia. Pero alentar este asunto ahora sólo podría
empeorar las cosas.
–¿Matthew, irías a caminar conmigo antes de conversar con tu padre?– le
preguntó.
Ella pudo sentir como la tensión se aliviaba en la sala de desayuno, cuando
Lady Rosa sonrió.
–Es una idea encantadora, Emily, querida.
–Y ustedes ni siquiera necesitan un acompañante– dijo Rebecca con una
sonrisa.
Matthew empujó hacia atrás su silla y se puso de pie. –Una caminata con mi
esposa es una sugerencia excelente. Emily, necesito hablar con Reggie un
momento. ¿Puedo encontrarte en la terraza?
Ella sonrió. –Por supuesto.– Pero interiormente, ya estaba considerando
diversas formas de utilizar su tiempo a solas juntos en su beneficio.
***
Matthew alcanzó a Reggie en el gran hall, donde su amigo estaba admirando
la colección de espadas y hachas que adornaban las paredes.
–¿Son todas de tu familia, o alguien simplemente decoró las paredes con
ellas?– le preguntó Reggie con incredulidad.
–Los Cabots llevan luchando por Inglaterra desde hace cientos de años.
–Impresionante. Mi padre estuvo en la Infantería luchando en Francia.
Siempre afirmó que vio a Napoleón de lejos. Sin embargo, no trajo ningún
souvenir.
Permanecieron lado a lado durante un momento, y Matthew observó la
armadura del siglo XV sobre la que lo habían forzado a aprender cuando era joven.
–¿Entonces… cuáles son tus planes?
–¿Te refieres a partir de ahora que estarás muy ocupado como para
mantenerme entretenido?– preguntó Reggie pensativo.
Matthew suspiró. –Lo siento.
–No lo hagas. Esto es bastante entretenido.– Le miró sobre su hombro, y
luego bajando la voz, afirmó. –Tu esposa es bastante serena e inteligente.
Matthew asintió lentamente. –¿Cómo podría no serlo? Ha engañado a todos
durante casi un año.
–Y encantadora– continuó Reggie. –No me había dado cuenta de eso, cuando
parecía como muerta al verte anoche. A un hombre le podría ir peor.
–¿Con una esposa?
–Con… todo.– Reggie se enderezó. –Yo creo que me largaré, entonces. Ha
pasado largo tiempo desde que cabalgué por el campo inglés. Me imagino que el
parque aquí es hermoso.
–Y extenso. ¿Regresarás para el almuerzo?
–Quizás no.
–Entonces para la cena
–Oh muy bien, si voy a conversar con chicas bonitas, entonces debo.– Reggie
sonrió, mientras le dirigía a Matthew una mirada especulativa. –¿Cercarás a Emily
con palabras hoy?
–Se podría decir eso.
–Entonces diviértete.
–Oh, eso pienso hacer.
Reggie suspiró. –Me siento bastante envidioso.
***
Después de que Reggie se fuera a los establos, Matthew salió al exterior a
través de la sala de dibujo. Emily lo estaba esperando en el borde de la terraza. En
amarillo, ella rivalizaba con las malvarrosas alineadas en el sendero de grava que
se veía debajo de ellos. Aunque era otoño, el sol brillaba a través nubes hinchadas,
y ella sólo llevaba un simple chal negro sobre su vestido. Varios rizos escapaban de
su recogido ondeando con la brisa. Con aire ausente empujó uno detrás de su
oreja, su expresión serena, como si con su regreso, ella ya no tuviera ninguna
preocupación en el mundo. Juntos bajaron los escalones de mármol y entraron en
el sendero.
Él tomo su brazo, enlazándolo con el suyo. Ella no trató de alejarse. En
realidad, de momento se apoyó en él, hombro con hombro, y apretó su brazo
contra ella. ¿Estaba pensando en las cosas que un esposo y una esposa hacían
juntos? Él lo estaba; su deseo por ella parecía acentuarse con el misterio que la
rodeaba.
–Entonces cuando te envié desde la India– comenzó, omitiendo el tema sobre
sus seis imaginarios meses juntos para otro momento, –llegaste aquí enferma.
¿Fue el viaje por mar duro para ti?
Ella sacudió su cabeza. –Siempre he encontrado el mar estimulante.
–Ah sí, el barco familiar– dijo con un recuerdo repentino. –Que terrible por mi
parte forzarte a otro viaje tan pronto después la muerte de tu familia.
–Quería estar contigo– ella dijo con casi osadía.
El impacto de sus profundos ojos azules le golpeó con fuerza. Ella le afectaba
tan fácilmente, pero pronto aprendería que él no era tan fácil de manipular.
–Y luego escuchaste que estaba muerto. Debe haber sido… muy difícil para ti y
para mi familia.
–Ellos ya habían sido notificados de tu muerte cuando yo llegué– dijo en voz
baja, inclinando su cara mientras el sol salía de detrás de una nube. –Suena tan
extraño hablar de esas cosas cerca de ti. Habiendo engañado a la muerte pareces
más grande que la vida.
¿Halagos de nuevo? ¿Era una buena táctica para usar con un hombre?
Todos estábamos consumidos por la pena– ella continuó. –Son una familia
maravillosa, y ellos me ayudaron a recuperarme de maneras que nunca olvidaré.
–Y por la forma en que ellos te adoran, debes haberlos ayudado a recuperarse
también.
Ella dudo, luego soltó un suspiró. –Todos nos ayudamos mutuamente a
esperar… el plazo de un mes.
Ella miró con determinación a una fuente distante.
Un mes, pensó… y luego se dio cuenta. La duración del ciclo de una mujer.
–¿Ellos pensaron que podrías estar embarazada? Pregunto él, esforzándose
en gran medida por esconder su diversión.
–Yo no lo creía, debido a los seis meses que duró mi viaje, pero tu madre
estaba tan llena de esperanzas.
Él no quería pensar en su madre llorándolo. –¿Cuando esa larga espera
terminó, que pasó después?– preguntó. –¿Qué hacías aquí, durante el duelo?
–Nos fuimos conociendo tu familia y yo, por supuesto– ella dijo. –Nosotras,
las mujeres pasamos mucho tiempo juntas cosiendo y pintando.
–¿Eres una artista?
–Tanto como cualquier mujer a quien le han enseñado las habilidades básicas.
No tengo un gran talento– ella admitió, a diferencia de tu hermana Susanna.
Nuestras noches eran temas tranquilos, por supuesto. La inmensa biblioteca de
aquí era un gran consuelo. Después de una breve licencia, tu padre volvió a la
enseñanza y a su investigación. Las sesiones silenciosas de Susanna dibujando a su
lado parecían aliviarlo. Si tu madre tuviera sólo tal preocupación.
–Durante el duelo, no podía encargarse del calendario social de Rebecca.
Una sonrisa levantó los lados de su boca. –No, pero desde la primavera, se ha
recuperado de la pérdida.– Ella le dirigió una mirada especulativa. –¿Por qué
estaba tu familia tan sorprendida de que quisieras ir a la cena de esta noche?
Él dudó sobre cómo responder a eso, y se decidió por la verdad. –Solía estar
acostumbrado… a hacer las cosas a mi manera.
Ella rió fuerte, y era la primera vez que la escuchaba reír. Él había leído una
vez sobre la risa de una mujer siendo comparada con el dulce repique de
campanas, y él se había burlado de ello. Pero ya no.
–Tú, hacer las cosas a tu manera– dijo, cuando finalmente se serenó. –No el
hombre con el que yo me casé.
–Bien aparentemente, casarme contigo fue la primera cosa espontánea que
hice. Y luego la India me dió la libertad que nunca antes me había permitido.
–No puedes decirme que no asistías a fiestas.
–Por supuesto que no… conoces a mi madre.
Ellos intercambiaron sonrisas.
–Pero me mantenía muy controlado. Pienso que mi familia asumió que mi
amnesia me haría retirarme hasta que me sintiera más yo mismo, y antes
probablemente lo habría hecho. Pero ahora… no. Estoy en casa, dónde quiero
estar, haciendo lo que quiero. Y una cena con mi familia me hará feliz. Susanna
puede hacer lo que quiera, hasta enterrarse en el laboratorio. Yo no.
Él sintió su brazo tensarse contra el suyo.
–Matthew, esa no es una actitud correcta hacia tu hermana. Ustedes los
hombres pueden hacer lo que les plazca, deambular por el mundo y ganar sus
fortunas. Pero no las mujeres. No descartes los problemas de Susanna.
Él sonrió, pero ella no le devolvió la sonrisa. –No estoy descartando sus
problemas– respondió. –Pero ella es ya adulta, hace tiempo que dejó atrás la
ingenuidad de la niñez.
–¿Y entonces eso quiere decir que ella está haciendo lo correcto?
Los ojos de ella sostenían los suyos con mucha seriedad, mientras se detenía
en el sendero para enfrentarlo. –Ahora mismo, la vida de Susanna es como ella
quiere que sea– dijo Emily. –Pero algún día tus padres no estarán, y ella se
encontrará sola o dependiendo de un familiar. Todos tendrán hijos y estarán
viviendo sus vidas, y ella se sentirá apartada.
Él no podía quitar sus ojos de ella, preguntándose qué parte de su apasionado
discurso era real y cuál era sólo una mascarada.
–No creo que ella sea verdaderamente feliz– continuó Emily, pensativamente.
–Ella sabe que su madre está decepcionada, pero Susanna no sabe lo que
realmente quiere ella.
–Creo que me estás desafiando a hacer algo al respecto.
Ella parpadeó mirándole, y luego habló lentamente. –Quizás lo estoy
haciendo.
Él también creía que la única manera en que Susanna podría ser feliz era
encontrando una compañía entre la sociedad elegante, con la cual pasara el resto
de su vida. –Muy bien, entonces. Juntos la lanzaremos nuevamente en sociedad,
empezando con los eventos sociales aquí en el campo. Le haremos ver que con un
poco de esfuerzo por su parte, puede hacer más amigos y ser una persona más
feliz. Una persona feliz atrae a los hombres fácilmente.
Y mientras él estuviera ayudando a su hermana, sería capaz de observar a
Emily.
–Ella siempre ha atraído a los hombres a su lado– estaba diciendo Emily, –
pero aparentemente no los que a ella le interesaban, porque siempre los
rechazaba. Pero me gusta tu idea. Yo puedo ayudar.
–No lo dudo.– Él tomo su brazo de nuevo y reanudaron su paseo. –Ahora,
volviendo a descubrir más sobre mi esposa. ¿Qué has hecho desde que terminaste
el duelo?
–Bueno, la familia tuvo que organizar dos bodas, lo que nos dio a todos algo
que hacer.
Él se detuvo y la miró. –¿Bodas?
–Oh, no me di cuenta… bueno, tus primos, por supuesto, el Sr. Throckmorten
y su Gracia, el duque.
Aturdido, dijo –Nosotros nos escribíamos antes de mi herida. Ni siquiera
escuche una palabra de que alguno de los dos estuviera planeando cortejar a una
mujer. Por supuesto, puedo haber olvidado eso también…
–No, no lo hiciste– dijo ella firmemente. –Ambos cortejos sólo sucedieron este
pasado verano, y una vez resueltos, las bodas se realizaron bastante
precipitadamente.
Mostraba una poco convencional sonrisita, como si pensará que las acciones
de sus primos eran divertidas. Él podía entender el matrimonio de Christopher, ya
que después de todo, necesitaba una duquesa. ¿Pero Daniel? Él era un mujeriego
de primera. Matthew había pensado que Daniel sería el último de todos sus
primos, hombre o mujer, en casarse.
Se detuvieron debajo de un árbol en los terrenos más elevados. Extendida a
sus pies se divisaba una laguna, y más allá de ésta, las ruinas del viejo castillo,
hogar de generaciones de duques y condes en el pasado.
Emily se alejó de él, mirando en la distancia.
–Me encanta esta vista– dijo en voz baja. –Las ruinas son tan románticas.
Luego le miro a él por debajo de sus pestañas, casi provocativamente.
–Oh, no creas que quiero tomarte el pelo, continuó. –Para tu conocimiento,
estoy tratando de censurar todo lo que digo y pienso, pero no siempre lo logro.
Matthew la evaluó con asombro. Anoche ella no había tratado de huir, no
había tratado de explicar qué estaba haciendo allí. Y con este coqueteo, era
aparente que pensaba quedarse allí y ser su esposa… ¿en todas las formas? ¿Qué
mujer se atrevería a hacer una cosa así? ¿Y por qué?
Agarró su brazo suavemente, luego deslizó sus manos hasta coger las de ella.
–Entiendo más de lo que podrías darte cuenta. Yo también tengo que censurar
mucho de lo que digo, por el bien de mi familia.– Y el tuyo, pesó queriendo
sonreír.
–Lo noté en el desayuno– admitió ella.
Él elevo sus cejas.
–Oh, es sólo que parecías estar sopesando todo lo que decías– agregó
rápidamente. –Crees que sería demasiado difícil para tu familia escuchar la verdad
sobre todo lo que sufriste.
Él se encogió de hombros. –¿Pero no difícil para ti?
Ella elevó su barbilla. –Yo soy tu esposa.
Era tan desvergonzada. Él la estudió, meditando sobre su conversación. Se dio
cuenta que cuando le había preguntado qué había estado haciendo desde que
salió del luto, ella, deliberadamente, había desviado el tema a una discusión sobre
su familia. ¿Sobre qué no quería hablar ella?
Se balanceó sobre sus talones durante un momento. –Mantener en silencio
cualquier sufrimiento de los que experimenté no es la única razón para hablar
cuidadosamente. Te lo dije en el desayuno, ¿no?– agregó, tratando de parecer
preocupado.
Ella lo miró solemnemente. –El brindis, por supuesto. Y todas las cosas
normales que temes haber olvidado. ¿Cómo puedo ayudarte?
Un cálido sentimiento de satisfacción lo recorrió. –Me avergüenza siquiera
preguntar. No te conozco…
–Pero yo te conozco– le interrumpió ella con seria convicción. –Déjame
ayudarte.
–Entonces, enséñame.– Él apretó sus manos más firmemente mientras se
miraban.
Ella parpadeó sorprendida. –¿Qué…?
–Enséñame lo que no puedo recordar, sobre nuestra vida juntos, y sobre las
cosas simples que solía hacer diariamente, pero que han desaparecido de mi
mente.
Con su cara llena de compasión, susurró en voz baja, –Estaré orgullosa de
hacerlo.
¿Orgullosa? Dios, ella era buena en esta mascarada. Era fácil creer cada
palabra que decía. Cualquier duda que ella tuviera, la silenciaría.
–¿Qué debería hacer?– continuó diciendo ella.
Él sonrió triste. –Hay tantas lagunas en mi memoria que es difícil saber por
dónde empezar. Supongo que una de ellas, mientras caminamos por estos
senderos, es que no puedo recordar la distribución del parque más allá de los
jardines. Debería ser capaz de verlo en mi cabeza, porque exploré cada pulgada de
él mientras crecía. Pero sólo… se ha ido.– Él sacudió su cabeza. –Sería vergonzoso
si me perdiera durante una cabalgata y un pastor tuviera que mostrarme el
camino.
Ella sonrió. –Es una imagen interesante. Por supuesto que estaré encantada
de cabalgar contigo hasta que te familiarices con el parque.
Permanecieron uno cerca del otro, sosteniéndose las manos, mirando una
vista que ella había considerado ‘romántica’. Para su sorpresa, ella llevó la mano
de él a su mejilla, simplemente sosteniéndola allí. Él se sintió inseguro; la
excitación que sentía, hirviendo a fuego lento durante toda la mañana, de
repente, estalló en llamas. Su piel era tan cálida, tan suave. Un agobiante dolor de
necesidad lo recorrió.
Entonces, él se inclinó y la besó; con un beso ligero como el roce una
mariposa, simplemente sintiendo la suavidad dulce de sus labios. Podría haber
profundizado el beso, lo sabía, pero algo lo detuvo. Sentía su mejilla cálida contra
su palma y elevó su otra mano para ahuecar su cara. Estaba sorprendido de que
aunque éste pudiera ser el beso más inocente de su vida, quisiera que continuase.
Sin embargo, elevó su cabeza y la miró, notando cuán ruborizada estaba su
cara, y cómo su respiración era acelerada y despareja. Cualesquiera que fueran sus
razones para la mascarada, no creía que ella estuviera fingiendo su respuesta. ¿O
debería asumir que él era irresistible? Se preguntó irónicamente.
En ese momento, ella puso sus brazos alrededor de él y lo sostuvo
apretadamente. –Oh, Matthew, esto parece ser demasiado maravilloso para ser
real.– Ayer a esta hora todavía era una viuda, aprendiendo cómo continuar mi vida
sola, y hoy…– dio un largo suspiro –… me siento completa de nuevo.
Él frotó su espalda, divertido porque casi se sentía incómodo. Deseaba estar
frotándole otras partes. Su suave cabello calentaba su cuello, sus pechos,
exuberantes y bien redondeados, eran un tormento más. Pero él debía tener
paciencia. Todavía tenía tanto que aprender sobre ella.
Ella permaneció dentro del círculo de sus brazos, mirándole, con una sonrisa
tan amplia que sus ojos brillaban. –Estaba planeando ir a la villa, pero eso fue
antes de tu regreso.
–Quizás podríamos salir a cabalgar después del almuerzo.
–Claro, Matthew.
–Permíteme acompañarte de regreso a la casa.
–Eso sería hermoso.
Mirando su sonrisa, él se sintió casi mareado, como si ella fuera capaz de
crear una nueva realidad para ellos por pura voluntad.
***
Cuando Matthew la dejó para ir al estudio del Profesor Leland, Emily
permaneció en la terraza, observándole mientras se alejaba. Él caminaba con
fluido control, la espalda recta, amplios hombros cuadrados. Él era un soldado, por
supuesto, y eso lo había moldeado durante varios de los últimos años.
¿Podría continuar y salir indemne de esta farsa? Él ya parecía sentirse más
cómodo con ella. Y luego estaba la atracción entre ellos. Ella no iba a resistirla y
aparentemente él tampoco. ¿Olvidaría él las preguntas y dudas que ella vio que
perduraban en sus ojos? No necesitaba amarlo, eso no era importante para ella.
La seguridad lo era. Sin embargo… Susanna tenía seguridad, y no era feliz.
Pero Susanna nunca había conocido lo que era no tener seguridad para nada.
Sería interesante ver qué pensaba Matthew que debería hacerse para ayudar
a su hermana, y como superaría las objeciones de Susanna.
Recordó el momento de íntima conexión con él mientras estaban parados
admirando las ruinas, sus cálidas y encallecidas manos en su cara, sin guantes para
separarlos. Él la había besado con ternura. Durante un momento se había
permitido olvidar quién era ella. Él lograba eso tan fácilmente, mientras trataba de
escalar la muralla que mantenía entre ella y todos los demás. Y ahora, le había
pedido que le ayudara a recordar partes de su vida. Casi rió, lo que la habría hecho
parecer loca, allí parada sola en la terraza, el viento otoñal moviendo su cabello.
Entró y atravesó la sala de dibujo.
–¡Emily!– Susanna, vestida con el práctico vestido azul que usaba
habitualmente en el laboratorio, se apresuró por el corredor. Mientras se detenía,
empujó sus anteojos hacia arriba con un dedo. –Y ¿Bien?
–¿Bien qué?– preguntó Emily.
Susanna rodó los ojos. –No tuve oportunidad que hablar contigo esta mañana,
pero pensé que con el retorno de Matthew, estarías mucho más feliz.
Emily había mantenido a las hermanas de Matthew a distancia tanto como
pudo al principio, temerosa de herirlas. Pero gradualmente fueron excavaron un
camino a su corazón, cada una por diferentes razones. Susanna era una mujer
culta, preocupada por ampliar su educación ella misma, y había alentado a Emily a
seguir su propia sed de conocimientos. Rebecca, aunque sólo era unos pocos años
más joven, estaba camino del matrimonio, guiada resueltamente por su madre;
sin embargo, siempre hizo sentir a Emily que formaba parte de todo lo que estaba
haciendo.
Ahora, Emily tomó la mano de Susanna. –Estoy verdaderamente feliz, mi
querida. Tu hermano está vivo y regresó a su familia. Pero nosotros estamos…
empezando de nuevo. Soy una extraña para él, y sin embargo para mí, él es mi
esposo.
–Él se enamorará de ti de nuevo– dijo Susanna con convicción. –¿Cómo podría
no hacerlo?
Él la amaría, pensó Emily vehementemente. Haría que sucediera, y luego él
estaría unido a ella. –Tendré que confiar en su amor, supongo.
–Puedes ayudarle a recordar a la mujer que eres. Muéstrale tu trabajo en la
villa. Él estará orgulloso de ti.
Emily se encogió de hombros, sintiéndose incómoda. –Como le dije a
Matthew, no puedo dejar la casa todavía. Parecería… incorrecto. Enviaré un
mensaje de que esperó estar en Comberton mañana.
–Yo todavía creo que deberías mostrarle la vida que has construido para ti.
–Lo haré, te lo prometo. Pero por ahora, creo que permaneceré aquí.
Susanna sonrió. –En el caso de que te necesite. Oh, Emily, él te necesitará de
nuevo, lo sé.
Emily sonrió. Si fuera lo suficientemente afortunada para que eso sucediera.
Pero en su mente apareció el artículo del diario que mencionaba su nombre… y la
otra esposa que Matthew no recordaba. En este momento demasiadas cosas se
interponían en su camino.
Pero ella las superaría.
Capítulo 5
Desde que el padre de Matthew no era el jefe de la familia, su estudio estaba
en una de las habitaciones de sus aposentos en el ala familiar de Madingley Court.
Incluso trabajaba en un laboratorio creado por él en el ala de los sirvientes,
cuando no estaba enseñando o investigando en la Universidad de Cambridge.
Matthew golpeó la puerta del estudio, y a continuación la abrió ante la
respuesta del Profesor Leland. Se sorprendió al descubrir que sus dos padres
estaban allí. Por supuesto él debería haber esperado su curiosidad y entusiasmo
por hablar con él. El Profesor, estaba sentado detrás de su escritorio, mientras que
Lady Rosa estaba leyendo en una silla cerca de la ventana. Ambos se pusieron de
pie mientras entraba, y la alegría en sus caras lo complació.
Lady Rosa tomó su brazo y lo condujo a una silla cercana a la suya, y el
Profesor Leland dejó el escritorio para unírseles. Durante un rato, ellos hablaron
del estado general de su extensa familia, de los nuevos escándalos, de los
matrimonios, de la tierra en la cual su padre había invertido.
Matthew sacó a relucir sus contactos en la India, así como también excitantes
inversiones que quería consultar con el Profesor Leland. –También el tren– dijo. –
Hay tantas oportunidades, y éste es un tiempo interesante para Inglaterra.
El Profesor le miró y parpadeó. –Nunca has mencionado interés en nada de
eso, Matthew.
–Lo sé, y estaba equivocado. No sabía en realidad qué quería, y estaba
tratando de no ser una decepción para ustedes.
–¡Nunca podrías decepcionarnos!– dijo Lady Rosa, mirándole pasmada.
–Sí, podría, pero lo mantenía todo dentro de mí, sintiendo como si fuera a
reventar por la presión. Ahora me siento preparado para hacer lo que deseo. Y
estas nuevas inversiones, estas nuevas industrias, me entusiasman.
Ella puso una mano vacilante sobre su brazo. –Pero Matthew, estos
emprendimientos están bien y son buenos para otras personas, pero no están
exactamente dentro del ámbito de un caballero.
Él dio palmaditas en su mano. –Madre, te prometo que seré cauteloso en mis
tratos de negocios, pero no puedo permitirme que lo que otros piensen de mí
influya en mis planes. Francamente, ya no me importa.
La boca de ella cayó abierta, sin embargo no dijo nada.
–Sé que esto es diferente para mí– dijo, mirando al Profesor Leland por su
aprobación.
El profesor sólo asintió. –Continúa. Estoy muy animado por tu interés en
nuestro futuro.
–Solía estar tan preocupado por el presente, siendo tan cuidadoso, haciendo
siempre lo que la sociedad esperaba de mí.
–¿Y qué hay de malo en eso?– Preguntó Lady Rosa con voz perpleja.
–Nada, Madre…excepto que no era yo. Estaba escondiendo todo lo que era
por dentro, complaciendo a todos los demás, pero no a mí mismo. Yo siempre
quise emoción y aventura, estar libre de restricciones.
–Pero tú nunca dijiste nada de esto, hijo– dijo el Profesor Leland lentamente.
–Sé que no lo hice, y es culpa mía. Mi servicio en la India me abrió los ojos a
cuan forzado había estado, pudiendo hacer mi vida. Estuve tratando tan
duramente de ser perfecto, sin escándalos, tal y como mi primo Christopher hizo
en su vida adulta. Pero en realidad…– Se inclinó hacia adelante y tomó sus manos,
preocupado por no herirlos. –Quiero ser como Daniel, ser mi propio dueño. Me
convertí en esa persona estos dos años pasados. He estado tomando mis propias
decisiones, y aceptando las consecuencias.
Por un momento sintió el dolor de algunas de sus decisiones, pero las dejó
pasar. Fue en el pasado.
Los labios de Lady Rosa estaban tensos. –Daniel ha manchado la reputación
de esta familia desde que te fuiste. El verano pasado hizo una apuesta sobre una
jovencita inocente, y se hizo pública.
–¿Es esa la misma jovencita inocente con la que se casó?– Preguntó Matthew,
tratando de no sonreír.
Su madre suspiró. –La misma. Y es una chica maravillosa.
–Y ella ha sido buena para él– agregó el Profesor Leland. –Reencontró la
música, Matthew, y todo gracias a su esposa.
–Entonces conjeturo que sus decisiones le hicieron feliz.– Matthew se
concentró en Lady Rosa. –¿Puedes estar feliz por mí, Madre? ¿Permitirme hacer lo
que deseo, y confiar en mí lo suficiente para saber qué puedo hacer que todo
resulte?
Cuando ella asintió, y el Profesor Leland sonrió, Matthew se dijo a sí mismo
que era como si ahora tuviera el permiso para encargarse de la situación con Emily
como él creyera mejor. Y si eso era un poco exagerado, viviría con ello.
Discutieron sobre el hombre que estaba interesado en Rebecca, y como Lady
Rosa evidentemente evitaba el tema concerniente a Susanna, Matthew dio su
opinión.
–Sobre Susanna– comenzó. –Hay una cena esta noche, y ella rehúsa asistir ¿Es
eso normal?
–No suele ser así– dijo firmemente Lady Rosa, –pero supongo que no eres la
única persona que quiere hacer lo que desea.
Él sonrió. –Ella es de firmes convicciones Pero Emily está preocupada por ella.
–Como lo estamos nosotros– continuó Lady Rosa, –pero ella desea que
renuncie a persuadirla, por lo tanto tengo que hacerlo.
–No estoy preparado para hacer eso. ¿Ha ocurrido algo en particular que la
haya hecho volverse más solitaria?
Lady Rosa suspiró. –Si ha ocurrido, ella no me lo dirá. Pero solía al menos
tratar de estar en sociedad y ser amigable, pero ahora, cada vez más, pasa todo su
tiempo en el laboratorio.
Matthew esperó una mirada acusadora hacia el Profesor, pero para su
sorpresa, ella no lo hizo.
–Se siente como ella misma allí– dijo el Profesor Leland tranquilamente. –
Nosotros no queríamos quitarle eso.
El “nosotros” fue tan impresionante de escuchar que Matthew casi olvido
sobre que estaban discutiendo. ¿Qué había producido este descongelamiento en
la relación de sus padres?
Pero recordó que estaban hablando sobre Susanna. –Creo que puedo
ayudarla Quiero convencerla de acudir esta noche a la cena con nosotros, y
aconsejarla que considere que puede ser ella misma, y sin embargo encontrar su
futuro aún dentro de la ton. ¿Tengo su permiso?
–¿Permiso?– dijo Lady Rosa, y sacudió su mano. –Yo aceptaría cualquier
ayuda que ofrecieras. Quizás ella trataría de ser feliz, por tu bien. Ella te ha
extrañado tanto.
Se preguntó si su –muerte– había sido en parte lo que la había cambiado, y lo
hizo sentirse enfermo en su interior. Tendría que mejorar las cosas. El desafío de
Emily era lo correcto.
Era increíble, pensó con ironía, que una mujer cuya vida estaba basada en una
mentira pareciera ser capaz de hacer buenas elecciones… algunas veces.
Lady Rosa aclaró su garganta. –Tu comportamiento es tan normal, Matthew.
Es difícil creer que estás teniendo… problemas.
–¿Problemas mentales?– aclaró él, sonriendo. –¿Y es todo esto tan normal
para querer cambiar todo lo que soy?
–No todo– dijo el Profesor Leland. Aún eres el mismo hombre bueno que
cuando te fuiste.
Si sintió una punzada por esto, fue pequeña y fácilmente ignorada.
–Debe ser difícil para ti– dijo finalmente Lady Rosa, estirándose para tocar su
brazo.
–¿Te refieres a Emily?– preguntó Matthew, dirigiendo su mirada fuera de la
ventana.
El Profesor Leland aclaró su garganta. –¿No tienes absolutamente ningún
recuerdo de ella?
–Ninguno, a pesar de que ella dice que la rescaté en el mar. Recuerdo un
accidente de barco, pero éste es vago.
–Ah, como perder el recuerdo de sus primeros seis meses juntos– continuó el
Profesor, sacudiendo la cabeza. –Lo siento, Matthew. Y tengo poco que contarte,
porque la pobre Emily estaba tan traumatizada por tu muerte que cada vez que
nosotros mencionábamos vuestro tiempo juntos en la India, ella se ponía a llorar.
Él los miró con interés, pero permaneció callado.
–Ella estaba tan enferma y delgada– agregó Lady Rosa, retorciendo sus
manos. –Durante muchos meses yo realmente temí por ella. Verás, fue asaltada
en Southampton cuando regresaba de la India, y sin dinero para pagar a su
mareada sirvienta la dejó. La pobre Emily llevaba sola muchos días antes de llegar
aquí.
–Nosotros recibimos la carta del vicario que os casó– dijo el Profesor.
Matthew se enderezó con interés. –¿Cuál era su nombre?– preguntó,
esperando que coincidiera con la licencia de matrimonio que había encontrado.
Sus padres se miraron, luego ambos sacudieron sus cabezas.
–No recuerdo– dijo el Profesor Leland.
–Estoy segura de tener la carta en mi salita– agregó Lady Rosa.
–¿Qué decía esa carta?– preguntó Matthew.
–Sólo que debíamos esperar la llegada de Emily pronto– respondió, –que ella
se había casado contigo antes de que dejaras el país, y que estuvo en la India
contigo hasta que temiste que tu misión resultara demasiado peligrosa para
ella...– Ella se ruborizó. –La recuerdo tan bien, porque estaba tan impresionada y
agradecida de conocer a la mujer que habías elegido.
–¿La carta no decía nada más?– preguntó, esperando alguna clase de pista.
Ella sacudió su cabeza. –No, querido mío. ¿Y eso realmente importa? Tú y
Emily están juntos de nuevo.
Matthew respiró profundamente, sintiendo una punzada de culpa. Pero no
había sido él quien comenzara esta farsa. –Emily dice que pasaron la mayoría de
su tiempo aquí en Madingley Court cuando estuvieron de luto. ¿Pero después de
eso?
–Las chicas y yo fuimos a Londres– Comentó Lady Rosa con sonrisa forzada. –
Son jóvenes, y tenían vidas que vivir. Espero que lo entiendas…
–Por supuesto que lo hago, Madre. ¿Emily disfrutó de la Sociedad? Preguntó
Matthew.
Ella frunció el ceño y dirigió una mirada a su esposo. –Pasé un tiempo terrible
intentando que ella dejara Madingley Court. Nunca había estado en Londres para
la Temporada, y estaba preocupada por avergonzarnos. Ella continuaba
llamándose una chica de campo. Estaba horrorizada por las muchas prendas de
vestir que quería comprarla, y rechazaba todo salvo lo más básico y necesario.
El Profesor Leland dijo –Ella incluso trató de rechazar la mensualidad que le
ofrecimos, a pesar de que venía de tu herencia.
–Al final la tomó– dijo Lady Rosa –pero sé que principalmente la usa para sus
causas en el pueblo.
Allí terminaban sus sospechas de que Emily tuviera un motivo monetario,
pensó Matthew con sorpresa. –¿Causas?
–Oh, permítele a ella mostrarte sus trabajos de bien. Estarás tan orgulloso.
Matthew se arrellanó en su silla, sabiendo que seguir preguntando a sus
padres sería inútil. Ellos sólo tenían elogios para Emily, y parecían amarla como a
una hija. ¿Cómo había conseguido ella convencer a toda su familia? Pero de nuevo
se dijo, que él ya conocía la atracción de su dulce personalidad, la forma en que
podía hacer que las personas se concentraran solo en ella.
Al menos ya tenía lugares por donde comenzar su investigación, desde la
parroquia de su vicario a sus “causas” en el pueblo. Quizás ella tenía otras razones
para gastar tanto dinero en Comberton. ¿Un amante tal vez?
Todavía su suave beso lo hechizaba. Se dió cuenta que quería que fuera
inocente, lo que difícilmente lo hacía objetivo.
***
Matthew no pudo encontrar a Emily.
Se dijo a sí mismo que era una gran mansión y que ella podía estar en
cualquier parte. La buscó en todas las principales habitaciones, desde el
invernadero a la biblioteca y el gran hall. No fue hasta que salió en dirección al
comedor con sus padres antes de almorzar que ella llegó con Susanna.
Emily le dirigió una brillante sonrisa, aquellos ojos azules estudiándolo como si
necesitara saber todo sobre él. Bien, por supuesto que ella lo necesitaba. Y a él no
le importaba estar siendo estudiado. Disfrutaba de sus atenciones.
Él preguntó –¿Y qué has estado haciendo esta mañana Emily?
–Ella estuvo conmigo en el laboratorio– dijo Susanna.
Matthew lanzó una mirada a sus padres, quienes deliberadamente desviaron
la vista. Él trató de no sonreír. –¿Y tú hiciste dibujos también, Emily? Pensé que me
habías dicho que nunca fuiste una verdadera artista.
–Oh, ella no los hace– dijo Susanna con franqueza. –Ella estudia.
Él las miró, observando el rubor que cubrió las mejillas de Emily.
–Sé que no es lo que una señorita debe hacer– comenzó Emily lentamente, –
pero estoy fascinada por aprender, y el conocimiento del Profesor es
impresionante.
–Estás estudiando anatomía– dijo Matthew.
–Es una pena que Emily no pueda asistir a la Universidad– dijo el Profesor
Leland alegremente. –Ella sería una estudiante excelente.
Lady Rosa rodó sus ojos. –Esto no está ayudando, Randolph.
Matthew estaba sorprendido por el talento de Emily. Pero había creído que
estaban de acuerdo en ayudar a Susanna a cambiar su comportamiento y volverse
una persona más feliz.
Hamilton, el mayordomo, dobló la esquina y se detuvo cuando vio a la familia
conversando fuera del comedor. Detrás de él, Matthew vio a Reggie, y a un joven,
alto y rubio, con su ansiosa mirada fija sobre Emily.
En ese momento, Matthew lo reconoció. Peter Derby. Él había crecido en una
mansión vecina, era el hijo menor del hacendado, y había pasado mucho tiempo
en Madingley Court. Peter incluso había estudiado con ellos, con él y sus primos,
ya que la familia Derby no podía permitirse un preceptor. Era inteligente, y cuando
sólo a sus hermanos mayores se les permitió asistir a Eton, la desilusión de Peter
le hizo trabajar más duro para educarse.
Para sorpresa de Matthew, sus padres le dirigieron una rápida, casi culpable
mirada.
Peter sonrió a Emily, quien se tensó.
–El Sr. Derby ha llegado– dijo Hamilton, dirigiéndose a los padres de Matthew.
–Perdónenme por no darme cuenta de que el almuerzo iba a ser servido.
Puedo regresar más tarde– dijo Peter, sin quitar los ojos de Emily.
–Pero seguro que deseará estar aquí, Sr. Derby– dijo Emily. –¿No vio el Times
de hoy?
–He estado cabalgando.
Al final él levantó la mirada al resto de la familia. Cuando vio a Matthew, su
sonrisa desapareció abruptamente como una llama apagada por un viento
repentino.
Matthew, no siendo tonto, supo por qué.
Reggie miró del uno al otro, y frunció el ceño mientras claramente controlaba
su diversión.
Peter se había convertido en el pretendiente de Emily.
¿Era él una de sus “causas” en el pueblo?
Matthew sintió una tensión en el estómago desconocida, y se dijo a sí mismo
que no podían ser celos…
¿Podrían ser?
Capítulo 6
Emily miró del Sr. Derby a Matthew. Ella sabía que habían crecido juntos,
habían sido amigos durante muchos años, pero ahora las cosas eran… diferentes.
Ella había estado tratando cortésmente de disuadir el interés del Sr. Derby por ella
desde el principio de salir del luto, pero él siempre suponía saber qué era lo mejor
para ella. Hombre impaciente, arrogante. Él había pasado de reclamar dos bailes
en cada fiesta, a encontrarla “accidentalmente” en el camino campestre, y
recientemente a pasar a visitarla… para el sorprendido placer de la familia Leland.
–¿Matthew?– dijo el Sr. Derby, con los ojos desorbitados en su pálida cara.
Gradualmente, el hombre volvió a sonreír, pero no era capaz de ocultar
completamente su... ¿decepción? Pero, él y Matthew habían sido buenos amigos.
Y sin embargo él había estado mostrando sus muy claras intenciones para con
ella, y ahora la presencia de Matthew, evidentemente les pondría fin.
Sonriendo, Matthew puso su brazo alrededor de los hombros de Emily. –
Peter, es bueno verte.
Así que recordaba a su amigo, al menos. Sin embargo, ella no había pensado
que él fuera del tipo de hombre que necesitaba tal muestra de masculinidad.
Algo en Peter pareció facilitarlo, y su sonrisa se volvió más genuina. –¿Cómo
ocurrió este milagro?
Entre Rebecca y Lady Rosa, contaron rápidamente la historia entera.
–Esto es increíble– concluyó Peter. –Escribiré a mi familia las buenas noticias.
–Almuerce con nosotros, Sr. Derby– dijo Lady Rosa, tomando su brazo y
llevándolo adentro del comedor. –¿Están tu madre y tu hermano en Londres?
La voz de ella y la respuesta de él se desvanecieron.
Emily estaba sorprendida por la invitación de Lady Rosa, considerando que el
Sr. Derby no podía seguir cortejándola, y esto debía ser bastante evidente ahora
que Matthew estaba en casa. Pero luego notó que Susanna había entrado en el
comedor delante de ellos, sin decir nada. ¿Pensaba Susanna que su madre ahora
quería dirigir la atención de Sr. Derby hacia ella?
Matthew mantuvo su brazo sobre ella. –Nos uniremos a ustedes en un
momento, Padre.
El Profesor, siguiendo a su esposa, le hizo a Emily un simpático asentimiento.
Reggie ofreció un inesperado saludo mientras pasaba.
Cuando estuvieron solos, Matthew la guió hacia la puerta abierta que daba al
corredor. –¿Entonces, tú y Peter?– su voz era calmada, casi especulativa, como
liberándola.
Ella alzó su barbilla. –Era una viuda salida del luto, él era persistente. Yo no lo
alenté.
–¿Por qué no? No te hubiera culpado por ello.
–Entonces eres un esposo increíblemente comprensivo. Supongo que tendría
que haberme dado cuenta de eso, por tu apretado abrazo alrededor de mis
hombros.
Él continuó estudiándola, con una sonrisa en sus ojos color avellana. –
Sarcasmo. Suave, pero evidente.
–Si éste es pedido.
Él rió por lo bajo. –Me gustas, Emily Leland.
–Eso asumí cuando te casaste conmigo.
Su voz se volvió profunda, ronca. –Supongo que el matrimonio significa que tú
no sólo me gustabas.
Ella desvió la mirada.
–¿Eso te lastima?
–No. Sencillamente aún es difícil recordar que pensaba que todo esto...– Ella
gesticuló hacia él con ambas manos –Contigo se había acabado.
–¿Así que no estarás llorando por la relación que sea que tuviste con Peter?
Ella sonrió y bajó su voz. –Él trató de hacer de eso más de lo que era, pero yo
no sentía nada.– Miró por encima de su hombro hacia la entrada del comedor. –
Parece ser que continuaremos viéndolo bastante.
–Es un hombre elegible, y mi madre tiene dos hijas solteras.
–¿Pero viste la reacción de Susanna hacia él?
–Quizás ella está escondiendo un interés que no sabe cómo expresar. Después
de todo, Peter estaba aquí para verte a ti… y ha estado visitándote. No estoy
acostumbrado a encontrarme a mi esposa siendo cortejada por otro hombre.
–¿Cómo lo sabes?, ella lo probó, esperando que ésta fuera un táctica
adecuada.
Sus ojos parecieron cortantes, haciéndola contener el aliento, pero él
continuó sonriendo. –Porque estoy bastante seguro de mis habilidades para
mantener a mi esposa satisfecha.
El golpe de calor la estaba asustando, sorprendiendo. ¿Con sólo sus palabras
él podía hacerla reaccionar? –Oh, Dios– murmuró, abanicando su cara.
Sus ojos se agrandaron y luego se arrugaron con diversión. Él miró por encima
de ella hacia el comedor y suspiró. –Hablando de cosas que no me estás contando,
¿qué es eso de ti y Susanna en el laboratorio hoy, justo después de que discutimos
sobre traerla de regreso dentro de los límites de la sociedad?
Ella frunció el ceño. –No te entiendo.
–Yo asumí que pensábamos igual, que ella necesitaba probar a tener la rutina
cotidiana que una mujer.
–Entonces, ¿no quieres que persiga las cosas que ama?
Él vaciló. –Estaba esperando convencerla de encontrar otras actividades más
femeninas.
–No me lo aclaraste. Yo pienso que pintar es una actividad común para una
señorita.
Él puso las manos sobre sus caderas mientras la miraba desde arriba, sin decir
nada.
Ella suspiró. –Muy bien, pintar la musculatura de una anatomía no es muy
habitual. ¿Realmente piensas que debería dejarlo?
Ella permitió que su voz expresase su duda, pero no lo contradijo. ¿Cómo
podía ella, en su papel de esposa?
–Quizás haya hombres que piensen que es indecoroso… si llegaran a
enterarse de esto.
–Unos pocos puede– musitó ella.
–Lo que significa que ellos se lo contarían a unos pocos más.
–Ya veo. ¿Qué movería a Susanna a renunciar a algo que ama, por un futuro
que podría no suceder?
Para su sorpresa, él se le acercó. –Podemos demostrarle cómo puede ser un
matrimonio feliz. Sabes, ella únicamente creció con la tirante relación de nuestros
padres para imitar.
Emily lamió suavemente sus labios resecos, su pecho tan ancho ante ella. –
¿Nuestro matrimonio feliz que incluso no puedes recordar?
Él tomó su mentón, levantándoselo. –Quiero recordar. Lo recordaré. Me
cautivas, Emily.
Por un momento pensó que él podía besarla, allí en el corredor mientras su
familia los esperaba para almorzar. Ella quería que lo hiciera. Ella necesitaba que
él estuviera cautivado.
Pero no quería que él recordara.
Ella sonrió y tocó su pecho. –Estoy fuera de mí por la curiosidad. ¿Encontraste
respuesta a todas tus preguntas cuando hablaste con tu padre? O aún soy un
misterio para ti.
Él sonrió. –Mis padres están muy encariñados contigo. Pero escuché que ellos
no estaban del todo sorprendidos cuando tú apareciste en su puerta. Dijeron que
habían recibido una carta del vicario de la parroquia anticipando tu llegada el año
pasado.
La tensión contrajo su estómago, sacando todos los sentimientos placenteros
que él había inspirado. –Sí, no sabía que el querido hombre la había enviado.
–¿Fue él el hombre que nos casó? No podía recordar su nombre, ni mis padres
tampoco.
–Fue él.– Ella quiso salir por la ventana, tratar de encontrar algo de aire para
respirar, pero no se animó a dar evidencia de su huida. –El Sr. Tillman. Él está
muerto ahora– dijo impasible, pero lo vio en su mente como si una almohada
estuviera sobre su cara. No pudo controlar un estremecimiento.
–Lamento recordarte tan tristes noticias– dijo Matthew, poniendo una mano
sobre su hombro.
–No podrías haberlo sabido.
–¿Se suponía que lo tendría que recordar?
El falso dolor en su voz hizo que ella lo mirara de nuevo. –No, esto no es algo
que hayas olvidado. Él murió justo antes de que llegara aquí.
Él mantuvo su brazo en ella. –Pongamos tanta tristeza detrás nuestro.
¿Volvemos a reunirnos con mi familia?
Ella asintió, ocultando su alivio.
***
Durante el almuerzo, Matthew se encontró a sí mismo mirando a Peter Derby,
quien hizo su mejor esfuerzo para no dirigir miradas a Emily. Pero en cada
momento que Peter lo miraba a él, era una mirada vacilante. Matthew se propuso
sonreírle, para permitirle saber que su comportamiento pasado con Emily era
comprensible.
–¿Qué has estado haciendo estos últimos años, Peter?– le preguntó.
–Los compromisos sociales de siempre, por supuesto. Acompaño a mi madre
cuando me necesita, y ayudo a mi hermano en la administración de nuestras
tierras. Aunque justo ahora, como le expliqué antes a Lady Rosa, estoy más
desocupado que de costumbre, ya que mi madre y mi hermano han ido al norte a
visitar a una tía enferma. Me quedé en nombre de mi hermano.
Lady Rosa inclinó su cabeza hacia Peter. –Y entonces le dije que no debía
permanecer en casa solo. Él debe pasar varios días aquí con nosotros.
No fue muy buena en ocultar la mirada que dirigió a cada una de sus hijas.
Ambas sonrieron educadamente.
–Esto es muy cortés de su parte, Lady Rosa– dijo Peter, con los ojos brillantes.
–Matthew, yo disfrutaría de escuchar todo sobre tu tiempo en la India.
Matthew sonrió. –Por supuesto.
Peter se volvió hacia la hermana de Leland y abrió su boca como para hablar,
pero Rebecca le interrumpió.
–¿Vieron la abundante correspondencia que recibimos hoy?– preguntó,
demasiado alegremente, para toda la sala.
Lady Rosa sonrió. –¿Recibiste alguna carta especial, Rebecca?
Ella se ruborizó. –Nada fuera de lo común, Mamá. Sólo una invitación al té de
Lady Brumley.
–Ah, ¿y no es su hijo apuesto?
Matthew vio que su hermana sonreía y se encogía de hombros, y eso podía
ser un movimiento evasivo, pero… no lo era. Por un breve momento pensó que
parecía indiferente. ¿No se suponía que ella era la hermana ansiosa por casarse?
¿Qué había estado pasando aquí los últimos dos años? Se preguntó con un poco
de incredulidad.
Rebecca continuó. –Emily, puse tu carta junto a tu plato.
Matthew lanzó una mirada a Emily, quien únicamente sonrió.
–Todas las invitaciones nuevas también incluyen a Matthew en la dirección–
agregó Rebecca.
–Entonces el torbellino ha comenzado– dijo el Profesor con mordacidad.
Matthew sonrió a Rebecca. –¿De quiénes son las invitaciones?
Ella enumeró las invitaciones de varias familias para desayunar, cenar, y hasta
un baile allí en el campo. Él reconoció todos los nombres de amigos o parientes, y
a pesar de que sonrió y dio las respuestas correctas, e incluso frunció el ceño
como si su memoria fallara una o dos veces, él continuó mirando a Emily. Ella
había recibido una sola carta, y por un momento reveló confusión mientras miraba
el nombre escrito en ella. ¿No recibía muchas cartas? ¿O era sólo que no
reconocía el nombre? Ella no la abrió en la mesa.
Lady Rosa aclaró su garganta, y la mesa quedó en silencio. –Para celebrar tú
regreso a casa, Matthew, propongo que invitemos a toda la familia a venir a
finales de semana, y que durante su visita, celebremos un baile con todos nuestros
vecinos.
–Eso suena bien– respondió. Él podía confiar en sus primos, Daniel y
Christopher. Los tres siempre habían sido capaces de resolver juntos cualquier
problema.
Luego de una larga conversación sobre a quién invitarían al baile, Lady Rosa
preguntó –¿Y qué harás esta tarde, Matthew?
–Emily y yo iremos a cabalgar.
Susanna se alegró. –Puedo…
Se calló por el codazo de Rebecca.
Cuando Lady Rosa se levantó, todos los demás se le unieron. –Sr. Derby, envíe
a buscar sus cosas. Fui muy seria sobre que nos acompañes. Ustedes los jóvenes
tendrán muchas distracciones para hacer juntos.
–Haré un viaje a casa esta tarde, milady– Dijo Peter. –Tengo correspondencia
de la que encargarme antes de regresar.
Mientras todos dejaban el comedor, Matthew no se dio cuenta de que Emily
se había ido hasta que se giró. ¿Si ella simplemente se estaba cambiando la ropa
para cabalgar, por qué no decirlo?
Cogió del brazo a Reggie. –¿Viste en qué dirección se fue Emily?– Preguntó en
voz baja.
–Perdón, pensé que estabas siguiendo muy de cerca a tu esposa.
Él rió. –No tengo tiempo ahora. ¿Susanna? La llamó, viendo a su hermana
alcanzar el final del corredor.
Ella se dió la vuelta, y cuando vio a Peter yendo en una dirección diferente,
sonrió y se acercó a Matthew.
–Tengo algo que hablar contigo– la dijo, ignorando la reacción de ella por
Peter… por el momento. –¿Reggie, que harás hoy?– le preguntó a su amigo
mientras éste se alejaba.
Reggie se volvió, pero siguió caminando. –Obviamente no cabalgar contigo–
dijo, y saludó.
Para entonces Susanna estaba parada junto a Matthew, quien tomó su brazo
y le permitió entrar a una salita al otro lado del corredor. Lady Rosa vaciló, su
expresión concentrada. Él sonrió mientras cerraba la puerta sin invitarla a pasar.
Cuando se volvió, los brazos de Susanna estaban cruzados sobre su pecho, su
barbilla levantada, las gafas destacando sobre su nariz.
Matthew parpadeó. –¿Algo está mal?
–Depende de lo que quieras decir– respondió fríamente.
–Muy bien, iré directo al asunto. Estoy preocupado por ti.
Ella suspiró con fuerza y abrió sus brazos, extendiéndolos. –¿Has estado
hablando con Mamá y Papá sobre mi soltería, no?
–Hablas como si fuese inevitable.
–Tengo veintiséis años, Matthew. Déjame estar. Mi vida es como la quiero, y
soy feliz. Incluso Mamá lo aceptó.
–Yo no lo acepto. Y Emily Tampoco.
Susanna lo miró ligeramente extrañada. –¿Emily? Pero ella y yo…
–Ella no delató confidencia alguna, permíteme aclararlo. Pero es una mujer
que ha conocido como es sentirse sola en el mundo. A ella le preocupa que te
suceda a ti.
–¿Sola? Pero si los tengo a todos ustedes, mis tíos, y mis primos. ¿Cómo
podría estar sola?
–Emily pensaba que tenía una gran familia para protegerla, y todos ellos le
fueron arrebatados en un trágico momento.– Él levantó ambas manos. –Sé que
tienes una gran familia, y semejante tragedia es altamente poco probable, pero
ambos estamos preocupados porque termines sintiéndote sola, cuando cada uno
de ellos tenga su propia familia sin ti.
–Me gusta estar sola.
Pero lo dijo demasiado rápido.
–Quizás. Pero por mucho que odiemos considerar esto, algún día nuestros
padres se habrán ido, y Rebecca y yo tendremos nuestra propia familia. No creo
que tu dote sea suficiente para que vivas sola muy cómodamente.
–Entonces viviré con ustedes.
–Y puedes hacerlo para siempre... Pero… Emily y yo planeamos tener muchos
hijos.– Una pequeña mentira para persuadir a su hermanita.
–Yo puedo ayudarla.
–Pero, ¿te será fácil de ver, sabiendo que tú nunca tendrás uno propio?
Susanna tragó, sin decir nada por un momento. –Tendré mi vida como Dios
parece haberla considerado mejor para mí.
–Entonces hazme un favor. Concédeme las próximas semanas. Quiero que me
acompañes en cada evento al que asista. Quiero presumir de mi consumada
hermanita.
–¿Consumada?– rió incómoda. –Esconderás mis maneras de marisabidilla.
–No, esconder no– dijo gentilmente. –Pero te pediré que te abstengas de ellas
por un tiempo. No se trata de apaciguar a Madre… esto es para que te asegures de
que no hay un hombre ahí afuera al que tú puedas amar, uno que te acepte de
todas las formas, si le das la oportunidad.
