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T. Nagel - Sobre la muerte

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E ngelhardtJr. y Daniel Callah an (Insti tute of Society,
E thics and the Life Scien ces, Hastings-on-Hudson, Nue­
va York, 1977) .
x. Morality as a Biologi,cal Phenomenon, ed. por G. S.
Stent (Dahlem Konferenzen, Berlín, 1978) .
XI. Synthese, xx (1971 ) .
XII. Philosophical Review, LXXXI II ( octubre de 1974) .
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l. LA MUERTE
SI LA MUERTE ES EL FIN i n equívoco y permanen te de
nuestra existen cia, surge la pregun ta de si mori r es
algo malo.
Existe un desacuerdo n otable respecto al asunto: al­
gunos piensan que la muerte es algo terrible; otros no
plantean objeciones a la muerte per se, aun que esperan
que la suya n o sea una mue rte prematura ni dolorosa.
Los que perten ecen a la primera categoría tienden a
pensar que los que pertene cen a la segunda categoría
no ven lo obvio, mientras que los segun dos supon en
que los primeros son presa de algun a suerte de confu­
sión. Por un lado, puede decirse que la vida es todo lo
que tenemos, y que su pérdida es la pérdida más gran­
de que podamos sufrir. Por otro, puede objetarse q ue
la muerte priva a esta supuesta pé rdida de su sujeto, y
que si n os damos cuenta de que la muerte no es u n a
condición inimagin able de la persona persistente, sino
sen cillamente un vacío, veremos que no puede tener
un valor en abso luto, sea positivo o n egativo.
Dado que deseo dejar de lado la cuestión de si somos
o podríamos ser in mortales de algun a fo rma, simple­
mente usaré en este ensay o la palabra "muerte" y s us
términos afines para referirme a una muerte permanente,
sin el añadido de cualquier forma de sobreviven cia
consciente. Deseo formular la pregunta de si la mue rte
es en sí misma un mal; y qué tan grande y de qué clase
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podría ser éste. La c uestión debiera ser de inte rés incl u­
so para qui e n e s creen en alguna fo rma de inmo rtali­
dad, p ues la actitud hacia la inmo rtalidad debe depe n­
der en parte de la actitud hacia la m ue rte . .
Si l a muerte e s un mal, no p uede serlo por sus carac­
terísticas positivas , sino sólo por aquello de lo que nos
p riva. Intentaré lidiar con las dific ultades que rodean a
l a opinión ordi naria de q ue la muerte e s un mal po r­
que pone fin a todo s lo s bi enes q ue guarda la vida. No
n ecesi tamo s dar aquí una relación de e stos bi enes, sal­
vo obse rvar que al gunos de ellos, como la percepción,
el deseo, la ac tividad y el pensami ento, son tan genera­
les que son constitutivos de la vida humana. Se conside­
ran po r lo c omún como be neficio s formidables en sí
mi smos, a p e sa r del hecho de que son con diciones tan­
to de mi seria como de felicidad, y de q ue , en cantidad
sufici ente, otros mal es más partic ulares p ue den p esar,
q uizás, más que ellos. C reo que eso es a lo que se alude
con el al e gato de que es bue no simplemente estar vivo,
i ncl uso c ua n do pasamo s po r e xp e riencias te r ri bl e s.
A grandes rasgo s, l a sit uació n es la sigui e nte: e xi ste n
elementos q ue , si se añaden a n uestra expe riencia, me­
joran la vida; existen, asimi smo, otros elementos que, si
se añaden a n ue stra - experiencia, e mpeoran la vida. Sin
e mbargo , lo que resta c uando e sto� elementos se sepa­
ran no es nada más neutral: es al go categó ricamente po­
sitivo. Por tanto, vale la pena vivir la vida incl uso c uando
l o s e l e mento s n e gati vo s de la exp e rie ncia son a bundantes o c uando los elementos positi vo s son demasiado
e scaso s como pa ra s up e ra r po r sí mismo s a lo s ne gati­
vo s. El p e so positivo adicional lo p roporcio na la expe­
riencia misma, antes que c ualqui e ra de sus contenido s.
