Subido por baek.yeol.2004

martinez-jose-luis-hernan-cortes

Anuncio
SECCIÓN DE OBRAS DE FILOSOFÍA
HERNÁN CORTÉS
Dibujo de Miguel Covarrubias
JOSÉ LUIS MARTÍNEZ
HERNÁN CORTÉS
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Primera edición, 1990
Segunda edición corregida, 1990
Primera edición electrónica, 2015
D. R. © 1990, Universidad Nacional Autónoma de México
Ciudad Universitaria, México 04510, D. F.
D. R. © 1990, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.
Empresa certificada ISO 9001:2008
Comentarios:
[email protected]
Tel. (55) 5227-4672
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio.
Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de
diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad
exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes
mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.
ISBN 978-607-16-3446-7 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
Cortés soy, el que venciera
por tierra y por mar profundo
con esta espada otro mundo,
si otro mundo entonces viera.
Di a España triunfos y palmas
con felicísimas guerras
al rey infinitas tierras
y a Dios infinitas almas.
LOPE DE VEGA
En su cabeza llevaba el laurel y en sus botas
brillaban espuelas de oro. Y sin embargo, no
era un héroe, ni era tampoco un caballero.
No era más que un capitán de bandoleros,
que con su insolente mano inscribió en el libro de la fama su nombre insolente: ¡Cortés!
HEINRICH HEINE
Nuestra admiración para el héroe; nunca
nuestro cariño para el conquistador.
Atribuido a
MANUEL OROZCO Y BERRA
A Hernán Cortés, como a toda personalidad
histórica, no hay que elogiarlo sin más ni
más, ni insultarlo sin menos ni menos. Hay
que explicarlo.
FRANCISCO DE LA MAZA
INTRODUCCIÓN
La historia de México está en pie. Aquí no ha muerto nadie, a
pesar de los asesinatos y los fusilamientos. Están vivos
Cuauhtémoc, Cortés, Maximiliano, don Porfirio, y todos los
conquistadores y todos los conquistados. Esto es lo original de
México. Todo el pasado suyo es actualidad palpitante. No ha
muerto el pasado. No ha pasado lo pasado, se ha parado.
JOSÉ MORENO VILLA
Apenas Cortés deje de ser un mito ahistórico y se convierta en lo
que es realmente —un personaje histórico—, los mexicanos
podrán verse a sí mismos con una mirada más clara, generosa y
serena.
OCTAVIO PAZ
LA FORTUNA DEL CONQUISTADOR Y EL AGRAVIO DE LOS
VENCIDOS
Como casi todos los mortales, Hernán Cortés fue un tejido
contradictorio de bienes y de males, de actos justos e injustos, de
grandezas y de miserias, de valentía y de crueldad, de noblezas y de
crímenes. Fue, además, una personalidad sorprendente. Cuando sólo
era un poblador entre tantos otros, en un momento crucial acaudilló
la conquista de México, como si fuera un capitán y un político
experimentado. Con unos cientos de españoles y la superioridad de
sus armas, maniobró para que los propios indígenas vencieran a un
imperio poderoso con millares de guerreros valerosos. Tras de su
triunfo, hizo levantar la ciudad española más ambiciosa de su tiempo,
y en el territorio que llamó Nueva España sentó las bases para su
organización política, y para la implantación de la lengua, la religión y
las costumbres, así como de la agricultura, la ganadería y la industria
españolas.
Pero no sólo venció a los pueblos del México antiguo sino que los
sojuzgó para convertirlos en siervos de los vencedores. Quien había
conocido el fracaso de la explotación brutal de las islas antillanas, se
empeñó en una servidumbre que conservara, no por humanitarismo
sino por conveniencia, la riqueza de la fuente india de trabajo. E inició
el mestizaje de pueblos y culturas, que será uno de nuestros rasgos
permanentes.
Aunque Cortés reconocía la capacidad política y las aptitudes de los
indios de esta tierra, acaso no concedió suficiente importancia a la
fuerza y arraigo de su cultura. El hecho es que los indios, a pesar de
que aceptaran que sus dioses habían muerto, y que ellos se habían
convertido en siervos de amos tiránicos y a menudo despiadados,
mantuvieron vivos su conciencia, sus tradiciones y su resentimiento.
Este último será adoptado por el nuevo pueblo en que se fue
convirtiendo México, y moverá el agravio latente contra el
conquistador. El trauma de la conquista es una llaga que aún
permanece viva en México.
LAS ACTITUDES EXTREMOSAS
Por todo ello, Cortés nos interesa siempre de manera extremosa, para
exaltarlo o para detestarlo. Concentramos en su persona el conflicto
de nuestro origen y, frente al choque que aquel anudamiento
ocasionó, unos toman el partido de considerar injusta, brutal y rapaz
la acción de los conquistadores, y como víctimas a los indígenas, cuya
cultura se exalta como un noble pasado; y otros, comenzando por
justificar el derecho a la conquista, la imaginan como una sucesión de
hechos heroicos, cuyo protagonista es Hernán Cortés, y piensan que
gracias a su victoria sobre pueblos bárbaros y sanguinarios, recibimos
los bienes de la cultura española y occidental.
Con señaladas excepciones, estas actitudes frente a Cortés y la
conquista han dominado también a sus historiadores, desde
Francisco López de Gómara y Bartolomé de las Casas, en tiempos del
conquistador, hasta Eulalia Guzmán y Salvador de Madariaga en los
nuestros, incluyendo en el transcurso a los de lenguas extranjeras.
UN TERCER CAMINO
Las apologías o las condenaciones pueden reforzar las convicciones
previas de cada uno pero no logran cambiar el pasado y nos ayudan
escasamente a conocerlo mejor. Respecto a Cortés y la conquista,
algunos partidaristas han considerado suficiente un puñado de
hechos para apoyar sus juicios, y conceden más atención a las
argumentaciones que a la indagación de los acontecimientos.
Mas, evitando este predominio de las actitudes, ha sido posible
también un tercer camino. En el caso de Cortés se cuenta con un
enorme acervo de documentos, publicados a lo largo de muchos años
o inéditos en parte. Además, los cronistas e historiadores antiguos y
los investigadores modernos han acumulado informaciones, análisis
e interpretaciones que hacen posible un conocimiento histórico de los
hechos, y tan objetivo cuanto es posible.
Sin embargo, a pesar de esta abundancia documental e informativa
quedan aún en la vida de Cortés lagunas considerables y etapas en la
sombra. Por ejemplo, el juicio de residencia contra Cortés, cuya
segunda parte de defensa se ha ignorado; la última década en Nueva
España, 1530-1540, de la que se han estudiado bien las expediciones
marítimas pero no el resto de la vida y las demás empresas de Cortés
en estos años; y en fin, la estancia final en España, mal conocida, que
suele despacharse con algunas anécdotas.
Además de sufrir las deformaciones dogmáticas, el estudio de la
personalidad y la obra de Cortés ha sido, pues, insuficiente y ha
dejado vacíos. Estamos lejos de agotar su estudio ya que aún queda
mucho por averiguar, aclarar e interpretar. Puesto que él fue uno de
los actores principales del drama de nuestros orígenes, en la
personalidad y en las acciones de Cortés y en las de su tiempo tienen
su principio muchos rasgos de nuestra vida política, social y cultural,
y algunos de nuestros vicios y virtudes. Por todo ello sigue siendo
importante conocer a Cortés.
LA NORMA Y EL MÉTODO DE TRABAJO
La presente obra acerca de Cortés tiene como norma principal la
decisión de guiarse por un honesto afán de conocimiento. Como para
lograrlo sólo tenemos los testimonios del pasado, lo que unos y otros
contaron y conservamos, se evita todo vuelo imaginativo, de modo
que cada hecho recogido tiene una base documental. Y cada vez que
se llega a episodios destacados y controvertidos, se recogen todas las
versiones conocidas —españolas, indias o mestizas— para que frente a
las divergencias y contradicciones sea el lector el que juzgue o el que
recoja la perplejidad. En algunos casos el autor interpreta los hechos
o da su opinión, pero no omite ninguno de los elementos de juicio
que permitan la discrepancia.
El método de trabajo es el de apoyarse, como base informativa, en
los documentos primarios, ya sean las relaciones y los demás escritos
de Cortés y los de otros conquistadores y pobladores —incluida la
historia de López de Gómara en cuanto está compuesta a base de
informaciones directas del conquistador—, así como en los
testimonios antiguos de cronistas e historiadores de inspiración
española o indígena. Y como complementos ilustrativos o
interpretativos, se atienden las informaciones, análisis o juicios de
investigadores posteriores.
De los escritos de Cortés, las Cartas de relación son los más
importantes, en cuanto ofrecen el primer testimonio de lo que fue el
México antiguo y su conquista. Sin embargo, el resto de sus
documentos son indispensables para conocer la personalidad y las
acciones de su autor, y los primeros pasos para la organización de
Nueva España, tanto en el breve periodo que cubren las Relaciones
como en los años anteriores y en el largo periodo posterior, hasta la
muerte del conquistador.
El haber recurrido a los escritos de Cortés no es una novedad,
puesto que ha sido el camino habitual de todos sus historiadores,
pero sí lo es la consulta sistemática de dichos escritos y el caudal más
amplio que ahora se aprovecha. Esto ha sido posible gracias a que el
autor de la presente obra trabajó al mismo tiempo en la recopilación y
edición del corpus que ha llamado Documentos cortesianos —que
recoge algo más de trescientos—, y al que, además de las Relaciones,
sigue constantemente para exponer la historia de Cortés. Así pues, el
presente estudio y los Documentos están concebidos como una
unidad.
Los tres capítulos iniciales, que describen el choque de los mundos
viejo y nuevo, el México antiguo, la España de la época y la situación
de los indígenas después de la conquista, tienen un carácter
esquemático y deben considerarse sólo marcos de referencia para
situar en el tiempo y en el espacio la acción de Cortés.
En términos generales se sigue la secuencia cronológica, con la
salvedad del juicio de residencia que por haberse extendido con
interrupciones durante largos años, se consideró preferible exponer
en conjunto, un capítulo para las acusaciones y otro para las defensas.
Al fin de cada etapa de la vida de Cortés se añaden cronologías,
para facilitar las consultas. Estas cronologías parciales se repiten,
reunidas, al fin de la obra.
Cuando se citan en las notas escritos que están recogidos en los
Documentos cortesianos, se ha seguido la convención de poner sus
títulos en cursivas, en tanto que los de documentos no incluidos van
normalmente entre comillas.
El capítulo final, a manera de apéndice y en forma sumaria, expone
las repercusiones que la conquista y Cortés tuvieron en la poesía
épica y narrativa, con algunas noticias sobre estos temas en otras
expresiones literarias y artísticas modernas.
1983-1988
RECONOCIMIENTOS
A lo largo de casi cinco años he pedido y recibido numerosas ayudas
para la realización de esta obra, y de los Documentos cartesianos
paralelos, que ahora me complace agradecer.
En primer lugar, las constantes y mayores. A Manuel Alcalá, quien
pacientemente leyó mis escritos completos, conforme los iba
redactando, y me hizo juiciosas enmiendas y sugestiones, además de
depurar y traducir los latines.
A las gentiles directoras del Archivo General de la Nación, de
México, Leonor Ortiz Monasterio, y del Archivo General de Indias, de
Sevilla, Rosario Parra Cala, y a sus auxiliares, que buscaron y
rebuscaron documentos y me proporcionaron copias.
Al Instituto de Investigaciones Históricas, de la Universidad
Nacional Autónoma de México, y a los amigos del Fondo de Cultura
Económica, mis coeditores, que me prestaron los apoyos necesarios.
A los directores de las bibliotecas de El Colegio de México, Orozco
y Berra y del Museo Nacional, del INAH, que me hicieron tantas copias
de libros y documentos.
Y a mis tres hijos, José Luis y Rodrigo, que leyeron mis papeles,
me buscaron rarezas y me sugirieron pistas, y a Andrea Guadalupe,
que me ayudó en un tramo importante de la paleografía.
Repito mis agradecimientos, en fin, a los amigos que atendieron
mis solicitudes o se adelantaron a ellas con generosidad: Fernando
Benítez, Woodrow Borah, Alí Chumacero, José Durand, Andrés
Henestrosa, Miguel León-Portilla, James Lockhart, Sonia Lombardo
de Ruiz, Roberto Moreno de los Arcos, Octavio Paz, Alfonso Rangel
Guerra, Antonio Roche, Antonio Saborit, Fernando Serrano Migallón,
Ernesto de la Torre Villar, Elías Trabulse, y Silvio Zavala.
Y una vez más, soy deudor de la paciencia y la eficacia de
Guadalupe Ramírez de Lira, quien me ayudó a copiar una parte de
mis papeles.
México, 26 de marzo de 1988
I. LOS DOS MUNDOS QUE SE ENCONTRARON.
EL MÉXICO ANTIGUO
No había entonces pecado…, no había entonces enfermedad, no
había dolor de huesos, no había fiebre para ellos, no había
viruelas… Rectamente erguido iba su cuerpo entonces.
Xhalay de la conquista
ENCUENTRO, CHOQUE Y TRANSFORMACIÓN
“La mayor cosa después de la creación del mundo, sacando la
encarnación y muerte del que lo crio —según Francisco López de
Gómara—,1 es el descubrimiento de Indias”, o del Nuevo Mundo, o
sea el encuentro del viejo y del nuevo mundo. Estos dos mundos,
hasta entonces mutuamente ignorados, comenzaron a entrar en rudas
confrontaciones, hechas de curiosidad, extrañeza, codicia y afán de
dominio; y de pavor, confusión, resistencia y aniquilación.
Por múltiples caminos, en este Nuevo Mundo luego llamado las
Indias y en fin América se impondrá la superioridad de las armas del
Viejo Mundo, el sometimiento y explotación de los pueblos
aborígenes y se implantará la cultura hispánica; mas las tierras y
pueblos sojuzgados harán que persistan tercamente sus propios
jugos, sus tradiciones, los nombres que daban a las cosas, el tono de
su sensibilidad. Y paso a paso, a menudo con dolor e injusticia, se irá
formando una nueva cultura mestiza y los hombres formarán
también nuevos pueblos.
Además de las armas desiguales, existían también otros campos en
que el choque de las dos culturas extrañas se presentó con violencia.
En primer lugar, se enfrentaban dos concepciones del mundo muy
diversas, sobre todo en las creencias religiosas, en las costumbres y
en el sentido general que se daba a la vida. De parte de los españoles,
que no concebían salvación fuera de sus creencias, la intolerancia era
definitiva, pues se consideraban obligados a la conversión, de grado o
por fuerza, de quienes tenían por infieles, y a la extirpación radical de
cualquier rastro o sospecha de idolatrías.
Sin embargo, en el aspecto moral, existía una singular coincidencia
entre el mundo indio y el cristiano, advertida por misioneros como
fray Gerónimo de Mendieta, quien reconoció:
que si el padre San Francisco viviera hoy en el mundo y viera a estos indios, se
avergonzara y confundiera, confesando que ya no era su hermana la pobreza,
ni tenía que alabarse de ella.2
La tendencia española, no siempre practicada, hacia el ascetismo
religioso y cierto rigor en las costumbres, se veía sobrepasada por la
severidad de las leyes y la austeridad de la vida indígena en el
Altiplano.
Presentose, además, otro raro fenómeno que pudiera llamarse de
extrañeza biológica. Las floras microbianas y sus defensas o
inmunizaciones, de conquistadores y conquistados, eran diversas, y
los contactos entre unos y otros provocaron plagas y epidemias, que
agobiaron sobre todo a los últimos, más vulnerables.
Los indios sufrieron, a lo largo del siglo XVI , terribles pestilencias
contra las que no conocían curas, y que contribuyeron, con las
guerras y los trabajos excesivos, al descenso de la población nativa.
En los mismos días del asedio a México-Tenochtitlán, en 1520, la
primera plaga fue la viruela, “de que en algunas provincias murió la
mitad de la gente”, y que incluso causó la muerte de Cuitláhuac, el
huey tlatoani que sucedió a Motecuhzoma. Tras ésta, el padre
Mendieta continúa enumerando las siete plagas que padecieron los
indios: la segunda, hacia 1531, fue el sarampión, “de que murieron
muchos”; la tercera, por 1545, fue de “pujamiento de sangre”, que los
indios llamaron cocoliztle, y que pudiera ser una especie de influenza
de la que en Tlaxcala murieron 150 000 indios y en Cholula 100 000;
la cuarta, en 1564, otra mortandad; la quinta, en 1576, la llamaron
matlazáhuatl, que pudo haber sido tifo; la sexta, en 1588, después de
una carestía de maíz, fue de nuevo tifo y afectó especialmente a los
matlatzincas y la séptima, entre 1595 y 1596, fue de “sarampión,
paperas y tabardillo”, de que “apenas ha quedado hombre en pie”.3
Primera imagen de América. Grabado en madera al frente de la carta de Cristóbal
Colón a Luis de Santángel, Basilea, 1493.
Este choque microbiano y viral, según Pierre Chaunu, fue
responsable en un 90% de la caída radical de la población india en el
conjunto entonces conocido de América, que de 80 millones de
habitantes en 1520 descendió a 10 millones en 1565-1570, es decir, un
hundimiento “de la quinta parte de la humanidad de la época”.4
Mapa de la cuenca de México en la época prehispánica. Dibujo de Miguel
Covarrubias.
En cuanto a los efectos que en Europa tuvo esta extrañeza
biológica, se ha discutido largamente la cuestión de la sífilis. Ya sea
éste un antiguo mal europeo y asiático, que pudiera ser el mismo que
la lepra medieval; o bien que sea de origen americano y hubiese sido
llevado a Europa de la isla Española, en el primero o segundo viaje de
Colón, contagiado a las prostitutas y difundido por soldados y
mercenarios de varias nacionalidades que participaron en el sitio de
Nápoles, en 1494–1496,5 el hecho es que la sífilis, el “mal napolitano”,
el “mal francés” o las bubas causó una epidemia que hizo padecer a
millares de europeos de todas las clases sociales.
Ya fuese la propagación en uno u otro sentido, en ambos casos, y
tanto ésta como las plagas mexicanas pueden considerarse etapas de
lo que Le Roy Ladurie ha llamado “la unificación microbiana del
mundo”.6
UNA CULTURA AISLADA
En Mesoamérica existía una flora muy rica que poseía algunas
especies desconocidas con que se enriqueció el resto del mundo:
nuevas especies de maíz y de frijol, cacao, cacahuate, jitomate, chile,
papa, camote, tabaco, chicle, hule, palo de tinte, añil, grana o
cochinilla y numerosas plantas medicinales.7 En cambio, faltaban el
trigo, el olivo, las vides y algunos frutales, y no existía ninguna
especie de ganado doméstico, o sean bestias de tiro, transporte o
alimentación. Las llamas y sus congéneres son exclusivas del
altiplano andino.
Salvo algunos contactos comerciales con islas del Caribe, y
presumiblemente con el lejano país de los incas, que significaban
también intercambio de técnicas, Mesoamérica era una cultura
aislada, que nunca se había preguntado qué había más allá de sus
horizontes.
EL MÉXICO ANTIGUO
TERRITORIO Y POBLACIÓN
En el territorio que hoy es México existían, antes de la llegada de los
españoles, estados, señoríos, cacicazgos y tribus nómadas. Entre ellos
el más poderoso y extenso era el comúnmente llamado imperio
azteca, el Culhúa-Mexica que los conquistadores oían mencionar en
tierras mayas, como la tierra poderosa, rica en oro. La capital de este
imperio era una gran ciudad asentada en islotes dentro de un lago,
México-Tenochtitlán, cuyo esplendor fascinó a los ojos que lo vieron,
y sus dominios se extendían en la región centro-oriental del territorio,
con apoyos en los dos océanos. Pero aun dentro del ámbito de estos
dominios subsistían reductos independientes, como los de Metztitlán
y Tototepec, Tlaxcala, Teotitlán del Camino, Coatlicámac, Yopitzinco,
Tototepec del Sur y los señoríos mixtecos.8 Las profundas
enemistades de algunos de estos señoríos contra los aztecas, sobre
todo la de los tlaxcaltecas, serán decisivas en la conquista.
Fuera de las imprecisas fronteras del imperio Culhúa-Mexica —
como es más preciso llamarlo—, existían otros señoríos
independientes que también habían logrado resistir el empuje azteca,
como los de Colima, Michoacán, la Huasteca, el mundo maya y el
Soconusco. Al norte de estos señoríos que poseían cultura avanzadas,
vivían en las planicies, montañas y tierras pedregosas numerosos
pueblos, unos sedentarios y agricultores y otros nómadas e
indomables guerreros semisalvajes, llamados genéricamente
chichimecas, cuya resistencia al dominio azteca y español se extendió
por siglos.
El imperio azteca en vísperas de la conquista. De Jon Manchip White, Cortes and
the Downfall of the Aztec Empire, Londres, 1971.
El imperio Culhúa-Mexica estaba sustentado en la Triple Alianza,
de los señoríos de México, Tezcoco y Tlacopan o Tacuba, y su control
de la zona dominada comprendía aproximadamente 38 señoríos a
fines del siglo XV, en una extensión cercana al medio millón de
kilómetros cuadrados, o sea la cuarta parte del México actual.9
El Templo Mayor. De Sahagún, Primeros memoriales, cap. I .
Este dominio era irregular. En términos generales, se limitaba a
una alianza militar, al pago de tributos establecidos y al respeto a las
actividades de los mercaderes o pochteca viajeros, quienes actuaban
también como espías. Los aztecas mantenían además guarniciones
militares en las fronteras críticas: Tuxpan y Nautla en el Golfo para
controlar la Huasteca y la costa; Cuetaxtlan o Cotaxtla, Tuxtepec y
Soconusco, Huaxyácac y Tehuantepec, para cuidar el sureste, la tierra
del cacao y la costa del Pacífico.
Además de estos vínculos militares y económicos, en el imperio
existía una lengua franca, el náhuatl, algunas prácticas religiosas
comunes y un sistema de numeración y calendárico que, con
variantes menores, era el mismo para todos los pueblos de la zona
más amplia llamada Mesoamérica.10
La población del México central, a la llegada de los españoles, ha
sido estimada con cifras muy diversas que van de los 4.5 millones que
propone Rosenblat,11 a los 25.2 millones que estiman Borah y Cook.12
En cuanto a los habitantes de la ciudad de México-Tenochtitlán, las
estimaciones van de 72 00013 a 300 000 personas, en unas 60 000
casas;14 de todas maneras, era una de las mayores ciudades de la
época, tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo.
SOCIEDAD, ECONOMÍA Y RELIGIÓN
La organización social y económica del imperio Culhúa-Mexica era
evolucionada y compleja. Los habitantes de México-Tenochtitlán
estaban divididos en veinte calpulli o grupos, asentados en los cuatro
grandes barrios de la ciudad. Y tanto en la metrópoli como en los
pueblos circunvecinos propios, Azcapotzalco, Coyoacán y Xochimilco,
el régimen de propiedad de la tierra tenía tres modalidades
principales: las tierras comunales de los calpulli, las tierras de los
nobles, tecpillalli, que podían enajenarse y heredarse, y las tierras
públicas, para los gastos de los templos, de la guerra, del gobierno y
del palacio.15 En cuanto a las tierras de los pueblos sometidos, por lo
general la servidumbre se limitaba al pago de los tributos, a la
esclavitud de algunos de sus habitantes para el trabajo de las tierras o
al arrendamiento de éstas.16
De manera general, en la organización social mexica se distinguían
los nobles o señores, la clase sacerdotal, los guerreros, los mercaderes
y el pueblo común. Dentro de esta última clase habían alcanzado un
desarrollo considerable los obreros y artesanos: escultores, canteros,
orfebres, artífices de la pluma, pintores, así como albañiles, alfareros,
talladores, sastres, curtidores, tejedores, huaracheros y fabricantes de
esteras, cestos, cuchillos y espejos.17
La refinada civilización y las creaciones espirituales e intelectuales
que habían creado los teotihuacanos y los toltecas alcanzaron una
culminación con los mexicas. Sin embargo, sobre todas estas formas
superiores de pensamiento, dominaba una religiosidad total y
terrible, que al mismo tiempo había sido el impulso mesiánico de sus
conquistas y la justificación de sus atroces sacrificios humanos —no
exclusivos de ellos pues existían también en otras sociedades incluso
europeas—, que consideraban necesarios para alimentar con su
sangre la vida del sol.
LA GUERRA
Tanto como la religión, la guerra dominaba el espíritu y la vida de los
mexicas. Sus causas eran múltiples: para aumentar los tributos, base
económica de Tenochtitlán; para apoderarse de prisioneros para el
sacrificio ritual (guerras floridas), para proteger a los mercaderes,
para sujetar a regiones rebeldes o para defenderse de agresiones
externas. Las batallas no tenían el propósito de aniquilar a los
enemigos sino el de hacer prisioneros que después eran inmolados a
la divinidad para propiciar la continuación de la vida. Por ello,
cualquiera que fuese la causa de la guerra, todos los que morían
combatiendo o eran hechos prisioneros y sacrificados, iban al cielo,
donde vive el sol, y luego se transformaban en pájaros de pluma rica.
Cook y Simpson han estimado entre 150 000 y 200 000 el número de
soldados aborígenes, tanto los que lucharon contra los españoles
como los que se aliaron con ellos.18
Códice Borgia, lámina 30. El viaje de Venus por el infierno, según Seler.
El ejército mexica, en actividad militar constante, había alcanzado
un grado considerable de organización, con servicios de información
—con veloces mensajeros que llevaban sus noticias en mapas
pintados— y de espionaje —apoyados sobre todo en los mercaderes—,
abastecimientos, acopio de armas, protecciones defensivas
estratégicas, ingeniería militar y organización de las unidades de
combate y de mando. Sin embargo, pese a la superioridad numérica y
al valor y excelencia de los guerreros mexicas y sus aliados, ellos
estaban destinados a la derrota, por la ventaja de las armas españolas.
Walter Krickeberg compara su encuentro con el de un ejército
moderno provisto de armas nucleares con otro que careciera de ellas:
Las armas atómicas de entonces —agrega— se llamaban mosquetes y
culebrinas, contra las que los aztecas combatían todavía con armas
paleolíticas: mazos planos hechos de madera, en cuyas estrechas ranuras
metían filosas hojas de obsidiana, dardos o flechas provistos de puntas de
pedernal, arrojados con lanzaderas o con arcos.1 9
Y podrían añadirse simples piedras lanzadas con fuerza y una
gritería permanente que empavorecía a los enemigos.
CREACIONES CULTURALES: ESCRITURA Y CÓDICES
Además de sus realizaciones materiales, en que habían alcanzado
notable refinamiento; de su espléndida arquitectura y urbanismo,
escultura y pintura; y del desarrollo del calendario, la cronometría y
los conocimientos astronómicos, los pueblos de lengua náhuatl, los
mayas y los mixtecos crearon sistemas de escritura, los únicos de la
América antigua. La escritura nahua y mixteca permitía consignar
números, fechas calendáricas, nombres de dioses, personas y lugares,
de elementos de la naturaleza y de la vida urbana y rural, de acciones,
de conceptos metafísicos, de actividades y condiciones humanas y de
cualidades morales. Los signos para estas representaciones eran
pictográficos e ideográficos, y los colores empleados y las posiciones
tenían además su propia significación. En sus últimos años, la
escritura de los nahuas había alcanzado una etapa evolutiva más
avanzada con el uso de elementos fonéticos para representar nombres
propios.
Una página de la Matrícula de tributos, f. 9 r.
Quetzalcóatl en el Códice Borbónico
La escritura maya es más compleja y su desciframiento, aún en
proceso, ha sido más arduo que el de los signos nahuas y mixtecos.
Las inscripciones aparecen por lo regular como series de bloques o
“cartuchos” rectangulares, con las esquinas ligeramente redondeadas,
y casi siempre del mismo tamaño, con excepción de los glifos
introductorios que suelen ser mayores. Los glifos contenidos en estos
“cartuchos” son generalmente compuestos y están formados por un
elemento principal, por lo común una cabeza-retrato, al cual se
agregan complementos llamados afijos, que se han interpretado como
adjetivos, adverbios, preposiciones y términos de relación. Estos
signos o glifos son de tres clases: figurativos o pictográficos,
ideográficos y fonéticos, estos últimos a menudo silábicos o de
“charada”. Según el catálogo de J. Eric S. Thompson, esta escritura
comprende: 356 signos principales, 370 afijos, 88 glifos “retrato” y 48
dudosos, esto es, un total de 862 signos hasta ahora reconocidos.20
Su uso y conocimiento era exclusivo de los sacerdotes y se empleaba
para registrar conceptos religiosos, nombres de los dioses, rituales y,
principalmente, cómputos astronómicos y cronológicos. A diferencia
de los códices nahuas y mixtecos, en las inscripciones mayas son
raros y dudosos los nombres de personajes históricos.
La manifestación más notable de la escritura de los pueblos del
México antiguo son los códices o “libros pintados”. De los 22 códices
que con certeza se consideran prehispánicos, cuatro proceden de la
cultura nahua, seis forman el llamado Grupo Borgia (nahuas de la
región cholulteca), nueve de la mixteca y tres de la maya. Además,
existen 61 códices, rehechuras poshispánicas de documentos
antiguos, y mapas, pinturas y planos indígenas hechos con técnicas
antiguas.21
Los códices nahuas y mixtecos registran hechos históricos,
genealogías de gobernantes con los acontecimientos de su reinado,
observaciones y previsiones astronómicas como eclipses y ciclos del
planeta Venus, historias y atributos de las divinidades, rituales
religiosos, enumeración y descripción de tributos que debían pagar
los pueblos sojuzgados, y calendarios rituales (tonalámatl) que
señalaban los signos prósperos o adversos de cada día y se utilizaban
para dar nombre e indicar el destino de los recién nacidos.
Los códices mayas, por lo que hasta ahora ha podido interpretarse
de ellos, contienen también calendarios rituales o adivinatorios (en
maya tzolkin), tablas calendáricas de lunaciones, eclipses y del
periodo de Venus, ceremonias relacionadas con rituales del año
nuevo y, probablemente, profecías de secuencias cronológicas.
Los sistemas formales de educación de los pueblos nahuas estaban
orientados principalmente en dos direcciones, la formación de
sacerdotes y letrados en las escuelas llamadas calmécac, y de
guerreros en las telpochcalli.
IDEA MAYA DEL TIEMPO
Los mayas tenían un interés muy especial por el tiempo y elaboraron
una filosofía en torno a este tema. Sus inscripciones en estelas,
altares, monumentos y códices registran el paso del tiempo o se
refieren a los dioses en relación con el tiempo. Los nombres de los
días eran divinidades. Los mayas concebían las divisiones del tiempo
“como pesos que cargadores divinos llevaban a través de la
eternidad”. Preocupados por encontrar el origen del tiempo llegaron a
fijar fechas remotísimas y, como dice Thompson, “acaso concluyeron
que el tiempo no tuvo principio”. Parte de estos afanes se explican por
el deseo de saber qué ocurrirá en el futuro. En la base de sus
concepciones religiosas y científicas se encontraba una idea cíclica del
tiempo, según la cual todos los acontecimientos se repetían en
vueltas regulares de diversos ciclos, sobre todo de los periodos de 260
años en que coincidía el retorno del mismo katún, de la misma
manera como se repiten los días, el curso de los astros y de la luna,
las estaciones y los eclipses. El tiempo estaba formado para ellos por
la sucesión de deidades, favorables o desfavorables a la naturaleza y a
los hombres, por lo que era menester medirlo con exactitud y
registrar, por medio de inscripciones, lo que ocurría para poder prever
cuáles serían los hechos del futuro.22
LA CONSERVACIÓN DE LAS TRADICIONES
En cuanto aprendieron la escritura europea de los misioneros
españoles, los indígenas celosos de sus tradiciones se apresuraron a
consignarlas para salvarlas del olvido. Gracias a esta preocupación, a
esta auténtica vocación cultural que existió sobre todo en los pueblos
de habla náhuatl y maya, contamos con un repertorio muy valioso de
documentos indígenas. Desde 1524, apenas unos años después de la
caída de México-Tenochtitlán, un indio anónimo de Tlatelolco
comenzó a redactar Unos anales históricos de la nación mexicana o
Relación de Tlatelolco, concluidos en 1528, a los que siguieron
muchas otras relaciones indígenas primitivas, en ocasiones
acompañadas de jeroglifos: Historia de los mexicanos por sus
pinturas, Historia de la nación mexicana (Códice Aubin), Histoyre du
Mechique, Historia tolteca-chichimeca, Anales de Cuauhtitlan,
Leyenda de los soles, los Memoriales de los informantes indígenas de
Sahagún y las Relaciones de Chimalpahin. Y de la cultura maya, el
Popol Vuh, los Libros de Chilam Balam y los Anales de los
cackchiqueles, entre los más importantes.
Además de los códices pre y poshispánicos y de las relaciones
indígenas primitivas —conservadas en su mayor parte en lenguas
indígenas—, compusieron sus obras con documentación e
información indígena muchos de los historiadores misioneros como
fray Bartolomé de las Casas, fray Toribio de Benavente o Motolinía,
fray Bernardino de Sahagún, fray Diego Durán, fray Diego de Landa y
fray Juan de Torquemada, y los mestizos o criollos Juan Bautista
Pomar, Juan de Tovar, Hernando Alvarado Tezozómoc, Diego Muñoz
Camargo y Fernando de Alva Ixtlilxóchitl. Gracias a este interés de
indígenas, mestizos, criollos y españoles por nuestras antigüedades,
México cuenta con un acervo excepcional acerca de sus orígenes.
LA POESÍA INDÍGENA
Según el modelo tolteca, ideal de vida civilizada para los antiguos
pueblos de habla nahua, una ciudad comenzaba a existir cuando se
establecía en ella el lugar de los atabales, esto es, la casa del canto y el
baile.23 En México, en Tezcoco, en Tlacopan, estas casas, llamadas
cuicacalli o “casa del canto”, disponían de espaciosos aposentos en
torno a un gran patio para los bailes.24 Estaban situados junto a los
templos y en ellos había maestros que enseñaban a los jóvenes el
canto, el baile y el tañido de instrumentos.25 Los muchachos que iban
al calmécac aprendían de memoria “todos los versos de cantos para
cantar, que se llamaban cantos divinos, los cuales versos estaban
escritos en libros por caracteres”, dice Sahagún.26
Así pues, había por una parte cantos o poemas profanos: hazañas
de héroes, elogios de príncipes, lamentaciones por la brevedad de la
vida y de la gloria, exaltaciones guerreras, juegos y pantomimas,
variaciones sobre la poesía y “cosas de amores”; y por otra, los
cantares divinos que se trasmitían en el calmécac. Estos últimos son
los himnos rituales como los que recogió Sahagún; parecen arcaicos y
tienen el hermetismo que debe rodear lo sagrado.
Consérvanse alrededor de doscientos poemas en náhuatl en total,
de un gran esplendor metafórico y refinada sensibilidad. Entre los de
autores identificados, sobresalen los atribuidos a Nezahualcóyotl, el
rey poeta de Tezcoco.
Estos cantos o poemas se guardaban en la memoria, aunque para
la recitación de algunos de ellos, los históricos y los rituales,
probablemente se apoyaban en las pictografías de ciertos códices.
Para salvarlos del olvido, algunos indígenas cultos se apresuraron a
consignarlos en caracteres latinos, sin duda por encargo de
historiadores como el padre Sahagún. Gracias a ellos, ha sido posible
conocerlos en los manuscritos del siglo XVI llamados Cantares
mexicanos, Romances de los señores de Nueva España, en el
apéndice al libro II de la Historia general de las cosas de la Nueva
España, de fray Bernardino de Sahagún, y en numerosos pasajes de
antiguas relaciones indígenas. El disfrute en español de esta antigua
poesía en náhuatl ha sido posible gracias a los estudios y traducciones
beneméritas de Ángel María Garibay K. y Miguel León-Portilla.
LAS EXHORTACIONES MORALES
La filosofía moral de los antiguos mexicanos se conserva
principalmente en los Huehuetlatolli o pláticas de los ancianos,
dedicadas a inculcar ideas y principios morales tanto a los niños y
jóvenes como a los adultos. Tienen la forma de discursos que
probablemente se memorizaban y repetían en las ocasiones
pertinentes: nacimiento, adolescencia, matrimonio, muerte, y en las
ceremonias de entronización o de funerales de los gobernantes. Son
admirables por su ternura y sabiduría y por su conocimiento de las
pasiones humanas.
El primero que apreció su importancia fue fray Andrés de Olmos,
hacia 1540, aunque su texto original sólo se conoce en parte.
Siguiendo las huellas de Olmos, Sahagún recogió también en náhuatl
y tradujo al español, a partir de 1547, un buen número de estas
pláticas morales, que forman el libro sexto de su Historia general.
LOS PRESAGIOS FUNESTOS Y LA PROFECÍA DE QUETZALCÓATL
Tres años después de que Motecuhzoma Xocoyotzin principiara su
reinado comenzaron a aparecer en el cielo y en la tierra fenómenos
extraños, calamidades públicas y seres monstruosos que fueron
inquietando cada vez más a los habitantes de la meseta central y de
otros lugares del México antiguo, que también guardaron registro de
ellos.
En 13 calli, 1505, año de gran hambre, el Popocatépetl dejó de
humear por veinte días.27 Según el Códice Aubin, en el año 3 técpatl,
1508, se aparecieron las fantasmas llamadas tlacahuilome, y se vio
por el oriente, cerca del amanecer, una bandera blanca, color de nube,
que volvió con más fuerza el siguiente año, 4 calli. Como aquella luz
celeste continuaba aún en el año 5 tochtli, 1510, Motecuhzoma
consultó a Nezahualpilli, el señor de Tezcoco, sabio en ciencias
ocultas, acerca de la significación de aquel fenómeno, el cual dijo que:
de aquí a muy pocos años, nuestras ciudades serán destruidas y asoladas,
nosotros y nuestros hijos muertos y nuestros vasallos apocados y destruidos…
y le anunció, además, que perdería las guerras que emprendiese y que
pronto aparecerían en el cielo nuevas señales de aquellas
desgracias.28 En ese mismo año de 1510 hubo un eclipse de sol, se
incendió el adoratorio del templo de Huitzilopochtli y el agua que se
le echaba avivaba más las llamas, y se incendió también el templo de
Xiuhtecuhtli, dios del fuego; apareció un cometa que cayó hacia la
tierra; y resucitó la princesa Papantzin, hermana de Motecuhzoma,
quien refirió que tuvo una visión de hombres blancos y barbudos, con
estandartes en las manos y yelmos en la cabeza, que venían en unos
barcos grandes, los cuales “con las armas se harán dueños de estos
países”.29
Los presagios fatales continuaron. En 6 ácatl, 1511, apareció en el
aire un gran pájaro con cabeza de hombre; junto al Templo Mayor
cayó una columna de piedra sin que se supiera su origen; aparecieron
en el aire hombres armados que peleaban unos contra otros; una gran
piedra labrada como cuauhxicalli, para recibir la sangre de los
sacrificados, habló y se negó a dejarse transportar cuando no era su
voluntad.30
En el año 11 técpatl, 1516, apareció un gran cometa en el cielo del
lado oriente. Motecuhzoma consultó una vez más a Nezahualpilli
quien le confirmó su augurio de grandes calamidades y desventuras,
en que “no quedará cosa con cosa” y le anunció que él mismo, el
tezcocano, moriría.31
Sahagún refiere algunos de los anteriores presagios y añade otros.
El sexto: de noche se oía a una mujer que lloraba y decía: “Oh, hijos
míos, ya ha llegado vuestra destrucción”, o bien: “Oh hijos míos!
¿Dónde os llevaré por que no os acabéis de perder?”, antecedentes de
la leyenda de “La Llorona”. El séptimo: los pescadores del lago
cogieron un ave del tamaño de una grulla que tenía un espejo en
medio de la cabeza en el cual se veían los cielos y las estrellas. Y el
octavo: aparecieron criaturas monstruosas, como un hombre con dos
cabezas, que en llevándolas a Motecuhzoma desaparecían.32
Muchos años antes, en 1 ácatl, 1467, Nezahualcóyotl, señor de
Tezcoco, entonces ya viejo, hizo erigir un templo a Huitzilopochtli, y
para su dedicación compuso un canto en el que auguraba su
destrucción y la de su mundo:
En tal año como éste [ce ácatl],
se destruirá este templo que ahora se estrena,
¿quién se hallará presente?
¿Será mi hijo o mi nieto?
Entonces irá a disminución la tierra
y se acabarán los señores,
de suerte que el maguey
pequeño y sin sazón será talado,
los árboles aún pequeños darán frutos
y la tierra defectuosa siempre irá a menos.3 3
Un nuevo año ce ácatl volvería a ser, conforme a la cuenta nahua
de ciclos de 52 años, en 1519, que fue el año en que llegaron los
españoles a estas tierras y se inició la conquista de México.
Tantos presagios mantenían a los antiguos mexicanos en la
angustia expectante de lo que habría de venir. Pero había algo más,
acaso de mayor peso, algo arraigado en las tradiciones toltecas y luego
en una coincidencia de hechos o en una falsa interpretación: la
profecía del retorno de Quetzalcóatl.
Refiere Sahagún que:
en el año 13 conejos [1518] vieron en el mar navíos [los de la expedición de
Juan de Grijalva] los que estaban en las atalayas y luego vinieron a dar
mandado a Motecuhzoma con gran prisa. Como oyó la nueva, Motecuhzoma
despachó luego gente para el recibimiento de Quetzalcóatl, porque pensó que
era él el que venía, porque cada día le estaban esperando, y como tenía
relación que Quetzalcóatl había ido por la mar hacia el oriente, y los navíos
venían de hacia el oriente, por eso pensó que era él. Envió cinco principales a
que le recibiesen y le presentasen un gran presente que le envió.3 4
Cortés se enteró oportunamente de la profecía y la aprovechó con
discreción. Cuando los mexicas comprendieron que no era el antiguo
dios y sacerdote civilizador el que llegaba sino un capitán audaz y
codicioso, era demasiado tarde, pues el enemigo estaba posesionado
del monarca y de las llaves del reino.
MOTECUHZOMA XOCOYOTZIN
Una década después de que Colón encontrara las primeras tierras del
Nuevo Mundo, y dos años antes de que Hernán Cortés llegara a la isla
Española, en 1502, Motecuhzoma Xocoyotzin —comúnmente llamado
Moctezuma—, cuando contaba alrededor de 34 años fue elegido, por
el consejo formado por dignatarios mexicas y por los señores aliados
de Tezcoco y Tlacopan, noveno señor de México-Tenochtitlán. Su
primer nombre quiere decir “señor sañudo” y el último “el más joven”
—con la partícula reverencial tzin—, para distinguirlo del primer
Motecuhzoma Ilhuicamina, el “flechador del cielo”. Sucedía a
Ahuítzotl y era hijo del también señor Axayácatl y nieto de
Nezahualcóyotl. En sus mocedades había sido guerrero valeroso y al
ser elegido era el sumo sacerdote.
Motecuhzoma era un hombre grave, melancólico, aprensivo y
supersticioso. Como gobernante, amplió y consolidó el imperio,
acentuó la severidad de la educación de la juventud, sólo admitió a los
nobles en los cargos de gobierno y administrativos, impuso en su
corte una etiqueta rigurosa, que era como el servicio de un dios, y
aumentó considerablemente los sacrificios humanos rituales.
Los presagios relatados comenzaron a aparecer a poco de iniciado
el gobierno de Motecuhzoma y se fueron sucediendo en los años
siguientes. No eran sólo apariciones misteriosas sino también
profecías acerca de la destrucción inminente de su reino y anuncios
de la aparición de hombres blancos y barbudos. Todos estos signos
fueron interpretados por el señor de México como la confirmación de
las profecías que anunciaban el retorno de Quetzalcóatl, que volvería
a ocupar su reino.
Cuando en 1518 se anunció a Motecuhzoma la presencia en la
costa veracruzana de hombres desconocidos en grandes naves —los
de la expedición de Grijalva—, su terror fue extremo y decidió huir y
esconderse en la gruta mágica de Cicalco para encontrar al legendario
Huémac. En lugar de tranquilizarlo, éste le envió un mensaje
recriminándole su soberbia y crueldad y exigiéndole penitencia. Sus
propios adivinos, atemorizados por no poder darle buenos augurios,
se atrevieron al fin a decirle: “que ya estaban puestos en camino los
que nos han de vengar de las injurias y trabajos que nos ha hecho y
hace”. Y cuando encargó los preparativos de los aderezos que enviaría
al supuesto Quetzalcóatl, dijo a sus mensajeros que pidieran a la
deidad que volvía: “que me deje morir, y que después de yo muerto,
venga mucho norabuena y tome su reino, pues es suyo y lo dejó en
guarda a mis antepasados”.35 Cuando llegaron Cortés y sus huestes
en 1519, que exigían oro, actuaban como hombres, paso a paso iban
adentrándose en los señoríos mexicas y tenían armas terribles y
desconocidas para ellos, Motecuhzoma debió de haber abandonado
casi del todo su creencia en el regreso de Quetzalcóatl, pero seguían
en pie los otros vaticinios acerca de la inminente destrucción de su
mundo.
Su actitud ante los españoles fue siempre incierta y contradictoria.
Empujado por un mínimo instinto de supervivencia, los atacaba por
terceras manos, les preparaba múltiples asechanzas y les enviaba
mensajes tratando de persuadirlos de que no llegasen a México; pero
al mismo tiempo, les avivaba la codicia enviándoles presentes cada
vez más ricos y se anticipaba vasallo del monarca español
ofreciéndole el tributo que él fijara, con tal de que los invasores se
retiraran. Su soberbia y crueldad se desmoronaron y de la deidad
viviente en que se había constituido sólo quedaba un hombre
confundido y aterrorizado ante una fuerza implacable que lo
sobrepasaba.
Si en lugar suyo hubiese gobernado el señorío mexica un hombre
menos supersticioso y engreído, un guerrero decidido a defender su
patria —como Xicoténcatl el joven o como Cuauhtémoc—, la
conquista entonces no hubiese sido posible.
CUITLÁHUAC Y CUAUHTÉMOC
Después de la matanza del Templo Mayor, ocurrida a mediados de
mayo de 1520, Cuitláhuac, hermano de Motecuhzoma y señor de
Iztapalapa, se convierte en el caudillo de la rebelión india contra los
españoles. Organiza al pueblo para la guerra, solicita ayuda de sus
aliados y propone alianza a señoríos indígenas independientes, como
los de Tlaxcala, Cholula y Michoacán, para luchar contra los
invasores. Hacia el 27 o 28 de junio perece de mala muerte
Motecuhzoma Xocoyotzin, y el sábado 30 siguiente, las huestes de
Cortés, sitiadas y agotadas, salen de la gran ciudad en la derrota
llamada de la Noche Triste. En lugar de perseguir a los fugitivos,
Cuitláhuac decide enterrar a los muertos y recoger los despojos del
botín, y sólo vuelve a atacar a los españoles en las cercanías de
Otumba. Aquí, Cortés y un grupo de sus capitanes logran matar al
cihuacóatl que capitaneaba a los mexicas y apoderarse del estandarte
principal del ejército, con lo que se desbandan los indígenas y
triunfan los españoles, que se refugian en Tlaxcala.
Después de los días rituales de duelo por Motecuhzoma, el 7 de
septiembre de 1520 el consejo eligió huey tlatoani a Cuitláhuac, que
sería el décimo señor de los mexicas. Su reinado duró un poco más de
dos meses, pues, contagiado de viruela, el valeroso iniciador de la
defensa de la ciudad de México murió el 25 de noviembre.36
Para sustituirlo fue elegido Cuauhtémoc, señor de Tlatelolco e hijo
de Ahuítzotl, undécimo y último señor de México-Tenochtitlán. Era
apenas un joven de alrededor de dieciocho años. Aunque de hecho
gobernó desde la muerte de Cuitláhuac fue entronizado a fines de
enero de 1521.
Al igual que su antecesor, Cuauhtémoc fue uno de los más
decididos guerreros contra los invasores y el caudillo de la heroica
defensa de México-Tenochtitlán. Ante el sitio inminente de la gran
ciudad, reorganizó el ejército, fortificó la plaza, mandó hacer miles de
canoas y procuró atraerse todos los aliados posibles. Bajo su mando,
los indígenas resistieron los terribles 75 días del sitio, rehuyeron
todas las proposiciones de tregua y sólo cesaron en su lucha cuando,
ya exhaustos, Cuauhtémoc y su familia fueron apresados el 13 de
agosto de 152l.
Cuauhtémoc fue atormentado con el consentimiento de Cortés
para que confesara dónde se guardaba el tesoro de Motecuhzoma. Los
sobrevivientes indios fueron autorizados a abandonar por un tiempo
los restos de la ciudad destruida y pestilente y luego se les ordenó
volver para limpiar los escombros e iniciar la edificación de la nueva
ciudad a la usanza española, sobre el trazo existente. Todos se habían
convertido en servidores y vasallos de nuevos amos imperiosos.
Cuando Cortés viajó a las Hibueras en 1524 llevó consigo a
Cuauhtémoc y a otros señores indios. Pretextando una sedición, los
hizo ahorcar el 26 de febrero de 1525. Ésta fue una muerte injusta,
como comentará Bernal Díaz, y Cortés mismo parece haberlo
reconocido.37 Así terminó la vida autónoma de la cultura del México
antiguo.
EL TESTIMONIO DE LOS VENCIDOS
Gracias a la conciencia histórica de los antiguos mexicanos, frente a
los relatos de la conquista hechos por españoles, los de Cortés y
Bernal Díaz en primer lugar, existen también testimonios indígenas
que registraron su enfrentamiento con lo desconocido, su confusión y
anonadamiento, su lucha desesperada, la destrucción de su mundo y
las miserias e ignominias que sufrieron como vencidos.
Estos testimonios proceden principalmente del pueblo azteca y del
maya. Los primeros se encuentran en códices y en relaciones escritas
en náhuatl y en español. El más antiguo es la parte final de la
Relación de Tlatelolco de 1528, ya citada, que describe con patético
dramatismo el horror del sitio y la rendición de México-Tenochtitlán:
En los caminos yacen dardos rotos,
los cabellos están esparcidos.
Destechadas están las casas,
enrojecidos tienen sus muros.
Gusanos pululan por calles y plazas,
y están las paredes manchadas de sesos.
Rojas están las aguas, cual si las hubieran teñido,
y si las bebíamos, eran agua de salitre.
Golpeábamos los muros de adobe en nuestra ansiedad
y nos quedaba por herencia una red de agujeros.
En los escudos estuvo nuestro resguardo,
pero los escudos no detienen la desolación.3 8
Sahagún dedicó a la conquista el libro XII de su Historia general
de las cosas de Nueva España, y en el Códice florentino, última
redacción de esta obra, aparece una versión en náhuatl, dictada por
informantes indígenas, otra en español y un espléndido conjunto de
ilustraciones de escenas de la conquista pintadas también por
indígenas. El texto en náhuatl tiene el interés de comunicarnos a lo
vivo, con las propias palabras de quienes habían sido testigos de los
hechos, detalles de las primeras, confusas y aterradoras reacciones de
los indios ante los españoles. Por ejemplo, su visión de las armas y
aderezos, de los caballos y los perros de los conquistadores:
también mucho espanto le causó [a Motecuhzoma] el oír cómo estalla el
cañón, cómo retumba su estrépito, y cuando cae, se desmaya uno, se le
aturden los oídos…
Sus aderezos de guerra son todos de hierro: hierro se visten, hierro ponen
como capacetes a sus cabezas, hierro son sus espadas, hierro sus arcos, hierro
sus escudos, hierro sus lanzas.
Los soportan en sus lomos sus “venados”. Tan altos están como los techos.
Por todas partes vienen envueltos sus cuerpos, solamente aparecen las
caras. Son blancos, como si fueran de cal. Tienen el cabello amarillo, aunque
algunos lo tienen negro. Larga su barba es, también amarilla; el bigote
también tienen amarillo. Son de pelo crespo y fino, un poco encarrujado…
Pues sus perros son enormes, de orejas ondulantes y aplastadas, de
grandes lenguas colgantes; tienen ojos que derraman fuego, están echando
chispas: sus ojos son amarillos, de color intensamente amarillo.3 9
Además de estas versiones en náhuatl y en español que aparecen
en el Códice florentino y que fueron redactadas hacia 1555, existe otra
versión, más amplia y expresiva, escrita hacia 1585,40 en la que
Sahagún quiso que se enmendaran omisiones e imprecisiones
respecto al relato más antiguo de la conquista. Por ejemplo,
impresión de los españoles (cap. VII ), reacciones del monarca mexica
(VIII ), exposición que hace Cortés a Motecuhzoma de su misión
(XVII ), matanzas de Cholula y del Templo Mayor (X y XX), muerte de
Motecuhzoma (XXIII ), relato de la Noche Triste (XXIV) y supuesta
entrevista de Cortés y Cuauhtémoc antes de iniciarse el sitio de la
ciudad, en Acachinanco, para comunicarle las razones por las que le
haría la guerra (XXXI ), la cual transcribe Torquemada41 y Clavigero
pone en duda.42
Además de las ilustraciones del libro XII de Sahagún, en varios
códices poshispánicos hay imágenes de la conquista de México; uno
de ellos, el llamado Lienzo de Tlaxcala, está dedicado en su parte
principal a este acontecimiento.
A fines del siglo XVI , el mestizo Diego Muñoz Camargo escribió una
Descripción de la ciudad y provincia de Tlaxcala. Siguiendo la usanza
indígena, encargó a un excelente pintor una secuencia de 156 cuadros,
cuya exposición fue haciendo luego en su texto.43 Los temas de estas
pinturas tocan lo mismo antigüedades tlaxcaltecas que asuntos de
historia española. Los relativos a la conquista son 50 cuadros, desde
la llegada de Cortés a Cempoala (cuadro 26) hasta la toma de la
ciudad de México (cuadro 75), y prosigue con otras campañas en
diversas provincias hasta 1542.
Estos cuadros de la conquista, y en general todo el Lienzo de
Tlaxcala, son una feliz conjunción de las tradiciones pictóricas
indígenas y las españolas, para lograr diseños de gran limpieza y
fuerza expresiva. Esta serie de cuadros acerca de la conquista
constituyen una verdadera historia gráfica de la visión india del
encuentro y la lucha con los españoles, junto con las ilustraciones del
libro XII del Códice florentino y las nueve pinturas finales del Atlas
que acompaña la Historia de las Indias de Nueva España, de fray
Diego Durán.
Además de escribir y pintar los hechos tristes de la conquista, los
indios hicieron también una explicación y defensa de sus creencias,
frente a las exposiciones de los misioneros franciscanos. Fray
Bernardino de Sahagún, que se empeñó como ninguno en conocer la
cultura de los antiguos mexicanos y en dar voz a su pensamiento,
escribió en 1564, en español y en náhuatl, los Coloquios44 en que
recogió las discusiones teológicas y morales que tuvieron, hacia 1524,
los primeros doce frailes de San Francisco, en presencia de Hernán
Cortés, con algunos de los sabios y sacerdotes indígenas
supervivientes. En sus corteses y desilusionados discursos, los sabios
aztecas expusieron la antigüedad de sus creencias, el culto que
rendían a sus dioses que les daban sustento y vida, y lo difícil que era
para ellos destruir su antigua regla de vida. Atreviéronse a pedir que
no se acarreara la desgracia de su pueblo y que no se le hiciera
perecer. Pero sabían también que la destrucción de cuanto pertenecía
a su cultura estaba decidida, y pedían sólo que se les dejara morir
junto con sus dioses muertos:
Somos gente vulgar,
somos perecederos, somos mortales,
déjennos pues ya morir,
déjennos ya perecer,
puesto que nuestros dioses han muerto.4 5
También son importantes los testimonios de varios de los pueblos
mayances acerca de la conquista.46 De ellos, el de más dolida belleza
es el “Khalay de la conquista”, que forma parte del Libro de Chilam
Balam de Chumayel. Los mayas saben también, como los aztecas, que
sus dioses han muerto, han aceptado el cristianismo pero se duelen
de la miseria que ha sobrevenido a su pueblo con la aparición de los
dzules, de los extranjeros:
Toda luna, todo año, todo día, todo viento
camina y pasa también.
Toda sangre llega al lugar de su quietud,
como llega a su poder y a su trono…
Medido estaba el tiempo
en que miraran sobre ellos la reja de las estrellas,
de donde, velando por ellos,
los contemplaban los dioses,
los dioses que están aprisionados en las estrellas.
Entonces era bueno todo
y entonces fueron abatidos.
Había en ellos sabiduría.
No había entonces pecado,
había santa devoción en ellos.
Saludables vivían.
No había entonces enfermedad,
no había dolor de huesos,
no había fiebre para ellos,
no había viruelas…
Rectamente erguido iba su cuerpo, entonces.
No fue así lo que hicieron los dzules
cuando llegaron aquí.
Ellos enseñaron el miedo,
y vinieron a marchitar las flores.
Para que su flor viviese,
dañaron y sorbieron la flor de los otros…
¡Castrar al sol!
Eso vinieron a hacer aquí los extranjeros…4 7
1
Dedicatoria de Francisco López de Gómara a Carlos V de Hispania victrix o
Historia general de las Indias, 1552.
2 Fray Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, lib. IV. cap. XXI .
3 Mendieta, op. cit., lib. IV, cap. XXXVI .— Una enumeración más detallada de
las epidemias, con referencias bibliográficas, se encuentra en: Charles Gibson, Los
aztecas bajo el dominio español (1519-1810) (1964), trad. de Julieta Campos, Siglo
XXI Editores, México, 1967, Ap. 4, pp. 460-463.
4 Pierre Chaunu con la colaboración de Jean Legrand, “Las lecciones del
colapso norteamericano”, Historia y población. Un futuro sin porvenir, trad. de
Óscar Barahona y Uxoa Doyhamboure, Fondo de Cultura Económica, México,
1982, cap. XV.
5 “Muchas veces, en Italia, me reía oyendo a los italianos decir ‘el mal francés’ o
a los franceses el ‘mal de Nápoles’; y en la verdad, los unos y los otros acertaran el
nombre si dijesen ‘el mal de las Indias’ ”: Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia
general y natural de las Indias, lib. 11, cap. XIV.
“Dos cosas hubo y hay en esta isla [Española) que a los principios fueron a los
españoles muy penosas: la una es la enfermedad de las bubas, que en Italia llaman
el mal francés, y ésta, sepan por verdad que fue desta isla, o cuando los primeros
indios fueron, cuando volvió el almirante don Cristóbal Colón con las nuevas del
descubrimiento destas Indias, los cuales yo luego vide en Sevilla y estos las
pudieron pegar en España … Yo hice algunas veces diligencia en preguntar a los
indios desta isla si era en ella muy antiguo este mal, y respondían que sí, antes que
los cristianos a ella viniesen, sin haber de su origen memoria, y desto ninguno debe
dudar; y bien parece también, pues la divina providencia proveyó de su propia
medicina, que es como arriba en el capítulo 14 dejimos, el árbol de guayacán”:
Fray Bartolomé de las Casas, Apologética historia sumaria, lib. 1, cap. XIX.
Véase sobre el tema: Samuel Eliot Morison, “The Sinister Shepherd”, Admiral
of the Ocean Sea. A Life of Christopher Columbus, Little, Brown and Company,
Boston, 1942, t. II, cap. XXXVII .— Alfred W. Crosby Jr., The Columbian
Exchange. Biological and Cultural Consequences of 1492, Greenwood Press,
Westport, Connecticut, 1972, caps. 2, “Conquistador y pestilencia”, y 4, “The Early
History of Syphilis: A Reappraisal”.— William H. MacNeill, Plagues and Peoples,
Anchor Books, Doubleday, Nueva York, 1976, cap. v, pp. 193-194.— Percy Moreau
Ashburn, Frank D. Ashburn, editor, Las huestes de la muerte. Una historia
médica de la conquista de América (1947), trad. de Enrique Estrada, Colección
Salud y Seguridad Social, IMSS, México, 1981, cap. XI .
6 Emmanuel Le Roy Ladurie, “Un concept: l’unification microbienne du monde
(XIV-XVIII e siècles)”, Le territoire de l’historien, II, Bibliothèque des Histoires,
NRF, París, 1978, pp. 38-97.
7 Alfonso Caso, “Contribución de las culturas indígenas de México a la cultura
mundial”, México y la cultura, Secretaría de Educación Pública, México, 1946,
pp. 49-80.
8 Claude Nigel Byam Davies, Los señorios independientes del imperio azteca,
INAH, México, 1968.
9 Davies, pp. 219-224.— Robert H. Barlow, The Extent of the Empire of the
Culhua-Mexica, Ibero-Americana, 28, University of California Press, Berkeley,
Calif., 1949.
1 0 Alfonso Caso, Los calendarios prehispánicos, UNAM, Instituto de
Investigaciones Históricas, México, 1967, cap. I , p. 77.
1 1 Ángel Rosenblat, La población indígena y el mestizaje en América, Editorial
Nova, Buenos Aires, 1954, t. 1, p. 102.
1 2 Woodrow Borah y Sherburne F. Cook, The Aboriginal Population of Central
Mexico on the Eve of the Spanish Conquest, Berkeley y Los Ángeles, University of
California Press, 1963.
La caída de la población indígena en el siglo XVI , según los cálculos de
Rosenblat, sería de 4.5 millones en 1492, a 3.5 millones en 1570; y según los de
Borah y Cook, de 25.2 millones hacia 1518, a 2.65 millones en 1568 y a 1.9 millones
en 1585.
1 3 Miguel León-Portilla, Toltecáyotl. Aspectos de la cultura náhuatl, Fondo de
Cultura Económica, México, 1980, cap. XI , p. 252.
1 4 López de Gómara, Conquista de México, cap. LXXVIII , dice: “Era México
cuando Cortés entró, pueblo de sesenta mil casas”, dato que se supone le diera
Cortés. Apoyándose en estas cifras, se han estimado 300 mil habitantes, por
ejemplo en Walter Krickeberg, Las antiguas culturas mexicanas (1956), trad. de
Sita Garst y Jasmin Reuter, Fondo de Cultura Económica, México, 1961, cap. I , p.
52.
Respecto a otras ciudades populosas del México antiguo, las únicas noticias que
encuentro son las que da fray Francisco de Aguilar —el que se llamaba Alonso
cuando fue soldado de la conquista— en la Relación breve de la conquista de La
Nueva España (1560), Edición de Federico Gómez de Orozco, José Porrúa e Hijos,
México, 1954, en la cual, con notoria exageración, apunta: Tlaxcala: “pudiera
tener hasta cien mil casas”, Tercera jornada, p. 38; Cholula: “tendría entonces
cincuenta o sesenta mil casas”, 4a J., p. 43; México: “tendría esta ciudad pasadas
cien mil casas”, 5a J., p. 51; Tezcoco: “podría tener más de ochenta o cien mil
casas”, 8a J., p. 81; Xochimilco: “solía ser muy gran provincia, y en el tiempo de
ahora, si tiene diez mil casas o doce mil, es mucho”, 8a J., p. 89; Huejotzingo:
“tendrá hasta diez mil tributarios, poco más o menos; solía ser mayor que
Cholula”, 8a J., p. 89.
El buen soldado vuelto fraile dominico parecia, pues, dado a las exageraciones.
Como habitualmente se cuentan cinco personas por casa, resultarían varias
ciudades de cerca o de más de medio millón de habitantes. Por ello, las cifras de
Aguilar pueden tomarse sólo como indicadores de algunas de las ciudades más
populosas del Altiplano en los días de la conquista.
1 5 Friedrich Katz, Situación social y económica de los aztecas durante los
siglos XV y XVI , UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1966, cap.
4.— Manuel M. Moreno, La organización política y social de los aztecas, Instituto
Nacional de Antropología e Historia, México, 2a ed., 1971, cap. IV, pp. 48-49.
Para una descripción más detallada de las formas y funciones sociales de la
tenencia de la tierra en el México antiguo, véase: Pedro Carrasco, “La vida
económica”, “La sociedad mexicana antes de la Conquista”: Historia general de
México, El Colegio de México, México, 1976, t. I, pp. 221-235.
1 6 Katz, op. cit., cap. 4, p. 43.
1 7 Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva
España, lib. X.
1 8 Sherburne F. Cook y Lesley Byrd Simpson, The Population of Central Mexico
in the Sixteenth Century, Ibero-Americana, 31, Berkeley y Los Ángeles, University
of California Press, 1948, p. 27.
1 9 Krickeberg, op. cit., cap. I , p. 54.
2 0 J. Eric S. Thompson, Maya Hieroglyphic Writing. An Introduction (1950),
University of Oklahoma Press, Norman, 1971; A Catalog of Maya Hieroglyphs
(1962), University of Oklahoma Press, Norman, 1970.
2 1 Miguel León-Portilla y Salvador Mateos Higuera, Catálogo de los códices
indígenas del México antiguo, Boletín Bibliográfico de la Secretaría de Hacienda,
Suplemento del núm. 111, México, 1957.
2 2 J. Eric S. Thompson, Grandeza y decadencia de los mayas (1954 y 1956),
trad. de Lauro J. Zavala, Fondo de Cultura Económica, México, 3a ed., 1984, cap.
IV, pp. 195–204. — Miguel León–Portilla, Tiempo y realidad en el pensamiento
maya. Ensayo de acercamiento, pról. de J. Eric S. Thompson y apéndice de
Alfonso Villa Rojas, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1968.
2 3 Informantes de Sahagún, Códice matritense de la Real Academia de la
Historia, f. 180 v., trad. de Miguel León-Portilla.
2 4 Fray Diego Durán, Libro de ritos, cap. XXI , 14.
2 5 Durán, ibid., 8.
2 6 Sahagún, Historia general, lib. III, cap. VIII .
2 7 Fray Juan de Torquemada, Monarquía indiana, lib. II, cap. LXXIII . —
Manuel Orozco y Berra, Historia antigua y de la conquista de México, lib. III,
caps. IX-XI .
2 8 Durán, Historia de las Indias, cap. LXI .— Hernando Alvarado Tezozómoc,
Crónica mexicana, cap. XCIX.— Torquemada, lib. II, cap. LXXVII .— Fernando de
Alva Ixtlilxóchitl, Historia de la nación chichimeca, cap. LXXII .
2 9 Torquemada, lib. II, cap. XCI .— Francisco Javier Clavigero, Historia
antigua. de México, lib. V, cap. XI .
3 0 Torquemada, lib. II, cap. LXXVIII .— Durán, caps. LXVI y LXVII .
3 1 Durán, cap. LXIII .
3 2 Sahagún, lib. XII, cap. I .
3 3 Ixtlilxóchitl, cap. XLVII .
3 4 Sahagún, lib. XII, cap. III .
3 5 Alvarado Tezozómoc, Crónica mexicana, cap. CIV. — Durán, Historia de las
Indias, caps. LXVII -LXIX.
3 6 Orozco y Berra, Historia antigua., lib. III, caps. XI y XII .
3 7 Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva
España, cap. CLXXVII .— Orozco y Berra, lib. III, caps. I -X.— Salvador Toscano,
Cuauhtémoc, Fondo de Cultura Económica, México, 1953.
3 8 Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista, Introducción,
seleción y notas de Miguel León-Portilla, Versión de los textos nahuas: Ángel M.
Garibay K., Biblioteca del Estudiante Universitario, 81, UNAM, México, 1959, p.
180.
3 9 Traducción de Ángel M. Garibay K. de la versión náhuatl del lib. XII, en
Sahagún, Historia general, Porrúa, México, 1956, l. IV, cap. VII .
4 0 La única edición completa de este texto la publicó Carlos M. de Bustamante
bajo un título extravagante: La aparición de Nuestra Señora de Guadalupe …
comprobada … fundándose en el testimonio del P. Fr. Bernardino Sahagún o sea
historia original de este escritor…, México, impreso por Ignacio Cumplido, 1840.
4 1 Torquemada, Monarquía indiana, lib. IV, cap. XC .
4 2 Francisco Javier Clavigero, Historia antigua de México, lib. X, cap. XVII .
4 3 El Lienzo de Tlaxcala, publicado originalmente dentro de la obra
Antigüedades mexicanas (México, 1892) y acompañado por una explicación de
Alfredo Chavero, contiene 80 láminas, que reproducen una copia de originales
perdidos que existían en Tlaxcala, pintados a mediados del siglo XVI .
Recientemente, René Acuña publicó una edición facsímil, con estudio
preliminar, del manuscrito conservado en Glasgow, de la obra de Diego Muñoz
Camargo, Descripción de la ciudad y provincia de Tlaxcala (UNAM, Instituto de
Investigaciones Filológicas, México, 1981), al fin del cual se reproducen las 156
pinturas —80 de las cuales son las conocidas, más o menos modificadas, de la
edición de Chavero— que forman el complemento gráfico original de dicha obra.
4 4 Fray Bernardino de Sahagún, Coloquios y doctrina cristiana con que los
doce frailes de San Francisco enviados por el papa Adriano sexto y por el
emperador Carlos quinto convertieron a los indios de la Nueva España, en
lengua mexicana y española, Manuscrito en el Archivo Secreto de la Biblioteca
Vaticana. Contiene 14 capítulos; los últimos 16 fueron destruidos.— Edición del
texto en español, Biblioteca Aportación Histórica, ed. Vargas Rea, introd. de Zelia
Nuttall, México, 1944.— Coloquios y doctrina cristiana con que… Los diálogos de
1524, dispuestos por fray Bernardino de Sahagún y sus colaboradores Antonio
Valeriano de Azcapotzalco, Alonso Vegerano de Cuauhtitlán, Martín Jacobita y
Andrés Leonardo de Tlatelolco y otros cuatro ancianos muy entendidos en todas
sus antigüedades, edición facsimilar, introd. paleografía, versión del náhuatl y
notas de Miguel León-Portilla, UNAM. Fundación de Investigaciones Sociales, A.
C., l986.
4 5 Coloquios, ed. León-Portilla, p. 149.
4 6 Miguel León–Portilla, El reverso de la conquista. Relaciones aztecas, mayas
e incas, Joaquín Mortiz, México, 1964.
4 7 Libro de Chilam Balam de Chumayel, trad. de Antonio Mediz Bolio (1930),
Biblioteca del Estudiante Universitario, 21, UNAM, México, 1941, cap. II .
II. LA ESPAÑA DE LA ÉPOCA
Ay dulce y cara España,
madrastra de tus hijos verdaderos,
y con piedad extraña
piadosa madre y huésped de extranjeros.
LOPE DE VEGA
Como halcones que dejan la querencia natal
de Palos, por altivas miserias y premura,
la turba de marinos lanzose a la aventura,
embriagada de sueños de heroísmo brutal.
JOSÉ MARÍA DE HEREDIA
Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora.
ANTONIO MACHADO
EL MARCO GENERAL
En el periodo que va del descubrimiento del Nuevo Mundo en 1492 a
la conquista de México y a la organización del gobierno de Nueva
España, la historia de España transcurre bajo los reinados de los
Reyes Católicos y de Carlos V.
En términos generales, la llamada etapa de las islas coincide con
los Reyes Católicos. A Fernando e Isabel tocan los viajes de Cristóbal
Colón, la organización del gobierno en la isla Española y las
exploraciones y colonización de otras islas del Caribe y de territorios
de la América Central y de la costa de Venezuela. En 1504 muere la
reina Isabel de Castilla y un mozo de 19 años, llamado Hernando
Cortés, pasa a la isla Española en busca de fortuna. Desde este año
hasta 1516 en que muere, el rey Fernando gobierna España con la
ayuda del cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, inspirador y motor
de la política de la Corona. Bajo su gobierno continúan las
expediciones, se realiza la conquista de Cuba y se inicia el
empobrecimiento de las islas y la disminución de la población
aborigen.1
El rey Fernando el Católico. Anónimo. Copia del siglo XVIII .
La reina Isabel la Católica. Anónimo. Copia del siglo XVIII .
Bajo el reinado de Carlos V se realizarán los acontecimientos
relacionados con la conquista de México y los particulares que
incumben a Cortés. La primera expedición a costas mexicanas, la de
Hernández de Córdoba en 1517, coincide con la llegada del futuro
Carlos V a Villaviciosa, en Asturias. Y la abdicación del emperador en
1556 y el principio del reinado de Felipe II ocurrirán nueve años
después de la muerte de Cortés.
Felipe e1 Hermoso. Medalla de Frans van Mieris.
El emperador Carlos V es rey de España junto con su madre Juana,
loca desde 1506, tras la muerte de su marido Felipe el Hermoso. La
reina Juana permanece recluida en Tordesillas y sobrevive hasta
1555. No firma ningún papel. Sin embargo, las formas continuaron
guardándose y las disposiciones más importantes las expiden Carlos y
Juana. Y como tantos otros, Cortés recibirá numerosas cédulas con
instrucciones, concesiones y prohibiciones suscritas sólo por ella,
cuando el Consejo de las Indias consideraba que así debían enviarse.
Y Cortés, la Audiencia o el virrey respondían dirigiéndose también a
ella, y obedecían sus órdenes, cuando era conveniente.
Medalla de la reina Juana la Loca acuñada por los Comuneros, Frans van Mieris.
TERRITORIO Y POBLACIÓN
El actual territorio español alcanzó su consolidación en la época de
los Reyes Católicos. La unión de Castilla y Aragón se realizó hacia
1479, aunque subsistieran fronteras entre los dos reinos y cada uno
conservara sus instituciones propias, sus leyes y sus monedas. La
reconquista de la España meridional, ocupada desde 711 por los
árabes, se inicia en el siglo XI y Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid
Campeador, es uno de sus héroes históricos y legendarios. Después
de la batalla de las Navas de Tolosa, en 1212, en que vencen los
cristianos, declina la dominación árabe y sólo se mantiene en los
reinos de Murcia y Granada, si bien aceptan ser tributarios de
Castilla. La conquista de estos reinos fue una larga empresa que se
extendió desde 1482 hasta una década más tarde, cuando finalmente
el rey Boabdil —el de los romances y canciones— entregó Granada, en
cuyas almenas ondeó la cruz el 2 de enero de 1492.
Real cédula con la firma “Yo la reina” y la del secretario Juan de Sámano.
Veinte años más tarde, en 1512, el rey Fernando logró la unión a
Castilla del pequeño reino de Navarra, con lo que prácticamente
estaba concluida la consolidación del territorio básico de España,
cuenta tenida de las tendencias autonómicas de los antiguos reinos.
Entre todos ellos, Castilla se considera el punto de confluencia del
hogar hispánico.
En un territorio de un poco más de medio millón de kilómetros
cuadrados, la España de fines del siglo XV y principios del XVI tenía
una población de cerca de ocho millones de habitantes, después de
años de peste, epidemias y guerras. De ellos, la mayor parte, alrededor
de cinco millones, constituían la población castellana, que ocupaba la
franja central de España, de norte a sur, a la que se había añadido
recientemente la Andalucía reconquistada, que comenzaba a
repoblarse.2
Las ciudades españolas eran relativamente pequeñas. Toledo, Sevilla
y Granada, las mayores, tendrían 50 000 habitantes; Madrid, cerca de
30 000; Valencia, entre 25 000 y 30 000; Barcelona y Valladolid, 25
000; Zaragoza, 15 000 y Burgos, 10 000.3 Existían muchas pequeñas
ciudades o villas de alrededor de 5 000 habitantes, algunas de las
cuales eran sedes arzobispales, como Tarragona, y numerosas aldeas
y villorrios. De todas maneras, la población urbana era pequeña y
España era un país predominantemente rural.
Las actividades económicas principales eran la agricultura, la
ganadería y el comercio y, en las costas, la pesca. Pero había también
manufacturas y una industria incipiente. La población media
consumía productos nacionales, aunque los nobles y los ricos
importaban vestidos, muebles, tapices y pinturas. Y se exportaban
hierro, lanas, vinos y frutas. Las ferias eran importantes para la
promoción regional o internacional de los productos, sobre todo la
más activa de Medina del Campo —que lo era también de libros—,
tierra de Bernal Díaz.
La Iglesia, la nobleza y la Corona eran los grandes propietarios,
aunque en muchos casos sólo como titulares de la jurisdicción. Al
mismo tiempo, existía una propiedad pequeña y media, y una
burguesía rural muy extendida.
POLÍTICA
En la Europa de la época, España podía considerarse una potencia
media, que llegó a ser la dominante bajo Carlos V. El continente
tendría alrededor de 70 millones de habitantes, sin considerar Rusia
ni el Imperio otomano. El país más poblado y poderoso era Francia,
con 15 o 20 millones. Italia y el Imperio germánico, que eran sólo un
conglomerado de reinos y principados, superaban a los cerca de ocho
millones de españoles. Inglaterra tendría cuatro millones y Portugal
algo más de un millón. La población escandinava era muy pequeña.
Carlos V. Aguafuerte de Daniel Hopfer.
1492 fue uno de los años cruciales de España. Después de la toma
de Granada a principios de este año, que consolidó el dominio
español sobre su territorio histórico, el 12 de octubre Cristóbal Colón
descubrirá o encontrará la primera tierra del Nuevo Mundo. A pesar
de la enorme trascendencia de este acontecimiento, que cambió
radicalmente la imagen y la idea del mundo, y a pesar también de la
importancia que se dio al segundo viaje de Colón, de 1493, con un
enorme contingente de cerca de 1 500 hombres en 17 embarcaciones,
los Reyes Católicos continuaron atendiendo de manera principal sus
empresas políticas europeas y prestaron una atención lateral al Nuevo
Mundo. La intervención directa de la Corona en estos asuntos cesó
prácticamente con los viajes de Colón, y las expediciones y conquistas
posteriores fueron en su gran mayoría empresas particulares,4
reguladas y administradas por el gobierno a través de la Casa de la
Contratación y el Consejo de Indias. La atención marginal a las
cuestiones de Indias continuará bajo Carlos V, concentrado en los
laberintos de su política y guerras europeas, quien sólo esperaba los
envíos de oro y plata que aliviaban sus apuros económicos, y de
cuando en cuando, para casos mayores, se ocupaba directamente de
estas lejanas cuestiones.
La directriz más visible de la política exterior de los Reyes
Católicos, y luego sólo del rey Fernando, después de la muerte de la
reina Isabel, se orienta hacia el Mediterráneo, con la preocupación de
impedir el avance del islam y de los turcos, y al mismo tiempo, de
penetrar cuanto lo permitía el Tratado de Alcazobas, en el norte de
África cercano a España, fortaleciendo también los puertos: Palos,
Cádiz y Gibraltar.
Los conflictos de España con Francia se iniciaron con la ocupación
que hizo en 1493 el rey Carlos VIII del reino de Nápoles, donde existía
una dinastía de origen aragonés. Los españoles enviaron al rescate del
reino a Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, quien en
1495 recuperó Nápoles, considerado desde entonces provincia
española. El rey Fernando prosiguió el tejido de alianzas para
asegurarse frente a la amenaza francesa y logró la unión antes
mencionada del reino de Navarra a Castilla en 1512.
Maquiavelo hizo un elogio con agudas observaciones acerca de la
actuación de su contemporáneo el rey Fernando:
Nada atrae mayor estimación a un príncipe que la afectación de grandes
empresas y la eminencia de raros ejemplos. En nuestros tiempos tenemos a
Fernando de Aragón, actual rey de España, a quien se puede llamar cuasi
príncipe nuevo, porque de rey débil ascendió por fama y por gloria a primer
rey de la cristiandad; y si consideramos las acciones suyas, las encontraremos
grandísimas, y algunas extraordinarias. Al comenzar a reinar, asaltó a
Granada, empresa fundamento de su grandeza: la comenzó con la paz
interna y sin temor a obstáculos, pues logró cautivar con ella el ánimo de los
nobles de Castilla, quienes pensando en aquella guerra no discurrían
innovaciones, y no advertían que alcanzaba sobre ellos reputación e imperio.
Pudo, con el dinero de la Iglesia y de los pueblos, mantener ejércitos y con
aquella larga guerra poner los cimientos del arte militar en que luego se hizo
famoso. Además, alegando siempre el pretexto de la religión para acometer
mayores empresas, recurrió a una devota crueldad, expulsando a los judíos y
despoblando a su reino; no cabe ejemplo más despiadado ni extraño. Con
igual pretexto asaltó África, emprendió la conquista de Italia, y últimamente
atacó a Francia; y así ha proyectado y realizado cosas grandes, que han
tenido suspensos y admirados los ánimos de sus súbditos, y ocupados con el
resultado de ellas. Y sus acciones han brotado en tal forma unas de otras, que
nadie ha podido nunca urdir nada contra él.5
La actuación política, interna y externa, de Carlos V es compleja y
vasta, por lo que sólo se recordarán aquí sus directrices y conflictos
principales. El joven monarca, nacido y educado en Gante, llevó a
España a sus consejeros flamencos cuya altanería y desconocimiento
de las tradiciones y orgullos españoles originaron dos graves
problemas, que manifestaban también tensiones sociales: la
Germanía de Valencia (1519-1524) y la Guerra de las Comunidades
(1520-1522) en Castilla. Ambos pudieron ser sofocados aunque los
rebeldes obtuvieron concesiones importantes.
Pero, además del gobierno interior de España, en el que no
volvieron a presentarse conflictos graves, y además de las cuestiones
que debía resolver en los numerosos países de que era monarca, los
problemas mayores que debió atender el emperador Carlos V pueden
resumirse en los siguientes: dirección de las conquistas de ultramar y
regulación del comercio con las Indias; la Reforma religiosa y las
tensiones entre los Estados católicos y los luteranos; el peligro turco;
y la enemistad con Francia que, bajo Francisco I, disputaba a España
los Países Bajos, el Rosellón, Navarra y los dominios españoles en
Italia.
La rivalidad entre Carlos V y Francisco I se extiende de 1521 a 1547,
año de la muerte del rey de Francia —es decir, del año de la caída de
México-Tenochtitlán al de la muerte de Cortés—, y se concentra en
cuatro guerras que dejan breves intermedios de paz. En la primera,
tras la derrota de la batalla de Pavía, en 1525, el rey de Francia fue
hecho prisionero, conducido a Madrid y aposentado en la torre de los
Lujanes. Carlos V no aceptó, como se lo proponían, invadir a Francia,
que carecía de gobierno y de fuerzas, y para dejar libre a Francisco I
en 1526 se contentó con un tratado por el que el cautivo se
comprometía a devolver Borgoña, lo que luego no cumplió. En estas
guerras, Francisco I echó mano de todos los aliados posibles: el papa
—lo que ocasionó en 1526 y 1527 el saco de Roma—, los turcos,
Enrique VIII de Inglaterra, los reyes escandinavos; y la Católica
Majestad de Carlos V se alió con los protestantes para luchar contra
los turcos de Barbarroja en 1532. A pesar de ello, el emperador fue un
campeón del antiluteranismo, aunque tuviera que luchar contra sus
propios súbditos divididos.
Todas estas empresas y las movilizaciones a través de Europa de la
corte y de grandes ejércitos costaban sumas enormes. España
contribuía con su recaudación fiscal, México y Perú con sus
cuantiosas remesas de oro y plata, y como esto no bastara, Carlos V
recurría a sus banqueros: a los alemanes Fugger (Fúcar) y Welser, a
los flamencos, a los genoveses y a los españoles. A algunos les pagó
en parte con concesiones y licencias; pero la deuda real ascendía, en
1542, a 5.4 millones de ducados, y en 1551, a 8.4 millones.6 Las
remesas a particulares comenzaron a ser secuestradas desde 1534,
como le ocurrió a Cortés, y los despojados sólo recibían promesas de
devolución. En 1552 se pusieron en venta hidalguías y jurisdicciones.7
Tantas dificultades y sus últimos fracasos militares llevaron en 1556 a
Carlos V a su abdicación, a decidir la partición de su imperio, y a su
retiro al monasterio de Yuste.
Acerca de la idea imperial que conducía la actuación de Carlos V, se
ha discutido si aspiraba a la “monarquía universal” que le inspiraba
su canciller Mercurino de Gattinara, o al “imperio cristiano” que
proponía el obispo de Badajoz, Pedro Ruiz de la Mota. Ramón
Menéndez Pidal se inclina por esta última interpretación y afirma que
ésta fue la idea central de Carlos V, no “para ganar nuevos reinos”
sino para acometer “la empresa contra los infieles enemigos de
nuestra santa fe católica”; aunque tal idea tuvo muy corta vida, ya que
“la Reforma, abrazada por los príncipes alemanes, hizo imposible
todo pensamiento ecuménico”, y en fin, que Carlos V “fue el primero
y el único emperador europeoamericano”.8
TENSIONES RELIGIOSAS
Desde el siglo VIII hasta el XV existió en España convivencia religiosa
y armonía social entre cristianos, musulmanes y judíos. Con la
llegada de grupos norafricanos en el siglo XII , que los hispanoárabes
llamaron en su auxilio para detener la reconquista española, grupos
que no compartían el espíritu de civilización y tolerancia de las taifas,
termina en España aquella armonía y comienza a perseguirse y a
expulsarse de España a los no cristianos, especialmente a los judíos,
que habían alcanzado envidiables situaciones económicas y
florecimiento intelectual. En varios de los países europeos en que los
judíos se asentaron ocurrían de tiempo en tiempo persecuciones y
limitaciones a su libertad. Y a partir de 1290 en que fueron
expulsados de Inglaterra, se suceden las expulsiones de judíos:
Francia, 1306 y 1394; Germania, 1347-1354; España, 1492, y Portugal,
1496, que los dispersaron en Macedonia, Turquía, el norte de África y
el centro y el norte de Europa.
Durante los primeros años del gobierno de los Reyes Católicos
comenzó a agravarse la animosidad contra los judíos y la
preocupación por la pureza religiosa, que movió a los reyes a ordenar
la conversión de los infieles como condición para residir en España.
Ciertos crímenes achacados a judíos, probablemente falsos, y una
tensión popular ya larga, determinaron finalmente el edicto de
expulsión, del 31 de marzo de 1492. Los conversos se calculan en 240
000 y los expulsados en 160 000 en el conjunto de los reinos
españoles.
La cuestión de los moros fue de índole diversa. En la capitulación
que se hizo con ellos en 1492, después de la toma de Granada, se les
garantizaba libertad de religión y uso de sus mezquitas y trajes.
Luego, en 1502, se dispuso que debían abjurar del islamismo o
abandonar España. La mayor parte se hizo cristiana, en apariencia. En
los años siguientes se les dieron largos plazos para que abandonaran
sus trajes, su lengua y sus ceremonias. El hecho es que eran ya una
prolongación del pueblo español y excelentes artesanos y agricultores,
a pesar de que se les acusaba de connivencia con enemigos
extranjeros. La expulsión definitiva de los moriscos españoles
ocurrirá en 1609.
LA INQUISICIÓN
Estas tensiones religiosas determinaron el establecimiento de la
Inquisición en España por los Reyes Católicos. Los tribunales de la
Inquisición se habían iniciado en Francia en el siglo XII para reprimir
las sectas heréticas y como una dependencia pontificia. La creación
española, autorizada en 1478, en cambio, era nacional y su propósito
principal, el de consolidar la unidad religiosa que se creía amenazada,
especialmente, por los judíos conversos que secretamente
“judaizaban”. Desde el principio de su actuación, la Inquisición
española causó terror y se acusó a la Corona de esta época y de las
inmediatas siguientes, de utilizarla como instrumento político. Tanto
como los tormentos, provocaba pánico la admisión de delaciones
anónimas y éstas se consideraban un deber de conciencia; y la
infamia de las condenaciones pasaba a hijos y nietos e implicaba la
confiscación de bienes.
Tan compleja trama de tensiones religiosas, luego aumentada con
el luteranismo y el movimiento español de Contrarreforma, llevaron a
España a una exacerbación de su espíritu religioso, que de la
concordia y piedad originales fue derivando al fanatismo y a la
intolerancia que justificaban la aniquilación de cuantos se
consideraban infieles. España se volvió campeona del catolicismo, se
aisló de la evolución científica e intelectual de Europa y trasladó al
Nuevo Mundo su vocación, para intentar realizar el imperio cristiano
de Carlos V.
Las preocupaciones principales de la Inquisición eran contra los
judaizantes, los luteranos, los blasfemos y los lectores de libros
prohibidos. De ahí que, durante el siglo XVI , para librarse de la
primera y más grave acusación, se concediera tanta importancia a las
constancias de “limpieza de sangre” y de ser “cristiano viejo”.
En los virreinatos de Nueva España y del Perú el Tribunal del
Santo Oficio de la Inquisición se estableció formalmente en 1571, y en
México el primer inquisidor fue el arzobispo Pedro Moya de
Contreras. Sin embargo, desde 1519 hubo en México persecuciones
inquisitoriales realizadas por los obispos, y “autos de fe” para
combatir las idolatrías entre los indígenas.9
HUMANISMO Y LITERATURA
La cultura española de finales del siglo XV y la primera mitad del XVI
es la del paso del mundo medieval al renacentista o moderno. La
imprenta se introdujo en España en 1472, dos años antes de que se
iniciara el reinado de los Reyes Católicos, y en la década siguiente
tuvieron imprenta 25 ciudades españolas.
En el mundo académico había entusiasmo por el latín como
vehículo de la cultura clásica y se hacían venir de Italia humanistas,
como el milanés Pedro Mártir de Anglería, primer cronista de Indias,
que escribirá en latín las Décadas del Nuevo Mundo (1530), primer
reportaje con las noticias y relaciones que enviaban los descubridores
y conquistadores, y el extenso Epistolario (1530), que recoge también
la crónica de los acontecimientos inmediatos. O el siciliano Lucio
Marineo Sículo, que enseñó durante doce años en Salamanca,
también cronista real, autor de cartas y de Sobre las cosas
memorables de España (1530), en latín y en castellano, en el que
figura el primer elogio de las hazañas de Cortés. O el mantuano
Baltasar Castiglione, nuncio apostólico en España, autor de El
cortesano (1528, en italiano), manual de amor y cortesía renacentista,
traducido al castellano por Juan Boscán en 1534. O como el veneciano
Andrea Navagero, diplomático, también amigo de Boscán —a quien
impulsó a introducir en España la métrica italiana— y autor de un
Viaje en España (1563).
Entre los humanistas españoles de esta época el más notable es el
andaluz Antonio de Nebrija, a quien hizo venir de Bolonia el cardenal
Fonseca. En la Universidad de Salamanca Nebrija restableció el
estudio del latín, escribió manuales para su estudio y un vocabulario
latino-español (1492). De este mismo año es su famosa Gramática
sobre la lengua castellana, primera de una lengua romance, en cuya
dedicatoria recordaba a la reina Isabel que “siempre la lengua fue
compañera del imperio” y, con notable lucidez, le anticipaba que su
Gramática sería útil para enseñar el castellano a “muchos pueblos
bárbaros y naciones de peregrinas lenguas” que la reina habría de
meter “debajo de su yugo”, y para enseñarlo también a “vizcaínos,
navarros, franceses, italianos”.
El cardenal Jiménez de Cisneros llevó a Nebrija a la recién fundada
Universidad de Alcalá de Henares, la Complutense (1506), para
formar parte del grupo de humanistas y teólogos que trabajaba en la
elaboración de la magna Biblia políglota complutense (1514-1517, 6
vols.), con textos griego, latino, hebreo y caldeo, más vocabulario
hebreo-caldeo, un índice de nombres y una gramática hebrea. Nebrija
hizo la revisión del texto de la Vulgata, con nuevas interpretaciones
de pasajes bíblicos.
Antonio Domínguez Ortiz ha señalado la singular coincidencia de
que dos de los mayores escritores de esta época hayan sido judíos
convertidos:10 Fernando de Rojas, el autor de una novela de
memorable belleza y humanidad, La Celestina (1499), y Juan Luis
Vives, el eminente filósofo y humanista valenciano, amigo de Erasmo
y del papa Adriano VI, y maestro en Oxford y en la Sorbona.
Ésta es también la época de poetas e iniciadores del teatro, como
Juan del Encina, Gil Vicente —que escribe en castellano y en
portugués—, Bartolomé de Torres Naharro y Lope de Rueda. Y la
poesía lírica castellana alcanza una de sus cumbres más puras con
Garcilaso de la Vega.
Una página de la Biblia políglota, Alcalá de Henares, Arnaldo Guillermo de
Brocar, 1514-1517.
LA CULTURA POPULAR. LAS NOVELAS DE CABALLERÍAS
Al lado de estas empresas humanísticas y esta literatura culta, al lado
también de las tradiciones escolásticas y de los intentos de
renovación en las universidades mayores y menores de España, ¿qué
leía u oía leer el pueblo, y qué pudieron leer los andaluces, castellanos
y extremeños que venían a conquistar las Indias, y que con señaladas
excepciones no habían ido a las universidades? Aparte de algún libro
de devociones, su lectura preferida fueron las novelas de caballerías y,
además, todos compartían la memoria viva del Romancero.
Quienes, como Hernán Cortés, viajaron a las Indias en los
primeros años del siglo XVI , sólo pudieron leer en España la versión
antigua del Amadís de Gaula, en tres libros, que se leía al menos
desde finales del siglo XV; El caballero Cifar y Tirant lo Blanc. Sin
embargo, en los largos ocios de las islas Española y de Cuba los
españoles pudieron leer las nuevas novelas de caballerías que se
imprimían en España y cuya concesión exclusiva para su venta en las
islas y luego en la Nueva España, tenía el activo impresor sevillano
Jacobo Cromberger.
A partir de 1531 la Corona prohibió repetidas veces que se llevaran
a Indias estos libros amenos y fantasiosos “como son los libros de
Amadís y otros de esta calidad de mentirosas historias”. Mas a pesar
de las prohibiciones, estos libros que exaltaban la imaginación de los
conquistadores salían, bajo cuerda, en la carga de muchos de los
barcos que zarpaban de Sevilla.11
Estas largas historias que relataban desaforadas aventuras en
tierras imaginarias y que exaltaban la fidelidad amorosa, el ideal
medieval de la caballerosidad y cortesía; en las que un héroe de valor
sobrehumano vencía monstruos y rivales, y una bella heroína se
rendía ante sus proezas y emulaba sus hazañas, sazonadas con
escenas eróticas de singular desenvoltura, fascinaban a todos los
lectores y muchos debieron aprender a leer para disfrutarlas. La reina
Isabel tenía en su alcázar de Segovia la Historia de Lanzarote. El
emperador Carlos V prefería Don Belianís de Grecia y se llevó a su
retiro de Yuste más de un libro de caballerías. Santa Teresa cuenta
que su madre le contagió la afición a estos libros y que “era tan en
extremo lo que en esto me embebía, que si no tenía libro nuevo, no
me parece tenía contento”;12 y su biógrafo Francisco de Ribera cuenta
que, siendo mozos, la futura santa y su hermano Rodrigo de Cepeda
compusieron un libro de caballerías.13 El historiador Gonzalo
Fernández de Oviedo se inició en las letras componiendo El libro del
muy esforzado e invencible caballero de Fortuna, propriamente
llamado don Claribalte (1519), aunque luego se arrepintiese de él. Y
en su curioso Arte de galantería (Lisboa, 1670) refiere don Francisco
de Portugal la siguiente anécdota:
Portada de la primera edición del Amadís de Gaula, Zaragoza, Jorge Coci, 1508.
Vino un caballero muy principal para su casa y halló a su mujer, hijas y
criadas llorando; sobresaltóse y preguntóles muy acongojado si algun hijo o
deudo se les había muerto; respondieron ahogadas en lágrimas que no;
replicó más confuso: pues ¿por qué lloráis? Dijéronle: Señor, hase muerto
Amadís.1 4
¿Qué mejor lectura podrían tener los conquistadores y los
primeros colonos indianos que la de estos libros que llenaban sus
ocios y avivaban sus sueños de tierras exóticas y conquistas
fabulosas? Por ello, cuando Bernal Díaz quiere ponderar la extraña
belleza de la ciudad asentada sobre el lago, tiene que decir “que
parecía a las cosas y encantamientos que cuentan en el libro de
Amadís”.15
Y como las cosas del Nuevo Mundo les parecían semejantes a las
imaginarias de aquellos libros, les iban dando los nombres que en
ellos aparecen, como, entre tantos otros, los de la tribu de las
Amazonas, las islas de California y su altiva reina Calafia, que vienen
de Las sergas de Esplandián (1510), compuestas por Garci Ordoñez
de Montalvo como una continuación del Amadís de Gaula.
Además, una misma concepción e idealización del espíritu
caballeresco existe en las novelas de caballerías y en las crónicas de la
conquista, y aun el estilo y los tópicos más frecuentados por ambas
son semejantes, como lo ha mostrado Ida Rodríguez Prampolini.16
EL ROMANCERO
La otra presencia cultural viva en el pueblo español de esta época y en
quienes vinieron a las Indias es la de los romances viejos, anónimos,
que se conservaron en tradición oral o escrita hasta que, a fines del
siglo XV y principios del XVI , los recogió la imprenta.
“El Romancero —dice Julio Torri— comparte con los viejos
cantares de gesta y con las comedias de Lope de Vega y sus discípulos
el raro privilegio de ser manifestaciones de un arte eminentemente
nacional.”17 Hegel, en su Estética, los compara con un collar de perlas
en las que “cada cuadro particular es en sí acabado y completo” y
añade:
Una antigua colección de romances.
El conjunto es tan épico, tan plástico, que el asunto se nos ofrece a los ojos en
su significación elevada y pura, lo que no estorba que haya una gran riqueza
en multitud de nobles escenas de la vida humana, y el acabar las más
brillantes hazañas. Todo forma una graciosa corona que los modernos nos
atrevemos a poner al lado de lo más bello que nos dejó la antigüedad.1 8
Estos romances viejos, que refieren en breves poemas octosílabos,
o en series que podían enlazarse, asuntos históricos, caballerescos —
de Carlomagno o del rey Arturo— y novelescos o líricos, estaban en la
boca y en la memoria de reyes y cortesanos, de letrados y
conquistadores, de judíos expulsados, de lectores de novelas y del
común del pueblo. Por su encanto y su vivacidad, y sobre todo por
constituir un amplísimo repertorio de situaciones humanas, parecían
como un código de referencias sobreentendidas, en el que bastaban
unos versos aislados o una simple alusión para comprender un
conflicto, un hecho trágico o una peripecia amorosa.
Entre las abundantes citas del Romancero que se encuentran en el
mundo de conquistadores y pobladores de la Nueva España, basten
sólo dos referencias para ilustrar esta familiaridad.
El Jueves Santo de 1519, después de mediodía, Hernán Cortés y sus
soldados llegaron a San Juan de Ulúa, y refiere Bernal Díaz:
Acuérdome que llegó un caballero que se decía Alonso Hernández
Puertocarrero, e dijo a Cortés: “Paréceme, señor, que os han venido diciendo
estos caballeros que han venido otras dos veces a esta tierra:
Cata Francia, Montesinos,
cata París, la ciudad,
cata las aguas de Duero,
do van a dar a la mar.
Yo digo que miréis las tierras ricas y sabeos bien gobernar”. Luego Cortés
bien entendió a qué fin fueron aquellas palabras dichas y respondió: “Denos
Dios ventura en armas como al paladín Roldán; que en lo demás, teniendo a
vuestra merced y a otros caballeros por señores, bien me sabré entender”.1 9
Ahora bien, en tanto que los estudiosos que se han detenido en
este pasaje sólo han visto en él una prueba de “la familiaridad de los
conquistadores, y especialmente de Cortés, con los romances
tradicionales”, Viktor Frankl, en un penetrante estudio, ha llamado la
atención sobre el pensamiento político implícito en estas alusiones
literarias, que ambos interlocutores comprendieron de inmediato.20
Estos versos son el principio del segundo, de una serie de cuatro,
de los romances carolingios llamados Romances de Montesinos.
Refieren la historia de Montesinos, hijo del conde don Grimaltos, el
cual ha sido desterrado y perseguido por su enemigo, el perverso
Tomillas. Montesinos pide permiso a su padre para ir a París a vengar
sus afrentas. Ya en la Corte, entra en la sala real y encuentra al rey y a
Tomillas comiendo y luego jugando al ajedrez. Montesinos advierte
que Tomillas ha hecho trampa en el juego y lo denuncia. Tomillas
intenta darle un bofetón y Montesinos toma el tablero de ajedrez y le
da un golpe con él en la cabeza, matándolo. Amenazado de muerte por
su acción, revela quién es, que su madre es hija del rey y que han sido
desterrados por intrigas de Tomillas, y todo concluye bien.
El mensaje implícito en los versos que cita Portocarrero es, pues,
éste: Diego Velázquez-Tomillas traiciona al rey; Cortés-Montesinos lo
revela y castiga o espera castigar al perverso. Cortés capta de
inmediato la alusión política y contesta muy a propósito con otros
versos del mismo ciclo carolingio: “Denos Dios ventura en armas /
como al paladín Roldán”. Roldán, otro desterrado como entonces lo
era Cortés, quien añade que tendrá la ventura que espera si cuenta
con la ayuda de tan buenos señores como Portocarrero.
La otra mención del Romancero aparece en el lugar más
inesperado. Al lado del juicio de residencia que se hizo a Cortés en
1529 y 1530, se hicieron averiguaciones respecto a la acusación de
haber dado muerte a su primera mujer, doña Catalina Xuárez
Marcaida. Como se apunta en las notas respectivas, este proceso es
un pintoresco chismorreo de criadas que, a pesar de su inconsistencia
jurídica, consigue dar la evidencia de la culpabilidad de Cortés. Una de
las testigos, Violante Rodríguez, declara que:
cuando vido los dichos cardenales sospechó e creyó quel dicho don Fernando
había ahogado a la dicha doña Catalina su mujer, e ansí lo dijo a María de
Vera, diciendo que había sido la dicha Catalina como la mujer del conde
Alarcos, e quella le dijo que callase por amor de Dios, que no lo supiese el
dicho don Fernando…2 1
En este caso, a las dos mujeres les basta la mención del conde
Alarcos para entender de qué se trata. Con admirable oportunidad y
exactitud, comparan lo ocurrido entre Cortés y doña Catalina con la
historia que narra el viejo romance del conde Alarcos, en el que se
cuenta que éste mata a su mujer, que lo amaba, para casarse con una
infanta. El pasaje dice así:
Echóle por la garganta
una toca que tenía,
apretó con las dos manos
con las fuerzas que podía;
no le aflojó la garganta
mientras que vida tenía.
Cuando ya la vido el conde
traspasada y fallecida,
desnudóle los vestidos
y las ropas que tenía;
echóla encima la cama,
cubrióla como solía;
desnudóse a su costado,
obra de un Ave María;
levantóse dando voces
a la gente que tenía:
—¡Socorro, mis escuderos,
que la condesa se fina!—
Hallan la condesa muerta
los que a socorrer venían.
LA CONQUISTA DE MÉXICO VISTA DESDE ESPAÑA
La Corona española, como ya se apuntó, tras de promover los viajes
de descubrimiento del Nuevo Mundo, dejó en manos de particulares
la mayoría de las empresas posteriores de exploración y conquista y
se limitó a administrarlas y regularlas. Las noticias de cuanto ocurría
al otro lado del océano debieron de ser escasas y confusas. Las Cartas
de relación de Cortés serán prohibidas en España en marzo de 1527,
después de que sus primeras ediciones fueron quemadas en las plazas
públicas de Sevilla, Toledo y Granada, y no se reimprimirán sino
hasta el siglo XVIII .22 La Conquista de México (1552), de Francisco
López de Gómara, primera crónica de conjunto de estos
acontecimientos, también fue prohibida.
Algunos poetas intentaron desde el siglo XVI cantar la épica de la
conquista, con escasa fortuna, pues, como decía Menéndez Pelayo, “la
realidad histórica excede aquí a toda ficción”.23 Rasgos incidentales
del Nuevo Mundo y de la conquista de México quedaron en las obras
de los grandes ingenios del Siglo de Oro español,24 algunos de ellos
memorables. Y la comedia de Lope de Vega, La conquista de Cortés,25
se ha perdido, pues su mismo autor no se preocupó por salvarla.
Por sorprendente que parezca, en la España de la primera mitad del
siglo XVI —y hasta la segunda mitad del XVIII — existió un interés muy
escaso por los grandes hechos que ocurrían en ultramar. Este
menosprecio por lo indiano o americano lo resumió bien Ramón
Menéndez Pidal cuando apuntaba que:
la empresa total de Cortés ¿qué atención merecía? La conquista de México
puede, como hecho humano, ser más hazañosa que la conquista de las Galias
por César, pero tiene por escenario una tierra sin historia, y la historia no
puede valorar el hecho nuevo al igual del antiguo. Los mismos hombres de
entonces, que se beneficiaban tanto con aquella conquista, se interesaban
mucho menos en los grandes sucesos de América que en las menores cosas de
Europa. Cuando se ganó la ciudad de México, Carlos V estaba en Flandes,
ajeno por completo a lo que Cortés hacía, preocupado sólo de su alianza con
el rey de Inglaterra contra Francia. Las Indias españolas crecían por
iniciativa particular, sin aportación alguna del erario, sin más cuidado del rey
que gastar el oro que enviaban de allá y organizar y regir la tierra que le
conquistaban.2 6
La amenaza del turco y de los musulmanes, el peligro creciente del
protestantismo y la enemistad con los franceses eran problemas
inmediatos que a todos preocupaban más que las extrañas noticias de
las conquistas de imperios remotos. Marcel Bataillon hizo notar que
en este periodo, “sin tomar en cuenta los folletos —que ofrecen una
desproporción mayor— hay dos veces más libros sobre los turcos que
sobre América”.27 La corriente migratoria hacia las Indias puede
explicarse más por la pobreza que movió a muchos a buscar fortuna, y
por las noticias que llevaban los viajeros y las cartas que enviaban los
indianos excitando a parientes y amigos a venir a la nueva tierra.28
Aunque suene increíble, en las Memorias que dictó Carlos V en
1550 y 1552, destinadas al príncipe Felipe, y que cubren los años de
1515 a 1548, no aparece ni una sola mención del Nuevo Mundo o las
Indias, ni de México ni de Hernán Cortés. Todo se refiere a los
conflictos europeos, sus viajes, su familia y su gota. Y en el resto de
los documentos personales del emperador, la única mención de
Cortés aparece en una lista de personas a las que se solicitarán
préstamos (Madrid, 7 de septiembre de 1546), en la que se anota al
marqués del Valle con 10 mil ducados.29
Y UNA PROFECÍA
Así como los habitantes del México antiguo tuvieron tantos presagios
de la venida por el oriente de hombres blancos y barbados, los
europeos tenían también una vieja y emocionante profecía. La
escribió Séneca, un filósofo romano aunque nacido en Córdoba,
España, en el siglo I , en el acto II de su tragedia Medea
… venient annis
Saecula seris, quibus oceanus
Vincula rerum laxet, et ingens
Pateat tellus, Tiphysque novos
Detegat orbes, nec sit terris
Ultima Thyle.
Antes de emprender su cuarto viaje en 1502, Cristóbal Colón
compuso un curioso cuaderno de apuntes, llamado Libro de las
profecías, en el cual él mismo tradujo muy libremente el pasaje de
Séneca:
Vernán los tardos años del mundo ciertos tiempos en los cuales el mar oceáno
aflojará los atamientos de las cosas y se abrirá una grande tierra; y un nuevo
marinero, como aquel que fue guía de Jasón, que hobo nombre Tiphis,
descobrirá nuevo mundo y entonces non será la isla Tille la postrera de las
tierras.3 0
Hernando Colón, en la vida que escribió de su padre, comentará
respecto a la profecía de Séneca: “Lo cual ahora se tiene por muy
cierto que se ha cumplido en la persona del almirante”.31
1
Carl Ortwin Sauer, Descubrimiento y dominación española del Caribe
(1966), trad. de Stella Mastrangelo, Fondo de Cultura Económica, México, 1984.
2 Cuando no se menciona una fuente especial, las fuentes generales de este
capítulo son: Antonio Domínguez Ortiz, El antiguo régimen: Los Reyes Católicos
y los Austrias, Historia de España Alfaguara, t. III, Alianza Editorial-Alfaguara,
Madrid, 7a ed., 1980.— J. H. Elliot, Imperial Spain. 1469-1716 (1963), Penguin
Books, Gran Bretaña, 1978.— Peggy K. List, México under Spain. 1521-1556.
Society and the Origins of Nationality, The University of Chicago Press, Chicago y
Londres, 1975.— Diccionario de historia de España, dirigido por Germán
Bleiberg, Ediciones de la Revista de Occidente, Madrid, 2a ed., 1968, 3 vols.—
Diccionario de literatura española, dirigido por Germán Bleiberg y Julián Marías,
Ediciones de la Revista de Occidente, Madrid, 4a ed., 1972.
3 Estas cifras proceden de la obra de Domínguez Ortiz. Ramón Carande, en
Carlos V y sus banqueros, edición abreviada, Editorial Crítica, Barcelona, 1977, t.
I, p. 16, propone otras cifras para la población de las ciudades mayores en 1530:
Sevilla 45 000, Valladolid 38 000, Córdoba 33 000, Toledo 32 000, Jaén 23 000,
Medina del Campo 21 000, Alcázar de San Juan 20 000, Segovia 15 000, Murcia
14 000, Salamanca 13 000, Medina de Rioseco 11 000, Burgos 9 000 y Madrid sólo
4 000.
4 Silvio Zavala, Los intereses particulares en la conquista de la Nueva España
(tesis doctoral), Imprenta Palomeque, Madrid, 1933; 2a ed., UNAM, México, 1964.
5 Nicolás Maquiavelo, El príncipe, cap. XXI , trad. de Alberto Jiménez Fraud, en
Visita a Maquiavelo, Ediciones Ariel, Barcelona, 1972, pp. 191-192. Las citas de
Maquiavelo que aparecen en los epígrafes proceden de la excelente edición de El
príncipe preparada por Luis A. Arocena, Ediciones de la Universidad de Puerto
Rico-Revista de Occidente, Madrid, 1955.
6 Carande, op. cit., t. II, cuadros en pp. 132-133 y 198-199.
7 Ibid. t. II, pp. 95 y 236.
8 Ramón Menéndez Pidal, Idea imperial de Carlos V, Colección Austral 172,
Espasa Calpe Argentina, Buenos Aires, 1941, pp. 15, 31 y 32.
9 Richard E. Greenleaf, La Inquisición en Nueva España. Siglo XVI (1969),
trad. de Carlos Valdés, Fondo de Culltura Económica, México, 1981.
1 0 Domínguez Ortiz, op. cit., t. 111, p.32.
1 1 La primera real cédula de prohibición es del 4 de abril de l531. Véase lrving A.
Leonard, Los libros del conquistador (1949), trad. de Mario Monteforte Toledo,
revisada por Julián Calvo, Fondo de Cultura Económica, México, 1953, cap. VII ,
pp. 80-82.
1 2 Santa Teresa de Jesús, Libro de su vida, cap. 2.
1 3 Francisco de Ribera, Vida de Santa Teresa, Barcelona, 1908, lib. 1, cap. V.
14
Arte de galantería, Escrebióla don Francisco de Portogal. Ofrecida a las
damas de Palacio por don Lucas de Portogal, comendador de la villa de Fronteira y
maestresala del príncipe nuestro señor, En Lisboa, en la Emprenta de Ivan de la
Costa 1670, p. 96. Cita en Marcelino Menéndez Pelayo, Orígenes de la novela,
Edición Nacional, Santander, 1943, t. I, cap. V, p. 370 y n.l.
1 5 Bernal Díaz, cap. LXXXVII .
1 6 Ida Rodríguez Prampolini, Amadises de América La hazaña. de las Indias
como empresa caballeresca, Consejo Nacional de Cultura, Caracas, Venezuela, 2a
ed., 1977.
1 7 Julio Torri, La literatura española, Breviario 56, Fondo de Cultura
Económica, México, 1952, cap. I , 7.
1 8 Citado por Torri, ibid.
1 9 Bernal Díaz, cap. XXXVI .
2 0 Victor Frankl, “Hernán Cortés y la tradición de las Siete Partidas”, Revista de
Historia de América, México, junio de 1962, núms. 53-54, pp. 29-31.
2 1 Sumario de la residencia tomada a don Fernando Cortés, México, 1853, t.
II, p. 362. Véase en sección IV, Residencia, de los Documentos cortesianos.
2 2 Cédula de Carlos V a Pánfilo de Narváez, del 1º de junio de 1527, véase en la
sección III de los Documentos cortesianos.— Cf. Marcel Bataillon, “Hernán Cortés,
autor prohibido”, Libro jubilar de Alfonso Reyes, UNAM, México, 1956, pp. 77-82.
2 3 Marcelino Menéndez y Pelayo, Historia de la poesia hispano-americana,
Librería General de Victoriano Suárez, Madrid, 1911, t. I, p. 44.— Véase capítulo
XXVI de la presente obra.
2 4 Véanse Valentín de Pedro, América en las letras españolas del Siglo de Oro,
Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1954.— Winston A. Reynolds, Hernán
Cortés en la literatura del Siglo de Oro, trad. de Teresa López Mañez, Centro
Iberoamericano de Cooperación, Editora Nacional, Madrid, 1978.— Winston A.
Reynolds, Romancero de Hernán Cortés (estudio y textos de los siglos XVI y XVII ),
Ediciones Alcalá, Madrid, 1967.
Merecen recordarse, entre otras, las dos alusiones a Cortés de Miguel de
Cervantes. En El Quijote (parte II, cap. VIII ), al enumerar hechos heroicos del
pasado e inmediatos, se dice:
Y, con ejemplos más modernos, ¿quién barrenó los navíos y dejó en seco
y aislados los valerosos españoles guiados por el cortesísimo Cortés en el
Nuevo Mundo?
Y en El licenciado Vidriera:
Desde allí, embarcándose en Ancona, fue a Venecia, ciudad, que a no
haber nacido Colón en el mundo, no tuviera en él semejante; merced al
cielo, y al gran Hernando Cortés que conquistó la gran México, para que la
gran Venecia tuviese en alguna manera quién se le opusiese. Estas dos
famosas ciudades se parecen en las calles, que son todas de aguas: la de
Europa, admiración del mundo antiguo, la de América, espanto del mundo
nuevo.
2 5 La menciona Lope de Vega en el Prólogo a El peregrino en su patria. En la
edición de Juan Bautista Avalle-Arce, Clásicos Castalia, Madrid, 1973, p. 62, esta
comedia se registra equivocada, como “La conquista de Cortés”. Antonio de León
Pinelo, en su Epítome (1629) menciona “La comedia del marqués del Valle”, p. 74.
2 6 Ramón Menéndez Pidal, “¿Codicia insaciable?”, “¿Ilustres hazañas?” (1940),
en La lengua de Cristóbal Colón, el estilo de Santa Teresa y otros estudios sobre el
siglo XVI , Colección Austral 280, Espasa Calpe Argentina, Buenos Aires, 1942, pp.
106-107.
2 7 Marcel Bataillon, Erasmo y España, trad. de Antonio Alatorre, Fondo de
Cultura Económica, México, 1950, apéndice, t. II, p. 441, n. 28.
2 8 Enrique Otte, “Cartas privadas de Puebla del siglo XVI ” y “Die europäischen
Siedler und die Probleme der Neuen Welt”, Jahrbuch für Geschichte υon Staal,
Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas, 1966, t. 3, pp. 10-87 y t. 6, pp. 1-40.
Los documentos proceden del AGI , de Sevilla, Indiferente General, leg. 1 209, ff. 1
374, 2 048-2 075 y 2 077-2 107.
2 9 “Memorias de Carlos V”, traducción y edición de Manuel Fernández Álvarez,
Corpus documental de Carlos V, Ediciones Universidad de Salamanca,
Salamanca, 1979, t. IV, pp. 485-567. La mención del préstamo que se solicitará al
marqués del Valle, en t. II, p. 495.
3 0 Libro de las profecías (ca. 1502): Cristóbal Colón, Textos y documentos
completos, prólogo y notas de Consuelo Varela, Alianza Universidad, 320, Alianza
Editorial, Madrid, 1982, p. 202.
3 1 Hernando Colón, Vida del almirate don Cristóbal Colón escrita por su hijo,
edición, prólogo y notas de Ramón Iglesia, Biblioteca Americana, Fondo de
Cultura Económica, México, 1947, cap. VII .
III. LOS INDÍGENAS BAJO EL DOMINIO ESPAÑOL
[HASTA MEDIADOS DEL SIGLO XVI]
Con esto terminó el señorío de los mexicas.
Lienzo de Tlaxcala
Para poseer los Estados con seguridad, basta con haber extinguido la línea
del príncipe que antes tuvieron, porque manteniéndolos en todo lo demás en
las antiguas tradiciones y no imponiéndoles novedad en las costumbres, viven
los hombres quietamente.
NICOLÁS MAQUIAVELO
EL DESTINO DEL INDIO
La conquista significó para los pueblos indígenas del México antiguo,
como para los demás del continente, la sustitución radical de sus
creencias y formas de vida y la subyugación de su libertad personal y
del dominio de la tierra. A partir de 1521, el destino del indio que
sobrevivió a guerras y pestes fue hacerse cristiano, adaptarse a los
modos de vida españoles y trabajar como siervo y anónimamente para
los nuevos amos, que gradualmente fueron posesionándose del
territorio.
Los 15 años que Hernán Cortés pasó en las Antillas le habían
mostrado que la base de la prosperidad de las nuevas tierras es la
mano de obra indígena, y que ésta se destruye con el trabajo
exhaustivo y los tratos bestiales. Al final de su cuarta Carta de
relación, decía que se proponía evitar que en la Nueva España los
españoles hicieran lo mismo que en las Antillas: “esquilmarlas y
destruirlas, y después dejarlas”. Creía también que la encomienda era
necesaria, con tal que se humanizara el trabajo de los indios y que se
adjudicara por unidades de población y de manera permanente, para
que los encomenderos cuidaran aquellos bienes humanos como cosa
propia.1 Además, de Motecuhzoma debió aprender y puso en práctica
dos recursos muy importantes para el gobierno de los indios: la
severidad en el trato con ellos y el mantenimiento de sus divisiones
territoriales —señoríos, jurisdicciones y pueblos— y de las estructuras
administrativas y de recaudación fiscal.
ENCOMIEDA, TRIBUTO Y SERVICIO PERSONAL
En 1523 Carlos V prohibió a Cortés que se repartiesen indios en
encomiendas.2 El conquistador, que ya había asignado las primeras
tierras, no obedeció ni proclamó las órdenes reales. En carta
reservada del 15 de octubre de 1524, Cortés expuso al rey con
franqueza a veces impertinente sus motivos: las demandas y la
necesidad de recompensar a sus soldados, la conveniencia estratégica
de que los indios se mantuviesen controlados y su creencia de que las
encomiendas liberarían a los pueblos de sus “señores antiguos”.3 Y en
el mismo año, Cortés expidió unas Ordenanzas “sobre la forma y
manera en que los encomenderos pueden servirse de los naturales”.4
La Corona olvidó su prohibición y comenzó a expedir cédulas de
encomiendas, tanto a antiguos conquistadores como a recién
llegados, y la institución subsistiría hasta el siglo XVIII .
Las encomiendas fueron dándose sin orden ni regularidad:
Algunas —observa François Chevalier— comprendían poblaciones de
importancia, con millares de tributarios, mientras que otras eran pobres
aldeas perdidas en las sierras… Ciertos conquistadores no tenían
absolutamente nada, mientras que españoles recién llegados de la Península,
parientes o criados de los poderosos, obtenían pingües concesiones.5
“Hacia 1560 —dice el mismo investigador— había en la Nueva
España unos 480 encomenderos que cobraban el equivalente de $377
734, incluyendo en esta suma los tributos que se entregaban al
marqués del Valle.”6 Esa singular especie de contrato unilateral que
es la encomienda, por el que los indios encomendados daban un
tributo a cambio de protección y doctrina, fue evolucionando. Al
principio, los servicios personales eran gratuitos y se suponía que los
indios los prestaban en lugar de tributo.7 Sin embargo, en la práctica,
y comenzando por el propio Cortés, como lo denunciaron sus vasallos
de Cuernavaca, los indios debían pagar periódicamente sus tributos
en especie, proveer lo necesario para el sustento de las casas de sus
amos y criados, y además, prestar los servicios personales que se les
requirieran.8 Estos y otros abusos fueron remediándose lentamente.
Las Leyes Nuevas de 1542 liberaron a los esclavos nativos, antiguos y
nuevos, y otras disposiciones limitaron las encomiendas al pago de
tributos, redujeron y humanizaron estas contribuciones forzosas —
supervivencia prehispánica adoptada por los nuevos amos—,9 y
prohibieron los servicios personales, los cuales debían ser voluntarios
y retribuidos, salvo casos especiales de obras públicas, mineras,
agrícolas e industriales en que el trabajo era compulsivo aunque
remunerado.10
El antiguo señorío de Tlaxcala, como recompensa a los servicios
prestados a los españoles durante la conquista, quedó exento de ser
encomendado.
En las instrucciones secretas que recibió la segunda Audiencia del
Consejo de Indias en 1530 se ordenaba suprimir las encomiendas, en
primer lugar las concedidas por Nuño de Guzmán, y sustituirlas por
un sistema centralizado para la recolección de tributos.11 Los
funcionarios correspondientes se denominaron corregidores, quienes
recibieron además el encargo de velar por la instrucción religiosa de
los indios y administrar justicia.12
A pesar de que muchos antiguos encomenderos fueron nombrados
corregidores, la supresión de las encomiendas sólo se realizó
parcialmente, y en los primeros años esta nueva institución de los
corregimientos se limitó a la creación de nuevos funcionarios de la
Corona.
Maltratos y abusos de las autoridades españolas con los indios. Códice Osuna, f.
12, 575 v.
Los corregidores y sus auxiliares —teniente, alguacil, escribano e
intérprete— debían controlar no sólo los tributos de los
encomenderos sino también los de las tierras reales y los de los
pueblos y regiones concedidos a Cortés. El nuevo sistema de
supervisión y recaudación centralizadas hizo necesaria una
delimitación de zonas de jurisdicción, así como el pago de los
funcionarios, el que a menudo consumía la mayor parte de los
productos de las encomiendas y mercedes, como se quejará de ello
Cortés. En resumen, el nuevo sistema fue un intento más para evitar
los abusos de los encomenderos y aumentar los ingresos de la
Corona, aunque fue también el origen de nuevos vicios:
aprovechamientos personales de los corregidores y tributos extras o
“derramas”, en perjuicio de las comunidades indígenas. Para
sancionarlos, se establecieron juicios de residencia para los
corregidores al término de su mandato.13
CABILDOS
PLEBEYOS
INDIOS
Y
CABILDOS
ESPAÑOLES.
NOBLES
Y
En el conjunto de la Nueva España, resume Pedro Carrasco:
La transformación fundamental de la sociedad indígena consistió en la
supresión de las instituciones políticas mayores, la disminución del tamaño e
importancia de la nobleza, la posición de ésta al servicio de los
conquistadores, la conservación de la masa campesina y la cristianización
forzada como medio de dominio ideológico. Continuaron con pocos cambios
los usos relacionados con la vida familiar y económica de los campesinos
indios: la técnica y la organización de la producción familiar, así como
creencias y ritos relacionados con estas actividades.1 4
Desapareció, pues, el gobierno y los consejos supremos del imperio
vencido, los sacerdotes y los mandos militares, pero se conservó,
como ya se dijo, la división territorial y sus sistemas de gobierno y de
recaudación tributaria. Los antiguos señoríos de cada pueblo o
jurisdicción, llamados ahora “repúblicas de indios”, gracias a la
benéfica segunda Audiencia, se convirtieron en gobiernos locales
indígenas, con una mezcla de tradiciones aborígenes y del municipio
español. Al antiguo señor o tlatoani se le llamó cacique y con él
colaboraba un gobernador, un capitán general, un alguacil mayor y
otros funcionarios, más tarde llamados regidores, a la usanza
española. Sus funciones eran las de administrar las tierras
comunales, recolectar y pagar los tributos, reglamentar los mercados,
cuidar los edificios públicos, el aprovechamiento del agua y los
caminos y juzgar delitos menores. Las poblaciones mayores tenían
autoridades indias para cada barrio. Estos gobiernos locales eran
exclusivos de las comunidades indígenas, ya que en las ciudades
mayores, en que habitaban también españoles, unos y otros tenían
sus propios cabildos, pues la administración colonial decidió la
separación de indios y españoles.
Tributos de los indios. Códice Osuna, folio 10, 427 v.
Los caciques y los demás oficiales de las “repúblicas de indios”
eran por lo general nobles indígenas, los antiguos señores y sus
descendientes. Y mantenían privilegios importantes: tenían indios de
servicio, un sueldo, estaban exentos de tributos, solían tener
terrazgueros o renteros que les cultivaban sus tierras, y tenían
derecho a llevar espada, vestir a la española, montar caballo y usar el
título de don. Carrasco hace notar que “el orgullo de su origen llevó a
algunos de ellos, como Tezozómoc, Chimalpahin e Ixtlilxóchitl, a
escribir crónicas importantes” sobre la historia de sus pueblos de
origen.15
La mayor parte de la población indígena, los macehuales o
plebeyos, seguían siendo pobres, pagaban tributo y trabajaban
anónimamente para la comunidad o para los nobles. Y hasta
mediados del siglo existían aún esclavos indios, algunos de los cuales
pertenecían a la nobleza aborigen.
Cuando la población indígena comenzó a disminuir gravemente a
causa de las epidemias, los nobles perdieron a sus terrazgueros y la
Corona obligó a los antiguos privilegiados a pagar también tributo.
Uno de estos desposeídos, el historiador del pasado chichimeca, del
esplendor tezcocano y de las grandezas de Nezahualcóyotl don
Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, se dolía hacia 1600 de la triste
situación de los nobles indios con estas palabras:
pensamos que Su Majestad, sabiendo quién nosotros somos, y servicios que le
habemos hecho, nos hubiera hecho mercedes y nos hubiera dado más de lo
que teníamos; y vemos que antes nos ha desposeído de lo nuestro y
desheredado, héchonos tributarios donde no lo éramos, y que para pagar los
tributos, nuestras mujeres e indias trabajan, y nosotros asimismo que no
tenemos de donde haber lo que hemos menester; y que los hijos e hijas, nietas
y parientes de Nezahualcoyotzin y Nezahualpiltzintli andan arando y
cavando para tener qué comer, y para pagar cada uno de nosotros diez reales
de plata y media fanega de maíz a Su Majestad, porque después de habernos
contado y hecha la nueva tasación, no solamente están tasados los
macehuales que paguen el susodicho tributo, sino también todos nosotros,
descendientes de la real cepa, estamos tasados contra todo el derecho y se nos
dio una carga incomportable.1 6
Las comunidades indias tenían pues su propio gobierno y
conservaban sus nobles, que aspiraban a no trabajar ni pagar tributo,
pero además tenían al encomendero español, “un pensionado que
recibía tributos sin ser propietario de las tierras”, según la definición
de Pedro Carrasco,17 a la que podía agregarse que era un pensionado
que, en premio a sus afanes como conquistador o aun sin ellos, había
también decidido no trabajar más y sólo vivía a costa de los indios.
LAS DIEZ PLAGAS CON QUE HIRIÓ DIOS A ESTA TIERRA
En efecto, dentro de estos esquemas formales: gobierno principal de
la Corona, coexistencia de gobiernos locales de indios y de españoles,
asignación de los indios en encomiendas, nobles con privilegios,
tributos y servicios personales, la realidad era atroz para los indios, ya
fuesen nobles o macehuales. La exposición que hizo fray Toribio de
Benavente o Motolinía, hacia la cuarta década del siglo XVI , de las
“diez plagas muy crueles” con que “hirió Dios a esta tierra” es la más
elocuente de estas miserias. Estas plagas que sufrieron los indios,
según Motolinía, fueron: la peste de viruelas; “los muchos que
murieron en la conquista”; el hambre que sucedió a la conquista; las
encomiendas y sus calpisques o estancieros que cobraban los
tributos, quienes “todo lo enconan y corrompen”; “los tributos
grandes y servicios que los indios hacían”, y el hecho de que por no
poder pagarlos, muchos indios morían en tormentos o prisiones; las
minas y el excesivo trabajo que en ellas se impuso a los indios; la
edificación de la ciudad de México, todo —trabajo, materiales y sus
propias comidas— a costa de millares de indios y sin ninguna paga;
los esclavos que se hicieron para el trabajo en las minas; el sistema
que se impuso en ellas, que obligaba a los indios a llevar su comida a
sesenta o setenta leguas, se les acababa en el camino y morían de
hambre y agotamiento; y “las disensiones y bandos entre los
españoles”, sobre todo los que, durante su ausencia en el viaje a las
Hibueras, surgieron en contra de Cortés, cuyo partido tomará
Motolinía. El historiador va comparando cada una de estas diez plagas
que sufrió la Nueva España, y sobre todo sus antiguos habitantes, con
las legendarias de Egipto y las encuentra “muy más crueles” que
éstas.18
Pese a los intentos de humanización del trabajo obligatorio, de la
reducción de las tasaciones de tributos y a la prohibición de la
esclavitud, la situación de los indios no había mejorado aún a fines
del siglo XVI , según dejará airado testimonio de ello fray Gerónimo de
Mendieta.19
LA TIERRA
“Una generación va, otra generación viene; pero la tierra para siempre
permanece”, dice el Eclesiastés (1, 4). ¿De quién era la tierra que
ahora se llamaba Nueva España? En su conjunto, las tierras ganadas
por conquista se consideraban del rey y éste hacía donativos graciosos
o mercedes reales a sus súbditos. Sin embargo, desde el principio se
excluyó de esta posesión real a las tierras poseídas y trabajadas por
los indígenas, con lo que se aludía a las tierras comunales y a las
poseídas por los nobles.20 En las tierras comunales debían
considerarse también los ejidos, a fin de que los indios pudieran tener
sus ganados.21 Mantuviéronse, pues, estas posesiones indígenas. Al
mismo tiempo, desde fecha muy temprana, se procuró congregar a los
muy dispersos asentamientos indígenas rurales en nuevos “pueblos
de indios”, trazados a la manera española, con el fin de facilitar su
control, adoctrinamiento y administración.22
Aunque siempre se expresaba en las mercedes reales que las
tierras se concedían “con tanto que no sea en perjuicio de los indios”,
las concesiones que se daban a españoles de tierras para labores
agrícolas o para sitios de ganado, fueron comprimiendo
paulatinamente, a partir de 1540, las tierras propias de los pueblos
indios, a veces hasta sus propios límites físicos, lo que los hacía
dependientes de los grandes propietarios.23
Las tierras consideradas realengas se concedían a los
conquistadores, en retribución de sus servicios y para transformarlos
en colonos; y también a los pobladores y a particulares, con el
propósito de que se afirmara el dominio español del territorio y
aumentara su producción.24 O bien, el emperador hacía mercedes
especiales, como la que concedió a Cortés y que tantos conflictos
había de provocar.
Comenta Charles Gibson que, en tanto que se ha estudiado
ampliamente el tributo-encomienda y la mano de obra indígenas,
la usurpación de la tierra ha recibido menos atención, probablemente porque
sucedió algunos años después de la conquista y no ocupó un lugar importante
entre las acusaciones de Las Casas. Ocurrió gradualmente, a través de
muchos acontecimientos importantes y durante un largo periodo. A los
fenómenos que se producen de esta manera no se les puede aplicar el
apelativo dramático de cataclismo como a la conquista.2 5
En efecto, fue un cataclismo lento, acumulativo, cuyo resultado
final fue el traslado de dominio de la tierra a los conquistadores —con
excepción de las viejas y menguadas tierras comunales y los ejidos,
por cuya posesión siguen litigando los indios— y la formación de los
latifundios o haciendas. La concentración de la propiedad agraria, y
por supuesto también de la urbana, se inició en la Nueva España
desde el primer tercio del siglo XVI , con la merced que recibió Cortés
en 1529 de 22 pueblos y 23 000 vasallos, que él mismo había elegido
con excelente ojo para algunas de las tierras más fértiles y para sus
proyectos industriales y de navegación. Y a pesar de los esfuerzos
posteriores de juristas y oficiales reales por reducir esta enorme
cesión —que lograron nulificar en lugares en que afectaba
notoriamente ciudades establecidas o que constituían puntos
estratégicos—, Cortés no se contentó con ella, y él y sus descendientes
procuraron aumentarla, apropiándose de terrenos baldíos o
comprando nuevas tierras a los indios a precios que hoy parecen
irrisorios.26
En 1531 Cortés tuvo un pleito más contra los oidores de la primera
Audiencia, los licenciados Matienzo y Delgadillo, quienes durante su
ausencia en España lo despojaron de las tierras y huertas que poseía,
entre las calzadas de Chapultepec y de Tacuba, las cuales había
comprado Cortés a unos indios. En el proceso, Juan de Salcedo, uno
de los testigos que presentó Cortés, declaró que le constaba que
“Rodrigo de Paz compró dichas tierras de los indios de Tacuba, en
nombre del dicho marqués, e dio por ellas cierta cantidad de
mantas”.27 Y François Chevalier registra que por las estancias y
labores en Oaxaca y Etla se pagaron 100 pesos en 1543 y se
revendieron en 8 002 pesos menos de 50 años más tarde.28
Cortés y sus sucesores no fueron los únicos acaparadores de
tierras. Los caminos para lograrlo eran las mercedes reales, la compra
o el apoderamiento de terrenos baldíos o de tierras de indios, las
herencias y, a partir del siglo XVII , las concesiones de grandes
extensiones de tierras de cultivo y estancias ganaderas, en el norte del
país, para alentar su poblamiento.
La Iglesia novohispana comenzó por ser pobre y hasta mediados
del siglo XVI se mantuvo la prohibición de que las tierras concedidas a
particulares pudieran ser vendidas a iglesias o monasterios,29 ya que
el sostenimiento eclesiástico era competencia de la Corona, conforme
al Patronato Real. A pesar de ello, en 1535 comenzaron a solicitarse y
a acordarse, en beneficio de iglesias y monasterios, las tierras que
habían pertenecido a los sacerdotes y al culto prehispánicos.30 Y a
partir de 1560 se inició la promoción y aceptación de herencias,
legados y donaciones, que acabaron por transformar a la Iglesia
novohispana, y especialmente a los jesuitas desde fines del siglo XVI ,
en uno de los mayores propietarios y explotadores de tierras, lo que
originaría, a fines del siglo XVIII y principios del XIX, las primeras
desamortizaciones coloniales, con la obligación de pagar impuestos
de los que antes estaban exentos,31 hasta que las Leyes de Reforma
suprimieron de raíz el problema a mediados del siglo XIX.
LA CONQUISTA ESPIRITUAL. BASES Y MÓVILES
Después de tener noticia del descubrimiento del Nuevo Mundo por
Cristóbal Colón, el papa Alejandro VI dio a los Reyes Católicos la bula
Intercaetera, el 4 de mayo de 1493, en la que, además de establecer la
línea de demarcación entre los dominios de España y de Portugal,
hacía donación a Fernando e Isabel del “señorío de todas las dichas
islas y tierras firmes descubiertas y por descubrir” y les mandaba que
“envíen a las dichas islas y tierras varones buenos, temerosos de Dios,
doctos, sabios y experimentados, para enseñar y instruir a los
moradores de ellas en las cosas de nuestra Santa Fe Católica, y en
buenas costumbres”.32
En las instrucciones que Diego Velázquez dio a Hernán Cortés en
1518 para su expedición, le decía:
El principal motivo que vos e todos los de vuestra compañía habéis de llevar
es y ha de ser para que en este viaje sea Dios Nuestro Señor servido e alabado,
y nuestra Santa Fe Católica ampliada.3 3
Y en la primera real cédula que dirigió Carlos V a Cortés,
reconociendo su conquista y nombrándolo gobernador y capitán
general de Nueva España, justificaba esta decisión señalando:
“porque entendemos que ansí comple al servicio de vuestro señor e
nuestro e de la conversión de los dichos indios a nuestra Santa Fe
Católica que es nuestro principal fin”.34
Junto a los otros móviles de la conquista: la fama, la aventura y la
riqueza, la conquista espiritual de los nuevos pueblos fue también
importante y era la que daba un contenido moral, un espíritu de
cruzada, a aquellas empresas.
PRINCIPIOS DE LA EVANGELIZACIÓN
En el relato de las primeras escaramuzas que los españoles tienen
con los indígenas, Cortés declara el sentido providencialista que
tendrá su conquista: Dios ha permitido el descubrimiento y conquista
de estas tierras, a nombre de los reyes de España, para que “estas
gentes tan bárbaras” sean traídas a la fe verdadera.35 En el camino
hacia el altiplano, cuando las circunstancias lo consienten, derriba
algunos ídolos de lo alto de los templos. El más notorio de estos actos
ocurre en su primera visita al recinto sagrado de MéxicoTenochtitlán: en presencia de Motecuhzoma echa escalinatas abajo a
los principales ídolos del adoratorio del Templo Mayor y, después de
hacerlo limpiar, pone en su lugar “imágenes de Nuestra Señora y de
otros santos”.36 Durante el sitio de Tenochtitlán y en los días de
acciones más peligrosas, Cortés refiere que antes de iniciar los
combates sus soldados oían misa.
Bernal Díaz añade algunos detalles más respecto a prácticas
religiosas y a los principios de la evangelización. Por ejemplo, los
consejos del mercedario fray Bartolomé de Olmedo para que no se
apresurara la colocación de cruces en los templos indios, en lugares
cuya población no había sido aún instruida en la nueva fe,37 y acerca
de los bautizos que el mismo fraile hace de las hijas de los caciques de
Cempoala38 y de los señores de Tlaxcala;39 y después de la Noche
Triste, del joven señor de Tezcoco, al que se llamó Hernando
Cortés.40
Además de fray Bartolomé de Olmedo, capellán de Cortés y que
estuvo desde el principio de la conquista y moriría en México a fines
de 1524, y del clérigo secular, el licenciado Juan Díaz, que había sido
cronista de la expedición de Juan de Grijalva, en la que participó,
llegaron después por propia iniciativa otro mercedario, fray Juan de
las Varillas, y dos franciscanos, fray Pedro Melgarejo y fray Diego
Altamirano —primo de Cortés—.41 Todos ellos actuaron como clérigos
castrenses y auxiliares de los conquistadores.
Los primeros evangelizadores llegaron a Veracruz el 13 de agosto
de 1523, dos años después de consumada la conquista. Eran los
franciscanos flamencos Johann van den Auwera, Johann Dekkers y
Peter van der Moere, o de Moor, cuyos nombres españolizados fueron
fray Juan de Aora o Ayora, fray Juan de Tecto y fray Pedro de Gante o
de Mura. A los dos primeros, menos de un año después de su llegada,
los llevó Cortés a su expedición de las Hibueras, y allá murieron. Fray
Pedro, solo inicialmente, realizó una labor admirable: aprendió el
náhuatl y en Tlaxcala, México y Tezcoco se empeñó tanto en la
evangelización de los naturales como en la enseñanza de artes y
oficios. Junto a la capilla de San José de los Naturales, en el convento
de San Francisco de México, fundó el primer colegio del que salieron
los primeros maestros indígenas en cantería, carpintería, herrería, y
aun en pintura y escultura y en la fabricación de instrumentos
musicales.
