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Etica y Moral - Leonardo Boff

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LEONARDO BOFF, ETICA MORAL LA BÚSQUEDA DE LOS
FUNDAMENTOS
Traducción: Ramón Alfonso Díez Aragón
Título del original en portugués:
Etica e moral.
A busca dos fundamentos
© 2003 by Animus / Anima Produçóes
Petrópolis, RJ
www.animus/anima.com
Para la edición española:
E-mail: [email protected]
http://www.salterrae.es
© 2004 by Editorial Sal Terrae Polígono de
Raos, Parcela 14-1
39600 Maliaño (Cantabria) Fax: 942 369 201
Con las debidas licencias
Impreso en España. Printed in Spain
ISBN: 84-293-1546-2 Depósito Legal: BI-67304
Fotocomposición:
Sal Terrae — Santander
Impresión y encuadernación:
Grafo, S.A. — Bilbao
Trascripción en proceso de autorización para uso exclusivo de la materia de Taller de Ética.
Enero 2011.
Contenido
Introducción
1. Ética: la enfermedad y sus remedios
1. Nuestro pecado de origen
1.1. La elección es nuestra: cuidar o desaparecer .
1.2. ¿Por qué no se han cumplido los sueños?
1.3. Un nuevo reencantamiento
2. Paradigma-conquista
3. Paradigma-cuidado
4. La religación, base de la civilización planetaria ...
2. Genealogías de la ética
1. Cómo nace la ética
1.1. Religión y razón: fuentes de la ética ....
1.2. El afecto: fuente originaria de la ética ..
1.3. Tensión entre afecto y razón
1.4. Irradiación de la ética: la ternura y el vigor .
2. El fundamento: daimon y ethos, el ángel y la morada
3. Ética y moral: distinciones y definiciones ... .
3.1. Definición de «ética» y de «moral»
3.2. Experiencia fundamental: la morada humana.
3.3. Hábitos familiares, formadores de la ética y de la moral
4. El ethos que busca
5. El ethos que ama .
6. El ethos que cuida
7. El ethos que se responsabiliza
8. El ethos que se solidariza
9. El ethos que se compadece
10. El ethos que integra
3. Virtudes cardinales de una ¿ética planetaria
1. Bien común para toda la comunidad de la vida
2. Autolimitación: virtud ecológica
3. La justa medida: fórmula secreta del universo y de la felicidad
4. Guerra y paz
1. Amenaza contra la paz: el imperialismo globalizado
2. Terrorismo: la guerra de los ofendidos
3. La globalización del riesgo
4. La guerra: una cuestión metafisica
5. Guerra y ética
6. La paz posible
7. La paz y el «efecto mariposa»
Conclusión
Bibliografla
La Carta de la Tierra
INTRODUCCIÓN
CUANTO MAYOR ES EL RIESGO, TANTO MAYOR ES LA
SALVACIÓN
Nadie está hoy en condiciones de decirnos hacia dónde camina la
humanidad: si hacia un abismo que nos tragará a todos o hacia una
culminación que nos englobará a todos. Lo cierto es que estamos
entrando en un nuevo rellano de conciencia, la conciencia planetaria;
que sentimos la urgencia de una alianza entre los pueblos que
descubren que están juntos dentro de la única Casa Común, una
alianza necesaria para poder convivir de una forma mínimamente
pacífica, y que se hace necesario un cuidado especial de la Tierra y
de sus ecosistemas, si no queremos perder las bases de nuestra
subsistencia.
Hay señales para todos los escenarios. Pero ninguna de ellas es
inequívoca. Estamos condenados a hacer camino caminando, no
pocas veces en medio de una noche oscura, sin ver claramente la
dirección y sin poder identificar los obstáculos. Y tenemos que creer
y esperar que el camino nos lleve a algún lugar que sea bueno para
morar y detenerse en él.
Pero hay una constatación indiscutible: la aterradora crisis ética y
moral que se extiende por todas partes ha alcanzado ya el corazón de
la humanidad. ¿Quién tiene suficiente autoridad para decirnos lo que
todavía es bueno y malo, lo que todavía vale? Nos sentimos
perplejos, confundidos y perdidos.
Percibimos, por otro lado, la urgencia de puntos comunes que
orienten algunas prácticas salvadoras. Si no los encontramos,
podemos encaminarnos hacia lo peor y —,quién sabe?— quizás nos
aguarde el mismo destino que a los dinosaurios. Nuestra generación
ha caído en la cuenta de que tiene condiciones y medios para poner
fin a la especie humana y herir de muerte a la biosfera. ¿Qué ética y
qué moral pondrán freno a ese poder avasallador?
Prescindiendo de esta amenaza extraordinaria, ¿qué revolución ética
y moral hay que hacer para curar la mayor haga que avergüenza a la
humanidad, y concretamente a nuestro país: los millones y miles de
millones de seres humanos que gritan desesperadamente al cielo
pidiendo un poco de compasión y misericordia en forma de pan, de
agua potable, de salud, de vivienda, de reconocimiento y de
inclusión en la familia humana?
Cuando nos encontramos en crisis que afectan a las razones de la
convivencia humana y al sentido último de la vida, ha llegado el
momento de detenernos un momento y reflexionar sobre los
fundamentos. Es la oportunidad de revisar la experiencia seminal y
originaria que hizo nacer en otros tiempos y hace brotar todavía hoy
lo que llamamos «ética» y «moral». Como veremos, la experiencia
protoprimaria reside en la morada humana, en morar en este mundo
junto con otros, cuidándonos mutuamente y cuidando lo que es
común. Morar es una experiencia irreducible, cargada de
significaciones que el pensamiento tiene que desentrañar.
Tal vez bebiendo de esta fuente recibamos el regalo de alguna
inspiración prometedora que nos muestre cómo debemos ser y
comportarnos actualmente. Meditando a partir de los desafios
propios de la nueva fase de la historia de la humanidad y de la
misma Tierra, la fase planetaria, obtendremos alguna luz. Y toda luz
es creadora y liberadora. Muestra caminos y señala la dirección. Y,
sobre todo, mantiene viva la esperanza.