–¿Cuándo te volviste tan romántico? Le preguntó son sospecha, pero su voz
fue suave.
–Quizás Emily me hizo así.
–Estás muy cambiado desde tu matrimonio.
Él no explicó que el matrimonio no había tenido nada que ver con la forma en
que había cambiado su vida. –Espero que quieras decir de una forma mejor.
–Estás más feliz, Matthew,– dijo ella suavemente, tocando su brazo. –Toda la
familia lo ha notado. Y aunque sólo sea por esta razón…. Por la profunda alegría
por tu regreso… Yo, por un tiempo, consentiré en hacer lo que me estás pidiendo.
Él sonrió. –Gracias.
–Sera difícil, no dudes de eso.
–Oh, lo sé. Nosotros los varones somos terriblemente difíciles de complacer.
Pero te agradezco por llevarme la corriente.
–Tendremos que preparar a Mamá. Por lo demás se desmallará del shock
cuando yo, por propia voluntad, asista a la cena esta noche.
Matthew decidió no confesarle que ya había discutido este asunto con sus
padres.
Mientras abandonaban juntos la salita, él ya estaba concentrado en Emily, y
en la tarde que había planeado con ella.
***
Emily no se dirigió a las habitaciones de Matthew… él, ciertamente, podría
encontrarla leyendo la carta, y no podía arriesgarse a ello. Entonces se encaminó a
la biblioteca y cerró la puerta detrás de ella.
Luego miró la carta de nuevo, enojada consigo misma por la forma en que sus
manos temblaban. La caligrafía era de un hombre. ¿Quién estaría escribiéndole?
Rompió la cera y desplegó una sola hoja de papel. Su estómago se retorció
con miedo cuando vio la inicial al final de la carta. A continuación, se forzó a leer.
Mi queridísima Emily,
Estuve tan conmovido al leer sobre el regreso del Capitán Leland. ¿Le has
dicho que tú no eres su esposa? ¿Él sabe las otras cosas que has hecho?
Permítenos hablar sobre tus planes. Ya he llegado cerca, y estaremos en contacto
pronto.
S.
Los ojos de Emily se empañaron mientras releía la amenaza una y otra vez.
Stanwood la había encontrado al final. Ella siempre había sabido que era una
posibilidad, pero mientras los meses pasaban y no ocurría, se había creído a salvo.
El regreso de Matthew… y su delito… finalmente habían dado a Stanwood un
nuevo poder sobre ella. Con decisión desechó lejos la culpa, porque eso sólo
podría debilitarla. Todo lo que podía hacer era tratar con más insistencia de que
Matthew se enamorará de ella, y pensar en lo que le diría a Stanwood para que
abandonara cualquier loco plan que hubiera preparado. Él era un asesino, y ella
era alguien ahora, la esposa del Capitán Leland. Stanwood no tenía ninguna
prueba, aparte de eso.
Arrojó la carta a la chimenea, observando cómo prendía la llama, y salió con
pasos rápidos de la habitación.
***
Había sido difícil salir sin ser visto por Matthew, por toda la familia Leland, y
por los sirvientes, pero él se las había arreglado. Ahora estaba escondido detrás de
la exuberante vegetación del helecho tropical en el invernadero, mirando a Emily
Leland a través de las puertas abiertas de la biblioteca.
Él no hubiera podido decir nada de su expresión mientras leía la carta. Pero,
¿Por qué ella había sentido la necesidad de esconderse de su familia?
Había arrojado la carta a la estufa antes de abandonar la habitación.
Sigilosamente corrió dentro y se las arregló para sacar el carbonizado papel.
Dejándolo caer en la chimenea de mármol, apagó las llamas con el pie, luego lo
recogió, sosteniendo juntos los restos de dos pedazos.
La mayoría de la carta se había ido, pero consiguió leer “tú no eres su esposa”
y “estaremos en contacto pronto”.
Se sintió indignado por lo que implicaba esta traición para la familia.
Él tendría que seguir, muy de cerca, a Emily Leland… o quienquiera que
realmente fuera.
Capítulo 7
Emily apoyó sus brazos sobre la balaustrada de la terraza, mirando hacia el
hermoso parque de Madingley Court, el mismo que Matthew no recordaba.
Mientras entrecerraba los ojos hacia el nublado cielo, pensó de nuevo en la carta
de Stanwood. Aunque la náusea todavía revolvía su estómago, estaba decidida a
mantener la mente clara, y a protegerse. Esa tarde, a solas con Matthew,
coqueteando y tentándolo, sería un buen comienzo.
Alguien dijo su nombre, sobresaltándola. Se dio la vuelta para ver la cara
sonriente de Matthew.
–¿No te habré asustado?– comentó de forma jovial.
Su mirada se hundió en su pecho, que se elevaba y bajaba de forma acelerada
con cada respiración. Su mirada íntima alentando su reacción.
Una sonrisa apareció en su cara. –Ni siquiera te escuché cruzar la terraza.
–Es todo debido a mi experto entrenamiento en el arte de aparecerme de
repente a la gente.
–Entonces eres un éxito.
Antes de que ella pudiera preguntar, él señaló la cesta que llevaba en su
mano. –Algo en caso de que tengamos hambre.
Ella sonrió. –¿Tu madre?
–En realidad, mis hermanas.
–Son jóvenes damas consideradas– respondió ella, abandonando la
balaustrada y descendiendo por los anchos escalones hacia el camino de grava.
Matthew caminaba a su lado. –Hable con Susanna. Ella accedió a mi
propuesta.
Emily abrió sus ojos. –¿Tan fácilmente?
–Creo que ella quiere complacer al hermano que está tan recientemente de
vuelta de entre los muertos.– Él sonrió. –Y la forma en que el matrimonio me ha
cambiado a mí, también la ha persuadido a ella.
Ella deliberadamente rozó su hombro con el de él. –Nosotras, las esposas
ejercemos magia en los severos temperamentos de nuestros esposos.
Él rió. –Entonces, empecemos esta noche. Así ella verá que no tiene por qué
estar sola.
–Puede ser algo terrible– dijo, con una sombra cruzando su mirada.
Él la miró con compasión, luego tomó su mano. La de él era cálida, áspera por
los cayos, tan diferente a la suya.
–A pesar de que amo a mis hermanas, dejemos de hablar de ellas.– Susurró
suavemente –Hoy te estoy encontrando mucho más interesante.
Ella forzó una risa. –Pero tenemos toda la tarde para conversar.
–¿No tenemos el resto de nuestras vidas?
Ella contuvo su respiración. Cuando encontró su mirada, sintió el poder de la
suya, la fuerza intensa de esos ojos cambiantes ¿Cómo podría alguna mujer
resistirse a él? Ella apretó su mano.
***
En las caballerizas, los mozos de cuadra estaban apoyados en las cercas del
establo, mirando a Matthew con abierta curiosidad.
–No reconozco a nadie– dijo en voz baja.
Ella le dirigió una mirada tranquilizadora. –Son jóvenes. Crecen rápidamente
como la maleza en dos años. ¿Por qué ibas a reconocerlos? Le diré al jefe de
cuadras que necesitamos dos caballos ensillados.
Ella se fue adentró, y para cuando salió, Matthew estaba sentado en la cerca
entre los jóvenes mozos.
–No, les digo que no era divertido apuntar con el mosquete al enemigo y
disparar– estaba diciendo. –Y un soldado sólo lo hace por su deber para con la
reina y el país.
Los chicos lo miraban serio.
–Ellos pensaban que estabas muerto– dijo el chico más grande, John, al que le
faltaban varios dientes.
–Fue una terrible noticia para mi familia. Estoy seguro que todos ustedes
hicieron lo mejor para ayudarlos en esos momentos difíciles.
–Ahora la Señora Leland está feliz– afirmó John. –Algunas veces ella parecía
muy triste.
Los ojos de Matthew la encontraron. Ella había hecho su mejor esfuerzo para
parecer una mujer en duelo.
–Es una cosa triste cuando una esposa piensa que su esposo está muerto– dijo
Matthew, sin apartar sus ojos de ella. –¿Viene ella a visitar los establos a menudo,
chicos?
Se sentía incómoda, insegura de su propósito. ¿Por qué no le preguntaba
directamente a ella cuán a menudo le gustaba montar?
–Siempre cuando va a la villa– dijo John con franqueza. –Y eso es un montón.
Justo en ese momento, Lavenham, el jefe de cuadras, apareció por la puerta
de los establos llevando dos caballos ensillados.
Le dirigió a ella un asentimiento amable, pero enseguida miró a Matthew con
una amplia sonrisa.
–Señor Matthew– dijo Lavenham, –ensillé a Spirit para usted.
Matthew estiró su mano y se la estrechó. –Lavenham, es bueno ver que
todavía está aquí.
Emily se relajó cuando Matthew recordó su nombre. Los dos hombres
pasaron varios minutos hablando sobre la crianza de caballos usados por la
Armada, hasta que finalmente Lavenham notó a Emily mirando.
Entonces él carraspeó. –Lo he estado manteniendo alejado de la Sra. Leland.
–No me molesta– dijo ella.
–No, tienes razón, Lavenham– intervino Matthew. –A una dama no se la debe
hacer esperar. Hablaremos en otro momento.
Pasó varios paquetes envueltos, una botella encorchada, y una manta desde
la cesta a una alforja. Antes de que ella pudiera montar, él tomó las riendas de
ambos caballos, dirigiéndolos hacia el sendero. Ella sabía que los mozos de cuadra
estaban mirando boquiabiertos, preguntándose por qué no montarían para ir a
donde fuera que estuvieran yendo. Ella se lo estaba preguntando también.
Sólo cuando hubieron atravesado los jardines más cuidados, y entrado en un
claro fuera de la vista de los edificios, Matthew se volvió hacia ella.
–Ya que no sé a dónde estamos yendo– dijo –probablemente sería más fácil si
pudiera montar contigo.
Aunque se sorprendió, le dirigió la sonrisa de una esposa desesperada por
intimidad. –Eso suena maravilloso.
Con un poderoso salto, se elevó del suelo, balanceó su pierna derecha bien
alto, y se acomodó en la montura. Spirit echó la cabeza hacia atrás, mientras
Matthew se inclinaba hacia abajo y agarraba su mano. –¿Lista?
Ella sostenía las riendas de su propio caballo, pero se subió al de él,
balanceándose y colocándose en la montura detrás de Matthew, cómoda entre su
cuerpo y el final de la silla. Él estaba entre sus muslos, su fuerte espalda contra sus
pechos, el brazo de ella alrededor de su cintura. Sus faldas estaban estiradas
apretadamente para acomodarlo a él, así que deslizó aún más alto sus pantorrillas.
Podía sentir los músculos del estómago de él contraerse mientras se ajustaban
ambos en la silla.
Pronto Spirit estuvo avanzando a través del prado.
De repente, él urgió al animal a ir al galope, y ella tuvo que soltar las riendas
de su caballo, confiando en que su montura los seguiría, porque todo lo que pudo
hacer fue agarrarse a Matthew, y rezar por su querida vida.
Una vez que cruzaron el prado y tuvieron que aminorar la marcha al acercarse
a un bosque, Matthew encontró muy difícil centrarse en su necesidad de aprender
todo lo que pudiera sobre Emily, con sus pechos aplastados contra su espalda. En
esos momentos, en lo único que él podía pensar era en su posición entre sus
caderas.
Donde él quería estar.
Se obligó a recordarse a sí mismo su objetivo. –¿Hacia dónde debería ir?–
preguntó por encima de su hombro. –Todavía todo está en blanco para mí.
Ella le habló al oído. –Sube la colina. Nos llevará fuera del parque hacia los
campos.
A un ritmo más lento, cabalgaron a través de los árboles y ascendieron por
una colina completamente cubierta de césped y brezo morado de otoño. Cuando
Emily sugirió que ella montara en su propio caballo a medida que se acercaban a
las casas de los inquilinos, él no la escuchó.
Cabalgaron durante varias horas por caminos del campo mientras ella hacía
de guía, mostrándole todos los lugares donde él había vagado de niño, algo que
aparentemente había aprendido de su familia. Le causó gracia la forma en que
recitaba el nombre de cada vecino cuando se avistaba su casa, agregando más
detalles si ellos iban a asistir a la cena de esa noche. La dejó pensar lo que quisiera
sobre su pérdida de memoria, admirando su animación y su conocimiento.
Después de todo, él había pasado dos años lejos; debería conocer todos los
chismes locales. En alguna ocasión la gente los saludó con la mano, y aunque
Matthew devolvía el saludo, no cabalgaban lo suficientemente cerca de ellos para
conversar.
Finalmente, cuando sólo campos se extendían a su alrededor y Madingley
Court se veía a lo lejos, reposando como el trono dorado de un rey en medio de
colinas onduladas, él detuvo el caballo. Una brisa movía el largo pasto.
Evidentemente había pasado mucho tiempo desde que las ovejas no habían
pastado por allí.
–¿Descansamos y vemos lo que mis hermanas nos enviaron?– preguntó
Cerró los ojos mientras el cálido cuerpo de ella se deslizaba por el suyo. El pie
de ella encontró el suyo en el estribo, y lo utilizó junto con su mano extendida
para ayudarse a desmontar. Una vez en el suelo, se alejó de él y contempló la
vista, apretando su chal contra ella. No entendía como ella podía sentir frío
después del calor que había generado el roce de sus cuerpos
Desmontó, sacó de la alforja las provisiones para el picnic, y extendió la manta
en el suelo. La cara de Emily era puro placer y felicidad mientras se sentaba al lado
de él.
Los paquetes envueltos resultaron ser sándwiches de carne y queso, así como
también varios melocotones.
Se turnaron para beber de la botella de sidra. Que la boca de ella estuviera en
el mismo lugar que había estado la de él le pareció increíblemente erótico.
Evidentemente él había estado sin compañía femenina por un largo tiempo,
pensó.
Comieron en silencio durante varios minutos, y él la observaba más a ella que
al paisaje. Luego, se tumbó a su lado, apoyado en el codo para poder estar más
cerca de ella. Emily estaba sentada muy recatadamente, las piernas dobladas
debajo de ella, su falda amarilla un toque de primavera en otoño.
Después de un trago de sidra, ella le devolvió la botella. –Siento curiosidad
por saber por qué elegiste el Ejército, sin duda una elección extraña para un hijo
único.
–¿No tuvimos esta discusión al principio de nuestro matrimonio?
Ella ni siquiera vaciló. –Tú eras un soldado impaciente en ese entonces,
dispuesto a dejar Inglaterra y conocer mundo.
Y esa era la verdad, se divirtió, impresionado por su deducción.
–Tú sólo me dijiste que estabas buscando aventura– continuó. –Pero mientras
iba asumiendo mi lugar como tu esposa y llegaba a conocerte mejor, no creía que
esa fuera toda la verdad. Un hombre rico puede encontrar aventura viajando por
el continente.
Se recordó a sí mismo que ceñirse a la verdad podría ayudarlo… y sería más
fácil de recordar que añadir más mentiras.
–Si, yo quería ver mundo, porque sabía que podría hacer lo que quisiera lejos
de Inglaterra, ser el hombre que pensaba que siempre había querido ser.
–¿Estabas escondiéndote hasta ese punto?
Ella era demasiado inteligente, pero tenía que serlo, para haber triunfado en
esta tetra.
Se dejó caer sobre su espalda, las manos sujetas debajo de su cabeza, su codo
deliberadamente tocando su muslo. Ella no se movió, ni tampoco él.
–Lo estaba– dijo en voz baja. –Sentía la necesidad de contenerme, para ser un
buen ejemplo para mis hermanas, para ser un buen hijo.
–¿Y aquellas eran las cosas tras las cuales escondías la verdad?
Suspiró. –Eran parte de la verdad, por supuesto, pero me sentía demasiado
contenido, demasiado limitado, como si no pudiera hacer lo que quería, siempre
teniendo que hacer lo que se esperaba de mí. No quería herir a mi familia,
viviendo fuera de los límites de la sociedad… aun cuando secretamente ansiaba
eso. El ejército es a menudo una respuesta para los hombres jóvenes, y entonces
decidí intentarlo.
–Nunca me contaste nada de esto– dijo ella seria.
–Quizás nunca tuve la oportunidad, ya que estuvimos juntos durante sólo
unos pocos meses. Pero estamos empezando de nuevo, tú y yo, y te mereces
saber la clase de marido que tienes.
–¿Y qué clase es esa?
Ella le estaba sonriendo con diversión, y por un momento eso lo irritó. Él
quería inquietarla, ponerla incómoda sobre su poco conveniente posición allí, sola
con un hombre extraño.
Se levantó sobre su codo, y a pesar de que ella aún continuaba sentada, su
cara quedó cerca de la suya. –Quería ser… alocado.
Su sonrisa se desvaneció.
Bajó más la voz, mirando su boca. –Quería hacer lo que fuera que deseara, ser
insensato y vivir la vida plenamente.
–Pero en lugar de eso te casaste con una sencilla chica de la campiña inglesa–
replicó suavemente.
–Quizás esa fue otra profunda insensatez por mi parte.
Ella lamió sus labios. –Insensato sería seducirme y dejarme atrás.
–No, eso hubiera sido cruel. Y yo no lo soy. Pero tomo lo que quiero y hago lo
que deseo.
La sonrisa de ella era débil. –Oh, qué amenazador. ¿Pretendes tentarme con
este pícaro juego de palabras de amor?
Su intrepidez era impresionante. Si estuviera asustada él descubriría la
verdad, pero ella no se delataba.
Deslizó la mano a lo largo de su muslo. –¿Estás tentada?
–Por supuesto. Me casé contigo, ¿no es así?
–Soy un hombre afortunado.– Ella estaba sin duda esperando que la besara,
aún inclinada hacia él, una mujer inclinada a la distracción.
Decidió cambiar el tema hacia ella. –Tú no sólo te cruzaste de brazos a esperar
que entrara en tu vida. ¿Qué hacías mientras examinabas cuidadosamente a los
caballeros locales?
Ella rió. –Pasé varios años ayudando a nuestro párroco.
–¿Al Sr. Tillman? dijo, sintiendo aumentar la sensación de anticipación. El
nombre de la persona que figuraba en su licencia de matrimonio falsificada.
Su expresión gradualmente se volvió un poco más dulce mientras sus ojos
parecían concentrarse en el pasado. –Sí. Él nunca se casó, entonces no tuvo la
ayuda de una esposa. Mi madre solía ayudarlo, así que naturalmente eso recayó
en mi cuando ella murió. Solía dirigir a varios grupos de mujeres que proveían a
familias con un nuevo bebe o ayudaban a alimentar a familias cuando su única
fuente de ingresos se cortaba.
Él se preguntó si algo de esto era verdad. Ella había dicho que Tillman ya
estaba muerto. Pero seguramente habría otros que pudieran confirmar o negar su
historia
–Yo especialmente disfrutaba trabajando con los niños –dijo.
Su expresión era suave y femenina, como si ansiara su propio hijo.
–¿Deseabas tener a mi hijo?– preguntó.
–Por supuesto que sí.
–Entonces debe ser difícil para ti que todavía no sea un marido completo en
todos los aspectos.
–Pero estás vivo. Puedo esperar por el resto.
–¿Y qué pasa si no me enamoró de ti de nuevo?
Ella sólo elevó sus cejas, su expresión divertida.
Él se rió. –¿Tan segura estás de que encontraremos de nuevo la magia en el
camino de regreso al otro?
–Somos personas diferentes ahora– dijo despacio, mirando lejos de él a
Madingley Court, brillando aún bajo el cielo nublado. –Quizás no será de nuevo la
misma clase de amor, pero estoy dispuesta a confiar en nosotros.
Él deslizó su mano un poco más arriba por su muslo. –Me encuentro
impaciente por recuperar lo que teníamos juntos.
Ella esperó, centrada su mirada en él.
–Enséñame, Emily– murmuró. –Necesitamos empezar a conocernos de nuevo
a un nivel más íntimo. –Enséñame como nos gustaba besarnos.
–Creo que probaste ser competente esta mañana– bromeó.
–Eso fue sólo el comienzo. Recuerdo tan poco…, y tú prometiste enseñarme.
Su mirada cayó sobre la boca de él. Él quería probarla, explorarla mucho más
de lo que lo había hecho esa mañana. Pero tenía que ser paciente, porque él
sentía un deseo salvaje e insensato por ella que nunca había sentido por otra
mujer. Su cuerpo ya estaba anticipando tocarla, saborearla.
Se recostó de nuevo en la manta. Muy deliberadamente, ella colocó la mano a
su lado y se inclinó sobre él, bloqueando parte del cielo, pero como estaba
nublado, él podía ver nítidamente su expresión, llena de anticipación. Ella también
quería besarlo.
Pero entonces ella vaciló, su cara justo encima de la de él, hermoso, complejo,
imposible de leer.
–¿Inicio yo los besos, o tú?– preguntó él. ¿Pretendía jugar a la esposa dócil?
–Ambos lo haremos– susurró ella.
Una respuesta atrevida. Pero bueno, él ya se había revelado como un esposo
atípico que esperaba una esposa atípica.
Su aliento en la cara, con un ligero aroma de sidra, casi lo hizo gemir. –¿Te
besé yo primero?– preguntó, escuchando el tono ronco de su voz.
Ella estaba más cerca ahora, un mechón libre de su dorado cabello le rozaba
la mejilla y caía por su cuello.
–Claro que lo hiciste. Me estabas cortejando.
Él encontró su mirada. –Entonces es tu turno.
Sus labios tocaron los suyos, tan delicados como una mariposa, pero sin
dudar. Luego ella inclinó la cabeza hacia el otro lado para probar más de él. La
ráfaga de deseo a partir de un casto beso era tan excitante, tan absoluta, que él
apenas pudo contenerse para aplastarla contra él, de tumbarla encima de él.
Emily se olvidó todo excepto de la suave humedad de los labios de Matthew.
Él estaba tendido debajo de ella, y tenía que mantenerse firme sobre sus hombros
o si no, caería sobre él con una repentina y agobiante debilidad.
La sensación del beso fue mayor que la de sus labios; lo sintió en su mente, en
su corazón, en sus entrañas, que deliberadamente lo deseaban. Ella quería
presionarse contra él, saborearlo más. Sus besos se volvieron intensos, tomando
más de la boca de él, abierta para buscar la verdadera pasión sobre la que
únicamente había soñado.
Matthew Leland era un hombre que regresó de entre los muertos, luchando
por reclamar su vida y encontrándola a ella en ésta. Aunque ella se estaba
aprovechando de él, se prometió que sería bien recompensado con su
entusiasmo.
En contra de su voluntad, recordó que él tenía una esposa, y el pensamiento
apagó su pasión. Levantó la cabeza para mirarlo. Esa mujer siempre estaría entre
ellos, hasta que pudiera descubrir la verdad sobre ella. ¿Pero cómo lo lograría? ¿Y
qué haría Arthur Stanwood con ese conocimiento?
–¿Emily? ¿Algo está mal?
Él se incorporó, y mientras sentía sus manos sobre sus hombros, supo que él
necesitaba algún tipo de explicación.
Parpadeó como si se esforzara en contener sus lágrimas, y puso una mano en
su pecho. –En verdad, tú estás en casa– susurró con asombro. –Me creerás una
mujer tonta si lloro en medio de un beso. Ya es bastante humillante que me
desvaneciera a tus pies anoche…
–En mis brazos. Soy bueno para atrapar a una mujer.
Resopló de risa de manera poco femenina. Le puso un pañuelo en su mano, y
ella se limpió los ojos, deseando que él no notara que la tela permanecía seca.
–No creo que alguna vez haya llevado a una mujer a las lágrimas con mis
besos– meditó.
Entonces, se llevó las manos de ella a su pecho, y ella sintió el fuerte latido de
su corazón.
Él quería sus recuerdos de regreso; ella no podía querer lo mismo.
Pero ella le enseñaría todo lo que él quisiera; lo haría feliz.
Y nada ni nadie se interpondrían en su camino.
Capítulo 8
Emily sabía que Matthew la miraba con demasiada atención. ¿Qué emociones
se traslucían en su rostro, cuando estaba tratando de ocultarlas?
–¿Por qué estás llorando?– la preguntó.
–Porque nunca pensé que tendría la oportunidad de volver a besarte.–
susurró.
Luego le sonrió y acarició su pecho, dándose la vuelta para recoger los restos
de su picnic. Cuando montó en su caballo, se sorprendió de que él se lo
permitiera. Quería que le pidiera que volviera a cabalgar con él, pero parecía como
si ya hubiera tenido demasiada intimidad por un día.
Mientras cabalgaban por el camino que serpenteaba bajando la colina,
pasaron por una casa de campo que era parte de la finca, remota, pero bien
conservada.
–Mi padre vivió ahí antes de que yo naciera– dijo de repente Matthew. Ella lo
miró asombrada. –Quieres decir ¿antes de que se casara?– Ella siempre había
asumido que no se la había dado a nadie debido a que el duque quería su
privacidad.
Él asintió. –Mi abuelo permitió que la casa de campo le fuera arrendada,
divertido de que un profesor de Cambridge quisiera privacidad para trabajar, y un
poco de distancia de la Universidad. El viejo duque amaba el aprendizaje, pero no
amaba a su esposa.
Ella le hizo una mueca en simpatía. –¿No fue tu abuelo quién causó el primer
escándalo de los Cabot?
Él sonrió. –No el primero, pero sí uno de tantos. La debilidad parecer correr
por la familia.
–Pero no en ti, por supuesto– le dijo con un movimiento de cabeza.
–Por supuesto. Él jugaba, y era un mujeriego que desperdició toda su herencia
antes de que tuviera los veinticinco años y luego tuvo que reconstruir la fortuna de
la familia.
–Evidentemente, él logró esa hazaña.
–Sí, pero nunca pudo perdonarse por haber vendido una gran cantidad de
tierras No era un secreto el hecho de que él escogió la belleza y la dote sobre lo
idóneo cuando se casó.
–Que halagador para su esposa– dijo ella con sarcasmo.
–No la compadezcas demasiado. Ella no ocultaba que había elegido el título
antes que el amor. Pero mientras él pasaba el tiempo reconstruyendo la finca sin
prestarla atención, su inestable matrimonio se desmoronó aún más. Sus hijos – mi
madre, su hermana y su hermano – fueron los que sufrieron. El abuelo compensó
su negligencia permitiéndoles casarse con quienes desearan, no siempre con
éxito.
Con una sonrisa, ella dijo –Así que fue en esta casa de campo, dónde un
simple profesor de Universidad conoció a la infeliz hija de un duque…
–La culpa del duque permitió que ellos se casaran.
–Suena como si se hubieran enamorado.
–Lo estuvieron… creo. Pero mi madre venía de un mundo en dónde los
hombres optaban por los negocios, por el juego o la caza que los alejaba de sus
esposas… no por la ciencia. Y una vez que el escándalo sucedió…
–Tus… hermanas me explicaron todo. El cuerpo femenino, la compra ilegal.
Él asintió, apoyándose en su montura, mirando fijamente la casa de campo
como si pudiera regresar el tiempo atrás. –¿Antes no te conté nada de esto?
Ella se encogió de hombros. –No quisiste hablar de ello.
Lentamente, él contestó. –Puedo creer eso. Cuando Rebecca nació, aunque
era joven, pensé que las cosas estarían mejor entre mis padres. No comprendía en
ese tiempo cómo dos personas podían… ceder a una vieja pasión, y sin embargo,
no resolver las cosas entre ellos.– Suspiró. –Es demasiado extraño, discutir de esta
forma acerca del matrimonio de mis padres y su casi divorcio. Pero tú has estado
aquí, los has visto juntos.
–¿Y las cosas no han mejorado mucho en el tiempo en que te has ido?
–Ellos lo están.
–He estado… animándoles a que pasen más tiempo juntos, forzándolos a que
hablen de vez en cuando.
–¿Y por qué crees que podrías ayudar a mis padres?
Ella escuchó la duda en su voz y no pudo entenderla ¿Por qué una esposa no
querría hacer algo así? –Simplemente creí que podría ayudar. Pensé que ellos eran
dos personas que estaban acostumbradas a vivir vidas separadas. Si pudieran
recordar qué fue lo primero que los unió, las cosas podrían ser diferentes para
ellos. Aún no es un éxito, por supuesto.
–Pero están mucho mejor. Y tengo que agradecerte por ello.– Él inclinó su
cabeza, sonriendo.
Ella recatadamente movió su cabeza. –Oh, no totalmente.
A medida que se alejaban, él se inclinó hacia ella, como si estuviera tratando
de trasmitirle confianza. –Tú le prestas atención a este antiguo hogar, Emily
Lealand, justo como haces conmigo.
***
Después de que Matthew se cambiara para la cena, esperó en la entrada
junto con Peter, Reggie, y su padre, a que las damas aparecieran. Lady Rosa y
Rebecca estaban evidentemente emocionadas, y Emily lo fingía bien. Matthew
casi olvida el motivo de la cena cuando miró a Emily con su vestido rosado que
enfatizaba la cima de sus cremosos pechos y hacía brillar su cabello rubio. Casi
deseaba que la cena se hubiera terminado, entonces podría tenerla a solas en su
dormitorio, para ver a dónde los conducirían los besos que compartieron más
temprano.
La actitud de Susanna trajo a Matthew de nuevo al presente. Ella miraba
como si estuviera esperando por la guillotina francesa, resignada y sin ninguna
esperanza por la cual luchar.
Él enarcó una ceja hacia ella. Ella dejó escapar un gran suspiro y puso una
sonrisa que mostraba todos sus dientes.
Acercándose a su hermana le habló en voz baja. –Pensé que sólo necesitabas
tus lentes para leer o pintar.
–Así es.– La luz se reflejaba en sus cristales cuando ella le dirigió una mirada
casi insolente.
–Esconden tus hermosos ojos marrones.
Con otro suspiro, ella se los quitó y los metió dentro del bolso que colgaba de
su muñeca.
–Gracias.– Dijo él, tratando de parecer serio.
–Oh, por favor– ella rodó los ojos. –No trates de hacerme creer que sufres
ante tu deber como hermano. Lo estás disfrutando.
–Siempre disfruto de mí mismo… actualmente.
Ella entrecerró los ojos. –Esa es otra de las cosas diferentes en ti. Ni siquiera
protestaste para ir a esta cena, cuando antes apenas si lo soportabas. Ni siquiera
has preguntado si habrá baile… solías odiar bailar.
Y era cierto. Cada joven dama con la que solía bailar sólo fue por un apropiado
cortejo y matrimonio, algo bastante aburrido. Todo lo que él quería era
escandalizarlas con la lasciva dirección de sus pensamientos, pero se había
contenido. Ahora él tenía a su esposa para seducir, y el resto de ellas palidecían en
su memoria cual fantasmas de un pasado olvidado.
–Si hay un baile, entonces debes bailar.– Dijo Matthew. –Es parte de nuestro
acuerdo.
–Sí, Capitán– dijo ella con resignación, dándole un saludo militar.
***
Una hora después, todos se hallaban en el salón de baile de Lord Sydney junto
con otra docena de invitados. Matthew, frente a una entusiasta audiencia, no veía
rastro de Susanna. Tenía a todo el mundo reunido alrededor de él, todos hablando
a la vez, las damas suavemente limpiando sus ojos y repetidamente dando abrazos
a Lady Rosa; los hombres palmeando la espalda al Profesor Leland. Una y otra vez
Matthew explicó cómo había ocurrido el equivocado anuncio de su muerte. Por lo
menos una docena de veces las mujeres exclamaron un –querida– ante la valentía
de Emily, hasta que finalmente, ésta se sonrojó.
Notó que Emily se quedaba junto a su familia y no con las otras damas, pero
recordó, que sus padres le habían advertido que sus amigas más cercanas eran sus
hermanas.
Cuando Reggie le trajo un clarete, Matthew fue capaz de dar un paso atrás
hacia la pared.
Se tomó un saludable trago. –Está muy cerrado aquí, bien podría ser verano.
Reggie miró hacia otro lado, alzando una ceja.
–O ¿tal vez haya otra razón por la que te encuentres acalorado?
Matthew siguió su mirada y vió a Emily al lado de Rebecca. Ella sonreía.
–Porque, sí, tal vez ahí había un factor que contribuía a su calor. Pero, ¿dónde
estaba Susanna?– Entonces la vió apoyada contra la pared, en medio de las
señoras mayores y las damas de compañía. Gimió. –Demasiado para nuestro
acuerdo.
Cuando Reggie expresó su curiosidad, Matthew le contó sobre su deseo de
ayudar a Susanna.
–Es una muchacha encantadora– dijo Reggie. –Yo no veo el problema.
–El problema es que ella no es una muchacha, sino una mujer, una mujer ya
no tan joven.
Reggie alzó los hombros. –Dale tiempo. Ésta sólo es la primera noche de su
acuerdo. En cambio, cuéntame sobre tu día con Emily.
La atención de Matthew se dirigió a su “esposa”, aunque lo hizo para
asegurarse de poder hablar sin ser escuchado. –Ella es astuta– comenzó
lentamente.
–Sigues diciendo eso con admiración. ¿El botón aún está fuera de la rosa?
Matthew se rió entre dientes. –Me encuentro cada vez más intrigado. Sin
embargo, siempre soy realista. ¿Recuerdas al Sr. Tillman, el vicario de cerca de
Southampton?
–Mi madre se desesperó conmigo al tratar de hacerme un feligrés– dijo
Reggie, tomando un saludable sorbo a su Clarete.
–¿Así que eso es un no?
Reggie sólo sonrió.
–Aparentemente, él nos casó. Su firma está en la licencia falsificada. Hoy le
mande una carta al investigador del duque para que mire en el pasado de Emily,
especialmente al vicario, con quién ella afirma que trabajó estrechamente.
–¿Trabajó cerca?– dijo Reggie dubitativo.
Matthew resopló suavemente. –Trabajo en obras de caridad junto con otras
damas de su pueblo.
–Ah, y ¿tú la crees?
–Realmente no sé qué creer. Sigo teniendo la mente abierta. Pasarán varios
días antes de que obtenga una respuesta.– Su sonrisa se desvaneció y se encontró
una vez más observando a Emily. En voz baja dijo. –¿Qué hizo cuándo se encontró
sola después de la muerte de su familia? Asumiendo que su infancia fuera lo que
ella dice, ¿por qué no podría una mujer hermosa y bien criada casarse con un
hombre si necesitaba mantenerse a sí misma? A menos que un matrimonio ya
creado la liberara para hacer lo que ella quisiera.
–¿Con todo lo que ya ha hecho?– preguntó Reggie.
–Eso es, exactamente. Hoy me enteré que ella cabalgaba a diario hasta el
pueblo. La próxima vez voy buscar por ese lado.
–Alguien se acerca.– Advirtió Reggie.
Los dos se fijaron en Peter Derby, avanzando entre varios invitados, mientras
miraba de reojo hacia dónde se encontraba Emily junto con el resto de la familia
Leland.
–¿Es acaso pesar lo que veo en los ojos del Sr. Derby?– Preguntó Reggie.
Matthew escuchó la risa ahogada de su amigo, y aunque se unió a ella, habló
seriamente. –Supongo que tendré que ver un desfile de lujuriosos hombres tras
ella, preguntándome en todo momento quién no es quién parece ser, ¿tal vez un
cómplice?
–Pero ¿Peter Derby?– comentó Reggie con dudas.
–Él era su pretendiente después de todo.
Emily debió de notar la mirada de Peter, puesto que se aproximó a Matthew y
a Reggie.
–Matthew– dijo Peter. –Vaya multitud esta noche. Estoy sorprendido que
incluso tengas un momento para ti mismo.
–Regresar de la muerte lo ha convertido uno de los populares.– Dijo Reggie.
Peter hizo una mueca. –Tendré que probar eso.
–Oh, no, no debería– dijo Emily, su voz llena de fingida sinceridad. Cuando los
tres hombres la miraron ella siguió. –¿Cómo podría esperar que tal ardid tuviera
éxito dos veces?
Peter rió de buena gana. –Sra. Leland, su ingenio es tan sutil.
Matthew sintió la mirada de Reggie, pero la ignoró. Coquetear con una mujer
delante de su marido no era una buena táctica. Pero por supuesto, Emily no era su
esposa, él tenía que recordar eso.
Entonces, ¿por qué, de nuevo, se sentía cada vez más molesto ante el
pensamiento de ella con otros hombres?
La sonrisa de Peter desapareció. –Pero realmente, Mathew, regresar de la
muerte parece que te resulta conveniente.
Matthew estudió su bebida por un momento. –Muchas cosas parecen
diferentes cuando uno retorna del otro lado del mundo. He visto – y he hecho,
pensó – cosas terribles, y eso me ha permitido poner mi propia vida en
perspectiva. Me siento… más en paz conmigo mismo. Escogí dejar de luchar contra
mi temperamento, y aceptar cosas contra las que una vez me rebelé.
Reggie y Peter se le quedaron mirando. Emily lo estudió pensativamente, y él
se preguntó si había revelado demasiado.
Reggie se aclaró la garganta. –Yo tengo una muy diferente respuesta respecto
a lo del otro lado del mundo. Me ha hecho desear nada más que tener tiempo
para disfrutar de un buen brandy Madingley, montar un fino caballo Madingley sin
ningún destino en mente, e incluso leer un libro en la biblioteca Madingley, con
mis pies sobre un caro mueble de piel.
Todos rieron.
–Qué rebelde– dijo secamente Matthew. Pero estaba contento de que Reggie
hubiera atraído la atención sobre él.
–Mientras tomaba una cerveza en la posada– añadió Reggie –escuché
historias salvajes sobre ti desafiando a la muerte a tu regreso a Inglaterra.
Y ¿cuáles serían esas?– preguntó Peter, aún riendo.
–Encuéntrame otra bebida y te lo contaré.
Los dos hombres se fueron juntos, dejando a Matthew a solas con Emily. Ella
aún lo observaba fijamente, cuando de repente, sus ojos se agrandaron al mirar
por encima de su hombro.
–¡Dios mío!– murmuró, su expresión llena de pesar.
Matthew se giró para mirar.
–Pero, ¿no es ese Albert Evans?– dijo arrastrando las palabras, aliviado de ver
a un viejo amigo.
Albert era bajo y fornido, con una melena negra y suelta, y de aspecto
honesto. Para sorpresa de Matthew, Albert lo abrazó con fuerza. Después de mirar
a Emily, Albert volvió su rostro con determinación hacia Matthew, quién de
repente, sintió decaer su entusiasmo.
–Maldita sea, ¿pero cómo sucedió este milagro?– exigió Albert, sonriendo con
deleite.
Matthew repitió su historia, sabiendo que no sería la última vez. Albert asintió
a regañadientes hacia Emily, respetuosamente, con el rostro aún más colorado, y
Matthew al final tuvo que aceptar la verdad, Albert había sido otro de sus
pretendientes. ¿Acaso todos los hombres habían ido tras Emily?
Durante varios minutos los dos hombres conversaron sobre la salud de la
familia de Albert y lo que estuvo haciendo en Londres.
Matthew habría estado contento de dejar pasar el tema de Emily. Después de
todo, ¿qué más había que decir?
Pero al final hubo un momentáneo silencio en su amistosa conversación, y
Albert miró a Emily.
–Matthew– dijo él bajando la voz –¿tal vez podríamos hablar en privado?
–Ya sé lo que vas a decirme.– Dijo Matthew, deslizando su brazo alrededor de
los tensos hombros de Emily. –Cuando mi esposa salió del luto, tú mostraste
interés.
Albert suspiró y miró hacia otro lado. –Me siento… extraño sobre eso, viejo
amigo.
–Oh, por favor, no lo esté Sr. Evans– dijo Emily suavemente, su rostro bañado
en rubor.
Matthew sonrió. –No eres el único que siente la necesidad de disculparse
conmigo.
Albert suspiró pesadamente. –Te vi con Derby. Entonces, ¿tuviste esta misma
conversación con él?
–Más o menos– dijo Matthew alzando los hombros. Le dio a Emily una
sacudida gentil. –Ninguno de ustedes deberían de sentirse culpables. Emily es una
flor rara, y yo soy un hombre afortunado.
Ella lo miró solemnemente, y Matthew se preguntó qué frenéticos
pensamientos cruzaban por esos claros ojos azules.
Tomando una decisión, continuó. –Emily y yo estuvimos separados casi un
año. Admito que me siento decepcionado de que ella decidiera ver a otros
hombres.
Matthew se sorprendió que Emily pudiera ponerse aún más rígida, pero así
fue.
–Eso no es lo que pasó– dijo rápidamente Albert, moviendo la cabeza
respetuosamente hacia Emily. –Hablaré francamente, Matthew, para que puedas
entender la verdad. Coincidí con la Sra. Leland una o dos veces cuando ella estaba
de luto. Era educada pero distante. Fue sólo después de que viniera a Londres el
pasado verano, cuando tu madre nos animó a introducirla lo más posible en
sociedad, para que el resto de la población masculina viera el tesoro que habías
ganado para ti mismo.
La sonrisa de Emily era débil y tensa.
–Mi madre quiere hacer matrimonios con todos– dijo Matthew mostrando
una sonrisa torcida.
–Todas las madres lo hacen. Pero la señora Leland no parecía querer la misma
cosa. No conozco a un hombre que le haya ganado un baile, ni mucho menos dos.
–¿Seguramente Peter Derby fue un poco más insistente? dijo Matthew a la
ligera.
–Bueno, sí.– Admitió Albert. –Tu esposa era educada, pero poco interesada en
cualquiera de nosotros.
–Por favor, Sr. Evans– murmuró Emily. –Usted no tiene por qué defenderme.
Mi esposo es un hombre muy comprensivo.
Albert carraspeó y se balanceó sobre sus talones, con aspecto de sentirse
incómodo. –Matthew, yo no me habría sentido bien hasta que no te lo hubiera
explicado todo.
–Ahí lo tienes– dijo Matthew. –Cualquier deber que creías tener ha sido
cumplido.
Después de la promesa de tener una cena pronto, Albert se despidió y siguió
adelante, y apenas fue capaz de mirar a Emily a los ojos. Matthew, sin embargo,
no tuvo ningún problema para mirarla.
Ella levantó su barbilla y le dijo en voz baja. –Seguramente tendrás más
preguntas para mí de las que le pediste al Sr. Evans.
–He conocido a dos de tus pretendientes en un día– respondió.
–Y probablemente conocerás a otros hombres que me consideraron un juego
justo. Tu madre quería mi felicidad. Ella lo único quería es que el luto sólo fuera un
pequeño recuerdo en mi vejez. Ella no podía entender que…– su voz se
desvaneció.
–¿Entender qué?– preguntó amablemente.
Emily no se explicó, y Matthew se preguntó qué habría querido decir.
Sin darle oportunidad a protestar, la tomó de la mano y la guió a lo largo de la
pared hasta las puertas francesas que se abrían a la terraza. Sabía que la gente
murmuraría al verlos dejar el salón, pero que nadie se atrevería a seguirlos afuera,
a la fría noche de otoño.
La luna colgaba en el cielo, proyectando escasa luz, pero él no necesitaba la
luz para guiarse. Sentía el impulso irracional de demostrarle algo a Emily, incluso
aunque ni él mismo supiera lo que era.
–¿Matthew?
Ignorando su petición, él la apartó lejos de la luz de las puertas y la llevó a lo
largo de la pared de la terraza, hasta que se detuvo y le apoyó la espalda contra la
piedra lisa.
–Emily– Su nombre sonó como un profundo trueno en su garganta. –Tú no
tienes que explicarte nunca más. Entiendo todo lo que hiciste mientras no estuve.
Lo que no entiendo es por qué me siento tan… perturbado con todo. La idea de ti
con alguien más me hace sentir definitivamente primitivo, lleno de celos. Quiero
poner mis manos sobre ti en público, recordarles a todos que eres mía.
Ella le miraba con los ojos muy abiertos, pero también llenos de excitación, y
se lo hizo saber. Con los hombros hacía atrás contra la pared, y su pecho hacia
adelante, él la miraba extasiado, mientras la tenue luz de la luna iluminaba el
espacio entre los dos.
Él apoyó la mano en su hombro, su pulgar acariciando su escote. –¿Somos una
de esas parejas que no pueden dejar de verse, que no pueden dejar de tocarse en
cualquier momento de privacidad? Enséñame la verdad, Emily.
Sin esperar su respuesta, él la besó, esta vez con toda la pasión que quería
compartir con ella. Agarró su cabeza con sus manos, y la cubrió con todo su
cuerpo, su pecho sobre sus senos, sus caderas sobre las de ella, sus muslos
manteniéndola inmóvil. Su boca estaba saqueándola, saboreándola
profundamente, queriendo obtener todo lo que pudiera darle. Ella puso sus brazos
alrededor de su cintura, y sus manos se deslizaron por su espalda, mientras su
lengua se encontraba con la suya con ansiosa pasión.
Su mente estaba en blanco, estaban solos en el mundo, el viento frío tiraba de
su ropa y su cabello. Pero entre ellos se elevaba un fuego, ardiente por el deseo,
sin límites, consumiendo sus almas.
Matthew levantó la cabeza, respirando agitadamente.
–¿Hice que olvidaras a todos esos hombres?– Preguntó con una traviesa
arrogancia, dejando que su pulgar se deslizara por su mejilla, y moviéndolo de un
lado a otro sobre su húmedo labio inferior.
–Nunca te olvidé.– Susurró ella. –Y nunca besé a nadie mientras tú no estabas.
Nunca lo deseé.
Él la besó otra vez, luego dio un paso atrás. –Mi deseo por ti hace que me
olvide de todas mis promesas sobre ayudar a mi hermana.
Ella sonrió –No creo que aún sea tarde. ¿Deberíamos regresar?
Él asintió, sin devolverle la sonrisa y dijo. –Sí, pero tengo una gran dificultad
para concentrarme en otra cosa que no seas tú, Emily.
Ella movió su cabeza hacia otro lado e hizo que le siguiera adentro.
***
Emily se encontró durante la cena sentada al lado de Matthew, y él tomó
ventaja de ello, rozando su codo con el de ella, dejando que sus manos
“accidentalmente” se tocaran, inclinándose para hablarle suavemente. Había
estado preocupada porque se enojara al descubrir a sus dos pretendientes, pero
milagrosamente, su deseo se había inflamado por el desafío.
Ella podía estar ganándoselo, pensó, tratando de no sentirse tan aliviada y
emocionada.
Mientras comía el pavo relleno de castañas, se dio cuenta que las hermanas
de Matthew la observaban. La sensible Susanna miraba a la refinada Rebecca, y las
dos sonrían ahogadamente. Emily trató de no fruncirles el ceño, pero no lo
consiguió.
–¿Qué ocurre con mis hermanas? preguntó con diversión Matthew.
–Un buen ejemplo que les has dado– murmuró. –Ciertamente ellas vieron la
manera en que me arrastraste afuera. Tal vez piensen que fue tan romántico que
les permitirán a sus pretendientes hacer lo mismo.
–Ellas entienden la diferencia entre cortejo y matrimonio– dijo secamente.
Arqueó una ceja –¿Asumo que fui un buen pretendiente?
–¡Oh! Bastante. Después de todo, mi familia acababa de morir. Fuiste muy
respetuoso. Sin embargo, con certeza me hiciste saber de tus serias intenciones.
Matthew asintió. –Es el momento de que Susanna conozca tales cosas.
–Tú no puedes forzarlo.– Le previno Emily. –Susanna está hablando con
hombres. Está sentada al lado de tu amigo el Sr. Evans, después de todo. Tal vez
ellos bailen juntos.
–¿Habrá baile?– preguntó Matthew, con un débil gesto.
–Sé que tú no bailas mucho.
–Ese ya no es el problema.– Bajó la voz. –No recuerdo cómo.
–¡Oh, querido! Entonces, tal vez hoy deberías evitarlo. Prometo practicar
contigo antes del baile de tu madre.
Él la dirigió una mirada engreída. –Así que tengo algo que esperar con interés.
***
Después de la cena, los invitados regresaron al salón encontrando que todas
las alfombras habían sido enrolladas y los muebles retirados hacia las paredes. Un
cuarteto de músicos empezaron a tocar desde una esquina del salón.
Emily siguió a Matthew en busca de Susanna, quien ya se encontraba de
nuevo junto a las damas de compañía contra una pared. Susanna los siguió, con
tan sólo un poco de resignación.
Cuando los tres estaban lo suficientemente lejos de los músicos como para
hablar, Matthew puso las manos en su cintura y giró a su hermana. –Y ¿qué es lo
que pensabas que hacías escondiendo tu belleza contra la pared?
–Eso es realmente dulce por tu parte, Matthew, pero…
–No recuerdo la timidez como parte de ti, Susanna. Dime qué fue lo que pasó.
Sonrojada, ella extendió sus dos manos. –No entiendo de lo que hablas.
Matthew suavizó su voz. –¿Piensas que no puedes confiar en mí?
–Yo…– Dirigió a Emily una mirada en busca de ayuda. –No es eso– dijo –Todo
es tan tonto, en realidad. Pensarás que soy una tonta. Es sólo… que es más sencillo
pasar inadvertida, para hacer lo que quiero con mi vida.
–¿Más sencillo?,– repitió Emily, preguntándose por qué Susanna se estaba
escondiendo. De repente, se hizo una idea de lo que ocurría. –Cuéntanos,
Susanna. Déjanos ayudarte. ¿Se trata del Sr. Derby?
Afortunadamente Matthew permaneció en silencio mientras su hermana
cruzaba los brazos sobre su pecho.
Finalmente, Susanna respondió en voz baja. –Sabía que no había podido
esconder mi reacción hacia él esta tarde. Y ahora ¡mamá lo ha invitado a
quedarse!
–¿Es por qué él me cortejó?– preguntó Emily.
Ella negó con la cabeza. –El problema es de hace tiempo. Yo… yo pensé que
estaba interesado en mí, y luego empecé a escuchar que él también estaba
pasando mucho tiempo con otra muchacha. Entendí eso, no había ningún
compromiso entre nosotros. Pero luego…– Se detuvo, y a continuación lanzó una
mirada furiosa a Matthew. –¡Si dices algo sobre lo que voy a contarte, nunca te lo
perdonaré!
–¿Se supone que debo darte ciegamente mi palabra?– dijo Matthew,
extendiendo sus manos.
–¡Sí!– contestaron Emily y Susanna al unísono.
–Muy bien, tienes mi promesa, así que deberías continuar– respondió, con
voz fría.
–Escuché a cierta joven dama y a sus amigos hablando sobre mí y riéndose. Y
sé que hay muchas cosas por las que una chica bien educada pueda reírse,
créeme.– Añadió, con tan sólo un poco de amargura. –No me importa ser
diferente. Pero el Sr. Derby… él también se río con ellos. No me defendió.
La cabeza de Matthew se giró buscando al Sr. Derby. –Bastardo egocéntrico.
–Lo prometiste– dijo Emily, tocando su brazo.
–Prometo no hacer nada, pero puedo pensar lo que quiera.
Susanna suspiró. –Éramos jóvenes, Matthew, todos nosotros.
probablemente, no quería quedar mal ante esa joven dama en concreto.
Él,
–¿Y no nos dirás quién es?– preguntó Matthew.
Ella negó con la cabeza. –Entiendo que el Sr. Derby, siendo el hijo más joven,
no tiene la libertad para hacer lo que desea, como tú.
–Una libertad que rara vez ejercí– dijo con amargura.
Emily trató de no mostrarse muy curiosa. Matthew había dicho muchas veces
cuánto había “cambiado” en la India. ¿Qué fue lo que le había pasado? Y ¿tendría
algo que ver con la invisible esposa que ella estaba determinada a encontrar?
–Lo he perdonado, verdaderamente– continuó Susanna. –Y ¿no es una
tontería mía seguir recordando algo de tan poca importancia?
–No es una tontería, no– dijo Matthew. –Pero hermanita, las personas
pueden cambiar, incluyéndote a ti y a Peter.
Emily se puso en guardia para defender a Susanna –¿La estás diciendo que
debe olvidarlo?
–No, pero sí tal vez perdonar. Tú misma ves mucho a Peter, casi a diario,
Susanna, Pienso que si él te invita a bailar, deberías aceptar, por tu propio bien.
¿Por qué dejar que algo del pasado afecte a tu futuro? Yo he cambiado, como tú
rápidamente has señalado; no sé si Emily ha cambiado, pero estoy aprendiendo.
Emily parpadeó hacia él. Ella había cambiado, pensó, y no para mejor. Tiempo
atrás nunca pensó que sería capaz de mentirles tan fácilmente a personas tan
buenas.
Susanna los miró cuidadosamente, y Emily se preguntó qué es lo que veía.
–Muy bien– dijo Susanna al final. –Trataré de hacer lo que dices.