LA EVANGELIZACIÓN METÓDICA
Después de esta avanzada de los “lirios de Flandes”, como les llamará
Artemio de Valle-Arizpe, llegó a la ciudad de México, el 17 o 18 de
junio de 1524, el grupo de doce franciscanos, los Doce Apóstoles,
encabezados por fray Martín de Valencia y entre los que se distinguió
como historiador del México antiguo fray Toribio de Benavente,
Motolinía. Como lo relatará Bernal Díaz,42 Cortés y sus soldados,
acompañados por Cuauhtémoc, recibieron a la entrada de la ciudad de
México, con una reverencia que impresionó a los indios, a aquellos
frailes harapientos y empolvados, pues habían hecho el viaje desde
Veracruz a pie y descalzos. Con su llegada, dice Robert Ricard,
comenzaba “la evangelización sujeta a orden y método”.43
Muchos otros franciscanos, notables por sus obras etnohistóricas y
lingüísticas, llegaron en los años siguientes: fray Alonso de Molina,
fray Andrés de Olmos, fray Bernardino de Sahagún, fray Maturino
Gilberti y fray Gerónimo de Mendieta.
LAS CONSTRUCCIONES RELIGIOSAS Y LOS CLÉRIGOS
Durante los años iniciales de la Nueva España, las primeras
construcciones monásticas y educativas las realizaron solos los
franciscanos. Ellos serán, además, amigos y partidarios fervientes de
Cortés, especialmente Motolinía, durante los conflictos con la
primera Audiencia. Los franciscanos extendieron sus conventos e
iglesias, a partir de la ciudad de México, en las regiones PueblaTlaxcala, en el centro del país (Hidalgo, Querétaro y Guanajuato),
hacia Oaxaca y Yucatán; al poniente, en Michoacán y Jalisco, y al
norte, en Zacatecas y Durango.
Doctrina breve, México, 1543/1544, de fray Juan de Zumárraga.
En 1526 llegaron los dominicos, quienes, además de la región
central, se concentraron en la zona mixtecozapoteca, en Oaxaca, con
algunos conventos en Puebla, al sureste del valle de México, y en
Chiapas.
La tercera de las órdenes mendicantes, la de los agustinos, llegados
a la Nueva España en 1533, fundaron sus conventos en zonas aún no
cubiertas por sus antecesores: hacia el sur, una sucesión de casas que
van desde Míxquic hasta Tlapa; hacia el noreste, en territorio de
otomíes y huastecos, en zonas de Hidalgo y Veracruz, y al occidente,
en Michoacán, hasta la Tierra Caliente.44
George Kubler estima que en el periodo de 1569 a 1574, del que se
tiene suficiente documentación, y con exclusión de las edificaciones
que existían en las ciudades de españoles, como México, Puebla,
Morelia, Guadalajara y Oaxaca, en el medio rural mexicano había en
estos años 273 fundaciones de mendicantes: 138 franciscanas, 85
agustinas y 50 dominicas.45
En esta vasta red de impresionantes conventos e iglesias —a veces,
como algunos agustinos, de magnitud desproporcionada a la de los
pueblos que servían— que construyeron los indios bajo la dirección
de los mendicantes, los frailes de estas órdenes “trazaron los
pueblos…, gobernaron las comunidades y educaron a los indios”,
como resume Kubler.46
Hacia 1559 —fecha más temprana con cifras disponibles— había en
la Nueva España 380 franciscanos, 212 agustinos y 210 dominicos,
802 en total.47 Si se compara esta cifra del número de frailes con el
de monasterios, 273, teniendo en cuenta el desfase en las fechas, se
advertirá que apenas había una media de tres frailes por convento.
Además, comenzaba a existir ya el clero secular, que en la primera
mitad del siglo XVI tenía diócesis en Tlaxcala/Puebla, México,
Antequera/Oaxaca, Michoacán, Chiapas y Compostela/Guadalajara;
arzobispo metropolitano con fray Juan de Zumárraga en 1546 y
contaba en este periodo con 474 parroquias.48
LA OBRA LINGÜÍSTICA DE LOS MISIONEROS
Mas para conducir, educar, evangelizar y proteger a los indios era
necesario comprenderlos. De ahí que la primera tarea de las “tropas
de choque de la conquista espiritual”, como llama Simpson49 a los
frailes de este primer periodo, fuera el aprendizaje de las lenguas. La
obra realizada en el campo lingüístico es enorme, si consideramos
que era el primer esfuerzo para desbrozar las principales lenguas de la
babel indígena. Ricard, en el periodo de 1524-1572, lista un total de
109 obras en o acerca de lenguas nativas, de las cuales 80 son de
franciscanos, 16 de dominicos y 8 de agustinos, más 5 anónimas.50
Vocabularios, gramáticas, catecismos, sermonarios y manuales
diversos para uso de los misioneros fueron compuestos de
preferencia en náhuatl, por ser la lengua más extendida, y en mixteco,
zapoteca, tarasco, otomí, chontal, pirinda o matlaltzinca, totonaca,
chichimeca, tlapa-neca, zoque, tzeltal, zinanteco y ocuilteca. Algunos
de los frailes eran políglotas, como el dominico fray Bernardo de
Alburquerque, que hablaba náhuatl, mixteco, zapoteca y chontal; la
mayor parte de los dominicos, en atención a las lenguas dominantes
en la región en que evangelizaban, estudiaban paralelamente náhuatl,
mixteco y zapoteca; fray Pedro Serrano confesaba en náhuatl, otomí y
totonaca; y el historiador Mendieta habla de un religioso que escribía
catecismos y predicaba en diez lenguas.51 En cuanto se introdujo la
imprenta en México, hacia 1539, buena parte de su producción estuvo
dedicada a imprimir algunas de estas obras lingüísticas.
OTROS RECURSOS PARA LA EVANGELIZACIÓN
Estos libros estaban destinados a los indígenas que ya sabían leer o a
los misioneros para auxiliarlos en su aprendizaje de lenguas o
facilitar sus exposiciones doctrinarias. Pero ¿cómo enseñar una
doctrina con ideas morales y teológicas tan diversas a las de las
religiones prehispánicas? Para resolver este problema los frailes se
sirvieron de varios recursos ingeniosos. Uno de ellos fue el uso de
grandes cuadros con pinturas muy sencillas, que imitaban hasta
cierto punto las imágenes de los códices antiguos, en las que
representaban los símbolos básicos de sus enseñanzas y que les iban
mostrando y explicando su significado a los indígenas. Así aparece en
una de las ilustraciones (frente a la página 110) de la Rhetorica
christiana, de fray Diego Valadés, que luego hizo copiar fray
Gerónimo de Mendieta y va al frente de su Historia eclesiástica
indiana. Una variante de este método gráfico fue la que ideó fray
Jacobo de Testera con los catecismos en imágenes, que llevan su
nombre, de los que él se servía para sustituir su ignorancia del
náhuatl.52
La evangelización de los indios según fray Diego Valadés, en la Rhetorica
Christiana, Perugia, 1579.
El mundo indígena interpretado por fray Diego Valadés.
El padrenuestro en jeroglifos.
Otros frailes, como fray Pedro de Gante, pusieron en versos nahuas
los mandamientos y algunas oraciones, que enseñaban a cantar a los
indios.53
Otros misioneros se sirvieron de representaciones teatrales, a la
manera de los autos sacramentales españoles y con numerosos
elementos indígenas, para enseñar pasajes de la historia sagrada y
doctrinas morales.54
LA DESTRUCCIÓN DE LA IDOLATRÍA
Sin embargo, no todos los aspectos de la conquista espiritual fueron
tan beatíficos. Para erradicar la moral, los hábitos tradicionales y las
ideas religiosas de los antiguos mexicanos, y sustituirlos por los
nuevos cristianos, la persuasión muchas veces no bastaba. Además, a
menudo se vieron fantasmas idolátricos en simples ritos caseros y
agrícolas. Hernán Cortés inició la evangelización derribando ídolos, y
siguiendo su ejemplo, se arrasaron cuantas pirámides-templos fue
posible, para construir sobre ellas los nuevos santuarios. Y los
estudiosos del México antiguo lamentan la destrucción de los
archivos de Tezcoco, a fines de 1520 o después de 1528, que se
atribuye sin fundamento a fray Juan de Zumárraga, y la de los libros
pintados mayas que en el Auto de Maní realizó en junio de 1562 el
entonces provincial fray Diego de Landa. Otro tanto se hizo
dondequiera que se encontraron piedras, cerámicas y libros
sospechosos de servir para ritos o propagación idolátricos. Y a los
indios acusados de mantener sus antiguos cultos se les castigó
severamente.
Sahagún fue uno de los más suspicaces perseguidores de rastros
idolátricos y denunció como tales las peregrinaciones a algunas
montañas y las supervivencias de algunos ritos en el culto indígena,
naciente en este periodo, a Nuestra Señora de Guadalupe. Mas, con el
propósito de confundir la idolatría se dio a estudiar las “enfermedades
espirituales” que quería combatir, y le fue creciendo tan inagotable
interés científico por la cultura indígena, que al fin fue ganado por la
causa de los vencidos y levantó en su memoria el más rico y sabio
monumento.
PRINCIPIOS DE LA EDUCACIÓN Y LA ASISTENCIA
En las primeras décadas de la Nueva España, y antes de la fundación
de la Universidad de México en 1551, la educación fue una ampliación
de la tarea evangelizadora y estuvo a cargo principalmente de los
franciscanos.
Después de las primeras escuelas establecidas por el lego fray
Pedro de Gante, que se preocupó por la instrucción práctica que
mejorara la vida de los colegiales y de su comunidad, se fundaron
otros establecimientos educativos. El obispo Zumárraga, a partir de
1530, creó en Tezcoco, Huejotzingo, Cholula, Otumba y Coyoacán
colegios para niñas y jóvenes indígenas; además de la instrucción
religiosa se les enseñaba lectura, escritura y canto. A los
encomenderos se imponía la obligación de enseñar los rudimentos a
un muchacho de sus tierras, el que más hábil pareciera, para que él a
su vez —como más tarde en las escuelas lancasterianas— enseñara a
sus compañeros.
Un paso más adelante lo realizó el Colegio de Santa Cruz de
Tlatelolco, fundado en 1536 por Zumárraga y el virrey Antonio de
Mendoza. Estaba confiado a los franciscanos, y muchos de los más
eminentes de la época, como Bernardino de Sahagún, Andrés de
Olmos, Arnaldo de Bassaccio, Juan Focher, Juan de Gaona y
Francisco de Bustamante, enseñaron allí. Este primer instituto de
educación superior enseñaba a los jóvenes indios latín, retórica,
filosofía, música y pintura, y contaba con una notable biblioteca
académica, la primera en América.55 Con ayuda de algunos de sus
colegiales más distinguidos —informantes de sus antigüedades y
costumbres, de la naturaleza y de la medicina, calígrafos y pintores—,
en el colegio trabajó Sahagún una de las etapas de elaboración de su
Historia general de las cosas de Nueva España. Sin embargo, el
mismo Sahagún, que tanto cuidó aquella casa, se preguntaba
pesimista, después de la terrible peste de 1545-1548 que casi acabó
con los educandos, si no hubiera sido más conveniente, en lugar de
enseñarles latín, religión y filosofía, instruir a los naturales en
medicina, para que hubiesen sido capaces de auxiliar a tantos que
perecieron.56
Al obispo Zumárraga se debe también el establecimiento de las
primeras casas de asilo para niñas, cuya educación y protección confió
a religiosas.57
El más antiguo hospital de México, aún en funciones, es el
Hospital de la Concepción de Nuestra Señora, luego llamado de Jesús,
por la devoción pública a una imagen de Jesús Nazareno que existe en
la iglesia adjunta. Estuvo y está destinado a enfermos pobres. Lo
fundó Hernán Cortés hacia 1521, y Josefina Muriel considera que
“nace como una acción de gracias, levantándose en el sitio mismo en
que Cortés y Moctezuma se encontraron”.58 Su edificación debe
haberse iniciado en los mismos días de la reconstrucción de la ciudad
de México. La iglesia anexa, primero una pequeña capilla, ya existía
en 1525. El hospital, de acuerdo con el diseño del jumétrico o
arquitecto Pedro Vázquez, estaba por concluirse en 1554, cuando
admiran el edificio los paseantes de los Diálogos latinos de Francisco
Cervantes de Salazar. La obra tuvo renovaciones importantes en 1662,
1770, 1800 y hacia mediados del siglo XX. En su Testamento, Cortés le
destinó para su sostenimiento y para que se concluyese su
construcción, las rentas de las casas y tiendas que tenía en la ciudad
de México y le asignó tierras para que proveyesen al hospital de
trigo.59
El Hospital de San Lázaro, fundado entre 1521 y 1524 en la
Tlaxpana, uno de los alrededores de la ciudad de México, a iniciativa
de Cortés, se destinó a los leprosos; fue destruido en 1528 por Nuño
de Guzmán. Por estos años se fundaron varios hospitales para indios,
como el de Xochimilco y el de San José de los Naturales. Hacia 1539
Zumárraga fundó el Hospital del Amor de Dios, para enfermos de
“bubas”, en el lugar en que hoy se encuentra la Academia de San
Carlos, en la ciudad de México. Bajo el patrocinio real, el hospital
estuvo bien organizado y provisto. El sabio Carlos de Sigüenza y
Góngora fue su capellán a fines del siglo XVII . En 1786 el hospital se
clausuró y sus enfermos fueron trasladados al Hospital General de
San Andrés.60
LA UTOPÍA DE DON VASCO DE QUIROGA EN MICHOACÁN
Después de haber sido uno de los Justos Jueces de la segunda
Audiencia, Vasco de Quiroga, amigo de fray Juan de Zumárraga y
lector de la Utopía de Tomás Moro, estableció en 1531, en los
suburbios de la ciudad de México, una peculiar institución de vida
comunitaria, el Hospital-Pueblo de Santa Fe. Despúes de pacificar la
región de Michoacán, en 1533 fundó en las márgenes del lago de
Pátzcuaro en Tzintzuntzan, otro hospital-pueblo que llamó Santa Fe
de la Laguna. Allí compró unas tierras y reunió a doscientas familias
de tarascos a las que organizó para que las cultivaran y vivieran de
bienes comunes, y asistiéndose por turno unos a otros, como
“cristianos a las derechas”.
La institución constaba de una escuela-granja con industrias
anexas: batanes, molinos y telares, y con ganados, notable experiencia
de educación rural, y de una enfermería para la comunidad, atendida
semanariamente por los propios comuneros. Las jornadas eran de
seis horas y se alternaban los trabajos urbanos y los rurales.
Según las Ordenanzas que estableció Quiroga, a los niños se les
enseñaba a leer, la doctrina cristiana, buenas costumbres y la
agricultura, y a las niñas a hilar y tejer. La codicia y el lujo estaban
proscritos, y los vestidos eran iguales para todos. Había encontrado,
según decía, gentes que eran como de la edad primera y de oro, y con
ellas trató de hacer realidad la utopía que había leído en el libro de
Moro, como lo mostró Silvio Zavala.
Y a partir de 1538 en que fue ungido obispo de Michoacán, y puso
su sede en Pátzcuaro, urbanizó poblaciones, distribuyó en las
ciudades oficios e industrias por barrios, y llegó a crear hasta 92
hospitales-pueblos, en los que seguía convirtiendo en hechos las
ideas humanistas y erasmistas más nobles del Renacimiento.
Dos de los grandes educadores del siglo XVI en México, Pedro de
Gante y Vasco de Quiroga, son memorables por haber puesto en
práctica la idea de que los indios, como todos los hombres, requieren
no sólo doctrina sino también recursos prácticos para mejorar su
vida. Quiroga hizo esto y algo más: demostró que los viejos sueños de
justicia y armonía en la convivencia de los hombres eran posibles.
El tiempo y la incuria fueron deshaciendo aquella obra espléndida
de civilización, pero a los pueblos michoacanos quedaron los oficios
que les distribuyó y enseñó el obispo, y en la memoria de los tarascos
subsiste aún la veneración por quien nombran Tata Vasco.61
BALANCES
Para Gerónimo de Mendieta, estos primeros años de la empresa de
cristianización de los indios, desde 1524 hasta la muerte del virrey
Luis de Velasco el viejo, en 1564, habían sido un “tiempo dorado”.62
Creía que la idea del milenarismo franciscano, el advenimiento de
una época en que todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas serían
una sola cristiandad universal, había estado muy cerca en aquellos
años, y que los franciscanos eran los destinados a hacerlo realidad en
el Mundo Nuevo. Sin embargo, esta visión cegadora se oscureció
pronto para él. La desolación y corrupción en que veía hundida la
Nueva España en el último tercio del siglo XVI y el “flaco suceso de la
cristiandad de los indios” se debían, pensaba, a la explotación
inhumana de los naturales y a la “fiera bestia de la codicia” que se ha
enseñoreado de esta tierra. Y como un castigo apocalíptico, añade,
todas las fortunas y todo el oro de las Indias se han vuelto “dinero de
duendes”, y ahora los españoles, España y el rey mismo están más
pobres que antes de que se descubrieran las Indias.63
Charles Gibson, un historiador moderno que juzga con cierta
acritud la conquista espiritual de la Nueva España, hace un balance
más optimista de sus resultados para la vida mexicana:
Cualquiera que sea la profundidad de las respuestas individuales al
cristianismo, es claro que la Iglesia, al perseguir sus propios fines, alimentó y
preservó las formas comunales de la vida entre los indígenas. Punto tras
punto, los intereses de la comunidad indígena fueron obligados a coincidir
con el cristianismo y a ser expresados en términos cristianos: en las finanzas,
en fiestas y cultos, en las construcciones eclesiásticas, en el trabajo, en las
historias locales, en imágenes, en los nuevos nombres de los pueblos, en
cofradías y en otras muchas maneras. Visto así, el cristianismo aparece como
una fuerza de cohesión, que no siempre desplaza sino que constantemente
pone en vigor y favorece las preferencias indígenas de organización comunal.
Parece probable que los aspectos del cristianismo que contribuyeron a estos
fines fueran los más aceptables a los indígenas, ya que de tantas otras formas
el colonialismo español actuó para destruir la comunidad indígena.6 4
1
Memorial de peticiones de Hernán Cortés a Carlos V, y avisos para la
conservación de los naturales y aumento de las rentas reales, del 25 de julio de
1528: en Documentos, sección V; y Memorial… sobre el repartimiento de los
indios, política pobladora y esclavos…, de ca. 1537, en sección VI.
2 Instrucciones de Carlos V a Cortés sobre tratamiento de los indios, del 26 de
junio de 1523: en Documentos, sección II.
3 Carta reservada de Cortés a Carlos V, del 15 de octubre de 1524: en
Documentos, sección II.
4 Ordenanzas de Hernán Cortés sobre la forma y manera en que los
encomenderos pueden servirse de los naturales que les fueren depositados, de ca.
1524: en Documentos, sección II.
5 François Chevalier, La formación de los latifundios en México. Tierra y
sociedad en los siglos XVI y XVII , trad. de Antonio Alatorre, 2a ed. aumentada,
Fondo de Cultura Económica, México, 1976, cap. I , IV, p. 64.
6 Chevalier, op. cit., cap. IV, i, p. 155. La lista de 1560 procede de Francisco del
Paso y Troncoso, Epistolario de Nueva España, t. IX, pp. 2-43. Chevalier no indica
la fuente de la cifra de ingresos de las encomiendas. Por lo que se refiere a las del
marquesado del Valle, Chevalier (cap. IV, ii, p. 167) dice que en 1560 el
marquesado recibía ingresos por 36 862 pesos; mientras que Bernardo García
Martínez, El marquesado del Valle, cap. VIII , c, p. 146, da, para 1567, 75 623
pesos, con base en el detalle de los bienes que se secuestran al marquesado en
dicho año; doc. en Archivo del Hospital de Jesús, AGN, leg. 122, exp. 6.
Una y otra cifra representan ingresos considerables. Frente a ellas, pueden
recordarse algunos de los gastos conocidos de las expediciones de Cortés
inventariadas: expedición de Cristóbal de Olid a las Hibueras, en 1524, 35 926
pesos (Relación de gastos…: en Documentos, sección II), y expedición de Álvaro de
Saavedra Cerón a las Molucas, en 1527, 40 251 pesos de oro (Relación de gastos...,
1528: en Documentos, sección III). Grandes ingresos y grandes gastos.
7 Silvio Zavala, El servicio personal de los indios en la Nueva España, I, 15211550, El Colegio de México, El Colegio Nacional, México, 1984, cap. I , p. 19.
8 Declaración de los tributos que los indios de Cuernavaca hacían al marqués
del Valle, del 24 de enero de 1533: en Documentos, sección VI.
9 Véase El libro de las tasaciones de pueblos de Nueva España. Siglo XVI ,
Prólogo de Francisco González de Cossío, Archivo General de la Nación, México,
1952.
1 0 Zavala, El servicio personal, ibid.
1 1 Diego de Encinas, Cedulario indiano, t. III, p. 7.
1 2 Lesley Byrd Simpson, The Encomienda in New Spain. The Beginning of
Spanish Mexico, The University of California Press, Berkeley y Los Ángeles, 1950 y
1966, cap. VII . — Silvio Zavala, La encomienda indiana (1935), 2a ed., Biblioteca
Porrúa, 53, Editorial Porrúa, México, 1973, cap. II , p. 57.
1 3 Charles Gibson, Los aztecas bajo el dominio español (1519-1810) (1961), trad.
de Julieta Campos, Siglo XXI Editores, México, 1967, cap. IV, pp. 86-97.
1 4 Pedro Carrasco, “La transformación de la cultura indígena durante la
colonia”, Historia Mexicana, 98, El Colegio de México, octubre-diciembre 1975,
vol. XXV, núm. 2, p. 179.
1 5 Carrasco, op. cit., pp. 82-183.
1 6 Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, “Entrada de los españoles en Tezcuco”,
Apéndice 7 a las Relaciones históricas, Obras históricas, Edición de Edmundo
O’Gorman, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1975, t. I, p.
393.
1 7 Carrasco, op. cit., p. 184.
1 8 Fray Toribio de Benavente o Motolinía, Memoriales..., edición de Edmundo
O’Gorman, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1971, Primera
parte, cap. II , pp. 21-31.
1 9 Fray Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, edición de
Joaquín García Icazbalceta, México, Antigua Librería, Portal de los Agustinos, 3,
1870; ed. facsímil, Biblioteca Porrúa, 46, Editorial Porrúa, México, 1971, lib. I,
cap. XI y lib. IV, cap. XXI .
2 0 Francisco de Solano, Cedulario de tierras. Compilación de legislación
agraria colonial (1497-1820), UNAM, Instituto de Investigaciones Juridicas,
México, 1984, cap. I , pp. 15-16.
2 1 Solano, op. cit., cap. III , p. 87.
2 2 Solano, op. cit., cap. III , p. 76.
2 3 Ibid., p. 77.
2 4 Op. cit., cap. I , pp. 18-22.
2 5 Gibson, op. cit., cap. XIV, p. 415.
2 6 Chevalier, op. cit., cap. IV, II , p. 169, señala que Cortés se apoderó de Atenco,
cerca de Toluca, y que compró tierras en el ingenio de Tuxtla.
2 7 Pleito de Cortés contra Matienzo y Delgadillo por las tierras y huertas,
parte V, Presentación de testigos, 28 de enero y 3 de febrero de 1531: en
Documentos, sección VI.
2 8 Chevalier, op. cit., cap. IV, II , p. 169.
2 9 Solano, op. cit., cap. III , 2, pp. 90-91.
3 0 Solano, ibid., p. 92.
3 1 Ibid., p. 95.
3 2 Bula Intercaetera, texto latino y resumen en español, en Mendieta, op. cit.,
lib. I, cap. III .— Véase Silvio Zavala, La partición del mundo en 1493, Sobretiro de
la Memoria de El Colegio Nacional, t. VI, núm. 4, México, 1969.
3 3 Instrucciones de Diego Velázquez a Hernán Cortés, Santiago de Cuba, 23 de
octubre de 1518: en Documentos, sección 1.
3 4 Real cédula de nombramiento de Cortés como gobernador y capitán
general de la Nueva España, Sevilla, 15 de octubre de 1522, en Documentos,
sección II.
3 5 Cortés, Primera Carta de relación, edición Biblioteca Porrúa, p. 25.
3 6 Segunda Carta de relación, ibid., p. 74.
3 7 Bernal Díaz, cap. LXI .
3 8 Op. cit., cap. LII .
3 9 Op. cit., cap. LXXVII .
4 0 Op. cit., caps. CXXXVI y CXXXVII .
4 1 Robert Ricard, La conquista espiritual de México (1933), trad. de Ángel M.
Garibay K., revisada por Andrea Huerta, Fondo de Cultura Económica, México,
1986, cap. I .— El padre Varillas fue añadido por fray Alonso Remón, en su ed. de
Bernal Díaz (cap. CLXIII ), pero su inclusión fue aceptada por el cronista Antonio
de Fuentes y Guzmán.
4 2 Bernal Díaz, cap. CLXXI .
4 3 Ricard, ibid.
4 4 Ricard, cap. III .— Nancy M. Farris, Maya Society under Colonial Rule. The
Collective Enterprise of Survival, Princeton University Press, 1984, primera parte,
cap. 3, pp. 80-84.
4 5 George Kubler, Arquitectura mexicana del siglo, XVI (1948), trad. de
Roberto de la Torre et al., revisada por Víctor Adib y Marco Antonio Pulido, Fondo
de Cultura Económica, México, 1983, cap. I , p. 36.
4 6 Kubler, op. cit., Introducción, p. 14.
4 7 Ricard, cap. III , II .
4 8 Enciclopedia de México, México, 1973, “Iglesia católica”, t. VII, pp. 116-117.
4 9 Lesley Byrd Simpson, Muchos Méxicos (1941), trad. de L. B. S. y Luis
Monguió, Fondo de Cultura Económica, México, 1977, cap. XV, p. 175.
50 Ricard, apéndice I.
51 Mendieta, lib. III, cap. XXIX.— Fuente general, Ricard, cap. II , II .
52 Mendieta, ibid.— Diego Valadés, Rhetorica christiana, Perugia, 1579, 2 a
parte, cap. 27, pp. 93-96.— John B. Glass, “A census of Middle American Testerian
Manuscripts”, Handbook of Middle American lndians, The University of Texas
Press, Austin, 1975, vol. 14. pp. 281-296.— Ricard, cap. V, II .
53 Ricard, ibid.
54
Véanse Fernando Horcasitas, El teatro náhuatl. Épocas novohispana y
moderna, primera parte, prólogo de Miguel León-Portilla, UNAM, Instituto de
Investigaciones Históricas, México, 1974.— Othón Arróniz, Teatro de
evangelización en Nueva España, UNAM, Instituto de Investigaciones Filológicas,
México, 1979.
55 Miguel Mathes, Santa Cruz de Tlatelolco: la primera biblioteca académica
de las Américas, Archivo Histórico Diplomático Mexicano, núm. 12, cuarta época,
Secretaría de Relaciones Exteriores, México, 1982.
56 Sahagún, Historia general, lib. X, cap. XXVII en español: “Relación digna de
ser notada”.
57 Joaquín Garcia lcazbalceta, “La instrucción pública en México durante el
siglo XVI ” (1882), Obras, t. I, Opúsculos varios, Biblioteca de Autores Mexicanos,
I, Imp. de V. Agüeros, Editor, México, 1896, pp. 163-270.
58 Josefina Muriel, Hospitales de la Nueva España, México, 1956, t. I, p. 37.
59 Hernán Cortés, Testamento, 1547: en Documentos, sección VII, cláusulas IX,
XIV-XVII.
6 0 Muriel, op. cit., caps. VI , VII y XII .
6 1 Silvio Zavala, La “Utopía” de Tomas Moro en la Nueva España, Robredo,
Mexico, 1937, y Recuerdo de Vasco de Quiroga, Editorial Porrúa, México, 1965.—
Muriel, op. cit., cap. V.—F. B. Warren, Vasco de Quiroga y sus hospitales-pueblos
de Santa Fe (1963), trad. de Agustín García A., Universidad Michoacana, Morelia,
1977.
6 2 Mendieta, lib. IV, cap. XLVI .
6 3 Mendieta, ibid.
6 4 Gibson, op. cit., cap. V, p. 137.
IV. MOCEDADES DE CORTÉS Y VIAJE A LAS
INDIAS
Para pobres era mejor ir a las Indias, donde se cogía el oro, que
no a Italia, que solo llevaba puñadas y guerra sangrienta.
FRAY PRUDENCIO DE SANDOVAL
LAS MOCEDADES
El hombre por cuya voluntad se transformó en una nueva nación el
México antiguo, Hernán1 Cortés, nació en la villa de Medellín en la
región de Extremadura, España, en 1485, acaso a fines del mes de
julio.2 Sus padres fueron hidalgos pobres.3 Él, Martín Cortés de
Monroy, originario de Salamanca, había hecho la guerra cuando joven
y era hijo de Hernán Rodríguez de Monroy, de donde le venía el
nombre al nieto. Ella, Catalina Pizarro Altamirano, era “muy honesta,
religiosa, recia y escasa” según Francisco López de Gómara.4 El
mismo historiador refiere que Hernán, hijo único de Martín y
Catalina, criose tan enfermo que estuvo a punto de morir y que lo
salvó su ama de leche, María de Esteban, vecina de Oliva, y una
devoción al apóstol san Pedro.
Algunos de los biógrafos antiguos de Cortés, aficionados a las
genealogías, afirman que su linaje era de origen italiano y aun noble.
El primero que lo señaló, en 1530, fue también su primer biógrafo, el
siciliano Lucio Marineo Sículo, quien escribió acerca de los
antepasados de Cortés: “creo yo que fueron naturales de Italia porque
en Roma yo conocí un varón grande letrado y de noble linaje que se
llamaba Paulo Cortés”. Sículo, quien conoció al conquistador, le
dedicó elogios desproporcionados, como decir que mereció no sólo
ser marqués sino recibir “título y corona de rey”, compararlo con
Hércules, Alejandro Magno, Jasón y Julio César, y afirmar que trajo
más ovejas a la fe de Cristo que los apóstoles, todo lo cual motivó que
su libro fuera prohibido.5 Algo más añadiría a esta prosapia Francisco
Cervantes de Salazar, quien también conoció a Cortés en la corte de
Carlos V y le oyó referir algún episodio de la conquista. Antes de que
el humanista viniera a México, en 1546 le dedicó, en una elogiosa
epístola, su continuación del Diálogo de la dignidad del hombre, del
maestro Fernán Pérez de Oliva. En esta dedicatoria dice que entre los
antepasados de Cortés se contaron dos reyes lombardos, Cortesio
Gilgo y Cortesio Narnes, pero que él ha aumentado su esclarecida
virtud.6 Bartolomé Leonardo de Argensola repite estas noticias y cita
a varios historiadores que afirman que los Corteses lombardos se
establecieron luego en el reino de Aragón.7
Portada de la edición española de la obra de Lucio Marineo Sículo.
Otra ascendencia ilustre, más cercana, es la de don Alonso de
Monroy, maestre de Alcántara, quizás primo de Cortés. Don Martín,
padre del futuro conquistador, peleó junto a él en las guerras civiles.
Como lo ha señalado J. H. Elliott, la figura de don Alonso, según lo
relatan sus biógrafos, es una especie de anticipación de algunos de los
rasgos militares de Cortés. Vivió en el exilio hasta 1511 y ambos
tuvieron el mismo estilo de mando, similares arengas y aun agüeros
semejantes. Cuando fue muerto su caballo, sus seguidores
aconsejaron a Monroy que dejara el combate. No atendió sus
recomendaciones porque “la hora de su infortunio estaba cercana”.
De manera parecida, cuando en una de las batallas contra los
tlaxcaltecas a Cortés se le inutilizaron cinco caballos y yeguas, y los
suyos le pidieron volver porque aquella era mala señal, no aceptó y
siguió adelante “considerando que Dios es sobre natura”. “En tanto
que Monroy se encaminaba al desastre —comenta Elliott—, Cortés
avanzó sin daño. Su hora de infortunio estaba aún lejos”.8
Principio del elogio de Cortés por Lucio Marineo Sículo.
Portada de las Obras que Francisco Cervantes de Salazar ha hecho, glosado y
traducido, Alcalá de Henares, 1546.
Medellín, en los años de las mocedades de Cortés, era un pueblo de
pocos miles de habitantes. Está situado en el centro de Extremadura,
en las márgenes del río Guadiana. La región es fértil en mieses, vides
y frutales, pero se encuentra alejada de las rutas comerciales. Las
ciudades y pueblos mayores de la región, Mérida, Badajoz, Cáceres y
Trujillo, y el famoso monasterio de Guadalupe, distan de Medellín
varias jornadas. En la época romana, el pueblo se llamó Metelium
Caecilia y en el siglo XIV se construyó un castillo-fortaleza en lo alto
de la colina cercana, abandonado y ruinoso desde los años de Cortés.
Ésta es la única construcción señorial del pueblo. A principios del
siglo XIX los franceses invasores aumentaron las ruinas y Medellín
quedó miserable. La modesta casa de la familia Cortés quedó arrasada
entonces, como tantas otras. En el centro del poblado se construyó un
paseo, y al centro de él, en 1919 se erigió el feo monumento existente
a Hernán Cortés, obra de E. Barrón, con tres faltas de ortografía en las
cuatro inscripciones que lleva de batallas famosas en la conquista de
México. La iglesia de San Martín conserva una supuesta pila
bautismal del conquistador.
A los catorce años sus padres enviaron a Hernán a la Universidad
de Salamanca, y en esta ciudad vivió en casa de Francisco Núñez de
Valera, que enseñaba latín en la Universidad y estaba casado con Inés
de Paz, media hermana de su padre. Durante dos años9 aprendió latín
y rudimentos legales. Fray Bartolomé de las Casas, que lo juzgó
siempre con rudeza, dice que “era latino porque había estudiado leyes
en Salamanca y era en ellas bachiller”;10 Bernal Díaz confirma que
“era latino, y oí decir que era bachiller en leyes, y cuando hablaba con
letrados y hombres latinos, respondía a lo que le decían en latín”;11 y
Cervantes de Salazar refiere que en breve tiempo estudió gramática —
o sea latín— y que no siguió el estudio de las leyes, que sus padres
deseaban que hiciera, a causa de unas cuartanas de las que sanó ya de
vuelta en su tierra.12
En los archivos de la Universidad de Salamanca no quedan rastros
del paso de Cortés por ella. Sin embargo, la universidad moderna ha
puesto una placa con inscripción alusiva y un busto que lo reconocen
como hijo de la ilustre casa.
Por enfermedad o poca voluntad para los estudios y escasez de
recursos, volviose a su pueblo con disgusto de sus padres, que lo
querían licenciado. “Bullicioso, altivo, travieso, amigo de armas”, dice
López de Gómara, y enamorado, traía perturbada la casa paterna y el
pueblo, y era preciso encontrarle un destino. Como hidalgo pobre,
escogió el mar y las armas. Entre la posibilidad de ir a Nápoles con
Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, o a las Indias, con
Nicolás de Ovando, designado gobernador de la isla Española y que
era su pariente, eligió esta última, por el mucho oro que de allá se
traía.
Estaba por partir cuando una noche por encontrar una mujer cayó
de una barda, lo atacó un recién casado y tuvo que guardar cama a
consecuencias de la caída y de las antiguas cuartanas recrudecidas.13
Ya sano vagabundeó por algún tiempo, “a la flor del berro” y anduvo
por Valencia. Juan Suárez de Peralta cuenta que el mozo Cortés
determinó irse a Italia y paró en Valladolid, donde estaba la corte, y
durante más de un año se asentó con un escribano y aprendió bien
este oficio.14
Aquellos latines salmantinos le servirían para dar empaque a su
trato con abogados y hombres cultos, y las formas y usos curiales que
aprendió con el escribano le serían de enorme utilidad a quien
debería pasar gran parte de años futuros dictando cartas, relaciones,
memoriales, alegatos, ordenanzas, provisiones e instrucciones.
EN LA ESPAÑOLA
Al fin, a los diecinueve años, en 1504, con la bendición y auxilio de
sus padres, viajó a las Indias en una flota de mercaderías de Alonso
Quintero que, tras una travesía llena de incidentes y peligros, lo llevó
a Santo Domingo, en la isla Española. Creyendo las leyendas que
corrían, quería desde el principio empezar a coger oro. Pronto tuvo
que aceptar que el camino para conseguirlo era largo y azaroso, y
empezó a trabajar y hacer méritos. Como recompensa a la ayuda que
prestó como soldado en la pacificación de algunas regiones de la isla,
sus primeros hechos de armas, el gobernador Ovando le dio algunos
indios en encomienda y la escribanía del ayuntamiento de la villa de
Azua, donde se estableció como colono.
Durante los quince años inmediatos al descubrimiento, es decir
hasta 1507, la isla Española o Santo Domingo fue el único país del
Nuevo Mundo habitado por españoles. Allí existían ya gobierno,
conventos, escuelas y sede episcopal, y de allí salían expediciones
para explorar y conquistar, para poblar y evangelizar.15 El
establecimiento de una nueva sociedad se realizaba a costa de la frágil
población indígena, exterminada por la crueldad y voracidad de la
explotación, y pronto se ideó el recurso de traer de África, como
esclavos, hombres más fuertes capaces de realizar trabajos como los
de las minas y los ingenios de caña de azúcar.
En aquel mundo naciente, donde casi todo parecía permitido o
posible, pero que era demasiado pequeño, pasaría Cortés cerca de
siete años, los de su primera juventud. Refiere Cervantes de Salazar,
como contado por Cortés, que contrastando con las estrecheces en
que vivía como escribano en Azua, el villorrio dominicano, una tarde
soñó “que súbitamente, desnudo de la antigua pobreza, se vio cubrir
de ricos paños y servir de muchas gentes extrañas, llamándole con
títulos de grande honra y alabanza”. Comenta el cronista que así
ocurriría, pues sería llamado teutl, “que quiere decir dios”, por los
señores indios de la Nueva España. Y añade que Cortés, después de su
sueño:
dibujó una rueda de arcaduces: a los llenos puso una letra, y a los que se
vaciaban otra, y a los vacíos otra, y a los que subían otra, fijando un clavo en
los altos. Afirman los que vieron el dibujo, por lo que después le acaeció, que
con maravilloso aviso y sutil ingenio pintó toda su fortuna y suceso de vida.
Hecho esto, dijo a ciertos amigos suyos, con un contento nuevo y no visto, que
había de comer con trompetas o morir ahorcado, e que ya iba conociendo su
ventura y lo que las estrellas le prometían.1 6
Pocos años después de este sueño, Nicolás Maquiavelo anotó que
“si de la fortuna depende la mitad de nuestros actos, los hombres
dirigimos cuando menos la otra mitad”.17 Creo que Cortés compartía
la misma idea. Pero si tenía tan clara la prefiguración de su fortuna,
sorprende la paciencia con que esperó, alrededor de diez años, la
primera coyuntura favorable. Acaso comprendía que, en aquellos
años oscuros de La Española y de Cuba, los únicos cangilones de la
noria que podía llenar eran los de ganarse el favor de los poderosos y
hacerse de bienes que lo apoyaran; y estar al acecho de su
oportunidad.
Cortés y doña Marina pintados en la iglesia de San Andrés Ahuahuaztepec,
Tlaxcala.
En la expedición que organizaron Diego de Nicuesa y Alonso de
Hojeda, en noviembre de 1509, para conquistar y colonizar las
regiones de Tierra Firme y el Darién, en que Francisco Pizarro fue
como soldado, iba a participar también Cortés. Impidióselo un tumor
que sufría en el muslo derecho y se extendía hasta la pantorrilla.
Según el autor del De rebus gestis, los expedicionarios lo aguardaron
tres meses y al fin partieron sin él.18
EN CUBA
El mismo año de 1509, Diego Colón, hijo del descubridor, fue
nombrado para sustituir a Ovando en el gobierno de La Española, y
recibió el título de virrey almirante, heredado por mayorazgo de su
ilustre padre. Y en 1511 don Diego decidió encargar la conquista de la
vecina isla de Cuba, que sólo había sido reconocida por Sebastián de
Ocampo en 1508, al capitán Diego Velázquez, soldado veterano con
larga residencia en La Española. Velázquez era amigo de Cortés y lo
persuadió para que lo acompañase en esta empresa. La conquista de
Cuba no requirió grandes hazañas; y al vencer las escasas resistencias
de los indígenas, Cortés comenzó a distinguirse como el soldado más
eficaz y prudente para arreglar cuantos negocios se ofrecían. El obeso
capitán Diego Velázquez todo lo ejecutaba por medio de Hernán
Cortés, que se había vuelto su más cercano amigo, a quien confiaba
los asuntos difíciles.
El alcázar de don Diego Colón en Santo Domingo.
Al principio de su estancia en Cuba, Cortés fue uno de los
secretarios de Velázquez; el otro, refiere Las Casas, era Andrés de
Duero, “tamaño como un codo, pero cuerdo y muy callado y escribía
bien”.19 Más tarde, ya pacificada la isla, Cortés se avecindó en
Santiago de Baracoa, primera población y capital, de la que fue
nombrado alcalde y donde crió vacas, ovejas y yeguas, y organizó la
extracción de oro, con lo que obtuvo alguna fortuna.
Sobrevino luego, hacia 1514, el primer altercado con Velázquez.
Según Las Casas, Cortés se asoció con un grupo de descontentos
contra el adelantado, que querían hacer llegar sus quejas a jueces de
apelación recién llegados, y escogieron a Cortés como más osado para
llevar sus papeles. Súpolo Velázquez, quien hizo prender a Cortés y
quería ahorcarlo. Del navío en que lo tenía preso para enviarlo a La
Española, se escapó en el batel y fue a refugiarse a la iglesia; pero
cuando paseaba fuera del templo, volvieron a apresarlo hasta que
Velázquez —tras un gesto de audacia de Cortés, que lo sorprendió en
su habitación para sincerarse— lo perdonó, aunque ya no lo tomó por
el momento a su servicio.20 Luis de Cárdenas relató a Carlos V que,
por estos días, Cortés fue condenado a recibir cien azotes, lo que no
parece haberse efectuado.21 López de Gómara cuenta otra versión
poco verosímil del apresamiento de Cortés. Juan Xuárez, granadino,
había llevado a Santo Domingo tres o cuatro hermanas suyas, que
eran “bonicas”, y a su madre para que casaran con hombres ricos.
Debieron pasar a Cuba. “Por haber allí pocas españolas, las festejaban
muchos”. Cortés cortejaba a Catalina y Velázquez a otra Xuárez “que
tenía ruin fama” y con la que no se casaría; Cortés no quería cumplir
la supuesta promesa de boda con Catalina y Velázquez, empujado
además por los malquerientes de Cortés, lo puso preso y lo metió en
el cepo del que escapó.22
Luego, las versiones vuelven a acordarse. Cortés sí casó con
Catalina Xuárez, Juárez o Suárez Marcaida, y Velázquez fue su
padrino; el adelantado lo nombró alcalde de Santiago de Baracoa y,
cuando Cortés tuvo su primera hija,23 Velázquez fue de nuevo su
padrino y ahora compadre.
Acerca del matrimonio de Hernán Cortés y Catalina Xuárez,
realizado en Cuba hacia 1514 o 1515, poco se sabe. Catalina había
pasado de la Española a Cuba como “moza” de María de Cuéllar,
mujer con quien casó Diego Velázquez; era pobre, apenas tenía qué
vestirse y no aportó ninguna dote ni llegó a tener hijos. Además,
como lo dirá el propio Cortés, “no era mujer industriosa ni diligente
para entender en su hacienda ni granjearla ni multiplicarla en casa ni
fuera de ella, antes era mujer muy delicada y enferma y que no se
levantaba de un estrado a la continua”.24
Con todo, en sus primeros años de casado, Cortés parece haber
sido feliz con ella. Las Casas refiere que Cortés le dijo “que estaba tan
contento con ella como si fuera una duquesa”;25 traicionero elogio.
Luego, en el torbellino de los acontecimientos que se sucedieron a
partir de 1518, el conquistador parece haber olvidado que estaba
casado y había dejado mujer en Cuba. Cuando ya se había
conquistado la ciudad de México y Cortés era poderoso, en 1522 ella
vino a recordárselo, con la mala fortuna que se conoce.
El autor del De rebus gestis, que se supone ser López de Gómara,
cuenta una anécdota de Cortés que muestra sobre todo su intrepidez
personal y su condición de buen nadador, algo rara en esta época.
Durante estos años de Cuba, Cortés solía ir de las bocas de Bani a
Santiago de Baracoa, para ver a sus indios que trabajaban en la
extracción del oro y a los que labraban sus campos y cuidaban sus
ganados. En uno de estos viajes, que al parecer hacía solo y en una
pequeña barca, lo sorprendió un temporal que estaba arreciando. La
fuerza de los vientos lo alejaba de Puerto Escondido, a donde
intentaba llegar, y no se atrevía a mudar de rumbo porque la canoa se
volcaría. La noche cerraba y vino una marejada cuya fuerza hacía
inútiles los remos. Quitose la ropa y aún intentó remar con toda su
fuerza para contrarrestar el empuje de las olas. Volcose al fin la canoa
y Cortés logró asirse de ella, como una alternativa para salvarse si no
pudiera llegar a tierra nadando. El único lugar en que las ásperas
rocas de la costa se interrumpían era Macaguanigua, aún distante.
Cortés seguía luchando contra las olas, asido a la canoa, y comenzó a
dar voces pidiendo auxilio. Oyéronlo unos indios y avivaron el fuego
que habían encedido para que, en la oscuridad nocturna, orientara al
náufrago. Al fin logró acercarse a un lugar accesible y los indios le
ayudaron a salir “cuando estaba ya rendido y casi ahogado, después de
haber resistido tres horas el embate de las aguas”.26
LAS EXPEDICIONES DE HERNÁNDEZ DE CÓRDOBA Y DE
GRIJALVA
En 1517 y 1518 partieron de Cuba dos expediciones que confirmaron
la existencia de un país extenso y rico al oeste de la isla. La primera,
capitaneada por Francisco Hernández de Córdoba y guiada por el
piloto Antón de Alaminos, que había sido grumete de Colón, y entre
cuyos soldados venía Bernal Díaz del Castillo, descubrió en la
península de Yucatán —ya registrada por exploradores previos—27
una ciudad maya, de civilización más avanzada que las encontradas
hasta entonces en las Indias. Allí capturaron a dos indios, llamados
Julianillo y Melchorejo, que servirían luego como intérpretes del
maya. Costeando la península, desembarcaron en busca de agua en
Campeche, y en Potonchán o Champotón, que llamarían Costa de la
Mala Pelea, los rechazó el cacique Moxcoboc, acaso adiestrado por
Gonzalo Guerrero, uno de los españoles que quedaron cautivos en
aquellas tierras en una exploración de 1511, quien les infligió una
sangrienta derrota. Perecieron unos cincuenta españoles y quedaron
heridos todos los demás, incluso Hernández de Córdoba y Bernal
Díaz.28
Al año siguiente de esta expedición, el adelantado Velázquez
organizó otra, que puso al mando de su pariente Juan de Grijalva con
el propósito de proseguir la exploración de Yucatán. Con él iba el
piloto Alaminos y varios futuros conquistadores, Alvarado, Montejo,
de nuevo Bernal Díaz, el clérigo Juan Díaz, que escribiría el Itinerario
del viaje, y Julianillo, el indio intérprete. Descubrieron la isla de
Cozumel, recorrieron la costa este de Yucatán, y volviendo por el
litoral norte, tuvieron otro encuentro con los bravos indios de
Campeche; llegaron a la Boca de Términos, que el piloto Alaminos
consideró que era un estrecho que hacía de Yucatán una isla, y
prosiguieron costeando por tierras desconocidas; encontraron las
desembocaduras de los ríos Usumacinta y del Tabasco, que llamarían
Grijalva, el puerto de Coatzacoalcos y Papaloapan. En el río de
Banderas, cerca de San Juan de Ulúa, Grijalva recibió mensajeros de
Motecuhzoma con el más valioso regalo hasta entonces visto,29 y otra
vez, como en Tabasco, oyeron los nombres de Colúa o Culúa y
México, la tierra poderosa y rica que se encontraba más allá, y de
Motecuhzoma, su señor, que enviaba aquellos dones.
Llegada de Juan de Grijalva a Chalchicuecan. Códice Durán.
Grijalva decidió enviar a Alvarado para que llevase a Cuba los
presentes de Motecuhzoma y los soldados heridos. Mientras tanto, el
impaciente Velázquez ya había despachado en otra nave a Cristóbal de
Olid en busca de aquella expedición tanto tiempo ausente. Los de
Grijalva aún siguieron reconociendo hacia el norte la costa del Golfo
hasta la región del Pánuco, y luego volvieron a Cuba por la misma
ruta.30 Grijalva fue mal recibido y aun afrentado por Velázquez
“porque no había quebrantado su instrucción y mandamiento en
poblar la tierra”, comenta Las Casas, quien agrega que habiendo
quedado muy pobre, Grijalva se fue a Tierra Firme, donde
desgobernaba Pedrarias de Ávila, y éste lo envió a Nicaragua, donde,
en el Valle de Ulanché, lo mataron los indios.31
Mapa de las exploraciones de Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva.
En Jesús Amaya Topete Atlas mexicano de la conquista, Fondo de Cultura
Económica, México, 1958.
LOS NARANJOS DE BERNAL DÍAZ
En el párrafo final de su relato de esta expedición de Grijalva, en la
que participó, cuenta Bernal Díaz un hecho muy interesante para la
historia de la agricultura mexicana, ya que él, hacia 1518, parece
haber sido el introductor del cultivo de las naranjas en México. Se
refiere a tierras entre Tonalá y Coatzacoalcos, y dice lo siguiente:
Cómo yo sembré unas pepitas de naranja junto a otra casa de ídolos, y fue de
esta manera: que como había muchos mosquitos en aquel río, fuímonos diez
soldados a dormir en una casa alta de ídolos, y junto a aquella casa los
sembré, que había traído de Cuba, porque era fama que veníamos a poblar, y
nacieron muy bien, porque los papas de aquellos ídolos los beneficiaban y
regaban y limpiaban desque vieron que eran plantas diferentes de las suyas;
de allí se hicieron de naranjos toda aquella provincia. Bien sé que dirán que
no hacen al propósito de mi relación estos cuentos viejos, y dejarlos he.3 2
Este párrafo fue tachado por Bernal Díaz al hacer la revisión de su
Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. ¿Lo hizo
sólo para mantener la congruencia de la exposición o tenía otras
razones?
CRONOLOGÍA (TENTATIVA) DE ESTA ETAPA
1485
Nace Hernán Cortés en Medellín, Extremadura. ¿Fin
del mes de julio?
1499
Va a Salamanca a estudiar en la Universidad. Aprende
algo de latín y rudimentos legales.
1500/1501
Abandona los estudios y vuelve a Medellín.
Ca.1502/1503Va a Valladolid y aprende el oficio de escribano.
1504
Viaja a Santo Domingo en la flota de Alonso Quintero.
Soldado en la pacificación de alguna región de la isla.
Escribano en la villa de Azua.
1509
Sufre un tumor en el muslo derecho que le impide ir a
la expedición a Tierra Firme y el Darién de Diego de
Nicuesa y Alonso de Hojeda.
1511
Va con Diego Velázquez a la conquista de Cuba.
Secretario de Velázquez. Alcalde de Santiago de
Baracoa. Tiene crías de vacas, ovejas y yeguas, y
organiza la extracción de oro.
1514
Altercado con Velázquez. Cortés es apresado y escapa.
1514/1515
Casa con Catalina Xuárez Marcaida. Cumple treinta
años.
1517
8 de febrero Sale de Santiago de Cuba la expedición de Francisco
Hernández de Córdoba que descubre Yucatán,
Campeche y Champotón. Después va a la Florida.
1518
18 de abril
Sale de Santiago de Cuba la expedición de Juan de
Grijalva. Toca Cozumel, Champotón, Boca de Términos
(Puerto Deseado); los ríos Grijalva (Tabasco), Tonalá,
Coatzacoalcos, Papaloapan y Banderas; San Juan de
Ulúa, la sierra de Tuxpan y Cabo Rojo. Vuelve a
Santiago de Cuba hacia el 15 de noviembre.
23 de
octubre
Instrucciones de Velázquez a Cortés, a quien nombra
capitán de una nueva expedición para reconocer tierras
mexicanas.
1
Hernán, Hernando, Fernando son el mismo nombre en español. Fernando se
firmaba él mismo y lo prefería Francisco López de Gómara; Hernando le llamaba
Bernal Díaz; Fernando o Hernando los documentos oficiales; y Hernán, con
apócope familiar, lo llama la posteridad.
2 Los biógrafos antiguos de Cortés se limitan a consignar el año de 1485. El
único documento que agrega “en fin del mes de julio” es la Relación de la salida
que don Hernando Cortés hizo de España para las Indias la primera vez,
atribuible a López de Gómara, de c. 1552 (veáse en Apéndice a los Documentos).—
Julio le Riverend, sin indicar fuente y acaso por lo de Lutero que se menciona en
seguida, dice “quizás el 10 de noviembre”: “Estudio final”, Cartas de relación de la
conquista de América, Colección Atenea, Editorial Nueva España, México, t. II, p.
611.— Otra fecha posible es el 30 de mayo, día de San Fernando.
Gabriel Lobo Lasso de la Vega, en su poema épico Primera parte del Cortés
valeroso y Mexicana (Madrid, 1588), cuya segunda versión se llama Mexicana
(Luis Sánchez, Madrid, 1594), fue el iniciador de una falsedad muy repetida, la de
afirmar que, para salvar a la Iglesia, Cortés nació:
… en el año mismo que Lutero,
monstruo contra la Iglesia, horrible y fiero
(XIII, 5)
Lo cual repetirán, pocos años más tarde, Antonio de Saavedra Guzmán, en El
peregrino indiano, añadiendo lo del día:
Cuando nació Lutero en Alemania
nació Cortés el mismo día en España
(III)
y en el siglo XVIII Nicolás Fernández Moratín en “ Las naves de Cortés
[destruidas]”, poema en el cual dice el príncipe infernal:
Mas ¡ay! que ese adalid, el mismo día
que nacer vimos al sajón Lutero,
nació también, para la afrenta mía.
Todo lo cual es falso porque, mientras que Cortés nació en 1485, sin que se
conozca el día, Lutero, según los recuerdos de su madre, nació el 10 de noviembre
de 1483, víspera de San Martín.
La especie pasó a los historiadores y la repitió fray Gerónimo de Mendieta en su
Historia eclesiástica indiana (lib. Ill, cap. I ), de donde la copió fray Juan de
Torquemada en su Monarquía indiana (prólogo al lib. IV).
He aquí algunos hechos ocurridos en 1485: Bartolomé Díaz dobla el cabo de
Buena Esperanza. Cristóbal Colón en España. Florecen los poelas de la época de
los Reyes Católicos: Íñigo de Mendoza, Pero Mexía y Ambrosio Montesino.
Inocencio VIII (1484-1492), 212° papa. Carlos VIII (1483-1498), rey de Francia;
Ricardo III y luego Enrique VII reyes de Inglaterra. Termina la Guerra de las
Rosas. Juan II rey de Portugal.— En el México antiguo: año VI, calli: Tízoc, señor
de México-Tenochtitlán. Nezahualpilli, señor de Tezcoco y Chimalpopoca, señor
de Tacuba. Muere Cuauhpopoca, señor de Coatlinchan, y le sucede Xoquitzin.
Nezahualpilli casa con Xoxocotzin y luego con su hermana Xocotzincatzin,
sobrinas de Tízoc.— En el Perú antiguo: Tupac Inca Yupanqui, 11° inca (14711493).
Y algunos contemporáneos: Fernando de Rojas. Garcilaso de la Vega (15031536). Antonio de Guevara (1480-1545). Nicolás Maquiavelo (1469-1527).
Francesco Guicciardini (1483-1540). Leonardo da Vinci (1452-1519). Michelangelo
Buonarotti (1475-1564). Tiziano Vecellio (1477-1576). Giorgione da Castelfranco
(1477-1511). Rafael de Urbino (1483-1520). Hieronymus Bosch (?-1516).
3 Fray Bartolomé de las Casas precisó: “hijo de un escudero que yo conocía,
harto pobre y humilde, aunque cristiano viejo y dicen que hidalgo”: Historia de las
Indias, lib. III, cap. XXVII .— La magra hacienda de los Cortés en Medellín ha sido
calculada: un molino a orillas del río Ortigas, un colmenar al sur de Medellín y una
viña en el pago de la Vega, entre el Guadiana y el camino de Don Benito. Esto le
produciría al año a don Martín y a doña Catalina sesenta fanegas de trigo el
molino, nueve fanegas de trigo de renta, veinte arrobas de miel, ciento cincuenta
arrobas de trigo y cerca de veinte arrobas de uva, lo cual significaría unos cinco mil
maravedís anuales: Celestino Vega, “La hacienda de Hernán Cortés en Medellin”,
Revista de Estudios Extremeños, Badajoz, 1948.— Como término de comparación,
puede recordarse que el salario anual más bajo de la marinería, el de paje,
ascendía por esos años a 9 000 o 10 000 maravedís, que sólo equivalen a 36 pesos.
4 López de Gómara, Conquista de México, cap. I .
5 Lucio Marineo Sículo, De rebus Hispaniae memorabilibus libri XXV, Alcalá
de Henares, 1530.— Versión española: De las cosas memorables de España, Alcalá
de Henares, 1530, ff. CCVIII -CCXI , V.— Reproducción facsimilar de esta vida de
Cortés en: Carlos Sanz, Bibliotheca Americana Vetustissima, últimas adiciones,
vol. II, Librería General de Victoriano Suárez, Madrid, 1960, pp. 1340-1347.—
Miguel León-Portilla ha hecho una nueva edición de esta biografía, con estudio
preliminar, en Historia 16, Madrid, abril de 1985, pp. 95-104, reproducida en Mar
Abierto. Revista de ambos mundos, México, primavera 1985, con sobretiro.
6 Francisco Cervantes de Salazar, “Al muy ilustre señor don Hernando Cortés…
”, Obras que… ha hecho, glosado y traducido... Alcalá de Henares, en casa de
Juan de Brocar, 1546, sin folio.— Véase en Documentos, apéndice, sección VIII.
7
Bartolomé Leonardo de Argensola, Conquista de México, introducción y notas
de Joaquín Ramírez Cabañas, Editorial Pedro Robredo, México, 1940, cap. v, pp.
79-80.
8 Alonso Maldonado, Hechos del maestre de Alcántara don Alonso de Monroy,
ed. A. Rodríguez Moñino, Madrid, 1935, p. 106.— J. H. Elliott, “The mental world
of Hernán Cortés”, Transactions of the Royal Historical Society, Londres 1967,
quinta serie, vol. 17, p. 47-48.— La frase de Cortés en segunda Relación, ed.
Biblioteca Porrúa, p. 43.
9 De rebus gestis Ferdinandi Cortesii (Vida de Hernán Cortés), atribuida a
López de Gómara, c. 1552: Véase en Apéndice a los Documentos.
1 0 Las Casas, ibidem.
1 1 Bernal Díaz, cap. CCIV.
1 2 Francisco Cervantes de Salazar, Crónica de Nueva España, lib. II, cap. XV.
1 3 López de Gómara, Conquista de México, ibid.
1 4 Juan Suárez de Peralta, Tratado de las Indias (1589), cap. VII .
1 5 Pedro Henríquez Ureña, La cultura y las letras coloniales en Santo
Domingo, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires,
Instituto de Filología, Buenos Aires, 1936, cap. I , pp. 10-11.— Véase, además, Carl
Ortwin Sauer, Descubrimiento y dominación española del Caribe, trad. de Stella
Mastrangelo, FCE, México, 1984.
1 6 Cervantes de Salazar, op. cit., lib II, cap. XVI .
1 7 Nicolás Maquiavelo, El príncipe, cap. XXV, trad. de José Sánchez Rojas.
1 8 De rebus gestis: Véase en apéndice a los Documentos. — Cervantes de
Salazar, en su Crónica de Nueva España (lib. II, cap. XV), escribe al respecto:
“decían sus amigos que eran las bubas, porque siempre fue amigo de mujeres, y las
indias, mucho más que las españolas, inficcionan a los que las tratan”.— Eulalia
Guzmán cree también que el padecimiento de Cortés eran bubas sifilíticas que le
afectaron los huesos de la pierna: “Prólogo” a Relaciones de Hernán Cortés a
Carlos V sobre la invasión de Anáhuac, México, 1958, t. 1, p. XCIV.— En una
pintura al óleo del siglo XVIII que se encuentra en la sacristía de la iglesia de San
Andrés Ahuahuaztepec, Tlaxcala, hay retratos de Cortés y la Malinche, muy
hermosa, en que aparece el conquistador con la pierna y el pie izquierdos
deformados. Esta imagen, si no es falla del pintor, puede documentar la
interpretación grotesca de Cortés hecha por Diego Rivera en los murales del
Palacio Nacional. La pintura ha sido reproducida por Jorge Gurría Lacroix en
“Itinerario de Hernán Cortés”, Artes de México, núm. 111, México, 1968, y
Ediciones Euroamericanas, México, 1973.— Véase resultado del examen
anatómico de los huesos, en cap. XXIII , n. 22.
1 9 Las Casas, ibid.
2 0 Ibid.— En De rebus gestis (en Documentos, sección VIII, apéndice) se refiere
minuciosamente la historia de este supuesto complot en que se involucró a Cortés.
2 1 “Carta de Luis de Cárdenas al emperador”, ca. 1528, CDIAO, t. XL, pp. 273 y
ss.— Véase noticia sobre Cárdenas en su Memorial contra Cortés, del 15 de julio de
1528, nota 5: en Documentos, sección V.
2 2 López de Gómara, Conquista de México, cap. IV.
2 3 La noticia de que Velázquez apadrinó la boda de Cortés con Catalina, y de la
alcaldía, en Bernal Díaz, caps. XIX y XX.— Respecto a la primera hija o hijo de
Cortés, Las Casas (ibid) ignora si lo tuvo con Catalina o con otra mujer, aunque
dice que Velázquez fue también el padrino. Cervantes de Salazar afirma que
Cortés “no tuvo [de Catalina]) hijo alguno” (Crónica, lib. II, cap. XVIII ). Como lo
supone Henry R. Wagner (The Rise of Fernando Cortés, The Cortés Society, Los
Ángeles, 1944, cap. II , pp. 25 y n.1), creo que la madre de esta primera hija de
Cortés fue la “señora cubana” Leonor Pizarro, acaso pariente suya, quien luego
pasó a México y casó con Juan de Salcedo o Saucedo. La hija se llamó Catalina
Pizarro, como la madre del conquistador, y debió de ser la primogénita. Si fue la
que Velázquez apadrinó, nacería en Cuba hacia 1514 o 1515. Pero esta Catalina, en
una probanza de 1550 contra su madrastra doña Juana de Zúñiga (Publicaciones
del Archivo General de la Nación, VII, La vida colonial, México, 1923, p. 20), dice
que nació en Nueva España. Su condición de primogénita explica que fuese la hija
preferida y que su padre la hiciese legitimar en 1529, junto con sus medios
hermanos Martín y Luis. Véanse las cláusulas XXV a XXXII del Testamento, en
Documentos, sección VII.
2 4 Interrogatorio presentado por Cortés en el juicio por gananciales: “Probanza
en la causa seguida por doña María de Marcayda en contra de Cortés y sus
descendientes”: Archivo General de la Nación, Documentos inéditos relativos a
Hernán Cortés y su familia, México, 1935, p. 46, y en Documentos, sección IV.
2 5 Las Casas, ibid.
2 6 De rebus gestis, op. cit.
2 7 Los primeros contactos con tierras mexicanas se deben a Juan Díaz de Solís y
Vicente Yáñez Pinzón en 1506; y a un grupo de navegantes enviados por Vasco
Núñez de Balboa en 1511 que llegó a Yucatán, y del cual los indios apresaron, entre
otros que murieron, a Gonzalo Guerrero, padre de los primeros mestizos
mexicanos, y a Gerónimo de Aguilar, luego rescatado e intérprete de Cortés.
2 8 Bernal Díaz, cap. IV.
2 9 López de Gómara, cap. VI , consigna una lista del “rescate que hubo Juan de
Grijalva”, con muchas piezas de oro de las que dice que “valía más la obra de
muchas de ellas que no el material”.
3 0 Bernal Díaz, caps. VIII -XVI .— De rebus gestis.— Juan Díaz, “Itinerario de
Juan de Grijalva”, texto italiano y traducción por Joaquín García lcazbalceta,
Colección de documentos para la historia de México, México, Librería de J. M.
Andrade, 1858, t. I, pp. 281-308.
31
Las Casas, op. cit., lib. III, cap. CXIV.
Bernal Díaz, cap. XVI .— Argensola, Conquista de México, ed. citada, cap. IV,
p. 65, repite esta historia sobre los naranjos de Bernal Díaz, la cual pudo tomar del
manuscrito de la Historia verdadera que consultó.— (El presente autor tenía la
impresión de que entre el múltiple y muy curioso inventario de iniciadores —del
trigo, de las vides, de la caña de azúcar, del cáñamo, de las verduras y aun de la
cerveza, entre otros— que hay en el Diccionario autobiográfico de conquistadores,
de Icaza, tenía señalado a otro introductor de los naranjos en México. No lo
encontró. Quede el título a Bernal Díaz del Castillo.)
32
V. LA EXPEDICIÓN A MÉXICO
Estas cosas y las semejantes antes han de ser hechas que pensadas.
Hernán Cortés a Diego Velázquez, al despedirse.
Nunca jamás hizo capitán con tan chico ejército tales hazañas.
FRANCISCO LÓPEZ DE GÓMARA
VELÁZQUEZ ELIGE CAPITÁN A HERNÁN CORTÉS
Aquellas noticias de un vasto imperio llamado Colúa o Culúa, México,
del que Pedro de Alvarado había traído noticias y muestras de sus
riquezas, y que estaba tan cerca de Cuba, avivaron la imaginación y la
codicia de Diego Velázquez. Y antes de que Juan de Grijalva regresara,
el adelantado comenzó a proyectar otra armada más poderosa y con
capitán más decidido, para explorar aquella tierra.
Lo primero era pedir licencia para esta expedición a los padres
jerónimos que residían en La Española, a cuyo poder de gobernadores
estaban sujetas las autoridades de Cuba, y mandó para ello a Juan de
Saucedo, quien logró obtenerla. Al mismo tiempo, Velázquez envió al
rey Carlos, futuro Carlos V, con su capellán Benito Martín, ciertas
piezas de oro; y la solicitud de que se le concediera autorización para
esta conquista la dirigía a su protector Juan Rodríguez de Fonseca,
entonces presidente del Consejo de Indias.1
Sin esperar la última respuesta, Velázquez se dio a buscar al
capitán adecuado. Unos proponían a Vasco Porcallo, pero Velázquez
decía que era atrevido y se le alzaría con la empresa; otros sugerían a
Agustín o Baltasar Bermúdez o a Antonio Velázquez Borrego, pariente
del gobernador; los soldados se inclinaban por Juan de Grijalva, “pues
era buen capitán y no había falta en su persona y en saber mandar”,
escribe Bernal Díaz. Y este mismo cronista refiere que Andrés de
Duero, secretario de Velázquez, y el contador Amador de Lares,
quienes secretamente se habían asociado con Cortés, indujeron al
gobernador a que nombrase capitán general de la armada proyectada
a Hernando Cortés, ponderándole que era muy esforzado, que sabía
mandar y ser temido, “que le sería muy fiel en todo lo que le
encomendase” y que, además, era su ahijado. Accedió Diego
Velázquez, y el secretario De Duero hizo las provisiones “de muy
buena tinta y como Cortés las quiso, muy bastantes”.2
¿QUIÉNES PAGARON LOS GASTOS DE LA ARMADA?
Ya nombrado capitán general y todavía alcalde de Santiago, Cortés
comenzó a hacer grandes preparativos, a comprar naves, pertrechos y
bastimentos, a invitar amigos, a contratar soldados y a endeudarse
cuando no tenía más dinero ni joyas disponibles. Respecto a este
punto, de cuánto contribuyó Velázquez y cuánto Cortés para el pago
de los gastos de la armada, habrá muchas opiniones discrepantes.
López de Gómara dice que Velázquez propuso a Cortés que armasen a
medias;3 Las Casas lo refuta diciéndole que es inconcebible que
Velázquez le ofreciese 2 000 castellanos de oro a quien gastaba 20
000 en el despacho de esta flota.4 El mismo Velázquez, en la carta
que escribe un año más tarde al licenciado Figueroa, para que
denuncie a Sus Majestades los hechos,5 da a entender que él,
Velázquez, fue el único armador del contingente de 600 hombres,
además de delatar el supuesto envío oculto de un gran tesoro de oro y
riquezas que llevaban a España Francisco de Montejo y Alonso
Hernández Portocarrero, procuradores de Cortés, quien despachaba
aquel tesoro a Carlos V con un minucioso inventario.6 Y estos
mismos procuradores, en una información jurada que hicieron en La
Coruña, en la primavera de 1520, declararon, el primero, que Cortés
contribuyó con 5 000 castellanos, de los cuales 2 000 se los prestó
Velázquez, y siete navíos; y que Velázquez puso 1 800 castellanos y
tres navíos, más cargas de pan, tocino y puercos. Y Hernández
Portocarrero, para dejar las minucias, declaró que Cortés puso en
aquella armada “más de las dos partes della e que la otra parte” la
puso Velázquez.7 Y aún sobre el mismo asunto Juan Ochoa de
Lejalde, a nombre de Cortés, organizó en octubre de 1520 una
probanza, que firmaron los conquistadores prominentes, en la que,
respondiendo a 42 preguntas, atestiguaron cuánto gastó y se endeudó
Cortés en la organización de aquella armada.8
LOS PREPARATIVOS
A lo largo de casi cuatro meses, entre la fecha de las instrucciones, 23
de octubre de 1518, y la de salida, 10 de febrero de 1519, Cortés
desplegó una actividad intensa en la isla de Cuba y en las islas
cercanas, para reunir soldados —entre ellos los cerca de 200 de la
expedición de Grijalva, que ya habían regresado— y marinos; comprar
cuantas naves había disponibles, repararlas y armarlas, así como a los
soldados; proveerse de grandes cantidades de objetos vistosos para
los rescates previstos (“rescatar, que es feriar mercería por oro y
plata”, define López de Gómara); reunir 16 caballos y yeguas que
Bernal Díaz describirá;9 alimentar a varios cientos de hombres
durante los meses de espera, y adelantarles pagas, y comprar todos
los alimentos disponibles para la travesía y un periodo largo: vino,
aceite, azúcar, habas, garbanzos, maíz, puercos, carneros, pan de
cazabe, yuca, ajís, gallinas y tocinos.
Velázquez observaba “que la costa de la armada era mucha y el
interés incierto”, “no quería gastar su hacienda”, y “vía el armada tan
adelantada y que Cortés gastaba muy sin duelo y no le pedía nada”,10
por lo que comenzó a tener sospechas y decidió estorbar la salida de
la armada. Cuenta Bernal Díaz que “estaba tan enojado Diego
Velázquez que hacía bramuras, y decía al secretario Andrés de Duero
y al contador Amador de Lares que ellos lo habían engañado con el
trato que hicieron, y que Cortés iba alzado”. Demasiado tarde
prohibió que se le vendiesen alimentos, y demasiado tarde también,
encargó a Diego de Ordaz y Juan Velázquez de León que atajasen la
armada y prendiesen a Cortés. Éste logró atraerlos a su bando, así
como a Francisco Verdugo, pariente del gobernador. Todo logró
esquivarlo el capitán general, y en la villa de la Trinidad reunió sus
naves, soldados, marineros, indios y vituallas, listos para emprender
el viaje.11
Refiere fray Bartolomé de las Casas que cuando Cortés andaba en
una de sus correrías para comprar toda su provisión al carnicero de la
ciudad, avisado el teniente de gobernador Velázquez de que Cortés
estaba ya en los navíos, en la madrugada cabalgó a la playa y a
distancia de un tiro de ballesta dijo a Cortés: “¿Cómo, compadre, así
os váis? ¿Es buena manera esta de despediros de mí?” A lo que
respondió Cortés: “Señor, perdone vuestra merced, porque estas cosas
y las semejantes antes han de ser hechas que pensadas; vea vuestra
merced qué me manda”. Y comenta Las Casas: “no tuvo Diego
Velázquez qué responder, viendo su infidelidad y desvergüenza”12
Itinerario de Hernán Cortés y Pánfilo de Narváez. En Jesús Amaya Topete, Atlas
mexicano de la conquista, Fondo de Cultura Económica, México, 1958.
LA ARMADA DE CORTÉS
El 18 de febrero de 1519 partió de costas cubanas, rumbo a Cozumel,
la expedición al mando de Hernán Cortés. Como los navíos habían
llegado de varios puertos cubanos y la salida fue apresurada y en
secreto, se hizo un alarde provisional en Guaniguanico y otro formal a
la llegada a Cozumel, para contar los efectivos.
Las 11 naves tuvieron por capitanes al mismo Cortés, en la
capitana, y a Pedro de Alvarado, Alonso Hernández Portocarrero,
Francisco de Montejo, Cristóbal de Olid, Diego de Ordaz, Juan
Velázquez de León, Juan de Escalante, Francisco de Morla y un
Escobar; según Bernal Díaz, la última nave tuvo por capitán a Ginés
Nortes, o a Juan de Escalante, según López de Gómara.13
Mapa de la región del Caribe, incluido en la obra de Pedro Mártir de Anglería,
Primera década del Nuevo Mundo, Sevilla, 1511. Es éste el primer mapa español
que se imprimió para representar una parte del Nuevo Mundo. Cabe pensar que
Hernán Cortés pudo haberlo conocido. Miguel León Portilla, Hernán Cortés y la
Mar del Sur, Madrid, 1985.
El recuento de la armada que vino con Cortés a tierras mexicanas
varía según los cronistas. Bernal Díaz recuerda 508 soldados, más
cerca de 100 marineros y 16 caballos y yeguas, en 11 navíos, con 14
cañones, 32 ballestas y 13 escopetas.14 López de Gómara dice que
había 550 españoles, de los cuales eran marineros 50, y añade que la
nao capitana era de cien toneles, otras tres de ochenta a setenta, “las
demás, pequeñas y sin cubierta, y bergantines”; y da noticias de la
bandera que llevó Cortés en esta jornada, “de fuegos blancos y azules
con una cruz colorada en medio, y alrededor un letrero en latín, que
romanzado dice: Amigos, sigamos la cruz; y nos, si fe tuviéremos en
esta señal, venceremos”,15 lema que recuerda el In hoc signo vinces
del emperador Constantino.16 Las Casas repite las mismas cifras que
López de Gómara para el ejército principal; añade que llevaron
también “200 o 300 indios e indias, [y] ciertos negros que tenían por
esclavos”, y precisa que el piloto mayor de la armada era Antón de
Alaminos.17 En cambio, la Carta del cabildo, del 10 de julio de 1519 —
que sustituye a la primera Carta de relación perdida— menciona 12
naves con 500 españoles en el Preámbulo, y 10 carabelas con 400
hombres de guerra, en el texto de la carta, y los mismos 16 caballos y
yeguas. Andrés de Tapia, en su Relación, recuerda que iban 560
personas en 13 navíos.18 En fin, en la Carta del ejército de Cortés al
emperador, de c. octubre de 1520, aparecen 534 firmas, que deben de
incluir a soldados y marineros, y en la que hay ausencias notorias,
como la de Bernal Díaz, que estaba enfermo de calenturas en los días
en que fue escrita esta carta.19 Comenta el cronista fray Francisco de
Aguilar —quien como soldado de Cortés se llamaba Alonso— que
entre los conquistadores “hubo gente de Venecia, griegos, sicilianos,
italianos, vizcaínos, montañeses, asturianos, portugueses, andaluces y
extremeños”.20
Como lo ha comprobado Boyd-Bowman, que examinó la
procedencia de 743 de los compañeros de Cortés y de Narváez, los
más numerosos eran los andaluces (30%), luego los de Castilla la
Vieja (20%), y en tercer lugar los de Extremadura (13%). Siguen los de
León (10.5%), los portugueses, gallegos y asturianos (8%), los vascos
(5%), 23 italianos y 14 de otras nacionalidades.21 Además, vinieron
también con los conquistadores —en éste o en los posteriores grupos
— 12 mujeres, algunas de ellas valerosas en las peleas.22
Considerando los refuerzos que llegan en los meses siguientes, y
antes de la toma de Tenochtitlán, Richard Konetzke23 ha hecho el
resumen siguiente de los soldados de que dispuso Cortés:
Y ya que en los recuentos de efectivos de Cortés se enumeran
soldados, indios, negros, caballos y armas, sorprende que ninguno de
los cronistas señale a los perros. Las únicas menciones que hacen de
ellos los españoles son incidentales: la lebrela que había dejado en
Cozumel la expedición de Grijalva y que encuentran los soldados de
Cortés;24 o el perro cansado que toman por dios los indios en San
Juan de Ulúa.25 Sin embargo, perros feroces, adiestrados para el
ataque, fueron descritos por los cronistas indios desde la llegada de
las huestes a Veracruz, y aparecen pintados en las escenas de la
conquista del Códice florentino, del Lienzo de Tlaxcala y en los
Procesos de residencia instruidos contra Pedro de Alvarado y Nuño
de Guzmán (lám. 4), desgarrando a los indígenas. Y aun se creó para
ello una horrible palabra, el “aperreamiento”.26
El aperreamiento. Pintura indígena reproducida por José Fernando Ramírez en
Proceso de residencia instruido contra Nuño de Guzmán, México, 1847.
¿QUIÉNES ERAN LOS SOLDADOS DE CORTÉS?
Volviendo a los soldados, ¿cómo estaba formado el ejército de Cortés
y con qué especies de hombres? Wagner ha propuesto un buen
esquema27 que puede ampliarse. Formábanlo, apunta, tres clases de
hombres: 1) los hidalgos que tenían encomiendas en Cuba; 2) los
hombres llanos que no tenían nada sino a sí mismos que perder, y 3)
marinos, mecánicos, músicos, muchachos y viejos.
Los hidalgos o semihidalgos, como Pedro de Alvarado, Alonso
Hernández Portocarrero, Francisco de Montejo, Diego de Ordaz y
Cristóbal de Olid, algunos de ellos de nivel social superior al de
Cortés, le causaron problemas, por lo que tuvo que írselos ganando
uno a uno con dineros y concesiones y eran indisciplinados, pero a la
vez, buenos capitanes que se distinguirían en la conquista y en
acciones posteriores.
El segundo grupo fue el apoyo real de Cortés y con esos soldados
hizo la conquista. Fueron hombres que gradualmente ascendieron
por su valentía e inteligencia, como Gonzalo de Sandoval, en primer
lugar, Cristóbal de Olea, Andrés de Tapia, Bernal Díaz del Castillo,
Martín Dorantes, Juan Rodríguez de Villafuerte y tantos otros. Bernal
Díaz, en los capítulos CCV y CCVI y en múltiples pasajes de su Historia
verdadera…, se refiere a algunas de las hazañas y “proporciones” de
sus capitanes y compañeros. De estos retratos, y sobre todo del
resultado conjunto de los hechos de aquellos soldados y capitanes,
queda la impresión de su fuerza e intrepidez y de su eficacia para
afrontar situaciones críticas. Algunos fueron feroces y crueles, como
Alvarado; otros prudentes y bondadosos, como Sandoval, y los hubo
también enfermos e inútiles. Y sorprende también que todos venían
de Cuba, es decir, que eran ya por eso mismo aventureros en busca de
fortuna, hombres sin destino claro que venían a ganárselo.
Dice J. H. Elliott que sería interesante contar con un estudio
sistemático de la visión que tenían del mundo y de los
acontecimientos en que participaban, cada uno de los grupos
profesionales que intervinieron en la conquista.28 Creo que existen
escasos materiales para conocer estas visiones del mundo, pero algo
más puede señalarse, en el caso de México, de las especies de
hombres que hicieron la conquista.
Había unos cuantos soldados de profesión, que habían participado
sobre todo en las campañas de Italia, y otros que habían pasado ya
varios lustros en las islas antillanas e intervenido en las expediciones
anteriores; otros que habían sido antes comerciantes o agricultores;
varios tenían oficios concretos: carpinteros, albañiles, músicos,
barberos-curanderos; parece que sólo el bachiller Alonso Pérez tenía
este semitítulo profesional, y aunque era respetado por sus luces, fue
también un soldado valiente, pues acompañó a Cortés en la
reconquista del gran cu del Templo Mayor, y luego acabaría como
encomendero rico; el mercedario Olmedo y el padre Díaz eran
hombres de iglesia, y algunos, puede suponerse que por algún
conocimiento de escrituras y trámites curialescos, fueron habilitados
como funcionarios: secretarios, contadores, veedores, tesoreros,
alcaldes, regidores y alguaciles, para llenar los cuadros entonces
habituales. No parecía haber analfabetos entre ellos y todos debían
ser, además, soldados.
Los hidalgos o los que se tenían por tales participaban de esa
extraña profesión española a la que distingue el orgullo por su
ascendencia, su aptitud para la guerra y los actos de gran riesgo, su
capacidad de mando y su negación al trabajo personal. Las Indias
fueron un excelente campo para que estos señores —cuya pobreza en
España sólo les consentía la altivez— pudieran realizar tal forma de
vida, gracias a las encomiendas y a las concesiones de tierras. Los
memoriales de méritos y servicios que se recogen en el Diccionario
autobiográfico de conquistadores y pobladores, de Francisco A. de
Icaza, son un buen repertorio de las exigencias, lo mismo de hidalgos
que de plebeyos, de mayores concesiones de indios y de tierras, de
parte de muchos que no tuvieron mayores méritos y que no tenían
oficio ni beneficio, pero que estaban cargados de hijos y deudas y
necesitaban sostener su aparato de casas, caballos, armas y
servidumbre.
Pero este relajamiento o tranformación social ocurriría años
después de la conquista.29 Durante los terribles años de ésta,
hidalgos y plebeyos tuvieron que aprender a hacer la guerra, a
subsistir en una civilización que les era extraña, a sustituir su comida
habitual por la que les ofrecía la tierra, a adoptar algunos de sus
vestidos y protecciones guerreras, a tomar a las indias accesibles, a
curarse con hierbas y unto de indio, a ascender al volcán, a matar sin
piedad a los naturales y a mantener un terror permanente ante la
posibilidad de ser cogidos prisioneros y llevados a un cu para que les
arrancasen el corazón, sus restos fueran echados escaleras abajo y su
cabeza exhibida en el tzompantli.
Las pocas biografías que se han hecho de los conquistadores,
además de las de Cortés, dicen cuál era su ascendencia y refieren
anécdotas de sus mocedades, pero no informan cómo y de qué vivían
en España, antes de decidirse a la aventura de la Indias. Sólo rasgos
aislados tenemos de su pasado. De Pedro de Alvarado, extremeño y
coetáneo de Cortés, se sabe que en su juventud, en Sevilla, hizo
audacias sonadas, como ir y volver por la viga de un andamio, que
sobresalía varios metros de una de las ventanas más altas de la
Giralda. Del buen capitán Juan Velázquez de León se sabe que mató a
un caballero principal en la Española, y que por eso se fue a Cuba y
luego a México. A “un soldado que tenía una mano de menos se la
habían cortado en Castilla por justicia”. “Sancho de Ávila… había
llevado a Castilla de la isla de Santo Domingo cinco mil pesos de oro
que cogió de unas minas ricas, y como llegó a Castilla lo gastó y jugó y
se vino con nosotros, e indios le mataron”, cuenta Bernal Díaz.30 Y
del propio cronista, sabemos que su padre, al que apodaban El Galán,
había sido regidor en su villa de Medina del Campo, aunque nada más
de su vida en España.
Cuanto ignoramos de las mocedades de los conquistadores y de los
móviles que los impulsaron a dejar su tierra y a buscar fortuna en las
azarosas Indias, lo ha revelado Miguel de Cervantes:
Viéndose, pues, tan falto de dineros, y aun no con muchos amigos, se acogió
al remedio a que otros muchos perdidos en aquella ciudad se acogen, que es
el pasarse a las Indias, refugio y amparo de los desesperados de España,
iglesia de los alzados, salvoconducto de los homicidas, pala y cubierta de los
jugadores a quien llaman ciertos [fulleros] los peritos en el arte, añagaza
general de mujeres libres, engaño común de muchos y remedio particular de
pocos.3 1
En cuanto a la remuneración que percibían capitanes, soldados,
marinos y menestrales por sus servicios en la conquista, el convenio
tácito que existía, de ascendencia medieval, era radicalmente diverso
del trato con ejércitos regulares. Cortés era una especie de empresario
independiente que comandaba una banda de aventureros armados.32
A los marinos y menestrales, que se consideraban fuera de la
aventura, se les pagaban salarios regulares,33 al menos en los
primeros meses de la expedición. En cambio, los capitanes y soldados
no percibían salario sino una parte del botín o rescate ganado.
Conforme a los viejos usos, de dicho botín se apartaba inicialmente
un quinto para el rey. Y en la escritura-convenio que se hizo aceptar al
cabildo de Veracruz en 1519,34 Cortés logró que se estableciera, como
decisión tomada por sus soldados, que para compensarlo por sus
gastos, él percibiría, como el rey, otro quinto de los rescates. Esto le
acarrearía resentimientos y críticas acerbas, como la de Luis de
Cárdenas.35 El resto de lo obtenido, a lo que más tarde se agregarían
las encomiendas, se repartía entre capitanes y soldados en
proporciones cuya injusticia y capricho también se censuró. Además,
tanto durante los preparativos de la expedición como en los años de
guerra, el capitán-empresario se hacía cargo de la comida, armas y
curación de sus soldados, en ocasiones compraba caballos para ellos y
se ocupaba también de los herrajes y aperos de las bestias.36 Y por
supuesto, las naves y sus aparejos, así como el armamento mayor y la
mercería para los rescates, también corrían por su cuenta.
Llegada de Cortés a Chalchicuecan. Códice Durán, cap. XXII .
Considerando todas estas circunstancias, la condición real de sólo
caudillo del capitán general, la actitud levantisca de los capitaneshidalgos, la indisciplina general de aquellos soldados de fortuna y la
fuerza corrosiva de la codicia y el resentimiento, es de admirar que
Cortés lograra galvanizar su ejército en el logro de un objetivo y
disciplinarlo razonablemente para lograr con él la realización de una
enorme empresa.
“Nunca jamás hizo capitán con tan chico ejército tales hazañas, ni
alcanzó tantas victorias ni sujetó tamaño imperio”, comenta
Francisco López de Gómara.37
LAS INSTRUCCIONES DE DIEGO VELÁZQUEZ
Cortés llevaba consigo una copia de las Instrucciones que le había
dado Diego Velázquez, como “adelantado e gobernador de las islas e
tierra nuevamente por su industria descubiertas”. A pesar de su
rompimiento con él, aquel documento le estaba dirigido en nombre
del rey y seguía rigiéndolo para la expedición que iniciaba. ¿Qué le
ordenaba?
Acerca de estas Instrucciones,38 las cuestiones más debatidas
serán si autorizaban o no a Cortés para el poblamiento de las nuevas
tierras, quién había sido el organizador y pagador de la armada, y si
Velázquez reservaba o no para sí el oro que se recibiera de rescates.
Además de estos puntos, de los que ya ha sido considerado el
segundo, con sus pros y contras, hay en estas Instrucciones otros
aspectos que merecen comentarse.
Cuando Velázquez decide enviar la expedición capitaneada por
Cortés, acababa de sufrir dos descalabros graves en su intento por
explorar y “conocer el secreto” de la tierra grande y rica que llamaban
Ulúa o Culúa. La expedición de Hernández de Córdoba de 1517 había
sido casi aniquilada; y la de Grijalva, de 1518, seguía en parte sin
regresar. Ante estos dos tropiezos, lo que más parece interesarle al
prudente Velázquez es que esta tercera expedición no corra riesgos,
que encuentre a Grijalva, que trate a los indios con extrema
prudencia, que procure aplacar su belicosidad, que obtenga el oro de
rescate que pudiere sin riesgo alguno, y que intente averiguar el
“secreto de la tierra”. Todas son, pues, instrucciones para un viaje de
exploración, no de conquista, y de ser posible de ayuda para Grijalva y
su gente. El escribano que copia el documento dice en los
preliminares que dichas Instrucciones son para poblar y descubrir.
Sin embargo, la voz poblar, es decir, conquistar y establecerse en
tierras desconocidas, no se emplea en las Instrucciones de Velázquez.
Si Cortés se hubiese sujetado a estas Instrucciones, hubiera tenido
que rehuir los encuentros guerreros, debiera haberse limitado a
explorar la costa del Golfo y haber vuelto con algún rescate de oro,
pacíficamente obtenido. Lo que no hizo: peleó siempre que los indios
se le opusieron y, a partir de Veracruz, decidió establecer su conquista
en la nueva tierra, esto es, poblar. Lo curioso es que Velázquez parecía
dar por entendido que se le desobedeciera en esto. Refiere Las Casas
que el infortunado Grijalva le contó que, cuando volvió de su larga
expedición, el gobernador “riñó mucho con él, afrentándolo de
palabra… porque no había quebrantado su instrucción y
mandamiento en poblar la tierra, pues toda la gente que llevaba se lo
pedía”.39 Así pues, esperaba que Cortés conquistase y poblase la
nueva tierra, pero sujeto a él, por cuenta de Diego Velázquez y para su
gloria, lo cual era en verdad difícil de aceptar.
Esta no autorización para poblar y el supuesto único encargo para
rescatar oro fueron los argumentos en que Cortés, y Bernal Díaz en su
relato, basaron el desacato a las Instrucciones; pues el primero, en la
Carta del cabildo, del 10 de julio de 1519, sin duda dictada por él, dice
que el único encargo de Velázquez era el de “rescatar oro”, y Bernal
Díaz asienta que escuchó la lectura de dichas Instrucciones, que
según él decían: “Desque hobiéredes rescatado lo más que pudiéredes
os volveréis”,40 lo cual no se dice en ellas. Los ítems 20°, 25° y 29° de
las Instrucciones hablan de rescates-trueques y de que todo se
enviará al rey.
Por otra parte, las Instrucciones de Velázquez —además de mostrar
un carácter puntilloso y en extremo precavido, nada adecuado para la
falta de escrúpulos y la osadía que requiere un conquistador— tienen
otros aspectos interesantes. Parecía ser hombre muy religioso y
preocupado con la rectitud moral, la de la época. En el ítem 2° prohíbe
a los expedicionarios tener “acceso ni coito carnal con ninguna mujer,
fuera de nuestra ley”, lo que no parece haberse acatado, y que explica
por qué los españoles bautizaban a las indias como primera
providencia. Asimismo, Velázquez prohíbe los juegos de naipes y
dados.
En otras materias, Velázquez parece ser el primero que (ítem 12°)
se interesa por el enigma de las cruces mayas, que encarga averiguar a
Cortés. El árbol cruciforme de la iconografía maya, que aparece
frecuentemente en frisos, relieves, códices y pinturas, era para los
pueblos antiguos de Yucatán un símbolo de la tierra y de la lluvia.
Pero los españoles imaginaron que podía ser una misteriosa
presencia del cristianismo que había llegado por caminos
desconocidos a las nuevas tierras.41
En fin (ítem 26°), le encarga también a Cortés que indague si
existen o no los monstruos: “gentes de orejas grandes y anchas y
otras que tienen las caras como perros”, y dónde se encuentran las
amazonas, que provenían de los bestiarios y mitología antiguos, y que
los conquistadores esperaban encontrar en el Nuevo Mundo.
SURGE EL CONQUISTADOR
Desde que recibe el nombramiento de capitán general y hace los
preparativos de su armada, y sobre todo desde que pisa costas
mexicanas e inicia la conquista de esta tierra, parecen despertarse en
Cortés dones que nada hacía prever en su personalidad y que su
formación no condicionaba tampoco; como si surgiera de sí mismo
otro hombre o como si se iniciara el ascenso en aquella rueda de la
fortuna que había soñado en la isla Española.
José Clemente Orozco, Hernán Cortés. Óleo.
El mozo alocado, decidor y ambicioso, que tenía diecinueve años
cuando llegó a Santo Domingo, contaba treinta y cuatro en 1519. De
España había traído algunos conocimientos de latín, cierta práctica en
escribanías curialescas y una cultura tradicional, más oral que
libresca, con algunos recuerdos de personajes y escenas de la
Antigüedad y de la historia de España y un trasfondo vivo del
Romancero. En sus quince años en las islas Española y de Cuba había
aprendido algo de administración agrícola y ganadera, rudimentos
mineros, práctica jurídica municipal y había tenido sus primeras
acciones de armas, que lo habían mostrado valiente y decidido.
También había aprendido a entenderse con los indios y había
descubierto su capacidad de mando y conocimiento de los hombres.
Con todo ello, pudo haber sido un capitán más. Pero al preparar e
iniciar la expedición, en los primeros contactos, pacíficos o belicosos,
con indígenas de tierras mexicanas, y sobre todo al romper su
compromiso con Velázquez y arreglarse para que su traición y
rebelión se le perdonasen y se le convirtieran en virtud; y más tarde,
al fundar el primer ayuntamiento de Veracruz y decidir internarse en
territorio desconocido en busca del gran imperio, cancelando toda
posibilidad de retorno, Cortés parece transformarse de golpe en un
guerrero y estadista excepcional. Estaba formado por un conjunto de
cualidades, aptitudes y monstruosidades: calculada audacia y valentía,
resistencia física, necesidad compulsiva de acción, comprensión y
utilización de los resortes psicológicos y los móviles del enemigo,
evaluación de las circunstancias de cada situación y decisiones
rápidas ante ellas, dominio de los hombres con una mezcla de
severidad, tolerancia y objetividad; aceptación impávida del crimen y
la crueldad por razones políticas y tácticas; ausencia de escrúpulos
morales y de propensiones sentimentales; sobriedad en el comer y en
el beber; avidez erótica puramente animal, sin pasión; gusto por la
pulcritud personal y por el trato señorial; curiosidad y amor por la
tierra conquistada y su pueblo, con los que acaba por identificarse;
intensas religiosidad y fidelidad a su rey, nunca ofuscadoras;
capacidad de organización, de legislación y de reglamentación, y
ambición de poder y de fama más fuertes que el afán de riqueza.
1
Las Casas, ibid., lib. III, cap. CXIV.— Bernal Díaz, cap. XVII .
2 Bernal Díaz, cap. XIX.— Las Instrucciones de Diego Velázquez a Hernán
Cortés, para esta expedición, son del 23 de octubre de 1518: en Documentos,
sección I.
3 López de Gómara, cap. VII .
4 Las Casas, ibid.
5 Carta que Diego Velázquez escribió al licenciado Figueroa para que hiciese
relación a Sus Majestades de lo que le había hecho Fernando Cortés, Santiago del
Puerto, Cuba, 17 de noviembre de 1519: en Documentos, sección I.
6 El inventario va al fin de la Carta del Cabildo de la Vera Cruz, o primera
Carta de relación, del 10 de julio de 1519. Véanse, además, las Instrucciones de
Cortés a los procuradores Francisco de Montejo y Alonso Hernández
Portocarrero, de julio de 1519: en Documentos, sección I.
7 Declaraciones de Francisco de Montejo y Alonso Hernández Portocarrero
sobre la armada que hizo el descubrimiento de la Nueva España, La Coruña, 29 y
30 de abril de 1520: en Documentos, sección I.
8 Probanza hecha en la villa Segura de la Frontera por Juan Ochoa de
Lejalde, a nombre de Hernán Cortés, 4 de octubre de 1520: en Documentos,
sección I.
9 Bernal Díaz, cap. XIII , da una descripción de los colores y señas de estos
primeros caballos y yeguas que pasaron a México, y de quiénes fueron sus dueños.
1 0 En Relación de la salida: Documentos, Apéndice.
1 1 Bernal Díaz, cap. XXIV.
1 2 Las Casas, lib. III, cap. CXV.
1 3 Bernal Díaz, cap. XXVIII .— López de Gómara, cap. VIII .
1 4 Bernal Díaz, cap. XXVI .
1 5 López de Gómara, cap. VIII . En el capítulo final de su Conquista de México,
López de Gómara consignó otro lema que puso Cortés en sus armas: Judicium
Domini aprehendit eos, et fortitudo ejus corroboravit brachium meum: “La
voluntad del Señor los conquistó y su fortaleza robusteció mi brazo”.
1 6 La observación es de Henry R. Wagner, The Rise of Fernando Cortés, The
Cortes Society, Bancroft Library, Berkeley, California, 1944, cap. V, p. 39.
1 7 Las Casas, lib. III, cap. CXVI .
1 8 Andrés de Tapia, Relación, en Joaquín García Icazbalceta, Colección de
documentos para la historia de México, t. II, p. 558.
1 9 La Carta del ejército de Cortés al emperador, de c. octubre de 1520, en
Documentos, sección I.
20
Fray Francisco de Aguilar, Relación breve de la conquista de la Nueva
España, estudio y notas de Federico Gómez de Orozco, José Porrúa e Hijos,
México, 1954, Segunda jornada, p. 25.
2 1 Peter Boyd-Bowman, Prólogo, Índice geobiográfico de más de 56 mil
pobladores españoles de la América Hispánica (1964), Instituto de
Investigaciones Históricas, UNAM-Fondo de Cultura Económica, México, 1985, t.
I, 1493-1519, p. XV.
2 2 Manuel Orozco y Berra, “Conquistadores de México”, Diccionario universal
de historia y de geografía, México, 1853, t. II, p. 508.— Bernal Díaz del Castillo,
en un párrafo del cap. CLVI de su Historia verdadera, menciona a algunas de
ellas.
2 3 Richard Konetzke, “Hernán Cortés como poblador de la Nueva España”,
Estudios cortesianos, Revista de Indias, enero-junio de 1948, año IX, núms. 31-32,
p. 362.
2 4 Bernal Díaz. cap. XXX.— Las Casas, lib. III, cap. CXIX.— Andrés de Tapia,
Relación, ed. Biblioteca del Estudiante Universitario (BEU), 2, Crónicas de la
conquista, UNAM, México, 1939, p. 49. En adelante, se citará esta edición, más
accesible.
2 5 Cervantes de Salazar, Crónica, lib. III, cap. XI .
2 6 Después de la conquista de México, cuando Cortés se encontraba en la
expedición a las Hibueras, el licenciado Alonso de Zuazo, al que dejó como justicia
mayor, tuvo noticias de un intento de levantamiento de los indios, y según
Fernández de Oviedo (lib. L, cap. X, párrafos XXIX y XXX), “hizo muy rigurosos
castigos e aperreó a muchos, haciéndoles comer vivos a canes”. Y en otra ocasión,
amenazó a unos indios que disputaban por tierras con “un lebrel, que era muy
fiero perro, con el cual había aperreado en veces más de doscientos indios por
idólatras e sodomitas e por otros delitos abominables… el cual perro, además de
estar ya notoria su crueldad, estaba tan fiero e bravo, que tenían que hacer dos
hombres en le tener con el collar e cadena que tenía, e se encaramaba contra los
indios para los morder, porque como estaba echado en tal manjar, era diabólico,
de bravísimo contra ellos”.
2 7 Wagner, The Rise of Fernando Cortés, cap. V, p. 38.
2 8 J. H. Elliott, El viejo mundo y el nuevo (1492-1650), (1970), trad. de Rafael
Sánchez Montero, Alianza Editorial, Madrid, 1972, pp. 31-32.
2 9 Véase José Durand, La transformación social del conquistador, Colección
México y lo Mexicano, 15 y 16, Porrúa y Obregón, México, 1953, 2 vols.
3 0 Bernal Díaz, cap. CCV.
3 1 Miguel de Cervantes Saavedra, “El celoso extremeño”, Novelas ejemplares,
1613.
3 2 La expresión es de Wagner, ibid., cap. V, p. 41.
33
Véase Probanza de Ochoa de Lejalde, Segura de la Frontera, 4 de octubre de
1520, ítems 29 y 30: en Documentos, sección l.
3 4 Escritura convenida entre el regimiento de la Villa Rica de la Vera Cruz y
Hernando Cortés, Cempoala, 5 de agosto de 1519: en sección I de Documentos.
3 5 Véase el Memorial de Luis de Cárdenas contra Cortés, del 15 de julio de
1528: en sección I de Documentos.
3 6 Probanza citada, ítems 36-39.
3 7 López de Gómara, cap. VIII .
William H. Prescott tiene un pasaje, tan elocuente como tantos otros suyos,
acerca de la índole de los hombres, españoles e indígenas, que formaban el ejército
de Cortés:
“Cortés tuvo bajo sus órdenes la reunión más heterogénea de mercenarios que
jamás se haya visto bajo un mismo estandarte, compuesta de aventureros de Cuba
y las otras islas, sedientos de oro y plata; de hidalgos que dejaban su patria en
busca de fama y laureles; de caballeros arruinados que contaban reparar sus
fortunas en el Nuevo Mundo; de vagabundos que huían de la justicia; de los restos
de las tropas de Narváez, y de sus desprovistos veteranos; todos hombres entre
quienes apenas había un punto de unión, que ardían en celos y estaban animados
del espíritu de sedición; tribus de indios bravos, de todas partes, enemigos entre sí,
y sin otra idea desde la cuna que la de hacerse la guerra, y que si se reunían era
sólo en las batallas, para conquistar víctimas para sus sacrificios; hombres, en fin,
diferentes en raza, en idioma e intereses y que nada tenían de común entre sí. Y sin
embargo, esta mezcla de hombres tan distintos, estaba reunida en un solo
campamento, sujeta a obedecer la voluntad de un solo hombre, a obrar con
armonía, y se puede decir, a respirar un mismo espíritu y a moverse por un
principio común de acción. En este maravilloso poder sobre las más divergentes
masa reunidas bajo su bandera, es donde se reconoce el genio del gran capitán, no
menos que en la habilidad de dirigir expediciones militares”.
William H. Prescott, Historia de la conquista de México (1843), trad. de José
María González de la Vega, lib. VII, cap. V.
3 8 Las Instrucciones están fechadas el 23 de octubre de 1518: en Documentos,
sección I.
3 9 Las Casas, lib. III, cap. CXIV.
4 0 Bernal Díaz, cap. XLIII .
4 1 Alusiones a las cruces mayas se encuentran en los siguientes historiadores:
Bernal Díaz, cap. III ; López de Gómara, cap. XV; Herrera, década IIa , lib. III, cap.
1 ; Torquemada, lib. 15, cap. XLIX; Landa, cap. III ; y López Cogolludo, lib. IV, cap.
IX.
VI. LAS CARTAS DE RELACIÓN EN CONJUNTO. DE
COZUMEL A VERACRUZ
Mirad que han dicho que ha llegado nuestro señor Quetzalcóatl.
Motecuhzoma a sus mensajeros, 1519
La manera e maña que se sabrá dar para conquistar e poner en paz estas partes.
Instrucciones de Cortés a sus procuradores, julio de 1519
COMPOSICIÓN Y ESTRUCTURA DE LAS CARTAS DE RELACIÓN
Los acontecimientos de la historia de México y de la actuación de
Cortés, que van desde el inicio de la expedición a México en octubre
de 1518, la conquista de la ciudad de México-Tenochtitlán, la
organización de la Nueva España y la expedición a las Hibueras, hasta
el regreso en septiembre de 1526, fueron narrados por el propio
conquistador en las cinco Cartas de relación.* Por ello, los capítulos
siguientes analizarán el contenido de dichas cartas a la luz de otras
versiones complementarias o divergentes acerca de los hechos que
narran.
Siguiendo la pauta inmediata de las cartas en que Cristóbal Colón y
otros navegantes informaban de sus descubrimientos y exploraciones,
y acaso teniendo en mente la Guerra de las Galias, de Julio César,1
Hernán Cortés dirigió al emperador Carlos V estas cinco extensas
cartas, llamadas por él mismo de “relación”. Su propósito inicial fue el
de justificar su alzamiento e infidencia; a partir de la segunda carta,
dejar constancia histórica ante su monarca y la posteridad de la
magnitud de la empresa, y al fin, de sus fracasos y adversidades.
Los dos años juveniles pasados en la Universidad de Salamanca
dieron a Cortés cierta familiaridad con nociones culturales y jurídicas,
y algún conocimiento del latín. Además, Bernal Díaz dice que, cuando
la ocasión era propicia, Cortés sabía responder con versos del
Romancero y aun improvisar por “buenas consonantes” porque era
“algo poeta”.2 Sus primeros trabajos tuvieron siempre relación con
escritos legales. A los dieciocho años aprendió en Valladolid el oficio
de escribano. En la isla Española se ocupó en la escribanía del
ayuntamiento de Azua, y ya en Cuba, fue junto con Andrés de Duero
secretario de Diego Velázquez y luego alcalde en Santiago. De todas
maneras, así tuviese una formación cultural mediana y prácticas en la
escritura y en los procedimientos curialescos, las letras no eran su
vocación. Llegó a acumular, no obstante, un volumen considerable de
escritos —cartas de relación, ordenanzas, instrucciones, memoriales,
cuentas, alegatos jurídicos y un copioso epistolario— por el imperio
de sus muchas y excepcionales acciones, que lo movieron a dejar
testimonio de ellas, a consignar las hazañas de que fue motor y a
procurar grabar su fama; o bien porque tuvo necesidad de disponer,
instruir, legislar y alegar sin fin para tratar de defender la honra, lo
que consideró suyo y el señorío cabal que siempre se le rehusaron.
A lo largo de los casi ocho años que transcurrieron del principio de
la expedición a México, en octubre de 1518, al regreso de las Hibueras,
en septiembre de 1526, entre los 33 y los 41 años de su edad, Hernán
Cortés, un extremeño medio hidalgo y hasta entonces oscuro que
buscaba fortuna en las Indias, dirigió a su monarca el primer
testimonio de una de las conquistas más prodigiosas de que había
tenido noticia el mundo.
La primera de las cinco Cartas de relación fue escrita en la Villa
Rica de la Vera Cruz en julio de 1519, y se extravió o destruyó o no fue
escrita. Se la remplaza con la llamada Carta del cabildo, del mismo
puerto recién fundado, en la que sin duda intervino o escribió del
todo Cortés, y está fechada el 10 de julio de 1519. La segunda, de las
más extensas e interesantes, es del 30 de octubre de 1520, en Segura
de la Frontera o Tepeaca, Puebla, y llevaba un plano de la ciudad de
México atribuido a Cortés. La tercera, la de mayor extensión, está
fechada el 15 de mayo de 1522, en Coyoacán. La cuarta es del 15 de
octubre de 1524, en México-Tenochtitlán, y la quinta del 3 de
septiembre de 1526, también en México-Tenochtitlán. Al principio de
esta última dice Cortés que el 23 de octubre de 1525 envió desde
Trujillo, Honduras, otra carta de relación, también perdida, como la
primera.
Cortés escribió sus cinco Cartas de relación separando con nitidez
cada una de las etapas de su empresa. La primera describe los
descubrimientos previos en tierras de México, la organización de su
expedición y la exploración e incidentes en las costas de Yucatán y en
lugares del Golfo de México hasta la fundación de Veracruz, además
del alegato para la justificación de su infidencia. La segunda refiere la
destrucción de las naves y el viaje desde la costa hasta la ciudad de
Tenochtitlán, cuyo esplendor y el de la corte de Motecuhzoma
describe con admiración, y concluye poco después de la derrota de la
Noche Triste. La tercera relata la preparación de la reconquista, el
machacamiento de los pueblos en torno a los lagos, el asedio,
destrucción y conquista de la capital del imperio azteca, y las
conquistas posteriores en la bautizada Nueva España. La cuarta da
cuenta de la organización y crecimiento de la nueva provincia
española. Y la quinta narra la desastrosa expedición a Honduras y, a
su regreso a México, los intentos de Cortés por restablecer el orden y
recuperar el poder.
La Primera relación o Carta del cabildo, de 1519. Manuscrito de Viena.
La segunda Carta de relación, Sevilla, 1522.
La tercera Carta de relación, Sevilla, 1523.
Estas cartas fueron escritas —con excepción de la primera y la
segunda, entre las que sólo transcurre un año y cuatro meses— con
intervalos aproximados de dos años: 1519, 1520, 1522, 1524 y 1526. Su
extensión es irregular. En cuartillas, la primera ocupa 46, la segunda
130, la tercera 134, la cuarta 61 y la quinta 131. Un total de 502
cuartillas con alrededor de 170 mil palabras. Forman, pues, un
volumen de moderada extensión, mucho más breve que el de las dos
historias principales de la conquista, de Francisco López de Gómara, y
de Bernal Díaz del Castillo, que las seguirán.
Las cartas están escritas en un relato continuo, apenas separado
caprichosamente en párrafos de cuando en cuando. Pero dada su
extensión y el cúmulo de acontecimientos que narran, su lectura, y
sobre todo su consulta, requieren los resúmenes, apostillas y notas
suficientes que en la edición que prepara el Instituto de
Investigaciones Históricas de la UNAM llevarán por primera vez. Por
otra parte, Cortés tenía pésimo oído para registrar los nombres
indígenas, que él transcribía por primera vez, antes de que se fueran
adoptando las denominaciones convencionales. El hecho es que al
lector poco avezado le será difícil reconocer a Xicochimalco, hoy Xico,
cuando Cortés escribe Sienchimalen; a Ixhuacan en Ceynaca; a
Cholula en Churultecal, y a Huejotzingo en Guasincango o
Guasucingo, lo cual requiere también aclaraciones.
Versión latina de la segunda y la tercera Cartas de relación. Núremberg, 1524.
Una vez que se hizo el propósito de narrar periódicamente los
acontecimientos de su empresa, Cortés debió hacer algunos apuntes y
sumarios previos, y consultar a sus allegados para aclarar su
memoria. Que pasó varias noches enteras escribiendo contaba Diego
de Coria, su paje de cámara, refiriéndose a los días en que preparó, en
julio de 1519, la serie de documentos justificativos de su infidencia.3 Y
hacia la mitad de la quinta Carta de relación apunta Cortés: “miré
ciertas memorias que yo tenía”.
A pesar de su práctica personal en escribanías y de que su letra es
clara y suelta, Cortés debió dictar sus cartas, guiado por sus apuntes, a
los escribanos y secretarios que lo acompañaban: quizás a Francisco
Fernández, escribano real, según López de Gómara,4 o a Pedro
Hernández, sevillano, “secretario que fue de Cortés” y que “murió en
poder de indios”, según Bernal Díaz.5
De cualquier manera, las Cartas de relación muestran un dominio
y un designio claro de las materias que contienen. Su autor conoce el
desenlace feliz o desastrado de cada etapa y sabe narrar sus pasos
previos con eficaz gradación dramática, como si los viviera de nuevo,
haciendo partícipe al lector de la propia expectación de los
conquistadores. Tenía un sentido especial para la elección de los
hechos más importantes y sabía prescindir sin titubeos de lo
circunstancial, sobre todo si se compara su relato con el de Bernal
Díaz, tan lleno de curiosos pormenores y divertidas anécdotas.
Faltábale o renunció a esta sal narrativa, pues en su prosa gana la
sobriedad a costa de cierta sequedad a veces esquemática.
La cuarta Carta de relación, Toledo, l525.
No cuenta, pues, todo lo que ocurrió, según lo sabemos por otros
testimonios, sino lo que le parece más significativo o que conviene a
su propósito. Pero en ocasiones omite hechos importantes, por
olvido, como la llegada de los franciscanos en 1524, o quizá
deliberadamente, como la muerte de su primera mujer, Catalina
Xuárez Marcaida.
El indio informa, Marina traduce, Cortés dicta y el escribiente escribe. En Diego
Muñoz Camargo, Descripción de la ciudad y provincia de Tlaxcala, Manuscrito
de Glasgow, 27.
Que Cortés estaba consciente de que sus Cartas de relación
estaban destinadas no sólo al emperador y a su Consejo de Indias
sino que eran documentos públicos, destinados a la posteridad, y que
habrían de imprimirse, lo muestran las cuatro cartas reservadas que
escribió para acompañar la tercera, cuarta y quinta cartas, dos para
esta última. En ellas trataba asuntos que consideraba no debían
hacerse públicos y cuestiones de tipo personal.
El hecho de que la impresión de sus Cartas de relación haya sido
prohibida desde 1527, y que las primeras ediciones de la segunda,
tercera y cuarta hayan sido quemadas en plazas públicas de Sevilla,
Toledo, Granada y en otros lugares, ya mencionados,6 debió de
afligirlo. Sin embargo, no se empeñó realmente en que se levantara la
prohibición. Su agente ante la Corte, Francisco Núñez, dice que hizo
revocar la cédula, aunque lo único que logró fue que se ordenara a
Pánfilo de Narváez, promotor de la prohibición, que devolviera la
cédula original.7 La quemazón explica la extrema rareza de las
ediciones españolas originales. Y la prohibición y su inercia
subsistieron hasta mediados del siglo XVIII , en que las cartas
volvieron a imprimirse y a buscarse en los archivos.
La escritura de Cortés. Carta a Diego de Guinea, 1540. El párrafo final es
autógrafo.
EL PREÁMBULO DE LAS CARTAS…
En el manuscrito del siglo XVI , de la Biblioteca Nacional de Viena, que
contiene las cinco Cartas de relación conocidas —más otros
documentos—, antes de la primera o Carta del cabildo hay un
preámbulo que parece destinado al conjunto de las cartas.8 El autor
de esta compilación y de este preliminar pudo ser Juan de Sámano,
secretario del Consejo de Indias; y la compilación pudo hacerse hacia
fines de 1527 o principios de 1528, como propone Charles Gibson.9
La parte principal de este preámbulo ofrece los antecedentes
necesarios para la comprensión del contenido de la primera Carta del
cabildo y un resumen de algunos de los hechos ocurridos hasta
entonces. Es curiosa la explicación que aquí se da del nombre de
Yucatán. Los españoles preguntaban a los indios por el nombre de la
tierra y éstos contestaban: yucatán, yucatán, que en maya quiere
decir “no entiendo, no entiendo”. Diego López Cogolludo recoge
también esta versión, entre otras.10 Lucas Alamán, en cambio,
propone otra interpretación: los naturales decían: uy u tan, “oyes
cómo habla”, que suena como Yucatán.11 Sus habitantes llamaban a
su tierra Mayapan o Mayab.
DE COZUMEL A VERACRUZ SEGÚN LA CARTA DEL CABILDO
En su parte narrativa, la Carta del cabildo comienza por relatar las
exploraciones previas en tierras mexicanas, de Hernández de Córdoba
en 1517 y de Grijalva en 1518 —ya expuestas en el capítulo IV—, y a
continuación narra los principales acontecimientos ocurridos entre la
salida de Cuba de la expedición de Cortés, entre el 12 y el 18 de
febrero de 1519,12 y la llegada a Cozumel, hacia el 27 del mismo
febrero, hasta la salida de Veracruz al interior del país, a principios de
agosto siguiente.
Esta narración es en verdad escueta. Limítase a la llegada a la isla
de Cozumel, que encuentran deshabitada, y a las gestiones que Cortés
hace con los caciques para que regresen los pobladores; las noticias
que tienen de los náufragos españoles que existían cautivos en tierras
de Yucatán, cuyo rescate era uno de los encargos que habían recibido
de Diego Velázquez; el recado que Cortés les envía con unos indios, la
espera y la aparición de Gerónimo de Aguilar, quien cuenta
brevemente su historia y se convierte en el nuevo intérprete de
Cortés, del maya al español, más confiable que los indios Melchorejo
y Julianillo, para comunicarse con los mayas [pp. 13-14].
La expedición continúa costeando y llega al río Tabasco, bautizado
río Grijalva. Los indios de esta región, que ya habían combatido con
éxito a los españoles, les exigen que salgan de su tierra y los
amenazan de guerra. Conforme a los usos de la época y a las
instrucciones que llevaba, Cortés les hace por tres veces el
requerimiento formal para que se sometan, y no habiéndolo acatado,
tiene varios encuentros con ellos hasta que finalmente los vence, en
la batalla de Centla, en que los españoles se sirven por primera vez
con éxito de sus caballos. Quedan supuestamente amigos
tabasqueños y españoles [pp. 15-16].
El siguiente episodio registrado es ya la llegada a San Juan de Ulúa,
la noche del Jueves Santo, 21 de abril de 1519; aparecen los enviados
de Motecuhzoma, cuyos nombres no se mencionan, se inicia el
intercambio de regalos y el emperador mexica les hace llegar “las
primeras joyas de oro” y otros presentes que enviarán al emperador
español. En fin, se consigna la fundación de la Rica Villa de la Vera
Cruz, como se le nombra las primeras veces, y la designación de su
primer cabildo [pp. 19-21].13
A estas sumarias noticias de los hechos sigue la argumentación
jurídica, para intentar justificar la desobediencia —que se analizará
adelante—, y cierra la carta un esbozo muy interesante de la geografía
y etnología de la tierra, de lo que hasta entonces se había visto o
imaginado: las características del territorio, la naturaleza y las
grandes cordilleras y ríos, la creencia de que abundaba el oro, tanto
como en las legendarias minas de las que “se dice haber llevado
Salomón el oro para el templo” [p. 23]; la gente, los vestidos, la
comida, las casas, los templos, los ritos de autopenitencia, los
sacrificios, la sodomía. Y la primera idea providencialista: Dios ha
permitido que se descubran estas partes en nombre de los reyes de
España para atraer a “estas gentes tan bárbaras” a la fe cristiana [p.
25].
LOS INCIDENTES SEGÚN OTRAS VERSIONES
Gracias a cronistas testimoniales, como Andrés de Tapia y Bernal
Díaz del Castillo, y a las noticias recogidas por Francisco López de
Gómara y otros historiadores, conocemos muchos incidentes,
mayores y menores, así como la aparición de personajes en esta
primera etapa de la conquista, que no aparecen en la Carta del
cabildo o que allí se mencionan escuetamente, y que serán
importantes en el anecdotario de la conquista y apoyo para los
poemas épicos del ciclo cortesiano.
Hazaña de Morla: En la primera noche de navegación entre Cuba y
Cozumel hubo gran tormenta y el navío de que era capitán Francisco
de Morla perdió el gobernalle o timón. A la mañana siguiente el mar
estaba más tranquilo y vieron el timón flotando cerca. “Morla se echó
a la mar atado de una soga, y a nado tomó el timón, y lo subieron y
asentaron en su lugar como había de estar”, cuenta López de
Gómara.14
Reprensión de Alvarado: Al llegar a Cozumel, Pedro de Alvarado se
adelantó con su nave. Al arribar Cortés se enteró de que Alvarado
había entrado en un pueblo de indios y les había tomado gallinas,
ornamentos de los templos y a dos indios y una india. Cortés lo
reprendió gravemente diciéndole “que no se habían de apaciguar las
tierras de aquella manera, tomándoles a los nativos su hacienda”, y le
mandó volver el oro y demás, libertó a los indios y le mandó pagar por
lo comido. Esta primera acción civilizadora granjeó a Cortés la
confianza de los indios. Y aquí, comenta Bernal Díaz, “comenzó
Cortés a mandar muy de hecho”.15
La lebrela: El episodio de la lebrela olvidada y encontrada en
Yucatán ya ha sido recordado a propósito de los perros en la conquista
(cap. V).
Encuentro de Gerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero: El
encuentro del náufrago Gerónimo de Aguilar, rescatado después de
ocho años de cautiverio, así como la historia de su compañero
Gonzalo Guerrero, quien decidió seguir entre los indios por amor a su
mujer y a sus tres hijos, los primeros mestizos mexicanos, ha sido
narrado con pormenores curiosos por Bernal Díaz, Andrés de Tapia,
López de Gómara y Antonio de Herrera.16
El tiburón y los tocinos: En las costas de Yucatán pescaron un gran
tiburón y al destazarlo le encontraron dentro diez tocinos enteros,
que para desalarse estaban colgados alrededor de los navíos, de donde
los había robado el voraz pez, junto con un plato de estaño, tres
zapatos viejos y un queso, que también le encontraron dentro. Lo
cuentan Tapia y López de Gómara.17
El Señor Santiago: En la reñida batalla de Centla contra los
tabasqueños, primera que sostienen los soldados de la expedición de
Cortés, Tapia18 contó que había visto un jinete en un “caballo rucio
picado” que aparecía y desaparecía haciendo mucho daño a los indios;
yendo un poco más lejos, López de Gómara19 escribió que los
soldados habían creído “que era el apóstol Santiago, patrón de
España” quien luchaba con ellos. Bernal Díaz, con un rasgo de fino
humor, comentó al respecto:
pudiera ser que los que dice Gómara fueran los gloriosos Apóstoles Señor
Santiago o Señor San Pedro, y yo, como pecador, no fuese digno de verlos. Lo
que yo entonces vi y conocí fue a Francisco de Morla en un caballo castaño,
que venía juntamente con Cortés.2 0
Doña Marina: En la Carta del cabildo nada se dice de la aparición
de doña Marina y en las demás Cartas de relación no se la menciona
por su nombre sino hasta la quinta carta. Mucho escribirán sobre ella
los cronistas e historiadores.
Dibujo de Miguel Covarrubias.
Hechas las paces con los de Tabasco después de la batalla de
Centla, los caciques traen regalos a Cortés: algunas joyas, comida y
“veinte mujeres de las que ellos tienen por esclavas, para que
moliesen pan”, es decir, para que les hagan tortillas, cuenta Tapia.21
Esto debió de ocurrir hacia el 15 de abril de 1519. López de Gómara,
que probablemente siguió la Relación de Andrés de Tapia, repite lo
mismo y añade, sin duda instruido al respecto por Cortés, que con
aquel presente, los tabasqueños “pensaban hacerles gran servicio,
como los veían sin mujeres, y porque cada día es menester moler y
cocer el pan de maíz en que se ocupan mucho tiempo las mujeres”.22
Las veinte indias fueron bautizadas y a Malinali o Malintzin le
pusieron por nombre Marina. Cortés las repartió “entre ciertos
caballeros” y a esta Marina, luego apodada Malinche, “como era de
buen parecer, entrometida y desenvuelta”, la dio a Hernández
Portocarrero.23
La revelación de la personalidad de doña Marina ocurre pocos días
después, ya en San Juan de Ulúa. Cuando llegan los enviados de
Motecuhzoma a hablar con Cortés, el intérprete Gerónimo de Aguilar
ya no es útil como tal puesto que los mexicas hablan otra lengua, el
náhuatl. Andrés de Tapia refiere que vieron que una de las indias
obsequiadas en Tabasco “les habló, por manera que sabe dos
lenguas”;24 y López de Gómara añade que Cortés, entonces, “la tomó
aparte con Aguilar y le prometió más que libertad si le trataba verdad
entre él y aquellos de su tierra, pues los entendía, y él la quería tener
por su faraute y secretaria”.25
Así pudo establecerse aquel doble puente inicial de traductores
entre los españoles y los indígenas de habla náhuatl: Marina traducía
del náhuatl al maya y Aguilar del maya al español. Pronto Marina
aprendió el español y pudo traducirle directamente a Cortés. Ella será
el agente que le permitirá la comunicación con el mundo indígena, y
más que eso, una mujer de claro talento que, aunado luego a su amor
por Cortés, sería una de las claves que hicieron posible la conquista
de México.
Marina debió de contar entonces alrededor de quince años. La
historia de su vida anterior, con cierto sabor de cuento oriental o del
Antiguo Testamento, la contó Bernal Díaz, quien la llamaba “tan
excelente mujer y buena lengua”:
Que su padre y madre eran señores y caciques de un pueblo que se dice
Painala, y tenía otros pueblos sujetos a él, obra de ocho leguas de la villa de
Guazacualco; y murió el padre, quedando muy niña, y la madre se casó con
otro cacique mancebo, y hubieron un hijo, y según pareció, queríanlo bien al
hijo que habían habido; acordaron entre el padre y la madre de darle el
cacicazgo después de sus días, y porque en ello no hubiera estorbo, dieron de
noche a la niña doña Marina a unos indios de Xicalango, porque no fuese
vista, y echaron fama de que se había muerto. Y en aquella sazón murió una
hija de una india esclava suya y publicaron que era la heredera; por manera
que los de Xicalango la dieron a los de Tabasco, y los de Tabasco a Cortés. Y
conocí a su madre y a su hermano de madre…2 6
López de Gómara, la otra fuente importante respecto a los orígenes
de la Malinche, la hace, en cambio, originaria de “hacia Xalisco, de un
lugar llamado Viluta”, y dice que “siendo muchacha la habían hurtado
ciertos mercaderes en tiempos de guerra, y traído a vender a la feria
de Xicalanco”;27 y no entregada por su madre y padrastro, como
cuenta Bernal Díaz.
Acerca del lugar de nacimiento de doña Marina algunos
historiadores siguen la versión de Painala, cerca de Coatzacoalcos,
que da Bernal Díaz, y otros la de Viluta, en Xalisco, propuesta por
López de Gómara, y otros señalan nuevos orígenes. García Icazbalceta
recogió la mayor parte de estas versiones.28
En principio, Carlos María de Bustamante29 corrigió la ortografía
de Viluta, escribió Uiluta y añadió que el lugar se llamaba “Huilotlan,
que quiere decir, lugar de tórtolas” o “junto a las tórtolas”. García
Icazbalceta supone que debe tratarse de “Jilotlán, en el partido de
Zapotlán el Grande, distrito de Sayula”. Herrera también se inclina
por esta versión jalisciense: “su tierra era hacia Xalisco, al poniente
de México”;30 la que repiten Las Casas,31 Landa32, Muñoz Camargo33
y Torquemada.34 El historiador jalisciense De la Mota Padilla dice
que abraza la opinión de Herrera, “como que redunda en glorias de la
Galicia”.35 Y recientemente Gabriel Agraz García de Alba ha escrito
un alegato documentado a favor de este origen de doña Marina.36
Pero hay otros pareceres. Alva Ixtlilxóchitl dice que Marina venía
de “Huilotlan en la provincia de Xalatzinco”,37 y líneas adelante añade
este disparate: “Marina andando el tiempo se casó con Aguilar”, el
otro intérprete; lo cual ya había escrito (c. 1590) Muñoz Camargo, en
un párrafo lleno de incongruencias, en el que afirma que coincidieron
los cautiverios de Gerónimo de Aguilar y de Malinali en Yucatán y
que ambos se casaron y aprendieron la lengua de los mayas.38
Volviendo al origen de Marina propuesto por Alva Ixtlilxóchitl,
Huilotlan u Olutla es un pueblo cercano a Coatzacoalcos, según
Gerhard,39 lo cual se acerca al origen señalado por Bernal Díaz.
Fernández de Oviedo dice sólo que era de México.40 Sahagún y sus
informantes indígenas dicen que Marina era “vecina del pueblo de
Tectipac que está a la orilla del Mar del Norte”41 Y Clavigero,
señalando que es inverosímil que doña Marina hubiera venido a dar a
Tabasco desde el remoto Xalisco, se inclina por la versión del origen
en Painala, propuesto por Bernal Díaz, y añade que su nombre indio
era Tenepal.42
En fin, García Icazbalceta, en apoyo a la noticia que da Bustamante
de que “en Acayucan decían que la patria de doña Marina era
Xaltipan, en aquella provincia, y aun enseñaban su casa”,43 transcribe
este curioso informe que le envió su amigo el doctor C.H. Berendt:
Todavía subsiste esta tradición en aquella costa. Hay un cerrito en la salida
del pueblo de Xaltipan, que lleva el nombre de Malinche. Por lo fisico y lo
moral de las indias de Xaltipan, bien podría la Malinche ser de allá. Son
nombradas por su belleza, y la fama las distingue por su ligereza, en medio
de la inmoralidad general del Istmo. Un extranjero se dirigió a una indita, en
la calle de Minatitlán, con una pregunta que mal interpretada le valió esta
respuesta: “No soy de Xaltipan, señor”.4 4
En la región veracruzana de Jáltipan y Sayula de Alemán se baila
aún la Danza de la Malinche entre el 14 y el 17 de mayo. Aunque
entre los personajes aparecen dos Malinches, el tema principal de la
danza y de sus diálogos no es su historia sino la conquista de México
por Cortés.
¿Qué concluir de esta nutrida serie de versiones, repeticiones y
confusiones? En primer lugar, que doña Marina o la Malinche ha sido
y es un personaje muy importante en la conquista de México, y que
antes que discutir su actuación, para enaltecerla o condenarla por
haber colaborado con los españoles, comenzó a disputarse por su
origen. En cuanto a éste, me parece que los numerosos seguidores de
López de Gómara (Viluta, Xalisco), lo son sólo de su autoridad o del
entusiasmo regionalista. Como decía Clavigero, no es creíble el
traslado de una niña esclava desde tierras de Jalisco hasta la región de
Coatzacoalcos. La transformación del Viluta del texto original en el
Jilotlán de los Dolores jalisciense es forzada; en cambio, en el
Huilotlan u Olutla, cercano a Coatzacoalcos, es posible. Y estas
últimas fueron las tierras que Cortés asignó a doña Marina.
El 26 de julio de 1519 Hernández Portocarrero, el capitán a quien
Cortés había dado a doña Marina, partió junto con Montejo como
procurador a España. Desde entonces, ella fue la lengua y el amor de
Cortés, y la serena fortaleza que sabía infundir ánimos cuando a todos
les faltaban y ayudar en las acciones más duras de la conquista. Así lo
reconocerá Bernal Díaz, gran admirador suyo:
Digamos cómo doña Marina, con ser mujer de la tierra, qué esfuerzo tan
varonil tenía, que con oír cada día que nos habían de matar y comer nuestras
carnes con ají, y habernos visto cercados en las batallas pasadas, y que ahora
todos estábamos heridos y dolientes, jamás vimos flaqueza en ella, sino muy
mayor esfuerzo que de mujer.4 5
A fines de 1522, justo cuando había llegado a Coyoacán Catalina
Xuárez, primera mujer de Cortés, doña Marina dio al conquistador su
primer hijo varón, que se llamó Martín como su abuelo español. En
los años siguientes poco se sabe de ella, pero vuelve a aparecer
cuando Cortés, en 1524, la lleva como lengua a la expedición de las
Hibueras. Apenas iniciado el viaje, cerca de Orizaba, probablemente
en Ostoticpac, Cortés decide casarla con Juan Jaramillo, “estando
borracho”, dice con malignidad López de Gómara.46 Si muchos
censuran a Cortés por este acto abusivo, ella sabe acomodarlo en su
ánimo. Cuando, prosiguiendo el viaje a las Hibueras llegan a
Coatzacoalcos, entre los caciques que reúne Cortés aparecen la madre
y los medios hermanos de Marina. Se atemorizan al verla, pensando
que tomaría venganza por haberla vendido a los mercaderes de
Xicalango, pero ella los tranquiliza, les hace regalos y les dice que
ahora tiene la suerte de “ser cristiana y tener un hijo de su amo y
señor Cortés, y ser casada con un caballero como era su marido Juan
Jaramillo”.47
Cortés tomó a su cargo la educación de su hijo Martín, a quien
años más tarde hará legitimar, y se ocupó del bienestar de doña
Marina. Cuando casó con Jaramillo les dio por dote los pueblos de
Olutla y Jáltipan, cercanos a Coatzacoalcos. En la ciudad de México
tenían una casa en la calle de Medinas.48
Con Jaramillo, doña Marina tuvo una hija, llamada María, nacida
en 1526 en el navío en que regresaban de las Hibueras. Doña Marina
murió joven aún en 1527.49
Jaramillo había sido buen soldado en la conquista y capitán de uno
de los bergantines. En el primer ayuntamiento registrado en la ciudad
de México fue uno de los regidores, aunque allí figure con el nombre
de Alonso que también usaba; en 1526 fue alcalde ordinario, cargo
que volvió a ocupar en 1539, y en 1540 alcalde de mesta. En 1530 dio
una muestra de su nobleza. Recibió el alto honor de sacar el pendón
en la fiesta de San Hipólito, que se había instituido en 1528 para
conmemorar el triunfo español sobre Tenochtitlán. Y aunque ya para
entonces había muerto doña Marina, “quizá por respeto a la raza de
su mujer —comenta Guillermo Porras Muñoz— don Juan prefirió
ausentarse de la capital, dejando incumplido el encargo”. El cabildo
consideró aquello un desacato y determinó que nunca más recibiera
tal honor.50
Versiones españolas e indígenas de los primeros contactos entre
Motecuhzoma y Cortés: Para los españoles, los mensajeros de
Motecuhzoma fueron sólo representantes de un señor poderoso y
atemorizado que esperaba convencerlos de que se fueran enviándoles
obsequios cada vez más valiosos. Para los cronistas indígenas, la
presencia de los extranjeros fue algo terrible y sagrado que no sabían
cómo conjurar.
El relato de la Carta del cabildo es muy breve. Desde la misma
noche de la llegada a San Juan de Ulúa aparecen los enviados del
señor de México-Tenochtitlán con los que cambian saludos y regalos.
Los españoles les hablan de su rey y les dicen que deben ser vasallos
de tan poderoso señor. Hacia el 24 de abril los indios entregan a
Cortés un gran presente de “preciosas joyas de oro” [p. 19].
López de Gómara dedica tres capítulos de su Conquista de
México51 a estos primeros contactos. Consigna los nombres de los
caciques indígenas representantes de Motecuhzoma, Teudilli y
Quintalvor,52 que él toma por uno solo, y refiere los “rescates” que
los españoles hacían con los indios, quienes recibían baratijas a
cambio de oro, hasta que Cortés los prohibió; la abundancia de
comidas que los indios traían para la expedición, y los presentes cada
vez más ricos que les envía Motecuhzoma. Los primeros contactos se
habían hecho por señas, sin traductor, hasta que se descubre que
Marina sabe el náhuatl y se establece, con Aguilar, el enlace de
traductores ya mencionado. Entonces, Cortés puede enviar mensajes
a Motecuhzoma, diciéndole que venía de parte de un gran emperador
“señor de la mayor parte del mundo”. Para mostrar su poderío, los
soldados españoles hacen una escaramuza con sus caballos y disparan
sus armas pesadas, que aterrorizan a los indios, lo que informan a su
señor.
Bienvenida de Motecuhzoma a Cortés en el Códice de Viena, f. 45 r.
Sin imaginar la grave importancia que tenía para los mexicas,
López de Gómara escribe: “y de las naos decían que venía el dios
Quezalcóuatl con sus templos a cuestas; que era dios del aire que se
había ido, y le esperaban”.
Refiere en seguida una exhibición de codicia. Cortés pregunta al
enviado si Motecuhzoma tenía oro, dícele que sí, y añade: “envíeme,
dice, de ello, que tenemos yo y mis compañeros mal de corazón,
enfermedad que sana con ello”. Y cuenta con admiración que las
mensajerías indias llegaban en un día y una noche, de Veracruz a la
ciudad de México (422 km), y que llevaban pinturas de los caballos,
armas, soldados y naves.
Después de más visitas de los enviados indios, cuando había
pasado una semana de la llegada a Veracruz, Motecuhzoma envió su
respuesta: el mayor presente de joyas, oro, plumería, mantas y
ropajes, cuyo valor estima López de Gómara en 20 000 ducados. Al
mismo tiempo, y como si el señor de México ya sospechara que aquel
capitán ávido de oro y que tenía armas terribles pudiera no ser la
deidad esperada, el mensaje que enviaba a Cortés, lleno de
circunloquios a la manera indígena, le decía que todo le daría pero
que no podrían encontrarse y que se fueran.53 Ya hacia el mes de
mayo, Teudilli repite a Cortés el mensaje de Motecuhzoma y se va
“con todos sus indios e indias que servían y proveían el real”.54
La versión de Bernal Díaz de estos primeros encuentros55 añade
algunas precisiones: desde el principio Cortés se sirvió de las dos
lenguas, Aguilar y Marina; describe los regalos que Cortés envió a
Motecuhzoma en correspondencia a los tesoros: una silla de caderas,
dos sartas de cuentas y una gorra carmesí con una medalla de oro de
san Jorge; cuenta la historia del casco medio dorado que Tendile —
como él lo llama— encuentra semejante al que se ponía al dios
Huychilobos, Cortés se lo da y pide se lo devuelvan lleno de oro.
Bernal Díaz llama a los dos enviados Tendile y Pitalpitoque. El otro
disparatado nombre, que él escribe Quintalbor, lo reserva para un
sosia de Cortés, indio, “que en el rostro y facciones y cuerpo se
parecía al capitán Cortés, y adrede le envió el gran Montezuma”. Con
notable memoria, describe las piezas sobresalientes del gran presente
de Motecuhzoma: “la rueda de hechura de sol de oro muy fino, que
sería tamaña como una rueda de carreta… que valía[…] sobre diez mil
pesos”, en primer lugar, y otros objetos con figuras de animales, “muy
prima labor y muy al natural”; y dice que volvió el casco enviado
“lleno de oro en granos chicos, como le sacan de las minas, que valía
tres mil pesos”. Y cargas de ropa de algodón y plumajes. Confirma el
mensaje de Motecuhzoma: que no habrá encuentro con Cortés. En
fin, con el realismo que lo distingue, recuerda el segundo presente
que envió Cortés para corresponder el tesoro recibido: “de la pobreza
que traíamos… una copa de vidrio de Florencia… tres camisas de
holanda y otras cosas”.56
La versión de lo que estos encuentros iniciales significaban para
los mexicas la conocemos, principalmente, por el relato de la
conquista que fray Bernardino de Sahagún hizo escribir a sus
informantes indígenas, y que consignó, en náhuatl y en español, en el
libro XII de su Historia general de las cosas de Nueva España. Los
mexicas habían tenido contacto con la expedición de Juan de Grijalva,
que tocó Veracruz en 1518, y estaban en espera de su regreso. Cuando
los vigías enviaron noticias de que se acercaban navíos semejantes,
Motecuhzoma despachó luego a cinco principales para el recibimiento
de Quetzalcóatl, largamente esperado, quien debía regresar por el
oriente, por donde se había ido, y para que le ofreciesen como
presente sus insignias divinas.57 El señor de México-Tenochtitlán
indicó a sus enviados lo que deberían hacer ante la deidad que volvía:
Mirad que me han dicho que ha llegado nuestro señor Quetzalcóatl. Id y
recibidle, y oíd lo que os dijere con mucha diligencia. Mirad que no se os
olvide nada de lo que os dijere. Veis aquí esas joyas que le presentéis de mi
parte, que son todos los atavíos sacerdotales que a él le convienen.58
El relato enumera a continuación dichos atavíos, joyas muy ricas y
vistosas, además de su significación religiosa, que Seler ha
interpretado.59 Llegados los mensajeros frente a Cortés, pocos días
después de su arribo a Veracruz, lo saludaron como a un dios “y luego
sacaron los ornamentos que llevaban y se los pusieron al capitán don
Hernando Cortés ataviándolo con ellos”. Ignorando el significado de
aquella ceremonia, que más tarde conocerá y aprovechará, Cortés
preguntó con rudeza a los enviados: “¿hay otra cosa más que esto?”
