(En un bar. Por la puerta entra Irene.) Carlos: Desolado en una mesa de este bar eterno, acosado por obsesiones y dudas, con una nova estallando en el pecho, te veo llegar vertiginosa. Falaz. Te sientas a mi lado. Un ilusorio conversador nos pierde. Miras este cuerpo que hierve, y en él te recuestas. Besas mi cuello sobre la camisa. La abres, besas mi hombro. Busco yo ahora tu boca. Me la ofreces displicente. Más es fría. Y dura. Busco entonces tu cuello. Sabe a helado mármol. Me lastima la boca tu temperatura. Te acaricio el pelo, me pierdo en él… muero en ese perfume. Descubro bajo él tu espalda blanca. Y me pierdo. Y ardo. Voy de nuevo por tu boca de témpano, y sobre tus pechos de nardo. Irene: Adiós, Carlos. Carlos: ¿Qué es eso? ¿Por qué esa luz bermeja? Llega un mozo. ¿Pediste algo? ¿Por qué oculta la bandeja? Te levantas despacio. Te vas a otra mesa. Irreal. Te sitúas en otro tiempo y espacio. Y bebes tu cerveza fría, perdida la mirada. Glacial. Irene: Adiós. Carlos: Quedo yo contemplándote. Silente. Entre el fino humo en espiral, de mi café caliente. (Irene se levanta, y empieza a retirarse.) Me pierdo en las calles grises, de cielo gris, de paredes grises, corriendo tras tu sabor amargo y helado. En mi bolsillo encuentro algo de repente: dos pedazos triangulares de nuestras ropas. Atados por un vértice. Dos triángulos de la mano. Irene: Dos triángulos de la mano… Carlos: ¡Vení! Irene: Dos triángulos de la mano… Carlos: ¡Vení, Irene! Irene: Dos triángulos de la mano… Carlos: ¡Por favor…! (Suena la alarma. Carlos despierta. Quita una tela que ha tapado su pizarra hasta ese momento. Observa las ecuaciones inconclusas. Empieza a dibujar parejas de triángulos, unidos por un vértice. De pronto halla, superponiéndolos, un hexágono regular. Suena el teléfono.) Miguel: Buenos días, Carlos. Cómo te sentís. Carlos: Ahora mucho mejor. Miguel: Te va a venir bien esta semana de descanso que te dio Yáñez. ¿Cómo está Araucarias? Carlos: Tan hermosa y tranquila como siempre. Miguel: Qué cagazo nos diste, amigo. Carlos: Fue el cansancio. Me mostraste esas fotos, y colapsé. Pero ahora estoy más tranquilo, Miguel. Vení que te explico lo que acabo de encontrar. Creo que esta es la respuesta. Miguel: ¿En serio, Carlos? ¿Lo descifraste? Carlos: Estoy bastante seguro. Miguel: Listo. Voy para allá. Abrazo. Carlos: Otro. Te espero. (Corta. Tocan la puerta.) Carlos: ¡Quién es! Sara: ¡Limpieza, señor! ¿O prefiere que sea más tarde? Carlos: No. Pase, por favor. Sara: Buen día. ¿Está ocupado? Carlos: Sí. Pero me pondré en este rincón con la pizarra. Trabaje tranquila. Sara: (Armando la cama, limpiando, cambiando toallas.) ¿Usted es profesor? Carlos: Sí. Sara: Perdón. No lo quería molestar. Carlos: No hay problema. Sara: Me llamo Sara. Hago el turno de 6:00 a 14:00. Me sirve mucho, porque estudio a la tarde y a la noche. Carlos: Mucho gusto. Carlos. ¿Y qué estudia? Sara: Administración. Ingresé este año. Tenemos la sede de la universidad acá en Araucarias. Seguro que vos das clases ahí. Carlos: No. Sólo estoy aquí por descanso. Me gusta este pueblo tan cerca del mar. Sara: Este lugar es ideal para eso. Eh… disculpáme. No quiero molestar. Carlos: No se haga problema, Sara. No tengo aquí con quien charlar. Sara: Claro, claro. ¿Venís de lejos? Carlos: Soy del sur. Sara: Está bien. Disculpáme, ¿qué chusma, no? Bueno, ya terminé. ¿Necesitas algo más? Carlos: Por ahora no, gracias. Sara: Eh… Carlos: Me quiere decir algo más. ¡Vamos! ¡Con confianza! Sara: Mirá… No sé si decirte… Tengo problemas con Introducción a la Matemática, … No quiero parecer confianzuda... a lo mejor me podés dar una manito. Carlos: Cómo no, Sara. Sara: ¡Qué bueno! ¡Gracias! Mirá, la verdad, estoy