CAPÍTULO III RASGOS IDENTITARIOS DE LA CULTURA CAMPESINA VENEZOLANA El campo cultural venezolano está representado por la categoría sociohistórica campesina. Para comprender la cultura del campesinado es necesario convivir con ellos en sus propios espacios e involucrarse y compartir sus proyectos. Esta convivencia implica una relación de confianza, que no excluye la distancia crítica; para ello es necesario asumir la postura de coinvestigador-co-investigado, y aún más, hacer de la realidad una vivencia organizada de la solidaridad. Las historias del mundo campesino venezolano se cruzan, se sobreponen, pero sobre todo se encuentran haciéndose una sola historia, de la cual aflora “un mundo-de-vida” campesino venezolano, lleno de experiencias, de costumbres de cosmovisiones, que encierran un sistema de actitudes o posturas fundamentales heterogéneas e identitarias, que como diría Briceño Guerrero (1994): “la voz de cada discurso se descompone en voces que se sostienen y constituyen recíprocamente, al par que los discursos se interpenetran y parasitan los unos a los otros” (p. 212). Todo un bagaje cultural, el cual constituye una inadvertida capacidad para sobrevivir al vértigo producido a raíz de las transformaciones políticos y económicos del sector rural de la década de los años sesenta en la nación venezolana. En el plano de las prácticas socioculturales y los discursos identitarios del campesinado cafetalero, la “Historia de Maíta”, el relato biográfico de una mujer campesina, habitante del caserío La Primavera, irradia y atrae como cuadro cultural, de ella mana un sentido que se interpenetra y entreteje con todas las demás historias y las vincula entre sí; como sujeto social de la historia de vida su voz polifónica configura un sujeto colectivo definido como categoría histórica. De esta manera se convierte en su condición discursivo en sujeto traductor y por ende en núcleo unificador desde su propio sentido, que porta a su vez, sentido y significación en su desarrollo interno, que hace posible su representatividad histórica en la compleja realidad de la cultura campesina venezolana. La identidad cultural campesina se configura en rasgos de su existencia sociohistórica, en este sentido, ésta se caracteriza por haberse conformado en un proceso de identificación que se sustenta más en un colectivo compartido que en las capacidades y la búsqueda de escogencia individual, por el fortalecimiento de los vínculos de relación, arraigo y pertenencia vecinal, social y familiar, que se traducen en instrumentos para la construcción de la identidad colectiva del campesinado. En cuanto a esta forma de poblamiento campesino, dice Micheo (1982) que “en Venezuela, la mayoría del campesinado venezolano está repartido a lo largo de la geografía venezolana conformando la dispersión espacial de su habitat, y en muchas regiones, el distanciamiento de los centros urbanos” (p. 24). De la aldea colonial nace el caserío como la unidad poblacional campesina, donde han permanecido desde su transformación, las desigualdades sociales, constante histórica de su génesis y desarrollo. A lo que se agregan dos elementos importantes, por una parte, el hecho de que los caseríos están íntimamente ligados al contexto global de la sociedad venezolana. Por otra parte, que su historia particular explica en muchos casos, los comportamientos de sus habitantes, los cuales tienen gran afinidad con el pasado histórico. En este proceso histórico se ha construido la tradición identitaria de los campesinos venezolanos, que no ha sido otra que la lucha histórica contra la amenaza de la concentración de la tierra y luego, frente a los cambios del proceso de modernización de la agricultura, por la implantación de nuevas formas productivas caracterizadas por el respeto del equilibrio ecológico y social. De allí que, lo venezolano campesino se define a través de la consideración de los elementos básicos de resistencia cultural que los identifica como una cultura que recrea y reconstruye un cúmulo de conocimientos locales en torno a la naturaleza, a la conservación de las semillas, los alimentos y saberes medicinales alternativos. Estos saberes se traducen en las prácticas sociales que revelan su imagen compleja, pensada dentro de una lógica muldimensional que incluye, además de lo social, lo cultural, económico, político, ético, moral y mágico-religioso. Así se fue configurando su herencia histórica que constituye la base de diferenciación, de particularización de la vida del campesinado, confiriéndoles el sentido de identidad, de asimilación con la historia y la cultura venezolana. Pero sus condiciones en el marco de las relaciones de producción de dependencia es una condición relativa y no absoluta. Frente a la lucha por la tierra como situación de derecho, los campesinos promovieron con su militancia, sus reivindicaciones frente al terrateniente, así se elevó su condición moral cuando estuvo dispuesto como colectivo a responder a las llamadas a la acción, convirtiéndose en una fuerza potencialmente revolucionaria, de allí que su cohesión colectiva se enfatiza en los aspectos culturales de la acción política. El hecho histórico de la reivindicación de la propiedad de la tierra no sólo marcó un antes y un después en la historia de la comunidad de hacienda a asentamiento campesino, lo cual trajo implicaciones de orden económico, social, en la división territorial del caserío, sino también en lo fundamental, en la construcción de una nueva identidad colectiva. Así, en el transcurso de este proceso donde confluyen las prácticas discursivas de los líderes campesinos y sus movilizaciones, fueron emergiendo y cohesionándose ciertos factores identitarios alrededor de las prácticas sociales y culturales compartidas en relación con la tierra. Dicha identidad colectiva como “capital simbólico” se fundó bajo un denominador común: la situación de explotación del trabajo campesino, que devino en el movimiento campesino de La Primavera. El resultado de la conformación de un “nosotros” posibilitó el surgimiento de la organización de base del asentamiento campesino, contribuyendo, por un lado, al fortalecimiento de la comunidad rural del nuevo caserío La Primavera, y por el otro, transformando las relaciones sociales existentes, que introdujeron nuevos elementos identitarios relacionados con los modos de producir, de vivir, de pensar, de actuar e interactuar configurando y refigurando los fundamentos de la identidad, tanto materiales como simbólicos, utilizados por los campesinos para construir su realidad social. En este contexto, la lucha por el territorio para la comunidad campesina no es la lucha por una determinada cantidad de hectáreas, sino por el terruño entendido no sólo como espacio donde se asientan las diversas relaciones sociales, sino fundamentalmente, como una esfera de vida espaciotemporal conformado por un espacialidad donde se despliega lo vivido y experimentado y una temporalidad proyectada desde