El sentido de las reflexiones que hemos hecho en los últimos
tiempos, unas habladas y otras publicadas en órganos de la prensa
escrita, reside en el propósito de hacer pensar, de invitar a los
lectores y a las lectoras a inquietarse y, con la inquietud, a
movilizarse en busca de un paradigma ético y moral que esté a la
altura de los desafíos que experimentamos.
Si el riesgo es grande, decía un poeta-pensador alemán, grande y
mayor aún es la posibilidad de salvación. Esta es la irrefrenable
esperanza que inunda estas páginas.
Petrópolis, en la fiesta de San Juan de 2003
1
ÉTICA:
LA ENFERMEDAD Y SUS REMEDIOS
1. NUESTRO PECADO DE ORIGEN
Analistas procedentes de la biología, de las ciencias de la Tierra y de
la nueva cosmología nos advierten que el tiempo actual se asemeja
mucho a las épocas de ruptura en el proceso de evolución, épocas de
extinciones en masa. No porque pese sobre nosotros alguna amenaza
cósmica, sino por causa de la actividad humana, que es altamente
depredadora de todos los ecosistemas. Hemos llegado a un punto en
que la biosfera está a merced de nuestra decisión. Si queremos seguir
viviendo, tenemos que quererlo de verdad y garantizar las
condiciones adecuadas.
1.1. La elección es nuestra: cuidar o desaparecer
Cálculos optimistas establecen el año 2030 como fecha-límite para
esta decisión. A partir de ese momento la sostenibilidad del sistema
Tierra no estará ya garantizada, y entraremos en una crisis cuyo
resultado es imponderable. La Carta de la Tierra, documento
producido por la nueva conciencia ecológica y de ética mundial, y
asumido por la UNESCO, advierte en su introducción: «Los
fundamentos de la seguridad global están siendo amenazados. Estas
tendencias son peligrosas, pero no inevitables. La elección es
nuestra: formar una sociedad global para cuidar la Tierra y cuidar
unos de otros, o arriesgamos a la destrucción de nosotros mismos y
de la diversidad de la vida».
1.2. ¿Por qué no se han cumplido los sueños?
¿Por qué hemos llegado a este punto crucial? La respuesta más
inmediata se fija en las revoluciones iniciadas en el neolítico, hace
diez mil años: la revolución agrícola, seguida de la industrial y
completada por la del conocimiento y la comunicación de los
tiempos actuales. Estas revoluciones modificaron la faz de la Tierra
para bien y para mal. Por un lado, aportaron inmensas comodidades
y prolongaron considerablemente la expectativa de vida. Por otro,
depredaron el sistema Tierra por el monocultivo tecnológico y
material y por la deshumanización de las relaciones entre las
personas y los pueblos.
La segunda respuesta, más elaborada, trata de saber qué sueño
perseguía el ser humano con esas revoluciones, especialmente con el
inmenso progreso técnico-científico y cultural. Era el sueño de la
prosperidad material que había que conseguir por el poderdominación sobre la naturaleza y sus recursos, sobre la mujer, sobre
los pueblos y sus riquezas, y sobre la explotación de la fuerza de
trabajo de las personas.
Esta prosperidad, hay que reconocerlo, ha traído incontables
beneficios en todos los campos del bienestar material. Pero como ha
sido predominantemente material y no ha estado acompañada por un
desarrollo ético y espiritual, ha acarreado un espantoso vacío
existencial, ha provocado una devastadora destrucción del sentido
cordial de las cosas y ha ocasionado una inmensa devastación de la
naturaleza.
Ese sueño de prosperidad ilimitada ocupa el imaginario colectivo de
la humanidad y da forma a la agenda central de cualquier gobierno.
¡Ay de la política económica y técnico-científica que no presente
anualmente índices positivos de crecimiento! Pero ese sueño se está
transformando en una pesadilla, pues está llevando a los países, a la
humanidad y a la Tierra a un impasse fatal: los recursos son
limitados, las ganancias no pueden ser generalizadas para todos,
porque entonces tendríamos que disponer de otras tres Tierras con
los recursos de la nuestra, y la capacidad de aguante y regeneración
del Planeta se encuentra en estado crítico. Tenemos que cambiar de
rumbo o nos enfrentaremos a lo imponderable.
Pero esas respuestas, aun siendo objetivas, no van suficientemente a
la raíz de la cuestión. Hay una causa última: la quiebra de la religación del ser humano consigo mismo, con los demás, con la
naturaleza y con el sentido trascendente de la vida. ¿Acaso no es el
ser humano, esencialmente, un nudo de relaciones en todas las
direcciones? ¿Por qué se rompió la red de relaciones?
Para dar una respuesta que tenga sentido tenemos que entender
previamente dos fuerzas fundamentales que actúan siempre juntas y
que construyen concretamente al ser humano y a cualquier otro ser
del universo: la fuerza de autoafirmación y la fuerza de integración.
Por la fuerza de auto-afirmación, cada uno consigue hacer valer y
garantizar su supervivencia y su posibilidad de seguir coevolucionando. Por la fuerza de integración se refuerzan las
relaciones inclusivas, se garantiza la cooperación de todos con todos
y, de este modo, se asegura mejor el futuro.
Ninguna de esas dos fuerzas es suficiente sin la otra. Las dos tienen
que actuar sinergéticamente, reforzándose y completándose
mutuamente. Cualquier ruptura del equilibrio es fatal. Si el ser
humano se auto-afirma sin integrarse, se aísla y se enemista con los
demás, y entonces vive amenazado o tiene que usar cada vez más
fuerza para defender- se. Si se integra en el todo sin auto-afirmarse,
pierde la identidad y acaba desapareciendo, asimilado en el todo. La
sabia lógica de la naturaleza hace que las dos fuerzas de autoafirmación y de integración funcionen siempre en un sutil equilibrio
y en una medida justa para que los seres no destruyan la armonía del
todo y, al mismo tiempo, conserven su singularidad.