muy complicada con eso… ¿Sería mucho abuso comenzar...? Carlos: ¿Ahora? Para nada. Me servirá de entretenimiento. ¡Estaré encantado de ayudarla! Sara: ¡Genial! ¡Justo terminó mi turno! Voy a buscar mi mochila y vuelvo. ¡Si tenés pizarra y todo! ¿La usás incluso cuando descansás? ¿Y eso que está ahí dibujado, es un barrilete? Uh… perdón. A mí qué me importa, ¿no? Carlos: Pienso que descansar, es ocupar la cabeza de otra manera. Sara: Bueno. Está muy bien. ¡Ya regreso! (Sale con un bulto de toallas y una bolsa de plástico con la basura. Carlos toma nota de algunas cosas de la pizarra en un bloc. Tocan otra vez la puerta.) Carlos: Pase, Sara. Miguel: Carlos, llegué. Carlos: (Abriéndole.) ¡No te esperaba tan rápido! Miguel: En realidad no estaba tan lejos cuando hablamos. ¿Así que esperabas a alguien más? ¡Muy bien! Carlos: Una clase particular. Miguel: (Mirando la pizarra.) Muy particular. ¿Es esto? Carlos: Si. Mirá este diagrama. Un hexágono. Regular. Miguel: ¿Regular? Carlos: Sus seis lados son iguales. O prácticamente iguales, para el caso. Con un mapa determiné las distancias y establecí el orden cronológico de los asesinatos de las chicas. El asesino serial sigue un patrón definido. Se ha movido según un algoritmo: su primer ataque fue en el suroeste y el segundo fue en el extremo opuesto, al noreste. Después se tomó el trabajo de recorrer muchos kilómetros para enmascarar se tercer ataque al oeste moviéndose en el sentido de las agujas del reloj, para luego volver a atacar por cuarta vez en el extremo opuesto, al este, repitiendo el ciclo. Miguel: Pará. ¿Porqué no siguió simplemente los lados de la figura? ¿Y porqué sigue una figura de seis lados? Carlos: Porque ese camino hubiera sido predecible. Lo hubiéramos esperado en cualquier punto. Al menos hubiéramos evitado una o dos muertes. Con ese algoritmo sus ataques parecieron al principio, aleatorios. Y eso nos confundió. La segunda pregunta, no te la puedo responder. Miguel: Qué increíble ese apego demente al patrón, a la secuencia. Demasiado trabajo y sofisticación. Carlos: Tengo entendido que no es raro en ciertos tipos de psicópatas. Miguel: No, por supuesto. ¿Qué pasó con la chica Quispe? Carlos: Repitió el ciclo. Recorrió varios kilómetros hacia un punto del noroeste en el sentido de las agujas del reloj, donde realizó el quinto ataque. Y esto mismo indica que habrá un sexto, en su extremo opuesto. Al sureste. Según mis cálculos y el GPS del teléfono, a muy pocos kilómetros de Araucarias. Por eso debías venir, Miguel. Y llamar refuerzos. Miguel: Estoy asombrado, Carlos. Hiciste un trabajo brillante. Carlos: Tengo los nervios destrozados, Miguel. Un mazazo en el cráneo. Uno sólo. Y vos me mostraste las fotos. Cuando esto termine, no quiero hacerlo nunca más. Yo estaba muy tranquilo dando clases en la universidad. (Tocan la puerta tímidamente.) Esa es mi alumna. Miguel: Tendrás tu merecido descanso, amigo. Ya salgo, y voy a llamar a los comandos policiales de la zona para establecer un alerta rojo. Vuelvo en un rato. (Mira por el visor de la puerta.) ¡Es linda, Carlos! (Sale. A Sara.) Buenas tardes, señorita. Sara: Escuché voces y no quise interrumpir. Carlos: No hay problema, Sara. Mi amigo me vino a visitar. A ver, qué tema es. Sara: (Abriendo sus apuntes.) Sistemas de Ejes Cartesianos, Coordenadas Cartesianas, Distancia Euclídea… Comencemos por esto, que a partir de ahí se me complicó. Carlos: A ver. Sara: Yo te digo más o menos lo que entendí, y vos me decís si voy bien: la distancia entre dos puntos en el Sistema de Ejes Cartesianos, se llama Distancia Euclidiana o Pitagórica, y surge de considerarla hipotenusa de un triángulo rectángulo cuyos catetos son las