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No disc utiré el valor que l a vida o la mue rte de una
pe rso na p ue de tene r para otro s, o su valo r obje ti vo ,
sino sólo el valo r que tiene para l a persona que e s su su­
j eto. M e parece q ue tal es el caso fundamental, y el q ue
p rese nta las mayores dificultades. Permítaseme agregar
únicamente dos observaciones. E n p rimer l ugar, el va­
lor de la vida y sus contenidos n o se atribuye a la simple
supervivencia orgánica: a casi c ualquiera le daría lo mis­
mo (si no i ntervienen otros factores) una muerte inme­
diata o un coma inmediato seg ui do por una mue rte
veinte años después sin haber recuperado la conciencia.
En se gundo l ugar, como la mayoría de los bienes, é ste
p ue de multiplica rse con el ti e mpo: más es mejo r que
menos. Las cantidades añadi da s no necesitan ser tem­
poralmente continuas (aunque la continuidad tiene sus
ventajas sociales) . Las personas se siente n atraídas por
la posi bilidad de la s usp ensión a largo plazo de la ani­
mación o por una congelación se guida por la reanuda­
ción de la vida consciente porque p ueden consi de rarla
desde su interior sencillamente como una continuación de
su vida presente. Si alguna vez se pe rfeccionan estas tec­
nologías, lo que desde fue ra p a recería un intervalo de
inactividad de trescientos año s, podría ser experime nta­
do por el sujeto sencillamen te como una inte rrup ción
repentina en el carácte r de s us expe riencias . No nie go,
desde l ue go, que esto presen te sus p ropias desventajas.
La familia y los amigos podrían morir entre tanto; el len­
guaj e p uede haber cambiado; se habrán perdido las como­
didades que p roporcionan la familiaridad con los hechos
sociales , geográficos y c ulturales. No obstante , e sto s i n­
convenie ntes no eliminarán la ventaja básica que propor­
ciona una exi stencia contin ua a unque interrumpida.
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Si ahora pasamos de lo que es bueno ace rca de la vida
a lo que es malo acerca de l a muerte , el caso e s comple­
tamente distinto. En ese ncia, aunque puede haber pro­
ble mas para su especificación, lo que e ncontramos de­
se able e n la vida son c iertos e stados, condiciones o
tipos de actividad. Estar vivo, hacer ciertas cosas y tener
c iertas e xperie ncias, e s l o que consideramos bueno.
Pero si la muerte e s un mal, éste es la pérdida de la vida,
y no l a condición de e star muertos, o no e xistir, o e star
inconscie ntes, lo que resulta desagradable. 1 Esta asime­
tría e s importante . Si e s bue no estar vivo, e sa ve ntaja.
puede atribuirse a una persona en ca?a mome nto de
su vida. Se trata de un bien del cual Bach tuvo más que
Schubert, se ncillame nte porque vivió durante más
tiempo. Sin embargo, l a muerte no e s un mal del que
Shakespe are haya recibido hasta ahora una porción
mayor que Proust. Si la muerte es una desve ntaj a, no es
fácil decir cuándo la sufre un hombre.
H ay otros dos indicios de que objetamos l a muerte
no sólo porque implique periodos largos de no existen­
c ia. En primer lugar, c omo se ha señalado ya, la mayo­
ría de nosotros no c onsideraría la suspensión temporal
de la vida, incluso por interval os signifi cativos, c orno
una desgracia e n sí misma. Si alguna vez fuera posible
congel ar a las personas sin que se redujera l a duración
de su vida consciente, sería inapropiado apiadarnos de
l os que se encontr aran temporalmente fuer a de c ircu­
l ación. En segundo lugar, ninguno de nosotros e xistió
antes de nacer ( o de ser concebidos) , pe:ro pocos conI
A veces se sugiere que lo que en realidad nos preocupa es la ago­
nía. Pero en realidad no objetaríamos la agonía si no le siguiera la
muerte.
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sideran e sto c omo una desgracia. H ablaré sobre e sto
más adelante.