Respondiéronle que no, y luego les dijo que había tenido noticia de
que los mexicanos eran valientes y grandes luchadores, y les dio
espadas y rodelas para que probasen con los españoles quién
vencería. Los mexicas se excusaron: Motecuhzoma sólo les envió a
saludarlo y entregarle el presente. Los dejó despedirse y volvieron a
toda prisa a informar a su señor.60
Cempoala y el Cacique Gordo: Entre los hechos no mencionados
en la Carta del cabildo, otro de los importantes es el de la relación y
alianza que Cortés llegó a establecer con los totonacas.
En los médanos cercanos a Veracruz los soldados de Cortés vieron
a unos hombres de catadura diversa a los mexicas que traían y
llevaban mensajes de Motecuhzoma y a los numerosos indígenas que
les había enviado para que les sirvieran. Eran más altos de cuerpo y
tenían grandes horadaciones en narices, labios y orejas, de los que
pendían “sortijones de oro con muchas turquesas”. Marina averiguó
que eran totonacas, de la región norte de Veracruz; que eran
tributarios sujetos por fuerza a Motecuhzoma y que la cabeza de su
señorío era Cempoala. Cortés quedó muy alegre “de hallar en aquella
tierra unos señores enemigos de otros y con guerra, para poder
efectuar mejor su propósito y pensamientos”.61
Después de la creación del cabildo de Veracruz, que dio nuevos
poderes a Cortés, y del traslado del puerto a Quiahuiztlan, a principios
de junio de 1519, una parte de la expedición, con su nuevo capitán
general y justicia mayor, viajó a Cempoala, adonde los había invitado
su señor. Aquélla sería la primera ciudad indígena que veían los
españoles. López de Gómara, recogiendo los recuerdos de su
informante Cortés, dice que era “toda de jardines y frescura y muy
buenas huertas de regadío” —como lo sigue siendo—, que los
hombres y mujeres los recibían con regalos, alegre semblante y con
regocijo y fiesta, y unos soldados vinieron a decir a Cortés “que
habían visto un patio de una gran casa chapado todo de plata”, el cual
sólo era de “yeso de espejuelo y muy bien bruñido”. Los cempoaltecas
los alojaron cómodamente y al día siguiente se visitaron Cortés y el
cacique que era “muy gordo y pesado”, precisa Bernal Díaz.62 En ésta
y sus posteriores entrevistas, Cortés logra establecer una firme
alianza con los totonacas y su cacique.
Con alguna resistencia de los indios, el capitán hizo que se
derrocasen de sus cúes y se quemaran los ídolos; por medio de las
lenguas los instruyó en la nueva fe, hizo aderezar un altar con una
cruz y una imagen de Nuestra Señora y encargó su cuidado a un
soldado viejo, Juan de Torres, cordobés, al que dejó por ermitaño.
Para sellar la amistad con los españoles y para que tuvieran
generación, el Cacique Gordo les entregó ocho indias, todas hijas de
caciques, vestidas y enjoyadas ricamente. A Cortés le asignó a su
propia sobrina, que bautizada se llamará Catalina, como la madre del
conquistador. Bernal Díaz comenta con sorna que “era muy fea” y que
“él la recibió con buen semblante”. En cambio, a la “muy hermosa
para ser india”, llamada Francisca, la dio Cortés a Portocarrero,63 a
quien distinguía con lo mejor, pues antes le había dado en Tabasco a
Marina.
Con el apoyo de Cortés, el Cacique Gordo se libra del vasallaje a
Motecuhzoma, y Cortés gana uno de sus aliados indígenas, a los que
luego se unirán los tlaxcaltecas.
Astucias de Cortés: Con los mensajeros de Motecuhzoma, que van
y vienen de la ciudad de México a la costa veracruzana con mapas y
retratos de los conquistadores, con presentes cada vez más ricos y con
súplicas o amenazas para que los españoles dejen el territorio, Cortés
alterna recursos para atemorizar o aplacar al señor de Tenochtitlán.
Mientras se encontraba en Cempoala llegan cinco recaudadores
mexicas para recoger los tributos que debían entregar los totonacas.
Cortés los hace apresar y, por la noche, hace que suelten a dos de
ellos y los lleven a su aposento. Finge ser ajeno a su apresamiento, les
hace dar de comer y les pide que, ya libres, digan a Motecuhzoma que
los españoles son sus amigos y que pronto liberaría de los totonacas a
los otros recaudadores mexicas.
Al mismo tiempo, con los totonacas finge enojo por haber dejado
huir a los dos y dice que él guardará a los otros en sus navíos, sólo
para dejarlos también en libertad más tarde. Motecuhzoma queda
muy reconocido por esta acción de Cortés y, con mensajeros de alto
rango, le envía nuevos presentes de oro y mantas.64
Poco después, el Cacique Gordo pidió ayuda a Cortés contra los de
Cingapacinga —acaso Tizapancingo, un pueblo desaparecido—, que les
hacían destrozos, asaltos y malos tratamientos. Cortés aceptó el
encargo y, tras de pensar en ello, refiere Bernal Díaz que dijo:
“…He pensado que, para que crean que uno de nosotros basta para
desbaratar a aquellos indios guerreros que dicen que están en el pueblo de la
fortaleza, sus enemigos, enviemos a Heredia el Viejo”, que era vizcaíno y tenía
mala catadura en la cara, y la barba grande y la cara medio acuchillada, y un
ojo tuerto, y cojo de una pierna, y era escopetero; al cual le mandó llamar y le
dijo: “Id con estos caciques hasta el río (que estaba de allí un cuarto de legua)
y cuando allá llegáredes, haced que os paráis a beber y lavar las manos, y
tirad un tiro con vuestra escopeta, que yo os enviaré a llamar, que esto hago
porque crean que somos dioses, o de aquel nombre y reputación que nos
tienen puesto, y como vos sois mal agestado, creerán que sois ídolo.”
Y el Heredia lo hizo según y de la manera que le fue mandado, porque era
hombre bien entendido y avisado, que había sido soldado en Italia.
Prosigue el cuento diciendo que al Cacique Gordo y sus súbditos,
que aguardaban el socorro, les dijo Cortés: “Allá envío con vosotros
ese mi hermano para que mate y eche todos los culúas de ese pueblo,
y me traiga presos a los que no se quisieren ir.”
En fin, refiere Bernal Díaz que:
los caciques enviaron a dar mandado a otros pueblos cómo llevaban a un teúl
para matar a los mexicanos que estaban en Cingapacinga. Y esto pongo aquí
por cosa de risa, porque vean las mañas que tenía Cortés.6 5
Cuando Cortés inició la pacificación de pueblos de la misma región
totonaca, los soldados partidarios de Velázquez recordaron a Cortés
su ofrecimiento de que quienes no quisiesen seguir en la conquista
tendrían licencia, transporte y víveres para volver a Cuba. Cortés
reconoció su promesa y dispuso que se les diera lo necesario para el
viaje. Uno de los soldados que viajarían, Morón, vendió su buen
caballo overo a Juan Ruano. Pero al mismo tiempo, los alcaldes y
regidores de la Villa Rica requirieron a Cortés que no diese licencia a
nadie para salir de la tierra y que a los que tal pidiesen se les tuviese
por traidores que merecían la pena de muerte. Y Cortés, que había
fingido dar el permiso, luego lo revocó. Comenta Bernal Díaz: “se
quedaron burlados y aun avergonzados, y Morón su caballo vendido, y
Juan Ruano, que lo hubo, no se lo quiso volver”.66
Engaños y astucias como éstos, aprovechando la credulidad de los
indios o contra sus propios soldados inconformes, son de los que
suelen hacer el prestigio de los caudillos, como lo muestra la
admiración que por tales hechos sentía el soldado cronista.
El Cacique Gordo de Cempoala. Dibujo de Miguel Covarrubias.
CRONOLOGÍA (TENTATIVA) DE ESTA ETAPA
1519
11/18 de febrero
Sale de la isla de Cuba la expedición de Cortés
Ca. 27 de febrero Llega la expedición a Cozumel.
22 de marzo
Llega al río Grijalva en Tabasco.
25 de marzo
Batalla de Centla.
15 de abril
Cortés recibe a la Malinche en Tabasco.
21 de abril
Llegada a Veracruz-Ulúa.
22 de abril
Fundación de la Villa Rica de la Vera Cruz, en
Chalchicuecan, junto al actual puerto.
Ca. 24 de abril
Comienzan a llegar los mensajeros de
Motecuhzoma con regalos.
15/25 de mayo
Creación del cabildo de la Villa Rica de la Vera
Cruz, que nombra a Cortés capitán general y
justicia mayor.
1/3 de junio
Viaje a Cempoala. Segunda fundación de Veracruz
en Quiahuiztlan, en el lugar llamado Bernal, cerca
del río Pánuco.
18 de junio
Regreso a Cempoala. Cortés recibe el gran
presente de joyas, oro, plumajes y ropas de
Motecuhzoma.
1° de julio
Llega de Cuba la nave de Juan de Saucedo con
noticias.
10 de julio
Redacción de cartas, memoriales e instrucciones.
26 de julio
Salen los procuradores Hernández Portocarrero y
Montejo a Castilla con cartas y presentes para
Carlos V.
*Las
citas de las Cartas de relación van entre corchetes y se refieren a la
siguiente edición: Hernán Cortés, Cartas y documentos, Introducción de Mario
Hernández Sánchez-Barba, Biblioteca Porrúa, 2, Editorial Porrúa, México, 1963.
Los pasajes más importantes o dudosos han sido cotejados con el texto del
Manuscrito de Viena.
1 El paralelismo y las coincidencias entre las personalidades y las obras de César
y Cortés han sido estudiados con notable competencia por Manuel Alcalá, en César
y Cortés, Sociedad de Estudios Cortesianos, 4, Editorial Jus, México, 1950.
2 Bernal Díaz, cap. CLVII .
3 Cervantes de Salazar, Crónica, lib. III, cap. XI .
4 López de Gómara, cap. XXX.
5 Bernal Díaz, cap. CCV.
6 En capítulo II, nota 22.
7 Véase el inciso III del Memorial del licenciado Francisco Núñez acerca de los
pleitos y negocios de Hernán Cortés de 1522 a 1543, del 7 de abril de 1546: en
sección VII de Documentos.
8 “porque en este libro están agregadas y juntas todas o la mayor parte de las
escrituras y relaciones de lo que al señor don Hernando Cortés, gobernador y
capitán general de la Nueva España, ha sucedido en la conquista de aquellas
tierras”, dice casi al principio este preámbulo.
9 Charles Gibson, “Introduction”, Cartas de relación de la conquista de la
Nueva España escritas por Hernán Cortés al emperador Carlos V y otros
documentos relativos a la conquista, años de 1519-1527, Codex Vindobonensis S.
N. 1600, Akademische Druck-U, Verlagsanstalt, Graz, Austria, 1960, p. XIV.—
Véase sugestión de Woodrow Borah, expuesta en el capítulo XXV y nota 20.
1 0 Diego López Cogolludo, Historia de Yucatán, lib. II, cap. I .
1 1 Lucas Alamán, “Adiciones y rectificaciones”, Disertaciones sobre la historia
de la República Megicana, Editorial Jus, t. I, p. 53.— Según el Diccionario maya
Cordemex debe escribirse y pronunciarse u’y u t’an.
1 2 El preámbulo de las Cartas de relación dice 12 de febrero; López de Gómara,
cap. X, anota 18 de febrero.
1 3 En cuanto al nombre de Rica Villa o Villa Rica de la Vera Cruz, dice Bernal
Díaz que se le llamó así porque “desembarcamos el Viernes Santo de la Cruz”,
aunque lo de Vera Cruz podría ser también una alusión a las cruces mayas que les
preocupaban y para señalar que allí se honraba a la verdadera; y rica, por lo que
había dicho Hernández Portocarrero a Cortés “de las tierras ricas”, al llegar a ese
lugar (cap. XXVI ).
La Carta del cabildo no menciona a los integrantes de este primer
ayuntamiento mexicano, que Bernal Díaz (cap. XLII ) registra: Hernán Cortés
quedó como justicia mayor; Alonso Hernández Portocarrero y Francisco de
Montejo —éste “porque no estaba muy bien con Cortés” y para atraérselo— como
alcaldes ordinarios; a los regidores no los nombra; Pedro de Alvarado, “capitán
general para las entradas”; Cristóbal de Olid, maestre de campo; Juan Gutiérrez de
Escalante, alguacil mayor; Gonzalo Mejía, tesorero; Alonso de Ávila, contador; “un
fulano Corral, alférez”; Ochoa, vizcaíno, alguacil del real, y un Alonso Romero.
En la Escritura convenida entre el regimiento de la Villa Rica de la Vera Cruz
y Hernando Cortés..., del 5 de agosto de 1519 (en sección I de Documentos), se
mencionan como regidores a Cristóbal de Olid, Bernardino Vázquez de Tapia y
Gonzalo de Sandoval, y para esta fecha los alcaldes eran Alonso Dávila y Alonso de
Grado, para sustituir a los primeros que habían sido nombrados procuradores.
1 4 López de Gómara, cap. X.— Bernal Díaz, cap. XXV.
1 5 Bernal Díaz, ibid.
1 6 Bernal Díaz, caps. XXVII y XXIX.— Andrés de Tapia, ed. BEU , pp. 48-49.—
López de Gómara, caps. XI y XII .— Herrera, década IIa , lib. IV, caps. VII y VIII .—
Véase nota 1 a las Declaraciones de Gerónimo de Aguilar en el juicio de residencia,
Documentos, sección IV.
1 7 Tapia, ed. BEU , p. 50.— López de Gómara, cap. XVI .
1 8 Tapia, p. 53.
1 9 López de Gómara, cap. XX.
2 0 Bernal Díaz, cap. XXXIV.
2 1 Tapia, p. 53.
2 2 López de Gómara, cap. XXI .
2 3 Bernal Díaz, cap. XXXVI .
2 4 Tapia, p. 54.
2 5 López de Gómara, cap. XXVI .
2 6 Bernal Díaz, cap. XXXVII . El pueblo de Painala desapareció.
2 7 López de Gómara, ibid.
2 8 México en 1554. Tres diálogos latinos que Francisco Cervantes de Salazar
escribió e imprimió en México en dicho año. Los reimprime, con traduccción
castellana y notas, Joaquín García Icazbalceta…, México, Antigua Librería de
Andrade y Morales, 1875, nota 37, pp. 176 y 178.— Hubert Howe Bancroft, History
of Mexico, vol. 1, 1516-1521, San Francisco, 1883, cap. VIII , n. 5, pp. 118-119, repite
las fuentes señaladas por don Joaquín agregando algunas. Aquí se añaden otras.
2 9 Edición de López de Gómara, México, 1826, 2 vols., t. 1, p. 41.
3 0 Herrera, década II a , lib. IV, cap. IV.
3 1 Las Casas, Historia de las Indias, lib. III, cap. CXXI .
32
Fray Diego de Landa, Relación de las cosas de Yucatán, cap. IV.
Diego Muñoz Camargo, Historia de Tlaxcala, lib. II, cap.II .
3 4 Fray Juan de Torquemada, Monarquía indiana, lib. IV, cap. 16.
3 5 Matías López de la Mota Padilla, Historia del reino de la Nueva Galicia…
escrita en 1742, cap. XLII .
3 6 Gabriel Agraz Garda de Alba, Doña Marina, Malintzin o “La Malinche”
nació en el antiguo reino de Xalisco, edición del autor, México, 1984.
3 7 Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, “Historia de la nación chichimeca”, Obras
históricas, ed. E. O’Gorman, cap. LXXIX.
3 8 Muñoz Camargo, ibid.
3 9 Peter Gerhard, A Guide to the Historical Geography of New Spain,
Cambridge University Press, Cambridge, 1972, p. 140.
4 0 Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general y natural de las Indias, lib.
XXXIII, cap. I .
4 1 Sahagún, lib. XII, cap. IX.— Según Gerhard, op. cit., p. 73, Tectipac o
Titicapa es un antiguo pueblo oaxaqueño cercano a la capital de ese estado.— En
una “Información de los servicios de doña Marina”, que se hizo en 1542, años
después de su muerte hacia 1527, uno de los testigos, Diego de Valadés, dijo que
había oído decir que Cortés dio a doña Marina Oluta u Olutla y Tetiquipaque, en
Coatzacoalcos, porque era nativa del primer pueblo: CDIAO , t. XLI, pp. 177-277,
citado por H. R. Wagner, The Rise of Fernando Cortés, cap. V, p. 69.
4 2 Francisco Javier Clavigero, Historia antigua de México, lib. VIII, cap. V y
nota 5.
4 3 Bustamante, Teoamoxtli, carta 1a , p. 16.— Edición de López de Gómara
hecha por Bustamente, t. I, p. 41, nota.
4 4 García Icazbalceta, op. cit., p. 178 y nota 2.— La misma tradición la había
recogido durante su viaje de 1859-1860 Charles Étienne Brasseur de Bourbourg en
su Voyage sur l’isthme de Tehuantepec, dans l’État de Chiapas et de la
République de Guatemala, París, 1861, como sigue:
“De todos estos villorrios, el más célebre es el de Jaltipan, donde la tradición,
viva aún entre los indios, hace nacer a Marina, primero esclava y luego amante de
Cortés, a quien ella prestó tan grandes servicios al comienzo de la conquista”.
(Traducción de Elsa Ramírez Castañeda en el vol. 14 de la colección SEP-80,
Fondo de Cultura Económica, México, 1981, p. 61.)
Brasseur añade (p. 67) que la comuna de Jaltipan reclamaba en aquellos años
de su visita la isla de Tacamichapa, en el río Coatzacoalcos, por haber pertenecido
a doña Marina.
4 5 Bernal Díaz, cap. LXVI .
4 6 López de Gómara, cap. CLXXV.
33
47
48
49
Bernal Díaz, cap. XXXVII .
García Icazbalceta, op. cit., p. 180.
Mariano G. Somonte, Doña Marina, “La Malinche”, México, 1969, pp. 140-
141.
50
Guillermo Porras Muñoz, El gobierno de la ciudad de México en el siglo XVI ,
Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, México, 1982, p. 326.
Para una visión general del personaje véanse, además del libro de Somonte
antes citado, el de Federico Gómez de Orozco, Doña Marina, la dama de la
conquista, Vidas Mexicanas 2, Ediciones Xóchitl, México, 1942; y el de Felipe
González Ruiz, Doña Marina (la india que amó a Hernán Cortés), Colección Lyke,
Madrid, 1944.
51 López de Gómara, caps. XXV-XXVII .
52 Entre las muchas variantes que dan los cronistas de los nombres de estos
representantes, acaso el más adecuado, para el primero, sea Teutlille, y para el
segundo, Pitalpitoc o Cuitlalpitoc.
53 López de Gómara, cap. XXVII .
54 Ibid., cap. XXIX
55 Bernal Díaz, caps. XXXVIII y XXXIX.
56 Ibid, cap. XXXIX.
57 Sahagún, lib. XII, cap. III .
58 Ibid., lib. XII, cap. IV.
59 Eduard Seler, en sus Comentarios al “Códice Borgia” (1904), cap. 2, ha
realizado una notable interpretación de los atavíos enviados a Cortés en la que
precisa que Motecuhzoma “le mandó cuatro trajes distintos, los aderezos de las
deidades regentes de los cuatro puntos cardinales fundidas en la persona de
Quetzalcóatl”.
6 0 Sahagún, lib. XII, caps. V y VI .
6 1 López de Gómara, cap. XXVIII .
6 2 López de Gómara, caps. XXXII y XXXIII .— Bernal Díaz, cap. XLV.
6 3 Bernal Díaz, caps. LI y LII .
6 4 Ibid., caps. XLVII y XLVIII .
6 5 Ibid., cap. XLIX.
6 6 Ibid., cap. L.
VII. EL CONFLICTO CON VELÁZQUEZ.
ESTRATEGIA Y ARGUMENTOS
No debe, pues, un príncipe ser fiel a su promesa cuando esta
fidelidad le perjudica y han desaparecido las causas que le
hicieron prometerla.
A los hombres se les debe ganar, o anularlos, porque de las
pequeñas ofensas se vengan, pero de las grandes no pueden; por
ello el agravio que se les haga debe ser de los que no permiten
tener venganza.
El usurpador de un Estado debe procurar hacer todas las
crueldades de una vez para no tener necesidad de repetirlas y
poder, sin ellas, asegurarse de los hombres y ganarlos con
beneficios.
NICOLÁS MAQUIAVELO
NOTICIAS DE CUBA Y DECISIONES DE CORTÉS
Cuando Cortés y sus huestes vuelven a la nueva Veracruz, después de
incursionar por tierras totonacas al amparo del Cacique Gordo de
Cempoala, hacia el 1° de julio de 1519 llega un barco de Cuba. Su
capitán, refiere Bernal Díaz, era Francisco de Saucedo —López de
Gómara lo llama Salceda, y Herrera, Salcedo—, apodado el Pulido,
“porque en demasía se preciaba de galán y pulido”. Con él venían Luis
Marín, luego capitán distinguido de Cortés, diez soldados, un caballo
y una yegua, y noticias de Cuba:1 el gobernador Diego Velázquez
había recibido autorización de la Corona para conquistar y poblar —
privilegio que hasta entonces conservaba el almirante Diego Colón,
como sucesor de su padre—, precisamente en las mismas tierras en
que Cortés y sus gentes se encontraban. La capitulación se había
firmado en Zaragoza, el 13 de noviembre de 1518, y Velázquez debió
recibirla en la primavera de 1519. En ella se autorizaba a Velázquez a
proseguir los descubrimientos y conquistar en las tierras de Yucatán y
Cozumel, se le daba el mando de dichas tierras, se le nombraba
adelantado “por toda su vida” y se le señalaba la parte del provecho
que le correspondería.2 Para el gobernador Velázquez eran buenas y
tristes noticias, puesto que nada concreto podía hacer, aunque sí
combatir a Cortés en la corte e intentar atajar su conquista de México,
como lo haría con tan mala fortuna.
Cortés debió percatarse de la importancia de estas nuevas. Además
de rebelde se había convertido en usurpador de funciones que se
habían otorgado a otro. Diego de Coria, que fue su paje de cámara,
contaba del conquistador que “estuvo recogido ocho noches enteras
escribiendo”3 Aquélla era ciertamente una de las más graves
encrucijadas que se le presentarían en su vida, y sabía que su única
salida era lograr la justificación real de la empresa iniciada, que
presentía trascendental. Imagino que en estas cavilaciones debió
tomar consejo de sus capitanes más ilustrados y adictos.
Probablemente de Alvarado, de Hernández Portocarrero y acaso del
más joven y prudente Sandoval. La estrategia decidida fue la de
intentar ganar el favor real por medio de un regio presente —por
aquello de que “dádivas quebrantan peñas“—, de exponer buenos
argumentos jurídicos que justificaran su acción y de proseguir, sin
retorno posible, la conquista del imperio mexicano.
EL VIAJE DE LOS PROCURADORES
En principio determinó Cortés que, en la mejor nao de la armada y
con su más experimentado piloto, Antón de Alaminos, fueran a
Castilla Francisco de Montejo —amigo de Velázquez y al que trataba
de atraerse— y Alonso Hernández Portocarrero, ambos nombrados
hacía poco alcaldes ordinarios de Veracruz, para ofrecer al monarca el
presente que le enviaba la expedición y las cartas y memoriales, y
para actuar como procuradores de su causa. Cortés les entregó
minuciosas instrucciones,4 que debió redactar él mismo. Escritas
cuando se encontraba aún en la costa de un territorio cuya magnitud
desconocía, y capitán reciente de una empresa, las instrucciones, a
pesar de apresuradas y deshilvanadas, muestran ya un conocimiento
amplio de cosas de gobierno: cargos y funciones reales, impuestos,
encomiendas, bulas, fundiciones, salinas y minas. En ellas les
encarece especialmente la argumentación para que se eche a un lado
a Diego Velázquez; señala “la manera e maña” que el capitán sabrá
darse en la conquista que emprende, y tiene la intuición de que la
tierra en que se adentrará es “larga y de mucha gente”.
Los procuradores salieron de Quiahuiztlan y Villa Rica el 26 de
julio con órdenes de no tocar tierras cubanas. A pesar de ello, ya
iniciado el viaje, Montejo convenció al piloto de que tocasen Marién,
donde tenía una estancia, con el pretexto de recoger puercos y cazabe
para el camino. Con un marinero, Montejo escribió a Velázquez
informándolo del gran presente de oro que Cortés enviaba al rey,
tanto, que se decía que el oro era el lastre de la nave. Cuando
Velázquez lo supo, “tomábanle trasudores de muerte, y decía palabras
muy lastimosas y maldiciones contra Cortés”, comenta Bernal Díaz.5
Y el gobernador dispuso la salida inmediata de Gonzalo de Guzmán,
con dos navíos ligeros, artillería y soldados, para que capturasen la
nao de los procuradores. A pesar de la traición encubierta de Montejo,
su nao no fue encontrada y con buen tiempo llegó a Sanlúcar en
octubre de 1519.
En Sevilla, el capellán de Velázquez, Benito Martín, enviado meses
antes por el gobernador para alegar sus derechos, cuando fue
informado de los propósitos de los procuradores, acusó de traidor a
Cortés y logró que la Casa de la Contratación secuestrara la nao, que
según él pertenecía a Velázquez, así como el tesoro y los bienes que
llevaba. El presidente del Consejo de Indias, Juan Rodríguez de
Fonseca, partidario de Velázquez, que estaba en Valladolid, escribió al
rey agravando la conducta de Cortés y aconsejándole que castigara a
los procuradores sin oírlos. Éstos, sin recursos, se unieron en
Medellín a Martín Cortés, padre del conquistador, y con el licenciado
Francisco Núñez y juntos movieron otras influencias y trataron de dar
alcance al monarca.
El rey Carlos, mientras tanto, viajaba. De Barcelona, donde había
asistido a las cortes, iba a La Coruña para embarcarse a Inglaterra y
luego volver a Aquisgrán (Aix-la-Chapelle o Aachen) para recibir la
corona imperial en el trono de Carlomagno. En el trayecto español se
enteró de las gestiones de Núñez, de don Martín y de los
procuradores, y ordenó que se le hiciesen llegar los presentes y las
cartas. En Tordesillas, en marzo de 1520, se detuvo a visitar a su
madre, la reina loca doña Juana, y allí recibió a los emisarios de
Cortés, quienes le presentaron a los indios totonacas. Y a principios
de abril, el rey Carlos pudo ver en Valladolid las cartas y el presente
mexicano. Mal mirados, los procuradores deben haber tenido escasa
oportunidad de defender los intereses de Cortés. Se ignora si les
devolvieron sus recursos y el envío a don Martín. Hernández
Portocarrero y Montejo tuvieron que pasar a La Coruña, y el 29 y 30
de abril rindieron declaraciones acerca del origen de la armada de
Cortés, en vista de las acusaciones de Velázquez.6
EL PRIMER REGIO PRESENTE
Como parte del obsequio, los procuradores llevaban también al
monarca “cuatro indios, dos de ellos caciques, y dos indias”,7 tal como
lo había hecho Colón, para que la Corte conociera a los habitantes de
tierras mexicanas. López de Gómara dice que eran indios que tenían
para sacrificar los de Cempoala y que “traían en las orejas arracadas
de oro con turquesas, y unos gordos sortijones de lo mismo a los
bezos bajeros, que les descubrían los dientes, cosa fea para España,
mas hermosa para aquella tierra”.8 Aunque se procuró cuidarlos, su
destino fue triste; uno de ellos murió y, vestidos a la española, los
restantes fueron enviados a Cuba, como si cualquier lugar de las
Indias fuese lo mismo.
El primer regio presente que Cortés enviaba al rey Carlos fue
inventariado con detalle en la lista que firmaron de recibido Montejo
y Hernández Portocarrero, y que va añadida al fin de la Carta del
cabildo, del 10 de julio de 1519. Lo formaban objetos de oro, plata,
piedras preciosas, plumerías, cueros y ropa de algodón, de los que
habían recibido los españoles de los mayas, de los pueblos del Golfo,
de los totonacas y los grandes presentes enviados por Motecuhzoma.
Inicia la lista el objeto más notable, “una rueda de oro grande con una
figura de monstruos en ella, y labrada toda de follajes”. “Tamaña
como una rueda de carreta” y que pesaba “sobre diez mil pesos”, había
comentado Bernal Díaz cuando se recibió.9
LOS “LIBROS DE LOS INDIOS”
Casi al final de la lista se mencionan “dos libros de los que acá tienen
los indios”, es decir, dos códices mexicanos. Respecto a cuál sería su
procedencia, Zelia Nuttall se inclinó a suponer que debían ser los
ahora llamados Códice de Viena y Códice Zouche-Nuttall, de la región
mixteca de Oaxaca.10 En cambio, J. Eric S. Thompson piensa que la
descripción de Pedro Mártir, que se menciona en seguida, más bien
corresponde a códices mayas, que pudieron haber recogido los
conquistadores en algún templo, antes de su llegada a Veracruz,11
además de que hasta entonces no habían tenido ningún contacto con
los mixtecas. Ni una ni otra suposición concuerda con la noticia de
Bernal Díaz, quien dice que en una casa de ídolos, entre Veracruz y
Cempoala, encontraron “muchos libros de su papel, cogidos a
dobleces, como a manera de paños de Castilla”.12
El primer europeo al que llamaron la atención aquellos libros de
una cultura extraña fue el vivaz cronista de Carlos V, Pedro Mártir de
Anglería, quien pudo admirarlos en 1520. Vale la pena transcribir la
parte sustancial de su descripción notablemente precisa en los
aspectos que toca, como si fuera una codicología moderna:
La sustancia en que los indígenas escriben son hojas de esa delgada corteza
interior del árbol, que se produce debajo de la superior, y a que llaman
“filiria”, según creo… Dicho tejido reticular, lo embadurnan con betún
pegajoso; cuando todavía está blando, le dan la forma apetecida, lo extienden
a su arbitrio, y luego de endurecido, lo cubren con yeso, al parecer, o con otra
materia semejante… No encuadernan los libros por hojas sino que las
extienden a lo largo, formando tiras de muchos codos. Redúcenlas a
porciones cuadradas, no sueltas, sino unidas entre sí por un betún resistente y
tan flexible, que cubiertas con tablillas de madera, parecen haber salido de
manos de un hábil encuadernador. Por dondequiera que el libro se abra
aparecen dos caras escritas, o sea dos páginas, debajo de las cuales quedan
otras tantas ocultas, a menos que se las extienda a lo largo, ya que debajo de
un folio hay otros muchos unidos.
Pedro Mártir de Anglería, De Orbe Novo, Alcalá de Henares, 1530.
Los caracteres que usan son muy diferentes de los nuestros y consisten en
dados, ganchos, lazos, limas y otros objetos dispuestos en línea como entre
nosotros y casi semejantes a los de la escritura egipcia. Entre las líneas
dibujan figuras de hombres y animales, sobre todo de reyes y magnates, por
lo que es de creer que en estos escritos se contienen las gestas de los
antepasados de cada rey, y a la manera que los impresores actuales suelen
muchas veces, para estímulo de compradores, intercalar en las historias
generales, e incluso en los libros de entretenimiento, láminas representativas
de los protagonistas.
También disponen con mucho arte las tapas de madera. Sus libros, cuando
están cerrados, son como los nuestros, y contienen, según se cree, sus leyes, el
orden de sus sacrificios y ceremonias, sus cuentas, anotaciones astronómicas
y los modos y tiempos para sembrar.1 3
DOS ELOGIOS DEL PRIMER TESORO MEXICANO
El conjunto de los objetos enviados por Cortés al rey Carlos debieron
ser exhibidos para que los admirara aquella corte ambulante.
Afortunadamente, dos de los hombres que vieron el primer tesoro
mexicano escribieron sus impresiones. Además de describir con tanta
precisión los “libros de los indios”, Pedro Mártir dedicó otro capítulo
de su Novus Orbis a las joyas, oro, plumerías y vestidos, los cuales
examinó, midió, pesó y contó con curiosidad extrema. Un solo pasaje
puede dar idea de la fascinación con que contempló aquellos objetos y
celebró a sus artífices:
No me admiro en verdad del oro y de las piedras; lo que me causa estupor es
la habilidad y esfuerzo con que la obra aventaja a la materia. Infinitas figuras
y rostros he contemplado, que no puedo describir; paréceme no haber visto
jamás cosa alguna que por su hermosura pueda atraer tanto a las miradas
humanas.1 4
De las ciudades españolas, el tesoro mexicano pasó a las
flamencas, que celebraban la entronización del joven Carlos como
sacro emperador romano. Y en el otoño de 1520 el tesoro se exhibió
en la gran sala del Palacio del Ayuntamiento de Bruselas.
El pintor alemán Alberto Durero viajó por estos días de Núremberg
a Flandes, con la esperanza de poder entrevistar al nuevo emperador
para que le confirmara la pensión que le había asignado su abuelo, el
recién difunto emperador Maximiliano. Así pudo visitar, entre el 26
de agosto y el 3 de septiembre, aquella exposición, y anotó en su
diario —además de describir algunos de los objetos que venían de “la
nueva tierra del oro” y de indicar que estaban valuados en 100 mil
florines— esta ponderación impresionante en artista de su excelencia:
Pedro Mártir de Anglería, De Insulis Nuper Inventis, Colonia, 1532. Reproduce la
segunda y tercera Relaciones de Cortés.
A lo largo de mi vida, nada he visto que regocije tanto mi corazón como estas
cosas. Entre ellas he encontrado objetos maravillosamente artísticos, y he
admirado los sutiles ingenios de los hombres de estas tierras extrañas. Me
siento incapaz de expresar mis sentimientos.1 5
¿Dónde están ahora estos objetos maravillosos? Nada sabemos de
ellos. Después de que adornaron los festejos del nuevo emperador,
debieron quedar a disposición del Consejo de Indias, cuyos miembros
eran del todo ajenos a los entusiasmos de humanistas y artistas por
aquellas raras creaciones. Todo lo que pudo convertirse en monedas,
necesarias para los crecidos gastos y deudas del imperio, se fundió.
Las joyas separadas de sus engastes debieron venderse. Las plumerías
y ropas se abandonaron y consumieron. De aquel tesoro y de los
envíos siguientes de Cortés sólo han subsistido el llamado penacho de
Motecuhzoma, el abanico y el escudo de plumería que ha logrado
conservar el Museo Etnográfico de Viena16, y posiblemente algunas
máscaras, serpientes y navajones con incrustaciones de piedras y
conchas que guardan otros museos.
LA DISTRIBUCIÓN DEL “RESCATE”
El presente enviado al monarca por Cortés y su expedición era sin
duda tan valioso como impresionante. Pero, ¿era, en verdad, todo lo
hasta entonces habido? En la Carta del cabildo se dice que mientras
que Velázquez no estaba dispuesto a enviar el oro rescatado, ellos —el
cabildo de Veracruz y los demás soldados de Cortés—, en cambio,
como muestra de su lealtad, envían a sus reyes no sólo el quinto que
les corresponde, sino “todo, como lo enviamos”: el oro, plata, joyas,
plumería, ropas y otros objetos hasta entonces recibidos. Bernal Díaz
dice lo mismo, que los soldados acordaron servir al rey “con las partes
que nos caben” y enviarle “todo el oro que se había habido… para que
nos haga mercedes”.17
En cambio, López de Gómara cuenta otra cosa. Refiere que Cortés
hizo sacar a la plaza los bienes obtenidos y encargó a los tesoreros
que hicieran la distribución. Éstos, después de sacar el quinto real,
intentaron pagar a Cortés lo que había gastado en bastimentos,
artillería y navíos. El capitán no aceptó, diciendo que tiempo había
para pagarle y que, por el momento, sólo quería “lo que le tocaba
como a su capitán general” y que se distribuyese también entre los
hidalgos para que “comenzasen a pagar sus deudillas”. Y aparte de
esta distribución, propuso que, aunque excediese del quinto, se
enviaran al rey los objetos más notables “que no se sufrían partir ni
fundir” y que él mismo “apartó del montón” los incluidos en la lista.18
Así pues, sólo se envió al rey Carlos su quinto algo sobrado y sí hubo
distribución del resto, al menos entre los capitanes hidalgos.
El penacho de plumas de quetzal, llamado de Moctezuma. Museo Etnológico de
Viena.
Además, previamente se había tomado del montón “tanto oro que
les pareció bastar” —no en monedas, que no las tenían, sino su
equivalente aproximado en trozos de oro fundido o en pepitas o
granos— para los gastos de los procuradores en España, y “ciertos
castellanos” que enviaba Cortés a su padre,19 y sin duda se reservó lo
suficiente para los gastos futuros de la expedición.
Cuando se sacó a la plaza de la nueva Veracruz la supuesta
totalidad del botín, su valor fue estimado en 27 000 ducados
(alrededor de 23 000 pesos de oro).20 Ahora bien, en el inventario de
los objetos que llevaron los procuradores, se dice que el quinto real
importaba 2 000 castellanos (2 160 pesos de oro), y que como la gran
rueda de oro valía 3 800 pesos de oro, el concejo de la villa ofrecía al
rey, extras, los 1 800 pesos restantes, más todo lo demás enviado que
valía 1 200 pesos. Es decir, 5 000 pesos en lugar de los 2 160 pesos
que le correspondían. Sin embargo, si el valor total del botín estimado
por López de Gómara eran 23 000 pesos, el quinto eran 4 600 pesos.
De estas cuentas tan poco claras resulta la evidencia de que al rey se
enviaron sólo 400 pesos extras de su quinto tradicional, y no la
totalidad del rescate o botín, como se le dice en la Carta del cabildo y
lo repite Bernal Díaz.
Poco más tarde, y aun en la costa veracruzana, Cortés obtuvo de su
ejército un documento por el cual se le autorizaba a recibir, del monto
de los rescates, y después de deducir el quinto real, otro quinto para él
destinado a cubrir sus gastos.21 Esta concesión le fue muy
censurada;22 y que él mismo la sentía inadecuada lo muestra el dicho
de Bernal Díaz, quien, al consignar el contenido de la otra carta
perdida que dirigió al rey el ejército de la expedición, dice que al
mostrarla a Cortés, éste les pidió que no mencionaran lo de su propio
quinto.23 En este caso, sin embargo, creo que pesó más el fetichismo
con que se veía el equiparamiento de los derechos reales y el de
Cortés, como si éste fuera otro rey. La conquista era una empresa
particular, que habían financiado Cortés y Velázquez. Si en lugar de
pagarse sus inversiones con un quinto, como el del rey, se hubiese
dicho que en los repartos y periódicamente se deducirían los gastos
generales de la empresa, debidamente justificados, el alboroto
pudiera haberse evitado. Cortés, además, recibía del resto su cuota
personal como capitán general. Pero las cuentas claras nunca le
gustaron y prefirió distribuir los bienes conforme a su propio y
variable arbitrio, lo que le ocasionaría frecuentes inconformidades.
LOS ARGUMENTOS
La segunda de las acciones que realizó Cortés para tratar de
neutralizar los cargos de rebelde y usurpador de funciones que tenía
sobre sí, o de traidor como lo acusaba Velázquez, fue la de exponer
buenos argumentos jurídicos en su defensa. Estos aparecen en todos
los documentos que entonces preparó o promovió, pero sobre todo en
la Carta del cabildo. Aquí se exponen sutilmente entreverados con el
relato de los acontecimientos y, por la solidez de su fundamentación,
debieron producir tan buen efecto como el envío del regio presente.
Los argumentos son de una envolvente astucia; provocan sutilmente
la ambición de conquista y codicia de los reyes, bajo la enseña de la
propagación de la fe; y su apoyo en tradiciones legales —que se
analizarán en seguida— muestra que no fueron en vano los años de
Cortés en Salamanca.
El resumen de la argumentación puede ser el siguiente:
1. Diego Velázquez sólo pensaba en su propio provecho; las
expediciones que organizó tenían el único propósito de “rescatar oro”.
2. Hernán Cortés se asoció ciertamente con Velázquez pero
“movido con el celo de servir a Vuestras Altezas Reales” y para que los
naturales “viniesen en conocimiento de nuestra santa fe católica y
para que fuesen vasallos de Vuestras Majestades”.
3. Desde su primer choque con los indios, Cortés ha procedido
conforme a usos legales. Primero, los ha requerido tres veces, ante
escribano, explicándoles que no quiere hacerles guerra, sino que sólo
desea “paz y amor con ellos”, y persuadiéndolos de que sean vasallos
de los “mayores príncipes del mundo”. Sólo cuando los indios
rehúsan, los ha combatido.
4. Los nobles y caballeros hijosdalgo que vienen entre los soldados
de Cortés decidieron examinar, en nombre de los reyes, los poderes e
instrucciones que Cortés había recibido de Velázquez. Encontraron —
no explican por qué— que “no tenía más poder el dicho capitán
Fernando Cortés, y que por haber expirado ya no podía usar de
justicia ni de capitán de allí en adelante”.
5. Viene ahora la jugada maestra. Cortés funda, a solicitud de sus
hombres, la Rica Villa de la Vera Cruz y, en nombre de los reyes,
designa alcaldes y regidores del cabildo a los nobles e hijosdalgo que
lo acompañan. Estas nuevas autoridades le dicen que él no tiene ya
poderes en vigor y que es necesario que alguien los ejerza; entonces,
lo designan a él capitán general y justicia mayor, en nombre de los
reyes. Por todo ello, les piden que manden sus cédulas confirmando a
Cortés en dichos cargos.
6. De paso, las autoridades de Veracruz piden también a los reyes
que no se le haga “merced de estas partes a Diego Velázquez” —lo que
sabían que ya se había ordenado—, porque él no estaría dispuesto,
como lo están ellos, a enviar a sus monarcas el oro rescatado.
En resumen, mediante estas argucias y el peso de los hechos
consumados, Hernán Cortés logró desatarse formalmente del
compromiso que tenía con Diego Velázquez, su patrón y socio en esta
empresa; darse un nuevo puesto de mando, dependiente sólo del
emperador Carlos V —en que ya se había convertido el rey Carlos—;
ganarse la voluntad real con la generosidad del envío y la tácita
promesa de otras remisiones; y con la fundación de Veracruz dar una
nueva orientación de asentamiento y conquista para la extensión de
los dominios reales, a las que hasta entonces sólo habían sido
entradas para rescatar oro y esclavos.
APOYO JURÍDICO DEL ROMPIMIENTO. LA TRADICIÓN DE LAS
SIETE PARTIDAS
Como lo ha mostrado Victor Frankl en un penetrante análisis,24 la
fundamentación del rompimiento con la autoridad de Diego
Velázquez, la constitución del cabildo y las otras acciones realizadas
por Cortés estaban apoyadas sustancialmente en la tradición jurídica
de Las siete partidas.
Este venerable código medieval, compuesto bajo la dirección del
rey Alfonso X, llamado el Sabio, continuaba vigente bajo los Reyes
Católicos y Carlos V, y sus preceptos fueron la base de las Leyes de
Toro, de 1505. Aunque no se haga mención explícita de Las partidas
en la Carta del cabildo, el apoyo de su argumentación debió ser claro
para los juristas del Consejo de Indias.
En el primer pasaje de la Carta del cabildo en que se inicia esta
argumentación, los nobles y caballeros hijosdalgo que venían en la
armada comunican a los reyes que consideraron que no convenía al
servicio real que continuaran cumpliendo las instrucciones de
Velázquez que traían, porque los limitaba a rescatar oro; y que en
lugar de ello habían decidido poblar y fundar un pueblo en que
hubiese justicia; que habían comunicado lo anterior a su capitán
Fernando Cortés, el cual, pese a que esto iba contra sus intereses, lo
había aceptado y había procedido a nombrar alcaldes y regidores de la
Rica Villa de la Vera Cruz, cuyo ayuntamiento habían constituido con
la solemnidad acostumbrada.
La estrecha relación que debe existir entre el rey y los caballeros
hijosdalgo se encuentra —señala Frankl— en la Partida II, título XXI,
ley XXIII , que dice: “Los reyes los deben honrar [a los caballeros]
como a aquellos con quien han de facer su obra”. La afirmación de
que debe preferirse el interés de la Corona y de la nación a los
intereses particulares tiene su fuente en la declaración de Las siete
partidas que dice: “Ca non seríe guisada cosa que el pro de todos los
homes comunalmente se destorbase por la pro de algunos”. Y el
punto más delicado, de en qué casos pueden anularse las leyes
vigentes, o la desobediencia a las instrucciones recibidas para adoptar
una nueva norma en beneficio de la Corona y de la comunidad, se
basa en el siguiente precepto:
Desatadas non deben ser las leyes por ninguna manera, fueras ende si ellas
fuesen tales que desatasen el bien que deben facer: et esto sería si hobiese en
ellas alguna cosa contra la ley de Dios, o contra derecho señorío, o contra
grant pro comunal de toda la tierra, o contra bondat conocida… el desatar de
las leyes et tollerlas del todo que non valan, non se debe facer sinon con grant
consejo de todos los homes buenos de la tierra, los más buenos et honrados et
más sabidores… Et después que todo lo hubiesen visto, si fallaren las razones
de las leyes que tiran más a mal que a bien, puédenlas desfacer o desatar del
todo.
Partida I, tít. I, ley XVIII .2 5
El apoyo implícito de la argumentación del cabildo de Veracruz en
las prescripciones de Las siete partidas parece, pues, evidente, y ello
explica que, después de un compás de espera razonable —que a Cortés
debió parecerle eterno— y de someterla al juicio de un tribunal de
juristas, fuera aceptada tácitamente por la Corona.
Victor Frankl refiere dos casos más en que los preceptos de Las
partidas seguían teniendo eco en los conquistadores. En el
primero,26 citando una observación de Konetzke,27 considera un
antecedente de la argumentación que se empleará en la Carta del
cabildo, las siguientes palabras de Pedro de Alvarado, que le atribuye
Cervantes de Salazar, a propósito de la expedición de Juan de
Grijalva:
Aunque expresamente Diego Velázquez no dio licencia para poblar, tampoco
lo prohibió… aunque expresamente lo vedara, ni Dios ni Su Alteza del rey
nuestro señor, dello serán deservidos: porque muchas veces acontece que
cuando se hace la ley es necesaria, y andando el tiempo, según lo que se
ofrece, no hace mal el que la quebranta porque el principal motivo della es el
bien común, y cuando falta y se sigue daño cesa su vigor.2 8
Sin embargo, en este caso debe considerarse que quien escribe
estas palabras, el doctor Francisco Cervantes de Salazar, ostentaba
grados en cánones y en teología, y que por ello las ideas expuestas
acaso sean más suyas que de Alvarado. Con todo, el hecho es que se
establece y acepta que el principio moral que justifica un acto de
rebeldía es el logro del bien común.
El otro caso de vigencia de los preceptos de Las siete partidas entre
los conquistadores fue advertido por Silvio Zavala.29 Siguiendo la
doctrina de San Agustín, el Código Alfonsino establece las siguientes
tres razones de la guerra justa:
La guerra se debie facer, es sobre tres razones: la primera, por acrecentar los
pueblos su fe et para destroir los que la quisieren contrallar; la segunda, por
su señor quiriéndole servir et honrar et guardar lealmente; la tercera para
amparar a sí mesmos, et acrecentar et honrar la tierra onde son.
Partida II, tít. XXIII, ley II .
Y cuando Cortés, en Tlaxcala, antes de emprender el ataque a
Tenochtitlán, arenga a sus soldados, al principio de su tercera Carta
de relación, les repite punto por punto las mismas tres causas de la
guerra justa, y añade otra más, circunstancial:
Y viesen cuánto convenía… tornar a recobrar lo perdido, pues para ello
teníamos de nuestra parte justas causas y razones: lo uno, por pelear en
aumento de nuestra fe y contra gente bárbara, y lo otro, por servir a Vuestra
Majestad, y lo otro, por seguridad de nuestras vidas, y lo otro, porque en
nuestra ayuda teníamos muchos de los naturales, nuestros amigos, que eran
causas potísimas para animar nuestros corazones [p.119].
Zavala dice que esta coincidencia lo hace pensar que “algún
ejemplar de Las partidas andaría en manos de los soldados,
acostumbrados desde la época del Cid a conocer el derecho
juntamente con la guerra”.30 No creo posible que algún soldado, ni
siquiera el bachiller Alonso Pérez, que parecía el más leído de ellos,
cargara en su mochila los dos grandes tomos de la edición entonces
existente y que ahora es un incunable, de Las siete partidas, de
Sevilla, 1491. Pero si no traían los libros, sí guardaban en la cabeza
muchos de sus preceptos, que se habían vuelto ya sabiduría
tradicional.
Frankl observa que, analizando la estructura de la Carta del
cabildo y de las siguientes Cartas de relación, así como
procedimientos de estilo e ideas dominantes, es indudable que el
autor de la primera carta es Cortés mismo.31 Y en otro lugar añade
que en esta Carta del cabildo Cortés se revela “como el gran creyente
de la idea de la poderosa monarquía social esbozada en Las partidas,
como hombre de esencial orientación política, acostumbrado a pensar
en categorías estatales”.32
Parece, pues, evidente, que el apoyo legal implícito en la
argumentación central de la Carta del cabildo proviene de Las siete
partidas. Sin embargo, me parece también manifiesto que los pasos
relatados de esta carta son los de un leguleyo que ejecuta un truco
pseudolegal, así esté expuesto y fundamentado con notable ingenio
en una maciza doctrina política. Además, los más poderosos
argumentos de Cortés serán su éxito, la magnitud de su hazaña y la
riqueza de la tierra que conquistó. Si éstos no hubieran existido, sólo
habría sido un traidor infidente a Velázquez y no un héroe.
Contribuyó también a la resolución favorable de su rebeldía el
hecho de que, al mismo tiempo, ocurría en Castilla el movimiento de
las comunidades, de los comuneros en lucha con las autoridades
injustas. Cortés resultaba ser, paralelamente, el “caudillo de los
comuneros sublevados en Veracruz”, como lo ha señalado Giménez
Fernández.33
¿EXISTIÓ LA PRIMERA CARTA DE RELACIÓN?
Los datos conocidos acerca de este problema —que ha dado origen a
muchas indagaciones y suposiciones— son éstos:
1° La presunta existencia de una primera Carta de relación de
Cortés a los reyes se documenta en los siguientes textos: Cortés, al
principio de su segunda Carta de relación, dice que:
En una nao que de esta Nueva España de Vuestra Sacra Majestad despaché a
diez y seis de julio del año de quinientos diez y nueve, envié a Vuestra Alteza
muy larga y particular relación de las cosas que hasta aquella sazón, después
que yo a ella vine, en ella sucedidas…[p.33]
López de Gómara refiere que con Hernández Portocarrero y
Montejo como procuradores, y en una nave que conducía Alaminos,
Cortés:
envió con ellos la relación y autos que tenía de lo pasado, y escribió muy larga
carta al emperador (llamolo así, aunque allá no sabían), en la cual le daba
cuenta y razón sumariamente de todo lo sucedido hasta allí desde que salió
de Santiago de Cuba; de las pasiones y diferencias entre él y Diego Velázquez;
de las cosquillas que andaban en el real, de los trabajos que todos habían
padecido, de la voluntad que tenían a su real servicio, de la grandeza y
riqueza de aquella tierra, de la esperanza que tenían de sujetarla a su corona
real de Castilla; y ofreciose a ganarle a México ya haber a las manos al gran
rey Moteczuma, vivo o muerto.3 4
Y por Bernal Díaz,35 quien dice en esencia lo mismo y añade que
los soldados no pudieron ver dicha carta.
2° Se enviaron al mismo tiempo otros dos memoriales: a) el que
firmaron los alcaldes y regidores, según López de Gómara, o que “el
cabildo escribió, juntamente con diez soldados de los que fueron en
que se poblase la tierra y le alzamos a Cortés por general”, según
Bernal Díaz. Es la carta conservada y llamada Carta del cabildo; y b)
el que firmaron el cabildo y los más principales que había en el
ejército, según López de Gómara, o “todos los capitanes y soldados
juntamente”, según Bernal Díaz. De este memorial, perdido, existen
dos sumarios que difieren fundamentalmente entre sí y que
presentan asimismo diferencias importantes con la carta conservada:
el de López de Gómara se reduce a un alegato en favor de Cortés, y el
de Bernal Díaz, que además de incluir todo lo tratado en la Carta del
cabildo, alcanza también puntos que omitía aquélla (enumeración de
los presentes y mención del quinto de Cortés) y tiene distinto
encabezamiento.36
3° La Carta del cabildo, descubierta hacia 1777 en la entonces
Biblioteca Imperial de Viena, gracias a las indagaciones del
historiador escocés William Robertson,37 forma parte de un
manuscrito del siglo XVI que contiene copias de las cinco Cartas de
relación de Cortés. En dicho manuscrito, la hoy llamada Carta del
cabildo lleva añadido el título de Primera relación. La supuesta
primera Carta de relación, diferente de la Carta del cabildo, nunca ha
sido encontrada.38
A partir de estos datos, algunos investigadores se han inclinado por
afirmar la existencia de la carta perdida y otros por negarla. Entre los
primeros, Henry R. Wagner39 supone que López de Gómara tenía
copia de esta primera Carta de relación y cree haber encontrado un
rastro de ella. En un pasaje de la Historia de la Orden de San
Jerónimo, de fray José de Sigüenza, cuya tercera parte se publicó en
Madrid, 1605, refiriéndose a la preparación que hacía Cortés en Cuba
de su expedición a México, se dice que éste “compró dos naos, seis
caballos y muchos vestidos”;40 y Wagner señala que en López de
Gómara41 se encuentra la misma mención de naos, caballos y
vestidos que en Sigüenza. De tan débil indicio concluye la existencia
de la primera carta, y deduce que tanto López de Gómara como el
padre Sigüenza tenían copias de ella, ¿y por qué no suponer
sencillamente que Sigüenza, que escribió cerca de 1605, tomó ese
dato de la Conquista de México, de López de Gómara, que se había
impreso desde 1552? En cuanto a este último, él pudo recibir la
información de naos, caballos y vestidos verbalmente del propio
Cortés, información que, por otra parte, ya aparece en la Probanza
que a nombre de Cortés hizo Juan Ochoa de Lejalde en 1520.42
Caillet-Bois también se inclina a favor: “No puede dudarse —
escribe— de la existencia de esta carta primera”,43 porque su
evidencia se encuentra en las precisas informaciones que sobre dicha
carta dan López de Gómara y Bernal Díaz.
En cambio, otros dos investigadores ponen en duda su existencia.
José Valero Silva argumenta: lo importante estaba dicho ya en la
Carta del cabildo; sólo le faltaban a Cortés dos cosas por decir:
razonar su alzamiento contra Velázquez y explicar lo del quinto del
botín que el conquistador se reservaba, después de separar el quinto
real, las cuales era preferible dejar en silencio, ya que las
explicaciones lo perjudicarían.44
J. H. Elliott también se inclina por esta suposición y llega a afirmar
que Cortés nunca escribió la supuesta primera Carta de relación,
“porque se hubiera visto envuelto en explicaciones personales que no
podía dar”.45
Me parece que estas razones sobre la no existencia de la primera
Carta de relación son válidas. A favor de su posible existencia y
pérdida, podría considerarse la ausencia, en la Carta del cabildo, de
muchos acontecimientos, mayores y menores, como los que se han
expuesto en el capítulo anterior, narrados por otros cronistas. Sin
embargo, me parece que la mayor evidencia de que lo único que se
escribió y llegó a la Corte fue la Carta del cabildo, se encuentra en el
hecho de que en el único manuscrito antiguo conocido, que
colecciona las Cartas de relación de Cortés para la Corona española,
aparece, en el lugar y con el título de Primera relación, la hoy llamada
Carta del cabildo. ¿Por qué? Porque era la única existente.
Recuérdese, además, lo que dice el preámbulo del manuscrito vienés,
hacia 1527 o 1528: “en este libro están agregadas y juntas todas o la
mayor parte de las escrituras y relaciones de lo que al señor don
Hernando Cortés… ha sucedido en la conquista de aquellas tierras”.
1
Bernal Díaz, cap. LIII .— En el Interrogatorio general presentado por
Hernando Cortés para el examen de los testigos de su descargo, de ca. 1534 (en
Documentos, sección IV, Residencia), en la pregunta 37, dice Cortés que este barco
era suyo y que lo había dejado en Cuba “dando carena”, y que “trujo setenta e
tantos hombres, e siete o nueve caballos e yeguas”.
2 Ricard Konetzke, “Hernán Cortés como poblador de Nueva España”, Estudios
cortesianos, Revista de lndias, enero-junio de 1948, año IX, núms. 31-32, p. 349.—
Las Casas, Historia de las Indias, lib. III, cap. cxxiv, reproduce lo substancial de
este documento.— Texto completo en Milagros del Vas Mingo, Las capitulaciones
de Indias en el Siglo XVI , Ediciones de Cultura Hispánica, Instituto de
Cooperación Iberoamericana, Madrid, 1986, doc. 10.
3 Cervantes de Salazar, Crónica de Nueva España, lib. III, cap. IX.
4 Instrucciones de Cortés a los procuradores …, Veracruz, julio de 1519: en
Docimentos, sección 1.
5 Bernal Díaz, cap. LV.
6 Carta de Benito Martin, capellán de Diego Velázquez, al rey, acusando a
Hernán Cortés...,[Sevilla, octubre/noviembre de 1519]: en Documentos, sección 1.
— Don Martín Cortés dirigió un Memorial al Consejo de Indias, en marzo de 1520,
exponiendo los hechos y pidiendo la devolución del oro remitido, que era para
enviar a Cortés “bastimentos y provisiones y armas y pólvora y ornamentos para la
iglesia”: en Documentos, sección 1.— Herrera, década 11ª, lib. V, cap. XIV.—
Declaraciones de Hernández Portocarrero y Montejo, en Documentos, sección I.
7 Anotación de Juan Bautista Muñoz en el Manual del tesorero de la Casa de la
Contratación de Sevilla: Colección de Documentos para la Historia de España, t.
1, p. 461. El documento añade que los indios “fueron vestidos ricamente” y se
enviaron a Su Majestad en Tordesillas. “Salieron de Sevilla en 7 de febrero de 1520,
y en ida, estada y vuelta, que fue el 22 de marzo, se gastaron 45 días. Uno de los
indios no fue a la Corte porque enfermó en Córdoba y se volvió a Sevilla muy bien
asistido hasta 28 de marzo de 1521, día en que partieron en la nao de Ambrosio
Sánchez, enderezados a Diego Velázquez en Cuba, para que dellos hiciese lo que
fuese servido de Su Majestad”. Cita de Manuel Orozco y Berra, Historia antigua y
de la conquista de México, Conquista, lib. 1, cap. VI , n. 19.
8 López de Gómara, cap. XXXIX.
9 Bernal Díaz, cap. XXXIX.- Además de este inventario que llevaban los
procuradores, existen dos listas más, con variantes, del envío al rey Carlos: en
López de Gómara, cap. XXXIX, y en Herrera, década 11ª, lib. V, cap. V.
1 0 Zelia Nuttall, Codex Nuttall, Facsimile of an Ancient Mexican Codex con
introd. y notas, Cambridge, Massachusetts, 1902.
1 1 J. Eric S. Thompson, “Information on Colonial Sources on Maya Writing”, A
Commentary on the Dresden Codex, A Maya Hieroglyphic Book, American
Philosophical Society, Filadelfia, 1972, pp. 3-5.
1 2 Bernal Díaz, cap. XLIV.— También los describe López de Gómara, cap.
XXXIX, de manera semejante; “Pusieron también con estas cosas algunos libros de
figuras por letras, que usan los mexicanos, cogidos como paños, escritos de todas
partes. Unos eran de algodón y engrudo, y otros de hojas de metl, que sirven de
papel, cosa harto de ver. Pero como no los entendieron no los estimaron”.
1 3 Pedro Mártir de Anglería publicó inicialmente, en latín, un Epítome acerca
de “las islas recién descubiertas bajo el reino de don Carlos”, en Basilea, 1521,
donde aparecieron estas noticias. El Epítome pasó a ser más tarde la “Cuarta
década” de su Novus Orbis o De Orbe Novo, cuya primera edición completa, con
las ocho décadas, es de Alcalá de Henares, 1530. Sigo la traducción de Agustín
Millares Carlo, Décadas del Nuevo Mundo, José Porrúa e Hijos, Sucs., México,
1964, 2 vols., Cuarta Década, lib. VIII, t. 1, pp. 425-426.
1 4 Pedro Mártir, op. cit., lib. IX, t. 1, pp. 429-431.
1 5 Alberto Durero, “Tagebuch der Reise in die Niederlande. Anno 1520”: Ulrich
Peters, Albrecht Dürer in seinen Brifen und Tagebüchern, Fráncfort del Meno,
1925, pp. 24-25.— William Martin Conway, ed. y trad. al inglés, Lierary Remains
of Albrecht Dürer, Cambridge University Press, Cambridge, 1889, p. 101.— Miguel
León-Portilla, Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares, Fondo
de Cultura Económica, México, 1961, p. 155.
1 6 Die Mexikanischen Sammlungen des Museums für Volkerkunde, Wien,
1965, pp. 3 y 4 y láms. 1-3.
1 7 Bernal Díaz, cap. LIII .
1 8 López de Gómara, cap. XXXIX.
1 9 Ibid., cap. XL.— Las Casas, lib. III, cap. CXXIII , dice que fueron 3 000
castellanos para los gastos y 3 000 para don Martín Cortés.
2 0 López de Gómara, ibid.
2 1 Escritura convenida entre el regimiento de la Villa Rica de la Vera Cruz y
Hernando Cortés sobre la defensa de sus habitantes y distribución de los rescates
que hubieren, del 5 de agosto de 1519: en sección 1 de Documentos.
2 2 Una muestra de estas censuras es el Memorial de Luis de Cárdenas contra
Cortés, del 15 de julio de 1528: en sección V de Documentos.
2 3 Bernal Díaz, cap. LIV.
2 4 Victor Frankl, “Hernán Cortés y la tradición de Las Siete Partidas”, Revista
de Historia de América, México, junio-diciembre de 1962, núms. 53-54, pp. 9-74.
2 5 Las citas de Las siete partidas, del rey Alfonso el Sabio, proceden de la
edición de la Real Academia de la Historia, Madrid, 1809, 3 vols.
2 6 Frankl, pp. 13-14.
27
Konetzke, “Hernán Cortés como poblador”, op. cit., pp. 345-347.
Cervantes de Salazar, Crónica, lib. II, cap. X.
2 9 Silvio Zavala, “La doctrina de la guerra justa”, Ensayos sobre la colonización
española en América (1944), 3ª ed., Editorial Porrúa, México, 1978, pp. 60-61.
3 0 Zavala, op. cit., p. 61.
3 1 Frankl, op. cit., p. 58.
3 2 Ibid., p. 73.
3 3 Manuel Giménez Fernández, “Hernán Cortés y su revolución comunera en la
Nueva España”, Anuario de Estudios Americanos, Escuela de Estudios HispanoAmericanos de Sevilla, 1948, t.V, p. 84.
3 4 López de Gómara, cap. XL.
3 5 Bernal Díaz, cap. LIII .
3 6 Hasta aquí, sigo en lo principal el resumen de Julio Caillet-Bois, en “La
primera Carta de Relación de Cortés”, Revista de Filología Hispánica, Buenos
Aires, 1941, t. III, p. 54.
3 7 William Robertson, “Préface”, L’Histoire de l ‘Amérique, trad. al francés,
Panckoucke, París, 1778, t. I, pp. XII -XIV.— La primera edición es de Londres,
1777.- Gracias a la indagación de Robertson se descubrió no sólo esta Carla del
Cabildo, sino también la quinta Carta de relación, hasta entonces desconocida.
3 8 Varios historiadores han repetido la suposición de Federico Gómez de Orozco
de que la primera Carta de relación, perdida, pudiera encontrarse en el archivo de
Francisco de los Cobos, el poderoso secretario de Carlos V, que forma parte del
Archivo Ducal de Medinaceli y se guarda en la llamada Casa de Pilatos, de Sevilla.
En junio de 1985 visité dicho archivo, guiado por su director, Antonio Sánchez
González. La sección del archivo de De los Cobos cuenta con 239 legajos con
alrededor de 800 documentos, sin clasificar. Por el muestreo realizado, pudo
observarse que los legajos, contienen principalmente títulos de propiedad, ventas y
donaciones, testamentos, ejecutorias, cédulas y bulas relacionados con los señoríos
y mayorazgos de la familia. No parece haber documentos ajenos. Sín embargo,
mientras no se revise e investigue debidamente la totalidad de esta sección del
Archivo Ducal de Medinaceli, no podrá asegurarse que entre estos papeles se
encuentra o no la carta de Cortés buscada u otros documentos cortesianos.
3 9 Henry R. Wagner, “The Lost First Letter of Cortés”, Hispanic American
Historical Review, noviembre 1941, t. XXI, 4, pp. 669-672.— Véase también
Rafael Heliodoro Valle, “Las Cartas de Cortés”, Historia Mexicana, El Colegio de
México, abril-junio de 1953, 8, vol. II, núm. 4, pp. 549-563, buen resumen de estos
problemas.
4 0 Fray José de Sigüenza, Historia de la Orden de San Jerónimo, Nueva
Biblioteca de Autores Españoles, t. XII, vol. II, p. 110.
4 1 López de Gómara, cap. VII .
28
42
Probanza hecha en la villa de Segura de la Frontera, por Juan Ochoa de
Lejalde, a nombre de Hernán Cortés, sobre quién hizo los gastos de la expedición
a México, del 4 de octubre de 1520: en Documentos. sección I.
4 3 Caillet-Bois, op. cit., p. 50.
4 4 José Valero Silva, El legalismo de Hernán Cortés como instrumento de su
conquista, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1963, pp. 31-35.
4 5 J. H. Elliott, “Cortés, Velázquez and Charles V”, Introducción a: Hernán
Cortés, Letters from México, traducido y editado por A. R. Pagden, An Orion Press
Book, Grossman Publishers, Nueva York, 1971, p. XX.
VIII. DE LA COSTA AL ALTIPLANO
Se necesita, pues, ser zorro para conocer las trampas, y león
para asustar a los lobos. Los que sólo imitan al león, no
comprenden bien sus intereses.
Cuando invade un extranjero poderoso una comarca, lo
ordinario es que se pongan de parte del invasor los Estados
menos fuertes, por envidia al que antes dominaba, y sin gastos
ni esfuerzos el extranjero conserva la adhesión de estos
pequeños Estados que de buen grado forman un bloque con el
conquistado.
NICOLÁS MAQUIAVELO
¿Quién barrenó los navíos y dejó en seco y aislados los valerosos
españoles guiados por el cortesísimo Cortés en el Nuevo Mundo?
MIGUEL DE CERVANTES
Caballos, no los había,
carneros, vacas,
lechones
ni aceite, ni pan, ni vino,
solo mameyes y elotes.
MATEO ROSAS DE OQUENDO
CONTENIDO GENERAL DE LA SEGUNDA CARTA
La segunda Carta de relación, firmada en Segura de la Frontera
(Tepeaca) el 30 de octubre de 1520, culmina con la revelación de la
excepcional civilización que existía en México-Tenochtitlán y sólo
puede compararse en interés con los diarios y cartas en que Colón
describía el mundo que iba descubriendo. Ambos documentos
debieron producir asombro y curiosidad semejantes. Pero mientras
que en los relatos de Colón domina una naturaleza nueva y pródiga y
la inocencia de los aborígenes, el de Cortés refiere el principio de una
azarosa conquista y el esplendor de un imperio extenso, complejo y
poderoso.
Los múltiples acontecimientos que relata esta segunda carta
cubren un periodo de cerca de un año y dos meses, de principios de
agosto de 1519 al 30 de octubre de 1520, y pueden separarse en tres
secciones principales.
La primera describe la destrucción de las naves y el lento avance
desde Veracruz hasta la entrada a México-Tenochtitlán, venciendo
oposiciones y obstáculos. Se extiende de cerca del 6 de agosto de 1519
al 8 de noviembre del mismo año, en un lapso de tres meses.
La segunda narra la estancia pacífica de Hernán Cortés y sus
soldados en México-Tenochtitlán y contiene las descripciones
maravilladas de la ciudad y la corte de Motecuhzoma. Concluye con la
salida de Cortés hacia la costa cuando recibe noticias de la expedición
de Pánfilo de Narváez. Se extiende del 8 de noviembre de 1519 a mayo
de 1520, en un lapso de seis meses.
La tercera contiene la derrota de Narváez; el regreso de Cortés a la
ciudad de México, en donde encuentra la guerra iniciada entre
españoles e indios a causa de la matanza de nobles ordenada por
Pedro de Alvarado —a quien no menciona—; la muerte de
Motecuhzoma y la nueva decisión indígena de lucha y no de renuncia,
hasta la derrota de los españoles en la Noche Triste, el 30 de junio de
1520, y la huida de Cortés y sus huestes hacia tierras tlaxcaltecas,
donde se recuperan y preparan el asalto a la ciudad de México. Se
extiende de mayo de 1520 al 30 de octubre del mismo año, en un
lapso de seis meses.
1. DE VERACRUZ A MÉXICO-TENOCHTITLÁN
LA DESTRUCCIÓN DE LAS NAVES
Pocos días después de la partida a Castilla de los procuradores
Hernández Portocarrero y Montejo, “se me quisieron alzar e írseme
de la tierra” [p. 34], dice Cortés, cuatro de sus soldados adictos a
Velázquez. Añade que confesaron que tenían determinado tomar un
bergantín, matar al maestre y volver a Cuba a informar al gobernador.
Los rebeldes eran Pedro Escudero, los pilotos Diego Cermeño y
Gonzalo de Ungría o Umbría y Alonso Peñate. Cortés se limita a decir:
“los castigué conforme a justicia”. Bernal Díaz añade que los
denunció Bernardino de Coria, arrepentido, que Escudero y Cermeño
fueron ahorcados, que a Gonzalo de Umbría le cortaron los pies —
fueron sólo los dedos de los pies, pues seguirá caminando— y al
marinero o a los marineros Peñate les dieron doscientos azotes.
Cuéntanos también que el clérigo Juan Díaz andaba entre los alzados,
pero que a él sólo se le metió harto temor, y que cuando Cortés firmó
aquella sentencia, con suspiros y sentimientos dijo: “¡Oh, quién no
supiera escribir para no firmar muertes de hombres!”, frase que le
hace recordar la “de aquel cruel Nerón en el tiempo que dio muestras
de buen emperador”.1
Antes de internarse en el país, Cortés decide dejar una fuerte
guarnición en la que él llama aún la Rica Villa de la Vera Cruz. Y para
evitar tentaciones como la que acababa de ocurrir, ya que muchos de
sus soldados son criados y amigos de Diego Velázquez, y tienen temor
de aventurarse en tierra tan grande y poblada, decide inutilizar sus
navíos. Cortés sólo escribe:
So color que los dichos navíos no estaban para navegar, los eché a la costa
por donde todos perdieron la esperanza de salir de la tierra [p.35].
Será López de Gómara quien, probablemente apoyado en
conversaciones con Cortés, precisará los detalles y exaltará la hazaña
que luego celebrarán los poetas: el encargo secreto a los maestres
para que barrenasen los navíos diciendo que ya no servían para
navegar, el desmantelamiento de todo lo útil que contenían, y la
primera determinación de reservar un navío que al fin también fue
“quebrado”.2 Bernal Díaz no está de acuerdo en un punto con la
versión de López de Gómara: fueron los soldados amigos de Cortés
quienes le propusieron dar “al través” con los navíos, aunque Cortés
“lo tenía ya concertado, sino que quiso que saliese de nosotros”.3 La
cuestión queda, pues, en lo mismo. Sin embargo, para el soldado
cronista, aquella era una cuestión de honra: “¿de qué condición
somos los españoles para no ir adelante y estarnos en partes que no
tengamos provecho y guerras?” Y más adelante, para ponderar la
importancia de la hazaña, Bernal Díaz dice que los soldados
manifestaban a Cortés su solidaridad con la decisión tomada, pues —y
aquí otro notable recuerdo clásico— “echada estaba la suerte de la
buena ventura, como dijo Julio César sobre el Rubicón”4
La fábula de que Cortés quemó sus naves, en lugar de sólo
barrenarlas, apareció desde mediados del siglo XVI . Probablemente se
originó, como supuso Federico Gómez de Orozco, en una de las
pinturas que ornaban el Túmulo Imperial, levantado en las exequias
de Carlos V, en México, 1559, pintura que Francisco Cervantes de
Salazar describió diciendo que representaba “los navíos en que
[Cortés] pasó, quemados y echados al través”.5
EL INCIDENTE DE FRANCISCO DE GARAY
Cuando la expedición iniciaba los preparativos para internarse en la
tierra, a principios de agosto de 1519, surge el primero de los muchos
intentos que se harán para disputar a Cortés la conquista que
emprendía.
Refiere el conquistador que, encontrándose en camino de Veracruz
a Cempoala, el capitán Juan de Escalante, que estaba al frente del
destacamento que cuidaba el puerto, le hizo saber que por la costa
andaban cuatro navíos [pp. 35-36]. Eran de Francisco de Garay,
teniente gobernador de Jamaica, el cual no venía con ellos. Bajaron a
tierra tres de sus hombres, un escribano y dos que serían testigos, e
informaron a Escalante que habían descubierto aquella tierra,
querían poblar en Nautecall (Nautla) y le pedían que repartiese con
ellos la posesión. El dicho Escalante les indicó que hablaría con su
capitán en Veracruz. No lo aceptaron y continuaron merodeando. Con
astucias, se provocó que bajaran otros hombres de las naves y
saltaron cuatro, a los que detuvieron junto con los tres iniciales.
Luego, las cuatro naves desaparecieron, aunque Garay repetirá más
adelante su intento de compartir la tierra mexicana.
Bernal Díaz añade algunas precisiones: fueron seis los soldados
tomados e incorporados a la expedición, y da los nombres de tres de
ellos: Andrés Núñez, carpintero de ribera; el valenciano maestre
Pedro, “el de la arpa”; y del otro “no me acuerdo el nombre”, dice el
cronista,6 el cual pudo ser el jumétrico Alonso García Bravo, que
trazaría con Cortés la nueva ciudad de México y de quien se sabe que
vino con Garay, en éste o en los posteriores intentos de intervención.7
Garay, el gobernador de Jamaica, era un hombre rico que había
pasado a las Indias con Cristóbal Colón y emparentado más tarde con
Diego Colón. Cuando supo del descubrimiento de Yucatán y de su
riqueza, obtuvo permiso de los gobernadores de la isla Española y
envió a sus expensas cuatro navíos, a fines de 1518, a cargo de Alonso
Álvarez de Pineda, con el objeto de explorar la Florida en busca del
estrecho que facilitara la comunicación entre los dos océanos. Sólo
encontraron tierras bajas y estériles, ya descubiertas por Juan Ponce
de León. Llevaban ocho o nueve meses de viaje recorriendo la costa
del Golfo y trataron de asentarse en Nautla, cuando se encontraron
con los soldados de Cortés.
Garay intentará dos veces más participar en la conquista de
México.8
DE CEMPOALA A TLAXCALA
Cancelada la posibilidad de retorno, protegido el puerto de
retaguardia y solucionado por el momento el problema de Garay,
Cortés y sus soldados emprenden el viaje al interior del país en busca
del reino fabuloso de Motecuhzoma. Inicialmente se dirigen a
Cempoala para recibir ayuda material y decidir el itinerario más
conveniente. Cortés dice que en Veracruz dejó una guarnición de 150
hombres y dos de a caballo —número que parece excesivo y que
muestra la preocupación por las posibles interferencias cubanas— y
que con él iban 300 peones con quince de a caballo. Los totonacas les
dan, según Bernal Díaz, “cuarenta principales y todos hombres de
guerra” y doscientos tamemes para cargar la artillería.9 La ruta que
les aconsejan y por la que los conducen sus guías es la de cruzar la
cadena montañosa oriental por puertos existentes entre las dos
grandes cumbres nevadas, el Cofre de Perote y el Pico de Orizaba; y
más adelante, pasar por la provincia de Tlaxcala, por ser sus
habitantes enemigos de los aztecas. Los demás pueblos que cruzan
son de aliados de Motecuhzoma que, cumpliendo instrucciones, los
reciben pacíficamente y les dan comida.
El 16 de agosto de 1519 salen de Cempoala. En cuatro jornadas van
primero a Xalapa y luego a Xicochimalco, hoy Xico (Cortés escribe
Sienchimalen y Bernal Díaz Socochima), en las estribaciones de la
serranía cuyo ascenso comienzan. Con su inclinación a la sobriedad
narrativa, Cortés dice que pasaron el puerto entre las cumbres al que
llamaron Nombre de Dios, “el cual es tan agro y alto que no hay en
España otro tan dificultoso de pasar”. En cambio, Bernal Díaz
recuerda:
Y desde aquel pueblo [Tejutla] acabamos de subir todas las sierras, y
entramos en el despoblado, donde hacía muy gran frío, y granizó y llovió.
Aquella noche tuvimos falta de comida, y venía un viento de la sierra nevada,
que estaba a un lado, que nos hacía temblar de frío, porque como habíamos
venido de la isla de Cuba y de la Villa Rica, y toda aquella costa era muy
calurosa, y entramos en tierra fría, y no teníamos con qué nos abrigar, sino
con nuestras armas, sentíamos las heladas, como éramos acostumbrados a
diferente temple.1 0
Después de pasar por otras alquerías en la sierra siguen por
despoblados áridos y fríos donde mueren “ciertos indios de la isla
Fernandina, que iban mal arropados” [p. 38], dice Cortés. Cruzan otro
puerto, “no tan agro como el primero”, al que llaman Puerto de la
Leña, por la mucha que allí había cortada y en rimeros. Y al fin inician
el descenso a un valle llamado por Cortés Caltanmí, cercano a Xocotla
o Zautla, cuyo cacique Olíntletl, “hombre obeso a quien llevaban por
los brazos dos de sus parientes y debía sufrir alguna enfermedad
nerviosa, pues los españoles le pusieron por apodo el Temblador”,
escribe Orozco y Berra,11 los recibe con hospitalidad. Cortés pregunta
a Olíntletl si era vasallo de Motecuhzoma y: “me respondió diciendo
que quién no era vasallo de Mutezuma, queriendo decir que allí era
señor del mundo” [p. 38].
Bernal Díaz añade que, después de la comida, Cortés le preguntó
por medio de las lenguas “de las cosas de su señor Montezuma”, y
Olíntletl les hizo la primera descripción que escuchaban de la
magnificencia de México, de su asiento sobre las aguas, sus casas con
azoteas, sus tres calzadas con aberturas, sus defensas y sus grandes
riquezas en oro, plata y chalchihuis. Refiere también el cronista que
un soldado, Francisco de Lugo, traía un lebrel de gran cuerpo que
ladraba mucho de noche, y que los indios preguntaban si era tigre o
león, y les respondieron: “Tráenlo para cuando alguno los enoja, los
mate”.12
De Iztacamaxtitlan, el pueblo siguiente, cuenta Cortés que tenía “la
mejor fortaleza que hay en la mitad de España, y mejor cercada de
muro y barbacanes y cavas “ [p. 39]. El señor del lugar da a los
españoles informes sobre la situación de los tlaxcaltecas y su vieja
enemistad con los mexicas. Y al señorío de Tlaxcala envía Cortés
cuatro mensajeros, de los cempoaltecas que con él iban y que
hablaban náhuatl, con una carta ofreciéndoles amistad y un “chapeo
vedejudo de Flandes colorado”.13
EN TIERRAS TLAXCALTECAS
A la salida de los pueblos del valle de Caltanmí encuentran una gran
cerca, “alta como estado y medio… tan ancha como veinte pies” y que
“atravesaba todo el valle de la una sierra a la otra” [p. 39]. Informaron
a Cortés que era la frontera de la provincia de Tlaxcala. Refiere
Lorenzana que de esta cerca quedaban algunos peñascos, entre ellos
uno muy grande que llaman la Mitra.14
Los naturales del valle ofrecen a Cortés que, pues iba a ver a su
señor Motecuhzoma, ellos lo llevarán por tierras de sus aliados en
que será bien recibido, y le piden que no entre a tierras de sus
enemigos los tlaxcaltecas. Sin embargo, Cortés prefiere seguir el
consejo de los de Cempoala y se interna en Tlaxcala, que lo espera en
armas.
Cuando habían caminado cuatro leguas tuvieron un primer
combate con cuatro o cinco mil indios, que les mataron dos caballos e
hirieron a otros y a dos soldados. Los indios se retrajeron, devolvieron
a Cortés dos de sus mensajeros y llegaron con ellos enviados de los
señores tlaxcaltecas. Éstos echaron la culpa de aquel asalto a
comunidades que lo habían hecho sin su licencia, pues ellos querían
ser amigos de los españoles.
Batalla con los tlaxcaltecas. Dibujo de Miguel Covarrubias.
Al día siguiente volvieron los otros dos mensajeros de Cortés
“llorando, diciendo que los habían atado para los matar y que ellos
habían escapado aquella noche”. Pronto apareció un enorme ejército
tlaxcalteca, capitaneado por Sientengal, como Cortés llama a
Xicoténcatl el mozo. Esta vez Cortés exagera, pues los soldados
tlaxcaltecas le parecen 100 000, y en la batalla del día siguiente los
calcula en 149 000, “que cubrían toda la tierra” [p. 41]. Bernal Díaz
estima que eran 50 000 soldados.15
Para entonces, los españoles habían aumentado sus escasas
huestes con cuatrocientos indios de Cempoala y trescientos de
Iztacamaxtitlan; y a pesar de la valentía de tlaxcaltecas y otomíes, que
combaten juntos, los españoles y sus aliados logran derrotarlos en
estas batallas, que ocurren los primeros días de septiembre de 1519.
“Bien pareció que Dios fue el que por nosotros peleó” [p. 41], comenta
providencialista y convencido Cortés.
Los tlaxcaltecas siguen alternando las feroces batallas con ofertas
de paz. En uno de estos días, refiere Cortés que llegaron cincuenta
tlaxcaltecas diciendo que los enviaban a darles de comer. Curiosean
tanto los precarios cuarteles españoles que pronto se sospecha y se
prueba que eran espías. Dice Cortés que hizo cortar las manos a los
cincuenta y los devolvió con el encargo de que “dijesen a su señor que
de noche y de día y cada cuando él viniese, vería quiénes éramos”
[p.42].16
En otra de estas estratagemas, refiere Andrés de Tapia que el joven
Xicoténcatl envió a Cortés como de costumbre comida, pero esta vez
añadió indios, pan y fruta, copal y plumas, con este recado altivo e
irónico:
Si eres dios de los que comen carne y sangre, cómete estos indios, y traerte
hemos más; e si eres dios bueno, ves aquí incienso e plumas; e si eres hombre,
ves aquí gallinas; pan e cerezas.1 7
Cortés le respondió que eran hombres de carne y hueso como ellos,
que no mintieran más, que no fueran locos y viniesen de paz.
Tlaxcaltecas y otomíes peleaban con notable valentía y destreza:
¡Qué granizo de piedra de los honderos! —recordará Bernal Díaz—. Pues
flecheros, todo el suelo hecho parva de varas tostadas de a dos gajos, que
pasan cualquier arma y las entrañas adonde no hay defensa; y los de espada y
rodela y de otras mayores que espadas, como montantes y lanzas, ¡qué prisa
nos daban y con qué braveza se juntaban con nosotros y con qué grandísimos
gritos y alaridos! Puesto que nos ayudábamos con tan gran concierto con
nuestra artillería y escopetas y ballestas, que les hacíamos harto daño; a los
que se nos llegaban con sus espadas y montantes les dábamos buenas
estocadas, que les hacíamos apartar, y no se juntaban tanto como la otra vez
pasada; los de a caballo estaban tan diestros y hacíanlo tan varonilmente que,
después de Dios, que es el que nos guardaba, ellos fueron fortaleza.1 8
El mismo cronista refiere que era empeño especial de los
tlaxcaltecas tomar o matar algún caballo, bestia desconocida para los
indios. Y que en una de las primeras batallas, entró Pedro Morón,
jinete en “una muy buena yegua y bien revuelta de juego y de
carrera”, rompiendo entre los escuadrones indios. Unos le cogieron la
lanza a Pedro y le dieron cuchilladas con los montantes, y a la yegua
le dieron tal cuchillada “que le cortaron el pescuezo redondo y
colgado del pellejo; y allí quedó muerta”. A Morón lograron sacarlo de
la refriega, y aun salvaron la silla de la yegua, y el soldado murió dos
días más tarde. Y la yegua, que era de Juan Sedeño, que estaba herido
y la prestó a Morón, buen jinete, la hicieron pedazos para mostrarlos
a los pueblos de Tlaxcala, y “después supimos —cuenta Bernal— que
habían ofrecido a sus ídolos las herraduras y el chapeo de Flandes y
las dos cartas que les enviamos para que viniesen de paz”.19
Andrés de Tapia registra otra anécdota curiosa. Cuando día tras día
tenían encuentros con los tlaxcaltecas y muchos de los españoles
estaban heridos y entrapajados, a Cortés le dieron, además,
calenturas:
e acordó de se purgar, e llevaba cierta masa de píldoras que en la isla de Cuba
había hecho; e como no hobiese quién las supiese desatar para las ablandar e
hacer las píldoras, partió ciertos pedazos e tragóselos así duros; e otro día,
comenzando a purgar, vimos venir mucho número de gente, e él cabalgó e
salió a ellos e peleó todo ese día, e a la noche le preguntamos cómo le había
ido con la purga, e díjonos que se le había olvidado de que estaba purgado, e
purgó otro día como si entonces tomara la purga.2 0
A propósito de doña Marina, Bernal Díaz hace un gran elogio de la
eficacia de su ayuda, de su valentía en los trances difíciles y de su
“esfuerzo tan varonil” para mover las gestiones de paz con los
tlaxcaltecas, sin atemorizarse por las continuas amenazas. Y añade
que, “cuando todos estábamos heridos y dolientes, jamás vimos
flaqueza en ella, sino muy mayor esfuerzo que de mujer”.21
LAS VOCES DEL TEMOR Y DE LA PRUDENCIA
Los soldados de Cortés que tenían intereses en Cuba se aterrorizaron
una vez más por la violencia y desproporción de los combates y
manifestaron a Cortés que ya habían perecido 55 de ellos y que los
indios eran muchos y bravos guerreros, e intentaron persuadirlo de
que volviesen a Veracruz y pidieran auxilio a Velázquez para volverse
a Cuba. Los murmuradores, refiere el conquistador, decían “que había
sido Pedro Carbonero que les había metido donde nunca podrían
salir… y que si yo era loco… que no lo fueran ellos” [p. 43].
Cortés les repuso con persuasiva serenidad. Él ha corrido los
mismos peligros que ellos. Dios los ha guardado hasta ahora y los
seguirá guardando. Las historias recogerán la fama de sus hechos,
mayores que los de los grandes capitanes romanos. Si volvieran atrás,
los totonacas mismos se volverían contra ellos y todos los juzgarían
cobardes. Ciertamente, han perdido ya 55 soldados, pero es cosa vista
que en las guerras “se gastan hombres y caballos”. En fin, “valía más
morir por buenos, como dicen los cantares, que vivir deshonrados”.
Con esto, cuenta Bernal Díaz, se apaciguó la inquietud de los
temerosos.22 Debieron persuadirlos, sobre todo, los éxitos que iba
teniendo Cortés al superar cada obstáculo con decisión y audacia
notablemente concertadas.
Pero no eran sólo los españoles los atemorizados. Cuenta Tapia
que el jefe cempoalteca Teuche, que venía con ellos y era “hombre
cuerdo”, aconsejaba también a Cortés que no siguiera adelante:
Señor —le dijo—, no te fatigues en pensar pasar adelante de aquí, porque yo
siendo mancebo fui a México, y soy experimentado en las guerras, e conozco
de vos y de vuestros compañeros que sois hombres y no dioses, e que tenéis
hambre y sed y os cansáis como hombres; e hágote saber que pasando de esta
provincia hay tanta gente, que pelearán contigo cient mil hombres agora, y
muertos o vencidos estos, vernán luego otros tantos, e así podrán remudarse o
morir por mucho tiempo de cient mil en cient mil hombres, e tú e los tuyos, ya
que seáis invencibles, moriréis de cansados de pelear, e yo no tengo más que
decir de que miréis en esto que he dicho, e si determinéis de morir, yo iré con
vos.
Cortés le agradeció tan prudente y dramático consejo y le
respondió que “con todo aquello quería pasar adelante, porque sabíe
que Dios que hizo el cielo y la tierra les ayudaríe”.23
LA ASTUCIA Y LOS MOTIVOS TLAXCALTECAS
El contradictorio proceder de los tlaxcaltecas, de ofrecer amistad y paz
y atacar al mismo tiempo a los españoles, culpando a los otomíes de
que lo hacían sin autorización o a la audacia juvenil del rebelde
Xicoténcatl el joven, actuando en contra de los ancianos
“entreguistas”, era en realidad una astucia sabia y bien concertada.
El señorío independiente de Tlaxcala estaba dividido en cuatro
parcialidades gobernadas por otros tantos señores: Ocotelulco, por
Maxixcatzin; Tizatlán, por Xicoténcatl el viejo; Tepetícpac, por
Tlehuexolotzin
o
Temiltotécatl,
y
Quiahuiztlán
por
Citlalpopocatzin.24 Los cuatro señores se reunieron a deliberar para
decidir la conducta que debían seguir frente al ejército de Cortés, que
ya se encontraba dentro de las fronteras de Tlaxcala y el cual les había
enviado mensajeros con ofertas de paz.
Después de escuchar opiniones conciliadoras unas, agresivas otras,
el señor de Tepetícpac propuso:
Que le parecía se enviasen embajadores al capitán de aquella nueva gente,
que con graciosa respuesta le dijesen que en aquella ciudad sería bien
recibido; y que entretanto, pues había gente apercibida, le saliese al camino
Xicoténcatl [el joven], con los otomíes, y hiciese experiencia de lo que eran
aquellos a quienes llamaban dioses; y si los venciese, Tlaxcala quedaría con
perpetua gloria; y si no, se daría la culpa a los otomíes, como bárbaros y
atrevidos.2 5
Tan astuto consejo fue aceptado y así se procedió. Los señores de
Tlaxcala enviaban mensajes de bienvenida y comida a Cortés y a sus
huestes, y al mismo tiempo el joven capitán Xicoténcatl los combatía
encarnizadamente. Pese a la valentía de tlaxcaltecas y otomíes en las
grandes batallas de Tecoac y Tecoatzinco, y de intentar combatirlos
por la noche, siguiendo el consejo de sus adivinos, no pudieron
vencer a la “nueva gente”. Entonces, los señores ancianos se fingieron
desobedecidos, y recibieron y pactaron alianza con los vencedores,
para lograr con ello un provecho muy importante para Tlaxcala:
librarse de la tiranía de los mexicas.
El bravo capitán Xicoténcatl el joven, a pesar de su altiva oposición
a los invasores, por la que más tarde moriría, recibió órdenes de los
señores de presentarse al real de Cortés, acompañado por otros
principales, a ofrecer paz y amistad en nombre de Tlaxcala. Reconoció
con franqueza “que ya habían probado todas sus fuerzas” contra ellos,
y puesto que ni éstas ni sus mañas les aprovechaban, se sometían al
vasallaje español. La alianza con los tlaxcaltecas, que a exigencia de
Cortés confirmaron luego los cuatro señores viejos, llegará a ser
decisiva para la conquista de México.
Tal alianza fue firme porque permitía a los tlaxcaltecas librarse de
otra sumisión acaso más opresiva. Éstos refirieron a Cortés los
rigores a que los sometían los aztecas por no aceptar ser sus vasallos.
Como el pequeño señorío estaba enclavado en tierras dominadas por
el imperio de Motecuhzoma, los tlaxcaltecas comían sin sal, no
vestían ropas de algodón sino de fibras ásperas y carecían de muchas
otras cosas, que no se producían en su tierra, a causa de su encierro,
además del periódico hostigamiento guerrero. Por el momento, para
ellos parecía una solución forzada esta alianza con los extranjeros,
que reconocieron más fuertes que sus opresores.
Bautizo de los señores de Tlaxcala. Lienzo de Tlaxcala, 8.
El conquistador supo también aprovechar la coyuntura. Entre el 18 y
el 23 de septiembre de 1519,26 los españoles fueron recibidos con
fiesta en una de las cabeceras de Tlaxcala,27 probablemente Tizatlán,
ciudad que a Cortés le pareció mayor, más fuerte y abastecida que
“Granada tenía al tiempo que se ganó” [p. 45]. Los aposentaron con
todo regalo. Xicoténcatl el viejo, que era ciego, “con la mano tentaba a
Cortés en la cabeza y en las barbas y rostro y se las traía por todo el
cuerpo”. El mismo señor ofreció a Cortés un presente, de poco valor
pues eran pobres, y le anunció que junto con los otros caciques
habían acordado ofrecer a los conquistadores sus hijas “para que sean
vuestras mujeres y hagáis generación, porque queremos teneros por
hermanos”. Al día siguiente, Xicoténcatl entregó a Cortés a su propia
hija, diciéndole: “Malinche, ésta es mi hija, y no ha sido casada, que
es doncella, y tomadla para vos”. Junto a ella les ofrecían cuatro
muchachas más, “hermosas doncellas y mozas, y para ser indias, eran
de buen parecer” —observa condescendiente Bernal Díaz—, cada una
con otra india moza para su servicio.
Cortés agradeció el obsequio pero pidió que durante cierto tiempo
quedaran en sus propias casas. Como en Cempoala, trató de
adoctrinar a los tlaxcaltecas y les pidió que renegaran de sus dioses y
abandonaran sus sacrificios de hombres. Con comedimiento y
firmeza le respondieron que no podían abandonar a sus antiguos
dioses y creencias. El padre Olmedo aconsejó a Cortés que no
insistiese y que esperase a que tuvieran conocimiento de la nueva fe.
Así se hizo. De todas maneras, en un cu se aderezó un altar y el padre
Juan Díaz dijo misa y luego bautizó a las indoctrinadas cacicas. A la
hija de Xicoténcatl, llamada Tecuiloatzin, se le puso Luisa o María
Luisa y Cortés la entregó a Pedro de Alvarado; a la hija o sobrina de
Maxixcatzin, Zicuetzin, se le llamó Elvira —“que era muy hermosa”—
y la dio a Juan Velázquez de León, y las otras, llamadas
Tottequequetzaltzin, Zacuancózcatl y Huitznahuazihuatzin, fueron
para Gonzalo de Sandoval, Cristóbal de Olid y Alonso de Ávila.28
Muñoz Camargo y Alva Ixtlilxóchitl29 consignan, además, el
solemne bautizo que entonces o más tarde30 se hizo de los cuatro
señores de Tlaxcala. Así lo pinta también la lámina octava del Lienzo
de Tlaxcala. Cortés fue el padrino de Xicoténcatl, al que se llamó
Vicente; Alvarado lo fue de Maxixcatzin al que se llamó Lorenzo;
Sandoval de Citlalpopocatzin, que fue Bartolomé, y Olid de
Tehuexolotzin, que fue Gonzalo. En la lámina aparecen los caciques
arrodillados. Al fondo del cuadro se ve la imagen de la Virgen que
trajo Cortés. El conquistador, complacido y joven, está sentado en una
silla española y empuña un crucifijo. Detrás de él está Marina,
sonriente, y un soldado. Los otros tres padrinos están a la izquierda.
Uno de ellos, acaso Alvarado, lleva un cirio. Delante de los capitanes
están tres jóvenes indios, acaso hijos de los bautizados.
El regalo de las muchachas y los bautizos no fueron narrados por
Cortés.
El señorío de Huejotzingo, vecino y aliado de Tlaxcala, también
ofreció sumisión y alianza a los españoles. Estas insubordinaciones
de sus antiguos vasallos y el acercamiento gradual de los invasores
preocuparon mucho a Motecuhzoma. Nuevos enviados suyos llegaron
a entregarles otro presente y a ofrecer a Cortés todo el tributo que él
fijara con tal de que desistiese de ir a la ciudad de México “porque era
muy estéril y falta de todos mantenimientos”, y a prevenirlo contra la
falsedad de los tlaxcaltecas. Éstos le decían otro tanto de los aztecas,
duchos en traiciones. Cortés recuerda muy a propósito sus latines
salmantinos y cita una máxima del Evangelio (San Lucas, 11, 17):
Omne regnum in se ipsum divisum desolabitur (“Todo reino dividido
contra sí mismo será devastado”), y agrega, descubriendo sus mañas:
Con los unos y con los otros maneaba e a cada uno en secreto les agradecía el
aviso que me daban, y le daba crédito de más amistad que al otro [p. 47].
INTERMEDIO SOBRE CUESTIONES PERSONALES
Los españoles se proveían de comida para los viajes por mar, pero
una vez llegados a las costas debían subsistir de los productos de la
tierra, los que encontraban y los que les proporcionaban los
indígenas. Hernán Cortés no suele detenerse en detalles alimenticios
y se limita a decir: “comimos” o a lo más “nos dieron bien de comer”.
Bernal Díaz es más explícito y nos informa qué comían, qué era más
apetecible y como se iban adaptando, al parecer sin remilgos, a los
usos indígenas.
En su recorrido por las costas de Yucatán y del Golfo de México
debieron comer pescados, aunque no los mencionan especialmente.
En Yucatán, una lebrela les ayudó a cazar venados y conejos. Al
menos a partir de Tabasco comenzaron a comer tortillas de maíz —el
pan mexicano—, tamales y gallinas de la tierra, los guajolotes
mexicanos y sus huevos. Y debieron comer además alguna
preparación de frijoles, tomates, verduras, cacahuates y frutas del
país, y probar el sazón con ajíes o chiles. Comenzaron también a
gustar el chocolate, que entonces llamaban cacao; y en Tlaxcala,
donde había extensos magueyales, quizás bebieron pulque, el vino de
la tierra. También en Tlaxcala descubrieron los “perrillos que ellos
crían”, los ixcuintles, y Bernal Díaz dice que “era harto buen
mantenimiento”.31
En los mercados de las ciudades populosas y en las mesas de los
señores había, además, faisanes, perdices, codornices, patos, venados,
puercos de la tierra, liebres y palomas; y papas, aguacates, zapotes,
tunas, chía, capulines (las cerezas de la tierra), guayabas y miel.
Motecuhzoma se lavaba las manos antes y después de comer, en su
mesa había manteles y servilletas y bajo cada plato caliente había un
hornillo. Acompañaba la comida con tortillas recién hechas —como
siguen apeteciéndolas los mexicanos—, envueltas en paños finos y
guardadas en canastillas de paja, los chiquihuites. Y para finalizar,
bebía chocolate, fumaba y reposaba un poco.
La comida popular española, pan sazonado con ajo, aceite, algún
potaje o carne y vino, debió ser sustituida totalmente durante los
años duros de la conquista, en los que nada de su tierra podían
recibir. Y nótese que además de grasas los españoles carecían de todo
estimulante, que sí tenían los indígenas (pulque, tabaco, hongos),
pues les faltaba su vino y aún no aprendían a fumar.
Todas las comidas de los antiguos mexicanos requieren
elaboración, sobre todo la preparación de las tortillas, tarea
tradicionalmente femenina. Las primeras veinte muchachas indias
que regalaron a Cortés en Tabasco, entre las que sobresalió Marina,
estaban destinadas, como lo apuntó Andrés de Tapia y lo precisó
López de Gómara, a “moler y cocer el pan de maíz en que se ocupan
mucho tiempo las mujeres”32 —como ya se registró—. Más tarde, en
Cempoala, en Iztacamaxtitlan, en Tlaxcala y en Cholula, los españoles
recibieron más mujeres. Las parientes del Cacique Gordo de
Cempoala y de los señores de Tlaxcala —donde también les
entregaron muchachas de servicio— eran “cacicas” que se dieron a
Cortés y a sus capitanes para que “tuvieran generación” con ellas y
afirmaran sus vínculos. Y cada una de ellas iba acompañada de otra
india joven para su servicio. Pero además de estas señoras
principales, el ejército de Cortés y los aliados indígenas que lo
acompañaban y fueron aumentando debieron llevar mujeres de
trabajo, soldaderas, para que les prepararan las diarias tortillas y les
guisaran los otros alimentos. Henry R. Wagner se pregunta cuál pudo
ser la proporción de las soldaderas nativas que acompañaban estas
huestes, y calcula que una mujer podría preparar tortillas al menos
para diez hombres.33 Considerando que es alimento básico para todo
el día, acaso deba reducirse el cálculo a seis u ocho personas. De
cualquier manera, sólo la alimentación básica de los soldados
españoles requería el auxilio de entre 40 y 70 mujeres, más las
necesarias para los aliados. Y éstas, y las encontradas ocasionalmente,
aunque no fuesen bautizadas, debieron atender también los otros
apetitos de los soldados.
Internábanse éstos en un país desconocido y en una cultura
totalmente extraña, sin más que sus armas y sin ninguna
organización regular de aprovisionamientos. El vestido habitual de
los españoles era entonces camisa, jubón, zaragüelles y caperuza.34
Algunos tendrían, además, una capa y una camisa de repuesto. Todos
calzaban alpargatas (entonces decían alpargates), que se gastan
pronto, ¿cómo las repondrían o sustituirían? Acaso con huaraches
mexicanos. En las imágenes del Lienzo de Tlaxcala los capitanes
llevan botas altas. Las armaduras: gorjales (protección para el cuello),
antiparas (polainas delanteras), cotas, cascos y celadas, sólo las tenían
en parte los afortunados. Las piezas más frecuentes parecen haber
sido los cascos. Pero los españoles adoptaron desde el principio
algunas armas defensivas indígenas, como los ichcahuipilli, que
llamaron escaupiles: casacas acolchadas de algodón que los protegían
de los flechazos; y rodelas, al parecer de cuero de venado.
Para los grandes fríos, algunos tenían la suerte de cubrirse con
“pellones” indios, especie de edredones de pluma, como el que
llevaron los que ascendieron al Popocatépetl en busca de azufre. Pero
en general afrontaban fríos, calores y lluvias con unas mismas ropas y
armaduras, y en tiempos de peligro estaban obligados a dormir
armados.
Por necesidad, y al parecer sin mayor violencia, fueron
adaptándose a las posibilidades y usos de la tierra: en las Antillas
comían pan cazabe de yuca; en México, tortillas, frijoles y chiles, y en
Tlaxcala comieron sin sal. Entre las huestes de Cortés iba un
“cirujano” llamado mestre Juan, y un boticario y barbero, Murcia, que
curaban a los soldados de las malas heridas.35 De otros achaques, se
curaban con yerbas indias o con lo que tenían. Cortés como antes se
mencionó, llevaba unas pastillas apelmazadas para purgarse. Y con la
mayor naturalidad, Bernal Díaz apunta: “y con el unto de un indio
gordo de los que allí matamos, que se abrió, se curaron a los
heridos”.36
CORTÉS ENVÍA A ALVARADO Y A VÁZQUEZ DE TAPIA A VER A MOTECUHZOMA
Al principio de su estancia en Tlaxcala, probablemente desde
Teocatzinco, Cortés aprovechó el retorno de mensajeros importantes
de Motecuhzoma para que llevaran con ellos a dos de sus mejores
capitanes, Pedro de Alvarado y Bernardino Vázquez de Tapia para
enviar un presente al señor de México y, sobre todo, para observar la
gran ciudad y a su señor. De este viaje, Vázquez de Tapia ha dejado un
relato pormenorizado. Aunque ambos tenían caballos, Cortés dispuso
que fuesen a pie, “porque si nos matasen no se perdiesen, que se
estima un caballero a caballo más de trescientos peones”. Los de
Tlaxcala, celosos de aquel viaje que podía amistar a españoles y
mexicas, trataron varias veces de matarlos —según Vázquez de Tapia
—, y cada vez los libraron los mensajeros que los guiaban. Los
llevaron
por
Cholula,
Huaquechula,
Tochimilco,
Tetela,
Tenantepeque, Ocuituco, Jumiltepec, Chimalhuacán, Amecameca y
Tezcoco. En esta última ciudad envió Motecuhzoma a recibirlos “siete
señores, entre los cuales fue su hijo Chimalpopoca, y un hermano que
fue el que comenzó la guerra y otros”, los cuales les dijeron que
Motecuhzoma estaba enfermo y “que no podían entrar [a la ciudad]
ni verle sin gran peligro nuestro; que nos volviésemos”. “Nos
volvimos por el mismo camino. Bien creo yo —concluye Vázquez de
Tapia—, vino allí Montezuma a nos ver”.37 A su regreso, aún
encontraron a Cortés en Tlaxcala, ya pacificada. Aquel viaje frustrado
sirvió a Cortés para tener noticia de las ciudades, de la ruta y de los
obstáculos.
Cortés no hace mención de este viaje en su segunda Carta de
relación, y tampoco lo menciona López de Gómara. Bernal Díaz hace
de él un relato algo confuso. Dice que “en aquel tiempo estaba yo muy
mal herido, harto tenía que curarme y no lo alcancé a saber por
entero”. Según lo que cuenta, Vázquez de Tapia enfermó en el camino
de calenturas y quedó en un pueblo. Cortés les escribió disponiendo
que volviesen ambos. Agrega que en aquel viaje los enviados indios
hicieron relación a Motecuhzoma cómo eran aquellos capitanes: que
a Alvarado, que “era de muy linda gracia, así en el rostro como en la
persona” llamaron desde entonces “Tonatío, que quiere decir el sol o
el hijo del sol”, y que Vázquez de Tapia “era algo robusto, puesto que
tenía buena presencia”.38 Y ya que se habla de apodos, en otra parte
de su Historia verdadera cuenta Bernal Díaz el origen del nombre de
Malinche que daban a Cortés los índigenas:
es que como doña Marina, nuestra lengua, estaba siempre en su compañía…
y ella lo declaraba en la lengua mexicana, por esta causa le llamaban a Cortés
el capitán de Marina, y para más breve le llamaron Malinche.3 9
PRIMERAS ASCENSIONES AL POPOCATÉPETL
Aún en Tlaxcala, merece recordarse la hazaña de uno de los capitanes
de Cortés, que narra el soldado cronista. Refiere que a los españoles
los admiraba el volcán Popocatépetl, que entonces echaba mucho
fuego. A Diego de Ordaz “tomole codicia de ir a ver qué cosa era”.
Cortés lo autorizó y llevó consigo dos soldados y ciertos indios
principales de Huejotzingo. Éstos no pasaron adelante del lugar en
que tenían cúes a los ídolos del volcán, probablemente en el puerto
entre las dos cumbres. Referían después Ordaz y los soldados:
que al subir que comenzó el volcán a echar grandes llamaradas de fuego y
piedras medio quemadas y livianas, y mucha ceniza, y que temblaba toda
aquella sierra y montaña adonde está el volcán, y que estuvieron quedos sin
dar más paso adelante hasta de ahí a una hora que sintieron que había
pasado aquella llamarada y no echaba tanta ceniza ni humo, y que subieron
hasta su boca, que era muy redonda y ancha, y que habría en el anchor un
cuarto de legua, y que desde allí se parecía la gran ciudad de México y toda la
laguna y todos los pueblos que están en ella poblados.
Añade Bernal Díaz que a todos les admiró mucho aquel relato,
acaso del primer hombre que había subido hasta la boca del volcán, y
de los primeros extranjeros que habían visto de lejos el esplendor de
los lagos y de la ciudad de México y los pueblos del Altiplano. Y
refiere, en fin, que Diego de Ordaz, cuando fue a Castilla, demandó al
rey que pusiera su hazaña en sus armas, y así se le concedió.40
En la segunda Carta de relación considerada, Cortés se limita a
decir que envió a “diez de mis compañeros” —sin mencionar a Ordaz
— “a saber el secreto de aquel humo”, que llegaron muy cerca de lo
alto “porque no pudieron sufrir la gran frialdad que arriba hacía”,
pero que “trajeron mucha nieve y carámbanos para que los viésemos”
[p. 53]. Sin noción aún de la influencia climática de las alturas, pero
con preciso señalamiento geográfico, se sorprende de estos fríos en
tierras que están “en el paralelo de la isla Española, donde
continuamente hace muy gran calor”. Y práctico, aunque dice que
desde las alturas los viajeros vieron el lago, la ciudad de México y los
pueblos, lo importante para él es que los exploradores averiguaron
que aquel, entre los dos volcanes, era el mejor camino para llegar a
Tenochtitlán.
Otras ascensiones al Popocatépetl hubo tras esta primera,
completa según Bernal Díaz, parcial según Cortés. Fray Bernardino de
Sahagún, mozo y años más tarde, refiere que hizo esta excursión y
también al Iztaccíhuatl.41
Existe otro relato poco advertido y muy curioso acerca de la
primera subida completa y provechosa al volcán. Cuenta Cervantes de
Salazar que, ya concluida la conquista de la ciudad de México, los
españoles carecían de pólvora. Dos Franciscos, Montaño y Mesa, con
tres soldados más, se ofrecieron a subir al Popocatépetl para traer
azufre. Cortés los autorizó. Como Montaño lo refirió a Cervantes de
Salazar, su equipo consistía en cuerdas de cáñamo para el descenso al
cráter, sacos forrados de cuero de venado para cargar el azufre —más
algún cuchillo para desprenderlo, supónese—, una manta india de
pluma “que los indios llamán pellón” para cubrirse por la noche, y
ningún abrigo personal ni nada de comer ni de beber. Iniciaron el
ascenso desde Amecameca al mediodía. Uno de los soldados cayó en
una profunda grieta, lo sacaron malherido y desmayado y medio
repuesto lo dejaron en el camino. Los restantes pasaron la noche
entre la nieve, cuando apenas habían subido la cuarta parte.
Discurrieron hacer un hoyo en la arena para defenderse del frío, pero
los asfixiaba el hedor de los vapores de azufre, y al amanecer
siguieron su camino. Cuando alcanzaron el borde del cráter, echaron
suertes y a Montaño le tocó ser el primero en ser descendido. Luego
bajó Mesa y ambos llenaron los sacos de azufre, del que reunieron
doce arrobas. Decía Montaño que bajaban “catorce estados dentro del
volcán” (algo más de veinte metros) y que:
era cosa espantosa volver los ojos hacia abajo, porque aliende la gran
profundidad que desvanecía la cabeza, espantaba el fuego y la humareda que
con piedras encendidas, de rato en rato aquel fuego infernal despedía.
y que temían, además, que los de arriba se descuidasen o se quebrase
la guindaleza o cayeran del balso (lazo en forma de asiento). A la
vuelta, recogieron al herido, que anduvo muchos días perturbado por
el espanto, y a las cuatro de la tarde llegaron al pie del volcán.
Quienes los esperaban los recibieron en triunfo, les dieron de comer y
los cargaron en andas. Cuando los recibió Cortés, comenta el narrador
que “olvidados, como las que paren, del peligro pasado, le ofrecieron
repetir su hazaña y otra mayor”. Luego entraron en razón, al menos
Montaño:
Díjome Montaño muchas veces —cuenta Cervantes de Salazar—que le
parecía que por todo el tesoro del mundo no se pusiera otra vez a subir al
volcán y sacar azufre porque hasta aquella primera vez le parecía que Dios le
había dado seso y esfuerzo, y que tornar sería tentarle; y así hasta hoy jamás
hombre alguno ha intentado hacer otro tanto.4 2
CHOLULA
La antigua Cholollan era un centro religioso importante para los
pueblos del Altiplano y una ciudad rica. Estaba dedicada al culto de
Quetzalcóatl y tenía la pirámide más alta del antiguo México, con
ciento veinte gradas.43 Además de este templo principal, Cortés dice
haber contado “cuatrocientas treinta y tantas torres en la dicha
ciudad, y todas son mezquitas” [p. 51].44 Las altas y muchas torres y
su blancura recordaron a Bernal Díaz a Valladolid.45
Situada en el rico valle poblano, Cholula era una ciudad próspera y
densamente poblada. Cortés le calculó veinte mil casas [p. 51], esto
es, unos 100 000 habitantes. Y a pesar de que en la comarca no había
“ni un palmo de tierra que no esté labrada” y se cultivaba mucho
maíz, legumbres, ajíes y magueyales, y se fabricaba buena loza de
barro, que se enviaba a provincias cercanas, sorprende al
conquistador que en la ciudad había pobres que pedían limosna por
calles, plazas y mercados, “como hacen los pobres en España” [p. 51].
Como Tlaxcala, Cholula era un señorío independiente y también
con un gobierno regido por varios señores; pero sus relaciones eran
buenas con el imperio de Motecuhzoma, con una especie de alianza
militar. Acaso por ello, eran enemigos feroces de sus vecinos de
Tlaxcala.
Después de permanecer algo más de veinte días en Tlaxcala, los
representantes de Motecuhzoma propusieron a Cortés que se
trasladara a Cholula. De nuevo, opinaron en contra los tlaxcaltecas
previniéndolo contra la emboscada que se les preparaba, ordenada
según ellos por el señor de Tenochtitlán. A pesar de la advertencia,
Cortés emprende el viaje, el 11 de octubre, ya que ello significaba
acercarse un paso más a México-Tenochtitlán. Los de Tlaxcala, que
habían abrazado fervientemente su alianza con los españoles,
lamentaron su decisión e hicieron que los acompañaran cien mil
hombres, para lo que se ofreciese, a los cuales dejarán a dos leguas de
la ciudad. Allí pernoctaron, cerca de un arroyo, y a la mañana
siguiente fueron a recibir a Cortés y a sus huestes los sacerdotes de
Cholula y, con gran acompañamiento, los llevaron a un buen
aposento y les dieron de comer.
En las negociaciones con los principales con quienes logra hablar,
Cortés se servía de sus lenguas, y menciona elusivamente a la
Malinche —aunque dice al rey que ya le había hablado de ella en su
primera relación—: “una india de esta tierra, que hube en Potonchán”
[p. 49]. Gracias a ella y a Aguilar, se enterará de la celada que se
prepara contra los españoles.
LA DOBLE CELADA Y LA MATANZA DE CHOLULA
Averiguaron los aliados de Cempoala que en las calles y caminos se
habían hecho trampas disimuladas, que tenían en el fondo agudas
estacas para que cayesen los caballos; que algunas calles estaban
tapiadas, que en las azoteas se acumulaban piedras y que las mujeres
y los niños habían sido evacuados.46 Decíase que en las afueras de la
ciudad había un escuadrón de 20 000 o 50 000 soldados de
Motecuhzoma,47 lo cual nunca se comprobó. Interrogados los
sacerdotes cholultecas que detuvo Cortés, uno declaró, según Bernal
Díaz, que el señor de México mudaba cada día sus instrucciones, pero
que las últimas eran que, como Tezcatlipoca y Huitzolopochtle se lo
habían aconsejado, que en Cholula matasen o llevasen atados a
México a los españoles para sacrificarlos allá, y que se reservasen
veinte de ellos para ofrecerlos a los ídolos de Cholula.48
Una cholulteca vieja, a la que gustó doña Marina, “moza, de buen
parecer y rica”, como posible nuera, vino a aconsejarle que se fuera
con ella si quería escapar con vida, y que la casaría con su hijo,
capitán de su parcialidad. Marina agradeció la oferta, que fingió
aceptar, pidió tiempo para recoger sus bienes e informó a Cortés,
quien confirmó luego lo del concierto para acabar con los españoles al
interrogar a otros indios que retenía [pp. 49-50]…49
Matanza de Cholula, Lienzo de Tlaxcala, 9.
Ante estos siniestros augurios, y después de escuchar las opiniones
de sus capitanes y soldados, dice Cortés que decidió “prevenir antes
de ser prevenido” [p. 50]. El martes 18 de octubre fue la fecha fijada
para emprender la salida. Para que lo auxiliaran en el transporte de su
fardaje y en el camino, Cortés había solicitado a los cholultecas “dos
mil hombres de guerra”.50 Llegaron muchos más que los solicitados y
los hicieron entrar en unos patios. Con el pretexto de despedirse, hizo
llamar a los señores principales, les echó en cara la emboscada que le
preparaban, los hizo atar y les anunció que morirían por ello. A los
mensajeros de Motecuhzoma los hizo testigos del castigo que
preparaba. En fin, previno a los tlaxcaltecas y cempoaltecas que
esperaban fuera de la ciudad de que, al oír un escopetazo, entraran
por las calles para atacar a las tropas cholultecas.
Los soldados españoles se posesionaron de las puertas de los
patios en que se apiñaban los tamemes-guerreros. Imposibilitados
para resistir, todos fueron muertos. Cortés hizo matar, además, a “los
más de aquellos señores” que tenía atados, y los tlaxcaltecas y
cempoaltecas arrasaron las defensas de los de Cholula e “iban por la
ciudad robando e cautivando, que no les podíamos detener”. Algunos
sacerdotes y nobles se refugiaron en lo alto del teocalli principal, sólo
uno aceptó rendirse y los demás perecieron en el fuego que se puso a
los templos.51
“Dímosles tal mano, que en pocas horas murieron más de tres mil
hombres” [p. 50], es el comentario insensible de Cortés. Y semejante
el de Bernal Díaz: “Se les dio una mano que se les acordará para
siempre, porque matamos muchos de ellos”. Andrés de Tapia se
limita a contar lo ocurrido.
LOS CENSORES DE LA MATANZA
Bernardino Vázquez de Tapia, también testigo de los hechos y para
entonces enemigo de Cortés, en su declaración en el juicio de
residencia al conquistador, que se inició en 1529,52 puso en duda lo
del alzamiento de los indios “para matar los cristianos” pues él vio
“como los habían recibido bien y dádoles de comer con buena
voluntad”, y añadió que, además de los 4 000 o 5 000 muertos en los
patios de la mezquita mayor, se mató también en sus casas a muchos
señores y a los refugiados en los templos, así como a cuantos se
encontraron en las calles y cree que, en total, “entre muertos e cativos
fueron más de veinte mil personas”.
El testimonio de los Informantes Indígenas de Sahagún dice que
los cholultecas reunidos en el patio del gran cu de Quetzalcóatl:
no llevaron armas ofensivas ni defensivas, sino fuéronse desarmados
pensando que no se haría lo que se hizo: de esta manera murieron de mala
muerte.53
Fray Bartolomé de las Casas, Brevísima relación, Sevilla, 1552.
En la Relación geográfica de Cholula, redactada en 1581 por el
corregidor Gabriel de Rojas, éste dice que los indios negaban que
hubiese habido traición contra los españoles, y que lo único que
ocurrió fue que “por no haberle acudido con la comida necesaria”,
Cortés ordenó “aquella mortandad”.54
El juicio más violento acerca de esta matanza lo hizo fray
Bartolomé de las Casas, malqueriente constante de Cortés. Ésta de
Cholula es la primera de las atrocidades cometidas en la Nueva
España que refiere en su Brevísima relación de la destrucción de las
Indias. Para él no hubo celada de los cholultecas sino sólo acuerdo de
“los españoles de hacer allí una matanza o castigo (como ellos dicen)
para poner o sembrar su temor e braveza en todos los rincones de
aquellas tierras”. Los 5 000 o 6 000 indios solicitados para que
llevaran las cargas llegaron desnudos, “en cueros, solamente
cubiertas sus vergüenzas e con unas redecillas en el hombro con su
pobre comida”; y allí los españoles los mataron a espada y a lanzadas
sin que ninguno pudiera escapar. “A todos los señores, que eran más
de ciento y que tenían atados, mandó el capitán sacar y quemar vivos
en palos hincados en la tierra”. Quienes se refugiaron en lo alto del
templo grande murieron quemados por el fuego que allí se puso. Y
concluye Las Casas diciendo que “el capitán de los españoles”,
mientras se estaban “metiendo a espada los cinco o seis mil hombres
en el patio”, estaba cantanto:
Mira Nero de Tarpeya
a Roma cómo se ardía;
gritos dan niños y viejos
y él de nada se dolía.55
Bernal Díaz del Castillo leyó la Brevísima relación del obispo de
Chiapas y reaccionó airadamente y con buenos argumentos contra
aquella grave acusación. Las Casas, escribe Bernal Díaz:
Afirma que sin causa ninguna, sino por nuestro pasatiempo, y porque se nos
antojó, se hizo aquel castigo… siendo todo al revés, perdóneme su señoría
que lo diga tan claro, que no pasó como lo escribe.
Refiere luego que, después de ganado México, el rey encargó a los
franciscanos que fueran a Cholula:
para saber e inquirir cómo y de qué manera pasó aquel castigo, y por qué
causa; y la pesquisa que hicieron fue con los mismos papas y viejos de aquella
ciudad, y después de bien informados de ellos mismos, hallaron ser ni más ni
menos que en esta relación escribo, y no como lo dice el obispo.
Y en fin, cuenta que oyó decir a fray Toribio Motolinía:
que si se pudiera excusar aquel castigo y ellos no dieran causa a que se
hiciese, que mejor fuera; mas ya que se hizo, que fue bueno para que todos
los indios de las provincias de la Nueva España viesen y conociesen que
aquellos ídolos y todos los demás son malos y mentirosos.56
Que hubo conspiración de los cholultecas, parece evidente y
natural; y lo es también que los asesinados en el patio eran guerreros,
que acaso se presentaron desarmados para recibir sus armas después,
y no simples tamemes. Bernal Díaz dice que se solicitaron “dos mil
hombres de guerra” y Andrés de Tapia confirma:
Y otro día de mañana sin se lo rogar vino mucha gente con armas de las que
ellos usan e segund pareció estos eran los más valientes que entre ellos habíe,
e decían que eran esclavos e hombres de carga.57
Incluso el cacique principal de Cholula estaba entre ellos, como se
averiguó cuando fue necesario nombrar a uno nuevo, que lo fue un
hermano del perecido.58
Pero aunque fuese celada contra celada, se hizo contra hombres
imposibilitados para defenderse o aun —los señores presos y los
sacerdotes que se refugiaron en el teocalli— inermes. Fue una
matanza innoble, cuyo horrible modelo se repetirá en la del Templo
Mayor.
La noticia de estos sucesos propagó el terror entre los pueblos del
México antiguo.
DE CHOLULA A LA ENTRADA DE LA CIUDAD DE MÉXICO
Con los mensajeros de Motecuhzoma, que habían sido testigos del
aniquilamiento de los cholultecas, Cortés mandó decir al señor de
México que, a pesar de sus ofertas de paz y amistad, le mentía y había
intentado ofenderlo por manos ajenas; y que por ello, mudaba sus
propósitos pacíficos y que entraría a México con guerra “haciéndole
todo el daño que pudiese como enemigo” [p. 51]
Uno de los mensajeros mexicas que fue a llevar la amenaza volvió
seis días más tarde con nuevo presente: “diez platos de oro y mucha
provisión de gallinas y pan y cacao, que es cierto brevaje que ellos
beben” [p. 52], dice Cortés (primera aparición del chocolate, la bebida
de los señores mexicas). Motecuhzoma, además, le transmitía
explicaciones confusas respecto a sus tropas, que se decía
merodeaban por los alrededores de Cholula, diciendo que él no las
había enviado e insistiendo en que no fueran los españoles a México,
tierra estéril y sin mantenimientos.
Los españoles permanecieron en Cholula, ya pacificada, los días
restantes del mes de octubre. Cortés puso nuevo señor, hizo que se
amistaran los de Cholula y los de Tlaxcala y, por consejo del prudente
padre Olmedo, no les destruyó sus ídolos, sino que se limitó a
amonestarlos y a dejarles una cruz en un teocalli limpio.
Frente a Cholula se alzaban “altas y muy maravillosas”, dice el
conquistador, las cumbres del Popocatépetl y del Iztaccíhuatl, que
separaban a las huestes españolas del valle de México. Cuando Cortés
decide emprender el camino hacia la gran ciudad, los tlaxcaltecas,
previniéndolo de nuevo contra la falsía de los mexicas, le ofrecen
comida y 10 000 guerreros; sólo acepta 1 000 para transportar los
tepúzquez, como llamaban a los cañones. Los aliados de Cempoala
renuncian al viaje a la ciudad de México por temor de ser muertos. El
conquistador acepta que vuelvan a su tierra, les regala mantas ricas,
envía presentes al Cacique Gordo y a su sobrino Cuesco y escribe a
Juan de Escalante, que había quedado como capitán en Veracruz,
contándole lo ocurrido y encargándole protegiese a los fieles
cempoaltecas.59
Dibujo de Miguel Covarrubias
El 1° de noviembre de 1519, Cortés y sus soldados salen de Cholula
para cruzar la cordillera. Los enviados de Motecuhzoma que lo
acompañan tratan de persuadirlo de que siga un camino,
probablemente bordeando por el sur las laderas del Popocatépetl. En
este camino, pasando por Tlalmanalco, se habían dispuesto trampas
para hacerlos perecer.60 Gracias a la excursión de Diego de Ordaz al
Popocatépetl, sabía que el mejor camino, más corto aunque más
fatigoso, era el de subir al “puerto entre las dos sierras”, que luego se
llamará Paso de Cortés. La ruta que siguieron los llevó por Calpan y
aldeas cercanas a Huejotzingo, de donde ascendieron y cruzaron el
puerto; al descenso, llegaron a la provincia de Chalco, donde les
ofrecieron alojamiento suficiente para los españoles y los 4 000
indígenas aliados que los acompañaban. De Chalco pasaron a
Amecameca y a los pueblos entonces ribereños de los lagos:
Ayotzinco, Míxquic e Iztapalapa, de la cual Cortés pondera la belleza
de sus casas. Los enviados de Motecuhzoma siguen llegando con ricos
presentes, contradictorias protestaciones de la pobreza de alimentos
de su ciudad e intentos, imaginarios o reales, de nuevas celadas. Pero
Cortés y sus huestes están ya a la entrada de México-Tenochtitlán.
CRONOLOGÍA (TENTATIVA) DE ESTA ETAPA
1519
… de julio
Destrucción de las naves.
16 de agosto
Salida de Cempoala hacia el interior de
México.
18 de agosto
Jalapa.
20 de agosto
Cruce de la montaña: Tejutla, Puerto de
Nombre de Dios, Ceyconacan, Xocotlan,
Caltanmi, Zautla.
28/30 de agosto
Ixtacamaxtitlan.
l/10 de septiembre
Combates con los tlaxcaltecas.
18/23 de septiembre Llegada a la cabecera de Tlaxcala. Diego de
Ordaz asciende al Popocatépetl.
Intento de viaje a la ciudad de México de
Alvarado y Vázquez de Tapia. Sólo llegan a
Tezcoco.
11 de octubre
Salida de Tlaxcala.
12 de octubre
Llegada a Cholula.
16/18 de octubre
Matanza de Cholula.
1° de noviembre
Salida de Cholula.
3 de noviembre
Paso por Amecameca.
8 de noviembre
Llegada a la ciudad de México.
1
Bernal Díaz, caps. LVII y CCV.— El recuerdo del dicho de Nerón procede de
Suetonio, Nerón, 10, como lo señala Orozco y Berra.
2 López de Gómara, cap. XLII .
3 Bernal Díaz, cap. LVIII .
4 Bernal Díaz, cap. LIX.— El Rubicón es un pequeño río que, en la época
romana, separaba Italia de la Galia Cisalpina. La frase de César —según Suetonio,
César, 32—, cuando se decidió a cruzarlo fue Iacta alea est o Alea iacta est: “La
suerte está echada”. Sin embargo, César, en su Guerra de las Galias, no menciona
el río ni la frase.
5 La 1a ed. del Túmulo Imperial, de Cervantes de Salazar, es de Antonio de
Espinosa, México, 1560. La reprodujo García Icazbalceta en su Bibliografía
mexicana del siglo XVI , México, 1886, pp. 98-121. Hay edición de Edmundo
O’Gorman, Colección “Sepan cuantos…”, 25. Porrúa, México, 1963.— La frase de
Cervantes de Salazar en p. 192.— La suposición de Gómez de Orozco en su prólogo
a la edición del Túmulo, de Alcancía, México, 1939, pp. XI -XII .— También Juan
Suárez de Peralta, quien escribe hacia 1589 sus Noticias históricas de Nueva
España, se refiere y aun da detalles de la quema de las naves, cap. IX.
6 Bernal Díaz, cap. LX.
7 Manuel Toussaint, Información de méritos y servicios de Alonso García
Bravo, alarife que trazó la ciudad de México, Imprenta Universitaria, México,
1956, p. 10.
8 Martín Fernández de Navarrete, “Viajes menores”, 60 (Noticia de las
expediciones de Francisco de Garay y real cédula en Apéndice núm. XLV),
Colección de los viajes y descubrimientos, ed. BAE, I. II, pp. 48-51 y 98-102.
9 Bernal Díaz, cap. LXI .— López de Gómara dice que fueron mil tamemes y “un
mil trescientos indios entre todos”, cap. XLIII .
1 0 Bernal Díaz, ibid.
1 1 Historia antigua, Conquista, lib. I, cap. IX. No encuentro las fuentes
antiguas de estos datos.
1 2 Bernal Díaz, ibid.
1 3 Bernal Díaz, cap. XLII .
1 4 Francisco Antonio Lorenzana, “Viage de Hernán Cortés desde la antigua
Veracruz a México, para la inteligencia de los pueblos que expresa en sus Cartas y
se ponen en el mapa”, Historia de Nueva-España, escrita por su esclarecido
conquistador Hernán Cortés, aumentada con otros documentos y notas, En
México, en la Imprenta del Supremo Gobierno, del Br. Joseph Antonio de Hogal,
1770, p. VII .— Este “Viage”, de hecho el primer Itinerario de Cortés, es muy
ilustrativo para la aclaración de la toponimia y de pormenores acerca de los
lugares.
15
Bernal Díaz, cap. LXIV.
Bernal Díaz de nuevo baja las cifras de Cortés. Dice, cap. LXX, que a 17 de los
espías cortó las manos o los dedos pulgares.— Francisco de Aguilar, en su Relación
breve, Tercera jornada, dice que “les mandó cortar las narices y las orejas y
atóselas al cuello”.
1 7 Ésta, de Andrés de Tapia (ed. BEU , p. 66), es la versión más antigua, al
parecer. La refieren también, con variantes, Bernal Díaz, cap. LXX, y López de
Gómara, cap. XLVII .
1 8 Bernal Díaz, cap. LXV.
1 9 Bernal Díaz, cap. LXIII .
2 0 Tapia, Relación, p. 64.— La recoge también López de Gómara, cap. XLIX, y
dice que sufría de cuartanas, es decir, de paludismo.
2 1 Bernal Díaz, cap. LXVI .
2 2 Bernal Díaz, cap. LXIX.
La mención que hace Cortés, en 1520, de Pedro Carbonero, que repiten y
matizan López de Gómara, en el cap. LI , y Bernal Díaz en el LXIX, del jefe de
banda que embarca a sus soldados en una empresa imposible, es la huella más
antigua conocida de una leyenda popular española que recogerá, a principios del
siglo XVII , Lope de Vega en su comedia Pedro Carbonero, haciéndolo un
guerrillero generoso y enamorado que lucha contra los moros. La relación entre la
tradición, la alusión de Cortés y la comedia de Lope la precisó Marel Bataillon en
sus estudios “Pedro Carbonero con su cuadrilla… Lope de Vega ante una tradición”
y “Más sobre Pedro Carbonero”, Varia lección de clásicos españoles, Gredos,
Madrid, 1964, pp. 314-317 y 325-328.
2 3 Tapia, pp. 67-68.
2 4 Diego Muñoz Camargo, Historia de Tlaxcala (ca.1590), ed. de Alfredo
Chavero, México, Oficina Tip. de la Secretaría de Fomento, 1892, lib. II, cap. III .—
Un buen panorama de la historia prehispánica y durante el siglo XVl de Tlaxcala es
Charles Gibson, Tlaxcala in the Sixteenth Century, Yale University Press, New
Haven, 1952.
2 5 Antonio de Herrera, Historia general de los hechos de los castellanos en las
islas y tierra firme del mar océano, década IIª, lib. VI, cap. III .— El primer
historiador que advirtió este importante pasaje de Herrera fue Orozco y Berra,
Historia antigua, Conquista, lib. 1, cap. IX.— Muñoz Camargo no menciona esta
estrategia.
2 6 López de Gómara. cap. LIV.— Bernal Díaz, cap. LXXIV, añade que pasaron
24 días en Tlaxcala.
2 7 La actual capital de Tlaxcala fue fundada por los españoles entre 1528 y
1536.
2 8 Alvarado y Luisa, informa Bernal Díaz, cap. LXXVII , tuvieron dos hijos,
16
Pedro y Leonor. Ésta, “excelente señora”, casó con don Francisco de la Cueva,
“buen caballero, primo del duque de Alburquerque”, y tuvieron cuatro o cinco
hijos.— Los nombres indios de las doncellas los consigna Alva Ixtlilxóchitl,
Historia de la nación chichimeca, cap. LXXXIV.— Muñoz Camargo, Historia de
Tlaxcala, lib. II, cap. IV, llama doña María Luisa Tecuelhuatzin a la que fue mujer
de Alvarado.— Bernardino Vázquez de Tapia, en la segunda de sus declaraciones
en el juicio de residencia contra Cortés, dijo respecto a la hermosa doña Elvira (la
entregada a Velázquez de León):
que vido en casa del dicho don Fernando Cortés una señora que se
decía doña Elvira que decían públicamente que era pariente muy
cercana de la dicha doña Ana [hija de Motecuhzoma] e decían que
estaba preñada del dicho don Fernando.
Sumario de la residencia, t. II, p. 306. Véase en Documentos, sección
IV, Residencia.
2 9 Muñoz Camargo, lib. II, cap. IV.— Alva Ixtlilxóchitl, ibid., da otros nombres
de los bautizados. Sigo los de Alfredo Chavero en su interpretación del Lienzo de
Tlaxcala.
3 0 Chavero en su anotación a Muñoz Camargo, ibid., y Wagner, The Rise of
Fernando Cortés, cap. XII , p. 165, creen que es más probable que este bautizo
ocurriera después de la Noche Triste, cuando Cortés volvió a Tlaxcala.
3 1 Bernal Díaz, caps. X y LXII .
3 2 Tapia, p. 53.— López de Gómara, cap. XXI .
3 3 Wagner, cap. XII , pp. 168-169.
3 4 Éstas fueron las ropas que Cortés hizo vestir al náufrago y luego intérprete
Gerónimo de Aguilar: Bernal Díaz, cap. XXIX.
3 5 Bernal Díaz, cap. CLVII .
3 6 Bernal Díaz, cap. LXII . Dice que usaron este unto caliente en Tabasco para
curar caballos (cap. XXXIV).
3 7 Bernardino Vázquez de Tapia, Relación de méritos y servicios del
conquistador… (ca. 1544), estudio y notas de Jorge Gurría Lacroix, Biblioteca José
Porrúa Estrada, 1, Antigua Librería Robredo, México, 1953, pp. 33-37.— En cuanto
a los enviados de Motecuhzoma, el octavo de sus hijos (Crónica mexicáyotl, 312) se
llamaba Chimalpopoca, como el tercer señor de México; y el hermano era
Cuitláhuac.
3 8 Bernal Díaz, cap. LXXX.— Cervantes de Salazar, Crónica, lib. III, cap. LII , se
refiere a este viaje y sólo menciona a Alvarado “con un compañero” y dice que “por
todo el camino fue bien recibido”.
3 9 Bernal Díaz, cap. LXXIV.
40
Bernal Dlaz, cap. LXXVIII .— López de Gómara, cap. LXII lo refiere sin
mencionar a Ordaz.
4 1 Sahagún, Historia general, lib. XI, cap. XII .
4 2 Cervantes de Salazar, Crónica, lib. VI, caps. VII -XI .— Herrera, década III.
lib. III, caps. I y II , repite la historia y añade algunos detalles, como los nombres
de algunos de los acompañantes de Montaño y de Mesa: “Peñaloza, Juan de Larios
y otro castellano”, y la manera en que bajaron del volcán: “con gran tiento, porque
a cada paso había despeñaderos, dejándose ir de espaldas muchas veces con la
carga sobre los pechos, deslizándose hasta topar donde parasen los pies”.—
Extraño, pero Bernal Díaz ignora del todo a Montaño y a Mesa.— De Francisco
Montaño hay un memorial en el Diccionario autobiográfico de conquistadores y
pobladores de Nueva España, de Francisco A. de Icaza, Madrid, 1923, t. I, p. 53,
en el que confirma su ascensión al volcán y, entre sus méritos como conquistador,
menciona su participación en la conquista de Michoacán. Dice Montaño ser de
Ciudad Rodrigo, que pasó a Nueva España con Pánfilo de Narváez y que recibió en
encomienda el pueblo de Tecalco y otro, pero que “se los quitó el marqués”.—
Hernán Cortés, al fin de su tercera Carta de relación (15 de mayo de 1522), da
cuenta de esta ascensión, que al parecer se repitió, pero no menciona a quienes la
hicieron.
4 3 López de Gómara, cap. LXI .
4 4 Y López de Gómara, ibid., dice “tantos templos, a lo que dicen, como días en
el año”.— Otra creencia es que sobre cada uno de estos teocallis se construyó un
templo cristiano. El hecho es que, contados los de la actual ciudad y alrededores,
hay en Cholula un total de 159 templos, de los cuales el más notable es la Capilla
Real, con 49 cúpulas y 9 naves, en estilo de mezquita, y que recuerda la de
Córdoba, en España: Enciclopedia de México, “Cholula de Rivadavia”, México,
1977, t. III, pp. 792-793.
4 5 Bernal Díaz, cap. LXXXIII .
4 6 Ibid.
4 7 La primera cifra es de Bernal Díaz, ibid.; la segunda, de Cortés en su segunda
Carta de relación.
4 8 Bernal Díaz, ibid.
4 9 Ibid.
50 Ibid.
51 Bernal Díaz, ibid.— Tapia, pp. 73-76.— López de Gómara, caps. LIX-LX.—
Herrera, década 11ª, lib. VI, cap. II .— Muñoz Camargo, lib. II, cap. V.— Orozco y
Berra, lib. II, cap. I .
52 Declaración de Bernardino Vázquez de Tapia, el 23 de enero de 1529,
Sumaria de la residencia: Véase en Documentos, sección IV, Residencia.
53 Sahagún, lib. XII, cap. XI .
54
“ Relación de Cholula”, N. L. Benson, Latin American Collection, Universidad
de Texas, JGI, XXIV-1 y 22.— Relaciones geográficas del siglo XVI : Tlaxcala, II,
edición de René Acuña, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de
Investigaciones Antropológicas, México, 1985, párrafo 2, p. 125.
55 Fray Bartolomé de las Casas, Brevísima relación de la destrucción de las
Indias (1552), Tratados. Prólogos de Lewis Hanke y Manuel Giménez Fernádez,
transcripción de Juan Pérez de Tudela Bueso y traducciones de Agustín Millares
Cario y Rafael Moreno, Fondo de Cultura Económica, México, 1965, t. I, pp. 67-71.
Es curioso notar que los versos del romance “Mira Nero de Tarpeya”, que aquí
Las Casas hace cantar a Cortés en un acto de cínica crueldad, los repetirá Bernal
Díaz (cap. CXLV) en boca del bachiller Alonso Pérez, frente a Tacuba, cuando se
preparaba la conquista de la ciudad de México, y con intención muy diferente.
56 Bernal Díaz, cap. LXXXIII . Las palabras en cursiva: perdóneme... fueron
tachadas por el cronista al corregir su Historia verdadera.
