Subido por Raul Villegas Vizcaino

Somos naturales

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Somos naturales
Hace un par de décadas empezamos a conocer nuestros genes y nos dimos cuenta de que
compartimos el 98.7% de ellos con los chimpancés; el 90% con los cerdos, el 80% con las vacas, el
65% con las gallinas, el 44% con las abejas y el 20% con las plantas.
No cabe duda de que somos parte de la naturaleza y resultado de la evolución; sin embargo, nuestro
ego nos ha llevado -erróneamente- a considerarnos algo aparte de la naturaleza; a lo que hacemos
le llamamos artificial (hecho por el humano y no por la naturaleza). Pero, si somos parte de la
naturaleza, lo que hacemos es también natural, de la misma forma que lo son los nidos de los
pájaros, las telarañas, los termiteros, las presas de los castores y la infinidad de cosas que hacen
otros parientes nuestros, e incluso, de la misma forma en que las fuerzas de factores no vivos hacen
diversidad de cosas como los cañones hechos por los ríos y las montañas hechas por los volcanes.
La naturaleza no tiene ni principio ni fin, es infinita en el tiempo y en el espacio, se halla en incesante
movimiento y cambio. Lo contrapuesto a natural es lo sobrenatural o milagroso; la naturaleza existe,
su opuesto es lo que no existe.
El mercado actual ofrece “productos naturales” como estrategia de venta, que funciona sólo porque
no nos detenemos a reflexionarlo. Nos venden, por ejemplo, un jugo de manzana “100% natural”;
pero los manzanos actuales no existirían sin el humano, quien además obtuvo y envasó el jugo
¿cómo entonces podría ser natural si entendemos por ello que no participó el humano en su
elaboración? Alguien podría argumentar que lo natural radica en que no tiene conservadores
artificiales, lo cual no es más que trasladar el argumento hacia el carácter natural o artificial de los
conservadores. En realidad, todo es 100% natural y esto obviamente no significa que sea inocuo.
Todo ser vivo es parte del ambiente de los demás y lo modifica, la vida implica mantener un orden
interno a costa de desordenar el medio ambiente; a su vez, el ambiente modificado induce cambios
en los seres vivos. Las características de todos los seres vivos conocidos resultan de las interacciones
entre la información genética y el ambiente en que se desarrollan. Por eso, aunque nuestros genes
sean exactamente los mismos desde que se unieron el óvulo y el espermatozoide que nos dieron
origen, y todas nuestras células tengan exactamente los mismos genes, tenemos gran diversidad de
células con diferentes formas y funciones; por eso, aunque nuestros genes sean los mismos durante
toda nuestra vida, a lo largo de ésta experimentamos multitud de cambios; por eso, los gemelos
idénticos se van diferenciando con el tiempo (exposición a ambientes). Los genes son los
instrumentos por los cuales se expresa el entorno y mediante los cuales se expresa la naturaleza; el
programa genético es flexible; el desarrollo se acomoda al ambiente.
El ambiente de una célula, un órgano o un organismo, es todo lo que rodea a la célula, órgano u
organismo; lo integran múltiples células, órganos y organismos además de muchos y muy diversos
factores físicos y químicos. Los seres vivos ingieren, excretan, inspiran, espiran y secretan; es decir,
intercambian elementos con su ambiente, por lo que necesariamente lo modifican. Un organismo y
su ambiente forman parte también del ambiente de muchos otros organismos que conforman un
complejo sistema de interacciones. El ambiente hace la vida y la hace evolucionar.
Con cierta frecuencia, elementos del ambiente pasan a formar parte del organismo. Por ejemplo,
las mitocondrias y cloroplastos que hoy son partes indispensables de las células animales y
vegetales, en un tiempo fueron organismos independientes que luego se fusionaron. Se estima que
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al menos el 8% de nuestro genoma se originó de virus que se establecieron como parásitos hace
años, con el tiempo se integraron y ahora son parte funcional de nuestra información genética, e
incluso contribuyen a nuestras defensas contra la infección por nuevos virus. Un ser humano actual
tiene en su cuerpo al menos tantas células microbianas como células humanas; estas relaciones con
los microbios inician antes del nacimiento, influyen en el desarrollo y contribuyen a múltiples
variaciones interpersonales.
Todas estas interacciones y variaciones no conllevan intención alguna; la evolución no ve al futuro,
selecciona lo que ha funcionado, no lo que funcionará; es más eficaz para rechazar que para crear;
si los resultados de la evolución siempre mejoraran, se acercarían a lo óptimo y la biodiversidad
debiera disminuir con el tiempo pues los diseños óptimos serían menos numerosos que los no
óptimos; pero no hay un óptimo, sino muchos y todos son transitorios.