La idea de que l a muerte no se c onsidera un estado
infortunado nos permite refutar una curiosa aunque
muy común sugere ncia acerca del origen del temor a
la muerte. A menudo se afirma que quienes objetan la
muerte han cometido el error de intentar imaginar qué
se siente estar muerto. Se alega que no compre nder
que e sta tarea e s l ógicamente imposible ( por la razón
trivial de que no hay nada que imaginar) conduce a la
c onvicción de que la muerte es un misterio, y por tanto
un estado presuntamente terrible. Pero este diagnóstico
e s evide nte me nte falso, pues es tan imposible imagi­
narnos totalmente inconscie nte s c omo imaginarnos
muertos ( aunque e s bastante fácil imaginarnos a noso­
tros mismos, desde afuera, e n cualquiera de esas condi­
c iones) . Sin e mbargo, l as personas adversas a la muerte
no son por lo c omún adversas a la inconcie ncia ( sie m­
pre que ésta no impl ique una reduc c ión considerable
de la duración total de la vida c onsciente) .
Si hemos de dar sentido a la opinión de que morir es
malo, deberá ser sobre l a base de que l a vi da es un bien
y la muerte es la correspondiente privación o pérdid a, y
que e s un mal no por alguna de sus c aracterísticas p osi­
tivas, sino por el c arácter . dese able de l o que el imina.
Debernos abordar ahora las d ificultades serias que plan­
tea esta hipótesis, y que tiene n que ver con la pérdida y
l a privación e n general , y con l a muerte e n particular.
Hay ese ncialmente tres tipos de problemas. Primero,
puede surgir l a duda respecto a si hay algo que pueda
ser malo para un hombre sin ser dec ididamente des­
agradable para él: e specíficame nte, puede dudarse de
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que haya males que consistan tan sólo e n la p rivación o
ausen cia de posibles biene s,. y que no depe n dan de que
a algui e n le importe esa p rivación. Segun do,. e xisten en
el c aso de l a m ue rte difi cultades especi al e s acerca de
cómo el s upuesto infortunio ha de atribuirse al suje to.
Exi sten dudas respecto a quién es su suj e to y cuándo lo
sufre. Mientras exista una persona, aún no habrá m uer­
to, y una vez que ya ha muerto, ya no existirá; de modo
que no parece haber un momento en que l a muerte, si
e s una desgracia, pueda atribuirse a su desafortunado
suje to . El terc e r ti po de dificultad tiene que ver con la
asimetría, mencionada ante s, entre nue stras actitudes
hacia la no existen cia póstuma y prenatal. ¿Cómo p ue­
de se r m al a la p rimera si l a segunda no lo e s?
D ebería aceptarse que si éstas son objecio n e s válidas
p ara la conside ració n de que la muerte sea un mal, po- ,
drán aplicarse igualmente para muchos otro s supuestqs
m ales. El prim e r ti po de obje ción se exp re sa en forma
gen eral medi ante la obs e rvación común de que lo que
no conocemos no puede dañarnos. Esto significa que in­
cluso si un hombre es traicionado por sus amigos, ridi­
c ulizado a sus espaldas y despre ciado por p e rsonas que
lo tratan con co rtesía e n su pre sen ci a, n ada de ello
p ue de consi derarse un infortunio para él dado que no
sufre por ello. Significa que un hombre no sufre daño
si sus deseos no son acatados por el albacea de su testa­
mento, o si, tras su muerte, se generaliza l a creencia de
que toda la obra literaria en que reside su fama fue es�
crita realmente por su h e rmano, que m urió e n México
a l a e dad de 28 años. M e pare ce que vale l a pe na pre­
guntar qué supuesto s ace rca del bie n y el m al co n du­
cen hacia estas restricciones drásticas.