Pero el ser humano rompió esta justa medida: exacerbó la autoafirmación en detrimento de la integración; descubrió la fuerza de su
inteligencia y su creatividad; y usó esta fuerza para ponerse por
encima de los demás. En lugar de estar junto a los demás seres, se
puso sobre ellos y contra ellos.
En ese momento comenzó el auto-exilio del ser humano, y después
se fue alejando lentamente de la Casa Común, de la Tierra, y de los
demás compañeros y compañeras en la aventura terrenal. Rompió
los lazos de coexistencia con ellos. Perdió la memoria sagrada de la
unicidad de la vida en su inmensa diversidad. Despreció el tejido de
las interdependencias, de la comunión con los vivos y con la Fuente
originaria de todo ser. Se colocó en un pedestal solitario desde el
cual pretende dominar la tierra y los cielos.
Este es nuestro pecado de origen que subyace en la crisis ética de
nuestra civilización: nuestra auto-concentración, nuestra ruptura
fatal.
Esta postura de arrogancia produjo la mayor tragedia de la historia
de la vida. Sus consecuencias llegan hasta nuestros días, y de una
forma peligrosa, pues engendró el principio de autodestrucción de la
especie y de su hábitat natural. Los griegos pensaban que esa actitud
arrogante (que ellos llamaban hybris) provocaba la fulminación de
los dioses, pues veían en ella la mayor perversión de la naturaleza.
1.3. Un nuevo reencantamiento
Urge rehacer el camino de vuelta, rumbo a la casa materna común y
hermanándonos con todos los seres. Tenemos que dejar el exilio,
cultivar nostalgias, como en la parábola del hijo pródigo, reavivar
sueños antiguos de comunión, de paz sin amenaza, de benevolencia
generalizada, sueños escondidos en el corazón de todos los humanos
y testimoniados en sus mitos, ritos e historias.
Principalmente necesitamos la paz, que es la plenitud resultante de
las relaciones adecuadas con todas las cosas, con todas las formas de
vida, con todas las culturas, con nosotros mismos y con Dios.
Para ello el ser humano tiene que reencantarse con la naturaleza y
con el universo. Ese reencantamiento no irrumpe por sí mismo, sino
que emerge a partir de una nueva experiencia espiritual y un nuevo
sentido de ser.
Esa nueva experiencia y ese nuevo sentido tampoco brotan
espontáneamente, sino que surgen a partir de la activación
consciente e intencionada del principio de lo femenino, de la
dimensión del anima (que se completa con el animus) presente en
los hombres y en las mujeres.
Lo femenino en nosotros es aquella energía estructuradota que nos
hace sensibles a todo lo que tiene que ver con la vida y la
cooperación, que capta el valor de los hechos, que lee el mensaje
secreto emitido por todos los seres, que identifica el hilo conductor
que liga y re-liga las partes en el todo, y el todo a la Fuente
originaria de la que todo procede. Lo femenino nos enseña a cuidar
de todo con celo entrañable. El cuidado constituye la esencia del
anima y la precondición necesaria para que continúe la vida.
De lo femenino y del cuidado surge un nuevo paradigma ético que
coloca la vida en el centro: vida compartida con otros, vida abierta
hacia arriba y hacia delante, abierta a las virtualidades que se
esconden dentro de ella y que quieren ver la luz y hacer historia.
Aquí reside la curación de nuestro pecado de origen.
2. PARADIGMA-CONQUISTA
En el conjunto de los seres de la naturaleza, el ser humano ocupa un
lugar singular. Por un lado, es parte de la naturaleza por su
enraizamiento cósmico y biológico. Es fruto de la evolución que
produjo la vida, de la que él es expresión consciente e inteligente.
Por otro lado, se eleva sobre la naturaleza e interviene en ella,
creando cultura y cosas que la evolución nunca crearía sin él, como
una ciudad, un avión o un cuadro de Portinari.
Por su naturaleza, es un ser biológicamente carente, pues, a
diferencia de los animales, no posee ningún órgano especializado
que le garantice la subsistencia. Por ello se ve obligado a conquistar
su sustento, modificando el medio, creando así su hábitat.
Esto explica que en el proceso de hominización surgiera muy pronto
el paradigma de la conquista. Salió de Africa, donde irrumpió como
Homo erectus hace siete millones de años, y se puso a conquistar el
espacio, empezando por Eurasia, pasando por Asia y América y
terminando por Oceanía. Con el crecimiento de su cráneo,
evolucionó y se convirtió en Horno habilis, inventando, hace 2,4
millones de años, el instrumento que le permitió aumentar aún más
su capacidad de conquista.
Por comparecer como un ser entero, pero inacabado (no es defecto,
sino marca), y porque tiene que conquistar su vida, el paradigma de
la conquista pertenece a la autocomprensión del ser humano y de su
historia. Prácticamente todo está bajo el signo de la conquista.
Conquistar la Tierra entera, los océanos, las montañas más
inaccesibles y los rincones más inhóspitos. Conquistar pueblos y
«dilatar la fe y el imperio»: éste era el sueño de los colonizadores.
Conquistar los espacios extraterrestres y llegar a las estrellas: ésta es
la utopía de los modernos. Conquistar el secreto de la vida y
manipular los genes. Conquistar mercados y altas tasas de
crecimiento, conquistar cada vez más clientes y consumidores.
Conquistar el poder del Estado y otros poderes como el religioso, el
profético y el político. Conquistar y controlar a los ángeles y los
demonios que habitan en nosotros. Conquistar el corazón de la
persona amada, conquistar las bendiciones de Dios y conquistar la
salvación eterna. Todo es objeto de conquista. ¿Qué nos queda aún
por conquistar?
La voluntad de conquista del ser humano es insaciable. Por eso el
paradigma-conquista tiene corno arquetipos referenciales a
Alejandro Magno, Hernán Cortés y Napoleón Bonaparte, los
conquistadores que no conocían ni aceptaban límites.