57 Tapia, p. 73.
58 Bernal Díaz, ibid.
59 Bernal Díaz, cap. LXXXV.
6 0 Sahagún, lib. XII, cap. XIV.— Bernal Díaz, cap. LXXXVI .
IX. ESPLENDOR DE LA CIUDAD DE MÉXICO.
EPISODIO DE NARVÁEZ. MUERTE DE
MOTECUHZOMA Y NOCHE TRISTE
Decíamos que parecía a las cosas de encantamiento que cuenta
el libro de Amadís… y aun algunos de nuestros soldados decían
que si aquello que veían si era entre sueños, y no es de
maravillar que yo escriba aquí de esta manera, porque hay
mucho que ponderar en ello que no sé cómo lo cuente: ver cosas
nunca oídas, ni aun soñadas, como veíamos.
BERNAL DíAZ DEL CASTILLO
Comando: unidad militar entrenada en tácticas de guerrillas como el
combate cuerpo a cuerpo y los ataques de pega y corre.
Enciclopedia Británica
2. LA CIUDAD DE MÉXICO-TENOCHTITLÁN Y LA CORTE DE
MOTECUHZOMA
LA ENTRADA A LA CIUDAD Y EL ENCUENTRO DE CORTÉS Y MOTECUHZOMA
El martes 8 de noviembre de 1519, en la mañana de un día
probablemente fresco y luminoso, los soldados de Cortés y sus
aliados avanzan hacia “la gran ciudad de Temixtitan” [p. 57]. Van
cruzando los pueblos que se encuentran al borde del lago como
Mexicaltzingo y divisan Coyoacán y Churubusco. Pasan luego a la
calzada de Iztapalapa, que conduce al centro de la isla. En el fuerte de
Xólotl, donde se unía esta calzada con la de Coyoacán, reciben a los
españoles 1 000 hombres principales, que hacen sus ceremonias de
saludo y acatamiento. Después de pasar uno de los puentes que
interrumpían la calzada para permitir la navegación y el paso de las
aguas, en un lugar situado en la actual calle de Pino Suárez, a un
costado del Hospital de Jesús, se realiza el primer encuentro del
señor azteca y del capitán español.1 Ambos se esperaban con ansiosa
curiosidad y confusos sentimientos. Ninguno sabía cuál iba a ser el
desenlace del drama que representaban, pero sabían ya que iba a ser
decisivo para sus pueblos y para ellos mismos.
Motecuhzoma, que iba acompañado de 200 señores, descendió de
las andas que lo transportaban y apoyado en dos señores se adelantó
por en medio de la calzada a recibir a su huésped. Según el relato de
los informantes indígenas, Cortés había dispuesto que su ejército, “a
punto de guerra”, desplegara sus banderas y que los tambores tocaran
con toda su fuerza.2 Al llegar cerca del monarca indio, el capitán bajó
de su caballo y fue a su encuentro con ánimo de abrazarlo a la
española, lo que le impidieron los acompañantes de Motecuhzoma.3
Después de los parlamentos ceremoniales, en el primer intercambio
personal de obsequios, Cortés le echa al cuello un collar de cuentas de
vidrio, al que Motecuhzoma corresponde con uno de caracoles
colorados y camarones de oro “de mucha perfección” [p. 58].
CORTÉS ENVIADO DE QUETZALCÓATL
Una vez instalados los huéspedes en “una muy grande y hermosa
casa”, el palacio de Axayácatl, situado en la gran plaza y a un costado
del Templo Mayor, y obsequiados de nuevo con ropas y joyas, Cortés
recoge en su relato la exposición que le hizo Motecuhzoma de la
historia de su pueblo azteca y de la larga espera del retorno de
Quetzalcóatl, que habría de venir a sojuzgarlos.
Dibujo de Miguel Covarrubias.
Cortés recibido por Motecuhzoma. Códice Durán, XXV.
Para Motecuhzoma, Cortés es todavía el enviado de QuetzalcóatlCarlos V y por lo tanto acepta su dominio. El parlamento concluye
con la dramática exhibición que hace Motecuhzoma de su humanidad
ante la codicia española: “que soy de carne y hueso como vos y como
cada uno, y que soy mortal y palpable”, y con una protesta respecto al
límite de sus riquezas [pp. 59-60].
PRISIÓN DE MOTECUHZOMA.
LA VERSIÓN ESPAÑOLA Y LA INDÍGENA
Después de seis días de reposo y abundancia, Cortés entra de nuevo
en acción. Refiere que tuvo noticias de que Cuauhpopoca, señor de
Nautla o Almería, y súbdito de Motecuhzoma, había dado muerte en
una emboscada a cuatro españoles y que, al tratar de vengar su
agravio, habían muerto otros soldados, incluso Juan de Escalante, el
capitán que había dejado a cargo del destacamento en Veracruz.4
Suponiendo que la acción de Cuauhpopoca fue instigada por el señor
de México, Cortés apresa al monarca indio y días más tarde le pone
grillos [pp. 61-63].5 Al mismo tiempo, le exige que haga traer a
Cuauhpopoca y, en una hoguera formada por carretadas de flechas,
escudos y mazas indias, lo hace quemar junto con otros principales en
la plaza mayor de la ciudad de México.
Contradiciendo esta versión de Cortés, confirmada por López de
Gómara y Bernal Díaz, los testimonios indígenas y de los
historiadores que siguen estas fuentes, recogidos por Eulalia
Guzmán,6 afirman que Motecuhzoma quedó como prisionero de
Cortés y que fue aherrojado desde el momento de la primera visita a
sus huéspedes o aun en su encuentro mismo.
En efecto, en la versión castellana del libro de la Conquista, de
Sahagún, se dice:
De que los españoles llegaron a las casas reales con Motecuhzoma, luego le
detuvieron consigo, nunca más lo dejaron apartar de sí, y también detuvieron
consigo a Itzcuauhtzin, gobernador de Tlatilulco.7
El testimonio de fray Diego Durán es más violento; no sólo
apresaron a Motecuhzoma, sino que aun lo aherrojaron desde el
primer encuentro, lo cual parece inverosímil, como le parecía al
mismo historiador:
Y según relación y pintura de algunos antiguos viejos, dicen que desde
aquella ermita [Tocitlan] salió Motecuhzoma con unos grillos en los pies. Y
así lo vi pintado en una pintura que en la provincia de Tezcuco hallé en poder
de un principal ya viejo. El cual (Motecuhzoma), así aherrojado, iba en una
manta, echado en hombros de los principales. Lo cual se me hizo cosa dura
de creer, porque ningún historiador he hallado que tal conceda. Pero, como
niegan otras, más claras y verdaderas y las callan en sus historias y escrituras
y relaciones, también negarán y callarán ésta, por ser una de las más mal
hechas y atroces que se hicieron. Aunque un conquistador religioso me dijo
que, ya que se hiciera, fue con fin de asegurar su persona el capitán a sí y a los
suyos. Juntamente llevaron presos a los demás reyes de Tezcuco y Tacuba, y
al señor de Xuchimilco, que era tan gran señor como los demás, y uno de los
más privados y allegados de Motecuhzoma y de quien se hacía mucho caso.8
Alegoría de la Nueva España. Motecuhzoma con grillos en los pies. Muñoz
Camargo, Descripción de Tlaxcala, Ms. de Glasgow, 20.
El “conquistador religioso” aludido por Durán es fray Francisco de
Aguilar, quien, en su Relación breve, hace gran elogio de
Motecuhzoma, describe sus baños y comidas, pero nada dice de que lo
trajeran aherrojado desde el primer encuentro con Cortés, sino
simplemente que “estaba preso y detenido en una sala” — lo mismo
que, después del sexto día de la llegada a México, dicen Cortés, López
de Gómara y Bernal Díaz— y que él, Aguilar, cuando conquistador, fue
uno de los que tuvieron “cargo de velarle muchos días”.9
Chimalpahin también habla de prisión y aherrojamiento de
Motecuhzoma:
Apenas llegaron a México [los españoles de Cortés], a pesar de que no se les
combatía, en seguida dispusieron que el Moteuhczomatzin fuera atado y
encarcelado, encerrado en su casa por cárcel y le pusieron unos hierros en los
pies, y lo mismo fue hecho con su hermano Cacamatzin el de Tetzcuco, y con
Itzcuauhtzin, Tlacochcálcatl, regente militar de Tlatilulco.1 0
Acusación semejante hace fray Bartolomé de las Casas:
Saliendo él mesmo en persona en unas andas de oro con toda su gran corte a
recebirlos, y acompañándolos hasta los palacios en que los había mandado
aposentar, aquel mismo día, según me dijeron algunos de los que allí se
hallaron, con cierta disimulación, estando seguro, prendieron al gran rey
Motenzuma y pusieron ochenta hombres que le guardasen, e después
echáronle en grillos.1 1
La interpretación de la lámina 11 del Lienzo de Tlaxcala, que hace
Eulalia Guzmán, se opone a la interpretación conocida. En esta
lámina, llamada “Tenochtitlan”, aparece a la derecha Cortés, sentado,
con Marina de pie tras él; a la izquierda, también sentado, está un
señor indio y tres señores más, de pie. En la parte inferior,
vivazmente dibujados, hay un venado y unos loros, en jaulas, y unos
guajolotes que intentan alcanzar el maíz de un gran montón. Y arriba
de Cortés, en una terraza, se muestra un personaje indio con un glifo
que lo identifica. Según la interpretación de Alfredo Chavero, el señor
indio sentado frente a Cortés es Motecuhzoma, y el de la terraza es un
anciano (huehue), y como el glifo significa Motecuhzoma, por tanto
es Huehue-Motecuhzoma, lo que quiere decir que en su palacio se
realizó la conversación.12
En cambio, para Eulalia Guzmán el señor indio sentado y los tres
que están junto a él son los cuatro señores de Tlaxcala y el personaje
que está en la terraza es Motecuhzoma, no el viejo sino el joven,
Xocoyotzin, "con las manos encadenadas”. Y la explicación del
conjunto es que, con la ayuda de los tlaxcaltecas, Motecuhzoma
quedaba encadenado.13
Cortés y los cuatro señores de Tlaxcala. Lienzo de Tlaxcala, II.
Muñoz Camargo, el autor de la Historia de Tlaxcala, que encargó
las láminas del Lienzo de Tlaxcala, nada aclara en esta discrepancia,
pues se limita a decir que Cortés fue muy bien recibido por
Motecuhzoma.14
Creo que la opinión de doña Eulalia es correcta, pues los cuatro
señores indios llevan en la cabeza las insignias de los señores de
Tlaxcala, y no el copilli, especie de diadema que usaba Motecuhzoma.
Y el personaje de la terraza no es un anciano. Lo cual muestra lo fácil
que es tropezar en materia de interpretaciones.
En resumen, de estos seis testimonios: Informantes de Sahagún,
Durán, Aguilar, Chimalpahin, Las Casas y el Lienzo de Tlaxcala, el
único que procede de un testigo, el de Aguilar, es el que no habla de
prisión y aherrojamiento inmediato de Motecuhzoma. En verdad, la
única discrepancia es la del tiempo en que se realizaron estos actos.
Cortés, López de Gómara y Bernal Díaz se refieren a ellos, a la prisión,
como ocurrida seis días después de la llegada de los españoles a
Tenochtitlán, con el pretexto de la muerte de españoles en Veracruz.
Y a los grillos, “pasados quince o veinte días de su prisión”, dice
Cortés [p.62], cuando Cuauhpopoca, antes de ser quemado, confiesa
que mató a los españoles por orden de Motecuhzoma. Añade Cortés
que los grillos le causaron al señor de México “no poco espanto”, y
que se los quitó, al parecer, el mismo día y “él quedó muy contento”
[p. 63]. Bernal Díaz precisa que sólo se le mantuvo aherrojado
mientras se quemaba a los señores indios. López de Gómara repite lo
dicho por Cortés,15 y si Bernal Díaz al leerlo hubiese encontrado
cualquiera discrepancia con sus recuerdos, lo habría rectificado.
Apresar y aherrojar a Motecuhzoma al momento de su encuentro
con los españoles hubiese sido de parte de Cortés una acción
insensata y casi imposible. Ahora bien, si así hubiese sido y la locura
hubiese resultado, como al fin resultó, provechosa para el dominio
del imperio azteca, ¿no hubiera sido Cortés el primero en alardear de
su audacia?
SAQUEO DEL TESORO
En el curso de la exposición que hace Cortés, en su segunda Carta de
relación, acerca de la prisión de Motecuhzoma, y como para mostrar
los buenos términos en que se encontraba con el cautivo, refiere,
incidentalmente, que el señor de México le obsequió “joyas de oro y
una hija suya, y otras hijas de señores a algunos de mi compañía” [p.
61].
En los documentos de donación de tierras a favor de doña Isabel y
doña Marina Motecuhzoma, que expedirá Cortés en 1526 y 1527,16
dice el conquistador que, encontrándose Motecuhzoma herido, le
pidió que cuidara de tres hijas suyas que bautizadas se llamaron doña
Isabel, doña María y doña Marina. La hija dada a Cortés fue
probablemente Tecuichpo, luego llamada Isabel, con quien años más
tarde tendría una hija, Leonor Cortés y Moctezuma.17
Por lo que se refiere a las joyas obsequiadas, esta expresión
encubre algo menos limpio. Cuenta Bernal Díaz que, mientras
estaban en aquellos palacios, curioseando todos sus rincones,
buscaban un lugar adecuado para hacer un altar. El carpintero Alonso
Yáñez vio en una pared señales de una puerta recién ocultada.
Rompieron el muro y tras él estaba, en efecto, el que llamaron tesoro
de Axayácatl. Cortés y sus capitanes entraron primero:
y vieron tanto número de joyas de oro y en planchas, y tejuelos muchos, y
piedras de chalchihuis y otras muy grandes riquezas, quedaron elevados y no
supieron qué decir de tanta riqueza.
y añade Bernal Díaz:
como en aquel tiempo era mancebo y no había visto en mi vida riquezas como
aquellas, tuve por cierto que en el mundo no se debieran haber otras tantas.
Según el mismo cronista, Cortés y sus soldados acordaron no tocar
nada y reponer el muro, “hasta ver otro tiempo”.18 Esto ocurría
durante el incidente de Cuauhpopoca y la inmediata prisión de
Motecuhzoma, cuando había gran tensión por las consecuencias de
este acto.
Días después, cuando el señor de México se había resignado a su
cautiverio, refiere Andrés de Tapia que Cortés solía ir a conversar con
él y en una ocasión le dijo: “Estos cristianos son traviesos, e andando
por esta casa han topado ahí cierta cantidad de oro e la han tomado;
no recibáis dello pena”, a lo que respondió magnánimo
Motecuhzoma:
Eso es de los dioses de este pueblo; dejad las cosas como plumas y otras que
no sean de oro, y el oro tomáoslo, e yo os daré todo lo que yo tenga.
En seguida, el señor de México volvió a referirle la historia del
viaje y del retorno esperado de Quetzalcóatl, y luego mandó llamar a
muchos señores de la tierra y les ordenó darse por vasallos del
capitán español; y además, hizo que les mostraran y entregaran las
cámaras de la casa de las aves, en que guardaba joyas y aderezos de su
propiedad personal.19
La versión náhuatl de los Informantes de Sahagún relata que
interrogaron a Motecuhzoma para que les entregara los lugares en
que guardaban los tesoros del señorío, el teocalco, y sus propias
riquezas, el totocalco, y refiere el enloquecido saqueo que sobrevino:
las joyas, aderezos e insignias fueron destruidos para fundir el oro en
barras, los mosaicos y objetos de plumas fueron quemados por
inútiles y se les arrancaron las piedras preciosas y sus adornos de
oro.20
LAS LLAVES DEL REINO Y LOS OCIOS DEL CAUTIVO
Ajusticiado el señor de Nautla, saqueado el tesoro y sujeto
Motecuhzoma, Cortés tiene tiempo para ir indagando cuanto le
interesa: quiere tener noticias de la tierra y de sus circunstancias y
posibilidades. En primer lugar, quiere saber dónde están las minas de
las que se extraía el oro, cuáles podían ser los puertos más útiles para
los navíos españoles, cuáles eran los recursos principales de la tierra.
Cortés va averiguando puntualmente cada cosa del indefenso
Motecuhzoma, que le ofrece guías para mostrar las minas: Cuzula
(Zacatula), Tamazulapa, Malinaltepeque, Tenis — cuyo señor
llamábase Coatelicamat— y Tuchitebeque (Tuxtepec), siguiendo la
incierta fonetización del conquistador; le hace “pintar toda la costa y
ancones y ríos de ella”, que le traen al día siguiente “figurada en un
paño” (plano que puede ser la base del perfil de la costa del Golfo que
Cortés enviará junto con el plano de la ciudad de México); le organiza
granjas, una de las cuales, en Malinaltepeque, con cultivos de maíz,
frijol y cacao, y con casas y estanques, destina a Carlos V; y una a una
hace que se le entreguen las llaves del imperio. Y aún más, pide ayuda
para apresar a Cacamatzin, señor aliado de Tezcoco, porque había
intentado rebelarse, y consigue que se envíen mensajeros para que
recolecten todo el oro existente en las demás provincias y ciudades
del reino [pp. 65-69].
Antes de fundir las joyas, Cortés pondera a su emperador la belleza
de la orfebrería del México antiguo que destruía:
Y no le parezca a Vuestra Majestad fabuloso lo que le digo, pues es verdad
que todas las cosas criadas así en la tierra como en el mar, de que el dicho
Mutezuma pudiese tener conocimiento, tenían contrahechas muy al natural,
así de oro como de plata, como de pedrería y de plumas, en tanta perfección,
que casi ellas mismas parecían; de las cuales me dio para Vuestra Alteza
mucha parte…[p. 70]).
Cortés aprovecha aquella estancia pacífica de meses en
Tenochtitlán para enviar soldados españoles, junto con los guías
indios designados por Motecuhzoma, para que vayan a reconocer las
minas de oro señaladas, el sitio de las granjas y, en la costa del Golfo,
el lugar adecuado para que puedan entrar los navíos.
El tiempo parecía largo entonces. Todo parecía suspendido. Cortés
pedía e inquiría y Motecuhzoma daba y concedía sin límites. Los
españoles intimaban con el señor cautivo, algunos le faltaban al
respeto, aunque la mayoría lo acataba y compadecía. Y en los ocios, el
señor mexica y el capitán español encontraron en el gusto por el
juego una afinidad. Jugaban al totolli o totoloqui, una especie de
bolos o boliche de los antiguos mexicanos. Los había de piedra, pero
las bolas y tejuelos por derribar del juego de Motecuhzoma eran de
oro. La cuenta de Cortés la llevaba Pedro de Alvarado, y la de
Motecuhzoma, un sobrino suyo. Refiere Bernal Díaz que el señor de
México advirtió que el Tonatío-Alvarado “siempre tanteaba una raya
de más” y que hacía mucho ixoxol,21 esto es, mentiras o trampas para
que ganase Cortés. Liberalmente, los jugadores repartían sus
ganancias, Cortés entre los sobrinos y privados de Motecuhzoma, y
éste entre los soldados que hacían guardia.22
Cuenta asimismo el soldado cronista que Cortés mandó hacer dos
bergantines para ir por los lagos. Motecuhzoma pidió autorización
para ir de cacería a uno de sus peñoles privados e hizo la excursión en
uno de los bergantines, acompañado por Velázquez de León, Alvarado
y Olid, y volvió muy contento con muchas piezas cobradas. Eulalia
Guzmán considera “cuento de niños” este relato.23
LAS DESCRIPCIONES DE LA CIUDAD Y DE LA CORTE
Con Motecuhzoma y los principales señores cautivos y atemorizados,
Cortés interrumpe la relación de los acontecimientos para describir a
Carlos V la ciudad, el mercado, los templos, las casas, la organización
urbana del imperio, los palacios de Motecuhzoma, el jardín zoológico
y el servicio y protocolo de la corte. Lo ha ganado la admiración por la
refinada y avanzada civilización del México antiguo:
Para dar cuenta, muy poderoso señor, a Vuestra Real Excelencia, de la
grandeza, extrañas y maravillosas cosas de esta gran ciudad de Temixtitan,
del señorío y servicio de este Mutezuma, señor de ella, y de los ritos y
costumbres que esta gente tiene, y de la orden que en la gobernación, así de
esta ciudad como de las otras que eran de este señor, hay, sería menester
mucho tiempo y ser muchos relatores y muy expertos; no podré decir de cien
partes una, de las que de ellas se podrían decir, mas como pudiere diré
algunas cosas de las que vi, que aunque mal dichas, bien sé que serán de
tanta admiración que no se podrán creer, porque los que acá con nuestros
propios ojos las vemos, no las podemos con el entendimiento comprender [p.
71].
Templo Mayor de México Tenochtitlán. Acuarela del arquitecto Ignacio
Marquina.
Teniendo en cuenta que ésta es la primera descripción que de tal
tema se hacía, vista con ojos europeos, y que por tanto no existían
modelos que seguir y mejorar, Cortés logra transmitir una imagen
fascinante del mundo nuevo. Las descripciones posteriores de otros
testigos, en especial la de Bernal Díaz,24 agregarán detalles, aspectos
más humanos y sensibles, pero no lograrán dar la expresiva visión del
conjunto que aparece en esta segunda Relación.
Cortés comienza por situar el maravilloso escenario: el enorme
valle o cuenca de México rodeado de “ásperas sierras” con los dos
lagos, que entonces casi lo cubrían, el menor de agua dulce y el mayor
de agua salada, comunicados por un estrecho. El tráfico y
comunicación que se hacía preferentemente en canoas. La ciudad de
Tenochtitlán situada en el lago salobre y comunicada a tierra firme
por cuatro calzadas, tan anchas como dos “lanzas jinetas”. Las calles
de la ciudad mitad de agua y mitad de tierra, interrumpidas aquellas
para dejar pasar el agua y cruzadas por puentes, que al retirarse
aseguraban la protección de la ciudad [p. 72].
Templo Mayor. Maqueta de Carmen Antúnez según la acuarela del arquitecto
Ignacio Marquina.
Describe luego la abundancia y orden de los mercados, y le llaman
la atención los jueces que sin dilación dirimen los conflictos menudos
y cuidan la rectitud de los tratos. Refiérese a los templos y a sus
sacerdotes, en especial a los del conjunto ceremonial del Templo
Mayor, de cuyos edificios ofrece algunos pormenores, y de paso dice
que las “torres”, como él las llama, o pirámides, “son enterramientos
de señores” y no sólo adoratorios. Cuenta al respecto que subió a la
pirámide principal del Templo Mayor y que en presencia de
Motecuhzoma derrocó y echó escalinata abajo a los ídolos principales.
El mercado. Dibujo de Miguel Covarrubias.
Bernal Díaz, al exponer el mismo tema, tiene el acierto de describir
el admirable paisaje del valle, los lagos, las calzadas y las
edificaciones, que se dominaban desde lo alto del Templo Mayor; y
discrepa de Cortés al mencionar con mayor exactitud tres calzadas
principales —Iztapalapa, Tacuba y Tepeaquilla o Tepeyac— y no
cuatro, al aumentar los escalones del Templo Mayor de 50 a 114 y al
no recordar el derrocamiento de los ídolos. Su descripción del
mercado de Tlatelolco es memorable.25
Y Andrés de Tapia, por su parte, hace la única descripción con
cierta curiosidad arqueológica de muchas particularidades del Templo
Mayor y de las deidades que existían en el adoratorio que coronaba
las pirámides, entre ellas ésta que parece convenir a la Coatlicue:
Tenían estos ídolos unas culebras gordas de oro ceñidas, e por collares cada
diez o doce corazones de hombre, hechos de oro, e por rostro una máscara de
oro, e ojos de espejo, e tiníe otro rostro en el colodrillo, como cabeza de
hombre sin carne.2 6
Continúa Cortés su descripción con las casas o palacios principales,
que tienen “muy buenos aposentamientos” y muy “gentiles vergeles
de flores”; el doble acueducto que traía el agua de Chapultepec a la
ciudad; el sistema de alcabalas y el orden y policía que se guardaba en
la ciudad.
Pasa luego a exponer lo que logró apreciar de la corte de
Motecuhzoma. Comienza por un paso en falso al expresar:
¿qué más grandeza puede ser que un señor bárbaro como éste tuviese
contrahechas de oro y plata y piedras y plumas, todas las cosas que debajo del
cielo hay en su señorío? [p. 76].
A propósito de esta inadecuada calificación de bárbaro, dirigida a
Motecuhzoma, Alonso de Zorita, en el último tercio del siglo XVI , puso
en evidencia la contradicción de tal dicho. Con argumentos
semejantes a los que empleaba Montaigne, hacia los mismos años, y
apoyados en San Pablo, el oidor Zorita hizo notar la confusión que
nos hace llamar bárbaros a los infieles o a los que hablan otra
lengua.27
Continúa Cortés ponderando la extensión del señorío de
Motecuhzoma, que considera casi tan grande como España, la
organización política y militar y el registro en el que estaba escrito lo
que cada señorío tributario estaba obligado a dar, documento
indígena que es el que conocemos como Matrícula de tributos.
De las “casas de placer” que en la ciudad tenía Motecuhzoma dice
Cortés que eran “tales y tan maravillosas” que “en España no hay sus
semejantes”. Con especial admiración describe la amplitud y belleza y
el cuidado con que se mantenía el jardín zoológico —cuando en
Europa aún no se pensaba en ellos— , con estanques para los peces y
jaulas y casas para las aves y fieras, cada especie atendida según sus
necesidades, y junto a los animales, casas de albinos y monstruos
humanos [p. 78].
Concluye Cortés su descripción de la corte de Motecuhzoma
hablando del servicio y protocolo; la comida real, en la que le
sorprenden los brasericos que se ponían bajo cada plato para
mantenerlo caliente, y cómo antes y después de la comida se lavaba
las manos el monarca; las cuatro vestiduras nuevas que cada día se
ponía y el acatamiento extremo que debían tenerle sus
acompañantes, quienes nunca le miraban el rostro [p. 79].
Hernán Cortés, sus soldados españoles y sus aliados indígenas
habían pasado siete meses, de noviembre de 1519 a mayo de 1520, en
ocupación relativamente pacífica del imperio de Motecuhzoma.
3. EPISODIO DE NARVÁEZ, GUERRA ENTRE ESPAÑOLES E
INDIOS, MUERTE DE MOTECUHZOMA Y DERROTA DE LOS
ESPAÑOLES EN LA NOCHE TRISTE
EL EPISODIO DE PÁNFILO DE NARVÁEZ
La parte final de la segunda Carta de relación es una sucesión de
acontecimientos dramáticos. Cuando parecía que la conquista del
imperio azteca se iba consolidando sin violencia mayor, el episodio de
Narváez y la ausencia de Cortés de la ciudad de México van a dar un
nuevo curso a la historia del enfrentamiento de españoles e
indígenas.
El gobernador de Cuba, Diego Velázquez, no olvidaba el agravio
que le había hecho Cortés al echarlo a un lado en la conquista de
México. Perturbado por las noticias que le llegaban de las enormes
riquezas del país —como las que iban en el navío, a cargo de Montejo
y Portocarrero, que llevaba cartas y presentes a Carlos V y del que se
decía que iba “lastrado de oro”— , Velázquez decidió organizar una
nueva armada con el propósito de quitar el mando a Cortés y
castigarlo a él y a sus capitanes. Y ya que los buenos de estos últimos
se habían ido con Cortés, confió la expedición —la más numerosa y
costosa hasta entonces reclutada— a Pánfilo de Narváez, entonces de
42 años, que sus contemporáneos describían como alto de cuerpo,
rubio-rojizo, cuerdo pero imprudente y descuidado, “e la plática e la
voz muy vagarosa y entonada, como que salía de bóveda”. Velázquez
quería hacerse justicia por sí mismo, sin autorización de la Audiencia
de Santo Domingo. Informada ésta de sus propósitos, trató de evitar
el enfrentamiento violento entre las huestes de Cortés y las de
Velázquez-Narváez, designando al efecto al oidor Lucas Vázquez de
Ayllón, cuya misión resultó inútil, pues Velázquez se la impidió.28
La armada de Narváez, según Hernán Cortés, constaba de 18 naves
con 800 hombres, 80 caballos y 10 o 12 piezas de artillería, aunque
otros cronistas consignan cifras más altas.29 Cuando tan poderosa
expedición llegó a las costas de San Juan de Ulúa, a principios de
mayo de 1520, los mensajeros de Motecuhzoma vinieron a México
con una pintura en la que describían la expedición, y Cortés fue
informado [p. 80]. Comenzó entonces un ir y venir de mensajeros,
amenazas y fintas entre Cortés y Narváez. Y en sus expresiones
dirigidas a Carlos V, reapareció el Cortés leguleyo, que fingía agotar
primero los recursos de la ley. Pero cuando el conquistador tuvo
noticias de que los naturales de la tierra veracruzana, y en especial el
Cacique Gordo de Cempoala, su antiguo amigo, se habían aliado al
invasor Narváez, y de que los señores de la región, adictos a
Motecuhzoma, lo estimulaban también, decidió abandonar la ciudad
de México, el 10 de mayo, y afrontarlo [p. 84].
Al frente de la guarnición de la ciudad y de la vigilancia de
Motecuhzoma, deja como alcalde a Pedro de Alvarado, cuyo nombre
no mencionará. Cortés parte sólo con 70 soldados, según su propio
dicho [p. 85], más los aliados tlaxcaltecas; luego se le incorporan en
Cholula los soldados de Juan Velázquez de León y de Rodrigo Rangel,
y ya cerca de Cempoala se juntan también los hombres que Gonzalo
de Sandoval tenía en Veracruz. Aún así, la fuerza de que disponía
Cortés, de cerca de 300 españoles, más los indígenas, era muy inferior
a la de Narváez. Pero gracias al oro y a promesas hábilmente
manejadas, Cortés se había asegurado la complicidad de muchos de
los hombres de Narváez, sobre todo de los artilleros que no
dispararían.
Con el auxilio del Cacique Gordo, Narváez se había hecho fuerte en
lo alto de la pirámide mayor de Cempoala, que tendrá ocho o diez
metros de altura. Era la noche del día de Pascua del Espíritu Santo, 27
de mayo, y las tropas de Narváez, después de esperar largas horas el
ataque, habían vuelto a sus cuarteles caladas por la pertinaz lluvia.
Poco después de la medianoche y en silencio, Cortés decidió el asalto,
que debió ser semejante a una operación de comando en la que cada
uno de sus capitanes, Pizarro, Sandoval y Velázquez de León,
cumplieron con rapidez y precisión su tarea. Gonzalo de Sandoval
recibió el encargo más difícil: subir al teocalli en que se encontraba
Narváez y prenderlo. Pese a la defensa furiosa, que tenía la ventaja de
la altura, Sandoval y sus hombres llegan al adoratorio de la
plataforma superior, al que prenden fuego, y apresan a Narváez, quien
en la refriega pierde un ojo. En unas horas más, Cortés y sus soldados
apresan a “todos los que se había de prender” y son dueños de sus
armas y caballos [p. 89]. “Era de noche, que no amanecía, y aún llovía
de rato en rato, y entonces salía la luna… y había muchos cocuyos,
que así los llaman en Cuba”, recuerda Bernal Díaz que cuenta
magistralmente esta historia y recoge este diálogo entre el vencido, al
que curaban su herida, y el vencedor:
—Señor capitán Cortés: tened en mucho esta victoria que de mí habéis
habido, y en tener presa mi persona.
—Doy gracias a Dios que me la dio —respondióCortés— y a los esforzados
caballeros y compañeros que tengo, que fueron parte para ello; mas una de
las menores cosas que en la Nueva España he hecho es prenderos y
desbarataros.3 0
Cortés derrota y prende a Narváez. Lienzo de Tlaxcala, 13.
Y López de Gómara comenta:
¿Cuánta ventaja hace un hombre a otro? ¿Qué hizo, dijo, pensó cada capitán
de estos dos? Pocas veces, o nunca por ventura, tan pocos vencieron a tantos
de una misma nación; especial estando los muchos en lugar fuerte,
descansados y bien armados.3 1
El conquistador mismo se limita a reflexionar para su rey que, si
“la victoria fuese del dicho Narváez, fuera el mayor daño que de
mucho tiempo acá en españoles tantos por tantos se ha hecho” [p.
89]. Gracias a su ventura en esta acción, Cortés se encontraba en
posesión de navíos y de un ejército que reforzaba considerablemente
el que trajera de Cuba.
La anécdota pintoresca del incidente de Narváez la recoge Andrés
de Tapia, muy dado a ellas: un caballero mancebo, de los soldados de
Cortés a los que tocó el asalto a la artillería, topó con ocho barriles de
pólvora y trató de hacerlos explotar para privar de ella a los enemigos;
con la espada desfondó uno de los barriles, metió fuego dentro y se
echó al suelo para evitar la explosión. Como ésta no llegaba, se
averiguó luego que el barril roto contenía alpargatas. Apareció Cortés,
supo lo que pasaba y se puso a apagar el fuego con manos y pies.32
El Cacique Gordo, que estaba junto a Narváez, también salió herido
en la refriega. Cortés hizo que lo curaran, lo devolvió a su casa y
ordenó que “no se le hiciese enojo”,33 en recuerdo de otros tiempos.
Con promesas de riqueza y cargos, Cortés logró atraerse a los
soldados de Narváez. A éste lo envió, junto con Salvatierra, el veedor
de la expedición, preso a Veracruz a rumiar su desdicha, donde pasará
dos años. Los navíos quedaron en el puerto, despojados de velas,
timones y agujas o brújulas, y confió su cuidado al capitán Pedro
Caballero.34
Aprovechando el importante aumento que había tenido en sus
tropas y la reposición de sus naves, Cortés dispuso inicialmente —
aunque luego hará volver a los dos primeros en vista de las graves
circunstancias— que Juan Velázquez de León fuera con dos barcos
para hacer el reconocimiento de la costa y provincia de Pánuco; que
Diego de Ordaz, con 200 hombres, se dirigiera a Coatzacoalcos; que
dos naves fueran a Jamaica en busca de caballos, becerros, puercos y
ovejas para iniciar su cría en México; y que Rodrigo Rangel con 200
hombres cuidara la guarnición del puerto de Veracruz [pp. 89-90].35
MATANZA DEL TEMPLO MAY OR
Mientras tomaba estas providencias para extender y cimentar sus
conquistas, llegaron de México noticias alarmantes: había estallado la
rebelión indígena. Los mexicas atacaban e incendiaban la fortaleza
donde se encontraban los españoles en la ciudad de México y les
habían quemado los cuatro bergantines que se habían construido.
Cortés partió apresuradamente y llegó a la ciudad el 24 de junio de
1520 [p. 91]. A los capitanes que había enviado a Pánuco y a
Coatzacoalcos les ordenó que suspendieran su viaje y se reunieran
con él, en vista de la gravedad del peligro.
Nada dice el autor de las Cartas de relación del origen de la
rebelión, como si quisiera proteger a Pedro de Alvarado, al parecer
provocador del choque, a quien había dejado como alcalde y al que no
menciona por su nombre en esta carta. Por López de Gómara, Bernal
Díaz y por la narración de Vázquez de Tapia36 sabemos la versión más
aceptada de lo que ocurrió. Los indígenas querían celebrar la gran
fiesta de Huitzilopochtli y Tezcatlipoca en el mes de tóxcatl (mayo);
pidieron licencia para el areito y Alvarado la concedió. Cuando
alrededor de 600 señores y capitanes indios se encontraban reunidos
y sin armas en el Templo Mayor, los españoles, repitiendo el esquema
de la matanza de Cholula, hicieron la matanza que levantó la
sublevación de los indígenas.
Matanza del Templo Mayor, Códice Durán, XXVI .
La narración más realista y patética de esta matanza es del
anónimo autor indígena del Códice Ramírez:
Pidió el capitán Alvarado a los principales de la ciudad de México que
hiciesen un muy solemne baile a su modo, porque deseaba verlos, diciendo al
gran Motecuczuma que se los mandase. Lo cual hizo el rey, y ellos
obedeciendo a su señor con deseo de dar contento a los españoles. Salió toda
la flor de la caballería a este baile, todos ricamente ataviados y tan lucidos
que era contento verlos. Estando los pobres muy descuidados, desarmados y
sin recelo de guerra, movidos los españoles de no sé qué antojo (o como
algunos dicen) por cobdicia de las riquezas de los atavíos, tomaron los
soldados las puertas del patio donde bailaban los desdichados mexicanos, y
entrando otros al mismo patio, comenzaron a alancear y herir cruelmente
aquella pobre gente, y lo primero que hicieron fue cortar las manos y las
cabezas de los tañedores, y luego comenzaron a cortar sin ninguna piedad, en
aquella pobre gente, cabezas, piernas y brazos, y a desbarrigar sin temor de
Dios, unos hendidas las cabezas, otros cortados por medio, otros atravesados
y barrenados por los costados; unos caían luego muertos, otros llevaban las
tripas arrastrando huyendo hasta caer; los que acudían a las puertas para
salir de allí, los mataban los que guardaban las puertas; algunos saltaron las
paredes del patio, y otros se subieron al templo, y otros no hallando otro
remedio echábanse entre los cuerpos muertos y se fingían ya difuntos, y desta
manera escaparon algunos; fue tan grande el derramamiento de sangre que
corrían arroyos por el patio. Y no contentos con esto los españoles andaban a
buscar los que se subieron al templo y los que se habían escondido entre los
muertos, matando a cuantos podían haber a la mano. Estaba el patio con tan
gran lodo de intestinos y sangre que era cosa espantosa y de gran lástima ver
así tratar la flor de la nobleza mexicana que allí falleció casi toda.3 7
Además de las ya mencionadas, existen otras versiones acerca del
origen y circunstancias de la llamada matanza del Templo Mayor.
Según fray Diego Durán, Cortés ya se encontraba en la ciudad para
entonces y fue él quien condescendió a la proposición de Alvarado:
Y así, luego que vino y volvió el marqués a México, como venía tan pujante y
tan acompañado de gente, parece que no traía temor ni sobresalto, como
hasta allí había tenido. Y así, con esta pujanza, tomó osadía y atrevimiento de
condescender con el consejo que don Pedro de Alvarado y los demás le dieron,
que fue matar a todos los señores y principales capitanes y grandes señores de
México, para lo cual ordenaron una traición, que en buen romance esta
historia así la llama, aunque escrita por mano de indios.3 8
De acuerdo, pues, con esta versión indígena, que al parecer sigue
Durán, Cortés pidió a Motecuhzoma que participaran en la fiesta de
tóxcatl:
todos los señores y principales de la provincia y todos los más valerosos
hombres de ella, porque querían ver y gozar de la grandeza y nobleza de
México, y que todos saliesen al baile y areito.3 9
Motecuhzoma, sin malicia, cayó en el engaño. Cuando supo de la
matanza pidió a los guardias que lo matasen, ya que los mexicanos
creerían que la traición había sido “cometida por su consejo”. Esta
versión de Durán puede explicar el silencio de Cortés respecto al
crimen atribuido sólo a Alvarado.
Alva Ixtlilxóchitl recoge otra versión de origen tezcocano, según la
cual:
ciertos tlaxcaltecas… por envidia, lo uno acordándose que en semejante fiesta
los mexicanos solían sacrificar gran suma de cautivos de la nación
tlaxcalteca, y lo otro que era la mejor ocasión que ellos podían tener para
poder henchir las manos de despojos y hartar su condicia y vengarse de sus
enemigos, fueron con esta invención [del supuesto levantamiento que
preparaban los mexicas] al capitán Pedro de Alvarado, que estaba en el lugar
de Cortés, el cual no fue menester mucho para darles crédito, porque tan
buenos filos y pensamientos tenía como ellos.4 0
En fin, el mismo responsable de la matanza, Pedro de Alvarado, en
el proceso de residencia que se le tomó, no niega el hecho, pero da
como justificación que “los indios lo querían matar”, “que la fiesta no
era más de pretexto para justificar el alzamiento”; que los indios
quitaron la imagen de Nuestra Señora que habían puesto en el templo
de Huitzilopochtli y subían de nuevo al ídolo; al reconvenirlos
Alvarado, lo hirieron, mataron a un español y se trabó la pelea.41
De cualquier manera, Motecuhzoma estaba perdido y los mexicas,
confederados con los de Tlatelolco, se habían decidido por la guerra a
muerte contra los españoles.
SUBLEVACIÓN INDÍGENA Y MUERTE DE MOTECUHZOMA
Volviendo a la narración de Cortés, refiere éste la furia incontenible
de la lucha, con escuadrones cerrados de indios y cómo las muertes
causadas por la artillería, que en cada tiro se llevaban diez o doce
hombres, “se cerraban luego de gente, que no parecía que hacía daño
ninguno” [p. 92]. Una vez más, Cortés decide servirse de
Motecuhzoma para que desde una azotea pida que cese la guerra. El
señor de México lo hizo y allí fue muerto de una pedrada en la cabeza
[p. 93].
El testimonio indígena más expresivo acerca de la muerte de
Motecuhzoma es, una vez más, del Códice Ramírez:
en viendo los mexicanos al rey Motecuczuma en la azotea haciendo cierta
señal, cesó el alarido de la gente poniendo todos en gran silencio de escuchar
lo que quería decir; entonces el principal que llevaba consigo, alzó la voz y
dijo las palabras que quedan dichas [que se sosegasen porque no podrían
prevalecer contra los españoles], y apenas había acabado cuando un animoso
capitán llamado Cuauhtémoc, de edad de diez y ocho años, que ya le querían
elegir por rey, dijo en alta voz: “¿Qué es lo que dice ese bellaco de
Motecuczuma, mujer de los españoles, que tal se puede llamar, pues con
ánimo mujeril se entregó a ellos de puro miedo y asegurándonos nos ha
puesto a todos en este trabajo? No le queremos obedecer porque ya no es
nuestro rey, y como a vil hombre le hemos de dar el castigo y pago”. En
diciendo esto alzó el brazo y marcando hacia él disparóle muchas flechas; lo
mismo hizo todo el ejército. Dicen algunos que entonces le dieron una
pedrada a Mutecuczuma en la frente, de que murió, pero no es cierto según lo
afirman todos los indios…4 2
Y más adelante, recoge el anónimo cronista la versión indígena
según la cual hallaron a Motecuhzoma “muerto a puñaladas, que le
mataron los españoles a él y a los demás principales que tenían
consigo la noche que se huyeron”.43
Muerte de Motecuhzoma según el Códice Moctezuma.
En el Códice Moctezuma, de la Biblioteca del Museo Nacional de
Antropología e Historia de México, hay una imagen de Motecuhzoma,
en una terraza, con una cuerda atada al cuello sostenida por un
español.44
LA LUCHA INDÍGENA CONTRA LOS INVASORES
Dos jóvenes capitanes indios, Cuitláhuac, señor de Iztapalapa, y
Cuauhtémoc, señor de Tlatelolco, hermano y sobrino de
Motecuhzoma respectivamente, y que serán los últimos señores de
México-Tenochtitlán, encabezan la nueva decisión indígena de lucha
sin cuartel y ya no de renuncia fatalista. Cuando Cortés intenta
convencer a los capitanes indios de que cese la pelea, su respuesta es
categórica: “que me fuese y que les dejase la tierra y que luego
dejarían la guerra, y que de otra manera, que creyese que habían de
morir todos o dar fin con nosotros” [p. 93].
Así era, en efecto. Los indígenas morían por millares, pero iban
derrotando una a una las posiciones españolas. La única acción
venturosa que registra Cortés es la de haber encabezado la recaptura
del Templo Mayor, “aunque manco de la mano izquierda de una
herida que el primer día me habían dado” [p. 94]. Cuando Cortés
ascendía trabajosamente aquella larga escalinata casi vertical, refiere
Cervantes de Salazar que, reconociendo al conquistador, dos heroicos
guerreros mexicas se precipitaron del teocalli escaleras abajo y, para
que su impulso lo arrastrase también, “se quisieron abrazar con
Cortés, para echarse con él, mas como era hombre de buenas fuerzas,
desasióse”.45
Pese a la superioridad ofensiva de las armas españolas, millares y
millares de indios estaban dispuestos a morir con tal de acabar con
los invasores. Éstos comenzaron a sufrir hambre, ya que los tenían
sitiados, y pronto tuvieron que aceptar que no les quedaba otra
solución que intentar la huida.
LA NOCHE TRISTE
Los puentes estaban destruidos, sus pasos resguardados y ahondados
los vados. Forzados por la situación desesperada y el creciente
número de españoles muertos o malheridos, Cortés decide la salida
de la ciudad de México, la noche del 30 de junio de 1520, por la ruta
más corta hacia la tierra firme.
Antes de partir, en una sala de palacio donde se guardaba el oro, la
plata y las joyas, el capitán entrega simbólicamente el quinto
perteneciente al rey a los oficiales, que lo cargan en algunas bestias y
tamemes tlaxcaltecas. Lo que no pudo cargarse lo llevó encima cada
uno, además de lo que se les había repartido, según su ambición. Los
más inexpertos y codiciosos se cargaron de oro y el peso los hundiría
en el fango. Morirían ricos. Llevó también consigo Cortés a un hijo y
dos hijas de Motecuhzoma y a algunos señores indios sobrevivientes.
Y 40 o 50 indios, al mando del capitán Magariño, cargaban un puente
de madera portátil que se había construido para pasar los canales [pp.
97-98].
La huida en la Noche Triste, Lienzo de Tlaxcala, 18.
Un soldado llamado Blas Botello, nigromante o astrólogo, había
predicho que si en aquella noche no salían de México, todos
perecerían. Entre los muchos que morirán, se contó él, y entre sus
papeles hallaron las cifras de sus vaticinios, que predecían su propia
muerte.
Hacia la medianoche y con lluvia, truenos y granizo comenzó la
retirada por la calzada de Tlacopan. La columna constaba de 7 000 u 8
000 hombres, de los cuales unos 1 300 eran españoles. La
vanguardia, al mando de Gonzalo de Sandoval, y el centro, con
Hernán Cortés, la artillería y el tesoro, los prisioneros y las mujeres,
lograron más o menos llegar hasta la tierra firme utilizando el puente
portátil. La ciudad dormía, pero una mujer desvelada que salió a
buscar agua vio la columna y comenzó a dar gritos: “¡Ah mexicanos,
ya vuestros enemigos se van!”, y con esto los guardias empezaron a
alertar a los soldados desde el cu de Huitzilopochtli,46 y se inició el
encarnizado ataque en la calzada y por ambos lados de ella. En la
cortadura de Tecpantzinco, al fin de la isla (Tacuba y San Juan de
Letrán), el puente movible se hundió tanto en el fango que no pudo
ser removido y los mexicas lo inutilizaron del todo, por lo que la
retaguardia, con Pedro de Alvarado y Juan Velázquez de León, quedó
cortada. La cortadura de Toltecacalli acabó por llenarse de muertos y
despojos y fue el lugar de la mayor matanza.
“Para quien no vio aquella noche la multitud de guerreros que
sobre nosotros estaban y las canoas que de ellos andaban a rebatar
nuestros soldados, es cosa de espanto”, rememorará Bernal Díaz. “No
había hombre que ayudase y diese la mano a su compañero, ni aun a
su propio padre, ni hermano a su propio hermano”, recordará fray
Francisco de Aguilar. La artillería y el tesoro se habían perdido. De la
retaguardia, formada sobre todo con soldados de Narváez, sólo
sobrevivieron Alvarado, muy mal herido, y cuatro soldados. Más de
80 habían perecido, entre los que se contaban Juan Velázquez de
León, Francisco Saucedo y Francisco de Morla. Cuando lo supo, a
Cortés “se le saltaron las lágrimas de los ojos”, cuenta Bernal Díaz
para dar origen a la leyenda del llanto al pie del ahuehuete de Popotla.
Y el mismo cronista refiere que los supervivientes de la rezaga dijeron
que pasaron el tajo del puente destruido “sobre muertos y caballos y
petacas, que estaba aquel paso del puente cuajado de ellos”, y que por
tanto no hubo tal “salto de Alvarado”.47
Según otras versiones, los de la rezaga perecieron no sólo en la
huida, pues otros se refugiaron en los cuarteles y fueron sacrificados.
Cortés no se refiere a ellos, pero otros cronistas contaron el destino
de estos infelices. Un testigo de los hechos, el soldado Alonso de
Aguilar, que vuelto dominico con el nombre de fray Francisco, dictará
ya viejo su Relación breve de la conquista, recordará:
Cortés en la Noche Triste. Dibujo de Miguel Covarrubias.
Sucedió que ciertos caballeros e hidalgos españoles, que serían hasta
cuarenta, y todos los más de a caballo y valientes hombres, traían consigo
mucho fardaje, y el mayordomo del capitán traía mucha cantidad, el cual
también venía con ellos; y como venían despacio, la gente mexicana, que eran
los más valientes, les atajaron el camino, y les hicieron volver a los patios, en
donde se combatieron tres días con sus noches, con ellos, porque subidos a
las torres se defendían de ellos valientemente; mas empero, la hambre y la
muchedumbre de gente que allí acudió fue ocasión que todos fuesen hechos
pedazos.
En el Códice Ramírez se dice que se quedaron en los cuarteles “por
cobardía de no dejar los despojos”. López de Gómara niega, con
escasa convicción, lo que de ellos se contaba:
que se quedaron más de doscientos españoles en el mismo patio y real, sin
saber de la partida; a quien después mataron, sacrificaron y comieron los de
México, pues de la ciudad no se pudieron salir, cuanto más de una misma
casa. Cortés dice que se lo requirieron.
Cervantes de Salazar cuenta que, viendo que no podían salir de la
ciudad:
se habían vuelto cient españoles a fortalecerse en el Templo Mayor; dicen
muchos conquistadores que fueron trescientos, e que puestos en lo alto
pelearon tres días, hasta que de cansados y enflaquecidos de la hambre, se les
cayeron las espadas de las manos, tiniendo bien poco que hacer los enemigos
para matarlos.
Herrera y Torquemada repiten lo mismo, con idéntica cifra. Y en la
entrevista que le hizo Gonzalo Fernández de Oviedo a Juan Cano, en
Santo Domingo, 1544, el que fuera quinto marido de Isabel de
Motecuhzoma contó que algunos soldados de Cortés, ignorantes de
que se había decidido la salida, quedaron en sus cuarteles, “que eran
doscientos e septenta hombres, los cuales se defendieron ciertos días
peleando, hasta que de hambre se dieron a los indios”.48
Estas cifras: 40, más de 200, 100, 300 o 270, salvo la primera
parecen excesivas, y es inverosímil lo dicho por Cano de que tantos
ignoraran la huida acordada. El número de soldados asignados a la
retaguardia es impreciso. Sólo sabemos que se formó sobre todo con
soldados de Narváez y que de ellos perecieron “más de ochenta”,
según Bernal Díaz. Pero aun reduciendo las cifras, la versión esencial
es creíble.
En Tacuba continuó el acoso indígena, pero de alguna manera
resistieron los españoles, y en un cu y un caserío cercano, que
después se llamó Nuestra Señora de los Remedios, quedaron hasta la
medianoche siguiente. Según el primer balance que hizo Cortés de
sus pérdidas en la Noche Triste:
En este desbarato se halló por copia que murieron ciento y cincuenta
españoles y cuarenta y cinco yeguas y caballos, y más de dos mil indios que
servían a los españoles, entre los cuales mataron al hijo e hijas de Motezuma,
y a todos los otros señores que traíamos presos [pp. 98-99].
(Luego se aclarará que de las hijas de Motecuhzoma sólo murió
doña Ana.) Mas otros cronistas e historiadores propondrán cifras de
pérdidas mayores. He aquí el resumen de estas diferentes
estimaciones de las muertes en la Noche Triste:49
Los supervivientes estaban heridos, molidos, enlodados y
hambrientos, y no sabían a dónde dirigirse, pero los tlaxcaltecas
continuaron salvándolos. La ruta que eligieron para llevarlos a
Tlaxcala bordeaba los lagos hacia el norte, hasta llegar a Cuauhtitlan,
Citlaltépetl y Zumpango, luego seguía hacia el oriente por Otumba, y
en Apan descendía al sur hasta Hueyotlipan, en que ya entraban a
tierras tlaxcaltecas.
Cortés organizó como pudo su menguado y quebrantado ejército.
El ataque indio volvió a cobrar fuerza y, sobre todo en Otumba, el
combate fue tan terrible que, dice Cortés, “cierto creíamos ser aquél el
último de nuestros días, según el mucho poder de los indios y la poca
resistencia que en nosotros hallaban” [p. 100]. Pero los españoles
lograron abatir al jefe de las tropas indígenas, el ahuacóatl, y
arrebatarle su estandarte, y la acción se decidió a su favor. Al fin, el 8
de julio, llegaron a tierras tlaxcaltecas.
Orozco y Berra afirma con razón que fue un error táctico de los
mexicas y tlatelolcas, después de la Noche Triste, el no haber
perseguido a los españoles hasta exterminarlos,50 lo cual hubiera sido
posible. Y explica que, como lo dicen los Informantes de Sahagún, en
lugar de aquello, se ocuparon en “recoger los despojos de los muertos
y las riquezas de oro que llevaba el bagaje”, hasta limpiar del todo las
acequias.51 La acometida en Otumba, días más tarde, fue sólo una
feroz escaramuza y no una puntilla eficaz, que estaba en sus manos.
En fin, así fueron los duros hechos, contra los que nada pueden las
suposiciones.
RECUPERACIÓN EN TLAXCALA
Pese a los temores que abrigaba Cortés respecto a la recepción que le
harían sus amigos tlaxcaltecas, éstos, a pesar de que llegaban “tan
desbaratados”, los acogieron con humanidad y generosidad.
Maxixcatzin y Xicoténcatl los recibieron en Hueyotlipan y luego en
alguna de sus ciudades y les ofrecieron reposo, alimentos, ropas, pues
iban “sin otra cosa más de lo que llevaban vestido”, y curación para
sus heridas. A Cortés le agenciaron hasta “una cama de madera
encasada” para que reposase. “Algunos murieron —comenta Cortés—
así de las heridas como del trabajo pasado, y otros quedaron mancos y
cojos, porque traían muy malas heridas, y para se curar había muy
poco refrigerio; y yo asimismo quedé manco de dos dedos de la mano
izquierda” [pp. 102-103].
Los tlaxcaltecas acogen a Cortés después de su derrota. Lienzo de Tlaxcala, 28.
Mientras se recuperaban, Cortés hizo el balance de sus infortunios:
además de los muertos en México y de la pérdida de la mayor parte de
cuantos bienes allí habían acumulado, se perdieron las “escrituras y
autos que yo había hecho con los naturales”; se perdieron también los
criados que le traían bienes, oro y plata de Veracruz a México, y cada
uno repasaba las muertes de sus amigos más cercanos y sus propias
pérdidas. En cambio, reciben una buena noticia: Veracruz estaba en
paz. Esto hizo que muchos alentaran el proyecto de que el ejército se
concentrase en aquel puerto; pero Cortés decidió no retirarse y
continuar la lucha [p. 103].
Después de veinte días de descanso vuelve de nuevo a la actividad,
aunque con mayor cautela y planeando y concertando sus acciones.
Primero, Cortés abre y asegura una ruta hacia la costa, para cubrir
una posible retirada y los aprovisionamientos; y luego prepara el
ataque decisivo a México-Tenochtitlán con dos recursos claves: ahora
que conoce las circunstancias que determinaron su derrota, construir
suficientes bergantines para atacar por agua tanto como por tierra, y
machacar y dominar una a una las provincias que rodeaban la región
de los lagos.
LA CAMPAÑA Y LA MATANZA DE TEPEACA
Con el pretexto de que habían dado muerte a los españoles que
venían de Veracruz a México, Cortés inicia la campaña de Tepeaca,
que se encuentra en los límites orientales de Tlaxcala y era la escala
para la puerta del Golfo. Los soldados y aliados de Cortés combaten
de nuevo en medios conocidos y una vez más hacen una gran
matanza de indígenas en Huaquechula [p. 108]. Sin más problemas
que los de acciones brutales como ésta, en las cuales legiones de
indios eran arrasadas por la superioridad de las armas españolas,
Cortés se apodera de esta región poblana, que comprendía entre otras
las poblaciones de Izúcar, Huaquechula, Coixtlahuaca y Tepeaca,
donde fundará Segura de la Frontera —y desde donde escribe esta
segunda Carta de relación—, población que no prosperará.
El conquistador se ha endurecido aún más después del quebranto.
Los pueblos se entregaron al saqueo e incendio de los tlaxcaltecas, las
mujeres se repartieron y se hicieron “ciertos esclavos”. Bernal Díaz
refiere que éstos fueron herrados con una G que significaba guerra.52
EL PLEITO POR EL BOTÍN DESPUÉS DE LA NOCHE TRISTE
“Otra cosa casi peor que esto de los esclavos”, para los intereses de los
conquistadores, le pareció al soldado cronista la determinación que
tomó Cortés de “dar un pregón so graves penas” para que los soldados
manifestaran el oro que habían sacado en la Noche Triste, “y que les
dará la tercia parte de ello, y si no lo traen, que se lo tomará todo”.
Itinerario de Cortés después de la Noche Triste. Jesús Amaya Topete, Atlas
mexicano de la conquista, Fondo de Cultura Económica, México, 1958.
Antes de la huida de Tenochtitlán, del 30 de junio pasado, cuando
no había sido posible llevar el botín de oro y joyas acumulado, Cortés
había dicho que, después de apartar el quinto real y su propia parte,
que se cargaron en la yegua y caballos, “cualquiera que quisiese sacar
oro de lo que allí quedaba que se lo llevase mucho en buen hora por
suyo”. Muchos soldados, sobre todo los inexpertos de Narváez,
cargáronse tanto que perdieron la vida. Pero algunos lograron escapar
con sus tesoros, y Cortés supo que en Segura de la Frontera “había
muchas barras de oro y que andaban en el juego”. Aquella falsa
promesa y esta exigencia irritaron a capitanes y soldados, y sólo
algunos entregaron por fuerza el oro que tenían, y movió a los que
habían llegado con Narváez a pedir licencia para volverse a Cuba, lo
que se les concederá poco después.53
Además de esta disputa por el oro sobrante, un problema mayor
fue el de justificar la pérdida del quinto real y el supuesto salvamento
de la parte de Cortés. Los capitanes y soldados se quedaban con poco
o nada, el rey había perdido su parte cargada en una muy buena
yegua, pero el único que se había apropiado de lo salvado era el
conquistador. Para tratar de atajar estas murmuraciones, Cortés
encargó a Juan Ochoa de Lejalde que hiciera una Probanza, del 20 de
agosto al 3 de septiembre de 1520, en la que declararon los capitanes,
oficiales y clérigos que por entonces se encontraban en Tepeaca, y en
la cual atestiguaron como auténtica la versión de la pérdida del oro y
joyas del rey en la Noche Triste.54
El asunto no paró allí. En el curso de los años que siguieron a la
conquista de México, pasiones, ambiciones y resentimientos fueron
acumulándose contra Cortés, y tuvieron ocasión de explotar en 1529
al abrirse el juicio de residencia contra el conquistador. Bernardino
Vázquez de Tapia marcó la línea de incriminaciones al declarar, el
primero, que:
como el dicho Cortés vido que la yegua y el oro era perdido, echó fama que
aquel oro que se perdió era lo de Su Majestad, e lo otro que se había salvado,
que fueron cuarenta e cinco mil pesos o más, dijo que era lo suyo e para salir
con su intinción fizo cierta probanza.55
En el mismo tenor declararon luego Gonzalo Mejía, Antonio
Serrano de Cardona, Rodrigo de Castañeda y Alonso Ortiz de Zúñiga.
Al contraatacar, presentando un enorme interrogatorio para que lo
contestaran sus testigos de descargo, Cortés se refirió a esta cuestión
en las preguntas 189 a 191.56 El asunto no pasó de dimes y diretes,
pues el juicio de residencia nunca llegó a ser resuelto.
LAS PROBANZAS CONTRA DIEGO VELÁZQUEZ Y PÁNFILO DE NARVÁEZ
Además de la probanza sobre el oro del quinto real perdido en la
Noche Triste, antes mencionada, Cortés aprovechó la reunión en
Tepeaca-Segura de la Frontera de sus capitanes, vueltos oficiales
reales, alcaldes y regidores, para hacer con ellos dos probanzas más,
éstas enderezadas contra Diego Velázquez y Pánfilo de Narváez.
En la primera de ellas,57 los oficiales reales Alonso Dávila,
tesorero; Alonso de Grado, contador; Bernardino Vázquez de Tapia,
factor, y Rodrigo Álvarez Chico, veedor, dirigieron a Hernán Cortés,
capitán general y justicia mayor, una solicitud en la cual le exponen
las malas consecuencias que para la Nueva España trajo la expedición
de Narváez, enviada por Velázquez, y le piden que, por dicha causa,
mande secuestrar todos los bienes que los dichos tengan en esta
tierra. Y en la probanza que sigue, nueve testigos contestan las 22
preguntas del interrogatorio, cuyo propósito principal es hacer
constar que la rebelión de los indios que llevó a la derrota de la Noche
Triste, las muertes de cientos de españoles y millares de indígenas
que entonces perecieron, y la pérdida del tesoro y del quinto real
habían sido causadas por la llegada de la expedición de Narváez, quien
repetidas veces manifestó que él venía a prender a Cortés y a dejar
libre a Motecuhzoma. Todos los declarantes, incluso Pedro de
Alvarado, confirmaron esta versión y acusación.
El origen de la sublevación indígena, según los cronistas e
historiadores españoles e indígenas, fue la matanza del Templo
Mayor, organizada por Pedro de Alvarado. Y este mismo capitán, en el
proceso de residencia que se le formó años más tarde, así lo
reconoció, aunque también dijo que “los indios lo querían matar” y
“que la fiesta no era más que un pretexto para justificar el
alzamiento”. La llegada de Narváez y su promesa de liberar a
Motecuhzoma pudieron ser un apoyo para la rebelión indígena, pero
no su causa. Por todo ello, la materia de esta probanza es
inconsistente. Su verdadera intención parece ser la de justificar el
secuestro de los cuantiosos recursos militares —naves, soldados,
caballos, artillería y armas— que había traído Narváez.
La tercera probanza de este grupo, del 4 de octubre siguiente y del
mismo lugar, tiene el propósito de afirmar que Hernán Cortés y no
Diego Velázquez hizo los gastos para la organización de la expedición
a México.58
REFUERZOS RECIBIDOS Y OTRAS NOTICIAS
Gracias a circunstancias fortuitas o atraídos por la fama de la riqueza
de México que corría por las islas antillanas, llegan refuerzos
considerables al de nuevo menguado ejército de Cortés [p. 112]. Entre
los meses de julio y octubre de 1520 llegó una nave de Pedro Barba,
con 13 soldados, un caballo y una yegua, que enviaba Diego Velázquez
con cartas para Narváez, a quien daba por dueño de la situación, en
las que le encargaba que enviase a Cuba a Cortés, a quien suponía
preso y desbaratado, para trasladarlo a Castilla. Pedro Caballero, el
“almirante de la mar” puesto por Cortés en Veracruz, atrajo
amistosamente a Barba, lo apresó y él y sus soldados acabaron
incorporados de buena gana al ejército del conquistador. Otro tanto
ocurrió con otro navío chico, de Rodrigo Morejón de Lobera, que traía
ocho soldados, una yegua, seis ballestas, bastimentos y aparejos.59
Francisco de Garay seguía empeñado en poblar el Pánuco y enviaba
un navío tras otro. Por el mes de octubre llegó a Veracruz el resto de
la expedición que había enviado, al mando de Diego Camargo, con 60
hombres hambrientos, flacos, amarillos e hinchados, a los que los
soldados de Cortés, cuenta Bernal Díaz, apodaron los “panciverdetes”.
Más tarde llegó Miguel Díaz de Aux, aragonés altivo, en busca de
otras naves despachadas por Garay, que también incorporó al ejército
más de 50 soldados y siete caballos. Y en fin, con el mismo origen y
propósitos, llegó otra nave capitaneada por Ramírez el Viejo, con
cerca de 40 soldados, 10 caballos, yeguas, ballestas y otras armas. A
los soldados traídos por Díaz de Aux llamaron los “lomos recios”,
porque venían “recios y gordos” y a los del viejo Ramírez “los de las
alabardillas”, porque traían gruesas casacas de algodón a las que no
pasaba ninguna flecha, los “escaupiles” indios, que luego adoptará
Cortés para su ejército.60
En su segunda Relación Cortés sólo menciona el desbarato que
habían sufrido en Pánuco los soldados enviados por Garay [pp. 104105] y la llegada a Veracruz de una carabela pequeña, también de
Garay, con 30 hombres de mar y tierra, a los que dice que auxiliará [p.
113].
Bernal Díaz resume como sigue los refuerzos recibidos: de los
navíos de Barba y Morejón de Lobera, 25 soldados, dos caballos y una
yegua; y de los navíos de Garay, cuyos capitanes fueron Camargo,
Díaz de Aux y Ramírez el Viejo, 120 soldados y 17 caballos y yeguas,61
valiosos refuerzos para compensar las pérdidas de la Noche Triste.
Además, Cortés despachó enviados a la isla Española para que le
trajeran soldados, caballos y armas [p. 112]. En las páginas finales de
su carta, reitera que su propósito es:
Volver sobre aquella ciudad y su tierra, y creo, como yo a Vuestra Majestad he
dicho, que muy en breve tornará al estado en que antes yo la tenía, y se
restaurarán las pérdidas pasadas. En tanto, yo quedo haciendo doce
bergantines para entrar por la laguna [pp. 112-113].
La noticia final que da Cortés a Carlos V es el bautizo de la tierra,
que se llamará la “Nueva España del mar océano” porque:
así en la fertilidad como en la grandeza y fríos que en ella hace, y en otras
muchas cosas que la equiparan a ella [p. 114].
Según fray Juan de Torquemada,62 Juan de Grijalva, que exploró la
isla de Cozumel y la costa yucateca y del Golfo en 1518, había dicho ya
que: “hallaban una Nueva España”, expresión que no se registró en el
Itinerario de su viaje y, al parecer, aquella denominación sugerida
había sido olvidada.
CRONOLOGÍA (TENTATIVA) DE ESTA ETAPA
1519
8 de noviembre
Entrada a la ciudad de México.
14 de noviembre (?)
Prisión de Motecuhzoma.
1520
Principios de mayo
Llega la expedición de Narváez a la costa.
10 de mayo
Sale Cortés a Cempoala.
Mediados de mayo
Matanza del Templo Mayor en México.
Guerra de los mexicas contra los españoles.
27/28 de mayo
Prisión de Narváez en Cempoala y derrota de
su expedición.
24 de junio
Cortés vuelve a la ciudad de México.
27/28 de junio
Muerte de Motecuhzoma. Lo sucede
Cuitláhuac, décimo señor de México.
30 de junio
Derrota de la Noche Triste y salida de los
españoles de la ciudad de México.
7 de julio
Batalla de Otumba.
8 de julio
Llegada a tierras de Tlaxcala.
Fines de julio
Campaña de Tepeaca.
Julio-octubre
Cortés recibe refuerzos considerables y
prepara la reconquista de la ciudad de México.
Firma en Segura de la Frontera la segunda
Carta de relación.
Cortés cumple 35 años.
30 de octubre
1
Orozco y Berra, Historia antigua, Conquista, lib. II, cap. II .— Luis González
Aparicio, Plano reconstructivo de la región de Tenochtitlan, Instituto Nacional de
Antropología e Historia, México, 1973.
2 Sahagún, lib. XII, cap. XV.
3 Bernal Díaz, cap. LXXXVIII .
4 Cervantes de Salazar, Crónica, lib. II, cap. XXVI .— Bernal Díaz, cap. XCIV.—
López de Gómara, cap. LXXXIII .
5 Bernal Díaz, cap. XCV.
6 Eulalia Guzmán, Comentarios a las Relaciones de Cortés, pp. 215-219.
7 Sahagún, lib. Xll, cap. XVII .
8 Durán, Historia de las Indias, cap. LXXIV.
9 Fray Francisco de Aguilar, Relación breve de la conquista, ed. Federico
Gómez de Orozco, 5ª jornada, pp. 52-54.
1 0 Francisco de San Antón Muñón Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin, “Séptima
relación”, Relaciones originales de Chalco Amaquemecan, trad. del náhuatl de
Silvia Rendón, Fondo de Cultura Económica, México, 1965, p. 235.
1 1 Las Casas, “De la Nueva España”, Brevísima relación, Tratados, ed. Fondo
de Cultura Económica, p. 71.
1 2 Alfredo Chavero, Explicación del Lienzo de Tlaxcala, Antigüedades
mexicanas, Texto, México, 1892.
1 3 Guzmán, ibid., p. 217.— El encadenamiento de las manos no es del todo
evidente. Pero si doña Eulalia hubiera podido conocer la serie ampliada del Lienzo
de Tlaxcala, dada a conocer por René Acuña, y editada por la UNAM en 1981, se
hubiese complacido con la nueva lámina 20, f. 246 v, llamada simplemente
“Fernando Cortés”, en la que, junto al conquistador a caballo y tras él Marina,
aparece Motecuhzoma con grillos en los pies.
1 4 Muñoz Camargo, Historia de Tlaxcala, lib. II, cap. VI .
1 5 López de Gómara, cap. LXXXIX.
1 6 Donación de tierras a doña Isabel y doña Marina Moctezuma, del 27 de
junio de 1526 y el 14 de marzo de 1527: en Documentos, sección III.
1 7 Para las relaciones de Cortés con las hijas de Motecuhzoma, véase la nota 2 a
la Donación antes citada. En la Crónica Mexicáyotl, de Hernando Alvarado
Tezozómoc (trad. del náhuatl de Adrián León, UNAM, Instituto de Historia,
México, 1949, párrafos 305-324), se consignan los nombres y se narran las
historias de 19 hijos de Motecuhzoma.
1 8 Bernal Díaz, cap. XCIII .
1 9 Tapia, ed. BEU , pp. 80-81.
20
Sahagún, lib. XII, caps. XVII y XVIII , trad. del náhuatl de Ángel M. Garibay
K.
21
Debió escribir xoxolhuia: mentir a sabiendas, en náhuatl.
2 2 Bernal Díaz, cap. XCVII .
2 3 Guzmán, op. cit., p. 252.— Bernal Díaz, cap. XCIX.
2 4 Bernal Díaz, caps. XCI y XCII .
2 5 Ibid., cap XCII
2 6 Tapia, pp. 83-87. Coatlicue, p. 84.
2 7 Alonso de Zorita, Breve y sumaria relación de los señores … en la Nueva
España, Nueva colección de documentos para la historia de México, t. III (189 1),
reed. S. Chávez Hayhoe, México, 1941, pp. 134-137.
2 8 Orozco y Berra, op. cit., lib. II, cap. VII .— La descripción de Narváez: Las
Casas, Historia de las Indias, lib. III, cap. XXVI , y Bernal Díaz, cap. CCVI .
2 9 Bernal Díaz, cap. CIX, consigna 19 naos, 1 400 soldados, que incluían 90
ballesteros y 70 escopeteros, 80 caballos y 20 tiros de artillería; Andrés de Tapia, p.
89, recuerda 18 navíos, “más de mil e tantos hombres, e que traían muy buena
artillería”, 90 caballos y más de 150 ballesteros y escopeteros; y López de Gómara,
cap. XCVI : 11 naos, 7 bergantines, 900 españoles y 80 caballos.— El licenciado
Vázquez de Ayllón menciona, además, 1 000 indios de Cuba. Y había, al menos, un
negro, el que trajo la viruela a México y cuya epidemia comenzó en Cempoala.
3 0 Bernal Díaz, caps. CIX-CXXV. El diálogo en cap. CXXII .
3 1 López de Gómara, cap. CI .
3 2 Tapia, pp. 94-95.
3 3 Bernal Díaz, cap. CXXII .
3 4 Ibid., cap. CXXIV.
3 5 Ibid.
3 6 López de Gómara, cap. CIV.— Bernal Díaz, caps. CXXV y CXXVI .— Vázquez
de Tapia, Relación de méritos y servicios, pp. 41 -42.
3 7 Relaciόn del origen de los indios que habitan esta Nueva España según sus
historias o Códice Ramlrez, ed. de M. Orozco y Berra, México, 1878, pp. 88-89.
3 8 Durán, Historia de las Indias, cap. LXXV.
3 9 La versión indígena aludida, que aquí repite Durán, en Sahagún, lib. XII,
caps. XIX y XX.
4 0 Alva Ixtlilxóchitl, Historia de la nación chichimeca, cap. LXXXVIII .
4 1 Proceso de residencia contra Pedro de Alvarado, ed. de José Fernando
Ranírez, paleografía de Ignacio López Rayón, impreso por Valdés y Redondas,
México, 1847, Quinto cargo, pp. 65-68.
4 2 Relación... o Códice Ramírez, pp. 89-90.
43
Ibid., p. 91.— Esta versión de que Motecuhzoma y otros señores indios fueron
muertos por los españoles, por orden de Cortés, fue abrazada dramáticamente por
Manuel Orozco y Berra, movido, dice, no por odio, sino por convencimiento:
Historia antigua, Conquista, lib. II, cap. X y nota 36.
Fray Francisco de Aguilar, Relaciόn breve, 7a jornada, p. 70, confirma también
la muerte de los otros señores indios: “había otros muy grandes señores detenidos
con él, a los cuales el dicho Cortés, con parecer de los capitanes, mandó matar, sin
dejar ninguno”.
4 4 Hay reproducciones de este Cόdice de Moctezuma en Gurría Lacroix,
“Itinerario de Hernán Cortés”, Artes de México, núm. 111, México, 1968, sin folio;
y en John B. Glass, Catálogo de la colecciόn de cόdices, Museo Nacional de
Antropología, INAH, México, 1964, p. 69 e ilustración 27.
4 5 Cervantes de Salazar, lib. IV, cap. CVIII , refirió inicialmente la anécdota, que
luego repitió Herrera, década IIa , lib. X, cap. IX.
4 6 Bernal Díaz, cap. CXXVIII .— Sahagún, lib. XII, cap. XXIV.
4 7 Bernal Díaz, ibid.— Fray Francisco de Aguilar, Relación breve, 7ª jornada, p.
72.
4 8 Aguilar, Relación breve, 7 a jornada, pp. 72-73.— Códice Ramírez, p. 91.—
López de Gómara, cap. CX.— Cervantes de Salazar, Crónica, lib. IV, cap. CXXIII .—
Herrera, década IIa , lib. X, cap. XII .— Torquemada, lib. IV, cap. LXXII .—
Fernández de Oviedo, lib. XXXIII, cap. LIV.
4 9 Prescott, Historia de la conquista de México, lib. V, cap. IV, n. 26.— Orozco
y Berra, lib. II, cap. XI , n. 15.— Wagner, cap. XX, p. 300, repite esta lista anterior
sin citar su procedencia. Aquí acumulo y preciso las referencias.
50 Orozco y Berra, ibid.
51 Sahagún, lib. XII, cap. XXV.
52 Bernal Díaz, cap. CXXXV.
53 Ibid.
54 Probanza hecha a pedimento de Juan Ochoa de Lejalde, en nombre de
Hernán Cortés, sobre las diligencias que éste hizo para salvar el oro de Sus
Majestades, Tepeaca, 20 de agosto-3 de septiembre de 1520: en Documentos,
sección I.— En el poder que da Cortés a Ochoa de Lejalde, firmado el 6 de agosto
de 1520, se menciona por primera vez el nombre de Nueva España, antes de que
Cortés lo comunique al rey al fin de su segunda Carta de relación, fechada el 30 de
octubre siguiente. Lo hizo notar G. R. G. Conway, editor de esta probanza, en La
Noche Triste. Documentos…, Robredo, México, 1943, Prólogo, p. XI .
55 Vázquez de Tapia, respuesta LII a las preguntas del “juicio secreto”, en
Documentos, sección IV.
56 Interrogatorio presentado por Hernán Cortés al examen de los testigos que
presentare para su descargo en la pesquisa secreta, Temistlan, 1534: en
Documentos, sección IV, segunda parte.
57 Solicitud de los oficiales reales contra Diego Velázquez y Pánfilo de Narváez
y probanza contra ellos, Segura de la Frontera, 4-28 de septiembre de 1520: en
Documentos, sección l.
58 Probanza hecha por Juan Ochoa de Lejalde, en nombre de Hernán Cortés,
sobre quién hizo los gastos de la expedición a México, Segura de la Frontera, 4 de
octubre de 1520, en Documentos, sección I.
59 Bernal Díaz, cap. CXXXI .
6 0 Ibid., cap. CXXXIII .
6 1 Ibid., cap. CXXXIV.
6 2 Torquemada, lib. IV, cap. IV.
X. PREPARACIÓN DE LA CONQUISTA
En Tacuba está Cortés
con su escuadrón
esforzado,
triste estaba y muy
penoso,
triste y con gran
cuidado,
la una mano en la
mejilla
y la otra en el costado…
Citado por
BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO
EL CONTENIDO GENERAL Y LAS DOS PARTES DE LA TERCERA
RELACIÓN
Así como la segunda carta es la revelación de la alta civilización que
existía en el imperio que encabezaba la ciudad de MéxicoTenochtitlán, la tercera Carta de relación refiere la conquista y
destrucción de la gran ciudad, después del descalabro de la Noche
Triste. Aquélla es el testimonio de un explorador audaz y codicioso,
astuto y sensible; ésta es el parte militar de un conquistador
excepcional.
La tercera es la más extensa de las cartas y da cuenta de los
dramáticos acontecimientos que ocurren en alrededor de un año y
medio, de la pacificación de la provincia de Tepeaca, a fines de 1520,
al fin de la conquista de la ciudad de México, el 13 de agosto de 1521, y
a las exploraciones y conquistas que siguen hasta el 15 de mayo de
1522, en que firma la carta en Coyoacán. Es extraño que Cortés no se
apresure a dar cuenta al emperador de un acontecimiento tan
importante como la conquista de la ciudad y deje pasar nueve meses
hasta hacer su relación. Probablemente lo absorbieron los
acontecimientos subsecuentes y fue dictándola poco a poco, y acaso
corrigiéndola, en los intervalos de sus tareas y preocupaciones.
La carta puede dividirse en dos partes y un apéndice. La primera
refiere la minuciosa y sistemática preparación de la conquista de la
gran ciudad, y se extiende de diciembre de 1520 al 30 de mayo de
1521, en un lapso de seis meses.
La segunda es la relación del sitio, destrucción y toma de la ciudad
de México-Tenochtitlán, que concluye con el apresamiento de
Cuauhtémoc. Se extiende del 30 de mayo de 1521 al 13 de agosto del
mismo año, durante 75 días, como resume el mismo Cortés. Pero la
tercera Carta de relación no termina con la aniquilación del imperio
azteca, ya que el conquistador continúa narrando el inicio de la
reconstrucción de la ciudad y las exploraciones y conquistas que
emprende a continuación, desde la toma de la ciudad hasta el 15 de
mayo de 1522, fecha de la carta.
RECURSOS, ORDENANZAS Y REGLAS DE GUERRA
En los días de recuperación en Tlaxcala, después de la derrota de la
Noche Triste, Cortés se replanteó a fondo su situación y la estrategia
que debía seguir en la reconquista de la ciudad-isla. Después de
asegurar con la “pacificación” de Tepeaca el paso franco hacia la costa
veracruzana, comienza por hacer un balance y una reorganización de
sus recursos militares. Dos días después de la Navidad de 1520
encuentra que sólo tiene 40 soldados de a caballo, 550 peones o
infantería, 80 de ellos escopeteros y ballesteros, y ocho o nueve
cañones de campo, “con bien poca pólvora” [pp. 118-119].1 Era
necesario, pues, aumentar sus recursos.
Por los mismos días de este recuento, comprende que debe
transformar aquella banda animosa e indisciplinada de sus soldados
en algo más cercano a un verdadero ejército, y redacta y hace
pregonar en Tlaxcala, el 22 y el 26 de diciembre de 1520,
respectivamente, unas Ordenanzas militares.2
En efecto, el principal objetivo de estas disposiciones es el de
establecer una organización y una disciplina en sus huestes y evitar
los pillajes y las acciones personales. Las Ordenanzas comienzan por
señalar, como principal motivo de la lucha, el combate a las idolatrías
y la implantación de la fe católica, y a continuación señalan dos
prohibiciones de índole más bien personal: las blasfemias y los juegos
de azar. Esta última debió costar a Cortés un gran esfuerzo, ya que era
muy aficionado a los juegos. “Jugaba a los dados a maravilla, bien y
alegremente” dice López de Gómara. Y Bernal Díaz confirma: “Era
muy aficionado a naipes y dados, y cuando jugaba era muy afable en
el juego y decía ciertos remoquetes que suelen decir los que juegan a
los dados”. Entre el dilema de la disciplina y su afición, acabó por
hacer la salvedad incongruente de sólo consentir los juegos
moderadamente “en el aposento donde yo estuviere”, para proteger su
propia inclinación. Años más tarde, cuando la primera Audiencia
inició en 1529 el juicio de residencia contra el conquistador, entonces
ausente, quiso aplicarle su propia prohibición y la general contra los
juegos de azar. Bernardino Vázquez de Tapia, enemistado contra
Cortés, declaró que le constaba que éste, Alvarado, Alderete, Morán,
Rangel y el mismo Vázquez de Tapia, jugaban en casa de Cortés, no
moderadamente, y aun acusó a Alvarado de haberlo engañado y
robado;3 y la Audiencia impuso a Cortés una multa de 12 000 pesos
de oro, multa que años más tarde le fue devuelta por sobrecédula del
11 de marzo de 1530.
Las Ordenanzas prohíben también las riñas entre españoles y las
burlas de unos grupos hacia otros, probablemente por cuestiones de
regionalismos tan frecuentes y acerbas en los peninsulares. En
materia propiamente militar disponen que los soldados se organicen
en capitanías y que éstas se formen en cuadrillas de veinte hombres
con sus respectivos cabos. Especial énfasis se pone en los servicios de
vela y en su cumplimiento. Cada capitán debe tener su tambor y su
bandera y sus contingentes deberán moverse juntos y apartados de
las otras capitanías. Prohíben que durante los encuentros de guerra
los soldados se metan entre el fardaje para protegerse, que acometan
sin ser mandados, que entren a las casas de los enemigos para robar,
y ordenan que los botines se reúnan y manifiesten ante el capitán
general.
Cada una de las prohibiciones tiene señalados castigos para su
incumplimiento: multas para los hidalgos y azotes para los demás.
Merece notarse que la pena de muerte sólo se reserva para el pillaje
encubierto para beneficio personal. La traición y la desobediencia, en
cambio, no se consideran en estas Ordenanzas, que se limitan a las
circunstancias propias de las conquistas y parecen dar por supuestos
los usos generales de las guerras.
Al mismo tiempo, aunque no lo consigne expresamente, Cortés
estableció ciertas reglas para los miles de soldados indígenas aliados,
principalmente tlaxcaltecas, aunque también de Cholula y
Huejotzingo, de los que además encargó su manejo e instrucción
militar a Alonso de Ojeda y a Juan Márquez, para que concertaran sus
acciones de choque con las de las armas españolas. La nueva regla era
la de permitirles el saqueo e incendio de las poblaciones
conquistadas. La venganza de antiguos agravios añadirá, en lo más
cruento de las luchas, la matanza de la población indefensa y la
antropofagia, ya no ritual sino bestial. Con estas bárbaras prácticas
quedaba resuelto el avituallamiento de las tropas indias y se daban
nuevos alicientes a su resentimiento vengativo. Además, a partir de
estas campañas, Cortés puso en práctica —aunque no lo reconozca
explícitamente y sea Bernal Díaz el que a menudo se refiera con
detalles y reclamos al respecto— el tomar esclavos de los lugares
conquistados y herrarlos con una letra G que significaba guerra.
India herrada. Dibujo de Miguel Covarrubias.
CONSTRUCCIÓN Y TRANSPORTE DE LOS BERGANTINES
La experiencia de la derrota del 30 de junio de 1520, en que tantos de
sus soldados y caballos perecieron en los cortes de las calzadas,
enseñó a Cortés que sólo podía atacar con éxito la ciudad lacustre con
movilidad combinada por agua y por tierra. Para ello, decidió fabricar
en Tlaxcala 12 bergantines, que luego serán 13, cuya construcción
debió iniciarse hacia octubre de 1520 [p. 113] y se concluirá hacia
febrero o marzo del año siguiente. Parece insensatez la de fabricar,
tan tierra adentro, las partes de los navíos que luego habrían de
transportar, en casi una centena de kilómetros y en terreno
montañoso, hasta Tezcoco, a orillas entonces del lago. Sin embargo,
Tlaxcala era el único apoyo principal con que contaban en aquellos
días los españoles, y gracias a la habilidad de carpinteros y herreros y
a la capacidad sin límites de la ayuda indígena, el proyecto
descabellado se hizo realidad.
En principio, Cortés envió al burgalés Santa Cruz a traer de
Veracruz a Tlaxcala, de los barcos desmantelados, anclas, clavazón,
estopas, velas, cables y jarcias, así como calderos para hacer la brea; y
en unos pinares cercanos a Tlaxcala, en Huejotzingo, los marineros
prepararon la resina llamada pez, necesaria para las juntas y el
calafateo de las naves.4 Martín López, “carpintero de ribera”, esto es
de obras navales, que ya había construido los primeros cuatro
bergantines, quemados por los indígenas en la sublevación de la
Noche Triste, recibió de Cortés, hacia octubre de 1520, el encargo de
organizar la construcción de los nuevos bergantines.5 López vino a
Tlaxcala con sus herramientas y tres criados y comenzó por ir a
buscar a montes cercanos el maderamen de roble, encino y pino
necesario. Auxiliaban al maestre López, según Bernal Díaz, Andrés
Nuñez, Ramírez el Viejo, “cojo de una herida”, el aserrador Diego
Hernández, el herrero Hernando de Aguilar, ciertos indios carpinteros
y dos herreros con sus fraguas.6 En cambio, de acuerdo con la
Información que hizo López ante la Audiencia de México en 1544, sus
auxiliares fueron Alvar López, carpintero; Hernán Martín, herrero;
Andrés Martínez, Miguel y Pedro de Mafia, carpinteros; Juan Gómez
de Herrera y Juan Martínez “Narices”.7 En la nueva ciudad de
Tlaxcala los trabajos se realizaban en el barrio de Atempa, cerca de la
ermita de San Buenaventura. Cuando estuvieron terminados, los
bergantines fueron probados en el río Zahuapan, que se represó para
este propósito. Una vez probados se volvieron a desbaratar y se
organizó su transporte de Tlaxcala a Tezcoco, donde se armaron de
artillería.8
La construcción de los bergantines. Códice Durán, cap. XVIII.
El transporte a Tezcoco de un volumen tan considerable de piezas
de madera y de los demás aparejos de los bergantines, que además de
cruzar montañas tenía que pasar por tierras enemigas, fue tarea
compleja. Cortés dispuso que fuera a auxiliarla Gonzalo de Sandoval
[p. 132], quien llevó 200 soldados, 20 escopeteros y ballesteros y 15
de a caballo, más “buena copia” de tlaxcaltecas. Bernal Díaz añade que
Sandoval, en el camino, cumplió otros encargos, como el de castigar a
los indios del que llamaron “pueblo morisco”, al parecer Calpulalpan
o Sultepec,9 quienes habían muerto a cuarenta y tantos soldados de
Narváez y de Cortés y a muchos tlaxcaltecas, y robado tres cargas de
oro que traían de Veracruz. Los del pueblo, sabiendo que se acercaba
Sandoval, lo abandonaron. Los españoles hallaron allí dos caras de
españoles y cueros de caballos, curtidos unas y otros, colgados en los
cúes, y en el muro de una casa leyeron la triste inscripción que con
carbón había hecho uno de los españoles antes de ser sacrificado:
“Aquí estuvo preso el sin ventura Juan Yuste, con otros muchos que
traía en mi compañía” [p. 132]. Yuste había sido un hidalgo de caballo
de los que vinieron con Narváez.10
Concluidas estas tareas, Sandoval fue al encuentro de la columna
de indios que hacía el singular transporte de los bergantines. Cortés
da cuenta de este viaje con entusiasmo poco frecuente en él:
El dicho alguacil mayor [Gonzalo de Sandoval] pasó adelante cinco o seis
leguas a una población de Tascaltecal, que es la más junta a los términos de
Culúa, y allí halló a los españoles y gente que traían los bergantines. Y otro
día que llegó, partieron de allí con la tablazón y ligazón de ellos, la cual
traían con mucho concierto más de ocho mil hombres, que era cosa
maravillosa de ver, y así me parece que es de oír, llevar trece fustas diez y
ocho leguas por tierra; que certifico a Vuestra Majestad que desde la
avanguardia a la retroguardia había bien dos leguas de distancia. Y como
comenzaron su camino llevando en la delantera ocho de a caballo y cien
españoles, y en ella y en los lados por capitanes, de más de diez mil hombres
de guerra, a Yutecad y Teutipil, que son dos señores de los principales de
Tascaltecal, y en la rezaga venían otros ciento y tantos españoles con otros
ocho de caballo, y en ella venía por capitán, con otros diez mil hombres de
guerra, muy bien aderezados, Chichimecatecle, que es de los principales
señores de aquella provincia, con otros capitanes que traía consigo. El cual, al
tiempo que partieron de ella, llevaba la delantera con la tablazón, y la rezaga
traían los otros dos capitanes con la ligazón; y como entraron en tierra de
Culúa, los maestros de los bergantines mandaron llevar en la delantera la
ligazón de ellos y que la tablazón se quedase atrás, porque era cosa de más
embarazo si alguno les acaeciese; lo cual, si fuera, había de ser en la
delantera. Y Chichimecatecle, que traía la dicha tablazón, como siempre
hasta allí con la gente de guerra que había traído la delantera, tomolo por
afrenta, y fue cosa recia acabar con el que se quedase en la retroguardia,
porque él quería llevar el peligro que se pudiese recibir; y como ya lo
concedió, tampoco quería que en la rezaga se quedasen en guarda ningunos
españoles, porque es hombre de mucho esfuerzo y quería él ganar aquella
honra.
Y llevaban estos capitantes dos mil indios cargados con su vitualla. Y así,
con esta orden y concierto fueron su camino, en el cual se detuvieron tres
días, y al cuarto entraron en esta ciudad con mucho placer y estruendo de
atabales, y yo les salí a recibir. Y como arriba digo, extendíase tanto la gente,
que desde los primeros que comenzaron a entrar hasta que los postreros
hubieron acabado, se pasaron más de seis horas sin quebrar el hilo de la
gente. Y después de llegados y agradecido a aquellos señores las buenas obras
que nos hacían, híceles aposentar y proveer lo mejor que se pudo; y ellos me
dijeron que traían deseo de verse con los de Culúa, y que viese lo que
mandaba, que ellos y aquella gente venían con deseos y voluntad de vengarse
o morir con nosotros, y yo les di las gracias, y les dije que reposasen y que
presto les daría las manos llenas [pp. 132-134].
En Tezcoco debió construirse una especie de dique seco para armar
los bergantines. Al mismo tiempo, comenzó a cavarse una zanja, que
comunicaba el dique con el lago:
en esta obra —prosigue Cortés— anduvieron cincuenta días más de ocho mil
personas cada día, de los naturales de las provincias de Aculuacan y Tesuico,
porque la zanja tenía más de dos estados de hondura y otros tantos de
anchura, e iba toda chapada y estacada, por manera que el agua que por ella
iba la pusieron en el peso de la laguna; de forma que las fustas se podían
llevar sin peligro y sin trabajo hasta el agua, que cierto fue obra grandísima y
mucho para ver [p. 149].
A base de las escasas informaciones disponibles y como una
“reconstrucción conjetural”, C. Harvey Gardiner propone las
siguientes medidas y características de estos bergantines,11 que hoy
llamaríamos lanchones. Largo o eslora, 11.76 m, y 13.44 m para la
nave capitana. Tomando en cuenta que el canal de Tezcoco tenía una
anchura aproximada de 3.92 m —“dos estados”, dice Cortés—, la
anchura máxima o manga de los bergantines pudo ser de 2.24 a 2.52
m, su calado, entre 56 y 70 centímetros, y su altura libre, de 1.12 m.
Los pequeños navíos llevaban seis remeros a cada lado y tenían uno o
dos mástiles con velas que aparecen recogidas en las ilustraciones del
Códice florentino. La propulsión principal se hacía con remos cortos,
como los que siguen empleándose en las trajineras de Xochimilco.
Cada bergantín podía transportar hasta 25 hombres: capitán, timonel,
remeros y soldados, aunque los bogadores debieron llevar también
armas para los combates en tierra.
El 28 de abril de 1521 los bergantines o fustas estaban listos,
enfilados en la zanja y dispuestos para pasar al lago y entrar en
acción. Pronto se comprobaría su eficacia guerrera. El plan y la
técnica habían sido españoles; la mano de obra, el transporte y la vía
de agua eran de manos indias. En aquella larguísima procesión que
transportó a los bergantines de Tlaxcala a Tezcoco, los soldados
españoles la dirigían y vigilaban, pero iba contra sus principios
participar en el trabajo rudo de la carga; para eso estaban los millares
de indios siempre disponibles.12
RECUENTO Y DEPURACIÓN DEL EJÉRCITO
En la misma fecha en que se concluye la fabricación de los
bergantines, Cortés hace un nuevo recuento de sus efectivos
militares. Gracias a los refuerzos ocasionales que ha recibido y los
que ha mandado a buscar, desde la Navidad de 1520, de los varios
navíos de Francisco de Garay, de los de Pedro Barba y Rodrigo
Morejón de Lobera, del que trajo a Alderete, Orduña y otros, y del de
Juan de Burgos, el ejército de que dispone para la toma de
Tenochtitlán casi se habrá duplicado en los cuatro meses
transcurridos: 86 de a caballo, 118 ballesteros y escopeteros, 700 y
tantos peones, tres cañones gruesos de hierro, 15 pequeños de bronce
y 10 quintales de pólvora [p. 149]. No precisa Cortés si en estas cifras
están o no considerados los destacamentos que cuidaban Veracruz,
Tepeaca y otros lugares.
En una de las naves antes mencionadas, la llamada María que
llegó de Santo Domingo al mando de Jerónimo Ruiz de la Mota, con
refuerzos y provisiones —soldados, caballos, ganado, puercos,
alimentos y armas— , que al fin de su segunda Relación dice Cortés
que mandó traer, llegaba también Julián de Alderete, nombrado
tesorero, en nombre del rey, por las autoridades de La Española. Lo
acompañaban otros personajes: Antonio de Carvajal y un franciscano,
fray Pedro de Melgarejo y su comisario Jerónimo López. Según
Bernal Díaz, fray Pedro vendía a los soldados bulas que les aligeraban
la conciencia, y en poco tiempo volvió rico a Castilla.13 La llegada de
Alderete —quien actuará en la conquista también como soldado
decidido— será importante para Cortés porque, aunque se le enviara a
fiscalizar sus actos y cuidar los intereses reales, significaba un primer
reconocimiento tácito de la conquista que realizaba.
En los meses anteriores habían ocurrido dos hechos que afectaron
las huestes de Cortés, aunque sirvieron también para depurarlas.
Algunos de los capitanes amigos de Velázquez, que habían venido en
la fracasada expedición de Narváez, insistieron ante Cortés en su
demanda para que les permitiese volver a Cuba. Entre ellos estaban
Andrés de Duero, que había sido secretario de Velázquez junto con
Cortés y a quien éste debía una ayuda decisiva al inclinar a su favor la
decisión del gobernador para que se le confiase la expedición a
México; dos que sólo querían traer a sus hijos de Cuba, y que luego
volvieron; Luis de Cárdenas, una especie de objetor de conciencia de
Cortés, quien decía que “cómo podíamos reposar los soldados
teniendo dos reyes en esta Nueva España”, por lo del quinto que
como el real recibía Cortés; un corcovado Francisco Velázquez,
pariente de Diego, y otros más. Bernal Díaz menciona a 13 personas y
añade que “se fueron otros muchos”.14 Cortés no registra el hecho,
pero el soldado cronista dice que explicó aquella buena decisión
diciendo que era “por excusar escándalos e importunaciones… y que
valía más estar solo que mal acompañado”. Casi todos iban ricos. Con
alguno de ellos, quizás De Duero, Cortés escribió a su mujer, Catalina
Xuárez Marcaida, y a su cuñado y amigo Juan Xuárez, les envió oro y
joyas, les relató lo que hasta entonces le había acontecido, pero al
parecer no invitó a venir a su mujer.
Pero no todos los adictos a Velázquez y desafectos a Cortés se
habían vuelto a Cuba. Poco antes de iniciarse el asalto a la ciudad de
México, y cuando se encontraba en Tezcoco, Cortés tuvo noticia de
que un grupo de soldados amigos de Velázquez planeaban asesinarlo,
“y que entre ellos habían y tenían elegido capitán y alcalde mayor y
alguacil y otros oficiales” [p. 199]. Hizo prender al principal promotor,
el zamorano Antonio de Villafaña, quien confesó su propósito, “y un
alcalde y yo —dice Cortés— lo condenamos a muerte, la cual se
ejecutó en su persona”. Añade que, aunque supo de otros implicados
en la conjura, “disimulé con ellos, haciéndoles obra de amigos” [p.
200]. Bernal Díaz añade que, desde aquella amenaza, Cortés dispuso
guarda para su persona, el zamorano Antonio de Quiñones como
capitán y seis soldados que lo velaban día y noche.15
MACHACAMIENTO Y RECONOCIMIENTO PERIFÉRICOS
Además del reforzamiento y depuración de su ejército, las ordenanzas
que lo disciplinaron, los actos de barbarie consentidos a los aliados
indígenas y la fabricación de los bergantines, Cortés puso en marcha,
simultáneamente, un plan de machacamiento sistemático y feroz de
todas las poblaciones que rodeaban a los lagos y que eran de vasallos
y proveedores de México-Tenochtitlán, de manera que fuesen
incapaces de auxiliar por el exterior a la cabeza del imperio.
Como ventaja adicional para los españoles, a fines de 1520 y
principios de 1521, asoló a la población indígena la primera epidemia
de viruela, enfermedad hasta entonces desconocida en el nuevo
mundo y que, según Bernal Díaz,16 trajo un negro enfermo que venía
como soldado en la expedición de Narváez (mayo de 1520). Entre
muchos millares de indios, pereció de esta plaga Cuitláhuac, el 25 de
noviembre de 1520, el señor de México-Tenochtitlán que había
sucedido a Motecuhzoma y cuyo lugar tomará Cuauhtémoc. Y hacia
diciembre del mismo año murió también del mismo mal Maxixcatzin,
el principal de los señores de Tlaxcala, cuya muerte sintió Cortés
“como si fuera su padre” y él y sus capitanes y soldados llevaron luto
por él.17
Itinerario del machacamiento en torno los lagos. Mapa de Manuel Orozco y Berra.
De Tlaxcala, y más tarde de Tezcoco como base de operaciones, al
mando de Cortés o de Gonzalo de Sandoval parten grupos
expedicionarios que, uno tras otro, van sometiendo no sólo a los
pueblos ribereños, sino aun a provincias relativamente lejanas como
Cuernavaca. El 28 de diciembre de 1520, día de los Inocentes, se
inician estas expediciones que salen de Tlaxcala, hacia el oeste, para
tomar Texmelucan, Coatlinchan, Huexotla, Tezcoco —que encuentran
abandonado—,18 Atengo, Iztapalapa y Otumba. Sandoval recibe el
encargo de ir a someter la provincia de Chalco. Una nueva expedición
va por la región norte y luego por la ribera oeste de los lagos:
Xaltocan, Cuauhtitlan, Tenayuca, Azcapotzalco y Tacuba. En esta
última población, muy cercana a Tenochtitlán, los antiguos y futuros
contendientes están frente a frente y, entre las escaramuzas y los
combates, se cruzan también encuentros verbales, ora con humor y
sarcasmos:
Y muchas veces fingían —escribe Cortés— que nos daban lugar para que
entrásemos dentro, diciéndonos: “Entrad, entrad a holgaros”, y otras veces
nos decían: “¿Pensáis que hay ahora otro Mutezuma, para que haga todo lo
que vosotros quisiéredes?” [p. 135]
ora con emocionante altivez:
Y estando en estas pláticas yo me llegué una vez cerca de una puente que
tenían quitada, y estando ellos de la otra parte, hice señal a los nuestros que
estuviesen quedos; y ellos también como vieron que yo les quería hablar,
hicieron callar a su gente, y díjeles que por qué eran locos y querían ser
destruidos. Y si había allí entre ellos algún señor principal de los de la ciudad,
que se llegase allí, porque le quería hablar. Y ellos me respondieron que toda
aquella multitud de gente de guerra que por allí veía, que todos eran señores;
por tanto que dijese lo que quería. Y como yo no respondí cosa alguna,
comenzáronme a deshonrar; y no sé quién de los nuestros díjoles que se
morían de hambre y que no les habíamos de dejar salir de allí a buscar de
comer. Y respondieron que ellos no tenían necesidad, y que cuando la
tuviesen, que de nosotros y de los de Tascaltecal comerían. Y uno de ellos
tomó unas tortas de pan de maíz y arrojólas hacia nosotros diciendo: “Tomad
y comed, si tenéis hambre, que nosotros ninguna tenemos”. Y comenzaron
luego a gritar y pelear con nosotros [p. 135].
En uno de los combates en Tacuba, los mexicas prepararon a
Cortés una celada. Cuando peleaban con los españoles fingieron que
volvían huyendo hacia México, y Cortés, creyendo que los vencía, los
mandó seguir por la calzada. Cuando los indios los tuvieron dentro,
los atacó gran multitud en canoas, por tierra y desde las azoteas. Sólo
la decisión de retraerse sin dar la espalda y peleando
encarnizadamente pudo salvar a Cortés, aunque murieron entonces
cuatro o cinco soldados y muchos quedaron heridos.19
En una de estas escaramuzas en Tacuba, los mexicas apresaron a
Francisco Martín “Vendaval” —“nombre que se le puso por ser algo
loco”, explica Bernal Díaz— y a Pedro Gallego, mozos de espuela de
Cortés, y “vivos los llevaron a Guatemuz y los sacrificaron”. Cortés
“venía muy triste y como lloroso” por aquella pérdida. El pueblo de
Tacuba estaba en ruinas y abandonado. Cuando cesó la fuerte lluvia,
Cortés, el tesorero Alderete, el fraile Melgarejo y algunos soldados
subieron al alto cu de aquel pueblo, desde el que se veía la ciudad de
México, los pueblos alrededor de la laguna, la multitud de canoas que
la cruzaban, la elevada pirámide de Huitzilopochtli, Tlatelolco, los
palacios en que antes estuvieron y los puentes y las calzadas “por
donde salimos huyendo”. “Y en este instante —prosigue su relato
Bernal Díaz— suspiró Cortés con una muy gran tristeza, muy mayor
que la que antes traía” y alguien dijo un cantar o romance:
En Tacuba está Cortés
con su escuadrón esforzado,
triste estaba y muy penoso,
triste y con gran cuidado,
la una mano en la mejilla y
la otra en el costado [etcétera].
Este primer romance que se componía en México, cuya
continuación debió existir, tuvo entonces una respuesta tomada del
Romancero tradicional:
Acuérdome —dice Bernal Díaz para concluir su relato— que entonces le dijo
un soldado que se decía el bachiller Alonso Pérez, que después de ganada la
Nueva España fue fiscal y vecino de México: “Señor capitán: no esté vuesa
merced tan triste, que en las guerras estas cosas suelen acaecer, y no se dirá
por vuesa merced:
Mira Nero de Tarpeya
a Roma cómo se ardía”2 0
A lo que contestó Cortés mencionando los esfuerzos inútiles que
había hecho para lograr la paz con los mexicas y la tristeza que tenía
al considerar los grandes trabajos que les esperaban para volver a
señorear la ciudad.
De Tacuba vuelve Cortés a Tezcoco, de donde sale de nuevo para
continuar el machacamiento, ahora hacia el sur de los lagos:
Tlayacapan, Yecapixtla, Tlalmanalco, Huaxtepec, Yautepec, Xiutepec y
Cuernavaca, y luego sigue hacia el norte por Huitzilac y Xochimilco.
Gonzalo de Sandoval, una vez más, va a la región de Chalco para
auxiliar a sus pobladores, a quienes amenazan otra vez los de Culúa.
Algunos de los encuentros que tienen con los mexicas son
especialmente violentos, como el combate por un “peñol muy alto y
muy agro”, cerca de Chalco; y como en Yecapixtla, en donde la
matanza de indios fue tan grande que, según comenta Cortés:
todos los que allí se hallaron afirman que un río pequeño que cercaba casi
aquel pueblo, por más de una hora fue teñido con sangre, y les estorbó de
beber por entonces, porque como hacía mucho calor tenían necesidad de ello
[p. 137].
En Huaxtepec —ahora llamado Oaxtepec— , cuyos naturales lo
recibieron pacíficamente, Cortés, a pesar de encontrarse en una
acción militar, tiene ojos y sensibilidad para describir con admiración
la belleza que aún subsiste de los jardines y fuentes:
en la casa de una huerta del señor de allí nos aposentamos todos, la cual
huerta es la mayor y más hermosa y fresca que nunca se vio, porque tiene dos
leguas de circuito, y por medio de ella va una muy gentil ribera de agua, y de
trecho a trecho, cantidad de dos tiros de ballesta, hay aposentamientos y
jardines frescos, e infinitos árboles de diversas frutas, y muchas hierbas y
flores olorosas, que cierto es cosa de admiración ver la gentileza y grandeza
de toda esta huerta [p. 141].
Cortés no olvidará aquella belleza que, años más tarde, como
tantas otras de México, pertenecerá a sus dominios.
La batalla que dieron los de Xochimilco, “gentil ciudad”, fue
especialmente encarnizada, por agua y por tierra. Cortés reconoce la
excepcional valentía de los soldados indios:
que osaban esperar a los de caballo con sus espadas y rodelas. Y como
andábamos revueltos con ellos y había muy gran prisa, el caballo en que yo
iba se dejó caer de cansado[p. 144].
Cortés no dramatiza los hechos, pero Bernal Díaz cuenta el peligro
grave en que entonces se halló:
y el caballo en que iba, que era muy bueno, castaño oscuro, que le llamaban
el Romo, o de muy gordo o de cansado, como estaba holgado, desmayó el
caballo[…] otros dijeron que por fuerza lo derrocaron; sea por lo uno o por lo
otro, en aquel instante llegaron muchos más guerreros mexicanos para ver si
pudieran apañarle vivo, y como a aquellos vieron unos tlaxcaltecas y un
soldado muy esforzado que se decía Cristóbal de Olea, natural de Castilla la
Vieja, de tierra de Medina del Campo, de presto llegaron y a buenas
cuchilladas y estocadas hicieron lugar, y tornó Cortés a cabalgar, aunque
bien herido en la cabeza, y quedó Olea muy mal herido de tres cuchilladas.2 1
Los de Tenochtitlán llegan en auxilio de Xochimilco con una flota
de canoas que Cortés estima en más de 2 000, con más de 12 000
hombres de guerra, además de una multitud de gente por tierra. La
pelea dura tres días y al cabo de ellos la ciudad es quemada y asolada.
De Xochimilco los españoles y sus aliados llegan a Coyoacán y a los
pueblos vecinos, Churubusco, Cuitláhuac, Iztapalapa y Míxquic, y
luego siguen hacia el norte, ahora por la ribera oeste del lago, hacia
Tacuba, Cuauhtitlan y Acolman. Al mismo tiempo que va quebrando
las defensas de los pueblos ribereños, Cortés examina las entradas y
salidas de México y prepara su plan de batalla. Su propósito es muy
claro. “Mi intención principal —escribe— había sido procurar de dar
vueltas a todas las lagunas, por calar y saber mejor la tierra” [p. 146].
Al volver a Tezcoco, en abril de 1521, ha concluido el sistemático
machacamiento y reconocimiento de los pueblos ribereños de los
lagos y de las provincias cercanas que podían auxiliar a los mexicas de
la ciudad lacustre de México-Tenochtitlán. El cerco por tierra y agua
estaba ya dispuesto.
ENTREVISTA DE CORTÉS Y CUAUHTÉMOC
En la última versión, de 1585, que los informantes indígenas dieron a
Sahagún de su testimonio de la conquista, se refiere que,
probablemente hacia fines de abril de 1521, antes de iniciarse la lucha,
Cortés, que sondeaba las profundidades del lago con los bergantines,
tuvo una entrevista con Cuauhtémoc en Acachinanco. El
conquistador se limitó a manifestar al señor de México las razones
por las que le haría la guerra, enumerando los muchos motivos de
agravio que los españoles tenían con los indios. No hubo ya oferta de
paz. Sahagún no registra la respuesta de Cuauhtémoc, pero
Torquemada, que repite la versión de Sahagún, la añade: “Nada
contestó, contentándose con decir grave y severamente, ‘que aceptaba
la guerra y que cada cual hiciese por defenderse’”.22 Clavigero ponía
en duda esta entrevista considerándola inverosímil y señalando que si
hubiese existido, Cortés la hubiese mencionado.23 El hecho es que
Cortés había intentado varias veces hablar con Cuauhtémoc para que
cesara la lucha. En cambio, parece fuera de lugar el largo discurso que
Sahagún atribuye a Cortés y en el que sólo hay recriminaciones y
amenazas.
EL PLANO DE LA CIUDAD DE MÉXICO
“El plano más antiguo de la ciudad de México —escribe Manuel
Toussaint— de que tenemos noticias es… el que aparece publicado
con la segunda y tercera Cartas de relación de Hernán Cortés, en la
traducción latina de Pedro Savorgnani, impresa en Núremberg el año
1524.”24 Este plano va acompañado por un perfil de la costa del Golfo
de México, con sus ríos y puertos.
Mapa de Tenochtitlán y Tlatelolco con elementos pictográficos indígenas. En
Arthur J. O. Anderson, The War of Conquest, Salt Lake City, 1978.
En su tercera Relación Cortés dice al emperador, refiriéndose a la
calzada que separaba las lagunas de agua dulce y salada, que podrá
verse: “por la figura de la ciudad de Temixtitan que yo envié a Vuestra
Majestad”[p. 125]. Por consiguiente, el plano debió ser compuesto
entre el 30 de octubre de 1520, fecha de la segunda Relación —en
cuya edición española, de Juan Cromberger, Sevilla, 8 de noviembre
de 1522, no figura—, y el 15 de mayo de 1522, fecha en que firma la
tercera Relación.
Así fue, en efecto. Juan de Ribera,25 secretario de Cortés, fue
enviado por éste a España con la tercera Relación. Ribera iba en las
naos que salieron de Veracruz hacia julio de 1522, con el quinto real y
un tesoro que serán robados por piratas franceses. La carabela en que
iba Ribera escapó y éste pudo salvar los encargos que llevaba.26
El plano de la ciudad de México Tenochtitlán de 1524, llamado de Cortés.
Los mapas iban, pues, junto con la tercera Relación, que Ribera debió
entregar desde su llegada. En cambio, retuvo por algún tiempo los
mapas, pues en los primeros días de 1523 el secretario habló
largamente de cosas de México con Pedro Mártir de Anglería, quien
las narró con atenta precisión en su De Orbe Novo. Entre los muchos
objetos mexicanos que Ribera mostró al cronista, le enseñó dos
mapas:
uno de 30 pies de largo y poco menos de ancho, hecho de algodón blanco, en
el cual estaba dibujada en detalle toda la llanura con los pueblos amigos y
enemigos de Moctezuma. También están representados los grandes montes
que por todas partes la rodean, y asimismo las regiones meridionales del
litoral…2 7
Interpretación del plano atribuido a Hernán Cortés por Manuel Toussaint.
1. Gran Teocalli. 2. Casas nuevas de Moctezuma. 3. Casas nuevas de Moctezuma.
4. Casa de los animales. 5. Palacio de Axayácatl o casas viejas de Moctezuma. 6.
Casa de Cuauhtémoc. 7. Teocalli de Tlatelolco. 8. Tianguis de Tlatelolco. 9.
Templo. 10. Palacio. 11. Plaza. 12. Casas de recreo de Moctezuma. 13. Fuerte de
Xóloc. A. Calzada de Tacuba. B. Calzada de lxtapalapa. C. Calzada de
embarcadero. D y E. Calzada de Tepeyac. F. Calzada de Nonoalco. G. Calzada de
Vallejo. De Información de méritos y servicios de Alonso García Bravo..., Mexico,
1956.
Páginas más adelante, Pedro Mártir agrega: “después del mapa
grande examinamos otro más pequeño, aunque no menos
interesante, por hallarse representado en él, pintada por mano de sus
naturales, con sus dos lagunas, la propia ciudad de Tenustitán.”28
Del gran mapa no queda ningún rastro. Y el pequeño debió ser el
diseño indígena previo del mapa de la ciudad de México que
conocemos.
Los diseños conocidos, de la ciudad y de las costas del Golfo, no
fueron utilizados por Cromberger, quien también editó la tercera
Relación (Sevilla, 1523), acaso porque los recibió cuando ya estaba
hecha su impresión, sino por el editor Federico Peypus Arthimesio,
quien los incluyó en su edición en latín de la segunda y la tercera
Cartas de relación, de Núremberg, 1524.
El plano de la ciudad de México es de sugestiva e irreal belleza. En
torno a un perímetro aproximadamente circular de tierra firme, un
lago rodea el también casi círculo de Tenochtitlán — el mapa dice
Temixtitan, como Cortés escribía— . En el centro de la isla se
encuentra el gran cuadrado del Templo Mayor con sus dos pirámides,
el tzompantli con hileras de cráneos de sacrificados, y otros templos.
En torno al recinto ceremonial se distinguen, un poco reducidos, la
plaza, los palacios de Motecuhzoma y Axayácatl, y los jardines
zoológico, con dibujos de animales, y botánico. En el espacio sobrante
de la isla, que no es mucho, se apiñan casas, canales, torres y palacios,
en filas que más o menos forman círculos. Hacia el norte se abren dos
calzadas, a Tepeyácac y a Tenayuca. Al este no hay calzada sino el
embarcadero para Tezcoco, y sobresale el albarradón o dique para
evitar las inundaciones a la ciudad. En la ribera, Tezcoco se encuentra
al noreste y Chimalhuacán y Atenco al este. Al sur, la recta calzada de
Iztapalapa lleva a Churubusco y al lago de Xochimilco; hacia el
sureste se ve Iztapalapa y al suroeste Coyoacán. Al oeste aparece
Tacubaya —sobre la que se plantó un banderón con el águila bicéfala
de los Austrias—, Chapultepec, con el bosque y el nacimiento del
manantial que proveía de agua a la ciudad, el pueblo de Tacuba y la
calzada del mismo nombre con siete cortaduras. En el límite de la
ciudad, al noreste, se encuentra la plaza de Tlatelolco. Cruzan el lago,
aquí y allá, las piraguas.
La “figura de la ciudad” enviada por Cortés no era
presumiblemente la publicada y conocida. La que llevó Ribera debió
ser un dibujo que contenía el diseño básico de la situación de la
ciudad, con las indicaciones escritas en español. Este diseño pasó —
sin duda por las conexiones del editor de Sevilla, Cromberger, con los
editores alemanes— al editor de Núremberg, y éste, encontrando el
original tosco, encargó que lo redibujara y convirtiera en grabado en
madera un dibujante alemán, el cual añadió torres y casas alemanas
al esbozo de palacios, casas y chinampas, conservó los peculiares
edificios centrales del Templo Mayor, y puso en latín, con rasgos
semigóticos, las inscripciones explicativas.
El diseño de esta ciudad, con su gran centro ceremonial al centro,
protegida por el agua del lago y comunicada a tierra firme por
calzadas cuyas cortaduras aseguraban su teórica invulnerabilidad, al
parecer inspiró a Alberto Durero —quien había admirado en 1520 el
primer tesoro mexicano enviado por Cortés a Carlos V— el diseño de
una “ciudad ideal”, tema que interesaba mucho a los urbanistas del
Renacimiento.29 El mapa “atribuido a Cortés” gustó tanto que lo
repitieron con variantes y deformaciones varios editores de obras
acerca del Nuevo Mundo: Benedetto Bordone en 1528, Giovanni
Battista Ramusio en 1556, para ilustrar el relato del Conquistador
Anónimo; Jorge Bruin en 1572, Thomaso Porcacchi da Castiglione en
1572, y Bertius en el siglo XVII .30
Respecto a la fecha en que fue dibujado el mapa, Toussaint supone
que fue entre el 8 de noviembre de 1519, llegada de los españoles a
Tenochtitlán, y el mes de mayo de 1520, en que Cortés sale a combatir
a Narváez, es decir, durante los casi siete meses de ocupación pacífica
de la ciudad.31 En este caso, Cortés lo hubiese enviado con su segunda
Relación, fechada el 30 de octubre de 1520, en la que no lo menciona.
Así pues, debió elaborarse después de esta última fecha, cuando los
españoles habían salido de la ciudad y preparaban el asalto y sitio,
que se inicia en mayo de 1521, y probablemente en los primeros
meses de este año.
Wagner, en cambio, cree que el plano fue dibujado después de la
conquista, cuando ya se había iniciado la reconstrucción de la
ciudad,32 porque ve en dicho plano algunas de las nuevas
construcciones. Mi opinión es que las torres y edificios que aparecen
en él no tienen que ver con construcciones indígenas o españolas —
con excepción de las del cuadrado del Templo Mayor— y que son sólo
decoraciones alemanas.
Cortés había decidido reconquistar la ciudad con un ataque
combinado por tierra y por agua, con los bergantines que estaba
construyendo. Para ello, sus capitanes necesitaban un esquema que
les indicara la posición de las calzadas y sus cortes y la ubicación de
los principales lugares y monumentos, tanto de la ciudad como en las
riberas externas del lago. Inicialmente, el plano debió ser táctico, para
usos militares. Luego, Cortés tuvo la idea de mejorarlo y enviarlo a
Carlos V para que se pudieran comprender mejor sus narraciones.
En cuanto al autor, Toussaint observa, con razón, que no es obra
del conquistador y considera que pudo trazarlo alguno de los pilotos
que participaron en la expedición y tenían nociones de cartografía.33
Como lo comprueba el testimonio de Pedro Mártir, citado antes, mi
suposición es que el primer diseño fue de dibujantes indígenas, que
conocían mejor la peculiar topografía de la ciudad y sus alrededores,
entre los cuales, como lo atestigua Cortés a menudo, había expertos
en el dibujo de planos. El curioso diseño del lago de Xochimilco al sur
— según la interpretación de Toussaint y Fernández, como un
pequeño bolsón, los amontonamientos rocosos que hay al sureste y
suroeste, y el convencional diseño en círculos tienen alguna
semejanza con la imagen de las siete cuevas de Chicomóztoc, que
aparece en el folio 16 r de la Historia tolteca-chichimeca.34 Y un
absoluto paralelismo de convenciones iconográficas se aprecia en la
lámina 42 del Lienzo de Tlaxcala.35 En los cuatro ángulos se
representan pueblos que ha tomado el ejército de Cortés en la
preparación del asalto a la ciudad de México. Y en el centro aparece
ésta, como una ciudad circular dentro de un lago circular, con canoas
de guerreros que la protegen. No hay un propósito de realismo
geográfico sino una intención esquemática para destacar lo esencial:
la ciudad rodeada por un lago. A partir del diseño indígena, los pilotos
españoles pudieron haber hecho algunos ajustes y sustituyeron los
glifos toponímicos por los nombres escritos de pueblos y lugares.
Lámina del Lienzo de Tlaxcala, 42, con el mismo diseño en círculos de la ciudad y
los lagos.
En cuanto a la identidad del último participante en la elaboración
del plano, esto es, el dibujante y grabador alemán, Federico Gómez de
Orozco señaló que pudiera haber sido el grabador Martin Plinius, que
trabajó en Núremberg entre 1510 y 1536, y cuyo estilo tiene
semejanzas con el de este plano “atribuido a Cortés”36
El dibujo original enviado por el conquistador, que acaso nunca vio
su destinatario Carlos V, debió quedar entre los papeles de
desperdicio de la imprenta de Núremberg. ¿Y en qué archivo español
habrá quedado el otro largo mapa, el de 30 pies (cerca de 10 metros),
de la región central de México, que vio Pedro Mártir?
EL MAPA DE LA COSTA DEL GOLFO DE MÉXICO
En cuanto al perfil de la costa del Golfo de México, que se imprimió al
lado del plano de la ciudad, existe al respecto una indicación que
puede explicar su origen. En la segunda Carta de relación refiere
Cortés que, a principios de 1520, durante el cautiverio de
Motecuhzoma, encargó al señor de México que le hiciera “pintar toda
la costa y ancones y ríos de ella”, y que al día siguiente le trajeron el
mapa “figurado en un paño” [p. 65]. Este mapa indígena pudiera ser
la base del perfil de la costa del Golfo de México que Cortés enviara a
Carlos V hacia 1522, junto con el plano de la ciudad.
Las siete cuevas de Chicomóztoc, f. 16 r. de la Historia tolteca-chichimeca, con
alguna semejanza de diseño con el plano de la ciudad de México de 1524.
Perfil de la costa del Golfo de México, que acompaña el plano de 1524.
El mapa publicado en 1524 tiene la forma de un óvalo en el que
aparece la costa del Golfo de México desde Yucatán hasta la Florida,
cerrando casi la figura. En el pequeño espacio abierto se ve, un poco
sesgada, la punta occidental de Cuba, o sea el Cabo San Antonio, que
deja sólo dos estrechos canales de salida, el de la Florida o de las
Bahamas, al norte, y el que va por el sur de la isla. Yucatán es aún una
isla y en lo que hoy se conoce como la continuación del costado
oriental de la península de Yucatán, hacia Centroamérica, se dibuja,
separada de Yucatán, una costa accidentada en la que sólo se registra
la Punta de las Higueras, que pudiera ser el Cabo Gracias a Dios, en
los límites de Honduras y Nicaragua.
El arco del Golfo, desde la Laguna de Términos —que no lleva
nombre—, el río San Antón (Tonalá) y el Grijalva, hasta el río del
Espíritu Santo, al norte, es bastante detallado, con la indicación de
ríos, entre los que se destaca el Pánuco, y de algunos lugares: Puerto
de San Juan (San Juan de Ulúa o Veracruz), Sevilla (Cempoala),
Almería (Nautla) y la isla de Sacrificios. Arriba del río aquí llamado
del Espíritu Santo, que es el Misisipi, y hasta la Florida no existen
más precisiones. La Florida había sido descubierta desde 1513 por
Ponce de León, y Alonso Álvarez de Pineda, enviado por Francisco de
Garay, había explorado la costa del Golfo desde el Pánuco hasta la
Florida en 1519, costa de la que trazó un mapa. Como lo supone
Miguel León-Portilla, este mapa pudiera ser otro antecedente del
cortesiano.37
En la parte inferior del mapa aparece una rudimentaria escala.
Cortés escribió que los cartógrafos indígenas de Motecuhzoma le
dieron pintada “toda la costa y ancones y ríos de ella”. Como en el
caso del plano de la ciudad de México, en este mapa de la costa del
Golfo, el dibujo indígena probablemente fue completado por los
pilotos españoles. Estos debieron añadir las nociones que tenían, y
que acaso ignoraban los nativos, como la parte norte del arco del
Golfo hasta la Florida —que pudieron tomar del mapa de Álvarez de
Pineda, quien estuvo en México y moriría en Pánuco— y la cercanía
del extremo occidental de la isla de Cuba, y escribieron los nuevos
nombres que habían dado a ríos y pueblos. En el caso de este mapa de
la costa, me parece que no hubo rehechura de los dibujantes
alemanes.
1
Herrera, década IIª, lib. X, cap. XIX añade algunos detalles curiosos de este
alarde: se hizo “en la plaza del templo mayor de Tlaxcala”. Cortés vestía “una
ropeta de terciopelo sobre las armas y una zagaya en la mano”, y ante él fueron
desfilando y disparando a lo alto sus armas los ballesteros, los rodeleros con sus
espadas, los piqueros, los escopeteros y, en fin, con lanzas y adargas los caballeros.
Añade Herrera que al siguiente día los tlaxcaltecas hicieron otra muestra de la
gente que habían de llevar a la guerra: 60 000 necheros, 40 000 rodeleros y 10 000
piqueros, en total 110 000 hombres, “aunque Ojeda en sus Memoriales dice que
fueron ciento y cincuenta mil hombres” (ibid., cap XX).
2 Ordenanzas militares, Tlaxcala, 22 de diciembre de 1520: en Documentos,
sección I.
3 Algunas respuestas de Bemardino Vázquez de Tapia: en Documentos,
sección IV, Residencia, pregunta XXI.
4 Herrera, ibid., cap. XIX.— Bernal Díaz, cap. CXXXVI .
5 Guillermo Porras Muñoz, “Martín Lόpez, carpintero de ribera”, Revista de
Indias, Estudios cortesianos, Madrid, enero-junio de 1948, año IX, núms. 31-32,
pp. 307-329.— Después de la conquista, Martín López recibió en recompensa por
sus servicios “unas casas que habían sido de los indios” en un lugar elevado.
Cuando salió para alguna conquista, dio poder a Hernando de Medel para vender
dichas casas en ochocientos pesos al arzobispo Zumárraga; Medel murió y López
no recuperó su dinero. Asimismo se le concedió en encomienda la mitad del pueblo
de Tequisquiac. Nunca consiguió que Cortés le pagara lo convenido por la
fabricación de los bergantines ni por otros trabajos, ni 325 pesos de oro que le
prestó para “socorrer sus necesidades”, por todo lo cual demandó hacia 1528 al
conquistador. Desde 1527 Lόpez se alió a los enemigos de Cortés que formaban la
primera Audiencia. Fue con Nuño de Guzmán a la conquista de la Nueva Galicia y
de 1556 a 1560 fue corregidor en Tasco. El rey le concedió escudo de armas en
reconocimiento a la construcción de los bergantines. Murió en México entre 1573 y
1577: Porras Muñoz, op. cit., pp. 315-319.
6 Bernal Díaz, cap. CXL.
7 “Información hecha por Martín Lόpez ante la Audiencia de México”, 1544,
AGI , Patronato 57, núm. 1, ramo 1, f. 3. Citada en Porras Muñoz, op. cit., p. 309, n.
10.
8 Muñoz Camargo, Historia de Tlaxcala, lib. II, cap. VII .
9 Cervantes de Salazar, Crónica, lib. V, cap. LXIV.
1 0 Bernal Díaz, cap. CXL.
1 1 C. Harvey Gardiner, Naval Power in the Conquest of Mexico, University of
Texas Press, Austin, 1956, cap. V, pp. 130-133.
1 2 Orozco y Berra (Historia antigua. Conquista, lib. III, cap. II ) recoge de
Prescott (Historia de la conquista de México, trad. de José María González de la
Vega, lib. VI, cap. I , n. 24) el siguiente pasaje: “Dos ejemplos memorables… de
transportes de buques por tierra: uno en la historia antigua, el otro en la moderna,
y ambos, ¡cosa rara!, en el mismo lugar, Tarento en Italia. El primero ocurrió en el
sitio que puso Aníbal a aquella ciudad (Polibio, lib. 8°); el segundo acaeció
diecisiete siglos después en tiempos del gran capitán Gonzalo de Córdoba; pero la
distancia de donde se los trajo era corta. Otro ejemplo más análogo es el de Balboa,
audaz descubridor del Pacífico. Dispuso que se llevaran cuatro bergantines a la
distancia de veintidós leguas, atravesando el istmo de Darién; trabajo estupendo y
no del todo útil, pues sólo dos buques llegaron a su destino (Herrera, Historia
general, déc. IIª, lib. II, cap. XI ). Aconteció esto en el año de 1516, poco tiempo
antes de lo de Cortés, y él tal vez sugeriría a su genio emprendedor la primera idea
de su más felíz y más grandiosa empresa”.
Orozco y Berra añade otro ejemplo más: en el siglo XV se transportó desde
Verona a través del Montebaldo en los Alpes, hasta el lago de Garda, una flota
veneciana. Se usaron rodillos y cuerdas y la fuerza de gran número de campesinos
y 2 000 bueyes.
1 3 Bernal Díaz, cap. CXLIII .— Orozco y Berra, lib. III, cap. III .— Wagner, cap.
XXII , pp. 339-340.
1 4 Bernal Díaz, cap. CXXXVI .
1 5 Ibid., cap. CXLVI .
1 6 Ibid., cap. CXXIV.
1 7 Ibid., cap. CXXXVI .
1 8 El despoblamiento de Tezcoco y la huida de su señor Coanacochtzin hacia
Tenochtitlán, ocurridos en los últimos días de 1520, irritaron a Cortés, quien
ordenó el saqueo de la ciudad y la esclavitud de las mujeres y muchachos que
encontraron. En estos desmanes, según Alva Ixtlilxóchitl, Historia chichimeca,
cap. XCI :
los tlaxcaltecas y otros amigos que Cortés traía saquearon algunas de
las casas principales de la ciudad y dieron fuego a lo más principal de
los palacios del rey Nezahualpiltzintli, de tal manera que se quemaron
todos los archivos reales de toda la Nueva España, que fue una de las
mayores pérdidas que tuvo esta tierra, porque con esto todas las
memorias de sus antiguallas y otras cosas que eran como escrituras y
recuerdos perecieron desde este tiempo.
Lo que había quedado de estos papeles antiguos o códices en poder de algunos
principales fue quemado después de 1528 por orden del obispo Zumárraga,
llegado este año, o por temor a él, según Juan Bautista Pomar (Relación, 1582, 46).
19
Bernal Díaz, cap. CXLI .
Bernal Díaz, cap. CXLV.— Véase Winston A. Reynolds, Romancero de
Hernán Cortés, Ediciones Alcalá, Madrid, 1967, cap. II .
2 1 Bernal Díaz, ibid.
2 2 La única edición de este texto de Sahagún es la de Carlos María de
Bustamante: La aparición de Nuestra Señora de Guadalupe… comprobada…
fundándose en el testimonio del P. Fr. Bernardino de Sahagún o sea la historia
original de este escritor, México, impreso por Ignacio Cumplido, 1840, cap. XXXI .
— Torquemada, Monarquía indiana, lib. IV, cap. XC.
2 3 Clavigero, Historia antigua de México, lib. X, cap. XVII .
2 4 Manuel Toussaint, “El plano atribuido a Hernán Cortés. Estudio histórico y
analítico”, Planos de la ciudad de México. Siglos XVI y XVII . Estudio histórico,
urbanístico y bibliográfico, por Manuel Toussaint, Federico Gómez de Orozco,
Justino Fernández, XVIº Congreso Internacional de Planificación y de la
Habitación, Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional
Autónoma, México, 1938, parte VI, p. 93.
De la edición de Núremberg, 1524, de la segunda y tercera Cartas de relación
de Hernán Cortés, hay reproducción facsimilar con “Nota introductoria” de
Edmundo O ‘Gorman, editada por el Centro de Estudios de Historia de México
Condumex, México, 1979 y 1980.
2 5 Bernal Díaz, cap. CLXX, hace un retrato feroz de este Juan de Ribera:
20
Todo [80 000 pesos de oro y “la culebrina que se decía el Fénix”] lo
envió a Su Majestad con un hidalgo de Toro, que se decía Diego de
Soto, y no me acuerdo bien si fue en aquella sazón un Juan de Ribera,
que era tuerto de un ojo, que tenía una nube, que había sido secretario
de Cortés. A lo que yo sentí del Ribera, era una mala herbeta, porque
cuando jugaba a naipes e a dados no me parecía que jugaba bien, y
demás desto, tenía muchos malos reveses; y esto digo porque, llegado a
Castilla, se alzó con los pesos de oro que le dio Cortés para su padre
Martín Cortés, y porque se lo pidió Martín Cortés. Y por ser el de
Ribera de suyo mal inclinado, no mirando a los bienes que Cortés le
habfa hecho siendo un pobre hombre, en lugar de decir verdad y bien
de su amo, dijo tantos males, y por tal manera los razonaba, que, como
tenía gran retórica e había sido su secretario del mismo Cortés, le
daban crédito, especial el obispo de Burgos.
Esta relación del tortuoso Ribera con Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos y
presidente del Consejó de Indias, puede explicar las conversaciones que tuvo con
Pedro Mártir, amigo del segundo.
2 6 Henry R. Wagner, The Rise of Fernando Cortés, cap. XV, p. 229, supone que
Ribera llegó a Sevilla en noviembre de 1522.
2 7 Pedro Mártir de Anglería, Décadas del Nuevo Mundo, trad. de Agustín
Millares Carlo, José Porrúa e Hijos, Sucs., México, 1944, Quinta década, lib. X, t.
II, p. 543.
2 8 Pedro Mártir, op. cit., p. 545.
2 9 Erwin Walter Palm, “Tenochtitlán y la ciudad ideal de Dürer”, Journal de la
Société des Américanistes, 1951, vol. XI, pp. 59-66.— Citado por Benjamín Keen,
La imagen azteca (1971), trad. de Juan José Utrilla, Fondo de Cultura Económica,
México, 1984, cap. III , n. 42, p. 80.
3 0 Toussaint, op. cit., pp. 93-95.
3 1 Ibid., p. 98.
3 2 Wagner, cap. XV, p. 230.
3 3 Toussaint, p. 98.
3 4 Paul Kirchhoff, Lina Odema Güemes, Luis Reyes García, Historia toltecachichimeca, INAH, CISINAH, SEP, México, 1976.
3 5 Diseño semejante en la lámina núm. 69, f. 272 v en el Manuscrito de Glasgow
de Muñoz Camargo, Descripción de la ciudad y provincia de Tlaxcala.
3 6 Ola Apenes, Mapas antiguos de México, Instituto de Historia, Universidad
Nacional Autónoma de México, México, 1947, p. 20.
3 7 Miguel León-Portilla, Hernán Cortés y la Mar del Sur, Ediciones Cultura
Hispánica, Instituto de Cooperación Iberoamericana, Madrid, 1985: el mapa de
Álvarez de Pineda se reproduce en las pp. 28 y 29; el comentario citado, en la p.
29.
XI. SITIO Y DESTRUCCIÓN DE MÉXICOTENOCHTITLÁN
Producía esta severa disciplina su
inhumana crueldad, la que, unida a su
grandísimo valor, hacía que le mirasen
los soldados con veneración y terror.
NICOLÁS MAQUIAVELO
Ahora todo está por el suelo, perdido,
que no hay cosa.
BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO
Sobre todo, absténgase de quedarse con
sus bienes, porque los hombres olvidan
antes la muerte del padre que la pérdida
del patrimonio.
NICOLÁS MAQUIAVELO
LOS PREPARATIVOS FINALES
A fines de abril de 1521, cuando ha concluido el quebrantamiento de
los aliados externos que podrían ayudar a los mexicas y tlatelolcas,
cuando conoce con precisión las entradas y salidas de la gran ciudad,
y cuando los 13 bergantines están enfilados en la zanja, listos para
entrar en el lago, Cortés hace en Tezcoco el alarde del 28 de abril, por
el que confirma que sus efectivos españoles, gracias a los refuerzos
recibidos, casi han duplicado el menguado ejército que le quedó
después de la Noche Triste [p. 149]; convoca a sus aliados indígenas
de Tlaxcala, Huejotzingo, Cholula y Chalco, que llegados encuentra
que sobrepasan a 50 000 hombres de guerra [p. 150], y que más tarde
llegarán en total a 150 000 [p. 177],1 y toma las primeras medidas
para la gran batalla.
El mayor contingente de los aliados indígenas era el de los
tlaxcaltecas, cuyos capitanes eran Chichimecatecle y Xicoténcatl el
Joven. Después del vistoso desfile que realizan y cuando ya debían
tomar sus posiciones para el sitio de la ciudad, Xicoténcatl, que iría
con Pedro de Alvarado, desapareció. Al parecer, en la prisa de los
preparativos, “por cargar un indio, primo hermano de un señor
llamado Piltéchetl, le descalabraron dos españoles”. El señor
tlaxcalteca, ofendido, volviose a Tlaxcala y tras él partió Xicoténcatl,
quien desde antes se había opuesto a la alianza con los españoles.
Cuando lo supo, Cortés despachó a otros señores a tratar de persuadir
al capitán tlaxcalteca para que regresase. No aceptó volver, y entonces
envió a Alonso de Ojeda y a Juan Márquez a que lo prendiesen y
trajeran a Tezcoco. Allí fue ahorcado el patriota capitán Axayacatzin
Xicoténcatl, como lo muestra uno de los cuadros enconchados de la
serie de la conquista de México. Su muerte fue muy sentida por los
tlaxcaltecas, que riñeron por conservar como reliquias trozos de sus
vestidos y del patíbulo.2
Todo el mes de mayo de 1521 se pasa en los últimos dispositivos y
movimientos para el sitio de la ciudad que, según Cortés, da principio
el 30 de dicho mes. Protege principalmente tres de las entradas de la
ciudad designando guarniciones y capitanes para cada una: Pedro de
Alvarado con real en Tacuba, Cristóbal de Olid en Coyoacán, y
Gonzalo de Sandoval en Iztapalapa, a quien encarga primero abatir las
últimas defensas de ese lugar y unirse luego a la guarnición de
Coyoacán [p. 150].
Además de estos capitanes, “que fueron como generales de sus
guarniciones”, dice Cervantes de Salazar, nombró también capitanes
de infantería a Jorge de Alvarado, hermano de Pedro, Andrés de
Tapia, Pedro de Ircio, Gutierre de Badajoz, Andrés de Monjaraz y
Hernando de Lema (o Lerma).3
Los bergantines. Códice Florentino, libro XII.
Cada uno de los 13 bergantines iba provisto de una pequeña pieza
de artillería, y de dos piezas la capitana, así como de ballesteros,
escopeteros y remeros. Sus capitanes iniciales fueron Juan Rodríguez
de Villafuerte, Juan Jaramillo, Francisco Verdugo, Francisco
Rodríguez Magariño, Cristóbal Flores, Juan García Holguín, Antonio
de Carvajal, Pedro Barba, Gerónimo Ruiz de la Mota, Pedro Briones,
Rodrigo Morejón de Lobera, Antonio de Sotelo y Juan de Portillo.4
Cortés tuvo problemas para que sus soldados españoles, muchos de
los cuales se consideraban hidalgos, aceptaran ser remeros de los
bergantines, tarea que se consideraba de esclavos. A los que eran
marineros o pescadores de profesión los obligó a remar, y al fin,
comenta Bernal Díaz, “ellos fueron los mejor librados que nosotros
los que estábamos en las calzadas batallando, y quedaron ricos de
despojos”.5 El constructor de los bergantines, Martín López, iba como
maestre en la nave capitana, a cargo de Rodríguez de Villafuerte, y en
un apuro ocurrido el primer día de la batalla, López la libró de los
enemigos y la puso a salvo.6
Cortés no resguarda, por el momento, la salida de la calzada que
iba por el norte hacia Tepeyácac, que aún no era un sitio de
importancia militar. Y el mismo capitán general sale inicialmente de
Tezcoco con los bergantines y toma Coyoacán como cuartel general.