el pasado al presente y abierto al futuro. En este cuadro tienen lugar múltiples e imbricadas relaciones de poder sustentadas en la posesión de distintos capitales, pero sobre todo en el despliegue de distintas estrategias basadas en diferentes racionalidades traducidas en las tensiones resultantes de la puesta en acción de distintas intenciones de los actores involucrados, el Estado, mercado, cooperativas, otras comunidades campesinas, grandes y medianos productores cafetaleros que subyacen en ese espacio geovivido. Por otro lado, contrario al nuevo discurso modernizador agrario, donde las nuevas estrategias de producción sobre el medio natural se convierten en estrategias de poder y de dominación, transformándolo en recurso natural incondicionalmente disponible y con el objetivo de constituir el nuevo sistema monoproductor cafetalero centrado en la explotación intensiva de los recursos que responde a un modelo técnico-asociativo de racionalidad técnica, administrativa y financiera, la identidad campesina remite a una tradición de herencia cultural familiar, compuesta por una cultura y costumbres profundamente enraizadas que confluyen para construir un sentido particular en relación con la tierra. Entre estas racionalidades se genera un proceso de reconfiguración que resemantiza las relaciones de los campesinos cafetaleros con la sociedad en su conjunto, estableciendo una relación simbólica muy activa entre el pasado de subordinación y el presente de dominio colectivo de la tierra; por una parte para orientarse en el proceso de cambios producido por la modernización de la agricultura y por el otro, que los miembros descifren el presente en su inmediatez y objetivicen el futuro, apelando a sus referentes de identidad. En este contexto, la tierra contiene un fuerte componente intersubjetivo que remite a un proceso sociohistórico de conformación de la identidad campesina. El derecho a la tierra y el discurso de ese derecho se relacionan con una concepción de la misma, como propia de una identidad y tradición campesina, que se transmiten de generación en generación. Esta relación identitaria con la naturaleza está dotada de un poder de individualidad y colectividad, es decir, la tierra está unida al destino de su propietario, pues de ella dependen sus costumbres, su cultura y sus formas de trabajar, éstas últimas se instituyen como dispositivos culturales que singularizan lo variado y lo diverso del campo cultural campesino. Así, en la permanencia de los cambios, la tierra se mantiene como un significante pleno de la cultura campesina, porque relaciona estrechamente a la persona con su medio natural y con lo que para ella tiene una máxima importancia: la esfera de vida. El campesino desarrolla sus esquemas de observación, construye sus saberes tecnológicos, sus preceptos y conceptos a través del arraigo a la tierra. La vitalidad del suelo augura la vitalidad humana: si no se tiene o si se pierde, se pasa hambre en una comunidad que practica el autoabastecimiento y que no pertenece a una sociedad de consumo en masa. Se trabaja la tierra con gusto, se ama la tierra, se ve con cariño crecer la menor matica dentro de los rituales mágico-religiosos que asegura la fertilidad: San Antonio, San Rafael, San Isidro, protectores de la tierra productora de la región geohistórica tocuyana. En su apropiación se fusiona lo predominantemente utilitario-funcional, y lo eminentemente simbólico-cultural. Por lo que, el arraigo a la tierra del campesino tradicional como se interpreta en el relato de Maíta remite a la categorización cultural de una identidad agroecosimbólica definida como la relación de identificación de los hombres y mujeres campesinas con el seno materno de la naturaleza, enfatizando el polo simbólico-cultural de la apropiación material y subjetiva del espacio rural que lo convierte en objeto de representación y de apego afectivo. Siendo la identificación con la tierra de índole agroecosimbólica, ella es de naturaleza multiescalar, cuyo nivel primario es la casa campesina que desempeña una función de mediación entre el “yo” y el eje-mundo exterior, entre la interioridad y la exterioridad. El segundo nivel sería las tierras del cultivo, como prolongación de la casa campesina cuyos ciclos de producción marca los ritmos espaciotemporales a partir de las prácticas agrícolas, hasta extenderse al territorio del caserío. Así, el caserío se convierte en un punto espacial o geográfico, pero a su vez, constituye un conjunto diferenciado de temporalidades, de saber-hacer, de prácticas asociativas y productivas. Asimismo, de significaciones simbólicas que le otorgan el sentido a las relaciones con la naturaleza, al trabajo, a la tierra, a la casa. En otros términos, en ellos se inscriben las tradiciones y de hecho, la historia local y la historia de vida. Orta (1976), describe los caseríos de zonas de tierras bajas diciendo que están compuestos por: “un conjunto de casas ubicadas a ambos márgenes de un camino principal (casi siempre único) llamado camino real.” (p. 47). Más adelante destaca que los caseríos mantienen relaciones económicas y sociales con otros caseríos y con centros poblados que sirven de polos de atracción. En esas fronteras se mueve el eje-mundo campesino impregnado con las huellas del pasado histórico, los rastros de permanencia de la realidad territorial se convierte en marcas identitarias, al transformarse de realidad externalizada a lo real internalizado, ambos coexisten en el código identitario campesino. Así, el venezolano-campesino, su cuerpo y su mente, su forma de sentir, pensar, percibir, expresarse y relacionarse se materializa y se reproduce el terruño. La misma palabra terruño señala la formación de un grupo en torno a elementos en común que generan en los venezolanos-campesinos sentimientos de pertenencia, identidad y confianza que le imprimen un carácter localista. Por el otro lado, el pueblo campesino vincula en la medida en que dentro de las comunidades venezolanas campesinas se mantienen relaciones de reciprocidad, préstamos entre vecinos. En otras palabras, para el campesinado el caserío surge de la subordinación de los intereses materiales a una norma simbólica: el sentido del territorio que los trasciende. Dentro de las contradicciones de las concepciones de la tierra como recurso productivo y/o especulativo que debe ser explotado en búsqueda de una mayor ganancia, se yuxtapone el arraigo socioterritorial como defensa de un modo de vida, el territorio pasa a ser considerado como un espacio fundamental y multidimensional para la creación y recreación de los valores sociales, económicos y culturales de la comunidad campesina, donde se asientan las diversas relaciones sociales y se despliegan distintas estrategias basadas en la doble racionalidad: tradición campesina y acción modernizadora de la Reforma Agraria. Entre los elementos de la espacialidad de los caseríos se pueden distinguir el terruño y los campos. En cuanto al terruño