Después de varios milenios de existencia, el paradigma de la
conquista ha entrado en una grave crisis en nuestros días. ¡Basta de
conquistas! De lo contrario, lo destruiremos todo. Ya hemos
conquistado el 83% de la Tierra, y en este afán la hemos devastado
de tal forma que ha sobrepasado en un 20% su capacidad de
sostenimiento y regeneración. Se han abierto heridas que tal vez no
se cerrarán nunca. Necesitamos conquistar aquello que nunca antes
habíamos conquistado porque pensábamos que era contradictorio:
conquistar la autolimitación, la austeridad compartida, el consumo
solidario, la compasión y la solicitud para con todas las cosas, a fin
de que sigan existiendo. La supervivencia depende de estas
anticonquistas.
Al arquetipo de la conquista —Alejandro Magno, Hernán Cortés y
Napoleón Bonaparte— hay que contraponer el arquetipo del cuidado
esencial —Francisco de Asís, Gandhi, Madre Teresa de Calcuta y
Hermana Dulce—. No hay tiempo que perder. Tenemos que
empezar por nosotros mismos, con las revoluciones moleculares. Sin
ellas no garantizaremos las nuevas virtudes que salvarán la vida y la
Tierra.
3. PARADIGMA-CUIDADO
Después de haber conquistado toda la Tierra, a costa del grave estrés
de la biosfera, es urgente y urgentísimo que cuidemos lo que ha
quedado y regeneremos lo vulnerado. Esta vez, o cuidamos o
morimos. Por eso es tan urgente que pasemos del paradigmaconquista al paradigma-cuidado.
Si nos fijamos bien, descubrimos que el cuidado es tan ancestral
como el universo. Si después del big-bang no hubiese habido
cuidado por parte de las fuerzas directivas, mediante las cuales el
universo se autocrea y autorregula —a saber, la fuerza de la
gravedad, la electromagnética, la nuclear débil y la nuclear fuerte—,
todo se habría expandido demasiado, impidiendo que la materia se
adensase y formase el universo tal corno lo conocemos, o bien todo
se habría retraído hasta tal punto que el universo habría colapsado
sobre sí mismo en interminables explosiones. Pero no. Todo se
realizó con un cuidado tan sutil, en fracciones de milmillonésimas de
segundo, que ello hizo posible que estemos aquí para hablar de estas
cosas.
Ese cuidado se potenció cuando surgió la vida hace 3.800 millones
de años. La bacteria originaria, con cuidado singularísimo, dialogó
químicamente con el medio para garantizar su supervivencia y
evolución. El cuidado se hizo más complejo aún cuando surgieron
los mamíferos —de los que también venimos nosotros— hace 125
millones de años, y con ellos el cerebro límbico, el órgano del
afecto, del cuidado y de la ternura.
El cuidado se hizo aún más central con la emergencia del ser
humano hace siete millones de años. Según una tradición filosófica
que procede del esclavo Higinio, el bibliotecario de César Augusto
que nos legó la famosa fábula del cuidado —a la que el filósofo
Martin Heidegger dedicó páginas tan geniales—, la esencia humana
reside exactamente en el cuidado.
El cuidado es la condición previa que permite la eclosión de la
inteligencia y el afecto; es el orientador anticipado de todo
comportamiento para que sea libre y responsable y, en definitiva,
típicamente humano. El cuidado es el gesto amoroso con la realidad,
el gesto que protege y da serenidad y paz. Sin cuidado, nada de lo
que está vivo sobrevive. El cuidado es la fuerza principal que se
opone a la ley de la entropía, el desgaste natural de todas las cosas,
pues todo lo que cuidamos dura mucho más.
Hoy tenemos que rescatar esa actitud, como ética mínima y
universal, si queremos preservar la herencia que recibimos del
universo y de la cultura y garantizar nuestro futuro. El cuidado surge
en la conciencia colectiva siempre en momentos críticos. Florence
Nightingale (1820-1910) es el arquetipo de la enfermería moderna.
En 1854 parte de Londres, junto con 38 colegas, con destino a un
hospital militar en Turquía, donde se libraba la guerra de Crimea.
Imbuida de la idea de cuidado, en dos meses consigue reducir la
mortalidad del 42% al 2%. La primera guerra mundial destruyó las
certezas y produjo un profundo desamparo metafisico. Y en aquella
situación escribió Martin Heidegger su genial Ser y tiempo (1926),
cuyos párrafos centrales ( 3 9-44) están dedicados al cuidado como
ontología del ser humano. En 1972 el Club de Roma hizo sonar la
alarma ecológica sobre la gravedad del estado de salud de la Tierra.
En 2001 se concluye la redacción de La Carta de la Tierra, texto de
la nueva conciencia ecológica y ética de la humanidad. Los
documentos redactados se estructuran en torno al cuidado como la
actitud más adecuada y necesaria para con la naturaleza. Seres que
practicaron el cuidado fueron Francisco de Asís, Gandhi, Madre
Teresa de Calcuta y la Hermana Dulce. Son arquetipos que inspiran
el camino de la curación y la salvación de la vida y de la Tierra.
Aquí se funda el ethos que ama y cuida.
4. LA RE-LIGACIÓN, BASE DE LA CIVILIZACIÓN
PLANETARIA
Mueren las ideologías. Pasan las filosofías. Pero los sueños
permanecen. Son ellos los que mantienen el horizonte de esperanza
siempre abierto, formando el humus que permite proyectar
continuamente nuevas formas de convivencia social y de relación
con la naturaleza.
Bien entendió la importancia de los sueños el jefe piel roja Seattle
cuando, en 1856, escribió al gobernador del Estado de Washington,
Stevens, que le forzaba a vender sus tierras a los coloniza dores
europeos. Perplejo, se preguntaba sin entender: ¿se puede comprar y
vender la brisa, el verdor de las plantas, la limpidez del agua y el
esplendor del paisaje? Y concluía: los pieles rojas entenderían el
porqué «si conociesen los sueños del hombre blanco, si supiesen
cuáles son las esperanzas que transmite a sus hijos e hijas y cuáles
las visiones de futuro que ofrece para el día de mañana».