RECURSOS Y PREPARATIVOS DE LOS MEXICAS Y TLATELOLCAS
Los tres señores de la Triple Alianza, Cuauhtémoc, Coanácoch y
Tetlepanquétzal, lograron reunir en México alrededor de 300 000
hombres y miles de canoas para afrontar el sitio. Fortalecieron la
ciudad cuanto era posible, aumentaron las cortaduras de las calzadas
y las fortificaciones y acopiaron víveres, armas y proyectiles. Sin
embargo, desde el principio del encuentro decisivo, sabían que su
causa estaba perdida.
Los pueblos más importantes, Tlaxcala, Huejotzingo, Cholula y
Chalco, se habían pasado al enemigo con gran número de soldados.
En Tezcoco, dos hermanos disputaron el poder: Coanácoch tomó el
partido de los indios y fue a pelear al lado de Cuauhtémoc, e
Ixtlilxóchitl prefirió la causa de los españoles con excesivo entusiamo
sólo comparable al de los señores tlaxcaltecas. Pero, al parecer, los
mayores recursos quedaron a Ixtlilxóchitl, quien contribuyó al
ejército de Cortés con miles de soldados, labradores para “aderezar
puentes y otras cosas necesarias”, así como 16 000 canoas. Los
señores que defendían la ciudad de México mandaron reprender al
tezcocano “porque favorecía a los hijos del sol, y era contra su propia
patria y deudos”. Y —según su descendiente Fernando de Alva
Ixtlilxóchitl, empeñado en realzar la ayuda que los tezcocanos dieron
a los españoles— él les respondió “que más quería ser amigo de los
cristianos que le traían la luz verdadera, y su pretensión era muy
buena para la salud del alma, que no ser de la parte de su patria y
deudos”.7
Los pueblos de las chinampas, los de Xochimilco, Churubusco,
Mexicaltzingo, Míxquic, Cuitláhuac, Iztapalapa y Coyoacán, que al
principio combatieron valerosamente a los españoles, y al comienzo
del sitio continuaban ayudando secretamente a la ciudad, acabaron
también por darle la espalda y ofrecerse como aliados de los invasores
y luchar contra los sitiados.
Sólo quedaban, pues, en la ciudad-isla los mexicas y tlatelolcas,
abandonados por sus antiguos aliados y súbditos, que uno a uno
prefirieron seguir al más fuerte.
Con evidente insidia, cuenta el historiador tezcocano antes citado
que, visto el gran poder de los españoles y sus aliados, Cuauhtémoc y
los otros dos señores de la Alianza “tornaron a requerir a los
mexicanos que se diesen de paz, porque estaba muy conocido que
serían vencidos”, y que a ello les respondían “que más querían morir
y defender su patria que ser esclavos de los hijos del sol, gente cruel y
codiciosa”.8
Como también en la historia hay bandos y parcialidades, merece
notarse que, de los cronistas indígenas o mestizos que se ocuparon de
la conquista, sólo dos de ellos, el indígena anónimo que escribió la
Relación de Tlatelolco, de 1528, y los informantes indígenas de
Sahagún, en sus tres versiones de la conquista, también de origen
tlatelolca, escribieron en favor de la causa india. Con excepción de
algunos poetas que tocaron el tema, no hay historiadores mexicas que
hayan narrado el sitio de México. Dos historiadores mestizos que
escribieron años más tarde, Diego Muñoz Camargo y Fernando de
Alva Ixtlilxóchitl, narran los acontecimientos desde el punto de vista
de sus pueblos, Tlaxcala y Tezcoco, respectivamente, y con el
propósito de exaltar la importancia de la ayuda que dieron a los
conquistadores. Cristóbal del Castillo, historiador indio de origen
tezcocano, sin referirse al sitio de México, sino a acontecimientos
anteriores, resume las relaciones de los mexicas con sus súbditos y
aliados en esta frase: “Ningunos ciudadanos los ayudaron a los
mexicanos por causa del odio que les tenían”.9
EL SITIO
En los últimos días de mayo los sitiadores cortan el acueducto que
traía de Chapultepec el agua dulce a la ciudad, y el día último del mes
se inicia la lucha con el asalto a Iztapalapa, donde combaten por tierra
la guarnición de Sandoval y por agua Cortés con los bergantines.
Comprueban la eficacia de la nueva arma, pues logran desbaratar una
flota que pasaba de 500 canoas [pp. 153-154]. Las naves españolas se
alinean junto a las dos torres del fuerte de Xólotl que, situado cerca
de la confluencia de los ramales de las calzadas que iban a Coyoacán y
a Iztapalapa, protegía la entrada a la ciudad. Apoyados por los
soldados de tierra, luchan reciamente con los mexicas hasta ganar
aquel fuerte, que por un tiempo será el real del ejército y la armada de
Cortés. Posesionándose de este punto estratégico, los españoles
impedían la comunicación de Tenochtitlán, por tierra, con los pueblos
del sur de los lagos.
El combate se generaliza con los indígenas de Coyoacán:
y era tanta la multitud, que por el agua y por la tierra no veíamos sino gente,
y daban tantos gritos y alaridos que parecía que se hundía el mundo [p. 155].
Cortés comprende luego que necesita los bergantines a ambos
lados de las calzadas del sur. Ampliando una cortadura hace pasar
cuatro de ellos al lado poniente; posteriormente, asignará tres a cada
uno de los reales capitaneados por Pedro de Alvarado y Gonzalo de
Sandoval. Alvarado informa a Cortés que por las calzadas del norte,
aún no resguardadas, “los de Temixtitan entraban y salían cuando
querían” [p. 156], y aunque Sandoval estaba herido (“los contrarios le
atravesaron un pie con una vara”), lo envía para que proteja las
salidas por la calzada de Tepeyácac. Con ello, Tenochtitlán estaba
completamente aislada y rodeada, y se iniciaron entonces las
penetraciones por cada una de las calzadas, con acciones combinadas
por tierra y agua.
A pesar de su aislamiento, la reacción de los mexicas y tlatelolcas
sitiados es enérgica y astuta, y procuran principalmente dañar los
bergantines, atrayéndolos a puntos estacados del lago, y aislar grupos
de enemigos en los cortes de las calzadas. En un encuentro
importante, ocurrido a principios de junio, los soldados de la
guarnición de Cortés logran vencer a los indios que defendían un
corte hecho en la calzada de Iztapalapa, reparan la continuidad del
paso y, a pesar de la decisión con que pelean los defensores, los
españoles logran entrar a la plaza mayor de la ciudad. Sin embargo, al
caer la tarde no permanecen allí, y peleando a cada paso, retroceden
por la calzada hasta su real en el fuerte de Xólotl. Alvarado y
Sandoval, desde sus puestos, hacen incursiones semejantes, pero aún
no pueden ofrecer un frente común [pp. 159-160].
Día tras día se suceden las entradas a la ciudad, cada vez más
profundas, y los cortes y reparaciones de las calzadas, en las que se
combate ferozmente. En una de estas entradas, Cortés hace derrocar
los ídolos del Templo Mayor y poner fuego a los palacios, donde se
había aposentado en su primera llegada a Tenochtitlán, así como a la
casa que albergaba el jardín zoológico:
Y aunque a mí me pesó mucho de ello —comenta— , porque a ellos les pesaba
mucho más, determiné de las quemar, de que los enemigos mostraron harto
pesar [pp. 161-162].
Pedro de Alvarado, por el lado de Tacuba, logra ganar algunos
puentes, pero en una ocasión los indígenas consiguen cortar la
calzada y aislar a un grupo del que toman varios prisioneros que
luego son sacrificados [p. 166].
La ciudad de México-Tenochtitlán era asaltada cada día por sus
calzadas de acceso, y los bergantines, además de apoyar las acciones
de los sitiadores, iban asolando y quemando las construcciones de la
ciudad.
Sin embargo, los sitiados conservaban un punto fuerte e intacto, en
el que tenían provisiones: el mercado de Tlatelolco, al noroeste de la
ciudad. Era, pues, preciso tomarlo. Cortés da instrucciones a Alvarado
y a Sandoval para que concierten sus acciones en este objetivo, y los
previene expresamente de que “en ninguna manera se alejasen ni
ganasen un paso sin lo dejar primero ciego y aderezado” [p. 168]. La
fecha convenida para la acción resulta fatídica, es el 30 de junio de
1521, aniversario de la Noche Triste. En los alrededores de Tlatelolco
había calles estrechas, cruzadas por muchos canales y puentes.
Cortés, que ya oye cerca el estruendo de los soldados de Alvarado, se
adentra en una calle en la que había un extenso corte mal cegado. No
bien lo había cruzado cuando una estampida de españoles en huida se
le echa encima, trata de detenerla y auxiliar a los que caían en el agua,
pero todo es confusión. Ya tenían asido a Cortés varios guerreros
indios cuando logra rescatarlo Cristóbal de Olea, quien salva a Cortés
por segunda vez después de la escaramuza de Xochimilco, pero que
en esta ocasión perecerá. Luego aparece Antonio de Quiñones, jefe de
su guardia personal, quien consigue sacar al conquistador, contra su
voluntad, de la refriega y salir con él a la calzada de Tacuba. Presume
Cortés que:
en este desbarato mataron los contrarios treinta y cinco o cuarenta españoles,
y más de mil indios nuestros amigos, e hirieron más de veinte cristianos, y yo
salí herido de una pierna; perdióse el tiro pequeño de campo que habíamos
llevado y muchas ballestas y escopetas y armas [p. 171].
Bernal Díaz del Castillo, que estaba entre los soldados de Pedro de
Alvarado, cree que fueron 78 los españoles muertos,10 y añade que los
indios les mostraban las cabezas de españoles sacrificados, y a ellos
les decían que eran las de “Malinche, y Sandoval”, y a los soldados de
Cortés decían que eran las “del Tonatío, que es Pedro de Alvarado, y
Sandoval y la de Bernal Díaz y de otros teules, y que ya nos habían
muerto a todos los de Tacuba”.11
Cuando al fin de la refriega se reúnen los capitantes, vienen las
recriminaciones. Sandoval reprocha a Cortés su imprevisión. Éste,
“saltándosele lágrimas de los ojos”, dice a Sandoval, a quien llama
hijo, que el culpable es el tesorero Julián de Alderete, al que
encomendó que “cegase aquel paso donde nos desbarataron y no lo
hizo”. Pero Alderete, que está presente, replica que “el mismo Cortés
tenía la culpa y no él, y la causa que dio fue que como Cortés iba con
victoria, por seguirla muy mejor, decía: ‘Adelante, caballeros’, y que
no les mandó cegar puente ni paso malo”.12 Nada de esto consignará
Cortés.
Aquella victoria dio a los mexicas nuevos ánimos. Noche y día “los
de la ciudad hicieron muchos regocijos con bocinas y atabales” y
volvieron a abrir sus “calles y puentes del agua como antes los tenían”
[p. 172]; sin embargo, era sólo una breve tregua y el sitio y el acoso se
mantenían.
Durante estos días de reposo, Cortés envía dos destacamentos, a
cargo de Andrés de Tapia y de Gonzalo de Sandoval, para sujetar a los
indios de Malinalco, que atacaban a los ya aliados de Cuernavaca, y
contra los de Matlatzinco [pp. 172-175]. Ambos pueblos, en los que
Cuauhtémoc tenía parientes, proyectaban venir en socorro de los
sitiados y atacar por la retaguardia a los españoles.13
ÚLTIMAS DEFENSAS, PRISIÓN DE CUAUHTÉMOC Y FIN DE LA
GUERRA
Estos días, además, permitieron a Cortés adoptar una nueva táctica
que apresurara la toma de la ciudad sitiada. Para “más estrechar a los
enemigos”, decidió ir destruyendo y asolando todas las casas de los
terrenos conquistados, “y lo que era de agua hacerlo tierra firme,
aunque hubiese toda la dilación que se pudiese seguir” [pp. 176-177].
Las refriegas continuaban día tras día y el hambre iba debilitanto a
la indómita población india. De noche salían a buscar raíces y hierbas,
y en una ocasión, al alba, los soldados españoles atacaron a las
mujeres y a los muchachos inermes. Cortés lo refiere insensible ante
la miseria y la crueldad inútil, y cínico ante la antropofagia de sus
aliados:
como eran de aquellos más miserables y que salían a buscar de comer, los
más venían desarmados y eran mujeres y muchachos: e hicimos tanto daño en
ellos por todo lo que se podía andar de la ciudad, que presos y muertos
pasaron de ochocientas personas, y los bergantines tomaron también mucha
gente y canoas que andaban pescando, e hicieron en ellas mucho estrago. Y
como los capitanes y principales de la ciudad nos vieron andar por ella a hora
no acostumbrada, quedaron tan espantados como de la celada pasada, y
ninguno osó salir a pelear con nosotros; y así nos volvimos a nuestro real con
harta presa y manjar para nuestros amigos [p. 180].
La penetración de la ciudad sigue avanzando. El día siguiente al de
la hazaña contra las mujeres y los muchachos, los españoles logran
tomar toda la calzada de Tacuba, y la gente de Cortés puede ya
comunicarse con la de Alvarado, y ese mismo día queman el palacio
de Cuauhtémoc. Para entonces, 24 de julio, los sitiadores son ya
dueños de las tres cuartas partes de la ciudad.
Cada día hay una nueva matanza y algún progreso. A fines de julio,
la gente de Cortés vio humo que salía de las pirámides de Tlatelolco:
eran los soldados de Alvarado que incendiaban los remates de
aquellos templos, aunque no lograron tomar el inexpugnable
mercado de Tlatelolco [pp. 181-182]. Cortés se encuentra con
Alvarado y suben a lo alto del templo recién ganado. Calcula entonces
que tienen ganadas las siete octavas partes de la ciudad, y le parece
inconcebible que tanto número de los defensores subsista en tan
breve espacio, en casas pequeñas sobre el agua:
y sobre todo —se conmueve por un momento— la grandísima hambre que
entre ellos había, y que por las calles hallábamos roídas las raíces y cortezas
de los árboles, acordé de los dejar de combatir por algún tiempo y moverles
algún partido por donde no pereciese tanta multitud de gente; que cierto me
ponían en mucha lástima y dolor el daño que en ellos se hacía, y
continuamente les hacía acometer con la paz; y ellos decían que en ninguna
manera se habían de dar, y que uno solo que quedase había de morir
peleando [pp. 182-183].
Son las mismas trágicas y heroicas imágenes del hambre y de la
matanza de los defensores de su ciudad en este último reducto de
Tlatelolco, que conservó el anónimo relator indio del manuscrito de
1528, y se divulgaron en la Visión de los vencidos, de Miguel LeónPortilla y Ángel María Garibay. Cortés volverá a ellas líneas más
adelante: “hallamos las calles por donde íbamos llenas de mujeres y
niños y otra gente miserable, que se morían de hambre, y salían
traspasados y flacos, que era la mayor lástima del mundo de los ver”.
Pero el conquistador andaba ocupado en la fabricación de un
“trabuco” o torre de asalto para abatir los reductos aún existentes [p.
183], que al fin no funciona, y sigue adelante el avance y la matanza
de prisioneros.
Inconforme con la diaria carnicería que parecía no tener fin, Cortés
dice que intenta una y otra vez persuadir a los indígenas de rendición,
y la respuesta que obtiene son burlas y repetirle que “no querían sino
morir” [p. 185]. Trata también de hablar con Cuauhtémoc, quien no lo
acepta y engaña y burla a Cortés, acaso porque el señor de México
temía quebrantar su decisión de defender su ciudad hasta la muerte
[pp. 185-186]. Los indios que aún peleaban tenían que andar sobre
cadáveres y carecían de armas; los niños y las mujeres eran apresados
y matados por millares; la crueldad y ferocidad de los aliados
tlaxcaltecas contra los mexicas, para robar sus bienes y comer sus
despojos, se había vuelto incontrolable; el hedor de los muertos no se
podía sufrir; no había ya casas habitables y se decía “que el señor de
la ciudad andaba metido en una canoa con ciertos principales” [p.
187].
Cuando ya no quedaba en tierra reducto para los indios, los
bergantines persiguen por el lago las canoas. García Holguín, capitán
de un bergantín, logra apresar la piragua en que iban Cuauhtemotzin,
Coanacochtzin, Tetlepanquetzaltzin, señores de México, Tezcoco y
Tlacopan, y otros señores. Los tres señores vestían mantas de
maguey, muy sucias, sin ninguna otra insignia. Junto con su jefe
Sandoval, García Holguín los llevó ante Cortés, que se encontraba en
una azotea en el barrio de Amaxac. El breve diálogo que consigna el
conquistador es como un medallón de noble patetismo:
el cual [Cuauhtémoc], como le hice sentar, no mostrándole riguridad
ninguna, llegóse a mí y díjome en su lengua que ya él había hecho todo lo que
de su parte era obligado para defenderse a sí y a los suyos hasta venir en
aquel estado, que ahora hiciese de él lo que yo quisiese; y puso la mano en un
puñal que yo tenía, diciéndome que le diese de puñaladas y le matase [p.
189].
En aquel momento cesó por agotamiento la terrible guerra. El
prendimiento de Cuauhtémoc, último señor de México-Tenochtitlán,
y el fin del imperio de los culúas o tenochcas o mexicas o aztecas
ocurrió la tarde del martes 13 de agosto de 1521, día de San Hipólito;
para los mexicas era el día ce cóatl, segundo de la veintena
xocolhuetzi, del año yei calli. El sitio de la ciudad había durado 75
días, según Cortés, pues para él se había iniciado el 30 de mayo. Para
Bernal Díaz el sitio duró 93 días.14
Cortés no muestra en su tercera carta ninguna emoción especial
por aquel dramático acontecimiento, ya que se limita a anotar, como
si fuera un incidente más:
Aquel día de la prisión de Guatimucín y toma de la ciudad, después de haber
recogido el despojo que se pudo haber, nos fuimos al real dando gracias a
Nuestro Señor por tan señalada merced y tan deseada victoria como nos
había dado [p. 189].
Bernal Díaz, en cambio, parece intuir que algo doloroso y terrible
había ocurrido, el aniquilamiento de un mundo y el nacimiento de
otro, algo que hacía conmover a los cielos:
Llovió y relampagueó y tronó aquella tarde y hasta medianoche mucho más
agua que otras veces. Y después de que se hubo preso Guatémuz, quedamos
tan sordos todos los soldados como si de antes estuviera un hombre encima
de un campanario y tañesen muchas campanas, y en aquel instante que las
tañían, cesasen de tañerlas…1 5
De pronto, la continua gritería de los mexicanos que defendían su
ciudad había cesado, y “los malditos atambores y cornetas y atabales
dolorosos” dejaron de sonar. Y sólo llovía y relampagueaba y tronaba
el cielo.
Dibujo de Miguel Covarrubias.
EL COSTO HUMANO DE LA TOMA DE MÉXICO
Cortés no hizo ningún balance de la magnitud de la matanza que
implicó la toma de la ciudad. Francisco López de Gómara intentó el
primer resumen, de sobrio dramatismo, salvo una afirmación que no
parece verosímil:
Duró el cerco tres meses. Tuvo en él doscientos mil hombres, novecientos
españoles, ochenta caballos, diez y siete tiros de artillería, y trece bergantines
y seis mil barcas. Murieron de su parte hasta cincuenta españoles y seis
caballos y no muchos indios. Murieron de los enemigos cien mil, y a lo que
otros dicen, muy muchos más; pero yo no cuento los que mató el hambre y
pestilencia. Estaban a la defensa todos los señores, caballeros y hombres
principales; y así murieron muchos nobles. Eran muchos, comían poco,
bebían agua salada, dormían entre los muertos y estaban en perpetua
hedentina; por estas cosas enfermaron y les vino pestilencia, en que murieron
infinitos; de las cuales también se colige la firmeza y esfuerzo que tuvieron en
su propósito, porque llegando a extremo de comer ramas y cortezas, y a beber
agua salobre, jamás quisieron paz.1 6
En este homenaje al heroísmo del pueblo vencido, la afirmación
que no parece verosímil es la de que sólo perecieron “hasta cincuenta
españoles” en el sitio de México, cifra que repiten Cervantes de
Salazar y Herrera.17 Torquemada duplica la pérdida española al decir
“menos de cien castellanos”.18 Bernal Díaz no hace una estimación de
conjunto de las pérdidas en el sitio de México. Sin embargo, en su
humanísima rememoración del terror que sentía ante el peligro, en
que tantas veces se encontró, de ser cogido y llevado a sacrificar por
los indígenas (“antes de entrar en las batallas se me ponía una como
grima y tristeza en el corazón, y orinaba una vez o dos, y
encomendándome a Dios y a su bendita madre y entrar en las batallas
todo era uno, y luego se me quitaba aquel pavor”, escribe), recuerda a
sus compañeros que vio sacrificar durante el sitio, que cuenta entre
62 y 78.19
De todas maneras, las pérdidas españolas en el sitio de México
fueron limitadas, y apenas alcanzarían el diez por ciento de sus
efectivos. En cambio, la matanza de indios fue enorme, al menos mil
veces mayor que la de los conquistadores. López de Gómara estimó
las muertes de enemigos en 100 000 y “no muchos aliados”, aparte de
los que murieron de hambre y pestilencia, cifra que repitieron
Herrera y Torquemada.20 Fernández de Oviedo fue el primero en
comparar la mortandad indígena en el sitio de México con la de la
destrucción de Jerusalén, en la que según Flavio Josefo, perecieron
115 080 judíos, como lo testificó Annio, hijo de Eleazar; y consideró
que la de Temistitan fue incontable y excedió a la de la ciudad santa.21
Alva Ixtlilxóchitl exageró sin duda la matanza indígena, tanto de
los aliados de los españoles como de los defensores de su nación:
Murieron de la parte de Ixtlilxúchitl y reino de Tezcuco más de treinta mil
hombres, además de doscientos mil que fueron de la parte de los españoles,
como se ha visto; de los mexicanos murieron más de doscientos cuarenta mil
hombres y entre ellos casi toda la nobleza mexicana, que apenas quedaron
algunos señores y caballeros, y los más, niños de poca edad.2 2
¿Qué muestran estas cifras de pérdidas humanas en el sitio de
México: entre 50 y 100 españoles frente a un mínimo de 100 000
indígenas? Si a estos factores se agregan las muertes de aliados de
Cortés, supóngase la mitad o un tercio de los 230 000 que dice Alva
Ixtlilxóchitl; y si además se tiene en cuenta que el ejército de Cortés
lo formaban alrededor de 900 hombres y no menos de 150 000
aliados indígenas, la evidencia es de que esta guerra la hicieron
principalmente tlaxcaltecas y tezcocanos, y los otros aliados menores,
contra mexicas y tlatelolcas, indios contra indios; y que Cortés y sus
soldados, marinos, carpinteros y herreros, se limitaron a planear la
estrategia, a contribuir con su técnica y la superioridad de sus armas
y, sobre todo, a dirigir y organizar las acciones militares. Las fuerzas
de choque, las que asaltaban y robaban, reparaban puentes y cegaban
cortaduras, arrasaban y quemaban construcciones, cortaban y
aserraban madera, transportaban bergantines a través de los montes,
armaban trabucos, arrastraban cañones, alimentaban a los españoles
y morían en primer lugar, fueron los indígenas. La conquista de
México hubiera sido imposible sin el apoyo indígena, y por supuesto
sin la conducción de Cortés y el arrojo decidido de sus capitanes y
soldados. Cortés tuvo el acierto de obtener y organizar la colaboración
indígena. Logró que lucharan los indios entre sí, conducidos por los
españoles, para sojuzgar al México antiguo. Arturo Arnaiz y Freg solía
decir: “La conquista de México la hicieron los indios y la
independencia los españoles”.
LA SUERTE DE LOS VENCIDOS
Cuauhtémoc obtuvo autorización de Cortés para que saliesen los
supervivientes de aquel hacinamiento de ruinas y cadáveres que hasta
poco antes había sido la temida y esplendorosa ciudad de MéxicoTenochtitlán. Aquella miserable procesión de los vencidos, que iban a
buscar algún auxilio en los pueblos cercanos, la describió Bernal Díaz
con palabras llenas de compasión:
Digo que en tres días con sus noches en todas tres calzadas, llenas de
hombres y mujeres y criaturas, no dejaron de salir, y tan flacos y amarillos y
sucios y hediondos, que era lástima de verlos; y como la hubieron
desembarazado, envió Cortés a ver la ciudad, y veíamos las casas llenas de
muertos, y aun algunos pobres mexicanos entre ellos que no podían salir, y lo
que purgaban de sus cuerpos era una suciedad como echan los puercos muy
flacos que no comen sino hierba; y hallóse toda la ciudad como arada y
sacadas las raíces de las hierbas buenas, que habían comido cocidas, hasta
las cortezas de algunos árboles; de manera que agua dulce no les hallamos
ninguna, sino salada. También quiero decir que no comían las carnes de sus
mexicanos, si no eran de las nuestras y tlaxcaltecas que apañaban, y no se ha
hallado generación en muchos tiempos que tanto sufriese la hambre y sed y
continuas guerras como éstas.2 3
Pero aun ellos seguían siendo objeto de codicia, como lo
denunciará Sahagún:
como salieron a tierra, algunos soldados comenzaron a robarlos y a
captivarlos; solamente buscaban el oro que llevaban, y para esto les buscaban
las vestiduras a los hombres y a las mujeres, y aun hasta hacerles abrir la
boca para ver si llevaban oro en ellas, y escogían mozos y mozas, los que
mejor les parecían, y los tomaban por esclavos.2 4
Añade Sahagún que llegaron a herrar “en la cara a algunos
mancebos y mujeres de buena disposición”, pero que en cuanto lo
supo Cortés, “luego proveyó para que aquellos malhechores fuesen
impedidos y presos”.
LOS DÍAS SIGUIENTES A LA TOMA DE LA CIUDAD
Cortés es muy parco en informaciones acerca de lo que ocurrió e hizo
inmediatamente después de consumada la conquista y destrucción de
la ciudad de México. Se limita a decir que estuvo tres o cuatro días en
el real antes de establecerse en Coyoacán, y que se hizo el reparto del
botín de oro, joyas y esclavos, asignando al quinto real las mejores
piezas, y en seguida pasa a relatar las nuevas conquistas [pp. 189190]. Bernal Díaz, en cambio, llena estos días con muchos incidentes
y murmuraciones curiosos, desvergonzados o atroces, que muestran
el ambiente y las pasiones desatadas: el desordenado convite, con
mujeres, vino y puercos, con que se celebró en Coyoacán el triunfo; el
hedor espantoso de los cuerpos insepultos que llenaba las calles y
canales de la ciudad; el encargo que dio Cortés a Cuauhtémoc para
que se enterrase a los muertos, se limpiase la ciudad, se restableciese
el acueducto de Chapultepec y se iniciase la reconstrucción de la
ciudad; y la demanda que hicieron los indios principales para que les
devolviesen sus mujeres.25
Con la intención de conservarlos y volver a usarlos para la
navegación en los lagos, Cortés determinó guardar los bergantines en
las Atarazanas, arsenal que se instaló al oriente de la ciudad, en el
lugar que luego se llamó San Lázaro. López de Gómara dice que “dejó
en guarda de ellos a Villafuerte con ochenta españoles, porque no los
quemasen los indios”. A Bernal Díaz le parece que el encargo se dio a
Pedro de Alvarado —lo que es improbable, ya que en seguida le
encargó Cortés tareas en el sureste—, “hasta que vino de Castilla un
Salazar de Pedrada, nombrado por Su Majestad”.26 Por este tiempo,
debe haberse hecho un arreglo provisional, pues el edificio de tres
naves, con compuertas para salir al lago, no se concluyó sino hasta
fines de 1524. Esta construcción de las Atarazanas se usó además
como fortaleza y prisión. La prolongación de la calle de Tacuba se
llamó por ello de las Atarazanas. Con el tiempo, los bergantines,
abandonados, acabaron por desintegrarse.27
LA DISPUTA POR EL BOTÍN Y EL TORMENTO A CUAUHTÉMOC
Tomada la ciudad y puesta a saco; vueltos a sus tierras los aliados
indígenas, cargados de despojos y con agradecimientos y buenas
promesas de honras, llegó el momento del reparto del botín. Cortés
refiere al emperador que una vez fundido el oro montó a más de 130
000 castellanos, del cual se entregó al tesorero el quinto real [p.
190],28 que el resto se repartió como correspondía, y que, además,
enviará al monarca otros objetos maravillosos que no se debían
dividir. Sin embargo, esta apariencia de actos normales y de un gesto
generoso de Cortés oculta hechos escandalosos y brutales, que se
conocen gracias sobre todo a Bernal Díaz.
Recogido el oro, plata y joyas acumulado, y quitado el quinto real y
el de Cortés, los cuales montaban 46 800 castellanos, los 83 200
castellanos que quedaban para repartir eran muy poco. Si a los 904
hombres que se contaron en el alarde de abril pasado se deducen sólo
los 50 muertos que dijo Cortés, habría 854 soldados a los que
corresponderían menos de 100 castellanos a cada uno. Pero los
capitanes debieron recibir una cuota más alta, luego los de a caballo,
después los ballesteros y escopeteros y por último los simples peones
o rodeleros. Hechas las cuentas, según los recuerdos de Bernal Díaz,
dice que “cabían a los de a caballo a ochenta pesos, y a los ballesteros,
escopeteros y rodeleros a sesenta o cincuenta pesos, que no se me
acuerda bien”.
Por otra parte, los soldados tenían muchas deudas, giradas contra
lo que esperaban recibir del reparto del botín. Las armas eran caras:
las ballestas costaban 50 o 60 pesos, las escopetas, 100, las espadas,
50. Y los caballos valían de 800 a 900 pesos. Debían también a los
curanderos y a los boticarios, de manera tan sin proporción que
Cortés debió disponer que un Santa Clara y un Llerena, “personas de
buena conciencia”, fijaran los precios y señalaran plazos para los
pagos.29
Como el oro disponible era tan poco que no bastaba para cubrir sus
necesidades inmediatas y menos los volvía ricos como esperaban, los
soldados comenzaron a hacer suposiciones. Unos decían que el botín
perdido en la Noche Triste, recuperado por los indios, lo había echado
Cuauhtémoc a la laguna; otros, que lo habían robado los tlaxcaltecas y
los demás aliados, y otros, que los soldados que andaban en los
bergantines habían robado su parte. Acusar a Cuauhtémoc era lo más
expedito. Según López de Gómara y Bernal Díaz, fueron los oficiales
de la Real Hacienda, es decir el tesorero Julián de Alderete y sus
auxiliares, quienes decidieron dar tormento a Cuauhtémoc y al señor
de Tacuba, quemándoles los pies con aceite, para que revelaran dónde
habían escondido o tirado el tesoro. La frase atribuida a Cuauhtémoc
durante el tormento, como dirigida al señor de Tacuba, cuando éste
parecía pedirle licencia para hablar y que cesara el tormento, sólo la
consigna López de Gómara y es: “¿Estoy yo en algún deleite o baño?”.
Bernal Díaz comenta que esta acción, movida “por codicia del oro”,
“mucho le pesó a Cortés y aun a alguno de nosotros”. El hecho es que
Cortés consintió en el suplicio cuando tenía autoridad suficiente para
impedirlo, si lo hubiera querido. Según López de Gómara,
Tetlepanquétzal murió en el tormento y “Cortés quitó del tormento a
Cuauhtémoc, pareciéndole afrenta o crueldad, o porque dijo cómo
echara en la laguna, diez días antes de su prisión, las piezas de
artillería, el oro y la plata, las piedras, perlas y ricas joyas que tenía”.
La versión de Bernal Díaz confirma esta confesión con variantes
menores: Cuauhtémoc señaló un lugar donde había echado los
bienes, y de aquella alberca, cercana a las casas de Tlatelolco,
“sacamos un sol de oro como el que nos dio Montezuma, y muchas
joyas y piezas de poco valor que eran del mismo Guatímuz”; y el
señor de Tacuba pidió que lo llevasen a sus casas en este pueblo
cercano, y en llegando, dijo “que por morirse en el camino había dicho
aquello y que le matasen, que no tenía oro ni joyas ningunas”.30
La responsabilidad de estas crueldades acabaría por caer sólo sobre
Cortés. Así, en el juicio de residencia que se inició contra él en 1529,
el doctor Cristóbal de Ojeda reveló que Cortés hizo que quemaran a
Cuauhtémoc también las manos y que él lo curó de sus llagas:
quel dicho don Fernando Cortés dio tormentos y quemaba los pies e las
manos del dicho Guatimuza porque le dijese de los tesoros y riquezas de la
cibdad, e que lo sabe porqueste testigo, como doctor e médico ques, curó
muchas veces al dicho Guatimuza por mandado del dicho don Fernando e
sabe este testigo quel dicho don Fernando traía mucha diligencia por saber
del dicho tesoro.3 1
Cuando Cuauhtémoc aún convalecía y era retenido en las casas de
Coyoacán, volvió Cristóbal de Olid de Michoacán, trayendo al señor
de aquella provincia, el cazonci, quien fue llevado a saludar a Cortés.
Refiere la Relación de Michoacán que el conquistador le dijo:
—Seas bienvenido, no recibas pena. Anda a ver lo que hizo un hijo de
Montezuma; allí lo tenemos preso porque sacrificó muchos de nosotros…
Y fue a ver el hijo de Montezuma y tenía quemados los pies y dijéronle:
—¿Ya le has visto cómo está por lo que hizo? No seas tú malo como él.3 2
Al infortunado Zinchicha Tangaxoan, señor de Michoacán,
andando el tiempo, le iría aún peor por ser malo con los españoles.
Cuando los desilusionados conquistadores tuvieron que aceptar
que no podían sacar más oro, cuenta Bernal Díaz que el padre
Olmedo, Alvarado, Olid y otros capitanes propusieron a Cortés que el
poco oro disponible se repartiese:
a los que quedaron mancos y cojos y ciegos y tuertos y sordos, y otros que se
habían tullido y estaban con dolor de estómago, y otros que se habían
quemado con la pólvora, y a todos los que estaban dolientes de dolor de
costado, que aquellos les diesen todo el oro; y que para estos tales sería bien
dárselo, y que todos los demás que estábamos algo sanos lo habríamos por
bien.
Cortés se limitó a decirles que “en todo pondría remedio”, y cuando
por fin les señalaron aquellas cuotas de 80 a 50 pesos, “ningún
soldado las quiso tomar”.33
“Entonces murmuramos de Cortés”, reconoce Bernal Díaz. Cuando
los soldados reclamaban al tesorero Alderete, éste culpaba al capitán
general, diciendo que, además de su quinto, se cobraba los caballos
muertos y apartaba para sí piezas de oro. Quienes habían venido con
Narváez y tenían mala voluntad a Cortés “se desvergonzaban mucho
en decir que Cortés se alzaba con el oro”. Y en los encalados muros de
la casa del conquistador en Coyoacán comenzaron a aparecer cada
mañana, escritos con carbones o tintas:
muchos motes, algunos en prosa y otros en versos, algo maliciosos, a manera
como mase-pasquines e libelos; y unos decían que el sol y la luna y el cielo y
las estrellas y la mar y la tierra tienen sus cursos, e que si algunas veces salen
más de la inclinación para que fueron criados más de sus medidas, que
vuelven a su ser, y que así había de ser la ambición de Cortés en el mandar, e
que había de suceder de volver a su principio; y otros decían que más
conquistados nos traía que la misma conquista que dimos a México, y que no
nos nombrásemos conquistadores de Nueva España, sino conquistados de
Hernando Cortés; y otros decían que no bastaba tomar buena parte del oro
como general, sino tomar parte de quinto como rey, sin otros
aprovechamientos que tenía; y otros decían:
¡Oh, qué triste está la ánima mea
hasta que todo el oro que tiene
tomado Cortés y escondido, lo vea!3 4
Otros decían que Diego Velázquez gastó su hacienda e descubrió toda la
costa del norte hasta Pánuco, y la vino Cortés a gozar y se alzó con la tierra y
el oro; y decían otras cosas como éstas, y aun decían palabras que no son para
decir en esta relación.3 5
Además de que denunciaran hechos con su buena parte de verdad y
agravios que dolían a los conquistadores, la primera de las
inscripciones, la del curso de los fenómenos celestes y terrestres que
mantienen su trayectoria y su ser, y que de la misma manera la
ambición de Cortés también volverá a su principio, esto es a la nada,
muestra algo más que agudezas rencorosas. El viejo tema del eterno
retorno vuelve aquí con espíritu levantado y punzante, que acaso
perturbara por un momento a su destinatario.
Cortés tomó al principio aquello como un torneo de ingenio y,
como “era algo poeta… respondía también por buenas consonantes y
muy a propósito”. Es lástima que Bernal no haya recordado estas
respuestas, pues las únicas que consigna, cuando los motes
comenzaron a desvergonzarse, son las del intercambio final: “Pared
blanca, papel de necios”, escribió sentencioso Cortés; a lo que le
contestaron: “Aun de sabios y verdades, y Su Majestad lo sabrá muy
presto”. Y añade el cronista que se averiguó quiénes los escribían y
que Cortés amenazó con castigo a los que pusieran más malicias.36
DESCUBRIMIENTO DE LA MAR DEL SUR Y NUEVAS CONQUISTAS
Cortés vuelve a la acción pocos días después. Sabe que se ha
apoderado de la cabeza y de una parte del territorio que dominaban
los aztecas, pero recuerda que quedaban aún libres muchas otras
provincias del imperio y otros territorios. Muestra especial interés por
las “partes de la Mar del Sur”, hoy llamado océano Pacífico, que
aunque ya se conocía en otras latitudes desde 1513, gracias a Vasco
Núñez de Balboa, su descubrimiento en tierras de México lo realizan
cuatro soldados enviados por el conquistador [p. 191].
Habiéndose propagado la noticia del aniquilamiento de la poderosa
México-Tenochtitlán, algunos señoríos indígenas se apresuraron a
someterse voluntariamente. Así ocurrió con el señorío de Michoacán
y con el de Tehuantepec [pp. 190 y 193].
Cortés combinó entonces muy hábilmente la conveniencia de
extender sus conquistas y la necesidad de mantener ocupados y
dispersos a sus capitanes y a sus soldados, inconformes con el reparto
del botín que no les dio las riquezas que esperaban. Así lo da a
entender Bernal Díaz, quien pide licencia para irse con su amigo
Gonzalo de Sandoval, al que se ha confiado la pacificación de la región
de Tuxtepec [p. 192]. Encargos semejantes reciben un Castañeda y
Vicente López en la región del Pánuco; Rodrigo Rangel para que
continúe cuidando Veracruz; Juan Álvarez Chico en la región de
Colima; un Villafuerte en Zacatula; Cristóbal de Olid en Michoacán; y
Francisco de Orozco en Oaxaca.37 Más tarde envía a Pedro de
Alvarado a pacificar la que Cortés llama “provincia de Tatutepeque,
que es cuarenta leguas delante de Guaxaca, junto al Mar del Sur” [p.
198].
El soldado cronista da una explicación interesante de por qué los
conquistadores no se quedaban en la ciudad de México y salían a las
provincias. En los alrededores de la ciudad, sólo había, escribe,
“mucho maíz y magueyales, de donde sacaban el vino”. Y añade que
habían visto “los libros de la renta de Montezuma”, nada menos que
el códice llamado Matrícula de tributos, y en él “mirábamos de dónde
le traían los tributos del oro y dónde había minas y cacao y ropa de
mantas”, y a esos lugares querían ir, aunque acaba por reconocer que
“todos fuimos muy engañados”.38
Es difícil creer que el valioso libro pintado, ejemplar único,
anduviese en manos de los soldados, y que éstos, con el auxilio de un
tlamatini, fueran interpretando los glifos toponímicos para buscar los
señoríos y pueblos de donde venían sartales de piedras finas, polvo o
barras de oro y cargas de cacao. Lo importante es que el soldado
Bernal Díaz conociera la existencia y el objeto de la Matrícula de
tributos de Motecuhzoma, y que lo contara en su Historia verdadera.
Las nuevas conquistas y pacificaciones tuvieron escasa resistencia,
volvieron al sistema inicial, de sometimiento y vasallaje, y pusieron
especial énfasis en el “poblamiento”, o sea la imposición de
autoridades españolas, el asentamiento de éstas y la organización del
trabajo para aumentar su rendimiento. Al fin de la tercera Carta de
relación, Cortés declara a su monarca sin rodeos el régimen de
servidumbre de los indios que ha establecido:
Y después acá, vistos los muchos y continuos gastos de Vuestra Majestad… y
vistos también el mucho tiempo que habemos andado en las guerras… y sobre
todo la mucha importunación de los oficiales de Vuestra Majestad y de todos
los españoles y que de ninguna manera me podía excusar, fueme casi forzado
depositar los señores y naturales de estas partes a los españoles, considerando
en ello las personas y los servicios que en estas partes a Vuestra Majestad han
hecho, para que en tanto que otra cosa mande proveer, o confirmar esto, los
dichos señores y naturales sirvan y den a cada español a quien estuvieren
depositados, lo que hubieren menester para su sustentación [p. 201].
Para las rentas del emperador se reservaban las “provincias y
ciudades mejores y más convenientes”. Así se iniciaba la larga
servidumbre de los indígenas, quienes por serlo y por haber sido
descubiertos y conquistados, quedaban obligados a servir y sustentar
a los conquistadores.
CRISTÓBAL DE TAPIA APARECE Y DESAPARECE. NOTICIAS
VARIAS
Cuando Cortés se encontraba despachando al capitán que iba a
pacificar al Pánuco, tuvo noticias de que había llegado a Cempoala, a
fines de diciembre de 1521, un Cristóbal de Tapia, veedor de las
fundiciones de la isla Española, hombre razonable y poco decidido, al
que por extraña sinrazón la Corona había nombrado gobernador de la
Nueva España, meses después de que Cortés consumara su conquista.
Éste era uno más de los intentos promovidos por Diego Velázquez y
movidos por Juan Rodríguez de Fonseca desde el Consejo de Indias,
para quitar a Cortés el mando de la Nueva España y procesarlo.
Cortés no se perturba y hace renacer en él al leguleyo, maestro en
ardides y dilaciones. Finge acatar el mandato y envía a hablar con
Tapia a fray Pedro Melgarejo de Urrea, el franciscano que vino con el
tesorero Alderete, hacía negocio con las bulas y “tenía buena
expresiva” [pp. 195-197].39 El conquistador explica por qué no puede
ir a recibir al gobernador y, tras el fraile, le envía nuevos
representantes para que vean las provisiones reales que trae; ya se
encontraba Tapia en camino y lo hacen volver a Cempoala para
revisar de nuevo sus papeles. Las provisiones que trae le ordenan que
haga un proceso para averiguar lo ocurrido entre Velázquez y Cortés,
y entre Vázquez de Ayllón y Narváez, y que en tanto se resuelve el
proceso, tome la gobernación de estas partes. Los oficiales que Cortés
envía a negociar le objetan que la provisión que presenta no está
suscrita ni refrendada por ningún secretario de los reyes, lo que
resulta cierto; y además, le manifiestan que, en nombre de Cortés y
sus soldados, “suplicaban” al emperador el no cumplimiento de
dichas órdenes, para evitar escándalos e injusticias mayores.
Cortés y sus capitanes ponían en práctica el dicho español de “se
acata pero no se cumple”, con alguna razón en este caso. En fin,
Cristóbal de Tapia, después de otros “autos y requerimientos entre el
dicho veedor y procuradores”, pierde la paciencia y se embarca de
regreso.40
Antes de concluir la tercera Carta de relación Cortés da otras
noticias. Cuatro o cinco meses después de emprendida la
reconstrucción de la ciudad, “está muy hermosa” y pronto recuperará
su antigua nobleza. Ya se han repartido solares y se han nombrado
alcalde y regidores [p. 193].
El conquistador proyecta construir carabelas y bergantines en
algún puerto de los Mares del Sur para explorar la costa [p. 199].
Murió don Fernando Pimentel Ixtlilxóchitl, señor de Tezcoco, y
Cortés lo sustituyó por el hermano menor de aquél, al que se bautizó
como don Carlos.
Por mandato suyo, varios españoles ascendieron dos veces al
Popocatépetl y trajeron azufre, que faltaba para la pólvora. No
menciona los nombres de quienes realizaron la hazaña, pero por
Cervantes de Salazar sabemos que fueron Francisco Montaño,
Francisco Mesa y tres soldados más, como ya se refirió.41
CRONOLOGÍA (TENTATIVA) DE ESTA ETAPA
1520
Octubre
Se inicia la construcción de los 13 bergantines
en Tlaxcala.
25 de noviembre
Muere Cuitláhuac de viruelas. Cuauhtémoc es
elegido undécimo y último señor de MéxicoTenochtitlán.
Diciembre
Preparación del asalto a Tenochtitlán.
Machacamiento de los pueblos periféricos de
los lagos.
22 de diciembre
Ordenanzas militares. Tlaxcala.
27 de diciembre
Recuento de los recursos militares de los
españoles.
1521
Enero-abril
Llegan refuerzos que casi duplican el ejército
de Cortés.
Febrero-marzo
Termina en Tlaxcala la construcción de los
bergantines, que se transportan a Tezcoco.
24 de febrero
Llega a Veracruz el tesorero real Julián de
Alderete.
Fines de abril
Probable entrevista de Cortés y Cuauhtémoc.
28 de abril
Alarde para conocer los efectivos del ejército
español.
30 de mayo
Se inicia el sitio de la ciudad de México.
28 de junio-6 de julio En Santiago de Cuba Diego Velázquez
promueve una información con acusaciones
contra Hernán Cortés.
13 de agosto
Captura de Cuauhtémoc y rendición de
México-Tenochtitlán.
24-30 de diciembre
Cristóbal de Tapia llega a Cempoala para ser
gobernador de Nueva España. No se aceptan
sus provisiones.
1
López de Gómara calcula 60 000 (cap. CXXXI ) y luego 200 000 (cap.
CXXXVII ) aliados indígenas, cuando suma la ayuda de los de Chalco.— Bernal Díaz
dice que eran 20 000 de Tezcoco y Huejotzingo (cap. CXLIV), y que cuando
llegaron a Tezcoco los aliados de Tlaxcala “tardaron en entrar… más de tres horas”
(cap. CXLIX).— Jorge Gurría Lacroix (“La caída de Tenochtitlán”, Historia de
México, Salvat Editores, México, 1974, t. 4, p. 59), sin precisar fuentes, estima que
los aliados indígenas fueron los siguientes: “de Topoyanco, 12 000; de Cholula,
Huejotzingo y Huaquechula, 12 000; de Tlaxcala, 150 000, mandados por
Chichimecatecuhtli y Xicoténcatl el Mozo; de Tetzcoco, 200 000, aparte 50 000
para ocuparse del arreglo de puentes y caminos; de Itzocan, Tepeyácac,
Cuauhnáhuac y demás poblaciones tlahuicas, 50 000, y de Otompan,
Tullantzinco, Xilotepec y otras provincias, 50 000 más”. Estos contingentes suman
524 000 aliados, cantidad que parece inverosímil. La cifra final de Cortés, de 150
000, ya muy alta, parece la más probable.
2 Cervantes de Salazar, lib. V, cap. CXXI .— Bernal Díaz, cap. CL.— Muñoz
Camargo, lib. II, cap. VII .
3 Cervantes de Salazar, lib. V, cap. CV.
4 Esta lista es la que da Cervantes de Salazar, ibid., quien dice que sigue la
relación que le dio Ruiz de la Mota, uno de los capitanes. La repite, idéntica,
Herrera, década IIIª, lib. I, cap. XII , quien sigue, al parecer, los Memoriales de
Alonso de Ojeda, perdidos.— Bernal Díaz, cap. CXLIX, pone a Juan de Limpias
Carvajal, a un Zamora, a un Colmero, a un Lema, a Ginés de Nortes y a Miguel
Díaz de Ampiés, en lugar de Rodríguez de Villafuerte, Verdugo, Rodríguez
Magariño, Flores, Morejón de Lobera y Sotelo.— Debe considerarse que en el curso
de la batalla, Cortés dispuso cambios en las designaciones iniciales. Por ejemplo,
según Cervantes de Salazar, lib. V, cap. CLXIII ), Rodríguez de Villafuerte, capitán
de la capitana, desamparó su bergantín en una acción reñida. El carpintero Martín
López, “hombre de grandes fuerzas y mucho ánimo, y muy membrudo y de gran
persona”, que iba en ella como piloto mayor o maestre, logró recuperarla con gran
valentía, y Cortés lo nombró capitán de ese bergantín principal. El capitán Pedro
Barba murió en combate (ibid.). Del intrépido Martín López, Cervantes de Salazar
añade más adelante (cap. CLXX) que estando descalabrado y con “brava
calentura”, Cortés le pidió que para que rigiese y gobernase la flota, volviese a la
capitana, lo que hizo.
5 Bernal Díaz, ibid.
6 Martín López, Información de 1554, ff. 19 v-20.
7 Alva Ixtlilxóchill, “Decimatercia relación. De la venida de los españoles y
principio de la ley evangélica”, Obras históricas, t. I, p. 462.
8 Ibid.
9 Cristóbal del Castillo, Fragmentos de la obra general sobre historia de los
mexicanos, escrita en náhuatl por…, a fines del siglo XVI . Los tradujo al castellano
Francisco del Paso y Troncoso, Florencia, Tipografia de Salvador Landi, 1908, cap.
39, 2ª parte, p. 104.
1 0 Bernal Díaz, caps. CLII y CLV. En el primero habla de 66 soldados muertos y
en el segundo dice “bien puedo decir 78”.
1 1 Bernal Díaz, cap. CLII .
1 2 Ibid.
1 3 Bernal Díaz, caps. CLIV y CLV.
1 4 Bernal Díaz, cap. CLVI .
1 5 Ibid.
1 6 López de Gómara, cap. CXLIV.
1 7 Cervantes de Salazar, Francisco, lib. V, cap. CXCVII .— Herrera, década IIIª,
lib. II, cap. VIII dice “poco más de cincuenta castellanos”.
1 8 Torquemada, lib. IV, cap. CIII .
1 9 Bernal Díaz, en el cap. CLVI , dice que fueron 62 los españoles que vio
sacrificar; antes, cap. CLII , habla de 66 y de 78 en el cap. CLV.
2 0 López de Gómara, cap. CXLIII .—Herrera, década IIIª, lib. II, cap. VII .—
Torquemada, lib. IV, cap. CIII .
2 1 Fernández de Oviedo, lib. XXXIII, cap. XXX.— Clavigero, Historia antigua.,
lib. X, cap. XXXIII , repite esta comparación.
2 2 Alva Ixtlilxóchitl, “Decimatercia relación…”, Obras históricas, t. I, p. 479.
2 3 Bernal Díaz, cap. CLVI .
2 4 Sahagún (versión de 1585), lib. XII, cap. XLI .
2 5 Bernal Díaz, caps. CLVI y CLVII .
2 6 López de Gómara, cap. CXLIV.— Bernal Díaz, cap. CLVII .
2 7 C. Harvey Gardiner, Naval Power in the Conquest of Mexico, Austin, 1956,
cap. VII .
2 8 En esta cantidad de 130 000 castellanos coinciden Cortés en su tercera
Relación y López de Gómara, cap. CXLVII .— Bernal Díaz, cap. CLVII , dice que
fueron 380 000 pesos de oro, error evidente, ya que deducidos los quintos, el resto
a repartir no coincide con las cuotas que luego menciona.
2 9 Bernal Díaz, cap. CLVII .
3 0 López de Gómara, cap. CXLVI .— Bernal Díaz, cap. CLVII .
3 1 Algunas declaraciones de Cristóbal de Ojeda, en Documentos, sección IV,
Residencia.
3 2 Fray Jerónimo de Alcalá (intérprete), La Relación de Michoacán, edición de
Francisco Miranda, Fimnax Publicistas Editores, Morelia, Michoacán, 1980,
Tercera parte, cap. XXVII , p. 330.
33
Bernal Díaz, cap. CLVII .
Así dice el borrador de Bernal Díaz. La versión corregida dice:
¡Oh, qué triste está la ánima mea
hasta que la parte vea!
3 5 En estos pasajes del cap. CLVII de Bernal Díaz se ha combinado el texto
corregido con el del borrador de la Historia verdadera.
3 6 Bernal Díaz, ibid.
3 7 Ibid.
3 8 Ibid.
3 9 Bernal Díaz, cap. CLVIII .
4 0 Cristóbal de Tapia presenta sus provisiones reales para que Cortés le
entregue la gobernación y sus procuradores rehúyen su cumplimiento,
Cempoala, 24-30 de diciembre de 1521, en Documentos, sección I.
4 1 Cervantes de Salazar, lib. VI, caps. VII a IX.
34
XII. EXPANSIÓN DE LA NUEVA ESPAÑA Y
RECONOCIMIENTO DE CORTÉS
Como siempre trabajé de saber los más
secretos de estas partes que me fue
posible.
HERNÁN CORTÉS
LA CUARTA RELACIÓN
Después de las grandes revelaciones y los acontecimientos que
narran la segunda y tercera Cartas de relación, la cuarta y la quinta
son sólo crónicas de las acciones que van ampliando el dominio de las
huestes de Cortés sobre territorio mexicano y centroamericano, así
como de la organización que se va dando a la Nueva España.
La cuarta carta, cuya extensión es casi la mitad de las dos
anteriores, refiere lo ocurrido en un periodo de dos años y cinco
meses, de mediados de mayo de 1522 al 15 de octubre de 1524, en que
la firma ya en Temixtitan: acciones militares de penetración, noticias
sobre la organización del país y la edificación de la nueva ciudad de
México e informes de los frecuentes intentos que, sirviéndose de
agentes ineficaces, sigue haciendo el gobernador de Cuba para
vengarse de Cortés y apropiarse de sus conquistas.
Pero, además de lo que narra Cortés, en este periodo ocurren otras
cosas importantes, que omite por discreción o por olvido voluntario e
involuntario, como el reconocimiento y nombramientos que recibe
del emperador, la muerte de su primera mujer, Catalina Xuárez, y la
llegada de los franciscanos que inician la evangelización.
EXPLORACIONES Y CONQUISTAS RADIALES
Apenas concluida la conquista de la cabeza del imperio azteca, Cortés
había iniciado exploraciones y conquistas radiales que proseguirá en
el lapso cubierto por esta cuarta Relación en seis direcciones
principales: hacia Pánuco, al noreste; hacia Coatzacoalcos, al este, en
la costa del Golfo; hacia Tututepec y Tehuantepec, y luego Soconusco
y Guatemala, al sureste; hacia la costa guerrerense, al sur; hacia
Zacatula, al suroeste, y hacia Colima, Michoacán y el sur de Jalisco, al
oeste. Así pues, con excepción de la penetración hacia Pánuco, al
noreste de la ciudad de México, todas las demás entradas son hacia el
sur del territorio mexicano, abajo del paralelo 20°, orientación
principal de las nuevas conquistas.1
Además de la extensión de sus dominios, Cortés tiene otros
designios: explorar las posibilidades de la costa del Mar del Sur,
puerta también hacia el Oriente, y encontrar un estrecho que
comunique ambos océanos.
AMPLIACIÓN Y AFIRMACIÓN DE LAS CONQUISTAS
Las primeras incursiones que relata Cortés son las de la región de
Coatzacoalcos. Gonzalo de Sandoval, el alguacil mayor, después de
pacificar las regiones de Huatusco, Tuxtepec y Oaxaca, y fundar la
villa de Medellín —en memoria del pueblo extremeño en que Cortés
había nacido—, en el lugar llamado Tatatetelco, cerca de Huatusco, de
donde se pasará el pueblo al sur del actual puerto de Veracruz, va a
completar la pacificación de Coatzacoalcos, iniciada por Diego de
Ordaz. Sandoval la consigue con buena maña, funda la villa del
Espíritu Santo, río arriba, y logra también la sujeción de otras
provincias vecinas, entre ellas Centla, Chinantla, Tabasco y tierras de
los zapotecas, ricas en oro [p. 203].2
De Jesús Amaya Topete, Atlas mexicano de la conquista, Fondo de Cultura
Económica, México, 1958.
Mientras tanto, en febrero de 1522 Pedro de Alvarado logra la
pacificación de la región de Tututepec, al sur de Oaxaca. La provincia
era muy rica en oro, y Alvarado, con la crueldad y la codicia que lo
distinguían, acaba con la vida del viejo cacique, saca todo el oro
posible, se manda hacer unas estriberas de oro y, como no da parte
alguna del botín a los soldados que lo acompañan, algunos de ellos se
conjuran para darle muerte junto con sus hermanos. Descubre el
intento el padre Olmedo, que iba con la expedición, y Alvarado hace
ahorcar a dos soldados. Cortés ordena que se funde en Tututepec un
pueblo, repitiendo el nombre de Segura de la Frontera, al cual se hace
venir a los españoles que se encontraban en el que llevaba este
nombre en el antiguo Tepeaca, nuevo pueblo que tampoco prosperará
[pp. 204-205].3
Años más tarde, Cortés y Alvarado disputarán por el oro de
Tututepec que, al parecer, habían convenido dividir. En septiembre de
1528 Alvarado reclamó judicialmente a Cortés afirmando que le había
enviado todo este oro y que no le daba su parte. Cortés replicó, el 10
de marzo de 1529, durante su estancia en España, que no hubo tal
concierto de partición y que Alvarado no envió a Cortés el oro que
debía.4
A pesar de que Francisco de Orozco había tomado posesión del
valle de Oaxaca —futuro asiento imaginario del marquesado de
Hernán Cortés— desde fines de 1521, la resistencia decidida de los
zapotecas y los mixes continuaba. Tanto Cortés [pp. 227-228] como
Bernal Díaz5 ponderan la aspereza de aquellas tierras y su riqueza en
oro, el valor de los indígenas en defensa de su tierra, la eficacia de sus
largas lanzas rematadas con navajones de pedernal y los silbos con
que los nativos se comunicaban de sierra a sierra.6
Alvarado será enviado de nuevo, el 6 de diciembre de 1523, con un
numeroso y bien armado ejército, a continuar la exploración y
conquista del sureste por la costa del Pacífico. El “Tonatiuh” someterá
las provincias de Soconusco y Chiapas [p.214] y luego continuará en
tierras maya-quichés de Guatemala, por Utatlán y Quetzaltenango,
llegará hasta Acajutla, en el actual El Salvador, y volverá a Guatemala,
donde funda Santiago de Guatemala el 25 de julio de 1524 [p. 226].7
Tanto en las exploraciones de la costa atlántica como en las del
Pacífico que ordena Cortés, el capitán general se muestra obsesionado
por el descubrimiento del estrecho que el rey le había encargado
buscar y del que se tenían indicios.
CONQUISTA DE MICHOACÁN
Desde los días inmediatos a la conquista de la ciudad de México,
Cortés había tenido noticia de la provincia de Michoacán, de sus
riquezas y de su vecindad con el Mar del Sur, y había iniciado
contactos amistosos con los tarascos [p. 190]. Estos encuentros
tuvieron un comienzo banal. En los últimos días de la conquista de
Tenochtitlán, Cortés tenía problemas para la alimentación de su
ejército, y un soldado llamado Porrillas o Parrillas, que se había
distinguido por su habilidad como proveedor y su amistad con los
indios, fue enviado por el capitán general a conseguir guajolotes.
Parrillas, que montaba un caballo blanco y al que acompañaban
algunos indios, fue de Matalcingo a Charo, en los límites de
Michoacán. Los tarascos curiosearon al español, primero que veían, y
aun lo tocaron “como a cosa nunca vista”, y éste averiguó cosas
importantes respecto a ellos, sobre todo que tenían plata y oro.
Cuando quiso volverse, además de llevar los guajolotes, se supone, le
dieron algunas piezas labradas y permitieron que fueran con él dos
indios, de todo lo cual Parrillas informó a Cortés.8
Los primeros españoles que llegaron a Tzintzuntzan (Huitzitzila o
Huitchichila en náhuatl), capital del señorío de Michoacán, fueron, al
parecer, Antonio Caicedo y uno o dos españoles más, enviados por
Cortés en el otoño de 1521 [p. 204]. Los visitantes vieron al cazonci,
señor de aquella provincia, y unos y otros exhibieron sus grandezas y
cambiaron regalos. El obsequio de los españoles fueron diez puercos
y un perro, a los cuales el cazonci hizo matar en cuanto salieron los
visitantes.9 Cuando volvieron, con ellos fue un pariente del cazonci,
probablemente Huitzilitzi o Tashuaco, en purépecha, algunos nobles
tarascos, dos muchachas y numerosos cargadores con regalos para
Cortés: escudos de plata, diademas, orejeras, collares, sandalias,
plumajes, mantas y jícaras de vivos colores. Se conserva la lista de
ellos, y la remisión que se hizo al emperador en 1522.10 El tesoro
michoacano formaba parte del envío que fue robado por el corsario
Juan Florín.
Después del viaje de Caicedo y compañeros, La relación de
Michoacán dice que llegaron cuatro españoles más, pidieron ayuda de
guerreros al cazonci, y después de dos días siguieron hacia Colima.11
Existe un extenso relato de Cervantes de Salazar respecto a la
expedición a Michoacán de Francisco Montaño, amigo del cronista y
al que él da importancia excesiva y acaso fantasiosa. J. Benedict
Warren considera que la escueta mención de La relación corresponde
al viaje de Montaño, que su amigo Cervantes de Salazar llenó de
imaginación y algo de retórica, apropiándose del regalo del perro y de
la compañía que les hizo a su regreso el hermano del cazonci,12 ya
incluidos en los hechos atribuidos al viaje de Caicedo. Las dos
historias parecen estar entremezcladas.
Por otra parte, ni Cortés ni López de Gómara ni Bernal Díaz, los
tres historiadores básicos de la conquista de México, mencionan ni a
Parrillas ni a Caicedo ni a Montaño, y La relación de Michoacán se
limita a decir que vinieron uno, dos o tres españoles. Del primero y
del último sabemos por los relatos de Cervantes de Salazar, repetidos
luego por Herrera; y de Caicedo por el testimonio de un Hernández
Nieto en una Información de 1553.13
De todas maneras, éstos habían sido curioseos pacíficos. El
sojuzgamiento militar lo confiará Cortés a Cristobal de Olid. El 17 de
julio de 1522 llegó a Tajimaroa la expedición de Olid que, según
Cortés, constaba de 70 de a caballo y 200 peones, con buenas armas y
artillería [p. 204], A pesar de que la decisión inicial de Zinzicha
Tangaxoan, el cazonci señor de los tarascos, había sido la de fortificar
el reino y defenderlo de los españoles, y aunque éstos comenzaron
por ofrecerles paz y pedirles sólo comida y mantas, la presencia de los
españoles los llenó de terror. Ciertos nobles aconsejaron al cazonci
atarse cobre en las espaldas para ahogarse en el lago y reunirse con
sus antepasados, aunque al fin sólo huyó con sus mujeres a Uruapan.
Mientras tanto, Olid y sus soldados se habían instalado en el palacio
de las yácatas de Tzintzuntzan, capital del señorío. Buen discípulo del
conquistador, el capitán Olid preguntó a los señores tarascos que lo
atendían por los arreos de los ídolos; trajéronle plumajes, rodelas y
máscaras que despreció e hizo quemar. Quería sólo el oro. En la casa
del cazonci los españoles encontraron veinte arcas con ornamentos
de oro y otras veinte de plata que comenzaron a llevarse. Las mujeres
del cazonci intentaron impedirlo con garrotes y reprochaban a los
principales tarascos su cobardía. Éstos les dijeron que no les hicieran
daño pues que eran dioses y se llevaban lo que les pertenecía. Olid
abrió las arcas, escogió las piezas más finas, hizo que con espadas
partieran las menos valiosas y envolvieron todo en mantas hasta
formar 200 cargas. Vigilados por soldados españoles, los indios las
transportaron a Coyoacán, donde estaba Cortés. Con ellos fue el noble
Cuinierangari, que luego se llamará don Pedro y será el relator de
estas historias en La relación de Michoacán. Cortés recibió el botínpresente, preguntó por el cazonci y dijéronle que se había ahogado;
preguntó también por Huitzilitzi y decidió que éste sucediera al
cazonci muerto e hizo que principales mexicas mostraran a los
visitantes la destrucción de Tenochtitlán. Mexicas y tarascos se
dijeron tristes palabras de condolencia y resignación en su miseria.
En Michoacán, Olid había sabido dónde se escondía el cazonci
Zinzicha, al que hizo traer a Tzintzuntzan y vigilar. Y le pidió más oro.
De las islas de Pacandán y Hurandén, en el lago de Pátzcuaro, trajeron
80 cargas más al cuartel. Como no les parecía aún suficiente, los
tarascos se preguntaban: “¿Para qué quieren este oro? Débenlo comer
estos dioses, por eso lo quieren tanto.” Y de las islas de Apupato y
Utuyo vinieron otras 80 cargas. Olid escribió a Cortés informándole
que el cazonci vivía y lo tenía en su poder. Don Pedro, que se
encontraba aún en México, se atemorizó ante el engaño descubierto,
pero Cortés lo tranquilizó y lo envió de vuelta a su tierra para que
trajera al cazonci a verlo. Llegado a Tzintzuntzan, don Pedro relató a
su señor el buen trato que había recibido y el cazonci aceptó viajar a
México. Juntó a sus nobles, principales y caciques, llevó un nuevo
cargamento de oro “e iba llorando por el camino”. Cortés lo recibió
amistosamente y aunque procuró dar confianza a aquel pobre señor
amedrentado, también lo hizo visitar —como ya se narró— a
Cuauhtémoc con los pies quemados, lo que debió infundirle pánico.
Días después le mandó volverse a su tierra con instrucciones
imperativas:
Vete a tu tierra, ya te tengo por hermano. Haz llevar a tus gentes estas
áncoras. No hagas mal a los españoles que están allá en tu señorío, porque no
te maten. Dales de comer y no pidas a los pueblos tributos, que los tengo de
encomendar a los españoles.1 4
El botín traído de Michoacán en las varias remesas mencionadas
era considerable. Cortés menciona, de lo recogido por Olid:
Hasta tres mil marcos de plata envuelta en cobre, que sería media plata, y
hasta cinco mil pesos de oro, asimismo envuelto en plata, que no se le ha
dado ley […] y otras cosillas de las que ellos tienen [p. 204].
Aún en Michoacán, se hizo una subasta de la ropa y mantas
entregadas, que dio 159 pesos; y en México, los metales preciosos
tarascos se vendieron en 9 601 pesos, cuatro tomines y seis granos, de
los cuales se separó el quinto del rey, 1 920 pesos y el de Cortés, 1 536
pesos. El resto, 6 145 pesos, se repartió entre los capitanes, oficiales y
soldados, desde 160 pesos que recibieron los capitantes Olid y
Rodríguez de Villafuerte, 120 Andrés de Tapia, alcalde y capitán de
peones, 80 los oficiales, 60 los de a caballo, 30 los ballesteros y 20 los
peones. Cortés fue generoso en esta ocasión, pues dispuso que su
quinto se repartiera añadiendo 10 pesos a cada uno de los 136 peones,
y los 176 restantes fueran para Cristóbal Marín de Gamboa y Miguel
Díaz de Aux, por los daños que sufrieron sus caballos.15
Las anclas cuyo traslado encomendó al cazonci se destinaban a los
cuatro navíos que se construían en el puerto de Zacatula. Debían ser
muy pesadas y muchas, pues los tarascos destinaron 1 600 hombres
para llevarlas. De Tzintzuntzan a Zacatula fue con ellos un capitán,
cuyo nombre Cortés no menciona en su cuarta Relación, y del que
refiere:
Yendo este dicho capitán y gente a la dicha ciudad de Zacatula, tuvieron
noticia de una provincia que se dice Colimán, que está apartada del camino
que habían de llevar sobre la mano derecha, que es al poniente, cincuenta
leguas; y con la gente que llevaban y con mucha de los amigos de aquella
provincia de Mechuacán, fue allá sin mi licencia, y entró algunas jornadas,
donde hubo con los naturales algunos reencuentros; y aunque eran cuarenta
de caballo y más de cien peones, ballesteros y rodeleros, los desbarataron y
echaron fuera de la tierra, y les mataron tres españoles y mucha gente de los
amigos, y se fueron a la dicha ciudad de Zacatula; y sabido por mí, mandé
traer preso al capitán y le castigué su inobediencia [p. 204].
El capitán de esta incursión no autorizada a Colima fue Cristóbal
de Olid, según López de Gómara.16 Bernal Díaz también menciona a
Olid en una entrada sin éxito a Colima.17 Sin embargo, Warren lo
pone en duda y más bien se inclina a suponer que el capitán
desbaratado en Colima pudiera ser Juan Rodríguez de Villafuerte,
encargado del puerto de Zacatula.18
Volviendo a Michoacán, el señorío quedó conquistado
pacíficamente, se nombraron autoridades españolas, se repartieron
encomiendas y se inició la evangelización de los naturales.
CONQUISTA DE COLIMA Y EL SUR DE JALISCO
El desbarato de la primera incursión en Colima ocurrió hacia julio de
1522. Ello decidió a Cortés, a principios de 1523, a encargar a Gonzalo
de Sandoval dos misiones enlazadas. Inicialmente, que comenzase el
quebrantamiento de los belicosos indios de la agreste zona de
Impilcingo, como él la llama [p. 212] —que es Yopilcingo, tierra de los
indios yopes, situada en la Costa Chica de Guerrero, cerca de
Acapulco—, y que después recogiese refuerzos de Zacatula para que,
como fuese necesario, conquistase el señorío de Colima. Así lo hizo, y
ya pacificada la provincia, fundó la villa de Colima el 25 de julio de
1523, en el sitio de la antigua Tecoman.19 Sandoval trajo nuevas de un
buen puerto, el de Navidad, hoy en Jalisco, y de una isla cercana a
Cihuatlán:
toda poblada de mujeres, sin varón ninguno, y que en ciertos tiempos van de
la tierra firme hombres, con los cuales han acceso, y las que quedan
preñadas, si paren mujeres, las guardan, y si hombres los echan de su
compañía [p. 213].
Una más de las reminiscencias mitológicas que se entrecruzan con
la realidad en los relatos de los conquistadores.
En 1524, poco antes de salir a las Hibueras, Cortés envió a su
pariente Francisco Cortés de San Buenaventura para que reconociese
la región occidental y afirmara su poblamiento.20 Como resultado de
esta expedición, y a consecuencia de un pleito con Nuño de Guzmán,
se dio a conocer la Relación de una visitación, del 17 de enero de
1525, en la que se describe una extensa zona: tierras y pueblos del
suroeste de Michoacán, centro y suroeste de Jalisco, Nayarit, Colima
y aun Ixtapa, Guerrero. Es la descripción más antigua de esta
región.21
En el centro y sur de Jalisco, en torno al lago de Chapala y a las
lagunas salitrosas, existen varios pueblos: Amacueca, Ajijic, Atoyac,
Cocula, Chapala, Jocotepec, Sayula, Tapalpa, Techaluta, Teocuitatlán,
Tepec, Tizapán y Zacoalco, a los que se llamó Provincia de Ávalos y
cuya cabecera fue Sayula. Habían sido sojuzgados por los señoríos de
Michoacán y de Colima, y en 1523 y 1524 se posesionaron de ellos, al
parecer sin violencia, Juan (o Alonso) de Ávalos y su hermano
Hernando de Saavedra o Sayavedra, primos de Cortés recién llegados
a Nueva España. Participaron en la expedición de Cortés de San
Buenaventura de 1524 y recibieron en encomienda estos pueblos de la
llamada Provincia de Ávalos.22
Al sur de esta provincia, y también en Jalisco, Cortés se asignó en
encomienda cuatro pueblos, Zapotlán, Tamazula, Tuxpan y Amula —
en cuya jurisdicción se incluían Mazamitla, Quitupan, Zapotiltic,
Tonila y Piguamo—, que apreciaba especialmente por las minas de
oro y plata que había en Tamazula y le cuidaba el primo Saavedra.
Durante el viaje de Cortés a España, de 1528 a 1530, Nuño de
Guzmán, presidente de la Audiencia, y los oidores Juan Ortiz de
Matienzo y Diego Delgadillo, despojaron a Cortés de estas
encomiendas. El 15 de marzo de 1531 Cortés inició un pleito contra
ellos por este despojo, nunca resuelto. Los pueblos pasaron a la
Corona.23
ENVÍO DE BIENES A ESPAÑA Y ROBO DEL TESORO
Con Antonio de Quiñones, capitán de su guardia, y Alonso de Ávila
—“hombre atrevido”, relacionado con los enemigos de Santo Domingo
y a quien Cortés prefería “tener lejos de sí”, comenta Bernal Díaz—,
como procuradores a cargo de los navíos que salieron de Veracruz
hacia julio de 1522, Cortés envió a Carlos V la tercera Carta de
relación, un tesoro de oro y joyas mexicanos, así como regalos y
envíos personales. Se remitía también el quinto real, por el periodo
del 25 de septiembre de 1521 al 16 de mayo de 1522, con un valor de
44 979 pesos y fracciones, más 3 689 pesos de oro bajo y 35 marcos y
cinco onzas de plata (8.193 kg) y rodelas de plata del mismo metal. En
listas complementarias se describen los objetos de oro: rodelas,
máscaras, collares, brazaletes, vasos y figuras de animales y flores,
destinados al rey; así como objetos de plumería y otras artesanías
indígenas, que enviaba Cortés, un grupo para el rey y otro como
regalos a monasterios e iglesias de España, en primer lugar al de
Nuestra Señora de Guadalupe, de Extremadura, así como a personas
del gobierno y de la corte. Estas listas son interesantes como
descripción de la orfebrería indígena y, en cuanto a los objetos de arte
plumario, revelan el aprecio que Cortés llegó a tener por esta creación
singular del México antiguo.24
En estas naos volvía a España el tesorero Julián de Alderete, como
lo recordará Cortés en su quinta Relación [p. 316]. Y por las
declaraciones de Francisco de Orduña y Domingo Niño durante el
juicio de residencia de Cortés, se sabe que Alderete murió pocos días
después de iniciado el viaje y aun insinuaron que Cortés lo hizo
envenenar en Veracruz con una ensalada.25
El conquistador, poco amante de historias superfluas, se limita a
referir que navíos y tesoros no llegaron a España porque descuidaron
su protección los de la Casa de Contratación de Sevilla y, ya pasadas
las Azores, los tomaron los franceses. Siente la pérdida de “las cosas
que iban tan ricas y extrañas” y se alegra de que las conozcan los
franceses para que aprecien por ellas la grandeza del monarca de
España [p. 236].
Las carabelas eran tres, según Herrera, y cerca de las Azores dos de
ellas cayeron en manos de los piratas. La otra nao, Santa María de la
Rábida, logró refugiarse en la isla de Santa María y pidió auxilio a
Sevilla, de donde le enviaron a don Pedro Manrique con dos naves de
armada. Al mismo tiempo, Rodríguez de Fonseca, en enero de 1523,
decretó el secuestro de los bienes que llegaban.26 Juan de Ribera, que
traía la tercera Relación y los mapas, así como dineros, joyas
personales y encargos, venía en esta carabela salvada.
Bernal Díaz añade muchas otras circunstancias del hecho. Con los
procuradores mencionados, el cabildo y los conquistadores enviaron
un memorial a Carlos V, exponiéndole los esfuerzos que habían
realizado, pidiéndole el envío de religiosos y refiriéndole los muchos
tropiezos que les causaban los entrometimientos de los enviados de
Diego Velázquez y del obispo de Burgos, memorial al parecer perdido.
En cuanto al viaje infortunado de los navíos, cuenta que en el camino
“se les soltaron dos tigres, de los tres que llevaban, e hirieron a unos
marineros, y acordaron de matar el que quedaba porque era muy
bravo y no se podían valer con él”. Cuando llegaron a la isla Tercera,
el capitán Antonio de Quiñones, “que se preciaba de muy valiente y
enamorado… revolvióse en aquella isla con una mujer, y hubo sobre
ello cierta cuestión, y diéronle una cuchillada de que murió, y quedó
sólo Ávila por capitán”. Y respecto al tesoro que cayó en manos de
“Juan Florín, francés corsario”, quien dio de él “grandes presentes a
su rey y al almirante de Francia”, dice cosas fabulosas:
llevaron dos navíos y en ellos cincuenta y ocho mil castellanos en barras de
oro, y llevaron la recámara […] del gran Moctezuma, que tenía en su poder
Guatémuz.
Y fue un gran presente, en fin, para nuestro gran César, porque fueron
muchas joyas muy ricas y perlas algunas de ellas como avellanas, y muchos
chalchihuis, que son piedras finas como esmeraldas, y aun una de ellas era
tan ancha como la palma de la mano, y otras muchas joyas que, por ser
tantas y no detenerme en describirlas, lo dejaré de decir y traer a la memoria.
Y también enviamos unos pedazos de huesos de gigantes…2 7
Lo que ocurrió a Alonso de Ávila durante su cautiverio en Francia
es la historia muy peregrina “del gran ánimo que tuvo un año entero
con una fantasma que de noche se echaba en su cama”, que relata
Francisco Cervantes de Salazar.28
La identidad del pirata llamado por los españoles Juan Florín se
disputa entre Jean Fleury de Honfleur, capitán al mando de Jacques
Ango, más tarde vizconde de Dieppe,29 y Giovanni Verrazzano (1485?
-1528?).30 El primero era sólo un pirata temible; el último, un
explorador famoso. Verrazzano nació en Florencia —de donde pudo
venirle el apodo Florín o Florentín— y de mozo viajó por Siria y El
Cairo, negociando en sedas y especias, y al parecer acompañó a los
portugueses en alguno de sus viajes a Oriente y a los españoles en sus
exploraciones del Caribe. Era un navegante competente y su hermano
Hierónimus aprovechó sus conocimientos para trazar un mapamundi
que conserva la Biblioteca Vaticana.
Interrumpiendo sus hazañas como pirata, si es que fueron suyas,
Verrazzano, informa la Encyclopaedia Britannica, fue el primer
explorador, en 1524, de la costa de Norteamérica en los alrededores de
Nueva York. Por ello, considerándolo descubridor de esa región, el
puente colgante más largo del mundo, que en la bahía de Nueva York
une Brooklyn con Staten Island, lleva su nombre. Según Carl Ortwin
Sauer, Verrazzano murió en 1528 a manos de los indígenas del Brasil,
en una expedición para buscar “palo de Brasil”.
Bernal Díaz añade a su relato de lo robado por Juan Florín que, en
aquella misma correría, robó otro navío que venía de Santo Domingo,
al que “le tomó sobre veinte mil pesos de oro y muy grande cantidad
de perlas, azúcar y cueros de vaca”. Con todo volvió Florín y:
toda Francia estaba maravillada de las riquezas que enviábamos a nuestro
gran emperador; y aun al mesmo rey de Francia le tomaba codicia, más que
otras veces, de tener parte en las islas y en esta Nueva España.
El rey Francisco I, que había descubierto, gracias a Florín-FleuryVerrazzano tan provechosa manera de hacer la guerra, envió al ahora
corsario a seguirse buscando la vida en el mar. Y cuando ya había
despojado algunos barcos topó “con tres o cuatro navíos recios y de
armada, vizcaínos”, que lo desbarataron y apresaron. Cuando lo
llevaban preso a Sevilla, el emperador fue informado y ordenó que se
hiciese justicia a Florín y a sus acompañantes, quienes fueron
ahorcados en el puerto de Pico.31
EL NUEVO ENVÍO AL REY EN 1524
Volviendo a la Carta de relación de Cortés, éste anuncia a Carlos V un
nuevo envío “de ciertas cosillas que entonces quedaron por desecho y
por no indignas de acompañar a las otras, y algunas que después acá
yo he hecho”, y le promete que seguirá haciéndole envíos cada vez
que exista la posibilidad y lo más que pudiere [pp. 236-237].
Este tercer envío del quinto real y presentes era considerable,
aunque no alcanzara la riqueza del segundo tesoro robado. Lo remitió
Cortés junto con su cuarta Relación y otros papeles, entre ellos dos
mapas, al cuidado de Diego de Soto y de nuevo Juan de Ribera. Iba
una caja con joyas y figuras de oro, plata, perlas y piedras, labradas
por los indios; y en tres cajas más, objetos de pluma fina adornados
de oro y plata, pellones y telas. La pieza más notable era una
culebrina de plata, fundida por los orfebres indios y fabricada con el
metal que vino de Michoacán, que pesaba 22.5 quintales (1 035 kilos)
y valía 24 500 pesos de oro. “Tenía de relieve —cuenta López de
Gómara— un ave fénix, con una letra al emperador que decía:
Aquesta nació sin par;
yo en serviros sin segundo;
vos sin igual en el mundo.
Añade el historiador que el tiro y su inscripción “causó envidia y
malquerencia con algunos de Corte”, y que Andrés de Tapia comentó
también en verso:
Aqueste tiro a mi ver
muchos necios ha de hacer.3 2
Bernal Díaz refiere que grandes señores murmuraron del Fénix
diciendo que “era bravoso el blasón de la culebrina”, a lo que el duque
de Béjar y el conde de Aguilar, adictos a Cortés, replicaron
preguntándoles: “¿Ha habido capitán que tales hazañas y que tantas
tierras haya ganado, sin gasto y sin poner en ello Su Majestad cosa
ninguna, y que tantos cuentos de gentes se hayan convertido a
nuestra santa fe?” El rey no pareció haber tenido mucho entusiasmo
por el cañón de plata, pues lo regaló a su secretario Francisco de los
Cobos, quien más utilitario que curioso lo hizo fundir en Sevilla y
obtuvo “sobre veinte mil ducados”.33
De lo correspondiente al quinto, se enviaban al rey 60 000 pesos
de oro, según las cuentas de los oficiales reales [p. 237]. En este viaje
de fines de 1524 que llevaba el envío de Cortés —mientras éste y su
comitiva se internaban en pantanos y selvas—, viajaron a Castilla
Juan Velázquez de León, Alonso de Grado y otros capitanes, “por
pretensiones particulares”, y los oficiales reales enviaron cartas
escondidas,34 contra Cortés puede presumirse.
El conquistador enviaba también 25 000 castellanos de oro y 1 550
marcos de plata a su padre, Martín Cortés, para que le enviase armas,
artillería, hierro, naves con muchos aparejos, vestidos, plantas,
legumbres y otras cosas que necesitaba “para mejorar la buena
tierra”. Informa López de Gómara que “tomolo todo el rey con lo
demás que vino entonces de las Indias”,35 pues lo requería para sus
guerras europeas.
Pero, al mismo tiempo que hacía estos envíos generosos, en la
cuarta Relación son frecuentes las menciones que hace Cortés de las
muchas deudas de que se ha cargado, para sufragar los gastos de las
nuevas expediciones, y de la necesidad que tiene de que se le paguen
estos gastos. Ahora la conquista deja de ser una empresa personal, y
como él envía al emperador su quinto real y la conquista se ha
convertido en empresa de “interés público”, reclama el pago de sus
servicios y erogaciones.
UN INTRUSO: JUAN BONO DE QUEJO
Diego Velázquez, el gobernador de Cuba, no olvidaba su ya viejo
agravio contra Cortés y su fortuna, y no cesaba de enviar o promover
perturbadores con el propósito de echar a un lado al conquistador de
México: Pánfilo de Narváez, Cristóbal de Tapia y ahora Juan Bono de
Quejo. Velázquez tenía un aliado poderoso en don Juan Rodríguez de
Fonseca, obispo de Burgos y presidente del Consejo de Indias, quien
envió muchas cartas firmadas en blanco a Bono de Quejo para que
viniese a México y nombrase nuevas autoridades, suponiendo que
Tapia era ya el nuevo gobernador de la tierra. Bono de Quejo llegó a
Coatzacoalcos hacia septiembre u octubre de 1522, donde lo
desilusionó uno de los capitanes de Cortés, Luis Marín; de allí pasó a
Veracruz y luego a México, donde habló con Cortés en Coyoacán,
recibió alguna ayuda y se volvió a Castilla [p. 207].36
LA CONQUISTA DEL PÁNUCO Y FRANCISCO DE GARAY
El sometimiento de la región de Pánuco fue uno de los más difíciles y
complejos y en él se cruzaron constantemente los intereses de
Hernán Cortés con los de Francisco de Garay. Éste fue un vasco que
pasó a las Indias en el segundo viaje de Colón, de quien fue amigo, y
llegó a ser uno de los colonos más ricos de las islas. Pero además
quería emular a los grandes descubridores y conquistadores y gastó
su fortuna en empresas que solía confiar a otros capitanes. No tuvo
ventura, aunque, sin proponérselo, ayudó mucho a la conquista de
Cortés.
Desde 1512 o 1513, Juan Ponce de León, viajando desde la
Española, confirmó la existencia de la península de la Florida,
señalada por viajeros anteriores, y observó el nacimiento de la
Corriente del Golfo. En 1519 Garay envió al capitán Alonso Álvarez de
Pineda, con cuatro navíos, a hacer un reconocimiento del arco
septentrional de la costa del Golfo, para buscar un estrecho entre los
dos océanos. El viaje duró ocho o nueve meses. Tocaron la Florida,
reconocieron en detalle la costa del Golfo, obtuvieron algún oro en
tierras cercanas al río Pánuco y llegaron a Veracruz, donde ya se
encontraban recién llegadas las huestes de Cortés. En este puerto,
algunos de sus marinos fueron capturados e incorporados al ejército
que emprendía la marcha al centro de México. Álvarez de Pineda
continuó recorriendo la costa del Golfo, hacia el norte, y encontró la
tierra que llamó Amichel y un caudaloso río que llamó del Espíritu
Santo y se llama Misisipi. (El reconocimiento formal del gran río se
atribuye a Hernando de Soto, en 1540.) Gracias a este viaje se
completó el conocimiento de todo el litoral del Golfo, desde Yucatán
hasta la Florida.
En 1520 Garay envió tres barcos, con el mismo capitán, para
fundar una colonia en Pánuco. Informado por Motecuhzoma y con su
auxilio, Cortés se adelantó a lograr cierto sometimiento de los
huastecos. Los soldados de Garay, indisciplinados, cometieron
desmanes, fueron atacados por los indios y se dispersaron. Algunos
de los supervivientes llegaron a Veracruz para reforzar las tropas de
Cortés que, expulsadas de la ciudad de México, preparaban el asalto.
Garay envió tres navíos más para reforzar la expedición de Álvarez de
Pineda: el de Diego Camargo, el de Miguel Díaz de Aux y el de
Ramírez el Viejo, cuyos contingentes completos aumentaron el
ejército de Cortés.
En 1521 Francisco de Garay, ya teniente de gobernador en Jamaica,
obtuvo una real cédula que lo autorizaba a poblar la provincia de
Amichel, cerca de la Florida, y se encargaba en dicha cédula que
Cristóbal de Tapia delimitara sus provincias con las de Cortés.37 Con
esta autorización, a mediados de 1523 Garay organizó una armada en
la que él mismo fue como capitán general, con 11 naves y 850
españoles, indios de Jamaica, 144 caballos y artillería. Como jefe de
las naves iba el viejo descubridor Juan de Grijalva.
Cortés, que consideraba que el Pánuco y la Huasteca eran sus
provincias y que él había iniciado sus conquistas, al tener noticia de
que la armada de Garay se acercaba a aquellas tierras, se apresuró a
enviar un destacamento. Como continuaba la insurrección del
Pánuco, decidió ir él mismo con un ejército en forma, aunque menor
que el de Garay: 120 de a caballo, 300 peones, alguna artillería y 40
000 aliados indígenas [p. 209]. La versión que da al emperador en su
cuarta Relación es de que la gente de Garay había sido derrotada y
que la resistencia indígena era fuerte y de singular denuedo. Después
de varios encuentros, Cortés logró cierto dominio de la región y fundó
la villa de Santisteban del Puerto, hoy Pánuco [p. 211].
A pesar de la derrota que sufrieron sus soldados en Chila, Garay,
que había desembarcado en el río de las Palmas —probablemente el
río Grande o Bravo o el Soto la Marina—, el 25 de julio de 1523,
después de una desastrosa borrasca, se vino por tierra hacia el río
Pánuco.
Aquel viaje, en lo más inclemente del verano, por tierras con
grandes ríos y ciénagas, agobiados por todas las plagas, sin comida y
con soldados poco avezados a las incomodidades, fue desastroso. Lo
ha descrito con cierta sorna Bernal Díaz.38 Y, además, Pedro Mártir,
que narró con pormenores estas desventuras, cita un fragmento de
carta, que dice escrita por un amanuense de Garay a Pedro Espinosa
—aunque parece del mismo Garay y se escribió en latín—, con este
irónico y dramático resumen de sus padecimientos en este viaje:
Hemos llegado a la tierra de la miseria, en la que no existe orden alguno, sino
un trabajo constante y calamidades de todo género, donde nos trataron
cruelmente el hambre, el calor, mosquitos malignos, fétidas chinches, crueles
murciélagos, saetas, bejucos que se nos enroscan, lodazales voraces y lagunas
cenagosas.3 9
Algunos soldados, hambrientos, se habían rebelado y dispersado
para ir a robar pueblos. A pesar de todo, Garay llegó con un ejército a
las cercanías de la villa de Santisteban, diciéndose gobernador de
Pánuco, tierra que él quería nombrar Victoria Garayana. Por
intermedio de su capitán Gonzalo de Ocampo, entró en negociaciones
con el teniente que había dejado Cortés en Santisteban, Pedro de
Vallejo. Éste actuó con la firmeza y habilidad que parecía común
entre los capitanes del conquistador. Díjole breves y tranquilizadoras
palabras al enviado, hizo venir a Garay con su ejército, que dispersó y
alojó en varios lugares y escribió a Cortés relatándole lo ocurrido.
Ya estaba dispuesto Cortés a ir a enfrentarse con Garay —a pesar
de que “estaba manco de un brazo de una caída de caballo” y “había
sesenta días que no dormía y estaba con mucho trabajo”— cuando
recibió, cuenta:
una cédula firmada por el real nombre de Vuestra Majestad y por ella se
mandaba al dicho adelantado Francisco de Garay que no se entrometiese en
el dicho río ni en ninguna cosa que yo tuviese poblada [p. 215].4 0
Con Diego de Ocampo, alcalde mayor, y Pedro de Alvarado envió la
cédula a Francisco de Garay. Cuando éste se enteró de ella, “la
obedeció y dijo que estaba presto a la cumplir” y se mostró dispuesto
a irse [p. 218]. Sin embargo, seis de sus navíos se habían perdido y
muchos de sus hombres dispersado. Éstos se internaron por la tierra,
robando mujeres y comida, y la mayor parte fueron muertos por los
indios provocando una nueva rebelión de la provincia de Pánuco.
Después de exterminar a los merodeadores, restos del ejército de
Garay, los huastecos atacaron la villa de Santisteban. Pedro Vallejo y
sus soldados resistieron tres fuertes acometidas en una de las cuales
murió de un flechazo el capitán Vallejo. Los españoles muertos en la
provincia pasaban de 400 y los supervivientes quedaban sitiados.41
Informado Cortés de estos destrozos, “tomó tanto enojo que quiso
volver en persona contra ellos, y como estaba muy malo de un brazo
que se le había quebrado, no pudo venir”, cuenta Bernal Díaz, y
decidió entonces que fuera a tomar venganza Gonzalo de Sandoval.
Llevó con él 100 soldados, 50 de a caballo, cuatro tiros, 15
arcabuceros y escopeteros y 15 000 tlaxcaltecas y mexicanos [p. 223].
Antes de poder llegar a Santisteban, los huastecos dieron a los de
Sandoval duros combates y el mismo capitán quedó mal herido de un
flechazo en un muslo y una pedrada en la cara. Cuando al fin llegaron
a la villa española, encontraron a los sitiados hambrientos y de ellos
sólo ocho viejos soldados sostenían la defensa. Dominada la situación
y después de algún descanso, Gonzalo de Sandoval procedió a ejecutar
aquel hostigamiento contra los huastecos que le había encargado
Cortés, “de manera que no se tornasen a alzar”.
En tanto que Bernal Díaz reduce al prendimiento de 20 caciques la
acción de su admirado Gonzalo de Sandoval,42 López de Gómara da
otra versión de la crueldad de aquel escarmiento, que mancha la
figura del buen soldado, y que se hizo en contra de indios que
defendían su tierra:
Hizo luego Sandoval tres compañías de los españoles, que entrasen por tres
partes la tierra adelante, matando, robando y quemando cuanto hallasen. En
poco tiempo se hizo mucho daño porque se abrasaron muchos lugares y se
mataron infinitas personas; prendieron sesenta señores de vasallos y
cuatrocientos hombres ricos y principales, sin otra mucha genta baja. Hízose
proceso contra todos ellos, por el cual, y por sus propias confesiones, los
condenó a muerte de fuego. Consultolo con Cortés, soltó la gente menuda,
quemó los cuatrocientos cautivos y los sesenta señores; llamó a sus hijos y
herederos que lo viesen para que escarmentasen, y luego dioles los señoríos en
nombre del emperador.4 3
Mientras tanto, el pobre adelantado Francisco de Garay, viendo
dispersado su ejército y perdidos sus barcos, decide ir a la ciudad de
México a verse con Cortés, “porque si allí [en Pánuco] lo dejaban
pensaría de ahogarse de enojo”. Cortés lo recibe en la ciudad y juntos
hacen planes para emparentar, casando a un hijo mayor de Garay con
Catalina Pizarro, hija pequeña del conquistador. Y cuando Garay
recibe en la ciudad de México noticias del “grande desbarato” de sus
tropas, entre las que pereció otro hijo suyo “con todo lo que había
traído”, “del grande pesar que hubo —escribe Cortés— adoleció, y de
esta enfermedad falleció de esta presente vida en espacio y término
de tres días” [pp. 220-222]. Era el 28 o 29 de diciembre de 1523.
Como es costumbre, Bernal Díaz refiere la historia con más
pormenores. Francisco de Garay fue muy bien acogido por Cortés y
éste proyectaba encomendarle la pacificación y población del río de
las Palmas. En la ciudad de México se alojó en casa de Alonso de
Villanueva, su antiguo amigo, y allí fue a verlo Pánfilo de Narváez,
otro de los derrotados por Cortés, quien después de su prisión en
Veracruz había sido trasladado a México, donde vivía con cierta
libertad. Bernal Díaz recoge el singular parlamento que dirigió
Narváez, “que hablaba muy entonado”, al desbaratado Garay, como
para explicar las derrotas que ambos habían sufrido y disculpar la
propia:
hágole saber que otro más venturoso hombre en el mundo no ha habido que
Cortés, y tiene tales capitanes y soldados que se podían nombrar en ventura
cada uno.4 4
Refiere luego que Garay intercedió ante Cortés a favor de Narváez,
y que Cortés accedió a dejarlo libre y permitirle volver a Cuba y aun le
dio 2 000 pesos de oro para su viaje. Y cuenta, en fin, los pormenores
de la muerte de Francisco de Garay: la Navidad de 1523 fue a maitines
junto con Cortés, almorzaron luego “con mucho regocijo”; a Garay le
dio el aire y por estar mal dispuesto le vino “dolor de costado con
grandes calenturas” de que murió cuatro días más tarde. Cortés le
guardó luto, aunque no faltó malicioso que dijese que “le había
mandado dar rejalgar en el almuerzo”, lo que considera el cronista
gran maldad de los que tal dijeron.45
RECONOCIMIENTO REAL: CORTÉS GOBERNADOR, CAPITÁN
GENERAL Y JUSTICIA MAYOR. LA CONTIENDA Y SU DESENLACE
Hacia fines de mayo de 1523 recibió Cortés una de sus mayores
satisfacciones y alcanzó su primer triunfo ante el emperador. Su
pariente Francisco de las Casas y su primo Rodrigo de Paz le trajeron
la real cédula,46 firmada en Valladolid el 15 de octubre de 1522, en
que el rey reconocía ampliamente sus hazañas, justificaba su
actuación y lo nombraba gobernador, capitán general y justicia mayor
de la Nueva España. Los portadores de la buena nueva, antes de llegar
a México, y con la mala intención de hacer pública la derrota, se
habían detenido en Santiago de Baracoa, en Cuba, para notificar la
disposición real a Diego Velázquez, con público pregón.47 Ante
aquella proclamación el gobernador de Cuba, dice Bernal Díaz, “de
pesar cayó malo, y de allí a pocos meses murió muy pobre y
descontento”.48 Rodríguez de Fonseca se retiró a su obispado y
murió, dícese que de despecho, el 14 de marzo de 1524.
Éste era el desenlace de una contienda iniciada desde 1518 con la
infidencia de Cortés hacia Velázquez al apropiarse la expedición que
le confiara. Desde el principio, el mayor empeño de Cortés había sido
el de justificar su actuación y dejar de ser traidor para convertirse en
héroe reconocido y premiado por su rey. Los argumentos expuestos
en la primera Relación o Carta del cabildo, del 10 de julio de 1519,
fueron sin duda importantes, aunque sus cartas mayores fueron el
éxito y la magnitud de su conquista, que eran una realidad y se
concretaban en las crónicas que Cortés había enviado y en los tesoros
que recibía el emperador.
Diego Velázquez, el agraviado amo del infidente, ejerció su
venganza con más ira que astucia. Como si Cortés se hubiese llevado
consigo a todos los capitanes capaces, una y otra vez tuvo que recurrir
a los ineficaces. Sabiendo sin duda que Cortés se encontraba en
posesión pacífica de la capital del imperio azteca, y atropellando
imprudentemente la misión pacificadora del oidor Vázquez de Ayllón,
envió la enorme expedición de Pánfilo de Narváez —cuyo costo debió
arruinarlo—, que paró en derrota afrentosa y puso en grave peligro la
conquista de México. La designación de Cristóbal de Tapia, hombre
recto y apocado, como gobernador de Nueva España, no pasó de un
intercambio de argumentos legales, tras de los cuales Tapia optó por
abandonar el campo. Con las acusaciones acumuladas contra Cortés,
Velázquez promovió en Cuba una mal organizada Información, para
remitir al Consejo de Indias, que no tuvo consecuencias
inmediatas.49 Y aun, ya Cortés gobernador y capitán general,
intentará su última venganza incitando la traición de Cristóbal de
Olid, enviado a las Hibueras, con los trágicos resultados conocidos.
Pero tras de Velázquez se encontraba un hombre poderoso en la
política española, el obispo Juan Rodríguez de Fonseca (1451-1524),
que fungía como presidente del Consejo de Indias en el periodo
informal de este cuerpo.50 Este ministro de Indias sin título, hombre
capaz, sin escrúpulos y movido por sus pasiones, tuvo en sus manos
cuantos asuntos se referían al Nuevo Mundo. Los descubridores,
conquistadores y colonizadores de este primer periodo estaban
divididos entre los que disfrutaron su amistad, como Hojeda, Ovando,
Velázquez, Pedrarias y Magallanes, y los que sufrieron su hostilidad,
como Colón, su hijo Diego, Las Casas y Cortés. La afición del obispo
por Velázquez no era desinteresada, pues según denunció Bernal
Díaz,51 el gobernador de Cuba le dio en la isla pueblos de indios que le
sacaban oro; y según López de Gómara, Rodríguez de Fonseca, “se
apasionó por Diego Velázquez por casarle con doña Petronila de
Fonseca, su sobrina”.52 Su enemistad contra Cortés fue el principal
obstáculo que impedía el reconocimiento real de su conquista.
De los procuradores que había enviado Cortés a Castilla desde
1519, había muerto el infortunado Alonso Hernández Portocarrero en
la prisión en que lo puso el obispo Rodríguez de Fonseca. Quedaba
aún Francisco de Montejo. A él se había unido, enviado por Cortés,
Diego de Ordaz. Y se sumaban a sus gestiones en favor del
conquistador, su padre, Martín Cortés, y su primo el licenciado
Francisco Núñez. Favorecía y apoyaba al grupo el duque de Béjar. A
principios de 1522, los procuradores cortesianos fueron a Vitoria a
exponer sus agravios al cardenal Adriano de Utrecht, regente de
Castilla desde 1520, por ausencia del emperador, que se encontraba
en Alemania. Adriano, ya elegido para entonces papa (sería Adriano
VI) desde el 9 de enero, seguía atendiendo los negocios españoles y
recibió a los procuradores. Coincidieron en su visita con la de “un
gran señor alemán… que se decía mosior de Lasao”, dice Bernal Díaz,
que había venido a darle parabienes del pontificado de parte del
emperador. El gran señor tenía noticia de Cortés y de las hazañas de
sus soldados y abogó por su causa. Su Santidad “tomó también muy a
pechos” las quejas de los procuradores y los animó a recusar al
presidente del Consejo de Indias.
Adriano de Utrecht, papa Adriano VI, por Frans van Mieris, 1732.
Bernal Díaz resume los argumentos esgrimidos en este documento
de recusación —aún no descubierto— : obsequios-cohechos de
Velázquez a Rodríguez de Fonseca; falso informe al rey de que el
descubrimiento de Hernández de Córdoba, de tierras de Nueva
España, lo hizo Velázquez; oro de rescate obtenido por Juan de
Grijalva, del cual se dio la mayor parte al obispo y nada al rey; que
tomó todo el presente de oro que Cortés y sus soldados enviaron al
rey con los procuradores Montejo y Hernández Portocarrero, y que las
cartas enviadas al rey las ocultó y escribió otras diciendo que
Velázquez enviaba aquel presente, del cual el obispo se quedó con la
mitad; que puso preso al procurador Hernández Portocarrero, quien
murió en la cárcel; que dio órdenes a la Casa de la Contratación de
Sevilla para que no diesen ninguna ayuda a Cortés; que proveía los
oficios y cargos, sin consultar al rey, con “hombres soeces que no lo
merecían, ni tenían habilidad ni saber para mandar, como fue al
Cristóbal de Tapia”; que por casar a su sobrina con Diego Velázquez
éste le prometió la gobernación de Nueva España; que aprobaba por
buenas las falsas relaciones y procesos que le enviaban los
procuradores de Velázquez, mientras que las de Cortés las “encubría y
torcía y las condenaba por malas”.
Este preciso resumen de Bernal Díaz de los contundentes
argumentos de la recusación de Rodríguez de Fonseca, puestos en
debida forma, fueron entregados en Zaragoza al papa-regente
Adriano, el cual los aprobó y “mandó… al obispo de Burgos que luego
dejase el cargo de entender en las cosas y pleitos de Cortés, ni
entendiese en cosa ninguna de las Indias”. El rey, ya vuelto a Castilla,
“confirmó lo que el Sumo Pontífice mandó”.53
Los negocios cortesianos iban por buen camino, pero aún faltaba
trecho por recorrer. Por aquellos días se reunieron en Castilla varios
agraviados por Cortés y amigos de Velázquez: Pánfilo de Narváez,
Cristóbal de Tapia, Gonzalo de Umbría (al que le cortaron un pie o los
dedos de un pie, en castigo porque se quería alzar con un navío) y
“otro soldado que se decía Cárdenas” (probablemente Luis, el de las
cartas contra Cortés), y junto con los procuradores de Velázquez que
ya estaban en la corte: “un Velázquez”, Benito Martín y Manuel de
Rojas, visitaron a Rodríguez de Fonseca en su retiro de Toro. El
obispo los asesoró debidamente y les aconsejó que presentaran sus
quejas contra Cortés directamente al emperador. Sus acusaciones
fueron principalmente las siguientes: que Velázquez envió a descubrir
y poblar la Nueva España tres veces, con grandes gastos, y que Cortés
se alzó con la armada en que fue por capitán, de cuyos beneficios no
le dio parte alguna; que envió Velázquez a Narváez con 1 400
soldados, 18 navíos, muchos caballos, y con cartas y provisiones
firmadas por el presidente del Consejo de Indias para que Cortés le
diese la gobernación, y que, en lugar de obedecerlo, lo desbarató y le
quebró un ojo y prendió al mismo Narváez y a otros de sus capitanes;
que de nuevo el obispo de Burgos proveyó a Cristóbal de Tapia para
que fuera a tomar la gobernación de las nuevas tierras, y que Cortés
no lo obedeció y lo hizo volver a embarcarse; que había exigido a los
indios de Nueva España mucho oro en nombre del rey, y que lo
encubría y tenía en su poder; que a pesar de sus soldados se había
asignado quinto como rey; que mandó quemar los pies a Guatémuz y
a otros caciques para que dieran oro; que había dado muerte a su
mujer, Catalina Xuárez Marcaida; que no repartió el oro del botín
entre sus soldados y todo lo guardó para sí; que hizo palacios y casas
fuertes que eran tan grandes como una gran aldea, y hacía servir en
ellos a todas las ciudades cercanas a México y traer madera y piedras
de tierras lejanas; que dio ponzoña a Francisco de Garay por tomarle
sus gentes y armada, y “otras muchas quejas y acusaciones.54
Estas acusaciones contra Cortés, tan graves o mayores que las de
su propio bando, debieron escandalizar a Carlos V e irán a ser, años
adelante, la base de las que se presentarán contra el conquistador en
su juicio de residencia.
La resolución del emperador fue prudente ante cuestión tan
enconada. Tenía, por una parte, los agravios contra Velázquez y
Rodríguez de Fonseca, presentados ante el papa-regente Adriano y
avalados por él; y por otra, había escuchado las duras acusaciones
contra Cortés. Como ya Adriano iba a ocupar su papado, Carlos V
constituyó una comisión especial para que viese y determinase en la
contienda, formada por personas de sus consejos y de su real cámara,
presidida por el nuevo canciller del reino, el italiano Mercurino de
Gattinara, y junto a él el señor de Lasao (¿La Chaux?) y el doctor
Rocca, flamencos; Fernando de Vega, comendador mayor de Castilla;
el doctor Lorenzo Galíndez de Carvajal y el licenciado Francisco de
Vargas, tesorero general de Castilla. Estos señores se reunieron en la
casa de Alonso de Argüello, donde posaba el gran canciller, y
escucharon durante cinco días acusaciones y defensas de ambos
grupos de procuradores, leyeron los procesos, y en fin dieron su
sentencia, que fue favorable a la causa de Hernán Cortés. Al mismo
tiempo, mandaron poner silencio a Diego Velázquez en su disputa por
la gobernación de Nueva España, dejándolo en libertad para reclamar
a Cortés sus deudas —lo que nunca hicieron ni él ni sus
descendientes—; aconsejaron al rey que hiciese gobernador de Nueva
España a Cortés, “loando y confirmando todo lo que había hecho en
servicio de Dios y suyo”, pero también mandaron tomar residencia a
Cortés para que se ventilasen las acusaciones en su contra.
Gattinara y los miembros de su comisión llevaron su sentencia y
decisiones a Valladolid, donde se encontraba Carlos V, quien las
aprobó y firmó las cédulas consecuentes.55
Mercurino de Gattinara, canciller de Carlos V, por Frans van Mieris, 1732.
EL CONTENIDO DE LAS CÉDULAS REALES
De acuerdo con los usos legales de la época, Cortés recibió, firmados
por Carlos V y redactados por sus competentes asesores, no uno sino
cinco documentos. Los cuatro primeros son de la misma fecha y
lugar: Valladolid, 15 de octubre de 1522. El último, con instrucciones
sobre tratamiento de los indios, cuestiones de gobierno y recaudo de
la real hacienda, ampliación de uno de los primeros, es del año
siguiente: 26 de junio de 1523. Los cinco forman una unidad: la
instauración del primer gobierno de la Nueva España.56
El primero, el más importante para Cortés, es la cédula en que se le
nombra gobernador, capitán general y justicia mayor de Nueva
España. Los gobiernos político, militar y judicial se entregaban a una
sola persona, todavía sin el contrapeso de las audiencias judiciales
que luego tendrán los virreyes. Junto a él, en este primer sistema
unipersonal de gobierno, sólo existían los oficiales reales, encargados
exclusivamente de cuidar los intereses fiscales de la Corona. Cortés
nombraba lugartenientes de su propia autoridad, alcaldes y regidores
municipales y ejecutores de la justicia. Y por su propia decisión, él
disponía de los indios y de la tierra.
El segundo documento es el primer esbozo de instrucciones de
gobierno, centradas en la preocupación por el adoctrinamiento de los
indios, y el anuncio de envío de los oficiales reales: tesorero,
contador, factor y veedor. Al principio de esta carta, le dice el rey que,
apenas llegado a Santander, el 16 de julio de 1522, dispuso que se
prestara atención a los asuntos de “esas partes”; que “especialmente
quise por mi real persona ver y entender vuestras Relaciones [lo que
indica que antes no se había enterado de ellas] e las cosas de esa
Nueva España, e de lo que en mi ausencia de estos reinos en ella ha
pasado”; que mandó oír a sus procuradores, de Cortés, y a los del
adelantado Diego Velázquez; que quedó enterado de las diferencias
entre ambos y del gran perjuicio que ocasionó la intervención de
Pánfilo de Narváez; que para bien de todos y que para que haga
justicia en estas diferencias las confió a su gran canciller y a su
Consejo de Indias; que ordenó al adelantado Velázquez “que no arme
ni envíe contra vos gente ni fuerza, ni haga otra violencia ni novedad
alguna”; y que, “porque soy certificado de lo mucho que vos en este
descubrimiento e conquista y en tornar a ganar la dicha ciudad e
provincias habéis fecho e trabajado, de que me he tenido e tengo por
muy servido, e tengo la voluntad que es razón para vos favorecer”, lo
ha provisto de los cargos de gobernador y capitán general de la Nueva
España. Estas palabras del rey debieron ser las más gratas para
Cortés, aunque sorprende en ellas que, como lo haría más tarde
Francisco López de Gómara en su Conquista de México, sólo se
resalte la hazaña personal de Cortés y no haya una palabra para sus
capitanes y soldados.
El tercer documento es el primer revés para el nuevo gobernador y
capitán general: la asignación de sueldos que debían pagársele a él y a
sus asistentes inmediatos (físico, cirujano, boticario, escuderos,
peones y un alcalde mayor), a partir de la fecha de la orden. Con algún
retraso, Cortés protestará airadamente por los 360 000 maravedís
anuales (algo más de 1 000 escudos) que se le asignaron:
si a cada uno de los oficiales que agora vinieron se les dieron a quinientos y
diez mil maravedís, no sé yo quién tasó que no merecía yo cuatro tantos que
cada uno, pues tengo yo doscientas veces más costa que todos juntos
escribió al rey al fin de su Carta reservada, del 15 de octubre de
1524.57
Después de haber olvidado a los soldados de la conquista en el
segundo documento, el cuarto, hecho a solicitud de los procuradores
de Cortés, no los enaltece, pero sí procura premiar los servicios, tanto
de conquistadores como de pobladores, mediante concesiones fiscales
(en minas, salinas y derechos de importación de bienes); concesión
para rescatar esclavos que ya lo fueran de los indios, autorización
para nuevos descubrimientos y asignación de auxilios para mancos,
cojos y lisiados; y pide, en fin, que se sugieran a la Corona “en qué
otras cosas Nos podemos hacer merced a los dichos pobladores”.
El último de los documentos de este grupo es el de las
instrucciones que se enviaron a Cortés sobre el tratamiento de los
indios, cuestiones de gobierno y recaudo de la real hacienda, y fue
redactado posteriormente, el 26 de junio de 1523. Muestra un buen
conocimiento de las cosas de Nueva España y cierta tendencia hacia
las soluciones humanitarias y justicieras, en las que se transparentan
las doctrinas de fray Bartolomé de las Casas, buenos propósitos que el
peso de los intereses pronto echará al olvido.
Empieza por insistir en la primacía que debe darse a la
cristianización de los indios y propone al respecto dos ideas prácticas.
La primera, que se comience por el adoctrinamiento de los teúles o
señores principales, pues de esta manera los seguirán los indios
sujetos a ellos. La segunda es la extirpación de la antropofagia y la
solución propuesta es de lascasasiana ingenuidad: que para que los
indios tengan carne que comer se multipliquen los ganados “y ellos
excusen la dicha abominación”. Lo cual ocurrió. Fuera o no para
sustituir la de sus prójimos, los indios se aficionaron mucho a la
carne de puerco.58 Prosigue el punto más importante: considerada la
triste experiencia de la isla Española, en donde la población vino en
gran disminución por haberse dado los indios en encomienda, y
atendida la resolución adoptada por personas de los consejos del
reino y “teólogos religiosos y personas de muchas letras y de buena y
santa vida”, “por ende, yo vos mando que en esa dicha tierra no hagáis
ni consintáis hacer repartimiento, encomienda ni depósito de los
indios della, sino que los dejéis vivir libremente como nuestros
vasallos”.
Continúan estas instrucciones señalándole otras provisiones
tocantes a los indios y a cuestiones de urbanización y organización de
los poblamientos, y en fin, le encarga la búsqueda del estrecho que
comunique los océanos, así como la exploración de la región sur de la
tierra, empresas en las que Cortés se aplicará con gran empeño.
En cambio, respecto al punto principal, que le prohibía los
repartimientos y encomiendas, que Cortés ya había comenzado a
hacer, no lo obedeció en absoluto y parece no haber dado a conocer a
los oficiales estas instrucciones, como se le ordenaba. En la Carta
reservada a Carlos V, del 15 de octubre de 1524, expuso al rey con
“franqueza que a veces toca en atrevimiento”, en frase de García
Icazbalceta, sus motivos para no cumplir la orden: las demandas y la
necesidad de recompensar a sus soldados, la conveniencia estratégica
de mantener a los indios controlados y su creencia de que las
encomiendas liberarían a los pueblos de sus “señores antiguos”. Y
hacia el mismo año de 1524 Cortés expidió unas Ordenanzas para
reglamentar y humanizar las encomiendas.59
La Corona no insistió en el cumplimiento de esta orden y
olvidando su prohibición comenzó a expedir cédulas de encomienda,
tanto a antiguos conquistadores como a recién llegados, y la
institución subsistió hasta el siglo XVIII , como se expuso en el
capítulo III .
Además de la reclamación por el salario discriminatorio y de los
argumentos con que rechazó la prohibición de las encomiendas, esta
Carta reservada de Cortés —que es la exposición más explícita que
escribiera de sus ideas políticas, y de su soberbia al echar a un lado
cualquier idea que no fuese la suya— contiene otros puntos en que
también se opuso y se negó a aceptar las instrucciones de la Corona.
La libre contratación y comercio de los españoles con los naturales,
que se le ordenaba, no la autoriza porque sería causa de abusos y
perjudicial para los indios; la orden para que los indios paguen un
tributo, a fin de que sepan que son vasallos del emperador, no la
cumple porque los indios no tienen ya oro sino sólo los productos de
la tierra con que se sustentan; y la orden para que los alcaldes y
regidores de cada pueblo sean elegidos por los propios vecinos no la
acata porque es conveniente que tales elecciones las sigan haciendo
los gobernadores de cada provincia, para evitar que se favorezca a
amigos y parientes de las antiguas autoridades. En suma, Cortés no
cumple ninguna de las instrucciones reales y además trata de mostrar
la imprudencia de ellas.
Asimismo, muestra su molestia por las trabas que le imponen los
oficiales reales, y pide al emperador que los mantenga en sus propias
funciones fiscales o les deje de una vez todo el gobierno. Y, respecto a
la rebelión de Cristóbal de Olid, anuncia su resolución de ir a
castigarlo, rechazando de paso, con argumentos poco claros, la
imputación de que esta rebelión se asemeja a la que él hiciera años
antes contra Velázquez.
1
Véase Jesús Amaya Topete, Atlas mexicano de la conquista, Fondo de Cultura
Económica, México, 1958, mapa 5.
2 Bernal Díaz, cap. CLX.
3 Ibid., cap. CLXI .
4 Testimonio jurado de Hernán Cortés en su pleito con Pedro de Alvarado,
Toledo, 10 de marzo de 1529, en Documentos, sección V.— Cortés y Alvarado
mantuvieron una amistad firme, y aun en ocasiones tan graves como en la matanza
del Templo Mayor, el conquistador ocultó el nombre de Alvarado para que no se le
culpara. Éste parece ser el único escollo en su relación.
5 Bernal Díaz, cap. CLX.
6 Una comunicación por silbos, semejante a la de los zapotecas, la emplean los
habitantes de la isla de la Gomera, también muy montañosa, en las Canarias. El
“silbo gomero” permite sostener conversaciones. Existe un buen estudio sobre el
tema: Ramón Trujillo, El silbo gomero. Análisis lingüístico, Editorial I, Canarias,
Santa Cruz de Tenerife, 1978.
7 Bernal Díaz, caps. CLXI y CLXIV. En este último dice que la salida de México
de esta expedición fue el 13 de noviembre de 1523, y no el 6 de diciembre, como
dice Cortés.
8 Fray Jerónimo de Alcalá, La relación de Michoacán, edición de Francisco
Miranda, III parte, cap. XXIV, p. 308.— Cervantes de Salazar, lib. VI, cap. XIII .—
Herrera, década IIIª, lib. III, cap. III .— J. Benedict Warren, La conquista de
Michoacán. 1521-1530, trad. por Agustín García Alcaraz, Fimax Publicistas,
Morelia, Michoacán, 1977, cap. II , pp. 30-31.
9 Alcalá, La relación de Michoacán, ibid., p. 309.— López de Gómara, cap.
CXLVIII .
1 0 “Testimonio de la cuenta que fue tomada a Julián de Alderete, primer
tesorero de Nueva España, desde 25 de septiembre de 1521, año de 1522”, AGI ,
Contaduría, leg. 657, núm. 1: extracto en Warren, op. cit., Apéndice 1, pp. 377-378.
1 1 La relación de Michoacán, ibid., p. 310.
1 2 Cervantes de Salazar, lib. VI, caps. XIII -XXVIII .
1 3 “ Información de don Antonio de Huitsimingari”, de 1553, ff. 43v-44, citada
por Warren, ibid., p. 34, n. 30:
A la quinta pregunta dijo que lo que de ella sabe es que antes que el dicho
Cristóbal de Olí, capitán, fuese a poblar y conquistar la dicha provincia de
Mechuacán, por mandado del dicho marqués, fue Antón Caicedos y otros
dos españoles con cierto mensaje del dicho marqués, el cual vio este testigo
que lo trajeron muchos principales indios de la provincia de Mechuacán,
estando el dicho marqués en Cuyuacán, el cual dicho cazonci le envió a
decir que le enviaba aquel presente y lo quería tener por amigo.
14
Se ha seguido, hasta aquí, el relato de La relación de Michoacán, III parte,
caps. XXVI y XXVII .
1 5 “Relación de la plata …”, AGI , Justicia, leg. 223, reproducido en Warren,
Apéndice III, pp. 380-385.
1 6 López de Gómara, cap. CLI .
1 7 Bernal Díaz, cap. CLX.
1 8 Warren, cap. III , pp. 73-75.
1 9 López de Gómara, cap. CLI .— Bernal Díaz, cap. CX.— Felipe Sevilla del Río,
Breve estudio sobre la conquista y fundación de Colima, Colección Peña
Colorada, México, 1973, cap. I , pp. 14-20.
2 0 Instrucción civil y militar de Hernán Cortés a Francisco Cortés para la
expedición a la costa de Colima, 1524, en Documentos, sección II.
2 1 La “ Relación de una visitación”, del 17 de enero de 1525, se publicó en el
Boletín del Archivo General de la Nación, México, 1937, t. VIII, núms. 3 y 4, pp.
365-400 y 541-576, dentro del artículo “Nuño de Guzmán contra Cortés sobre
descubrimientos y conquistas en Jalisco y Tepic. 1531”, probablemente de
Edmundo O’Gorman.
2 2 Gerhard, A Guide to the Historical Geography of New Spain, “Sayula”, pp.
239-242.— Lucía Arévalo Vargas, Historia de la Provincia de Ávalos, virreinato
de la Nueva España, Instituto Jalisciense de Antropología e Historia, Guadalajara,
1979.— Varios autores, “Provincia de Ávalos”, Historia de Jalisco, UNED, Gobierno
de Jalisco, Guadalajara, 1980, t. I, pp. 271-272.
2 3 Pleito del marqués del Valle contra Nuño de Guzmán y oidores sobre
aprovechamientos de los pueblos de Tuxpan, Amula, Zapotlán y Tamazula,
Nueva España, 15 de marzo de 1531-16 de mayo de 1532, en Documentos, sección
VI.
2 4 Existen cinco documentos sobre los envíos que iban en las naves
secuestradas. Los tres primeros se reproducen en Documentos, sección II, por su
interés cultural: Relación del oro, plata, joyas y otras cosas que los procuradores
de Nueva España llevan a Su Majestad, Coyoacán, 19 de mayo de 1522; Memoria
de piezas, joyas, y plumajes enviados al rey desde la Nueva España, y que
quedaron en las Azores en poder de Alonso de Ávila y Antonio de Quiñones
[Sevilla, 1522?], y Memoria de los plumajes y joyas que enviaba Cortés a iglesias,
monasterios y personas de España [Coyoacán, 19 de mayo de 1522?]. Los otros dos
son un “Traslado de lo que hasta el presente ha pertenecido a Su Majestad del
quinto y otros derechos”, de 1522 (CDIAO , t. XII, pp. 260-268), que enumera los
ingresos por el quinto real en el periodo y las sumas mencionadas en el texto, y el
documento que se describe en la nota 26 siguiente.
2 5 Wagner, The Rise of Fernando Cortés, cap. XXIV, p. 401, llama la atención
sobre este punto. Orduña declaró que el tesorero cenó en Veracruz en casa de
Pedro de Ircio y luego se sintió malo; y Niño oyó decir que Alderete “murió de una
ensalada que le dieron al tiempo que quería embarcar”: Sumario de la residencia,
t. I, pp. 441-442 y t. II, p. 137.
2 6 Herrera, década IIIª, lib. IV, cap. I .— En el “Registro del oro, joyas y otras
cosas que ha de ir a España en el navío Santa María de la Rábida”, Veracruz, 22
de junio de 1522 (CDIAO , t. XII, pp. 253-260), se enumeran: la parte del quinto
real que iba en esta nao, 16 021 pesos de oro fundido; dineros propios o para
encargos que llevaban los procuradores Ávila y Quiñones; lo que llevaba Juan de
Ribera, secretario de Cortés, para don Martín, padre del conquistador (5 000 pesos
y joyas), y dineros y joyas personales y para encargos —y por supuesto, la tercera
Carta de relación y los mapas— ; y las pequeñas cantidades que llevaban otros
pasajeros. Al margen de este documento, los oficiales de la Casa de Contratación
de Sevilla anotaron, en los diversos rubros, “lo que ha venido a Sevilla y lo que ha
quedado en las Azores”. Puede suponerse, por ello, que este registro lo es de lo que
pudo salvarse de los piratas.
2 7 Bernal Díaz, cap. CLIX. La fecha que señala para la partida de estas naves,
20 de diciembre de 1522, está equivocada.
2 8 Cervantes de Salazar, Crónica, lib. VI, cap. V.
2 9 Carl Ortwin Sauer, Sixteenth Century North America. The Land and the
People as Seen by the Europeans, University of California Press, Berkeley, Los
Ángeles, Londres, 1971, cap. 4, p. 52. Sauer cita en su apoyo la obra de Eugène
Guénin, Ango et ses pilotes, d'après des documents inédits, tirés des archives de
France, de Portugal et d'Espagne, París, 1901, cap. 2.
3 0 Germán Arciniegas, Biografía del Caribe (1945), Editorial Sudamericana,
Buenos Aires, 6ª ed., 1957, cap. VII , pp. 140-142.— J. C. Brevoort, Verrazano the
Navigator, Nueva York, 1874.
3 1 Bernal Díaz, ibid.
3 2 López de Gómara, cap. CLXIX.— Relación de las cosas de oro que van en un
cajón para Su Majestad, las cuales lleva a su cargo Diego de Soto, ca. 1524.—
Relación de las cosas que lleva Diego de Soto, del señor gobernador, allende de lo
que lleva firmado en un cuaderno de ciertos pliegos de papel, para el rey
[México, 1524], en Documentos, sección II.
3 3 Bernal Díaz, cap. CLXX.
3 4 Herrera, década IIIª, lib. VI, cap. X.
3 5 López de Gómara, cap. CLXIX.
3 6 Bernal Díaz, cap. CLX.
3 7 “Real cédula dando facultades a Francisco de Garay para poblar la provincia
de Amichel, en la costa firme, que con navíos armados por su cuenta para buscar
un estrecho había reconocido”, Burgos, 1521: véase en Manuel Toussaint, La
conquista de Pánuco, El Colegio Nacional, México, 1948, Apéndice 4, pp. 195-201.
Esta obra contiene la mejor exposición acerca de la materia.
3 8 Bernal Diaz, cap. CLXII .
3 9 Pedro Mártir, Décadas del Nuevo Mundo, Octava década, lib. II, t. II, p.
662.— Citado por Wagner, The Rise, cap. XXV, p. 414.
4 0 Provisión de Su Majestad mandando a Francisco de Garay no entrometerse
en la gobernación de Cortés, Valladolid, 24 de abril de 1523, en Documentos,
sección II.
4 1 López de Gómara, cap. CLV.— Bernal Díaz, cap. CLXII .
4 2 Bernal Díaz, ibid.
4 3 López de Gómara, cap. CLVI .— Esta matanza de señores huastecos y el
aniquilamiento de las huestes de Francisco de Garay dieron motivo a acusaciones
contra Cortés en su juicio de residencia de 1529. El escribano Alonso Lucas, que
venía con Garay, refiere los engaños de Cortés de que fue víctima el infortunado
gobernador de Jamaica, cómo la dispersión y desbarato de su ejército fueron
movidos por el conquistador, y relata como testigo la muerte de Garay, después de
la cena de Navidad de 1523 en compañía de Cortés (Sumario de la residencia, t. I,
pp. 275-284). Y García del Pilar, el nahuatlato compañero y denunciante de las
atrocidades de Nuño de Guzmán contra el cazonci de Michoacán, refiere que
Gonzalo de Sandoval engañó a los señores huastecos convocándolos para hacerles
“cierto razonamiento” en Chachapala, y que allí tomó presos a 350 o 400 de ellos; y
que preguntados los señores indios por qué habían muerto a los españoles de
Garay contestaron: “que los mataban porque los indios de México les habían dicho
que el capitán Malinchi, que quiere decir el capitán Hernando Cortés, se lo había
mandado que lo hicieran” (ibid., t. II, pp. 206 y 207).
4 4 Bernal Díaz, cap. CLXII .
4 5 Ibid.
4 6 Real cédula de nombramiento de Hernán Cortés como gobernador y
capitán general de la Nueva España e instrucciones para su gobierno, Valladolid,
15 de octubre de 1522, en Documentos, sección II.
4 7 López de Gómara, cap. CLXVI .
4 8 Bernal Díaz, cap. CLXVIII .
4 9 Información promoida por Diego Velázquez contra Hernán Cortés,
Santiago de Cuba, 28 de junio-6 de julio de 1521, en Documentos, sección I.
50 Demetrio Ramos, “El problema de la fundación del Real Consejo de Indias y
la fecha de su creación”, El Consejo de las Indias en el siglo XVI , Universidad de
Valladolid, 1970, pp. 11-48, ha precisado que desde los años de Colón hacia 1493,
el Consejo de Indias funcionó como una especie de prolongación del Consejo de
Castilla, encabezada por Rodríguez de Fonseca, hasta el 8 de marzo de 1523 en que
se establece formalmente en Valladolid el Real Consejo de las Indias, bajo la
presidencia del cardenal García de Loaisa. Pero así fuera informalmente,
Rodríguez de Fonseca manejó los asuntos de Indias hasta 1523.
51 Bernal Díaz, cap. XVII y CLXVII .
52 López de Gómara, cap. CLXV.
53 Bernal Díaz, cap. CLXVII .
54 Ibid., cap. CLXVIII . En este mismo capítulo recoge pormenorizadamente las
respuestas que dieron los procuradores de Cortés, ante la comisión presidida por el
canciller Gattinara, a cada uno de estos cargos.
55 López de Gómara, cap. CLXVI .— Bernal Díaz, cap. CLXVIII .— Respecto a la
recusación de Rodríguez de Fonseca por los procuradores de Cortés, y a la
comisión presidida por el canciller Gattinara, que escuchó los alegatos de ambos
grupos de procuradores, los documentos directos de estas negociaciones y su
resolución, si existen, no se han publicado o no he llegado a encontrarlos. La
Historia del emperador Carlos V, de fray Prudencio de Sandoval, no los menciona
y en el Corpus documental de Carlos V no hay rastro de ellos. Parece, pues, que las
fuentes aquí mencionadas, López de Gómara y Bernal Díaz, son las únicas
antiguas disponibles. Bernal Díaz, al fin del capítulo citado, explica que conoció
cartas y relaciones de donde tomó los informes que complementan los de López de
Gómara. Cortés no menciona estos hechos. En la primera carta de instrucciones de
Carlos V a Cortés, del 15 de octubre de 1522, dice que mandó oír a los procuradores
de ambas partes.— Herrera, década IIIª, lib. IV, cap. III , y De Rebus Gestis o Vida
de Hernán Cortés (véase en Apéndice de los Documentos), al final, repiten los
datos básicos de esta historia.
56 Real cédula de nombramiento…, Valladolid, 15 de octubre de 1522; Carta de
Carlos V a Hernán Cortés en que: le da instrucciones para el gobierno de Nueva
España y le anuncia el envío de oficiales reales, mismo lugar y fecha; Real cédula
en que se asignan a Hernán Cortés los sueldos y otras concesiones, idem.; Cédula
de Carlos V a Hernán Cortés en que concede prerrogativas a conquistadores y
pobladores y socorro para los inválidos, Vallejo (por Valladolid), misma fecha;
Instrucciones de Carlos V a Hernán Cortés sobre tratamiento de los indios,
cuestiones de gobiemo y recaudo de la real hacienda, Valladolid, 26 de junio de
1523. Los cinco en Documentos, sección II.
El mismo 15 de octubre de 1522 el emperador envió otras cédulas de asuntos
concernientes a la Nueva España, que se encuentran reproducidas al fin del libro
primero de Actas de cabildo de la ciudad de México (t. I, pp. 211-223), junto con
otras de fechas posteriores, las cuales se refieren a los siguientes temas:
– Merced a la Nueva España de las penas de cámara que en ella se condenasen,
por el tiempo de diez años, para que se gasten en caminos, puentes y calzadas.
– Que se informe al rey el número de caballos y yeguas muertos en la guerra
para que pague por ellos a sus dueños, por haber muerto en servicio.
– Que no haya letrados ni procuradores en la Nueva España, por ser los
causantes de los pleitos. Si queda alguno, que se le apliquen fuertes castigos cada
vez que provoque un pleito.
– Que los conquistadores y pobladores de estas partes traigan armas.
57 Carta reservada de Hernán Cortés al emperador Carlos V, Tenustitan, 15 de
octubre de 1524, en Documentes, sección II.
58 Marvin Harris, en Cannibals and Kings. The Origins of Cultures, Random
House, Nueva York, 1977, ha estudiado esta cuestión desde una perspectiva
antropológica y sugiere que las costumbres alimentarias indígenas fueron
respuesta a necesidades de supervivencia.
59 Ordenanzas de Hernán Cortés sobre la forma y manera en que los
encomenderos pueden servirse de los naturales que les fueren depositados, ca.
1524, en Documentos, sección II.
XIII. ORGANIZACIÓN DEL PAÍS. MUERTE DE
CATALINA XUÁREZ
De hoy en cinco años será la más noble y
populosa ciudad que haya en lo poblado
del mundo, y de mejores edificios.
HERNÁN CORTÉS
PRIMEROS PASOS PARA LA ORGANIZACIÓN DE LA NUEVA
ESPAÑA
En aquellos primeros años que siguieron a la conquista de la capital
del imperio azteca —que continúa narrando la cuarta Carta de
relación—, durante los cuales Hernán Cortés y sus soldados fueron
extendiendo su dominio sobre el centro y el sur del país, sólo existía
un rudimento de organización política y jurídica. Cortés era desde
octubre de 1522 el gobernador y capitán general de un territorio
llamado Nueva España, aún impreciso y que se iba ampliando
constantemente. Habíanse designado alcaldes y regidores
municipales en Veracruz, Segura de la Frontera, Espíritu SantoCoatzacoalcos, Medellín, Santisteban del Puerto-Pánuco, Zacatula,
Tzintzuntzan o Huichichila y Colima, algunos de ellos de manera
precaria y como una formalidad circunstancial. El ayuntamiento de la
ciudad de México se constituye probablemente en diciembre de 1522,1
aunque la primera acta formal del cabildo es del 8 de marzo de 1524,
con Francisco de las Casas como alcalde mayor; el bachiller Juan de
Ortega como alcalde ordinario; Bernardino Vázquez de Tapia, Gonzalo
de Ocampo, Rodrigo de Paz, Juan de Hinojosa y Alonso o Juan
Jaramillo como regidores. Las autoridades municipales las nombraba
el gobernador. Habían llegado de Castilla los cuatro oficiales
encargados de recibir y supervisar las rentas reales, y los intereses
espirituales estaban a cargo del mercedario fray Bartolomé de
Olmedo y de tres franciscanos que llegaron posteriormente. La
estructura militar de la conquista y las decisiones del capitán general
seguían prevaleciendo. La organización política y administrativa del
mundo indígena iba siendo sustituida por las encomiendas y
autoridades españolas, en tanto se establecían los cabildos indios.
Al mismo tiempo que Cortés dirige sus múltiples acciones de
nuevas conquistas y de consolidación, se preocupa también por
acciones de gobierno: organizar la edificación y la vida de la ciudad de
México, inspeccionar y asegurar sus dominios, asignar encomiendas,
resolver problemas de industria militar, desarrollar la minería, la
ganadería y la agricultura, enviar el quinto real a España, promulgar
ordenanzas para los poblamientos y solicitar frailes para la
evangelización.
¿Qué cambios experimentó Cortés, ya perdonado y justificado por
el rey e investido de todos los poderes en el gobierno de la Nueva
España? Al parecer, siguió ejerciendo el mando omnímodo que ya se
había dado, con sólo algunos cambios de forma. Sin embargo, el
disfrute de los cargos autorizados lo tuvo por muy poco tiempo, de
mayo de 1523, en que recibe las cédulas reales, al 12 de octubre de
1524, en que abandona la ciudad de México para convertirse en un
expedicionario insensato en el viaje a las Hibueras. Y a su regreso en
1526 se le quitará la vara de gobernador.
De cómo se vestía y trataba Hernán Cortés en 1523, ya gobernador,
hay un curioso testimonio del alguacil Cristóbal Pérez, que vino con
Garay de Jamaica a México, y que recogió Pedro Mártir, quien le
preguntó al respecto:
que lleva un sencillo vestido negro, pero de seda, y que no da muestras de
ostentación, como no sea ir acompañado de numerosos servidores, tales como
mayordomos, administradores, maestros de danza, camareros, porteros,
peluqueros, despenseros y otros cargos semejantes, propios de un gran
monarca. Cortés, donde quiera que va, lleva siempre cuatro caciques, a los
que ha dado caballos, precediendo no obstante, alcaldes y funcionarios de
justicia con sus varas; cuando él pasa póstranse, a la usanza antigua, cuantos
se hallan presentes. Añade nuestro informante —dice Pedro Mártir— que
acoge amablemente a los que le saludan y que prefiere al de gobernador el
título de adelantado, que de ambos le ha hecho merced el emperador.2
Algo había aprendido de Motecuhzoma.
LA NUEVA CIUDAD DE MÉXICO
Cuando se platicó entre los soldados de Cortés en qué lugar se haría
la nueva ciudad, algunos opinaron en favor de Coyoacán o Tezcoco,
mas prevaleció la opinión del capitán general, quien decidió que fuera
en el mismo lugar de la capital indígena, que tenía tanto renombre y
“por la grandeza y maravilloso asiento de ella” [p. 229]. Pocos años
más tarde comenzarían a advertirse los muchos inconvenientes de la
ciudad asentada en una alta cuenca cerrada, rodeada por montañas. Al
modificarse el equilibrio ecológico con la desecación progresiva de los
lagos, vinieron las inundaciones y la necesidad de dar salida a las
aguas con costosas y enormes obras.
La construcción de la nueva ciudad se inició pocos meses después
de la destrucción de la ciudad indígena, probablemente a fines de
noviembre de 1521 o en enero de 1522. “De cuatro o cinco meses acá,
que la dicha ciudad de Temixtitan se va reparando, está muy
hermosa”[p.193], dice Cortés a Carlos V en su tercera Relación, que
firma el 15 de mayo de 1522, aún en Coyoacán. Cuando viene el
infortunado Francisco de Garay a encontrarse con Cortés, en
diciembre de 1523, el conquistador ya puede mostrarle sus palacios
en construcción.3 Y en octubre de 1524 Cortés firma su cuarta Carta
de relación en Tenochtitlán, o Temixtitan como él escribía, lo que
permite suponer que para entonces ya se había trasladado de
Coyoacán a la nueva ciudad.
1880.
Los indios habían sufrido la derrota y el arrasamiento de la ciudad
que habían construido, y ahora tenían que trabajar otra vez para
levantar la nueva ciudad a la usanza española. Refiere Cortés que
procuró que los naturales volviesen a la antigua metrópoli para darle
vida de nuevo, y que entre ellos hay “carpinteros, albañiles, canteros,
plateros y otros oficios”, y que los mercaderes han vuelto a animar el
antiguo mercado, que debió ser el de Tlatelolco, y que se ha
organizado otro para los españoles [pp. 229-231].
Entre los soldados de una de las expediciones de Francisco de
Garay que habían venido a Pánuco en 1520, se encontraba Alonso
García Bravo, que fue herido y se unió a las fuerzas de Cortés. García
Bravo participó en conquistas de la región de Veracruz y en la
pacificación de Tututepec y Tetiquipia. Y, como parecía “haber
realizado ciertos estudios, pues parece conocedor de la geometría,
sobre todo aplicada a la tierra, es decir topografía” —comenta Manuel
Toussaint, uno de sus biógrafos—,4 el “jumétrico” soldado se ocupó
también de dirigir construcciones: un palenque para guarnición de los
soldados en Pánuco y una fortaleza en Veracruz.
Conocedor de estas habilidades de García Bravo, antes de iniciar la
construcción de la nueva ciudad, Cortés decidió encargarle que
hiciese su traza, con sus calles y plazas “como hoy está”, decía el
alarife hacia 1561. Una de las bisnietas de García Bravo promovió en
1604 una “Información de méritos y servicios” de sus antepasados en
la cual uno de los testigos declaró:
De Enciclopedia de México, t. VIII, México, 1974.
que después de ganada esta ciudad de México, vio este testigo que el dicho
Alonso García Bravo, por ser jumétrico y tener buena habilidad, por mandato
del marqués don Hernando Cortés, trazó las calles y plazas y asiento de la
dicha ciudad de México, y se edificó y hizo ni más ni menos que el dicho
Alonso García Bravo lo trazó e que esto vio este testigo, y es notorio que pasó
muy gran trabajo, y también trazó la ciudad de Antequera del valle de
Guaxaca, adonde este testigo tiene dos solares, los cuales le trazó el dicho
Alonso García Bravo y se los dieron por conquistador; e que esto sabe y
responde a la pregunta.5
No conservamos los apuntes ni los planos que haya trazado García
Bravo, pero tenemos un plano que muestra cómo se representaba la
ciudad indígena de Tenochtitlán, el enviado por Cortés al emperador y
publicado por primera vez en Núremberg en 1524,6 y planos de la
ciudad española o más bien mestiza que se llamará México. La
comparación de ambos permite conocer la obra de los urbanistas.7
En la ciudad indígena, el centro del islote lo ocupaba el enorme
recinto sagrado o conjunto ceremonial, rodeado por la muralla
almenada o coatepantli, en el que sobresalían las pirámides gemelas
de Huitzilopochtli y de Tláloc, llamado Templo Mayor. El conjunto,
que contenía cerca de ochenta templos, adoratorios, casas de
sacerdotes, monasterios, escuelas, juegos de pelota, jardines,
arsenales y edificios administrativos y para la impartición de la
justicia, ocupaba un cuadrángulo irregular que se extendía, por el
frente sur que daba a la plaza y a los palacios, un poco hacia dentro de
la plaza actual, por el frente de la catedral y la calle de la Moneda; por
el oriente, hasta Correo Mayor; por el norte, a San Ildefonso y
González Obregón; y por el poniente, a República del Brasil y Monte
de Piedad.
