Meditaciones sobre la Virgen María: Natividad de María III Si es grande la alegría de Dios y de los ángeles en el Nacimiento de María, no debe ser menos la nuestra, pues al fin es a nosotros a quien más de cerca toca la Santísima Virgen, por ser de nuestra naturaleza misma y por ser nosotros los que más hemos de participar en los beneficios de su dichoso nacimiento. 1. º Alegría nuestra.- El nacimiento de la Santísima Virgen es el fin de la triste noche..., noche de siglos en que yacía sepultada la humanidad... Isaías decía que estaba en sombras de muerte, pues tan triste era esa noche del pecado, que no hay nada con qué compararla como con las tinieblas negras y terribles de la muerte. Mira desfilar así a toda la humanidad, sin ver ni un rayo de luz..., en medio de esas oscuridades. ¡Qué triste es la noche! ¡Qué sería una noche de muchos días, de muchos años, de siglos!... En medio de esa noche brillaban como estrellas las almas buenas con resplandores de santidad..., pero toda esa luz reunida, junta toda esa claridad, no era nada... era insuficiente para disipar las tinieblas. ¿Ves lo que pasa con las estrellas en una noche oscurísima?... No es posible con la luz que ellas dan, hacer nada..., no podemos dar un paso seguro, sino todo ha de ser a tientas y con mucho miedo de tropezar y caer. Pero, si en medio de esa oscuridad vemos la luz de la alborada que se extiende cada vez más y aumenta su claridad y su luz, a medida que la aurora avanza, ¡ah! entonces sí que sentimos la alegría y el gozo que consigo lleva la aparición de la luz y del sol. Así, así apareció María en medio de aquellas tinieblas de muerte..., como la aurora de Dios..., como la dulce alborada tras de la cual vendría en seguida la luz del sol divino, a alumbrar a toda la tierra. Al venir la luz de la aurora, las fieras y las alimañas nocturnas huyen, y se esconden en sus guaridas; en cambio, las avecillas inocentes cantan y trinan; las flores puras abren sus capullos y exhalan sus aromas, y todas las cosas se visten de hermosos colores. Así, al nacer María, los demonios huyen..., los ángeles cantan, las virtudes florecen y todo el mundo se ilumina y se alegra. ¡Qué hermoso! ¡Qué poético! ¡Qué magnífico fue este amanecer! 2. º Tu alegría.- Y tú, en particular, ¿no has de participar de esta alegría? Lo que sucedió en el mundo, ¿no se repite en el corazón de todos y cada uno de los hombres?... ¿No lo sientes tú en el tuyo? ¿No ves esas noches de pecado..., esas sombras de muerte inundando tu corazón? Y ¿no ves la luz, la única luz que puede iluminarte, que puede guiarte, que es Cristo y que te viene por medio de María? ¿No sientes cómo es Ella la aurora de tu vida? Imagina un arenal seco, sin flores, sin plantas, sin vida..., pero, si en él ponemos un oasis, pronto surgirá una palmera, con sus ramas y sus frutos. Mira una vid estéril y agria, que no produce más que agrazones amargos..., pero si en ella se injerta una rama sana, dulce, producirá dulces y ricos frutos. Ésa es tu alma..., un arenal, un sarmiento seco..., si puede producir algo, es gracias a ese injerto en Cristo, por medio de María. Si no es tierra estéril, es por la Santísima Virgen, que siembra en tu corazón ese oasis dulcísimo de Jesús. Recuerda la nubecilla de Elías, imagen de María, que fecundó aquella tierra seca y la hizo producir... Así María ha fecundado la tierra y por Ella han brotado azucenas de vírgenes..., lirios de castidad..., rosas de purísimo amor..., así brotarán en tu corazón. Pero no lo olvides sólo con Ella y por Ella. Sin Ella, tierra seca..., arenal estéril..., rama podrida..., ¿cómo no alegrarte en este nacimiento tan glorioso y tan benéfico para tu alma? 3. º A Jesús siempre precede María.- En fin, este nacimiento nos recuerda esta dulcísima verdad, de que María ha de ir siempre antes de Jesús. Dios quiso que en la naturaleza no naciera el sol de repente, sino que le precediera la hermosa claridad del alba. Lo mismo ha querido en el orden de la gracia. No quiso que apareciera en el mundo el Verbo hecho carne, sin que viniera antes como espléndida aurora, la niña Reina de los ángeles, concebida sin mancha. No quiere que salga y luzca el sol de Justicia, Cristo Jesús, sin que antes nazca en las almas espiritualmente, la Madre de la Gracia. No quiere, en fin, establecer su reino en este mundo sin que antes tenga su trono en él María. María es, por tanto, siempre la aurora de Jesús. No te empeñes en conocer y amar a Jesús, sin estudiar bien a fondo y amar con cariño filial a María. Examínate, pues, en este punto tan interesante... Mira si real y prácticamente lo haces todo con María y por María, para dar gusto a Jesús... si sabes imitar a María y vaciándote de ti, llenarte de Ella, para así poder revestirte y llenarte de la misma vida divina, que Jesús quiere dar a tu alma. (Meditación 13, su Natividad, P. Ildefonso Rodríguez Villar)