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Todas estas cuestiones tienen algo que ver con el tiem­
po. Hay ciertamente bienes y males de una clase simpl e
(inclui dos algunos placeres y dolores) que una pe rsona
pose e en un mome nto dado simplemente e n virtud de
su condi ción en e se momento. Pe ro e sto no es verda­
de ro para to das las cos as que consi de ramo s buenas o
m alas para un hom bre. A menudo nece si tamos saber
su historia para decir si al go es o no un i nfortunio; esto
e s válido para males como el dete rioro, la privación y el
daño. A veces el estado exp erime ntal es relativamen te
de poc a im portan ci a: como en el c aso de un homb re
que consume su vida e n la gozosa búsque da de un mé­
todo para comunicarse con los espárragos. Alguien que
sostenga que todos los bienes y males d e ben ser estados
atribuibles tem poralmente a la person a, pue de , desde
l uego , intentar orden ar casos difíciles señalando el pla­
cer o dolor que los m ás complicados biei1es o mal es cau-·
san. Desde este p unto de vista, la pérdida, la traición, la
decepción y el ridículo son malos porque l as person as
sufren cua_ndo los experime ntan: Pe ro, e n vez de ello,
deberíamos preguntarnos cómo tendrían que estar cons­
titui das n uestras i de as sobre los valo re s hum anos p ara
conciliar estos casos di rectamente . U n a ventaja de este
plante am ie nto podría s e r que nos pe rmiti ría explicar
de man e ra razonable por qué el descubrimiento de tales
i nfortunios causa s ufrimien to, pues la opinión ordi n a­
ria nos dice que descubrir una traición nos produce in­
felicidad porque es malo ser traicionado, no que la trai­
ció n sea mala po rque su d escubrimiento nos p roduzca
infelici dad.
Po r tanto, m e p arece que vale la pena explorar l a po­
sición de que l a m ayor parte de la bue n a y mala fortu25
na tiene como suj eto una persona que s e identifica por
su historia y sus posibilidades, más b ien que por su es­
tado categórico del momento, y que mientras este suj e­
to puede ser situado de manera exacta en una secuen­
cia de lugares y momentos, ello no es n ecesariamente
verdadero para los bienes y males que le sobrevienen. 2
Estas ideas pueden ilustrarse con un ej emplo de pri­
vac ión cuya gravedad se aproxima a la de la muerte.
Supongamos que una persona inteligente sufre un daño
c erebral que la redu c e a la c ondición mental de un
niño satisfecho, y que sus deseos pueden ser satisfechos
por un custodio, de manera que no le hace falta nada.
Tal situación sería c on siderada en general una desgra::
cia grave, no sólo para sus amigos y parientes, o para la
sociedad, sino también, y de manera fundamental, para
la persona misma. Esto no quiere decir que ser un in­
fante satisfecho sea una desgracia. El adulto inteligente
que ha sido reducido a esa con dición es el sujeto del in­
fortunio. Él es por quien sentimos lástima, aunque des­
de luego que a él n o le preocupa su c ondición: de he­
cho, resulta dudoso respecto a si puede afirmarse que
él aún exista.
La opinión de que tal hombre ha sufrido un infortu­
nio es susceptible de las mismas ob jec iones que han
surgido en relación c on la muerte. A él no le preocupa
su condición. Es, de hecho, la misma condición en que se
encontraba cuando tenía tres meses, excepto que ahora
es más grande. Si no sentíamos lástima por él entonces,
¿ por qué sent irla ahora? En todo c aso, ¿ po r quién de-
2 Ciertamente, esto no es en general verdad respecto de las cosas
que pueden decirse acerca de él. Por ejemplo, Abraham Lincoln era
más alto que Luis XN. Pero, ¿cuándo?
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bemos sentir lástima? El adulto inteligente ha desapa­
recido, y para u na c riatura c omo la que está arite nos­
otros, la felicidad c onsiste en mantener el estómago lle­
no y un pañal seco.
Si estas objec ion es no son válidas, debe ser porqu e
descansan en u na suposición equivocada acerca de la
relación temporal entre el suj eto de un infortunio y las
c ircunstancias que lo constitu yen . Si en lugar de con­
centrarnos exclusivamente en el enorme bebé, c onsi­
deramos a la persona que fue, y a la persona que podría
ser ahora, entonces su reduc ción a ese estado y la can­
celación de su desarrollo adu lto natural constituye n
una catástrofe perfectamente inteligible.
Este caso debería c onvenc ernos de que es arbitrario
restringir los b ienes y males que pueden acaecerle a u n
hombre a propiedades no relacionales atribuibles a é l
en momentos particulares. Tal y c omo está formulada,
semejante restricción excluye no sólo casos de degene­
rac ión extrema, sino también una buen a parte de lo
que es importante acerca del éxito y del fracaso, y otras
c aracterístic as de u na vida que tien en el carácter de
procesos. Sin embargo, creo que podemos ir más lejos.