sus límites son signos geográficos visibles a la vista pero que el sentimiento de pertenencia crea rasgos subjetivos que producen imágenes específicas y proporcionan una sensación de seguridad. En el terruño está enclavada la casa, la fauna, la flora, los terrenos de todos, los senderos, la propiedad. Esta última es indisociable del terruño, es el resultado de mil vicisitudes contra las desigualdades sociales. Ella otorga el sentido personal dentro del ser colectivo de los caseríos. La pérdida de la propiedad es el desarraigo de la comarca; esto explica el rechazo de muchos campesinos a instalarse en tierras fuera de sus caseríos porque la interiorización del terruño rebasa la actitud contemplativa, por el contrario es el espacio vivido. Además, el arraigo a la tierra es al mismo tiempo un componente del sentimiento de pertenencia al grupo. Este “nosotros” viene del pasado, de allí el carácter troncal de la identidad cultural campesina. La memoria colectiva la conserva y el discurso social espontáneo del sentido común la difunde. El espacio social de los caseríos no es homogéneo. La concepción espacial de las y los campesinos conjuga estrechamente el espacio físico y el espacio social. El espacio físico y social se integra, se ensancha, abarca el caserío, la comunidad rural, formando así una unidad integrada y fácilmente concebible por todo el grupo, aun por aquellos que menos recorren dicho espacio físico cotidianamente. Así que este espacio físico-social, también conceptualmente abarcado, comprende toda la comunidad con sus casas, caminos, escuela, capilla, ambulatorio, casa comunal y cafetales dispersos a lo largo del paisaje rural, en el territorio que se extiende de laguna a laguna. Los campesinos lo subdividen en varios elementos interrelacionados donde cada uno de ellos recibe una función simbólica exclusiva. La reapropiación de la naturaleza se produce a través de estas divisiones simbólicas que han establecido subjetivamente que la naturaleza y los hombres son dos cosas diferentes, pero que pueden relacionarse a través de un respeto, de una moralidad, que implica límites, deberes y derechos. Un elemento de gran sociabilidad en el mundo rural, lo constituye la casa campesina. Su construcción mancomunada le imprime un significante de contenido afectivo, La especificidad de sus formas arquitectónicas constituyen una prolongación material del sentido de las formas de vida familiar, por lo tanto, a partir de estas formas de materialización como lo plantean Certeau, Giard y Mayol, “la vivienda genera un proceso de construcción de identidad de los sujetos de manera individual y grupal, en su particular desarrollo histórico” (p. 147), conformando una relación directa entre identidad y vivienda. La casa campesina es el lugar donde se transmiten las primeras enseñanzas, donde se adquiere el apego al terruño y donde se internalizan las pautas y normas sociales que envuelven y regulan la vida cotidiana de los caseríos. Por otro lado, constituye una pieza fundamental en el funcionamiento de las relaciones sociales de producción. Su localización y construcción obedecen a parámetros muy interrelacionados con el tipo de cultivo desarrollado, los elementos geográficos y el deseo de conservar la autonomía que caracteriza al campesino venezolano. Los materiales utilizados en su construcción constituyen un verdadero conocimiento de las especies vegetales aledañas al caserío y una compenetración con el ambiente ecológico. La casa campesina en el mundo rural donde los miembros de la comunidad están emparentados, se proyecta más allá de la puerta: la casa es también el patio donde se seca el café, el gallinero, es la cocina funcional a menudo separada, abierta al huerto y usada como depósito de pequeños instrumentos de trabajo y de productos agrícolas. También, casa significa las habitaciones donde se duerme y donde se cumplen las relaciones matrimoniales, donde se juega. Así, el campesino concibe su espacio como algo integrado, donde se van incorporando las venideras familias que se nuclean alrededor de un parentesco centrado sobre una familia-tronco. Los cambios de la vivienda campesina van a la par con los procesos que viven los campesinos: la casa se ensancha, sus paredes y techos se hacen más resistentes a los elementos de la naturaleza y al tiempo como expresión del sentido dado al hogar del campo. La transformación ha sido lugar al encuentro y a la coexistencia de cosmovisiones representadas en la materialidad del adobe con el cemento, de las ollas de barro con las de aluminio, de cocinar con leña en el fogón y cocinar con gas, de la piedra de moler y la licuadora eléctrica, de la conversa con la sumisión de la mudez de la radio y la televisión. Esto remite a lo característico de ser campesino venezolano: la constante de la innovación en tensión con la permanencia en el cambio, propio del ser cultural venezolano, de cuya comprensión surge la idea de una identidad troncal integrativa en permanente configuración entendida como el modo en que se manifiestan las experiencias en términos culturales de reminiscencias ancestrales indo/afro/europeo, traducidos en tradiciones, sistemas de valores, ideas y formas institucionales y en las formas de resistencia manifestada en una interacción grupal cotidiana y solidaria. Por otro lado, la construcción de su hogar es resultado de la valoración que él le otorga al sentimiento de sentirse apegado a su casa. El espacio social está en función de su relación con la naturaleza. Por esta razón la casa responde a las exigencias de esta relación. De allí que su funcionalidad la convierte en el sitio simbólico para la reproducción biológica y la crianza; el sitio de trabajo; sitio de almacenamiento y con ello expresión del futuro; asiento socializador para la continuidad histórica. Así, casa y arraigo, son indisolubles en el sentir y vivir cotidiano del campesino venezolano. En este sentido, la casa de la familia campesina venezolana se puede definir bajo el término ricoeurciano de “huella-testimonio” auténtica por el sentido histórico que tiene para quienes la habitan, depositaria de la memoria colectiva donde se actualiza la identidad, ella es la prolongación material y espiritual de las formas de vida familiar. El crecimiento de la casa, va creando un tejido de relaciones entre individuos y espacios domésticos, sus cambios arquitectónicos se traducen e interpretan como una metamorfosis que va atestando de significados los procesos de cambio social que ha experimentado lo campesino venezolano, a nivel del caserío, de la región, del país. La construcción mancomunada de la casa campesina se traduce en una constante identitaria de identificación territorial, cuya autoconstrucción grupal en cayapa manifiesta su particularidad como espacio fundante de contenido afectivo y solidario que implica necesariamente un proceso de interacción personal que genera una identidad grupal ligada a los espacios construidos generando una arquitectura