Expresiones como “el mundo ya no es tan natural como antes”, “es necesario que protejamos a la
naturaleza”, “debemos regenerar la naturaleza” o “estamos destruyendo a la naturaleza”, las
escuchamos ahora con simpatía, en especial si provienen de un sobresaliente documental titulado
“Una vida en nuestro planeta” y hasta pueden hacernos sentir remordimientos por haber ido en
automóvil a donde pudimos haber ido caminando o por haber prolongado la ducha unos minutos
de más; es decir, por haber consumido más recursos o haber modificado al ambiente más de lo
estrictamente necesario. Pero si aceptamos que somos naturales, veremos que tales frases no
tienen sentido, que sólo son expresiones de nuestra soberbia y egoísmo, como el mismo David
Attenborough concluye, luego de más de una hora de impactantes imágenes y argumentos de ese
tipo: que en realidad no se trata de salvar a la naturaleza, sino de salvarnos a nosotros mismos.
Somos parte y producto de la naturaleza, una especie más de los millones de especies que ha habido
y habrá, tan adaptada como muchas otras, aunque con una estrategia adaptativa no generalizada,
centrada en la cultura, que nos permite crecer y desarrollarnos y con ello, aumentar nuestro
impacto sobre el ambiente.
Es cierto que somos muchos, es cierto que originamos cambios al ambiente, pero también es cierto
que, en general, vivimos más y mejor, que nuestra alimentación y salud es mejor, y la mortalidad
infantil menor, por ello la esperanza media de vida de los que están naciendo ahora es la mayor que
ha existido; también hay más música, más libros, más películas, más cultura, más información y más
acceso a estos y más libertad que nunca antes; es decir, la humanidad está en pleno desarrollo y eso
expresa adaptación, e implica, necesariamente, armonía con el ambiente. Esta visión, puede parecer
cándida y optimista, en especial en el contexto de la contingencia sanitaria que estamos viviendo
(Covid-19), o producto de estadísticas globales y relativas, pero si levantamos la mirada con una
visión histórica, podríamos darnos cuenta que el avance del desarrollo humano es un hecho.
Pero también es un hecho el calentamiento global y la extinción de especies, lo que genera
preocupación por el futuro y nos hace pensar que este desarrollo no es sustentable.
Esta preocupación ha existido tal vez desde siempre. Hace poco menos de dos mil años, San Juan
(Apocalipsis) y el Papa Clemente profetizaron el fin del mundo; muchos más lo han anunciado,
señalando incluso fechas en que eso ocurriría. Siempre ha habido creyentes en tales pronósticos,
llegando, por ejemplo, al extremo de un suicidio masivo en 1997.
En 1798 Malthus escribió que al hombre “le detiene la voz de la razón que le inspira el temor de ver
a sus hijos con necesidades que no podrán satisfacer”; planteó que la población humana no podría
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seguir creciendo por las limitaciones de los recursos, que “un hombre que nace en un mundo ya
ocupado (…) sobra. En el gran banquete de la naturaleza no se le ha reservado ningún cubierto. La
naturaleza le ordena irse”. Sus críticos señalaron que el desarrollo de la ciencia y la tecnología
posibilitarían tal crecimiento… y tuvieron razón, ¡hoy somos 6,800 millones más personas que
cuando Malthus dijo eso, y ninguna sobra!
Las presiones ambientales se asocian a mayores tasas evolutivas que resultan en la declinación o
extinción de las especies menos adaptadas y en aumento o dispersión de las más adaptadas. Las
presiones ambientales actuales y próximas tendrán esos mismos resultados, la cuestión (egoísta) es
si el humano actual estará entre las que se extingan o entre las que sobrevivan. La estrategia
evolutiva de la cultura ha demostrado ser efectiva en ambientes cambiantes, por lo que es probable
que lo siga siendo; en este escenario, la sobrevivencia y evolución de la humanidad dependerá de
que nos hagamos más racionales, más científicos y más solidarios. Está ahora claro que el mejor
remedio para la sobrepoblación humana es la justicia y el bienestar generalizados (a mayor
bienestar, menor tasa de reproducción), que el hambre y la desnutrición no es por la falta de
producción, sino por la deficiente distribución de los alimentos (originando obesidad en unos y
desnutrición en otros), que estamos cada vez más cerca de producir energía y alimentos mediante
métodos con menor impacto ambiental, que el humano actual es diferente al de hace unos años y
que el del futuro será diferente al de ahora, que no es posible (ni deseable) volver a vivir como lo
hacían nuestros antepasados y que los procesos naturales siguen su curso y nos incluyen.
Raúl Villegas Vizcaíno
Noviembre de 2020
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