Hay bienes y males irreductiblemente relacionales; son
característicos de las relaciones entre una persona, c on
límites temporales y espaciales comunes, y circunstan­
cias que podrían no coincidir con él ya sea en el espa­
c io o en el tiempo. La vida d e un hombre incluye mu­
chas cosas que no tienen lugar dentro de los límites de
su cuerpo y de su mente, y lo que le sucede puede in­
c luir muchas c osas que no ocu rren dentro de los lími­
tes de su vida. Estos límites se ven , por lo común, atra­
vesados por el infortunio de ser engañado, despreciado
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o traicionado. ( Si esto es correcto, resulta fácil explic ar
qué es lo que está m al con el rompimiento de una .pro­
mesa en el lecho de muerte d e un mori bundo: e s u n
daño que se causa al muerto. Para ciertos· prop ? sito s,
.
es posible conside rar el tiempo sólo como otro tipo ae
distancia.) El c aso de la de generación mental nos
muestra un mal que depende de un contraste entre la
re alidad y.las alternativas posibles. Un hombre e s el su­
jeto del bie n y el mal tanto p orque ti en e esperan z as
que pueden o n o cumplirs e, o posibilidade s que pue­
_
den o no realizarse, como debido a su capacidad de su­
frir y gozar. Si la mue rte es un mal, ello debe expl� carse
en estos términos, y no debería preocuparnos la 1mpo. sibilidad de ubicarla dentro de la vida.
Cuando un hombre muere se nos deja con su cadáver,
que si bien puede sufrir el mismo tipo de accidente �u e/
puede ocurrirle a un mueble, é ste no es un o bJet?
que merezca piedad, como sí lo e s el h om bre. H � perdi­
�
do la vida, y si no h ubiese muerto, habna contmuado
viviéndola, y habría seguido poseyendo cualquier bie n
que haya e � vivir. Si aplicamos a l a muerte l a explic a­
ción sugerida para el caso de demencia, diremos qu� a
pesar de que la localización espacial y temporal del i n­
dividuo que h a sufrido la pérdida es suficientemen te
clara, la d-es gracia misma no puede localizarse con tanta
facilidad. D e bemos conformarnos con sólo afirmar q ue
su vida ha te rminado y que no h abrá más de ella nun­
ca. Ese hecho, más que su condición pasada o presente,
con stituye su desgracia, si es que se trata de una desgra­
cia. No obstante, si hay una pérdida, alguien debe su­
frirla, y esa p ersona debe tener existencia y una locali­
zación espacial y tempo ral específica, aun cuando l a
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pérdida misrn;1 no la tenga. El h echo de que Beethove n
no tuviera hijos pudo haber sido causa d e pesadumbre
para él, o algo triste p ara el mundo , pero no puede
desc ribirse como un a desgracia para los hijos que nun ­
ca tuvo. Creo que todos nosotros somos afortunado s
por haber nacido. Pero a menos que lo bueno y lo mal o
puedan atribuirse a un embrión, o incluso a un par de
gametos aislados, no pu� de decirse que no h aber naci­
do sea una desgracia. (Este es un factor que debe con­
siderarse en la decisión de si el aborto y el uso de anti­
conceptivos tienen rel ación con el asesinato . )
Este enfoque también ofrece una solución al probl e­
ma de la asimetría temporal señalado por Lucrecio,
quien observó que nadie se inquieta por contemplar l a
eternidad qu e precede a su propio nacimiento, lo que
aprovechó para mostrar cuán irracional era temerle a l a
muerte, ya que é sta es simplemen te el reflejo de la ima- .
gen del abismo anterior. Sin e m bargo, es to no es ver­
dad, y la diferencia entre ambos explica por qué es r a­
zonable considerarlos de manera distinta . Es verdad
que tanto el tiempo anterior al nacimiento de un hom­
bre como el tiempo posterior a su muerte son tiempos
durante los cuales éste no existe . Pero el tiempo poste­
rior a su muerte es un tiempo del nial lo p riva su muer­
te. Es un tiempo en el que, si no hubiese muerto, e sta­
ría vivo. Por tanto, cual quie r muerte implica la pérdida
de alguna vida que su víctima h abría gozado si no hu­
biese muerto en é se o en cualquie r momen to anterio r.