Dibujo de Miguel Covarrubias.
Frente al costado sur del recinto se encontraba el palacio de
Motecuhzoma, en un espacio algo más extenso que el que hoy ocupa
el Palacio Nacional; y en torno a la plaza mayor, que coincide
aproximadamente con la actual Plaza de la Constitución, se elevaban
los palacios y casas de los señores.8
Del centro de este imponente conjunto salían, orientadas a los
cuatro puntos cardinales, las cuatro calzadas principales que ligaban a
la ciudad-isla con las ciudades que bordeaban el lago: al sur la de
Iztapalapa, al poniente la de Tlacopan o Tacuba, al norte la de
Tepeyácac, y al oriente la que llevaba al embarcadero hacia Tezcoco, y
que no llegaba a ser calzada, pues el lago era muy extenso de ese lado.
“Es decir —comenta Toussaint— que desde lejos, cualquiera que fuese
el camino que se siguiera, se veía la enorme mole del templo como
término del viaje y como esperanza del viajero”.9
En torno al gran conjunto ceremonial y a los palacios centrales, y
cruzadas por un laberinto de calles firmes, calles con acequias y
canales, se extendían las que Alfonso Caso llamó parcialidades indias:
Cuepopan (Santa María), Atzacoalco (San Sebastián), Moyotlan (San
Juan) y Zoquiapan (San Pablo), y el antiguo pueblo de Tlatelolco, que
a su vez estaba formado por numerosos barrios; y en la periferia,
chinampas y tulares.10 El área ocupada por la ciudad-isla era reducida
y llegaba por el norte hasta la hoy calzada de Atlampa, por el sur a la
del Chabacano, por el oriente tal vez a la calzada de Balbuena y por el
poniente cerca de Bucareli.11
Plano del ingeniero José R. Benítez, México, 1933.
Sobre las ruinas de la antigua México-Tenochtitlán, bajo la
supervisión de Cortés, el alarife Alonso García Bravo, ayudado por
Bernardino Vázquez de Tapia y dos indígenas, realizaron la “traza” de
la nueva ciudad. En principio, conservaron la plaza mayor y el
emplazamiento de los palacios que la rodeaban por tres lados, y
redujeron considerablemente el enorme espacio que ocupaba el
conjunto ceremonial de los templos, reservando para la iglesia sólo
una cuarta parte aproximadamente, que hoy ocupa la catedral. El
conjunto urbanístico de los antiguos mexicanos se adaptaba de
manera admirable a las ideas españolas: la plaza mayor al centro,
rodeada por la iglesia, los palacios de gobierno y las casas nobles. De
ahí que, con los ajustes necesarios, se aprovechara el emplazamiento
de los antiguos palacios para construir sobre ellos el recinto principal
de gobierno, el ayuntamiento, las casas consistoriales, y se conservara
el espacio de la plaza.
Alrededor de este centro, y apoyándose en los dos ejes norte-sur y
oriente-poniente, formados por las entradas de las antiguas calzadas,
García Bravo diseñó la cuadrícula o damero de la nueva ciudad
española, reservando espacios para las plazas menores y siguiendo en
parte el curso de las acequias principales. La extensión de la traza
primitiva era un poco más pequeña que la ciudad indígena —cuya
superficie se ha calculado en 145 hectáreas—, contenía unas 100
manzanas y sus límites tentativos eran por el poniente San Juan de
Letrán, por el norte Colombia o Perú, por el oriente Leona Vicario y la
Santísima o Jesús María y por el sur San Pablo y San Jerónimo o José
María Izazaga.12
En torno a la primitiva traza, que muy pronto comenzará a
ampliarse, se situaron los nuevos barrios indígenas. “Nos parte un
brazo de agua”, señala Cortés [p. 231].
El conquistador refiere al emperador que, aunque sigue teniendo
preso al señor Cuauhtémoc, ha dado cargos subordinados a varios
señores indígenas y les asignó “señorío de tierras y gente en que se
mantuviesen” [p. 231]. La agricultura comenzaba a restablecerse y
además de los cultivos indígenas se sembraban ya hortalizas
españolas. La primera construcción realizada fue la fortaleza o
Atarazanas, para tener seguros y disponibles los bergantines de la
conquista. Al menos desde 1524, en que consta en las Actas de
cabildo, Alonso García Bravo había sido el alarife y maestro de obras
de la ciudad, especialmente la construcción de las casas del
ayuntamiento. Y el 14 de enero de 1527 el cabildo ordenó mediante un
pregón “que ninguna persona edifique en solar sin que primero le sea
medido y trazado por el dicho Alonso García”. Ya se había iniciado el
reparto de solares a los conquistadores, dentro de los límites de la
traza; y gracias a la mano de obra gratuita se levantaron rápidamente
muchas casas. A cada colono que quería ser vecino de la ciudad y era
aceptado se concedía un solar y dos a los que habían sido
conquistadores,13 y según aparece en los libros de Actas de cabildo, a
menudo se les concedía solar y huerta. La única condición era que
habían de edificar en cierto tiempo, pasado el cual la concesión podía
aplicarse a otro.
Cortés se asignó las Casas Nuevas, o sea el palacio de
Motecuhzoma, sede del Palacio Nacional, y las Casas Viejas, antiguo
palacio de Axayácatl, parte del cual ocupa ahora el Monte de Piedad,
aparte de otras posesiones que fue adquiriendo, como los enormes
terrenos de la Tlaxpana. Sólo las Casas Viejas medían 25 solares, o
sean 44 100 metros cuadrados.14
La ciudad de México hacia 1555. Plano indígena que guarda la Universidad de
Upsala, conocido como de Alonso de Santa Cruz.
Hace notar Orozco y Berra que en estos primeros años de la ciudad
de México, en medio de las nuevas construcciones subsistían las
grandes pirámides del Templo Mayor, así como la de Tlatelolco, y que
muy poco se hizo para la construcción de alguna iglesia, lo cual será
motivo de censura para Cortés en su juicio de residencia.15 Rodrigo de
Castañeda declaró en dicho juicio, en 1529, que cuando los frailes de
San Francisco quemaban cúes o templos indígenas:
Don Hernando Cortés decía que para qué los habían quemado, que mejor
estuvieren por quemar, y mostró tener gran enojo porque quería que
estuviesen aquellas casas de ídolos por memoria.1 6
Lo cual, que tiene visos de cierto, muestra que la destrucción de
monumentos indígenas fue sobre todo obra de los frailes, y que
Cortés alentaba un cierto propósito “arqueológico”, que puede
lamentarse que no se atreviera a realizar.
Cuanto sobresalía de las pirámides fue arrasándose poco a poco,
como si fuera un gran depósito de materiales de construcción para los
nuevos edificios, de lo que dan constancia las piedras labradas que en
algunos de ellos subsisten.
En cuanto a las iglesias, la primera iglesia mayor que existió fue
una muy pequeña que se construyó entre 1524 y 1532. La catedral
actual fue posterior y su construcción muy lenta, pues se extendió de
1573 a 1813. La primera iglesia de los franciscanos se levantó en 1524
y 1525.17
VIAJES DE INSPECCIÓN Y NUEVOS PROYECTOS Y EMPRESAS:
CONSTRUCCIÓN DE BARCOS Y MINERÍA
Después de su viaje a Pánuco y antes de trasladarse de Coyoacán a la
ciudad de México, Cortés hace la primera visita de inspección de sus
dominios hacia Veracruz. Encuentra que el puerto de San Juan de
Chalchicuecan es inconveniente por “los nortes que en aquella costa
reinan”, y buscando otro puerto más seguro encuentra el asiento del
actual puerto de Veracruz, y toma providencias para que se limpie el
estero de Boca del Río, se pueble el nuevo puerto y se haga el camino
entre Veracruz y la ciudad de México [pp. 232-233].
Y sigue pensando en encontrar el estrecho que comunique los
océanos. Proyecta enviar una expedición a reconocer la costa
atlántica, de Pánuco a la Florida, porque tiene “cierta figura” en la que
se indica que por allí se encuentra el tal estrecho, lo que le permitirá
navegar más fácilmente a la Especiería, esto es, al Oriente; y proyecta
también enviar los navíos que construye en el Mar del Sur “en
demanda del dicho estrecho” [pp. 233-235].
Las numerosas expediciones de exploración y de conquista que
Cortés tenía en marcha en estos años requerían muchas armas y
herrajes para los barcos, es decir, metales. El aprovisionamiento
normal a través de las islas de Cuba o de Santo Domingo se lo tenían
copado las diferencias con Diego Velázquez y Rodríguez de Fonseca,
presidente del Consejo de Indias. Cuando Cortés andaba en la
conquista de Pánuco había hecho venir un barco, que naufragó,
cargado de bastimentos, armas y herrajes. Estos últimos escaseaban
tanto que “a la sazón lo pesaban a oro o dos veces a plata” [p. 212]. “Y
porque no hay cosa que más los ingenios de los hombres avive que la
necesidad”, observa Cortés, se puso a buscar en México los metales
que le faltaban para fabricar armas [p. 231].
Encontróse cobre y un artesano le hizo “dos tiros de medias
culebrinas”, que salieron muy buenas; luego advirtieron que les
faltaba el estaño para hacer bronce. Agotaron primero todos los platos
y vasijas disponibles, y al fin, gracias a los naturales de Tasco,
supieron que en esa provincia el estaño se usaba como moneda y que
allí había minas de ese metal, así como de hierro. De esa manera se
inició, con móviles de industria militar, la minería en el México
colonial. Gracias al encuentro de estos metales, Cortés puede resumir
con orgullo que su artillería cuenta ya un total de 35 piezas grandes
de bronce, y de hierro colado hasta 70 piezas. En cuanto a los
materiales para la pólvora, ha encontrado ya bueno y abundante
salitre; y aunque el azufre se sacaba con mucho peligro y esfuerzo de
la boca del Popocatépetl, Cortés espera que se le envíe de España [pp.
231-232].
Otro singular problema de la industria militar fue el de la
construcción de navíos en un puerto del Mar del Sur, esto es, en
Zacatula, sobre la desembocadura del Balsas en el Pacífico, donde
había logrado formar un astillero con numerosos operarios. Refiere
Cortés que todos los elementos necesarios: “velas, cables, jarcia,
clavazón, áncoras, pez, sebo, estopa, betumen, aceite y otras cosas”,
tenían que transportarse por tierra y a lomo de indio desde Veracruz
hasta aquel remoto puerto, distante “doscientas leguas y aun más, y
en parte muy fragosos puertos de sierras, y en otros muy grandes y
caudalosos ríos”. Además, una noche el depósito de Veracruz se
quemó todo y sólo las anclas se salvaron y fue necesario reponerlo.
Quéjase Cortés de que los dichos navíos, con los que proyecta
explorar la costa del Pacífico, le cuestan ya “sin haberlos echado al
agua, más de ocho mil pesos de oro, sin otras cosas extraordinarias”
[p”p. 228-229].
GANDERÍA Y AGRICULTURA
Al final de su cuarta Relación, Cortés pide al emperador que dé
órdenes para que de la isla Española se le permita traer yeguas y otras
cosas que se puedan multiplicar, porque en dicha isla se ha prohibido
su exportación, a fin de que siempre “tengamos necesidad de
comprarles sus ganados y bestias y ellos nos los vendan por precios
excesivos”. Y le encarece también que se le envíen semillas de plantas
de España para aprovechar “el aparejo que en esta tierra hay de todo
género de agricultura”, y considerando que estos cultivos fomentarán
el aumento y el arraigo de la población española [p. 240].
La actividad de Cortés en la ganadería y la agricultura fue mucho
más amplia de lo que parece por estas peticiones de su Relación. El
cronista mayor de las Indias, Antonio de Herrera, llegó a ser gran
admirador de Cortés y de sus empresas, y en un pasaje de su extensa
Historia general hizo grandes elogios de la nueva ciudad de México,
de su amplitud, fertilidad y temple, hasta llegar a decir: “y fue México
la mayor ciudad del mundo”. Y por lo que se refiere a cuanto hizo
Cortés para mejorar la población y su economía, escribió:
Para mejor asentar esta población hizo Hernando Cortés que muchos
castellanos llevaran sus mujeres, y tuvo forma para que acudiesen otros
casados, y fueron muchos, y entre ellos el comendador Leonel de Cervantes.
Llevó siete hijas que se casaron rica y honradamente. Envió por vacas,
puercas, ovejas, cabras, yeguas, a las islas de Cuba, Española, San Juan de
Puerto Rico y Jamaica; envió por cañas de azúcar, moreras, pera, seda,
sarmientos y otras muchas plantas. Dio orden que se llevasen de Castilla
armas, hierro, artillería, pólvora, herramienta y fraguas para sacar hierro, y
por simientes. Labró dos culebrinas y otras piezas de otra manera, y no hizo
más porque había poco estaño, y muy caro, y halló después vena de ello y de
hierro… hizo buscar minas de oro y plata, y halló muchas y ricas. Mudó el
puerto y descargadero que hacían las naves a la Vera Cruz, a San Juan de
Ulúa, en un estero que tiene una ría para barcas más seguro. Y allanó el
camino de allí a México, para que pudiese ir recua. Y luego se fue
encaminando y acrecentando todo, de manera que multiplicó en breve
tiempo, porque creció el trato. Acudieron oficiales de seda, paño, vidrio;
púsose la estampa [imprenta], fabricose moneda, fundose el estudio
[escuelas], con que vino a ennoblecerse aquella ciudad, como cualquiera de
las más ilustres de Europa.1 8
Entresacando de este exaltado elogio las noticias referentes a los
inicios de la ganadería y agricultura en la Nueva España, noticias que
luego ampliará Lucas Alamán,19 puede concretarse lo siguiente.
Cortés, que recordaba que la ganadería le dio en Cuba su primera
fortuna, y que sabía de ella, se preocupó mucho por su desarrollo.
Obstáculos como la prohibición de importar yeguas de la Española
debieron superarse y pronto él mismo y muchos otros tuvieron crías
de vacas, caballos, ovejas y puercos. En el Arancel para los venteros
del camino de Veracruz a México, que expide Cortés hacia 1524,20 ya
se incluye carne de puerco al mismo precio que la de venado de la
tierra. Años más tarde, en 1555, el comerciante inglés Roberto
Tomson, que viajó por Nueva España, se sorprende de la baratura de
los precios y la abundancia de alimentos en la ciudad de México,
resultado de aquellos afanes cortesianos de los años veinte:
En cuanto a los víveres —observa Tomson—, como vaca, carnero, gallina,
capones, codornices, pavos y otros semejantes, son todos muy baratos, a
saber: un cuarto de vaca, que es cuanto puede traer a cuestas un esclavo
desde la carnicería, vale cinco tomines, que son cinco reales de plata y hacen
justo dos chelines y seis peniques de nuestra moneda; un carnero gordo vale
en la carnicería tres reales solamente, o sean dieciocho peniques. El pan es
tan barato como en España, y todas las frutas, como manzanas, peras,
granadas y membrillos, se consiguen a precios moderados.2 1
Los caballos, aunque no a precios tan elevados como los que tenían
en los años de la conquista,22 siguieron siendo caros durante todo el
siglo XVI (cien o doscientos pesos). Cortés tenía cría de caballos en
Tlaltizapan, que en su Testamento dejó a su hija Catalina Pizarro
(cláusula 29). Años más tarde, las cabalgaduras eran abundantes
aunque seguían siendo muy apreciadas. Otro viajero inglés, Juan de
Chilton, que recorrió buena parte de la Nueva España entre 1568 y
1570, refiere que en Santiago de los Valles, en la región Huasteca, se
criaban robustas mulas “que llevan a todas partes de las Indias y
hasta al Perú, porque en ellas se acarrean todas las mercancías”.23 A
partir de 1540 el desarrollo de bovinos y ovinos fue tan abundante
que creó múltiples problemas a las sementeras indígenas, que
pisaban y destruían.24
El desarrollo de nuevos cultivos agrícolas promovido por Cortés
fue acelerado y variado, tanto en sus propias tierras como en las de
otros conquistadores y pobladores. La caña de azúcar se cultivó en
Tuxtla, en la costa veracruzana, y en sus propiedades de Cuernavaca y
Cuautla, sobre todo en el ingenio de Tlaltenango. En estas tierras,
Cortés cultivaba, además, trigo, frutales, moreras y viñedos, y tenía
criaderos de caballos, vacas, ovejas, puercos y gallinas. Él fue,
también, uno de los iniciadores de la complicada industria de la seda.
En sus tierras de la región de Cuernavaca tenía numerosos campos de
moreras o morales, y en 1523 y 1530 —a su regreso de España— se
empeñó en aclimatar simientes de gusanos de seda e hizo venir
expertos en esa industria. En Yautepec construyó una casa para el
cuidado de los capullos y el hilado de la seda. La primera producción
efectiva de seda debió ocurrir en la primavera de 1546, un año antes
de la muerte de Cortés y cuando él se encontraba ausente.25
Parece haber cultivado y exportado también algodón. Alamán cita
un fragmento de carta de Cortés a su apoderado García de Llerena,
escrita en Yautepec el 13 de agosto de 1532, en la que le dice: “En lo
del algodón no es menester hablar de eso, pues yo lo tengo de dar
puesto en la Veracruz; de allí adelante vaya a Castilla de mi riesgo”.26
LLEGADA Y MUERTE DE CATALINA XUÁREZ MARCAIDA
Que Cortés haya omitido en la cuarta Relación la llegada de los dos
grupos de religiosos franciscanos parece sólo descuido; pero que haya
callado cualquier referencia a la llegada y muerte de su primera
esposa, Catalina Xuárez (Juárez o Suárez) Marcaida, parece omisión
voluntaria, si no es que entraba dentro de los asuntos menores de que
no se ocupaba en sus Cartas de relación.
Bernal Díaz refiere lo esencial con notable discreción: en agosto de
1522, el capitán Gonzalo de Sandoval, que andaba en conquistas por
tierras de Coatzacoalcos, recibió noticias de que había llegado de
Cuba, al cercano río de Ayagualuico, una nave en la que venía
Catalina Xuárez Marcaida, mujer de Cortés, acompañada por su
hermano Juan y otras muchas señoras e hijas y hasta una abuela.
Sandoval y los suyos fueron por el grupo, lo alojaron en
Coatzacoalcos, previnieron a Cortés y, cumpliendo sus instrucciones,
lo condujeron a México. El conquistador parecía ya olvidado de su
matrimonio en Cuba y acaso no le gustó tan copiosa visita. Con todo,
ordenó que se hicieran a la comitiva festejos en el camino, y a su
llegada “hubo regocijo y juegos de cañas” y la instaló en Coyoacán.
Bernal Díaz concluye su relato como sigue:
y de allí a obra de tres meses que había llegado, oímos decir que la hallaron
muerta a doña Catalina Xuárez de asma una noche, y que habían tenido un
banquete el día antes y en la noche, y muy gran fiesta, y porque yo no sé más
de esto que he dicho no tocaremos más en esta tecla. Otras personas lo
dijeron más claro y abiertamente en un pleito que sobre ello hubo el tiempo
andando en la Real Audiencia de México.2 7
La muerte de Catalina Xuárez ocurrió en Coyoacán el 1° de
noviembre de 1522. Al parecer, desde el principio comenzaron las
habladurías de que Cortés la había asesinado. Años más tarde, en
enero de 1529, cuando ya gobernaba la primera Audiencia que
presidía Nuño de Guzmán, enemigo de Cortés, y cuando éste se
encontraba en España, se inició formalmente el juicio de residencia
contra el conquistador. En el curso del juicio, y aunque el tema no
estaba incluido en el interrogatorio, dos de los testigos, Juan de
Burgos y luego Antonio de Carvajal, contribuyeron con la novedad de
que Cortés dio muerte a su mujer Catalina Xuárez. Para seguir ese
hilo, se llamó a una averiguación complementaria a varias mujeres
testigos, que habían estado cerca de los hechos. Todo esto,
debidamente alentado por Guzmán, Matienzo y Delgadillo, presidente
y oidores de la primera Audiencia, movió a la madre y al hermano de
la difunta Catalina a iniciar un proceso criminal, paralelo al juicio de
residencia, acusando a Cortés de haber dado muerte a su primera
esposa. El proceso es un pintoresco chismorreo de criadas que, a
pesar de su inconsistencia jurídica, consigue persuadir de la
culpabilidad de Cortés. Las y los testigos refirieron que, en la fiesta de
aquella noche, doña Catalina y don Hernando tuvieron cierto
altercado después del cual la señora se retiró llorosa a su habitación, y
que poco después que don Hernando se reuniera con ella, éste dio
voces diciendo que ella había muerto. En sus declaraciones, las
criadas de doña Catalina insinuaron y aun afirmaron que fue
“ahogada” por Cortés y que no murió de su propia muerte. Además,
don Hernando no permitió que un fraile revisara el cadáver. Pese a
que el Consejo de Indias no llegó a dar un fallo sobre el juicio y que la
causa quedó sobreseída, la fama pública y los adversarios de Cortés lo
han considerado responsable de este crimen.
Un poco más tarde, los parientes de Catalina promovieron otro
juicio reclamando al conquistador las joyas de la esposa muerta y los
bienes gananciales habidos en el matrimonio, asunto que quedó
finiquitado, años después, disponiendo el pago de una cantidad
moderada y muy inferior a la solicitada.28
Henry R. Wagner ha propuesto dos conjeturas interesantes
respecto a este misterio de la venida y muerte de Catalina.
Después de la conquista —escribe—, Juan Xuárez [hermano de Catalina y
antiguo amigo de Cortés] volvió a Cuba y creo que recibió dinero de Cortés
para traer a Catalina a México. Habían estado separados por más de tres
años, y ya que Cortés estaba apremiando a sus compañeros a traer a sus
familias a México, él debió sentirse obligado a dar el ejemplo.2 9
Por otra parte, Wagner hace notar con perspicacia que, durante el
breve tiempo de la estancia de Catalina en México —de julio-agosto al
1º de noviembre de 1522—, nació probablemente Martín, el hijo de la
Malinche y de Cortés, lo que se calcula que ocurrió entre 1522 y 1523.
El inusitado entusiasmo amoroso de Cortés por su primer hijo varón
debió provocar los celos de Catalina, que no había tenido hijos.
Catalina reprochaba por ello continuamente a Cortés — acaso
diciéndole que el niño era un bastardo e hijo de una india, añado— , y
éste, de temperamento iracundo, la estranguló en un momento de
exasperación.30 Pudo ser así.
EXPEDICIÓN DE OLID A LAS HIBUERAS
Cortés tenía noticias de la riqueza de “la parte o cabo de las
Hibueras”, la actual Honduras, y de que “en opinión de muchos
pilotos”, “por aquella bahía sale estrecho a la otra mar” [p. 214],
estrecho cuya existencia había sugerido el piloto Juan de la Cosa
desde 1500 y el cual se buscaba afanosamente. Desde los días del
problema con Francisco de Garay tenía proyectado el envío de una
expedición hacia las Hibueras que al fin organizó y despachó, el 11 de
enero de 1524, al mando de uno de sus mejores capitanes, Cistóbal de
Olid: cinco navíos y un bergantín, 400 hombres, artillería, armas y
municiones, y 8 000 pesos de oro para comprar en Cuba caballos y
bastimentos [pp. 214-215].31
Tan ambiciosa y costosa expedición tenía el encargo de reconocer
la costa atlántica de aquellas tierras, encontrar un puerto,
establecerse en él, y sobre todo, buscar aquel estrecho que se tenían
noticias de que existía en la bahía de la Ascensión [p. 225].
Por última vez, y a pesar de la prohibición real que ya había
recibido, Diego Velázquez iba a intentar cobrar a Cortés el viejo
agravio. Gonzalo de Salazar, funcionario real, llegó a México en
aquellos días y refirió a Cortés que a su paso por Cuba había sabido
que Velázquez estaba en tratos con Cristóbal de Olid y que habían
convenido alzarse con las nuevas tierras que el último iba a explorar.
Cortés, al saberlo, explota y pierde la cabeza. Su primera reacción
es contra el gobernador de Cuba, y no tiene escrúpulos en anunciarle
a Carlos V, en su cuarta Relación:
Yo me informaré de la verdad, y si hallo ser así, pienso enviar por el dicho
Diego Velazquez y prenderle, y preso, enviarle a Vuestra Majestad; porque
cortando la raíz de todos los males, que es este hombre, todas las otras ramas
se secarán y yo podré más libremente efectuar mis servicios comenzados y los
que pienso comenzar [p. 237].
Las consecuencias de esta ira van a ser largas y darán origen a una
de las acciones más desastradas de Cortés, materia principal de la
quinta y última Carta de relación, y probablemente a la decisión de la
Corona de iniciar el juicio de residencia para aplacar a aquel caudillo
peligroso.
PRINCIPIOS DE LA EVANGELIZACIÓN
Una vez establecido el dominio de la ciudad capital y en buena
marcha el del resto del territorio, Cortés comienza a pensar en la
necesidad de que se organice formalmente la evangelización de los
naturales, tanto por razones religiosas —la salvación de las almas y la
extensión de la cristiandad— como prácticas, ya que era obvio
comprender que la cristianización de los índigenas era la base
indispensable para la implantación de la cultura española-europea y
para la sujeción de la población india.
Casi al final de su cuarta Relación Cortés dice a Carlos V:
Todas las veces que a Vuestra Sacra Majestad he escrito, he dicho a Vuestra
Alteza el aparejo que hay en algunos de los naturales de estas partes para se
convertir a nuestra santa fe católica y ser cristianos; y he enviado a suplicar a
Vuestra Cesárea Majestad, para ello, mandase proveer de personas religiosas
de buena vida y ejemplo [pp. 237-238].
A pesar de lo que dice, ésta es la primera vez que se ocupa de ello,
cuando ya es oportuno hacerlo. Y hace peticiones concretas: quiere
que a México vengan frailes franciscanos y dominicos para que se
ocupen de la conversión de los naturales, y no quiere ni obispos ni
prelados porque teme que seguirían su costumbre de gastar los
bienes de la Iglesia “en pompas y en otros vicios” [pp. 238-239]. Años
más tarde, estas ideas serán muy gratas a franciscanos como
Gerónimo de Mendieta, que se oponía a las pompas eclesiásticas y,
sobre todo, a compartir con el clero secular sus tareas. Cortés
informa, en fin, al emperador que desde el año de 1523 ya se han
comenzado a percibir diezmos en Medellín, en Veracruz y en la ciudad
de México, y que están disponibles para sufragar la construcción de
iglesias y monasterios.
Cortés hace esta solicitud en su cuarta Relación, que firma “en la
gran ciudad de Temixtitan de esta Nueva España, 15 días del mes de
octubre de 1524 años”. Es, pues, extraño que no mencione a los dos
grupos de franciscanos que, como ya se dijo, habían llegado a México
en el periodo que cubre esta carta: a los tres flamencos, fray Juan de
Tecto, fray Juan de Aora y al lego fray Pedro de Gante, que llegaron a
Veracruz el l3 de agosto de 1523; y al famoso grupo de los Doce,
encabezados por fray Martín de Valencia y en el que venían Motolinía
y otros renombrados, que llegó a Veracruz el l3 de mayo de 1524,
franciscanos a los cuales Cortés y sus soldados, acompañados por
Cuauhtémoc y otros señores indios, recibieron con gran acatamiento,
como lo relata Bernal Díaz.32 Los franciscanos, a quienes luego se
unieron dominicos y agustinos, pusieron las bases para la
cristianización de los indígenas, combatieron con celo que hoy nos
parece excesivo las idolatrías, realizaron una memorable labor en la
investigación de las lenguas y de la cultura de los pueblos del México
antiguo, iniciaron la nueva educación y el adiestramiento en oficios
europeos de los naturales e hicieron mucho por la humanización del
trato a los vencidos.
Los franciscanos en especial, como apunta J. H. Elliott, debieron
inspirar a Cortés las críticas al mundanismo, pompa y avaricia de los
clérigos seculares, antes mencionadas, y lo hicieron concebirse a sí
mismo como el escogido por Dios, en un momento vital de la
ordenación de la historia universal, para convertir a la fe cristiana a
millones de naturales, haciendo posible la realización del
“milenarismo” franciscano. Elliott añade que pudo ser fray Juan de
Tecto, teólogo y antiguo confesor de Carlos V, y uno de los dos
franciscanos que acompañaron a Cortés a las Hibueras, quien
transmitió al conquistador las ideas del imperio universal cristiano y
las corrientes del pensamiento erasmista, y quien pudo sugerirle la
posibilidad de extender su acción a través del Pacífico, al Oriente,
como lo ofrecerá Cortés al emperador al fin de su quinta Relación.33
ORDENANZAS
PARA
DISPOSICIONES
LOS
POBLAMIENTOS
Y
OTRAS
La última medida de gobierno que realiza Cortés en el periodo de que
da cuenta su cuarta Relación es de gran importancia, ya que es el
primer intento de legislación para regular la vida de las nuevas
poblaciones. Cortés se refiere a estas Ordenanzas, del 20 de marzo de
1524, como sigue:
como a mí me convenga buscar toda la buena orden que sea posible para que
estas tierras se pueblen, y los españoles pobladores y los naturales de ellas se
conserven y perpetúen, y nuestra santa fe en todo se arraigue… hice ciertas
ordenanzas y las mandé pregonar [p. 241].
Añade Cortés —quien le envía copia de ellas al emperador— que
han causado cierta inconformidad las disposiciones que obligan a los
españoles a “arraigarse en la tierra”, porque todos los más tenían el
pensamiento de hacer en México lo que habían hecho en las islas,
“esquilmarlas y destruirlas, y después dejarlas”, lo cual quiere Cortés
evitar, con las pasadas experiencias, en esta tierra que es “de tanta
grandeza y nobleza”.34
Estas Ordenanzas de buen gobierno son notables para su tiempo y
circunstancias. Disponen los deberes de tipo militar y defensivo que
deberán cumplir los españoles con repartimiento de indios, y los
cultivos que deberán hacer; declaran su obligación de prohibir las
idolatrías de los naturales, de enviar a los hijos de éstos a
adoctrinarse e instruirse con los frailes, curas o personas principales y
de pagar una persona para “industriar” a los muchachos; prohíben
que los españoles pidan oro a los indios; exigen que quienes tengan
indios en encomienda residan en la Nueva España un mínimo de
ocho años, condición necesaria para no quitarles los indios; mandan
que los casados traigan a sus mujeres de Castilla en un plazo de año y
medio, y que los solteros se casen en el mismo plazo, ofreciendo
ayuda a quienes no tengan recursos para hacerlo; disponen que todos
construyan sus casas, y ofrecen, en fin, apoyo a las reclamaciones de
cuantos se consideren indebidamente recompensados.
Considerando las peculiaridades morales y políticas de la época, y
la justificación que el conquistador supone que le asiste, estas
Ordenanzas tienden fundamentalmente a transformar la conquista en
poblamiento definitivo, y a arraigar la implantación de su propia idea
de civilización en el territorio dominado.
De alrededor de 1524 es el Arancel dado por Cortés para los
venteros del camino de Veracruz a México, interesante por mostrar
que en años tan tempranos ya existían ventas en este camino y en qué
proporción se encarecían los productos con su transporte. El Arancel
dispone que el vino se cobre a medio peso el azumbre (dos litros) en
el puerto y hasta diez leguas de distancia, y que aumente medio peso
por cada diez leguas de alejamiento. Muestra también que, además de
los productos de la tierra, ya eran comunes, como antes se mencionó,
los puercos y las gallinas y sus huevos. Y aun se preocupan estas
disposiciones por mandar que los corrales de estos animales no estén
entre las bestias.35
También de alrededor de 1524 son las Ordenanzas para el buen
tratamiento de los indios que fueren depositados a los
encomenderos.36 Ya se ha señalado que Cortés había recibido
instrucciones (20 de julio de 1523) del emperador para que no
hubiese encomiendas en la Nueva España, que no acató dichas
instrucciones, que en la Carta reservada a Carlos V, del 15 de octubre
de 1524, explicó sus razones para dar las encomiendas y que aun
expidió las presentes disposiciones para reglamentarlas. Estas
Ordenanzas son un intento para humanizar la servidumbre
obligatoria a la que se llamó encomienda.
CRONOLOGÍA (TENTATIVA) DE ESTA ETAPA
1521
Fines de noviembre o Se inicia la construcción de la nueva ciudad de
enero siguiente
México.
1522
Principios de año
El regente de Castilla y nuevo papa, Adriano
VI, escucha a los procuradores de Cortés y los
ayuda a recusar a Rodríguez de Fonseca,
presidente del Consejo de Indias.
22 de febrero
El soldado Parrillas inicia la exploración de
Michoacán
15 de mayo
Fecha de la tercera Carta de relación en
Coyoacán.
Mediados de año
Carlos V nombra una comisión, presidida por
el canciller Gattinara, para que decida la
contienda entre Cortés y Velázquez, la cual
falla a favor de Cortés.
17 de julio
Llega a Michoacán la expedición al mando de
Cristóbal de Olid.
Hacia julio
Los procuradores Quiñones y Ávila salen de
Veracruz rumbo a España con un tesoro que
envía Cortés al rey. Será robado por piratas
franceses. Envía también la tercera Relación
que llega a su destino.
Julio/agosto
Llega cerca de Coatzacoalcos Catalina Xuárez
Marcaida, primera mujer de Cortés.
Septiembre
Llega a Pánuco Juan Bono de Quejo, enviado
de Velázquez. Va a ver a Cortés a Coyoacán y
se vuelve a Castilla.
15 de octubre
Carlos V firma real cédula nombrando a Cortés
gobernador, capitán general y justicia mayor
de Nueva España. Con la misma fecha envía
Instrucciones, Asignación de sueldos y
Prerrogativas para conquistadores y
pobladores.
1° de noviembre
Muere Catalina Xuárez en Coyoacán.
Diciembre
Se constituye el primer cabildo de la ciudad de
México.
1523
Enero
Llega Cortés a Pánuco a pacificar la Huasteca.
Va a Veracruz y cambia el puerto de
Chalchicuecan a cerca de Boca del Río.
Mayo
Cortés recibe en la ciudad de México la cédula
real que lo nombra gobernador, capitán
general y justicia mayor.
26 de junio
Instrucciones de Carlos V a Cortés sobre
tratamiento de indios y cuestiones de
gobierno.
Mediados de año
Comienza a habitarse la nueva ciudad de
México.
13 de agosto
Llegan a Veracruz los tres franciscanos
flamencos, Tecto, Aora y Gante.
28/29 de diciembre
Muere en la ciudad de México Francisco de
Garay.
1524
11 de enero
Sale de Veracruz la expedición al mando de
Cristóbal de Olid para explorar las Hibueras.
Principios de año
Llegan a México los oficiales reales: Alonso de
Estrada, tesorero; Rodrigo de Albornoz,
contador; Gonzalo de Salazar, factor, y
Peralmíndez Chirinos, veedor.
8 de marzo
Primera Acta del cabildo del ayuntamiento de
la ciudad de México: Francisco de las Casas,
alcalde mayor; bachiller Juan de Ortega,
alcalde ordinario; Bernardino Vázquez de
Tapia, Gonzalo de Ocampo, Rodrigo de Paz,
Juan de Hinojosa y Alonso (o Juan) Jaramillo,
regidores.
20 de marzo
Ordenanzas de Cortés para poblamientos.
13 de mayo
Llega a Veracruz el grupo de los doce
franciscanos encabezado por fray Martín de
Valencia. Entre ellos viene fray Toribio de
Benavente o Motolinía. El 17 o 18 de junio
llegan a la ciudad de México.
Principios de junio
Cortés envía cuatro navíos con 150 soldados a
las Hibueras, al mando de Francisco de las
Casas, para castigar la infidencia de Cristóbal
de Olid.
25 de julio
Fundación de Santiago de Guatemala por
Pedro de Alvarado.
Comienza a construirse en la ciudad de México
la primera Iglesia Mayor y la primera iglesia
de los franciscanos.
1
Guillermo Porras Muñoz, Ei gobierno de la ciudad de México en el siglo XVI ,
UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1982, p. 30.
2 Pedro Mártir, Octava década, lib. III, t. II, pp. 670-671.— Wagner, The
Rise…, cap. XXV, p. 414, señaló el interés de este pasaje.
3 Bernal Díaz, cap. CLXII .
4 Ingeniero José R. Benítez, Alonso García Bravo, planeador de la ciudad de
México y su primer Director de Obras Públicas, Publicaciones de la Compañía de
Fomento y Urbanización, México, 1933.— Manuel Toussaint, “Introducción”,
Información de méritos y servicios de Alonso García Bravo, alarife que trazó la
ciudad de México, UNAM, Instituto de Investigaciones Estéticas, México, 1956, pp.
9-10.— Es extraño que don Manuel Toussaint no haga ninguna referencia al
importante folleto del ingeniero Benítez, quien manejó el mismo documento del
Archivo de Indias que él dio a conocer completo, paleografiado por J. I. Mantecón.
Llama también la atención que no haya consultado las Actas de cabildo, en las que
hay interesantes referencias al alarife García Bravo.
5 Información…, op. cit., p. 46.
6 En el capítulo X de la presente obra se ha hecho un análisis detenido de este
primer plano de la ciudad de México.
7 Planos de la ciudad de México. Siglos XVI y XVII . Estudio histórico,
urbanístico y bibliográfico, por Manuel Toussaint, Federico Gómez de Orozco,
Justino Fernández, Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad
Nacional Autónoma, México, 1938.
8 Ignacio Marquina, El Templo Mayor de México, Instituto Nacional de
Antropología e Historia, México, 1960.
9 Toussaint, “Introducción”, p. 12.
1 0 Alfonso Caso, “Los barrios antiguos de Tenochtitlan y Tlatelolco”, Memorias
de la Academia Mexicana de la Historia, México, enero-marzo de 1956, t. XV,
núm. 1, pp. 7-63, con cinco planos.
1 1 Marquina, op. cit., p. 25.
1 2 Benítez, op. cit., pp. 17-18. —Toussaint, “Introducción”, p. 20, n. 12.— Lucas
Alamán, “Octava disertación”, Disertaciones, ed. Jus, t. II, p. 60, es el primero en
proponer estos límites como sigue:
Para proceder con regularidad en la forma y distribución de la nueva
ciudad, se formó un plano, o como en el Libro de cabildo se le llama, una
traza, que aunque no se ha conservado, por los datos que hoy podemos
recoger, era un cuadro que abrazaba todo el espacio que limitaba al oriente
la calle de la Santísima y las que siguen en su misma dirección; al sur la de
San Jerónimo o de San Miguel; al norte la espalda de Santo Domingo, y al
poniente la calle de Santa Isabel [San Juan de Letrán].
Orozco y Berra (Historia antigua. Conquista, lib. III, cap. X, n.7) discrepa de
Alamán en la delimitación al norte, ya que inicialmente la iglesia y convento de
Santo Domingo se establecieron al lado, en el lugar del palacio de la Inquisición.
1 3 Actas de cabildo, 14 de enero de 1527: A Garcia Bravo se pagaban 150 pesos
de oro anuales. A partir del 14 de abril de 1527, según las mismas Actas, lo
sustituyó Rodrigo de Pontecillas “como maestro de las obras del concejo”, por
haber aceptado rebajar su sueldo a l00 pesos de oro. A Garcia Bravo se le dio un
solar en la ciudad y se le recibió como vecino en 1531.— Benítez, op. cit., p. 22—
Alamán, “Octava disertación”, op. cit., t. II, p. 161.— Un solar medía 50 varas por
lado, esto es, tenía 1 764 metros cuadrados.
1 4 Sobre las Casas Viejas de Cortés véase nota 7 a la Tasación y autos de las
casas que tenía el marqués del Valle en la ciudad de México, junio de 1531, en
Documentos, sección VI.
1 5 Orozco y Berra, Historia antigua, ibid.
1 6 Sumario de la residencia, t. I, p. 232.
1 7 Manuel Toussaint, La Catedral de México y el Sagrario Metropolitano. Su
historia, su tesoro, su arte, 2a. ed., Editorial Porrúa, México, 1973, Segunda parte,
p. 17.
1 8 Herrera, década IIIª, lib. IV, cap. VIII .— Herrera tuvo acceso a numerosas
crónicas y relaciones, incluyendo las Cartas de relación de Cortés, como aqui se
transparenta. En su entusiasmo, atribuye al conquistador fundaciones como la
Casa de Moneda, la imprenta y el estudio (escuelas, Universidad), que se deben al
primer virrey, Antonio de Mendoza, y a fray Juan de Zumárraga.
1 9 Alamán, “Sexta disertación”, op. cit., t. II, pp. 55-67.
2 0 Arancel dado por Hernán Cortés a los venteros del camino de Veracruz a
México, ca. 1524, en Documentos, sección II.
2 1 “Viaje de Roberto Tomson, comerciante”, Relaciones de varios viajeros
ingleses en la ciudad de México y otros lugares de la Nueva España. Siglo XVI ,
Recopilación, traducción y notas de Joaquín García Icazbalceta, Bibliotheca
Tenanitla 5, Editorial José Porrúa Turranzas, Madrid, 1963, p. 29.
2 2 Un caballo valía entonces de 800 a 900 pesos, cuenta Bernal Díaz, cap.
CLVII .
2 3 “Notable relación de Juan de Chilton”, Relaciones de varios viajeros
ingleses, op. cit., p. 47.
2 4 Véase la gráfica “El ganado caza al hombre”, en Woodrow Borah, El siglo de
la depresión en Nueva España (1975), Era, México, 1982, p. 18.
2 5 Véase la Nota general al Inventario de los bienes de Cortés, 1549, en el
Apéndice a los Documentos.
2 6 Alamán, “Sexta disertación”, op. cit., t. II, p. 59.
27
Bernal Díaz, cap. CLX.
Los documentos de este proceso se publicaron en: Sumario de la residencia
tomada a Fernando Cortés, paleografiado del original por el licenciado Ignacio
López Rayón, Archivo Mexicano, Documentos para la Historia de México, México,
Tipografía de Vicente García Torres, 1852 y 1853, 2 vols. Proceso criminal de
María de Marcayda contra don Hernando Cortés, idem, 1853; Documentos
inéditos relativos a Hernán Cortés y su familia, Publicaciones del Archivo General
de la Nación, XXVII, Talleres Gráficos de la Nación, México, 1935 (el juicio por
gananciales).— Los documentos principales de estos procesos se han recogido en
Documentos, sección IV, Residencia.
Véanse, además: Juan Suárez de Peralta, Tratado del descubrimiento de las
Indias, Secretaría de Educación Pública, México, 1949, pp. 76-77 y notas 25 y 26,
pp. 190-206. Suárez de Peralta, como lo probó Francisco Fernández del Castillo,
en Doña Catalina Xuárez Marcayda, México, 1929, era sobrino de doña Catalina,
aunque no compartiera la acusación contra Cortés de sus parientes.— Alfonso
Toro, Un crimen de Hernán Cortés. La muerte de doña Catalina Juárez
Marcayda (estudio histórico y médico legal), Ediciones de la Librería de Manuel
Mañón, México, 1922.
2 9 Wagner, The Rise…, cap. XXV, pp. 405-408.
3 0 Ibid., pp. 407-408.
3 1 Bernal Díaz, cap. CLXV.
3 2 Ibid., cap. CLXXI .
3 3 J. H. Elliott, “The mental world of Hernán Cortés”, op. cit., pp. 54-55.
3 4 Ordenanzas de buen gobierno dadas por Hernán Cortés para los vecinos y
moradores de la Nueva España, Temistitlan, 20 de marzo de 1524: en
Documentos, sección II.
3 5 Arancel dado por Hernán Cortés a los venteros del camino de Veracruz a
México, Temistitan, ca., 1524: en Documentos, sección II.
3 6 Ordenanzas de Hernán Cortés sobre la forma y manera en que los
encomenderos pueden servirse de los naturales que les fueren depositados, ca.
1524, en Documentos, sección II.
28
XIV. LAS HIBUERAS, DESPEÑADERO DE
DESGRACIAS
Y si miramos en ello, en cosa ninguna
tuvo ventura después que ganamos la
Nueva España, y dicen que son
maldiciones que le echaron.
BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO
CRÓNICA DE UNA ACCIÓN INSENSATA
La quinta y última de las Cartas de relación es un relato de contenida
desesperación acerca de la catastrófica expedición a las Hibueras, y de
la rebatiña por el poder y los crímenes que entonces ocurrieron en
México. El conquistador, que afirmaba que la pasión “es la cosa que
más aborrezco” [p. 312], en un acceso de cólera contra la infidencia de
uno de sus capitanes, sin escuchar avisos de prudencia, sin esperar
noticias de aquellos a quienes había enviado a hacer justicia y
considerando pueriles para su arrojo las advertencias acerca de los
obstáculos de la ruta elegida, arrastró a una enorme comitiva a un
despeñadero de desgracias, crímenes y acciones finalmente inútiles.
Después de las cartas heroicas y triunfales, que refieren acciones
regidas por un valor a menudo temerario pero apoyado en un cálculo
muy fino de circunstancias y en la intuición de las reacciones
psicológicas y los móviles de los adversarios, ésta es una carta de
sabor amargo y trágico. Subsiste sin duda esa terrible capacidad de
españoles excepcionales para soportar lo insoportable y seguir fieles a
su designio, así sea éste insensatez y suponga el sufrimiento y la
muerte de muchos, con tal de no rectificar la decisión inicial: cuestión
de honor y señorío. Hernán Cortés apenas deja traslucir su
frustración, su tristeza y sus propios quebrantos, pero éstos los
recogió Bernal Díaz del Castillo, sensible a cosas humanas. Por otra
parte, el conquistador y el soldado cronista son las únicas fuentes
directas acerca del conjunto de esta expedición. Y el tema casi no se
tocó en los interrogatorios del juicio de residencia.
La quinta Relación, casi tan extensa como la segunda y la tercera,
cubre un periodo de cerca de dos años, de mediados de octubre de
1524 al 3 de septiembre de 1526, en que está fechada en Tenuxtitan.
El viaje a las Hibueras dura algo más de año y medio, del 12 de
octubre de 1524 al 25 de abril de 1526.
Al principio de la carta, dice Cortés al emperador que el 23 de
octubre de 1525 le envió desde Trujillo, Honduras, otra carta en la que
le refería lo ocurrido hasta entonces en el golfo de las Hibueras. Nada
se sabe de esta otra relación, que pudo perderse en algún naufragio.
Además de la crónica de la expedición y de las noticias de los
desórdenes que ocurrieron mientras tanto en la ciudad de México,
Cortés refiere también en esta quinta Relación otros asuntos: los
poblamientos que realizó en la región hondureña; y ya vuelto a la
ciudad, la llegada y muerte de Luis Ponce de León, que vino a tomarle
residencia y a quitarle la gobernación; un alegato en defensa de su
fidelidad y sus esfuerzos; la llegada a Tehuantepec de un navío
extraviado de la armada de García de Loaisa, enviada a las Molucas;
los navíos que construye en Zacatula y están a punto de salir en busca
del estrecho y de la Especiería; y los avances logrados en la
pacificación de varias zonas de la Nueva España.
ACTUACIÓN DE LOS OFICIALES REALES
Cuando ocurre la salida de la expedición de las Hibueras y comienzan
a fraguarse los desórdenes en el gobierno de la Nueva España, ya se
encuentran en la ciudad cuatro personajes cuya actuación será
importante en estos hechos: los oficiales reales. Carlos V había
anunciado a Cortés su venida a México desde su primera Carta de
instrucciones, del 15 de octubre de 1522; y a pesar de que el primer
tesorero real, Julián de Alderete, había muerto a fines de ese año,
Cortés sólo registra la llegada a México de los oficiales al fin de su
cuarta Relación [p. 235], por lo que puede inferirse que llegaron a
principios de 1524.
Los oficiales que vinieron a cuidar la hacienda real, y a vigilar a
Cortés, fueron el tesorero Alonso de Estrada, vanidoso y presumido;
el contador Rodrigo de Albornoz, inquieto; el factor o recaudador de
rentas Gonzalo de Salazar, sagaz y ambicioso; y el veedor o inspector
Peralmíndez Chirinos, quien seguía a Salazar porque “ambos eran
criados de Cobos”.1 Cortés los halagó y enriqueció, lo cual no impidió
que lo acusaran con encono ante la Corona, como se expondrá
adelante. Durante su ausencia de la ciudad de México, Cortés
depositó en ellos el gobierno y ellos serán los actores principales de la
confusión y los crímenes que entonces ocurrieron.
LOS MÓVILES Y LA COMITIVA
Como lo había relatado en la carta anterior, en enero de 1524 Cortés
había enviado rumbo a las Hibueras, la actual Honduras, una
importante expedición al mando del capitán Cristóbal de Olid. El
propósito principal era el de encontrar el estrecho que comunicara
ambos océanos y poblar la tierra cuyas riquezas se ponderaban [p.
225]. Meses más tarde, Cortés tiene noticias de que Olid estaba en
tratos con Diego Velázquez, el enemigo gobernador de Cuba, para
alzarse juntos con la tierra [p. 237]. Olid, pues, hacía con Cortés lo
mismo que años antes éste hiciera con Velázquez. Con orden de
aprehender y castigar al traidor, el conquistador envía, hacia
principios de junio del mismo 1524, “cinco navíos bien artillados y
bastecidos y cien soldados”, al mando de su primo Francisco de las
Casas, referirá Bernal Díaz.2 Llegados a las Hibueras, hay un
naufragio, se libran algunas escaramuzas y el perseguidor Las Casas
resulta preso, con Gil González de Ávila recién llegado como
gobernador del golfo Dulce. Sin embargo, cuando se encontraban en
el pueblo de Naco, un poco tierra adentro, Las Casas, González de
Ávila y los amigos de Cortés se conciertan contra el tirano; previenen
cuchillos de escritorio muy agudos y después de una cena atacan a
Olid, lo apresan, juzgan y degüellan en la plaza de Naco.
Ya iban ambos capitanes rumbo a la Nueva España a informar del
fin del problema creado por el infortunado Cristóbal de Olid, cuando
Cortés, impaciente, decide emprender la expedición a las Hibueras
para hacer una justicia que estaba consumada.3
Además de los obstáculos y del riesgo de tomar una ruta no
practicada por los indios, que otros le señalaban, los oficiales reales
pidieron a Cortés que no emprendiese aquel viaje, que podía ser
ocasión para que se rebelasen los indios y México se perdiese. Cortés
ninguna razón escuchaba y a toda costa quería imponer el castigo
para evitar, decía, que otros capitanes lo desacataran. Al fin, se libró
de ruegos diciendo que sólo iría a Coatzacoalcos para pacificar la
provincia.4
En la decisión arrebatada de Cortés pareció actuar no sólo la
impaciencia y el orgullo, sino también una especie de urgencia de
acción peligrosa:
Me pareció — escribe— que ya había mucho tiempo que mi persona estaba
ociosa y no hacía cosa nuevamente de que Vuestra Majestad se sirviese, a
causa de la lesión de mi brazo… [p. 242]
Así pues, con aires de gran señor que emprende una excursión de
placer dispuesto a que nada ni nadie falte en ella, Cortés organiza la
comitiva. Cuando dicta su relato, una vez concluida la atroz fiesta,
Cortés se encuentra frente a un juicio de residencia; de aquí que trate
de minimizar la comitiva:
Salí de esta gran ciudad de Tenuxtitan a 12 días del mes de octubre del año
1524 años,5 con alguna gente de caballo y de a pie, que no fueron más de los
de mi casa y algunos deudos y amigos míos, y con ellos Gonzalo de Salazar y
Peralmíndez Chirinos, factor y veedor de Vuestra Majestad. Llevé asimismo
conmigo todas las personas principales de los naturales de la tierra…[p. 242]
Sólo, pues, los indispensables. Pero el insustituible Bernal Díaz,
muchos años más tarde, reavivará su memoria para conservarnos el
fasto y el abigarramiento de aquella increíble comitiva, de la que los
excluidos debieron sentirse frustrados:
Y porque quedase más pacífico y sin cabeceras de los mayores caciques, trajo
consigo al mayor señor de México, que se decía Guatémuz, otras muchas
veces por mí memorado, que fue el que nos dio guerra cuando ganamos a
México, y también al señor de Tacuba, y a un Juan Velázquez, capitán del
mismo Guatémuz, y a otros muchos principales, y entre ellos a Tapiezuela,
que era muy principal; y aun de la provincia de Michoacán trajo otros
caciques, y a doña Marina, la lengua, porque Gerónimo de Aguilar ya era
fallecido;6 y trajo en su compañía muchos caballeros y capitanes, vecinos de
México, que fueron Gonzalo de Sandoval, que era alguacil mayor, y Luis
Marín, y Francisco Marmolejo, Gonzalo Rodríguez de Ocampo, Pedro de
Ircio, Ávalos y Sayavedra, que eran hermanos [Juan de Ávalos y Hernando de
Sayavedra, primos de Cortés]; y un Palacios Rubios, y Pedro de Saucedo “el
Romo”, y Gerónimo Ruiz de la Mota, Alonso de Grado, Santa Cruz, burgalés;
Pedro de Solís “Casquete”, Juan Jaramillo, Alonso Valiente y un Navarrete, y
un Serna, y Diego de Mazariegos, primo del tesorero; y Gil González de
Benavides, y Hernán López de Ávila, y Gaspar de Garnica, y otros muchos que
no se me acuerdan sus nombres; y trajo un clérigo y dos frailes franciscos,
flamencos, grandes teólogos, que predicaban en el camino [fray Juan de Aora
y fray Juan de Tecto]; y trajo por mayordomo a un Carranza, y por
maestresala a Juan de Jaso y a un Rodrigo Mañueco, y por botiller a Serván
Bejarano, y por repostero a un fulano de San Miguel que vivía en Guaxaca,
por despensero a un Guinea, que asimismo fue vecino de Guaxaca; y trajo
grandes vajillas de oro y de plata, y quien tenía cargo de la plata era un Tello
de Medina, y por camarero un Salazar, natural de Madrid; por médico a un
licenciado Pedro López, vecino que fue de México, y cirujano a maese Diego
de Pedraza, y otros muchos pajes, y uno de ellos era don Francisco de
Montejo, el cual fue capitán en Yucatán el tiempo andando (no digo el
adelantado su padre); y dos pajes de lanza, que el uno se decía Puebla, y ocho
mozos de espuelas, y dos cazadores halconeros, que se decían Perales y Garci
Caro y Alvarado Montañez; y llevó cinco chirimías y sacabuches [especie de
trompetas] y dulzainas [chirimías más agudas], y un volteador, y otro que
jugaba de manos y hacía títeres; y caballerizo Gonzalo Rodríguez de Ocano, y
acémilas con tres acemileros españoles, y una gran manada de puercos que
venía comiendo por el camino; y venían con los caciques que dicho tengo
sobre tres mil indios mexicanos con sus armas de guerra, sin otros muchos
que eran de su servicio de aquellos caciques.7
Según otra versión, Ixtlilxóchitl, hermano del entonces señor de
Tezcoco, llevó con él 20 000 guerreros indios escogidos.8 Además,
para apoyar a la expedición, de Veracruz salieron varios navíos con
armas y alimentos, que seguían de cerca la costa del Golfo.
El gobierno de la ciudad de México lo dejó Cortés al licenciado
Alonso de Zuazo, alcalde mayor, que era además administrador de la
justicia; por tenientes de gobernador quedaron el tesorero Alonso de
Estrada y el contador Rodrigo de Albornoz; Francisco de Solís quedó
como capitán de la artillería y alcaide de las Atarazanas, con los
bergantines que allí se guardaban provistos de municiones; su casa y
bienes los confió a su primo Rodrigo de Paz, que además era regidor,
y a fray Toribio Motolinía encargó el sosiego del país [p. 242].9
Pese a las opiniones de quienes le hacían ver los riesgos de
abandonar el gobierno de la Nueva España y los peligros de un viaje
por una ruta mal conocida, Cortés echa a un lado sus propias
aprensiones y las advertencias de sus oficiales y va a la aventura,
“porque le decían que aquella tierra era rica de minas de oro”.10
HASTA COATZACOALCOS, FIESTAS Y REGOCIJOS
En la primera parte del itinerario, hasta Coatzacoalcos, por tierras
conocidas, el viaje fue placentero y los bienestares dispuestos
debieron operar. “Saber yo decir —cuenta Bernal Díaz— los grandes
recibimientos y fiestas que en todos los pueblos por donde pasaba se
le hacían fue cosa maravillosa”. Luego se juntaron a la comitiva “otros
cincuenta soldados, y gente extravagante, nuevamente venida de
Castilla, y Cortés les mandó ir por dos caminos hasta Guazacualco,
porque para todos juntos no habría tanto bastimento”. Cerca de
Orizaba, Cortés decidió que se celebrase el casamiento de “Juan
Jaramillo con doña Marina, la lengua, delante de testigos”. En
Coatzacoalcos, donde tenía encomienda Gonzalo de Sandoval y donde
estaba Bernal Díaz del Castillo, al saber que “venía Cortés con tanto
caballero”, salieron a recibirlo a 33 leguas. Al pasar un gran río vino el
primer contratiempo, porque se “trastornaron dos canoas y se le
perdió [a Cortés] cierta plata y ropa, y aun a Juan Jaramillo se le
perdió la mitad de su fardaje, y no se pudo sacar cosa ninguna a causa
de que estaba el río lleno de lagartos muy grandes”. Llegados a
Coatzacoalcos los recibieron más de 300 canoas con arcos triunfales
“y con cierta emboscada de cristianos y moros [acaso la primera
representación en México de esta danza española que aún subsiste], y
otros grandes regocijos e invenciones de juegos”, los aposentaron a
todos y quedaron allí seis días.11
Durante este reposo en la villa del Espíritu Santo o Coatzacoalcos,
Cortés recibió correos de México con las noticias de que aumentaban
las desavenencias entre Estrada y Albornoz, sus tenientes de
gobernador. Decidió entonces hacer volver a México al factor Gonzalo
de Salazar y al veedor Peralmíndez Chirinos con el encargo de que
restablecieran la paz, y en caso extremo, ejercieran ellos el mando,12
lo que comenzaron por hacer.
Para reforzar aún más su expedición, Cortés ordena que se le unan
todos los vecinos españoles válidos de Coatzacoalcos, quienes tienen
que abandonar sus bienes y granjerías. Y hace un alarde de sus
efectivos. Quitando a los que envió a México con Salazar y Chirinos,
Cortés dice confusamente que le quedaron “noventa y tres de caballo,
que entre todos había ciento y cincuenta caballos y treinta y tantos
peones” [p. 244]. Bernal Díaz, en cambio, cuenta que “éramos por
todos, así los de Guazacualco como los de México, sobre doscientos
cincuenta soldados, y los ciento y treinta de a caballo, y los demás
escopeteros y ballesteros, sin otros muchos soldados nuevamente
venidos de Castilla”.13 Contingente al que deben sumarse los miles de
soldados indígenas, los criados y la “gente extravagante”, como decía
el soldado cronista.
EL LABERINTO FLUVIAL
En el istmo de Tehuantepec, parte más estrecha del territorio
mexicano, de las estribaciones de la Sierra Madre del Sur y de la
Sierra Madre de Chiapas descienden al arco de la costa atlántica los
más caudalosos ríos de esta tierra: el Papaloapan, el Coatzacoalcos, el
Tonalá, el Grijalva y el Usumacinta. La cuenca del CoatzacoalcosTonalá tiene una extensión de 29 802 km2 y la del GrijalvaUsumacinta, la más extensa, es de 128 098 km2 . “Una de las
características de este sistema de ríos es que en la planicie costera
mantienen cursos sinuosos y multitud de brazos que se intercalan
entre sí en forma déltica”.14
Ruta de Hernán Cortés a las Hibueras. De Hernán Cortés, Letters from Mexico.
trad. al inglés de A. R. Pagden, Grossman Publishers, Nueva York, 1971.
Tradicionalmente, los caminos hacia el sureste del país seguían la
costa del Pacífico (Oaxaca-Tehuantepec-Guatemala), pues la carretera
continua por la costa del Golfo (Veracruz-CoatzacoalcosVillahermosa-Campeche-Mérida) sólo pudo concluirse en el periodo
1958-1964, por la dificultad de cruzar los grandes ríos y esteros y
afianzar el terreno.
Acaso por el contrasentido de que la ruta del Mar del Sur o del
Pacífico ya era conocida desde años atrás, Cortés decidió tomar la
inexistente del Mar del Norte, y “descubrir el secreto de aquella
tierra”, el laberinto fluvial. Cuando preguntaban a los indígenas cómo
se iba de una a otra provincia, contestaban que sólo lo hacían en sus
canoas, pues no había caminos, “ni aun rastro de haber andado por
tierra una persona sola” [p. 247]. El conquistador se guiaba por un
plano pintado en henequén, que le habían dado los naturales de
Tabasco y Xicalango, probablemente insuficiente, y se orientaba
gracias a una brújula que interpretaba el piloto Pedro López.15
Felizmente, no hubo casi ningún encuentro guerrero de
importancia; pero, ante la llegada de los invasores, los indígenas de
aquellas regiones abandonaban y quemaban sus pequeños pueblos, lo
que provocaba falta continua de alimentos. Algunos, con todo,
volvieron a sus casas y sementeras y dieron ayuda.
Apenas salida de Coatzacoalcos, la expedición encontró un buen
muestrario de los obstáculos que luego se multiplicarán. Para llegar a
la provincia que Cortés llama Cupilcon, la Chontalpa tabasqueña,
“abundosa de esa fruta que llaman cacao y de otros mantenimientos
de la tierra y mucha pesquería” [p. 245], hubo necesidad de construir
puentes para pasar muchas ciénagas y ríos pequeños y tres muy
grandes, uno de ellos el Tonalá, en el cual se construyó un puente de
934 pasos para que lo cruzaran los caballos y gente. Después de las
tierras bajas y cenagosas, vinieron los montes cerrados, alternados
con ciénagas y un gran río: el Guezalapa, afluente del Tabasco o
Grijalva. Logran cruzarlo en balsas y Cortés envía mensajeros a la
desembocadura del río para que del carabelón que había enviado de
Coatzacoalcos le hagan llegar bastimentos.
En Cihuatlán permanecen veinte días tratando de encontrar
camino hacia la siguiente provincia, Chipilapan o Chilapan. Llueve
noche y día, los pocos indígenas que encuentran poco o nada decían
saber, las ciénagas los rodean y les falta una vez más comida. Antes de
que se debiliten más deciden construir puentes:
hicimos una puente en una ciénaga que parecía cosa imposible de pasarla. Y
otra de trescientos pasos, en que entraron muchas vigas de a treinta y cinco a
cuarenta pies, y sobre ellas otras atravesadas, y así pasamos y seguimos en
demanda de aquella tierra hacia donde nos decían que estaba el pueblo de
Chitapan…[p. 248]
Cuando llegan al dicho pueblo lo encuentran quemado y
abandonado aunque con bastimentos. Quédanse allí dos días y
reciben algunos informes para el siguiente paso, Tepetitan, con los
mismos obstáculos y el mismo pueblo desierto y ardido, como si
fuera una simple repetición:
hasta llegar al de Tepetitan, se pasaron muchas y grandes ciénagas, que de
seis o siete leguas que había de camino hasta él no hubo una donde no fuesen
los caballos hasta encima de las rodillas, y muchas veces hasta las orejas; en
especial se pasó una muy mala, donde se hizo una puente, donde estuvo muy
cerca de se ahogar dos o tres españoles; y con este trabajo, pasados dos días,
llegamos al dicho pueblo, el cual asimismo hallamos quemado y despoblado,
que fue doblarnos más trabajos [p. 249].
Repitiendo
las
fatigas, aunque
enviando
previamente
destacamentos que exploren el camino posible, llegan a Iztapan,
donde permanecen ocho días. Allí fue quemado un indio, de los
traídos de México, al que se encontró comiendo carne humana. Luego
alcanzan los poblados de Tatahuitalpan y Cihuateopan o Ziguatecpan.
Para llegar a este último pueblo, los indios informantes les dicen que
no conocen el camino por tierra y sólo saben que está río arriba; los
exploradores van por el río, pero Cortés y sus huestes tienen que
internarse por esteros, ciénagas y un monte tan cerrado que los hace
desesperar:
por el cual anduve dos días abriendo camino por donde señalaban aquellos
guías, hasta tanto que dijeron que iban desatinados, que no sabían adonde
iban; y era la montaña de tal calidad que no se veía otra cosa sino donde se
ponían los pies en el suelo, o mirando hacia arriba, la claridad del cielo; tanta
era la espesura y alteza de los árboles, que aunque se subían algunos, no
podían descubrir un tiro de piedra [p. 254].
Cuando todos estaban aterrados, perdidos y exhaustos, Cortés se
acuerda de su brújula, estudia el plano indio y el lugar que le
señalaron y decide que deben ir hacia el noreste. Así logran encontrar
Ziguatecpan que, aunque quemado y sin gente, les causa gran alegría
porque encuentran maíz, yuca y ajís, y pasto para sus caballos.
Consiguen atraer algunos indígenas y logran que los guíen hacia la
provincia de Acalan, ya fuera de Tabasco y al sur de la laguna de
Términos, en Campeche, siguiendo una senda practicada por los
antiguos pochteca o mercaderes. Cruzan un primer río en canoas y
después de tres días por “montañas harto espesas”, frente a ellos hay
un gran estero, de más de 500 pasos de ancho y casi nueve metros de
profundidad, y no tienen canoas para pasarlo. Calculando que volver
atrás era repetir multiplicados los peligros pasados, pues las
crecientes de los ríos habían aumentado y se habían llevado los
puentes hechos, y considerando que habían concluido sus
bastimentos, Cortés decide emplear las últimas fuerzas de sus
hombres, y sobre todo las de los indios que aún quedaban entre su
gente, para construir el puente. Hubo que clavar en el cieno del gran
estero vigas de “nueve y diez brazas”, esto es, de 14 a 16 metros de
largo. Los españoles, “que ya no comían otra cosa sino raíces de
yerbas”, murmuran que “aquella obra no se había de acabar”. Cortés
los deja a un lado y se pone a trabajar como capataz de los indios. El
gran puente se concluye en cuatro días y pasan por él los caballos y la
gente. Cortés, orgulloso, comenta:
y tardará más de diez años que no se deshaga si a mano no lo deshacen; y esto
ha de ser con quemarla, y de otra manera sería dificultoso de deshacer,
porque lleva más de mil vigas, que la menor es casi tan gorda como el cuerpo
de un hombre, y de nueve y de diez brazas de largura, sin otra madera
menuda que no tiene cuenta. Y certifico a Vuestra Majestad que no creo
habrá nadie que sepa decir en manera que se pueda entender la orden que
estos señores de Tenuxtitan que conmigo llevaba, y sus indios, tuvieron en
hacer esta puente, sino que es la cosa más extraña que nunca se ha visto [p.
258].1 6
Pero después de cruzar el gran puente de Ziguatecpan no estaba el
reposo y el alimento, sino una ciénaga “que dura bien dos tiros de
ballesta, la cosa más espantosa que jamás las gentes vieron”. El piso
era fangoso y los caballos desensillados se hundían. Poniendo ramas
y yerbas en el fondo lograron crear una especie de “callejón de agua”
por el que consiguieron cruzarla.
Al fin, después del gran estero y la ciénaga espantosa, están ya
cerca de Acalan. De allá llegan Bernal Díaz del Castillo y sus
compañeros, a quienes Cortés había hecho adelantarse, con los
alimentos que les había encargado procurar: maíz, gallinas, miel,
frijoles, sal, huevos “y otras frutas”. Era de noche, refiere Bernal Díaz,
y los soldados desesperados asaltaron a los proveedores. “Dejarlo, que
es para el capitán Cortés”, les gritaban inútilmente. Al despensero
Guinea le arrebataron lo que llevaba recordándole: “Buenos puercos
habéis comido vos y Cortés”. Y cuando el conquistador vio que no le
habían dejado cosa alguna, “renegaba de la paciencia y pateaba; y
estaba tan enojado que decía que quería hacer pesquisas y castigar a
quien se lo tomó”. Bernal Díaz, proverbial, recordóle que “le guarde
Dios de la hambre, que no tiene ley”, y le ofreció ir a buscar más
alimentos “al cuarto de la modorra, después que esté reposado el
real”, lo que hicieron Gonzalo de Sandoval y él, trayendo también dos
indias para hacer las tortillas.17 Y así apaciguaron su hambre el
conquistador y sus acompañantes a las puertas de Acalan.
EL DESMORONAMIENTO
Cortés debió salir de México con una comitiva de alrededor de 3 500
personas —si se deja a un lado la afirmación de Alva Ixtlilxóchitl de
que los de Tezcoco llevaban 20 000 guerreros indios18 de los cuales
sólo unos 200 eran soldados españoles, con 150 caballos, 3 000
indios guerreros de Tenochtitlán y el resto, esto es, cerca de 300
debieron ser señores y servidores indios, y los españoles de
profesiones y oficios especiales que Cortés había hecho participar en
su inicialmente fastuosa comitiva: funcionarios reales, un clérigo y
dos franciscanos, mayordomo, maestresalas, botiller, repostero (o
encargado de las vajillas), camarero, médico, cirujano, pajes, mozos
de espuela, cazadores halconeros, músicos, volteador o maromero,
titiritero, acemilero y el encargado de la manada de puercos. ¿Qué fue
de toda esta “gente extravagante” ni útil ni apta en tiempos de
inclemencias?
Cortés, tan poco sensible a cuanto no incumbiera a su objetivo
militar de dominio, o a las hazañas para vencer obstáculos humanos o
de la naturaleza, apenas se ocupa del desmoronamiento de su
comitiva. Aquí y allá, tras algún paso peligroso, asienta que se
perdieron fardajes o que se ahogaron indios, un negro y algunos
caballos. Bernal Díaz, en cambio, recoge algunos de los aspectos
humanos de la trágica expedición después de cinco meses de viaje:
Ya en el camino se habían muerto el volteador que llevábamos, ya por mí
nombrado, y otros tres españoles de los recién venidos de Castilla; pues indios
de los de Michoacán y mexicanos morían, otros muchos caían malos y se
quedaban en el camino como desesperados… Dejemos de contar muy por
extenso otros muchos trabajos que pasábamos y como las chirimías y
sacabuches y dulzainas que Cortés traía, que otra vez he hecho memoria de
ello, como en Castilla eran acostumbrados a regalos y no sabían de trabajos, y
con la hambre habían adolecido, y no le daban música, excepto uno, y
renegábamos todos de oírlo, y decíamos que parecían zorros y adives que
aullaban, que valiera más tener maíz que música.1 9
Y más adelante, cuando narra el descontento y descuido que había
entre los españoles, dice que los señores indios han advertido:
que se habían muerto de hambre cuatro chirimías y el volteador, y otros once
o doce soldados, y también se habían vuelto otros tres soldados camino de
México, y se iban a su aventura por los caminos de guerra por donde habían
venido…2 0
Herrera, en su Historia general, que habitualmente sigue para el
relato de esta expedición las fuentes de Cortés, López de Gómara y
Bernal Díaz, tiene un pasaje, que proviene de otra fuente desconocida,
respecto a un espeluznante caso de antropofagia entre estos pobres
músicos que trajo Cortés para alegrar su excursión:
Medrano, chirimía de la iglesia de Toledo, afirmó haber comido de los sesos
de Medina, sacabuche, natural de Sevilla, y de la asadura y sesos de Bernaldo
Caldera y de un sobrino suyo, y que se murieron de hambre y eran
menestriles; comiéronse muchas culebras, lagartos y otros animales no
conocidos.2 1
¿También los hubiera hecho quemar Cortés, de haberlo sabido,
como al pobre indio en Iztapan?
Los dos franciscanos flamencos, fray Juan de Tecto y fray Juan de
Aora, que en compañía de fray Pedro de Gante habían llegado a Nueva
España un año antes y fueron incorporados a la comitiva, perecerán
en un naufragio cuando ya volvían a México.22 En cuanto a los
indígenas, soldados y servidores, suponiendo que sólo fueran 3 000
los salidos de México, además de la noticia de Bernal Díaz antes
recogida, hay una alusión terrible de Cortés. Ya llegados a Honduras,
cuando entra a un bergantín para remontar el río rumbo a Puerto
Cortés, dice que lo acompañan, además de 40 españoles sanos, “hasta
cincuenta indios que conmigo habían quedado de los de México” [p.
282]. Si no cabe otra interpretación más optimista, debe entenderse,
pues, que perecieron 2 950 indios de México y de Michoacán en la
expedición de las Hibueras. A ellos les tocaban las inclemencias, la
fatiga y el hambre, como a los demás, y los cambios de altitud y de
clima que los afectaban mucho; pero según se había establecido, ellos
comían después que los demás se hubieran satisfecho, ellos eran los
cargadores y los que realizaban, con fuerzas o extenuados, los grandes
y los menudos trabajos, y ellos eran también los que morían.
La gran manada de puercos que para provisión especial de la
comitiva salió de México “comiendo por el camino”, a cargo del
despensero Guinea, tiene una historia extravagante. No hay ninguna
mención de que hayan sido bien disfrutados, aunque ello debió
ocurrir en algunos de los festejos durante la primera parte del viaje;
pero sólo en las últimas hambres sufridas, ya en Honduras, se
refieren comidas desesperadas de puercos, aunque sin sal. Tratando
de dar alguna explicación de este absurdo, Bernal Díaz cuenta que
Guinea hacía correr la versión de que, al cruzar los grandes ríos, los
lagartos y tiburones se habían comido los puercos; además, para que
no los viesen, los guardianes traían la manada “siempre cuatro
jornadas atrás rezagada”, y en fin, reflexiona que “para tantos
soldados como éramos, para un día no había con todos ellos”.23 Lo
increíble es que algunos de los codiciados puercos llegaron
caminando hasta las Hibueras. Cuando andaba la expedición por los
pueblos de Taniha, ya cerca de Nito, en tierras de Honduras, en
ocasión de otra hambre, Cortés dice que aún “traía algunos puercos
de los que saqué de México”, y que careciendo de pan, esto es, de
tortillas de maíz, comían “palmitos cocidos con la carne y sin sal” [p.
277].
LA MUERTE DE CUAUHTÉMOC
Cuando la expedición llega a la provincia de Acalan, al sur de la
laguna de Términos en Campeche, tiene algún reposo después del
laberinto fluvial de la región tabasqueña. Allí hay pueblos hermosos y
bien abastecidos, como Tizatépetl, Teutiercas e Izancánac, cuyos
señores reciben generosamente a los hambrientos, les dan informes
sobre el camino que aún les falta por hacer y aun dan a Cortés “cierto
oro y mujeres”.
En algún lugar de esta provincia de Acalan, probablemente en
Izancánac, según la versión de Cortés, un indígena llamado
Mexicalcingo, y después de bautizado Cristóbal, vino secretamente a
delatarle que Cuauhtémoc y los otros señores que lo acompañaban
hablaban de matar a Cortés y a los españoles y mover de nuevo la
guerra hasta acabar con los invasores. Cortés dice que interrogó por
separado a los acusados, quienes confesaron, y que por ello hizo
ahorcar a Cuauhtémoc y a Tetlepanquétzal, señor de Tacuba [pp. 262263]. Orozco y Berra infiere que el día de la ejecución, martes de
carnestolendas, fue el 28 de febrero de 1525.24
Además de esta versión del propio Cortés, existen las de tres
testigos más: Bernal Díaz; Martín Ecatzin, el tlatelolca presunto autor
de parte de los Anales de Tlatelolco, manuscrito náhuatl de 1528; y
Paxbolonacha, señor de Acalan, según el Manuscrito Chontal.
El soldado cronista añade algunas precisiones y variantes, y como
es su costumbre, el lado humano del suceso: los denunciantes fueron
“caciques mexicanos que se decían Tapia y Juan Velázquez”; los
acusados confesaron que ya que andaban los españoles tan
descuidados, descontentos y debilitados:
sería bien que cuando pasásemos algún río o ciénaga, dar en nosotros,
porque eran los mexicanos sobre tres mil y traían sus armas y lanzas y
algunos con espadas. Guatémuz confesó que así era como lo habían dicho los
demás; empero, que no salió de él aquel concierto.
Sin hacer más probanzas, Cortés mandó ahorcar a Cuauhtémoc y al
señor de Tacuba, su primo; antes de que los ahorcasen, los
franciscanos “les fueron esforzando y encomendando a Dios con la
lengua doña Marina”; y dijo Cuauhtémoc:
¡Oh Malinche: días había que yo tenía entendido que esta muerte me habrías
de dar y había conocido tus falsas palabras, porque me matas sin justicia!
Dios te la demande, pues yo no me la di cuando te me entregaba en mi ciudad
de México.
Y tras de referir que él, Bernal Díaz, tuvo “gran lástima de
Guatémuz y de su primo, por haberles conocido tan grandes señores”,
y por recordar que en el camino ellos le hacían servicios, como darle
indios “para traer yerba para mi caballo”, el humanísimo Bernal
concluye con este juicio: “Y fue esta muerte que les dieron muy
injustamente dada, y pareció mal a todos los que íbamos”.25
El pasaje correspondiente de los Anales de Tlatelolco ofrece estas
precisiones: el delator fue el “mexícatl” Cozte Mexi o Cozóolotic, por
intermedio de la Malinche; y los señores Cuauhtémoc,
Tetlepanquétzal y Cohuanacotzin fueron ahorcados en un árbol de
pochote, en Hueymollan, Acallan, sin interrogatorio previo, por
órdenes de Cortés y de la Malinche.26
Según el Manuscrito Chontal, de 1612, Paxbolonacha —al que
Cortés llama Apaspolon y López de Gómara y luego Herrera
Apoxpalón—,27 señor de Acalan, recibió amistosamente a los
españoles y les dio alimentos durante veinte días. Cuauhtémoc
propuso varias veces a Paxbolonacha que mataran a los españoles. El
señor de Acalan, quien había sido bien tratado por ellos, no lo aceptó
y denunció a Cuauhtémoc ante Cortés. Tuvieron preso al señor de
México tres días, lo bautizaron como don Juan o don Fernando, y le
cortaron la cabeza, que fue clavada en una ceiba frente al templo del
pueblo de Yaxzam.28
Además de los relatos de estos cuatro testigos, la muerte de
Cuauhtémoc la refiere también la mayor parte de los cronistas e
historiadores españoles, mestizos e indígenas de los siglos XVI y XVII ,
con variantes o concordancias respecto a cada una de las
circunstancias del hecho, expuestas por un total de 18 fuentes.29 De
ellas, el relato más extenso y pormenorizado, que recoge sin duda
tradiciones indígenas, es el de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl.30 Según
esta versión, Cuauhtémoc y los otros señores indios conversaban en
burlas respecto a sus antiguas grandezas y al reparto que harían de
los reinos que iban a conquistar; el indio Costemexi “no dijo lo que
Cortés decía, que se querían alzar contra él y matarle”; Cortés fingió
esta delación “por quitarse de embarazo y que no quedase señor
natural de la tierra”; y el crimen ocurrió “el martes de carnestolendas,
año de 1525”, en tierras de la provincia de Acalan.
POR LA SELVA DEL PETÉN
Después de la azarosa travesía que los ha llevado por tierras y aguas
que hoy pertenecen al sureste del Estado de Veracruz, a todo lo largo
de Tabasco y al sur de Campeche, en que la expedición ha ido
siguiendo una línea ondulada siempre hacia el este, mantenida muy
cercana al paralelo 28°, en Izancánac-Acalan cambia de rumbo y toma
hacia el sureste, en dirección a la bahía de Amatique y a puerto
Barrios, hoy en Guatemala, y al cercano puerto Cortés, hoy en
Honduras. Cruzará ahora tierras mayas que corresponden al sur de
Campeche y a la selva del Petén, en el norte de Guatemala.
El domingo 5 de marzo de 1525, pocos días después del sacrificio
de Cuauhtémoc, la expedición salió de la provincia de Acalan rumbo a
la de Mazatlán o Quiatleo. Cortés tiene la preocupación de enviar
previamente exploradores que le van señalando e informando acerca
de cada etapa y de los días de provisiones que requieren. Además,
después de la ejecución de los señores indios, la confianza con las
huestes mexicas se ha roto, y los españoles van ahora tratando de
prevenir un posible levantamiento.
Cortés “andaba mal dispuesto y muy pensativo y descontento” por
tantos trabajos, hambres y enfermedades, y por haber “mandado
ahorcar a Guatémuz y a su primo”, observa Bernal Díaz, y añade que:
pareció ser que de noche no reposaba de pensar en ello y salíase de la cama
donde dormía a pasear en una sala adonde había ídolos, que era aposento
principal de aquel poblezuelo, adonde tenían otros ídolos, y descuidóse y cayó
de dos estados abajo, y se descalabró en la cabeza; y calló, que no dijo cosa
buena ni mala sobre ello, salvo curarse la descalabradura, y todo lo pasaba y
sufría.3 1
El camino era monte cerrado, pero sin ríos ni ciénagas. A pesar del
aislamiento de los pequeños poblados de la selva, la noticia del
avance de la expedición había corrido y seguían encontrando pueblos
abandonados aunque con bastimentos. Uno de ellos era un pueblo
recién hecho, bien fortificado con gruesos maderos, con fosos, cercas
y troneras, del cual ningún cronista conservó el nombre, salvo que era
de los mazatecas, y Bernal Díaz dice que lo llamaron el Pueblo
Cercado. Dentro de las casas hallan guajolotes y pípilas cocidas, y
tamales. Cerca encontraron unos indios que explicaron que esperaban
el ataque de sus enemigos los lacandones, quienes ya les habían
quemado otros pueblos, y que confiaban en resistirlos en este nuevo;
y por si los vencían querían comerse antes cuanto tenían [p. 266].32
La expedición ya está en el Petén guatemalteco. Cruzan la
provincia que Cortés llama Mazatlán o Quiatleo [p. 264], y para llegar
a la de Taiza —¿Itzá?— tienen que cruzar “un mal puerto, que por ser
todas las peñas y piedras de él de alabastro muy fino, se puso nombre
puerto de Alabastro”.
Al otro lado encuentran el lago de Petén y en una isleta el puerto
de Tayasal, cabecera de los itzaes. Su señor, Canek, cambia visitas con
Cortés, quien lo invita, además, a una misa cantada con música de
chirimías y sacabuches y trata de iniciar su evangelización [pp. 268269]. Prosiguiendo el viaje, en unos llanos cercanos al lago
encuentran muchos venados, “y alanceamos a caballo — cuenta
Cortés— diez y ocho de ellos”. Bernal Díaz precisa que estos venados,
“que no se espantaban de los caballos ni de otra cosa ninguna”, eran
tenidos por dioses por los mazatecas, “que quiere decir en su lengua
los pueblos o tierras de venados”, y que por ello no los mataban.33
RECREO CON EL CABALLO MORCILLO DE CORTÉS
Estas carreras de los caballos, que hacía mucho tiempo que no
galopaban, y en tierras muy calurosas, van a provocar la muerte de
dos de ellos, uno de Palacios Rubios, y una curiosa leyenda elaborada
en el curso de varios siglos.
Cortés, sin indicar que era suyo, dice que a “un caballo se le hincó
un palo en el pie y no pudo andar; prometiome el señor [Canek] de lo
curar; — y añade— no sé lo que hará” [p. 270]. Bernal Díaz cuenta que
dejaron en aquel pueblo el caballo inutilizado, que era color morcillo,
y que su mal, como el de los otros que corrieron demasiado en la caza
de los venados, era “que se le había derretido el unto en el cuerpo”.34
Esto ocurrió hacia el mes de marzo de 1525, y tantas desgracias y
problemas sucedieron después que Cortés no volvió a acordarse de su
caballo morcillo y nunca más pasó por la tierra de los itzaes en el
Petén.
Quien dio los primeros pasos para completar la historia del caballo
fue el cronista franciscano fray Bernardo de Lizana, en su Historia de
Yucatán, impresa por primera vez en 1633; y medio siglo más tarde,
en 1688, amplió el relato el también franciscano Diego López
Cogolludo. Después de repetir, este último, lo que al respecto
escribieron Cortés y Bernal Díaz, refiere que los indios “con toda
solicitud cuidaron” del caballo, aunque no pudieron evitar que
muriese. Temeroso de Cortés, Canek llamó a sus principales para
determinar qué hacer cuando el conquistador volviese y reclamase su
caballo. Resolvieron que “se hiciese una estatua y figura de madera
representativa del caballo”, y acabaron por “tenerla en veneración
entre sus dioses”, añade López Cogolludo. Casi un siglo más tarde de
la fecha en que fue dejado el morcillo, llegaron a Itzá en 1618 los
franciscanos fray Juan de Orbita y fray Bartolomé de Fuensalida, a
procurar la conversión de los indios, y encontraron entonces, con
gran escándalo suyo, la estatua del caballo “en la parte más
preeminente [sic] del templo principal”. Lizana dice que el caballo era
de barro y que el padre Orbita lo hizo pedazos con una piedra.35
En 1701 Juan de Villagutierre publica la Historia de la conquista de
la provincia de ltzá, para narrar principalmente la conquista que el
vasco don Martín de Ursúa y Arizmendi realiza de esa provincia, con
el propósito de facilitar el camino entre Yucatán y Guatemala. Al
referir los antecedentes de esta conquista, cuenta el viaje de 1618 de
los franciscanos Orbita y Fuensalida, siguiendo puntualmente los
relatos de Lizana y de López Cogolludo. Y cuando encuentra la
historia del caballo morcillo endiosado, Villagutierre decide sazonarla
con imaginación y cierto humor. Añadió que, cuando el caballo estaba
enfermo, “le daban de comer gallinas y otras carnes y le presentaban
ramilletes de flores”, como lo hacían con las personas principales;
describió la posición del caballo-estatua, “sentado en el suelo del
templo, sobre las ancas, encorbados los pies y levantado sobre las
manos”, y en lugar de barro o de madera prefirió que fuera de cal y
canto, y aun le puso un nombre, Tziminchac, que en maya quiere
decir, explica, “caballo del trueno o rayo”.36
Aquel relato de un caso de idolatría extravagante, contado por los
cronistas franciscanos, está ya convertido en una historia divertida,
gracias a los adornos de Villagutierre, y así correrá su destino.37
EL FIN DE LA PESADILLA
En tierra de los itzaes continúan por unos días las jornadas
placenteras, por “muy buena tierra, llana y alegre”, y los que subsisten
de la expedición pasan por Checan, Taíca y Taxuytel, junto a ríos de
buena pesca y llanos con venados. Pero después del último pueblo
nombrado, tienen que subir y cruzar un puerto:
que fue la cosa más maravillosa de ver y pasar —escribe Cortés—… Y no
quiero decir otra cosa sino que sepa Vuestra Majestad que en ocho leguas que
tuvo este puerto estuvimos en las andar doce días, digo los postreros en llegar
al cabo de él, en que murieron sesenta y ocho caballos despeñados y
desjarretados, y todos los demás vinieron heridos y tan lastimados, que no
pensamos aprovecharnos de ninguno, y así murieron de las heridas y del
trabajo de aquel puerto sesenta y ocho caballos, y los que se escaparon
estuvieron más de tres meses en tornar en sí.
En todo este tiempo que pasamos este puerto jamás cesó de llover de noche
y de día, y eran las sierras de tal calidad que no se detenía en ellas el agua
para poder beber, y padecíamos mucha necesidad de sed…
En este camino cayó un sobrino mío y se quebró una pierna por tres o
cuatro partes, que demás del trabajo que él recibió, nos acrecentó el de todos,
por sacarle de aquellas sierras, que fue algo dificultoso [pp. 272-273].
Después del puerto terrible, deben cruzar durante dos días un gran
río “crecido y recio”, que acaso sea el Cancuén o el Sarstún, por un
vado entre grandes rocas y sobre puentes que construyen con troncos
y bejucos. El 15 de abril de 1525 llegan al caserío de Tenciz, donde los
exploradores no encuentran alimentos. Hacía “diez días —dice Cortés
— que no comíamos sino cuescos de palmas y palmitos” [p. 273].
En las últimas jornadas, por Acucula, Chianteca y Taniha, parecen
arrastrarse como autómatas. Siguen cruzando ríos, despeñándose
caballos y caballeros y atravesando selvas tupidas. No hallan gente ni
rastros de ella y les falta maíz. Cuando el hambre aprieta, echan mano
de los puercos que sorpendentemente han podido llegar hasta allí y
aún quedan [pp. 277-279], aunque su alimento constante siguen
siendo los palmitos, que ya no tienen fuerzas para cortar.
Un destacamento explorador, al mando de Gonzalo de Sandoval y
en el que va Bernal Díaz del Castillo, encuentra en un pueblo llamado
Ocoliztle, ya sobre la costa del golfo de Honduras, y cerca del “gran río
del golfo Dulce”, hoy lago Izábal, en Guatemala, a un grupo de
españoles que había dejado Gil González de Ávila, hambrientos y
enfermos.38 Han llegado, al fin, a un paso del objetivo de su viaje.
Entéranse entonces de que la gente de Cristóbal de Olid, que buscan,
estaba en dos pueblos, Nito, junto al río Dulce o lago Izábal, en la
costa, y Naco, tierra adentro, al suroeste de San Pedro Sula, en
Honduras. Y tienen noticia de que la justicia que iban a hacer, objeto
del largo viaje, ya ha sido tiempo atrás consumada: Cristóbal de Olid
fue degollado [p. 281].
Cortés no parece perturbarse por la noticia, que le echa encima la
monstruosa equivocación que había cometido, y comienza a hacer
nuevos proyectos. Felizmente, para calmar el hambre de todos, un
navío bien abastecido llega a un puerto cercano y Cortés lo compra
entero. Aunque ya piensa en volver, comienza a explorar la región.
Como advierte que para navegar tiene suficientes bastimentos de
carne, pero les hace falta pan, esto es, maíz para tortillas mexicanas,
se pone a buscar maizales con afán. En aquellas tierras selváticas, de
numerosos ríos, grandes lluvias y “pestilencia de mosquitos”, padecen
de nuevo por todo ello. En Chacujal tienen un breve encuentro
guerrero y les espanta ver “mezquitas y los aposentos alrededor de
ellas a la forma y manera de Culúa” [p. 285], pero encuentran al fin
en abundancia el alimento que buscan. Como se han alejado mucho
de la costa, hacen cuatro balsas para transportar por el río las cargas
de maíz, frijoles, ají y cacao; mas tienen que luchar contra la rapidez
de la corriente y los indios guerreros que los atacan. Con hermosa
sobriedad relata Cortés:
Y yendo ya algo descuidado, porque había rato que la grita no sonaba, yo me
quité la celada que llevaba, y me recosté sobre la mano, porque iba con gran
calentura…
que debió ser por paludismo. En una vuelta del río, la corriente echa
las balsas en tierra y los indios que allí los esperan:
alzan muy gran alarido y echan tanta cantidad de flechas y piedras que nos
hirieron a todos, y a mí me hirieron en la cabeza, que no llevaba otra cosa
desarmada [p. 288].
Maltrechos y con la mayor parte de las cargas mojadas, llegan a la
boca del río donde los espera el bergantín. Apenas llegado, Cortés
comienza a explorar la costa del golfo de Honduras y a fundar los
puertos que hoy se llaman puerto Barrios y puerto Cortés.
En el último de estos puertos, entonces llamado de Caballos,
Cortés se embarca junto con los enfermos y los dos franciscanos, que
trataba de hacer volver a la Nueva España, y después de nueve días de
viaje, siguiendo hacia el este la costa de Honduras, llegan al puerto de
Trujillo, junto al actual puerto Castilla. Allí los reciben los españoles
que había dejado Francisco de las Casas, los llevan a la iglesia y
encargan a un clérigo que haga a Cortés un relato de lo que ocurrió
con Cristóbal de Olid, de cómo se hizo justicia en él y de que tanto Las
Casas como González de Ávila volvieron a Nueva España, tiempo
atrás, a informar al propio Cortés [pp. 293-298]. Ningún comentario
hace el conquistador de la inutilidad de su viaje ni intenta hacer un
balance de las muertes, pérdidas y sufrimientos que ha ocasionado.
Ahora sólo piensa en organizar el regreso de los supervivientes.
Bernal Díaz cuenta la impresión que le hizo Cortés cuando Gonzalo
de Sandoval y él lo encontraron en el puerto de Trujillo:
Y estaba tan flaco que hubimos mancilla de verle; porque según supimos,
había estado a punto de morir de calenturas y tristeza que en sí tenía; y aun
en aquella sazón no sabía cosa buena ni mala de lo de México; y dijeron otras
personas que estaba ya tan a punto de morir, que le tenían hechos unos
hábitos de San Francisco para le enterrar con ellos;… y tenía tanta pobreza
que aun de cazabe no nos hartamos.3 9
RÉGIMEN MUNICIPAL Y URBANISMO:
INSTRUCCIONES PARA TRUJILLO
ORDENANZAS
E
A pesar de su postración, Cortés tiene alientos para fundar, a fines de
1525, dos villas, Trujillo y la Natividad de Nuestra Señora, en la costa
de Honduras, y de expedir unas Ordenanzas municipales e
Instrucciones para el gobierno de dichas villas, que confía a Hernando
de Saavedra,40 de gran interés sobre todo las segundas.
En las Ordenanzas, dedicadas a cuestiones prácticas municipales,
determina cuál debe ser la organización de los ayuntamientos y
precisa luego las normas que deberán seguirse en el mercado: que
haya un fiel o inspector que compruebe pesos y medidas y revise las
calidades y precios de las mercaderías; que se establezca el abasto de
carne, de pan, de hortalizas y de pescados y que sólo se vendan en el
mercado; que todos los vecinos vayan a misa los domingos y fiestas;
que no se establezcan trancas de puercos en menos de media legua de
cercanía unas de otras, y que la misma distancia se guarde respecto a
los asientos de ganado y las labranzas, y que todos los propietarios de
ganado tengan su hierro registrado.
Las Instrucciones, también de 1525, previenen el buen trato que
debe darse a los indios (“e no consentiréis que ninguna persona les
haga agravio ni fuerza en ninguna ni por alguna manera, y al que lo
hiciere castigarlo heis con mucha riguridad en presencia de los
indios”), el cuidado de su evangelización y la prohibición de sus
idolatrías; el buen trato que, como puertos que son dichas villas,
conviene dar a marinos, mercaderes y pobladores; la necesidad de
evitar impuestos excesivos y cohechos; la prohibición de juegos de
dados y de naipes; la buena administración de las multas; el régimen
que debe seguirse para el traslado o “rescate”, en favor de españoles,
de los esclavos que tengan los señores naturales, y el registro que
debe llevarse de barcos de pasajeros. Entre estas instrucciones sobre
cuestiones de gobierno y policía, mayores y menores, hay una de
singular interés sobre la manera de fundar y organizar los pueblos,
que muestra cuánto había aprendido Cortés en esta materia y el
cuidado y la regularidad con que disponía las fundaciones. He aquí un
inciso completo, importante para la historia del urbanismo:
Ítem. Comenzaréis luego con mucha diligencia a limpiar el sitio de esta dicha
villa que yo dejo talado, e después de limpio por la traza que yo dejo hecha,
señalaréis los lugares públicos que en ella están señalados, así como plaza,
iglesia, casa de cabildo e cárcel, carnicería, matadero, hospital, casa de
contratación, según y como yo lo dejo señalado en la traza e figura que queda
en poder del escribano del cabildo; e después señalaréis a cada uno de los
vecinos de dicha villa su solar, en la parte que yo en dicha traza dejo
señalado, e los que después vinieren se les den sus solares, prosiguiendo por
la dicha traza; y trabajaréis mucho que las calles vayan muy derechas, y para
ello buscaréis personas que lo sepan bien hacer, a los cuales daréis cargo de
alarife, para que midan y tracen los solares e calles, los cuales hayan por su
trabajo, de cada solar que señalaren, la cantidad que a vos y a los alcaldes y
regidores os pareciere que deben haber.
1
Las caracterizaciones son de Herrera, década IIIª, lib. V, cap. XIV.
2 Bernal Díaz, cap. CLXXIII .— Véase la Relación de gastos que hizo Hernán
Cortés en la armada que envió al cabo de Honduras al mando de Cristóbal de
Olid, ca. 1524, en Documentos, sección 11.
3 Bernal Dlaz, ibid.— Véase Rafael Heliodoro Valle, Cristóbal de Olid,
conquistador de México y Honduras, Sociedad de Estudios Cortesianos, 5,
Editorial Jus, México, 1950.
4 López de Gómara, cap. CLXXII .
5 Se ha señalado la incongruencia entre esta fecha de la salida de México, 12 de
octubre, y la de la cuarta Relación, 15 de octubre, aún en Temixtitan. Es posible
que haya puesto fecha a la carta con anticipación, o bien que la haya llevado
consigo hasta cerca de Veracruz y la fechara ya en camino.
6 Gerónimo de Aguilar aún vivía. En 1529 hará una extensa declaración contra
Cortés en el juicio de residencia. Véase en Documentos, sección IV.
7 Bernal Díaz, cap. CLXXIV.
8 Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, “Decimatercia relación”, Compendio histórico
del reino de Texcoco, Obras históricas, Edición de Edmundo O’Gorman, UNAM,
Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1975, t. 1, p. 494.
9 López de Gómara, cap. CLXXII .— Bernal Díaz, cap. CLXXIV.
1 0 Bernal Díaz, ibid.
1 1 Ibid.— Acerca de la danza de Moros y Cristianos, el doctor Manuel Alcalá me
señala los siguientes estudios: Robert Ricard, “Contribution à l’étude des fêtes de
‘Moros y Cristianos’ au Mexique”, Journal de la Societé des Americanistes, París,
1932, N. S., t. XXIV, pp. 51-84 y 287-291, y 1937, pp. 220-227.— Robert Ricard,
“Encore les ‘Moros y Cristianos’”, Bulletin Hispanique, París, 1952, t. LIV, núm. 2,
pp. 205-207.— Rafael Heliodoro Valle, “Moros y Cristianos”, Santiago en
América, Editorial Santiago, México, 1946.— Arturo Warman Gryj, La danza de
Moros y Cristianos, SEP-Setentas, 46, México, 1972.— En la p. 74 de esta última
monografia se confirma que éste de Bernal Díaz es el primer registro documental
de esta danza en México, hacia 1524/1525.
1 2 Véase la Provisión de Hernán Cortés designando a Gonzalo de Salazar y a
Pedro Almíndez Chirinos para reemplazar a Alonso de Estrada y a Rodrigo de
Albornoz como sus tenientes de gobernador en Nueva España, Villa del Espíritu
Santo-Coatzacoalcos, 14 de diciembre de 1524, en Documentos, sección II.
1 3 Bernal Díaz, cap. CLXXV.
1 4 Atlas del agua de la República Mexicana, Secretaría de Recursos
Hidráulicos, México, 1976, p. 168.
1 5 Bernal Díaz, ibid.
16
El doctor Manuel Alcalá me hace notar que César también construyó grandes
puentes sobre los ríos Loira, Saona, Aisne, y el más famoso de ellos, el primero que
se tendió sobre el Rin (Guerra de las Galias, lib. IV, cap. XVII ). El Rin es ancho,
caudaloso y profundo. La técnica que siguió César prefigura la de Cortés, clavar
grandes troncos con la punta afilada, aunque el romano tuvo que vencer un
obstáculo más, la fuerza de la corriente. Véase T. Rice Holmes, Caesar's Conquest
of Gaul, 2ª ed., Oxford University Press, Humphrey Milford, Londres, 1931, pp.
706-724.
1 7 Bernal Díaz, cap. CLXXVI .
1 8 Alva Ixtlilxóchitl, ibid.
1 9 Bernal Díaz, cap. CLXXV.
2 0 Ibid., cap. CLXXVII .
2 1 Herrera, década IIIª, lib. VIII, cap. I .
2 2 Sobre la muerte de fray Juan de Tecto y fray Juan de Aora existen varias
versiones. Ni Cortés ni Bernal Díaz los mencionan por sus nombres; el primero los
llama simplemente franciscanos y el segundo añade flamencos (cap. CLXXIV), y
ambos coinciden en afirmar que murieron ahogados. En la lámina CXXXV del
Códice Vaticano A-3138 o Vaticano Ríos, en que aparecen las muertes de
Cuauhtémoc y otro señor indígena, figura a la izquierda uno que parece un fraile
ahorcado en un bastidor, al que se ha identificado como fray Juan de Tecto
(interpretación de José Corona Núñez, en la edición de este códice en
Antigüedades de México basadas en la recopilación de Lord Kingsborough,
Secretaría de Hacienda y Crédito Público, México, 1964, vol. III, p. 290). Sin
embargo, Alfonso Toro (Compendio de historia de México. La dominación
española [1926], 8ª ed., México, 1961, p. 217) cree que el personaje ahorcado es
Rodrigo de Paz, mayordomo de Cortés, ajusticiado en México por orden del factor
Gonzalo de Salazar —personaje que puede ser uno de los que aparecen sentados en
la parte baja de la lámina—, durante la ausencia de Cortés. En fin, fray Gerónimo
de Mendieta, primer biógrafo de los franciscanos en México, en su Historia
eclesiástica indiana (lib. V, parte 1, cap. XVII ) dice que Tecto murió de hambre en
el camino de las Hibueras, “arrimándose a un árbol de pura flaqueza” y que Aora
era “ya viejo cano cuando vino” a México y que al poco tiempo de llegar murió en
Tezcoco.
2 3 Bernal Díaz, cap. CLXXV.
2 4 Orozco y Berra, Dominación, cap. VI , n. 232.
2 5 Bernal Díaz, cap. CLXXVII .
2 6 Documento I, “Lista de los reyes de Tlatelolco”, párrafos 29-34, Anales de
Tlatelolco, trad. de Heinrich Berlin, Editorial Robredo, México, 1948, pp. 9-12.
2 7 López de Gómara, cap. CLXXVIII .— Herrera, década IIIª, lib. VII, cap. IX.
2 8 Apéndice A, “The Chontal Text”, France V. Scholes y Ralph L. Roys, The
Maya Chontal Indians of Acalan-Tixchol..., University of Oklahoma Press, 2ª ed.,
Norman, 1968, p. 372.
2 9 Véase Jorge Gurría Lacroix, Historiografía sobre la muerte de Cuauhtémoc,
UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1976.
3 0 Alva Ixtlilxóchitl, “Decimatercia relación”, op. cit., t. I, pp. 501-505.
3 1 Bernal Díaz, cap. CLXXVII .
3 2 López de Gómara, cap. CLXXX.— Bernal Díaz, ibid.— Fray Diego López
Cogolludo, Historia de Yucalán, lib. I, cap. XV.— Juan de Villagutierre, Historia
de la conquista de la provincia de Itzá, lib. I, cap. VII .
3 3 Bernal Díaz, caps. CLXXVII y CLXXVIII .
3 4 Ibid., cap. CLXXVIII .
3 5 Fray Bernardo de Lizana, Historia de Yucatán. Devocionario de Nuestra
Señora de Izmal y conquista espiritual, parte segunda, cap. XIX.— López
Cogolludo, op. cit., lib. 1, cap. XVI .
3 6 Villagutierre, op. cit., lib. I, cap. VIII y lib. II, cap. IV.
3 7 El primer autor moderno que contó completa esta historia del caballo
morcillo de Cortés, es decir, relacionando las menciones del mismo Cortés y de
Bernal Díaz del caballo dejado para su curación en Tayasal, con la narración de
Villagutierre —y no la original de Lizana y López Cogolludo, que será ignorada—,
del encuentro casi un siglo más tarde, del caballo que había muerto por tratar de
alimentarlo con gallinas de la tierra, frutas y flores, y había sido convertido en
deidad por los itzaes, fue Robert B. Cunninghame Graham. Este inglés acriollado
en la Argentina, que sabia de cosas del campo y de caballos y era un buen escritor,
la refiere en su sabroso libro Los caballos de la conquista, publicado en inglés en
Londres, 1930, y traducido al español por Justo P. Sáenz (hijo), (Editorial
Guillermo Kraft Limitada, Buenos Aires, 1946, pp. 46-50).
Artemio de Valle-Arizpe, en “El caballo en América y su importancia en la
conquista de México” (Cuadros de México, Editorial Jus, México, 1943, pp. 95101), volvió a contar la historia, pero con la imaginación y el humor que le gustaba
entreverar con los hechos sabidos, dice que el caballo era del soldado Juan de
Ojeda, que los indios le dieron de comer pescados, gallinas de la tierra y flores, y
cuando murió lo convirtieron en dios. Don Artemio afirma que tomó la historia del
Menologio franciscano (1697-1698), de fray Agustín de Ventancurt, en cuya obra
no se menciona a ningún Ojeda ni a su caballo. Valle-Arizpe debió leer en inglés el
relato de Cunninghame Graham y lo adobó a su gusto.
En fin, Alfonso Reyes volvió a contar la historia “verdadera” del caballo morcillo
de Cortés en su encantador ensayo “Hablemos de caballos”, de 1957, que se publicó
en su libro póstumo A campo traviesa (1960) y en el tomo XXI de sus Obras
completas.
3 8 Bernal Díaz, caps. CLXXIX y CLXXX.
39
Ibid., cap. CLXXXIV.
Ordenanzas municipales para las villas de la Natividad y Trujillo en
Honduras, 1525.— Instrucciones a Hernando de Saavedra, lugarteniente de
gobemador y capitán general en las villas de Trujillo y la Natividad en
Honduras, 1525, en Documentos, sección II.
40
XV. REGRESO DE LAS HIBUERAS. LO OCURRIDO
EN MÉXICO. AMENAZAS Y HONORES
Que convenía proceder con él con mucha
disimulación e irle echando del gobierno
con maña.
Los oficiales reales contra Cortés, 1525
LA VUELTA DE LAS HIBUERAS, POR MAR Y POR TIERRA
Cuando nada más podía hacer en Honduras o las Hibueras, para dar
alguna justificación a su viaje, y le urgía volver a la ciudad de México,
Hernán Cortés dispuso el regreso. En el puerto de Trujillo se las
arregló para reunir cuatro navíos a los que despachó con diversos
encargos: recoger españoles desperdigados, traerle carne, caballos y
gente y despachar hacia la Nueva España a los enfermos de su
comitiva, entre ellos a los franciscanos. “Ninguno de estos navíos hizo
el viaje que llevó mandado”, anota Cortés. En el primero de ellos, los
viajeros se cambiaron en Cozumel a un barco que venía de Nueva
España y, frente a la punta de San Antón o de Corrientes en la isla de
Cuba, el barco naufragó y perecieron, entre otros, Juan de Ávalos,
capitán del navío y primo de Cortés, y uno o los dos franciscanos
flamencos, fray Juan de Tecto y fray Juan de Aora [pp. 301-302].
La tripulación de otro de los navíos, que llegó a la isla de Cuba,
encontró allí al licenciado Alonso de Zuazo, a quien Cortés había
dejado como alcalde de la ciudad de México y justicia mayor de la
Nueva España. Zuazo escribió a Cortés para transmitirle las malas
noticias de la tierra abandonada: los oficiales reales, el factor Gonzalo
de Salazar y el veedor Pero Almíndez Chirinos, se habían apoderado
del gobierno; habían prendido a Zuazo y a los otros encargados del
gobierno; a Rodrigo de Paz, a quien el conquistador había confiado el
cuidado de sus bienes, lo atormentaron bárbaramente para que
denunciara dónde estaban los “tesoros de Cortés” y lo hicieron morir
en la horca; los bienes de Cortés habían sido saqueados, y se había
corrido la noticia de que Hernán Cortés era muerto. Cortés llorará de
rabia al recibir estas noticias; pero había pasado año y medio desde su
salida (p. 302].
A pesar de su determinación de volver a la Nueva España lo más
pronto posible para “remediar y castigar tan grande atrevimiento”,
fracasan tres intentos que hace para iniciar el viaje. Mientras espera
que el tiempo mejore y lleguen los navíos que han de llevarlo, se
ocupa en asentar los poblamientos iniciados en aquella región. En
cuanto al regreso de lo que resta de la comitiva, algunos irán con él
por mar, y el grueso de ella viajará por tierra. Decide, en principio,
que a estos últimos los conduzca Gonzalo de Sandoval —con quien irá
su adicto amigo Bernal Díaz del Castillo—, grupo que deberá seguir el
camino “sabido y seguro” de la costa del sur, pasando por Guatemala,
donde está Pedro de Alvarado [p. 303].1
Con los soldados y colaboradores que ha determinado, al fin sale
Cortés de Trujillo en tres navíos, el 25 de abril de 1526. Se detiene
unos días en Cuba viendo a viejos amigos, entre ellos probablemente
a Alonso de Zuazo, quien le referirá con detalles lo ocurrido en
México, y hacia el 24 de mayo llega a Veracruz. Antes de saludar a los
vecinos, se va solo a la iglesia de Medellín “a dar gracias a Nuestro
Señor”. Y sin demasiada prisa, porque sabe que ya todo ha vuelto a su
orden, dejándose agasajar por el camino, llega a la ciudad de México
hacia el 19 de junio de 1526. Españoles y naturales, anota complacido,
lo reciben “con tanta alegría y regocijo como si yo fuera su propio
padre”. Su primer acto es ir al convento de San Francisco a dar gracias
y cuenta a Dios de sus culpas [pp. 311-312].
Los 500 soldados españoles e indígenas que volvieron por tierra al
mando del capitán Luis Marín en lugar de Gonzalo de Sandoval, que
recibió otra misión, y entre los cuales venía el soldado cronista,
pasaron nuevas penalidades, combatieron varias veces con indígenas
y no llegaron a la ciudad de México sino hasta tres meses después que
Cortés, en septiembre de 1526, “muy destrozados” y reducidos a 80
soldados, probablemente la mayoría de los españoles. ¿Cuántos del
mínimo de 3 000 indígenas salidos a las Hibueras habrán vuelto a su
tierra? Quienes volvieron también dieron las gracias en la iglesia y
luego Cortés les ofreció “una solemne comida y muy bien servida”.
Bernal Díaz, que como todos llegaba desvalido, dice que a él su amigo
Sandoval le envió “ropas para ataviarme y oro y cacao para gastar” y
que lo alojó Andrés de Tapia. Al día siguiente, el cronista iniciará
gestiones ante las autoridades del momento para que le den mejores
indios en encomienda.2
LA REBATIÑA POR EL PODER
Lo ocurrido en la ciudad de México desde la salida de Cortés y sus
huestes a las Hibueras, el 12 de octubre de 1524, hasta su regreso,
hacia el 19 de junio de 1526, es uno de los periodos más turbios de la
historia de la dominación española en México. Estos hechos
muestran cuán frágil era la estructura del poder y qué feroces y
desvergonzadas podían ser las pasiones de quienes debían gobernar.
Además de lo que dice Cortés en su quinta Relación [p. 302] y de lo
que escriben López de Gómara y Bernal Díaz3 al respecto, existen
cuatro relaciones que dan cuenta de estos sucesos desde todas las
perspectivas posibles: 1. la carta que escribe Cortés desde La Habana a
la Audiencia de Santo Domingo, el 13 de mayo de 1526,
probablemente con base en lo que le informara el licenciado Zuazo; 2.
la Memoria anónima, que relata los hechos desde la salida de Cortés
hasta la muerte de Rodrigo de Paz, de 1526, que parece haber escrito
el tesorero Alonso de Estrada; 3. la Relación que envía el Cabildo de la
ciudad al rey, el 20 de febrero de 1526, que refiere los hechos desde la
toma del gobierno por Salazar y Chirinos hasta poco después de la
llegada del enviado de Cortés; y 4. las Cartas de Diego de Ocaña, del
31 de agosto y 9 de septiembre de 1526, a quien se considera principal
instigador de estos disturbios, que cuentan los hechos a partir de
junio de 1525.4
Con base en estos documentos, y en algunas otras referencias, he
aquí una secuencia esquemática de los hechos:
– Cortés y su comitiva salen de la ciudad de México el 12 de
octubre de 1524. Deja como tenientes de gobernador y de capitán
general al tesorero Alonso de Estrada y al contador Rodrigo de
Albornoz, y como alcalde mayor de la ciudad y encargado de la justicia
civil y criminal al licenciado Alonso de Zuazo.
Poco después, estando en el cabildo, Estrada y Albornoz tienen
“ciertas palabras de enojo momentáneo”, con motivo de una elección,
y aun ponen mano a las espadas. Aunque su amistad se restablece,
Cortés es informado.
– Dando importancia desproporcionada a este enojo, Cortés, que
llevaba en su comitiva al factor Gonzalo de Salazar y al veedor
Peralmíndez Chirinos, dispone que vuelvan de Coatzacoalcos, y les
entrega dos provisiones, una para que si la concordia se restablece,
gobiernen juntos los cuatro oficiales reales y el licenciado Zuazo; y
otra para que, en caso de que el distanciamiento continúe, tomen el
gobierno Salazar y Chirinos, más Zuazo.
Salazar y Chirinos llegan a México a fines de diciembre de 1524 y
presentan sólo la segunda provisión. Ocultan la primera, pero su
contenido llega a saberse. Prenden por unos días a Estrada y a
Albornoz.
– El licenciado Zuazo dictamina que, conforme a las provisiones de
Cortés, deben gobernar los cuatro oficiales reales. Así se hace durante
algo más de dos meses, a partir del 20 de abril de 1525.
– Hacia principios de 1525 ocurre un conato de levantamiento
indígena. Lo reprime cruelmente el licenciado Zuazo, como justicia,
sirviéndose de perros feroces (Fernández de Oviedo, Historia general,
lib. L, cap. X, párrafo xxix).
– Estrada, Albornoz y Zuazo prenden a Rodrigo de Paz,
mayordomo de Cortés, porque se desmandaba. Lo suelta Salazar para
ganarse su amistad. Salazar y Chirinos hacen creerse a Paz
importante y todopoderoso.
– A fines de mayo, el licenciado Zuazo es apresado, aherrojado y
enviado a Medellín, cerca de Veracruz, para embarcarlo rumbo a
Cuba, con el pretexto de que tenía pendiente su juicio de residencia.
– Estrada y Albornoz renuncian a participar en el gobierno, que a
partir de julio de 1525 queda sólo en manos de Salazar y Chirinos.
– Llega Diego de Ordaz y cuenta que Cortés murió, lo que más
tarde desmentirá. Salazar y Chirinos propagan la noticia.
– Estrada y Albornoz intentan salir de la ciudad a llevar el oro del
rey. Los detienen y apresan, acusándolos de que iban a reunirse con
Francisco de las Casas.
– Llegan de las Hibueras a la ciudad Francisco de las Casas y Gil
González de Ávila. Los aloja Rodrigo de Paz en la casa de Cortés.
Salazar y Chirinos los apresan acusándolos de la muerte de Cristóbal
de Olid. Intentan degollarlos, apelan y logran que los envíen a Castilla
con sus procesos (Bernal Díaz, cap. CLXXXV).
– Rodrigo de Paz juega naipes y dados con Peralmíndez Chirinos, a
quien gana todos los juegos y 18 000 o 20 000 pesos de oro. Chirinos
le pide que se los devuelva, porque él y Salazar están “muy pobres y
gastados”. Paz no devuelve su ganancia.
– Salazar y Chirinos se hacen jurar por el cabildo como tenientes
de gobernador. Deciden desembarazarse de Paz. Se apoderan de la
casa de Cortés y a Paz lo apresan en la fortaleza de las Atarazanas.
– Atormentan a Paz con cordeles, agua y quemándole los pies con
aceite, para que denuncie dónde está el tesoro de Cortés. Finalmente,
hacia fines de agosto de 1525, lo llevan a ahorcar, desnudo, en un
asno (Bernal Díaz, cap. CLXXXV).
– Salazar y Chirinos disponen honras fúnebres para Cortés en San
Francisco. Durante la ceremonia sacan del convento a amigos de
Cortés que allí se habían refugiado. Protestan los frailes por el
desacato y los devuelven.
– Salazar y Chirinos se apoderan de los bienes de Cortés y ponen
nuevos tributos a los indios.
– El 29 de enero de 1526 llega secretamente a la ciudad de México
Martín Dorantes, mensajero de Cortés, y en el monasterio de San
Francisco da a conocer las cartas que envía Cortés.
– Estrada y Albornoz reaccionan y, en ausencia de Francisco de las
Casas, nombrado teniente de gobernador por Cortés, toman
provisionalmente el poder.
– Los partidarios de Cortés se reúnen y apresan a Salazar y lo
meten en una jaula, encadenado. Chirinos estaba en Oaxaca, se
refugia en el monasterio de Tlaxcala, lo sacan, traen a México y lo
enjaulan también.
– Hacia el 19 de junio de 1526 llega Hernán Cortés a la ciudad de
México llamándose “señoría”, y recupera su gobernación por unos
días.
LOS PERSONAJES Y LOS SUCESOS
Cuando el gobernador Cortés abandonó la ciudad de México para irse
a las Hibueras, tomó una mala decisión frente al problema de delegar
su mando. Los oficiales reales, tesorero, contador, factor y veedor,
tenían menos de un año de estancia en el país y, si algo los
caracterizaba en conjunto, eran su animadversión y suspicacias
contra Cortés, así como su inexperiencia en cuestiones políticas y en
cosas de las Indias. El tesorero Estrada y el contador Albornoz eran
un poco más prudentes que los inescrupulosos factor Salazar y veedor
Chirinos. Frente al mundo nuevo en que todo se comenzaba e
improvisaba, y que sostenía su precario equilibrio gracias a la
voluntad omnímoda y única del conquistador, arbitraria y abusiva a
menudo, pero eficaz, a los cuatro oficiales se les despertó primero la
codicia y luego la idea simplista de que todo lo que se hacía mal en la
Nueva España se arreglaría sujetando y aniquilando a Cortés, es decir,
sustituyéndolo en el gobierno.
El licenciado Alonso de Zuazo (1466-ca. 1539), a quien Cortés
confia el cabildo de la ciudad y los asuntos de justicia, era un hombre
de temple extraordinario. Tenía casi 20 años más que Cortés, y desde
la época de los Reyes Católicos y el cardenal Cisneros comenzó a
servir en la judicatura en la isla Española y luego en Cuba, donde fue
gobernador y debió conocer a Cortés. Francisco de Garay lo invitó, a
fines de 1523, a que sirviera de intermediario ante Cortés en sus
pretensiones por el Pánuco. El pequeño barco en que viajaba Zuazo
erró el derrotero y el 20 de enero de 1524, después de una gran
tormenta, encalló y se destrozó en unos arrecifes de la isla de los
Alacranes o del Triángulo. El licenciado perdió en aquel naufragio sus
libros y su capital. Con 47 supervivientes en islotes desiertos, Zuazo
desarrolló un ingenio notable en hombre más bien de papeles, pues
poco a poco, bajo su guía, los náufragos fueron proveyéndose de agua,
lumbre, aves y sus huevos, tortugas y lobos marinos que les
permitieron sobrevivir cuatro meses y medio. Con los restos del navío
lograron hacer una balsa y cuatro de ellos llevaron un mensaje de
Zuazo pidiendo auxilio. Llegaron cerca de Veracruz y su mensaje fue
de mano en mano hasta Cortés, quien dispuso el rescate de Zuazo y
sus compañeros. Los encontraron y trajeron a la ciudad de México,
donde les hicieron muchas fiestas y los aposentaron.
Con rara energía en hombre que tenía ya 58 años, Zuazo acepta
encabezar el cabildo de la ciudad como alcalde mayor y participar en
el gobierno colegiado de los oficiales reales como justicia mayor.
Además de haber intentado que se cumplieran las provisiones de
Cortés y que gobernaran en conformidad los cuatro oficiales reales, y
de haber sofocado un supuesto conato de levantamiento indígena,
Fernández de Oviedo, su biógrafo, refiere del licenciado Zuazo un
episodio muy interesante. Como se empeñara en la destrucción de los
ídolos de los mexicanos, éstos le enviaron a cuatro hombres
autorizados y sabios para tratar de impedir aquel atentado a su
religión. De sus dioses, los indios dijeron que:
les daban de comer e de beber e les daban victoria en la guerra contra sus
enemigos, e les multiplicaban sus hijos e generación, y el agua cuando les
faltaba e la salud en sus enfermedades; e que ellos vían que los cristianos
asimesmo tenían sus ídolos e imágenes, a quien adoraban e servían e
acataban.
Ante tan sólidos argumentos, Zuazo, confundido, les pidió vinieran
al día siguiente por la respuesta, a fin de meditarla debidamente. Sus
argumentos fueron ortodoxos, y aunque no parecen contundentes,
convencieron al parecer a los sabios indios y los determinaron a
bautizarse. Pidieron a Zuazo que fuera su padrino y adoptaron el
nombre del licenciado, aunque su apellido “no lo podían bien
expresar”. Esta notable discusión teológica, aquí muy abreviada,
recuerda la que, hacia 1524, tuvieron los sacerdotes indígenas con los
Doce franciscanos, en presencia de Cortés, que recogerá fray
Bernardino de Sahagún en sus Coloquios y doctrina cristiana con que
los doce frailes de San Francisco… convertieron a los indios de
Nueva España, escritos en 1564.
La actuación de Zuazo en la Nueva España duró menos de un año,
pues cuando tomaron el gobierno Salazar y Chirinos, con el pretexto
de que el licenciado tenía pendiente su juicio de residencia en Cuba,
lo apresaron y con grillos lo hicieron viajar a Cuba. Como su gobierno
había sido “justo y bueno”, la residencia de Zuazo, cuyo juez era el
licenciado Juan Altamirano, luego abogado de Cortés, se convirtió en
una celebración de sus bondades. En 1526, Zuazo volvió a Santo
Domingo como oidor de su Audiencia, y a los sesenta años se
avecindó y casó en aquella ciudad. Murió hacia 1539.5
Cuando Cortés se vio precisado a nombrar a quien o a quienes
ejercieran la gobernación durante su ausencia, se inclinó por los
oficiales reales como una manera de protegerse ante el rey. Ellos no
formaban un bloque, reñían entre sí —salvo la especie de
subordinación de Chirinos a Salazar—, y sólo tenían en común su
oposición a Cortés. La decisión inicial de éste de separarlos, dejando
como tenientes de gobernador y de capitán general a Estrada y
Albornoz, los más sensatos aunque inexpertos y pusilánimes, y de
llevarse con él a Salazar y Chirinos, los más peligrosos, parece
razonable. Pero los dos primeros riñeron públicamente, aunque luego
volvieron a amistarse, y el licenciado Zuazo, justicia mayor, no tenía
autoridad para imponer la cordura y un verdadero gobierno. Durante
el camino de México a Coatzacoalcos, Salazar y Chirinos se dedicaron
a halagar a Cortés y a ganarse su confianza,6 hasta que él cayó en la
trampa. Dándole una importancia desproporcionada a la disputa del
tesorero y del contador, les entregó confiadamente las dos
provisiones ya descritas, y ellos, Salazar y Chirinos, ocultaron la
primera provisión —que debieron destruir, pues no quedan rastros de
ella—, y pronto se libraron también del licenciado Zuazo.7
Considerando ahora el problema y sabiendo lo que ocurrió, la
solución parece clara. Cortés debió confiar el gobierno a una sola
persona: o bien a alguno de sus capitanes más experimentados y
prudentes, como Gonzalo de Sandoval —aunque él estaba en
Coatzacoalcos—, o bien, y aun mejor, al licenciado Alonso de Zuazo,
recto, valeroso, antiguo conocedor de cosas de Indias y amigo suyo,
dándole los tres poderes que él tenía, de gobernador, capitán general y
justicia mayor. Y los oficiales reales pudieron quedarse con sus
propias funciones fiscales para las que fueron nombrados.
Zuazo, sólo como justicia, no tenía suficiente fuerza, y cuando trató
de imponer su criterio jurídico y dictaminó que, de acuerdo con la
primera provisión de Cortés, debían gobernar los cuatro oficiales
reales y él, Zuazo, esto sólo funcionó durante breve tiempo, y poco
después Salazar y Chirinos se deshicieron de Estrada y Albornoz, y
luego del licenciado Zuazo, para quedarse sin obstáculos que
impidieran su tiranía.
Otro personaje de esta tragicomedia de enredos y crímenes fue
Rodrigo de Paz. Era uno de los numerosos primos y parientes de
Cortés que vinieron después de la conquista, y fue de los que le
trajeron su cédula de nombramiento como gobernador, hacia mayo de
1523. Cortés lo nombró regidor y, cuando partió a las Hibueras fue su
mayordomo, al que confió la guarda de sus bienes y su casa. Fue tan
fiel como necio y acabó siendo la víctima de estos años turbios. Para
servirse de él, Salazar y Chirinos lo hicieron creerse el señor de la
tierra, que todo podía hacer y decidir, y enloqueció de soberbia.8 Un
hermano de Rodrigo, Pedro de Paz, intentó matar al contador
Albornoz en la plaza pública y a la salida de misa, lo que originó gran
escándalo. Alentado por sus padrinos, Rodrigo fue el encargado de
encarcelar al tesorero Estrada y al contador Albornoz, y de quitarles
sus caballos y armas. El contubernio se rompió por una mala causa.
Rodrigo de Paz era tan aficionado al juego como su primo el
gobernador, y al parecer buen jugador. Pero se le ocurrió jugar con el
tigre Chirinos y ganarle muchos miles de pesos de oro. El veedor, más
tiranuelo que jugador serio, exigió que le devolviera lo ganado, negose
el ensoberbecido Paz y Salazar y Chirinos acordaron apresarlo.
Rodrigo quiso hacerse fuerte en la casa del primo gobernador y sacó
su artillería y su gente. Hubo negociaciones y la amenaza de trifulca
no prosperó, pero Paz tuvo que consentir en entregarles las llaves de
la casa, dizque para inventariar sus bienes, con la promesa de no
prenderlo. La cual olvidaron en seguida sus captores y lo enviaron
preso a la fortaleza de las Atarazanas. Salazar y Chirinos, dando por
muerto a Cortés y jurados por el cabildo como tenientes de
gobernador únicos, comenzaron a interrogar a Rodrigo de Paz para
que dijera dónde escondía Cortés sus tesoros. Diéronle atroces
tormentos y nada pudieron sacarle, acaso porque nada sabía del
supuesto tesoro, y acabaron por ahorcarlo en la plaza pública, “por
revoltoso y bandolero”. Antes de morir pidió que dijeran a Cortés “que
le perdonase por haber dicho con el rigor de los tormentos que se los
había llevado consigo [los tesoros], no siendo verdad”.9
Cuando Cortés vuelve a la ciudad de México dice que encontró la
tierra “en sosiego y conformidad” [p. 312]. Todo lo pasado parecía ya
remoto y olvidado. Pocos meses después, Salazar y Chirinos saldrán
de sus jaulas, por temor al poderoso Francisco de los Cobos, cuyos
criados habían sido, y por orden del nuevo gobernador Alonso de
Estrada.10
NUEVAS AMENAZAS Y HONORES DESDE ESPAÑA
Las críticas y denuncias contra Cortés que enviaron a la corte los
oficiales reales de la Nueva España, especialmente Albornoz y
Salazar; las acusaciones que seguían haciéndole en Castilla antiguos
agraviados como Pánfilo de Narváez y Cristóbal de Tapia; la ausencia
de Cortés de la ciudad de México, y las noticias ominosas de lo que
aquí ocurría van a provocar, a fines de 1524 y principios de 1525, un
nuevo movimiento adverso a Cortés.
Al parecer, los cuatro oficiales, o sólo Rodrigo de Albornoz, habían
sido provistos de claves cifradas para escribir libremente al gobierno
español. A pesar de ello, algunas de sus denuncias se conocen. Bernal
Díaz dice que, en el navío que llevó la cuarta Relación y los presentes
de Cortés, que debió salir después del 15 de octubre de 1524, el
contador Albornoz escribió al rey, al obispo de Burgos —ya muerto
desde el 14 de marzo anterior— y al Consejo de Indias, denunciando
que Cortés recibía y escondía mucho oro de los indios, que tenía
fortalezas, que tenía por amigas a las hijas de los grandes señores
indios, que “todos los caciques y principales le tenían tanta estima
como si fuera rey”, que no estaba seguro de “si está alzado o será
leal”, y que era urgente que se le quitase “el mando y señorío.”11
Por su parte, Antonio de Herrera cuenta que los oficiales reales
enviaron como mensajero a Lope de Samaniego, probablemente en el
mismo navío antes mencionado, para asegurar sus cartas, y que en
ellas decían al rey que Cortés no había tenido respeto por los
mandamientos reales; que convenía “irle echando del gobierno con
maña”; que se ordenase al gobernador Cortés que cuanto proveyese
tuviera la aprobación de ellos, los oficiales reales; que se les diese
autorización para elegir capitanes y ser miembros del cabildo, con
voto; y criticaban la jornada a las Hibueras, defendían la causa de
Cristóbal de Olid y culpaban por su muerte a Francisco de las Casas.
El factor Gonzalo de Salazar, por separado, en una carta desaforada
denunció que Diego de Ocampo llevaba a Castilla más de 20 000
pesos, y que se los tomasen, pues eran robados; que los dineros que
Cortés enviaba a su padre —con cifras astronómicas— los había
tomado del fisco y eran para sobornar a los del Consejo de Indias; que
Cortés tenía robados tres o cuatro millones de oro y 40 provincias,
algunas tan grandes como Andalucía; y que las naves que Cortés
construía en la Mar del Sur eran para escabullirse a Francia con sus
tesoros.
Añade Herrera que los oficiales “también escribían unos contra
otros y se hacían malos oficios”.12
Ante esta nueva andanada de acusaciones, el emperador pensó en
enviar a la Nueva España al almirante Diego Colón para que “le
cortase la cabeza —a Cortés— y castigase a todos los que fuimos en
desbaratar a Narváez”, dice Bernal Díaz. El almirante no quiso gastar
sus dineros ni arriesgarse a enfrentar la fortuna de Cortés.
Intervinieron ante Carlos V Martín Cortés, padre del conquistador,
fray Pedro Melgarejo de Urrea y el duque de Béjar, don Álvaro de
Zúñiga, y le mostraron las cartas verdaderas de Cortés, que no decían
aquello de que lo acusaban, y lograron que el emperador olvidara el
proyecto del envío del almirante; en cambio, determinó que viniese a
tomarle residencia a Cortés —lo que ya se había acordado desde 1522
— un hombre de calidad y letras.13
Por aquellos días comenzó a prosperar en la corte un asiento o
negociación, movido por Juan de Ribera, uno de los muchos
secretarios de Cortés, enviado a Castilla con la cuarta Relación y otros
papeles. Tengo la impresión que este asiento fue una iniciativa
imprudente de Ribera, que luego Cortés tuvo que avalar, y cuyo
resultado fue convencer a la corte y al Consejo de Indias de la
posibilidad de los fabulosos tesoros de que disponía Cortés, menos
que de su disposición para auxiliar las necesidades guerreras de
Carlos V. Por López de Gómara y por Herrera se conoce el
ofrecimiento hecho al emperador por Ribera, con la intervención de
fray Pedro Melgarejo, a nombre supuesto de Cortés, de enviarle 200
000 ducados a cambio de una serie de prerrogativas y mercedes.14
Dos de estas últimas llegaron a Cortés: el nombramiento de
adelantado y la concesión de escudo de armas, que implicaba el
tratamiento de “don”, ambas cédulas fechadas el 7 de marzo de
1525,15 la última, con grandes elogios a la actuación y a los servicios
de Cortés durante la conquista.
En la primera de las dos cartas reservadas con que acompañó
Cortés su quinta Carta de relación,16 se refiere de manera elusiva a
este ofrecimiento hecho por Ribera y el padre Melgarejo, y a la orden
que recibieron luego de devolver al Consejo de Indias el despacho que
se les había dado. La negociación se anulaba, acaso porque los del
consejo comprendieron que era como aceptar un gran cohecho y
porque ya estaba dispuesto el envío de un juez para hacer el juicio de
residencia a Cortés. Al mismo tiempo, y como para hacer clara la
nueva actitud de la Corona, se nombraba a Nuño de Guzmán
gobernador de Pánuco, provincia que el conquistador consideraba
entre las suyas, y a Lope de Samaniego —el mensajero de los oficiales
—, encargado de la fortaleza de las Atarazanas.17
Ribera el Tuerto, como le llama Bernal Díaz y a quien detestaba,18
fue un personaje turbio. Sorprende que Cortés le haya confiado en un
momento sus negocios en España. A propósito de las malas
consecuencias que para Cortés tuvo el ofrecimiento de los 200 000
ducados, López de Gómara dice:
Ayudó mucho a esto Juan de Ribera, secretario y procurador de Cortés, que
como riñó con Martín Cortés sobre los cuatro mil ducados que le trajo, y no se
los daba, decía mil males de su amo, y era muy creído. Mas comió una noche
un torrezno de Cadahalso, y murió de ello andando en aquellos tratos.1 9
Como se ve, los torreznos —simples pedazos de tocino fritos— eran
tan peligrosos en España como en México.
CORTÉS SOMETIDO A JUICIO DE RESIDENCIA
Aún no terminaban las fiestas del recibimiento de Cortés en la ciudad
de México y todavía se encontraba éste en su retiro franciscano,
cuando recibió noticias de que había llegado a Veracruz, el 23 de junio
de 1526, Luis Ponce de León, juez designado por el emperador para
abrir juicio de residencia al conquistador y gobernador y poner orden
en los desmanes fraguados durante su ausencia. Ponce de León llegó
a la ciudad el 2 de julio, y según Pedro Mártir, traía para Cortés la
aprobación de su solicitud para recibir el hábito de la Orden de
Santiago.20 En la iglesia mayor se reunieron Cortés y los miembros
del cabildo, quienes recibieron y acataron las provisiones reales; el
juez retuvo la vara de mando de Cortés como gobernador y se pregonó
por la ciudad que el conquistador quedaba sujeto a juicio de
residencia.
Estos juicios no eran un proceso judicial necesariamente punitivo,
sino una muy sana revisión normal a la que se sometía la actuación
de cualquier oficial de la Corona, al término de su mandato o en
cualquier momento por causas graves. Su propósito era el de regular
el comportamiento de los funcionarios y permitir que oportunamente
y en su propio lugar de residencia —de aquí el nombre—, se
ventilaran, sancionaran o aprobaran los actos de las autoridades. El
juez al que se confiaba el juicio lo publicaba durante dos meses, a fin
de que todos los que se consideraran agraviados pudieran intervenir,
y el juicio mismo duraba hasta seis meses. El juez podía ser recusado.
Habitualmente, se presentaban interrogatorios previos a los que
debían contestar bajo juramento los testigos de cargo y de descargo.
Una vez concluidas las informaciones, se remitían al Consejo de
Indias, que dictaba sentencia y lo daba por terminado.
El inconveniente de estos juicios de residencia era que daban
oportunidad a que enemigos personales, maldicientes y descontentos
desahogaran sus rencores. Pero aun así, fueron un recurso muy
valioso para moderar la actuación de los funcionarios públicos,
mayores y menores, ya que todos debían dar cuenta de sus actos.21
El juicio de residencia de Cortés no llegó a iniciarse en esta
ocasión. Días después, el juez y nuevo gobernador Ponce de León se
vio atacado de calentura y “modorra” y murió, a mediados de julio del
mismo año, dejando por teniente de gobernador al licenciado Marcos
de Aguilar. Anota Cortés que, al mismo tiempo que el juez, murieron
30 personas más de los que con él vinieron y que el extraño mal se
contagió a otros, por lo que se cree “casi pestilencia la que trajeron
consigo” [pp. 312-313].
Cortés no aceptó reasumir los cargos de gobernador y de justicia,
como el cabildo se lo pedía, y dio su apoyo para que, a pesar de que se
cuestionaron sus poderes, Marcos de Aguilar tuviera el gobierno civil
y el judicial, y que prosiguiera la residencia. Cortés quedó sólo como
capitán general y administrador de los indios, cargos que luego
perdería también.
Bernal Díaz completa la escena contando que Marcos de Aguilar, el
nuevo gobernador y justicia:
era muy viejo y caducaba, y estaba tullido de bubas, y era de poca autoridad,
y así lo mostraba en su persona, y no sabía las cosas de la tierra, ni tenía
noticia de ellas, ni de las personas que tenían méritos…
A pesar de todo, Cortés no aceptó “tocar más en aquella tecla” de la
gobernación y dejó:
que el viejo Aguilar solo gobernase, y aunque estaba tan doliente y hético que
le daba de mamar una mujer de Castilla, y tenía unas cabras que también
bebía la leche de ellas, y en aquella sazón se le murió un hijo que traía
consigo, de modorra, según y de la manera que murió Luis Ponce.2 2
Páginas atrás, el mismo Bernal Díaz da cuenta de las
murmuraciones contra Cortés propaladas por sus enemigos en
ocasión de la muerte de Luis Ponce de León. Decíase que, como en el
caso de Francisco de Garay, el explorador del Pánuco, al juez “le
dieron ponzoña con que murió”, en unos requesones y natas que le
dio Andrés de Tapia a su paso por Iztapalapa.23 Por orden de fray
Domingo de Betanzos, vicario general de los dominicos, declararon
los dos médicos, el venido en compañía del mismo Ponce y el
avecindado en la ciudad, Cristóbal de Ojeda, que atendieron al juez,
quienes bajo pena de excomunión afirmaron que Ponce murió de una
“fiebre maligna”. Años más tarde, en 1529, durante los interrogatorios
del juicio de residencia de Cortés, Ojeda dijo que entonces había
mentido por temor y que la verdad es que cree que fue
envenenado.24“¿Cuándo mintió?”, se pregunta Orozco y Berra.25
LOS JUGADORES Y EL RAYO
Por estos días pudo ocurrir, si es que fue verdad, un curioso hecho en
la vida de Cortés en el que también intervino fray Domingo de
Betanzos. Refiere el cronista de los dominicos, fray Agustín Dávila
Padilla, que “un día de regocijo” varios hombres nobles de México
fueron a casa de Cortés a proponerle jugar a las barajas. El
conquistador se negaba al principio, pero al fin accedió ante aquella
tentación para él tan poderosa. Pusiéronse mesas y naipes y, cuando
estaban en sus juegos, se desató una gran tormenta con granizo y
truenos. La ciudad comenzaba a inundarse y todos se atemorizaban
por la fuerza de la tempestad. Pero Cortés ordenó que se cerrasen
puertas y ventanas y se trajesen candelas para no interrumpir su
juego, que “siendo tan grueso y de tanta importancia, debía de ir
mezclado con algunos juramentos que indignaban a Dios”, comenta
Dávila Padilla. Mientras tanto, el padre Betanzos hacía oración común
con sus frailes pidiendo a Dios clemencia. Los jugadores continuaban
en sus empeños, confiados en la fortaleza de las casas de Cortés, las
mejores de la ciudad, cuando repentinamente, con gran estruendo,
cayó un rayo sobre la misma mesa que los reunía. El mueble quedó
hecho piezas, el aposento con el peor olor de piedra de azufre y los
jugadores amortecidos y sin aliento, tendidos por el suelo. El rayo en
el lugar justo y el hecho de que no matara y sólo asustara a los
jugadores, para el cronista dominico “era fruto de la devota oración
que el bendito santo fray Domingo de Betanzos hacía”. Y añade que
así lo proclamó a voces Cortés, y que al día siguiente él y sus amigos
fueron a la iglesia de Santo Domingo y, arrodillados “delante del
varón santo, conocieron su culpa y agradecieron su intercesión,
proponiendo de dejar el juego, como por entonces lo dejaron”.26
Dávila Padilla olvidó precisar cómo llegó a enterarse Cortés de las
oraciones del padre Betanzos y de su eficacia para suspender la cólera
divina.