–Bien– Dijo Matthew deslizando su brazo alrededor de ella. –Ahora dime qué
hiciste esta tarde.
–¿Quieres decir desde nuestro acuerdo?– Él rió. –No fui al laboratorio…
aunque realmente quería ir. Corte flores para las mesas.
Emily se estremeció. Esa tampoco era su actividad favorita.
–Las arreglé bastante… artísticamente– añadió Susanna. –Y luego leí un libro.
–¿Y eso fue tan difícil?– preguntó Matthew.
Su vacilación lo decía todo.
–Me estoy dando una oportunidad, Matthew– dijo calladamente Susanna. –
Pero sólo por ti.
Albert Evans pronto se acercó a solicitar un baile a Susanna, y Emily vio la
aprobación en la mirada de Matthew. Ella, en cambio, pensó que el Sr. Evans
ciertamente trataba de mejorar su situación con Matthew.
Más tarde el Sr. Derby también llegó para pedirle a Susanna un baile. Susanna
se limitó a sonreír y graciosamente le acompañó.
Las miradas de Emily y Matthew se encontraron.
–No diré que estabas en lo cierto sobre ninguna cosa– susurró –No estoy
segura de que lo estés. Pero de alguna forma Susanna necesita superar su timidez.
Matthew tomó su mano entre las de él. –Yo puedo hacer milagros.
Luego se acercó más y provocativamente susurró en su oído. –Sólo espera
hasta esta noche.
Capítulo 9
Esa noche, más tarde, Emily se sorprendió cuando al abrir la puerta vio a
Matthew sentado en su escritorio – su escritorio – escribiendo.
Al principio no creyó que él la hubiera oído, ya que estaba de espaldas a ella,
su cabeza inclinada sobre lo que estaba haciendo. No llevaba puesta su chaqueta,
y la anchura de su espalda debajo del fino lino de la camisa la sedujo.
Matthew giró su cabeza. –¿Emily?
Ella se adentró más en la habitación, caminando lentamente. –Siento
molestarte.
Él sólo asintió, y luego siguió con lo que sea que estaba escribiendo. Había
movido todos sus libros, apartándolos a un lado, y se preguntó qué pensaría él
sobre sus temas de lectura, biología, historia y matemáticas. Pero no la cuestionó
sobre ello.
Cuando vio que continuaba con la cabeza inclinada, ella fue hacia el vestidor y
allí encontró sentados tanto a su doncella como al ayuda de cámara, que hablaban
en voz baja mientras esperaban. Cuando la vieron se pusieron de pie y el ayuda de
cámara inclinó su cabeza y se retiró a la habitación de Matthew.
–Su baño está listo, Sra. Leland.
–Gracias, María. Después de desabrochar mi vestido, puedes retirarte por el
resto de la noche.
María, baja y morena, miró por encima de ella para ver si podía ver dentro de
la otra habitación. Le guiño un ojo a Emily, sonriendo.
Cuando María se fue, Emily se dirigió hacia el cuarto de baño y cerró la puerta.
Después de quitarse el resto de la ropa, subió el par de peldaños hasta la bañera,
se sentó en el agua caliente, dejando que las burbujas de jabón explotaran a su
alrededor. Suspiró, contenta de que María supiera cómo le gustaba a ella.
Pero no podía relajarse. Se lavó lo más rápido posible, inclinó la cabeza y la
metió bajo el agua para enjuagarse el cabello, y cuando la estaba sacando fue
cuando oyó un suave toque en la puerta. Limpiándose el agua de la cara, abrió los
ojos para encontrar de pie a Matthew. Su primer instinto fue hundirse más en la
bañera, pero se resistió.
Se quedó tal como estaba, con burbujas de jabón que cubrían la mayor parte
de su cuerpo, dejando sus rodillas como si fueran dos pequeñas islas.
Aunque había una lámpara y varias velas encendidas en el cuarto, el rostro de
Matthew se veía entre sombras.
–Esto es extraño– comentó finalmente, riendo. –Soy tu marido, pero aún no
recuerdo. Seguramente tenemos la suficiente familiaridad como para esto…– Dijo
haciendo un gesto hacia la bañera.
Ella se echó a reír, apoyando la cabeza en el borde de la bañera. –Por
supuesto que esto nos es familiar. Pasamos seis meses viajando a todas partes
juntos.
Él se sentó en el borde de la mesa cerca de la puerta. –Imagino que la vida a
bordo de un barco sería agobiante para dos personas compartiendo una cabina.
–Oh, lo fue. Así que verme en el baño no es nada.
Su mirada se posó más abajo, en el agua, y ella se preguntó si él podría ver
entre las burbujas de jabón.
–Nosotros hemos intimado en más de un nivel– continuó él, con voz baja,
profunda, –compartiendo el mismo dormitorio.
–Sí, lo hemos hecho.– La respuesta le vino fácilmente. Ella quería la intimidad,
la necesitaba. ¿De qué otra forma, sino de esta manera, podría hacerle ver que
tendrían un buen futuro juntos?
Él se levantó y se paró encima de ella. Para su sorpresa, sintió la débil
necesidad de cubrirse, pero no lo hizo.
–¿Me bañaba contigo?– preguntó, su voz volviéndose ronca.
Matthew vio pasar el cambio de emociones por la cara de Emily, pasión y
necesidad. El deseo que él sentía por ella estaba comenzando a sobrepasar todo lo
demás.
–¿Bañarte conmigo? No, no tuvimos esa oportunidad; sin embargo, tu
expresarte tu deseo de hacerlo.– Susurró. Su rubor tan bonito como el de una
novia.
Su voz se desvaneció, y aunque sonreía significativamente, su rubor se volvía
escarlata, extendiéndose por su cuello y por su pecho, y desapareciendo por
debajo del agua. ¿Estaba realmente avergonzada? Las burbujas iban poco a poco
desapareciendo. Él podía ver la línea de su escote y la curva de su cintura. Su
cabeza se sentía ligera, su ingle se sentía pesada.
Suavemente dijo –Mi deseo de bañarme contigo es sin duda más fuerte que
nunca.
Ella sonrió levemente, sus ojos medio cerrados mientras lo miraba. Él tomo el
único rizo que descansaba en su hombro. Usando su dedo, metió el lustroso y
húmedo mechón por detrás de su oreja. Ella se estremeció, cerrando los ojos.
Se inclinó sobre ella, con ambos brazos apoyados en la bañera. –Hemos
estado lejos uno del otro por demasiado tiempo.
Puso su mano detrás de su cabeza y la besó. Estaba ávido por la respuesta que
lo había perseguido todo el día. Y ella también debió de quererlo, porque su
lengua encontró la suya. Exploraron profundamente sus bocas, lentamente. Antes
de darse cuenta, sus manos la estaban tocando, sintiendo la húmeda suavidad de
sus hombros, acariciando el largo y delicado arco de su cuello.
Al final deslizó una mano bajo del agua y agarró uno de sus senos. Ella gimió
en su boca. Su carne estaba cálida por el agua. Encajaba bien en su palma, y el
roce de su enardecido pezón le hizo concentrar sus esfuerzos en él. Ella se
estremeció mientras jugaba con ella, se burlaba de ella.
–Ha pasado tanto tiempo– Suspiró contra sus labios.
¿Qué tacto recordaba, puesto que no era el de él?
Se enderezó y dio un paso atrás, enojado consigo mismo por los inexplicables
celos. Sus manos temblaban por tocarla, como si fuera una joven inexperta. ¿Por
qué importaba eso? Ella estaba ofreciéndosele. Él sólo tenía que tomarla.
Sus grandes ojos lo miraban con desconcierto.
–Matthew, ¿qué va mal?
¿Cómo podría decírselo a ella? ¿Y qué podría confesarle?
Se alejó y le mostró una sonrisa “deliberadamente” torpe.
–Lo siento si te confundo, haciéndote pensar una cosa, y luego hago otra.
–Podríamos hablar…
–No, continúa y termina tu baño. Me bañare después.
–Me daré prisa.
–No. Tenemos todo el tiempo del mundo.
***
Cuando Emily terminó su baño, quitó el tapón para vaciar la bañera, aún
sorprendida con la facilidad para hacerlo. Cuando uno era un duque, podía instalar
tuberías permanentes.
Sus manos aún temblaban mientras se secaba, sus pechos aún demasiado
sensibles. Matthew la había tocado con tanta dulzura, y a la vez con tanto
conocimiento, como si supiera exactamente cómo complacerla.
Luego, de algún modo, había dicho o hecho algo equivocado, por lo que la
había dejado sola. ¿Y si había sido un vago recuerdo de que ella no era su
verdadera esposa?
No podía seguir así, preguntándose sobre esa mujer. Había llegado el
momento de conocer la verdad.
Después de ponerse un camisón, llamó a la puerta del dormitorio de Matthew
para decirle que el baño estaba libre. Y luego esperó en su habitación.
Escuchó una puerta cerrarse, y se asomó cautelosamente, sólo para ver si
había sido la puerta del cuarto de baño. Escuchó el correr del agua. De puntillas se
acercó y lo oyó meterse en el agua, incluso escuchó un suspiro de satisfacción, que
le envío un pequeño escalofrío por todo su cuerpo.
Por un momento pensó en unírsele. Seguramente él no se negaría.
Sin embargo, no podía ignorar la oportunidad. Corrió hacia el cuarto que él
estaba usando. Había un escritorio, y encima había carpetas de cuero. Miró dentro
de ellas con rapidez, pero sólo encontró papeles relacionados con su servicio
militar. Un maltratado baúl descansaba contra una pared. A pesar de que estaba
cerrado, sabía que nadie notaría que se había buscado en él, pero el olor, sin
embargo, era insoportable; un olor como de rancia humedad y ropa sucia.
Corrió de vuelta al vestidor y de nuevo espió en la puerta del baño. Al
principio sólo escuchó silencio, y se paralizó. Pero después oyó el lento chapoteo
del agua, y se dio cuenta que él estaba disfrutando de sumergirse en la bañera.
De puntillas, corrió de vuelta a su cuarto y comenzó a sacar las cosas de su
baúl: ropa, una pistola y libros. Atrapada en el fondo, debajo de los libros,
encontró otra carpeta de cuero con hojas de papel que mostraban señales de
haberse mojado con agua. Algunas estaban pegadas entre sí, otras dañadas sin
remedio.
Entonces se hizo con una carta manchada que empezaba con “Enviamos
nuestras condolencias por la muerte de su esposa”. El alivio la inundó. Matthew
era viudo. No habría ninguna mujer que viniera a reclamar sus derechos. Él era
todo para ella.
Ni siquiera leyó nada más de la carta, únicamente revisó el resto de los
papeles para confirmar que ningún otro mencionaba de nuevo a su esposa. Puso
todo lo demás en la forma como lo había encontrado y cerró el baúl.
No podía dejar allí guardada la carta, y arriesgarse a que la descubriera.
Porque entonces, ¿qué pensaría Matthew? ¿Qué tenía dos esposas a las cuales no
podía recordar?
No. Se daría cuenta de la verdad.
Mientras se movía por el vestidor, con la carta en la mano, miraba pensativa
hacia la puerta del cuarto de baño. Golpeó el lavabo y apenas alcanzó a agarrar la
jarra antes de que ésta cayera al suelo. El golpe se oyó tan fuerte como un disparo.
–¿Emily?– Le llegó la voz amortiguada de Matthew
–¿Si?– Miró frenéticamente a su alrededor, preguntándose dónde esconder la
carta.
–Olvidé las toallas. ¿Podrías traérmelas?
Ella rodó sus ojos mientras metía la carta en su propio guardarropa, debajo de
sus vestidos. Después de coger la pila más pequeña de toallas, tocó suavemente
en la puerta del baño.
Su voz sonaba divertida –Emily, ¿debo asumir que eres tú?
Ella hizo una mueca, y luego se forzó a cambiar su expresión.
Mientras abría la puerta, le alcanzó a ver, con la cabeza alzada y los hombros
fuera de la bañera, que de repente se veía demasiado pequeña para un baño con
las medidas de un hombre. O más bien, demasiado pequeña para el tamaño de él.
Como su esposa, se suponía que ella debía de haber vivido todo esto antes.
Así pues decidió actuar como lo haría una sirvienta, poniendo las toallas,
sonriéndole, mientras él se recostaba en la bañera. Observó su oscuro cabello
echado hacia atrás por el agua, con los destellos rojos ocultos por la humedad.
Y luego vio sus cicatrices.
Su brazo izquierdo era un amasijo de piel con tejido aplastado, estirado,
tirante y nudoso, distorsionado por las cicatrices que cubrían las tres cuartas
partes del brazo y que continuaban por debajo de la línea del agua, como si fueran
llamas que se elevaran entre su brazo y su torso, continuando por él con la cruel
destrucción y decoloración, y disminuyendo a medida que se acercaban a su
hombro izquierdo. El lado derecho de su cuerpo estaba sin marcas.
Ella abrió la boca. No pudo evitarlo. Nunca había visto ni imaginado tanto
sufrimiento. Levantó sus ojos hacia él y encontró su mirada tranquila, sin ningún
rastro de emoción en ella.
–¡Oh, Matthew!– susurró.
Tocó su brazo húmedo con dedos temblorosos, como si pudiera sentir su
dolor y tuviera miedo por ello.
–¿Todavía te duelen?
Él negó con la cabeza.
–No, en realidad no. Pero son feas, ¿no es así?
Lo dijo como si no le hubieran dolido, a pesar de la forma en que parecían
extenderse por sus huesos y músculos.
–No, oh no, por supuesto que no son feas. Son cicatrices de tu valor.
Él inclinó su cabeza y sonrió con pesar. –No es exactamente valor ser incapaz
de salir por uno mismo de la explosión de un mortero– dijo como si estuviera
discutiendo sobre el clima. –Y no olvides la bayoneta que no vi venir.
Esa cicatriz debía de estar muy por debajo de su cintura o en otra parte oculta
a la vista de todos.
–Pero fue valiente por tu parte viajar al otro lado del mundo.– Dijo ella –De
exponerte al peligro por tu país. Y sufriste terriblemente por ello. Debió llevarte
mucho tiempo ponerte bien otra vez. ¿Dices que te recuperaste en la Misión?
¿Eran misioneros ingleses?– ella estaba tratando de descubrir algo, cualquier cosa,
sobre su difunta esposa.
Él asintió con la cabeza. –La Misión era para convertir a los “paganos”, aunque
no es que ellos quisieran convertirse. Pero algunos estaban agradecidos por la
ayuda, por la comida, por las ropas y por las raras medicinas.
–¿Algunos?– Repitió ella.
Él se apoyó contra el borde de la bañera, como antes ella lo había hecho,
mirándola por debajo de sus pestañas.
Guardó un silencio perezoso…, perezoso pero bajo el que escondía un toque
de peligro. Estaba mirando su cuerpo, con una mirada especulativa, como si
estuviera valorando una mercancía.
Tuvo el extraño presentimiento de que él, deliberadamente, trataba de
distraerla de su interés por seguir con ese tema.
Ella frunció el ceño con ojos siempre sonrientes.
–Dices que sólo algunas personas se mostraron agradecidas por la ayuda de
los misioneros– Reiteró. –¿El resto… estaban enojados con Inglaterra? Tal vez,
como tú estabas muy enfermo, realmente no entendías si…
–Tal vez me estuviera recuperando, pero nunca fui un tonto– dijo
quedamente.
–Entonces ¿qué hicieron las otras personas que estaban de misioneros?–
preguntó en voz baja, sentada en un taburete junto a la bañera. –O ¿qué era lo
que querían de ti?
–Ellos querían lo que gente astuta siempre obtiene de los tontos ignorantes…
todo lo que puedan sacar, e incluso más.
–No entiendo– dijo ella.
Él alcanzó su mano que descansaba sobre su rodilla. Su piel era cálida y
húmeda.
–Eres muy inocente, querida. Aquí, en este rincón de Cambridgeshire, no
necesitas saber lo que el resto del mundo es capaz de hacer.
Él la estaba tocando, estudiándola.
De nuevo sintió que él, deliberadamente, estaba tratando de intimidarla, algo
totalmente distinto del hombre que antes le había mostrado.
Ya era tiempo de hacerle creer que había tenido éxito… por ahora.
Ella podría no haber sido capaz de representar su mascarada durante el año
pasado, sino se hubiera dado cuenta que poseía un don para leer a las personas.
–Eres sorprendentemente cínico– dijo ella al fin.
Él enarcó su oscura ceja. –¿No siempre fui así?
Volviendo a las aguas peligrosas. –No, no lo creo. Al menos no lo demostrabas
tan abiertamente.
Una leve sonrisa curvó las comisuras de la amplia y elegante boca. Tal vez
perder a su esposa lo hizo cínico.
–Te he estado diciendo que la India me ha cambiado– dijo.
Ella juntó sus manos sobre su regazo.
–No soy tan diferente, ni tampoco lo eres tú.
Cogió una de las toallas pequeñas y el trozo de jabón. Con movimientos
perezosos empezó a enjabonar su pecho, sus manos formando lentos círculos que
parecían hipnotizarla. Le recordaron su cuerpo, como habían ahuecado sus senos,
dándole tan intenso placer como ella nunca habría sido capaz de imaginar, que
pudiera llevarla a tales alturas. Su cerebro parecía congelado, todas las principales
funciones apagadas. Él seguía lavándose casi lentamente, sus manos moviéndose
por su torso, desapareciendo bajo el agua.
Y entonces, una parte de su cerebro recordó la misión que no había
completado esa noche.
–Buenas noches, Matthew.
Él se río entre dientes. –Buenas noches, Emily.
***
Se detuvo en medio del oscuro vestidor, confundida, e insegura.
Quería que él la llamara de nuevo, para que la tomara de la forma en que un
marido toma a una esposa. ¿Por qué no lo había hecho?
En realidad ella había huido; así que, ¿de qué otra forma hubiera podido ser
más evidente?
Pero todavía tenía que tratar el asunto de la carta de condolencia.
Rápidamente, la sacó de su armario y corrió hacia su habitación, deseando poder
cerrar la puerta.
Sentada en el borde de la cama, la leyó rápidamente.
Era una carta formal de la esposa de su comandante, expresando su pesar por
el fallecimiento de la esposa de Matthew, quien finalmente había sucumbido a su
persistente enfermedad.
¿Persistente enfermedad?
¿Matthew la había cuidado en sus últimos días, viendo a la mujer que amaba
consumirse con su sufrimiento? Ella no quería pensar en esa pobre mujer, no
cuando la estaba reemplazando. No podía permitirse sentir culpa o simpatía. La
vida le había enseñado eso.
En la chimenea, prendió fuego a la carta, la dejó caer sobre la parrilla del
carbón y observó cómo se quemaba, esforzándose en no sentir nada más que
determinación.
No se preocuparía más por la primera mujer de Matthew.
Pero aún le faltaba enfrentarse a Stanwood.
Capítulo 10
Matthew caminaba de un lado a otro en su nuevo dormitorio, sin ser capaz de
dormir. Le dolía la frustración sexual. Incluso había llegado hasta el vestidor,
contemplando la puerta de ella – su puerta – decidido a reclamar sus “derechos
maritales”.
Se quedó inmóvil con su mano en el pomo de la puerta, dominado por el
deseo que había sido incapaz de satisfacer.
Y entonces escuchó el sonido sordo de los gritos de Emily.
Abrió la puerta y entró.
Las cortinas estaban abiertas, dando paso a la luz de la luna, iluminando a
Emily, quien estaba echada sobre la cama – su cama –. Su cabeza se movía de un
lado a otro en la almohada, las sábanas y su camisón enredados sobre sus piernas
desnudas.
Se movió con cautela y vio que tenía los ojos cerrados, pero que grandes
lágrimas corrían por debajo de sus pestañas.
–Papá– susurró ella, su cabeza colgando fuera como si lo estuviera buscando
en sus sueños. –¡Papá!
No sabía si debía despertarla.
Pensó en lo que debió haber sido ver a toda su familia morir, pensar que
estaba a punto de morir junto con ellos, para luego ser rescatada.
Pero, ¿rescatada de qué situación? ¿A dónde iría una joven dama cuando
todos han muerto?
Él siempre tuvo una familia a la que regresar, incluso después de querer estar
en cualquier parte del mundo lejos de ellos. Pero ¿qué hubiera sido de él si no los
tuviera, si la tragedia los hubiera golpeado? Él le había dicho esas palabras a
Susanna, pero ahora se las aplicaba a sí mismo.
Emily aún lloraba en sus sueños.
Tocó su hombro y dijo su nombre.
Ella jadeó y arqueó la espalda.
Él miró su camisón apretado sobre sus pechos, y echó un vistazo a sus largas y
pálidas piernas, brillantes por la luz de la luna.
–¡Papá!
Su voz era casi un grito, y él no quería atraer la atención hacia su dormitorio.
Puso su mano sobre su boca. –¡Emily!– le dijo con más urgencia.
Sus movimientos se volvieron golpes y parecía cada vez más aterrada.
Se inclinó sobre ella, rodeándola con sus brazos, tratando de calmarla. De
repente ella se aferró a él, con los brazos alrededor de su cintura, la cara apretada
contra su pecho.
–¿Emily?– dijo, ahora más tranquilo.
Cuando ella se dio cuenta de su presencia, no respondió, y entonces se vio a sí
mismo subiendo sobre el cubrecama para tumbarse junto a ella.
Ella apretó sus brazos, aún más fuerte, apoyando la cabeza sobre su hombro.
Su piel estaba humedecida por sus lágrimas, pero al menos ahora lloraba menos.
Su expresión se veía aliviada, y su cuerpo parecía relajado por el agotamiento.
Matthew se quedó mirando el oscuro dosel, pensando en el esbelto cuerpo
que presionaba el suyo, con las piernas desnudas, sus pechos libres debajo del
camisón. Sólo esa prenda separaba su parte superior, porque él únicamente
llevaba puestos los pantalones. Era demasiado para un hombre con una larga
abstinencia.
Se dijo a sí mismo que sólo se quedaría unos minutos, mientras ella se
calmaba.
Y en algún momento, se quedó dormido.
***
Emily despertó lentamente como si saliera de la profundidad de una alberca
en verano. Se sentía... relajada, ligera, y deliciosamente cálida. Pero algo se
interponía en el borde de su felicidad… y entonces, se dio cuenta que el calor que
la rodeaba provenía del cuerpo de un hombre.
Abrió los ojos y se encontró mirando el desnudo y esculpido pecho de
Matthew Leland. De alguna forma, sin siquiera intentarlo, lo había atraído a su
lecho. Levantó la mirada y vio su perfil, tranquilo y relajado durante el sueño, sus
oscuras pestañas se esparcían sobre sus mejillas.
¿Cuándo había venido a ella? Y ¿por qué no la había despertado?
Observó sus posiciones y se dio cuenta de que su rodilla estaba en medio de
sus muslos, cubiertos por el pantalón. Estaba apretada contra todo el lado
izquierdo de su cuerpo, su mejilla apoyada contra la suave carne de su hombro,
justo encima de las cicatrices de sus costillas. Su brazo izquierdo la rodeaba
sujetando sus hombros, mientras que el de ella lo tenía puesto sobre el pecho de
él.
Lentamente se incorporó sobre un codo y le encontró mirándola. Se quedó
helada ante su mirada que le recorría lentamente su cara. Entonces reparó en que
su camisón se había deslizado por su hombro derecho, dejando expuesta la cima y
la curva de su pecho, desnudos.
El calor se centró entre sus muslos, justo dónde estaba presionada contra su
pierna. Sintió deseos de rozarse contra él desvergonzadamente. En vez de eso,
alcanzó a tocar un lado de su cara.
–¿Matthew?
Su mirada había bajado a sus pechos, aún más expuestos cuando se inclinó
hacia él.
Él cerró sus ojos por un momento, antes de preguntar con voz áspera por el
sueño.
–¿Ésta era la forma en que nos despertábamos cada mañana?
Ella asintió
–No recuerdo que vinieras conmigo la noche pasada.
Sintió su mano ahuecando su hombro.
–Estaba en el vestidor cuando te escuché gritar y llorar.
Las pesadillas, pensó, sentándose y ajustando su camisón sobre su hombro.
La mano de él se posó en el final de su espalda.
–Estabas muy afectada– continuó detrás de ella. –Tu almohada debe estar
mojada por tus lágrimas.
¡Oh Dios!, pensó, rígida y con gran consternación. ¿Qué había hecho, que
había dicho?
Como si estuviera respondiendo a sus preguntas no dichas, él dijo –Estabas
llamando a tu padre, y no te tranquilizaste hasta que pusiste tus brazos sobre mí.
Si hubiera traicionado sus mentiras, él no estaría aquí con ella, tratándola con
ternura.
No le había confesado nada.
–Desearía poder recordar si tenías estas pesadillas cuando estábamos juntos–
dijo él.
–Sólo al principio– respondió, escogiendo con cuidado su mentira. –Pero tú
me hacías sentir tan segura, que al final mis temores se desvanecieron?
–¿Temor a qué?
Ella no podía mirarlo.
–Temor a estar sola, o indefensa.
Él se sentó y sus brazos la tomaron desde detrás; sus manos se movían por su
cintura.
–Y luego pensaste que había muerto. ¿Acaso las pesadillas volvieron?
Ella asintió.
–Pero tu familia las desterró de nuevo.
–Entonces, ¿por qué las tienes otra vez ahora que regresé?
Había cometido un error… su regreso tendría que ser felicidad para una mujer
desgraciada.
–¿Es por mi amnesia, no es así?– dijo en voz baja, inclinándose hasta rozar su
sien. –Te he hecho sentir perdida otra vez. Soy tu marido, pero todavía no soy tu
marido.
–¡Oh no, no pienses eso!– dijo, girando su cara hacia él.
Sus rostros estaban demasiado cerca. Sintió sus manos apretar más sus
caderas.
–Entonces, ¿qué hacía cuando tenías pesadillas al principio de nuestro
matrimonio?– Preguntó.
Ella miró hacia abajo, sólo para encontrarse a sí misma mirando su pecho
desnudo. Nunca se imaginó que sería incapaz de pensar cuando él estaba cerca.
–Me sostenías, justo como lo hiciste anoche. ¿Cómo supiste qué hacer?
¿Recuerdas algo sobre nuestro matrimonio?
Él deslizó sus piernas por el borde de la cama, y luego se levantó.
Se acercó a las soleadas ventanas, y ella pudo ver claramente su espalda, las
cicatrices de las quemaduras que se desvanecían antes de alcanzar el centro de su
espalda… y una línea blanca en el costado derecho, donde la bayoneta debió de
haber traspasado su carne. Había sido afortunado al sobrevivir.
Deliberadamente ella evitó ponerse su bata, sin querer cubrirse ante él.
–No, no me he acordado de nada nuevo sobre nuestro matrimonio– dijo al
final, sonriendo. –Seguramente es algo natural en mí tratar de confortar a quién lo
necesita.– Y caminando hacia la puerta del vestidor, preguntó dirigiendo su mirada
hacia ella. –¿Cuáles son tus planes para el día de hoy?
–No estoy segura aún. Si tú me necesitas, por supuesto que estaré disponible.
Esa era una invitación muy abierta.
–Hoy voy a estar ocupado con la correspondencia y algunos importantes
negocios– dijo él.
Ella asintió, decepcionada.
***
Matthew pasó la mañana escribiendo cartas a sus primos, después de
indicarle a un mozo de cuadra que lo alertara si Emily pedía un caballo.
La última vez que la había visto, estaba en la sala de estar con Susanna y
Rebecca.
Sin que lo notaran, observó a Susanna peleando con las puntadas de la labor,
y advirtió la paciencia con la que Emily trabajaba con ella.
Pero no las molestó. Quería ver lo que haría Emily con su día.
Después de pasar varias horas con su padre, estudiando las nuevas
inversiones, fue en busca de Emily, sólo para encontrar a Susanna caminando sin
rumbo por la sala de música. Se le veía desanimada, tan triste.
Y entendió que Emily estaba en lo cierto. Él no podía quitarle a Susanna todos
sus pasatiempos favoritos, aunque sólo fuera temporalmente.
Se acercó hasta ella y su actitud cambió.
–Buenos días, hermanita.
–¿No es ya casi la hora de almorzar?– dijo ella. –Pienso que nunca va a llegar
esa hora.
–¿El día transcurre lento para ti?
Su silencio fue la mejor respuesta.
Sonriéndola dijo –Creo que hay una forma para que combines tus pasiones
con tu muy activa nueva vida social.
–¿Y qué forma habría?– preguntó ella con duda.
–Vamos a tener un picnic mañana e invitaré a algunas jóvenes damas y
caballeros.
–Bueno, me encanta un buen picnic, pero…
–Haremos poner unos caballetes en las ruinas del castillo, y entonces tú
podrías darnos clases de arte a todos.
Su boca se abrió, y por un momento no consiguió articular palabra.
–¿Darles clases?
–Ellos verán lo talentosa que eres, lo generosa que eres con tu tiempo, lo
paciente…
–¡Matthew!– dijo ella rodando sus ojos.
–Y podrás pintar– concluyó en voz baja.
Había brillo en sus ojos cuando lo tomó del brazo.
–Eres tan dulce conmigo. Estoy tan contenta de tenerte en casa con nosotros.
–Entonces veamos a quién invitar, así podremos mandar las invitaciones esta
tarde. Quiero aprovechar el buen tiempo.
Caminaron de regreso a la biblioteca para comenzar con su lista.
Matthew casualmente preguntó –¿Has visto últimamente a Emily?
Susanna lo miró por encima de sus lentes –No la he visto desde hace varias
horas. Lo último que supe, fue que se dirigía a Comberton. ¿No te lo dijo?
Él le dirigió una sonrisa tensa. –No, no lo hizo.
Y tampoco el mozo de cuadra lo había hecho.
–Yo hubiera pensado que querría mostrarte algo.
–¿Mostrarme el qué?
–No está en mí decírtelo– dijo Susanna sonriéndole, incluso levantó ambas
manos.
Él vaciló, atrapado entre dos deseos: uno ayudar a su hermana; el otro, ver
que hacía Emily en el pueblo.
–Deberías ir– dijo Susanna, riéndose de él. –Puedo ver la curiosidad que
sientes.
–Pero las invitaciones…
–Las escribiré y las enviaré. Nuestro césped mañana estará lleno de personas.
Y buscare a Mamá, que estará feliz de ayudarme a planear el picnic.
Matthew sonrió y la besó en la mejilla.
–Entonces iré a buscar a mi esposa.
Y se alejó, diciendo sobre su hombro –Dile a madre que hoy no tomaré el
almuerzo.
Capítulo 11
Cuando Matthew llegó a los establos, cuestionó al mozo, sólo para descubrir
que Emily no había pedido ni un caballo, ni un carruaje.
¿Había caminado hasta el pueblo? ¿Qué secreto estaba guardando, uno que
toda su familia quería que le revelara? Debía ser algo bastante inocente como
para que todos lo supieran… pero desde luego, él iba a descubrirlo.
Llegó a caballo rápidamente al pueblo. Comberton había crecido entre dos
ríos y en medio de suaves colinas. Había casas de campo a lo largo de la calle y
varias pequeñas tiendas en la calle principal, cerca de la plaza del pueblo.
Cuando pasaba por una de las tiendas hubo un torbellino de movimientos en
su interior, y la puerta se abrió.
–¡Capitán Leland! ¡Capitán Leland!
Suspiró por el retraso, pero sonrió y se volvió.
–¿Si?
Una mujer llevando un sombrero muy pequeño y un inmenso chal sobre sí,
estaba saludándole mientras le gritaba.
–Capitán Leland, escuché de su regreso y apenas si podía creerlo… ¡pero aquí
está usted!
Su nombre de repente vino hacia él –Sra. Winston, que bueno verla.
Ella gorjeó de risa como un agradable pajarillo. –¡Y por supuesto es
maravilloso volver a verle! Su pobre familia ha sido recompensada con su feliz
regreso.
–Fue buena fortuna para todos nosotros. Sólo lamento que hayan tenido que
sufrir pensando que había muerto.
Matthew recordó que había bailado varias veces con la hija de la Sra.
Winston, pero por su vida…
Ella le tocó el brazo y levantó su barbilla con orgullo. –Mi Matilda ahora está
felizmente casada.
–Me alegra escucharlo, y no estoy sorprendido, por supuesto.
La locuacidad de la mujer podría serle de ayuda.
–Sra. Winston, ¿conoce a mi esposa?
Ella parpadeó con perplejidad, luego rió como si pensara que él era tonto.
–¿Por qué? Por supuesto que la conozco, ¿quién no lo hace? Una joven de
carácter tan dulce. Debo confesar, que cuando escuché hablar de su inesperado
matrimonio no sabía qué pensar. Pero una vez que conocí a la pobre querida,
incluso en medio de su duelo, pude ver por qué se había enamorado de ella.
Emily había engañado fácilmente a la gente, una hazaña impresionante.
–¡Imagino su reencuentro con su familia… y con su esposa! Debió de ser
maravilloso– continúo.
–Lo fue, Sra. Winston. Extrañé tanto a mi Emily que, siento que no puedo
estar lejos de ella. Y sé que hoy vino al pueblo. ¿La ha visto?
–Bueno, no. Pero ella con frecuencia está en la posada, por supuesto.
Él sonrió con satisfacción y a la vez con curiosidad.
–Por supuesto.– Tocó el ala de su sombrero. –Gracias, Sra. Winston.
–Ponga encima de todas la invitación que le enviamos para cenar, Capitán– Le
habló mientras se alejaba. –Mi familia disfrutaría de verlo.
Atravesó la plaza del pueblo, en donde granjeros y artesanos ponían sus
puestos el Día de Mercado. La posada estaba cerca, situada en el cruce, una
pequeña edificación de dos pisos construida en el clásico estilo Tudor con adornos
negros sobre paredes de yeso blanco. Un letrero que había sobre la puerta
anunciaba la posada, así como la popular taberna en su interior.
¿Podría Emily encontrarse regularmente aquí con alguien? Pero seguramente
no lo haría en un lugar público.
Se agachó para cruzar la puerta baja de la entrada. En su interior el posadero
estaba atendiendo a varias personas en el mostrador. Miró hacia la primera puerta
abierta y vio la taberna, donde había varias mesas ocupadas por parroquianos,
disfrutando de la comida del mediodía. Su propio estómago gruñó, pero lo ignoró.
Una puerta al otro lado de la sala se abrió de golpe y al menos una docena de
niños de diferentes edades pasaron corriendo a su lado, riendo y hablando en voz
alta.
Para su sorpresa, Emily apareció en la puerta, sonriendo y saludando.
Dio un paso atrás en la taberna antes de que ella reparara en él; luego ella
miró al pasillo de nuevo mientras regresaba a la habitación privada, dejando la
puerta abierta.
Su expresión se grabó en su mente, la suavidad de su mirada, el simple placer
curvando su boca.
Intrigado, sin saber que pensar, Matthew cruzó el pasillo, se inclinó cerca de la
puerta como si perteneciera a ese lugar, y miró dentro. Había varias mesas y sillas
dispersas, y se dio cuenta que era un comedor privado, generalmente reservado
para los invitados de clase alta.
Y entonces vio a Emily sentada en una mesa con un desconocido.
Dio un paso hacia atrás antes de que pudieran verlo. Se apoyó contra la pared,
cruzando los brazos sobre su pecho con actitud aburrida, como si estuviera
esperando a alguien.
Para su alivio, hablaban lo suficientemente alto como para que pudiera
escucharlos.
Emily dijo –Pero Sr. Smythe, no habría dicho ni una palabra hasta que el
hombre llegue de Londres. Pero sería bueno que usted pudiera ocupar mi lugar en
estos días, aunque estoy segura que podremos continuar como antes.
–Pero Sra. Leland, ¿qué hay acerca de su esposo?
Matthew había tensado la mandíbula con celos cuando fue distraído por un
grito desde el otro lado del vestíbulo.
–¡Capitán Leland!
Matthew se giró y vio al posadero y a sus parroquianos mirándolo, y que
muchas otras personas en la taberna seguían al joven que lo estaba llamando por
su nombre.
–¡Es realmente usted!– dijo el joven, prácticamente corriendo por el pasillo
para estrechar su mano.
Matthew lo reconoció como uno de los hermanos menores de Albert Evans, el
que recientemente había cortejado a Emily.
Entonces Emily apareció por detrás de su hombro. –¡Hola Sr. Evans!– dijo
rápidamente, en voz alta.
Matthew se dio cuenta que ella había pensado que no podría recordar el
nombre del hombre.
Durante los siguientes minutos, aceptó de buen grado los buenos deseos de
media docena de hombres y mujeres, con los que casualmente Emily hablaba
después de Matthew, como si deliberadamente repitiera cada uno de sus
nombres. Se encontró divertido con la consideración hacia su memoria.
Al final la multitud desapareció y Emily le tomó del brazo para guiarlo de
regreso al salón comedor.
–Capitán, ¿por qué no me dijo que hoy vendría al pueblo?
Ella habló animadamente, mirando al otro hombre, quien en ese momento se
ponía de pie. Era varias pulgadas más alto y mucho más delgado que Matthew, y
movía repetidamente su cabeza, con una sonrisa tonta.
Matthew miró a Emily y dijo en voz baja. –¿Por qué no me dijiste que hoy
vendrías al pueblo?
–Pensé que no querías ser molestado.– Ella sonrió, y luego se volvió hacia el
otro hombre. –Capitán Leland, ¿permítame presentarle al Sr. Smythe?
El Sr. Smythe asintió con la cabeza mientras se inclinaba, pareciendo un ave.
–Es un placer conocerlo al fin, Capitán. Es usted un famoso héroe en este
lugar.
–El Sr. Smythe es nuevo en Cambridgeshire– le indicó Emily.
–Y ¿qué hace usted aquí Sr. Smythe, aparte de reunirse con mi esposa?
Aunque Matthew lo dijo de forma agradable, vio cómo la sonrisa de Emily se
desvanecía un poco, mientras parpadeaba hacia él.
El Sr. Smythe nunca dejó de sonreír.
–Soy el cura de la parroquia, señor, asisto al Sr. Wesley, el vicario.
Matthew asintió. –Recuerdo al Sr. Wesley como uno de los invitados favoritos
en Madingley Court.
Emily apretó su brazo, sonriéndole como si de pronto fuera bueno que lo
hubiera recordado. Él parpadeó hacia ella, distraído de su curiosidad, por su
hermosura.
–El Sr. Wesley se encuentra en Londres este otoño.– Dijo Emily –Preparando
su próxima boda. Así que el Sr. Smythe, vino de Londres para asistir a la parroquia.
Estamos muy agradecidos por su ayuda.
–Y ¿cómo ayudas tú?– le preguntó Matthew a Emily.
Emily se sonrojó más, y Matthew no se perdió la forma en que el Sr. Smythe la
miraba con cariño.
–Tenías tanto con qué lidiar cuando llegaste a casa– dijo en voz baja –que no
quise abrumarte con cosas que no eran importantes.
El Sr. Smythe aclaró su garganta.
–Ella está siendo muy modesta, Capitán Leland. Su trabajo es muy importante
para el pueblo. Claramente estos niños tienen que ir a Cambridge para cualquier
tipo de educación. La mayoría, no lo hace.– Dijo solemnemente. –¿Cómo podrían
sus familiares llevarlos hasta allá? Todo fue idea de la Sra. Leland para que las
cosas fueran más fáciles para los niños.
–¿Los niños que acaban de pasar corriendo?– dijo Matthew, comenzando a
entender.
–Esos son algunos de nuestros estudiantes– dijo Emily con orgullo en su voz.
–¿Tú eres su maestra?– preguntó Matthew con incredulidad.
–Sólo hasta que pueda convencer a los jueces del pueblo que hay suficiente
interés para tener nuestra propia escuela aquí en Comberton. Muchos más niños
podrían asistir. Hoy vinieron pocos porque pensaron que estaría muy ocupada en
Madingley Court por tu regreso a casa. Pero yo ya había solicitado al Sr. Smythe
que me ayudara a enseñarles si yo no podía venir.
–Ésta es una escuela interesante– dijo Matthew, mirando al salón comedor.
–Ella alquila el espacio para sí misma– dijo el Sr. Smythe, sonriéndole a Emily.
Emily hizo un gesto al salón. –Cuesta poco, y es tan importante que estos
niños – y niñas – tengan acceso a la educación. Todo el mundo tiene la necesidad
de ser mejor.
–Vi los libros en tu escritorio– dijo Matthew.
Ella asintió alegremente. –No comentaste nada sobre ellos, así que me
preguntaba qué pensarías.
–Me gustaría que me lo hubieras dicho. He tenido curiosidad sobre lo que
habías hecho cuando no estaba.
Ella deslizó su mano por el hueco de su codo. –No es una cosa tan importante
como defender a tu país– dijo, sonriendo. –Pensé que podría esperar.
El Sr. Smythe se aclaró la garganta.
–Estaré afuera, Sra. Leland. Cuándo sepa algo sobre el nuevo maestro de la
escuela, se lo haré saber.
Cuando él se hubo ido, Emily le dijo a Matthew –El pueblo está por contratar a
un profesor. Lo decidieron después de entrevistarlo. Y la próxima vez voy a
convencerlos de encontrar un lugar permanente como escuela.
Así que ella y el Sr. Smythe estuvieron discutiendo sobre el nuevo profesor,
mientras que él los espiaba como un tonto celoso.
Ahora que el cura se había ido, Emily recogió una pila de libros de la mesa,
mirándolo por encima de su hombro, sin decir nada.
Él tomó los pesados libros de ella – ¿había cargado con esto en su caminata?
– y volvió a dejarlos sobre la mesa.
–¿Tienes algún lugar más dónde tengas que ir?
–No, por supuesto que no– dijo en voz baja.
–El dueño puede vigilar tus libros. Hoy es Día de Mercado. Mucha gente del
pueblo estará por allí. Como comprobaste antes, no puedo recordar ninguno de
sus nombres. ¿Te gustaría caminar conmigo y volvérmelos a presentar?
Su cara se iluminó con placer.
–¡Me encantaría!
¿Por qué era tan feliz en este pequeño pueblo, enseñando a los niños,
acompañando a su amnésico marido? Era algo que no tenía sentido.
–Tal vez tienes amigos aquí a los que te gustaría presentarme– continuó,
todavía con la idea en su mente de un cómplice; sin embargo, estaba comenzando
a pensar que los planes y motivos de Emily eran muy personales.
Ella no respondió nada a su interés sobre sus amigos.
***
Mientras caminaban de vuelta a los puestos del mercado, ella hizo un gesto
hacia el alguacil, y una vez que dijo su nombre, Matthew lo reconoció.
–¿El alguacil, eh? Recuerdo a Blake como un joven con tendencia al enojo.
Él notó que Emily parecía indiferente a la profesión del hombre y a la amenaza
implícita de sus acciones… Pero luego, reconoció que ella era bastante buena
escondiendo cualquier signo de culpa que pudiera sentir.
–¡Qué maravilloso que recuerdes esas cosas!– comentó ella, apretando su
brazo. –Seguramente cuando te sientas más en casa, más recuerdos volverán. Eso
debería ser triste para mí, porque no me sentiré nada útil. Me gusta ayudarte.– Y
lo dijo con una expresión casi nostálgica.
–Blake fue un buen policía. Él es el molinero local ahora y está casado, con un
segundo hijo a punto de nacer.
Caminando por la calle, muchas personas los detenían para darle la
bienvenida a casa. Todos ellos parecían conocer a Emily. Ella continuó diciéndole
los nombres de las personas, y honestamente, muchas veces le ayudó. Como
cualquier hombre joven siempre había disfrutado más de Londres que de
Cambridgeshire, y una vez que se unió al Ejército, hacía ya cuatro años, pocas
veces le fue posible regresar a casa. Ahora, estaba halagado por cuántas personas
estaban contentas de verlo y de su feliz recuperación.
En la tienda de accesorios, impulsivamente compró cintas para adornar el
cabello de Emily. Luego compró papel y lápices para sus estudiantes. Por la suave
expresión en sus ojos verdes, hubiera podido parecer que él le había comprado
joyas.
Después vagaron por los puestos del mercado; compró para cada uno una
empanada y se sentaron a comérsela en un banco cerca del pozo cubierto.
Pronto, sus estudiantes empezaron a acercarse para conocer al hombre que
había regresado de la muerte. Emily, gentilmente, corrigió sus imprudentes
preguntas, escuchando atentamente los planes de cada niño para el Día de
Mercado, y se comportó como la clase de maestra que cualquiera desearía tener.
Una persona que no amara a los niños nunca hubiera escogido ser maestra
para pasar el tiempo, reflexionó él. Ella estaba trabajando duro por algo que la
gente sólo comenzaba a ver como importante.
¿Qué buscaba realmente Emily?
Cuando por fin tuvieron un momento para sí mismos, él preguntó en voz baja
–¿Hablamos sobre hijos al principio de nuestro matrimonio?
Ella le dirigió una sonrisa tímida.
–¿Quieres decir en ese torbellino de dos semanas?
–Las dos semanas cuando estuviste de luto por tu familia– añadió él. Después
se arrepintió de sus palabras, no queriendo regresar su atención a sus sospechas.
Su sonrisa se volvió triste. –Imagino que para un hombre que no recuerda la
rapidez de nuestro noviazgo, puede parecer… increíble.
Pero al verla, con su dorado cabello como champán brillando bajo el
sombrero, el sol brindándole un encantador rubor a sus mejillas, él sabía que el
deseo por ella era muy creíble. Incluso ahora sentía el latido de la tensión, la
forma en que no dejaba de pensar en la llegada de la noche, cuando podrían estar
a solas y avanzar otro paso en su intimidad.
–Mis emociones aumentadas sin duda jugaron su papel.– Dijo ella
tranquilamente, mirando a los aldeanos paseando al azar por los puestos. –Pero tú
también estabas preparado para irte, y el miedo a no verte nunca más era…
dominante. Pero la respuesta a tu primera pregunta es no, nosotros no hablamos
acerca de hijos. No necesitábamos hacerlo. Estábamos tan… en sintonía el uno con
el otro, queríamos las mismas cosas antes del matrimonio, que…
Su voz se desvaneció, y para su sorpresa, giró su cabeza y se secó la esquina
de su ojo. ¿Era acaso una lágrima? Él esperaba que se explicara, pero ella no dijo
nada, y sintió su inquietud.
–No tienes que sentirte incómoda– dijo al fin. –Sé que mi madre quería que
estuvieras encinta cuando llegaste. ¿Querías tanto un hijo?
Emily no podía creer que estuvieran teniendo esta conversación en plena
plaza del pueblo, con sus estudiantes corriendo alrededor, con sus padres
paseando entre los puestos en el Día de Mercado.
–Sí, pero quiero a tu hijo.– Susurró la mentira.
Todavía no, pero ella quería tener hijos. Pero por ahora no podía dejar de
pensar en la amenaza para el idílico matrimonio que ella planeaba darle a él.
Puso su mano sobre la de ella, en su regazo donde descansaba.
–Ahora tienes otra oportunidad para un hijo, una vida entera de posibilidades.
¡Oh, Dios!, sus ojos escocían de nuevo. ¿Qué estaba mal en ella? ¡Esto es lo
que quería!
–Matthew, supongo que no te hablé sobre mi trabajo con los niños porque
estaba preocupada de que tal vez lo desaprobaras.– Alzó su mano antes de que él
hablara. –La mayoría de los hombres no ven con buenos ojos que sus mujeres
trabajen, incluso aunque yo no esté ganando un salario. Estoy haciendo algo que
la Sociedad podría no querer ver en una dama. Después de todo, tenemos las
normas de un ducado a las que ceñirnos. Tú y yo nunca discutimos tales cosas al
principio de nuestro matrimonio. Sin embargo, hoy aceptaste mi trabajo, incluso
me ofreciste ayuda. Gracias.
–Ha sido sólo la compra de unos artículos.
–Tú me tienes como tu esposa, sin embargo, estás dispuesto a compartirme,
para poder hacer algo que a mí me parece importante. Es una forma muy abierta
de pensar.
A pesar de que seguramente estaban siendo vistos, él la abrazó brevemente.
Sin embargo, mientras cabalgaban de regreso a casa, y ella iba acurrucada
sobre su regazo, no pudo evitar temer sobre lo que pensaría él si supiera que, la
mujer que consideraba su esposa y una dulce maestra, había hecho algo digno de
chantaje.
Un día había pasado desde que había recibido la carta de amenaza de
Stanwood. Preocupada por lo que él haría, casi había decidido no ir al pueblo hoy.
Pero Stanwood no era de los que se le enfrentaría abiertamente, y de esa forma
arriesgarse a ir a la cárcel, y no obtener una recompensa. Y ella no podía
esconderse dentro de Madingley Court para siempre.
Necesitaba encontrar la manera de afrontarlo, ver qué era lo quería, y tratar
con ello.
La vida que quería estaba a su alcance, cada vez más cerca. Matthew estaba
creyendo en su matrimonio, incluso dispuesto a aceptarlo.
Y ella estaba determinada a que eso pasara.
Capítulo 12
Cuando Emily acomodó los libros de la escuela en su escritorio, vio una carta
sellada debajo del frasco de tinta. Frunció el ceño, recordando que Matthew había
estado escribiendo cartas justo esa mañana. Pero en ella no había escrita ninguna
dirección, y el lacre era una mancha hecha sin un sello adecuado – justo como la
que había recibido el día anterior.
La abrió frenéticamente, su corazón comenzando a latir con fuerza.
Mi queridísima Emily,
¿Has estado buscándome? Te he estado observando, esperando el momento
perfecto para nuestra pequeña charla. Primero los alumnos se interpusieron en mi
camino, y luego el Capitán Leland. Ellos no podrán protegerte de mí por mucho
tiempo más.
S.
¡Oh, Dios!, Stanwood le había escrito otra vez, pero esta vez no había usado el
correo. Alguien la había dejado en su escritorio, y no hacía mucho tiempo de ello.
Si hubiera sido entregada en mano en la puerta, por lo menos su nombre estaría
escrito, pero ahí no había nada.
¿Cómo podría un extraño haberse metido en la casa, con un montón de
sirvientes por todos los lados.
O… ¿podría Stanwood haber persuadido a alguno de los sirvientes para que
estuviera de su parte?
Se estremeció, recordando el talento que tenía para presionar a la gente.
¿Se suponía que ahora debería sentir miedo, en esta casa dónde siempre se
había sentido a salvo?
No, ella no podría vivir de esa manera. Acobardándose lo único que lograría
sería que Stanwood ganara. Él esperaba que, por temor, ella sucumbiera a sus
demandas.
Iba a esperar a ver lo que él quería de ella, pero no pensaba hacerlo de brazos
cruzados. Alguien en esta casa había puesto la carta sobre su escritorio, y ella iba a
descubrir quién era.
Emily fue en busca de su doncella, María, quien no podía recordar si había
visto a alguien cerca de la puerta de Matthew. Emily sabía que incluso debería
sospechar de María, así que discretamente preguntó a las demás doncellas que
atendían a las mujeres de la familia. Ninguna había visto nada, ni a nadie, fuera de
lo corriente. Docenas de sirvientes deambulaban por el ala familiar.
Con frustración se dio cuenta que esta clase de preguntas no la iban a llevar a
ningún lugar.
***
Emily aguardó a que Matthew regresara para cambiarse de ropa antes de la
cena. Él había salido a cazar con su padre por unas horas. Escuchó cuando la
puerta del vestidor se abrió, y cuando le oyó entrar, presionó su oreja sobre la
madera, mientras esperaba lo que consideró un tiempo prudencial para que se
cambiara. No oyó la voz de su ayuda de cámara; aunque ya no lo consideraba un
extraño, Matthew era un hombre acostumbrado a cuidar de sí mismo.
Finalmente ella llamó, y cuando él le dijo que entrara, se apresuró a hacerlo,
sonriéndole.
Él estaba vestido con su traje de noche, puestos ya los pantalones y la camisa
de lino; los pies todavía, íntimamente desnudos.
La miró, con el pañuelo en la mano. Una lenta sonrisa iluminó sus ojos,
distrayéndola de sus problemas, haciéndola sentirse cálida en todo su recorrido
hasta los dedos de sus pies.
–Te vi montando con el Profesor Leland.– Dijo, sorprendida de estar sin
aliento. –¿Lo disfrutaste?
–Disparar a indefensas aves siempre es un momento de placer.– Él sonrió.
Ella hizo un gesto con su mano.
–Estás burlándote de mí. Estoy segura de que el cocinero ha apreciado
cualquier cosa que hayas traído. Pero, ¿tu padre y tú tuvieron la oportunidad de
hablar realmente?
–¿Sobre qué? ¿Acerca de ti?
Ella le dirigió una sonrisa irónica. –No sé… ¿Los hombres hablan sobre sus
esposas con sus padres? Oh, no contestes a eso. He estado con tu madre esta
tarde, y también, está contenta de que ustedes dos pasen tiempo juntos.