rural de lo campesino venezolano. En este orden de ideas, en los caseríos venezolanos, dependiendo de la intensidad como hayan penetrado los cambios económicos y sociales y como éstos hayan sido aprehendidos, asimilados o reformulados por sus habitantes, se observan diferentes formas de cooperación para la producción e intercambio y formas de asociación. En este sentido, se puede apreciar la presencia de una poderosa red de lazos de unión entre los miembros de los caseríos que guían los patrones de sociabilidad. En estos lazos de unión se combinan aspectos económicos, sociales, culturales y religiosos que guardan una gran coherencia con la vida interna de la comunidad. Las formas de cooperación y ayuda mutua devienen de las formas de convivencia fuertemente cohesionada por los vínculos parentales y vecinales, tal como lo demuestra el trabajo en convite, la cayapa y la mano vuelta, prácticas asociativas que varía de acuerdo con los patrones y normas sociales de los caseríos, pero que fundamentalmente consiste en el trabajo que realizan varios campesinos durante, uno, dos o tres días en la parcela de uno de los vecinos, después en las parcelas siguientes y así sucesivamente. En la memoria colectiva de estas comunidades se guardan el sentido de las prácticas sociales y productivas ancestrales, la razón de su uso y la necesidad de su permanencia y transmisión. Es un saber hacer práctico, concreto, producto de la continuidad histórica de esta categoría social. El campesino venezolano tiene la convicción de que su experiencia y la de los otros miembros del caserío es su posibilidad de vida tanto individual como colectiva. Por ello, a pesar de la introducción de las relaciones sociales de producción capitalista en el campo venezolano, las formas de cooperación y socialización del campesinado en los caseríos, no han desaparecido, aún se mantienen en esencia, el compromiso, el esfuerzo común y la ayuda mutua. Estas formas de cooperación y asociación se han basado en el sentimiento de formar parte de las penurias, de las privaciones y de la felicidad del colectivo. La ética que subyace como fundamento lo constituye el igualitarismo tanto material como espiritual. Las obligaciones sociales rodean a estas formas de cooperación; de allí que la comunidad rechaza a quienes rehúsen el compromiso, porque más allá del carácter económico de estas formas de cooperación se encuentra el significado positivo asignado al sentido igualitario de la vida social. En los caseríos venezolanos la producción depende en gran medida de la naturaleza, ante los ciclos naturales irreversibles, el campesino no espera sino por el contrario actúa, pero en muchos casos el trabajo familiar no es suficiente y se necesita el concurso de los otros miembros de la comunidad, quienes responden con la solidaridad que los identifica, sustentada en los lazos de unión familiar y comunitaria que permite la cohesión al grupo y evita el resquebrajamiento acelerado de las costumbres. Este fuerte sentimiento de solidaridad, transmitido por la familia, es el que crea la obligación de sentir cercanos los problemas de todos los miembros de la comunidad. Las reglas sociales que controlan la convivencia se apoyan largamente en estos rasgos solidarios. El equilibrio con la naturaleza despierta entre los miembros de estas comunidades, la capacidad de observación del mundo animal y vegetal y de los fenómenos naturales. Pero el medio natural no es solamente el mundo físico-natural, incluye a los individuos sin diferenciación. Desde la cosmovisión campesina, la siembra remite a un sentido sagrado de complementariedad hombre-naturaleza y a una convicción de la generosidad de la tierra, siempre que se atienda y respete las reglas naturales que la rigen. Estas representaciones sociales son configuradas en las cosechas, originando el sentido identitario que le otorga el arraigo al espacio local y de allí la identificación de los miembros con la naturaleza. Por otra parte, los ritmos de la vida cotidiana son guiados por el ciclo natural de los periodos lluvioso y seco. De allí que la percepción del tiempo está presente en la relación y experiencia personal con la naturaleza que exige un estar atento para aprender del universo físico. Si después del verano si dice a llover, respiga el café, si llueve antes en el tiempo de verano no se da bueno, depende del tiempo…Y este año no hubo nada de cosecha porque como no floreo, porque el tiempo manda, cuando llueve, el café no florea, entonces tiene que ser verano, para que cuando llueve arranca la flor, y este año fue tiempo de lluvia y llovió demasiado. En esa temporalidad que marca los ciclos de cultivo, el agua se convierte en el símbolo del comienzo de la vida, es decir el inicio de la siembra, la garantía de la continuidad de la existencia. Con los periodos de lluvia se inicia el ciclo natural que le imprime los ritmos a la vida cotidiana y de las acciones juzgadas convenientes para afrontar el futuro. Se aguarda pacientemente la cosecha, sabe que hay un tiempo para el sol y otro para la lluvia, un tiempo de talar y sembrar, y uno para cosechar, conoce el ciclo de reproducción y crecimiento de las plantas y sabe esperar. No tiene prisa, no tiene ningún horario fijo cuando trabaja su terreno, y cuando es explotado por otros, conserva sin embargo, este ritmo lento y desigual, con lo cual ha presentado siempre ante la explotación esta ya conocida resistencia pasiva a un modo de producción que no es el suyo. Es importante resaltar que los conocimientos técnicos ligados a la temporalidad se obtienen por observación. Es un saber hacer que se transmite oralmente y se conserva a través de la memoria colectiva, es un saber hacer vivido, que evoluciona por efectos de la observación directa y por la adopción de nuevas técnicas por los grupos productores. Para el campesino cafetalero, su atención está centrada en el cultivo que lo absorbe durante todo el año, es una vigilancia espaciada, por ello, no existe diversificación de las actividades ni tareas, fuera del ámbito del café. Su movilidad tanto espacial como temporal está centrifugada en la evolución de la siembra larga y esperanzada. Así también, la manera de discurrir del tiempo en el mundo campesino, se engloba en la temporalidad, entendida por Ricoeur como “precondición existenciaria de la referencia de la memoria y de la historia del pasado”, por lo tanto, la temporalidad en el mundo campesino también contribuye a mantener ese referencial de lo vivido cotidiano, dándole sentido a la imagen de la permanencia social, que se traduce en la voluntad fortalecida de impedir el debilitamiento de las relaciones del presente con el pasado y el futuro. Desde esta consideración, se podría abrir la posibilidad de un acercamiento al ser campesino, en tanto se considere la idea de su acepción de su ser “como acto y como potencia, sintonizando con la antropología filosófica de hombre capaz”, en un intento de reconocerse entre sí que le