Sabemos p erfectamen te bien q ué habría representado
para él h a berla tenido en 1 ugar d e p erd erl a, y no h ay
ninguna dificultad para iden tificar al perdedor.
Empero no podemos decir q ue el tiempo anterior al
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n ac imien to de un hombre e s un tiempo en el que ha.,
bría vivido si no h ubie se n ac ido e n to nces, sino antes;
pues, aparte del reducido margen que permite un par­
to prematuro, él no podría haber n ac ido antes: alguien
que hubiese nac ido significativamen te ante s que él h a­
bría sido o tra pe rso n a. Por tanto, el tiempo anterio r a
su nacimien to no e s un tiempo en el que su nacimien to
subsecue n te l e impida vivir. Por consiguiente , su n ac i­
miento, cuando tien e lugar, no implica para él la pérdi­
da de ninguna vida.
La direcc ión temporal es c rucial al asignar posibili­
dades a las person as o a otros individuos. Las distintas
vidas posible s de un solo individuo pue den divergir a
partir de un inicio común, pero no pueden converger
e n una concl usión común a partir de inic ios diversos.
(Esto último no re presentaría un conj un to de vidas po-;
sibles diferen te s de un individuo, sino un conj un to de
individuo s posible s distintos cuyas vidas tienen conclu­
siones idéntic as. ) D ado un individuo iden tific able, pue­
den imagin arse inn umerable s po sibil idades para su
e x istenc ia continua, y po demos conc e bir claramen te
qué sería para él continuar existien do indefinidamen­
te . Con todo y que e sto no pueda oc urrir nunc a, su po­
sibil idad signific aría aún la contin uación de un bien
para él , si l a vida e s el bien que conside ramos que e s. 3
3
Confieso que el argumento anterior me inquieta, debido a que es
muy complicado para explicar la sencilla diferencia entre nuestras
actitudes hacia la no existencia prenatal y póstuma. Por esta razón'.,
sospecho que se omite algo esencial en la explicación de la maldad
de la muerte mediante un análisis que la considera como una priva­
ción de posibilidades. Mi sospecha encuentra apoyo en la siguiente
sugerencia de Robert Nozick. Podríamos imaginar que descubrimos
que las personas se desarrollaron a partir de esporas individuales que
han existido indefinidamente mucho antes de su nacimiento. En esta
30
Po r tanto, aún que da la c uestión de si la no real iz a­
ción de e sta posibilidad es e n to dos los c asos un a de s­
gracia, � si depende de lo que puede esperarse natural­
mente. Esta me parece que e s l a dificultad más seria del
punto de vista de que la mue rte se a siempre un mal .
Incluso s i pudiéramos desembarazarnos de las obj ec io­
nes dirigidas e n contra de ac e ptar una desgracia que
no expe rimen tamos o que no pue de asign arse a un
momen to defi nido en la vida de l a pe rsona, aún ten e­
mos que e stablecer algunos l ímites e n cuanto a qué tan
posible h a de se r un a posibilidad para que su no re ali­
zación sea una desgrad a (o bue n a fortun a, si la posibi­
lidad e s mala) . La muerte de Keats a los 26 años se con­
sidera por lo gen e ral c omo algo trágico; no así la de
Tolstoi a los 82 años. Aun cuando ambos están muertos
para siempre, l a muerte de Ke ats lo privó de muchos
fantasía, e l nacimiento nunca ocurre de manera natural antes de más
de cien años del final permanente de la existencia de la espora. Pero
luego descubrimos una forma de provocar el nacimiento prematuro
de estas esporas, y nacen personas que tienen miles de años de vida
activa ante ellas. Dada semejante situación, sería posible imaginarse
que uno mismo ha llegado a la existencia con miles de años de adelan­
to. Si dejamos de lado la cuestión de si ésta sería realmente la misma
persona, incluso dada la identidad de la e spora, entonces la conse­
cuencia parece ser la de que el n acimiento de una persona en un
momento dado podría privarlo de m uchos años anteriores de vida po­
sible. Ahora, si bien sería causa de pesadumbre el que se nos haya
privado de todos esos años posibles de vida por haber nacido dema­
siado tarde, el sentimiento diferiría del que muchas personas guar­
dan en relación con la muerte. Mi conclusión es que hay algo acerca
de la perspectiva fu tura de la nada permanente que no capta el análi­
sis en términos de posibilidades negadas. Si es así, entonces el argu­
mento de Lucrecio aún aguarda respuesta. Sospecho que ello exige
un análisis general de la diferencia entre pasado y futuro en nuestras
actitudes hacia nuestras propias vidas. Por ejemplo, nuestras actitu­
des hacia el dolor pasado y futuro son muy distintas. Los escritos iné­
ditos de Derek Parfit sobre este tema me han revelado su dificultad.