distancias… Carlos: Dos triángulos de la mano… (Carlos va a la puerta y la traba.) Sara: ¿Cómo? Carlos: Atados por un vértice. Dos triángulos de la mano… Sara: ¿Carlos? Carlos: Sos fría. Y dura. Sara: ¡Carlos, qué te pasa! Carlos: (Estira los brazos hacia ella.) Me lastima la boca tu temperatura. Sara: ¡Carlos, por favor! ¡Ayuda! ¡Ayuda! (Golpes fuertes a la puerta.) Miguel: ¡Carlos abrí! ¡Abrí, carajo! (Sara logra zafarse del abrazo de Carlos que la tenía maniatada. Corre a la puerta y la abre desesperada.) Sara: ¡Auxilio! (Sara se oculta detrás de Miguel, que ha entrado y está filmando todo con su teléfono..) Carlos: (Va hacia ella con las manos extendidas.) Busco entonces tu cuello. Sabe a helado mármol. Miguel: Seguí filmando. (Le da el teléfono a Sara.) ¡Basta Carlos! ¡Tranquilizáte! Carlos: ¡Vení! ¡Vení, Irene! ¡Por favor!… (De pronto, Carlos corre hacia su bolso. Busca algo. Miguel lo sigue y le da un culatazo en la nuca que lo desmaya.) Miguel: Iba a buscar la maza en su bolso. Sara: Pero entonces… él es… Miguel: Sí, Sara. El asesino de las cinco chicas. Sara: Pero… No… No lo parecía. ¿Y quién es Irene? Miguel: Una novia que tuvo, que falleció. Eso lo trastornó. Para él todas las chicas que mata, son Irene. (Miguel sale al pasillo y trae su bolso. Saca de él una toalla. Seca un poco la sangre de la cabeza de Carlos. Luego le pide el teléfono a Sara.) Atención unidades, necesito refuerzos en el hotel Familiar de Araucarias. (Sara se acerca al bolso de Carlos.) ¡No, Sara! No toque la evidencia. (Sara retrocede.) Sara: Pero qué hijo de puta. Y vos lo atendés. Miguel: Tiene que ser apresado y juzgado. (Mientras charlan, Carlos recupera parcialmente el conocimiento, mete la mano en el bolso, y saca un tubito de pastillas. Miguel corre hacia él y le patea la mano, haciendo volar el frasco.) Sara: Pero… Eran pastillas. Iba a tomarse una pastilla… Miguel: Tendrá la maza en otro lado, Sara. Mira este diagrama en la pizarra. Sólo una mente como la de él, podría hacer un plan tan retorcido para matar seis chicas, y que la sexta fuera justo aquí. Y después quiso engañarme diciéndome que lo había descifrado todo. Sara: Oficial… Miguel: Me llamo Miguel. ¿Cómo te llamás? Sara: Sara. Necesito irme, Miguel. Miguel: No, Sara. Vos sos testigo. En pocos minutos llegarán mis compañeros, vas a hacer un trámite rápido y asunto terminado. ¿Cómo supiste que soy policía? Sara: Eh… No. No lo sé. No lo sabía. Carlos: Miguel… ¡Miguel!… Dame la pastilla. Tuve una crisis, Miguel… Miguel: ¡Calláte! Carlos: Cuando me mostraste las fotos me pasó lo mismo, Miguel… Dame la pastilla por favor… Sara: Dale la pastilla. No se va a levantar con el golpe que le diste. Miguel: (Se acerca a Sara y le da una bofetada feroz. Sara cae de rodillas. Va hacia la puerta y la traba, y luego hacia su bolso y saca de él una maza. Se acerca a Carlos.) Yo les voy a dar una pastilla a cada uno. Sara: (Incorporándose velozmente, apuntando a Miguel con una arma.) ¡Quedáte quieto Olaechea! Ya sabés cómo es esto. Baja la maza y date vuelta. Todo muy despacio. Miguel: (Obedeciendo.) Quien sos, pendeja. Sara: Asuntos Internos y Crímenes contra la Mujer. Ya sabes. No nos cerraban ni vos ni tu amigo. Pero te deschavaste, Barrilete. Mejor dicho, te deschavó él con ese diagrama. Francamente espero que no le hayas estropeado ese magnífico cerebro a ese pobre tipo. Miguel: Barrilete… Sara: ¿Nunca le dijiste que ese ha sido siempre tu apodo, no? Y, no. Más vale que no. Miguel Olaechea para el profesor. ¿Escuchás, Barrilete? (Se oyen sirenas policiales.) Ya vienen. Y no es tu gente. Es la mía. (Miguel se abalanza sobre Sara blandiendo la maza. Sara abre fuego. Tres veces. Miguel se desploma de espalda.)