otorga su identidad frente al otro. Por otro lado, el trabajo agrícola manual es el principal elemento identitario para lograr la inserción plena de los individuos en la colectividad de los caseríos. Tiene como principio que la tierra debe producir en cantidad y en calidad sin causarle daños, y nada se deja al azar. Su aprendizaje va a la par con el conocimiento gradual que los miembros hacen del terruño, de los campos, de las manifestaciones del ciclo natural. La trasmisión oral de los conocimientos obtenidos por la observación del medio ambiente y la obtención de la habilidad manual en las diferentes tareas es fundamental para el apego a la tierra, a los valores, a las normas establecidas por la comunidad. En este sentido, cabe considerar, que el trabajo agrícola manual y el tipo de racionalidad que vehicula se sitúa en un contexto social que se ubica más allá de la racionalidad puramente económica, lo que hace que forme parte de la manera cómo los campesinos interpretan el mundo. Es una acción económica que toma en cuenta los significados atribuidos a las costumbres, las normas consuetudinarias y las tradiciones convirtiendo el trabajo agrícola manual en referente identitario para garantizar la permanencia social del grupo y como producción simbólica la que lo convierte en el punto de unión en las relaciones que los campesinos establecen con la naturaleza y contribuye a desarrollar el sentido de permanencia al terruño. Además, el trabajo manual dotado de esta carga subjetiva de gran efectividad, garantiza la vigencia de la familia como centro alrededor del cual se articulan las exigencias de la producción. Se trata pues, del factor que ha contribuido a producir un “nosotros” que privilegia el sentimiento de pertenencia al grupo. Los referentes espaciales y temporales unidos a las significaciones sociales que recibe el trabajo agrícola manual, están fuertemente ligadas a la construcción de las relaciones intersubjetivas entre los miembros. Estas relaciones sociales se sustentan en un entramado de obligaciones consuetudinarias que reglamentan las actuaciones de los individuos con la naturaleza, la comunidad y la sociedad en su conjunto. Las reglas sociales que incorporan a los individuos a la vida activa de los caseríos son un verdadero sentimiento de afinidad con el pasado. Por una parte, conduce a los miembros a aceptar las jerarquías que impone la edad y la experiencia; así mismo, hace valer la obligación de la ayuda mutua y regula también las solidaridades en la familia nuclear, la cual reúne el patrimonio cultural, técnico y simbólico, presente en la memoria colectiva de estas comunidades, donde la convivencia social está reglamentada por la noción de respeto mutuo que abarca a la pareja, los niños, la propiedad y la naturaleza. Así, desde la perspectiva de la cotidianidad vivida por los actores sociales, se comprende que la cohesión del grupo se sustenta en la moral de la obligación y la responsabilidad. Las solidaridades alrededor del trabajo agrícola manual expresan esta ética de las mujeres y hombres campesinos venezolanos. A partir de las mediaciones sociales que establece entre ella y su mundo, resalta la familia campesina. Al respecto, éstas están constituidas por troncos familiares, cuyas ramificaciones se extienden por el geoespacio local, donde resalta el alto grado de autoritarismo centrado en la figura paterna, al sostener mientras que el ideal del hombre se relaciona con su capacidad de trabajo y su masculinidad, el honor de la mujer se base exclusivamente en su devoción a la familia. Ella debe someterse al ámbito doméstico, a las tareas del hogar, el cuidado de los niños y a la dependencia hacia su esposo, que no sólo es económica, su actitud como esposa se mide en términos de eficiencia y prudencia en el desempeño de su rol doméstico, pero a su vez, asume la responsabilidad en emprendimientos productivos y el rescate de sus saberes, convirtiendo a cada familia campesina en una unidad de producción doméstica. Por otro lado, la familia campesina no se puede representar a través de la imagen de un árbol genealógico porque en su conformación incluye relaciones políticas a través del sistema de compadrazgo, práctica social heredada de la cultura colonia venezolana y latinoamericana. En el mundo rural venezolano mantiene su significación socioreligiosa, pero en su resemantización sociocultural asume la función de estructuración social y cohesión de los lazos vecinales convertidos en parentales en la sociedad campesina. Así la familia del campo crece no sólo por los lazos sanguíneos sino también por los ritos de igualación y filiación sociocultural. La estructura económica es la primera en recibir el impacto del sistema capitalista, pero no desintegra la cultura campesina. En cuanto a la comercialización se creó una empresa campesina, la cual en sus orígenes era utilizada para la venta de los productos de los asociados con la intención de mejorar la integración de los productores con el sistema agroindustrial (sobre todo en el caso del café) de manera que se puede sostener que la acción política de las organizaciones de base en el espacio de la producción y de la comercialización buscan reducir o eliminar la explotación, la desigualdad y el capitalismo, características básicas de las relaciones sociales en las que se funda la estructura social en el agro cafetalero, cuyo modo de producción ha dejado una impronta en los modos de vivir, en base a valores y prácticas que siguen la lógica de un sistema económico y social altamente excluyente. Desde esta óptica se puede afirmar que la Reforma Agraria y derecho a la tierra/territorio se erigen en reclamos que se sostienen a partir de determinados saberes que, traducidos en diferentes prácticas, revelan según Toledo (2012) “una racionalidad ecológica implícita”. Sin embargo, ya no se trata sólo de alcanzar la autogestión económica y política, a través del establecimiento de un proceso de producción sostenida, es decir, respetuoso de los procesos naturales. Se trata de llegar a ese estado poniendo justamente en juego buena parte de los elementos que forman parte de la propia cultura, y que bajo esta nueva perspectiva resultan sumamente apropiados” (p. 81) En un contexto donde el sentido emancipador de la racionalidad moderna de la reforma agraria, el campesinado cafetalero encuentra en el rescate del corpus de conocimiento indígena/afro/campesino su posibilidad de supervivencia. Es cierto que este corpus está compuesto tanto por aquellos saberes que son generados en las comunidades rurales a partir de la observación detallada y sistemática de la naturaleza, y que son transmitidos de generación a generación por la tradición oral y por la practica en el contexto de la actividad productiva familiar, o en términos generales, en el ámbito de la agricultura campesina (cultivo de varias especies, control de malezas, control de insectos y enfermedades , fertilización orgánica, rotación de cultivos ,) como así también por aquellos saberes que pueden ser considerados “conocimiento de otros” es decir, aquellos aprendidos en el trabajo como peones rurales donde resultan paradigmáticos los conocimientos aprendidos de la caficultura que más tarde se impusieron por los organismos estatales que a través de las soluciones homogeneizantes pretendían convertir a la comunidad campesina en modernas unidades de producción . Sin embargo no podemos ver a los conocimientos productivos y tecnológicos campesinos como un conjunto de conocimientos y prácticas que no cambian y que solamente se transmiten de generación en generación sin que se produzcan transformaciones, ni en el acervo de conocimientos ni en los mismos campesinos. En su contenido, no solo se evidencian procesos de recuperación y rescate del pasado, sino también procesos de ruptura y resignificación de conocimientos y prácticas a partir de la incorporación de lo nuevo, indica que en esas elecciones técnicas cotidianas existe un acoplamiento entre los saberes técnicos moderno y los tradicionales., dando cuenta de que en la producción campesina existe innovación, creatividad, cambio dentro de un paradigma de conocimiento que incorpora el conocimiento propio y el de los otros. De esta manera, la supervivencia del campesino en su territorio, aun en condiciones en que ninguno espera que sobrevivan, se sustenta en la cultura, en las historia, la movilización de un “saber-hacer” en los fenómenos de aprendizaje colectivo, en las formas de cooperación y de asociación entre los sujetos, es decir, en las estrategias sociales y productivas que se desarrollan en una escala local, inscribiéndose en una tradición agroecológica sustentada en prácticas y saberes ancestrales y en donde lo particular y lo local se presentan como alternativa creíble a una realidad universal o global. En este sentido, en los discursos, en las practicas y en los saberes campesinos que la lucha campesina encuentra un apoyo sustancial en su esfuerzo por lograrla emancipación económica y política. - El estilo sustancialmente convergente de vida está dada por los elementos inmediatos de la cotidianidad - .arraigo a la tierra Más que paisaje, es arraigo a la tierra , de allí que no exista una actitud contemplativa sino de pertenencia y permanencia - La familia campesina - La vivienda campesina - Las formas de organización y cooperación del caserio - . el problema de la tierra (latifundio, hombres sin tierra) - . Economía cafetalera - . Costumbres - . Visión mágico-religiosa - .la tierra, el territorio - . Una ruralidad alejada de la racionalidad capitalista, en la que prevalecen las prácticas familistas (la base moral de una sociedad atrasada). - .la proximidad espacial y las relaciones vecinales. - .las labores agrícolas colectivas - Estas áreas problemáticas convertidas en temas emergentes de una vida, tienen una doble naturaleza, de percepción psicológica individual, que según las palabras de Ferrarotti, es una “identidad biográfica” comprendida en el “complejo juego arquetípico”, articulados en la construcción de una subjetividad basada en el examen de la autopercepción del individuo- sujeto de la historia de vida en su vinculación experencial con el ambiente contextual. Primero el fragmento y luego la frase del autor citado animan a presentar en este escrito, el análisis semiótico de un texto finito que fue configurada desde la oralidad, pero que en su recorrido mimético termino siendo refigurada en el lenguaje escrito con todas las implicaciones que esa transición implica. Se trata de la historia de una mujer campesina, la Sra. Dora de Alvarado, contada en sus largas conversaciones con esta autora, en el espacio apacible de su cocina y al calor de un atol servido en las noches frías de La Primavera, caserío ubicado en las montañas de la Parroquia Guarico del Estado Lara, de allí, que sus conversas puedan ser definidas como “una mediación entre una realidad “objetiva” y la mirada “subjetiva” de un Sujeto que intermedia una comunicación con el otro y consigo mismo” (Hernández, 2007), pero que además constituye un “relato fundacional de una comunidad” que combina tanto dos dimensiones: la cronológica (una historia hecha de acontecimientos) y la no cronológica (la transformación de los acontecimientos en historia). En este sentido, se asume sus conversaciones espontáneas como un cuadro cultural concebido dentro una gran semiosfera que hemos significado con el nombre de la semiosfera del café, sus historias vienen a ser pequeños ladrillos dentro de este edificio de la cultura cafetalera. El cuadro cultural que representan la textualidad cultural de la Sra. Dora es un espacio en que se producen y reproducen ciertos signos y textos, cuyo carácter autobiográfico no impide su representación y reconstrucción de las estructuras de la cultura cafetalera, que vendría a ser el espacio semiótico de la cultura indocampesina que Lotman (1996) define como el “espacio abstracto fuera del cual es imposible cualquier semiosis ” (pág. 13) y a su vez un mecanismo generador de signos y sentido, cuyas fronteras va definiendo los espacios culturales. Consciente de la triple mimesis que plantea Ricœur (ob.cit), desde la perspectiva hermenéutica que como lo sostiene su objetivo es la reconstrucción de una gama de operaciones que experimenta un texto en sentido recursivo dentro de su recorrido mimético que contempla las “fases representativas” de “prefiguración”, “configuración” y “refiguración”, es decir, mimesis I, mimesis II y mimesis II, en esta ocasión nos detendremos en el proceso de mimesis II, que tal como lo explica el autor, “se abre el reino del como si” donde “el hombre dice quien es” y cuenta su accionar, convertido en relato :… “nosotros trabajábamos mucho, ya le digo que mucho.. para vivir agarrando café tomate, sembrábamos papa vainita, mi hermana se fue a estudiar a Maracay demostradora del hogar y yo me quede a los 16 años en el caserío, entonces Alvarado tuve mi primera hija Mireya Coromoto y a los 35 años nació Wilmer Alvarado,… mire, mis hijos tomaron mucha leche de vaca, yo ordeñaba las vacas y tomaba la leche en la pata de la vaca con café y hacíamos el atol de maíz con leche de vaca y harina de maíz, el maíz se sancocha y se muele en la máquina y se hace el atol, es muy divino y tiene mucha vitamina natural.” Cuando ella cuenta su historia abre una ventana a su mundo, y lo configura desde su existencia social y sobretodo sobre desde las interpretaciones de esa existencia que le dan sentido a este espacio cultural “cruzado por discursos”. Es allí en esa textualidad donde se articulan la temporalidad y la narración. En esta temporalidad como lo explica Ricœur se pone de manifiesto el presente del pasado y del presente del presente: “La primera casa que hicimos fue de bajareque donde vivimos primero después fuimos trabajando para hacer la otra casa donde vivimos ahora”. Como se puede observar sus textos están cargados de sentido, donde “la trama