Artemio de Valle-Arizpe recogió esta historia, tan de su gusto que
parece inventada por él, y le añadió un pícaro comentario. Cortés
cumplió su juramento de no tolerar juegos en su casa, “pero en las
casas de sus amigos siguió andando la baraja muy de lo lindo”.27
RESUMEN DE AGRAVIOS Y ALEGATOS
Después de informar al emperador, en su quinta Relación, acerca de
lo ocurrido al juez enviado a someterlo a juicio de residencia, Cortés
formula un resumen de los cargos que suelen hacérsele y de lo que
puede alegar en su defensa, como si anticipara algunas de las
acusaciones que se le harían años más tarde. Dice el conquistador que
no es cierto que gobierne como un tirano autócrata, pues no ha hecho
sino cumplir estrictamente las órdenes reales; que no es cierto que
haya obtenido para sí el mayor provecho de la conquista, porque si
mucho oro ha habido, más ha gastado “en dilatar por estas partes el
señorío y patrimonio real”; que no es cierto que haya dejado de hacer
envíos a Su Majestad, ya que ha enviado no sólo lo que correspondía
sino aun más; que se habla de que tiene 200 millones de rentas por
sus provincias, pero que cuanto tenga lo ofrece al rey a cambio de 20
millones y aun de 10 en España; y en fin, pide a Carlos V lo autorice a
viajar a España, aunque se lo impiden por el momento el no tener
dinero y el temor de que su ausencia provoque levantamientos de los
naturales [pp. 314-319].
INFORMES DE EXPLORACIONES Y PACIFICACIONES
En las páginas finales de su última Carta de relación, Cortés informa
al emperador el estado en que se encuentran, a principios de
septiembre de 1526, las diversas exploraciones y pacificaciones que
tiene emprendidas. Sabiendo que llegó por las costas de Tehuantepec
un navío extraviado, que formaba parte de la armada del capitán frey
García de Loaisa que se dirigía a las Molucas, Cortés le envió auxilio
inmediato [pp. 319-320]. Se anticipaba así al cumplimiento de la real
cédula del 20 de junio de 1526,28 que aún no había recibido.
Los navíos que desde hace tanto tiempo está construyendo en
Zacatula están a punto de salir para buscar el estrecho que
comunique ambos océanos y el camino a las islas de Especiería.
Cortés se ofrece a dirigir esta expedición [p. 320].
Por tierra y por mar ha enviado soldados para poblar y pacificar el
río Tabasco o Grijalva. Asimismo, ha enviado tres destacamentos para
que concluyan la pacificación de los indómitos zapotecas, que tienen
“ocupada la más rica tierra de minas que hay en esta Nueva España”
[p. 321].
Proyecta enviar gente a poblar el río de las Palmas —
probablemente el río Grande o Bravo o el Soto la Marina—, que está
“en la costa del norte abajo del de Pánuco hacia la Florida”. Por
primera vez habla de los chichimecas, “gentes muy bárbaras” de las
provincias del norte, a los que tratarán de apaciguar y sojuzgar, y en
caso de renuencia tomarán por esclavos.
Del rumbo de Colima, un capitán que envió le trajo relación de los
puertos existentes en la costa y de los muchos y grandes pueblos que
hay en aquella comarca [pp. 321-322]. Se trata del viaje por tierra que
inició en agosto de 1524 y concluyó a mediados de 1525 Francisco
Cortés de San Buenaventura, primo del conquistador. La expedición
tenía el encargo de explorar la región y averiguar la verdad de la “isla
poblada de mujeres”, como las Amazonas, y trajo noticias de
numerosos pueblos de Michoacán, Colima, Jalisco, Nayarit y
Guerrero, que logró pacificar.29
Esta última Carta de relación concluye con una declaración de
orgullo y fidelidad. Cortés se da cuenta de que su estrella declina y de
que Carlos V duda entre reconocer los servicios de un hombre cuyo
prestigio y audacia son desmesurados y peligrosos, y dar oídos a sus
muchos malquerientes y agraviados. Por ello le escribe:
que yo, aunque Vuestra Majestad más me mande desfavorecer, no tengo de
dejar de servir, que no es posible que por tiempo Vuestra Majestad no
conozca mis servicios; y ya que esto no sea, yo me satisfago con hacer lo que
debo, y con saber que a todo el mundo tengo satisfecho y le son notorios mis
servicios y lealtad con que los hago; y no quiero otro mayorazgo para mis
hijos sino éste [p. 322].
CRONOLOGÍA (TENTATIVA) DE ESTA ETAPA
1524
12 de octubre Sale de la ciudad de México la expedición de Cortés a
las Hibueras. Deja como tenientes de gobernador a
Estrada y a Albornoz, y como justicia mayor al
licenciado Zuazo.
15 de octubre Firma en Tenuxtitan la cuarta Carta de relación y envía
al rey, con la carta, otras cartas y papeles, el quinto real,
la culebrina de plata llamada El Fénix y otras joyas, y
dineros a su padre para compras.
29 de
diciembre
Salazar y Chirinos presentan al cabildo Provisión de
Cortés que los nombra lugartenientes en lugar de
Estrada y Albornoz.
1525
17 de febrero Estrada y Albornoz reclaman sus derechos al gobierno.
28 de febrero Cuauhtémoc y Tetlepanquétzal son ahorcados por
orden de Cortés en Acalan.
7 de marzo
El rey firma en Madrid cédulas nombrando a Cortés
adelantado de Nueva España y concediéndole escudo de
armas.
20 de abril
El cabildo de la ciudad acepta los poderes de Estrada y
Albornoz.
Fines de
mayo
Zuazo es apresado, aherrojado y enviado a Cuba.
Hacia julio
Salazar y Chirinos toman el gobierno de Nueva España.
Fines de
agosto
Rodrigo de Paz es atormentado para que denuncie el
tesoro de Cortés. Lo ahorcan.
Fines de año Salazar y Chirinos se apoderan de los bienes de Cortés y
ponen nuevos tributos a los indios.
Cortés cumple 40 años
1526
29 de enero Llega al monasterio de San Francisco, en la ciudad de
México, Martín Dorantes con cartas de Cortés
revocando poderes a Salazar y Chirinos y nombrando a
Francisco de las Casas teniente de gobernador. En
ausencia de éste, el cabildo nombra a Estrada y
Albornoz tenientes de gobernador, y alcalde ordinario a
Juan Ortega.
20 de febrero El cabildo de la ciudad escribe a Carlos V una Relación
de lo ocurrido en México.
Hacia
febrero o
marzo
Los partidarios de Cortés apresan a Salazar y lo
encierran en una jaula, encadenado. Chirinos estaba en
Oaxaca, se refugia en el monasterio de Tlaxcala, lo
sacan, traen a México y lo enjaulan también.
25 de abril
Cortés inicia el regreso por mar desde Trujillo,
Honduras.
1° de mayo
Llega a La Habana, Cuba.
16 de mayo
Sale de Cuba rumbo a Veracruz.
24 de mayo
Llega a Chalchicuecan y emprende viaje a la ciudad de
México.
Hacia el 19
de junio
Llega a la ciudad de México y reasume su gobierno.
2 de julio
Llega el juez Luis Ponce de León a tomarle juicio de
residencia y quitarle la gobernación.
20 de julio
Muere Ponce de León y deja como gobernador a Marcos
de Aguilar.
3 de
septiembre
Firma en México la quinta y última Carta de relación
1
Bernal Díaz, caps. CLXXXV y CLXXXIX.
2 Ibid., cap. CXCIII .
3 López de Gómara, caps. CLXXII -CLXXIV.— Bernal Díaz, cap. CLXXXV.
4 1. Carta de Hernán Cortés a la Audiencia de Santo Domingo dando cuenta
de los alzamientos ocurridos en México durante la expedición a las Hibueras y el
final de los disturbios, La Habana, 13 de mayo de 1526, en Documentos, sección II.
2. Memoria de lo acaecido en la ciudad de México desde la salida de Hernán
Cortés hasta la muerte de Rodrigo de Paz, 1526, en Documentos, sección III.
3. “Relación de lo ocurrido en México durante la ausencia de Hernán Cortés,
enviada al emperador Carlos V por el concejo, justicia y regimiento de dicha
ciudad”, 20 de febrero de 1526: Pascual de Gayangos, Cartas y relaciones de
Hernán Cortés, París, 1866, doc. X, pp. 341-350.
4. Cartas de Diego de Ocaña contra Hernán Cortés, México, 31 de agosto y 9 de
septiembre de 1526, en Documentos, sección III.
5 Las noticias sobre la vida de Alonso de Zuazo provienen de García Icazbalceta,
CDHM, t. II, pp. xvii-xviii; las de su naufragio y hechos posteriores de Fernández de
Oviedo (Zuazo parece haber sido amigo muy estimado del historiador), Historia
general, lib. L, cap. X, y las de su discusión teológica, del párrafo xxx de dicho cap.
X.— Bernal Díaz da la historia del naufragio muy compendiada en el cap. CLXIII .
— Juan de Castellanos, Elegía VIII de sus Elegías de varones ilustres de Indias
(1589), ed. BAE, pp. 73-80, sigue el pormenorizado relato del naufragio de
Fernández de Oviedo.
6 Bernal Díaz, cap. CLXXIV.
7 Provisión de Hernán Cortés a Gonzalo de Salazary Pedro Almíndez Chirinos
para reemplazar a Alonso de Estrada y Rodrigo de Albornoz como sus tenientes
de gobernador de Nueva España, Villa del Espíritu Santo-Coatzacoalcos, 14 de
diciembre de 1524, en Documentos, sección II.
8 Memoria de lo acaecido en la ciudad de México…, op. cit.
9 Ibid.— Bernal Díaz, cap. CLXXXV.— Herrera, década IIIª lib. VI. cap. XII .
1 0 Bernal Díaz, cap. CXCIV.
1 1 Ibid., cap. CLXXII .
1 2 Herrera, década IIIª, lib. VI, cap. II .
1 3 Bernal Díaz, ibid.— Herrera, ibid.
1 4 López de Gómara, cap. CLXIX.— Herrera, década IIIª, lib. VII, cap. IV.
1 5 Cédula de Carlos V a Hernán Cortés nombrándolo adelantado de Nueva
España, Madrid, 7 de marzo de 1525, y Cédula de Carlos V a Hernán Cortés en
que le concede escudo de armas, Madrid, 7 de marzo de 1525, en Documentos,
sección II.— Véase Leopoldo Martínez Cosío, Heráldica de Cortés, Sociedad de
Estudios Cortesianos, 2, Editorial Jus, México, 1949.
1 6 Carta de Hernán Cortés a Carlos V. Primer complemento de la quinta
Relación, Tenuxtitan, 11 de septiembre de 1526, en Documentos, sección III.
1 7 Herrera, ibid.
1 8 Véase el pasaje de Bernal Díaz, cap. CLXX, acerca de Ribera, en la nota 24 al
capítulo X de la presente obra.
1 9 López de Gómara, cap. CLXXXVIII .
2 0 Pedro Mártir de Anglería, Décadas del Nuevo Mundo, VIIIª década, lib. X,
ed. Millares Carlo, t. II, p. 728.— Información sobre el hábito de Santiago que
pide don Hernando Cortés, gobernador de Nueva España, Trujillo, 2 de junio de
1525, en Documentos, sección II.— Cortés no admitió ni usó tal título porque se le
dio sin encomienda y en grado de caballero y no de comendador. Véase nota 1 a
dicha lnformación.
2 1 “Juicio de residencia en Indias”, Diccionario de historia de España, dirigido
por Germán Bleiberg, Revista de Occidente, Madrid, 2ª ed. 1968, pp. 610-611.
2 2 Bernal Díaz, cap. CXCIII .
2 3 Ibid., cap. CXCII .— Véase la Carta de Hernán Cortés a fray García de
Loaisa, obispo de Osma y presidente del Consejo de Indias, acerca de la
acusación de muerte de Ponce de León, Cuernavaca, 12 de enero de 1527, en
Documentos, sección III.
2 4 Sumario de la residencia, t. II, pp. 325-327.
2 5 Orozco y Berra, Dominación, cap. X, n. 348.
2 6 Fray Agustín Dávila Padilla, O. P., Historia de la fundación y discurso de la
provincia de Santiago de México, de la Orden de Predicadores (1596), lib. I, cap.
XIII .
2 7 Artemio de Valle-Arizpe, “Las últimas cartas de Cortés”, Andanzas de
Hernán Cortés y otros excesos, Biblioteca Nueva, Madrid, 1940; 3ª ed., Editorial
Diana, México, 1978, p. 313.
2 8 Cédula de Carlos V a Hernán Cortés en que le encarga prepare una armada
para buscar las de García de Loaisa y Sebastián Caboto, Granada, 20 de junio de
1526, en Documentos, sección III.
2 9 Instrucción civil y militar de Hernán Cortés a Francisco Cortés para la
expedición a la costa de Colima, 1524, en Documentos, sección II.— Véase nota 5
acerca de la Relación que escribió Cortés de San Buenaventura en 1525. Véase
también José López Portillo y Weber, La conquista de la Nueva Galicia, Talleres
Gráficos de la Nación, Secretaría de Educación Pública, México, 1935, pp. 110-119.
XVI. AÑOS HOSTILES, EXPEDICIÓN A LAS
MOLUCAS Y VIAJE A ESPAÑA
Yo quedo agora en purgatorio y tal que
ninguna otra cosa le falta para infierno
sino la esperanza que tengo de remedio.
Yo me ofrezco a descubrir por aquí
toda la Especiería y otras islas, si hobiere
arca de Moluco y Malaca y la China, y
aun de dar tal orden, que Vuestra
Majestad no haya la Especiería por vía de
rescate, como la ha el rey de Portugal,
sino que la tenga por cosa propia.
Como acuchillado, pienso que podré
ser cirujano de esta enfermedad; como
experimentado, dar consejos.
HERNÁN CORTÉS
CORTÉS ACOSADO
Después de volver, a mediados de 1526, maltrecho de la expedición a
las Hibueras, Hernán Cortés pasó dos años acosado por hostilidades e
infortunios. La hazaña de la conquista de México parecía ya remota.
Estaba habituado a ser él quien mandaba y a tener éxito en sus
empresas. Ahora eran otros los que gobernaban, con torpeza y
codicia; y porque él había decidido ser fiel y obedecer a toda costa a su
rey, tenía que soportarlo. Sus bienes habían sido saqueados y sus
amigos maltratados y aun muertos por los oficiales durante su
ausencia, había sido desposeído como gobernador y luego le quitarían
sus cargos como capitán general y administrador de los indios; tenía
sobre sí la amenaza del juicio de residencia aplazado, la impresión de
sus Cartas de relación estaba prohibida, en Castilla había una nueva
oleada de acusaciones contra él, sería desterrado de la ciudad de
México; y si bien seguía teniendo amigos y partidarios fieles, sus
enemigos ahora se multiplicaban, eran escuchados y alentados y él ya
no tenía recursos para acallarlos. “Yo quedo agora en purgatorio y tal
que ninguna otra cosa le falta para infierno sino la esperanza que
tengo de remedio”, escribió a su padre el 26 de septiembre de 1526.1
LOS GOBERNANTES DE NUEVA ESPAÑA DE 1526 A 1528
El gobierno de Nueva España de 1526 a 1528 siguió siendo tan
inestable y confuso como lo había sido durante los dos años
anteriores de la ausencia de Cortés. El licenciado Marcos de Aguilar
tuvo el poder desde la muerte de Luis Ponce de León, el 20 de julio de
1526, hasta el 1º de marzo de 1527 en que él también murió. A pesar
de sus achaques, y sólo con el cargo de justicia mayor, gobernó desde
su cama bajo la guía del tesorero Estrada. El 3 de septiembre de 1526
obligó a Cortés a renunciar a sus cargos de capitán general y
administrador de los indios,2 que aún conservaba, pues sólo se le
había quitado antes la vara de gobernador. Imprudentemente, el
conquistador expidió, hacia agosto de 1526, unas Ordenanzas para el
buen tratamiento de los indios, cuyo texto se desconoce, pero que
según el pasaje que reproduce Diego de Ocaña,3 eran abusivas contra
los vecinos españoles, ya que les impedían salir de la ciudad sin
permiso previo del capitán general, y limitaban las ventas de maíz.
Estas ordenanzas y ciertos repartimientos de indios motivaron las
órdenes de Aguilar.
Cuando murió Aguilar, en sesión del mismo día el cabildo nombró
para sustituirlo en el gobierno al capitán Gonzalo de Sandoval y al
tesorero Alonso de Estrada4 —que ya había tenido el mando en dos
ocasiones anteriores. Una vez más, al igual que después de la muerte
de Ponce de León, los del cabildo pidieron a Cortés que reasumiera la
gobernación, pero él no lo aceptó.5 Sandoval y Estrada gobernaron
desde marzo hasta el 22 de agosto de 1527, fecha en que por
disposición real y del testamento de Aguilar se ordenó que gobernase
sólo Alonso de Estrada, con los cargos de gobernador y justicia mayor,
quien tuvo el mando hasta el 9 de diciembre de 1528, en que tomó
posesión la primera Audiencia,6 con Nuño de Guzmán como
presidente y los oidores licenciados Juan Ortiz de Matienzo y Diego
Delgadillo. Alonso de Parada y Francisco Maldonado, que venían
también como oidores, murieron poco después de su llegada. Con los
oidores, que entraron a la ciudad hacia el 6 de diciembre, vino
también una personalidad que será notable en la historia de la cultura
en México, fray Juan de Zumárraga, obispo electo de México y
Protector de los Indios.7
Tanto durante los meses de gobierno conjunto de Sandoval y
Estrada como en los del gobierno individual de este último, las Actas
de cabildo de la ciudad de México registran conflictos frecuentes con
Nuño de Guzmán, entonces gobernador de Pánuco, y desacatos a
Alonso de Estrada, de los que también da cuenta Bernal Díaz.8 La
decisión de la Corona de nombrar presidente de la Audiencia a
hombre tan violento como Nuño de Guzmán debió parecer desatino
injustificable a los novohispanos.
Durante su gobierno, Estrada envió a Chiapas y a Oaxaca a nuevos
capitanes con encargos de pacificación que no tuvieron provecho. De
esta última, Bernal Díaz refiere los saqueos que el capitán Figueroa,
pionero de los saqueadores arqueológicos, hizo en tumbas de Oaxaca,
probablemente en Monte Albán:
Acordó de andarse a desenterrar sepulturas de los enterramientos de los
caciques de aquellas provincias, porque en ellas halló cantidad de joyas de
oro con que antiguamente tenían por costumbre de enterrar a los principales
de aquellos pueblos.
El capitán Figueroa se satisfizo con las joyas que por valor de 5 000
pesos de oro había reunido, más otros robos; volvió a México, se
embarcó en Veracruz rumbo a Castilla, y cerca del puerto un temporal
hizo naufragar su nave. Tragó el mar vidas y tesoros.9
DONACIÓN A LAS HIJAS DE MOTECUHZOMA
Previendo que pronto ya no lo podría hacer, Cortés hizo un acto noble
antes de ser desposeído de sus últimos cargos: asignar tierras, el 27 de
junio de 1526, a doña Isabel, hija mayor de Motecuhzoma, y poco más
tarde a la otra hija superviviente, doña Marina. En el documento de
donación, Cortés manifiesta que Motecuhzoma le encargó
especialmente el cuidado de sus tres hijas, y que en recuerdo de los
muchos servicios que el señor de México prestó a los conquistadores,
asigna a doña Isabel el pueblo de Tacuba, que era parte de su propio
patrimonio. Y a doña Marina da los pueblos de Ecatepec, Acolhuacan
y Cuauhtitlan.10 La tercera hija, doña María, había muerto en la
Noche Triste.
El mismo día en que Cortés firma la donación a doña Isabel, expide
una provisión por la que designa a Alonso de Grado —con quien había
casado al mismo tiempo a doña Isabel— juez visitador general de la
Nueva España,11 cargo recién creado.
Cortés parece haber tomado muy a pechos la protección de las
hijas de Motecuhzoma. En el juicio de residencia, que reiniciará en
1529 la primera Audiencia, la pregunta inicial del “juicio secreto” se
refiere a “que no teme a Dios”, y curiosamente las respuestas no
tocaron para nada asuntos de piedad, sino que aluden sólo a las
relaciones promiscuas del conquistador. Juan Tirado dijo que don
Hernando poseyó tres hijas de Motecuhzoma, dos de las cuales le
dieron hijos y la tercera murió grávida en la Noche Triste.12 Y en el
mismo juicio, el primero de los testigos, el conquistador Bernardino
Vázquez de Tapia, que se había vuelto enemigo de Cortés, se refirió
varias veces, con más ira que claridad, a estas relaciones plurales
declarando que:
Tenía más de gentílico que de buen cristiano, especialmente que tenía
infinitas mujeres dentro de su casa, de la tierra e otras de Castilla… con
cuantas en su casa había tenía acceso, aunque fueran parientes unas de
otras… se echó con dos o tres hermanas, hijas de Motunzuma e queste testigo
vido que tenía una hija de Motunzuma que se llamaba doña Ana por amiga e
que teniéndola, este testigo vido questaba allí otra prima de la dicha doña
Ana preñada del mismo don Fernando e que a éstas las mataron los indios al
tiempo que salieron huyendo los cristianos de esta ciudad… e que después
este testigo supo de cómo Alonso de Grado se había casado con otra hija de
Motunzuma llamada doña Isabel e que al tiempo quel dicho Alonso de Grado
falleció, el dicho don Fernando la llevó a su casa e la tuvo en ella cierto
tiempo hasta tanto que la casó con Pedro Gallego, e que después de casada
con el dicho Pedro Gallego oyó decir que parió desde en cinco o seis meses e
que se dijo públicamente que estaba preñada del dicho don Fernando.1 3
La princesa Tecuichpo o Ichcaxóchitl (Flor de algodón), que
cristianizada se llamó Isabel (1509-1550), hija predilecta de
Motecuhzoma II, tuvo una vida dramática. Aún niña, fue dada como
esposa sucesivamente a Cuitláhuac y a Cuauhtémoc, los dos últimos
señores mexicas. Consumada la conquista, y cuando ella tenía 17
años, Cortés le asignó mediante el documento de donación citado, la
rica encomienda del pueblo de Tacuba y la casó con el alocado Alonso
de Grado, quien murió poco después. Cuando Isabel enviuda por
tercera vez, el conquistador, entre 1527 y 1528, la lleva a su casa y
meses antes de que dé a luz, le da un nuevo marido, Pedro Gallego,
“hombre gracioso y decidor”.14 La hija de Isabel y Cortés se llamará
Leonor Cortés y Moctezuma. Gallego tuvo a su vez un hijo con Isabel,
llamado Juan Andrada Moctezuma, y también murió pronto. En fin,
por quinta vez, Isabel casa con Juan Cano, hombre reposado con el
que tiene cinco hijos más, y pasa tranquila y rica, siempre triste, sus
últimos años.15
El 8 de septiembre de 1544, este Juan Cano llegó a Santo Domingo,
en la isla Española; súpolo Gonzalo Fernández de Oviedo, alcaide de
la fortaleza de la ciudad y eminente historiador, y le hizo la primera
entrevista a la manera moderna de que se tiene noticia. En esta
entrevista Fernández de Oviedo lo interrogó acerca de aspectos de la
conquista y de los últimos señores de México que deseaba precisar.16
De la otra hija de Motecuhzoma, doña Marina, a la que Cortés
asignó varios pueblos, no se tienen noticias.17
DESTIERRO DE CORTÉS DE LA CIUDAD DE MÉXICO
Por el mes de octubre de 1527, cuando Hernán Cortés y Gonzalo de
Sandoval estaban en Cuernavaca, supieron que el gobernador Alonso
de Estrada quería cortar una mano a un mozo de espuelas de
Sandoval que había reñido y acuchillado a un soldado de Estrada.
Ambos vinieron a defenderlo, y como el castigo ya estaba hecho,
Cortés dijo palabras muy ásperas al gobernador. Éste, aconsejado por
el factor Gonzalo de Salazar, quien ya había sido librado, al igual que
Chirinos, de su jaula, desterró a Cortés de la ciudad de México.
Cuando el conquistador fue notificado, respondió con desdeñosa
altivez:
que le cumpliría muy bien y que daba gracias a Dios, que de ello era servido,
que de las tierras y ciudades que él con sus compañeros habían descubierto y
ganado, derramando de día y de noche mucha sangre y muerte de tantos
soldados, que le viniesen a desterrar personas que no eran dignas de bien
ninguno, ni de tener los oficios que tienen de Su Majestad.
Bernal Díaz continúa relatando que Cortés se fue a Tezcoco y a
Tlaxcala, y que la mujer de Estrada, doña Marina Gutiérrez de la
Caballería —a quien Cortés años más tarde hará reclamaciones
judiciales por tierras—, reconvino a su marido por haber sacado de
sus jaulas a Salazar y a Chirinos —quienes volvieron a sus funciones
por órdenes reales— y por el destierro de quien les había hecho
muchos bienes.
El 19 de octubre de 1527 llegó a la Nueva España fray Julián
Garcés, primer obispo de Tlaxcala. Al hacer su primera visita a la
ciudad de México, el gobernador Estrada le relató lo ocurrido y le
pidió su intervención, ofreciéndole que anulaba el destierro. Bernal
Díaz afirma que el obispo “nunca pudo acabar cosa ninguna con
Cortés”;18 en cambio, López de Gómara dice que “con su autoridad y
prudencia los hizo amigos”.19 Aunque la reconciliación fuese un
fingimiento, esto último es lo más probable. Cortés preparaba ya su
viaje a España y sabía bien que, además de las órdenes reales,
necesitaba el permiso del gobernador para salir de la Nueva España.
LAS EXPEDICIONES ESPAÑOLAS A LAS MOLUCAS
Desde 1497-1498, gracias al viaje de Vasco de Gama, los portugueses
habían abierto y monopolizado una ruta a la India, doblando el cabo
de Buena Esperanza y navegando hacia el oriente, y años más tarde a
las Molucas o islas de la Especiería. Con el propósito de encontrar
una nueva ruta, por el occidente y dando la vuelta al mundo, y
posesionarse de otras tierras en el Oriente, la Corona española confió
en 1519 la organización de una expedición a Hernando de Magallanes,
gran marino portugués nacionalizado español, que había participado
en viajes al Oriente. Magallanes cruzó el Atlántico, bordeó la costa
oriental del Nuevo Mundo y descubrió, en el extremo meridional del
Continente, el estrecho que lleva su nombre; cruzó el Mar del Sur,
ahora océano Pacífico, y ya en Mactán, en las Filipinas, pereció en una
escaramuza con indígenas el 27 de abril de 1521. La expedición
prosiguió con Juan Sebastián Elcano, quien después de explorar islas
del sudeste asiático logró volver al puerto de Sanlúcar, tres años
después de su salida, con una sola nave maltrecha, la Victoria, y 18
hombres esqueléticos, de los 238 que salieran. Habían realizado la
primera vuelta al mundo. Otra de las naos restante, la Trinidad, había
quedado en la isla de Tidore, en las Molucas, y la mayoría de sus
tripulantes perecieron.
LA PARTICIÓN DEL MUNDO Y LA BÚSQUEDA DE LAS ESPECIAS
El viaje de Magallanes-Elcano planteó el problema del derecho a las
islas del Oriente entre España y Portugal. Para delimitar sus
respectivas zonas de influencia en tierras descubiertas o por
descubrir, España y Portugal habían antes convenido en una línea de
demarcación, convenio que después del descubrimiento de Colón
culminaría en el Tratado de Tordesillas del 7 de junio de 1494,
confirmado por bulas papales.20 Esa línea de demarcación era un
meridiano, aproximadamente el 46° 30’ W Gr. Originalmente, en la
bula Intercaetera, del 4 de mayo de 1493, la línea debía pasar a 100
leguas, que más tarde fueron 360, al occidente y al sur de las islas
Azores y de Cabo Verde. Al oriente de esa línea, las tierras por
descubrir serían portuguesas, y al occidente, españolas, lo que dio
derechos a Portugal para las tierras de Brasil.
La disputa por las tierras del Oriente hizo pensar en que el
meridiano convenido en el tratado y ratificado por las bulas papales
debía continuar en el otro lado del mundo, en un antemeridiano, que
se estableció como el 130° 30’ E, el cual pasa algo al oriente de las
Molucas, como lo creía con razón Magallanes. Pero los portugueses
ya estaban allí y defendieron encarnizadamente sus posesiones.
Buena parte de las desventuras de las expediciones españolas al
Moluco, como entonces se llamaba a las codiciadas islas de la
Especiería, se debieron a la resistencia portuguesa. Intervinieron
cosmógrafos y diplomáticos y al fin, por el tratado del 22 de abril de
1529, Carlos V accedió a vender sus supuestos derechos y renunciar a
las Molucas. En cambio, mantenía como posesión española las islas
Filipinas, conquistadas desde México por Miguel López de Legazpi y
Andrés de Urdaneta en 1565. Actualmente las Molucas forman parte
de Indonesia.
¿Por qué querían españoles y portugueses dominar aquellas
lejanas islas de la Especiería? Las especias o condimentos: el clavo, la
canela, el azafrán, el jengibre, la pimienta, el anís, la menta, la
mostaza, el cardamomo, el óregano, el sésamo, la casia o canela china,
el tomillo, y tantas otras yerbas que dan sabor y aroma a alimentos y
bebidas, y que conservan en buen estado los jamones, así como
algunas resinas olorosas como el incienso y la mirra, venían desde la
Antigüedad de remotas regiones tropicales y subtropicales del Oriente
y de islas del archipiélago malayo, llamadas islas de las Especias. Su
comercio fue muy importante, al lado de las sedas legendarias del
Oriente. Los antiguos centros de distribución en Europa fueron
sucesivamente la Arabia meridional o Félix, Alejandría y Venecia.
Para romper el monopolio y los precios excesivos impuestos por los
mercaderes venecianos, y encontrar otro camino hacia el Oriente
después de que los otomanos tomaron Constantinopla en 1453,
comenzaron a buscarse otras rutas. Los portugueses fueron los
primeros, gracias a los viajes de Bartolomeu Dias en 1488, Vasco da
Gama en 1498 y Pedro Álvares Cabral en 1501, en lograr traer especias
de la India a Europa, doblando el cabo africano de Buena Esperanza.
Esta misma búsqueda del sabor y el aroma de las especias, pero
navegando hacia el poniente, movió la hazaña de Cristóbal Colón en
1492 y el encuentro fortuito del Nuevo Mundo.
LO QUE SUCEDIÓ CON LA ARMADA DE GARCÍA DE LOAISA
Para continuar las exploraciones y el afianzamiento de las posesiones
territoriales en las islas del sudeste asiático, iniciado por MagallanesElcano, Carlos V encargó en 1525 a frey García Jofre de Loaisa,
comendador de la Orden de San Juan, organizar una armada. El viaje
fue infortunado, pues murieron Loaisa, se dice que de abatimiento, y
luego Elcano, que también iba en la expedición. Sólo una de sus
naves, la Santa María de la Victoria, pudo llegar a las islas del
Maluco, aunque también fue destruida y los sobrevivientes se
dispersaron. Entre ellos iba el admirable navegante Andrés de
Urdaneta, quien, años más tarde, en 1564-1565, ya vuelto fraile
agustino, conduciría la expedición, salida de México, en la que Miguel
López de Legazpi conquistaría las Filipinas y el fraile-piloto
descubriría la ruta para el tornaviaje del Oriente hacia Acapulco. Esta
ruta hizo posibles los viajes regulares de la Nao de la China o Galeón
de Manila.21
La más pequeña de las naves de la armada de Loaisa, el patache
Santiago, de sólo 60 toneladas, cuyo capitán era Santiago de Guevara,
se extravió de la conserva el 1° de junio de 1526, ya pasado el estrecho
de Magallanes. Solo continuó el viaje previsto por la costa occidental
del continente. Como la comida iba en la nave capitana, sus
tripulantes padecían hambre. El capitán Guevara llevaba un gallo y
una gallina y ésta ponía su huevo diario, que confortaba a los
enfermos, huevo que dejó de poner en los fríos australes. Los
hambrientos quisieron comprarle las aves por cincuenta ducados,
pero el capitán prefirió guardarlas22 para no repetir la fábula de la
gallina de los huevos de oro. Después de casi dos meses de travesía, el
25 de julio, exhaustos, llegaron a un cabo que decidieron explorar.
Como no tenían batel para llegar a la costa:
acordaron que en una caja grande saliese uno —cuenta el cronista Herrera—,
llevándola el agua a tierra, bien amarrada con las guindaletas y otros cabos
delgados, y que llevase tijeras, espejos y cosas de rescate para dar a los indios,
por que no le matasen ni comiesen; y que si se trastornase la caja se asiese a
ella y la tirasen de la nao por el cabo; y vista tan grande necesidad, el clérigo
don Juan de Arráizaga [sic] se ofreció de meterse en la caja; aunque le
rogaron que no lo hiciese, dijo que quería ponerse en aquel peligro por la
salud de todos; y encomendándose a Dios se metió en la caja, en calzas y en
jubón, con una espada; y llegando a la mitad del camino, no faltándole para
salir a tierra más de un cuarto de legua, se trastornó la caja, y nadaba el
clérigo teniéndose recio y pensando que había menos camino se esforzaba de
llegar, y andando cansado y medio ahogado, puso Dios en ánimo a los indios
[que lo veían desde la orilla] que le fueran a ayudar, y así se echaron cinco de
ellos a la mar, y aunque andaba brava le tomaron y sacaron medio muerto y
se apartaron de él; y volviendo en sí dende a media hora, se levantó y les hizo
señas que se llegasen.2 3
Después de una curiosa escena con un indolente cacique indio de
aquel paraje, que todo lo veía desde una sombra, el capellán Aréizaga
descubrió que, felizmente, habían llegado a tierra cristianizada.
Encontrábanse cerca de Tehuantepec, donde había un capitán de
Cortés, el cual los auxilió, informó al gobernador y llevó al padre
Aréizaga y demás tripulantes a entrevistarse con él a la ciudad de
México.24
Cuando Cortés firma su quinta Relación, el 3 de septiembre de
1526, sólo da noticias al rey de una nave extraviada de la armada de
Loaisa que llegó a Tehuantepec; pero en el primer complemento de
esta carta, que escribe el día 11 siguiente, ya puede precisarle los
detalles antes referidos, y le envía además la relación que le ha dado
el animoso padre Aréizaga de su viaje extraviado.25
Estos informes de Cortés se cruzaron con la cédula que Carlos V
envió al conquistador, firmada en Granada, el 20 de junio de 1526, y
que para principios de septiembre aún no recibía. En ella el
emperador le refiere antecedentes de las expediciones españolas al
Oriente y le encarga que prepare una armada que vaya a las islas del
Maluco para auxiliar y tener noticias de la armada enviada en 1525, al
mando del capitán frey García Jofre de Loaisa, así como de la
despachada en 1526 al mando de Sebastián Caboto.26
LA EXPEDICIÓN DE SAAVEDRA CERÓN ENVIADA POR CORTÉS
Inconforme con la falta de acciones señaladas, a fines de 1526 y
principios de 1527 Cortés se entregó a preparar a su propia costa esta
armada, a fin de cumplir lo mejor posible el encargo real. Lo curioso
es que estos planes no eran una sorpresa para él, pues desde meses
atrás ya pensaba en explorar el Oriente y aun, como lo escribe al fin
de su quinta Relación, se ofrecía a ir él mismo a descubrir y
conquistar, con juvenil jactancia, la otra mitad del mundo:
Yo me ofrezco a descubrir por aquí toda la Especiería y otras islas, si hubiere
arca de Moluco y Malaca y la China, y aun de dar tal orden, que Vuestra
Majestad no haya la Especiería por vía de rescate, como la ha el rey de
Portugal, sino que la tenga por cosa propia y los naturales de aquellas islas le
reconozcan y sirvan como a su rey y señor natural [p. 320].
Felizmente, tal ofrecimiento se quedó sólo en palabras
retumbantes y Cortés se puso en obra en los trabajos prácticos. Desde
1522 estaba empeñado en la construcción de varios navíos en el
astillero que había formado en Zacatula, con el propósito de “conocer
el secreto de la tierra” en las costas del Mar del Sur y buscar el
estrecho que comunicara ambos océanos. Durante los años de
ausencia por el viaje a las Hibueras, aquella empresa debió quedar
semiabandonada. Ahora, con el acicate de la orden real, debió
trasladarse a Zacatula para apresurar la construcción de las naves y
llevar hasta allí a lomo de indio cuanto era necesario para la
expedición. Se conserva la relación de los gastos que hizo Cortés en
esta armada, que ascienden a 40 251 pesos de oro y 12 tomines27 —
cantidad que no incluye el costo de las naves ni los gastos de
transporte de los materiales—, para la compra de herramientas de
carpintería, herrería y marinería; refacciones, aparejos e
instrumentos de navegación; armas, pólvora, parque y armaduras;
alimentos para un largo viaje; numerosos objetos mexicanos y
españoles para rescatar o hacer trueques, y muchos adelantos de
pagos a la tripulación y a los obreros del astillero, autorizados por el
organizador de la armada.
Como capitán de las tres naves dispuestas, Cortés designó a Álvaro
de Saavedra Cerón, uno de los numerosos primos recién llegados y
que debía tener experiencia como marino. Y al mismo tiempo que
aprestaba los barcos y sus tripulaciones, se puso a redactar con gran
cuidado las minuciosas instrucciones, que firmará en la ciudad de
México, el 27 y 28 de mayo, destinadas al capitán, al veedor —que se
llamaba Álvaro de Saavedra y debió ser hijo del capitán— y al
contador Antonio Guiral, a quien entregó también una relación de
cuanto llevaba la armada. Al capitán Saavedra Cerón, además de las
prescripciones habituales, le decía cómo conducirse en las diversas
circunstancias posibles con los portugueses y los nativos, y le
encargaba que le enviara relación de sus descubrimientos y plantas de
aquellas tierras para intentar su aclimatación en México. Entregole
también una carta personal de consejos y advertencias morales, única
de este tono entre los escritos de Cortés.28
El capitán llevaba, además, otras cinco cartas de Cortés: una
dirigida al capitán Sebastián Caboto y otra a los hombres de su
armada, informándoles de las órdenes que tenía para socorrerlos y
pidiéndoles noticia de sus sucesos. Saavedra Cerón no pudo entregar
estas dos primeras cartas porque Caboto, que tenía el encargo de
explorar el Cipango y el Catay —nombres que había dado Marco Polo
al Japón y a China—, prefirió detenerse en las costas brasileñas, pasó
cuatro meses en Pernambuco y luego exploró el río de la Plata y el
interior de la Argentina, y no volvió a España sino hasta julio de 1530,
con 20 marinos de los 200 que había llevado. Caboto fue sometido a
proceso y perdonado por su valía como navegante.29
Las otras tres cartas confiadas al capitán son notables, pues están
dirigidas, la primera, “al rey de la isla o tierra adonde llegase”, y las
otras, a los reyes de Cebú y de Tidore, la primera en las Filipinas y la
segunda en las Molucas.30 Explícales en ellas la majestad de Carlos V,
“emperador del universo”, les ofrece amistad y contratación que los
favorezca y les pide noticias de las armadas perdidas. La primera
comienza como la Metafísica de Aristóteles: “Universal condición es
de todos los hombres desear saber”. De la isla de Cebú se tenían
noticias por el diario de viaje de Magallanes-Elcano,31 donde también
se menciona la buena acogida que les hizo el rey de Tidore en
noviembre de 1521.32¿Cómo pudo conocer Cortés estos detalles que
sólo se encuentran en el cuaderno de bitácora de aquella expedición?
Merece notarse también junto a este sorprendente conocimiento, la
confusión que entonces se tenía respecto a las distancias aproximadas
entre el Nuevo Mundo y las islas del sudeste asiático, ya que Cortés
repite que se encuentran muy cercanas. En fin, es notable la previsión
lingüística que tiene Cortés, en sus Instrucciones a Saavedra Cerón,
para que sus cartas puedan ser leídas por los reyes de aquellas islas
remotas, y la idea que tiene de la difusión de las lenguas. Vale la pena
citarlo:
Ítem: daréis a los señores de la tierra donde llegardes o poblardes las cartas
mías que lleváis para ellos, las cuales van escritas en latín, porque como
lengua más general del universo, podrá ser, segund hay contratación en esas
partes de muchas e diversas naciones a cabsa de las especierías, que halléis
judíos o otras personas que las sepan leer; e no hallando tales personas,
hareislas interpretar a la lengua arábiga que lleváis, porque ésta creo que
hallaréis más copia por la mucha contratación que con los moros tienen; e si
no tuvieren, lleváis un indio natural de Calicut; este forzado fallará lengua
que lo entienda, e por medio della se podrá decir a los naturales de la tierra
todo lo que quisierdes.
Había hecho traducir, pues, al latín las tres cartas a los reyes de las
islas; confiaba en los judíos como hombres de muchas lenguas, y se
había agenciado a un moro como traductor del árabe y a un hindú de
Calicut para las lenguas orientales. ¿Qué hacían en México en 1527
estos personajes?
EL TRÁGICO DESTINO DE LA EXPEDICIÓN
El capitán Saavedra Cerón y sus 110 hombres tuvieron un destino
trágico y oscuro, aunque su misión logró cumplirse en parte.
Inicialmeme, el 14 de julio de 1527 salió de Zacatula sólo un bergantín
que hizo un reconocimiento de las costas y puertos cercanos, hasta
llegar al puerto de Santiago, en Colima. Luego, debieron reunirse en
Zihuatanejo las tres naves dispuestas: dos naos, la Florida, capitana,
con 50 hombres, y la Santiago, al mando de Luis de Cárdenas, con 45
tripulantes; y el bergantín Espíritu Santo, al mando de Pedro de
Fuentes, con 15 hombres.
Viaje de Álvaro de Saavedra a las Molucas, 1527-1528, despachado por Cortés. De
Miguel León-Portilla, Hernán Cortés y la Mar del Sur, Madrid, 1985.
Había transcurrido un año y cuatro meses desde que el emperador
expidiera su cédula para que Cortés enviara auxilio a las armadas
perdidas, y cinco meses desde que Cortés firmara sus laboriosas
instrucciones y cartas, cuando al fin, el 31 de octubre de 1527, las tres
naves al mando de Saavedra Cerón iniciaron en Zihuatanejo la
navegación oceánica hacia el Oriente. Al día siguiente ocurrió la
primera desgracia, pues murió maese Francisco, el cirujano de la
armada, a quien se había provisto de buena botica. Pocos días después
comenzó a hacer agua la capitana y no pudo precisarse el daño.
Cuando habían navegado ya mes y medio, la noche del 15 de
diciembre se separaron de la capitana las otras dos naves, Santiago y
Espíritu Santo, que debieron naufragar, pues nunca volvieron a
verlas. Saavedra Cerón y los tripulantes de la Florida continuaron el
viaje y llegaron a un archipiélago, ya en las Molucas, que nombraron
de los Reyes por el día en que lo vieron. Allí encontraron, según
relatará Vicencio de Nápoles:
gente crecida, algo morenos, tienen largos los cabellos, no alcanzan ropa sino
de unas palmas hacen masteles [bragas] y unas esteras; son tan primorosas
las esteras que parecen de lejos que son de oro, con aquella se cobijan; tienen
los hombres barbas como los españoles, tienen por armas una varas tostadas;
lo que comen no se vido porque no tuvimos comunicación con ellos.3 3
El 25 de enero murió el piloto Ortuño de Arango. Días después
llegaron a una isla grande, Mindanao, una de las Filipinas. Los
naturales asaltaron la nave, que hacía agua, y le cortaron un ancla,
pero pudo seguir adelante. En otra isla, Saavedra Cerón, siguiendo la
costumbre, se sangró un brazo y bebió recíprocamente, junto con el
rey local, sangre del nuevo amigo. Allí recibieron presente de comida
y especias, clavo y canela, rescataron dos españoles y supieron que
otros cautivos estaban en la isla de Tidore. Encontráronse luego con
portugueses, con quienes pelearon, y por ellos supieron que
quedaban algunos españoles de la armada de García de Loaisa con el
capitán Hernando de la Torre. Los de Saavedra Cerón hallaron a este
capitán en Tidore el 30 de marzo de 1528.34 En el informe que De la
Torre redactó para la Corona, el 11 de junio siguiente, hizo constar la
muy importante ayuda que recibió del enviado de Cortés:
Sabrá Vuestra Majestad —escribió el capitán— que al tiempo que vino el
capitán Sayavedra teníamos necesidad de muchas cosas… y llegó a muy buen
tiempo y nos puso muy grande alegría con su venida, y nos maravillamos
mucho en decir que venía de la Nueva España, porque acá había muy poca
noticia de tal tierra, y trujo muchas cosas de que teníamos muy extrema
necesidad, en que trujo una muy buena botica con muchas medicinas e
ungüentos, e otras cosas pertenecientes a la dicha botica; y trujo ballestas y
escopetas y coseletes y lanzas y plomo y otras muchas cosas; ansimismo trujo
tres piezas de artillería de bronce, y dejó aquí las dos y otros siete o ocho
arcabuces de hierro e otras muchas cosas excepto pólvora que no traía, e para
la partida le hobieron de dar pólvora. Y por cierto, éste ha sido uno de los
mayores servicios que don Hernando Cortés a Vuestra Majestad ha hecho en
poner tan buena diligencia en cumplir su mandado.3 5
Así pudo cumplirse, en la parte que fue posible, el propósito del
viaje.
Saavedra Cerón reparó su nave la Florida y salió de Tidore el 3 de
junio de 1528, con el propósito de volver a la Nueva España con los 30
hombres que le quedaban, a los que se unieron otros españoles; y
traía 60 toneladas de clavo que le dio De la Torre. Pero llevaba
también a cuatro portugueses que se apoderaron del batel y huyeron;
luego encontraron a dos de ellos, los ahorcaron e hicieron cuartos.
Fracasado su primer intento de retorno, tuvieron que volver. Casi un
año después, el 8 de marzo de 1529, intentaron otra vez el regreso,
tocando varias islas y procurando avanzar hacia el noreste, a pesar de
los vientos contrarios. Al llegar al paralelo 26° de latitud norte, el 19
de octubre murió Álvaro de Saavedra Cerón. Antes de morir el
capitán, animoso recomendó a su gente que tratasen de subir hasta
los 30° para encontrar vientos propicios y, si no, que volviesen a
Tidore.36 Tenía toda la razón, aunque se quedó corto en la desviación
necesaria. Cuando Andrés de Urdaneta logró por fin realizar el
“tornaviaje”, nunca antes conseguido, del Oriente hacia el Nuevo
Mundo, en 1565, tuvo que subir, desde cerca de los 14° de donde
partió, hasta los 39° 30' de latitud norte para encontrar la corriente
del Japón o Kuro Sivo con los vientos propicios.37
Después de la muerte de Saavedra Cerón quedó como capitán el
toledano Pedro Laso, quien también murió una semana más tarde, y
la nao quedó a cargo del maestre y el piloto. Subieron hasta los 31°,
pero siempre con vientos contrarios, y como sólo quedaban 18
hombres, volvieron a Tidore hacia el mes de diciembre de 1529 y se
reunieron con los otros españoles. Hernando de la Torre recibió a los
supervivientes y se dirigió con ellos a Malaca. Allí los apresó durante
dos años un capitán portugués, murieron 10 o 12 españoles más y los
pocos restantes fueron llevados a Goa, en la India. Algunos de ellos
lograron viajar a Portugal y luego a España en 1534, siete años
después de su salida. Así terminó la expedición desastrada.
Las noticias anteriores se han tomado principalmente de cuatro
documentos que permiten rehacer esta historia: el diario de a bordo
que llevó el capitán Saavedra Cerón hasta poco antes de su muerte; el
diario de viaje y navegación del capitán De la Torre, de 1528; las
noticias que dio Andrés de Urdaneta en su relación de 1535, de su
encuentro con la expedición; y la relación completa de las desgracias
de la armada de Saavedra Cerón que escribió en 1534, en dos
versiones, uno de los sobrevivientes llamado Vicente de Nápoles.38
En la carta que escribe Cortés a Carlos V el 20 de abril de 1532, ya
hace mención de que tiene informes de que los hombres de la
expedición enviada al Maluco “llegaron y hicieron muy
cumplidamente lo que Vuestra Majestad y por mí en su real nombre
les fue mandado”.39 ¿Cómo pudo saberlo? Sólo por otro informe
desconocido puede explicarse que tuviera estas noticias en 1532.
Vicente de Nápoles llegó a Portugal y a España dos años después, en
1534, y gracias a Francisco Núñez, el procurador de Cortés en Castilla,
viajó a la Nueva España y entregó a Cortés su relación extensa. Los
libros de bitácora del capitán Saavedra Cerón, que guardaba su
escribano Francisco Granados, y del capitán De la Torre fueron
recibidos también por Núñez hacia 1534/1535, quien envió copia de
ellos a Cortés. Y la relación de Urdaneta le fue secuestrada con sus
demás papeles en Lisboa, en 1536, los que recuperó más tarde.40
EL VIAJE A ESPAÑA DE 1528
Al final de su última Carta de relación, firmada el 3 de septiembre de
1526, Cortés solicitaba del rey autorización para viajar a España y
agregaba que por el momento se lo impedían el no tener dinero y el
temor de que su ausencia provocase levantamientos. El último
obstáculo es una vanidosa imaginación, y el primero era posible,
sobre todo después de proveer los gastos de la expedición a las
Molucas, que debieron dejarlo aún más enredado de dinero.
Después de la sensación de vacío e incertidumbre que debió dejarle
la salida de las tres naves que partieron de Zihuatanejo, en las que
apostaba la vida de 110 hombres y muchos afanes y pesos, contra un
destino impredecible y con el único propósito de congraciarse con el
rey y acaso auxiliar a otras víctimas del afán de dominio, nada
quedaba a Cortés por hacer en la Nueva España. El gobierno del
tesorero Estrada le había mostrado hostilidad. Y Cortés, aun
desposeído de sus poderes y amenazado por el juicio de residencia,
era un vecino incómodo en aquella pequeña sociedad. El viaje a
España fue su nueva ilusión y su nueva empresa.
A principios de 1528 debió recibir con alegría la carta que le envió
el presidente del Consejo de Indias y obispo de Osma, Francisco
García de Loaisa, en la cual le decía
que le convenía venir a Castilla para que el rey le viese y conociese,
aconsejándole que lo pusiese por obra con la mayor brevedad que fuese
posible, ofreciéndole su favor e intercesión para que Su Majestad le hiciese
merced.4 1
No se conserva el original de esta carta ni la respuesta de Cortés,
que debió ser afirmativa. Un poco más tarde, el rey le envió una
cédula, firmada el 5 de abril de 1528,42 en la cual le confirmaba sus
instrucciones para que viajara a España, al mismo tiempo que le
informaba la designación de Nuño de Guzmán como presidente de la
Audiencia. En la misma fecha, el rey dio instrucciones a la Audiencia
que estaba por venir para que se instruyera a Cortés el juicio de
residencia pendiente.43 No hay incongruencia entre estas dos cédulas,
sino el propósito de que, a pesar del contrasentido, se hiciese la
residencia aprovechando la ausencia de Cortés, pues, como dice
Herrera, su mucho poder motivaría que “por mucha autoridad que
llevase el Audiencia, nunca se le tomaría a derechas la residencia si él
se hallaba presente”.44
López de Gómara debió recoger de labios de Cortés los propósitos
que a su vez él tenía para volver a España:
A casarse por haber hijos y mucha edad; a parecer delante del rey su cara
descubierta, y a darle cuenta y razón de la mucha tierra y gente que había
conquistado y en parte convertido, e informarle a boca de la guerra y
disensiones entre españoles de México, temiéndose que no le habrían dicho
verdad; a que le hiciese mercedes conforme a sus servicios y méritos, y que le
diese algún título para que no se le igualasen todos; a dar ciertos capítulos al
rey, que tenía pensados y escritos, sobre la buena gobernación de aquella
tierra, que eran muchos y provechosos.4 5
Pueden añadirse un par de motivos más de índole personal. En
1528 Cortés cumplía 43 años, de los cuales había pasado 24, más de la
mitad, ausente de su primera tierra, de su padre y madre y de su
gente. Era natural que quisiese volver a rescatar visiones, afectos y
sabores casi olvidados. Además, como todo indiano y con la
desmesura que los caracteriza, quería volver para mostrar a los suyos
cuánto había hecho, cuánto tenía y cuánto se había engrandecido por
su propio esfuerzo aquel mozo sin oficio ni beneficio que tantos años
atrás saliera de Extremadura.
ENCARGOS, REGALOS Y ORGANIZACIÓN DEL VIAJE
El 6 de marzo de 1528, desde la ciudad de México, y alrededor de un
mes antes de su partida, Cortés redactó minuciosos encargos a su
mayordomo Francisco de Santa Cruz, de cuanto debería hacerse
durante su ausencia. Dispone que dé especial atención a Alonso de
Estrada, el gobernador, y a sus abogados Juan Altamirano y Diego de
Ocampo; lo instruye para que se continúen las obras en los ingenios
de Tuxtla y Tipeucan, las de los molinos y las de las Casas Viejas y la
cantería de las Casas Nuevas; que haga los pagos y cobros pendientes,
que siga auxiliando a los monasterios de San Francisco y de Santo
Domingo, en la ciudad de México, y los de Tezcoco, Huejotzingo,
Cuernavaca y Tlaxcala —lo que señala los conventos que existían en
aquellos años— ; le recuerda que fray Toribio Motolinía tiene carta
blanca: “lo que él vos dijere”; le encarece la atención a las obras y
necesidades del Hospital de la Concepción o de Jesús; y le pide que no
olvide los envíos de oro que espera en España, de tributos, cobranzas
y granjerías. El último ítem es excepcional en los escritos de Cortés,
por lo común impersonales y más bien secos, pues en tono casero y
con preocupado encarecimiento le encarga el cuidado de un niño
Amadorcico, que iba a la escuela. ¿Quién sería este niño, de quien
habla como suelen hacerlo los padres?46
Durante meses recorrió sus dominios de la Nueva España para
cobrar sus rentas y aun empeñar las futuras, y para recoger todo lo
raro, maravilloso y valioso con que podía halagar y ganar voluntades:
aves raras y hermosas, dos tigres, un tlacuache y un ayotochtli o
armadillo, barriles de liquidámbar, de bálsamo y de otros aceites,
mantas de pluma y de pelo, rodelas, plumajes, espejos de obsidiana, y
“mil y quinientos marcos de plata y veinte mil pesos de buen oro, y
otros diez mil de oro sin ley y muchas joyas riquísimas”.47
Además, desde septiembre de 1526, ya pensando en su viaje y en
los muchos regalos que tenía que hacer, Cortés envió a España,
inventariado en regla ante Cristóbal de Oñate, contador sustituto de
Rodrigo de Albornoz, y pagando el quinto y los derechos reales, un
buen conjunto de joyas de oro de manufactura indígena, que pesaron
2 359 pesos,48 probablemente remitidas a su padre, Martín Cortés.
Ya cerca de su salida, con otras cartas que le contaban las muchas
acusaciones que de nuevo había contra él en Castilla, le llegó noticia
de la muerte de su padre, que lo entristeció mucho y al que guardó
luto. Don Martín había sido, desde el principio de la conquista, su
aliado y agente más seguro, y él participó, al lado de los grandes
señores adictos a Cortés, en las gestiones más difíciles para levantarle
la honra caída.
Como entonces era necesario comprar barcos para viajar con
alguna libertad ya que no comodidad, Cortés envió a Veracruz a uno
de sus mayordomos, Pedro Ruiz de Esquivel, para que le comprara
dos buenas naos. Algún malhechor se enteró —aparte de que el
mayordomo era hombre de muchas historias— y, al cruzar la laguna
de México para ir a Ayotzingo, lo mataron y medio enterraron, y
desaparecieron también los indios remeros y el negro que lo
acompañaba, para robarle las dos barras de oro que llevaba.49 Cortés
volvió a enviar a otros mayordomos, que le compraron las dos naos y
las proveyeron de abundancia de matalotaje. Con el gusto de la
desmesura que tenía en este tipo de acciones, “mandó dar pregones
que cualesquier personas que quisieren ir a Castilla les dará pasaje y
comida de balde, yendo con licencia del gobernador”.50¿Cuántos irían
con esta invitación?
Con él fueron dos de sus mejores y más adictos capitanes, Gonzalo
de Sandoval y Andrés de Tapia, y otros conquistadores; llevó también
a un hijo de Motecuhzoma, don Pedro Tlacahuepan; a don Francisco
de Alvarado Matlaccohuatzin, sobrino de Motecuhzoma;51 a un hijo
de Maxixcatzin, el antiguo señor de Tlaxcala, y a otros señores indios.
“Trajo ocho volteadores del palo, doce jugadores de pelota, y ciertos
indios e indias muy blancos, y otros enanos y otros contrahechos; en
fin —comenta López de Gómara— , venía como un gran señor”.52
Cortés y su comitiva debieron salir de Veracruz a mediados de abril
de 1528, y si como dice Bernal Díaz hicieron un viaje sin escalas en 42
días, pudieron llegar al puerto de Palos hacia fines de mayo.53
1
Carta de Hernán Cortés a su padre Martín Cortés, Tenuxtitan, 26 de
septiembre de 1526, en Documentos, sección III.
2 Requerimiento y mandamiento que Marcos de Aguilar intimó a Hernán
Cortés a fin de hacerle renunciar el cargo de capitán general de la Nueva España
y de la repartición de indios. Respuesta y renuncia de Cortés, Tenuxtitan, 3 de
septiembre de 1526, en Documentos, sección III.
3 Cartas de Diego de Ocaña contra Cortés, México, 31 de agosto y 9 de
septiembre de 1526, en Documentos, sección III. En su primera posdata, Ocaña
transcribe el principio de estas Ordenanzas:
Manda el señor don Hernando Cortés, capitán general y gobernador
desta Nueva España y sus provincias por Sus Majestades, que porque
Su Majestad le encomendó el buen tratamiento de los naturales de la
tierra, que ninguno sea osado de salir desta ciudad ni de otros lugares
sin su licencia o de sus tenientes, so ciertas penas. Ítem, que ninguno
que tenga indios pueda vender maíz, ni les pedir más de lo que ha
menester para su comer, so ciertas penas.
Cortés se refiere a estas Ordenanzas, que dice haber enviado al rey, en el
Segundo complemento de la quinta Relación, Tenuxtitan, 11 de septiembre de
1526, en Documentos, sección III.
4 Actas de cabildo, 1° de marzo de 1527, t. I, p. 123.
5 Carta de Hernán Cortés a Carlos V. Segundo complemento de la quinta
Relación, op. cit.— Bernal Díaz, cap. CXCIV.
6 Actas de cabildo, 22 de agosto de 1527 y 9 de diciembre de 1528, t. I, pp. 139 y
187.
7 Joaquín García Icazbalceta, Don fray Juan de Zumárraga, primer obispo y
arzobispo de México (1881), edición de Rafael Aguayo Spencer y Antonio Castro
Leal, Colección de Escritores Mexicanos 41-44, Editorial Porrúa, México, 1947, 4
vols., t. I, pp. 33-35.
8 Bernal Díaz, cap. CXCIV.
9 Ibid.— Ignacio Bernal, Historia de la arqueología en México, Editorial
Porrúa, México, 1979, cap. II , p. 40, da cuenta de este saqueo.
1 0 Donación de tierras a doña Isabel Motecuhzoma hecha por Hernán Cortés,
México, 27 de junio de 1526; y Donación de tierras a doña Marina…, México, 14
de marzo de 1527, en Documentos, sección III.
1 1 Provisión de Hernán Cortés al ayuntamiento de México nombrando a
Alonso de Grado juez visitador general de la Nueva España, Temixtitan, 27 de
junio de 1526, en Documentos, sección III.
12
Sumario de la residencia, t. II, p. 39.
Op. cit., t. I, pp. 62-63. Y en Documentos, sección IV.
1 4 Bernal Díaz, cap. CCV.
1 5 Véase Sara García Iglesias, Isabel Moctezuma, la última princesa azteca,
Vidas Mexicanas 27, Ediciones Xóchitl, México, 1946.
1 6 Gonzalo Fernández de Oviedo, “Diálogo del alcaide de la fortaleza de la
ciudad e puerto de Sancto Domingo de la isla Española, auctor e cronista destas
historias, de la una parte, e de la otra un caballero vecino de la gran ciudad de
México, llamado Juan Cano”, Historia general y natural de las Indias, lib.
XXXIII, cap. LIV.— De esta entrevista he hecho una edición anotada: Colección
Mar Abierto, Editorial Ambos Mundos, México, 1986.
1 7 Con el único nombre suyo que conocemos, Marina, no aparece en las
biografías de los 19 hijos de Motecuhzoma que trae Fernando Alvarado
Tezozómoc, Crónica mexicáyotl, trad. directa del náhuatl por Adrián León,
Instituto de Historia en colaboración con el INAH, UNAM, Imprenta Universitaria,
México, 1949, párrafos 304-323, pp. 149-158.
1 8 Bernal Díaz, cap. CXCIV.
1 9 López de Gómara, cap. CXC .
2 0 Véanse Manuel Giménez Fernández, Nuevas consideraciones sobre la
historia, sentido y valor de las bulas alejandrinas de 1493 referentes a las Indias,
Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, Sevilla, 1944.— Luis
Weckmann, Las bulas alejandrinas de 1493 y la teoría politica del papado
medieval. Estudio de la supremacía papal sobre islas, 1091-1493, Instituto de
Historia, Editorial Jus, México, 1949, cap. VIII , pp.253-259.— Silvio Zavala, “La
partición del mundo en 1493”, Memoria del Colegio Nacional, México, 1969, t. VI,
núm. 4, pp. 23-53.
2 1 Mariano Cuevas S. J., Monje y marino. La vida y los tiempos de fray Andrés
de Urdaneta, Editorial Layac-Galatea, México, 1943.— Enrique Cárdenas de la
Peña, Urdaneta y “El tornaviaje”, Secretaría de Marina, México, 1965, con una
buena colección de documentos y mapas.— J. Ignacio Rubio Mañé, “La expedición
de Miguel López de Legazpi a Filipinas”, BAGN, México, julio-diciembre de 1964,
segunda serie, t. V, núms. 3-4, especialmente los incisos “Expedición de Álvaro de
Saavedra Cerón, 1527-1529” y “Expediciones cortesianas en el Mar del Sur, 15321539”, pp. 574-629.
2 2 Herrera, década IIIª, lib. IX, cap. V.
2 3 Ibidem.
2 4 Cuevas, op. cit., cap. V, pp. 98-101.
2 5 Carta de Hernán Cortés a Carlos V. Primer complemento de la quinta
Relación, Tenuxtitan, 11 de septiembre de 1526, en Documentos, sección III.— El
diario de bitácora de Juan de Aréizaga, en Martín Fernández de Navarrete,
13
Colección de viajes y descubrimientos…, ed. BAE, sección V, doc. IX, t. III, pp. 113115.
2 6 Cédula de Carlos V a Hernán Cortés en que le encarga prepare una armada
para buscar las de García de Loaisa y Sebastián Caboto, Granada, 20 de junio de
1526, en Documentos, sección III.
2 7 Relación de los gastos de Hernán Cortés en la armada al mando de
Saavedra Cerón que se dirigía a las Molucas, ca. 1528: en Documentos, sección
III.
2 8 Instrucción dada por Hernán Cortés a Álvaro de Saavedra Cerón para el
viaje a las islas del Maluco, Temixtitan, 28 de mayo de 1527.
Consejos y advertencias de Hernán Cortés a su primo Álvaro de Saavedra
Cerón antes de iniciar su viaje, Temixtitan, mayo de 1527.
Instrucción… a Álvaro de Saavedra, veedor de la armada, Temixtitan, 27 de
mayo de 1527.
Instrucción… a Antonio Guiral para el desempeño de su cargo de contador de
la armada, Temixtitan, 27 de mayo de 1527.
Memoria del despacho que lleva Antonio Guiral para Álvaro de Saavedra
Cerón, Temixtitan, mayo de 1527, los cinco en Documentos, sección, III.
2 9 Carta de Hernán Cortés a Sebastián Caboto informándole de las órdenes
que tiene para socorrer su armada, Temixtitan, 28 de mayo de 1527.
Carta de Hernán Cortés a los hombres de la armada de Sebastián Caboto,
pidiendo que le informasen de sus sucesos y ofreciéndoles auxilio, Temixtitan, 28
de mayo de 1527, en Documentos, sección III.
3 0 Carta de Hernán Cortés para que Álvaro de Saavedra Cerón la entregase al
rey de la isla o tierra adonde llegare, Temixtitan, 28 de mayo de 1527.
Carta de Hernán Cortés al rey de Cebú, explicándole el objeto de la expedición
al Maluco bajo el mando de Álvaro de Saavedra Cerón, Temixtitan, 28 de mayo
de 1527.
Carta de Herndn Cortés al rey de Tidore dándole gracias en nombre del
emperador por el buen trato y recibimiento que hizo a la gente de la armada de
Magallanes que quedó en aquella isla, Temixtitan, 28 de mayo de 1527, en
Documentos, sección III.
3 1 “Diario de viaje” de Magallanes-Elcano, apunte de abril de 1521: entre las
islas del archipiélago de San Lázaro (Filipinas), la de Cebú o Subu: Fernández de
Navarrete, op. cit., doc. XXII, t. II, pp. 532-587, ref. p. 540.
3 2 En noviembre de 1521 Sebastián Elcano encontró la isla de Tidore o Tidori,
cuyo rey Almanzor o Zuratan Manzor les hizo muy buena acogida: op. cit., doc.
XXVII, t. II, pp. 587-588.— Cuando la expedición de Saavedra Cerón llegó a
Tidore, su gobernante se llamaba Quichil Rade: op. cit., doc. XX, t. III, pp. 196201.
33
Esta descripción aparece en la “Relación de Vicencio de Nápoles” de 1534, en
el documento existente en el Archivo General de la Nación, de México, reproducido
en Luis Romero Solano, Expedición cortesiana a las Molucas, 1527, Sociedad de
Estudios Cortesianos, 6, Editorial Jus, México, 1950, p. 148. Véase la nota 38
siguiente.— Repiten la descripción López de Gómara, cap. CXCI , y Herrera, década
IVª, lib. I, cap. VI .
3 4 Fernández de Navarrete, op. cit., t. III, pp. 48-63, ref. p. 57.
3 5 Op. cit., “Derrotero de viaje y navegación de… Hernando de la Torre”, 1528,
doc. XIV, t. III, pp. 125-171, ref. pp. 170-171.
3 6 “Relación de Vicencio de Nápoles”, 1534, citada en n. 33, p. 171.— Herrera,
década IVª, lib. V, cap. VI .
3 7 Cárdenas de la Peña, “El tornaviaje”, op. cit., cap. IV, pp. 107-122.
3 8 Las fuentes primarias y principales de la expedición cortesiana a las Molucas
de Saavedra Cerón, que aquí se repiten, son las siguientes:
“Derrotero de viaje y navegación de… Hernando de la Torre”, 1528.
“Relación” de Andrés de Urdaneta, 1535.
“Relación del viaje que hizo Álvaro de Saavedra” por el escribano Francisco
Granados, s. f.
“Relación de Vicente de Nápoles”, 1534: docs. XIV, XXVI, XXXVI y XXXVII, en
Fernández de Navarrete, op. cit., t. III, pp. 125-171, 234-239 y 266-279.
De la “Relación” de Vicencio Napolitano o Vicente de Nápoles hay dos versiones,
la que recoge Fernández de Navarrete, antes citada y procede del Archivo General
de Indias, de Sevilla (leg. 1° de Papeles del Maluco, 1519-1547), y otra más extensa
e interesante que se encuentra en el Archivo General de la Nación, de México,
dentro del Archivo del Hospital de Jesús (leg. 438, exp. 1), que fue la que recibió
Cortés. La ha reproducido Luis Romero Solano, Expedición cortesiana a las
Molucas, 1527, México, 1950, pp. 142-175.
Las informaciones de los cronistas e historiadores acerca de esta expedición se
encuentran en: López de Gómara, cap. CXCI ; Bernal Díaz, cap. CC; Herrera,
década IIIª, lib. IX, cap. V; década IVª, lib. I, cap. VI , y lib. V, cap. VI , con
incidentes y anécdotas que sólo él recoge; Fernández de Navarrete, Viajes y
descubrimientos, ed. BAE, tomos II y III, obra básica sobre la materia con
transcripción de documentos; Orozco y Berra, Historia de la dominación española
en México, t. I, cap. X, pp. 234-240; Romero Solano, Expedición cortesiana a las
Molucas, 1527, 1950, buen estudio y reproducción de los documentos de
Fernández de Navarrete y otros; y Miguel León-Portilla, Cortés y la Mar del Sur,
Ediciones Cultura Hispánica, Instituto de Cooperación Iberoamericana, Madrid,
1985, cap. II , con excelente exposición de esta historia.
3 9 Capítulo de carta de Hernán Cortés a Carlos V, México, 20 de abril de 1532,
en Documentos, sección VI.
40
En el Memorial del licenciado Francisco Núñez acerca de los pleitos y
negocios de Hernán Cortés de 1522 a 1543, Madrid, 7 de abril de 1546 (en
Documentos, sección VII), en el ítem LXXIII escribe Núñez:
En Dueñas recogí a Vicencio Napolitano e dile de comer muchos días
e dineros para el camino. Enviele al señor marqués para que le diese
relación de la armada de Locusa [del Maluco].
Lo cual puede fijarse hacia 1534 o 1535. Y añade Núñez, en el ítem siguiente, que
luego llegaron el capitán Hernando de la Torre y Francisco Granados, el escribano
de Saavedra Cerón; “recogilos y diéronme el libro de la armada y envié traslado al
señor marqués”.
4 1 Herrera, década IVª lib. III, cap. VIII .
4 2 Cédula de Carlos V a Hernán Cortés en que le ordena se traslade a España
a darle cuenta de su actuación, Madrid, 5 de abril de 1528, en Documentos,
sección V.
4 3 Instrucciones de Carlos V a la Audiencia de Nueva España para que tome
residencia a Hernán Cortés y a los oficiales reales, Madrid, 5 de abril de 1528, en
Documentos, sección IV.
4 4 Herrera, ibid.
4 5 López de Gómara, cap. CXCII .
4 6 Encargos de Hernán Cortés a su mayordomo Francisco de Santa Cruz,
México, 6 de marzo de 1528, en Documentos, sección III.
4 7 López de Gómara, ibid.
4 8 Joyas que Hernán Cortés envió a España desde México inventariadas por
Cristóbal de Oñate, Tenuxtitan, 25 de septiembre de 1526, en Documentos,
sección III.
4 9 López de Gómara, ibid.— Bernal Díaz, cap. CXCV.
50 Bernal Díaz, ibid.
51 Francisco de San Antón Muñón Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin, Relaciones
originales de Chalco Amaquemecan, trad. del náhuatl por Silvia Rendón, Fondo
de Cultura Económica, México, 1965, “Séptima relación”, p. 251.
52 López de Gómara, ibid.
53 López de Gómara (cap. CXCII ) dice que Cortés llegó a España “a fin del año
de 1528”. Bernal Díaz lo repite y, equivocando el año, apunta que llegó a Castilla
“en el mes de diciembre” (cap. CXCV). Esto no es posible porque Cortés dirigió un
memorial al rey desde Madrid el 25 de julio de 1528 (en Documentos, sección V).
Antes de esta fecha ya había pasado algunos días en Madrid, ya había tenido su
primera entrevista con Carlos V en Toledo, ya había hecho su novena y pasado días
más en el Monasterio de Guadalupe; en el camino se había detenido
probablemente en Medellín para ver a su madre recién viuda; ya había pasado dos
días en Sevilla y en Palos había atendido a su amigo Gonzalo de Sandoval. Todas
estas escalas más los lentos viajes suman al menos 50 días. Los cuales, desde la
fecha conocida, 25 de julio, nos retrotraen a fines de mayo, como fecha de llegada
a Palos, y a mediados de abril, como fecha de salida de Veracruz. Conforme con
estas suposiciones, Herrera anota (década IVª, lib. IV, cap. I ) que Cortés llegó a
España “a los últimos de mayo”.
XVII. TÍTULO Y MERCEDES REALES, PERO NO EL
PODER
En aquellas [tierras] que yo en su real
nombre he conquistado y puesto debajo
de su imperial cetro, porque será
vestirme de la pieza que hilé y tejí.
HERNÁN CORTÉS
MUERTE DE GONZALO DE SANDOVAL Y VIAJE POR ESPAÑA
En el pequeño puerto de Palos, donde desembarcó la comitiva de
Cortés, el capitán Gonzalo de Sandoval enfermó gravemente.
Mientras sus criados iban al monasterio cercano de la Rábida a
informar a Cortés, el cordonero de jarcias que alojaba a Sandoval,
aprovechándose de la debilidad del capitán doliente, le hurtó las trece
barras de oro que eran su fortuna y huyó a Portugal. Sandoval recibió
la visita de su jefe y amigo, a quien dejó como albacea, murió y lo
sepultaron en el Monasterio de Nuestra Señora de la Rábida.
Gonzalo de Sandoval fue uno de los capitanes más eficaces y fieles
de Cortés, quien solía llamarlo “hijo Sandoval”. Ambos venían de
Medellín y Sandoval era muy joven cuando pasó a las Indias. Bernal
Díaz del Castillo estuvo junto a él en muchas de las batallas de la
conquista, le tenía gran afecto e hizo de él y de su caballo un buen
retrato:
No era hombre que sabía letras, sino a las buenas llanas, ni era codicioso de
haber oro, sino solamente tener fama y hacer como buen capitán esforzado, y
en las guerras que tuvimos en la Nueva España siempre tenía cuenta en mirar
por los soldados que le parecían a él y lo hacían como varones, y los favorecía
y ayudaba; no era hombre que traía ricos vestidos, sino muy llanamente; tuvo
el mejor caballo y de mejor carrera, y revuelto a una mano y a otra, que
decían que no se habia visto mejor en Castilla ni en estas tierras, y era castaño
y una estrella en la frente y un pie izquierdo calzado, decíase Motilla.1
Durante su estancia en el Monasterio de la Rábida, Cortés se
encontró con Francisco Pizarro, su pariente, extremeño como él y
amigo de la época de la isla Española. “Fue cosa notable — comenta
Herrera— ver juntos a estos dos hombres, que eran mirados como
capitanes de los más notables del mundo en aquel tiempo, aunque el
uno acababa sus hechos más sustanciales y el otro los comenzaba”.2
Uno de los biógrafos de Cortés, Carlos Pereyra, ve en este
encuentro de dos paisanos y conquistadores un hecho legendario,
pues aquellos capitanes se encontraron “bajo el mismo techo en que
hablaron Colón y fray Juan Pérez”.3
Cortés mandó informar de su llegada y de la muerte de Sandoval al
rey, que se encontraba en Toledo, al presidente del Consejo de Indias,
a sus amigos y protectores el duque de Béjar y el conde de Aguilar y a
otros caballeros. El rey dispuso que le hiciesen honores las ciudades y
villas por donde pasase, y el duque de Medina Sidonia lo recibió en
Sevilla y le proporcionó buenos caballos para su viaje.
No existen narraciones directas y detalladas de este viaje, salvo las
muy escuetas que da López de Gómara y las un poco más amplias
pero insuficientes que ofrece Bernal Díaz, ni uno ni otro testigos.
Pero con base en sus informaciones pueden presumirse otros hechos.
La comitiva de Cortés debió ser de entre 50 y 80 personas: capitanes,
señores indios e indios cirqueros y raros, auxiliares y servidores, y los
que aceptaron la invitación abierta que hizo; más los animales,
plantas, productos valiosos, joyas, papeles, etcétera, que se
transportaron en dos naves. Cortés tuvo que alquilar numerosas
bestias y carromatos para llevar por aquellos malos caminos y
alimentar su comitiva, que al parecer no dispersó. Con todos ellos
viajó, pues, de Palos y del cercano Monasterio de la Rábida a Sevilla.
Aquí pasó dos días con el duque de Medina Sidonia, y en adelante él y
algunos de sus acompañantes principales cambiaron las cabalgaduras
alquiladas por los buenos caballos que prestó el duque. De Sevilla, en
varias escalas, siguieron al Monasterio de Guadalupe. Pero como en
el camino queda Medellín, es natural que se detuviera Cortés en su
pueblo para ver a su madre, rezar ante la tumba de su padre, saludar a
antiguos amigos y recoger papeles y bienes que don Martín le
guardaba, ya que fue su primer procurador en España.
EN EL MONASTERIO DE GUADALUPE:
DEVOCIÓN, COQUETERÍA Y EXVOTO
La escala en el Monasterio de Guadalupe la refiere Bernal Díaz con
ciertos pormenores. La pequeña imagen de Nuestra Señora de
Guadalupe, ennegrecida por el tiempo e ilustrada con piadosas
leyendas, fue desde el siglo XIV de las mayores devociones de España,
y en especial de Extremadura. Era, pues, natural que Cortés la
compartiera, y él tenía, además, una acción de gracias especial que
cumplir. Dice Bernal Díaz que Cortés hizo allí su novena y, entre rezo
y rezo, tuvo la ventura de encontrar a doña María de Mendoza, mujer
del poderoso secretario de Carlos V y comendador mayor de León,
don Francisco de los Cobos. Doña María traía también su comitiva y
en ella “una doncella su hermana, que era muy hermosa”. Aunque
para entonces ya estaban convenidas las bodas de Cortés con doña
Juana de Zúñiga, por negociaciones hechas por su padre con el duque
de Béjar y el conde de Aguilar, el conquistador viajero coqueteó
alegremente con la doncella doña Francisca. Su estilo eran los regalos
abrumadores:
comenzó a hacer grandes presentes de muchas joyas de oro, de diversidad de
hechuras, a todas aquellas señoras, y después de las joyas dio penachos de
plumas verdes llenos de argentería y de oro y perlas, y en todo lo que dio fue
muy aventajado a la señora doña María de Mendoza y a la señora su
hermana; y después que hubo hecho aquellos ricos presentes, dio para sí sola
a la señora doncella ciertos tejuelos de oro muy fino para que se hiciese joyas;
y tras esto mandó dar mucho liquidámbar y bálsamo para que se sahumasen,
y mandó a los indios maestros de jugar el palo con los pies que delante de
aquellas señoras les hiciesen fiesta y trajesen el palo de un pie a otro, que fue
cosa de que se contentaron y aun se admiraron de verlo; y además de todo
esto, supo Cortés que de la litera en que había venido la señora doncella se le
mancó una acémila, y secretamente mandó comprar dos muy buenas y que
las entregasen a los mayordomos que traían cargo de su servicio; y aguardó
en aquella villa de Guadalupe hasta que partiesen para la corte, que en
aquella sazón estaba en Toledo, y fueles acompañando y sirviendo y haciendo
banquetes y fiestas, y tan gran servidor se mostró, que lo sabía muy bien
hacer y representar, que la señora doña María de Mendoza le movió
casamiento con la señora su hermana.4
Tantas fiestas y regalos para nada, pues el dispendioso galán ya
estaba bien comprometido. Bernal Díaz supone que de haberse
llevado adelante estas bodas con la doncella Mendoza que
entusiasmaba a Cortés, éste hubiese alcanzado la gobernación que no
tuvo. Y añade el cronista con cierta ingenuidad que los favores que
recibió Cortés del rey se debieron a la carta de elogios para el
conquistador que doña María escribiera a su marido De los Cobos.
Además de la devoción y el juego de coquetería y halagos
interesados, Cortés había ido a Guadalupe con otro propósito: ofrecer
a la Virgen un exvoto en agradecimiento a un favor recibido. En la
descripción más antigua existente, de 1597, de las preseas que tenía el
camarín de la Virgen de Guadalupe de Extremadura, dice fray Gabriel
de Talavera:
Está también un escorpión de oro, engaste de otro verdadero que encierra.
Ofreciolo Fernando Cortés, marqués del Valle, honra, valor y lustre de
nuestra España. Dio ocasión a esta dádiva el milagro famoso, que en su
defensa obró Nuestra Señora: habiéndolo mordido un escorpión y derramado
tanto veneno por su cuerpo que le puso en peligro de perder la vida, puesto en
este estrecho, volvió los ojos a Nuestra Señora suplicándole le acudiera en
tanta necesidad. Fue Su Majestad servida de oír su petición no permitiendo
pasara adelante el daño. El famoso capitán, agradecidísimo de la merced,
vino de lo más remoto de las Indias a esta santa casa, año de mil y quinientos
veintiocho, y trujo este escorpión de oro y el que le había mordido dentro. En
este engaste y pieza de mucho valor y de maravilloso artificio en que los
indios se aventajaron.5
En un inventario posterior, de 1743, se describe el exvoto como de
oro, con mosaicos verdes, azules y amarillos, con 43 esmeraldas y 4
perlas, y se repite que la joya es hueca y tiene dentro el escorpión que
mordió a Cortés;6 y en otro inventario se añade un dibujo de la joya.
Federico Gómez de Orozco, el primero en llamar la atención sobre
este exvoto, refiere que en algún viejo documento leyó: “que yendo
Cortés cierto día a visitar sus campos de moreras ubicados en
Yautepec (actual estado de Morelos), fue picado por un alacrán, de los
muchos muy ponzoñosos que hay en la Tierra Caliente”.7
Ahora bien, el exvoto de Cortés no se encuentra ya entre las joyas
que guarda el Monasterio de Guadalupe. Y en cambio, en el museo
del Instituto de Valencia de don Juan, de Madrid, se conserva una
joya que se supone la cortesiana. Por las fotografías de la pieza
existente, comparándolas con el dibujo hecho en el siglo XVIII , puede
deducirse que, aunque tienen alguna semejanza, la joya de Madrid no
es la de manufactura indígena que llevó Cortés a Guadalupe, sino más
bien una joya europea, como lo supone Manuel Toussaint.8
El exvoto de Cortés, según el dibujo del inventario de alhajas de la Virgen de
Guadalupe en Extremadura, España.
PRIMERA ENTREVISTA CON
CARLOS V
Del Monasterio de Guadalupe, Cortés y su comitiva se dirigieron a
Toledo para la primera entrevista con Carlos V, uno de los momentos
culminantes en la vida del conquistador. Cuenta Bernal Díaz que los
grandes señores amigos de Cortés refirieron a éste que el rey había
dicho “que tenía deseos de ver y conocer su persona, que tantos
buenos servicios le ha hecho y de quien tantos males le han
informado que hacía con mañas y astucias”. Y era verdad lo uno y lo
otro. Sigue contando el cronista que el rey le mandó señalar posada y
que el día que lo recibió, fue acompañado por el almirante de Castilla,
el duque de Béjar y el comendador mayor de León, como sus
intercesores; y que después de arrodillarse, el rey le mandó
levantarse, y en seguida, Cortés le expuso sus servicios y conquistas,
el viaje a Honduras y lo acaecido mientras tanto en México, y que en
fin le presentó un memorial donde le narraba “todas las cosas muy
por extenso como pasaron”.9
Esta noticia del memorial presentado en la primera entrevista es
incierta. El memorial de Hernán Cortés que se conoce es el que, días
más tarde de esta entrevista, dirigió al rey desde Madrid, fechado el
25 de julio de 1528, que se comentará adelante.
Aunque Herrera dice que el emperador “holgó de ver los hombres,
los animales, la diversidad de cosas que traía de los indios, y a todos
daba gusto y satisfacción”,10 más bien pudo ocurrir que el atareado
Carlos V, que en aquellos días andaba preocupado por su primer
ataque de gota y por el desafío que le había lanzado al rey de Francia,
Francisco I, y que éste había aceptado, sólo dedicara unos minutos a
ver las exhibiciones indianas preparadas por Cortés y que luego
encargara al secretario De los Cobos que se ocupara de darles destino
a los presentes recibidos.
“Adoleció Cortés”, cuenta Bernal Díaz; lo cual pudieron causar la
emoción de la entrevista real, de la que pendía su destino, y las
pesadas comidas españolas, cuyo hábito había perdido. Y añade el
cronista que “llegó a estar tan al cabo que creyeron que se muriera”.
Sus amigos poderosos lo informaron al rey y le pidieron “que pues
Cortés tan grandes servicios le ha hecho, que le fuese a visitar antes
de su muerte a su posada”. El rey, muy acompañado de nobleza fue a
visitarlo, “que fue muy gran favor, y por tal se tuvo en la corte”.
Cortés no murió, sino que sanó pronto y comenzó a sentirse “privado
de Su Majestad”. Y en la misa de un domingo, cuando ya el rey estaba
en la iglesia acompañado de los nobles y los altos funcionarios
sentados en sus asientos, llegó Cortés:
tarde a misa, sobre cosa pensada, y pasó delante de algunos de aquellos
ilustrísimos señores, con su falda de luto alzada, y se fue a sentar cerca del
conde de Nasao, que estaba su asiento más cercano al emperador; y de que
así lo vieron pasar delante de aquellos señores de salva, murmuraron de su
gran presunción y osadía y tuviéronlo por desacato.1 1
Los nobles que le eran adictos defendieron su comportamiento.
Pero así fuera el mayor conquistador, aquél había sido un acto de
jactanciosa malacrianza, que debió hacer parar mientes al rey y a los
miembros del Consejo de Indias en la urgencia de jalar las riendas a
hombre tan ensoberbecido.
LOS AVISOS DEL MEMORIAL DE 1528
Carlos V pidió a Cortés durante su entrevista que le precisara cuáles
eran sus pretensiones de mercedes y le diera sus opiniones acerca de
ciertos puntos importantes para el gobierno de la Nueva Esparía: la
política que debía seguirse con la población indígena, la manera de
realizar la “conquista espiritual” de esa población, y cómo aumentar
las rentas reales. Tales peticiones y opiniones las manifestó en su
memorial de 1528.12
Cortés, que había conocido directamente lo ocurrido en la isla
Española y en Cuba, con la aniquilación de la población nativa, por la
brutalidad de la explotación de que la hicieron víctima los españoles,
aconseja como punto principal y base de todos los demás, “la
conservación y perpetuación de los naturales” de la Nueva España,
gracias al buen trato. No lo mueven razones de justicia y
humanitarismo, como a fray Bartolomé de las Casas, sino motivos de
orden práctico: “faltando estos [los indios], todo lo demás que se
quisiese proveer sería sin cimiento”. Y añade otra observación muy
aguda, originada por un sabio consejo que le diera Motecuhzoma, y
que muestra lo bien que entendió la psicología de los indígenas:
además de bien tratados, “conservados en sus pueblos y orden que
tenían antes en el regimiento de ellos”. Así lo había hecho Cortés.
La segunda de sus recomendaciones se refiere a la necesidad de
que la evangelización la realicen “pastores de la Iglesia, que sean
tales”, y que su doctrina no sea sólo de palabras sino de ejemplo, para
evitar las suspicacias de los naturales frente a predicadores “profanos
en hábitos y obras”.
Respecto a la manera de acrecentar las rentas reales, Cortés vuelve
a una vieja idea suya: los repartimientos de tierras deben darse a los
españoles “como cosa propia”, a fin de que planten las granjerías más
provechosas y con ello se aumenten las rentas reales. Y sugiere otras
posibilidades: que se paguen alcabalas por lo que se vende o compra;
o bien, que quienes reciben pueblos paguen por ellos una
contribución determinada; y que se considere qué es más provechoso
para las rentas reales: que los pueblos principales estén asignados al
rey —lo que el opinante considera que ha sido la causa de que esos
pueblos estén mal tratados y hayan decaído— o bien, que se repartan
a particulares y produzcan buenos tributos.
Ramón Iglesia observó con perspicacia que en Cortés encuentra
“dos ideas básicas que informan toda su política: conseguir a toda
costa la conservación de los indios y lograr el arraigo de los españoles
en las tierras nuevas”.13
LA MERCED REAL DE 23 000 VASALLOS
Como Cortés había sido el primer repartidor y administrador de la
tierra, había ocupado o se había otorgado a sí mismo en encomienda,
o bien había comprado a los indios, varios pueblos y regiones de la
Nueva España. Para afirmar su posesión de estas tierras y sus
vasallos, se propuso obtener del rey mercedes en recompensa de sus
servicios a la Corona. Ésta fue una larga negociación que iría a tener,
posteriormente, muchos ajustes y problemas.
El primer esbozo que hace Cortés de las tierras que solicitará del
rey como merced, lo comunica a su padre, Martín Cortés, en la carta
que le escribe desde México el 26 de septiembre de 1526, sin duda
para que dicha lista la transmitiera a la Corona. Ya en España, en el
memorial de peticiones que redacta en Madrid el 25 de junio de 1528,
después de su entrevista con el rey, da una nueva lista de los pueblos
que quiere, con modificaciones y adiciones respecto a la primera.
Finalmente, un año más tarde, el rey firma en Barcelona, el 6 de julio
de 1529, la merced de 23 000 vasallos en la que aparece la lista de
pueblos que otorga a Hernán Cortés,14 el más importante de los
dones que recibe, al lado del título de marqués. En esta última lista,
preparada por los miembros del Consejo de Indias, que tenían una
noción muy vaga de los pueblos de Nueva España, los nombres
aparecen a menudo enrevesados. En el cuadro siguiente,
modernizando las denominaciones, se dan sus correspondencias, a
veces aproximadas, y se altera el orden original de la segunda y la
tercera columnas para poder registrar su continuidad:
Aunque el número de pueblos de las tres listas tiene una variación
moderada (23, 20 y 22), los pueblos mismos sí cambian mucho. Entre
la primera y la segunda listas hay 15 coincidencias; entre la segunda y
la tercera, 11 coincidencias; y entre las tres sólo siete. Es posible que,
además del memorial de 1528, Cortés haya entregado al Consejo de
Indias otra lista alternativa de pueblos que desearía recibir, lo cual
podría explicar los 11 pueblos que se le conceden y que no había
solicitado en el memorial conocido.
En la asignación de pueblos que se dan a Cortés puede advertirse la
intención de cambiarle cabeceras importantes como Tezcoco, Chalco,
Otumba y Huejotzingo, por pueblos menores lejanos de la ciudad de
México. Sin embargo, se le mantuvo Coyoacán, que incluía Tacubaya
y otros pueblos, junto a la capital. En términos generales, las regiones
en que se concentraron los pueblos señalados a Cortés son las de
Cuernavaca, las Cuatro Villas en Oaxaca, el istmo de Tehuantepec,
Coyoacán, Tuxtla y Cotaxtla (Veracruz), Charo-Matalcingo (en
Michoacán) y el valle de Toluca.
Además de los tres documentos relacionados con la merced real,
existe una Instrucción secreta, del 5 de abril de 1528, enviada por el
rey a la primera Audiencia de la Nueva España, que llegará ocho
meses más tarde, en la que se señalan los pueblos que deben
asignarse a la Corona.15 Debió elaborarla el Consejo de Indias con
base en informes enviados por el entonces gobernador Estrada, y de
los que pudo dar el contador Albornoz, quien se encontraba en
Castilla por aquel tiempo. La lista de estas “cabeceras que Su
Majestad mandó poner en su real corona” es la siguiente:
La gran ciudad de Tenustitlan-México
Tezcoco y su tierra
Tamazula, donde hay minas de plata, con su tierra
Zacatula y su tierra
Cempoala y su tierra
* Tehuantepec
Tututepec
Tlaxcala y su tierra
Huicicila, en Michoacán, que es cabecera de provincia,
con su tierra
Acapulco y su tierra, donde se hacen los navíos del sur
* En la provincia de Oaxaca, Cuilapan, que es la cabecera,
con su tierra, donde están las buenas minas de oro
Soconusco
Guatemala
Todos los puertos de mar
Los lugares de españoles que están poblados y se poblaren.
Como puede advertirse, dos de estos lugares, Tehuantepec y
Cuilapan, en Oaxaca, que por esta instrucción se reservaban para la
Corona, se concedieron a Cortés en la merced de julio de 1529. Sobre
todo la concesión de Oaxaca, en la que además Antequera se volverá
ciudad de españoles, con cédula real desde el 25 de abril de 1532, será
causa de múltiples fricciones con la primera y la segunda Audiencias.
Los integrantes de esta última parecen no haber conocido esta
Instrucción secreta, pues tuvieron que llegar, por su propio
discernimiento, a las mismas conclusiones. El oidor Salmerón sugería
a Carlos V en 1531 que las mercedes de pueblos concedidos a Cortés
se juntaran “todo a un lado, y no tan sembrado por toda la tierra” y
que cediera lo de Oaxaca.16 Y por su parte, el presidente de la
Audiencia, don Sebastián Ramírez de Fuenleal, en un Parecer de
1532, enumeraba cuidadosamente los pueblos y provincias de Nueva
España “que deben quedar en Vuestra Majestad ahora y para
siempre”, entre los cuales incluía muchos de los concedidos a Cortés
y a otros conquistadores y pobladores. Esta lista de Ramírez de
Fuenleal coincide en lo principal con los pueblos enumerados en la
Instrucción secreta de 1528, añade otros, sobre todo de producción
minera, y tiene la falla de olvidar los puertos.17
La cédula de merced de Carlos V, después de enumerar los 22
pueblos citados, dice que se le dan a Cortés “veintitrés mil vasallos y
jurisdicción civil y criminal” sobre ellos. ¿Eran vasallos sólo las
cabezas de familia que pagaban tributo o todos los habitantes de los
pueblos? Cortés afirmaba que debían ser exclusivamente los primeros
y la segunda Audiencia creía que tenían que ser todos los últimos.
Esta discusión y la muy difícil cuenta de los vasallos van a ser
cuestiones muy debatidas años adelante.
Además de esta merced mayor, Cortés obtiene en 1529 dos más
que se refieren a tierras: la de los peñoles de Xico y Tepeapulco, en la
laguna de México, para que cace y se recree, y otra más de enormes
extensiones urbanas, los terrenos que se encuentran entre las
calzadas de Chapultepec y de Tacuba, desde los límites de la ciudad
hasta este último pueblo; las Casas Nuevas, asiento actual del Palacio
Nacional, y las Casas Viejas, entre la Plaza Mayor y las calles de San
Francisco, Tacuba y la actual Isabel la Católica, donde vivía don
Hernán.18
HONORES Y CONCESIONES, PERO NO EL PODER
Además de estas cédulas de mercedes territoriales, Cortés recibió
también en Barcelona, y en la misma fecha del 6 de julio de 1529, dos
cédulas importantes más, la que le concedía el título de marqués del
Valle de Oaxaca y la que lo nombraba de nuevo capitán general de la
Nueva España, incluyendo las provincias de la Mar del Sur.19
El título nobiliario de marqués se reservaba a los señores de una
gran tierra y se daba como remuneración de servicios notables a la
Corona. Dentro de la escala de la nobleza y después de los príncipes o
sucesores reales, era el segundo en importancia (duque, marqués,
conde, vizconde y barón). Después de Cortés, sólo se daría el título de
marqués, de la Conquista o de Charcas, a Francisco Pizarro, el
conquistador del Perú. Era, pues, el título más alto al que podía
aspirarse por las acciones personales y no por la sangre. Además de
las concesiones que solía implicar, era sobre todo un rango social, una
preeminencia.
Probablemente Cortés mismo, con intenciones de dominio
territorial, sugirió el nombre de Valle de Oaxaca. Pero ocurrió que de
todas las mercedes de tierras que recibió, la de Oaxaca fue la más
disputada y controvertida. Oaxaca fue para él motivo de pleitos, y la
ciudad misma, Antequera, acabó por perderla, aunque conservara las
llamadas Cuatro Villas, que llegaron a pagarle importantes tributos,
sobre todo a los descendientes del mayorazgo. Por ello, y para
abreviar, Hernán Cortés fue, a partir de 1529, el marqués del Valle.
Por estos mismos días obtuvo licencia real para fundar un
mayorazgo. No formalizará su constitución sino hasta principios de
1535, en Colima20 cuando su hijo Martín, el sucesor, tenía ya tres
años y Cortés emprendía un viaje peligroso a lo que hoy es Baja
California.
La cédula que lo nombraba capitán general de la Nueva España y
de la Mar del Sur fue el único nombramiento político que obtuvo.
Este cargo comenzó por dárselo, o hacer que se lo diera el primer
ayuntamiento de Veracruz, al iniciarse la conquista de México en
1519; en 1522 Carlos V le concedió su primer reconocimiento
nombrándolo gobernador, capitán general y justicia mayor; y en 1526
el juez Ponce de León, que vino a México a tomarle residencia, le
quitó la gobernación, y meses más tarde, en el mismo año, Marcos de
Aguilar lo obligó a renunciar al cargo de capitán general. Cortés sabía
bien que el mando militar carece de toda autonomía cuando tiene
sobre él una autoridad superior, gobernador o Audiencia con poderes
ejecutivos. Por ello, insistió más allá de la discreción en recibir el
cargo de gobernador. Aunque para entonces existía en México una
Audiencia, él esperaba que pudiera limitarse, como después ocurrió
cuando hubo virrey, a ser el tribunal judicial.
En un documento previo a esta cédula, Carlos V escribió a Cortés,
desde Zaragoza —adonde Cortés había seguido a la Corte—, el 1° de
abril de 1529, una carta en respuesta a otra del conquistador, que no
se ha encontrado, en la cual debía pedirle expresamente la
gobernación; y el rey le dice con toda claridad:
En lo de la gobernación… que yo holgara que se pudiese buenamente hacer,
pero no conviene, por muchos respetos; y porque veáis que tengo toda la
voluntad para haceros merced, he por bien que entre tanto que viene la
residencia y se va, llevéis título de nuestro capitán general de toda la Nueva
España y provincias y costas del Mar del Sur.2 1
La residencia vino pero nunca se fue, y Cortés no volvió a ser
gobernador de Nueva España. Explicando los motivos reales, López de
Gómara comentó:
Pidió la gobernación de México y no se la dio, porque no piense ningún
conquistador que se le debe; que así lo hizo el rey don Fernando con Cristóbal
Colón, que descubrió las Indias, y con Gonzalo Hernández de Córdoba, Gran
Capitán, que conquistó Nápoles.2 2
OTRAS GESTIONES, NEGOCIACIONES Y AMISTADES
Aunque se le negaba, y con razón, el poder, Hernán Cortés aprovechó
aquel corto verano de buenas relaciones con la Corona para obtener
otras cédulas que ponían orden, cuando menos en los papeles, en
cuestiones pendientes e importantes para él: para que la primera
Audiencia respetara sus propiedades en la Nueva España durante su
ausencia, lo que no se cumplió; para que se le pagaran los gastos de la
expedición de rescate a las Molucas, pago que los herederos
continuaban litigando en el siglo XVIII ; para que se le devolvieran 8
000 pesos que le enviaban y destinaba para su viaje en España; para
que se le devolviera la multa de 12 000 pesos que le impuso la
primera Audiencia por haber jugado, lo cual debió cumplir la segunda
Audiencia; y para que esta nueva Audiencia le hiciera justicia en sus
causas.23
Después de haber despachado, a fines de 1527, la armada al mando
de Saavedra Cerón que iba a las Molucas a socorrer la armada
extraviada de García de Loaisa, Cortés continuaba con el propósito de
explorar la costa del Pacífico, que al norte del hoy estado de Sinaloa
seguía siendo desconocida. Con tal designio, negoció y se le concedió,
a fines de 1529, una capitulación y una provisión en las que se
establecía que, en sus exploraciones, debería respetar las tierras ya
concedidas a gobernadores, es decir, las de la provincia de la Nueva
Galicia concedidas a Nuño de Guzmán; que los gastos serían por
cuenta de Cortés; que disfrutaría de una doceava parte de las tierras
descubiertas; que recibiría el título de gobernador de dichas tierras, y
que podría nombrar en ellas justicias.24 Estas exploraciones en la
costa occidental de México serían la empresa principal a que se
dedicaría Cortés en los años que siguieron a su regreso.
Durante esta estancia en España, Cortés hizo una singular amistad,
sobre la cual ha llamado la atención J. H. Elliott, con Juan Dantisco,
embajador polaco ante la corte imperial. Y este embajador, amigo de
Copérnico y centro de un amplio círculo de humanistas que incluía a
Erasmo y a Juan de Valdés, celebró su amistad y admiración por el
conquistador en un poema latino que escribió después de que Cortés
volvió a Nueva España. “El gran Cortés —escribió el poeta Dantisco—
está lejos, el hombre que descubrió todos esos inmensos reinos del
Nuevo Mundo. Él gobierna más allá del Ecuador, hasta la estrella del
Capricornio, y aunque esté muy lejos no me olvida”.25
REGALOS AL PAPA Y BULAS
Mientras que Cortés seguía a la Corte de Carlos V a Zaragoza, hacia el
mes de abril envió a Roma a uno de sus soldados, que era hidalgo,
Juan de Rada (o de Herrada, como escribe Bernal Díaz), ante el papa
Clemente VII. Llevaba “un rico presente de piedras ricas y joyas de
oro, y dos indios maestros de jugar el palo con los pies”, un memorial
de lo que había hecho Cortés en la Nueva España y ciertas peticiones.
Según Bernal Díaz, único relator de estos hechos, el papa y sus
cardenales se holgaron mucho de ver la habilidad de los indios, Su
Santidad elogió los grandes servicios que Cortés y sus soldados
hicieron a Dios, al emperador Carlos V y a la cristiandad, y envió a sus
soldados bulas e indulgencias. Rada y sus acompañantes estuvieron
diez días en Roma y el papa hizo al soldado conde palatino, le dio
ciertos ducados y una recomendación para le lo hiciesen capitán y le
diesen indios en encomienda.26
El memorial que envió Cortés al papa acaso se guarde en el Archivo
Vaticano, y no se conocen las bulas para librar de sus pecados a los
soldados de la conquista. En cambio, se conocen las dos bulas que
Clemente VII envió a Cortés, ambas firmadas en Roma, el 16 de abril
de 1529.27 Por la primera de ellas, el papa legitima a tres de los hijos
bastardos de Hernán Cortés: a Martín Cortés, el hijo que tuvo con
doña Marina o la Malinche; a Luis de Altamirano, el hijo que tuvo con
la española Antonia o Elvira Hermosillo; y a Catalina Pizarro, hija de
Leonor Pizarro, residente en Cuba, quien luego casó con Juan de
Salcedo. Su padre tuvo por esta Catalina, que se llamaba como su
madre y que debió ser su primogénita, especial predilección.
La segunda de las bulas tiene dos partes, la que concede a Cortés el
patronato del Hospital de la Concepción o de Jesús, que el
conquistador construía en la ciudad de México, y al que siempre dio
especial atención. Esta primera parte no presentó problemas. En
cambio, en la segunda el papa autorizó a Cortés a recibir los diezmos
y primicias de las tierras que le pertenecían, los cuales se aplicarían a
la construcción de iglesias y hospitales. La Corona prohibió a Cortés
el uso de esta exención, ya que se oponía a lo convenido con la Santa
Sede en el Real Patronato.28
Sorprende que no se le haya ocurrido a Cortés viajar él mismo a
Roma, con sus informes, regalos e indios. Sus Cartas de relación
habían sido traducidas al latín y al italiano y él debió ser un personaje
admirado. Su presencia en la corte pontificia hubiera sido muy
sonada, aunque es posible que sus negocios ante la corte española no
le permitieran ausentarse. Por otra parte, pudo desaconsejar el viaje
la inmediata llegada de Carlos V, a quien el papa ceñiría en Bolonia, el
22 de febrero de 1530, la corona de hierro de Lombardía, y dos días
más tarde la corona de emperador.
Cortés aprovechó su estancia en España para hacer varias
gestiones relacionadas con la iglesia novohispana. Según Antonio de
Herrera, negoció para el obispo de México, fray Juan de Zumárraga,
merced de los diezmos eclesiásticos a partir del 12 de diciembre de
1527 y hasta que se declarasen los límites de su obispado, para ayuda
de sus obras. Gestionó también ayudas para la construcción de
monasterios franciscanos y para la enseñanza de los niños indios, así
como ornamentos, harina y vino para consagrar; autorización para
fundar en México un monasterio de monjas franciscanas destinado a
indias principales, como los que ya existían en Tezcoco y Huejotzingo;
envío de mujeres beatas, de las Órdenes de San Francisco y San
Agustín, para que fundasen monasterios, y la promesa de que se
enviarían más frailes para que no aflojase la conversión.29
El emperador dispuso que a los indios que había llevado Cortés, así
como a otros que estaban en España, se les vistiese y diesen algunos
regalos. Y encargó a fray Antonio de Ciudad Rodrigo los acompañase
de vuelta a sus tierras y que les comprasen imágenes y cosas de
devoción.30 Con este fraile viajaban a la Nueva España fray
Bernardino de Sahagún, quien iría a ser investigador eminente de la
cultura del México antiguo y, durante el viaje, estos indios le dieron
sus primeras lecciones de náhuatl.
LA BODA CON DOÑA JUANA DE ZÚÑIGA
Hernán Cortés tenía en 1529 44 años, llevaba siete de viudo de doña
Catalina Xuárez, “tenía mucha fama y hacienda” y aún no tenía hijos
legítimos a quienes heredar. Después del escarceo con la doncella
doña Francisca de Mendoza, formalizó su compromiso con doña
Juana Ramírez de Arellano de Zúñiga. Éste era un matrimonio de
conveniencia social y económica. Lo habían negociado, en nombre del
ahora marqués del Valle, su padre Martín Cortés y el duque de Béjar,
don Arellano de Zúñiga. Doña Juana era sobrina del duque e hija del
conde de Aguilar, don Carlos Ramírez de Arellano; y según López de
Gómara, quien debió conocerla, era “hermosa mujer”.31 Lo único que
sabemos de ella, además, es que Cortés le dio como regalo de bodas
las famosas esmeraldas, en cuya descripción y ponderación se
extiende el capellán de Cortés e historiador:
Traía Cortés cinco esmeraldas, entre otras que hubo de los indios, finísimas, y
que las estimaban en cien mil ducados. La una era labrada como rosa, la otra
como corneta, y otra un pece con los ojos de oro, obra de indios maravillosa;
otra era como campanilla, con una rica perla por badajo, y guarnecida de
oro, con “Bendito quien te crió” por letra; la otra era una tacica con el pie de
oro, y con cuatro cadenicas para tenerla, asidas en una perla larga por botón;
tenía el bebedero de oro, y por letrero Inter natos mulierum non surrexit
major [“Entre los nacidos de mujer no ha existido uno mayor”, San Mateo,
XI , 2]. Por esta sola pieza, que era la mejor, le daban unos genoveses, en la
Rábida, cuarenta mil ducados, para revender al Gran Turco; pero no las diera
él entonces por ningún precio, aunque después las perdiese en Argel cuando
fue allá el emperador.3 2
Como murmuración, que luego suprimió, añadía López de Gómara
que la emperatriz Isabel, cuando supo de las esmeraldas, quería
verlas y tenerlas, diciendo que las pagaría el emperador; y Cortés se
excusó afirmando que ya las había dado a doña Juana. Lo cual,
añadido a ingratitudes con otros grandes señores, resfrió sus negocios
en la corte.
De estos meses cortesanos se refiere el encuentro que tuvo Cortés
con un don Pedro de la Cueva, “hombre feroz y severo”, mayordomo
del rey. Después de la más reciente andanada de acusaciones contra el
conquistador, hechas por Pánfilo de Narváez, Carlos V había decidido
enviar a don Pedro para que, si los males que se decían eran verdad, le
cortase la cabeza. El chubasco pasó y don Pedro de la Cueva conoció a
Cortés, honrado y ennoblecido, y ambos reían mucho de aquel
proyecto y decíale éste: “A luengas vías luengas mentiras”.33
¿Cuándo y dónde casó Cortés? En una de las muy interesantes
cartas que escribió el conquistador Diego de Ordaz a su sobrino
Francisco Verdugo, desde Toledo, el 2 de abril de 1529, le cuenta:
El gobernador y nuevo marqués del Valle partió desta corte el segundo día de
Pascua Florida, que se contaron 29 de marzo. Vase a Béjar a casarse, y de allí
a ver a su madre, y a Sevilla a se embarcar.
Así pues, después de haber estado en Zaragoza con el rey, en el
curso de abril debió ser la boda, en tierras salmantinas y en la villa de
Béjar del duque de ese nombre, que había sido promotor principal del
matrimonio. En julio, Cortés siguió a Carlos V a Barcelona, donde
recibió las cédulas de honores y mercedes, y se despidió del
emperador, que embarcó el día 29 para Italia. En otra carta, del 23 de
agosto de 1529, Ordaz dice que Cortés estuvo con su mujer en Mérida,
no lejos de Medellín, su pueblo natal, donde recibió noticias de lo que
pasaba en Nueva España. Por otra parte, la reina Juana había
ordenado que se concedieran honores y facilidades a la pareja en su
viaje por Béjar y por Sevilla.34
¿Cómo era doña Juana y cómo fueron sus relaciones con Cortés?
De ella sólo se conserva, por ahora, un fragmento de la carta que
envió a su marido en 1536, cuando tardaba demasiado en volver de su
expedición a California, en palabras que muestran que lo entendía y
que tenía buen estilo:
y escribió muy afectuosamente al marqués, su marido —cuenta Bernal Díaz
—, con palabras y ruegos que luego se volviese a México, a su estado y
marquesado, y que mirase los hijos e hijas que tenía, y dejase de porfiar más
con la fortuna y se contentase con los heroicos hechos y fama que en todas
partes hay de su persona.3 5
Acerca de doña Juana, ya viuda, encuentro un par de indicios.
Cuando en 1549 el escribano Francisco Díaz fue a Cuernavaca con el
objeto de hacer el inventario de los bienes de Cortés, solicitado por
los herederos y autorizado por el rey, la marquesa doña Juana, a
quien no parecieron agradarle estos actos testamentarios promovidos
por su hijo Martín, heredero del marquesado, no se dignó hablar con
el escribano, ni permitió el paso a sus aposentos en la parte superior
de la casa, ni consintió que entrasen en el inventario sus joyas y ropas
personales. Doña Juana se limitó a comisionar a su camarera, Lucía
de Paz —que debió ser pariente de Cortés— para que guiase al
escribano y le mostrase las pertenencias del difunto marqués del
Valle.36
Otro rasgo de la “imperiosa y arrogante” doña Juana aparece, años
más tarde, en un juicio seguido contra ella en 1550. La marquesa daba
un trato humillante a su hijastra Catalina Pizarro y, con la
complicidad del apoderado y albacea testamentario, el licenciado Juan
Altamirano, forzó a la muchacha a firmar documentos por los que
cedía sus propiedades cercanas a Cuernavaca y, también contra su
voluntad, y con la ayuda del duque de Medina Sidonia, Catalina fue
internada en el convento dominico de la Madre de Dios, en Sanlúcar
de Barrameda, donde, como las heroínas de las Crónicas italianas de
Stendhal, debió pasar el resto de su triste vida. Consta que allí estaba
en 1565.37
Estatua orante de doña Juana de Zúñiga. Diego de Pesquera, 1575.
Antecapilla de la Casa de Pilatos, Sevilla. Cortesía de Antonio Sánchez
González, director del Archivo Ducal de Medinaceli.
Estatua orante de doña Juana Cortés, hija del conquistador. Diego de
Pesquera, 1575. Antecapilla de la Casa de Pilatos, Sevilla. Cortesía de Antonio
Sánchez González, director del Archivo Ducal de Medinaceli.
En fin, de doña Juana de Zúñiga existe una estatua orante, junto a
otra de su hija Juana Cortés.38 La figura está tan cubierta por un gran
manto que sólo deja descubierta la cara y parte de las manos. La
estatua, obra de Diego de Pesquera y de pobre factura artística, está
hecha en 1575, cuando doña Juana ya era anciana, por lo que su
representación debe ser convencional: nariz recta y altiva, grandes
ojos saltones, boca pequeña y tensa, mentón prominente y largas
manos sin joyas.
De Cortés para su segunda mujer no se ha encontrado carta alguna
que permita adivinar sus relaciones y sentimientos. Lo único que se
conoce es un fragmento de recado, escrito hacia 1535 cuando Cortés
se encontraba en Zacatula, que sólo muestra un pique irónico para
Pedro de Alvarado:
Señora: mucho os encargo toméis cuidado de que sea curado mi halcón el
Alvarado, que sabéis mucho quiero, por lo que a vos lo encomiendo.3 9
Y una alusión en la última carta que escribe Cortés a Carlos V en
1544:
porque he sesenta años y anda en cinco que salí de mi casa, y no tengo más de
un hijo varón que me suceda, y aunque tengo la mujer moza para poder tener
más, mi edad no sufre esperar mucho.4 0
Es posible que las relaciones de don Hernán y doña Juana no
hayan sido joviales. Ella debió ser arrogante, envanecida por sus
noblezas, y pudo sentirse frustrada por vivir en la aldea de indios que
entonces era Cuernavaca, alejada de todo trato social. Cortés, por su
parte, estaba todo el tiempo atareado en sus expediciones marítimas o
en cacerías, irritado por centenares de litigios y conflictos, habituado
a disponer de un harén privado —aunque parecen haberlo
tranquilizado el matrimonio y las murmuraciones—, y en 1540 se fue
a España para no volver. Pero tuvieron seis hijos, aunque los dos
primeros murieron niños.
La frialdad de las relaciones de Cortés con su mujer se
transparenta en su Testamento. Don Hernán dispuso (cláusula XX)
que se le devolviera la dote de 10 000 ducados que recibió de ella,
pero nada más; aunque sí la nombra albacea en México, junto con el
obispo fray Juan de Zumárraga, fray Domingo de Betanzos y el
licenciado Juan Altamirano (cláusula LXIV).
LOS ONCE HIJOS Y EL POSIBLE
Cortés había tenido antes de su segundo matrimonio cinco hijos, dos
con mujeres españolas y tres con indígenas.
La primogénita parece haber sido Catalina Pizarro —que llevaba el
mismo nombre que la madre de Cortés—, nacida hacia 1514 o 1515 en
Santiago de Cuba o más tarde en Nueva España, y su madre fue
Leonor Pizarro, residente en la isla y acaso pariente de Cortés,41
quien en México casaría con Juan de Salcedo. Cortés dedicó las
cláusulas XXV a XXXII de su Testamento a proteger a esta Catalina,
por quien sentía especial cariño y a la que haría legitimar en 1529. A
pesar de ello, Catalina tuvo un destino amargo, como antes se ha
narrado, pues fue despojada de sus bienes y, contra su voluntad,
recluida en un convento.
Martín Cortés, primer hijo varón y primero de este nombre —el del
padre de Cortés—, nació hacia 1522 probablemente en Coyoacán. Su
madre fue Malintzin, bautizada como Marina y llamada la Malinche,
lengua india, aliada y amor de Cortés. Doña Marina casó en 1524 con
Juan Jaramillo, cerca de Orizaba y al principio de la expedición a las
Hibueras, con quien tuvo una hija, María. Doña Marina murió poco
después, en 1527, quizá en una de las pestes de viruela. Su padre se
ocupó de la educación de Martín y, según decía, no lo quería menos
que al otro Martín. En 1529 obtuvo su legitimación del papa Clemente
VII, en unión de sus medios hermanos Luis de Altamirano y Catalina
Pizarro. Recibió el hábito de Santiago. Casó con Bernaldina de Porras
y tuvieron un hijo al que llamaron Fernando, como el abuelo ilustre.
Junto con el otro Martín, el segundo marqués del Valle, se vio
envuelto en la conjuración de 1565. En el proceso que se le siguió fue
atormentado y luego desterrado a España. Participó en una de las
guerras contra los moros. Murió hacia el fin del siglo.42
Escudo de armas de Hernán Cortés, marqués del Valle de Oaxaca, y su firma,
6 de junio de 1529.
Luis Cortés —o Altamirano, como se le llama en la bula papal—
nació hacia 1525 y fue hijo de la española Antonia o Elvira
Hermosillo, y también fue legitimado. Su padre lo llevó a España en
el viaje de 1540. Recibió la Orden de Calatrava. Casó con doña
Guiomar Vázquez de Escobar, sobrina de Bernardino Vázquez de
Tapia, conquistador enemigo de Cortés, lo que pudo ser la razón de
que lo desheredara su padre en el codicilio añadido a su Testamento
pocas horas antes de morir.43
Leonor Cortés y Moctezuma nació hacia 1527 en la ciudad de
México y fue hija de Tecuichpo o Ichcaxóchitl (Flor de algodón), que
cristianizada se llamó doña Isabel Moctezuma (1509-1550), hija
preferida de Motecuhzoma II, señor de México. Entre los
matrimonios de Isabel con Alonso de Grado y con Pedro Gallego,
nació Leonor, después de que Cortés llevó a su madre a vivir en su
casa. Doña Isabel casaría después con Juan Cano. Leonor casó con el
vizcaíno Juan de Tolosa, “el rico”, uno de los conquistadores de
Zacatecas.44
María. De ella sólo se sabe que fue hija de “una princesa azteca”,
acaso la prima de doña Ana, otra pariente de Motecuhzoma, de quien
el malqueriente de Cortés, Vázquez de Tapia, dijo en el juicio de
residencia que estaba “preñada del mismo don Fernando”. Bernal
Díaz añade que “nació contrahecha”.45
¿Y aquel Amadorcico, el niño que Cortés encargó con tanto
empeño a su mayordomo Santa Cruz en 1528, antes de salir para
España? Pudo ser el más pequeño de sus hijos naturales, y acaso
murió antes de que dictara su Testamento, ya que no lo menciona.46
Con su segunda esposa, doña Juana de Zúñiga, el marqués del
Valle tuvo seis hijos. Los dos primeros murieron poco después de
nacer: Luis, en 1530, en Tezcoco, y Catalina, en 1531, en Cuernavaca.
Al final de la carta que escribió Cortés a su pariente y procurador el
licenciado Núñez, a mediados de 1532, desde Cuernavaca, le decía: “El
hijo e hija que Dios nos había dado, se murieron. Ahora está preñada”
(doña Juana).47 El tercer hijo sería Martín.
Martín Cortés, el sucesor y futuro segundo marqués del Valle,
nació en Cuernavaca en 1532. Fue a España con su padre en 1540 y
entró al servicio de Carlos V y luego de Felipe II. Casó con su prima y
sobrina Ana Ramírez de Arellano, con quien tuvo a Fernando —otro
Fernando—, que sería el tercer marqués del Valle. Estuvo junto a su
padre en su muerte. Volvió a México en 1562. Fue muy celebrado por
los hijos de los conquistadores y llevó una vida de boato y
ostentación. Se le tuvo por jefe de la supuesta conjuración de 1565
para “alzarse con la tierra”. Sus amigos, los hermanos Alonso y Gil
González de Ávila, fueron declarados culpables y decapitados en la
Plaza Mayor de la ciudad de México, la noche del 3 de agosto de 1566,
acontecimiento al que dedicó una sentida “Relación fúnebre” el poeta
Luis de Sandoval Zapata. Don Martín, ya segundo marqués del Valle,
fue aprehendido poco antes, todos sus bienes secuestrados y
finalmente fue trasladado a España, en 1567, para ser juzgado. El
Consejo de Indias encontró culpable a este don Martín y a su medio
hermano Luis y los condenó a destierro, multas y secuestro de bienes,
penas que sólo en 1574 fueron levantadas, menos las multas. Don
Martín nunca volvió a México. Enviudó y volvió a casar con
Magdalena Manrique de Guzmán, con quien no tuvo descendencia.
Murió don Martín Cortés en Madrid el 13 de agosto de 1589,
aniversario de la toma de México por su padre.
Las tres hijas menores de don Hernán y doña Juana, María,
Catalina y Juana, debieron nacer en Cuernavaca entre 1533 y 1536. En
la cláusula XXI del Testamento, Cortés encarga que se cumpla lo
concertado con el marqués de Astorga para el matrimonio de su hijo
Álvar Pérez Osorio con María Cortés. La desconcertación de este
matrimonio fue la causa, según Bernal Díaz,48 de la última
enfermedad y muerte de Cortés, por “tanto enojo” que tuvo. Conway
hace notar, con razón, que en el codicilio que añadió a su Testamento
el mismo día de su muerte, Cortés encargó a Martín, el hijo sucesor,
que en todo se cumplan “los capítulos de casamientos” concertados
con el marqués de Astorga, a quien además nombra uno de los
tutores de sus hijos. Por otra parte, María Cortés sólo llegó a España a
principios de 1548, ya muerto su padre, y entonces debe haber
ocurrido el rompimiento. María casó más tarde con Luis de Quiñones,
quinto conde de Luna.49
Catalina Cortés murió soltera en Sevilla, después de la muerte de
su padre.
Juana Cortés, la hija menor, casó en 1564 con don Fernando
Enríquez de Ribera (1527-1594), segundo duque de Alcalá de los
Gazules, tercer marqués de Tarifa, etcétera, propietario del palacio
denominado Casa de Pilatos, en Sevilla, asiento actual del Archivo
Ducal de Medinaceli. Ello explica que en esta Casa de Pilatos se
encuentren dos estatuas orantes, hechas en 1575 por el escultor Diego
de Pesquera, una de doña Juana de Zúñiga, la marquesa viuda de
Cortés, antes descrita, y otra de su hija doña Juana Cortés, ésta con
un libro en las manos.50
Es curioso advertir cómo en los nombres de los once hijos,
naturales y de matrimonio, hay repeticiones de un grupo a otro y aun
reposición de los muertos. Hay dos Martines, como el padre de
Cortés; tres Catalinas, como la madre; dos Marías, como la abuela
paterna, y una Juana, como la marquesa. Hay dos Luises y una
Leonor, sin antecedentes. Y ningún Hernán, que sólo reaparecerá en
dos nietos Fernandos.
Ninguno de los hijos de Cortés fue religioso, cosa rara en la época.
Árbol genealógico de Hernán Cortés.
LOS DOCE O TRECE PRIMOS
Cortés no tuvo hermanos pero sí numerosos primos y primas, es de
suponerse que algunos más o menos lejanos. Como entonces se
elegían los apellidos al gusto entre los de la ascendencia, es difícil
precisar la cercanía de su parentesco. Muchos de ellos vinieron a
Nueva España después de la conquista de México, y desempeñaron
razonablemente los cargos que recibieron, con la excepción de un
abusivo. Varios perecieron en sus empresas y los que vivieron
quedaron ricos.
He aquí un primer intento de nómina alfabética de los primos con
sus hechos más notorios:
Fray Diego Altamirano, franciscano. Va por Cortés a las Hibueras y
después viaja a España con encargos del conquistador.
Juana Altamirano y Pizarro, de Medellín. Casó con el licenciado
Juan Altamirano, abogado y administrador de los bienes de Cortés.
Juan o Alonso de Ávalos, hermano de Hernando de Saavedra.
Ambos reciben en encomienda los pueblos jaliscienses de la llamada
Provincia de Ávalos. Juan va a las Hibueras y muere en un naufragio
al regreso de esa expedición.
Diego Becerra de Mendoza, “pariente”, hidalgo de Mérida, capitán
de la expedición de octubre de 1533 a las costas del Pacífico. Es
asesinado por el piloto Fortún Jiménez.
Francisco de las Casas, de Trujillo. Viene de España a traer a Cortés
la cédula de gobernador. Primer alcalde mayor de la ciudad de México
en 1524. Enviado a las Hibueras a hacer justicia en la infidelidad de
Cristóbal de Olid, al que decapita. En enero de 1526 Cortés lo nombra
justicia mayor, gobernador y capitán general interino de Nueva
España, cargos que no llega a ocupar. Al volver a la ciudad de México,
el factor Salazar y el veedor Chirinos lo apresan y envían a España.
Más adelante tiene litigios con Cortés, quien le perdona deudas.
Francisco Cortés de San Buenaventura, capitán en la expedición a
Colima y regiones vecinas de 1524, hace una buena Relación de esa
visita.
Diego Hurtado de Mendoza. En enero de 1524 es enviado a
explorar la costa atlántica centroamericana en busca del estrecho.
Más tarde, alguacil mayor en Trujillo, Honduras. En mayo de 1532 va
como capitán de una armada a explorar las costas del Mar del Sur en
la Nueva España, al norte de la Nueva Galicia. Los soldados de un
navío se le amotinan y vuelven. La nave en que va Hurtado de
Mendoza desaparece.
Licenciado Francisco Núñez, medio hermano de Rodrigo y Pedro
de Paz. Representante muy eficiente de Cortés en Castilla, desde 1522
hasta 1546, en que muere Núñez. En unas declaraciones de Cortés de
abril de 1546 dice:
quel dicho licenciado Núñez es hijo de una mujer que hubo su agüelo deste
declarante en una fulana de Paz, e que no era hija de su agüela deste
declarante, e que sabe ques hijo de un Francisco Núñez, escribano que era en
Salamanca.
Nicolás Palacios Rubios, al que se le muere un caballo en el PeténItzá, en la expedición a las Hibueras. Camarero mayor de Cortés en
1527 y encargado de hacer los pagos durante la preparación de la
armada que fue a las Molucas.51
Rodrigo de Paz, junto con Francisco de las Casas, viene de España
en 1523 a traer a Cortés su cédula de gobernador. Alguacil mayor,
regidor del ayuntamiento y mayordomo al que Cortés encarga la
custodia de sus bienes en la ciudad de México durante la expedición a
las Hibueras. Para que denunciara dónde se guardaban los tesoros, lo
atormentan y ahorcan Salazar y Chirinos.
Pedro de Paz, hermano de Rodrigo. Intenta matar al contador
Albornoz.
Lucía de Paz, camarera de la marquesa doña Juana. Puede ser
hermana de los anteriores.
Álvaro de Saavedra Cerón, marino infortunado y valeroso al que
confía Cortés la expedición a las Molucas de 1527, para auxiliar la
armada de García de Loaisa. Logra encontrar al capitán De la Torre,
superviviente de esa armada en la isla de Tidore, y le da importante
auxilio. Muere en una travesía, al intentar el regreso, el 19 de octubre
de 1529.
Otro Álvaro de Saavedra, probablemente hijo del anterior, va
también en esa expedición a las Molucas, como veedor. Se ignora su
destino.
Hernando de Saavedra, hermano de Juan de Ávalos. Cuida las
minas de plata de Tamazula. Cortés lo deja como lugarteniente en
Trujillo, Honduras, en 1525.
CRONOLOGÍA (TENTATIVA) DE ESTA ETAPA
1526
20 de junio
Carlos V ordena a Cortés que prepare una
armada para auxiliar en las Molucas las de
García de Loaisa y Caboto.
27 de junio
En su último acto como gobernante, Cortés
hace donación de tierras a las hijas de
Motecuhzoma.
3 de septiembre
Marcos de Aguilar obliga a Cortés a renunciar
a los cargos de capitán general y repartidor de
los indios.
25 de septiembre
Envía a España joyas de oro indígenas.
26 de septiembre
Comunica a su padre el primer esbozo de los
pueblos de Nueva España que solicitará al rey.
1527
1° de marzo
Muere Marcos de Aguilar, gobernador y
justicia mayor.
Marzo-agosto
Gonzalo de Sandoval y Alonso de Estrada
sustituyen a Aguilar en el gobierno de Nueva
España.
28 de mayo
Instrucciones de Cortés a Álvaro de Saavedra
Cerón para el viaje a las Molucas con el fin de
auxiliar la armada de García de Loaisa.
22 de agosto
Alonso de Estrada gobierna solo la Nueva
España.
Ca. septiembreoctubre
Enemistad de Estrada contra Cortés, al que
destierra de la ciudad de México. Cortés se va a
Coyoacán y luego a Tezcoco y Tlaxcala.
19 de octubre
Llega el primer obispo de Tlaxcala, fray Julián
Garcés, y poco después trata de restablecer la
amistad entre Estrada y Cortés.
31 de octubre
Salen de Zihuatanejo hacia las Molucas tres
naves al mando de Saavedra Cerón.
1528
5 de abril
Carlos V envía instrucciones a Cortés para que
viaje a España. En la misma fecha, el rey firma
instrucciones para que la Audiencia haga
juicio de residencia a Cortés.
Mediados de abril
Cortés sale de Veracruz a España.
Fines de mayo
Llega al puerto de Palos. Sigue a La Rábida,
Sevilla, Medellín, Monasterio de Guadalupe y
Toledo.
Julio
Primera entrevista con el emperador Carlos V
en Toledo.
25 de julio
Dirige al rey, desde Madrid, un memorial de
peticiones.
9 de diciembre
Estrada termina sus funciones como
gobernador de Nueva España. Comienza a
gobernar la primera Audiencia, con Nuño de
Guzmán como presidente y los licenciados
Juan Ortiz de Matienzo y Diego Delgadillo
como oidores. Dos oidores más, Alonso de
Parada y Francisco Maldonado, mueren poco
después de su llegada. Con los oidores, que
llegan a la ciudad hacia el 6 de diciembre,
viene el obispo electo fray Juan de Zumárraga,
nombrado además Protector de los Indios.
1529
Enero
Se inician en la ciudad de México los
interrogatorios de los testigos contrarios a
Cortés en el juicio de residencia.
Abril
Cortés viaja a Zaragoza con Carlos V.
16 de abril
Envía a Roma, ante el papa Clemente VII, a
Juan de Rada, con memorial, regalos y
exhibiciones de indios. Obtiene en esta fecha
bulas legitimando a tres de sus hijos y
concediéndole el patronato del Hospital de la
Concepción o de Jesús y los diezmos de sus
tierras.
Abril
Casa en Béjar con doña Juana de Zúñiga, hija
del conde de Aguilar y sobrina del duque de
Béjar.
Julio
Viaja a Barcelona para despedir a Carlos V.
6 de julio
Recibe del rey las cédulas de mercedes y
honores: merced de 23 000 vasallos en 22
pueblos, título de marqués del Valle de Oaxaca
y nuevo nombramiento como capitán general
de la Nueva España y del Mar del Sur.
27 de julio
Recibe merced de tierras en la ciudad de
México y alrededores.
Misma fecha
Licencia para fundar un mayorazgo, que
Cortés no utilizará hasta el 9 de enero de 1535.
30 de julio
Francisco de Terrazas, su mayordomo, le
escribe desde México informándole que los
oidores de la primera Audiencia persiguen a
sus amigos y criados y le han quitado cuanto
tenía en la Nueva España.
27 de octubre
Capitulación de la reina con Cortés para
descubrimientos en el Mar del Sur.
1
Bernal Díaz, cap. CCVI .
2 Herrera, década IVª, lib. IV, cap. I .
3 Carlos Pereyra, Hernán Cortés, M. Aguilar, Editor, Madrid, 1931, Tercera
parte, “El marqués del Valle”, p. 391.
4 Bernal Díaz, cap. CXCV.
5 Fray Gabriel de Talavera, Historia de Nuestra Señora de Guadalupe, Toledo,
1597, f. 178: citado por Federico Gómez de Orozco, “¿El exvoto de don Hernando
Cortés?”, Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, México, 1942, núm. 8,
pp. 51-54, ref. pp. 51-52.
6 Fray Francisco de San Joseph, Historia universal de Nuestra Señora de
Guadalupe, Madrid, 1743, cap. LXXI , f. 143, núm. 11: citado en ibid., p. 52.
7 Gómez de Orozco, ibid.
8 Manuel Toussaint, “El criterio artístico de Hernán Cortés”, Estudios
Americanos, Madrid, 1948, vol. 1, núm. 1, p. 91.— El supuesto exvoto de Cortés
que guarda el Instituto de Valencia de don Juan (Fortuny 43, Madrid) no se
encontraba en exhibición en octubre de 1985.
9 Bernal Díaz, cap. CXCV.
1 0 Herrera, ibid.
1 1 Bernal Díaz, ibid.
1 2 Memorial de peticiones de Hernán Cortés a Carlos V y avisos para la
conservación de los naturales y aumento de las rentas reales, Madrid, 25 de julio
de 1528: en Documentos, sección V.
1 3 Ramón Iglesia, “Hernán Cortés”, Cronistas e historiadores de la conquista
de México. El ciclo de Hernán Cortés, El Colegio de México, México, 1942, pp. 5455.
1 4 Carta de Hernán Cortés a su padre Martín Cortés, Temixtitan, 26 de
septiembre de 1526, en Documentos, sección III.— Memorial de peticiones…, op.
cit.— y Cédula de Carlos V y la reina Juana en que hacen merced a Hernán
Cortés de veintitrés mil vasallos, Barcelona, 6 de julio de 1529, en Documentos,
sección V.— Véase Bernardo García Marúnez, El Marquesado del Valle, El Colegio
de México, México, 1969, con buenos mapas de las siete jurisdicciones del
marquesado.
Años más tarde, Cortés dirigió a la Audiencia de México una Petición para que
le sea respetada la posesión de los pueblos que le fueron concedidos, México, 21
de octubre de 1532 (en Documentos, sección VI), a la cual añadió un Memorial
importante para este tema, ya que enumera en él los pueblos y estancias
comprendidos en los pueblos-cabeceras que obtuvo, casi siempre basado en las
jurisdicciones de los antiguos señoríos indígenas. Esta lista permite conocer la
enorme extensión de las tierras que según Cortés comprendía la merced real,
aunque su cumplimiento y posesión fue negocio largo y complejo.
1 5 Instrucción secreta de Carlos V a la Audiencia sobre los pueblos que deben
asignarse a la Corona, Madrid, 5 de abril de 1528, en Documentos, sección V.
1 6 “Carta del oidor Juan Salmerón a Carlos V”, México, 30 de marzo de 1531, en
Colección de Juan Bautista Muñoz, t. LXXIX, f. 22 v.
1 7 “Parecer de don Sebastián Ramírez de Fuenleal”, México, 1532, en García
Icazbalceta, CDHM, t. II, pp. 175-177.
1 8 Cédula de Carlos V en que hace merced a Hernán Cortés de los peñoles de
Xico y Tepeapulco, Barcelona, 6 de julio de 1529.— Cédula de Carlos V en que
hace merced a Hernán Cortés de las tierras y solares que tenía en la ciudad de
México, Barcelona, 27 de julio de 1529, en Documentos, sección V.
1 9 Cédula del emperador Carlos V concediendo título de marqués del Valle de
Oaxaca a Hernando Cortés, Barcelona, 6 de julio de 1529.— Cédula del
emperador Carlos V nombrando capitán general de Nueua España a Hernando
Cortés, Barcelona, 6 de julio de 1529, en Documentos, sección V.
2 0 Fundación del mayorazgo de Hernán Cortés, marqués del Valle, Barcelona,
27 de julio de 1529; Colima, 9 de enero de 1535, en Documentes, sección VI.
2 1 Carta de Carlos V a Hernán Cortés en la que amplía su nombramiento de
capitán general de Nueva España a del Mar del Sur, Zaragoza, 1° de abril de
1529, en Documentos, sección V.
2 2 López de Gómara, cap. CXCIII .
2 3 Cédula y sobrecédula de Carlos V a la Audiencia de Nueva España para que
se respeten las propiedades de Hernán Cortés durante su ausencia, Monzón, 26
de junio de 1528, y Madrid, 12 de septiembre de 1528.— Cédula de Carlos V a la
Audiencia de Nueva España para que se pague a Hernán Cortés lo que gastó en
la expedición a las islas del Maluco, Zaragoza, 1° de abril de 1529.— Cédula de
Carlos V al Consejo de las Indias en que ordena se averigüe lo del dinero que dice
Cortés se le retuvo y destinaba para su viaje a España, Barcelona, 27 de julio de
1529.— Cédula de Carlos V y la reina Juana a la Audiencia de Nueva España en
que manda restituir las multas impuestas a quienes habían jugado, Madrid, 11 de
noviembre de 1529, y sobrecédula de Madrid, 11 de marzo de 1530.— Cédula de la
reina Juana a la Audiencia de Nueva España para que se haga justicia en las
causas que atañen a Hernán Cortés, Madrid, 9 de junio de 1530, todas en
Documentos, sección V.
2 4 Capitulación de la reina Juana para descubrimientos en el Mar del Sur,
Madrid, 27 de octubre de 1529.— Provisión por la que el rey concede a Hernán
Cortés pueda descubrir y poblar en el Mar del Sur y tierra firme…, Madrid, 5 de
noviembre de1529, en Documentos, sección V.
2 5 Ioannis Dantisci poetae laureati carmina, ed. Stanislas Skimina, Cracovia,
1950, carmen xlix, 85-90.— A. Paz y Melia, “El embajador polaco Juan Dantisco
en la corte de Carlos V”, Boletín de la Academia Española, Madrid, 1924-1925, t.
XI y XII, citados por J. H. Elliott, “The mental world of Hernán Cortés”,
Transactions of the Royal Historical Society, Londres, 1969, 5ª serie, vol. 17, pp.
56-57.
2 6 Bernal Díaz, cap. CXCV.— Juan de Rada —añade el cronista— se fue al Perú,
donde “fue tan privado de don Diego de Almagro, el capitán de los que mataron a
don Francisco Pizarro el Viejo, y después maestre de campo de Almagro el Mozo, y
se halló en dar la batalla a Vaca de Castro, cuando desbarataron a don Diego de
Almagro el Mozo”.
2 7 Bula del papa Clemente VII legitimando a tres de los hijos naturales de
Hernán Cortés, Roma, 16 de abril de 1529.— Bula del papa Clemente VII
concediendo a Hernán Cortés el patronato del Hospital de Jesús y los diezmos de
las tierras que habia recibido, Roma, 16 de abril de 1529, en Documentos, sección
V.
2 8 Carta de la reina Juana a la Audiencia de Nueva España acerca de los
vasallos y montes de Hernán Cortés y la exención del pago de los diezmos,
Medina del Campo, 20 de marzo de 1532.— Pleito sobre la bula papal que eximía
a Cortés del pago de los diezmos en sus posesiones de Nueva España, MéxicoTemixtitan, agosto-octubre de 1532.— Cédula de la reina Juana a Hernán Cortés
en que le reitera la orden de no usar las bulas que lo eximen del pago de diezmos,
Barcelona, 20 de abril de 1533, en Documentos, sección VI.
2 9 Herrera, década IVª, lib. VI, cap. IV.— Las beatas vinieron en la comitiva de
Cortés, encomendadas a su mujer, doña Juana de Zúñiga.
3 0 Ibid.
3 1 López de Gómara, cap. CXCIV.