¿Cuál es nuestro sueño? ¿Cuál es el sueño de la sociedad civil
mundial que se hizo visible en los pueblos reunidos en Porto Alegre,
en Seattle, en Génova? Es el sueño de la inclusión de todos en la
familia humana, morando juntos en la misma y única Casa Común,
la Tierra; el sueño de la integración de todas las culturas, etnias,
tradiciones y caminos religiosos y espirituales en el patrimonio
común de la humanidad; el sueño de una nueva alianza de los seres
humanos con los demás seres vivos de la naturaleza,
considerándonos verdaderamente hermanos y hermanas en la
inmensa cadena de la vida, en la que somos un eslabón entre otros;
el sueño de una economía política de lo suficiente y de lo decente
para todos, también para los demás organismos vivos; el sueño de un
cuidado de unos para con otros, a fin de exorcizar definitivamente el
miedo; el sueño de hospitalidad, tolerancia, convivencia y
comensalidad con todos los miembros de la familia humana; el
sueño de la coexistencia pacífica y alegre de las diferencias; el sueño
de la capacidad de perdón que permite volver a empezar una historia
sin amarguras y resentimientos; el sueño de un diálogo de todos con
su Profundidad, de donde nos vienen inspiraciones de benevolencia,
de cooperación y de afecto;
el sueño de una re-ligación de todos con la Fuente originaria, de
donde brotan los seres, que nos da el sentimiento de acogida en un
Utero último en el que todas nuestras contradicciones serán resueltas
y todas nuestras lágrimas enjugadas, para caer en los brazos del
Dios-Padre-y-Madre de infinita bondad y descansar de tanto
peregrinar y penar y, finalmente, irradiar vida y más vida para
siempre.
Como se puede deducir, se trata del sueño de una civilización de la
re-ligación universal que incluya a todos, desde la hormiga del
camino hasta la galaxia más distante. Ese anhelo ancestral de la
humanidad fue desterrado por el tipo de cultura que predominó en
los últimos siglos. Somos hijos de un ensayo civilizatorio, hoy
mundializado, que ha realizado cosas extraordinarias, pero que es
materialista y mecánico, lineal y determinista, dualista y
reduccionista, atomizado y compartimentado. Y que ha separado la
materia del espíritu, la ciencia de la vida, la economía de la política,
y a Dios del mundo.
Ha realizado una especie de lobotomía en nuestra mente, pues nos ha
dejado desencantados, ciegos para percibir las maravillas de la
naturaleza e insensibles a la reverencia que el universo suscita en
nosotros. La civilización de la re-ligación de todo con todo dará
centralidad a la religión, más como dimensión antropológica que
como institución, y como fuerza que se propone re-ligar todas las
cosas entre sí, con el ser humano y con el Ser supremo.
Entonces surgirá la civilización de la etapa planetaria, de la sociedad
terrenal, la primera civilización de la humanidad como humanidad
en comunión, al fin, con todas las cosas.
Es importante que no dejemos que el sueño se quede en mero sueño.
Urge poner las bases para su implementación procesual en nuestra
vida diaria, y también dentro de las complejas estructuras de la
civilización contemporánea.
De esta perspectiva podrá nacer una nueva ética, expresión de un
nuevo estado de conciencia de la humanidad y de la realidad, que
lentamente se fue transformando hasta inaugurar la fase globalizada
del destino humano y de la Tierra.
1. CÓMO NACE LA ÉTICA
Hoy vivimos una grave crisis mundial de valores. A la inmensa
mayoría de la humanidad le resulta dificil saber lo que es correcto y
lo que no lo es. Ese oscurecimiento del horizonte ético redunda en
una enorme inseguridad en la vida y en una permanente tensión en
las relaciones sociales, que tienden a organizarse más alrededor de
intereses particulares que en torno al derecho y la justicia. Este
hecho se agrava aún más por causa de la propia lógica dominante de
la economía y del mercado, que se rige por la competencia —la cual
crea oposiciones y exclusiones— y no por la cooperación —que
armoniza e incluye—. Con ello se dificulta el encuentro de estrellasguía y de puntos de referencia comunes, importantes para las
conductas personales y sociales.
Conviene también no olvidar lo que constató el historiador Eric
Hobsbawm en su obra The Age of Extremes [La era de los
extremos]: ha habido más cambios en la humanidad en los últimos
cincuenta años que desde la edad de piedra. Esa aceleración ha
hecho que los mapas conocidos ya no puedan orientarnos, que la
brújula haya llegado a perder el Norte. En esta situación dramática,
¿cómo fundar un discurso ético mínimarnente consistente?
1.1. Religión y razón: fuentes de la ética
El estudio de la historia revela que hay dos fuentes que orientaron y
siguen orientando ética y moralmente a las sociedades hasta nuestros
días: las religiones y la razón.
Las religiones continúan siendo los nichos de valor privilegiados
para la mayoría de la humanidad. Samuel P. Huntington, en su
famosa obra El choque de civilizaciones y la reconfiguración del
orden mundial, reconoce explícitamente: «En el mundo moderno, la
religión es una fuerza fundamental, quizá la fuerza fundamental, que
motiva y moviliza a la gente... Lo que en último análisis cuenta para
las personas no es la ideología política ni el interés económico;
aquello con lo que las personas se identifican son las convicciones
religiosas, la familia y los credos. Por estas cosas combaten e incluso
están dispuestas a dar su vida» (1997, p. 77). Hans Küng, uno de los
pensadores mundiales que más se han ocupado de estas cuestiones,
propone las religiones como la base más realista y eficaz para
construir «Una ética mundial para la economía y la política» (título
de uno de sus libros). Dejando a un lado las diferencias, que no son
pocas, los puntos comunes entre ellas permiten elaborar un consenso
ético mínimo, capaz de mantener unida a la humanidad y de
preservar el capital ecológico indispensable para la vida. Las
religiones representan en la historia el ethos que ama y cuida.