desempeña una función de integración y de mediación de mayor alcance entre la precomprensión y la poscomprensión del orden de la acción y de sus rasgos temporales” de allí, la función de puente que cumple, la configuración de la historia, es decir punto crucial o de intersección entre mimesis I y mimesis Lo planteado en los anteriores párrafos es apenas un primer esbozo de esta aproximación semiótica al recorrido mimético de estos textos seleccionados como representatividad de la cultura campesina, quedan aún muchas interrogantes que esperan ser resultas a lo largo de la investigación que ocupa los estudios doctorales de esta autora: ¿cómo se da la relación de temporalidad y narratividad en la textualidad de la Sra. Dora? ¿Cuál es el funcionamiento de este texto autobiográfico asumido en su totalidad como texto representativo de la cultura campesina?, ¿Qué mecanismos presentes en estos textos signan la variedad y especificidad funcional de la cultura campesina?, entre otras. Esto es central para este estudio ya que se ha visto la posibilidad de acceder a la identidad desde los acervos de las personas. Las personas definen el quién soy su lugar en el mundo, a partir de las parcelas escogidas de los acervos culturales. Al respecto cabría preguntarse en la historia de Maíta ¿Qué parcelas serán escogidas dentro de la heterogeneidad del campo biográfico? ¿Cuáles de ellas estarán en relación con la negociación cotidiana dentro de los contextos de fuerte involucramiento como la familia y el caserío? Los relatos de vida movilizan esos mismos acervos, los abren al otro, es decir al (la) investigador(a) por lo cual tiene la capacidad de ofrecer las fuentes sobre las cuales se define en cada momento el quién soy y también la socialidad en la cual se negocian estas decisiones. Así, la historia de vida nace siendo una ventana al conocimiento incorporado por una persona y una representación de las interacciones cotidianas desde las cuales se focalizan y escogen parcelas de ese conocimiento. En la historia de vida de Dora se conjuga y se conjunta lo sensible y lo vivido cotidiano con lo simbólico-pensado, aprehende un conjunto de experiencias llamada cultura, la cual sería una inadvertida capacidad para sobrevivir al vértigo producido a raíz de los cambios políticos y económicos de su mundo objetivo inmediato. En el mundo rural el hombre no se opone a la naturaleza, el trabajo campesino se efectúa en el contacto creativo con todas las fuerzas del cosmos, y crea nuevas formas de existencia. Lo campesino se define a través de la consideración de los elementos básicos de resistencia cultural que aun los identifica como culturas que recrean y reconstruyen un determinado conocimiento local en torno a la naturaleza, a la conservación de las semillas y los alimentos, saberes medicinales alternativos. Estos saberes se traducen en determinadas prácticas que revelan una imagen compleja de la vida social, que debe ser pensada dentro de una lógica muldimensional que incluya lo social, lo cultural, lo económico y lo político. Pero sus condiciones en el marco de las relaciones de producción de dependencia fue una condición relativa y no absoluta. Frente a la lucha por la tierra como situación de revolución, los campesinos medios promovieron con su militancia sus reinvidicaciones frente al terrateniente, así se elevó su condición moral cuando estuvo dispuesto como colectivo a responder a las llamadas a la acción, convirtiéndose en una fuerza potencialmente revolucionaria. La cohesión colectiva se enfatiza en los aspectos culturales de la acción política y surge la idea de conciencia de clase entendida como el modo en que se expresan las experiencias en términos culturales traducidos en tradiciones, sistemas de valores, ideas y formas institucionales y en las formas de resistencia que encuentra en la solidaridad su mayor corolario. El hecho histórico de la reivindicación de la propiedad de la tierra no sólo marcó un antes y un después en la historia de la comunidad de hacienda a asentamiento campesino, lo cual trajo implicaciones de orden económico, social, en la división territorial del caserío, sino también en lo fundamental, en la construcción de una nueva identidad colectiva. En efecto, en el transcurso de este proceso donde confluyen las prácticas discursivas de los lideres campesinos y sus movilizaciones, fueron emergiendo y cohesionándose ciertos factores identitarios alrededor de las prácticas sociales y culturales compartidas en relación con la tierra, dicha identidad colectiva, lejos de ser homogénea, aun cuando apela a un nosotros “campesino” también incluyo a peones, obreros y trabajadores rurales, la construccion de una identidad colectiva se construyó bajo un denominador común: la situación de explotación del trabajo campesino. El resultado de la conformación de un “nosotros” posibilitó el surgimiento del asentamiento campesino para fortalecer los aspectos económicos-productivos y la conformación de la organización campesina “de base” contribuyendo así al fortalecimiento de la comunidad. El derecho a la tierra se relaciona con una concepción de la tierra propia de una identidad y tradición campesina, que se transmiten de generación en generación. Los campesinos obtienen de la tierra su identidad, por lo cual ésta última está dotada de un poder de individualidad y colectividad, es decir, la tierra está unida a su propietario, pues de ella dependen sus costumbres, su cultura y sus formas de trabajar , éstas últimas se instituyen en base a una relación identitaria que establece el campesino con la tierra, en este contexto la tierra, contiene un fuerte componente subjetivo que remite a un proceso sociohistórico de conformación de la identidad campesina. Pero a su vez, el discurso modernizador de la Reforma Agraria donde las nuevas estrategias de producción cafetalera se convierten en estrategias de poder y dominación transformando las condiciones de trabajo con el objetivo de constituir un nuevo sistema de monoproducción, esta identidad se reconfigura en una tradición familiar campesina compuesta por una cultura y costumbres profundamente enraizadas que confluyen para construir un nuevo sentido particular en relación con la tierra. Por el otro lado, la tierra vincula en la medida en que dentro de las comunidades campesinas se mantienen relaciones de reciprocidad, prestamos entre vecinos. En otras palabras, para el campesinado el derecho a la tierra surge de la subordinación de los intereses materiales a una norma simbolica: el sentido de la tierra que los trasciende. Dentro de las contradicciones de las concepciones de la tierra como recurso productivo y/o especulativo que debe ser explotado en búsqueda de una mayor ganancia, se yuxtapone el arraigo a la tierra como defensa de un modo de vida, el territorio pasa a ser considerado como un espacio fundamental y multidimensional para la creación y recreación de los valores sociales, económicos y culturales de la comunidad