–Hablamos de Lady Rosa.
Parpadeó, como si estuviera sorprendido sobre lo que le estaba revelando.
–Él hace tiempo que la perdonó por su falta de fe en él– dijo Matthew. –Aún
ahora se sigue sintiendo culpable de que estuvieran tan cerca del divorcio. Pero la
mejora en su relación ha sido de gran alivio para él. Dijo que un científico no era
buen marido para la hija de un duque.
Él se acercó lentamente, y con tan sólo su proximidad, pareció alejar todo el
aire que ella necesitaba para respirar.
–Igual como tú no eres la esposa adecuada.
Ella trató de no ponerse rígida.
–… o eso es lo que me has dicho tú.
Sus rodillas se debilitaron con alivio. Él estaba de pie frente a ella, tanto que al
respirar profundamente sus senos tocaban su pecho. La hizo sentir… lánguida,
sensual.
–¿Una esposa apropiada sabría anudar un pañuelo?– Continuó Matthew con
una repentina sonrisa.
Él era tan grande, tan intimidante, tan… masculino. Diferente a ella en muchas
formas. Le gustaba la sensación.
Entonces, se dio cuenta de que la estaba pidiendo ayuda.
–¿Dónde está tu ayuda de cámara?
–No he utilizado a ninguno en años. Puedo prepararme mi propio baño, y
vestirme por mí mismo… o al menos puedo intentarlo.
Él miró la tela almidonada en sus manos.
–Y era capaz de anudar uno de éstos. Pero parecer ser que la capacidad ha
desaparecido.
Antes de que pudiera preocuparse por su falta de memoria, ella le tocó el
pecho, sus palmas planas contra su calor, incluso mirándole dentro de sus
profundos ojos.
–Permíteme ayudarte.
Cuando él únicamente le entregó el pañuelo, ella trató de no mostrar su
decepción.
Pero enseguida, sus grandes y firmes manos estaban sobre su cintura.
Deslizó el pañuelo bajo las almidonadas puntas del cuello de su camisa y lo
unió para formar un nudo flojo.
–¿Dónde aprendiste a anudar un pañuelo– preguntó.
Su aliento sobre su rostro era suave y cálido, y su reacción se sentía tan…
íntima, dentro de su cuerpo. Enderezó el nudo blanco, y a continuación deslizó sus
manos bajando por su pecho, alisando los pliegues… sintiendo la curva de los
duros músculos.
–Tenía tres hermanos y algunos sirvientes. No había dinero para ayudas de
cámara personales.
–Pero, ¿había dinero para tutores?– Preguntó.
Sorprendida, levantó su cara hacia él.
–Sí. Ellos eran caballeros, después de todo.
–Pero tú no estudiabas con ellos.
–No, no lo hacía.– Sonrió. –A mí me enseñaron las cosas que una dama
necesita, como leer, aritmética, y por supuesto, costura, dibujo y…
–Habilidades con las que no podrías trabajar como, digamos, una institutriz
cuando tu familia entera falleció.
Un escalofrío de inquietud le recorrió la espalda.
–No, pero no habría tenido que preocuparme por tales cosas. Tengo primos
con los cuales hubiera podido vivir. Habría estado a salvo con ellos.
–Pero te enamoraste de mí.
Sus manos se deslizaron sobre las de ella, que descansaban sobre su pecho.
–Y me hice cargo de ti– continuó.
De alguna forma eso la molestaba, y habló sin pensar.
–Y yo me hice cargo de ti.
–¿Lo hiciste?
Sus palmas se sentían ardientes sobre su pecho, y podía sentir el latido de su
corazón, tan sólido, tan normal, tan diferente al suyo, que corría desbocado con
nerviosismo y excitación.
–Sé que ahora me estás cuidando.– Prosiguió él, antes de que ella pudiera
responder. –Soy un hombre bastante indefenso, mi memoria está llena de vacíos.
Pero, ¿cómo me cuidabas al principio cuando nos casamos?
–Tú no te casaste conmigo sólo porque pensaras que tenía que ser
rescatada.– Sacudió la cabeza.
Él rió.
–No debes dudar de que te haya dicho que te amaba, que te necesitaba.
Se encontró arrastrada hacia atrás hasta que estuvo contra la pared. Él juntó
sus caderas con las de ella.
–¿Siempre fuiste tan atrevida?– Preguntó.
–Siempre. Es una de las razones por las que te enamoraste de mí.
Bruscamente, levantó la cabeza y lo besó con toda la pasión que despertaba
en ella. Invadió su boca, probando su esencia, queriendo más. Deseaba mostrarle
la clase de mujer que era, deseaba que no pudiera vivir sin ella. Que necesitara
tenerla como su esposa.
Él empujó su muslo entre los de ella, abriendo sus piernas dentro de su falda.
La sensación era sorprendente y muy placentera. No se detuvo ahí, siguió
moviéndose contra ella con su muslo, casi rítmicamente, sus caderas empujando
contra las de ella. Su mano deslizándose por su cadera para atrapar su muslo, sólo
para levantarlo un poco y así poder acomodarse mejor contra ella.
Si no hubiera ropa entre ellos, cuanto mejor se sentiría…
Ella jadeó cuando la boca de él la abandonó para iniciar un recorrido a lo largo
de su cuello. Tenía puesto un vestido de noche, y sus labios fueron capaces de
encontrar un camino en el valle entre sus senos. Con lujuria mantuvo su cara
contra ella, sus caderas arqueándose hacia delante, sintiendo un gran placer al
hacerlo. Su creciente necesidad aumentando el calor, con aguda urgencia. Le
chupó la curva de un pecho, tomando su piel en su boca. Debía doler… pero se
sentía provocativo y salvaje.
Ella quería arrancarse el vestido del cuerpo, desnudarse, tener su boca dónde
sus manos habían estado la noche pasada, mientras tomaba su baño.
Él levantó su rodilla más arriba, empujándola fuerte entre sus muslos. Ella
gimió y lo apretó.
Entonces, él levantó la cabeza, su boca húmeda.
–Parece que compartimos una pasión intensa el uno por el otro. ¿Te llevé a la
cama antes de casarnos?
–¡No!– ella rió, su sorpresa era claramente falsa. –No tuviste que casarte
conmigo por honor. Sólo porque quisiste.
Él sonrió, mientras sus ojos la recorrían ferozmente. Su mano, que mantenía
su rodilla levantada, se deslizó por debajo de su falda, recorriendo su piel
desnuda, su sensible piel debajo de la rodilla. Sus miradas conectadas entre sí,
resplandeciendo con calor, y sólo pudo jadear cuando su mano se movió más
arriba, deslizándose por debajo de sus calzones. Su palma debajo del muslo, y sus
dedos perdiéndose en su interior. Su respiración se hizo cada vez más y más
rápida, sus ojos color avellana ardían sobre ella, y en esos momentos, en lo único
en lo que pudo pensar era en que él podía tocarla… dónde quisiera, y ella no se lo
negaría.
Sus dedos tocaron el borde de su hendidura entre su ropa interior. Un gemido
de necesidad se escapó de ella. Deseaba que la tocara. Cuando la punta de sus
dedos rozó ese lugar desnudo al final de sus muslos, ella tembló tan fuerte que él
se vio obligado a sostenerla. Su cabeza cayó contra la pared. Se inclinó sobre ella,
que le miraba con los ojos medio cerrados, mientras su lengua recorría su escote,
y sus dedos delineaban la cálida y húmeda hendidura de su cuerpo.
Ella gimió con impotencia, su cuerpo temblando como si fuera sacudido de
acá para allá por el placer invocado por su boca y sus dedos. Sus labios recorrían el
escote de su vestido hasta llegar a la cima de sus pechos, y luego suavemente
mordió su corpiño, al tiempo que su toque sondeaba las profundidades de sus
partes privadas, acariciando, trazando, resbalando más profundo. Cada sensación,
cada emoción, emergía más alto, esperándola; sus dientes mordisqueando, sus
dedos explorando, dando vueltas, haciéndola jadear, gritar, temblar y…
Explotar.
Era la única palabra que hacía justicia a la impactante liberación de placer que
desde su interior recorrió todo su cuerpo, presionando por salir a través de su
propia piel.
Ella negó con impotencia su abrazo; él todavía la seguía acariciando,
empujando más profundo, su respiración agitada contra sus senos.
Se desplomó contra él, desmadejada.
Capítulo 13
Matthew deseaba desabotonar su pantalón y tomarla allí mismo, contra la
pared. Sus dedos estaban calientes y húmedos dentro de ella, y se sentía tan bien.
Presionó un poco más en su interior, y escuchó un gemido de placer.
Y entonces, levantó la cabeza para poder ver su rostro. Fue en ese momento
cuando encontró su mirada; se veía tan vulnerable, y vio el asombro antes de que
pudiera enmascararlo cerrando los ojos.
Asombro.
Se dio cuenta que ella nunca antes había experimentado el clímax. En sus
confusos sentimientos, deseo haber visto ese hermoso rostro con tal inocencia y
placer en su noche de bodas.
Impactado por una extraña sensación, sacó sus dedos de las profundidades de
su cuerpo y liberó su pierna. Tenía que recordar su verdadera relación, el juego al
que él jugaba.
–Mis manos no han olvidado como darte placer.– Dijo en voz baja,
poniéndolas ahora sobre sus hombros. –¿Cómo acostumbrabas a complacerme?
Enséñame, Emily.
Él pensó que vacilaría, pero ella fue audaz al levantar sus temblorosas manos
para recorrer su pecho. Para su sorpresa, se detuvo en sus pezones, frotándolos
suavemente sobre la tela. Él contuvo el aliento. Y entonces, se inclinó hacia él,
presionando la boca en su cuello, dándole besos suaves antes de lamer la zona
detrás de su oreja.
Ahora lo tenía estremeciéndose… Esta mujer que nunca antes había
experimentado el placer.
La deseaba con una desesperación que lo sobrepasaba. ¿Cuándo le había
sacado la camisa del pantalón para tocar su estómago desnudo?
Él gimió contra su cabello. Quería arrancarle las ropas, poder estar dentro de
ella…
Sin embargo, apoyó su espalda contra la pared y tomó un tembloroso aliento.
¿Qué es lo que estaba tratando de probar complaciéndola? Él sólo estaba
demostrándole que terminarían en la cama… Que era exactamente lo que ella
quería.
Aunque la deseaba mucho, demasiado, ¿debería darle lo que tan claramente
estaba pidiendo? Extrañamente, se sentía atrapado entre el hombre reprimido
que una vez fue y el diabólico soldado sin restricciones que podía ser. Unos años
atrás nunca hubiera arriesgado la seguridad de su familia, correr el riesgo al
escándalo, por una noche en la cama con una mujer, por mucho que la deseara.
En la India él había tomado esas oportunidades sin remordimientos, y sufrido
sus consecuencias.
Pero ahora no sería el único que sufriría si tomaba una mala decisión respecto
a Emily Grey.
–No puedo Emily– dijo suavemente, alejándose finalmente de ella.
Le cogió del brazo.
–Pero ¿por qué? Soy tu esposa, y te deseo.
Sus palabras se lo hicieron más fácil.
–Te deseo, tú sabes eso. Pero…– Se detuvo como si estuviera confundido.
Ella suspiró y apoyó su mejilla en su hombro.
–No quise empujarte a algo a lo que no estás preparado.
Quería reírse, era como si ella jugara al papel del hombre en la seducción.
–No lo hacías, es sólo que… no me siento como yo mismo. Y quiero hacer lo
que es correcto para ti.
Podría haber resoplado ante eso. Lo que era “correcto” no tenía nada que ver
con Emily y él.
Se puso la chaqueta, con los dedos todavía temblando.
***
Mientras cenaban esa noche con su familia, se encontró a sí mismo mirando
la marca roja en el pecho de Emily, la que le había hecho con su boca, y la manera
en que ella trataba de tirar de su corpiño hacia arriba para ocultarla.
Después de la cena, cuando los caballeros se unieron a las damas en el salón,
Emily vio a Matthew riendo sobre algo con su amigo, el Teniente Lawton. Se
sintió… como si no fuera ella misma, frustrada y dolida, y no sólo era por deseo.
Él la había satisfecho, pero no a sí mismo, y eso la hacía sentir intranquila.
¿Por qué se negaba el placer de estar con su dispuesta esposa? ¿Estaba
equivocada al pensar que no tenía sospechas sobre ella?
Sabía que no debía preocuparse con estos pensamientos tan siniestros. Él no
le había dado ningún motivo para sospechar. Seguramente estaba muy recelosa
debido a las amenazas de Stanwood y a la tensión de no saber qué haría a
continuación.
Necesitaba la lealtad de Matthew y su protección, y le estaba utilizando para
conseguirlas, pero al final ella le devolvería el favor con el deleite de la mejor de
sus habilidades.
Si él se lo permitía.
Se quedó quieta un momento, observando a los que estaban en el salón, esas
personas que eran tan importantes para ella: Lady Rosa y el Profesor Leland
sentados juntos, hablando en voz baja, incluso compartiendo alguna sonrisa
ocasional; Rebecca y el Sr. Derby, que mantenían una animada conversación,
mientras Rebecca intentaba que Susanna participara. Rebecca podría haber
monopolizado la conversación con el caballero, pero no lo había hecho.
La mirada de Emily regresó a Matthew y a su amigo, y por un instante, el
Teniente Lawton la miró. Fue algo tan rápido que casi no lo captó, pero algo en sus
ojos la paralizó.
Y luego las cosas empezaron a aclararse en su mente.
Ella nunca había recibido una palabra de Stanwood hasta que Matthew
regreso a casa, y sus amigos vinieron a visitarlo. Ella había interrogado a varios
sirvientes esta tarde, pero tal vez se estaba limitando y debería considerar a otros
también. Stanwood probablemente no utilizaría a un sirviente.
¿Y si el Teniente Lawton, o el Sr. Derby, eran más de lo que aparentaban?
Inmediatamente se dijo que estaba siendo ridícula. Matthew había servido en
el Ejército con el Teniente Lawton y había crecido con el Sr. Derby. Ellos no podían
ser criminales como Stanwood.
Cuando Matthew y el Teniente Lawton se le acercaron, se dijo que debía
mantener la calma. Durante el último año, se había obligado a permanecer
tranquila, y había superado una situación complicada tras otra. Y ahora, se dijo,
también conseguiría pasar ésta. Tenía que hacerlo.
Miró a Matthew, y por un momento la sensación de peligro desapareció,
oculta en un rincón de su cabeza. La forma en que sostenía su mirada traicionaba
la intimidad compartida, y eso la calentó, la aturdió.
Pero el Teniente Lawton también la miró, mientras le sonreía fácilmente, con
una sonrisa arrogante, como si todo le pareciera divertido.
Entrelazó su brazo con el de Matthew, como si estuviera estableciendo su
posición.
–Siento mucho haber monopolizado al Capitán los pasados días, Teniente.
Él negó con la cabeza.
–No hay necesidad de disculparse, Sra. Leland. Usted no había visto a su
esposo por más de un año… y pensaba que estaba muerto. Tiene todo el derecho
a su atención. Después de todo, él no estaba muerto para mí. A veces,
francamente estaba harto de él.
Ella se echó a reír junto con Matthew.
–Entonces, ¿qué es lo que ha estado haciendo consigo mismo desde que llegó
al pueblo?– Preguntó. –No le hemos visto allí.
–Seguí el buen ejemplo de Matthew y escribí cartas a mi familia, Sra. Leland.
Matthew necesitaba tan urgentemente volver aquí que no tuve la oportunidad de
notificarles mi regreso.
–¿De dónde es usted?
–De Southampton, Madame. Matthew se pregunta cómo fue que nunca nos
conocimos allí.
¿Habría el Teniente Lawton conocido a Arthur Stanwood allí? Se preguntó con
una sensación de abatimiento.
Aunque el Teniente estaba sonriendo, Emily notó que Matthew no había
reaccionado a lo que se podía haber tomado como una observación bastante
mordaz.
–En sí, yo rara vez iba al puerto del pueblo.– Dijo con tranquilidad. –Soy de
Millbrook. ¿Ha visitado el pueblo?
–No, Madame.
Sin embargo, aunque se suponía que en ese tiempo estaba casada con
Matthew, también estaba viviendo en Southampton. ¿En dónde estaba el
Teniente en ese momento? Obviamente no con Matthew, ya que él no parecía
saber nada sobre el breve primer matrimonio de Matthew. Pero sabía que no
podía arriesgarse a preguntar.
Mientras Matthew y el Teniente Lawton dirigían la conversación hacia el tema
de los extensos establos de Madingley, Emily consideró, como hechos a tener en
cuenta, el que el Teniente únicamente aparecía a la hora de las comidas, y que
había estado haciendo largos paseos a caballo.
¿Podría haber acordado de alguna manera encontrarse con Stanwood? ¿Podía
considerársele ahora un cómplice?
Recorrió con la mirada el salón hasta detenerse en las hermanas Leland y el
Sr. Derby. Él era otro recién llegado a la casa, y tenía una razón completamente
distinta para ser influido por su pasado. No era un secreto que él la había
cortejado y lo había rechazado.
El Sr. Derby la vio observándolo y le ofreció una pequeña inclinación desde la
cintura. Luego Rebecca hizo un gesto hacia ella, y Emily se disculpó con Mathew y
el Teniente, y cruzó el salón.
–¿Matthew te mencionó el picnic que haremos mañana?– Preguntó Rebecca
con excitación.
–No, no lo hizo.– Emily rezó para no sonrojarse al recordar lo que había
estado haciendo con Matthew.
–Ellos sólo pasaron toda la tarde juntos – dijo Susanna, poniendo los ojos en
blanco.
Las dos mujeres rieron, pero Emily se sintió incómoda mientras miraba al Sr.
Derby. No era muy amable por su parte recordarle que ya no tenía la oportunidad
de cortejar a una viuda. Incluso podría hacerlo enojar.
Pero él estaba sonriendo por algo que había dicho Susanna.
–Seguramente el picnic fue idea tuya, para volver a introducir a tu hermano
en el grupo de los jóvenes. Eres muy considerada.
Susanna negó con la cabeza, y aunque su sonrisa se volvió un poco tensa
cuando miró hacia Emily, no dejaba de ser cordial.
–Todo fue idea de Matthew– anunció de repente Rebecca.
Emily la miró con sorpresa.
–Él quiere que todos vean la increíble artista que es Susanna– continuó
Rebecca dando con el codo a su hermana. –Dará lecciones de arte para que todos
podamos pintar las ruinas.
Emily sonrió con cariño a Susanna, quien a su vez le devolvió la sonrisa.
¡Qué considerado Matthew! Aunque se había resistido ante las
“inapropiadas” aficiones de Susanna, finalmente se había dado cuenta lo
importante que era para ella pintar.
Emily se volvió y encontró los ojos de Matthew. Le envió una amplia sonrisa,
sin importarla si el Teniente Lawton o el Sr. Derby o cualquiera de los sirvientes lo
veían y la desaprobaban… o secretamente conspiraban contra de ella.
***
Cuando Matthew escuchó el picaporte girar en la puerta del vestidor, levantó
su libro y pretendió hacer ver que estaba leyendo. Todavía llevaba puesta su
camisa y los pantalones; estaba acostado en la cama del cuarto de Emily,
recostado sobre las almohadas.
Cuando Emily lo vio, se detuvo en el umbral.
Estaba cubierta con una bata, su cabello envuelto en una toalla, su piel
brillando por la luz de las velas.
Él acaba de salir del vestidor, donde había estado escuchando a través de la
puerta del baño, imaginando qué provocaba cada sonido del agua.
Era un tonto… un jadeante tonto lleno de lujuria, que estaba dejándose
arrastrar por su deseo por Emily Grey, haciéndole olvidar que necesitaba descubrir
sus secretos.
Ella le sonrió y se acercó a la chimenea.
Se dio por vencido de tratar de leer y simplemente la observó: la manera en
que se sentaba en la silla cerca del calor de la chimenea, quitando la toalla de su
cabello, y empezando a peinar la masa de sus rubios rizos.
Su boca se secó cuando extendió a lo largo el cabello, peinándolo una y otra
vez, con la cara de perfil, sus ojos mirando a la lejanía. Era un momento de
ensueño, creado con sus lentos y fluidos movimientos. Los ojos le dolían de
mantenerlos fijos mirándola, su respiración sonaba agitada en sus oídos. ¿Cómo
esta mujer podría no escucharlo? Le recordaba la forma en que ella jadeaba en sus
brazos cuando le había dado la satisfacción que nunca había experimentado.
Él deseaba poder enseñarle todo sobre la intimidad entre un hombre y una
mujer.
Tal vez así, confiaría en él.
Eso es lo que ocurría…, se dio cuenta por fin, aturdido.
Quería su confianza.
Quería la verdad de sus labios, sin coacción.
Pero ella no había confiado en su familia, a quien conocía desde hacía un
año… Y a él sólo lo conocía desde hacía unos días.
Por fin, recogió su cabello en una larga trenza y se alejó de la chimenea. Se
encontró incapaz de poder respirar más fácilmente cuando se sentó en su
escritorio, abriendo un cuaderno. Consultó uno de sus libros –matemáticas,
pensó– luego escribió algo abajo. ¿Estaba estudiando para su propio beneficio? O
¿preparando una clase?
Recordó que había admitido que no tenía conocimientos para ser institutriz.
¿Realmente necesitaba desesperadamente esas habilidades después de que su
familia muriera? Esta elaborada farsa, utilizando a su familia y su nueva posición,
no podía ser sólo una simple forma para educarse a sí misma. Eso no tenía
sentido.
Emily sintió como si su espalda estuviera en llamas. Matthew la estaba
mirando, siempre la miraba. Lo cual la complacía. Seguramente estaba recordando
lo que habían compartido más temprano, cuando sucumbió a sus caricias,
permitiéndole hacer lo que quisiera con ella.
No podía concentrarse en ecuaciones matemáticas. Matthew estaba en su
cama, vestido sí, pero en su cama. Lo que no tenía sentido.
De repente, le llegó un extraño aroma, y levantó la cabeza, inhalando. Era
dulce y fragante, pero no como las rosas que María con frecuencia le traía del
invernadero.
Ella se giró, y le vio observándola abiertamente, el libro dejado de lado. En su
mano sostenía una flor, que no reconoció al principio, pasándola entre sus dedos.
–Ven aquí, Emily – dijo con una voz suave y baja.
Llena de creciente alegría, se levantó del escritorio y se movió lentamente
hasta él.
Se fijó en la flor, blanca con el centro amarillo y rosa pálido en las puntas de
los pétalos.
–La reconozco – dijo. –Es una flor de loto. Crecen en el estanque del jardín del
invernadero.
–¿Conoces de dónde más proviene?
–La India.
Se sentía orgullosa de haber estudiado el país en el que supuestamente había
vivido durante seis meses.
–Siéntate, Emily.
Ella se sentó en el borde de la cama al lado de él, y para su sorpresa, él se
inclinó y puso la flor detrás de su oreja. Su olor dulce, la envolvía con un aroma
frutal, y sabía que él debía de haberla elegido.
–¿Te di flores en la India?– Preguntó.
Ella asintió, encontrando difícil hablar. Sentía su boca muy seca.
–Las flores en la India eran como ninguna otra que yo haya visto.– Murmuró.
Continuó acariciándola a lo largo de su oreja, luego más abajo, a través de su
cabello. Su trenza había caído hacia adelante por encima de su hombro, y él soltó
la cinta, luego enroscó sus dedos en las grandes ondas de su cabello. Era
demasiado placentero, sus manos cerca de sus senos. Ella perversamente las
quería en ellos, ya ansiaba las sensaciones que le había dado hacía unas horas.
–¿Les cuentas a tus estudiantes sobre la India?
Ella asintió, esforzándose por concentrarse en sus palabras, no en el juego de
sus manos. Era como si estuviera lanzando un hechizo sobre ella.
–Les cuento sobre los torrentes de agua en la temporada de los monzones, y
cómo me los perdí por dejar el país tan pronto.
–¿Querías ver la lluvia?– preguntó, con su ceja levantada por la sorpresa. –
Hacía mucho calor y había mucha humedad, mis ropas estaban constantemente
húmedas.
–El uniforme de lana debió de haber sido insoportable.
–Me acostumbré a él. ¿Cuál es tu recuerdo favorito que cuentas a tus
estudiantes?
–Estar en el río– dijo inmediatamente.
A partir de sus estudios y por los dibujos en los libros, prácticamente podía
verlo en su mente, casi como si ella hubiera estado ahí.
–Las garzas blancas que vuelan a baja altura sobre los campos de arroz, la
sorpresa de un templo mirando de vez en cuando a través de las arboledas de
mangos. Les hablo de las conchas trituradas que recubren los senderos del jardín
para mantener lejos a las serpientes. Era todo tan extraño para mí, tan hermoso.
A pesar de que estaba contenta por lo bien preparada que estaba para su
farsa, se sentía incómoda contando tales mentiras. ¿Por qué se le hacía cada vez
más difícil mentirle? Tenía que ignorar eso.
–Háblame de nuestra cama– murmuró.
Ella inhaló rápidamente, dirigiéndole una sonrisa burlona.
–Sin duda, aunque me hayas olvidado, te acordarás de dormir en el bungaló
en tu catre de cuerda.
Él ladeó la cabeza mientras la estudiaba, los ojos entrecerrados, pero todavía
brillando con diversión. ¿Estaba tratando de recordarla en su cama cada noche? o
¿es que estaba clasificando sus sospechas? No, ella no tenía pruebas de ello.
–Me imagino que pronto voy a empezar a recordar ciertas cosas– dijo en voz
baja, –porque tengo la intención de pasar mis noches en esta cama de ahora en
adelante contigo.
La esperanza se apoderó de ella, luego la confusión. Después de poner un alto
en su acto de amor esta tarde, ¿ahora quería dormir con ella?
Él añadió –Tal vez no tengas esas horribles pesadillas si sabes que no estás
sola.
Esa no parecía razón suficiente.
Él sonrió
–Y esta cama es mucho más cómoda.
Una exageración pura y simple por su parte.
Se puso serio. –Pero no quiero que pienses que me estoy burlando de ti,
Emily. Esta tarde… me perdí complaciéndote. Sin embargo, también he perdido
todos los recuerdos que compartimos, y eso me molesta.
–Tú no te estarías burlando de mí, Matthew. Eres mi marido, y tu presencia en
esta cama es tu derecho.
–Mi mente se esfuerza por recuperar mis recuerdos de la India. Te imagino
navegando río arriba conmigo…
–Pero no muy lejos– le interrumpió. –Estabas preocupado por el peligro en el
que estaría. Cuando fuiste trasladado al norte, fue cuando me mandaste a casa.
Se acercó al escritorio y apagó la lámpara. Estuvo de pie un momento ante la
ventana, en donde las cortinas estaban todavía abiertas, y miró hacia la oscuridad
de la noche. Una fría lluvia de otoño caía sobre el cristal, haciéndolo sonar. Luego
cerró las cortinas, comprobó el carbón en la parrilla por última vez, y se acercó a la
cama, donde la última vela encendida, le iluminaba con un suave brillo dorado.
Matthew se deslizó hacia el otro lado, todavía con la ropa puesta, y observó
cómo se quitaba la bata, para ponerla a los pies de la cama. Se preguntaba qué
podría él ver a través de su enorme camisón, esperaba poder seducirlo. Se metió
debajo de las sábanas, y tiró de ellas hasta la cintura.
Le miró. –¿No vienes a la cama todavía?
Él asintió con la cabeza, y se puso de pie, quitándose la camisa y los
pantalones, dejando sus calzones en su lugar, mientras se deslizaba bajo las
sábanas en su lado de la cama.
Ella se inclinó hacia un lado y apagó la vela, envolviéndolos en la obscuridad.
La plácida tensión entre ellos era algo tangible. Se deslizó contra él.
–Estás caliente– murmuró.
Para su decepción, él empezó a hablar.
–Esto es tan extraño – murmuró, acomodando su cabeza sobre su brazo
doblado.
Se acurrucó contra él, su mano sobre su pecho.
–Extraño para ti, pero no para mí.
–Todavía hay una parte del correcto caballero en mí, que siente que el
compartir la cama contigo, incluso inocentemente, es como seducir a una virgen.
–No soy inocente.
Hizo una mueca, pensando que había hablado con demasiada firmeza.
Él sólo se rió entre dientes.
–Cómo eres mi esposa, sin duda debería asumir que no eres inocente.
Capítulo 14
A la mañana siguiente, después del desayuno, Matthew estaba sentado solo
en un banco del invernadero, observando la lluvia que bajaba por los cristales de
las ventanas.
–No te puedes creer lo difícil que es encontrarte.
Matthew se giró ante el sonido de la voz de Reggie y sonrió.
–No pretendía esconderme.
–Vi a Emily afuera en un cabriolé– dijo Reggie sentándose en el banco.
Matthew oyó la pregunta en su voz.
–La dije que lo llevara debido a la lluvia. Hoy de nuevo está dando clases.
–¿Dando clases?– Reflexionó Reggie. –Mencionaste algo sobre ello anoche,
pero no tuvimos oportunidad de hablar. ¿Da clases?
Matthew se rió en voz baja. –Eso es lo que ha estado haciendo en el pueblo. Y
yo la seguí como un espía del ejército, pensando que tal vez se reunía con alguien
en secreto.
–Ella todavía podría hacerlo.
–No soy capaz de decirlo – dijo con un encogimiento de hombros.
–Lo sabrás pronto, cuando llegue el informe del investigador.
Matthew se limitó a asentir.
–Pareces… pensativo esta mañana.
–Pensativo. ¡Qué interesante elección de palabra!– Le lanzó una media
sonrisa. –Estoy pensando en Emily, por supuesto.
–Por supuesto– Reggie sonrió. –Te retiras a una habitación privada cada
noche con ella. ¿Cómo podría no estar ella en tu mente?
Mathew reconoció la insinuación por lo que era, pero la ignoró de momento.
–Ella tiene la extraña habilidad de tener una respuesta, –una respuesta
preparada– para todo lo que digo. Sin una vacilación.
–Es muy inteligente.
–No sé si ella se ha hecho de esa manera por todo lo que estudia para sus
estudiantes. Incluso habla sobre la India como si hubiera estado allí.
Reggie se rió. –Tal vez haya estado.
–A menos que su padre la llevará, no lo creo.– Bajo la voz. –Me sigo
preguntando por qué está haciendo esto. Mientras más la conozco, más veo por
qué mi familia la quiere, lo único que tiene sentido es que estaba desesperada por
sobrevivir. Su familia murió, y no tenía nada.
–Otras mujeres que no tienen nada –ni el aspecto de ella– se casan con
bastante facilidad. O tal vez, sabía que no podía presentarse como una mujer
virgen en su noche de bodas.
Por un loco instante eso hizo que Matthew se erizara. Se estaba acercando
demasiado a Emily, conviviendo con ella, simpatizando con ella. Ella estaba
afectándolo, y parecía impotente para detenerla.
–No sé si ella es virgen– dijo al final.
Reggie únicamente enarcó una ceja.
–Ella dice que no es inocente. Pero, sin entrar en detalles…
–¡Oh, por favor!
Matthew sonrió –No creo que antes haya conocido el placer como mujer. Y sé
que todo lo que puedo decir es que ningún hombre se tomó su tiempo con ella.–
Hizo una pausa mirando hacia el exterior al húmedo parque, sintiéndose
incómodo, pero necesitando hablar. –Creo que me está atrapando, Reg. Pensé
que perseguirla y llevarla a la cama sería divertido. Después de todo ¿no lo está
pidiendo por estar aquí, por mentir? Pero…
–¿Pero?– Reggie finalmente lo instó.
–Pero eso es lo que quiere.
–¿Y eso es algo malo?– Preguntó con incredulidad.
–Yo estaría cayendo directo en su pequeña intriga. Y ¿qué pasa si se queda
embarazada? Eso podría cambiarlo todo.
Reggie suspiró. –No es una decisión fácil, lo admito. ¿No estás listo para
enfrentarte a ella?
–No. No hasta que escuche al investigador. Hay una parte de mí…– Se pasó
una mano por el pelo, sintiéndose como un tonto. –Qué Dios me ayude, hay una
parte de mí que casi quiere que fuera real.
–¿Su pasión? O ¿el matrimonio en sí?
Con un gemido, Matthew se puso en pie. –Olvida que dije algo. Estoy
confundido.
–Creo que estás pensando demasiado.
–Solía ser muy bueno en eso, pensar demasiado todo. Lo dejé atrás en la
India, y luego volví a casa para esto. – Sonrió sin realmente quererlo. –Así que
¿cuáles son tus planes para hoy? ¿Vendrás a nuestro picnic?
–¡Por supuesto! Más damas casaderas. Esta visita está siendo entretenida.
–¿Qué harás antes del picnic?
Reggie se encogió de hombros y miró hacia afuera. –No lo sé. Tal vez
cabalgue.
–¿Con este tiempo?
–Hemos visto peores.
Al salir juntos del invernadero, Matthew tuvo la clara sensación de que Reggie
estaba ocultando algo. Pero todo el mundo tenía secretos, por lo que aprobó que
su amigo guardara el suyo.
***
Emily condujo el cabriolé de dos ruedas, manteniendo la capota del carruaje
abierta como una defensa contra la fina lluvia. Estuvo inquieta todo el camino
hasta Comberton, y sabía que no podía culpar a la penumbra del campo
¿Estaba Stanwood, o uno de sus secuaces, observándola, incluso ahora?
En la taberna de la posada había más extraños de lo habitual, y se sentía
vigilada mientras se apresuraba por el vestíbulo para ir al comedor privado. Trató
de relajarse durante la mañana con las clases, pero su nerviosismo nunca la
abandonó. Cuando un solo hombre la había amenazado, le había parecido más
fácil de manejar, de planificar. Ahora ella no sabía de qué manera la confrontación
podría venir.
Sin embargo, ¿por qué Stanwood no había aparecido ya, para acabar de una
vez?
Mientras conducía fuera del pueblo, la sensación que sentía entre sus
hombros volvió, como si alguien la estuviera mirando fijamente. Instó al caballo al
galope.
Detrás de ella, de repente se oyó el sonido de un caballo a galope rápido,
como para alcanzarla. Calma, la sensible Emily fue sustituida por una mujer
vulnerable cuya mente corría con planes de retirada que no tenían ningún sentido.
Sacudió las riendas, urgiendo al caballo a ir más rápido.
–¡Emily!
Se quedó sin aliento ante el sonido de su nombre, y luego vio la cabeza de
Matthew balanceándose mientras miraba debajo de la capota del carruaje
inclinado desde su caballo de carreras. Se dejó caer hacia atrás en el banco con
alivio, tirando de las riendas.
–Debo de haberte perdido en el pueblo – dijo, frenando a su montura al lado
del cabriolé.
Ella le dio una brillante sonrisa. –Lo siento, también.
¿Por qué la había estado siguiendo? Sin embargo, él la estaba sonriendo con
tanta felicidad.
–El picnic– dijo de repente. –¿Los planes han cambiado?
Su sonrisa de volvió más amplia. –No, pero estaba preocupado que lo
pensaras por el repentino cambio del clima y retrasaras tu regreso. Pero dejó de
llover hace varias horas, por lo que el picnic se hará. Varios sirvientes están
montando unas carpas, por si acaso.
Sólo estaba siendo un buen hermano, se dijo a sí misma.
***
El viejo castillo parecía extenderse hacia el cielo, duplicándose en el estanque
cercano. Cuando era niño, Matthew había pasado horas explorando sus ruinas,
fingiendo que era un caballero con armadura, audaz y temerario en la batalla. De
adulto se había convertido en un soldado. ¿Habría hecho sus sueños de la infancia
realidad?
Cerca había dos coloridas carpas, con mesas y sillas colocadas al azar, y con los
restos del picnic todavía evidentes. Los mayores de la fiesta aún permanecían allí,
hablando con sus padres, y para sorpresa de Matthew, vio a Reggie entre ellos.
Media docena de caballetes se colocaron en el césped, y las jóvenes se
sentaron ante ellos, estudiando cómo capturar la vista. Susanna se movía entre
ellas, hablando, enseñando, mostrándose tan a gusto con sus habilidades. Varios
caballeros la rodeaban, y Matthew se alegró cuando vio que ella fácilmente
respondía a sus preguntas, sonriendo.
Peter Derby le dijo a Susanna –¿No has pintado o dibujado esta vista cien
veces?
Ella levantó su nariz con suficiencia. –Cada día es diferente, cada cielo es
diferente, e incluso mi talento es diferente cada año. Y nunca me canso de tanta
belleza e historia.
Matthew sabía que no tenía que preocuparse por ella. Extendió un pedazo de
tela como protección contra la tierra húmeda, a continuación, puso una manta
sobre ello. Lanzó varios mullidos cojines en la parte superior, listo para relajarse
sobre de ellos.
–¿No vas a pintar? Dijo Rebecca mientras se aproximaba.
–Por supuesto que no. Mis manos son demasiado torpes para ello.– Él sonrío,
pero su sonrisa se desvaneció mientras estudiaba a su hermana.
Para su sorpresa, ella se sentó en la manta, sus piernas dobladas debajo de
ella, recatadamente.
–Rebecca, ¿te sientes bien?
–Sólo estoy cansada– dijo, agitando una mano. –Nos quedamos despiertas
hasta tarde con mamá, discutiendo quién vendría, y cómo debíamos
comportarnos.
–Como si no lo supieran ya– dijo secamente.
Ella se rió, y luego puso varios cojines detrás de ella y se recostó. Se durmió
rápidamente. Su pálido rostro le recordaba las terribles enfermedades de su
infancia.
No se había dado cuenta de que Emily también estaba observando seria a
Rebecca. Se levantó, inclinó la cabeza hacia las ruinas, y le tendió la mano. Ella la
tomó sin vacilar, y caminaron alrededor de la laguna hacia el viejo castillo.
Se quedaron en silencio cuando entraron. Se preguntó si ella lo conocía tan
bien como él lo recordaba. –Recuerdo una habitación donde el techo se había
derrumbado…
–Por este lado– dijo ella, moviéndose delante de él por un pasillo húmedo,
antes de subir un tramo de escalones de piedra y salir bajo el cielo.
El sol brillaba sobre ella, imponentes paredes rotas alrededor de ellos. Pero
sólo una tenía media pared, y a través de ella se podía ver toda la extensión del
campo a su alrededor, los árboles otoñales brillando con los muchos colores de la
paleta de Susanna.
Miró a Emily, su cara estaba serena cuando miraba la vista. Mechones de su
cabello rubio pálido se habían soltado y ahora ondeaban suavemente sobre su
rostro. Dios, era realmente hermosa. Tiempo atrás la habría cortejado, se dio
cuenta con sobresalto. Si simplemente la hubiera conocido en Sociedad, habría
querido conocerla mejor.
–¿Cómo estaba Rebecca mientras yo no estuve?– Preguntó.
Emily entonces lo miró, sus ojos azules llenos de comprensión. Ella lo leía
demasiado bien.
–No dejes que el tomar una siesta te haga pensar lo peor de ella.– Dijo.
–Pero hay más de una docena de personas aquí. ¿Y se quedó dormida?
–Susanna me habló de la frágil salud de Rebecca en su infancia. Pero he
estado aquí un año, y ella sólo ha tenido un resfriado o dos, nada peor.
–Ella casi se muere – dijo él suavemente, mirando lejos de ella. –Más de una
vez mi familia temió lo peor.
–Pero ella es fuerte, fue capaz de recuperarse– dijo Emily con voz suave.
Tal vez toda su familia podría recuperarse, cuando al final supieran la verdad
sobre Emily. Pero ¿podrían perdonarla?
–Tu preocupación por tu hermana es conmovedora – Emily continuó. –No hay
muchos hombres que puedan mostrar tanta emoción.
–Una vez pensé que era fácil bloquear las emociones y mantenerlas a
distancia.– Se encontró diciendo con tristeza. –A veces creo que nunca dejaran
que me sienta realmente vivo otra vez.
–Pero estabas cumpliendo el deber de un soldado. Tenías que protegerte a ti
mismo.
La dejó pensar que estaba hablado de su servicio en el Ejército. Ella era una
oyente comprensiva, ahora frente a él, con los ojos azules espejos de
entendimiento y solemnidad. Para su sorpresa, ella se acercó y tomó su cara entre
sus manos. Su toque trajo a la vida el deseo latente de ella que nunca parecía
desaparecer.
–No pienses en lo que tenías que hacer– dijo en voz baja, su cara muy cerca
de él. –Las circunstancias pueden cambiar, pero no tiene que ser para siempre.
Ella era cálida y dulce, y se inclinó para besarla, disfrutando del doble calor de
sus manos en su rostro. La tomó entre sus brazos para poder sentir todo de ella, la
suavidad de sus senos y su vientre contra su cuerpo, la exuberancia de sus
caderas, mientras pasaba sus manos sobre ellas para mantenerla cerca. El beso se
hizo más y más urgente, más profundo, codicioso, y se dejó llevar por el crudo
deseo que sentía por ella.
–Sabes que pronto te haré el amor– dijo contra sus labios, respirando con
dificultad.
–Lo sé, pero ¿me amas Matthew?– Susurró entre los besos suaves que
presionaban sus labios.
Las palabras se congelaron en su garganta; él no podía mentir sobre eso, no
tan fácilmente como ella. Pero ella no había dicho que lo amaba.
En su continuado silencio, su mirada era triste, pero comprensiva, como si
realmente fuera su esposa. Se halló deseando poder tomar lo que le ofrecía.
Caminaron de regreso a sus hermanas tomados del brazo, y vio cómo Susanna
y Rebecca intercambiaban miradas de complicidad, felices por verlos juntos.
Entonces Susanna se llevó a Emily para discutir su plan para esbozar las ruinas
desde el interior, sus estudiantes y sus admiradores las seguían por detrás. Se
quedó con Rebecca.
Sonriendo, le sirvió un vaso de sidra, y bebió profundamente. –Sabes,– ella
comenzó, pensativa, mirando a los otros desaparecer en el interior del castillo –
dejaste marcas de tu barba en su barbilla.
Él tosió dentro de su vaso, apenas capaz de evitar que se derramara.
Rebecca rió alegremente, añadiendo un bonito sonrojo a sus mejillas. Se
alegró que sus tonterías pudieran hacerla lucir así.
–Sé los signos de los besos de un hombre– continuó, con ojos brillantes.
–Espero que no por experiencia.
–¡Por supuesto que no!– dijo rápidamente, luego rió. –¿Cómo es el cortejar a
una mujer con la que ya te has casado?
Se estiró, apoyándose en un codo, mientras miraba a su hermana con
diversión. –Es un desafío, pero muy placentero.
–Estoy feliz de que lo pienses así. Muchos hombres estarían furiosos y
frustrados por no poder recordar.
–De nuevo, ¿tú obtuviste esa experiencia con el sexo opuesto?
Ella levantó su barbilla con suficiencia. –Estoy bien instruida.– Luego se rió y le
miró pensativamente. –Sin embargo, el primer día, pensé que tú eras uno de esos
hombres.
–¿Mis sentimientos de irritación sobre la loca situación, te habrían
decepcionado?
Ella negó con la cabeza. –No, por supuesto que no. Si una parte importante de
mi memoria hubiera sólo… desapareciera, creo que yo lo hubiera asumido mucho
peor. Valoro cada precioso recuerdo, tal vez porque no tengo muchos, como le
ocurre a la gente con una vida común.
Él la estudió cuidadosamente, pensando en las semanas que en su infancia
había pasado débil y enferma en la cama, mientras la vida continuaba para los
demás. –Has crecido sabiamente, hermanita.
Ella río alegremente. –No soy tan sabia. Si lo fuera, sería capaz de encontrar
un marido.
–Tal vez no has conocido al hombre adecuado– dijo él, tratando de ser
amable.
–¿Es la forma en la que te sentiste cuando conociste a Emily?
No pudo evitarlo, se rió.
Rebecca juguetonamente lo empujó. –Te casaste con ella rápidamente.
–¿Y me difamaste también como una madre haría por no estar en la boda?
Ella negó con la cabeza y levantó sus manos. –Oh, no, pensé que era todo muy
romántico.
Romántico, de nuevo una mentira, pensó cerrando sus ojos para protegerse
del sol. Él ni siquiera necesitaría ser romántico para llevarse a Emily a la cama.
***
Apoyada contra una pared de piedra, Emily disfrutaba del calor del sol, viendo
a Susanna esbozar sus ideas para una pintura más elaborada desde el punto más
alto del castillo. Sus estudiantes se habían dispersado por las ruinas, pero el Sr.
Derby aún permanecía cerca. Al final, Susanna pareció notar su interés, y su
expresión de volvió amable, pero ilegible. Cerró su cuaderno y comenzó a dirigirse
de regreso hacia las carpas del picnic.
Emily la agarró del brazo. –Oh, no regreses aún– le dijo impulsivamente. –A
todos nos gusta verte trabajar.
Susanna suspiró, sus ojos mirando al Sr. Derby. –Emily, has pasado un año
viéndome trabajar, por lo que eso no puede ser toda la verdad.– Ella bajó su voz. –
Me siento… incómoda con el Sr. Derby a mi alrededor. Sé que él no fue quién dijo
esas cosas crueles sobre mí, pero…
–¿Nunca has estado en una situación en la que no sabes cómo hablar? O ¿no
sabes lo que hay qué decir? Quizás esos eran sus problemas. No estoy dando
excusas para su beneficio, sino para el tuyo, para que así puedas perdonar y
olvidar.
–Lo sé– dijo Susanna. –Y me recuerdo a mí misma sobre ello. Te prometo que
lo intentaré.
Emily la dejó ir, y Susanna con una breve sonrisa para ella e incluso un gesto
agradable hacia el Sr. Derby, regresó a través de las ruinas.
Cuando el Sr. Derby trató de seguir a Susanna, Emily lo llamó.
Sonriendo, con su pelo rubio brillando al sol, él asintió con la cabeza hacia ella.
–Sí, ¿Sra. Leland?
Ella miró a su alrededor, asegurándose que no podían ser escuchados. –¿Le
molestaría que le diera un pequeño consejo?
Su sonrisa se volvió rígida, y no dijo nada.
Probablemente había cometido un error al interferir, pero ahora ya estaba
hecho. –Dele tiempo a la señorita Leland, Sr. Derby. Ella es… la clase de joven que
necesita tomarse las cosas con calma.
–No son necesarias estas palabras, Sra. Leland. Sé que no quiere verme unido
a esta familia.
Ella lo miró boquiabierta. –Yo nunca…
–Lo dejó bastante claro antes de que el Capitán Leland regresara.
–Mi negativa a comprometerme con otro hombre no tuvo nada que ver con
usted, Sr. Derby.
–Pero yo era el hombre con quién usted no quiso comprometerse– dijo él con
sarcasmo.
–Usted no era el único hombre, no puede cerrar los ojos ante eso. Había
varios hombres que expresaban un sutil interés, pero había algo dentro de mí que
sabía...– Hizo una pausa, la mano en su corazón, y luego continuó en voz baja. –
Sólo sé que no estaba preparada.
Pero él pareció no creerla, porque continuó con frialdad. –Sé que no tengo la
suerte de la riqueza que la nieta de un duque podría desear, pero sus orígenes no
son mejores que los míos. Sin embargo, ¿usted piensa de sí misma que es una
esposa adecuada para el Capitán Leland?
¿Cómo contestar a eso? –Lo creo– respondió con voz tranquila. –Y usted
podría ser justo lo que la señorita Leland quiere y necesita. Pero si la presiona en
estos momentos, todo será en vano.
Él abrió la boca para hablar, pero luego pareció pensárselo mejor, porque se
dio la vuelta y se marchó. Emily cerró sus ojos por un momento. Una parte de ella
quería leer más allá de todo lo que el Sr. Derby le había dicho, pero ¿cuál era el
punto? Si él estaba ayudando a Stanwood, ella difícilmente podría enfrentarlo al
respecto.
Se enfrentó a la posibilidad muy real de que el mundo seguro que se había
construido podría derrumbarse a su alrededor. Aunque el regreso de Matthew lo
había complicado todo, en ella crecía cada vez más la certeza de que podían ser
felices juntos. Prácticamente se había derretido cuando él confesó su
preocupación por la salud de Rebecca, sus profundos temores sobre cómo el
Ejército lo había cambiado. Y entonces ella tontamente le había preguntado si la
amaba. ¿En qué estaba pensando? Esa era la manera perfecta para hacer que un
hombre se alejara, justo cuando estaba tan cerca de tener todo lo que deseaba.
Él estaba contando más y más de sí mismo, y ella estaba sucumbiendo por el
hombre honorable que era. Eso no era parte del plan.
Pero podía adaptarse. Y no dejaría que el Sr. Derby, o Stanwood, se
interpusieran en su camino.
Capítulo 15
A última hora de la tarde, cuando Emily se acercaba a su habitación a
cambiarse para la cena, al doblar la esquina, se tambaleó hasta detenerse cuando
vio al Teniente Lawton en la puerta de su dormitorio. Inconscientemente,
retrocedió dando vuelta a la esquina y miró hacia él.
Él estaba allí de pie, mirando hacia abajo, como si estuviera dudando. ¿Abrir la
puerta, tal vez?
O ¿tenía algo que quería darle a ella?
Eso la enfureció tanto que dio la vuelta a la esquina. La cabeza del Teniente
giró y le sonrió con facilidad, pero no le creyó. Ella también era bastante buena en
comportarse como si no pasara nada.
–Teniente, ¿me está usted buscando?– Preguntó directamente. –Si no me
equivoco, venimos del mismo picnic.
–No, Sra. Leland, en realidad estaba buscando a Matthew.
–Entonces, ¿por qué no golpeó en la puerta?– Preguntó. –Le he visto solo…
parado aquí sin hacer nada.
Él sonrió y movió los pies como un niño. –Usted pensará de mí como un tonto,
pero no podía recordar qué habitación estaba usando.
Una muy buena excusa, pensó. –Ésta es mi habitación– le informó.
–Discúlpeme.
–Por supuesto– respondió, forzando una sonrisa. –Simplemente me ha
sorprendido verle aquí. Casi no se le encuentra en Madingley Court, e incluso en el
picnic estuvo hablando con otros menos con Matthew.
–No quiero entrometerme en su tiempo con él – dijo suavemente.
Él la estaba mirando deliberadamente, con los ojos abiertos llenos de
diversión, y eso la molestaba.
–¿A dónde va cuando nos deja?– Le preguntó.
–A cabalgar, Madame. Es tan refrescante estar en el frío campo inglés
después del calor de la India.
–Entonces usted ha estado cabalgando muchos días.
–Y escribiendo cartas– Le recordó. Sus modales de repente se volvieron
menos arrogantes y más serios. –Sra. Leland, ¿podría ofrecerle un consejo?
¿No acababa de decir ella esas mismas palabras al Sr. Derby?, pensó con
exasperación. –Por supuesto, Teniente.
–Parece… incómoda. Si hay algo mal, le sugiero que lo discuta con Matthew.
Él tiene un carácter comprensivo.
Ella arqueó una ceja y fríamente dijo –Y ¿yo no sabría eso de mi propio
marido?
Él extendió sus manos y se inclinó. –Perdóneme. No osaré molestarla de
nuevo.
Luego pasó a su lado y se marchó.
***
Cuando Matthew regresó del picnic vio que un grueso sobre lo estaba
esperando en la bandeja de plata del correo, lo llevó a la biblioteca y comenzó a
cerrar la puerta para aislarse en su interior. Alguien la empujó desde fuera en el
pasillo.
–¿Matthew?– dijo Reggie, apareciendo por la abertura.
Riendo, Matthew abrió la puerta de par en par.
–Cuando no pude encontrarte en el piso de arriba– dijo Reggie –Hamilton me
dijo que podría encontrarte aquí.
–Y pensé que me había escondido. ¿Cómo podría uno hacerlo en un palacio
con cientos de sirvientes, si se cuenta con Hamilton para saber todo lo que está
pasando? Adelante.
Matthew se sentó en una silla de cuero cerca de la ventana, y Reggie hizo lo
mismo cerca de él.
–Y ¿por qué estás escondiéndote aquí?– Preguntó Reggie.
Matthew levantó el sobre. –El informe del investigador. No podemos tener
oídos indiscretos que puedan escucharnos.
–Ah– Reggie lo miró con interés. –¿Te gustaría leerlo a solas?
–Tú y yo no tenemos ningún secreto– dijo Matthew, sonriendo mientras se
encogía de hombros. Quitó el sello del sobre.
–¿Vas a estar contento de saber la verdad?– Preguntó Reggie, recostándose
en su silla mientras juntaba las manos detrás de su cabeza. –O ¿te está resultando
muy divertido el tratar de descubrirlo por tu cuenta?