La razón crítica, que irrumpió casi simultáneamente en todas las
culturas mundiales en el siglo vi a.C., en el llamado «tiempo axial»
(Karl Jaspers), trató de establecer desde el primer momento códigos
éticos universalmente válidos. La fundamentación racional de la
ética y de la moral (ética autónoma) representó un esfuerzo
admirable del pensamiento humano desde los maestros griegos
Sócrates, Platón y Aristóteles, pasando por san Agustín, Tomás de
Aquino e Immanuel Kant, hasta los modernos Henri Bergson, Martin
Heidegger, Hans Jonas, Jürgen Habermas, Enrique Dussel y, entre
nosotros, Enrique de Lima Vaz y Manfredo Oliveira —si nos
quedamos dentro del marco de la cultura occidental.
Esta tarea sigue aún abierta, alejada de otros esfuerzos éticos
fundados en otras bases que no son la razón (éticas heterónomas). Es
el ethos que busca.
Con todo, el nivel de convencimiento ha sido moderado y se ha
limitado a los ambientes académicos; por ello ha tenido una
incidencia limitada en la vida cotidiana de las poblaciones.
Esos dos paradigmas no quedan invalidados por la crisis actual, pero
tienen que ser enriquecidos, si queremos estar a la altura de las
demandas éticas que nos vienen de la realidad hoy globalizada.
1.2. El afecto: fuente originaria de la ética
La crisis crea la oportunidad de ir a las raíces de la ética y nos invita
a descender a aquella instancia en la que continuamente se forman
valores. La ética, para ganar un mínimo de consenso, tiene que
brotar de la base última de la existencia humana, que no reside en la
razón, como siempre ha pretendido Occidente.
La razón, como ha reconocido la misma filosofia, no es el primer
momento ni el último de la existencia. Por eso no explica ni abarca
todo. La razón se abre hacia abajo, de donde emerge algo más
elemental y ancestral: la afectividad; y se abre también hacia arriba,
hacia el espíritu, que es el momento en que la conciencia se siente
parte de un todo y que culmina en la contemplación y en la
espiritualidad. Por lo tanto, la experiencia fundamental no es
«pienso, luego existo», sino «siento, luego existo». En la raíz de todo
no está la razón (logos), sino la pasión (pathos).
David Goleman diría: «En el fundamento de todo está la inteligencia
emocional». El afecto, la emoción..., en suma, la pasión, es un sentir
profundo. Es entrar en comunión, sin distancia, con todo lo que nos
rodea. Por la pasión captamos el valor de las cosas. Y el valor es el
carácter precioso de los seres, aquello que los hace dignos de ser y
apetecibles. Sólo cuando nos apasionamos, vivimos valores. Y por
los valores nos movemos y somos.
Siguiendo a los griegos, llamamos a esa pasión eros, amor. El mito
arcaico lo dice todo: «Eros, el dios del amor, se levantó para crear la
tierra. Antes todo era silencio, desnudo e inmóvil. Ahora todo es
vida, alegría, movimiento». Ahora todo es precioso, todo tiene valor,
por causa del amor y de la pasión.
1.3. Tensión entre afecto y razón
Pero la pasión está habitada por un demonio. Dejada a sí misma,
puede degenerar en formas de disfrutedestructivo. Todos los valores
valen, pero no todos valen para todas las circunstancias. La pasión es
un caudal fantástico de energía que, como las aguas de un río,
necesita márgenes, límites y la justa medida. De lo contrario,
irrumpe avasalladora. Es aquí donde entra la función insustituible de
la razón. Lo propio de la razón es ver claro y ordenar, disciplinar y
definir la dirección de la pasión.
Aquí surge una dialéctica dramática entre la pasión y la razón. Si la
razón reprime la pasión, triunfan la rigidez, la tiranía del orden y la
ética utilitaria. Si la pasión prescinde de la razón, dominan el delirio
de las pulsiones y la ética hedonista, del puro disfrute de las cosas.
Mas, si se impone la justa medida, y la pasión se sirve de la razón
para un autodesarrollo ordenado, entonces emergen las dos fuerzas
que sustentan una ética prometedora: la ternura y el vigor.
1.4. Irradiación de la ética: la ternura y el vigor
La ternura es el cuidado para con el otro, el gesto amoroso que
protege y da paz. El vigor abre caminos, supera obstáculos y
transforma los sueños en realidad. Es la rivalidad sin la dominación,
la dirección sin la intolerancia. Ternura y vigor, o también anirnus y
anima, construyen una personalidad integrada, capaz de mantener
unidas las contradicciones y de enriquecerse con ellas. Son dos
principios capaces de sustentar un humanismo sostenible, fundado
en la materialidad de la historia y en la espiritualización de las
prácticas humanas.
De estas premisas puede nacer una ética capaz de incluir a todos en
la familia humana. Tal ética se estructura en tomo a los valores
fundamentales ligados a la vida, a su cuidado, al trabajo, a las
relaciones cooperativas y a la cultura de la no violencia y de la paz.
Es un ethos que ama, cuida, se responsabiliza, se solidariza, se
compadece.
2. EL FUNDAMENTO:
DAIMON Y ETHOS, EL ÁNGEL Y LA MORADA
La cultura dominante es culturalmente pluralista, políticamente
democrática, económicamente capitalista y, al mismo tiempo, es
materialista, individualista, consumista y competitiva, perjudica al
capital social de los pueblos y toma precarias las razones de nuestra
convivencia. Con mucho poder y poca sabiduría ha creado el
principio de la autodestrucción. Por primera vez podemos eliminar
las bases de la supervivencia de la especie, lo cual hace que la
cuestión ética (cómo tenemos que comportamos) sea apremiante e
inaplazable.