31
años de vida que s e le co ncedi e ron a Tolstoi; así q ue,
en un sentido claro, la pérdida de Keats fue mayor (aun­
que n o e n el sentido empleado de manera estándar e n
la comparación matemática entre cantidad.es infinitas) .
Sin emba rgo, esto no pru e ba que la pérdida de Tolstoi
fuese insign ificante. Quiz á sólo obj e tamos los males
que s e añaden de manera gratuita a lo inevitable; el he­
cho de que sea p eor morir a los 26 que a los 82 años no
imp lica que no sea te rrible morir a los 82 , o inc luso a
los 806. La c uesti ón es s i podemos cons iderar como
una des grac ia c ualquie r lim itac ión, como la mortali­
dad, que es normal a las especies. La ceguera o casi ce­
g ue ra no es una d esgrac ia para un top o, n i lo s ería
para un hom bre si tal fue s e la condición natural de b
raza humana.
El p ro blema es que la vida nos acostum bra a bienes
d e los que nos priva la m ue rte. Ya somos capac es d� ,
aprec iarlos, así como un topo es incapaz de apreciar la
percepción visual . Si dejamos de lado las dudas ace rca
de s u c ondic ión como b ie n es y aceptamos que su canti­
dad es en parte función d e s u d uración, que da la c ues­
tión de s i p uede dec irs e que la muerte, s in importar
cuán do oc urra, p riva a s u víc tima d e lo que e s e n e l
sentido p ertinente una con tin uación posible de la vida;
La s ituación es ambigua. Vistos desde e l exterior, los
seres humanos tienen obviamente un lapso de vida na­
tural y no p uede n vivir mucho más de c ie n años. Por
otra p arte , el sentido que un hombre tien e d e su pro- i
p ia exp erienc ia no comprende esta idea de un lím ite
natural. Su existe ncia define para é l un futuro posible
esen c ialmente ilimitado, que c ontie n e la mezc la usual
de bienes y males que tan tolerable le ha parecido en e l
32
pasado. Al haber llegado al mundo de man era fortuita
p or un conjun to d e accidentes naturales, his tóricos y
soc iales, s e e nc ue n tra con que es e l s ujeto de una vida,
con un futuro inde terminado y no limitado ese ncial ­
mente. La muerte, vista de este modo, s in imp ortar qué
tan in e vitable sea, es un a cancelación a brupta de una
cantidad inde fin idam e nte grande de bien es posible s .
La normalidad n o parece tener que ver nada con ella,
p ue s e l hecho de que todos in evitablemen te morir e ­
mos en unas c ua n tas decenas de años n o puede por s í
solo imp licar que no sería bueno vivir duran te m ás
tiempo. Supongamos que to dos inevitablemente mori­
remos sufriendo una agonía; una agonía fís ica que du­
rase s e is m eses. ¿Haría su c arácter in e vita ble menos
desagradable esta p erspe ctiva? Y, ¿por qué habría de ser
distinto para una privación? Si el lapso normal de vida
fuera de unos mil años, m or ir a los 80 sería una trage­
dia. Tal como son las cosas , bien po dría s e r sólo una
tragedia más frec uen te . Si la cantidad de vida que sería
bueno ten er carece de límite , entonces p udiera ser que
lo que nos aguarda a todos s ea un mal fin.
33
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