Matthew continuó sonriendo –Esto último, creo. Pero éste es un paso
necesario. El próximo será el mío.
El investigador había llenado varias hojas de papel con detalles acerca de la
infancia de Emily Grey en un pueblo a las afueras de Southampton, de cómo había
sido de pequeña una niña amada por su familia, y de cómo ésta había muerto
trágicamente. Nada de lo que leía era diferente de la historia que ella le había
contado hasta ese momento. Al terminar cada página, se la daba a Reggie para
que la leyera.
Emily le había dicho que tenía primos con quienes ir, pero el investigador
informaba que el primo que heredó las tierras de Squire Grey no había querido a
Emily, e incluso afirmó que no tenía un lugar para ella.
–Qué hombre tan frío– dijo Reggie pensativo.
–Es difícil para una mujer casarse bien en esa situación.– Dijo Matthew
deliberadamente.
–Y su exigua herencia apenas sería suficiente para mantenerla con comida y
ropa, y mucho menos bajo la seguridad de un techo. Inútil como dote.
–Me pregunto ¿qué propósito tenía al mentirme diciendo que su primo la
quería?– Se preguntó Matthew en voz alta.
–Tal vez no quería parecer muy desesperada.
–Bueno, tenía al Sr. Tillman, el vicario que envió la carta a mis padres para
informarles de nuestro matrimonio antes de la llegada de Emily.
Reggie miró a Matthew con duda. –Pensé que creías que Tillman era un
personaje oscuro.
Matthew asintió. –Estaba preparado para escuchar que era un hombre bien
versado en persuadir a sus feligreses para donar su dinero, un hombre que había
inclinado las órdenes de Dios a su antojo. Pero el investigador dice que Tillman era
de edad avanzada, y que vivía de una pequeña renta para su retiro en un cuarto
alquilado en el momento de la tragedia de la familia Grey.
–Difícilmente podría haber acogido allí a Emily.
Matthew mostró el papel que Reggie aún no había leído. –Ella alquiló una
habitación a una solterona amargada, que disfrutó contándole al investigador que
Emily a veces tenía problemas para pagar el alquiler, y que lo que ganaba con su
costura rara vez le llegaba incluso para una vida pobre.
Bajó las páginas a su regazo por un momento, incapaz de borrar la imagen de
Emily cosiendo a la luz de las velas, tratando de mantenerse en un mundo que
mostraba poca compasión por las mujeres sin dinero. No le gustaron las
emociones que sintió en su interior, desde la ira a la lástima. Emily no necesitaba
eso de él.
–Entonces ¿qué hacía para sobrevivir?– Preguntó Reggie.
–La casera sospecha que Emily había encontrado otra forma de ganar un poco
de dinero, pero no sabía lo que era.– Matthew puso los ojos en blanco. –Como
Emily no tenía visitantes, la casera insiste que no quiso entrometerse.
–Qué caritativo por parte de ella.– Como Matthew permaneció en silencio,
Reggie dijo con cautela –Si Emily no era capaz de mantenerse al día con el alquiler,
¿qué se vio forzada a hacer antes de que la noticia de tu muerte le diera una
salida?
–Todo lo que el investigador ha podido averiguar es que la noche en que
Tillman murió, Emily simplemente desapareció con sus pocas pertenencias. A
nadie le importó el por qué, o trató de descubrir qué había sucedido con ella. Su
único amigo había muerto, y ella no tenía a nadie más.
–Suena como una situación desesperada.
–Entonces, ¿por qué no decir la verdad una vez que llegó aquí?– dijo
Matthew, con sus codos sobre las rodillas mientras hablaba con seriedad a su
amigo. –Mi familia la habría ayudado en todo lo que hubiera podido. En cambio,
sólo dijo que era mi esposa.
–Tillman lo afirmó primero.
–Sí, pero eso no hace ninguna diferencia a cómo ella organizó su engaño. Fue
un movimiento audaz. Algo más debió ocurrir para obligarla a hacerlo. Había
hecho todo lo posible para mantenerse a sí misma, y es lo suficientemente
orgullosa para haber continuado haciéndolo si hubiera sido posible.
–¿Cómo puedes saber eso sin conocerla lo suficiente? Esta vida es
ciertamente más fácil.
–Sólo en algunos aspectos.– Le recordó Matthew. –Y ahora que estoy en casa,
es aún más difícil para ella.
–Pero ahora está atrapada en la farsa, ¿no es así?– Reggie pareció dudar, pero
finalmente dijo a continuación: –Ella parece… nerviosa conmigo.
Matthew inclinó la cabeza, intrigado. –¿En serio? ¿Cómo?
–Hace apenas un rato, cuando estaba buscándote en el ala de la familia. Debió
pensar que estaba tratando de robar por la sospechosa forma en que me
enfrentó. No pasó nada más que eso, y después volvió otra vez a ser cordial.
–Supongo que no podemos culparla por ser precavida.– Dijo Matthew, pero
su mente ya había vuelto una vez más a la cuestión de cómo Emily habría estado
ganado dinero extra en Southampton. El investigador no había sido capaz de
confirmar que tuviera otro empleo. ¿Qué había hecho que la obligó a huir?
***
Después de una cena con la conversación sobre la inminente llegada del resto
de la familia, Matthew se sorprendió cuando Emily lo llevó a un lado en el pasillo
fuera del comedor y le dijo en voz baja.
–Matthew, el baile en Madingley es en dos días, ¿te gustaría practicar los
bailes? Dijiste que no recordabas los pasos. – Ella lo miró con sus ojos dulces llenos
de preocupación.
Él sonrió. –Excelente idea. ¿Susanna?
Su hermana miró por encima del hombro a los dos.
Emily deslizó su brazo en el suyo y lo atrajo hacia ella, susurrando. –¿Qué
estás haciendo?
–Ella puede tocar para nosotros.
–No es necesario. Deja que hable sobre su triunfo en el picnic de hoy con Lady
Rosa. Te acuerdas de cómo suena la música. O podemos tararear.
Entonces, habría otro intento de seducción, pensó Matthew anticipándose, a
pesar de que sabía que tendría que resistirse.
–No vamos a unirnos a ti en el salón– le dijo Emily a su hermana. –Tenemos
algo de qué hablar.
Susanna arqueó una ceja diabólicamente, pero Emily la ignoró.
Matthew no iba a correr el riesgo de ser interrumpido. –Vamos a practicar
bailes– le dijo a Susanna. –A solas.– Agregó de manera significativa.
Su hermana se cubrió la boca, pero sus ojos brillaban con alegría.
–¿Les desearías buenas noches a tus padres por nosotros?– dijo Emily, y luego
se llevó a Matthew por otro corredor.
Uno al lado del otro subieron las escaleras hasta el salón de baile en el
siguiente piso. En ese momento de la noche la habitación estaba a oscuras, de un
negro cavernoso, pero Emily trajo una lámpara del pasillo y la puso sobre una
pequeña mesa. Sólo iluminaba con un poco de luz sobre ella, dejando todo lo
demás en la oscuridad.
Matthew disfrutaba mirándola. Llevaba un vestido azul pálido que apenas si
escondía la parte superior de sus senos, pero que mostraba su delgada cintura y la
curva de sus caderas. Se veía etérea en la casi oscuridad, un resplandor de belleza
que lo atraía a volar cerca y arriesgarse a quemarse.
Pronto tendría las manos en esas deliciosas curvas, y ella estaría tocándolo.
Ella puso sus puños en sus caderas y habló enérgicamente. –Comenzaremos
con la cuadrilla, que abrirá el Baile.
–¡Ah sí! Me enseñaron de joven a tener de reserva en la punta de la lengua
una pequeña charla, siempre preparado para divertir a mi pareja.
Un leve ceño se formó en su frente. –Pensé que habías dicho que no lo
recordabas.
Él siguió sonriendo mientras negaba con la cabeza. –No recuerdo los pasos, es
cierto. Pero, ¿cómo puede uno olvidar las interminables advertencias de los
maestros de baile?
A pesar de que probablemente no había sido enseñada por maestros de baile,
ella asintió y trato de sonreír de nuevo. Claramente, estaba turbada por sus
palabras mal dichas. Empezó a instruirlo acerca de las cuatro parejas que
participaban en el baile y los pasos necesarios, desde el chasse al glissade. Se puso
a su lado y le demostró cada uno, y se divirtió en secreto al probarla con su burla
en su incapacidad para seguirla. Cuando finalmente se inclinó para sacar el muslo
hacia adelante, ella se quedó inmóvil, le miró, y los dos se echaron a reír.
La alegría iluminó su rostro con un brillo angelical, incluso cuando ella se
tambaleó hacia atrás, tirando de su mano tras ella. Su risa era abundante, no
remilgada y él disfrutaba del sonido. Lo hacía pensar en placeres terrenales y
besos delicados. Pensó que era buena cosa que ella no estuviera pegada aún a sus
muslos, porque si no, iba a ver el apretado ajuste de sus pantalones.
–Creo que ahora lo recuerdo– dijo al fin. –Vamos a empezar el baile de nuevo.
Después de varios intentos fallidos, y sin otras parejas para bailar con ellos,
fueron capaces de completar una cuadrilla sin errores.
Le gustaba tanto tocarle la mano y la cintura, que traicionó su deseo al decir:
–Ahora el vals.
Ella, claramente, trató de poner su voz profesional de maestra, pero era difícil
ser serio cuando estaba manipulando sus manos para ponerlas en su cuerpo.
Intentó atraerla más cerca, disfrutando de roce de sus femeninas faldas, y
luego, de la presión de sus muslos. Cuando ella le empujó hacia atrás,
demostrando de nuevo la forma apropiada, murmuró: –Pero seguramente es
diferente entre marido y mujer.
Se las arregló para decir sin aliento –Cuando una pareja casada está bailando
en público, deben comportarse correctamente como todos los demás.
Cuando comenzó a mostrarle los giros que había que dar, deliberadamente
tropezó mientras la seguía, tirando de ella con fuerza contra de él, para que no
cayera. Ella lo miró con valentía, él respondió con una sonrisa inocente, y lo
intentaron de nuevo. Hizo un gesto de sorpresa, como si hubiera recuperado la
memoria, a continuación de confianza, y pronto estaban bailando de verdad. Los
giros del baile los llevaron lejos del débil resplandor de la lámpara, hacia la
oscuridad, pero eso no los detuvo. Estaban demasiado atrapados en lo bien que se
movían juntos, como anticipaban cada uno el paso del otro, como si hubieran
estado practicando toda la vida.
Su cara se sonrojó, su sonrisa se desvaneció, y pronto ella le estaba mirando a
él y él la miraba a ella. Él se consumía con la promesa de la noche en su propio
dormitorio, y con la lucha que libraba su mente sobre tomarla en la cama.
El círculo del baile los llevó de nuevo a la luz de la lámpara, y al sonido de
aplausos. Matthew y Emily se separaron, sólo para ver a sus padres de pie en la
puerta, todavía aplaudiendo, sus expresiones llenas de alegría. ¿Acaso Lady Rosa
se estaba limpiando una lágrima?
Sonrió superficialmente, irritado por la interrupción. –Así que nos han
encontrado.
Lady Rosa se apresuró hacia ellos. –Y era necesario. Esta noche tenemos que
hablar sobre los invitados al baile, para que estés preparado con el conocimiento
necesario.
Emily tocó el brazo de su madre. –Eso es muy amable de su parte, Lady Rosa,
Matthew lo hará mejor si se siente a gusto. Eso es lo que estamos haciendo aquí
esta noche.
Matthew vio al Profesor Leland dar un breve resoplido mirando hacia otro
lado.
–Rosa,– dijo el Profesor –tal vez los jóvenes desean estar solos.
–Pero la familia llega mañana, Randolph. No habrá tiempo para hablar de
esto. Y Matthew, ciertamente, no deseará que sea delante de sus primos.– Se
volvió hacia Matthew –¿Piensas contarles lo de tu pérdida de memoria, querido?
Miró a Emily, que le observaba con interés.
–No lo he decidido.– Respondió con sinceridad.
Sabía que su madre lo amaba, y era evidente que quería que su reencuentro
con el resto de la familia fuera lo más normal posible. Para asegurarse de ello, los
llevó de nuevo a la sala y se extendió en detalles durante varias horas, explicando
cada familia del condado y su parentesco.
Matthew intentó protestar diciendo que cada vez más estaban regresando sus
recuerdos, pero ella no le creyó.
Y durante todo ese tiempo, Emily se quedó dormida a su lado, con la cabeza
apoyada en un ángulo incómodo sobre su hombro. Cuando la conversación llegó a
un momento de calma, todos parecieron fijarse en ella al mismo tiempo.
Lady Rosa suspiró y susurró –Creo que tal vez tengamos que cargarla.
Matthew y el Profesor intercambiaron una mirada.
–Es hora de que nos retiremos– dijo Matthew en voz baja, poniéndose en pie.
Su madre se retorcía las manos. –¿Te he dicho sobre la cena familiar de
mañana?
–Lo has hecho– dijo, con solemnidad –Y aprecio todos los problemas que vas
a tener.
Ella lo miró sorprendida –¿Problemas? ¿Crees que el regreso a casa de mi hijo
de entre los muertos podría causarme problemas?
Él sonrió y se inclinó para darle un beso en la mejilla. –Por supuesto que no,
sólo quiero que sepas que lo apreció, y que te he echado de menos.
Apaciguada, juguetonamente le apartó. Cogió a Emily en sus brazos, medio
esperando que se despertara, pero únicamente se acurrucó más contra él, con la
cabeza descansando en su hombro. Cuando se dio la vuelta, cargando a Emily, sus
padres lo miraron con iguales expresiones de esperanza, que lo inquietaron.
Deseándoles las buenas noches, se alejó.
***
Emily era ligera y manejable en sus brazos. Atravesó pasillos y escaleras,
entrando y saliendo de los círculos tenues de luz de las lámparas que había
puestas a intervalos. Se cruzó con más de un sirviente en silencio, algunos
luciendo la misma expresión esperanzada que sus padres.
Afortunadamente, la puerta de su habitación estaba entreabierta, y él la
empujó con el hombro. Las mantas y el cubrecama ya habían sido retirados, y fue
capaz de bajarla con suavidad a las frías sabanas. Ella siguió sin despertar
Cerró la puerta, y empezó a aflojar el lazo de su pañuelo mientras regresaba a
la cama para mirarla fijamente. Después de lanzar el pañuelo a la silla cercana, se
quitó la chaqueta y el chaleco.
Con un profundo suspiro, Emily se puso de lado, lejos de él, con la mejilla
apoyada en la almohada sobre sus manos cruzadas. Matthew esperó, pero su
respiración siguió siendo lenta y uniforme.
Aprovechó la oportunidad que se le presentó y empezó a desabrochar la parte
de atrás de su vestido.
Capítulo 16
Cuando Matthew desabrochó el vestido de Emily, estaba seguro de que
despertaría en cualquier momento. Ella nunca renunciaría a la oportunidad de
tenerlo en su cama para sellar ese matrimonio como tan desesperadamente
necesitaba. Se encontró respirando de forma agitada, con ganas de cumplir con
todas las promesas de placer que habían ido creando en los últimos días, aunque
otra parte de él sabía que podría ser un error.
Cada gancho del que tiraba le creaba una profunda ansía dentro de él. Cuando
encontró su corsé al separar su vestido, desató los cordones, dejando que sus
dedos rozaran su espalda sobre su camisa. Al aflojar el corsé pensó que ella podría
respirar mejor. Sin embargo su respiración seguía igual, con la misma cadencia.
La puso de espaldas, y su cabeza cayó hacia un lado, de espaldas a él. Le quitó
los zapatos, luego sacó su vestido por delante de sus hombros, tirando de sus
brazos fuera de las mangas. Al caer hacia atrás como los miembros de un muñeco
de trapo, supo que no despertaría. Estaba perdiendo la oportunidad de esta
perfecta seducción, pensó, sonriendo, y sabiendo que ella lo lamentaría por la
mañana.
Suavemente, deslizó el vestido por debajo de sus caderas, rozando de pasada
sus piernas. Su sonrisa se desvaneció mientras su boca se secaba. Estaba haciendo
esto aún más difícil para sí mismo, pero no podía parar. Fue capaz de quitarle de
encima también el corsé, aunque dio algún tirón.
Su cara se arrugó y ella hizo un sonido. Matthew se quedó inmóvil, su
esperanza – y otras cosas – crecieron. Pero ella sólo suspiró y pareció caer en un
sueño más profundo.
Fue su turno de suspirar. Estaba tendida ante él con sólo la camisa, de corte
bajo en el corpiño para permitir un vestido de noche más revelador. Por un
malvado momento se debatió con quitársela también. Pero sería mucho más
agradable si podía ver su expresión mientras lo hacía.
¿Se había dado por vencido y decidido llevarlo a cabo después de todo?
Deslizó sus manos por sus piernas para quitarle las ligas y rodar sus medias
hacia abajo. En cada roce de su piel sus dedos parecían arder.
Quería que abriera los ojos y llegará a él, para empujarlo hacia ella. ¿Por qué
le importaba si le daba lo que ella quería… cuando él quería? Era él quien tenía el
control después de todo, el único que con una palabra podría terminar con toda
esta farsa.
Pero aún así ella no despertó, su rostro tan inocente cuando dormía.
Inclinándose sobre ella, apartó su cabello de los ojos, extendió las mantas sobre
ella, y se fue.
***
La tarde siguiente, con Emily a su lado, Matthew se situó en el pórtico
principal de Madingley Court y vio llegar la comitiva de carruajes y carros de
equipaje que avanzaba lentamente por el largo viaje. Todos sus parientes estaban
llegando al fin. Habían pasado dos años desde que había visto por última vez a los
dos hombres que eran más que primos para él, eran como hermanos, con edades
que se diferenciaban pocos años entre ellos. Habían sido criados juntos, y juntos
fueron a la escuela, hasta su separación antes de Cambridge. Daniel y Matthew
fueron a la Universidad, pero el padre de Christopher había muerto, haciéndole
duque a los dieciocho años, y cargándole con demasiadas responsabilidades y
deberes para poder ir a Cambridge.
Aún pasarían varios minutos antes de que los carruajes se detuvieran.
Matthew sintió curiosidad cuando Emily pronunció su nombre con voz vacilante.
–¿Sí?
–Me he estado debatiendo todo el día si debía hablar contigo.– Dijo
suavemente –Y finalmente decidí que tengo que contarte algo.
Él arqueo una ceja –¿Sobre qué?
–El Teniente Lawton. Ayer, le encontré fuera de nuestra habitación.
–Sí, él lo mencionó cuando finalmente me encontró.
Ella sonrió con pesar –Oh, no importa.
–No, adelante– dijo él, mirando hacia los carruajes que paraban. –Obviamente
sientes que es importante.
–Es simplemente que… casi me sentí como si él estuviera… siguiéndome.
Matthew mantuvo la sonrisa en su lugar. Las preocupaciones que Reggie tenía
sobre que ella sospechaba de él eran correctas. Qué interesante era que lo
mencionara. –¿Siguiéndote? ¿Por qué iba a hacer eso?
–Sé que suena absurdo, pero sentí que tenía que mencionártelo,
especialmente después de que mi doncella María me dijo que Reggie fue visto por
los sirvientes cuando regresaba a escondidas a la casa antes de que amaneciera
esta mañana.
Con los brazos cruzados sobre el pecho, Matthew se apoyó en una columna y
le sonrió. –Es un hombre que ha estado mucho tiempo lejos de Inglaterra.
Seguramente tú puedes entender que él quiera buscar diversiones en las que un
viejo hombre casado como yo, ya no puede participar.
Sus mejillas se ruborizaron. –Por supuesto que tienes razón, no había pensado
en ello.
–Mi inocente esposa– dijo en voz baja, ahuecando su mejilla con la palma de
su mano. –¿Por qué sientes que habría que sospechar de él?
Ella apartó la mirada, rompiendo el contacto mientras extendía ampliamente
sus manos. –No lo sé.
Y entonces no hubo más tiempo para hablar. El primer carruaje con dos
lacayos con peluca encaramados en la parte trasera y con el escudo ducal como
anuncio en la puerta, se detuvo ante la entrada principal. Daniel Throckmorten
salió primero, y luego Christopher Cabot, el propio duque. Ambos habían
heredado la mirada Cabot, eran morenos, y de altura impresionante. Pero
Christopher, siendo medio español, tenía un tono atezado de piel que lo marcaba
como decididamente diferente.
Matthew, con una sonrisa, comenzó a bajar la escalera de piedra, pero ambos
se habían dado la vuelta para ayudar a dos damas, evidentemente, sus esposas.
Justo esa mañana, Emily le había suministrado toda la información que necesitaba.
Christopher, su, una vez, muy correcto primo, había hecho lo escandaloso y se
había casado con una periodista, una mujer de cabello castaño y figura
exuberante. Por supuesto, Daniel, el mayor libertino de los tres, para no ser
menos, tampoco fue capaz de evitar el escándalo. Había ganado la mano de su
menuda mujer, Grace, en una partida de cartas con su madre.
Emily descendió las escaleras al lado de Matthew. Él vio su feliz saludo, y los
saludos en respuesta de las esposas de sus primos. Aunque las dos mujeres se
abrazaron a Emily, le miraron con curiosidad y asombro. Incluso las expresiones de
Daniel y Christopher eran solemnes.
–¿He cambiado tanto?– Preguntó Matthew, sonriendo.
Extendió una mano al duque y, para su sorpresa, Christopher lo abrazó con
fuerza, luego le pasó a Daniel, que hizo lo mismo.
Matthew dio un paso atrás y sonrió, sintiendo un nudo en la garganta que le
impedía hablar.
–Es bueno verte.– Dijo suavemente Christopher.
Daniel agregó –Siempre tienes que hacer toda una entrada, ¿no?
Antes de que Matthew pudiera responder salvo con una sonrisa, un lacayo
abrió la puerta del siguiente carruaje. Su tía Isabella, la duquesa viuda de
Madingley, descendió primero, aún con porte regio, y con sólo un toque de plata
en su negro cabello. Detrás de ella bajó su segunda tía, Lady Flora, la madre de
Daniel, vestida de azul oscuro en lugar de negro. Matthew, desde que era un niño,
siempre la recordaba usando el color del luto desde la muerte de su esposo. Se
alegró de que su estado de ánimo hubiera mejorado últimamente. Ambas mujeres
eran viudas. No por primera vez, se dio cuenta de lo afortunado que era porque su
padre todavía estaba vivo y aún fuera capaz de encontrar una segunda
oportunidad para un matrimonio feliz.
–¡Matthew!
El grito provenía de su prima más joven, Elizabeth, la hermana de Christopher,
que saltó del carruaje sin esperar a obtener ayuda. Todavía estaba en la escuela
cuando él se fue, pero se había convertido en una joven encantadora. Se lanzó
hacia él y él le dio una vuelta.
–¡Ayuda, me está ahogando!– gritó, jadeando.
Golpeó sus hombros, riendo, mientras él la bajaba. –Se me permite esta
felicidad, después de todo el luto que nos hiciste pasar.
Él se puso serio y vio a sus tías secándose los ojos, y que incluso la animada
Elizabeth pestañeaba con fuerza para contener las lágrimas. Aunque había habido
años de enfados con tantas familias viviendo en la misma casa, no fue hasta que
estuvo fuera de Inglaterra que se dio cuenta de lo raro que era que en su familia
todos se amaran.
Sabía que los había hecho pasar por un infierno. –Yo… yo sólo puedo decir lo
mucho que lamento no haber sabido antes la terrible noticia que les comunicaron.
Christopher puso los ojos en blanco. –Podríamos pasar por todo de nuevo,
siempre y cuando nos garantizaras el mismo resultado. Estás en casa, de regreso a
tu familia… y a tu esposa.
Todos rieron y aplaudieron. Emily se sonrojó, pero no se encontró con los ojos
de Matthew. Él pensó que Daniel los miraba a los dos con demasiada curiosidad,
pero ya habría tiempo para responder a eso más adelante. Más carruajes llenos de
sirvientes y carros con baúles y maletas apilados estaban esperando delante de
ellos para poder continuar avanzando, dirigiéndose tanto a la puerta de servicio
como a la entrada de equipajes.
Matthew hizo un gesto hacia las escaleras del pórtico, donde el mayordomo y
muchos sirvientes de la planta baja ya estaban alineados para saludar al duque. –
Vayamos dentro, ¿de acuerdo? Todos necesitan descansar y prepararse para la
cena.– Miró a Christopher. –Si es que a su Gracia no le molesta que hable por él.
Daniel se echó a reír. –Su Gracia está demasiado acostumbrada a que otros
hablen por él.– Golpeó ligeramente en el brazo a Abigail, la duquesa. Ella le dio un
codazo de vuelta.
***
Después de la cena, y cuando las damas dejaron solos a los caballeros, Emily
se detuvo en la puerta y observó a Matthew por un momento. Su rostro estaba
lleno de animación cuando hablaba con sus primos. Sabía que ellos prácticamente
se habían criado como hermanos, y era evidente que todos se habían echado de
menos durante los dos años que él estuvo en la India.
En ese momento se distrajo con sus preocupaciones por el Teniente Lawton.
Ella había plantado una semilla, y esperaba que fuera suficiente para que Matthew
viera a su amigo bajo una luz diferente, pero estaba segura de que había tomado
la decisión correcta. Tal vez, sintiera curiosidad por saber lo que el Teniente había
estado haciendo todo el día – y la noche – y enfrentara a su amigo. Si el Teniente
Lawton sabía la verdad sobre ella, ¿iba a revelarla? Él no lo había hecho hasta
ahora, y para ser justos, ella ni siquiera sabía si él era su enemigo o no. Pero algo
tenía que cambiar en esta casa, algo que le permitiera descubrir al cómplice de
Stanwood, incluso si eso la ponía en un riesgo mayor.
El Sr. Derby era cortés, pero distante, en lo que a ella se refería. Todavía
estaba ofendido por la sugerencia que le había hecho acerca de Susanna, y no
había olvidado su insinuación de que ella no era adecuada para Matthew.
Sintiéndose frustrada e impaciente, se volvió para dejar solos a los hombre en
el comedor y encontró a Grace Throckmorten y a Abigail Madingley mirándola
pensativas. Estaban solas en la sala, como si estuvieran esperándola.
Emily sonrió. Las mujeres la tomaron cada una de un brazo y la llevaron hasta
un cómodo sillón. No eran sus más cercanas amigas – no podía permitirse el lujo
de tener amigos – pero había estado con frecuencia con ellas cuando había pasado
la última temporada en Londres. A ella le gustaban, y sabía que eran mujeres muy
inteligentes. Abigail podía ser una entrenada periodista, y en ese momento, ambas
la estaban mirando pensativamente y con mucho interés.
–¡Emily, estamos tan aturdidos por la noticia!– dijo Grace. –Nunca he visto a
mi marido tan emocionado.
Abigail miró a Grace con sorpresa, luego se volvió a Emily –¡Y con Chris fue lo
mismo. Estamos felices por nuestros esposos, por supuesto, pero ninguna de
nosotras podíamos dejar de pensar en ti!
Emily sonrió –Gracias. Todos hemos sido realmente bendecidos.
–¿Todos?– dijo Abigail deliberadamente. –Por supuesto, las hermanas y los
padres de Matthew están encantados, pero… ¿y tú?
–Yo siento lo mismo – dijo simplemente, serenamente.
–Sin embargo, después de no ver a tu marido durante un año – dijo Grace en
voz baja –¿Fue casi como comenzar de nuevo?
–Ha sido un reto más… de lo que esperaba. Luchar por Inglaterra le ha
cambiado en algunos aspectos.
–Sólo hemos escuchado historias acerca de él, por supuesto, – dijo Abigail –
pero parece un hombre muy agradable. Mucho más abierto y despreocupado de
lo que yo había asumido por las historias que escuché. Por supuesto, el hecho de
que nuestros maridos lo quieran como a un hermano, dice mucho de él.
–Él es más que un hombre agradable. – Dijo Emily con una ferviente voz baja,
–Es un buen hombre, que ha visto demasiada tristeza. Ha sido difícil para él, pero
lo estamos haciendo bien.
Abigail intercambió una mirada con Grace, como si fuera a decir algo más,
pero al final se limitó a decir: –Entonces, estamos felices por ti. Si no te importa un
pequeño consejo, sé paciente con él. Nuestros esposos vienen de linaje obstinado.
Emily asintió. –Eso, ya lo sé.
***
Cuando todo el mundo se reunió en el salón después de la cena, Matthew
disfrutó del animado murmullo de las conversaciones y de las risas. Se quedó un
momento en la puerta, mirando a su familia, sintiéndose lleno de felicidad y
satisfacción. Daniel, Christopher y sus esposas estaban hablando con Emily. Más
temprano en el día, había decidido contarles todo a sus primos, pero ahora,
viendo lo amables que sus esposas eran con Emily, cambio de opinión. Ella había
sido una parte de su familia durante su ausencia. ¿Cómo iba a decirles a sus
primos la verdad, cuando podrían confiárselo a sus esposas?
Mientras que las damas decidieron comenzar un animado juego de charadas,
Christopher, Daniel y Matthew compartieron una mirada de complicidad y con
mucho tacto se retiraron al otro extremo del salón para jugar a las cartas.
Matthew invitó al Profesor Leland, a Peter y a Reggie a unirse a ellos.
Para sorpresa de Matthew, Emily se situó detrás de él, y no pasó mucho
tiempo para saber por qué. Ella flotaba cerca de su hombro mientras se
estudiaban las cartas, y antes de que pudiera hacer un movimiento, ella le
susurraba la jugada correcta en su oído.
Se dio cuenta de la necesidad de ayudar a su memoria, y le sonrió. –Únete a
las damas, Emily. Estoy bien.
Sonriendo, tocó su hombro suavemente y luego se alejó.
Cuando Matthew volvió su atención al juego, Daniel y Christopher estaban
observándole de cerca.
Aclarándose la garganta, el Profesor dijo un poco fuerte: –A ella siempre le
gusta ayudar, nuestra Emily.
Matthew pudo haber gemido. Su padre tratando de encubrir las acciones de
Emily, sólo estaba haciéndolo peor. Entonces alguien infantilmente le dio una
patada por debajo de la mesa, y él frunció el ceño a sus dos primos, quienes lucían
iguales expresiones de inocencia.
Durante un tiempo jugaron prestando poca atención, sobre todo hablando del
tiempo que pasó Matthew en la India, de sus heridas, y del por qué había ocurrido
la comunicación sobre su muerte.
A medida que avanzaba la noche, de una en una, o de dos en dos, las damas
gradualmente se fueron retirando, y los hombres empezaron a beber un poco
más. El Profesor de pasada dio las buenas noches, mientras ayudaba a Reggie a
escoltar a un embriagado Peter hasta el ala de los solteros.
Sólo Daniel y Christopher quedaron con Matthew, y ambos le estaban
mirando fijamente.
–Explícate– dijo abruptamente Christopher. Aunque su expresión le hizo
gracia, no había ninguna orden subyacente en sus palabras. El dueño de la casa –
el duque – había hablado.
Tirando sus cartas, Matthew extendió las manos y se echó hacia atrás en su
silla. –¿Explicar qué?
Daniel puso sus ojos en blanco. –¿Por qué tu esposa siente que tiene que
ayudarte a jugar a las cartas?
Matthew vaciló, pero sólo había una manera de responder a esas alturas de la
mentira. –Emily y mi familia creen que estoy teniendo problemas de memoria
desde que me recuperé de mis heridas.
–¿Creen?
Christopher se había centrado totalmente en la importancia de esa palabra.
Matthew suspiró. Se había dicho a sí mismo que no iba a pedirles consejo a sus
primos, que involucrar a más personas sólo incrementaría las probabilidades de
que ocurriera un desastre.
Pero… siempre se habían confiado todo entre ellos. Y tal vez podrían ayudarle.
–¿Qué tipo de problemas de memoria?– preguntó Daniel antes de que
Matthew pudiera hablar.
–Les dije que… se me olvidó estar casado con Emily.
Christopher realmente se quedó boquiabierto. –¿Por qué harías eso si no es
verdad?
Matthew tomó un sorbo de brandy, luego miró hacia las puertas vacías y bajo
la voz. –Porque… era eso o decir la verdad: que yo había conocido a Emily sólo una
vez, que nunca me casé con ella antes de irme, y que ella había estado
mintiéndoles acerca de ser mi esposa todo este tiempo.
El silencio fue anormalmente largo. La expresión de Christopher pasó de
aturdida a furiosa, y Matthew sabía que era porque consideraba su
comportamiento como una amenaza a la familia.
Pero Daniel simplemente se echó a reír, y continuó hasta que tuvo que
secarse los ojos. Christopher le dirigió una mirada molesta, pero Matthew no pudo
evitar sonreír mientras sacudía la cabeza con exasperación.
–¿Por qué no acabar diciendo la verdad en el momento en que regresaste?–
Exigió Christopher.
–Entiendo el por qué– dijo Daniel, brindando con su copa hacia Matthew. –Es
por el escándalo, querido primo, y por tratar de evitarlo a toda costa.
Matthew alzó su copa en respuesta.
–¿En serio?– dijo Christopher, con la boca abierta. –¿Dejas que una criminal
triunfe con sus mentiras, al pretender que están casados, todo para evitar un
escándalo?
–Bueno, esa no es la única razón– dijo Matthew con diversión.
Daniel sonrió. –Al conocer a Emily yo también me habría ido junto con la
pretensión. ¿Ella comparte su cama contigo?
–¡Esa no es la cuestión!– Exclamó Christopher, entonces juró, empujando la
silla hacia atrás y cruzando la habitación para cerrar las puertas del salón.
–Ella no es una criminal– dijo Matthew.
La sonrisa de Daniel se profundizó.
Christopher gruñó cuando se sentó de nuevo. –Estás enamorándote de ella.
–No he dormido con ella– Insistió él.
–Pero quieres– Dijo Daniel con una sonrisa de complicidad.
–La he estado investigando.– Explicó como la había rescatado de ahogarse, y
su creencia en su desesperación por sobrevivir. –Yo le dije que viniera aquí para
obtener ayuda. Todavía no sé por qué se hizo pasar por mi esposa.
–Y no lo has discutido con ella.– Dijo pesadamente Christopher. –Has dejado
que esta farsa continúe durante días tratando de entenderla.
–Pero, ¿no tenías ya una esposa?– Preguntó Daniel lentamente, su sonrisa se
desvaneció. –Tu madre nos lo dijo el año pasado.
–Cómo hizo ella para… oh, ahora me acuerdo.– Dijo Matthew. –Envié una
carta a casa mencionándolo. Buen Dios, preparé a mi familia para la farsa de
Emily.
–Y ¿tu otra mujer?– Pinchó Christopher.
–Ella murió.– Matthew se sorprendió de que su voz sonara más cansada que
molesta. Tal vez si hubiera cuestionado a Rahema más, ella no habría estado tan
desesperada tampoco. ¿Había tenido tanto miedo a confiar en él, al igual que
Emily?
Christopher le puso una mano en el hombro. –Lamento lo de tu esposa.
–¿Cuál de las dos?– Preguntó Daniel en voz baja.
Matthew soltó una risa tranquila.
–Entonces, ¿cuál es tu plan?– Preguntó Christopher. –¿Qué piensas hacer con
ella?
–Yo…– Y entonces Matthew se detuvo. –Realmente no lo sé.
–Vas a desenmascararla, por supuesto.– Continuó el duque.
–Y al mismo tiempo, ¿poner a toda la familia del revés? ¿Abriendo otro nuevo
escándalo Cabot?
–No estabas aquí para ninguno de los nuestros.– Dijo secamente Daniel. –Es
tu turno.
Ignorando a Daniel, Christopher habló con voz mesurada. –Pero no quieres
perderla.
Matthew se encogió de hombros.
–No se puede pretender estar casado para siempre.– Dijo Christopher
severamente. –Las mentiras siempre salen a la superficie.
–Lo sé. Quiero saber de ella la verdad, de buena gana. Creo que casi está ahí.
Ella ama a mis padres y a mis hermanas.
Daniel entrecerró los ojos. –¿Cómo lo sabes?
–Sólo lo sé.
–Sé muy cuidadoso, Matthew– continuó Daniel. –Ella engañó a toda la familia,
a tus padres, quienes estuvieron con ella todo el tiempo. Es muy buena actriz.–
Pero en ese momento debía estar demasiado ebrio, porque añadió: –Pero
también Chris podría darte algunos consejos sobre eso. Su esposa hizo un muy
buen trabajo engañándolo. Fingió ser una invitada a la fiesta en casa, a la vez que
lo investigaba para el periódico de su padre.
Matthew sonrió, contento por el cambio de tema. –Háblame de eso, Chris.
Me alegra saber que estoy en buena compañía, donde las mujeres son la
preocupación.
Varias horas más tarde, los primos de Matthew estaban casi demasiado
borrachos para recorrer el camino a sus habitaciones. Se hicieron callar los unos a
los otros, y trataron de no reír mientras se tambaleaban por los pasillos vacíos.
Daniel y Matthew tuvieron que sostener prácticamente a Christopher hasta que
llegaron a su dormitorio principal.
Matthew no estaba tan ebrio. Cuando se quedó solo, se acordó de las
preocupaciones de Emily sobre Reggie. Fue en busca de su amigo, y para su
sorpresa, Reggie se estaba poniendo el abrigo, a punto de salir de su habitación.
Matthew se quedó de pie en la puerta, agarrándose a ella para no
balancearse. –¿Yéndote a alguna parte?
Reggie sonrió. –Apuesto a que te gustaría ir conmigo, como en los viejos
tiempos.
Extrañamente, no quería, pero no lo diría. Entró y cerró la puerta tras de sí. –
Pensé que debías saber que Emily me dijo que te había encontrado fuera de la
puerta de nuestro dormitorio.
–¿En serio?– Dijo Reggie, deteniéndose en el centro de la habitación. –Yo
hubiera pensado que nuestro encuentro era digno de secreto.
–Yo también, pero ella sospecha, y obviamente quiere que yo sospeche…
incluso si hace su situación aquí más peligrosa.
–Audaz ella.
–Sí, hemos sabido eso desde el principio.– Dijo secamente Matthew. –Pero…
déjame tratar con ella. No tienes que molestarte.– Y en ese momento se dio
cuenta que se sentía protector hacia Emily, lo cual era verdaderamente extraño.
Se había jurado que nunca sentiría eso por otra mujer, especialmente con una que
le estuviera mintiendo.
Los labios de Reggie se arquearon con diversión. –Confía en mí, no quiero
interferir.
–Estás ocupado, ¿verdad?– Respondió Matthew, distraídamente.
–Mucho. Tengo una importante reunión esta noche.
–¿A medianoche?
–Esas son las más importantes.– Reggie tocó el ala de su sombrero, pasó a su
lado y salió de la habitación. Matthew lo siguió, cerrando la puerta, observando a
su amigo alejarse caminando apresuradamente. ¿Qué estaba haciendo Reggie a
altas horas de la noche? Seguramente una mujer estaba involucrada.
En su habitación, Matthew se tambaleó y se agarró al poste de la cama,
mientras observaba a su propia mujer, a su dormida “esposa”.
–Te me escapaste esta noche, cariño.– Murmuró, lo suficientemente sobrio
como para saber que quería recordar la primera vez que se acostara con Emily. –
Pero no voy a esperar otra noche. Lo juro. Y luego me dirás todo.
Capítulo 17
Por la mañana, Emily dejó a un durmiente Matthew para no molestarlo.
Arrugó la nariz ante el olor a alcohol, pero sacudió la cabeza divertida. Se alegró de
que tuviera a sus primos.
Esa noche era el Baile de Madingley, en donde toda la alta burguesía local y la
nobleza se reunirían para dar la bienvenida oficial a Matthew por su regreso a
casa. Pero primero tenía que dar clases a sus alumnos. Ella no iba a encerrarse en
la casa, esperando a que algo ocurriera. Stanwood le había demostrado que podía
llegar a ella en cualquier lugar, y ella quería la confrontación de una vez. Decidió
conducir el carruaje a Comberton. Desde que había sentido que la seguían – a
pesar de que sólo fue Matthew – se había dado cuenta de que era demasiado
vulnerable a pie.
Los niños le dieron una gran alegría. Por primera vez en muchos años tenía un
propósito: la construcción y dirección de la pequeña escuela comunitaria del
pueblo. Incluso después de que se contrató a un nuevo maestro para la escuela,
planeaba permanecer involucrada.
Por la tarde juntó sus libros después de despedir a los niños. Caminando por
el vestíbulo de entrada, asintió distraídamente al posadero, y por costumbre miró
hacia la taberna...
Y se congeló en su lugar, los libros aferrados contra su pecho. Arthur
Stanwood estaba sentado solo en una mesa, sonriéndola, sus dientes tan blancos,
con el pelo tan negro sobre su rostro delgado.
Su cerebro parecía incapaz de procesar cualquier cosa menos ¡Corre! Sin
embargo, sabía que no podía. Él quería que ella tuviera miedo, se acobardara, que
cediera ante él. Pero ya no era la misma chica vulnerable que había usado.
Levantó una mano y con calma hizo un gesto hacia ella.
Manteniendo su expresión fría, su espalda rígida, caminó hacia él hasta que
sólo quedó una mesa entre ellos. Se puso de pie, todo cortesía.
–Hola, Emily.
El sonido de su voz la hizo estremecerse. Respiró hondo y miró sus ojos, gris
pálido como el hielo.
–Bueno, ahora no eres tan valiente.– Dijo en voz baja. –Siéntate, Emily.
Sacó una silla y se sentó en el borde de la misma, los libros todavía aferrados a
su pecho. Cuando se dio cuenta de lo asustada que la hacían parecer,
deliberadamente dejó los libros sobre la mesa, orgullosa de que sus manos no
temblaran.
Él volvió a sentarse frente a ella. –Leí acerca de tu esposo– dijo, haciendo
hincapié en la palabra.
–Así que usted dirá.
Bajando la voz, como si fuera cortésmente confidencial, continúo. –¡Qué feliz
coincidencia que esté vivo!, porque me parece recordar que sólo reclamaste ser su
esposa una vez que estuvo muerto.
–Soy su esposa– dijo con los dientes apretados.
Él chasqueo la lengua suavemente. –Hice mi investigación sobre ti, mi niña. Sé
que te rescató de ahogarte… y sé cuándo su barco zarpó. Él no se casó contigo. Y si
lo hubiera hecho… ¿por qué no fuiste al seno de su familia?
–Lo hice.
–No, intentaste desesperadamente mantenerte a ti misma. Y te di un empleo
decente, ¿no es así?
Ella no dijo nada.
–¿No es así?– Su voz adquirió un toque de amenaza.
Ella asintió.
–Y todo lo que quería era un poco de amabilidad– dijo con tristeza.
–Pero ahora usted quiere algo más.
–Tú tienes un secreto, y no quieres que nadie lo sepa.
–No tengo un secreto. Estoy casada… de lo contrario, mi marido me hubiera
negado a su regreso.
La miró fijamente, y su mirada se sentía casi como una violación cuando se
detuvo en su boca.
–Un excelente intento, Emily, pero no te creo. No sé cómo lo convenciste para
quedarte… o tal vez, qué fue lo que hiciste por él.
Él sonrió sin restricciones, y ella sabía que si alguien estuviera mirándole,
podría ver el tipo de hombre que era, maligno, sin conciencia. Pero sólo había otra
pareja en la taberna, y estaban comiendo en una mesa detrás de él. Podía oír al
posadero hablando con un cliente en el vestíbulo. Todos eran personas inocentes,
y ella no permitiría que se vieran involucrados.
–O tal vez– continuó Stanwood con una exagerada seriedad –El Capitán
Leland no quiera avergonzar a su familia. Cualquiera que sea la razón, me temó
que te ha hecho muy vulnerable, mi niña. Y con la familia tan encantadora que él
tiene…
–Deje a su familia en paz, deje a sus amigos y a sus sirvientes en paz. No sé a
quién está obligando para ayudarle a invadir la casa, pero quiero que se detenga.
–¿Obligando? ¿De qué estás hablando, Emily?
–No crea que puede hacerme creer que está actuando solo. No tiene esa clase
de poder.
Sonrió –Tengo el suficiente poder como para detenerte.
–¿Quién le está ayudando?
Su sonrisa se desvaneció, y aunque no movió ni un músculo, de repente se
veía aún más amenazante. –Baja la voz. Sólo te diré lo que necesitas saber.
Inhalando rápidamente, dijo: –Entonces deje de tratar de asustarme y dígame
que es lo que quiere.
Ladeó su cabeza. –No estoy seguro aún de qué es lo que quiero. Tomaré una
decisión pronto. Tal vez deba asistir al baile esta noche, para tomar una decisión
más informada.
–No le van a admitir sin una invitación.
Él la fulminó con la mirada, como si le entristeciera que lo subestimara. Se
inclinó hacia ella y dijo. –Quiero dinero. Un montón de dinero.
–Pero, yo no…
–Entonces comienza a pensar de dónde lo obtendrás.– Se puso de pie. –¡Qué
bonito pueblo tienes aquí… y esos niños tan adorables a los que enseñas!
Ella palideció como si le hubiera dicho que los niños eran su objetivo.
–Te veré pronto por aquí, Emily.
Y entonces salió de la taberna. Ella no se molestó en verlo marchar, sólo se
quedó sentada durante un momento, tratando de recordar como respirar de
manera uniforme.
Era obvio que no tenía intención de delatarla como a una impostora, pensó,
mirando fijamente a la chimenea, donde la parrilla de carbón desprendía escaso
calor. Él solo quería dinero.
Pero, ¿cuánto y cómo se suponía que iba a conseguirlo? ¿Robándoles a
Matthew y a su familia, que únicamente habían sido buenos con ella? El
pensamiento la hizo sentirse enferma. Sólo podía esperar a que Stanwood se
pusiera en contrato de nuevo con ella, y encontrar alguna manera de hablar con
él, para convencerlo de que ella era incapaz de robar sin renunciar a sí misma, y a
él, para que se alejara.
Abrazándose a sí misma, quería reír por lo tonta que había sido una vez, al
pensar que podría dejar atrás su pasado, para sentir que estaba a salvo con los
Leland.
***
Cuando Matthew entró en el vestidor para prepararse para el Baile, Emily dio
un grito, y luego puso su mano contra el guardarropa mientras respiraba
rápidamente.
–Lo siento si te asusté.– Dijo con diversión.
Su rostro estaba muy pálido cuando asintió.
–Emily, ¿ocurre algo malo?
Ella sonrió. –Nada va mal.– Dijo a la ligera. –Sólo estamos celebrando nuestro
primer Baile de Sociedad desde que me casé contigo. ¿Por qué debería estar
nerviosa?
Él sonrió y caminó hacia ella, mirando el surtido de vestidos colgados en su
ropero. –¿Escogiendo cuál vas a usar?
–No es una decisión difícil.– Respondió. –No he comprado muchos vestidos de
baile después que salí del luto.
Su respiración gradualmente se volvió normal, pero el color no había
regresado a su rostro. Había marcas de tensión visibles en las arrugas de sus ojos.
No había pensado que el Baile le haría sentir un miedo nervioso a Emily. O tal vez
estaba preocupada porque Reggie revelara sus secretos. No, pensó Matthew. Él
nunca permitiría que fueran revelados a los demás… Quería todos sus secretos
sólo para él.
–¿Qué vas a ponerte?– Preguntó.
Él la miró parpadeando. –Mi vestimenta de noche, por supuesto.
Ella inclinó la cabeza. –¿No tu uniforme?
La miró a los ojos y entonces, comprendió. –No. No voy a volver al ejército.
Como esposa de mentira, debería estar feliz, pero en cambio, ella lo estaba
estudiando muy de cerca.
–No me di cuenta que habías tomado tu decisión.– Dijo.
–Mi padre no se está haciendo más joven. Me gustaría que fuera capaz de
concentrarse en sus investigaciones, mientras yo me ocupo de nuestras
inversiones. Incluso Chris pidió mi ayuda con sus vastas propiedades. Y además,
¿por qué querría dejarte?
Por un momento hubo desolación en su mirada, pero su sonrisa la limpió.
¿Por qué estaba revelándole lo que solía ser tan buena ocultando?
–¿Está aquí tu doncella?– Preguntó, mirando hacia el cuarto de baño abierto.
Emily negó con la cabeza. –Estará aquí pronto. Es tan buena arreglando mi
cabello que se la preste a Grace y Abigail.
Él se acercó, hasta que su espalda estuvo apoyada contra el guardarropa, con
la cabeza inclinada hacia él. No pudo resistir ahuecar la longitud delgada de su
cuello, frotando su pulgar a lo largo de su mandíbula y la mejilla.
Ella inhaló, sus pestañas revolotearon. Le encantaba como respondía al más
leve contacto, la forma en que temblaba mientras continuaba acariciándola.
Se inclinó y la besó en la sien, hablando contra los suaves rizos de su cabello. –
Esta noche será una noche especial, Emily.
Ella puso una mano en su pecho, y no supo si estaba estabilizándose, o quería
tocarlo. Sólo la idea de esto último, le hizo ponerse duro.
Con la boca ligeramente sobre su oído, susurró. –Esta noche, voy a volver a
entrar en la Sociedad… y voy a volver a entrar en la intimidad de tu cama.
Escuchó su leve gemido, vio que su mano se agarraba a la solapa de su abrigo.
Él acarició su cara contra la de ella, y luego besó la concha de su oreja, y detrás de
ella en su cuello. Ella se arqueó, dejándolo hacer su camino.
–Sí– susurró de repente, sus manos acercándolo más. –Sí.
El deseo casi lo abruma. Hizo todo lo posible para no tirarla sobre la cama y
rasgar sus ropas. Pero no, él no la quería con prisas, sabiendo que iba a ser
interrumpido por miembros de la familia o por sirvientes deseosos de verlos en el
baile. Quería disfrutar de cada momento de su seducción a Emily, anticipándolo,
alargándolo, hasta que ambos estuvieran locos de pasión.
Entonces la besó, mostrándole con sus labios y su lengua lo mucho que la
deseaba. Ella le respondió sin vacilar, con un toque de desesperación que lo excitó
aún más. Entró en su boca con urgencia, poniendo sus manos en su cuello para
estrecharlo con fuerza contra ella. Él la empujó contra el ropero, sus caderas en
busca de las de ella. Gimieron en la boca del otro…
Y no escucharon el golpe en la puerta.
–¡Oh!– Gritó una voz femenina. –Regresaré más tarde.
Matthew levantó la cabeza, sin mirar a la pequeña doncella María. –No, mi
esposa te necesita– Dio un paso atrás, encontrando la mirada atónita de Emily.
Emily se sonrojó, y él dio media vuelta y se fue a la otra habitación, donde el
ayuda de cámara que utilizaba raramente, ya había colocado sus trajes de noche.
Hombre inteligente, dejando a las mujeres el vestidor para una noche tan
importante.
Y sería importante de muchas maneras.
Capítulo 18
Cuando Matthew entró en el salón de baile con Emily de su brazo, vio cada
par de ojos girándose hacia ellos. Miles de velas brillaban por encima de ellos en
sus lámparas de globo, rosas artificiales adornaban cada columna, pero nada de
eso era tan hermoso como Emily, tan preparada, tan serena a su lado.
Su vestido de terciopelo era de un recatado color azul marino. Imaginó que su
intención al comprarlo habría sido pasar desapercibida. Pero parecía no darse
cuenta que el color oscuro acentuaba su pálida piel, y hacía que su cabello rubio
champán brillara como un precioso metal. Su corpiño estaba cortado en línea
recta, mostrando los finos huesos de los hombros y el comienzo de sus senos,
haciendo que un hombre solamente pudiera pensar en ver el resto. Levantó su
barbilla y una leve sonrisa curvó sus dulces labios. Pero su rostro todavía estaba
pálido. Seguramente ella conocía a toda esta gente; entonces, ¿por qué estaba
nerviosa?
Desde el momento de su llegada fueron rodeados por los ansiosos invitados,
que, brevemente, habían desertado de la línea de recepción del duque. Emily
nunca se alejó de su lado, ayudándole saludando a la gente por su nombre si él no
lo hacía inmediatamente. Durante al menos una hora fue un borrón de
reencuentros, de abrazos, reverencias e inclinaciones, y sobre todo, de buenos
deseos por su renovado matrimonio con su “querida Emily”.
Él sólo quería llamarla su “amante”. La miró a los ojos a menudo y sonrió con
complicidad, hasta que cada vez la hizo sonrojar.
Guiaron la cuadrilla en el extremo superior del salón de baile, el lugar de
honor. Cuando él realizó perfectamente los pasos, Emily le sonrió. En lugar de
pálida, ahora parecía bastante animada, casi demasiado excitada. ¿Estaba
anticipando el final de la noche tanto como él lo hacía?