Para orientamos en esta espinosa cuestión nos serviremos de dos
palabras griegas, extrañas para muchos, ethos y daimon. Con ellas
afrontaron los griegos la mayor crisis de su historia, estructuralmente
semejante a la nuestra, cuando en el siglo vi a.C. surgió la razón
crítica. Esta amenazaba con privar de sentido a las tradiciones y los
valores que habían garantizado hasta entonces, por la razón mítica y
religiosa, la sociabilidad de la ciudad griega (polis).
Vamos a examinar por nuestra cuenta estas dos palabras seminales,
pues su significado concreto (que es lo que nos interesa) contiene
todavía hoy el secreto de un comportamiento ético destinado a
salvamos a todos y a fundar un nuevo acuerdo mínimo entre los
humanos en la fase planetaria de nuestra historia.
Hay que explicar los términos daimon y ethos, porque su significado
no es inmediatamente comprensible. En primer lugar, cabe decir que
daimon, en griego clásico, no es demonio. Por el contrario, es el
ángel bueno, el genio protector. Y el ethos no es primariamente la
ética, sino la morada humana.
Heráclito, genial filósofo pre-socrático (500 a.C.), unió las dos
palabras en el aforismo 119: «El ethos es el daimon del ser
humano», es decir, «la casa es el ángel bueno del ser humano». En
esta formulación se esconde la clave de toda una construcción ética.
Veámoslo con detenimiento, como hacen los filósofos.
El ethos/morada no está constituido simplemente por las cuatro
paredes y el techo. Esta es una visión exterior y fisica de la casa. La
casa tiene que ser vista desde dentro, en una aproximación
existencial, como una experiencia originaria y, por ello, como un
dato irreducible. Entonces aparece como el conjunto de las
relaciones que el ser humano establece con el medio natural,
separando un pedazo del mismo, para que sea su morada; con los
que habitan en la morada, para que cooperen y sean pacíficos; con
un rincón sagrado, donde guardarnos recuerdos queridos, la vela que
arde, los santos de nuestra devoción o las Sagradas Escrituras; y con
los vecinos, para que haya bondad y ayuda mutua. Morada es todo
esto y, por lo tanto, no algo material, sino existencial y globalizante,
un modo de ser de las cosas y de las personas.
La morada, para serlo, tiene que ser habitable, es decir, tiene que
tener un buen espíritu astral, un buen «axé» [fuerza, magia] —como
dice la tradición nagó— o un vigoroso «shi» —como sostiene la
tradición del Tao y del Feng-Shui—. Eso lo proporciona el daimon,
el ángel bueno, el genio bienhechor y protector. El bien que él
inspira hace de las cuatro paredes y del conjunto de las relaciones la
morada humana, en la que nos sentimos bien, amamos y, si todo sale
bien, morimos tranquilamente,
¿Qué es, entonces el daimon/ángel bueno? Platón, en su
conmovedora Apología de Sócrates, conservó las palabras finales del
genial maestro. Daiinon, dice, es la «voz profética dentro de mí,
proveniente de un poder superior», o también «la señal de Dios».
Nosotros diríamos que es la voz de la interioridad, aquel consejero
de la conciencia que disuade o estimula, aquel sentimiento de lo
conveniente y de lo justo en las palabras y en los actos que se
anuncia en todas las circunstancias de la vida, pequeñas o grandes.
Todos poseen el daimon, ese ángel protector que nos acompaña
siempre, un dato tan objetivo como la libido, la inteligencia, el amor
y el poder.
Como se puede ver, Heráclito, como buen filósofo, deja atrás el
sentido convencional de las palabras y capta su significación secreta:
morada (ethos) acaba siendo la ética que debemos tener, y el ángel
bueno (daimon) el tacto para lo que es justo y bueno, elfreling para
lo que hay que hacer en cada situación.
Ese ángel bueno hace que moremos bien en la casa, que puede ser la
vivienda en que residimos, la ciudad, el país o el planeta Tierra, Casa
Común.
Todo lo que hagamos para que podamos morar bien juntos (seamos
felices) es ético y bueno; lo contrario es antiético y malo.
Hay una especie de tragedia en nuestra historia: el daimon fue
olvidado. En su lugar, los filósofos como Platón y Aristóteles, Kant
y Schopenhauer, pusieron los sistemas éticos, con normas y leyes
tenidas por universales. Pero los sistemas, debido a la ordenación
arquitectónica, se distancian de lo vivenciado. Se hacen abstractos
cuando, en cambio, la ética siempre tiene que ver con la práctica
concreta. Poseen innegables virtudes, pero también vicios como la
rigidez, la inflexibilidad, la a-historicidad. Por eso todos los sistemas
tienen algo de artificial y construido. No pocas veces, las normas
funcionan como imperativos, como superegos castradores, más que
como inspiradoras de comportamientos creativos.
Cuanto más arquitectónico es el sistema, tanto más se distancia del
dairnon, hasta considerarlo inexistente o reducirlo a un subproducto
de los mecanismos de control psicológico o del encuadramiento
social. Mas como el daimon es intrínseco al ser humano (es su
dimensión ontológica indestructible), la voz de ese ángel bueno no
deja de hablar. Puede ser confundida con las otras mil voces de los
ideólogos, de las religiones, de las iglesias, de los Estados o de otros
maestros. Pero él es soberano, y su voz es persistente.
Figuras ejemplares que supieron escuchar al daimon y se dejaron
guiar por él fueron los profetas, como Isaías y Amós, y personajes
como Jesucristo, Buda, Sócrates, Francisco de Asís, Gandhi y otras
muchas personas anónimas, hombres y mujeres que dan testimonio
de la existencia y la persistencia de esta voz interior.
Si queremos una revolución ética que responda a los desafios de
nuestro tiempo, tenemos que desencadenar y liberar al daimon
interior y empezar a escucharlo de nuevo. Para ello tenemos que
rescatar el buen sentido ético, aquello que simplemente debe ser,
pues ésa es la misión que el daimon desempeña dentro de nosotros.