campesina, donde se asientan las diversas relaciones sociales y se despliegan distintas extrategias basadas en la doble racionalidad: tradición campesina y acción modernizadora de la Reforma Agraria Comportamientos masculinos y femeninos en el seno de la familia rural. La autora resalta el alto grado de autoritarismo centrado en la figura paterna, al sostener mientras que el ideal del hombre se relaciona con su capacidad de trabajo y su masculinidad, el honor de la mujer se base exclusivamente en su devoción a la familia. Ella debe someterse al ámbito domestico, a las tareas del hogar, el cuidado de los niños y a la dependencia hacia su esposo, que no sólo es económica, su actitud como esposa se mide en términos de eficiencia y prudencia en el desempeño de su rol domestico, pero a su vez, asume la responsabilidad en emprendimientos productivos y el rescate de sus saberes En cuanto a la comercialización se creó una empresa campesina, la cual en sus orígenes era utilizada para la venta de los productos de los asociados con la intención de mejorar la integración de los productores con el sistema agroindustrial (sobre todo en el caso del café) de manera que se puede sostener que la acción política de las organizaciones de base en el espacio de la producción y de la comercialización buscan reducir o eliminar la explotación, la desigualdad y el capitalismo, características básicas de las relaciones sociales en las que se funda la estructura social en el agro cafetalero, cuyo modo de producción ha dejado una impronta en los modos de vivir, en base a valores y practicas que siguen la lógica de un sistema económico y social altamente excluyente. La voz polifónica del sujeto social de la historia de vida configura un sujeto colectivo definido como categoría histórica Desde esta óptica se puede afirmar que la Reforma Agraria y derecho a la tierra/territorio se erigen en reclamos que se sostienen a partir de determinados saberes que, traducidos en diferentes prácticas, revelan según Toledo (2012) “una racionalidad ecológica implícita”. Sin embargo, ya no se trata sólo de alcanzar la autogestión económica (y politica), a través del establecimiento de un proceso de producción sostenida, es decir, respetuoso de los procesos naturales. Se trata de llegar a ese estado poniendo justamente en juego buena parte de los elementos que forman parte de la propia cultura, y que bao esta nueva perspectiva resultan sumamente apropiados” (p. 81) En un contexto donde el sentido emancipador de la racionalidad moderna de la reforma agraria, el campesinado cafetalero encuentra en el rescate del corpus de conocimiento indígena/afro/campesino su posibilidad de supervivencia. Es cierto que este corpus está compuesto tanto por aquellos saberes que son generados en las comunidades rurales a partir de la observación detallada y sistemática de la naturaleza, y que son transmitidos de generación a generación por la tradición oral y por la practica en el contexto de la actividad productiva familiar, o en términos generales, en el ámbito de la agricultura campesina (cultivo de varias especies, control de malezas, control de insectos y enfermedades , fertilización orgánica, rotación de cultivos ,) como así también por aquellos saberes que pueen ser considerados “conociiento de otros” es decir,aquellos aprendidos en el trabajo como peones rurales donde resultan paradigmáticos los conocimientos aprendidos de la caficultura que mas tarde se impusieron por los organismos estatales que a través de las soluciones homogeneizantes pretendían convertir a la comunidad campesina en modernas unidades de producción . Sin embargo no podemos ver a los conocimientos productivos y tecnológicos campesinos como un conjunto de conocimientos y practicas que no cambian y que solamente se transmiten de generación en generación sin que se produzcan transformaciones, ni en el acervo de conocimientos ni en los mismos campesinos. En su contenido, no solo se evidencian procesos de recuperación y rescate del pasado, sino también procesos de ruptura y resignificación de conocimientos y prácticas a partir de la incorporación de lo nuevo. Ver historia de vida, indica que en esas elecciones técnicas cotidianas existe un acoplamiento entre los saberes técnicos moderno y los tradicionales., dando cuenta de que en la producción campesina existe innovación, creatividad, cambio dentro de un paradigma de conocimiento que no incorpora el conocimiento propio y el de los otros. De esta manera, la supervivencia del campesino en su territorio, aun en condiciones en que ninguno espera que sobrevivan, se sustenta en la cultura, en las historia, la movilización de un “saber-hacer” en los fenómenos de aprendizaje colectivo, en las formas de cooperación y de asociación entre los sujetos, es decir, en las estrategias sociales y productivas que se desarrollan en una escala local, inscribiéndose en una tradición agroecológica sustentada en prácticas y saberes ancestrales y en donde lo particular y lo local se presentan como alternativa creíble a una realidad universal o global. En este sentido, en los discursos, en las prácticas y en los saberes campesinos que la lucha campesina encuentra un apoyo sustancial en su esfuerzo por lograrla emancipación económica y política, al mismo tiempo que nos proporcionan sugerencia, pistas para deconstruir una mirada colonial sobre este sector. La estructura económica es la primera en recibir el impacto del sistema capitalista, pero no desintegra la estructura de parentesco. En el complejo de creencias de la Sra. Dora se han imbricado las creencias venidas el eje-mundo indígena y colonial español La tierra es un significante pleno de significación para todos y todas, porque relacionan estrechamente a la persona con su medio natural y con lo que para ella tiene una máxima importancia: la tierra y el agua. La tierra es en verdad vital: si no se tiene o si se pierde, se pasa hambre en una comunidad que practica el autoabastecimiento y que no pertenece a una “sociedad de consumo en masa” Se trabaja la tierra con gusto, se ama la tierra, se ve con cariño crecer la menor “matica” dentro de un ritual mágico que asegura la fertilidad. Este ritual se puede percibir en la fiesta de San Antonio, que se celebra San Antonio viene a ser el protector de la tierra productora y su carroza está llena de el paseo del santo va precedido En el mundo rural el tiempo esta más acorde con los ritmos de la naturaleza circundante. Se aguarda pacientemente la cosecha, sabe que hay un tiempo para el sol y otro para la lluvia, un tiempo de talar y sembrar, y uno para cosechar, conoce el ciclo de reproduccion y crecimiento de las plantas y sabe esperar. No tiene prisa, no tiene ningún horario fijo cuando trabaja su terreno, y cuando es explotado por otros, conserva sin embargo este ritmo lento y desigual, con lo cual ha presentado siempre ante la explotación esta ya conocida resistencia pasiva a un modo de producción que no es el suyo.