Pero fue durante el vals donde trató de hacerle ver que ellos dos eran lo único
que importaba. A pesar de que comenzó el baile separados a la distancia
apropiada, se sentía como si estuviese atrapado en sus ojos, ya que comenzó a dar
vueltas alrededor del salón de baile. Le gustaba la fuerza en su espalda mientras
ella se movía, y la confianza de su mano en la suya. Ella era una pareja de verdad,
no una muñeca decorativa a la que guiar. Sin darse cuenta, se la acercó más
mientras giraban; después permitió que sus muslos se rozaran. Aunque Emily se
sonrojó, nunca dejó de mirarlo. Cuando su muslo se metió entre los de ella, sus
ojos se volvieron soñadores y sus labios color rosa se separaron. Casi la besó justo
delante de todos.
Sólo cuando la música terminó se dio cuenta que se habían convertido en el
centro de atención. La mayoría de las otras parejas se habían ido retirado al borde
de la pista. Ahora todos les aplaudían, y él se inclinó ante Emily con una profunda
reverencia. Su familia estaba reunida en un grupo, y vio a varios de ellos
secándose los ojos. Luego miró a Emily, tan hermosa, tan dispuesta, y únicamente
pudo pensar en lo que ocurriría esa noche con ella en sus brazos. Besó su mano
enguantada y la llevó a la sala de refrigerios que se abría frente al salón de baile.
Después de entregarle una copa de champán, chocó la suya contra la de ella.
–Alégrate de no ser una de esas muchachas solteras que están siendo
presentadas; de lo contrario estarías reponiendo fuerzas con limonada.
–No tiene nada de malo la limonada.– Murmuró, mirando por encima de la
multitud que bailaba enérgicamente una atrevida polca.
Estaban cerca de un banco de flores exóticas de los invernaderos de
Madingley, y utilizó su borde para ocultar que ponía una de sus manos en la
cintura de Emily. Ella dio un pequeño respingo, pero no dejó de estudiar a la
multitud.
–¿Buscando a alguien?– Preguntó, dejando que sus dedos bajaran por su
cadera.
Tomó un largo sorbo de champán. –No.
Le encantaba cómo con sólo un toque podía afectarla.
–Ahí está Lady Rosa.– Dijo bruscamente.
Él suspiró. No quería pensar en su madre cuando estaba seduciendo a su
esposa.
–Ella es como una mariposa entre ellos.– Continuó Emily en voz baja, una
sonrisa cariñosa en sus labios.
–¿Una mariposa?– Repitió con diversión.
Pero se encontró mirando a Lady Rosa mientras flotaba de una pareja a un
grupo, con las manos en animado movimiento mientras hablaba, su sonrisa
resplandeciente. El Profesor Leland permanecía junto a otros miembros de su
familia, pero Matthew le vio mirando a su esposa, con expresión satisfecha de
cariño.
–Tu padre rara vez acompaña a tu madre cuando ella habla con la gente.– Dijo
Emily, con la cabeza inclinada mientras los estudiaba.
Matthew la miró. –¿Qué?
–¿No te has dado cuenta de su separación deliberada? Él la observa, pero
permanecen separados cuando socializan en los bailes. Siendo una viuda– se rió
girándose –y una extraña en la Sociedad, no tuve la oportunidad de bailar mucho,
así que tuve tiempo para observarlos.
–¿Dónde estaban todos tus pretendientes?– Preguntó, admitiendo para sí lo
celoso que estaba de que otros hombres hubieran pasado más tiempo con ella
que él.
Ella sonrió y batió sus pestañas coquetamente. –Eran sólo unos pocos. No
podían llenar toda una noche de baile.– Miró hacia atrás a través de la pista de
baile a Lady Rosa y habló en voz baja. –Han pasado veinte años desde el escándalo
que sacudió la confianza en su matrimonio. Tu padre puede que no lo admita,
pero deliberadamente él se queda atrás, y deja que ella socialice como desea.
Pienso que él cree que está tratando de ayudar, pero está equivocado. Ambos
están demasiado preocupados por lo que otros sientan sobre el escándalo de su
pasado.
¿No era ese también su problema? Reflexionó Matthew. Siempre le había
importado demasiado lo que los demás pensaran. Pero había conseguido
superarlo. Tal vez sus padres harían lo mismo.
Y entonces intercambió una mirada sorprendida con Emily, porque el Profesor
estaba llevando a Lady Rosa a la pista de baile.
–Por lo general no bailan juntos– Dijo Emily, con los ojos muy abiertos.
–Lo sé.
En ese momento Emily y Matthew fueron separados por el duque y la
duquesa, ya que cada uno reclamaba el próximo baile. Cuando terminó, Matthew
regresó a Abigail junto a su esposo, que estaba hablando con Emily.
Ya estaba cansado de compartirla, aunque la noche era joven y la orquesta ni
siquiera se había detenido todavía para el anuncio de la cena. Sonrió a
Christopher, y sin una palabra tomó la mano de Emily y se la llevó.
Mientras Christopher se reía, Emily se contuvo, sus ojos encendidos. –Pero yo
estaba hablando con tu primo.– Le dijo a Matthew.
–Y yo estoy encontrándome acalorado por tanto baile. Vamos a salir a la
terraza.
Era una noche de otoño y las puertas de cristal estaban abiertas de par en par
para que el aire bañara a los que bailaban. Muchas otras parejas paseaban por la
oscuridad iluminada por antorchas. La música se desvaneció un poco, y llegaba
más suavemente a sus oídos. Matthew la llevó hasta la balaustrada, desde donde
podían ver la extensión de los jardines. Estaban iluminados por lámparas de globo
colgadas de los árboles a lo largo de los senderos, pero no vieron a muchas
personas que se aprovecharan de la privacidad, lo que encajaba bien con sus
planes.
Cuando trató de tirar de Emily hacia las escaleras, ella se resistió. –¿Por qué
no podemos quedarnos aquí?
–Es demasiado público.– Dijo. Se acercó más. –Y voy a poner mis manos sobre
ti de una manera muy poco apropiada para su exhibición pública.
Su boca se abrió y en sus ojos vidriosos se reflejaron las antorchas. Luego
pareció estremecerse.
–Voy a tener demasiado frío– Protestó.
–Y yo voy a mantenerte caliente.– Tiró de nuevo, y ella dio varios pasos
vacilantes hasta que llegaron a la cima de la gran escalera de piedra que descendía
más y más hasta que alcanzaba la tierra.
–¿Así que quieres que te lleve?– Preguntó.
Ella le dirigió una pequeña sonrisa forzada, y Matthew se dio cuenta de que
sólo le estaba complaciendo.
Tomó sus dos manos. –¿No deseas estar a solas conmigo?
Ella apretó sus manos. –Es sólo que… esta noche es para ti, y si nos vamos por
ahí a la oscuridad, volveré despeinada. No quiero avergonzar a tu familia.
–Creo que van a pensar que ya era hora.
Pero al final cedió, en su lugar se alejó más en la terraza, donde terminaban
las antorchas y las sombras se profundizaban. Ella fue muy gustosa a sus brazos,
levantándose de puntillas para besarlo. Su dispuesta calidez era una seducción en
sí misma, y se perdió en la dulce manera en que su lengua exploraba su boca,
reuniéndose luego con la de él. Había aprendido rápidamente lo que le gustaba, y
pensó en lo mucho que quería compartir con ella.
–Pronto– Susurró contra su boca.
La espera estaba resultando ser de lo más difícil, pero al final tuvo que llevarla
de vuelta adentro. Emily se detuvo delante de él tan de repente, que se topó con
su espalda.
–¿Ocurre algo malo?
Miró por encima de su hombro y sonrió. –¿Ves a Susanna?
Era difícil para él pensar en nadie más que en Emily, pero al final su mente se
aclaró y se acordó de su hermana y sus esfuerzos para ayudarla a encontrar la
felicidad. Sintiéndose culpable, siguió la mirada de Emily, y vio a Susanna,
atendiendo a varios caballeros.
–Además de Peter, reconozco a esos hombres– dijo Matthew. –Asistieron a
nuestro picnic de ayer.
–Deberías sentirte sumamente satisfecho.
A pesar de que no podían oír la conversación, pudieron ver a Susanna
mirando entre los hombres, que hablaban educadamente pero con poca
animación. Poco a poco, Matthew se dio cuenta de que no se estaba divirtiendo.
–Maldición.– Murmuró en voz baja.
Emily lo tomó por el brazo. –Dale tiempo. Todo esto es abrumador para ella.
–¿Cómo puede ser abrumador para una muchacha de veintiséis años de edad
que nació en la casa de un duque?
Emily no dijo nada, y continuaron observando. Dos de los caballeros se
fueron, dejando a Peter Derby que hablaba con Susanna, su rostro todo
compuesto y serio. Otro hombre se acercó, y Peter le dirigió una breve mirada de
impaciencia antes de sonreír cortésmente. Susanna continúo dirigiendo miradas a
Peter mientras hablaba con el recién llegado.
Luego sólo quedaron Peter y Susanna, y juntos abandonaron el salón de baile.
–¿Se supone que debemos estar felices con este resultado?– Preguntó Emily
dudosa.
–No lo sé. Si fuera yo en mis días más reprimidos, y hubiera tenido la
oportunidad de estar a solas con una mujer, siempre me hubiera comportado
como un caballero.
Su voz sonó sutilmente divertida cuando ella le dijo –¿Pero ahora?
–Deberíamos ir por Susanna.
Aunque que ella obviamente estaba conteniendo la risa, pronto se desvaneció
de su rostro, mientras se abrían paso entre la multitud y se alejaban del salón de
baile. El problema era, que Susanna podría haber ido con Peter… a cualquier lugar.
Emily pareció leer su mente. –Además de dibujar en el laboratorio, donde
difícilmente llevaría a un hombre, ella disfruta de la pintura en la sala de música.
–Vamos.
Al entrar en la biblioteca, las puertas de la sala de música en el lado opuesto
de la habitación se abrieron de golpe, y Peter salió por ellas con expresión furiosa.
Matthew sintió que su estómago se contraía, sus manos se cerraron en puños.
¿Qué había pasado allí con Susanna?
Emily tocó otra vez su brazo, susurrando rápidamente. –No han estado solos
por mucho tiempo.
Una breve mirada de ira y frustración retorció la expresión de Peter cuando
vio a Emily, pero enseguida la cambió a impasible mientras asentía a Matthew.
Aunque Matthew quería enfrentar a Peter, le dejo ir. Había visto el
preocupado y pálido rostro de Emily justo antes de aumentar su paso para entrar
en la sala de música. Buen Dios, ¿podría el hombre guardarle rencor a Emily sólo
porque él había regresado de entre los muertos para impedir su cortejo?
Encontraron a Susanna de pie cerca de la fuente central, secándose las
lágrimas.
–¿Qué pasó?– exigió Matthew.
Ella gimió y miró hacia otro lado. –No pasó nada– le espetó –Y ese es el
problema.
Matthew dirigió una mirada desconcertada a Emily, que cogió a su hermana
por los hombros.
–Susanna, cuéntame– dijo Emily en voz baja.
–¡Estoy tratando de hacer lo que los dos tanto deseáis!– le dijo a Emily, y
luego repitió cuando se enfrentó a Matthew. –¿Qué más quieres que haga? ¡Pero
no siento… nada!– Esos hombres ahora se reúnen a mi alrededor… pero no soy
diferente, lo sabes. Sólo deje de usar mis lentes y me alejé de la pared. Eso fue
suficiente para hacerles recordar que estoy emparentada con un duque– dijo con
amargura.
–Eso no es verdad– dijo Matthew.
–Y no olvides lo ciego que un hombre puede ser– dijo Emily, con voz suave.
–¿Perdón?– Dijo Matthew con la esperanza de aligerar el ambiente.
Las mujeres lo ignoraron.
–A veces sólo ven lo que es obvio delante de ellos.– Continuó Emily. –Y ahora
ellos te ven.
Susanna buscó un pañuelo en la manga y se sonó la nariz. –¿Qué sucede
conmigo? Otras chicas van y buscan la emoción de que un hombre las admire,
pero yo nunca me siento de esa manera, ni siquiera con el Sr. Derby, que una vez
pensé que me importaba mucho.
–Entonces es que él no es el hombre adecuado.– Insistió Emily. –No puedes
encontrarlo en una semana, Susanna.
Susanna se abrazó a sí misma, sintiéndose miserable. –Sólo quiero mi antigua
vida.
–Era segura ¿no es cierto?– Emily dijo con total naturalidad.
Matthew la miró con sorpresa.
–Sin riesgos complicados.– Continuó Emily.
Y entonces miró a Matthew, y él no pudo apartar la mirada. Él y Emily
sorteaban riesgos, poderosamente atraídos por ellos. Algo ardió entre los dos,
tanto que casi podría haberse dejado consumir, si no fuera tan consciente del
sufrimiento de su hermana.
–Eso no es justo.– Murmuró Susanna.
Emily asintió. –Tal vez no. Pero es la verdad. ¿Cómo vas a saber si puedes
encontrar la felicidad a menos que corras todos los riesgos?
Susanna miró entre ellos, y lo que vio le hizo tomar una profunda respiración,
incluso aunque sus hombros se hundían. –Muy bien, voy a seguir tratando de
encontrar a alguien que me intrigue.
–Bien.– Dijo Matthew con firmeza. –El hombre adecuado está por ahí.
Ella dio una leve sonrisa. –Si tú pudiste encontrar a la mujer adecuada,
entonces hay esperanza para mí.
Emily se rió entre dientes, mientras Matthew fingió farfullar una protesta.
Estaba llevando a las dos mujeres al salón de baile justo cuando en ese
momento se anunció la cena. Las condujo al comedor y a las salas contiguas,
donde las mesas rebosaban de comida, la vajilla de oro brillaba en ostentosa
demostración, y la gente estaba de pie mientras comían y hablaban. Susanna,
recompuesta una vez más, los dejó para unirse a varias damas con las que había
pintado en el picnic.
Cuando Matthew fue a llenar el plato de Emily, a su regreso la encontró
hablando con alguien a quien reconoció también. La Srta. Sanborn era una mujer
con la una vez había coqueteado, acercándose a un cortejo, pero que finalmente
no llevó a cabo, porque se consideraba muy joven para asentarse con una mujer.
Era hermosa, con el cabello oscuro y piel impecable, pensó cuando se detuvo
antes de acercarse a ellas. La recordaba como bastante libre con su cariño, un
poco escandalosa, y demasiado enamorada de los entretenimientos de la
Sociedad. Se dio cuenta de que prefería mucho más estar casado con Emily,
discreta, inteligente, trabajadora, y sin embargo, de carácter lo suficientemente
fuerte para hacer lo que tenía que hacer para poder sobrevivir.
Y en ese momento, ya había tenido suficiente de compartirla con los demás.
No podía esperar más para tenerla, necesitaba estar a solas con ella,
independientemente de los riesgos que vendrían de ello.
El rostro de Emily se iluminó cuando lo vio acercarse. –Capitán, seguro que
recuerdas a la Señorita Sanborn.
Reunió cada pizca de control que le quedaba para mantener una pequeña
charla y oírla hablar de su prometido, todo el rato viendo a Emily comer, viendo su
boca. Cuando pasó suficiente tiempo en aras de la cortesía, la condujo fuera del
comedor, evitando a su familia, evitando a la gente que conocía demasiado bien.
–¿Matthew?– Gritó a sus espaldas. –Seguramente tienes hambre…
Él sólo la miró por encima del hombro y sus ojos se agrandaron, y ella se
quedó en silencio.
Emily caminó deprisa por toda la casa con Matthew, dejando atrás a los
invitados, todo porque sus ojos la habían mirado con un hambre tan oscura que
había perdido toda su propia voluntad. Su vestimenta negra de noche debería
haberlo hecho parecer rígido y formal, pero en cambio la hizo pensar en el hombre
sensual que había debajo y en la intimidad que estaba a punto de compartir con
ella. Bailar en sus brazos había sido como un maravilloso sueño. Él la había mirado
con tanta atención, incluso cuando conversaba con sus amigos y la familia, tanto
que ella había estado sin aliento, consciente de él toda la noche.
Sin embargo, siempre había habido momentos en los que miraba a la multitud
o escrutaba los oscuros jardines buscando el pelo negro, la maldad y la
conocedora sonrisa. Pero nunca vio a Stanwood, y esperaba que no corriera el
riesgo de asistir al Baile.
Pero ella no pensaría en eso ahora. Estaba a salvo con Matthew, se dijo
mientras subían la amplia escalera hacia el ala familiar. Tenía que apresurarse para
mantenerse a su paso, sus faldas volando detrás de ella, su mano caliente en la
suya. Y entonces, la empujó por delante de él para entrar en el dormitorio,
cerrando la puerta detrás de él, y apoyándose contra ella sólo para mirarla. Una
lámpara brillaba sobre la mesita de noche, iluminando suavemente el lazo de su
pañuelo blanco y su camisa. Tenía la boca seca y su cuerpo temblaba de emoción y
expectativa, y por el deseo embriagador que nunca habría imaginado que una
mujer pudiera llegar a sentir sin estar afiebrada.
La puerta del vestidor se abrió de repente, haciéndola saltar.
María miró dentro. –Sra. Leland…– Entonces vió a Matthew y se quedó sin
aliento.
–Ella no te necesita– dijo Matthew en voz baja. –Y yo no voy a necesitar a mi
ayuda de cámara.
–Sí, Capitán.
Y la puerta se cerró.
Emily soltó una risa baja.
Sin decir otra palabra, él se aflojó el pañuelo y se lo quitó, a continuación
siguió con los botones de su chaleco. Ella no dijo nada, no hizo nada, sólo le
miraba, como si perturbar el momento hiciera que todo terminara entre ellos.
Deslizó su frac y su chaleco quitándoselos, luego se sacó la camisa por la cabeza.
Había visto antes su pecho, pero eso no la impidió inhalar bruscamente mientras
recorría su musculoso cuerpo, tan diferente al de ella. Sus cicatrices eran
demasiado blancas, y no podía omitirlas, pero no le importaban… nunca lo habían
hecho.
Se quitó los zapatos de gala, y luego se sentó en el borde de la cama para
quitarse los calcetines, sin perder el contacto visual con ella. Cuando se puso de
pie, las manos ya estaban en los botones de la bragueta de su pantalón.
Ella apretó los puños, tan tensa con la expectativa que quiso gritar para que se
diera prisa.
Terminó de desabrocharse, luego se inclinó para bajarse los pantalones y los
calzoncillos. Cuando se puso de pie y caminó hacia ella, algún sentido distante de
protección le recordó que, como su esposa, ella habría visto todo esto antes, que
no debía mirar demasiado. Por otra parte, él seguramente pensaría que su esposa
estaba buscando más cicatrices. Pero las cicatrices en su lado izquierdo se
desvanecían cuando cruzaban el hueso de su cadera.
Su sexo estaba erecto por su deseo por ella… ella le había causado eso; de
hecho la deseaba tanto que había dejado una fiesta en su honor, abandonando a
su familia, todo para estar a solas con ella.
Matthew se detuvo frente a ella, y ella apenas podía controlar su respiración.
Levantó un dedo y muy lentamente recorrió a lo largo su escote para tocar su piel,
de hombro a hombro. Se estremeció, sus párpados revoloteando, a pesar de que
pensó que él podría perfectamente haberla tocado de forma tan inocente en
público.
Pero cuando un hombre desnudo te toca la piel, adquiere otro nivel de
significados.
–Un corpiño recatado.– Murmuró, con los ojos en su cuerpo. –Pero, lo poco
que pude ver…– Se detuvo para acariciar con su dedo una y otra vez la parte
superior de sus pechos –…lo hace más atractivo que el escote que muestre
excesivamente de cualquier otra mujer.
Sin aliento, dijo –Yo… Yo lo elegí con la esperanza de disuadir a los
pretendientes.
–No resultó.
De repente, le dio la vuelta y comenzó a presionar sus labios a lo largo de la
columna de su cuello. Doblando la cabeza lejos de él, le permitió hacer lo que
quisiera, incluso mientras sus manos desabrochaban su vestido de baile, y lo
deslizaban hacia abajo por su torso. Las mangas eran apretadas, y ella sacó los
brazos con tanta impaciencia que muy bien podría haber desgarrado el delicado
tejido.
Él rió entre dientes contra su cuello, luego la mordió suavemente. Ella se
quedó sin aliento.
Una vez más sus manos se movían por detrás, y ella se debatía entre el tirón
en los lazos de su corsé y las sensaciones de su boca arrastrándose por su hombro.
Cuando el corsé se soltó, hizo una profunda respiración, estremeciéndose. La
estaba mirando por encima de su hombro, y sabía que sus pechos crecían con
cada inhalación. Quería que la tocara como lo había hecho antes, pero en lugar de
eso, bajó el corsé por su cuerpo y ella salió de él. Quería que viera por delante el
corte bajo de su delicada camisola de encaje, pero él ya no la estaba mirando de
reojo por encima de su hombro.
Sintió sus manos en sus piernas y sus labios se abrieron con sorpresa.
–Levanta el pie– murmuró.
Así lo hizo, y él tiró de ella hacia atrás para quitarle las medias y las zapatillas.
Estaba tan inestable que puso una mano sobre su hombro antes de caer por el
puro vértigo de la abrumadora pasión. ¿Cómo se sentiría cuando la tocara más
íntimamente?
Oh, ella ya lo sabía… recordó. La sensación de creciente calor, la pasión
incontrolada que sintió cuando la había tocado entre sus muslos, cuando había
mordisqueado sus pechos a través de su ropa, y que había revivido en sus sueños
– y ensoñaciones – desde entonces.
Y quería tanto la experiencia de nuevo que cuando su segunda zapatilla fue
quitada, comenzó a darse la vuelta.
–No– La palabra era una orden ronca.
Pero ella quería ver su cara cuando viera la transparencia del encaje de su
camisola, tan atrevida que era casi vergonzoso mirarse en un espejo.
Entonces sintió sus manos levantar el dobladillo de su camisola. Una
sensación inestable de calor la invadió. Sus dedos acariciaron un tobillo, pero…
algo estaba mal. Se sentía… húmeda.
Era su boca. Él estaba besando su tobillo, luego levantando su camisola y
siguiendo el camino hasta la parte posterior de su pierna con sus labios y su
lengua. Ella soltó un gemido, rodeándose con un brazo la cintura, como si pudiera
retener dentro toda la excitación. Se estremeció cuando él lamió la parte de atrás
de cada rodilla.
Seguramente iba a parar, para terminar de quitarle la camisola, para… y luego
lo sintió lamer una línea entre sus muslos cerrados.
–Abre las piernas.– Susurró.
Su aliento en la humedad de su piel desató una ola a través de su cuerpo. Oh
Dios… pero hizo lo que él le pidió.
Cerró los ojos, desgarrada entre la sorpresa, la incredulidad y la excitación.
Mientras continuaba besando su camino hasta la parte posterior de sus muslos,
sintió la sensación de fresco a través de su trasero, y supo que estaba buscando…
ahí. Ella quería retorcerse; sentía que se iba a desmayar.
–Date la vuelta.
Se quedó sin aliento, y sin voluntad; independientemente de su
conmocionada sensibilidad, su cuerpo lo obedeció. Estaba desnudo arrodillado
ante ella, sosteniendo su camisola amontonada justo en la parte superior de sus
muslos. Si la tela se movía todo lo que estaría a nivel de sus ojos sería su…
Sus pensamientos simplemente se esfumaron cuando le miró a los ojos color
avellana, entrecerrados, peligrosos. Su mirada recorrió su cuerpo, y sus fosas
nasales se abrieron cuando vio el encaje transparente sobre sus pechos. Pero no
se levantó.
–Levanta tu camisola sobre tu cabeza.
Con dedos temblorosos la cogió y lentamente la fue levantando en alto,
sabiendo que él ahora veía todo. Cuando se la pasó por la cabeza, observó cómo
colgaba inerte de sus dedos, antes de caer al suelo. Estaba desnuda, tal y como él
lo estaba, y había tanta oscura satisfacción en su cara.
–Hermosa.– Murmuró.
Ella temblaba violentamente, con el fuego por la necesidad de ser tocada.
Pero él tenía el control; obviamente, quería hacer las cosas a su manera, a su
tiempo, así que no dijo nada.
Y entonces él se inclinó y la besó donde antes sólo sus dedos la habían tocado.
Ella gritó por la sorpresa y el placer abrasador, sin saber si alejarlo o acercarlo más.
No había imaginado que algo así pudiera existir entre un hombre y una mujer.
Era su turno de gemir, y él la lamió, presionando sus muslos. Se cubrió la boca
para detener sus gritos, pero sus gemidos eran incontenibles, y se estremeció con
la sensación del repentino incremento del placer subiendo en oleadas a través de
todo su cuerpo, sensibilizando cada pulgada de su piel, que parecía quemarla. Se
habría caído, pero él la mantenía sujeta con un brazo. Y entonces, levantó la otra
mano y sus dedos encontraron su pecho izquierdo, donde suavemente pellizcó y
acarició su pezón.
El clímax se apoderó de ella con más poder del que recordaba. Estaba
temblando sobre de él, no controlaba su cuerpo, que le respondía sólo a él.
Mientras caía, la cogió en sus brazos y la levantó para llevarla a la cama. La
acostó, y a continuación estaba parcialmente encima de ella, la longitud de su
cuerpo caliente mientras tomaba su boca con un beso exigente. Ella se aferró a él,
sintiendo su erección grande y caliente contra su muslo, y se arqueó para
presionar con más fuerza sus senos desnudos contra su pecho. Su vello oscuro y
fino rozaba contra sus pezones. No habría creído posible que su pasión, por lo
explosiva, pudiera empezar a crecer de nuevo, pero lo hizo, incluso mientras él
recorría con besos un camino por su cuello y por primera vez se llevaba un pecho
desnudo a su boca.
–¡Matthew!– Gritó, apretándole contra ella, retorciéndose debajo de él.
Sintió sus caderas situándose entre sus muslos, sintiéndole tantear, incluso
mientras su boca se movía para atormentar su otro pecho.
Entonces, él se levantó con sus brazos por encima de ella, la miró a los ojos, y
empujó profundamente dentro de ella.
Después él comenzó a moverse, y ella arqueó su espalda, gritando –¡Sí!
Con un gemido, bajó encima de ella, y sus bocas se fundieron ferozmente, aun
cuando sus cuerpos se movían. Ella entendió el ritmo casi de inmediato, saliendo a
su encuentro, levantándose a sí misma con sus talones para poder sentir más.
Todo lo que hacía con ella la hacía estremecerse y gritar, echando la cabeza hacia
atrás y hacia adelante. No lograba tener suficiente de la sensación en su piel del
duro músculo de su cuerpo, ondulando sinuosamente con cada movimiento suyo.
A ella le encantaban sus hombros y su pecho, cuya anchura la hacían sentir
delicada y femenina. Cuando rozó sus pezones, él inhaló bruscamente, y ella con
gusto lo acariciaba como lo había hecho con ella.
Se introdujo más profundamente dentro de ella, incluso más fuera de control,
con el rostro desencajado mientras se estremecía.
Y luego se desplomó sobre de ella.
En ese momento, ella lo abrazó, sintiendo el cabello húmedo en la parte
posterior de su cuello, mientras él apretaba su rostro contra su hombro. Había
conseguido que la deseara; tendría esta conexión íntima con él para siempre. Y
entonces supo algo que iba más allá de su necesidad de protección… era amor lo
que ella quería ofrecerle. Levantando sus rodillas, abrazó sus caderas con fuerza,
deseando que nunca tuviera que dejar su cuerpo.
Por fin, Matthew se levantó apoyándose en sus codos. Ella le sonrió,
enmarcando su rostro en sus manos. Él estaba mojado por el sudor, el pelo en su
frente estaba oscurecido con él. Parecía tan cansado y saciado como ella se sentía,
y era una sensación maravillosa.
Su sonrisa era débil. La estudiaba con tanta seriedad que en ella creció el
miedo por haber hecho algo mal.
Poco a poco se retiró de ella, y la sensación de vacío la hizo jadear. Se sentó
sobre los talones, mirando hacia abajo entre sus muslos. Avergonzada,
confundida, comenzó a cerrar las piernas, pero él puso sus manos sobre sus
rodillas para detenerla.
–Siéntate– dijo en voz baja, tratando de alcanzar sus manos.
Se dijo que tenía que mantener la calma. No sabía lo que él estaba sintiendo,
lo que podría estar pensando.
Cuando se levantó, él la dijo. –Mira hacia abajo.
Su confusión desapareció, para ser reemplazada por la comprensión y el
arrepentimiento. Había tenido un plan desde el principio sobre la forma de
esconder su inocencia, pero en su pasión, se había olvidado todo. En el centro de
las sábanas había esparcidas manchas de sangre… la evidencia de su virginidad.
Capítulo 19
Matthew se quedó mirando la mancha de sangre en las sábanas, y el último
temor de que Emily podría haber estado bajo el control de otro hombre se
desvaneció. Alivio y emoción se adueñaron de él. Había estado en lo cierto acerca
de ella. Había confiado en su intuición, y no le había fallado. Ella era simplemente
una mujer desesperada, traumatizada, y él quería ayudarla.
La miró a la cara y casi hizo una mueca. Se había puesto casi blanca, sus labios
sin sangre por el miedo. No quería que se sintiera así con respecto a él.
Pero antes de que pudiera hablar, ella dijo con pesar. –Sabía que estaba cerca
de mi menstruación. Siento mucho haber arruinado una noche tan maravillosa.
Él sólo podía admirar la compostura en su cara ante tan abrumadora
evidencia de sus mentiras. Cuando dobló sus piernas juntas y trató de salir de la
cama, la agarró por los hombros. Por fin encontró una debilidad, ya que estaba
temblando, pero tratando valientemente de no demostrarlo.
–Matthew, por favor, necesito limpiarme.– Habló en voz baja.
–Emily, no puedes ocultarme esto. Supe en el momento que te tomé, que
estaba tomando a una virgen.
Por fin lo miró a los ojos, los de ella llenos de incomprensión. Tenía que
creerla: era una consumada actriz. Pero, por supuesto, había tenido que engañar a
mucha gente.
–Matthew, ¿de qué estás hablando? Ha pasado más de un año desde la última
vez que estuvimos juntos. No estoy acostumbrada a…
–¡Emily!– le dio una pequeña sacudida. –Deja de mentirme. Se acabó.
¿Cómo podía hacer para que confiara lo suficiente en él como para contarle la
verdad? Con un sentimiento de desesperación, supo que quería su confianza,
aunque no tenía ni idea de lo que significaría para su futuro.
Por fin se dio cuenta de que la única manera de que ella llegara a admitir la
verdad, era que él le dijera su verdad.
–¿Se acabó?– Susurró. –Matthew, no sé a qué te refieres. ¿Cómo puede
terminar nuestro matrimonio, después de todo lo que hemos compartido esta
noche?
–No hubo tal matrimonio.– Dijo en voz baja, suavizando su agarre, y
acariciando sus brazos con los pulgares. –Llegué a casa con la mente en perfectas
condiciones y te encontré diciendo que eras mi esposa. Para darme tiempo para
descubrir la verdad, mentí a todo el mundo diciendo que tenía amnesia.
Emily se sentó, congelada, pero lejanamente sorprendida al sentir que sus
manos aún seguían suaves sobre sus brazos. Estaba desnuda frente a él, en más de
un sentido. El temor se deslizaba sobre de ella, pero estaba tan sorprendida, que
no parecía lo bastante real… todavía.
–Tu memoria…– Se interrumpió.
Las náuseas amenazaban con superarla, pero las contuvo de nuevo; trató de
apartarse de él, pero él no se lo permitió.
–Está bien– dijo en voz baja. –Mis recuerdos están totalmente intactos.
Cuando llegué a casa, lo único que quería era que mi familia estuviera contenta
con la noticia de que estaba vivo. Y entonces, me encontré con que reclamabas ser
mi esposa. Podrás imaginar lo que pensé.
¿Realmente él la estaba sonriendo? Pensó con asombro, estupefacta.
Sonriendo, como si esa red de mentiras que había empezado y embellecido
fuera… ¿no fuera importante para él?
–Di algo, Emily– suplicó, buscando su rostro. –Te ves muy pálida.
De repente se sintió tan desnuda, y con independencia de lo que él pudiera
pensar, cruzó los brazos sobre su pecho. Dijo con una voz incluso aún más baja. –
¿Ésta era tu manera de descubrir si era virgen?
Su expresión se volvió de dolor. –¡No! A estas alturas ya había asumido que
eras inocente, y sí, lo confirmó, pero esa no fue la razón por la que yo…
Se apartó de él para apoyarse sobre las almohadas y el cabecero, tirando de la
sábana hasta que él levantó sus caderas para liberarla y que pudiera cubrirse.
Sabía que era una criminal. Había estado bajo sospecha desde el momento en
que regresó a su casa. Había sabido de sus mentiras, la había manipulado de la
misma forma en que ella había tratado de manipularlo. Con asombro, lo estudió;
ella nunca hubiera adivinado la verdad.
Pero como siempre, estaba sola; sólo podía confiar en sí misma para resolver
sus problemas… y eso incluía a Stanwood.
Quería que Matthew se pusiera la ropa. No quería ver su cuerpo, que la
recordaba cómo se había enamorado de él… y que todavía iba a seguir
mintiéndole. No podía negar parte de la verdad, ni podía permanecer en silencio.
Tratando de parecer impasible, pero vislumbrándose su dolor, dijo –Así que
mientras yo estaba tratando de seducirte para obtener tu protección, tú estabas
seduciéndome como diversión.
Él se pasó la mano por la cara. –Sí, al principio. No podía creer la increíble
máscara que te quitaría. Quería saberlo todo sobre ti.
–Suena como si hubieras disfrutado mucho con la diversión.– Dijo con
amargura.
–Pues, sí. Era eso o meterte en la cárcel.
Se estremeció, conmocionada por lo cerca que había estado sin ni siquiera
saberlo.
–Pero nunca quise hacer eso. Mi familia te quiere, lo que me hizo razonar que
no podías ser tan terrible si podías inspirarles ese sentimiento.
Ella se quedó sin aliento. –Entonces, el Teniente Lawton…
Matthew asintió. –Él sabe la verdad sobre ti.
–Debes de haber pensado que era una tonta cuando me quejé de que él me
estaba siguiendo.
–¿De qué serviría? No le tenía siguiéndote. Quería guardarte toda para mí.
Eso no hizo que se sintiera mejor. Y no disipó sus preocupaciones en lo que
concernía a la lealtad del Teniente.
–No sé cómo me siento ahora– continuó Matthew, –excepto que ambos
queríamos esto.– Se inclinó hacia ella. –Emily…
Ella se apartó, metiendo la sábana debajo de sus brazos. Los dulces
sentimientos que había sentido hacia él ahora parecían inútiles, tontos. ¿Qué le
pasaba? Debería de estar regocijándose. Después de todo, él no parecía en
absoluto enojado con su traición.
Ni siquiera había cometido ningún error hasta que se había acostado con él…
y enamorado. Por supuesto, ella nunca se lo diría; tales emociones eran ridículas,
inútiles. ¿Cómo podría existir amor entre dos personas que ocultaban su
verdadero yo? A pesar de que se dijo que podría hacerlo, ¿por qué se sentía tan
mal?
–¿Por qué no me odias?– Susurró, abrazándose a sí misma con los dos brazos.
Por fin él cogió el cubrecama, lo envolvió alrededor de sus caderas, y luego se
sentó de nuevo frente a ella. No sabía si el hecho de que él se cubriera la hacía
sentirse mejor o peor, pero al menos estaban protegidos con la ropa el uno del
otro.
–Cuanto más te conocía– dijo, con una expresión suave, –más sabía que sólo
podías haber hecho esto por desesperación. Al principio pensé que podrías haber
intentado hacer pasar un bastardo como mío.
Ella hizo una mueca.
–Pero no había ningún niño.– Dijo. –Tomaste sólo un poco de mi riqueza y la
utilizaste para la escuela. No querías ropas ni joyas, o una Temporada de
reuniones con ricos y nobles, casaderos.
La tomó de la mano.
Con una triste sonrisa, dijo. –Me acordé de ti después de que me recordaras el
accidente del barco.
–No estuve a tu lado por mucho tiempo. Realmente no recuerdas nada sobre
mí.
–No, pero he escuchado todo lo que me has dicho, y ahora puedes contarme
la verdad.– Le apretó la mano un poco más fuerte. –Dime, Emily.
Tenía que ser cuidadosa con lo que le confesara, y ocultar lo que aún
necesitaba. Él no la permitiría quedarse si tenía conocimiento de la amenaza de
Stanwood contra su familia. Sus planes, sin duda, no tenían por qué cambiar, no
con Stanwood por ahí fuera, acechando como una araña, sujetándola con una red
de amenazas.
–Me lo debes– dijo Matthew, mostrando una leve sonrisa.
¿Deberle? Pensó, sintiéndose un poco histérica. Si, ella se lo debía; pero, ¿no
le había pagado ya por ello al ofrecerle su inocencia?
Pero le debía parte de la verdad. Después de todo, él se había confesado.
Dejando su mano en la suya, se encontró con su mirada. –Después del
accidente, aunque te ibas a la India, parecías muy preocupado por mí. Te dije que
tenía un primo que me llevaría. Eso no era del todo cierto. No me sentía bien
confiándote mis problemas, ya que no era responsabilidad tuya preocuparte por
mí. Eras un extraño.
–Así que no tenías a dónde ir– dijo.
La simpatía en sus ojos la hizo sentir como el gusano más bajo. Si supiera el
mal que había llevado cerca de su familia… No, nunca podría saberlo.
–Tengo habilidades– dijo a la defensiva. –Soy una experta costurera. Y así es
como me ganaba la vida.
–Y lo intentaste durante seis meses, pero no era suficiente, ¿no es así, Emily?
Mordiéndose el labio, ella negó con la cabeza.
–Entonces te acordaste de mí, y de mi oferta de ayuda.
Ella asintió renuente. –Hablé con mi vicario, el Sr. Tillman. Desde el principio
él pensó que debía ir con tu familia, pero yo era una desconocida para ellos.
Estaba decidida a mantenerme a mí misma.
–Ellos te hubieran ayudado sin todas estas mentiras– dijo en voz baja.
–Lo sé– Su voz salió como un graznido, y tuvo que aclararse la garganta. No
iba a llorar. –El Sr. Tillman pensó que necesitaba más protección contra los
hombres sin escrúpulos. Cuando tu nombre apareció en la lista de bajas, él insistió
en que era una señal de Dios de que… de que debía utilizar la tragedia de tu
muerte para ayudarme.
Con una voz llena de incredulidad, dijo –¿Tu vicario te dijo que fingieras ser mi
esposa?
Ella asintió con solemnidad. –Te juro que me negué. Sé que no me vas a creer,
únicamente tenía la intención de pedir un poco de ayuda, sólo un poco, y hubiera
seguido mi camino.
–Pero Tillman envió una carta a mis padres diciéndoles que eras mi esposa.
Haciendo una mueca, bajó la cabeza. –¡No lo sabía! Para el momento que me
recobré de mi terrible fiebre – llovió todo el tiempo cuando viajé hasta aquí – tu
madre estaba bastante… enamorada de la idea de tener a tu esposa con ella.– Él
abrió la boca, pero antes de que pudiera hablar, ella dijo rápidamente –No la estoy
usando como una excusa. Preguntaste qué pasó, y te lo estoy diciendo. Estaba
tan… enferma, tan cansada de estar sola. Lady Rosa encontró la licencia de
matrimonio en mi maleta… ¡No tenía idea de que estaba allí! Entonces, me di
cuenta de que el Sr. Tillman había copiado tu firma de la carta que me dejaste. Él
estaba muerto y yo no tenía a nadie. Y tu familia era tan amable. Tú estabas…
muerto, también, y me decía a mí misma que me iba a ir pronto, que sólo
necesitaba sentirme fuerte otra vez.
–Emily.
Cuando ella quiso seguir hablando, él cubrió su boca con los dedos.
–Y luego, ellos se enamoraron de ti, no sólo de la mujer que pensaron que era
mi esposa.– Dijo él en voz baja.
Sus ojos se abrieron y sintió que las lágrimas estaban cerca de la superficie.
Agachó la cabeza lejos de su toque. –Y yo me enamoré de ellos. Al crecer, nunca
hubiera imaginado que alguna vez estaría sola, no con tres hermanos fuertes y
saludables. Pero, de repente, ellos… se habían ido, y mi casa también se había ido;
ahora le pertenecía a un primo lejano. Todas mis posesiones, los recuerdos de mis
padres, él se quedó con todo...– Su voz tembló.
Aunque sus palabras sólo eran una parte de la verdad, y estaba
convenciéndole de su sinceridad, se sorprendió al sentirse culpable. Pero su
aceptación era lo que necesitaba.
Cuando él no dijo nada, ella respiró profundamente. –¿Qué vas a hacer
conmigo?– Tenía que saberlo, para poder hacer nuevos planes para contrarrestar
los suyos.
Matthew se arrastró hasta sentarse a su lado contra la cabecera, con su brazo
tocando el de ella. ¿Le hizo pensar que tenía frío? ¿Le hizo pensar que necesitaba
consuelo? En lugar de ello, en lo único que podía pensar era en la forma en que la
había abrazado cuando hicieron el amor, cuando estaba jugando felizmente a que
su matrimonio era real.
–No sé lo que voy a hacer.– Dijo al fin. –Si pretendo divorciarme de ti, le hará
daño a mi familia.
Sabía que él había estado pensando en todo esto desde que llegó a casa. ¿Y
aún no se había decidido? Al menos había conseguido distraerlo, pensó con alivio.
Levantando la barbilla, tuvo un presentimiento. –No pensarás que me puedes
seducir de nuevo. Los dos ahora sabemos la verdad.
Él le dirigió una sonrisa divertida. –También sabemos lo mucho que nos
deseamos el uno al otro.
Su mirada parecía tan ardiente, tan posesiva, mientras recorría su cuerpo
apenas cubierto.
–¿Cómo puedes desearme, si no puedes confiar en mí?– Susurró. Estaba
interpretando su papel de ofendida, pero era más difícil ahora. Mentiras sobre
mentiras, sobre mentiras.
Se inclinó sobre ella, y ella aparentó encogerse contra las almohadas, la
sábana apretada con fuerza sobre su pecho. Su cercanía, su calor, la hacían
derretirse por dentro con sólo su toque.
Pero él únicamente inclinó más la cabeza y le dio un suave beso en los labios.
–La confianza no tiene nada que ver con esto.
Luego se desenvolvió el cubrecama de sus caderas y se deslizó debajo de las
sábanas. No ocultó su excitación de ella, ni parecía que iba a actuar en
consecuencia, lo que la decepcionó. Pero ella también podía mostrar paciencia.
Deliberadamente permaneció sin ropa, y se metió debajo de las sábanas en su
lado de la cama. Apoyándose en un codo, sopló la vela, diciéndose a sí misma que
no se escondía.
Ella eligió cuidadosamente sus siguientes palabras. –Así que ¿continuarás
mintiéndole a tu familia?
–Sí. Y tú también lo harás.
Él no tenía ningún problema con eso; realmente había decidido hacer lo que
quisiera con su vida.
–Confía en mí, la mentira te consumirá.– Dijo ella en voz baja.
Después de unos minutos de silencio, cuando sabía por su respiración que no
estaba dormido, dijo. –Cuando estuviste en la India, escribiste a tu familia que te
habías casado.– Escuchó su inhalación, pero siguió rápidamente adelante. –Me
preocupaba que la hubieras olvidado, y que yo estuviera tomando injustamente el
lugar de otra mujer. Si ella te necesitara, entonces sería mi culpa. Yo no habría
podido vivir con eso. Así que busque en tu baúl.
Él suspiró, pero cuando habló, su voz sonaba ligeramente divertida. –Eres muy
meticulosa, ¿no es así?
Ella se relajó un poco. –Todo lo que encontré fue una carta de condolencia. La
quemé. No tenía ningún lugar dónde esconderla para que no pudiera ser
descubierta. Lo siento, Matthew. No era mi intención tratar a la ligera la memoria
de tu esposa. Y ahora, por culpa mía, no puedes compartir ni siquiera tu dolor con
tu familia.
–No voy a compartir mi dolor con nadie, salvo contigo.– Dijo sin inmutarse. –
Ella está muerta, está en mi pasado, y no necesito hablar de ello. Buenas noches,
Emily.
Le oyó darse la vuelta, y antes de que pudiera hacerle otra pregunta, estaba
roncando suavemente. ¿Era tan fácil olvidar todas las revelaciones que habían
compartido? Por supuesto, no habían sido revelaciones para él; él conocía sus
mentiras desde el principio. Su mente regresó a todo lo que habían hecho los días
anteriores para poder examinarlo todo bajo una nueva luz.
***
Matthew despertó con el ritual, ya familiar, de todas las mañanas desde que
Emily dormía a su lado. Estaban juntos, plácidamente enredados, su rodilla entre
las de él, su brazo arrojado sobre su pecho.
Pero esta mañana ella estaba desnuda, y hacía que todo fuera mucho mejor.
Sus suaves pechos estaban presionados contra su costado, y podía sentir la
humedad cálida entre sus muslos contra su cadera.
Bajó la vista hacia su rostro, tan dulce en reposo. Por mucho que ella le
hubiera traído infinitos problemas, él realmente estaba de vuelta de entre los
muertos. Todas las mentiras se habían revelado. ¿Por qué no podían empezar de
nuevo, disfrutar el uno del otro, y ver qué pasaba?
Se apoyó en un codo, dejando que sus dedos se deslizaran sobre el suave
cabello rubio en su mejilla. Ella arrugó la nariz, y luego comenzó a moverse,
estirando su elegante cuerpo contra su costado. Podría haber gemido por el placer
que le provocó.
Parpadeando una o dos veces, abrió sus somnolientos ojos azules y le miró. Él
sonrió, y antes de que pudiera pensar demasiado en la situación, se inclinó y la
besó. Sus labios eran tan suaves, tan dulcemente carnosos. Cuando profundizó el
beso con avidez, presionó una mano contra su pecho.
–¡Matthew, no!– Dijo con firmeza. –Sabes que esto no puede continuar.
–No veo ningún problema en que continuemos como estamos por ahora–
dijo, presionando besos a lo largo de su mejilla y bajando por su cuello. Sintió su
rigidez, pero no se detuvo.
–No quiero ser sólo tu amante.– Susurró.
Se deslizó más abajo por su cuerpo, besando las alas de su clavícula, el hueco
en el centro, y luego más abajo, el cálido valle entre sus pechos. –Ya he pagado
por ti con comodidad y seguridad. Tú aceptaste. ¿Cómo puedes ahora ser tan
aprensiva?
No dijo nada de momento, pero ¿de qué otra manera esperaba ser tratada
después de todo lo que había puesto en marcha?
Él tiró de la sábana un poco más abajo, pero sin llegar a descubrir los
voluptuosos picos de sus senos, y pasó su lengua por el borde. Podía oír su
acelerada respiración. Para parar cualquier protesta, bajo la sábana hasta su
cintura, dejando al descubierto la hermosa recompensa de sus pechos.
Al inclinarse hacia ellos, ella puso una mano en su camino. Él arqueó una ceja
mientras miraba hacia ella a través de su cuerpo desnudo.
Se había sonrojado, y sus labios estaban abiertos con la respiración
entrecortada, pero susurró con angustia. –¡Matthew, no quiero un bebé que
enrede más este lío!
–No habrá ningún bebé– dijo, descartando fácilmente sus preocupaciones. –
No lo tuve en cuenta anoche, pero no voy a cometer el mismo error otra vez.
Y entonces, empezó a saborear lentamente sus pezones, lamiendo y
chupando hasta que ella se retorció debajo de él, sus protestas olvidadas. Su
perfume lo cautivó; la textura suave y sedosa de su piel entre sus dedos.
Rodó sobre su espalda hasta que la tuvo encima de él, a horcajadas sobre él,
sus pechos balanceándose, hasta que pensó que se volvería loco si no podía
tenerlos de nuevo.
–Tómame, Emily– dijo con voz ronca, arqueando sus caderas, dejándola sentir
su erección entre sus muslos. Pasó las manos por sus muslos y sus caderas,
instándola a levantarse.
Su expresión estaba llena de inocencia y pasión, y de una naciente
comprensión. La enseñó cómo guiarlo a su interior, y cuando por fin se dejó caer
sobre él, rodeándolo con su húmedo calor, los dos se quedaron sin aliento.
–¿Te estoy haciendo daño?– dijo.
–No– Para acomodar la sensación de él en su interior, se inclinó hacia
adelante apoyada en sus manos y murmuró vacilante –Pero entonces… yo asumí
que sólo dolía la primera vez.
Retuvo sus caderas para poder concentrarse en ella. –Y ¿estabas
escondiéndome tu dolor?
Ella bajó los ojos. –No puedo hablar… de esto.
Su calor y su estrechez seducían y obnubilaban sus sentidos, pero tuvo un
último momento de lucidez. –No escondas tus sentimientos de mí otra vez, nunca
más.
Le miró a los ojos, buscando en él; él lo sabía. Ella no confiaba en él. Pero no
necesitaban la confianza para disfrutar el uno del otro, ahora que la verdad había
sido revelada. Él levantó las caderas y la atrajo de nuevo sobre él para
demostrárselo. Ella gimió y arqueó la espalda hacia atrás, tomándolo aún más
profundamente.
–Ahora tú– dijo, levantándose sobre sus codos hasta que sus labios apenas le
rozaron el pezón.
Ella gritó su nombre y empujó su pecho contra él, pero dejó caer la cabeza
hacia atrás.
–Muévete sobre mí, utilízame para encontrar tu placer, Emily.
Y entonces ella se movió, torpemente al principio, pero cuando encontró su
ritmo, y tomó de él el control, pensó que iba a morir de felicidad. El moldeó sus
pechos con las manos, usando su boca para provocar gritos encantados de ella,
sintiendo todo el tiempo su propia fiebre de placer recorriéndolo. Se contuvo, con
dolor, con la necesidad de sucumbir cuando ella incrementó el ritmo.
Cuando sintió el estremecimiento de la liberación a través de su cuerpo, rodó
hasta tenerla una vez más debajo de él, dio un par de embestidas que lo llevaron
muy cerca del límite, y luego se retiró, culminando contra su muslo.
Para su sorpresa, Emily extendió los brazos sobre sus hombros, pasando los
dedos por su pelo.
Finalmente, la miró a los ojos. –Ningún bebé– dijo, poniendo una sonrisa
irónica.
Ella asintió con la cabeza, su expresión más solemne que la suya, pero él
entendió. Ella sería la que soportaría la carga, no él. Pero a pesar de que no le
creería, nunca la dejaría afrontarlo sola.
–Ahora tenemos que enfrentar el día.– Continuó, limpiando su semilla con la
sábana, luego se apartó de ella y saltó fuera de la cama. Era increíble lo bien que
las revelaciones – y el sexo – podían hacer a un hombre sentirse. –Levántate,
querida, así puedo quitar esta sábana de la cama.
Ella frunció el ceño con confusión, pero levantó la sábana y puso sus pies por
primera vez en el suelo.
–No queremos que la doncella vea la evidencia de tu virginidad– dijo.
Su rubor se extendió por todo su cuerpo, y él disfrutó de la vista mientras
echaba hacia atrás el cubrecama y las mantas. –Es una pena que no podamos
quedarnos aquí, pero mi familia no lo entendería. O tal vez lo harían– Reflexionó.
–Pero, tus primos…– dijo con demasiada rapidez. –Ellos sólo estarán aquí por
poco tiempo.
–¿Tratando de deshacerte de mí, Emily?– Preguntó mientras sacaba la sábana
de la cama.
Era una burla juguetona, sin embargo, ella palideció de nuevo, y giró su
delicioso cuerpo lejos de él, encogiéndose dentro de su bata. Rápidamente él la
rodeó con sus brazos por detrás, y luego ahuecó sus pechos antes de que pudiera
cubrirlos.
–No puedes tomar todo tan en serio.– La advirtió, a sabiendas de que, aunque
ella podría resistirse a su toque con su mente, su cuerpo se estremecía bajo sus
caricias.
Puso sus manos sobre las de él, manteniéndolas aún contra ella. –Ésta es mi
vida, Matthew. Es todo lo que tengo, y he tenido que hacer cosas terribles para
protegerla. No es fácil saber que mis pecados se han convertido en una diversión
para ti.
Él agarró sus manos, y tiró de ella con más fuerza contra él. –Perdóname.
Ella le dirigió una triste sonrisa. –¿Perdonarte? No hay nada que perdonarte. Y
no entiendo cómo tú puedes perdonarme a mí.
Se separó de él y huyó al vestidor.
Capítulo 20
Emily se dio un baño lento, esperando que Matthew entrara, todo desnudo y
tentador. Cuanto más embelesados estuvieran el uno con el otro, sería mejor para
ella.