3 2 Ibid.— Ocurre preguntarse: ¿por qué llevaba Cortés las esmeraldas si las
había regalado a su mujer?
3 3 López de Gómara, cap. CXCV.
3 4 Enrique Otte, “Nueve cartas de Diego de Ordás”, Historia Mexicana, El
Colegio de México, julio-septiembre de 1964, 53, vol. XIV, núm. 1, pp. 105 y 112 (en
el número siguiente se concluye la publicación).— Cédula de la reina Juana para
que se concedan honores a Hernán Cortés durante su viaje a Nueva España,
Toledo, 5 de abril de 1529, en Documentos, sección V. El viaje se haría un año
después.
3 5 Bernal Díaz, cap. CC .
3 6 Véase “Nota general” al Inventario de los bienes de Hernán Cortés, 1549, en
Documentos, sección VIII, Apéndice.
3 7 Publicaciones del Archivo General de la Nación, VII, La vida colonial,
México, 1923, pp. 9-25.— Juicio reproducido en parte en la edición de Conway del
Testamento de Cortés, n. 11, pp. 72-77.— Véase nota 14 al Testamento en
Documentos, sección VII.
3 8 Doña Juana Cortés casó en 1564 con don Fernando Enríquez de Ribera,
segundo conde de Alcalá de los Gazules, propietario del palacio llamado Casa de
Pilatos, en Sevilla. Esto explica que las estatuas orantes de madre e hija se
encuentren allí.
3 9 Fragmento reproducido en Federico Gómez de Orozco, El mobiliario y la
decoración en la Nueva España en el siglo XVI , Instituto de Investigaciones
Estéticas, UNAM, México, 1983, p. 90, quien añade: “La carta, que existe en el
Archivo del Hospital de Jesús, la tenía fotocopiada M. Conway, quien me la
mostró”. La carta no ha sido encontrada en dicho archivo.
4 0 Última carta de Hernán Cortés a Carlos V, Valladolid, 3 de febrero de 1544,
en Documentos, sección VII.
4 1 “Tuvo Cortés un hijo o una hija, no sé si en su mujer, y suplicó a Diego
Velázquez que tuviese por bien de se lo sacar de la pila del baptismo y ser su
compadre”, escribió Las Casas en su Historia de las Indias (lib. III, cap. XXVII ). Si
hubiese sido de Catalina Xuárez y el niño hubiese muerto, ello se habría
mencionado como prueba de los vínculos que la unieron a Cortés, en el proceso por
gananciales del matrimonio, seguido contra Cortés en 1529.
Bernal Díaz afirma que Leonor Pizarro era “una india de Cuba que se decía
doña fulana Pizarro” (cap. CCIV). Lo de india como aborigen parece improbable.
Por otra parte, en la probanza de 1550 contra su madrastra doña Juana de
Zúñiga (La vida colonial, op. cit., p. 29), Catalina Pizarro, hija de Leonor Pizarro y
de Hernán Cortés, y que debió ser la primogénita, afirmó ser nacida en Nueva
España. Si esto es verdad, lo que es improbable, el hijo o hija nacido en Cuba y
apadrinado por Velázquez fue otro del que no queda rastro.
4 2 En carta al licenciado Núñez, su procurador en Castilla, al tener noticias de
que este Martín estaba enfermo, Cortés le encarece su cuidado y le dice: “No le
quiero menos que al que Dios me ha dado con la marquesa”: Carta de Hernán
Cortés al licenciado Núñez, Puerto de Santiago, 20 de junio de 1533, en
Documentos, sección VI.— G. R. G. Conway, Notas a la Postrera voluntad y
testamento de Hernando Cortés, marqués del Valle, trad. de Edmundo
O’Gorman, Editorial Pedro Robredo, México, 1940, n. 10, pp. 70-72.
4 3 Francisco Fernández del Castillo, “El testamento de Hernán Cortés”, Anales
del Museo Nacional, México, 1925, 5ª época, t. I, núm. 4, p. 437.— Conway, op.
cit., n. 10, p. 71 y n. 24, p. 86.
4 4 Baltasar Dorantes de Carranza, Sumaria relación, p. 100.— Conway, n. 12,
pp. 77-78.
4 5 Algunas respuestas de Bernardino Vázquez de Tapia, México, 1529, en
Documentos, sección IV. — Bernal Díaz, cap. CCIV.
46
Véanse los Encargos de Hernán Cortés a su mayordomo Francisco Santa
Cruz, México, 6 de marzo de 1528, en Documentos, sección III.
4 7 Carta de Hernán Cortés a su procurador “ad litem” Francisco Núñez acerca
de sus negocios ante la Corte (con pasajes cifrados), Cuernavaca, 25 de junio de
1532, en Documentos, sección VI.
4 8 Bernal Díaz, cap. CCIV.
4 9 Conway, op. cit., n. 8, pp. 69-70.
50 Informes proporcionados por don Antonio Sánchez González, director del
Archivo Ducal de Medinaceli, en cartas a JLM del 23 de julio y 16 de septiembre de
1985.
51 Primo de Cortés según Luis Romero Solano, Expedición cortesiana a las
Malucas, 1527, p. 215.
XVIII. CORTÉS ACUSADO EN EL JUICIO DE
RESIDENCIA Y EN OTROS JUICIOS
Tenía más de gentílico que de buen cristiano
BERNARDINO VÁZQUEZ DE TAPIA
ANTECEDENTES EN 1526
Las acusaciones que se presentaban contra Hernán Cortés ante la
Corona habían determinado al rey y al Consejo de Indias, desde 1522,
a ordenar que se le hiciese juicio de residencia. El proyecto no había
prosperado hasta que, hacia 1524/1525, una nueva oleada de
acusaciones de los oficiales reales, y especialmente de Rodrigo de
Albornoz y de Gonzalo de Salazar, hicieron decidir el envío de un juez
especial, Luis Ponce de León, para abrir el juicio a Cortés.1
Ponce de León llegó a la ciudad de México el 2 de julio de 1526,
desposeyó a Cortés de su vara de gobernador y dos días después, en la
plaza pública y en otros lugares acostumbrados en la ciudad, el
pregonero Francisco González leyó en alta voz el bando en el cual se
decía que se abría el juicio de residencia y que, a partir de esa fecha y
durante noventa días, de las dos a las cuatro de la tarde, el juez Ponce
de León oiría en su posada a todos los agraviados o quejosos que
tuvieran algo que deponer contra Cortés, los oficiales reales y sus
lugartenientes. No existía un documento de acusación ni un
interrogatorio previo. Nadie presentó queja alguna en los pocos días
transcurridos desde el pregón hasta el viernes 20 del mismo mes de
julio en que murió el juez Ponce de León.2 Cortés permaneció en la
ciudad de México.
Ante Marcos de Aguilar, que sucedió en la gobernación a Ponce de
León, Cortés manifestó días más tarde su disposición a que se iniciara
el juicio. Aguilar se excusó y el tema no volvió a mencionarse por
entonces.3
EL JUICIO SE REABRE EN 1529. VEINTIDÓS TESTIGOS EN
CONTRA
En la misma fecha, 5 de abril de 1528, en que el rey envía
instrucciones a la Audiencia designada de la Nueva España para que
haga el juicio de residencia pendiente a Cortés, dirige otras a éste para
que se traslade a España.4 Esta simultaneidad, como antes se apuntó,
no era arbitraria. Con Cortés presente, en 1526 nadie se había
atrevido a quejarse de él. Como bien lo advirtió el cronista Herrera, se
hacía indispensable alejarlo para que el juicio marchara.5
La primera Audiencia de Nueva España, formada por el presidente
Nuño de Guzmán y los oidores licenciados Juan Ortiz de Matienzo y
Diego Delgadillo, tomó posesión del gobierno el 9 de diciembre de
1528. Uno de sus primeros actos, que cumplió con singular presteza
dada la enemistad de Guzmán contra Cortés, contagiada en seguida a
los oidores, fue la organización del juicio.
En pocas semanas todo estuvo dispuesto: un interrogatorio de 38
preguntas relativas a la actuación general de Cortés y de los oficiales,
en asuntos de gobierno, administración, fiscales y de justicia; 15
preguntas más de los “capítulos secretos, acerca de la actuación de
Cortés en cuestiones de piedad, moralidad, tiranía, infidelidad,
apropiamiento del tesoro real y de las provincias de la tierra, y
dominio sobre los indios; y otras 15 preguntas acerca de los oficiales
reales.6 Las 53 preguntas que se refieren a Cortés tocaban, pues, su
actuación en las diversas etapas de la conquista y organización del
país y se mantenían en temas generales.
En su espléndida carta a Carlos V, escrita poco después de
efectuada esta primera parte del juicio de residencia, fray Juan de
Zumárraga reveló cómo se había organizado. El odio a Cortés lo
encendió el factor Gonzalo de Salazar, “raíz y venero de todas las
discordias y alborotos pasados”, quien se hizo amigo íntimo del
presidente y los oidores de la Audiencia. Como más antiguo
conocedor de la gente de la tierra y de sus pasiones, Salazar se
encargó de elegir a los testigos que irían a declarar y de inducirles lo
que habrían de decir:
Qué daño tan grande ni odio más manifiesto —escribe Zumárraga— puede
ser que la cautela del presidente e oidores han tenido para sustentar el
partido del factor, en el hacer de la pesquisa secreta con los enemigos
capitales de don Hernando, que en todos cuantos testigos en ella se han
recibido no se hallará haber tomado uno solo, siquiera por señal, que no sea
de los aliados del factor que le siguieron en tiempo de su alzamiento, y
seyendo por él prevenidos y persuadidos que digan de la manera que a él le
está bien y en daño a don Hernando.
Y refiere en seguida quién fue el agente de Salazar para conseguir y
sobornar a los testigos:
un clérigo, que se dice Barrios, apóstata de nuestra Orden, que le tengo
amonestado de mí a él, y otra vez con religiosos, y no hay enmienda en su
persona, que ha andado con una diligencia diabólica sobornando testigos de
uno en otro en favor del factor, que digan contra don Hernando.7
Así se organizó el juicio contra Cortés, en el que no hubo
denuncias de agraviados u ofendidos, sino acusaciones contra su
conducta y actuación en su vida personal y en la conquista, y
desahogo de rencores y enemistades.
LOS ACUSADORES
Para responder a los interrogatorios se presentaron 22 testigos de
cargo, cuyas declaraciones juradas se recibieron entre el 23 de enero y
el 7 de abril de 1529. Dichos testigos fueron: Bernardino Vázquez de
Tapia, Gonzalo Mejía, Cristóbal de Ojeda, Juan de Burgos, Antonio
Serrano de Cardona, Rodrigo de Castañeda, Juan de Mansilla, Alonso
Lucas, Juan Coronel, Ruy González, Francisco Verdugo, Antonio de
Carvajal, Francisco de Orduña, Juan Tirado, Andrés de Monjaraz,
Alonso Pérez, Marcos Ruiz, Domingo Niño, Alonso Ortiz de Zúñiga,
Bernardino de Santa Clara, Gerónimo de Aguilar y García del Pilar.
Firmas de Hernán Cortés y Juana de Zuñiga.
I.— Hernando Cortés.
II.— Hernán Cortés firmando el marqués.
III.— El mismo firmando el marqués del Valle.
IV.— Da. Juana de Zúñiga, marquesa del Valle, esposa de Hernán Cortés.
¿Quiénes eran estos primeros acusadores de Cortés? Revisando las
listas de conquistadores que hizo Manuel Orozco y Berra y otras
investigaciones,8 puede establecerse que nueve de ellos (Vázquez de
Tapia, Mejía, Serrano de Cardona, Castañeda, Tirado, Monjaraz, Ruiz,
Niño y del Pilar) fueron antiguos capitanes o soldados llegados con
Cortés; ocho vinieron con Narváez (Ojeda, Mansilla, Coronel,
González, Verdugo, Pérez, Ortiz de Zúñiga y Santa Clara); dos llegaron
con Alderete (Carvajal y Orduña); Lucas era el escribano de la
expedición de Garay; Aguilar fue el náufrago cautivo recogido en
Yucatán; y Burgos, comerciante, llegó a México en 1520 con un navío
que Cortés le compró y se quedó como soldado.
A continuación se expondrá un muestrario de las acusaciones más
importantes pronunciadas en este juicio, añadiendo algunos datos
sobre la personalidad de los declarantes. Las declaraciones omitidas
tienen menos interés y por lo general repiten las del primer testigo.
LAS ACUSACIONES DE VÁZQUEZ DE TAPIA
La personalidad sobresaliente entre estos 22 testigos era Bernardino
Vázquez de Tapia. Originario de Oropesa, en Toledo, estaba en las
Indias desde 1513 o 1514 y había participado en las expediciones de
Pedrarias Dávila a Castilla del Oro, en la que fue a la isla de Cuba y en
la de Juan de Grijalva por costas mexicanas, antes de alistarse en la
armada de Cortés. En la conquista de México tuvo una actuación
importante aunque no de primera línea. Fue con Pedro de Alvarado a
intentar una primera exploración de la ciudad de México, quedó con
el mismo capitán cuando la matanza del Templo Mayor y fue
designado factor del ejército. Desde Cuba era “persona muy
prominente y rica”. Después de la conquista su actividad se concentró
en el ayuntamiento de la ciudad de México, del que fue regidor desde
1524. Su distanciamiento de Cortés parece haberse debido a una
cuestión de orgullo ofendido.9 Durante la ausencia del conquistador
por el viaje a las Hibueras, Vázquez de Tapia siguió la corriente de los
oficiales reales, Salazar y Chirinos, contra Cortés. A fines de 1529,
junto con Antonio de Carvajal, viajó a Castilla como procurador de la
ciudad y para llevar los papeles del juicio de residencia hasta entonces
realizado. En España, Cortés logró que lo pusieran preso por deudas
que tenía con él, aunque luego lo soltaron y presentó el juicio ante el
Consejo de Indias.
En esta primera etapa del juicio de residencia, las extensas
declaraciones de Vázquez de Tapia, primer testigo, son las que dan la
pauta de las acusaciones principales que luego repiten los demás
testigos. Y además, son especialmente insidiosas.10
Los puntos más notorios de sus acusaciones contra Cortés son la
desobediencia a las instrucciones reales que traían Pánfilo de
Narváez, Cristóbal de Tapia y Francisco de Garay, y las argucias de
que se valió Cortés para que saliesen de la tierra; la matanza del
Templo Mayor, cuya culpa echa a Pedro de Alvarado; que Cortés daba
los cargos importantes sólo a sus paisanos y amigos; que recibía
grandes presentes de los indios; que no se guardaban debidamente,
en el arca de tres llaves del cabildo, las provisiones reales, sino donde
Cortés quería; que Cortés no prestó atención al requerimiento del
cabildo para que se reparase la fuente y la cañería del agua de la
ciudad y para que se construyese la iglesia mayor, obras que se
realizaron por empeño de los oficiales y en especial por el licenciado
Zuazo; que en la casa de Cortés jugaban dados y naipes él mismo, con
el tesorero Alderete, Alvarado, Morán, Rangel y, por “importunación”
de Cortés, el declarante Vázquez de Tapia, y que en una ocasión,
jugando a “La primera”, Alvarado le hizo trampas y le retuvo
quinientos
o
seiscientos
pesos;
que
Cortés
distribuía
caprichosamente el oro recibido de las provincias, dando cantidades
importantes a sus amigos y a quienes enviaba como procuradores, en
perjuicio de los soldados y sin permiso del rey; que consentía la
antropofagia de los indios que le ayudaban en las guerras; que en
Cholula ordenó la matanza de 4 000 o 5 000 indios, aunque después
oyó decir que lo hizo porque querían alzarse, y asimismo denuncia la
matanza de Tepeaca; que la ciudad de México se construyó en el
antiguo asiento de la ciudad indígena por voluntad sólo de Cortés,
cuando otros opinaban que podría hacerse en Coyoacán, en Tacuba o
en Tezcoco, y que en el reparto de solares Cortés se asignó 50 o 60
solares “en lo mejor de la plaza”.
En las respuestas que da Vázquez de Tapia al interrogatorio del
juicio secreto hay acusaciones más escandalosas. En primer lugar, y
en respuesta a la acusación de que “Cortés no teme a Dios”, la ahora
extraña respuesta de Vázquez de Tapia —ya citada—, y en la que luego
lo seguirán muchos otros testigos, es que Cortés ciertamente oía
misa, de rodillas, cada día, aunque “tenía más de gentílico que de
buen cristiano; especialmente que tenía infinitas mujeres”. Cuenta
del harén que don Hernán tenía en su casa, de mujeres “de la tierra e
otras de Castilla”, y que según sus criados, con todas tenía acceso
aunque fuesen parientes entre ellas. Refiere las relaciones que tuvo
Cortés con dos de las hijas de Motecuhzoma, doña Ana y doña Isabel,
y con una prima de ellas; recoge la pintoresca denuncia de una mujer
—cuya declaración se recibe más adelante en el juicio— que cuenta
que Cortés se echó con su hija en Cuba y luego intentó hacerlo con
ella; y en fin, dice que el conquistador “enviaba los maridos fuera
desta cibdad por quedar con ellas… e que algunas de ellas parieron del
dicho don Fernando”.
Aun dentro del capítulo de no temer a Dios, Vázquez de Tapia
menciona muertes de indios y de españoles que Cortés ordenó “por
cosas livianas”, como el haber ahorcado a Juan de Escudero y a Diego
Cermeño por intentar volverse a Cuba apropiándose de un navío.11
Las acusaciones que se refieren a los intentos de Cortés de
“ponerse en tiranía” parecen inconsistentes: que hacía artillería
gruesa, la cual no era necesariamente para “levantarse con la tierra”;
que tenía su propio cuño para amonedar, lo que Cortés negará; y
menciona supuestos alardes jactanciosos, que no pasan de palabras.
Una de las acusaciones graves contra Cortés de Vázquez de Tapia
es la que afirma que en la Noche Triste el oro que se perdió en la
yegua era el de Cortés y no el del emperador. El conquistador, que
sintió venir estas acusaciones, encargó a fines de 1520 que Juan
Ochoa de Lejalde le organizara una probanza para justificar la falta
del oro y las joyas del quinto real que se perdieron en la noche
infausta, probanza que firmaron los oficiales que se encontraban en
Veracruz y en Tepeaca, entre ellos Bernardino Vázquez de Tapia,
quien entonces fungía como factor.12
Vázquez de Tapia fue el primer testigo porque era el que tenía
mayor personalidad de los declarantes, como antiguo capitán
distinguido de la conquista y hombre despierto. Sin embargo, a
menudo lo ciega el rencor, y antes que reconocer la eficacia de las
acciones de Cortés sólo ve en ellas arbitrariedades y crímenes. Su
doblez y cobardía son notorias. Denuncia a los jugadores, que sabe
que van a ser multados, pero confiesa que él jugó obligado por su jefe,
y trata de aprovechar el viaje para cobrar una deuda de juego. Censura
la matanza del Templo Mayor, en la que él participó y nada hizo por
impedir. Denuncia el supuesto engaño de Cortés en el asunto de la
pérdida del tesoro real en la Noche Triste, pero antes había firmado la
probanza de 1520 diciendo lo contrario.
GONZALO MEJÍA, REPETIDOR
Gonzalo Mejía, extremeño que vino con Cortés, fue el primer tesorero
designado por los conquistadores y tuvo desavenencias con el capitán
general por decir que escondía el oro.13 Había sido su maestresala en
los años siguientes a 1521. De 1525 a 1535 fue regidor de la ciudad de
México.
A pesar de su cercanía con Cortés, sus acusaciones repiten aun con
sus mismas palabras las de Vázquez de Tapia, como si los jueces se
las hubiesen mostrado o permitido que asistiera a las declaraciones
del primer testigo. Vuelve al tema de las mujeres y del oro y añade
algunas otras habladurías que “oyó decir”: de las hijas de
Motecuhzoma agrega a doña Inés, y dice que además de con doña
Marina, “que era mujer de la tierra”, Cortés se echaba también con
una sobrina de la Malinche. Y en lo del oro repite lo dicho por
Vázquez de Tapia: que el cargamento de la yegua perdida era el de
Cortés, e informa que el criado que la conducía se llamaba
Torresicas.14
LAS ACUSACIONES DEL DOCTOR
CRISTÓBAL DE OJEDA. CUAUHTÉMOC
Sevillano nacido hacia 1489, el doctor Cristóbal de Ojeda vino a
México de Cuba con los soldados de Narváez. Durante la conquista
debió dedicarse a curar heridos y enfermos. En 1523 certificó, junto
con el licenciado Pedro López, que Francisco de Garay había tenido
muerte natural, y no envenenado por Cortés como se murmuró. En
1526 recibió el primer nombramiento real como regidor vitalicio del
ayuntamiento de la ciudad de México, cargo que ocupó hasta 1534. En
aquel año se le asignó solar en la calle de Tacuba. Viajó a Castilla en
1528 en comisión del cabildo. Repitió el viaje en 1531, y en 1538
volvió a su ciudad natal, quizá para quedarse.
Las respuestas del doctor Ojeda al interrogatorio no ofrecen
novedades considerables: que Cortés no obedecía las provisiones
reales sino cuando le convenía, que tomó todo el oro para sí, que se
alió con el tesorero Estrada, quien lo dejó ir a Castilla, que hizo
muchas construcciones con indios del rey, que nombraba autoridades
a sus parientes y amigos, y que los indios venían a entregarle oro y él
lo fundía sin pagar el quinto real. En cambio, tiene interés su informe
de que él, como médico, curó a Cuauhtémoc de sus heridas y de que
le quemaron no sólo los pies, como se repite, sino también las
manos.15
En declaraciones complementarias, el doctor Ojeda afirmó que —
como ya se narró en el capítulo XV— había mentido por temor cuando
dio una constancia de que el juez Ponce de León murió de “fiebre
maligna”, pues la verdad es que cree que fue envenenado.16 Y no
contento con este perjurio y con acusar a Cortés de esta muerte,
insinuó también en otras declaraciones que Cortés intentó envenenar
a Marcos de Aguilar, el sucesor de Ponce de León, con unos torreznos
flamencos que le envió. Por consejo del doctor Ojeda, Aguilar no los
comió, pero su criado Pero de Sepúlveda sí probó la cuarta parte de un
torrezno y fue atacado de disentería y vómitos, de que lo salvó el
doctor.17 Cortés refutará airadamente estas acusaciones de Ojeda en
el Interrogatorio del “capítulo secreto” de su defensa.18
JUAN DE BURGOS TRAE A CUENTO
LA MUERTE DE CATALINA XUÁREZ
Juan de Burgos, sevillano, llegó a Veracruz a fines de 1520 con un
navío cargado de mercaderías, armas, 13 soldados y tres caballos.
Cortés lo compró todo. El mismo Burgos, el maestre de navío
Francisco Medel y los soldados se unieron al entonces mermado
ejército de Cortés, que, después de la derrota de la Noche Triste,
preparaba el sitio de la ciudad de México.19 Burgos se volvió soldado,
fue herido en la toma de la ciudad y luego participó en la expedición a
Pánuco y en las conquistas del occidente, con Nuño de Guzmán. En
recompensa por sus servicios recibió pueblos en encomienda y
solares en la ciudad de México. En 1529 el cabildo lo nombró
procurador mayor y mayordomo, y en 1532, 1540 y 1545 fue alcalde
ordinario.20
Cortés tenía una deuda con Burgos, quizá por aquel navío y sus
bienes de 1520, y en pago le trasladó el pueblo de Oaxtepec el 19 de
enero de 1528. Al volver de España en 1530 Cortés quiso recuperarlo,
Burgos se negó y le puso pleito para conservarlo.21
En sus respuestas en el juicio secreto, Juan de Burgos, que tenía la
soltura verbal de los andaluces, volvió a insistir en lo ya oído y en
novedades menores: que don Hernando había mandado envenenar a
Ponce de León, que no mandó hacer iglesia ni monasterio ni ermita,
que hacía ceremonias como de príncipe para armar a sus capitanes y
lo trataban como a tal en la iglesia, que hacía fabricar artillería gruesa,
que se apropiaba todo el oro y que él debía tener el tesoro de
Motecuhzoma. Pero además, en su primera respuesta a este
interrogatorio, soltó algo nuevo. Comenzaba a hablar de las relaciones
carnales múltiples y promiscuas de don Hernando —que él calculó
que eran con “más de cuarenta indias” con las que se “echaba
carnalmente”—, cuando se acordó de lo ocurrido en Coyoacán en
1522, y con la facundia de su pueblo, comenzó a enhebrar recuerdos:
una noche, estando este testigo doliente en su casa, vino a ella Alonso de
Villanueva, camarero del dicho Fernando Cortés, a llamar a María de Vera,
ama deste testigo, que la llamaba el dicho don Fernando que fuese allá, que
estaba mala Catalina Xuárez, mujer del dicho don Fernando, e que esto
podría ser a las doce de la noche; e la dicha María de Vera se fue a la casa del
dicho don Fernando con el dicho Villanueva, e que desde a obra de hora y
media o dos horas volvió a casa deste testigo la dicha María de Vera y dijo a
este testigo: “Vengo de amortajar a Catalina Xuárez, mujer del capitán
Fernando Cortés”, y este testigo le dijo: “¡Cómo!, ¿muerta es Catalina
Xuárez?”, y la dicha María de Vera le dijo: “Sí, que yo la dejo amortajada, y
este traidor de Fernando Cortés la mató, porque al tiempo que la amortajaba
le vide las señales puestas en la garganta, en señal de que la ahogó con
cordeles, lo cual se parecía muy claro”.
María de Vera también era locuaz y siguió relatando a Juan de
Burgos lo que otras mujeres que asistieron a la muerta aquella noche
habían visto y dicho. Y esta parte de la declaración concluye con lo
que el propio testigo Burgos dice que oyó la mañana siguiente. Fray
Bartolomé de Olmedo propuso a Cortés que ante un alcalde,
escribano y testigos se examinara a la muerta antes de enterrarla,
para acallar murmuraciones. Cortés no aceptó y Catalina fue
sepultada.22
Esta denuncia marginal de Burgos, luego repetida por Antonio de
Carvajal, fue el hilo del que se sacó el ovillo. Las amas, criadas,
doncellas y cuantos habían estado cerca de aquel hecho, fueron
llamados para una averiguación y un nuevo proceso por la muerte de
Catalina Xuárez.
MISCELÁNEA DE TESTIGOS Y ACUSACIONES
La mayoría de los testigos siguientes abunda en las acusaciones ya
apuntadas: relaciones carnales con mujeres que eran parientes entre
sí, tiranía, enriquecimiento, no obediencia a las provisiones reales;
que quería levantarse con la tierra, que se hacía casas con torres, que
tenía mucha artillería, que jugaba y consentía blasfemias y que era
sospechoso de la muerte de su primera mujer. Muchos de los testigos
repiten sólo lo que oyeron decir públicamente o que supieron de un
tercero.
Sin proponérselo, Rodrigo de Castañeda señaló la conciencia
histórica de Cortés, pues al hablar de la destrucción de los cúes
indígenas que hacían los franciscanos, contó que:
don Fernando decía que para qué las habían quemado que mejor estuvieran
por quemar y mostró gran enojo porque quería que estuviesen aquellas casas
de ídolos por memoria.2 3
Alonso Lucas, que vino como escribano de Francisco de Garay,
refirió pormenorizadamente las desgracias que ocurrieron con esa
armada y la muerte del pobre capitán De Garay, y dio su versión sobre
lo ocurrido en México durante el gobierno de los oficiales, en
abigarrados relatos.24
Francisco de Orduña, como novedad, cuenta un incidente entre
Cortés y Andrés de Tapia,25 al parecer sin consecuencias, ya que Tapia
fue uno de los capitanes que acompañaron a Cortés en su viaje a
España.
El bachiller Alonso Pérez hace un duro juicio moral de Cortés, que
se recoge adelante, y cuenta que vio ahorcados a dos o tres indios en
Coyoacán, acusados de que se “habían echado con la dicha Marina”.26
Gerónimo de Aguilar, el náufrago y cautivo de los indios que
rescató Cortés en Yucatán, y que luego fue su primer traductor del
maya, hace unas extensas declaraciones que lo muestran como un
hombre turbio y de escasa inteligencia. Debía su vida a Cortés y no
hay en sus palabras un solo rasgo de reconocimiento. La narración
que hace de la derrota de Pánfilo de Narváez es penosa y confusa, por
mal contada, sobre todo si se recuerda la ágil y vivaz de Bernal Díaz.
Aguilar no tiene el sentido de las situaciones, de su gradación y del
efecto de cada una de las acciones. Se hace pasar por intérprete
directo entre Motecuhzoma y Cortés, es decir, traduciendo del
náhuatl, cuando por lo que se sabe Aguilar conocía sólo el maya. La
exposición que hace de las infidelidades de Cortés se limita a repetir
dichos ajenos, lo que oyó decir públicamente. Lo único que le consta
es que Cortés no hizo iglesia.27
García del Pilar es el último de los testigos en esta primera etapa
del juicio. Él mismo dice que fue de los que vinieron de Cuba con
Cortés. Al parecer, aprendió bien la lengua náhuatl y ser lengua de los
indios fue su oficio, que aprovechó largamente con la primera
Audiencia y con Nuño de Guzmán en su expedición a Nueva Galicia —
aunque luego se volviera contra él y denunciara sus crímenes—,
siempre en perjuicio de los indios. Tenía contra Cortés el agravio de
que lo había encarcelado por 60 días, según él por haber dicho que
Cristóbal de Tapia venía a gobernar la tierra. Fray Juan de Zumárraga
lo detestaba:
aquella lengua había de ser sacada y cortada —escribía el obispo al rey—
porque no hablase más con ella las grandes maldades que habla y los robos
que cada día inventa, por los cuales ha estado a punto de ser ahorcado por los
gobernadores pasados dos o tres veces, y así le estaba mandado por don
Hernando que no hablase con indio, so pena de muerte.2 8
Y más adelante agrega Zumárraga que el presidente de la
Audiencia, Nuño de Guzmán, le dijo que Del Pilar era:
servidor de Vuestra Majestad y que ha de hacer por él mucho, como lo hace;
pues yo afirmo —dice el fraile— y ofrezco pruebas que este Pilar lo es del
infierno y deservidor de Dios y de Vuestra Majestad, que merece gran
castigo.2 9
Sus declaraciones contra Cortés contribuyeron con pocas
novedades y algunas exageraciones. En lo de la matanza del Pánuco,
hecha por Gonzalo de Sandoval para castigar a indios que habían
matado a españoles, Del Pilar dice que interrogó a algunos señores de
la región, quienes aseguraron que “los mataron porque los indios de
México les habían dicho que el capitán Malinchi, que quiere decir el
capitán Hernando Cortés, se los había mandado que lo ficiesen”. En
las acusaciones acerca de los tesoros acumulados por Cortés, su
recurso es la desmesura. Dice que el conquistador tiene un señorío
que sólo sigue en importancia al del rey de España, pues tiene “medio
millón e más de ánimas”, y rentas actuales por más de 300 000
castellanos y en el pasado por más de 600 000. Y cuenta, en fin,
García del Pilar que una vez vio que Hernán Cortés tenía en su
cámara de Coyoacán “cuatro cofres de Flandes tumbados”, tres llenos
de barras de oro y el otro de joyas, y que había dos cofres más que
debieron estar llenos de lo mismo.30
DECLARACIONES COMPLEMENTARIAS
Y UN INTENTO DE SEDUCCIÓN
Además de las declaraciones de los 22 testigos, desde el 4 de abril
hasta fines del mismo mes, se llamó a 90 declarantes, entre ellos a
algunos de los dichos testigos, para que aclararan alusiones y
precisaran ciertos puntos, en general de poca importancia.31 Vázquez
de Tapia y el doctor Ojeda ampliaron sus acusaciones. Juana López,
María de Vera y Violante Rodríguez dijeron lo que sabían sobre la
acusación hecha por Juan de Burgos, de la muerte de Catalina Xuárez
achacada a Cortés, declaraciones que luego ampliarán en el proceso
que se hizo por esta muerte.
Aquella denuncia hecha por Vázquez de Tapia, de una mujer que
contaba que Cortés se había echado con su hija en Cuba, fue
completada. La susodicha fue encontrada, se llamaba Catalina
González, era mujer de Juan de Cáceres Delgado, vecina de la ciudad
de México, y apareció también la hija en cuestión, llamada Marina de
Triana. Ambas lo contaron todo con lisura y naturalidad, revelando
los modos de seducción más bien bruscos de don Hernán:
Estando esta que declara —contó Catalina González— en Cuyoacan… el dicho
Juan de Cáceres, su marido, y esta que declara, fueron un día a hablar con el
dicho don Fernando e a le rogar que les diese algunos indios e que hablaron
al dicho don Fernando, que había acabado de comer e que se quería echar a
dormir, e questa que declara se entró en la cámara del dicho don Fernando e
se asentó encima de una caja que allí estaba, e que dende a un poco entró en
la dicha cámara e pidió paño e peine e se acostó en la cama a dormir la siesta,
e que estando así acostado esta que declara le dijo que tenía mucha necesidad
ella y su marido, que les diese unos indios, e quel dicho don Fernando no le
dijo cosa ninguna e que se levantó de la cama e se abrazó con esta que declara
e anduvo con ella a los brazos asido un gran rato e rogándole que se echase
con él, e questa que declara se defendió dél diciéndole: “Cómo, ¿no sois
cristiano, habiendo os vos echado con mi fija queréis echaros conmigo? Bien
me podéis matar y facer lo que quisiéredes, mas yo tal no haré”… e que desta
manera se defendió dél e se fue; e que desde ha cierto tiempo, una fija desta
que declara, que se dice Marina de Triana, ques con la que decían quel dicho
don Fernando se echó, vino a esta ciudad e le preguntó si era verdad quel
dicho don Fernando se había echado con ella, la cual dijo que sí.3 2
Así pues, nada logró Cortés con la madre, y cuenta ésta que madre
e hija fueron a reclamar al galán por su hecho pasado y su intento, y
que don Hernando “se demudó e paró bermejo”.
RESUMEN DE LOS CARGOS CONTRA CORTÉS
El 7 de abril de 1529 concluyeron las declaraciones de los 22 testigos
de cargo en la parte principal del juicio de residencia contra Hernán
Cortés y los oficiales reales. Un mes después, el 8 de mayo, estaba
listo el documento llamado Cargos que resultan contra Hemando
Cortés,33 que resume las acusaciones presentadas. Lo firman Nuño
de Guzmán y el licenciado Diego Delgadillo, el presidente de la
Audiencia y uno de los oidores, como para dejar constancia de su
interés en este asunto.
Los nombres de cada uno de los acusadores ya no se mencionan en
este documento. Los 101 cargos se encuentran ordenados con una
cronología aproximada y reunidos los de cada tema. Despojadas de
titubeos, repeticiones y anécdotas, las acusaciones parecen ahora más
graves, como si los autores del resumen las hubiesen afilado, o
incluso hubiesen añadido algunos hechos o palabras no mencionados
por los declarantes. Por ejemplo, la armadura de oro que según el
cargo número 83 dieron a Cortés los señores de Tlaxcala cuando
volvió de las Hibueras, tengo la impresión de que no se menciona en
las declaraciones de los testigos; y asimismo, algunas de las
descomedidas bravatas que se atribuyen a Cortés en el cargo número
53 creo que aparecen aquí por primera vez.
De todas maneras, este resumen de cargos será el documento
principal al que se referirán, para refutarlo, los Descargos
presentados por García de Llerena, procurador de Cortés, el 12 de
octubre siguiente. En un documento posterior, del 14 de enero de
1534, Cortés dará respuesta a los 11 cargos principales de la
“instrucción secreta”.
EL PROCESO POR LA MUERTE DE CATALINA XUÁREZ
Denuncias hechas durante el juicio de residencia motivaron tres
repercusiones: el proceso contra Cortés por la muerte de su primera
mujer, Catalina Xuárez Marcaida; la “probanza grande” promovida
por Juan Tirado, antiguo conquistador de los que vinieron con Cortés,
en la que presentó 15 testigos que respondieron a 51 preguntas, con
variantes menores, en términos generales, respecto a las del juicio
principal; y los cargos hechos contra el bachiller Juan de Ortega,
primer alcalde conocido de la ciudad de México, amigo de Cortés y
defensor de su causa durante la actuación de los oficiales reales.
Ortega fue un funcionario algo más que riguroso, pues condenó a la
horca a varios conjurados, y se le acusó de haber sido el ejecutor del
degüello de Cristóbal de Olid en las Hibueras. De estos cargos y de
otros menores lo acusaron los oidores Matienzo y Delgadillo y lo
condenaron a destierro perpetuo de Nueva España, sentencia que no
parece haberse cumplido.34
Durante los siete años transcurridos desde la muerte de Catalina
Xuárez, ocurrida a fines de 1522,35 no se había vuelto a hablar de los
rumores que entonces se suscitaron. Y probablemente Juan Xuárez,
hermano de Catalina y amigo muy cercano a Cortés en los días de
Cuba, seguía siéndolo.36 La oportunidad que en 1529 se presentó de
revivir este asunto, que podía dañar seriamente la fama de Cortés, fue
alentada por el presidente y oidores de la Audiencia, y el nuevo
proceso se inició con celeridad el 4 de febrero de 1529, seis días
después de que Burgos hiciera su denuncia, y aun antes de que
concluyeran los interrogatorios del juicio de residencia. El bachiller
Alonso Pérez preparó la acusación principal. Para darle un toque
dramático, la firmó María de Marcaida, madre de la difunta Catalina,
entonces ya anciana, quien luego dejó la responsabilidad del juicio a
su hijo Juan Xuárez, también acusador. El interrogatorio de 13
preguntas lo preparó asimismo el bachiller Pérez.37 Sólo se
presentaron siete testigos, seis de ellos mujeres, criados de Catalina o
de Cortés que habían estado cerca de los hechos: Ana Rodríguez,
Elvira Hernández, Antonia Hernández, Violante Rodríguez, Isidro
Moreno, María de Vera y María Hernández. Las declaraciones se
recibieron en el mes de marzo y sólo una el 8 de octubre de 1529;
pocos días después la parte acusadora del proceso quedó concluida.
No hubo —o no se conserva— presentación de testigos de descargo. Se
dio copia del proceso a la parte de Cortés y nunca se pronunció juicio
sobre él.
EL DISGUSTO PREVIO DE HERNÁN Y CATALINA
El único testigo que refirió las circunstancias previas a la muerte de
Catalina fue Isidro Moreno, auxiliar del mayordomo Diego de Soto.
La noche del 1° de noviembre de 1522 había fiesta, con muchas
dueñas y caballeros, en casa de Cortés en Coyoacán. Durante la cena,
doña Catalina dijo al capitán Solís: “Vos, Solís, no queréis sino ocupar
mis indios en otras cosas de lo que yo les mando e no se face lo que
yo quiero”. A lo que el dicho Solís respondió: “Yo, señora, no los
ocupo. Ahí está su merced que nos manda e ocupa”. Y la señora
replicó: “Yo vos prometo que antes de muchos días haré yo de manera
que no tenga nadie que entender con lo mío”. Entonces intervino don
Hernán y dijo a su mujer: “¿Con lo vuestro, señora? Yo no quiero
nada de lo vuestro”. Lo dijo como bromeando y rieron de ello las otras
dueñas, pero “doña Catalina se avergonzó e se entró corrida a su
cámara”.
Don Hernán quedó un rato más con sus invitados, los despidió y
pasó a su habitación a desvestirse y acostarse. Dos o tres horas más
tarde fueron a llamar al mayordomo Soto y al declarante Moreno,
diciéndoles que doña Catalina era muerta. Al llegar a sus cámaras
encontraron a dos pajes y al camarero Alonso de Villanueva, y vieron
que don Hernán estaba “dando gritos e que andaba dando golpes
consigo por aquellas paredes e que los dichos pajes le tenían”. Soto y
Villanueva dieron a Isidro Moreno dos encargos: que fuera a llamar a
fray Bartolomé de Olmedo para que consolase a don Hernán, y que
dijera a Juan Xuárez, de parte de Cortés, que su hermana era muerta
“e que no viniese allí porque sus importunidades… habían muerto a la
dicha Catalina”.38 ¿Qué sentido pudo tener este extraño mensaje?
¿cuáles pudieron ser las “importunidades” de Juan con su hermana?
Lo que parece evidente es que las relaciones de los antiguos amigos
se habían resfriado. De Juan Xuárez se sabe que continuó viviendo en
México, tuvo la rica encomienda de Tamazulapa, en Oaxaca, y se
enriqueció con el monopolio de molinos de trigo que tuvo en la
ciudad de México. Casó con doña Magdalena de Peralta, cuyo padre
vino en el séquito del primer virrey don Antonio de Mendoza, y uno
de sus hijos fue el cronista Juan Suárez de Peralta.39 Pero nada se
sabe de las relaciones posteriores que tuviera con Cortés.
EL CORO DE LAS MUJERES
Las seis testigos del proceso, a las que debe añadirse la declaración
previa de Juana López —que aparece entre las declaraciones
complementarias del juicio de residencia—, forman un coro de
pintoresco chismorreo femenino, con sentido directo de las cosas y a
veces con una pizca o con mucho de murmuración. Eran camareras o
criadas de la casa de don Hernán y doña Catalina o vecinas de
Coyoacán, mujeres de conquistadores que allí vivían. Ninguna sabía
escribir, pero todas tenían memoria fresca y sabían contar sus
recuerdos.
La más discreta de ellas fue Juana López, que al declarar tenía 19
años, y había sido servidora de doña Catalina y luego de don Hernán,
“fasta que la casó” con Alonso Dávila. Ayudó en todo con la muerta.
Ella nada vio de raro, salvo las cuentas quebradas de la gargantilla,
que recogió Ana Rodríguez “e las puso a una fija suya”.40
Esta Ana Rodríguez, camarera de doña Catalina, fue casi discreta y
era buena observadora. Las mujeres no se enteraron de lo que ocurrió
durante la fiesta, pero sí de lo que pasó después. Antes de acostarse,
doña Catalina pasó a su oratorio, y cuando salió estaba pálida y dijo a
Ana que “quería que la llevase Dios de este mundo”. La sagaz
camarera comenta que cree que “era celosa de su marido”, quien
“festejaba damas e mujeres que estaban en estas partes”. Como entre
las mujeres entran las indias, puede considerarse la suposición de
Henry R. Wagner, quien señala que durante la breve estancia de
Catalina en México nació probablemente Martín, el hijo de Cortés y la
Malinche, y que el inusitado entusiasmo del padre por su primer hijo
varón, además de los amoríos ocasionales, pudo provocar los celos y
reproches de Catalina, quien no le había dado hijos.41
Además de la escena del oratorio y la observación de los celos, Ana
dice que cuando entró en la cámara de los esposos, “Catalina estaba
echada encima del brazo del dicho don Fernando, muerta, e él
llamándola, pensando que estaba amortecida”. Y tras este
reconocimiento de la enfermedad de Catalina, que concuerda con lo
que Cortés dirá más tarde, Ana confirma lo de las cuentas de la
gargantilla deshechas, añade que la cama estaba orinada y que vio
cardenales en la garganta de Catalina, que Cortés explicó diciendo que
“la había asido de allí para la recordar cuando se amorteció”.
Elvira Hernández y Antonia Hernández hicieron declaraciones sin
importancia, aunque la primera introdujo el tema de la conversación
de Cortés con Juan Bono de Quejo, que María Hernández, días
después, contará mejor.
Violante Rodríguez, mujer de Diego de Soria, repitió lo de los
cardenales y la cama orinada y añadió un rasgo cultural de la época: la
vigencia popular del romancero como un código de sobreentendidos
para ilustrar o explicar situaciones humanas. Dijo Violante que
cuando vio a Catalina ahogada, le dijo a María de Vera “que había sido
la dicha doña Catalina [ahogada] como la mujer del conde Alarcos, e
quella le dijo que callase por amor de Dios, que no lo supiese don
Fernando”.42
María de Vera, el ama de Juan de Burgos cuyo relato a éste dio
origen al proceso, dijo que ella fue quien amortajó a Catalina, y como
casi todas, mencionó lo de las cuentas quebradas, la cama orinada y
los cardenales en la garganta, aunque ya no habló de las señas de
cordeles.
La última de las testigos, María Hernández, mujer de Francisco de
Quevedo, era amiga de Catalina desde Cuba, y como tal tuvo mucho
que contar. La mañana del día infausto, Catalina fue a misa, “muy
gentil mujer, más que otros días”, y en la fiesta de la noche “había
danzado e regocijádose a obra de las diez horas de la noche, e que a
las once de la dicha noche se dijo que era muerta”. Cuando María vio
a la pobre Catalina, “tenía los ojos abiertos e tiesos e salidos de fuera,
como persona que estaba hogada e tenía los labios gruesos e negros e
tenía así mismo dos espumarajos en la boca”. Ella le había contado
los malos tratos que le daba Cortés, quien “la echaba muchas veces de
la cama abajo de noche e le facía otras cosas de maltratamiento”, y
aun le había anunciado a su amiga que algún día la encontraría
muerta. Y refirió María la conversación previa que tuvo Cortés con
Juan Bono de Quejo —aquel personaje que Diego Velázquez envió a
México, hacia septiembre u octubre de 1522, con cartas en blanco
para que nombrase nuevas autoridades, suponiendo que Cristóbal de
Tapia era ya gobernador de la tierra—,43 quien decía al conquistador:
“¡Ah, capitán, si no fueras casado, casaras con sobrina del obispo de
Burgos!”. Según la testigo María Hernández, la ambición de Cortés
era, pues, “casar con otra mujer de más estado”, y así lo dijo al día
siguiente de la muerte al capitán Cristóbal Corral, quien lo contó a
María, cuando paseaba con él por una huerta: “Pues, ¿parece os que
casara hombre con quien quisiere?”44
La supuesta escena de Cortés y el padre Olmedo, en la que éste le
pidió que antes de sepultar a Catalina se abriera la caja para que ante
autoridades y testigos se confirmase el estado de la muerta y se
evitaran murmuraciones, lo cual fue rechazado por Cortés, había sido
afirmada por Juan de Burgos, como presenciada por él, y aunque
formó en el interrogatorio las preguntas X y XI, no fue ratificada por
ninguno de los testigos.
OTRA CAUSA DE MARÍA DE MARCAIDA CONTRA CORTÉS
Además del juicio contra Cortés como presunto autor de la muerte de
su primera mujer, Catalina Xuárez Marcaida, que acaba de resumirse,
la madre de Catalina, María de Marcaida, sus hijos y herederos,
promovieron, también en 1529, otra causa contra Cortés que se
alargará hasta 1600, por los bienes gananciales habidos durante el
tiempo del matrimonio de don Hernán y doña Catalina. La parte de
Cortés intentó mostrar que doña Catalina no aportó ninguna dote ni
hacienda al matrimonio y que ella no era “mujer industriosa ni
diligente” y que estaba siempre delicada y enferma y “no se levantaba
de un estrado”. La parte de María de Marcaida, por su parte, afirmaba
que la fortuna que acumuló don Hernando, primero en Cuba y luego
en México, fue ganada y multiplicada durante el matrimonio, y por
ello demandaba la mitad de los bienes. El pleito, llevado por
procuradores en Santiago de Cuba y en la ciudad de México, se fue
alargando, murieron los actores y sus sucesores al fin lograron, en
1599, que la parte de Cortés pagara 42 000 pesos.45
EL PESO DE LAS ACUSACIONES CONTRA CORTÉS
Sin tomar en cuenta la invalidez moral de jueces y testigos —asunto
del que Cortés se ocupará ampliamente—, puede preguntarse cuáles
de las acusaciones hechas contra Cortés, durante esta primera etapa
del juicio de residencia y de sus repercusiones, lo afectaron más
gravemente ante la historia, ante la fama pública y ante la opinión de
los miembros del Consejo de Indias.
Las acusaciones principales habían sido: infidelidad a la Corona e
intentos de tiranía; desobediencia a las provisiones reales; crímenes,
crueldades y arbitrariedades durante la guerra; excesos y
promiscuidades sexuales; enriquecimiento personal sin compartir
con sus soldados rescates o saqueos y obsequios, ni dar al rey su
quinto; apropiamiento de grandes extensiones de tierras urbanas y
rurales; responsabilidad en las muertes de Garay, Ponce de León y
Aguilar; y muerte de Catalina Xuárez.
Algunos de estos hechos atribuidos a Cortés carecen de
fundamento, otros fueron crímenes reales, aunque algunos de ellos
sean explicables para su tiempo dentro del inicuo pragmatismo de las
guerras de conquista, y otros sólo cuentan para la propia conciencia y
raras veces han sido castigados.
Las matanzas de millares de indígenas para sembrar el terror, las
violencias y muertes de señores indios que defendían a su patria, el
sojuzgamiento de un pueblo al que se puso en servidumbre, y el
despojo de cuanto valioso para los españoles tenían los indios, todos
estos actos, que sólo ocasionalmente se mencionan en el proceso
como crueldades innecesarias, fueron crímenes y hechos delictuosos.
Una sección de la historia, desde el propio Hernán Cortés y López de
Gómara, lo explica todo como necesario para la eficacia de la
conquista y la extirpación de la idolatría. Y otra interpretación
histórica, desde Las Casas, condena violencias y despojos, los
desmesura y de todo culpa a Cortés. Ciertamente, él actuaba en su
tiempo, dentro de un marco de ideas morales y políticas y de reglas de
la guerra; pero aun así, Cortés transgredió muchas veces los
mandamientos morales básicos de la humanidad.
Para su propio prestigio como capitán y gobernante y para su
honorabilidad personal, creo que fueron graves las acusaciones de
apoderamiento de bienes y tierras, que afectaban los intereses de
muchos y los de la Corona, así como la acusación del asesinato de
Catalina Xuárez. Aunque sean jurídicamente inconsistentes los
vivaces parloteos de las mujeres testigos, sus dichos consiguen
persuadirnos de que aquello fue un crimen,46 a pesar de que nunca se
pronunciara el juicio.
En fin, tengo la impresión de que, además de lo anterior, ante el
Consejo de Indias pesó mucho la censura latente al hombre
ensoberbecido, dueño de vidas y haciendas, y al que no debió ser tan
extraña como él proclamaba la tentación de “alzarse con la tierra” que
había conquistado. A hombre y capitán tan excepcional como
peligroso, debieron pensar los señores del Consejo de Indias, era
preciso honrarlo, distraerlo y anularlo para que la Nueva España
siguiera su camino.
Por otra parte, al mismo Cortés, habituado al acatamiento general,
debió causarle cierto estupor el ver surgir esta oleada de enemigos y
malquerientes y este cúmulo de acusaciones justas, injustas y aun
imaginadas. Mientras tuvo el poder, él había movido y decidido la
justicia, y ahora que no lo tenía, otros hacían lo mismo contra él,
aunque con saña y odio que él raras veces había tenido. Mostró en
verdad temple extraordinario al resistir las andanadas sin perder la
cabeza.
Sus abogados en México fueron hábiles y laboriosos y comenzaron
a echar, sobre la corriente de las acusaciones, torrentes de
razonamientos, que se volverán caudal desmesurado cuando Cortés
retorne a México. ¿Y todo para qué? Acaso sólo para que los
escribanos, que lo consignaban mecánicamente, y algunos oficiales
del Consejo de Indias, se medio enteraran del choque de tantas
pasiones, que nadie reduciría al juicio de un tribunal; cientos y
cientos de páginas que luego se sepultarían por siglos en los legajos
de Justicia de los archivos, donde esperarían también el examen y el
caprichoso dictamen de la historia.
CRÍTICAS MORALES DE LA CONQUISTA Y DE CORTÉS
Si, como pensaban algunos juristas de la época, existen causas que
hacen justas ciertas guerras, y por tanto un derecho de conquista, los
hechos de Cortés en México fueron lícitos. Pero si, como creían otros
juristas, no existe un derecho divino que conceda autoridad a un
monarca sobre todos los hombres, así sea para convertir a los
idólatras, pues la propagación de una fe sólo es justificable por vías
pacíficas y de persuasión; y cualquier conquista violenta y
sojuzgamiento de pueblos pacíficos es agresión, los hechos de Cortés
fueron ilícitos.47
Estas posiciones encontradas son ciertamente las cruciales en el
debate en torno a Cortés y la conquista. Sin embargo, prescindiendo
de estas argumentaciones de los juristas del siglo XVI , y siguiendo en
cierta manera la tendencia de los acusadores del juicio de residencia,
dos historiadores modernos, el mexicano Genaro García y el alemán
Georg Friederici, han hecho críticas morales de la conquista y de la
conducta de los conquistadores, Cortés entre ellos.
La obra de Genaro García,48 ampliamente documentada, ofrece
extensas citas guiadas por un ánimo de crítica muy severa acerca de
los conquistadores y en defensa de los conquistados. Don Pablo
Macedo reprochó al historiador el haber “acumulado… todas las
negruras, todas las brutalidades, todos los horrores que acompañaron
a los conquistadores”.49 Ciertamente, cuanto revelaba don Genaro
estaba consignado por cronistas y documentos de la época; pero
también es cierto que, con semejantes bases documentales, pudiera
hacerse otra historia de blancuras, heroísmos y beatitudes.
Por lo que concierne a la conquista de México y a Hernán Cortés,
en la obra de García hay un extenso relato de aquella gesta,50 a base
de crónicas españolas e indígenas, relato, en términos generales,
convencional. Sin embargo, en el caso de la muerte de Motecuhzoma,
el historiador —como ya lo había hecho años antes Orozco y Berra—,
contra la versión de la pedrada en la cabeza de los cronistas
españoles, da como verdadera la versión indígena de que fue muerto a
puñaladas por orden de Cortés. Sus juicios sobre el conquistador
suelen ser ásperos: “espíritu falso y criminal”, por ejemplo.
La exposición que hace Genaro García del origen y condición de los
españoles venidos a América51 tiene algunas generalizaciones poco
verosímiles. Después de recordar la concesión hecha por los Reyes
Católicos, pronto revocada, para que se permitiese venir a criminales
en las expediciones de Colón, afirma que “Quedó en consecuencia
desde un principio convertida la América en mansión obligada de
criminales”. Sin matizar sus juicios, dice que los españoles fueron
enemigos del trabajo, codiciosos y explotadores de los indios; las
mujeres, deshonestas y desvergonzadas; los eclesiásticos, que
aumentaron con rapidez, se enriquecieron sin medida, se apropiaron
de tierras, eran codiciosos que malgastaban los diezmos y fueron
responsables de la esclavitud de los indígenas; que había carencia de
verdadera instrucción religiosa, los bautismos eran apresurados y se
aplicaban duros castigos a los idólatras; que los franciscanos
castigaban con dureza las menores faltas de los indios; y en fin, que
había relajación general de los frailes en el Perú, y en México, en el
último tercio del siglo XVI , según el informe de Moya de Contreras.52
En el libro tercero de su obra, que estudia el “Resultado de la
conquista española”, don Genaro denuncia los abusos y crueldades de
los conquistadores, la despoblación de México y la degradación de los
naturales causada por la conquista.
Georg Friederici dedica un extenso capítulo de su obra53 al
“Carácter de la conquista y colonización de América por los
españoles”. Los apoyos documentales, el tono y la actitud de su
exposición tienen semejanzas con los del libro de Genaro García.
Estas páginas son también una crítica moral de la conquista. Las
condenaciones y denuncias más escandalosas se refieren a hechos de
la conquista del Perú y de otras regiones sudamericanas, aunque
algunos relieves tocan en especial a Cortés. Entre las acusaciones
generales señalo las siguientes: espíritu de lucro y codicia por el oro;
presidiarios y gente de mal vivir entre los conquistadores;
generosidad excepcional de un caudillo, Diego de Almagro, que
perdonó a sus soldados, que llevó a la desastrosa conquista de Chile,
los 150 000 pesos de oro que adeudaban, en contraste con la avaricia
de Hernán Cortés después de la Noche Triste; tropelías “en nombre
de Dios y del rey”; y “mentira e insinceridad, calumnia y espíritu de
discordia” entre los conquistadores. Al referirse a la moral de los
caudillos, Friederici hace una lista de los buenos y rectos y de los
canallas y perversos. Entre estos últimos, señala a Pedrarias Dávila,
“una de las personalidades más espantosas del tiempo de la
conquista”, a Lope de Aguirre, a Rodrigo de Orgoños y a Francisco de
Carvajal, quienes “llevan en sí algo del espíritu de su compatriota
César Borgia”.54 Y entre los buenos, siguiendo a Fernández de
Oviedo, salva a los virreyes Antonio de Mendoza, Luis de Velasco,
Andrés Hurtado de Mendoza y al marqués de Cañete; al presidente
Pedro de La Gasca; a los gobernadores Diego Pérez del Toro,
Francisco de Barrionuevo, Pascual de Andagoya y Álvar Núñez Cabeza
de Vaca; a los licenciados Tolosa y Alonso de Zorita; a los obispos
Sebastián Ramírez de Fuenleal y Rodrigo de Bastidas, y a Lorenzo de
Aldana y Alonso de Alvarado.55
En cuanto a las alusiones especiales a Cortés, además del contraste
entre su avaricia y la generosidad de Almagro, Friederici lo recuerda
también como escritor y dice de sus Cartas de relación que, aunque:
por su contenido y su valor literario [son] tal vez lo mejor entre lo mucho
bueno que nos ha legado el periodo español de la conquista… están plagadas
de mentira, de hipocresía e insinceridad, lo mismo que toda la conducta de
este caudillo hacia sus propios compatriotas y hacia los indios.56
Respecto a las crueldades del conquistador de México con los
indios, Friederici recuerda que Cortés mandó quemar vivos a
Cuauhpopoca, al hijo de éste y a todo su séquito, para “atemorizar y
desarmar a un pueblo heroico” y, como Manuel Orozco y Berra y
Genaro García, afirma que Cortés hizo matar a puñaladas a
Motecuhzoma.
En fin, cuando Friederici recuerda las muertes trágicas que
tuvieron algunos descubridores y conquistadores, recuerda a Cortés,
junto con Colón, Gil González Dávila y Benalcázar, entre los que,
“decepcionados y abatidos”, tuvieron un final desastroso.57
La moral de Cortés, su conducta ante su propia conciencia, mereció
de algunos de sus compañeros de conquista juicios muy severos.
Además de los ya registrados, el bachiller Alonso Pérez, en su
declaración del juicio de residencia, lo consideraba hipócrita y
engañador, pues decía que:
el dicho don Fernando Cortés oía misa e se confesaba e que muchas veces este
testigo se espantaba diciendo cómo es cristiano porque engaña al mundo e a
su conciencia, cómo lo absuelven los clérigos e frailes de manga [ancha] pues
no nos da lo nuestro.58
Y en la carta que Diego de Ordaz envió de Madrid, el 2 de junio de
1530, a su sobrino Francisco Verdugo, a propósito de un litigio por
dineros con Cortés, le decía sin rodeos: “Hágoos saber que el marqués
no tiene más conciencia que un perro”.59 Ordaz había sido capitán
distinguido en la conquista y mantenía buenas relaciones con Cortés.
Frente a estos duros juicios, merece recordarse también lo que
escribió de Cortés, años después de su muerte, fray Toribio Motolinía,
quien debió conocer la intimidad de aquel hombre:
Dios le visitó con grandes aflicciones, trabajos y enfermedades para purgar
sus culpas y alimpiar su ánima. Y creo que es hijo de salvación y que tiene
mayor corona que otros que lo menosprecian.6 0
Una vez más, la personalidad de Cortés concita juicios
contradictorios, como para escamotear cualquier dictado concluyente.
1
El juicio de residencia a Hernán Cortés se pregona en 1526; se inicia
formalmente en 1529 con las acusaciones de los testigos de cargo, y se prolonga en
juicios laterales, principalmente el de la muerte de Catalina Xuárez; de 1529 a 1535
se oye la defensa; en los años siguientes, hasta 1545, hay alegatos, solicitudes y
protestas; y nunca llega a pronunciarse un juicio que lo cierre. Es, pues, un largo
proceso —nunca hasta ahora considerado en conjunto y casi ignorado en su
segunda parte— que se extiende en varias etapas de la vida de Cortés. Con el
propósito de no desgajarlo, se expone en dos capítulos, uno para la acusación y
otro para la defensa, que abarcan sus diversos pasos.
2 Acta de pregón para tomar la residencia de Hernando Cortés, Temistlan, 4
de julio de 1526, en Documentos, sección IV.
3 Cortés, por conducto de Sánchez Zorita, manifiesta estar dispuesto a que le
haga la residencia Marcos de Aguilar. Éste se excusa, Temistlan, 23 de julio-29
de agosto de 1526, en Documentos, sección IV.
4 Véanse los documentos citados en las notas 42 y 43 del capítulo XVI .
5 Véanse capítulo XVI y nota 44.
6 Interrogatorio del juicio de residencia y del “capítulo secreto”, México, enero
de 1529, en Documentos, sección IV.
7 “Carta a Su Majestad del electo obispo de México don fray Juan de
Zumárraga”, México, 27 de agosto de 1529, en Joaquín García lcazbalceta, Don
fray Juan de Zumárraga, documento núm. 4, ed. Rafael Aguayo Spencer y
Antonio Castro Leal, Editorial Porrúa, México, 1947, 4 vols., t. II, pp. 169-245,
refs. pp. 214-215.
8 Manuel Orozco y Berra publicó dos versiones de sus listas de conquistadores.
La primera, bajo el título de “Conquistadores de Nueva España”, en el Diccionario
universal de historia y de geografía (México, 1853, t. II, pp. 492-510), es una sola
lista alfabética con indicación del grupo con quien vino cada uno, y un total de 1
377 conquistadores. La segunda versión corregida, reordenada y aumentada, la
publicó don Manuel bajo el titulo de “Conquistadores de México” y dedicada a
Ignacio Manuel Altamirano en la revista El Renacimiento (México, 1869, t. I, en 13
inserciones). En esta segunda versión separa a los conquistadores en siete grupos,
por el capitán con quien vinieron, y da un total de 2 329 nombres. Este estudio de
Orozco y Berra se ha reproducido como Apéndice a la edición de Baltasar Dorantes
de Carranza, Sumaria relación de las cosas de la Nueva España (México, 1902,
pp. 333-434), y en el Diccionario Porrúa de historia, biografía y geografía de
México (México, 1964 y reimpresiones), bajo el título de “Conquistadores de la
Nueva España”, sin la introducción de Orozco y Berra ni su nombre.
En casos especiales se ha consultado también: Peter Boyd Bowman, Índice
geobiográfico de más de 56 mil pobladares de la América hispánica, Instituto de
Investigaciones Históricas, UNAM-Fondo de Cultura Económica, México, 1985, t.
I, 1493-1519.
Las atribuciones de origen se han rectificado en algunos casos, por afirmaciones
de los mismos testigos. Por ejemplo, Francisco Verdugo dice que vino con Narváez
y no con Cortés, y al revés, García del Pilar dice que vino con Cortés y no con
Narváez.
9 Andrés de Tapia, en sus declaraciones de la defensa, refiere que Vázquez de
Tapia le contó que Gonzalo de Salazar le mostró una carta de Cortés en la que
pedía que, por ciertas acusaciones, dieran cien azotes a Vázquez de Tapia, y que,
por ello, éste juró enemistad contra Cortés y hacerle “todo el mal y daño que
pudiese”. Véanse Algunas declaraciones de Andrés de Tapia, respuesta 320, en
Documentos, sección IV, segunda parte.
1 0 Algunas respuestas de Bernardino Vázquez de Tapia, México, 23 de enero
de 1529, en Documentos, sección IV.
1 1 Bernal Díaz, cap. LVII .
1 2 Probanza hecha en la Nueva España, a pedimento de Juan Ochoa de
Lejalde, en nombre de Hernán Cortés, sobre las diligencias que dicho capitán
hizo para que no se perdiese el oro y las joyas de Sus Majestades que estaban en
la ciudad de Temistitan, ca.1520: en Documentos, sección I.
1 3 Bernal Díaz, cap. CVI .
1 4 Algunas respuestas de Gonzalo Mejía en el juicio secreto, México, 25 de
enero de 1529, en Documentos, sección IV.
1 5 Algunas respuestas de Cristóbal de Ojeda, México, 27 de enero de 1529, en
Documentos, sección IV.
1 6 Sumario de la residencia tomada a D. Fernando Cortés, gobernador y
capitán general de la N.E …, paleografiado del original por el licenciado Ignacio
López Rayón, Archivo Mexicano, Documentos para la Historia de México, México,
Tipograffa de Vicente García Torres, 1852-1853, 2 vols., t. II, pp. 325-328.
1 7 Op. cit., t. II, pp. 268-269.
1 8 Interrogatorio presentado por Hernando Cortés para el examen de los
testigos de descargo en el “capítulo secreto”, México, ca. 1534, preguntas 37-40,
en Documentos, sección IV, segunda parte.
1 9 Bernal Díaz, cap. CXXXVI .
2 0 Guillermo Porras Muñoz, El gobiemo de la ciudad de México en el siglo XVI ,
Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, México, 1982, pp. 204-209.
2 1 Cédula de Hernán Cortés en favor de Juan de Burgos, México, 19 de enero
de 1528, en Documentos, sección II.
2 2 Algunas respuestas de Juan de Burgos en el juicio secreto, México, 29 de
enero de 1529, en Documentos, sección IV.
2 3 Sumario de la residencia, t. I, p. 232.
24
Op. cit., t. I, pp. 275-315.
Algunas respuestas de Francisco de Orduña en el juicio secreto, México, 21
febrero de 1529, en Documentos, sección IV.
2 6 Una respuesta del bachiller Alonso Pérez, México, 6 de marzo de 1529, en
Documentos, sección IV.
2 7 Algunas respuestas de Gerónimo de Aguilar, México, 5 de abril de 1529, en
Documentos, sección IV.
2 8 Zumárraga, “Carta a Su Majestad”, op. cit., t. II, p. 189.
2 9 Ibid., p. 197.
3 0 Sumario de la residencia., t. II, pp. 202-203, 205, 207 y 222.
3 1 Op. cit., t. II, pp. 225-331.
3 2 Declaraciones de Catalina González, México, abril de 1529, en Documentos,
sección IV.
3 3 Cargos que resultan contra Hernando Cortés, Temistlan, 8 de mayo de
1529, en Documentos, sección IV.
Los puntos principales de estos Cargos son los siguientes: Se hizo nombrar
capitán y justicia; Los navíos al través; Castigos a rebeldes; Pánfilo de Narváez;
Muerte de Pinelo; Prisión de Vergara y de Guevara; Repartió dinero del rey; Premio
al que prendiese a Narváez; Mata y Quesada; Ordenó prender a Narváez;
Prendimiento de Narváez; Saqueó los navíos de Narváez; Castigo a Alonso de
Grado; Castigo a Gonzalo Mejía; La rebelión indígena y la Noche Triste; Cabildos
en casa de Cortés; Ocultaba las provisiones reales; Cristóbal de Tapia; Cristóbal de
Olid; Premio a los que echaron a Tapia; El quinto de Cortés; Dichos de Cortés
contra Tapia; Agravios contra indios; Esclavos en el “pueblo morisco”; Julián de
Alderete; Tomó 25 000 pesos de oro; El oro perdido en la yegua; Tomó para sí
Tezcoco; Recibió oro y joyas de los indios de Coyoacán; Tormento a Cuauhtémoc;
Tomó los pueblos propios de la ciudad de México; Detenía los navíos; Elegía como
alcaldes y regidores a sus parientes y criados; Oaxaca y Tututepec; Oro de
Xaltocan; Esclavos en Tezcoco; Esclavos en Cuernavaca y Oaxtepec; Matanza de
Cholula; El cuño y el hierro; Armó caballeros; Recibió muchos regalos de los
indios; El pesquisidor del rey; Jugó con naipes y dados; No castigó los pecados
públicos; Tomó 15 000 pesos para darlos a sus procuradores; Juramento de un
pendón; Oro de Tezcoco; Se alzaría con la tierra; Dichos de desacato; No
evangelizó a los indios; No castigó a los malhechores; Castigos injustos; No pagó el
quinto de un oro fundido; Tomó lo mejor para sí y 50 solares de la ciudad;
Francisco de Garay; Daños en la Huasteca; Regalos de Tezcoco; Tomó oro
prestado; Se aprovechó de los indios de Tezcoco; Quitó un pueblo a Lorenzo
Suárez; El prior de San Juan; Hizo fortalezas con escudos de armas; La fortaleza
de Alvarado; Cristóbal de Olid; Encargo a Francisco de las Casas; Quitó a los
regidores y alcaldes; Alboroto con Ponce de León; Siguió repartiendo indios; Se
25
regocijó por la muerte de Ponce de León; Sustitución de Ponce de León por Aguilar;
Trató de que lo eligieran gobernador; Alboroto por el factor Gonzalo de Salazar;
Exigió que nombraran alcaldes y regidores a su gusto; Vino a la ciudad con
alboroto; Dio 100 000 pesos a sus procuradores; Los indios de Tlaxcala le dieron
una armadura de oro; Soltó de la cárcel a Rodríguez de Villafuerte; Trató de
suceder en la gobernación a Marcos de Aguilar; Hizo cabildos en su casa estando
suspendido de sus cargos; Impuso a Gonzalo de Sandoval para que gobernara
junto con Estrada; Trató de prender a Estrada y alzarse con la tierra; Imponía la
venta de la carne de sus ganados; Sus procuradores sólo iban a Castilla a negociar
intereses de Cortés; No hacía justicia recta; No respetó la prohibición real respecto
a los “prohibidos”; Dio cargos a sus parientes y criados; No hizo arancel para
justicias y escribanos; No cuidó las obras de la ciudad ni hizo caminos; Hizo casas,
tiendas y molinos y trajo ganado siéndole prohibido; No hizo iglesias ni
monasterios; No llevó registro en la cárcel; No visitó ventas y mesones ni les puso
arancel, y Afrentó a españoles por cosas livianas.
3 4 “Probanza hecha por Juan Tirado en el pleito contra Hernando Cortés, que el
presidente y oidores de la Audiencia y Chancillería Real acumularon a la pesquisa
secreta contra dicho Hernando Cortés”, Temistlan, 1° de abril de 1529: CDIAO , t.
XXVI, pp. 513 y ss. En el Sumario de la residencia, México, 1853, t. II, pp. 376503, se publica esta Probanza sin el principio, que falta en la copia que existe en el
Archivo General de la Nación.
“Auto mandando dar traslado al bachiller Juan de Ortega de los cargos que
contra él resultaron en la pesquisa secreta que ficieron los licenciados Nuño de
Guzmán, Juan Ortiz de Matienzo y Diego Delgadillo, presidente y oidores del
Audiencia Real de Nueva España, en la residencia tomada a don Hernando
Cortés”, Temistlan, 7 de mayo de 1529, y continuación del pleito hasta 1541:
CDIAO , t. XXIX, pp. 5-298.
3 5 El matrimonio de Cortés con Catalina Xuárez, hacia 1514 o 1515, en Cuba, se
narra en el capítulo IV, y las circunstancias de su muerte en el capítulo XIII .
3 6 Juan Suárez de Peralta, autor del Tratado del descubrimiento de las Indias
y su conquista (1589), sobrino de Catalina e hijo de Juan Xuárez, el amigo,
defendió rotundamente en esta obra la inocencia de Cortés: “Ella murió, como he
dicho (de ‘mal de madre’), y no tuvo culpa el marqués, y dio satisfacción de ello con
el sentimiento que hizo, porque la quería mucho” (cap. XVIII ).
Juan de Salcedo, en su declaración en defensa de Cortés, del 23 de agosto de
1535, había afirmado lo mismo, y refirió que estando en Barucoa, Cuba, doña
Catalina había “caído al suelo como muerta”, que él la tendió en una cama y Cortés
le echó agua en la cara para reanimarla, pues estuvo “amortecida más de una
grande hora”: Algunas declaraciones de Juan de Salcedo, en Documentos, sección
IV, segunda parte.
3 7 Acusación de María de Marcaida y Juan Xuárez contra Hernán Cortés por
la muerte de su esposa Catalina Xuárez, México, 4 de febrero de 1529, e
Interrogatorio propuesto por Juan Xuárez, México, 1529, en Documentos,
sección IV.
3 8 Declaración de Isidro Moreno, México, 10 de marzo de 1529, en
Documentos, sección IV.
3 9 Francisco Fernández del Castillo, Doña Catalina Xuárez Marcayda,
primera esposa de Hernán Cortés, y su familia, México, 1929, cap. XII .
4 0 Averiguaciones por la muerte de doña Catalina Xuárez Marcaida.
Declaraciones de Juana López, México, 1529, en Documentos, sección IV.
4 1 Véanse capítulo XIII y nota 30.
4 2 El fragmento del Romance del conde Alarcos y la situación, en el capítulo II
de la presente obra.
4 3 Sobre Juan Bono de Quejo, véase capítulo XII .
4 4 Declaraciones de Ana Rodríguez, México, 1° de marzo de 1529; de Violante
Rodríguez, 1° de marzo de 1529; de María de Vera, 10 de marzo de 1529; y de
María Hernández, 8 de octubre de 1529.— Las declaraciones de Elvira y Antonia
Hernández no se recogieron y se encuentran en Sumario de la residencia, t. II, pp.
356-359.
4 5 La extensa Causa seguida por doña María de Marcayda contra Hernán
Cortés y sus descendientes, por gananciales (1529-1600), se encuentra en
Publicaciones del Archivo General de la Nación, XXVI, Documentos inéditos
relativos a Hernán Cortés y su familia, Talleres Gráficos de la Nación, México,
1935, pp. 34-178.— En Documentos, sección IV, sólo se ha reproducido el
interrogatorio que se propuso a Cortés y lo que él declaró en respuesta.
4 6 Los biógrafos conservadores, a partir de Lucas Alamán, quien consideró esta
acusación como “calumnia de que no hizo caudal ni aun el padre Las Casas”
(“Cuarta disertación”, Disertaciones, ed. Jus, t. 6, p. 190), la rechazan sin
examinarla. La corriente opuesta la ilustra el título del libro de Alfonso Toro, Un
crimen de Hernán Cortés. La muerte de Catalina Xuárez Marcaida. (Estudio
histórico y médico legal), Ediciones de la Librería de Manuel Mañón, México,
1922.
4 7 Véase Silvio Zavala, “Hernán Cortés ante la jusúficación de su conquista”,
Revista de Historia de América, México, julio-diciembre de 1981, núm. 92. pp. 4969.
4 8 Genaro García, Carácter de la conquista española en América y en México,
según los textos de los historiadores primitivos, 1ª ed., México, 1901; 2ª ed.,
Ediciones Fuente Cultural, México, s. f.
4 9 “Réplica” de Genaro García a la nota bibliográfica de Pablo Macedo, en ed.
de Fuente Cultural, p. X.
50 Segunda parte, cap. II .
51 Libro primero, cap. II .
52
Pp. 46, 51, 62, 65, 67, 73, 79-81 y 82-83 de la 2ª ed.
Georg Friederici, El carácter del descubrimiento y de la conquista de
América (1925), trad. de Wenceslao Roces, Fondo de Cultura Económica, México,
1973, t. I, lib. III, cap.II .
54 Nuño de Guzmán fue olvidado o no mereció ser incluido en esta lista.
55 P. 382.
56 Pp. 376-377.
57 Pp. 383, 398 y 401.
58 Respuesta a la pregunta XXXIX de la instrucción secreta: Una respuesta del
bachiller Alonso Pérez, México, 6 de marzo de 1529, en Documentos, sección IV.
59 Enrique Otte, “Nueve cartas de Diego de Ordás”, Historia Mexicana, 54,
octubre-diciembre de 1964, vol. XIV, núm. 2, p. 328.
6 0 Fray Toribio Motolinía, “Carta al emperador Carlos V”, Tlaxcala, 2 de enero
de 1555, Epistolario (1526-1555). Recopilado, paleografiado directamente de los
originales y transcrito por el licenciado Javier O. Aragón, estudio preliminar por el
P. Lino Gómez Canedo, México, 1986, p. 173.
53
XIX. LA DEFENSA DE CORTÉS EN EL JUICIO
Debe también cuidar el príncipe de que
no salga frase de su boca que no esté
impregnada en las referidas cinco
cualidades, y que en cuanto se le vea y se
le oiga parezca piadoso, leal, íntegro,
compasivo y religioso. Esta última es la
cualidad que conviene más aparentar,
pues generalmente los hombres juzgan
más por los ojos que por los demás
sentidos, y pudiendo ver todos, pocos
comprenden bien lo que ven.
NICOLÁS MAQUIAVELO
SUS PROCURADORES INICIAN LA DEFENSA DE CORTÉS
Mientras que en España Cortés seguía el peregrinar de la corte por
Zaragoza y Barcelona y casaba con doña Juana de Zúñiga, sus
procuradores en México, Diego de Ocampo, Juan Altamirano y García
de Llerena, iniciaron su defensa en el juicio de residencia.
Su primer escrito dirigido a la Audiencia, del 13 de mayo de 1529,
se limita a hacer constar irregularidades del juicio: todos los testigos
de cargo presentados son notorios enemigos de Cortés y fueron
elegidos por Gonzalo de Salazar y Peralmíndez Chirinos, el factor y el
veedor reales; ya han pasado los 90 días que se fijaron como límite
del juicio, y Cortés se encuentra ausente.1 Meses más tarde, el 25 de
septiembre, los tres procuradores van un poco más a fondo. Con
firmes argumentos recusan a los tres jueces: Nuño de Guzmán, Juan
Ortiz de Matienzo y Diego Delgadillo, presidente y oidores de la
Audiencia, así como a sus socios, Salazar y Chirinos. Señalan, además,
que los tres miembros de la Audiencia tienen pleitos contra Cortés
por las crecidas multas que le impusieron por jugar naipes y dados;
que Salazar debe a Cortés 800 castellanos, por lo que lo ha
demandado, y a pesar de ello lo han enviado como procurador a
España; que desobedeciendo la cédula y sobrecédula reales, que les
ordenaban que no tocasen los pueblos y bienes de Cortés durante su
ausencia, el presidente y los oidores le han quitado sus pueblos, le
han tomado sus casas de la ciudad de México y sus 35 tiendas, y las
huertas y solares que tenía entre las calzadas de Chapultepec y de
Tacuba, donde han iniciado construcciones;2 que le cavaron los pisos
de su casa en busca de tesoros y le picaron los escudos que había
hecho labrar en los corredores de las Casas Viejas; que le retienen la
correspondencia que enviaba de España; y que Nuño de Guzmán
tiene odio de años atrás contra Cortés, al que había escrito, desde
Santisteban, en Pánuco, palabras injuriosas.3 Agregaban, en fin, que
Cortés tenía pleitos antiguos, e iniciaría muchos otros, contra los
oidores Matienzo y Delgadillo. ¿Cómo podían administrar justicia
semejantes jueces?4
El pleito continuó y la recusación no llegó a ser admitida, pues los
oidores acusados presentaron escritos de personas que tenían pleitos
pendientes con Cortés. García de Llerena apeló y objetó a uno de los
jueces que rechazaron la recusación, Andrés de Barrios, por no ser
letrado. La fianza que tuvieron que depositar los representantes de
Cortés, por los pleitos pendientes en estos casos de recusación, subió
de 9 000 a 90 000 maravedíes. Y el pleito quedó en suspenso.
LOS DESCARGOS DE 1529
Como la recusación no prosperó, García de Llerena presentó a la
Audiencia, el 12 de octubre de 1529, unos laboriosos Descargos, en
nombre de Cortés, a las acusaciones que le fueron hechas en la
“pesquisa secreta” del juicio de residencia.5 El extenso documento es
una defensa de Cortés de notable solidez jurídica. Además del
asesoramiento de Altamirano y de Ocampo, los otros procuradores, es
posible que García de Llerena lo haya consultado por medio de cartas
con Cortés, para precisar informaciones y razonamientos acerca de las
98 acusaciones contestadas. Las argumentaciones de estos
Descargos, cuando no son convincentes, son hábiles excusas; pero en
conjunto constituyen una firme defensa de la actuación de Cortés.
Además, las “tachas” presentadas contra los testigos de cargo,
señalando su enemistad contra Cortés, los perjurios en que han
incurrido y la “baja condición” de algunos de ellos, invalidan hasta
cierto punto sus acusaciones.
Los Descargos de García de Llerena refutan los Cargos que
resultan contra Hernando Cortés, del 8 de mayo de 1529, en los que
Nuño de Guzmán y Diego Delgadillo resumieron, afilaron y
aumentaron las acusaciones presentadas en los meses anteriores por
los 22 testigos de cargo. Llerena da respuesta ordenadamente a cada
uno de los cargos, de manera que ambos documentos, Cargos y
Descargos, son paralelos. El contenido de los Descargos sobrepasa la
simple refutación de las acusaciones para convertirse en una apología
general de los hechos de Cortés, en los que no se consiente ni un
resquicio dudoso.6
El 22 de marzo de 1530 la reina envió una cédula a la Audiencia de
México diciéndole que el Consejo de Indias había recibido la
documentación del juicio de residencia de Cortés, que llevaron el
factor Gonzalo de Salazar y los regidores Bernardino Vázquez de
Tapia y Antonio de Carvajal, y ordenando a dicha Audiencia que no se
entrometa más en la residencia y que todo lo remita al Consejo de
Indias.7
CORTÉS REABRE SU DEFENSA (1534-1535). LOS NUEVOS
DESCARGOS
Cortés volvió a Nueva España, casado y marqués, a mediados de 1530.
Sólo a partir del 9 de enero de 1531, cuando llegó a la ciudad de
México la segunda Audiencia y se inició el juicio de la primera
Audiencia, Cortés ya pudo entrar en la ciudad, lo que antes se le había
prohibido.
El juicio de residencia de Cortés, que se había iniciado en 1529,
tanto con las acusaciones y los juicios laterales como con los tres
documentos de defensa que en dicho año presentaron sus
procuradores, había sido ya sobreseído y toda su documentación
remitida al Consejo de Indias. Sin embargo, considerando acaso que
el notable documento de Descargos, presentado en su nombre por
García de Llerena, era insuficiente, Cortés hizo gestiones, en enero de
1534, cuando ya habían pasado cinco años, para que se le recibieran
declaraciones de sus testigos de descargo. El rey accedió a que se
reabriera y prorrogara el juicio.8
El primer documento que presentó Cortés en esta nueva etapa de
su juicio fueron otros Descargos a las acusaciones de la instrucción
secreta, fechados el 14 de enero de 1534.9 Sus alegatos son secos y
altivos, aunque no siempre convincentes. Por única vez dice algo
respecto a las promiscuidades sexuales, sólo para afirmar que “lo tal
no pasa” porque él es buen cristiano y porque no están debidamente
identificadas conforme a derecho las cópulas carnales que le achacan,
aparte de que sus acusadores son “hombres de baja suerte e manera,
e infames”. Algo más dice de la muerte de su primera mujer, doña
Catalina Xuárez. Él la quiso y honró mucho. Murió de su muerte
natural y “muchas veces le tomaba mal de corazón e se quedaba
amortecida mucho rato”. Y, por supuesto, las testigos del caso “son
mujeres y de baja suerte e manera”.
Lo que refiere acerca de la acusación que se le hace de haber
intentado matar a Marcos de Aguilar con un torrezno flamenco es
curioso. Cenaba Cortés con amigos cuando doña Leonor, mujer de
Andrés de Barrios, “que son personas honradas y sin sospecha”, le
envió un plato de torreznos. Porque eran buenos, como lo
comprobaron Cortés y los caballeros que con él estaban, envió a
Aguilar uno con su paje. Y el Sepúlveda que dice que lo probó y
enfermó era “un mozuelo liviano e de mal vivir e acostumbrado a
cometer muchos delitos”.
Y respecto al grave cargo de apoderamiento de la mayor parte de la
tierra y de que tiene mucho oro, dice que tiene poca parte de la tierra,
que a los indios sólo les pidió lo que quisieron darle, que eso no le
alcanzaba para los gastos que tenía como gobernador y capitán y que
“quisiera tener mucho oro para gastallo en vuestro real servicio —dice
al rey—, como siempre lo hizo”. Vaguedades discutibles.
LOS GRANDES INTERROGATORIOS PARA LOS TESTIGOS DE
DESCARGO
Si sus enemigos habían tenido testigos de cargo que respondieron a
interrogatorios, Cortés quería tenerlos también en su defensa, pero
que fueran tan superiores que borraran a aquéllos de la memoria.
Entre los problemas de las expediciones al Mar del Sur, por el golfo
de California, la atención a tantos pleitos y negocios y los disgustos
por las tropelías de Nuño de Guzmán, Cortés debió dedicarse varios
meses a elaborar los dos interrogatorios a los que deberían responder
los testigos de descargo. Además del asesoramiento de sus abogados,
puede suponerse que contó con el auxilio de algunos de sus capitanes
y soldados que tuvieran la memoria más fresca respecto al cúmulo de
acontecimientos ocurridos lustros atrás. El primero es un
Interrogatorio general que consta de 380 preguntas, y el segundo
añade 42 más acerca de las acusaciones del “capítulo secreto”. En la
única transcripción que de ellos se ha hecho10 ocupan 160 páginas, y
su lectura corrida toma aproximadamente cuatro horas y media.
El Interrogatorio general puede dividirse en dos secciones. Las
preguntas de la primera, hasta la 313, son un repaso pormenorizado
de los hechos públicos de Cortés, desde la salida de la expedición de
Cuba en 1518 hasta los días previos a la iniciación del juicio en 1526.
Esta sección debió redactarla el mismo Cortés —con los auxilios que
antes se han supuesto y aprovechando el esquema de los Descargos
de 1529—, quien parecía no contentarse con la aclaración de los
puntos de su actuación sujetos a acusaciones, sino que pretendía
obtener una justificación y aun una celebración totales de los actos
principales de su vida pública.
Esta desproporción constituye el interés de esta sección, que es de
hecho una autobiografía de Cortés, escrita en forma de preguntas,
aunque concentrada en las cuestiones conflictivas del periodo que
abarca. A veces estas preguntas expositivas aclaran circunstancias mal
conocidas (navío de Francisco de Saucedo, 37); otras se extienden en
hechos que afectaron especialmente al conquistador, como la traición
de Olid (250-264); a menudo pasa en silencio acontecimientos
importantes, como la matanza del Templo Mayor, el sitio de la ciudad
de México o la expedición a las Hibueras, porque no se cuestionaron;
otras veces pierde la objetividad, como en el caso de la salida de
México en la Noche Triste (189-191), exaltación escasamente
convincente de sus propios hechos heroicos, como si sólo a él se
debiera la salvación de los soldados que salieron vivos; o bien deja sin
aclaración acusaciones al menos escandalosas, como las de su furor
sexual sin discriminación de razas ni de parentescos, en que insisten
sus acusadores.11
La otra sección de preguntas (314-380) es de las censuras
personales para tratar de invalidar a sus acusadores, no sólo por la
tacha de su enemistad conocida contra Cortés, sino también por
hechos turbios de la vida de aquéllos, o bien por su “baja condición”.
Por su paralelismo con la sección semejante de los Descargos
presentados por García de Llerena en 1529, esta parte pudo haber sido
redactada por este procurador de Cortés. Con todo, el propio
conquistador debió de colaborar con ciertos denuestos y acusaciones.
En la primera sección de preguntas, atribuible a Cortés, se interrumpe
a veces la sucesión cronológica de los hechos para censurar a algunos
de los acusadores por su condición baja, como ya se hacía en los
primeros Descargos. Ahora se hacen con más rudeza, en esta segunda
sección, con menciones de hechos no criminales, sino simplemente
vergonzosos, como la exhibición ridícula de Vázquez de Tapia (322),
las groserías del doctor Ojeda (323-326), los cuernos de Villarroel
(334-336) —quien no fue de los acusadores de Cortés en el juicio
principal ni en los otros—, o el hecho de que Coronel (372-373) diera
una yegua para recuperar a su primera mujer, o que Carvajal (374375) fuera hijo de una pescadera y un clérigo. Es posible que estas
adiciones a los agravios —maledicencia pura que nada tiene que ver
con el juicio— provengan de Cortés.
El otro Interrogatorio, para las acusaciones más graves del
“capítulo secreto”, debió ser redactado también por Cortés y es, a la
vez, una defensa extremada. La imagen del conquistador que resulta
de ellas es poco verosímil: un cruzado, fiel a su rey, valeroso y recto,
piadoso y justiciero, generoso con sus soldados, paternal
encomendero y que sufrió con mansedumbre las injusticias. La
acusación por la muerte de su primera mujer, Catalina Xuárez, no
parece perturbarlo; la echa a un lado (30-33) afirmando, al igual que
en los Descargos de enero de 1534, que él la quería mucho y que
padecía del corazón.12
LOS TESTIGOS DE DESCARGO
Al oidor de la segunda Audiencia, licenciado Alonso Maldonado, se
asignó la dura tarea de tomar los juramentos y escuchar las
declaraciones de los 26 testigos que, en nombre de Cortés, presentaba
y también escuchaba su procurador el licenciado Juan Altamirano,
para que respondieran a las 422 preguntas de los interrogatorios y
defendieran a Cortés de las acusaciones que había recibido. El
escribano de cámara, Gerónimo López, debió redactar durante
muchos meses las extensas minutas.
Las sesiones para escuchar y consignar las declaraciones se
extendieron del 21 de abril de 1534 al 27 de agosto de 1535, con el
siguiente orden:
1. Alonso de Villanueva, 21 de abril de 1534.
2. Francisco Dávila, 7 de mayo de 1534.
3. Luis Marín, 19 de mayo de 1534.
4. Martín Vázquez, 20 de mayo de 1534.
5. Juan de Cáceres Delgado, 1° de junio de 1534.
6. Andrés de Tapia, 15 de junio de 1534.
7. Alonso de Navarrete, 1° de julio de 1534.
8. Francisco Flores, 13 de julio de 1534.
9. Alonso de la Serna, 21 de julio de 1534.
10. Juan López de Jimena, 7 de agosto de 1534.
11. Gaspar de Guernica, 25 de agosto de 1534.
12. Francisco de Solís, 9 de septiembre de 1534.
13. Bachiller Juan de Ortega, 22 de septiembre de 1534.
14. Francisco de Terrazas, 28 de septiembre de 1534.
15. Juan de Cuéllar Verdugo, 28 de octubre de 1534.
16. Gonzalo Rodríguez de Ocaña, 23 de noviembre de 1534.
17. Pero Rodríguez de Escobar, 16 de diciembre de 1534.
18. Fray Toribio Motolinía, 16 de enero de 1535.
19. Fray Pedro [de Gante], franciscano, 16 de enero de 1535.
20. Fray Luis de Fuensalida, 21 de enero de 1535.
21. Juan Jaramillo, 27 de enero de 1535.
22. Francisco de Montejo, 22 de abril de 1535.
23. Francisco de Santa Cruz, 16 de junio de 1535.
24. Rodrigo de Segura, 10 de julio de 1535.
25. Juan de Salcedo, 23 de agosto de 1535, y
26. Juan González de León, 27 de agosto de 1535.13
La mayor parte de estos testigos eran antiguos conquistadores,
algunos bien conocidos, como Luis Marín, Andrés de Tapia y
Francisco de Montejo. En años recientes, varios de ellos habían
servido al ayuntamiento de la ciudad de México, como el bachiller
Juan de Ortega, uno de los dos primeros alcaldes ordinarios en 1524,
y más tarde alcalde mayor, que se había distinguido por su firmeza en
los años de los disturbios movidos por los oficiales reales; Francisco
de Solís, Francisco de Santa Cruz y Francisco de Terrazas también
habían sido alcaldes, y el último de los Franciscos —padre del primer
poeta mexicano conocido en lengua española—, fue mayordomo de
Cortés durante el viaje a España de 1528; Gaspar de Guernica había
sido regidor en Trujillo, Honduras; y Gonzalo Rodríguez de Ocaña y
Juan de Salcedo, regidores en la ciudad de México; y Francisco Dávila
fue regidor y alcalde en varias ocasiones. Alonso de Villanueva había
sido secretario y camarero de Cortés. Dos de ellos tuvieron la
particularidad de haber casado con indias: Martín Vázquez, con una
india de Cuba con la que tuvo cuatro hijos, y Juan Jaramillo con doña
Marina o la Malinche, de quien tuvo una hija, y fue buen soldado y
hombre respetuoso de la raza de su mujer. Juan de Cáceres Delgado,
el Viejo, conquistador del que poco se sabe, era el marido de la
Catalina González que denunció que Cortés se echó en Cuba con su
hija e intentó hacerlo con ella. En fin, la presencia inusitada de los
tres franciscanos, que aceptaron venir de sus conventos a declarar en
defensa del enjuiciado, fue una muestra de aprecio y un aval para
Cortés.
EL TAMAÑO Y LA IMPORTANCIA DE LAS DECLARACIONES
Para el oidor Maldonado, el licenciado Altamirano y el escribano
López, ésta debió ser una tarea pesada. A cada testigo debía tomársele
el juramento en forma, leerle cada una de las preguntas, anotar sus
respuestas, y al fin repetirle su declaración para que la ratificara y
firmara, todo lo cual tomaba de ocho a diez horas con cada uno, en el
caso de declaración completa. Estas largas jornadas explican por qué
se van distanciando las declaraciones, pues el oidor y el escribano
debían atender además otros asuntos.
Las declaraciones tienen extensiones muy variables. A pesar de que
Alonso de Villanueva no contestó las primeras 102 preguntas porque
se referían, dijo, a hechos que no conoció, llenó 100 páginas impresas.
Las respuestas de Martín Vázquez, quien se saltó todas las preguntas
que ignoraba, ocuparon, no obstante, 129 páginas. Francisco Dávila,
prudentemente, se limitó a dar respuesta a las primeras 26 preguntas,
que tocaban asuntos que conocía. Andrés de Tapia contestó
detalladamente ambos interrogatorios y fue el más extenso, pues
llenó 230 folios. En cambio, los tres franciscanos se limitaron a
relatar escuetamente su intervención en el episodio de las amenazas
que fray Tomás Ortiz dirigió a Cortés, en ocasión de la llegada del juez
Ponce de León, y la respuesta de fidelidad heroica que dio Cortés.
Pero como la mayoría de los testigos contestó completas las 422
preguntas de ambos interrogatorios, así fuera para decir de muchas
de ellas que no las sabían, el conjunto de estas declaraciones de
descargo es muy voluminoso, y en buena parte nunca se había
examinado.14
La importancia de estas declaraciones depende tanto de la
personalidad de los testigos como de la significación y novedad de lo
que dijeron. En conjunto, las más interesantes son las extensas de
Andrés de Tapia, por los muchos pormenores con que relata episodios
cruciales de la conquista. Tapia, capitán de los más cercanos a Cortés,
había participado en la mayor parte de aquellos hechos, tenía buena
memoria y sabía relatar con vivacidad sus recuerdos, como lo
mostrará en su Relación que escribirá años más tarde. Los
testimonios de los tres franciscanos, Motolinía, Gante y Fuensalida, a
pesar de su brevedad, importan por la autoridad de los declarantes y
por haber accedido a defender a Cortés. Los tres debieron hacerlo con
permiso de su custodio, que entonces lo era fray Jacobo de Testera.
La adhesión de Motolinía a Cortés es bien conocida, pero es hasta
cierto punto novedad la actuación de los religiosos Gante y
Fuensalida.
En el caudal de estas declaraciones de defensa hay puntos en los
que casi todos coinciden con relatos interesantes: la Noche Triste y la
pérdida del quinto real, la fidelidad de Cortés al rey y su liberalidad
para ayudar a los españoles que llegaban. Algunos dan nuevos
informes sobre las relaciones de Cortés y Motecuhzoma y el vasallaje
ofrecido por los señores indios; la construcción y la nueva traza de la
ciudad de México, el tormento a Cuauhtémoc, los ataques que sufría
Catalina Xuárez, primera mujer de Cortés, y alguna luz sobre los
motivos del pleito de Vázquez de Tapia contra el conquistador. Y, con
una pizca de humor, vuelven a contar, con variantes, la historia de
Juan Coronel, el que encontró a su mujer, Elvira Hernández,
amancebada con Juan de Almonte, y dio una yegua a éste para
recuperarla.
INTERROGATORIOS Y DECLARACIONES
Además del problema que significaba dar respuesta a interrogatorios
tan extensos, los testigos se enfrentaban a preguntas formuladas de
tal manera que no parecen intentar averiguar qué ocurrió,
presentando una acusación y pidiendo al testigo que la confirme o la
niegue, explicando sus razones. La técnica de estos interrogatorios es
más sutil. En lugar de hechos controvertidos se presentan versiones o
relatos, que implican una justificación o una exaltación de los hechos
de Cortés, y se pide al testigo que se pronuncie sobre ellos. Su margen
de intervención es, pues, muy estrecho. Lo único que pueden hacer es
ratificarlos, si es que los conocieron, y agregar algunas circunstancias;
salvo el improbable caso de que siendo amigos se atrevan a
desmentirlos. Algunos ejemplos pueden ilustrar este procedimiento.
En el Interrogatorio general, de descargo, se pregunta acerca de la
preparación, en Cuba, de la expedición confiada a Cortés:
21. Ítem: si saben quel dicho don Hernando Cortés acebtó la empresa, e luego
puso por obra de se aderezar e comprar navíos e bastimentos, e facer gentes e
darles ayuda de dineros, e darles de comer a su costa, e no del dicho Diego
Velázquez ni de otra persona alguna; e para ello despendió su facienda e la
gastó en cantidad de cinco a seis mil castellanos de minas, para comprar
navíos e aderezallos de armas e pertrechos, e viandas e cosas necesarias, e
tomó prestados muchos dineros en mucha cantidad, ansí de Diego Velázquez
e de Andrés de Duero e de Pedro de Jerez e de Antonio de Santa Clara, e de
otras muchas personas, en cantidad de otros seis mil castellanos, e los gastó
todos en la dicha armada para pasar a estas partes.
Respecto a la prisión de Motecuhzoma y a sus relaciones con
Cortés, la pregunta se formula así:
97. Ítem: si saben que con muchas cosas quel dicho don Hernando Cortés
dijo al dicho Montezuma, ansí de las devinas como de las humanas, e con
muchos buenos tratamientos que le fizo, e cosas que le dio, e con mostrar que
había de ser mayor señor que nunca fue, e quel dicho don Hernando Cortés e
todos los españoles le habían de servir, e ansí lo facían diciéndole que Su
Majestad lo mandaba, se trujo al dicho Montezuma a mucha amistad e
concordia con el dicho don Hernando Cortés, e tanto, que le daba aviso de
todas las cosas de la tierra, e de la manera que había de tener para que todos
fuesen sujetos e nadie se osase levantar; e tanto, que queriendo el dicho don
Hernando Cortés decir que se volviese a su casa, para ver la voluntad que
ternía, e no para facerlo, el dicho Montezuma dijo que no convernía sino que
estuviesen juntos, porque con estar allí, no le osasen decir que ficiese nengún
desconcierto, e que ya que se lo dijesen, ternía cabsa para excusarse, diciendo
questaba como preso, e que si algo se moviese, que le matarían.
Y en el Interrogatorio del “capítulo secreto”, contra la acusación de
que era gentílico o no creía en Dios, se opone esta preguntaafirmación concluyente:
2. Ítem: si saben quel dicho don Hernando Cortés ha sido y es hombre
temeroso de Dios e buen cristiano, e le han visto facer tales obras, e por tales
ha sido habido e tenido públicamente e comúnmente reputado.
En el caso contrario, la acusación sobre la misma cuestión, en el
interrogatorio de cargos considerado en el capítulo anterior, se
formulaba como sigue, lo que permitió agregar con este pie nuevas
acusaciones:
Primeramente, que no teme a Dios ni tiene respeto a la obediencia y fidelidad
que nos debe [al rey] y piensa facer todo lo que quisiere y que confia en los
indios y en la mucha artillería que tiene…
Estos ejemplos muestran que las respuestas a estos
interrogatorios, preparados unos por la parte acusadora y otros por la
defensora, no permitían precisamente averiguar la verdad, sino
confirmar la enemistad de unos testigos y la amistad de otros hacia
Cortés. Por otra parte, parece más fácil acusar que defender. Lo
primero tiene el atractivo del escándalo y el apoyo de la
murmuración, del “oí decir” que no compromete; mientras que lo
último corre el riesgo de semejar adulación o complicidad. De todo
esto, y en contraste con las ruidosas sorpresas de las acusaciones,
resulta cierta monotonía en las respuestas de los testigos de descargo,
cuando se limitan a confirmar, como se les pide, las versiones
presentadas por Cortés. Sin embargo, tienen importancia relatos
complementarios y puntos de vista personales sobre los hechos
considerados. Y tienen autoridad moral los avales que recibe Cortés
de hombres de bien y aun eminentes que declaran en defensa de su
actuación.
ALONSO DE VILLANUEVA INICIA LAS DECLARACIONES
No obstante que el extremeño Alonso de Villanueva vino de Cuba a la
Nueva España con las huestes de Pánfilo de Narváez, fue de los que se
aficionaron a Cortés. Participó en la conquista de México y en esos
años y los inmediatos sirvió al conquistador en los cargos de
confianza ya mencionados. Recibió solar en la calle de Tacuba y allí
construyó una de las primeras casas de la ciudad, en que alojó a
Francisco de Garay, su antiguo amigo, a fines de 1523. Viajó a Santo
Domingo, en 1525, con encargos de Cortés. En 1527, y de 1544 a 1554,
año de su muerte, fue regidor del ayuntamiento de la ciudad de
México. Tuvo encomiendas en Guachinango y en pueblos del actual
Estado de México. Casó con Ana de Cervantes, hija del comendador
Leonel de Cervantes. Tres de sus hijos, Agustín, Leonor y Ana,
casaron con tres Suárez de Peralta —sobrinos de doña Catalina
Xuárez, primera mujer de Cortés—, la última, Ana, con Juan Suárez
de Peralta, el cronista. Otro hijo, Alonso de Villanueva Cervantes, fue
alcalde de la ciudad en 1576.
Hombre de bien y reposado, Villanueva fue un testigo preciso y en
todo favorable a Cortés. Sus declaraciones se iniciaron con la
pregunta 103, es decir con la llegada de Pánfilo de Narváez, con quien
vino, y su relato de este episodio, por objetivo, es interesante. Se
limitó a decir lo que le constaba y se guardó de comprar pleitos
ajenos. Debe retenerse, asimismo, su versión de la huida en la Noche
Triste y la batalla de Otumba, en las que resalta lo mucho que hizo
Cortés en estas acciones. La intimidad que tuvo con el conquistador le
permitió rechazar con autoridad las acusaciones de que tenía un
tesoro y de infidelidad hacia su rey. Él fue testigo de los grandes
gastos que hacía Cortés en sus conquistas y pacificaciones y en dar
casa y sustento a numerosos españoles; y sus conversaciones le
permiten afirmar que “nunca conoció dél voluntad ni mentiras de se
levantar con la tierra” y que su bandera era constantemente “el
servicio de Su Majestad”.15
FRANCISCO DÁVILA, RESERVADO
Francisco Dávila, o de Ávila, sevillano, intervino en la conquista de
Cuba, donde conoció de cerca a Cortés, y tuvo allí repartimientos de
indios y cargos de justicia. Vino a México en 1524, participó en la
conquista del peñol de Coatlán y tuvo encomiendas en Tulancingo y
en Oaxaca. Fue a Cuba por su mujer, Beatriz de Llanos, y sus hijos. En
1525 fue alcalde de la ciudad de México, y durante los conflictos que
movieron los oficiales reales, por defender la causa de Estrada y de
Albornoz, Salazar le rompió a Dávila su vara de justicia y lo encarceló.
Escapó y fue uno de los que se refugiaron en el convento de San
Francisco. En 1526 volvió a ser regidor y en 1528 y 1530 fue de nuevo
alcalde ordinario. Dávila tuvo huerta y solar en Tacubaya, y su casa en
la ciudad de México estaba en una de las calles que cruzan la de San
Francisco, de cuyo convento grande fue bienhechor. Murió antes de
1541.
Dávila se limitó a dar respuesta a las primeras 26 preguntas del
Interrogatorio, que se refieren a las expediciones de Francisco
Hernández de Córdoba y de Juan de Grijalva y a la preparación de la
expedición de Cortés, asuntos que conocía. Dávila era compañero de
Cortés en las minas de oro de Cuvanacan, en Cuba; supo de la
invitación que le envió Diego Velázquez para que fuera capitán de la
nueva expedición y refiere que también Cortés le pidió que viajara
con él, pero que no aceptó por “miramientos”. Para no meterse en
conflictos, no quiso dar respuesta a las demás preguntas.16
EL CAPITÁN LUIS MARÍN
Andaluz de Sanlúcar de Barrameda, antiguo residente en Cuba, Luis
Marín vino a Veracruz en julio de 1519 en el navío de Francisco
Saucedo. Fue uno de los primeros alcaldes del puerto y un capitán
siempre adicto a Cortés y a Gonzalo de Sandoval, su amigo. Estuvo en
el sitio y destrucción de la ciudad de México. Después cumplió
misiones en Coatzacoalcos y en otros lugares del sureste. Fue con
Cortés a la expedición de las Hibueras y estuvo al frente de los
soldados que volvieron por tierra, entre ellos Bernal Díaz del Castillo.
Recibió encomiendas en Coatzacoalcos. En 1531 se asentó como
vecino de la ciudad de México, y en 1539, junto con Juan Jaramillo,
fue alcalde ordinario y al año siguiente alcalde de la mesta. Casó con
doña María de Mendoza, pariente de doña Juana de Zúñiga, segunda
mujer de Cortés, y tuvieron 11 hijos.
Marín contestó el Interrogatorio a partir de la pregunta 87,
aproximadamente desde su llegada a la Nueva España. Su criterio es
excesivamente oficialista y confirma cuanto dicen las preguntas. De
sus extensas declaraciones tiene interés el relato de la oposición que
muchos de los soldados presentaron a la decisión de Cortés de
internarse en la tierra desconocida y cómo el conquistador venció sus
temores y les quitó la tentación de volverse con la destrucción de las
naves.17
MARTÍN VÁZQUEZ, PERSPICAZ
De tierras de Segovia, Martín Vázquez vino a las Indias con Pedrarias
Dávila, participó en la expedición de Hernández de Córdoba y volvió
con la de Cortés. Fue soldado en la conquista de México y en las
acciones de Pánuco, Colima, el peñol de Coatlan y en la conquista de
Xalisco con el virrey Mendoza. Recibió en encomienda el pueblo de
Tlaxiaco, en Oaxaca. En 1539 fue testigo en la probanza de méritos y
servicios de Bernal Díaz del Castillo.
Vázquez era discreto y perspicaz. Aunque apoya en todo las
versiones de Cortés, sabe hacerlo con razones y hechos convincentes,
y se calla cuando es necesario. Muchos pasajes de sus declaraciones
son interesantes: el relato del encuentro con los indios de Cempoala,
la prisión de Motecuhzoma y el trato que se le daba, la huida en la
Noche Triste, y el exceso de gastos que tenía Cortés. De su mujer
india debió aprender Martín Vázquez la observación que hace del
gusto que tienen los indios por hacer regalos y de que se ofenden si
no se aceptan sus dones.18
ANDRÉS DE TAPIA, CAPITÁN CONSTANTE Y MEMORIOSO
Andrés de Tapia, paisano y de la misma edad que Cortés, fue uno de
sus amigos y capitanes más fieles y constantes. Había sido caballerizo
de Cristóbal Colón en Sevilla y en 1517 pasó a Cuba por
recomendación de Diego Colón. Era pariente del gobernador Diego
Velázquez. Formó parte de la expedición de Cortés, en 1519, y en
Yucatán le tocó recibir a Gerónimo de Aguilar, el náufrago que sería
intérprete del conquistador.
Cuando los españoles se encontraban pacíficamente ya en la
ciudad de México y se tuvo noticias de la llegada de Narváez, Tapia
fue enviado por Cortés a Veracruz para averiguar la situación del
destacamento que guardaba el puerto y, con auxilio de indios, logró
hacer el viaje en tres días y medio; lo cuenta en su propia Relación.
Como decía su mujer, Isabel de Sosa, en su relación de méritos y
servicios, Tapia “se halló en todas las conquistas [de la Nueva
España] y en la toma desta ciudad de México, siendo siempre capitán,
y después de todo, pacífico”. Cuando el viaje a las Hibueras, quedó en
la ciudad, tomó parte en la aprehensión de Gonzalo de Salazar, fue
designado alguacil mayor y luego regidor del ayuntamiento.
Acompañó a Cortés en su viaje a España de 1528 y volvió con él.
Estuvo también junto a él en la expedición a Baja California, de 1535,
con el cargo de maestre de campo. Recibió en encomienda los pueblos
de Cholula, en Puebla, y de Tuxpan y Papantla, en Veracruz.
Probablemente, en el segundo de estos lugares aprendió las curiosas
noticias sobre el petróleo que aparecen al fin de su Relación.
Viajó de nuevo a España en 1540 acompañando a Cortés, aunque
años después volvió a México. Por entonces debió escribir su vivaz y
fidedigna Relación de la conquista de México, y es lástima que no
pase de la prisión de Narváez. En los años siguientes a la muerte de
Cortés, Andrés de Tapia fue alcalde ordinario de la ciudad de México,
en 1550, ocasión en que le tocó despedir al primer virrey, don Antonio
de Mendoza, y recibir al segundo, don Luis de Velasco. Rico y honrado
por los vecinos de la ciudad, Tapia murió en agosto de 1561.19
Andrés de Tapia, el sexto de los testigos, dictó la más extensa de las
declaraciones, pues contestó con amplitud la totalidad de las
preguntas de los dos interrogatorios. Así como había acompañado a
Cortés en la mayor parte de sus jornadas, se propuso también
afrontar completos los copiosos interrogatorios, aunque también
tuviese que decir de algunas preguntas que las ignoraba. Su
declaración debió hacerse en varios días.
Aunque se ha supuesto que Tapia era paisano y coevo de Cortés, al
declarar sus “generales”, con ese descuido respecto a la edad tan
común en la época, dice, en 1534, que “es de edad de más de treinta
años”, cuando para entonces tendría 49.
Las relaciones de Motecuhzoma y de Cortés son uno de los pasajes
interesantes de las declaraciones de Tapia. Cuando los conquistadores
aún se encontraban iniciando su avance hacia México, cuenta que:
vido como muchas noches no dormía el dicho don Hernando ni reposaba; y
que este testigo… le preguntaba por qué no reposaba, y el dicho don
Hernando decía: no reposaré hasta ver el dicho Montezuma y la calidad de
esta tierra… e hasta verlo e ser informado de ello no tendré descanso.
[Respuesta a la pregunta 92.]
Refiere asimismo las circunstancias en que Motecuhzoma y los
señores indios, a instancias de Cortés, prometieron obediencia y
vasallaje al rey español. Cuenta también con precisión el episodio de
Narváez (respuestas 119 y 135); con vivacidad dramática relata la
rebelión de los indios y la Noche Triste (respuestas 150 a 162), así
como la pérdida del quinto real, en la que mantiene la versión de la
yegua perdida (respuesta 189). Su relato es tan vívido y minucioso
que se tiene la impresión de estar leyendo algunas de las mejores
páginas de su Relación. Sobre la matanza de Cholula (respuesta 209),
la destrucción de los ídolos (220), la enemistad de Vázquez de Tapia
con Cortés (320), y aun acerca de la picaresca historia de Coronel,
Almonte, Elvira Hernández y una yegua (372), tiene qué decir, a veces
con relatos minuciosos y nuevas informaciones.
Entre estos relatos el más dramático es el que refiere la
destrucción de los ídolos que existían en el adoratorio superior de las
pirámides gemelas del Templo Mayor de México, destrucción que,
con extremada audacia, hizo Hernán Cortés con el auxilio de algunos
españoles, entre ellos Andrés de Tapia. Pese a las amenazas de
Atepaneca, capitán general de Motecuhzoma, quien dijo al
conquistador que si tocaban aquellos dioses “te has de morir tú y
nosotros”, Cortés, con una barreta, comenzó a dar golpes en ellos.
Este relato de Andrés de Tapia, hecho a mediados de 1534, puede
leerse como un esbozo de lo que el mismo Tapia escribirá, años más
tarde, en su Relación inconclusa, en la que redondea esta terrible
escena:
juro por Dios que es verdad que me parece agora que el marqués saltaba
sobrenatural, e se abalanzaba tomando la barra por en medio a dar en lo más
alto de los ojos del ídolo, e así le quitó las máscaras de oro con la barra
diciendo: ‘A algo nos hemos de poner por Dios’.2 0
Para Andrés de Tapia, su jefe y amigo Hernán Cortés no tenía
tacha. Insiste en la pobreza que lo agobiaba (199) y, en respuesta a la
pregunta 4a del interrogatorio secreto da constancia de la fidelidad del
conquistador para su rey. Tapia fue el testigo de descargo más leal a
Cortés, aun cuando la lectura de sus prolijas declaraciones llegue a
ser abrumadora. Sus respuestas son como espejos que agrandan la
materia de las preguntas, y tratan de hacer aún más convincentes sus
argumentos.21
JUAN DE ORTEGA NO SE COMPROMETE
Del bachiller Juan de Ortega, oriundo de Medellín, el pueblo de
Cortés, se ignora cuándo vino a la ciudad de México, pero debió ser
hacia 1523, después de la conquista. Fue personaje sobresaliente, por
sus letras sobre todo, pues junto con Rodrigo Rangel fue el primer
alcalde ordinario de la ciudad de México, en 1524. Mostró ser muy
adicto a su paisano Cortés y hombre de gran energía y aun dureza
cuando le tocó ser autoridad judicial.
Pocos meses después de haber sido nombrado alcalde ordinario,
Ortega fue enviado por Cortés en la armada, al mando de Francisco de
las Casas, despachada a las Hibueras con el encargo de hacer justicia
en la insurrección de Cristóbal de Olid. El propio Ortega dice en sus
declaraciones que iba como juez; y la suegra de Olid lo acusará más
tarde de la muerte del capitán infidente.
De regreso en México, en 1526, Ortega es nombrado alcalde mayor
y preside el cabildo del 29 de enero, cuando recuperan el mando
Alonso de Estrada y Rodrigo de Albornoz. Poco después ayuda a
prender a Gonzalo de Salazar. Los partidarios de éste arman una
conjura para asesinar a Ortega, son denunciados y el alcalde Ortega
ordena prender a tres de los conjurados y ajusticiarlos en la plaza
mayor de la ciudad. Otros conspiradores, que intentaban sacar de sus
jaulas a Gonzalo de Salazar y Pero Almíndez Chirinos, fueron
condenados a la horca o a ser azotados.
Cuando llegaron Ponce de León y Aguilar a enjuiciar a Cortés, y
Aguilar transmitió el mando a Alonso de Estrada, en febrero de 1527,
le pidió que no se aconsejara del bachiller Ortega y que, en
cumplimiento de real cédula, lo desterrara de Nueva España. Sin
embargo, no parece haber salido, pues en 1529 se le hace juicio de
residencia por los cargos que ha ocupado.
Juan de Ortega casó con Isabel Delgado, fue visitador de la
provincia de Michoacán y tuvo la encomienda de Tepozotlán hasta su
muerte, el 2 de agosto de 1546.
Las declaraciones del bachiller Ortega en el juicio de residencia de
Cortés, en contraste con las de Andrés de Tapia, fueron de extrema
sobriedad y se limitaron a 74 folios. En principio, sólo contestó de la
pregunta 215 hasta el final del interrogatorio. Como letrado que era,
no se compromete ni se entusiasma. Se limita a respuestas
insustanciales, muy breves, simplemente asintiendo o confirmando lo
dicho en la pregunta. Ortega no menciona en estas declaraciones los
rigurosos actos de justicia que ordenó, antes mencionados, pero sí
relata que, siendo juez, condenó a prisión y multa a Juan de Burgos y
lo obligó a restituir al pueblo de Tezcoco lo que le había tomado.
Algo más explícito se muestra Ortega en sus respuestas al
interrogatorio del “capítulo secreto”. Abona la fidelidad de Cortés para
sus reyes y cuenta que el conquistador tenía en su habitación una
tabla flamenca con pinturas del rey, la reina, las infantas y el rey de
Hungría, y que al pasar frente a ella se descubría; e insiste en esta
fidelidad al referir la serena actitud de Cortés en ocasión de las
amenazas que le transmitió fray Tomás Ortiz, tema del que se
ocuparán los franciscanos.22
FRANCISCO DE TERRAZAS, ADICTO Y CAUTO
Francisco de Terrazas nació en 1489 en la villa de Fregenal, Badajoz.
En 1519 vino de Cuba a México en la misma nave que Cortés,
participó como capitán en las conquistas de México y de Pánuco y en
la expedición a las Hibueras. Durante el viaje de Cortés a España, de
1528 a 1530, Terrazas fue el mayordomo que le cuidó sus bienes y le
escribió en 1529 dándole cuenta de los despojos que había sufrido.
Hacia 1532 casó con Ana de Castro, con la que tuvo cinco hijos, uno
de ellos, su homónimo, primer poeta de lengua española nacido en
México, que mereció elogios de Cervantes en el “Canto de Calíope”,
del libro VI de La Galatea. Terrazas padre fue enviado por Cortés
como veedor en la expedición que despachó en 1539, al mando de
Francisco de Ulloa, que completó el descubrimiento de la península
de la Baja California. Tuvo la encomienda de Tulancingo y recibió
merced de dos solares en la ciudad de México y una huerta en la
calzada de Chapultepec. Su casa estaba a espaldas de las Casas Viejas
de Cortés. Fue alcalde de la ciudad de México en 1538 y 1549, hasta el
9 de agosto en que murió.
Terrazas fue el decimocuarto testigo y sus declaraciones están
fechadas el 28 de septiembre de 1534. Como Andrés de Tapia,
contestó la totalidad de los dos interrogatorios, aunque sin la
locuacidad de aquél; y asimismo, es de los que ratifican en todo las
preguntas, mostrándose adicto a la persona de Cortés y aprobando
convencido sus hechos.
Sin embargo, esta fidelidad no le impide ser cauto y en verdad
educado en las cuestiones escabrosas, cuando más confirma lo dicho
en las preguntas y evita los juicios de personas. Por ejemplo, en la
carta que escribió a Cortés el 30 de julio de 1529, antes mencionada,
le refirió en privado los desmanes que le habían hecho, en perjuicio
de sus amigos y de sus bienes, los oidores Matienzo y Delgadillo y los
oficiales reales Salazar y Almíndez Chirinos, pero en el juicio público
apenas los menciona. Y cuando en las preguntas se afirma de algunos
personajes que eran “de baja suerte y manera”, él contesta con
elegante discreción que “no conoce el linaje del inculpado”.
Terrazas da un dato interesante sobre la reconstrucción de la
ciudad de México y la nueva traza española. En la curiosa historia
(pregunta 372) de Juan Coronel y su mujer Elvira Hernández, que
aquél encontró amancebada con Pedro Almonte —al que
habitualmente se llama Juan—, la versión de Terrazas es que fue
Almonte quien dio la yegua y otras cosas al marido Coronel para
quedarse con Elvira.
En las respuestas al interrogatorio secreto, Terrazas elogió con
calor la fidelidad de Cortés; no opinó en el espinoso asunto de la
yegua que llevaba el tesoro del rey en la Noche Triste, porque se
encontraba ausente; confirmó los generosos auxilios que daba Cortés
a los pasajeros, y refirió los sentimientos que hizo éste por la muerte
de su primera mujer.23
FRAY TORIBIO MOTOLINÍA, FRAY PEDRO DE GANTE Y FRAY
LUIS DE FUENSALIDA
Toribio Paredes, llamado de Benavente por el lugar de su nacimiento,
hacia 1482/1491, tomó el hábito de San Francisco en la provincia de
Santiago. Vino a México en 1524 con el grupo de los Doce
franciscanos, encabezado por fray Martín de Valencia. Al pasar por
Tlaxcala y oírse llamar en náhuatl motolinía, “pobre o humillado”,
adoptó este nombre. Poco después de su llegada se le nombró
guardián del monasterio de la ciudad de México, cargo que ocupó
hasta 1527. Durante la ausencia de Cortés por el viaje a las Hibueras,
el conquistador, que había hecho gran amistad con Motolinía, le
encargó “el sosiego del país”. Los oficiales reales, en quienes quedaba
el gobierno, hostilizaron a los franciscanos por las facultades que se
atribuyeron en el gobierno de los indios, y Motolinía se afilió
decididamente al bando de los adictos a Cortés. El franciscano
continuó siendo guardían de los monasterios de Tezcoco, a partir de
1527, y de Huejotzingo, desde 1529. En este último año viajó a
Guatemala y Nicaragua; en 1531 intervino en la fundación de Puebla
de los Ángeles, y en 1533 volvió a viajar a Guatemala para establecer
allí la orden de San Francisco. De regreso en México, el 16 de enero de
1535, siendo guardián del monasterio de Cholula, prestó juramento y
declaró como uno de los defensores de Cortés en su juicio de
residencia. En los años siguientes, Motolinía es guardián en Tlaxcala
y en Tezcoco e interviene activamente en tareas de evangelización en
varios lugares de Nueva España. En 1543 viaja por tercera vez a
Guatemala, a la cabeza de una misión para establecer aquella
provincia franciscana. Entre 1535 y 1543 Motolinía redacta su gran
obra histórica, que hoy conocemos con los títulos de Memoriales e
Historia de los indios de Nueva España, libros que se complementan
mutuamente y que constituyen la primera obra importante acerca de
“las cosas de Nueva España y de los naturales de ella”, como reza el
subtítulo. En 1542 es electo viceprovincial de su orden en México y de
1548 a 1551 es el provincial. Continúa haciendo viajes, ahora a
Michoacán y Puebla. En 1553 es guardián del monasterio de Tlaxcala.
El año siguiente se publica en México su Doctrina cristiana en lengua
mexicana y castellana, único libro suyo que viera impreso, hoy
perdido. El 2 de enero de 1555, Motolinía suscribe en Tlaxcala su
célebre “Carta al emperador”, terrible impugnación e invectiva contra
fray Bartolomé de las Casas, en la que hay una exaltación de la obra
de Cortés. Murió en la ciudad de México, el último de los Doce, el 9 de
agosto de 1569, y fue enterrado en el convento grande de San
Francisco de esta ciudad.
Quien sólo se presentó entre los declarantes del juicio de
residencia como “Fray Pedro, franciscano”, debió de ser fray Pedro de
Gante. Había nacido en Gante, hacia 1480, era pariente de Carlos V, y
se apellidaba Moor o Van der Moere o de Mura, como él lo latinizó.
Estudió probablemente en Lovaina, y aunque obtuvo licencia para
recibir las órdenes sagradas, prefirió mantenerse como hermano lego.
Vino a México en l523 con otros dos franciscanos flamencos, fray
Juan de Tecto y fray Juan de Aora o Ayora. Aprendió el náhuatl y
fundó en Tezcoco una escuela para indios, y luego la de San Francisco
de México, que tuvo cerca de 1 000 alumnos. Con humanidad, Gante
no sólo se preocupó por las enseñanzas religiosas y de las primeras
letras, sino que instruyó a sus alumnos en industrias, oficios y artes
que permitieron a los indios mejorar su vida: pintores, cantores,
músicos, bordadores, imagineros, albañiles, canteros, sastres,
zapateros, enfermeros y catequistas. Gante decía que había hecho
construir más de 100 iglesias y bautizado a más de 200 000 indios.
De él se conservan varias cartas a Carlos V y a Felipe II y una
Doctrina cristiana en lengua mexicana (1553). Murió en la ciudad de
México en abril de 1572.
El octavo de los Doce, fray Luis de Fuensalida tiene una biografía
sucinta. Fray Gerónimo de Mendieta, cronista de su orden, relata:
Tomó el hábito en la provincia de San Gabriel; hombre muy prudente, amigo
de su profesión y de toda virtud. Entendía moderadamente en la obra de los
indios y de su conversión, por no perder sus ejercicios de oración y de
devoción. Fue electo en segundo custodio después que lo dejó la primera vez
el santo fray Martín de Valencia. Aprendió la lengua mexicana y predicó en
ella primero que otro alguno de los doce sus compañeros, y entre ellos fue el
que mejor la supo. Diéronle el obispado de Michoacán, y para ello le enviaron
cédula del emperador Carlos V, mas por su grande humildad no lo quiso
aceptar.2 4
Fuensalida intentó irse a África a predicar a moros y padecer
martirio, y aunque en España obtuvo licencia, el provincial de San
Gabriel lo retuvo en España. Cuando se enteró de que pensaban
elegirlo provincial, decidió volverse a Nueva España. En el viaje,
murió en la isla de San Germán, en 1545, y allí fue sepultado.
Sorprende que tan riguroso fraile aceptara declarar entre los
defensores de Cortés en su juicio de residencia.
LAS DECLARACIONES DE LOS TRES FRANCISCANOS
El haber logrado que tres franciscanos tan importantes en Nueva
España como fray Toribio Motolinía, fray Pedro de Gante y fray Luis
de Fuensalida fueran a declarar en favor de Cortés debió requerir una
cuidadosa negociación, que hizo sin duda el propio conquistador.
Después de examinar el extenso interrogatorio mayor y el pequeño
del “capítulo secreto”, dirigidos por su custodio, los tres frailes
convinieron en referirse únicamente a un punto, el contenido en las
preguntas 5, 6 y 7 de este último interrogatorio. El punto en cuestión
es el que se refiere a la llegada, en julio de 1526, de Luis Ponce de
León, nombrado juez de residencia, quien vino acompañado de
Marcos de Aguilar y del dominico fray Tomás Ortiz. Éste comenzó a
propagar la noticia de que Ponce de León venía no solamente a
desposeer de sus cargos a Cortés y a hacerle juicio de residencia, sino
también a cortarle la cabeza; y ante Cortés mismo y los religiosos del
monasterio de San Francisco, fray Tomás Ortiz había repetido la
amenaza, aconsejando a Cortés que no recibiese ni obedeciese al juez
Ponce de León. Frente a los franciscanos, según la pregunta 7a, Cortés
había contestado:
que Luis Ponce de León ficiese en él lo que quisiese, que él lo había de
obdecer e recibir al cargo que traía por mandado de Su Majestad, que más
quería morir leal que vivir traidor.
Tal muestra de fidelidad al rey, de parte de Cortés, estaba bien
escogida. Además, la prevención de Ortiz, con la evidente intención de
provocar desobediencia, y la respuesta dramática de Cortés habían
ocurrido en presencia de los franciscanos. Parecía razonable, pues,
que ellos hablaran para confirmar estos dichos.
Los tres frailes lo ratificaron ampliamente. Motolinía, en su
declaración del 16 de enero de 1535, dice en sus generales que es
guardián del monasterio de Cholula “y de los Ángeles”, que es de edad
de “más de cuarenta años” y que conoce a Cortés “desde hace once
años”, y luego se limita a confirmar que escuchó la amenaza de fray
Tomás y la respuesta de Cortés.25
Gante declara el mismo día que Motolinía, dice que conoce a
Cortés desde hace 10 años, y precisa que, aunque no estuvo presente
en la conversación de Ortiz y de Cortés, supo lo que dijeron éstos y
que concuerda con lo afirmado en la pregunta 7a.26
Fuensalida, quien fue a declarar el 21 de enero siguiente, dice que
es guardián del monasterio de Tezcoco, que es de edad de “más de
treinta años” y que conoce a Cortés desde hace 10. El padre
Fuensalida sí estuvo presente en la ocasión en que fray Tomás Ortiz
comunicó a Cortés la amenaza y la sugestión de que no obedeciese.
Más explícito que Motolinía, repite la respuesta de Cortés y añade que
estuvieron también presentes entonces fray Martín de Valencia,
primer custodio de los franciscanos en México, fray Antonio de
Ciudad Real, también uno de los Doce, “y otros de que no se
acuerda”.27
Tal fue el señalado servicio que los franciscanos hicieron a Cortés
en su juicio de residencia. Sin embargo, es posible que los señores del
Consejo de Indias no llegaran a ver, en los abultados legajos del
juicio, tan importantes avales de la fidelidad al rey de parte del
conquistador de México.
JUAN JARAMILLO, LEAL Y RETICENTE
Juan —o Alonso, como a veces se le llama— Jaramillo fue originario
de Villanueva de Balcarrota, en Badajoz. Su padre, Alonso Jaramillo,
había sido conquistador de la isla Española y de Tierra Firme. Juan
vino de Cuba a México con Cortés. En la derrota de la Noche Triste
fue de los pocos soldados de la retaguardia que se salvaron. Durante
el asedio a la ciudad de México fue capitán de uno de los bergantines
y logró rescatar otro que había sido tomado por los mexicanos.
Participó también en otras acciones militares y expediciones, como
las de Tepeaca, Huaquechula, río Grijalva y Oaxaca, y como alférez en
las del Pánuco y las Hibueras. En esta última expedición —como ya se
ha narrado—, a fines de 1524, cerca de Orizaba, Cortés dispuso que
Jaramillo se casara con doña Marina, quien ya había dado al
conquistador su primer hijo varón, Martín Cortés, nacido a fines de
1522 y legitimado por bula papal de 1529. Al volver de las Hibueras,
durante el viaje, Jaramillo y doña Marina tuvieron una hija, María. Ya
en la ciudad de México, Cortés lo nombró alcalde ordinario en 1526,
cargo que volverá a ocupar en 1539. El conquistador, además, les dio
por dote los pueblos de Olutla y Jaltipan, cercanos a Coatzacoalcos, en
encomienda. En 1530 —lo que también se repite—, Jaramillo dio una
muestra de su nobleza al rehuir el que se consideraba alto honor de
sacar el pendón en la fiesta de San Hipólito, que recordaba el triunfo
español sobre Tenochtitlán. Y aunque ya para entonces había muerto
doña Marina, se ausentó de la ciudad para no cumplir el encargo, lo
que el cabildo consideró desacato.
Jaramillo volvió a casar con doña Beatriz de Andrada, una de las
hijas que trajo a México el comendador don Leonel de Cervantes.
Tuvo varias casas en la ciudad y casa de placer y huerta en los
alrededores; intentó el cultivo de las vides, colonizó tierras de
chichimecas, participó en la fundación de las Cofradías del Santísimo
Sacramento y, además de las encomiendas que había recibido con
doña Marina, tuvo la de Jilotepec, que rendía buenas rentas. Murió
antes de 1551.
Juan Jaramillo contestó la totalidad de los dos interrogatorios,
aunque con brevedad —129 folios frente a los 230 de Andrés de Tapia
—, limitándose a confirmar lo que se le preguntaba o a decir que no lo
sabe o no se acuerda, y pocas veces añadió nuevos datos o
precisiones. Dijo, en enero de 1535, que es “de más de treinta años”,
que fue maestresala de Cortés y que, en la expedición de las Hibueras,
tuvo el cargo de alférez o portaestandarte. No menciona su
casamiento con doña Marina. En el reparto del botín después de la
toma de la ciudad de México, dice que a Andrés de Tapia se dieron
400 pesos de oro, y a él, Jaramillo, le tocaron 500 (respuesta 101),
quizás por su actuación en los bergantines.
Sus relatos de la salida en la Noche Triste, de la pérdida del quinto
real y de la amenaza que la independencia del joven Xicoténcatl
significaba para los españoles son interesantes. En la cuestión tan
debatida de la yegua que conducía el tesoro, precisa el nombre del
español a cuyo cargo estaba: Juan Velázquez.
Jaramillo, como Terrazas y otros de los testigos, fue discreto para
responder a las preguntas comprometedoras respecto a actos turbios
de los acusadores y malquerientes de Cortés. Se trataba de hombres
que seguían teniendo algún poder y con los que había que convivir.
Por ello, no los juzga y se limita a reconocer que las acusaciones
fueron hechos públicos.
Jaramillo era leal a Cortés, a quien le debía servicios; pero al
mismo tiempo no podía olvidar la relación confusa que los ligaba con
la Malinche, mujer sucesiva de ambos. El asunto no se menciona,
pero acaso explique cierta reticencia en las declaraciones de este
vigesimoprimer testigo.28
FRANCISCO DE MONTEJO, VIAJERO
Nacido en Salamanca hacia 1479, Francisco de Montejo tuvo una
larga y azarosa carrera como conquistador. En 1514 fue con Pedrarias
Dávila a la conquista de Tierra Firme, en Cuba fue rico estanciero, y
participó en las expediciones a tierras mexicanas de Grijalva y luego
en la de Cortés. Éste trató siempre de atraérselo, pues conocía su
amistad con Velázquez. A Montejo y a Hernández Portocarrero los
designó primeros alcaldes ordinarios del recién establecido
ayuntamiento de Veracruz, y antes de internarse en territorio
mexicano, Cortés envió a ambos, en julio de 1519, como procuradores
ante el rey para llevarle el primer tesoro, así como cartas y
memoriales en defensa de su causa. Al pasar por Cuba, Montejo se
ingenió para informar a Velázquez del oro que llevaban, y aunque éste
dispuso que dos naves los persiguieran, no lograron dar alcance al
navío de los procuradores, que piloteaba Antón de Alaminos. En
España, Montejo y Portocarrero fueron despojados de su nao y de sus
bienes personales, lograron entregar al rey las cartas y el tesoro y se
les sometió a una probanza. Más tarde, el obispo Rodríguez de
Fonseca puso en prisión a Hernández Portocarrero, quien murió en
ella, mientras que Montejo, al que se había unido Diego de Ordaz,
nuevo procurador, continuó ante la corte la defensa de Cortés, quien
al fin logró su propósito. Montejo volvió en 1524 a Nueva España,
donde recibió encomiendas de Cortés, y en 1526 fue designado de
nuevo procurador del cabildo de la ciudad de México, y una vez más
viajó a Castilla. Casó en Sevilla con doña Beatriz Álvarez de Herrera y
obtuvo de Carlos V una capitulación que lo autorizaba a conquistar y
colonizar, a su costa y con título de adelantado, la hasta entonces
olvidada región de Yucatán. Organizó una bien provista y costosa
armada, “la mejor que hubiese salido de Castilla”, decía. La conquista,
iniciada en 1527, fue ardua, por la resistencia indígena y la falta de
bastimentos. Los indios de Chetumal, además, contaron con el auxilio
táctico de Gonzalo Guerrero, el náufrago español que prefirió vivir
como indígena. Con su ejército casi aniquilado y vencido por las
hostilidades, Montejo viajó en 1528 a Nueva España en busca de
refuerzos y bastimentos. La segunda fase de su conquista no fue más
afortunada. Montejo volvió de nuevo a la ciudad de México a
principios de 1535, y entregó entonces el mando a su hijo homónimo,
Montejo el Mozo, quien, con el auxilio de buenos capitanes y
refuerzos, logró terminar la conquista de Yucatán en 1546. Montejo el
Viejo se instaló en Mérida, y en 1549 fue sometido a juicio de
residencia y despojado de todos sus derechos. Pasó a la ciudad de
México e intentó inútilmente su defensa, y en 1551 viajó a España con
el mismo propósito. Nada consiguió. Murió pobre y olvidado en su
nativa Salamanca, en 1553.29
Las declaraciones de Francisco de Montejo en el juicio de
residencia de Hernán Cortés ocurrieron, pues, entre la segunda y la
tercera fases de la conquista de Yucatán, cuando prácticamente había
fracasado en su propósito. Los tres meses que corren entre la
declaración anterior, de Jaramillo, y la de Montejo, el 22 de abril de
1535, pueden deberse a la necesidad de esperar la llegada a la ciudad
de México de quien ostentaba los cargos de adelantado y gobernador
de la provincia de Yucatán.
Montejo conocía a Cortés desde 20 años atrás, esto es, desde 1515,
en los años de Cuba. Durante la conquista de México y los años
subsecuentes, le debió distinciones importantes: las dos largas
misiones como procurador ante la Corona, 1519-1524 y 1526-1527,
esta última que le permitió negociar la azarosa conquista de Yucatán.
Así pues, Montejo sólo participó en los preliminares de la conquista
de México, hasta Veracruz, y luego estuvo en México en los años de la
expedición a las Hibueras, en la que no participó. En su declaración
en el juicio de residencia de Cortés, contestó completos los dos
cuestionarios, aunque sólo para decir de la mayor parte de las
preguntas que las ignoraba. Así lo diga sin palabrería, hubiera debido
señalar sus largas ausencias y limitarse a contestar acerca de los
pocos hechos de que fue testigo.
Una de las contadas circunstancias interesantes que recuerda es
que, cuando volvía de España en 1524, encontró en el camino, ya en
las Antillas, las naves en que Cristóbal de Olid, rebelado, iba hacia las
Hibueras, y con las que la nao en que él viajaba tuvo un incidente.
Tienen cierto calor las respuestas de Montejo, en el “capítulo secreto”,
abonando la conducta de Cortés como buen cristiano y fiel al rey.30
JUAN DE SALCEDO Y SUS RECUERDOS
El hidalgo Juan de Salcedo —o Saucedo—, que estaba en Cuba, había
participado en la expedición de Juan de Grijalva. Debió ser de los que
regresaron con Pedro de Alvarado a traer el oro y noticias, y en 1518 lo
comisionó Diego Velázquez para ir a la isla Española a gestionar con
los padres jerónimos permiso para enviar una nueva expedición, que
sería la de Cortés, hacia las tierras de Yucatán y de Culúa. Como dice
él mismo en su declaración, vino a México con Narváez, y aunque
participó en las acciones principales de la conquista, su intervención
no tuvo mayor relieve.
En Cuba ya era amigo de Cortés, y en sus declaraciones del
“capítulo secreto” (respuesta a la pregunta 31), refiere que presenció
uno de los ataques, presumiblemente cardiacos, que sufrió Catalina
Xuárez, primera mujer del conquistador, y que aun la levantó del
suelo y la recostó en una cama. En México, o desde los años de Cuba,
Salcedo casó con Leonor Pizarro, la “señora cubana” con quien Cortés
había tenido una hija, Catalina Pizarro, probablemente la primogénita
(Testamento, cláusula XXV y siguientes). Parece haber sido rico, pues
prestó dineros a Cortés en sus apuros. Salcedo estaba en
Coatzacoalcos en los años de la expedición a las Hibueras. En 1526 y
1527 fue regidor del ayuntamiento de la ciudad de México; el 2 de
julio de este último año el cabildo lo nombró, junto con Alonso de
Villanueva, diputado por el mes de julio; y el 13 de septiembre
siguiente el mismo cabildo dispuso que le pagaran 15 pesos por el
toro que le mataron el día de San Juan, sin duda en una corrida. Hacia
1531 Cortés lo envió a Pánuco como capitán. Y al formalizarse en
Colima, el 9 de enero de 1535, el mayorazgo de Cortés, Juan de
Salcedo fue uno de los testigos, lo que permite suponer que
acompañó al conquistador en la expedición subsecuente a Baja
California.
Como penúltimo testigo de descargo en el juicio de residencia de
Cortés, Salcedo declaró el 23 de agosto de 1535. Dijo entonces que es
de edad de 50 años, “poco más o menos”, y que conoce a Cortés desde
hace 20 años. Aunque contestó la totalidad de los dos interrogatorios,
de buena parte de las preguntas dijo que no las sabía o no se
acordaba. Las pocas noticias relativamente originales o de alguna
importancia fueron las antes señaladas.
Es curioso advertir que Cortés eligiera, en
Descargar