Su estómago se retorció de dolor por su continua traición, pero no tenía
elección. Se dijo que ella podía hacerlo feliz, evitando que llegara a saber sobre
Stanwood. No iba a pensar en el amor, ella realmente no conocía a Matthew, así
como tampoco él la conocía a ella.
Pero nunca antes había conocido a un hombre del que quisiera saber más de
él.
Y ahora estaba empezando a conocer su cuerpo, y la magia que era capaz de
hacerla sentir.
Sabía que consideraba sus secretos como una de sus diversiones. Quería la
comodidad de ella en su cama, sin cortejarla, sin ningún compromiso por su parte.
Aunque tal plan era provisional, era el mejor, y no tenía otra opción.
Sería su amante. Se lo debía todo a él, desde el techo sobre su cabeza a la
ropa que llevaba puesta. Ella se lo debía a él.
Y le debía a él y a su familia mantenerlos a salvo.
Gracias a Dios que era sábado y no tenía que poner excusas del por qué no
dejaba la finca para ir a dar clases en la escuela. Stanwood tendría que esperar
para llegar a ella a solas.
Cuando salió del vestidor después de despedir a María, Matthew la estaba
esperando en su habitación, vestido para el día.
Recorrió con la mirada todo su cuerpo, sonriendo. –Hoy te ves hermosa.
–Gracias– Sus dulces palabras y su atención la tranquilizaban. Se había puesto
un vestido verde con cintas amarillas, porque le recordaban la primavera, cuando
todo parecía fresco y lleno de promesas.
–¿Estas lista para saludar a la familia en el desayuno?
Ella ladeó la cabeza. ¿Y hay algo especial en ello?
–Sólo que ahora que hemos intimado, la gente lo notará.
Ella rió. –No lo harán. Nada ha cambiado, por lo que a ellos respecta, y tengo
la intención de mostrarles eso.
Sonriendo, le pasó un brazo alrededor de sus hombros. –Verás. Van a ser
capaces de decir que las cosas están mejor entre nosotros.
Sintió una punzada de inquietud. Pero estaba siendo utilizada para crear ese
tipo de ilusión, mostrando a los demás lo que ellos querían ver. Haría lo que
siempre hacía.
Caminaron juntos hasta la sala de desayunos, y como si quiera demostrarle
que podía afectar su concentración en su papel, la puso contra la pared y la besó
muy a fondo, hasta que estuvo débil y temblorosa. El hecho de que él no pudiera
mantenerse alejado de ella la hacía sentir feliz y aliviada.
Cuando oyeron risitas, Matthew no dejo ver su pesar cuando notó que se
ponía rígida, sus manos presionando sobre su pecho mientras ambos se miraban.
Sus hermanas los saludaron y entraron en la sala de desayunos, dejándolos solos.
Emily suspiró. –Lo has hecho a propósito, como para demostrarme que la
gente se daría cuenta. Ni siquiera me das la oportunidad de comportarme como
siempre lo hago.
–No quiero que te comportes como siempre lo haces– dijo, acariciándola
debajo de la oreja. –No siempre tienes que estar en control, Emily, ya no.
–¿Cómo puedes decir eso?– le susurró a su vez, jugando a hacerse la
renuente. –Si no estoy en control, tendré un desliz; cometeré un error, y entonces,
¿dónde estaríamos? Perderías la conveniencia de una amante, y yo tendría que
desaparecer, si es que no me encuentro en la cárcel.
Él dio un paso atrás y levantó sus manos para besar la parte posterior de
ambas. –No voy a dejar que nada malo te suceda, querida.
No voy a dejar que nada malo te suceda. Aunque pensó que para él todo era
un juego. Era su nuevo juguete favorito que podía sacar y jugar. Tenía que
asegurarse que no pudiera estar sin ella. Así ella tendría el control de su destino.
La tomó del brazo y la llevó a la sala de desayunos, donde lo primero que vio
fue a una sonriente Rebecca susurrándole a la esposa de Daniel, Grace. Emily supo
que la predicción de Matthew acerca de ellos estaba ocurriendo.
–Así que aquí están.– Dijo Christopher desde la cabecera de la mesa.
Matthew sonrió. –Y ¿dónde más podríamos estar?
–Hoy no lo sé.– Comentó secamente Daniel –Pero anoche, cuando quise
pedirle a Emily el placer de un baile, no pudimos encontrar a ninguno de los dos
por ningún lugar.
Emily sonrió, sabiendo que estaba sonrojándose, la respuesta perfecta. Sintió
que Matthew la miraba con diversión. Se suponía que iba a comportarse como si
nada inusual hubiera ocurrido.
Matthew se encogió de hombros. –Me sorprendió lo agotador que puede ser
renovar amistades con cientos de personas. Emily se dio cuenta que me había
excedido demasiado y que necesitaba descansar.
Apenas si pudo evitar poner los ojos en blanco. Lady Rosa y el Profesor
intercambiaron una complacida mirada. Aunque todos sonrieron, Emily estaba
bastante segura de que Daniel y Christopher se miraron con un silencioso
entendimiento, que la confundió.
Daniel sacó una silla y dijo. –Matthew, será mejor que hayas descansado bien
y guardes tus energías, si es que eres tan frágil.
–No es demasiado frágil para besar a Emily– dijo Rebecca, –justo en el pasillo
donde cualquiera podía verlos.
Matthew le sonrió. –Casi me desmayé por mi debilidad, y ella me sostenía.
–Con los labios– dijo Susanna, parpadeando inocentemente ante ellos por
encima de sus lentes.
Emily se rio junto con todos los demás, interpretando su papel. Había pasado
mucho tiempo habitando el disfraz de Emily “la esposa”. Y ahora eso le encajaba
como un guante.
–Si estás tan débil, Matthew– dijo ella –tal vez debería traerte un plato del
aparador.
–Me las arreglaré con tu ayuda– dijo.
Apoyó su pesado brazo en su hombro y dejó que lo guiará hasta el aparador,
mientras se escuchaba un coro de risas.
–Nunca serás un buen actor– dijo ella en voz baja.
Él se inclinó para susurrarle al oído. –¿Quién está actuando?
Se sentía feliz por su triunfo, pero en vez de mostrarlo, rodó sus ojos.
Cuando se sentaron a la mesa con platos rebosantes, Matthew se dirigió hacia
Daniel. –¿Y por qué hoy necesito de todas mis energías?
–Mi hermana tiene un dudoso plan– dijo Christopher, mirando a Elizabeth.
Ella sonrió. –Propuse un concurso de tiro con arco, así puedo mostrar mis
nuevas habilidades.
Para sorpresa de Emily, Matthew se estremeció. –¿Quieres decir para que
puedas encontrar un nuevo objetivo para herir?
Elizabeth hizo un gracioso mohín. –Te has ido demasiado tiempo. Soy mucho
mejor ahora. Pregúntale a Abigail, mi maestra.
Abigail sonrió. –Ha mejorado mucho, pero su hermano no le ha dado la
oportunidad de demostrarlo.– Miró especulativamente a su marido.
Con todo mundo discutiendo la idea, Emily en lo único que podía pensar era
en estar afuera, justo en el exterior, donde Stanwood podría espiarlos a todos.
***
Matthew observó a Emily mientras abandonaba la sala de desayunos con sus
hermanas. Tenía intención de seguirla, pero vio a Reggie mirándolo pensativo.
Agarrando el brazo de Reggie, lo llevó por el pasillo a una pequeña sala, lejos del
excelente oído de sus primos.
Cerró la puerta y se dio la vuelta para encontrar a su amigo aún mirándolo con
interés.
–¿Me veo como un espécimen de laboratorio, para que me estudies así?–
Preguntó Matthew secamente.
Reggie sonrió. –Te ves… feliz.
–Siempre estoy feliz.
–Entonces particularmente feliz.
–¿Y no me vas a preguntar directamente el por qué?
Reggie ladeó su cabeza. –¿Por qué iba a exigirte respuestas? No me debes
nada.
–Has sido mi confidente en todo esto– dijo Matthew, bajando la voz mientras
caminaba hacia a su amigo. –Es justo que sepas que Emily y yo hablamos de todo
anoche.
–¿De todo?– dijo Reggie, con los ojos muy abiertos.
–Incluso de mi falsa amnesia. Yo tenía razón, ya sabes… Era una muchacha
desesperada, incapaz de mantenerse por sí misma. No pensó que le estuviera
haciendo daño a nadie por venir en busca de ayuda. Y ella no fue la que creó la
mentira de que era mi esposa.
Reggie sonrío. –Y ahora ella está muy agradecida.
Eso causó que Matthew hiciera una pausa, pero sacudió la extraña sensación.
–Los dos estamos agradecidos.
–Entonces disfruta, Matthew. Te lo mereces. Espero que dure tanto tiempo
como desees.
¿Por cuánto tiempo sería eso? Se preguntó Matthew.
***
Era una suave mañana de otoño, así que Emily y las otras damas llevaban
cómodos chales. Los sirvientes habían puesto una diana contra un fardo de heno
en el extenso césped del ala este de Madingley Court. Emily pensó que el blanco
estaba demasiado cerca del bosque, pero todos parecían pensar que eso no sería
un problema.
Las mujeres escogieron sus arcos, y Emily se encontró de pie junto a Susanna,
que miraba con recelo su arco.
–¿Hay algún problema?– pregunto Emily.
–No. Sólo que nunca he sido buena en esto. Yo no veo la necesidad de
apuntar un palo puntiagudo a un blanco, cuando la vista del campo está ahí ante
mí para que la pinte.
Emily sonrió. –Era el único deporte en el que tenía la oportunidad de competir
contra mis hermanos. Practiqué casi todos los días.
Una gran mano se posó en su hombro, y ella contuvo un respingo de miedo.
Matthew dijo –Nunca me dijiste que eras una experta en esto, Emily.
–Nunca surgió.
–Y yo nunca hubiera sacado el tema– él continuó –porque yo, también tenía
cosas mejores que hacer que apuntar un palo puntiagudo a un blanco.
–¿Cómo qué?– preguntó, mirando hacia él.
Eso fue un error, porque el sol atrapaba los reflejos rojos de su cabello
castaño rojizo, y su sonrisa era alegre y malvada. Ella sabía que seguía
ruborizándose, porque cada vez que lo miraba, pensaba en él desnudo, y
recordaba las cosas que le había hecho con la boca. Cielos, ¿cómo la gente casada
se acostumbraba alguna vez a ello?
–La esgrima es el deporte de los hombres– dijo Matthew con fingida
solemnidad.
–Vas a tener que enseñarle, Emily– dijo Susanna, dándole un codazo. –Es una
vergüenza que un hermano pueda ser superado por las damas.
–Creo que es apropiado que nosotras les podamos ganar– dijo Emily.
–Entonces ésta será la única vez.– Insistió Matthew.
Susanna se rio, luego se volvió y llamó al resto de la familia y amigos diciendo
que Emily tenía intención de enseñar a Matthew el tiro con arco.
El Teniente Lawton estaba allí, vio Emily, observándolos muy de cerca. ¿Había
confiado Matthew una vez más en él? ¿El Teniente sabía que se había quejado de
él a Matthew? Ella no quería entrometerse en su amistad, sobre todo si el
Teniente Lawton se lo tomaba a mal. O si estaba trabajando con Stanwood, su
cólera podría empeorarlo todo.
Cuando se quedaron solos, le dijo a Matthew –Así que realmente no puedes
disparar una flecha. ¿No estabas inventándotelo?
Él sonrío. –¿Te refieres a que me inventé todo lo demás para que me
enseñaras?
Ella soltó un suspiro exagerado. –¡La disposición de los campos de
Madingley… no puedo creer que cayera con eso! Cómo besar… por favor. Te
compadecí y me sentí culpable, todo al mismo tiempo.
Suavemente, le acarició la mejilla con el dorso de los dedos. –Y ahora estás
enojada conmigo por los engaños.
Ella lo miró a los ojos. –No sería justo sentirme enojada, así que no lo estaré.
–¿Puedes sólo hacer que las emociones no deseadas desaparezcan?
No dijo nada por un momento, porque sabía que no era tan fácil. –Dijiste que
no estabas enojado conmigo, que me habías perdonado. Tal vez realmente no has
tenido éxito en hacer que tus emociones se vayan.
Caminó hacia las dianas del tiro al blanco antes de que él pudiera responder.
Pronto, los hombres fueron quitándose sus abrigos y subiéndose las mangas,
burlándose de las damas con su destreza, incluso Matthew, aunque él se jactó
acerca de las habilidades que pensaba que sería fácil adquirir.
Ella no pudo dejar de notar que el Sr. Derby observaba a Susanna, con una
expresión inusualmente sombría. Susanna le miraba de vez en cuando, y parecía
vacilante, incluso arrepentida, pero nunca fue hacia él. Emily no interfirió,
sabiendo que ya había hecho lo suficiente, por lo menos en lo que concernía al Sr.
Derby.
Acercándose a la reunión de los hombres, Emily puso sus puños en sus
caderas y dijo. –Matthew, no puedes continuar presumiendo cuando no tienes
nada que lo respalde. Ven conmigo, por favor.
Las personas mayores sentadas bajo la sombra de una carpa, se rieron y la
animaron. Matthew la siguió como un niño castigado, y entonces, insistió en que
le explicara cada una de las habilidades en detalle. Ella no sabía la verdadera
magnitud de su ignorancia, o si juguetonamente estaba ocultándola, para
entretener a la multitud.
No se había dado cuenta de que de pie tan cerca de su espalda, ajustando sus
brazos mientras apuntaba el arco, pudiera quitarle toda la concentración. Era
demasiado fácil olvidar lo que estaba haciendo, mirando las venas del interior de
sus desnudos brazos, tan diferentes a los de ella, quería pasar sus manos
suavemente por todo el amplio ancho de su espalda. Quería meter sus dedos en
su pelo, poner sus brazos alrededor de su cintura.
Oh, ella estaba tan atrapada en su deseo por él.
Cuando por fin una de sus flechas golpeó en el borde del blanco, anunció
como un éxito su entrenamiento y se retiró lejos de él para recuperar el aliento. La
miró por encima del hombro, su sonrisa diciendo que él sabía exactamente lo que
estaba haciendo, lo que estaba pensando.
¿Qué tan difícil sería mantener las cosas ocultas a un hombre que quería
conocerla demasiado bien?
Ella trató de concentrarse en el concurso, sonriendo con los demás cada vez
que una flecha de Susanna apuntaba demasiado alto hacia el bosque. Elizabeth
era la reina del día, demostrando sus nuevas habilidades. Emily escuchó con
diversión como la familia relataba las distintas personas a las que Elizabeth casi les
había disparado en sus primeros intentos de hacía unos años. Emily restó
importancia a sus propias habilidades, permitiendo que Elizabeth ganara. Cuando
Matthew la miró con conocimiento, ella movió la cabeza de una forma descarada.
Sin pensar en las consecuencias, se ofreció como voluntaria para encontrar las
flechas de Susanna. Los árboles pronto la rodearon, enfriando el aire, haciéndola
arrepentirse de no haber cogido su chal. Las voces felices se desvanecieron.
Y entonces escuchó el crujido de una rama detrás de ella.
Se quedó paralizada. Nadie más había dicho de ayudarla. ¿Alguien había
cambiado de opinión? ¿El Teniente Lawton? ¿El Sr. Derby? ¿Incluso uno de los
criados?
–¿Hola?– Gritó. Cuando nadie respondió, añadió, en voz más baja. –¿Está
buscando flechas?
La brisa se levantó, y lo mismo lo hicieron los pelos detrás de su cuello.
Alguien estaba ahí, demasiado cerca.
¿Stanwood habría sido tan atrevido como para entrar en el recinto de
Madingley?
A pesar de que sólo tenía una flecha en la mano, sabía que la búsqueda había
terminado. Quería estar en la numerosa seguridad de nuevo. Pero sabía que
alguien estaba detrás de ella, para que no pudiera regresar.
Su corazón se desbocó, comenzó a moverse rápidamente hacia adelante por
la izquierda. Tenía la ventaja de conocer los caminos, ya que solía caminar y
montar a través de estos bosques cruzando la finca.
–Emily.
Oyó que alguien la llamaba a sus espaldas, la voz de un hombre casi
susurrando… pero no era Matthew. ¿Quién era?
Comenzó a correr, agarrando la flecha fuertemente, sabiendo que era su
única arma. Las ramas le rozaban los brazos y la cara, pero no podía permitirse el
lujo de reducir la velocidad, sabiendo que tenía que recorrer una distancia aún
larga para encontrarse a salvo.
***
Cuando el concurso se detuvo para tomar unos refrescos, Matthew se acercó
a sus padres y a sus tías. Estaban mirando a sus hijos con cariño, hablando entre
ellos cuando se sentó.
La Duquesa Viuda, su tía Isabella, dijo –Nunca pensé que vería a mis tres
muchachos casados antes que sus hermanas; Matthew, incluso creí que podría ser
el último de todos sus primos.
Él sonrió y miró hacia sus hermanas, que estaban compartiendo un plato de
uvas. Estaba siendo demasiado fácil fingir que era un marido de verdad.
–Y cuando recibimos esa carta diciéndonos que te habías casado– agregó su
madre –en la India de todos los lugares, o eso asumimos, por ello, no sabíamos
qué pensar.
Se encogió de hombros y levantó las dos manos en broma.
–¿Aún no recuerdas nada del principio de tu matrimonio?– Preguntó la tía
Isabella.
Matthew le lanzó una mirada a su madre, que ni siquiera se sonrojó.
–Pensamos que lo mejor era informar a la familia, Matthew– dijo Lady Rosa. –
Debían saberlo todo.
Sonrió a la Duquesa Viuda –No, tía Isabella, los detalles de mi matrimonio
todavía se me escapan. Pero he descubierto que ya no me importa.
–Eso es obvio– dijo con diversión. –Pareces muy feliz de estar en casa con
Emily. No es de extrañar que te hayas enamorado de tan dulce chica de nuevo. Tal
vez incluso fortaleció tu matrimonio.
¿Enamorado? ¿Era eso lo que todos pensaban?
Antes de que pudiera responder, vio a Emily surgiendo de entre los árboles.
Agarraba una sola flecha mientras se movía con rapidez, luego se detuvo
abruptamente cuando alcanzó el césped. Por un momento pensó que se
tambaleaba.
Se excusó y fue hacia ella.
Ella dio un pequeño respingo cuando dijo su nombre, luego sonrió y levantó la
flecha. –Sólo encontré una.
Después de tomar la flecha, ella juntó las manos detrás de su espalda.
–Emily, ¿por qué estás respirando tan fatigada?
–Necesitaba ejercicio, así que caminé con bastante vigor.
–¿O estabas tratando de escapar de alguien?– Preguntó con percepción.
Ella le miró a los ojos con rapidez. –¿Escapar de quién?
–No lo sé.– Puso su brazo alrededor de ella. –No hay razón para que te sientas
culpable o para que evites a los demás. Nuestros secretos son sólo nuestros.
Ella asintió con la cabeza, con los labios apretados. –Voy a tratar de hacerlo
mejor, Matthew– dijo en voz baja.
Capítulo 21
Después de la cena de esa noche había mucho entusiasmo ya que todas las
jóvenes decidieron tocar el piano y cantar. Matthew se sintió agradecido cuando
Christopher y Daniel tiraron de él en dirección opuesta cuando el Profesor Leland
entró en el salón delante de ellos.
–¿Qué estamos haciendo?– Preguntó Matthew, riendo, cuando fue llevado a
la biblioteca.
Christopher cerró la puerta. –Puesto que nos vamos mañana, Daniel y yo nos
sentimos en la necesidad de un debate final.
–Seguramente no necesitas salir de tu casa– continuó Matthew –Sin duda, la
mayor parte de la Alta Sociedad no se encuentra en Londres en esta época del
año.
–Necesitas tiempo con tu esposa y tu familia– dijo Christopher. –El resto de
nosotros estaríamos metiéndonos en tu camino.
Daniel empujó a Matthew en una silla. –Entonces, ¿qué ha cambiado?
preguntó, sonriendo. –Aparte del hecho de que te acostaste con Emily anoche.
Matthew sólo arqueó una ceja –Eso es entre mi esposa y yo.
–¿Tu “esposa”?– dijo Christopher en voz baja, yendo a sentarse en el sofá al
lado de Daniel y enfrente de Matthew. –¡Escúchate a ti mismo!
Matthew suspiró, aunque mientras sonreía. –He estado fingiendo desde hace
una semana que lo es; es difícil romper el hábito.
–No pareces ser capaz de romper el hábito de Emily, tampoco– dijo
astutamente Daniel.
–Ella me contó la verdad– dijo Matthew.
Christopher se enderezó con obvia sorpresa. –¿Lo hizo? ¿Por propia voluntad?
–Bueno… primero yo la dije que no tenía amnesia, y que sabía que ella no era
mi esposa.
Daniel ladeó la cabeza. –Después de que te acostaste con ella, apuesto. Estoy
impresionado por el libertino en que te has convertido.
Christopher disparó un ceño fruncido a Daniel. –Yo no estoy impresionado.
Matthew, la metiste en tu cama bajo falsas pretensiones.
–Yo no la obligué, fue una mutua decisión.
–Pero ella todavía pensaba que tú creías que ella era tu esposa.– Dijo
Christopher con un toque de ira. –¿Qué se suponía que tenía que hacer?
–Le di una opción– Matthew de repente se sorprendió de encontrarse a la
defensiva. –Y dijo que sí.
–Ella sabía en lo que se estaba metiendo, una vez que tú regresaste– dijo
Daniel.
Al menos tenía a alguien de su parte, pensó.
Christopher se hundió en el sofá, cerrando los ojos. –Estoy preocupado por ti,
Matthew. No veo cómo puedes escapar de este lío fácilmente. Pero, ¿dices que
ahora ella sabe la verdad?
–Y accedió a esperar mi decisión acerca de cómo resolverlo. Ella es justo lo
que yo sabía que era… una mujer desesperada, sin nadie más a quién recurrir.
–Y sigue estando desesperada, y todavía no tiene a nadie más a quién
recurrir.– Dijo Christopher –¿No lo ves?
Matthew se obligó a considerar el punto de Christopher. –Estás tratando de
decir que todavía está atrapada… lo sé. Pero yo estoy atrapado también. Ella
comenzó las mentiras, y yo no sé cómo detenerlas.– Vaciló –Tal vez no quiero
pararlas.
–¿Qué?– exigió Christopher.
Daniel se echó a reír.
–Tal vez éste es exactamente el tipo de matrimonio que quiero, donde los dos
sabemos exactamente qué esperar.
–¿Y así no puedes salir herido?– dijo en voz baja Daniel.
Matthew arqueó una ceja, sorprendido. ¿Daniel estaba hablando de
sentimientos? El matrimonio realmente lo había cambiado.
–No se trata de salir herido– dijo sencillamente Matthew, cuando ambos
continuaron estudiándole.
–¿Qué te hizo tu verdadera esposa?– preguntó Christopher, con simpatía en
su voz.
Eso era algo que él estaba resuelto a no decirle a nadie. –Emily es diferente a
otras mujeres que he conocido en Sociedad.– Dijo. –Trabaja duro en su enseñanza,
y creo que es porque ella está tratando de dar algo a cambio de la ayuda que ha
recibido de la familia.
–¡Escúchate a ti mismo!– dijo Christopher, sacudiendo la cabeza. Respiró
hondo. –No puedo decirte lo que sientes o lo que debes hacer; tendrás que
descubrirlo por tu cuenta. Pero te puedo decir que las mujeres son orgullosas.
Emily no va a aceptar este falso matrimonio por mucho tiempo.
–Ella ya lo ha hecho, antes de que yo le dijera la verdad.
–Pero ahora tú has cambiado las reglas.– Intervino Daniel. –Y va a importar.–
Hizo una pausa, y luego dijo astutamente. –Puedo ver que eres diferente desde
que regresaste de la India. Ya no estás tan controlado, tan reprimido.
–Es una buena sensación– dijo Matthew.
–Puede ser una sensación engañosa– añadió Daniel. –No te dejes engañar.
Christopher se puso de pie y miró a Daniel. –Será mejor que vayamos. Abigail
me ha dicho que tu mujer trajo tu violín. ¿No vais a tocar juntos tú y tu madre esta
noche?– Preguntó con una sonrisa.
Matthew se quedó quieto mientras los veía salir, sintiéndose incómodo y sin
saber qué hacer al respecto.
Cuando él y Emily se retiraron esa noche, ella se arrojó a sus brazos con
anhelo. Su unión fue apasionada y emocionante, y a pesar de que estaba agotado,
la deseaba de nuevo más de lo que creía posible. Pero ella se quedó dormida de
espaldas a él, cerca del borde de la cama.
***
Después de tomar juntos el desayuno y asistir a la iglesia como una gran
familia, Daniel, Christopher y sus familias se marcharon a Londres. Matthew se
quedó en la entrada, con el brazo levantado dando un último adiós de despedida.
Uno a uno los demás fueron entrando, hasta que sólo Emily permaneció junto a él.
–Los vas a extrañar– dijo. –Tal vez deberías haber ido a Londres con ellos.
Estoy tan ocupada aquí, que no me hubiera importado.
Él la sonrió. –No se me hubiera ocurrido después de la actuación de anoche
que quisieras librarte de mí.
Ella sonrió y deslizó su brazo alrededor de su cintura.
–¿Qué planes tienes para hoy?– continuó. –¿Vienes a cabalgar conmigo?
–No.
Habló con tanta rapidez que le sorprendió.
Con una sonrisa pesarosa, dijo –Les prometí a tus hermanas que pintaría hoy
con ellas en el invernadero.
–¿Susanna no puede pintar sin ti?
–Vamos a hablar también sobre plantas. Mis alumnos están estudiando un
poco de botánica, y me va a ayudar a prepararme. Susanna dijo que podría
mostrar sus pinturas a los niños.– Le tocó el brazo, sonriendo, y desapareció en el
interior.
Matthew pronto se encontró vagando en su dormitorio, sintiéndose…
inquieto. No quería pensar en las advertencias de Christopher, pero no pudo
evitarlo. Razonó que él no había cambiado las reglas en este juego que Emily había
empezado. Él simplemente ahora sabía la verdad. Ella no tenía que mentirle nunca
más.
La puerta de su armario estaba abierta, y se encontró tocando con aire
ausente vestido tras vestido, recordándola con cada uno, asombrado de que ella
pudiera ser tan recatada – y tan seductora – todo al mismo tiempo.
Pero Emily aún tenía que mentir; y él lo mismo, si quería mantener a su
familia en una feliz ignorancia.
Y aunque le había dicho a ella que no habría ningún bebé, no podía garantizar
que no lo hubiera, sobre todo, si continuaba en su cama por la mañana y por la
noche.
Un vestido estaba atrapado con algo pesado, y sin pensar en ello, metió la
mano para liberar el delicado tejido. Una bolsa de viaje había sido empujada hacia
el fondo, y para su sorpresa se sentía voluminosa. Después de todo este tiempo,
seguramente ella habría desempacado.
La abrió para encontrar un escondite de diseños de costura, muestras, así
como artículos terminados, todo cuidadosamente embalado entre hojas de fino
papel.
Recordó a Emily diciéndole que era una excelente costurera, e incluso pudo
ver su habilidad en las pocas piezas que miró. Entonces, ¿por qué ocultar su
trabajo?
Sintió otro escalofrío de recuerdos. Ella había dicho que desde el principio
había querido mantenerse a sí misma. La bolsa ahora estaba llena; recordó
haberla visto bordar el pañuelo que estaba encima de todo tan sólo uno o dos días
antes. ¿Por qué lo estaba escondiendo… a menos que planeara dejarle después de
todo?
¿Dejarle? Eso sería una tontería por su parte, cuando estaba segura y cómoda
aquí. Él la había prometido que la cuidaría. Seguramente estaba malinterpretando
la situación; ella no había tenido tiempo, ya que todo había cambiado entre ellos,
para desempaquetar esta bolsa de muestras.
Pero antes de la cena se encontró llamando a la puerta de la habitación de
Susanna. Cuando le permitió entrar, sonrió ante las gotas de pintura salpicadas
por toda la falda de su vestido viejo. Había cuadernos esparcidos por su escritorio,
mesa y sillas. La habitación olía a pintura, a pesar de no haber pintado allí, y se
preguntó si las mujeres de la lavandería gemirían cuando se enfrentaban con sus
ropas manchadas de pintura.
–¿Qué sucede, Matthew?– preguntó distraídamente, mirando hacia atrás a
dos vestidos que había colocados sobre la cama y luego hacia adelante. –Tengo
que cambiarme para la cena. Los dos estamos retrasados.
Entonces él se distrajo por los dibujos que aparecían en los cuadernos
abiertos. Varios eran de Emily, tal vez incluso hechos ese mismo día, ya que ella
estaba sonriendo y como fondo estaba el invernadero.
Desde detrás de él Susanna dijo. –Ella ha sido lo suficientemente amable para
posar para mí a menudo durante este año. Debo admitir, hermano, que he visto
una nueva vitalidad en ella desde tu regreso. Es muy obvio que ella te ama.
Creyó detectar un deje de tristeza en su voz, pero no podía concentrarse en
ello. Él ya sabía que Emily era una excelente actriz, y sería capaz de engañar a
cualquiera con la idea de que le amaba. Pero entonces recordó su pasión y su
entrega de anoche, y la forma en que ella le había besado con tanta ternura. No
quería pensar en el amor; no formaba parte de lo que estaban haciendo juntos.
Pero le dolía pensar en ella con intención de dejarle.
–Estoy llegando a conocerla de nuevo, por supuesto.– Comenzó, pensativo. –
He notado lo hermosa que es su costura.
Susana se ahogó con una carcajada, y él se volvió hacia ella.
–¿Su costura? Realmente tienes que estar enamorado de ella para notar algo
por el estilo.
Enamorado no, pero sí demasiado curioso y preocupado. –Siento como que
quiero recordar todo de ella. ¿Coser es importante para ella? ¿Debería llevarla a
Londres, escoltarla de una en una por las tiendas de las modistas?
–Ella hace eso con regularidad– dijo Susanna con una risa. –Es su viaje de
compras favorito, para ver los nuevos estilos, y hablar con cada modista. Cuando
estamos en la ciudad, es un acontecimiento semanal. Querido hermano, ¿no me
digas que deseas tomar mi lugar en esos viajes? Esa sería una devoción por encima
y más allá del deber de un esposo.
Matthew se rió, dejándola para prepararse para la cena, pero su diversión se
desvaneció mientras caminaba de regreso a su habitación. ¿Podría Emily estar
planeando dejarle? Y ¿cómo podía culparla? Él la había tomado como su amante,
sin la seguridad de un compromiso. Y ella no había tenido ni voz ni voto en ello,
creyendo que sus mentiras la condenarían al final.
No quería que se sintiese mal con él. Se dio cuenta que su dolor le importaba.
Quería que fuese feliz, que estuviera contenta.
¿Podría estar enamorándose de ella?
Sólo saber que estaba en algún lugar de la casa, sentía deseos de estar con
ella. Disfrutó de la manera animada en que habló de nuevo con él, con la
consideración hacia su familia por el dolor que podrían causarles. Y saber que iba a
estar con ella por la noche, haciendo el amor, había hecho su día mucho mejor.
Tal vez esto era amor… de su parte.
¿Y si Emily en realidad tenía intención de dejarle?
***
Al siguiente día, Emily envió una nota al Sr. Smythe, el cura del pueblo,
preguntando si le importaría enseñar a los niños durante la siguiente semana. No
podía arriesgarse a salir de la finca, no cuando sospechaba que Arthur Stanwood la
había estado acechando en el bosque. Casi la había atrapado; había oído su
respiración jadeante mientras corría detrás de ella, con las ramas crujiendo.
Cuando sintió un tirón en un mechón de su cabello que se había soltado, había
atacado detrás de ella con la flecha, sin perder el paso. Había golpeado algo, pero
no había vuelto la cabeza para ver si lo había herido.
Justo cuando había llegado al césped, aflojó el paso, y sólo entonces miró
hacia atrás. Pero no vio nada, y no se entretuvo a investigar.
¿Por qué Stanwood la perseguiría? Él había dicho que se pondría en contacto
con ella para su chantaje. Tal vez le enfureció que no apareciera por el pueblo. No
quería correr el riesgo de estar a solas con él, donde no pudieran ser vistos.
Matthew y su padre habían salido ese día, y ella se alegró, porque cuanto más
se concentrara Matthew en las empresas y negocios de la familia, menos tiempo
tendría para pensar en lo que ella podría estar ocultándole. Ella, sus hermanas y su
madre iban a encontrarse con los hombres en Cambrigde esa tarde para una
conferencia especial que el Profesor iba a dar, abierta al público. Había sido idea
suya el que asistieran como una familia; Lady Rosa accedió con mucho gusto.
Susanna, Rebecca y Emily habían intercambiado miradas de sorpresa a espaldas de
Lady Rosa. Por mucho que la relación de los Leland hubiera mejorado, una
conferencia de anatomía seguramente les traería recuerdos amargos.
Sin embargo, Emily estaba tan acostumbrada a estar fuera haciendo cosas,
que permanecer en la casa le hacía sentirse enjaulada. Decidió por la tarde que
dar un paseo por los jardines – ni de lejos cerca del bosque – no podía hacerle
daño.
El día estaba nublado y frío, y apretó el chal sobre sus hombros. Los jardineros
trabajaban en distintos macizos, y los sirvientes iban y venían entre las
dependencias y la casa. Mientras estaba caminando por el sendero de grava, un
carro dio la vuelta por el otro lado de la mansión, obviamente dejando el patio de
la cocina. Ella se movió hacia un lado, para que el conductor pudiera fácilmente
pasarla.
A medida que el carro reducía la velocidad, levantó la vista para asentir a
modo de saludo amable… sólo para ver a Arthur Stanwood sonriéndola
triunfalmente desde el asiento del conductor. Vestía ropas sin lujo y una gorra
calada hasta las cejas. Mientras que ella se quedó boquiabierta mirándole, él tocó
la visera de su gorra respetuosamente.
–Buenas tardes, Señora Leland.– Bajó la voz –O ¿debería decir… Señorita
Grey?
–¿Qué está usted haciendo aquí?– dijo entre dientes, su conmoción olvidada
mientras miraba a todas partes por encima de ella. Los sirvientes continuaron
trabajando, y nadie les dirigió más que una mirada fugaz. –¿Una reunión con su
espía?– Preguntó.
–Yo sólo entregué una carga de carbón para la cocina– dijo, ignorando su
segunda pregunta. –Hay tantos suministros necesarios para una finca de este
tamaño.
–Así que, ¿también se ha congraciado con alguien en el pueblo?
Con una desagradable sonrisa, miró a su alrededor y preguntó –¿Dónde están
las encantadoras hermanas del Capitán? Disfruté viéndolas ayer. Con tan finas
formas disparando sus flechas.
Apretó los puños, su cuerpo tenso por la ira y el miedo. Pero tenía que
aferrarse a su propósito y disuadirlo.
Él se rió en voz baja, y luego su sonrisa se desvaneció. –La única manera de
mantenerme lejos es crear un alboroto y gritar, Emily. Y entonces, todos querrán
saber qué está pasando. Y tendrás que decirles. ¿Quieres que esta encantadora
familia sepa la clase de delincuente que eres? No lo parecía ayer. Es una pena que
no hablaras conmigo.
–No estaba segura de que hablar era todo lo que quería de mí– dijo. Así que él
era quién la había perseguido.
Su expresión cambió y miró hacia ella. –Voy a hacer lo que quiera contigo. Y tú
lo aceptarás. No fui yo quien creó este lío en el que estás, pero ¿por qué no
debería aprovecharme de ello? ¿Qué medidas has tomado para conseguir en esas
lindas manos una considerable cantidad de dinero?
–Ya le dije que yo no tengo acceso al dinero– dijo fríamente. –No se me han
dado ni joyas, ni regalos preciosos, ni siquiera un anillo de boda. ¡Este plan suyo
no va a funcionar!
–Encuentra una manera.
–No puedo. Matthew me ha confrontado. Sabe que no soy su esposa. ¿Por
qué iba a darme dinero cuando está buscando la mejor manera de librarse de mí?
–Incluso si estás diciendo la verdad acerca de que conoce tus mentiras, no
creo que él quiera que te vayas, o te habría enviado lejos inmediatamente. No, mi
querida Emily, él evidentemente está enamorado de ti. ¿Le has estado otorgando
tus favores, los que no querías darme a mí?
Ella no sabía que contestar para calmarlo.
–¿Y bien?– preguntó, con voz más fuerte.
–¡Cállese!– Ella miró frenéticamente a su alrededor. –No le ayudará el que lo
atrapen.
–Gracias por pretender que piensas en mí, Emily, pero sé que la única
preocupación es egoísta por tu parte. Si me atrapan, vas a tener que explicar la
relación que tienes conmigo. Vas a tener que decirle a él lo que hiciste por mí. Y
luego tus mentiras – y tu seguridad – estarán de más. No puedes querer eso. No,
está claro para mí que Leland continúa queriéndote, al menos en su cama. Y él va
a pagar. Tienes que encontrar una manera para hacer que suceda. Me pondré otra
vez en contacto contigo dentro de cuatro días, ni un momento más. Quiero diez
mil libras.
Ella se quedó sin aliento. –¡Pero su padre es un profesor! Ellos no tienen ese
dinero.
Él sonrió. –¿Cómo vas a saberlo si no se lo pides? Encuéntralo, róbalo, no me
importa. Si la duquesa tiene joyas, ayúdate con eso. Seguramente ella no echará
en falta algunas.– Enderezándose, tocó su gorra una vez más. –Buenos días,
Señorita Grey. Ha sido un placer.
Capítulo 22
Esa noche, Matthew llevó a Lady Rosa, a sus hermanas, y a Emily al Centro de
Conferencias del Christ’s College para escuchar a su padre hablar sobre los usos
del microscopio recientemente rediseñado para la anatomía. Se sentaron en la
parte de atrás de la sala, ya que las mujeres no eran generalmente admitidas,
independientemente de la naturaleza pública del discurso. Pero destacaron de
todas formas, porque había menos de un par de docenas de personas asistiendo…
incluyéndolos a ellos.
Matthew se inclinó para susurrarle al oído a Lady Rosa. –Es una pena que no
hayan dado mayor publicidad al evento.– Había esperado ver lo muy respetado
que era el trabajo del Profesor.
Ella negó con la cabeza. –Lamentablemente, los únicos programas
universitarios que parecen ser apreciados son las matemáticas y los clásicos. La
gente no se da cuenta de la importancia de las ciencias en este mundo moderno
nuestro. Es una buena cosa que tu padre tenga su importante investigación, que
sólo cuenta con seis o siete estudiantes que estén aprendiendo con él en este
momento.
Matthew simplemente parpadeó ante ella, demasiado sorprendido para
hablar.
Ella se aclaró la garganta y levantó la barbilla. –No soy ignorante en el tema
del trabajo de mi marido. Así que guarda silencio, para que pueda escuchar.
Matthew se sentó hacia atrás y vio a Emily mirándolo, con una pequeña
sonrisa.
El Profesor habló sobre el tema, que a Matthew a menudo le sonó como de
otro idioma, pero su evidente entusiasmo le hacía un buen orador. Varios
estudiantes hicieron preguntas, y la discusión se prolongó durante bastante
tiempo.
Matthew miró más allá de Emily a sus hermanas, preguntándose por sus
reacciones. Susanna, por supuesto, era en sí misma una erudita no oficial, pero
Rebecca muy bien podría estar bostezando.
Frunció el ceño. Rebecca no bostezaba en absoluto. Su rostro estaba pálido,
con los ojos enrojecidos. Estaba tratando de ver a su padre, pero su cabeza se
inclinaba hacia adelante mientras ella trataba de enderezarse.
Puso su mano en el brazo de su madre, y cuando ella le miró, inclinó la cabeza
hacia Rebecca. Los ojos de Lady Rosa se abrieron alarmados.
–Pensé que ya rara vez se enfermaba– dijo Matthew en voz baja.
–Ella no ha tenido nada más serio que un resfriado en muchos años– dijo su
madre con gravedad. –Tú y Susanna quédense aquí y esperen a su padre. Me
llevaré a Emily a casa para que me ayude con Rebecca.
¿No a Susanna? Pensó Matthew con sorpresa. Pero claro, Susanna era quién
apreciaría más la conferencia, y tal vez Emily era mejor enfermera. Emily ya
sostenía el brazo de Rebecca, susurrándole suavemente. Rebecca asintió, lanzó
una débil sonrisa a Matthew, y permitió que las dos mujeres la ayudaran a salir de
la sala.
Susanna se deslizó más cerca de Matthew –Ni siquiera me di cuenta de que
estaba enferma.– Dijo, mirando la puerta cerrarse detrás de ellas.
–Yo tampoco noté nada. Estoy seguro de que va a estar bien.– Dijo con voz
tranquilizadora. –Padre estará aquí pronto, y podremos regresar con él.
La mirada del Profesor estaba centrada en la puerta por la que su hija,
ayudada, acababa de salir. Si estaba distraído mientras continuó respondiendo
preguntas, hizo un trabajo decente tratando de fingir lo contrario. Una media hora
más tarde puso fin a la noche; recogió sus libros y papeles, y caminó rápidamente,
con su bata académica aleteando detrás de él, para reunirse con Matthew y
Susanna en el fondo de la sala.
En el momento en que llegaron a Madingley Court, el médico ya había sido
enviado a buscar, y Rebecca estaba recostada en la cama, con los ojos cerrados, y
el rostro perlado de sudor. Su pecho se estremecía ocasionalmente con una
profunda tos.
Matthew se quedó cerca de la puerta, mientras que el Profesor Leland se
precipitó hacia la cama. Emily se acercó a Matthew, y el roce de su brazo contra él
fue en cierto modo tranquilizador.
–¿Cómo está?– Susurró.
Ella se encogió de hombros y le habló en voz baja. –Con fiebre, pero no
excesivamente. Está bastante lúcida, gracias a Dios, y dice que todo el cuerpo le
duele. Al parecer, se despertó esta mañana sintiéndose mal, pero esperaba que se
le pasara. Odia sentirse débil como cuando era joven.
–Ésta es sólo una enfermedad. Seguramente no supone una vuelta a sus
enfermedades de la infancia.
–Espero que no– dijo Emily solemnemente. –Iré a ver si Lady Rosa necesita
agua fresca.
Matthew miró con impotencia a Emily mientras se movía de forma eficiente
por la habitación, ayudando en todo lo que podía. Susanna parecía nerviosa, como
si tratara de ocultar su miedo, pero Emily le hablaba con palabras tranquilizadoras
que inspiraban paz a su mente.
Cuando el médico llegó y se fue, alegando que había poco que hacer salvo
esperar a que la fiebre bajara, Matthew persuadió a Lady Rosa para que se sentara
con él en una esquina y comiera un poco de la bandeja con comida que había
traído una criada. Emily se llevó a una angustiada Susanna fuera de la habitación
por un rato.
Juntos, Matthew y su madre comieron en silencio, mirando al Profesor hablar
con calma a una inconsciente Rebecca, mientras refrescaba sus brazos y su cara
con un paño húmedo.
Lady Rosa empezó a hablar. –Tu padre siempre se ha preocupado mucho por
sus niños.
–Lo sé– dijo en voz baja Matthew.
–¿Qué otro hombre estaría aquí, participando en el cuidado de su hija
enferma? Y yo he estado haciéndole sufrir todos estos años.
–Madre…
–No, no hay nada que necesites decir. El pasado está muerto desde hace
muchos años a la vista de todos, pero no a la mía. Nunca más.
Él comió en silencio entonces, viendo cómo sus padres se echaban miradas
inseguras, pero de anhelo, el uno al otro. Si no fuera por el hecho de que su
hermana estaba enferma, se habría sentido aliviado por el cambio que se había
producido entre ellos durante su ausencia. Mediante mucho esfuerzo, habían ido
más allá de un matrimonio doloroso a algo que los había fortalecido a cada uno de
ellos.
Fue una larga noche, y todo el mundo tuvo su turno haciendo compañía a
Rebecca, hablando con ella cuando se despertaba, dándole sorbos de agua y
cucharadas de caldo. Matthew se aseguró de estar allí cuando estaba Emily,
porque disfrutaba viéndola con su hermana, su serenidad, su firme convicción de
que Rebecca se pondría bien.
Y tenía razón. Por la mañana la fiebre había bajado. Él y Emily estaban con
ella, y mandó a buscar a sus padres. Matthew ayudó a Rebecca a sentarse un poco
más arriba en la cama, y ella con enfado golpeó sus manos
–No soy una inválida– dijo con voz débil, entonces tosió.
Lady Rosa y el Profesor Leland corrieron a la habitación, y cuando la vieron,
sus caras se abrieron con sonrisas. Matthew escondió la suya cuando Rebecca
gimió como con disgusto.
–No necesitan actuar como si me hubiera estado muriendo– dijo, con los
brazos cruzados bajo su pecho.
Matthew sospechaba que era para ocultar el temblor de sus manos.
–¡Fue sólo un poco de fiebre!– continuó. –Todos tienen alguna de vez en
cuando. Parte de un simple resfriado. Están exagerando.
Y tal vez ella tenía razón, pensó Matthew, pero ¿cómo podía culparlos
después de su historia? Pero mantuvo ese pensamiento para sí mismo para que
ella no se volviera contra él.
Lady Rosa la besó en la frente, y luego respiró profundamente. –Parece que
no somos necesarios aquí, Randolph– dijo con ironía a su marido. –Si alguien nos
necesita, estaremos en la casa de campo con mucho que discutir.
Y luego salieron de la habitación, dejando atrás un sorprendido silencio.
Susanna entró apresurada por la puerta. –¿Qué me perdí? ¡Mamá y Papá
caminaban cogidos del brazo!
Matthew puso su brazo alrededor de Emily –No estoy muy seguro de lo que
pasó, pero creo que quieren estar solos en la casa de campo dónde se
enamoraron. Para hablar.– Agregó, en beneficio de oídos inocentes.
Rebecca y Susanna se miraron la una a la otra y dieron bufidos idénticos.
Como Susanna se acercó a la cama de Rebecca, Matthew miró a Emily, que
tenía una expresión de sereno disfrute.
–Pareces bastante orgullosa de ti misma. – La dijo.
–Sabía que con un poco de esfuerzo, su relación se podría reparar.– Dijo ella,
con los labios curvados con una amplia sonrisa.
–¿Y es tan fácil reparar relaciones?– Preguntó en voz baja.
La sonrisa de ella se desvaneció y lamentó sus palabras.
Emily se excusó y regresó a su dormitorio. Había sido una noche larga, y sabía
que debía dormir. Pero ahora que sus preocupaciones por Rebecca habían
disminuido, sus pensamientos seguían turbios en su mente, atormentándola con
recuerdos de Stanwood y sus amenazas, y de su desconocido espía.
No estaba más cerca ahora de la solución a su problema. No podía imaginar ir
a la alcoba privada de la duquesa y saqueándola robar algo de valor. La hacía
sentir enferma sólo con pensar en ello.
La única cosa de valor que ella poseía estaba en una pequeña caja en su
tocador. Se sentó ante al espejo y la abrió para mirar el hermoso collar que le
habían regalado los Leland en la Navidad del año anterior. Estaba hecho con
pequeñas perlas, así que estaba segura que tenía algún valor, pero difícilmente
podría valer diez mil libras.
***
En su camino al desayuno – que tuvo prioridad sobre el sueño – Matthew se
detuvo en el vestíbulo de entrada para recoger el correo. Había varias cartas para
él, la mayoría con florida escritura que significaba otra invitación para celebrar su
regreso.
Pero una carta parecía diferente a las demás, su nombre estaba crudamente
escrito en el sobre, con una sola t en Matthew. La abrió y leyó:
Capitán Leland,
Sé la verdad sobre usted y Emily Grey. Ya no confío en ella para conseguir el
dinero que se le ha ordenado, así que está en usted. Exijo diez mil libras o revelaré
su falso matrimonio. Déselo a Emily. Ella pronto sabrá dónde encontrarme.
No había firma. Durante un largo minuto Matthew miró boquiabierto la carta,
releyéndola dos veces, como si las palabras pudieran cambiar milagrosamente.
Incluso después de todo lo que él y Emily habían compartido el uno con el otro,
sus mentiras continuaban, y estaba involucrada en una trama de chantaje contra
su familia. Su cabeza daba vueltas con el mismo pensamiento, mientras la furia
retorcía sus entrañas.
¿Cuántas veces más su intuición resultaría falsa?
Respirando con fuerza, entró en el gran salón y se hundió en una silla debajo
de un despliegue de espadas que manifestaban siglos de valor. Ellas brillaban con
la luz del sol sobre su cabeza, y él quería arrancar una de la pared, encontrar a ese
bastardo y…
Y ¿qué? ¡Él ni siquiera sabía el nombre del individuo!
Pero Emily sí.
Aturdido, pensó en ella atendiendo con tanta dulzura a su hermana, todo el
tiempo planeando… ¿chantajearle por dinero? Parpadeó, su cabeza comenzando a
aclararse. Eso no tenía sentido.
Y de repente, no pudo creer eso de ella, no después de todo lo que había
averiguado, de todo lo que habían compartido. Su valoración de ella no estaba
equivocada. Era una mujer sin preparación empujada a una tragedia, que había
hecho lo que tenía que hacer para poder sobrevivir. Y si ese desconocido estaba
diciendo la verdad, entonces él la había estado presionado para que chantajeara a
Matthew. Y Emily no había cedido, no había venido pidiendo dinero.
No había pedido, tampoco, su confianza o su ayuda, y eso le hizo sentirse
frustrado y le entristeció.
Pero él no había probado ser digno de su confianza, se dio cuenta con
profundo pesar. No había tratado de resolver el problema de su supuesto
matrimonio, sólo la había utilizado para su propio placer. ¿Era así como se había
sentido su primera esposa, que no pudo ir a él con la verdad, que no pudo pedir su
ayuda?
***
Cuando Emily escuchó la puerta abrirse detrás de ella, rápidamente cerró la
caja del collar y se puso en pie. Matthew caminó alrededor de la cama y se detuvo
para mirarla.
Ella no podía leer su expresión, y eso la llenó de pánico. –¿Es Rebecca?
–No, hasta donde yo sé ella se siente mejor.
–Gracias a Dios– Puso una mano en su pecho y cerró los ojos. Pero cuando
Matthew no dijo nada más, ella por fin le miró –¿Qué sucede? Sólo dímelo.
–Lo haré, pero es una lástima que tú no puedas decírmelo a mí.
Ella le miró sin comprender. Le tendió una hoja de papel, y ella la cogió,
inclinando la cabeza para leerla.
La sangre abandonó su rostro tan rápidamente que tuvo que poner una mano
en la silla detrás de ella para mantener el equilibrio. Stanwood había actuado a sus
espaldas, diciéndole todo a Matthew, haciéndola parecer como si estuviera
involucrada. Sus ojos le dolían por reprimir las lágrimas cuando se encontró con la
mirada inquisitiva de Matthew.
–¡Yo nunca le he ayudado en el plan para extorsionaros a ti y a tu familia!
–¿Así que sabías eso?– Preguntó.
Cerró los ojos por un momento. –Sí. Él vino a mí con sus amenazas hace varios
días, y traté de encontrar una manera de burlarle. Pero no hay nada que pueda
hacer, porque él tiene de su lado la verdad de mis mentiras. Quería protegerte,
tenía la esperanza…– Se interrumpió. –Crees lo peor de mí, ¿no es así? Crees que
está diciendo la verdad. Que seguí mintiéndote, y eso es imperdonable.
Cuando la agarró del brazo, estaba lista para su condena. Su familia era lo
único importante para él, y ella había traído un asesino sobre ellos.
Pero su toque se suavizó, y cogió su otro brazo, dándola una sacudida.
–Emily, mírame– dijo en voz baja y apremiante.
Después de haber visto la pasión y el humor en sus ojos, la mataría verlos
ahora reemplazados por el odio. Pero no tenía otra opción, le debía su coraje. Se
enderezó y le miró a la cara.
Cuando vio ternura en su mirada, se quedó sin respiración.
–Te creo– dijo en voz baja, sujetando sus brazos para que no pudiera huir. –
¿Me escuchas? ¡Quién quiera que sea ese hombre, es un sinvergüenza! No creo
que le estuvieras ayudando a chantajearme.
Su respiración volvió con un jadeo –Tú, ¿me crees?
Con sus ojos teñidos de tristeza, murmuró –Sólo hubiera deseado que
hubieras podido confiar en mí en todo esto. Ese hombre – ¿Stanwood? – te ha
estado atemorizando, y sin embargo, lo guardaste todo para ti. Te hubiera
ayudado, Emily. Sé que al principio sólo busqué mi propia diversión, pero te juro
que, cuando te llevé a la cama, nunca pensé que era una broma. Era casi como si…
estuviéramos casados, de alguna extraña manera.
–Matthew, lo único que yo quería era un matrimonio contigo, incluso si no era
de verdad. Pero estaba equivocada. Las personas casadas no deben mentirse el
uno al otro como lo hicimos nosotros.
Él asintió con la cabeza. –Y eso es culpa mía, que te hice sentir que tenías que
mantener eso conmigo.
Se enderezó y se alejó de él.
Matthew sintió su rechazo como una bofetada.
–Desde que murió mi familia– dijo solemnemente –Siempre he tenido que
manejar todo yo misma. Pero no me criaron para ser independiente. Nunca tuve
que tomar decisiones por mí misma, a menos que implicara qué libro leer, qué
vestido me iban a hacer, o a qué fiesta asistir. Mi padre y mis hermanos me
protegían de todo, pero no pudieron protegerme de su propia muerte.
Se irguió, tratando de ser fuerte. Él desesperadamente quería abrazarla,
protegerla, pero ella se mantuvo alejada.
–Yo era incompetente, y tan inculta…– dijo.
Él sabía que era por eso por lo que empezó a estudiar tan duramente, para
mejorarse a sí misma, así como para ayudar a los estudiantes que no tenían a
nadie para defenderlos antes de que ella llegara. Miró hacia la ventana, como si no
pudiera soportar la visión de él.
–¿Sabes cómo me sentía al ser el pariente pobre que nadie quería? No sólo no
tenía familia, yo ni siquiera sabía dónde iba a dormir después que mi primo tomó
mi casa, pero una amable vecina me acogió temporalmente. Pero ella no tenía
sitio para mí, tampoco.– Y en ese momento, su cálida mirada se encontró con la
suya de nuevo. –Caí tan abajo en la vida que tuve que trabajar como camarera
limpiando habitaciones en una posada propiedad de Stanwood, porque con las
prendas de costura no conseguía suficiente dinero para el alquiler. Los hombres
continuamente me hacían proposiciones porque yo estaba desvalida, indefensa.
Matthew tenía un nudo en la garganta por emociones que nunca antes había
enfrentado. No podía imaginar lo asustada y sola que se habría sentido Emily. El
nunca dejaría que nada la dañara de nuevo.
–¿Fue Stanwood quién te hizo daño?
–Lo intentó– dijo ella. –Oh, al principio simplemente me miraba, y yo sentía la
amenaza de lo que realmente quería de mí. La única manera de detenerlo, era
hacer… otras cosas que él quería. Robé para él, Matthew. Yo realmente soy una
criminal, en más de un sentido. Dos veces me llevé el dinero de un dormitorio que
había limpiado. Pero no podía seguir haciéndolo. Y cuando me negué, me puso
contra la pared para terminar lo que había empezado.
Todo el cuerpo de Matthew estaba rígido de furia e impotencia.
–Yo no dejaría que él me hiciera sentir indefensa.– Insistió con acalorada ira. –
Mis hermanos me habían enseñado dónde patear a un hombre. Entonces, hui de
él y corrí en busca del Sr. Tillman, quien tan desesperadamente quería que yo
escapara, haciéndome pasar por tu esposa. Y luego, Stanwood me encontró…–
Cerró los ojos, y una lágrima se escapó de ellos. –Asesinó a ese pobre anciano,
frágil y enfermo, justo delante de mí– Su respiración se detuvo. –Puso una
almohada sobre su cara y yo peleé con él, tirando de sus brazos, pero me empujó
hacia atrás.
–Emily… – Susurró su nombre, sintiendo su propia impotencia. Se dio cuenta
que él era como Stanwood y los hombres de la posada que la hacían
proposiciones; la usó. ¿Cómo se suponía que iban a mejorar las cosas entre ellos?
Y lo quería desesperadamente, porque su familia estaba en lo cierto, él estaba
enamorado de ella. Pero si se lo decía ahora, ella no le creería. Tenía que
demostrárselo. Quería un matrimonio real, y todo lo que venía con él.
Capítulo 23
Emily vio a Matthew llegar hasta ella, y luego detenerse, su rostro lleno de
confusión y dolor.
–No quiero secretos entre nosotros, Emily– dijo en voz baja.
–Siempre habrá secretos, Matthew. No sabemos cómo confiar el uno en el
otro.
–Pero yo confío en ti– dijo, rodeándola con sus brazos. –No te he contado
todo, pero quiero hacerlo ahora.
Ella permaneció en silencio, mirándole, refugiándose en su abrazo en ese
breve tiempo destinado a ella.
–Mi esposa se llamaba Rahema, y como puedes ver por su nombre, era una
mujer nativa.
Sus labios se abrieron con asombro, y sus propios problemas se
desvanecieron por un momento. –¿Ella no era británica?
Sacudiendo la cabeza, tiró de ella hasta que estuvieron sentados en dos sillas
frente a la cálida chimenea. Apoyando los codos en las rodillas, tomó sus manos y
las sostuvo.
–Ella estaba en la Misión cuando me llevaron allí desde la selva, herido. Ella
me cuidó, y nos convertimos en amantes. Pronto me di cuenta de que estaba
enferma y que podría no sobrevivir. Yo sentí tanto… ternura hacia ella, como
gratitud.– Miró sus manos unidas. –La amaba. Así que para proveerla, me casé con
ella.
–Estoy contenta de que lo hicieras– dijo ella en voz baja.
Él le dedicó una leve sonrisa. –Tú nunca me condenarías por hacer algo fuera
de los límites establecidos por la Sociedad. Nunca pensé en el escándalo, en caso
de que llegaran a conocerla. Yo era igual que el resto de mi familia.
–Tú la amabas, Matthew, y querías lo mejor para ella.
–Me dijo que había sido bautizada como anglicana, lo cual era importante
para un matrimonio legal. Ninguno de nosotros pensó que viviría mucho tiempo, y
yo sólo quería que tuviera un poco de paz. Sorprendentemente, se recuperó, e
incluso se mudó conmigo a mi siguiente destino. Eso fue cuando envié la carta tan
vaga a mis padres diciéndoles que me había casado, así tendrían tiempo para
acostumbrarse a la idea antes de que yo me presentara con una novia nativa.
Ella hizo una mueca. –Tu familia pensó que esa carta los estaba preparando
para mí.
Él sonrió. –Me alegro de haber sido de ayuda.– Sus sonrisas se desvanecieron
y él le dirigió una mirada escrutadora. –Pensé que Rahema era feliz conmigo, pero
nunca vi la verdad.
Ella respiró hondo, apretando sus manos. –¿Ella te estaba mintiendo?– Y
después había regresado a casa para encontrar a otra mujer haciendo lo mismo
con él. Emily se sorprendió de que no hubiera estado más enfadado con ella desde
el principio.
–Después de su muerte, descubrí que ella nunca se convirtió en cristiana.
Diablos, eso probablemente significa que ni siquiera estuvimos casados según la
ley inglesa. Me había utilizado para ayudar a su familia, de la que nunca me habló.
Mi dinero no era suficiente. Estaba tan desesperada, que aprovechó las cosas que
le dije acerca de mis asignaciones para traicionar a nuestro Ejército.
–¡Oh, Matthew!– Su nombre fue un grito involuntario.
–Murieron hombres a causa a ella… por mi culpa. Y nunca supe nada de esto
hasta que murió.– Sus ojos eran distantes al revivir los recuerdos de su pasado.
–Y luego viniste a casa y me encontraste.– Susurró ella –Y ahora te he
traicionado también.
Le apretó las manos con más fuerza. –He disfrutado de cada momento de
nuestro juego. Y no me has traicionado. Sé que no estás involucrada en las tretas
de Stanwood. Te han atrapado las circunstancias y has estado impotente contra
ellas, y eso me ha hecho darme cuenta de que Rahema, también. No puedo
perdonar lo que hizo, pero ahora entiendo que estaba tratando de sobrevivir de la
única forma que sabía.– Sus ojos se tornaron aún más tristes. –Y ella no creyó que
podía confiar en mí lo suficiente como para decirme la verdad. No debe haber
pensado que podía ayudarla.
–No sabes lo que es no tener a nadie– dijo ella en voz baja. –Eso… te cambia.
Tú siempre has tenido a tu familia.
Él se inclinó hacia delante en su silla, mirándola de manera significativa a los
ojos. –No habrá ningún escándalo que Stanwood pueda revelar, porque nos
vamos a Escocia para casarnos, a Gretna Green, donde no se necesita leer las
amonestaciones o una licencia especial.
Ella le miró boquiabierta, la esperanza desplegándose como una flor después
del invierno. –¿Casarnos?
Él sonrió. –Sí. El falso matrimonio será real, y eso va a resolver todos nuestros
problemas. Estamos bien juntos, Emily. Podemos ser felices.
Pero él no dijo que la amaba, y no preguntó por su amor a cambio. Se había
dicho a sí misma todo el tiempo que el amor no importaba. Si ella era la única
enamorada, entonces que así fuera.
Pensó en la frustración de Stanwood, y recordó que no estaba actuando solo.
Si su matrimonio dejaba a Stanwood impotente, también podría disuadir a quien
le estaba ayudando. Decírselo a Matthew únicamente le haría dudar de sus
amigos, cuando ellos sólo estaban tratando de protegerle de ella.
–Nos vamos mañana– dijo Matthew –Se exactamente qué decir a mi familia.
***
Esa noche, Emily no podía dormir. Sabía que Matthew pensaba que la noche
había sido un éxito. Le había dicho a su familia que se iban de luna de miel a
Escocia, y todo el mundo estaba feliz de que pasaran un tiempo a solas. Trató de
relajarse, diciéndose a sí misma que estaba recibiendo todo lo que quería: un
marido, un protector, seguridad.
Pero seguía mirando a Mathew, y su sensación de malestar se convirtió en
temor. El Teniente Lawton y el Sr. Derby les habían expresado ambos sus buenos
deseos, pero en lo único que podía pensar era: ¿cuál de los dos estaba mintiendo?
¿Quién haría algo tan drástico, sintiendo que tenían que proteger a Matthew de
ella?
Nunca iba a terminar, lo sabía. Uno de ellos finalmente hablaría con Matthew,
fomentaría sus dudas acerca de ella. En estos momentos ella era un juego
emocionante; lo había dicho él mismo. Eso no podía durar. Terminaría
aburriéndose de ella, y entonces, sería demasiado tarde… estarían casados, y
Matthew lo lamentaría.
No hace mucho tiempo eso no la hubiera importado. Sólo había querido
seguridad.
Pero Stanwood era un hombre desesperado. ¿Qué haría si ya no podía
chantajearlos ni a Matthew ni a ella?
Se había enamorado de Matthew, y la idea de verlo infeliz – o herido – a causa
de ella, era demasiado difícil de soportar.
Con mucho cuidado se deslizó de la cama y salió de puntillas al vestidor, no
permitiéndose mirarle, por temor a cambiar de opinión. Se puso un vestido de día
y la capa, metió una muda de ropa y algunos artículos de primera necesidad en un
bolso de viaje, y tranquilamente se dirigió hacia el pasillo.
–¿Emily?
Dio un respingo de miedo ante el susurro, se dio la vuelta y vio a Susanna en
la puerta de su dormitorio con una vela, envuelta en un chal sobre su camisón. Se
miraron boquiabiertas la una a la otra.
Susanna fue hacia ella, mirando el bolso de viaje, y después se fijó en su ropa.
–¿Qué estás haciendo?– la preguntó –¡No es posible que tú y mi hermano os
estéis yendo en mitad de la noche!
Emily dejó en el suelo el bolso de viaje. –Pero lo haremos. Vuelve a la cama y
no se lo digas a nadie. ¡Será una sorpresa!
Susanna se puso rígida. –No te creo. He tenido toda la noche el extraño
presentimiento de que algo andaba mal. No parecías tú misma. Voy a ver qué dice
Matthew.
Cuando tocó el pomo de la puerta, Emily puso una mano en su brazo. –No, no
lo hagas.
Susanna la estudió tan a fondo que Emily se sintió como un espécimen bajo el
microscopio del Profesor.
–¿Qué no lo haga?– Repitió Susanna –¿Por qué no debo molestarle? ¿No
debería saber que su esposa se está yendo en medio de la noche?
Trató de pensar en una mentira, ella siempre era muy buena en eso. Pero
nada podía excusar este comportamiento. Pensó en todo lo que Susanna había
pasado, en lo cercana que se había convertido su amistad… y ella no podía seguir
mintiendo.
Emily tensó los hombros. –No soy la esposa de Matthew.
Susanna únicamente parpadeó ante ella por detrás de sus lentes.
–¿Me has oído?– siseó Emily. –¡No soy su esposa, así que tienes que dejarme
ir!
Susanna se inclinó hacia ella. –¿Qué estás diciendo?
–¿Cómo puedo ser más clara?– Gimió Emily y cerró los ojos por un momento,
sorprendida de lo difícil que era decir la verdad. –Nunca fui su esposa. Todo era
una mentira. Pensé que había muerto, así que utilicé su nombre para salvarme.
–Pero… pero… – Susanna tan sólo continuó parpadeando ante ella como una
lechuza.
Emily esperaba que jadeara, que gritara, o que llorara. Ella misma quería
llorar, nunca imaginó lo doloroso que sería tener esta maravillosa familia y que
supieran la verdad sobre ella.
–¿Lo sabe Matthew?– exigió Susanna cuando se recompuso.
Emily asintió con cansancio. –Desde el principio. Toda la historia de la amnesia
era su manera de retrasar el lastimar a su familia mientras él me investigaba.
Susanna se quedó sin aliento. –¡Cómo se le ocurrió siquiera pensar en una
cosa así! ¿Y tú no sabías que estaba mintiendo?
–No hasta ayer por la noche.
La frente de Susanna se arrugó. –Pero desde entonces ha anunciado una luna
de miel.
–No voy a ir. Sería demasiado peligroso para él.
–¿Demasiado peligroso para él?– Susanna hizo eco de sus palabras,
desconcertada.
–Él piensa que… piensa que si se casa conmigo de verdad, todo saldrá bien.– A
pesar de que se esforzó por no revelar sus emociones, sus ojos comenzaron a
arder, y tuvo que limpiárselos con el dorso de la mano.
–Bueno, por supuesto que él quiere casarse contigo– dijo Susanna.
Ahora fue el turno de Emily de parpadear ante ella a través de sus lágrimas. –
¡Le mentí a él… les he mentido a todos!
–¿Y ahora vas a salir corriendo para protegerle? ¿Qué hay acerca de asumir
riesgos, como me dijiste?
–Yo… yo… ¡Esto es diferente! Matthew se merece a alguien mejor que yo.
–Yo no conozco todos los detalles, pero nunca habrías hecho algo como esto
sin una buena razón.
–Susanna, ni siquiera me conoces– susurró Emily.
–Qué disparate. Por supuesto que te conozco. Eres como una hermana para
mí. Has ayudado a educar a los niños del pueblo. Y amas a mi hermano.
Emily se abrazó a sí misma. –No lo entiendes. Hay un hombre que me está
chantajeando. Matthew piensa que puede protegerme, pero y sí… y sí…
–¿Confías en él?
–¡Por supuesto!
–Has sido más atrevida que cualquier mujer que conozca. Y ahora estás
tratando de proteger a Matthew, en lugar de dejar que él haga lo mismo por ti.
Déjale correr el riesgo ahora, Emily. Puedo decirte que él te ama. Me gustaría
saber todo lo que ha pasado – y debes prometerme que me lo contarás – pero por
ahora, sólo diré que éste debe de ser el amor verdadero, ya que ambos están
tratando de protegerse el uno al otro.
–Pero Susanna, hay cosas que desconoce todavía, cosas que podrían hacerle
daño. ¿Cómo puedo decirle eso…?
–Porque es necesario hacerlo.– Agarró las manos de Emily. –Puedes pensar
que esto es una locura, pero te admiro. No te escondas lejos ahora. Demuéstrame
que el amor que sientes es lo suficientemente importante como para luchar por él.
Demuéstrame que yo también debería buscar un amor así.
Emily se mordió el labio. –Tienes razón, sé que tienes razón. Pero estoy tan
asustada por él, por todos ustedes.
–Vuelve ahí y habla con él. Y no te preocupes por lo que me has dicho. Te
prometo que nunca voy a repetir nada de ello a menos que tú me lo pidas.
Las lágrimas de Emily comenzaron de nuevo, y trató de parpadear para
alejarlas, susurrando. –Susanna, lo amo tanto. Se ha convertido en todo para mí.
Sentirse de esta manera es… maravilloso y aterrador al mismo tiempo. Pero hace
que la vida valga la pena.
Susanna sorbió por la nariz incluso mientras sonreía. –Ve con él.
***
Matthew despertó en la oscuridad y se quedó inmóvil, escuchando la
respiración de Emily. Tendría que haber estado feliz; iban a burlar a Stanwood.
Pero en cambio, su intranquilidad había crecido a medida que la noche avanzaba.
Se había dicho a sí mismo que estaba preocupado, que serían capaces de regresar
a tiempo para cumplir con Stanwood y demostrarle que estaban casados. Dejaría
que Stanwood amenazara con contarle a todo el mundo su historia; Emily ya no
podría ser lastimada. Para los oídos de la Sociedad, Matthew podría convertir todo
el asunto en una romántica escapada con un final feliz, si tenía que hacerlo.
Emily siempre estaría a su lado. Y se aseguraría de que ella supiera que estaba
a salvo y era amada.
Sintió el destello de un encendido de velas y abrió los ojos. Emily estaba
caminando hacia la cama desde la chimenea. Frunció el ceño hacia ella mientras
dejaba el candelabro sobre la mesa de noche. Estaba completamente vestida, con
un vestido de día, y su capa había sido arrojada sobre el respaldo de una silla. Su
bolso de viaje descansaba en el suelo junto a la mesa, se preguntó si contendría
sus muestras de costura.
–No te vas a ir– dijo en voz baja, con firmeza.
–No, no lo haré.
Eso lo detuvo.
–Pero iba a hacerlo.
–Emily…
–Sólo escucha, yo lo iba a hacer, pero luego vi a Susanna en el pasillo, y
tuvimos una conversación. Ella ahora sabe casi todo, Matthew.
–Voy a hacer que entienda.
–Ella dice que ya lo hace. No creo que ella necesite más ayuda nuestra,
porque me estaba ayudando a mí.– Para su sorpresa, unas lágrimas gemelas
grabaron líneas brillantes por sus mejillas. –Yo iba a irme porque no puedo dejar
que te pongas en peligro. Stanwood mató a un hombre, y podría tratar de matarte
a ti o a tu familia.
–Nosotros nos encargaremos de él– dijo Matthew, sentándose y balanceando
sus pies sobre el borde de la cama.
–Pero hay cosas que necesitas saber.
Se dio cuenta de que ella habría arriesgado su vida al dejarle, antes que
permitir que le hicieran daño a él o su familia. La ternura le invadió. Quería
compensarla con su amor por ella, rogarla que le amara a cambio, pero ella
todavía no confiaba en él; ahora lo veía. La única forma en que ella podría
permitirse algún tipo de confianza en él era si podía mantenerla a salvo fuera del
alcance de Stanwood.
–Entonces dime, Emily. Puedo entender por qué pensabas que no me lo
podías decir antes, ya que yo te había estado mintiendo.
Ella puso los ojos en blanco. –¡Mis mentiras fueron peores! Pero esto no es un
desafío sobre qué mentiras están por encima de otras.– Suspiró. –Creo que
alguien dentro de la casa está trabajando para Stanwood.
Él se tensó. –¿Crees que tiene a un hombre aquí dentro?
–Tal vez, aunque yo realmente creo que alguien está tratando de protegerte
de mí. La primera nota de chantaje que recibí de Stanwood llegó con el correo,
pero la segunda fue dejada aquí, en esta habitación. Las notas sólo llegaron
después de que tú – y tus amigos – regresaron a casa.
–Y después del artículo del Times.
–Sí, pero… tendría sentido si alguien estuviera tratando de ayudarte. Tu
amigo, el Teniente Lawton, naturalmente quiere verme lejos de ti. Él es de
Southampton, al igual que Stanwood.
Matthew negó con la cabeza. –Él no tiene ninguna razón para ir detrás de ti a
mis espaldas y ayudar a Stanwood.
–Pero… él ha sido tan reservado acerca de a dónde va cada día.
–Y eso es asunto suyo. Confío en él.
–¿Qué pasa con el Sr. Derby?
–¿Peter? ¿Quién apenas si ha estado fuera de Cambridgeshire en toda su
vida?
–Se sintió humillado cuando le rechacé la primavera pasada. Y de alguna
manera piensa que yo creo que él no merece a Susanna.
–Esos son motivos válidos– dijo en voz baja. –Pero si Stanwood está siendo
ayudado, bien podría ser cualquiera de las decenas de sirvientes. Nos
mantendremos vigilantes, te lo prometo.
Ella asintió con la cabeza, pero él la vio retorcer sus manos, y sus ojos se
precipitaron hacia la puerta.
–Emily, no me dejes– dijo, su voz ronca por la emoción.
Ella cerró los ojos.
–Juntos podremos mejor contra Stanwood.– Se puso de pie, extendiendo las
manos para ahuecar su rostro entre ellas. Su temblor casi fue su perdición. –
¿Puedes por favor tratar de confiar en mí? Sé que sólo te has tenido a ti misma
durante mucho tiempo, pero ahora me tienes a mí. Quiero casarme contigo.
Se inclinó y la besó, suavemente al principio, presionando sus labios contra su
boca, sus mejillas, sus párpados, y luego su boca de nuevo. –Emily, cariño.
Su nombre era un sincero gemido desde el fondo de su pecho, y finalmente
ella le echó los brazos al cuello.
–No te voy a dejar.– Dijo sobre sus labios. –Me haces sentir segura, Matthew.
Por favor, hazme olvidar.
La desnudó con cuidado, y le demostró con su cuerpo cada sentimiento que
no se atrevió a expresar en voz alta. La acarició y le dio placer hasta que ella gritó
su nombre. Cuando se hundió dentro de ella, fue como si formara parte de ella.
No sintió ninguna preocupación por evitar la concepción… quería un montón de
bebés con su Emily.
Esta vez ella se quedó satisfecha en sus brazos, durmiendo el sueño de los
exhaustos.
Con alegría la atrajo bajo las sábanas y entre sus brazos. Ella apoyó la cabeza
en su hombro, su brazo sobre su pecho. Después de besar la parte superior de su
cabeza, murmuró. –Duerme.
Aunque le costó un poco, al final su respiración se suavizó, la rigidez
abandonó sus músculos, y se relajó con el sueño.
***
Arthur Stanwood yacía desnudo en la cama la noche siguiente, saciado por la
mujer que tenía a su lado. Ella hablaba demasiado, y normalmente, no habría
tolerado eso, pero en este caso ella le estaba ayudando inmensamente.
–Dime más sobre Madingley Court– dijo, sabiendo que la doncella de Emily,
María, sólo necesitaba un poco de insistencia para seguir hablando.
Ella siguió parloteando sobre la vida en un palacio, y la vida de los criados. Él
la dejó continuar un poco, pasando las manos por su pelo, tranquilizándola.
Cuando ella se detuvo para coger aire, él dijo. –Te he echado de menos estos
últimos días. No he sido capaz de acercarme a la casa para hacer un recado.
Ella le sonrió, curvándose provocativamente contra su costado. –Yo también
os he echado de menos, aunque ¡me han mantenido tan ocupada que apenas
podía pensar!
La primera inquietud se deslizó por su mente. –¿Por qué?
–Ya os he hablado de la joven Señora Leland y del Capitán volviendo de entre
los muertos. Las cosas fueron difíciles entre ellos por un tiempo, pero el amor ha
florecido de nuevo.
Él rió. –¿Y eso te mantiene tan ocupada?
–Cuando ellos se van de luna de miel, lo hace.
Se puso rígido, y ella gritó cuando enredó su mano en el pelo.
–Lo siento, amor– dijo entre dientes, forzando una sonrisa. –¿Así que ellos se
van?
–Ya se han ido, de hecho. Esta mañana.
“Ido”. Stanwood había pensado en una Emily completamente acobardada, y
en su lugar, había escapado de él. Recordó a su inesperado invitado de esa tarde,
que ennegreció sus ojos y golpeó sus costillas, dándole una oportunidad más para
pagar el dinero que le debía. Una oportunidad más, antes de que el hombre se
asegurara de que él nunca disfrutara de la vida de nuevo.
–¿Y a qué romántico lugar llevó el Capitán a su esposa?– Preguntó.
María suspiró. –A algún lugar de Escocia. Él la ama profundamente, lo hace.
Stanwood se sentó, sabiendo que ya le llevaban un día de viaje. María le lanzó
una sonrisa lasciva y llegó hasta él. Él descendió sobre de ella… y puso las manos
alrededor de su cuello. No podía dejar atrás un testigo de su interés. Mientras
luchaba en silencio, él la ignoró, haciendo sus planes.
Emily no iba a escapar.
Capítulo 24
Emily permaneció inmóvil mientras Matthew cerraba su vestido. Por encima
de su hombro podía ver su distracción, la manera en que miraba hacia la ventana.
Estaban en el segundo piso de una posada mediocre, lo mismo que la noche
anterior. Nadie se les había acercado, nadie les había acechado en las sombras.
Ella por fin había empezado a pensar que el plan de Matthew podría funcionar,
que habían eludido a Stanwood y a cualquier otra persona que él hubiera obligado
a ayudarle.
Ella sonrió. –Hemos estado viajando durante dos días. Ya sólo tenemos que
tomar el tren del mediodía. Ahora puedes relajarte.
La besó en la nariz. Su fácil cariño y sus dulces gestos todavía la sorprendían.
Sabes que el tren no hace todo el recorrido hasta Escocia. Vamos a tener que
terminar nuestro viaje a Gretna Green en un carruaje de alquiler.
–No me importa– dijo, pensando en todas las formas en que Matthew la
había mantenido ocupada en la intimidad, de su carruaje cerrado.
Él sonrió, luego suspiró. –Debo encontrarme con el cochero y los lacayos para
tratar acerca del próximo cambio de caballos. ¿Vas a esperarme aquí?
–Por supuesto. Tengo mi costura para mantener mi mente y mis dedos
ocupados.
Él miró su bolsa de viaje como si fuera el enemigo. Ya le había confesado sus
sospechas de que ella quería irse cuando vio sus diseños de costura. Ella se rió y le
empujó hacia la puerta.
Poco tiempo después, acaba de ponerse las medias y fue en busca de los
zapatos que se había quitado de una patada la noche anterior, cuando la puerta se
abrió.
Estaba inclinada, mirando debajo de la mesa –Matthew, ¿has visto mis
zapatos?
Una mano le tapó la boca y un brazo se deslizó con fuerza alrededor de su
cintura, poniéndola recta y apretándola hacia atrás contra el cuerpo de un
hombre.
Oyó la voz de Stanwood en su oído. –Encuentra rápidamente los zapatos, o
saldrás sin ellos.
Oh Dios, Oh Dios, corrió a través de su mente, y el miedo corrió por su cuerpo
como un disparo abrasador. Su mano olía a cuero, y estaba tan cerca de tapar su
nariz, que entró en pánico por no poder respirar profundamente. Se arqueó,
tratando de coger aire, tirándole de la mano. Él no conseguiría nada si la mataba,
pensó mientras se tambaleaba mareada.
Sin embargo, él recolocó su mano y ella pudo tomar con satisfacción una
profunda y aliviada respiración por la nariz.
–No podemos dejarte morir, ¿podemos ahora, mi amor? No después que tuve
que preguntar a cada muchacho de postas desde Cambridge hasta aquí. Me hiciste
trabajar duro para encontrarte, y voy a hacerte sufrir por ello.
Ella gimió cuando se apoyó en él. Después de cada parada, los chicos de
postas llevaban los caballos alquilados a la posada anterior, mientras que el
carruaje era equipado con nuevos caballos… y nuevos chicos de postas.
Comenzó a luchar de nuevo, con la esperanza de retrasar a Stanwood hasta
que Matthew regresara. Una vez más la atrajo con fuerza contra él, arqueando su
cuello hacia atrás dolorosamente.
–Ahora vas a venir conmigo. Grita, y tu marido estará muerto. Tengo un
hombre con un rifle apuntando a tu Capitán Leland mientras nosotros hablamos.
No me importaría en absoluto ir a su familia con mis demandas una vez que él esté
muerto. Puede ser que sean aún más fáciles de amenazar que tú.
Ella había estado en lo cierto después de todo, pensó con desesperación.
Stanwood contaba con ayuda. Sin embargo, ¿cómo podría alguno de los amigos o
de los sirvientes de Matthew estar apuntándole con un rifle? No tenía sentido.
Una vez que estuvieran fuera de la habitación, pensó, habría más gente, y la
oportunidad de escapar de él. Ella asintió rápidamente, dejando caer las manos a
los lados, mientras fingía consentir.
Le soltó la boca y la hizo girar hacia él, sujetando brutalmente su cara hasta
que se vio obligada a mirarlo.
–Yo te mostraré lo que es el verdadero dolor si te resistes– siseó hacia ella,
salpicándole gotas de saliva en la cara.
Ella casi vomita, pero estaba aún más asustada por la mirada de pánico que él
tenía. Su tranquila confianza había desaparecido, y eso le hacía incluso más
peligroso. La dejó ponerse sus zapatos, luego la agarró por el brazo y la arrastró
hacia la puerta.
En el pasillo, Stanwood instó a Emily a ir a la izquierda, hacia la escalera de
servicio en la parte trasera, lejos del frente de la posada. Todavía sujetándola por
el brazo, la obligó a bajar las escaleras delante de él, tan rápidamente que ella
tropezó y se habría caído el resto del camino si él no la hubiera cogido.
En el patio de la cocina, ella miró a su alrededor, esperando que el patio del
establo de la posada estuviera cerca. Pero Stanwood la apresuró a doblar una
esquina y al otro lado de la posada, lejos del camino y de la gente que podría
ayudarla.
Lejos de Matthew.
El terreno descendía gradualmente hacia un río, que rugía rápido bajo el
puente después de la lluvia del día anterior. Los campos se extendían sin fin,
desiertos, y Stanwood podría llevarla a cualquier lugar, sin testigos. Tenía que huir.
Utilizando la hierba mojada a su favor, fingió resbalar, usando todo su peso en
una fuerte caída. Stanwood perdió el equilibrio, y cuando se inclinó sobre ella, ella
dirigió el codo de nuevo a su ingle, un truco que había aprendido de sus
hermanos.
Él gimió con fuerza, soltándola tan de repente que esta vez chocó contra el
suelo. Pero un momento después ella estaba corriendo. Se arriesgó a mirar por
encima del hombro y vio que Stanwood no estaba lejos detrás de ella.
Y estaba entre ella y la posada.
***
Matthew abrió la puerta de su habitación, sólo para descubrir que estaba
vacía.
–¿Emily?– llamó, preguntándose si ella todavía necesitaba un momento de
privacidad para cambiarse detrás del biombo.
Pero no hubo respuesta.
Él la había dicho que esperara aquí. Estos dos últimos días no habían hecho
ningún movimiento sin consultar al otro. Un aterrador presentimiento oprimió su
pecho.
Corriendo volvió por las escaleras a la planta baja, buscando en las distintas
salas públicas, pero ella no estaba allí. Empujó a varias personas que iban por
delante al salir por la puerta principal, sólo para encontrar al cochero de pie junto
al carruaje, y a los lacayos hablando juntos cerca de la parte de atrás.
–¿Ha venido mi esposa aquí?– exigió.
Los ojos del cochero se agrandaron. –No, Capitán. No la he visto.
–Ella ha desaparecido– dijo Matthew entre dientes, luego volvió a entrar en la
posada.
Una joven, la regordeta criada que les había servido la cena de la noche
anterior, iba caminando rápidamente a través de la sala de entrada, y patinó hasta
detenerse cuanto le vio.
–Capitán Leland, le he estado buscando a usted por todas partes. Vi a su
esposa siendo empujada hacia abajo por las escaleras de servicio no hace un
cuarto de hora. Pensé que tal vez era uno de sus hombres, pero la trataba de
manera tan brusca…
Se interrumpió cuando Matthew maldijo. –¿Ha visto a dónde fueron?
–Afuera, Capitán– dijo ella, retorciéndose las manos.
Matthew se volvió y se encaminó de nuevo hacia la puerta principal. Con ese
tiempo de ventaja, Stanwood podría haberla empujado a un carruaje y estar ya en
el camino. El miedo tenía un sabor amargo en su boca, enturbiando sus
pensamientos. No podía perderla, no cuando había jurado protegerla, cuando él la
amaba. Estaba sola con un loco, temiendo por su propia vida… y él, una vez más,
había demostrado ser incapaz de ayudarla.
Cuando salió, escuchó –¡Matthew!
Peter Derby corría hacia él, con el brazo en un cabestrillo improvisado, y con
sangre manchando su abrigo.
–¿Peter?
El rostro de Peter era ceniciento cuando tropezó al pararse –Es Stanwood–
dijo, jadeando. –He estado siguiéndole. Está aquí.
–Lo sé.
Peter le miró boquiabierto, líneas de agotamiento marcaban su frente. –¿Así
que ya sabes acerca de él… y Emily?
–Lo sé. ¿Sabes dónde la tiene?
–No. Entonces, parece que he llegado demasiado tarde.
Matthew tristemente dijo. –¿Le ayudaste?
–Lo siento, Matthew– dijo Peter, desplomándose en un banco. –Yo… la vi
recibir la nota de chantaje, y tuve oportunidad de leerla. No sabía qué hacer.
–Podrías haber venido a mí– dijo Matthew con gravedad, sus ojos sondeando
el patio.
–Traté de detenerlo– dijo Peter, sosteniendo su brazo herido. –Cuando vi la
clase de hombre que era, cuando descubrí que había matado a la doncella de
Emily…
–¿María?– interrumpió Matthew.
Peter asintió, sus ojos sombríos.
–¿Qué pasó después?
–Me disparó cuando traté de detenerlo. Traté de llegar a ti antes de que él
pudiera…
–Él sólo se la llevó. No puede estar lejos. Espera aquí, Peter.– Habló con tanta
fuerza como lo haría con un soldado bajo su mando.
***
Emily corrió tan rápido como pudo por la pendiente cubierta de hierba,
deslizándose, resbalando. Su respiración resollando dentro y fuera de sus
pulmones por el miedo.
Al otro lado del río se podían ver cabañas situadas detrás del camino. Si
pudiera cruzar el puente y llegar hasta ellas…
Sus piernas palpitaban por los golpes de la grava que nivelaba el camino.
Arriesgó una mirada por encima de su hombro… y Stanwood estaba allí, justo
bajando por la pendiente, cojeando, pero fortalecido cuando comenzó a acortar
distancia con ella.
El pequeño puente tenía muros de piedra más bajos que la altura de sus
caderas, no eran nada más que una barrera para mantener dentro a un carruaje o
un carro y que no cayeran al río. Antes de llegar al otro lado, él la atrapó,
agarrándola por el brazo, haciéndola parar tan de repente que cayó con fuerza
contra el bajo muro, y la piedra golpeó dolorosamente sus caderas.
Él la mantuvo doblada hacia atrás sobre el muro, su cara roja de furia
inclinada hacia ella mientras la agarraba por los hombros. Podía oír el rugido del
agua por debajo, sentir la espuma cuando el agua golpeaba el pilar del puente.
–¡Si alguna vez me desobedeces de nuevo, te voy a callar como lo hice con el
vicario!– le gritó a la cara.
La sacudió con tanta fuerza que se mordió el labio y notó el sabor de su
sangre.
–¡Soy un hombre muerto sin ti, y si tengo que morir, te voy a llevar conmigo!
Presa del pánico, ahogó un grito, y él le dio un revés en la cara, lanzándola de
lado, por lo que sus costillas se estrellaron con fuerza contra el muro. El dolor de
su golpe resonó en su cabeza y el aire escapó de sus pulmones. Desesperada,
sabiendo que muy bien podría morir, se levantó rápidamente, chocando contra él
con tanta fuerza que al golpearle de lado, perdió el equilibrio. La parte inferior de
su cuerpo golpeó contra el muro, agitó los brazos y cayó por encima de él, tan sólo
logrando agarrarse al borde de la desgastada piedra con una mano.
Su grito fue desgarrador. –¡No sé nadar! ¡Oh Dios, no sé nadar!
Con las manos en el borde del muro ella miraba desde arriba a Stanwood, la
parte inferior de sus piernas colgando ya dentro del revuelto río que tiraba de él.
Su brazo libre agitándose frenéticamente mientras trataba de encontrar otra
sujeción.
Emily entendía la desesperación demasiado bien… no podía verle morir.
Agarró la muñeca que él tenía encima del muro, sabiendo que si él se soltaba, ella
no sería capaz de evitar su caída.
–¡Deja de agitarte!– exclamó.
Inclinada sobre el muro, le sujetaba desesperadamente, mientras que la
espuma del agua los empapaba a los dos. Ella miró por encima del hombro...
Y vio a Matthew corriendo pendiente abajo.
–¡Matthew!– gritó.
Cruzó al otro lado del puente, y sin dudar, ni preguntar, ni regodearse sobre la
caída de su enemigo, agarró el brazo libre de Stanwood, asumiendo el control de
ella. En ese momento, todo dentro de ella se alivió y aligeró con alegría y amor.
Pero Stanwood estaba más allá del terror, pataleando y gritando mientras
rogaba por su vida.
–¡Deja de moverte!– gritó Matthew.
Emily gritó cuando Stanwood perdió su agarre en el borde del muro. Se
tambaleó hacia abajo, sujeto únicamente por Matthew, que aunque utilizaba las
dos manos no era rival para el tirón del río, que ahora se tragó a Stanwood hasta
sus muslos. Su piel húmeda hacía resbalar el agarre del uno en el otro. Matthew
maldijo y trató de asegurar sus caderas contra el muro.
Entonces Stanwood cayó, su grito silenciado por el agua.
Inclinándose sobre el muro, Emily y Matthew miraron boquiabiertos cómo
aparecía una vez en la superficie, agitándose en la poderosa corriente, y luego se
hundía por última vez.
–¿Deberíamos ir por ayuda?– exclamó, agarrando el brazo de Matthew.
Él negó con la cabeza, su respiración trabajosa cuando dijo. –Va a estar
muerto en un momento, mucho antes de que una barca pueda ser puesta en el
agua.
Enterró la cara contra su pecho, temblando, y él la tomó entre sus brazos.
–Si tan sólo hubiera llegado antes– dijo abruptamente sobre su cabello. –Pero
por lo menos hay alguien que puede responder a nuestras preguntas.
Ella levantó la cabeza para mirar hacia él. –¿Quién?
–Peter Derby.– Matthew puso una triste sonrisa. –Tenías razón todo el
tiempo.
Emily no sintió ningún triunfo, sólo tristeza. Se había acabado; Stanwood
estaba muerto, y él no podría hacerles daño nunca más. Pero, ¿qué pasaba con el
Sr. Derby?
Ella y Matthew subieron lentamente por la pendiente de regreso a la posada,
con los brazos alrededor el uno del otro. En el patio exterior junto a la puerta,
vieron al Sr. Derby sentado en un banco, con el rostro blanco en tensión. Cuando
levantó la vista y los vio, bajo la cabeza con alivio.
–Gracias a Dios que estáis bien– murmuró cuando se acercaron.
–Eres un maldito afortunado de que ella lo esté– dijo Matthew entre dientes.
Emily apretó su cintura, y luego le soltó, para valerse por sí misma. –Matthew,
todo está bien. Él estaba tratando de protegeros a todos, e incluso fue herido al
hacerlo. No puedo culparle por ello.
–Sé que debería haber ido a ti, Matthew– dijo Peter.
–En vez de hacerlo, ¿dejó la nota de Stanwood para mí?– preguntó Emily.
Él asintió con la cabeza –Cuando yo… me di cuenta que no eras lo que
pensaba todo el mundo, estaba tan enojado por haber sido engañado. Pensé que
tú, una criminal…– hizo una mueca de dolor –estabas riéndote de mí, riéndote de
todos nosotros.
Matthew dio un paso amenazador hacia delante. –Cómo te atreves…
–¡Matthew!– exclamó Emily, agarrando su brazo. –¿Cómo puedes culpar al Sr.
Derby? Yo estaba mintiéndote a ti, utilizando a tu familia.
–Tú estabas desesperada por sobrevivir cuando no tenías nada más– Insistió
Matthew.
–Sé lo que es la desesperación– Susurró el Sr. Derby –No puedo culparte,
Emily. He pasado tanto tiempo preguntándome qué iba a hacer. Tengo poco de
vida propia, y eso me ha perseguido, tanto es así que me obsesioné con mi futuro.
Matthew, cuando regresaste, vi que habías vuelto afortunado, tu vida había
conseguido hacerse más grande, mientras que la mía en cambio, sólo había
conseguido hacerse más pequeña. Y entonces, me di cuenta de lo que Emily
estaba haciendo a los Leland, que yo podía hacerles un favor a todos
exponiéndola.
–Pero no me delató– dijo Emily, sorprendida.
Él negó con la cabeza, con una expresión amarga. –Te seguí, y vi a Stanwood
haciendo lo mismo. Me enfrenté a él; sólo quería hablar con él, para entender…
–Y entonces, él le obligó a ayudarle– dijo ella en voz baja.
–Que Dios me ayude, pero no. Fui allí con la intención de obtener la verdad de
él, y en lugar de eso, me hizo ver el hazmerreír en que estabas convirtiendo a una
familia noble, que te merecías pagar por lo que habías hecho.
–Él puede hacer que las personas crean y hagan cualquier cosa.
–Y entonces, él me ofreció una parte del dinero.– La expresión del Sr. Derby se
volvió amarga. –Me dije a mí mismo todo el tiempo que no lo tomaría, pero… no
sé qué hubiera hecho al final. Puse esa nota en Madingley Court por él. Yo no
sabía lo que iba a suceder, pero Matthew, tú sólo parecías más feliz con cada día
que pasaba. Cuestioné constantemente mis opciones. Al final, desafié a Stanwood
y él sacó lo mejor de mí.
–Tenía un arma– dijo Emily –Y trató de ayudarnos. Tiene mi gratitud.– Ella
miró con preocupación su brazo –¿Su herida aún sigue sangrando? Debe consultar
a un médico.
–Se ve peor de lo que está– dijo. –Me merezco lo que tengo por ser lo
suficientemente tonto para pensar que debía manejar todo por mi cuenta, que yo
sabría hacerlo mejor que tú, Matthew. Pido tu perdón, aunque lo entenderé si no
puedes otorgármelo.
–Por supuesto que tiene nuestro perdón– dijo Emily antes de que Matthew
pudiera hablar.
Ella sintió el brazo de Matthew apretar sus hombros.
–Entiendo– dijo Matthew. –Has hecho una mala elección, Peter. Pero, ¿qué
pasa con tus opciones partir de ahora?
El Sr. Derby cerró los ojos por un momento, apoyando su cabeza contra la
pared. –No lo sé. Me he hecho un lío de propósitos.
–Es necesario encontrar una vida propia. Cambridgeshire podría ser
demasiado pequeña para ti, como lo fue para mí. Ve a Londres, Peter. Ven a
hablar conmigo allí. Puedo ayudarte a encontrar algo que hacer con tu vida, que
no te haga sentir en deuda con tu hermano. Conozco a gente en el Ejército y en los
negocios. Deja que te ayude.
El Sr. Derby asintió y suspiró –Es buena tu oferta, Matthew. Tengo que pensar
en lo que he hecho… en lo que quiero hacer. Prometo jamás revelar tus secretos.
–Vamos, hagamos que el posadero envíe a por un médico– dijo Emily,
mirando a los dos hombres con alivio. Ella no estaba sorprendida por la
generosidad de Matthew. Él la había perdonado, y ella había cometido un pecado
mucho más grave que el del Sr. Derby.
***
En su habitación, la parrilla de carbón desprendía un calor de bienvenida, y
Emily se sentó cerca de ella, vestida ya con un traje seco pero todavía temblando.
Matthew estaba preparando su taza de té con crema y azúcar, justo en la
forma en que a ella le gustaba. ¿Cuándo había aprendido eso? Se preguntó,
sintiéndose aturdida.
Dejó la taza y el plato a su lado, luego le volvió suavemente la cara hacia la luz
que entraba por la ventana y examinó su mejilla.
Su rostro se oscureció. –Él te lastimó. Dios mío, si sólo hubiera llegado antes…
–Matthew, por favor.– Ella tomó su mano y la sostuvo contra su cara. –Has
dicho eso diez veces. Todo está bien.
Él hizo un gesto cansado. –Gracias a ti, mi pequeña superviviente. Todavía me
sorprende que fueras capaz de derribarlo del puente.
–La desesperación puede hacerle eso a una persona– dijo con ironía.
Él se puso serio. –Nunca conocerás la desesperación de nuevo, te lo juro.
Ella le miró a sus cálidos ojos castaños, tan cambiantes, que ya no eran
ilegibles para ella. Se encontró con la lengua trabada, indecisa, sin saber lo que él
pensaba, ahora que ya no necesitaba casarse con ella. ¿Tendrían un matrimonio
que valía la pena salvar, o él querría decir simplemente que la dejaba irse?
Para su sorpresa, él se puso de rodillas delante de ella y tomó sus dos manos
entre las suyas –Emily, casi te pierdo.
Sus labios comenzaron a temblar, incluso mientras las lágrimas escocían sus
ojos. –Pero no lo has hecho, Matthew. Estoy aquí.
–Te amo– dijo, su voz ronca por la emoción.
Ella inhaló, sintiéndose temblorosa de asombro y de una creciente felicidad. –
Yo te amo, también.
–Quiero ir a Gretna Green y casarme contigo de verdad. No era sólo una
excusa para escapar del chantaje de un loco. Nunca he conocido a nadie que
tuviera que luchar tan duramente para salvarse a sí misma… y estoy incluyendo a
soldados.
Ella se rió entre las lágrimas.
Él no sonrió, su expresión tan solemne –Pensé que me había ido de Inglaterra
para escapar de las restricciones que yo mismo me imponía por mi familia. Pero,
en realidad, me estaba escapando de mí mismo, del hombre en el que me había
convertido. Tan reprimido, tan controlado, preocupado por las decisiones que me
gustaría tomar. Me cambié a mismo, pero entonces, cometí el error de no pensar
en las consecuencias de mis actos. Una cosa era hacer lo que se quisiera, siempre
y cuando nadie resultara herido. Pero la gente resultó herida. No miré con
suficiente profundidad dentro de Rahema, sólo vi lo que yo quería ver. Y luego,
cuando regresé y te descubrí aquí con mi familia, de nuevo no pensé… acabé
haciendo lo que yo quería, simplemente les dije a todos que tenía amnesia. Agravé
una mentira con otra, arriesgándolo todo.
–¡No te di otra opción! Estabas tratando de no hacer daño a tu familia. No te
culpes por ello. En la India te casaste con la mujer que amabas. ¿Cómo podrías
haber previsto las consecuencias que conllevaría?– Ella ahuecó su mejilla –Te amo,
Matthew. Te amo por darme la oportunidad de defenderme a mí misma. Te amo
por querer ayudar a Susanna… y por aceptar que ella tiene que hacer algunas
cosas por su cuenta.
Él cerró los ojos y le besó la palma. –Nada se interpondrá en el camino de
nuestra felicidad. Crecí pensando que el matrimonio era algo doloroso, que cada
día era sólo algo que había que conseguir pasar. Pensé que mi vida tenía que ser
más emocionante… pero cada momento contigo es así para mí.
–Matthew, hasta ahora he sido un reto para ti. ¿Qué sucederá cuando me
veas día a día? Sabrás todo sobre mí. Puedes lamentar estar atado a mí por toda la
eternidad.
Él sonrió. –Viviremos nuestra propia aventura en el matrimonio. Nunca me
cansaré de aprender todo acerca de ti.
Su cara ardía por la emoción y por un amor que parecía querer quemarla
desde dentro. Pero se forzó a tomárselo con calma. –Susanna sabe de mí– dijo
ella. –¿Qué ocurrirá con el resto de tu familia, Matthew? ¿Vas a decirles la verdad
de cómo llegué a estar casada contigo? La honestidad es tan importante en una
relación. Te prometo que siempre tendrás eso de mí.
Él se inclinó para besarla suavemente. –Gracias. Pero cómo nos conocimos y
nos enamoramos es nuestro secreto. Hablaré con Susanna. Tengo la suerte de
tenerte, sin importar lo poco ortodoxo de nuestro noviazgo.
–Pero ya no tengo miedo de la verdad, Matthew. Son tu familia, y yo no
quiero que una mentira levanté una barrera entre tú y ellos. Son como un regalo
de ti para mí, y les valoró a ellos y la relación que tienes con ellos.
Él sonrió con ternura. –Pues entonces, cada año en nuestro aniversario,
reconsideraremos nuestro secreto. Quizás quiera por ahora saborear sólo
nosotros dos nuestra inusual historia de amor.
–Eso es tan romántico– dijo, riendo, incluso mientras se limpiaba las lágrimas
de sus mejillas. –Me has hecho sentir tan segura, Matthew, y ha pasado mucho
tiempo desde que me he sentido de esa manera. E incluso la culpa se ha ido,
porque después de todo, si no me hubiera convertido en tu esposa, casándome
con un extraño, ¡nunca nos hubiéramos encontrado el uno al otro!
Compartieron risas y besos, estrechamente abrazados, y ella sabía por fin que
nunca tendría que dejarlo ir. Se sentía segura en el amor de Matthew, segura en el
mundo que había creado para sí misma. Ahora lo único que tenían que hacer era
casarse… de verdad.
Epílogo
Ella ya había tenido su cuota de bodas, pensó Emily, caminando junto a su
amado esposo hacia el salón principal de Madingley Court. Tuvo una falsa boda
que la llevó a la vida de Matthew Leland, donde había encontrado el amor y la
seguridad más allá de sus más locas esperanzas. Tuvo su boda secreta en Escocia,
donde habían hecho legal su relación y se prometieron el uno al otro para
siempre.
Y ahora le estaba dando un regalo, un secreto que se negaba a confesar. Y ya
que él era un hombre que hacía las cosas impulsivamente, que la sorprendía y
deleitaba cada momento de cada día que estaban juntos, ella no sabía qué
esperar.
Él la sonrió por última vez antes de abrir las puertas del salón.
Se quedó sin aliento. Toda su familia había llegado sin ella ni siquiera saberlo.
Los Leland, los Cabot y los Throckmorten estaban todos allí reunidos, sonriéndose
unos a otros y a ella. Peter Derby se había ido a Londres, pero el Teniente Lawton
estaba allí, escoltando a Lady Hollybush, la viuda a la que había estado cortejando
en secreto porque le preocupaba el que ella estuviera muy por encima de él. Por la
expresión de adoración de la dama, Emily no creía que el Teniente tuviera nada de
qué preocuparse.
–¿Qué está pasando?– Preguntó cuándo Matthew la tomó de la mano y la
llevó hacia adelante. Ella miró impotente a Lady Rosa, que estaba llorando sin
contenerse en brazos del Profesor. Susanna y Rebecca estaban tomadas de la
mano.
–Como no recuerdo nuestro primer matrimonio– comenzó Matthew,
brindándole una sonrisa secreta que nadie podía ver más que ella, –y ya que mi
familia no estuvo presente, quiero celebrarlo de nuevo con todos los que amo.
Los ojos de Emily comenzaron a picar. –Pero…
–Sin protestas– dijo. –Eres especial para mí, Emily. Quiero que todos los que
hay aquí lo sepan. No recuerdo haberme enamorado de ti la primera vez...
Ella hizo una mueca.
–Pero debió de ser algo mágico, o cosa del destino, porque sucedió de nuevo.
Las bodas se hacen también con la familia, creando una nueva familia dentro de
las otras ya establecidas. Quiero que sepas que siempre me tendrás, y también a
toda mi familia. Ahora somos tuyos.
Las lágrimas nublaban sus ojos y caían por sus mejillas. –Oh, Matthew–
Susurró. –Te quiero tanto.
Puso sus brazos alrededor de ella –Bien, porque el vicario está aquí. – Y
bajando la voz, dijo: –Cásate conmigo, Emily, y no sólo porque quieras hacer las
cosas bien. Cásate conmigo.
–Lo haré… Lo voy a hacer. ¡Oh Matthew!– Ella se lanzó a sus brazos, su fuerte
cuerpo era su refugio. Era tan dichosa. Y había sido tan bendecida. ¡¿Cuántas
mujeres podían casarse con el hombre que amaban… varias veces?!
Todo el mundo aplaudió y vitoreó, incluso cuando ella dio gracias a Dios por
haberle dado un marido, una nueva familia y el amor.
FIN
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