El es la fuente de la creatividad ética y moral. Él nos sugerirá cómo
ordenar la casa que es la ciudad, el Estado y la Casa Común
planetaria.
No tenemos más salida que despertar al daimon en todos nosotros.
¿Es utopía? Sí, pero es la dirección correcta para encontrar el camino
verdadero. El daimon protegerá nuestra vida y la Tierra, hoy
amenazadas. No permitirá que elijamos el suicidio, sino la expansión
y la irradiación de la vida.
3. ÉTICA Y MORAL: DISTINCIONES Y DEFJNICIONES
¿Qué es ética, qué es moral? ¿Son lo mismo o hay que establecer
distinciones entre ellas? Hay mucha confusión al respecto.
Tratemos de esclarecer esta cuestión. Tanto en el lenguaje común
como en un lenguaje más culto, «ética» y «moral» son sinónimos.
Así decimos:
«Aquí hay un problema ético» o «un problema moral», o bien,
uniendo ambas expresiones: «Aquí hay un problema ético y moral».
Con ello emitimos un juicio de valor sobre alguna práctica personal
o social y la calificamos como buena, mala o dudosa.
Ahora bien, si profundizamos en esta cuestión, percibimos que
«ática» y «moral» no son sinónimos.
3.1. Definición de «ética» y de «moral»
La ética es parte de la filosofía. Considera concepciones de fondo
acerca de la vida, del universo, del ser humano y de su destino;
determina principios y valores que orientan a las personas y las
sociedades. Una persona es ética cuando se orienta por principios y
convicciones. Decimos entonces que tiene buen carácter.
nosotros podemos y debemos tenerla, y de ese modo nos
capacitamos para entender mejor lo que significa ética y moral en
nuestra vida.
La moral es parte de la vida concreta. Trata de la práctica real de las
personas, que se expresan por medio de costumbres, hábitos y
valores culturalmente establecidos. Una persona es moral cuando
actúa de acuerdo con las costumbres y valores consagrados. Estos
pueden, eventualmente, ser cuestionados por la ática. Una persona
puede ser moral (sigue las costumbres aunque sea por conveniencia)
y no ser necesariamente ética (obedece a convicciones y principios).
La experiencia ftmdamental, radical, siempre válida, está constituida
por la experiencia de la morada humana (ethos con «e» larga). Ahora
bien, la morada no era ni debe ser entendida fisicamente (las cuatro
paredes y el techo), sino existencialmente.
Pese a ser útiles, estas definiciones son abstractas, porque no
muestran el proceso por el que surgen efectivamente la ática y la
moral. Y en esto los griegos pueden ayudamos.
Partamos de los sentidos de la palabra ethos, de la que se deriva
«ética». Antes de nada, constatamos que los griegos escribían esa
palabra de dos formas diferentes: ethos con eta (o «e» larga), que
significa la morada humana y también el carácter la manera, el modo
de ser, el perfil de una persona; y ethos con épsilon (o «e» breve),
que se refiere a las costumbres, usos, hábitos y tradiciones.
3.2. Experiencia fundamental: la morada humana
¿Cómo articular todas estas dimensiones y no dejarlas yuxtapuestas?
¿Cómo mostrar que son explícitaciones de una experiencia
fundamental singular?
Tenemos que desentrañar esta experiencia originaria, pues
ciertamente no es sólo griega, sino simplemente humana. También
En sentido existencial, la morada significaba —y significa también
para nosotros— la red de las relacioJ\ nes entre el medio fisico y las
personas, como ya\ hemos aclarado antes.
Los griegos llamaban ethos a la morada. Mas para que la morada sea
tal es necesario organizar el espacio físico (habitaciones, salas,
cocina, jardín) y el espacio humano (relaciones de los moradores
entre sí y con sus vecinos), según criterios, valores y principios
inspiradores, para que todo fluya y esté como es debido. Entonces la
casa posee estilo, carácter y su aura propia. De la misma forma, las
personas que la habitan y que sintonizan con el modo de ser propio
de la casa asumen un carácter singular. Los griegos llamaban tanto a
los principios inspiradores como a las personas, cuyo carácter era
moldeado por ellos, ethos, escrito como casa (ethos con «e» larga).
En suma, ethos es sinónimo de ética en el sentido que expusimos
antes: el conjunto ordenado de los ? principios, los valores y las
motivaciones últimas de las prácticas humanas, personales y
sociales. Ethos significa también el carácter; el modo de ser de una
persona o de una comunidad.
Además, en la morada, los moradores tienen costumbres,
tradiciones, hábitos, y modos de organizar las comidas, los
encuentros, las fiestas, las formas de relacionarse, que pueden ser
tensos y competitivos, o bien armoniosos y cooperativos. A esto los
griegos lo llamaban también ethos (con «e» breve). Por tanto, ethos
son las costumbres, aquellos hábitos y comportamientos concretos
de las personas que después los romanos llamarán mores, de donde
se deriva moral.
3.3. Hábitos familiares,
formadores de la ética y de la moral
Como se puede ver; las palabras esconden procesos bien precisos. Es
lo que sucede, procesualmente, con la genealogía de la ética. Todo
empieza en la morada (ethos), que puede ser la casa con- creta de las
personas, o la comunidad, la ciudad, el Estado y el planeta Tierra.
Las personas que moran en ella tienen valores, principios,
motivaciones inspiradoras para el comportamiento (ethos). A esos
dos momentos los llamamos ethos (con «e» larga) o ética. Además,
en la casa las personas no viven de cualquier manera: reproducen
tradiciones, estilos de vida, maneras de organizar las comidas
familiares, los encuentros, las recepciones. Ese conjunto de cosas se
llama también ética, ethos (con «e» breve). Nosotros hablaríamos
hoy de «moral», de acuerdo con la definición que hemos establecido
anteriormente.
Procesualmente, empezando desde abajo, diríamos que las
costumbres y los hábitos (moral) forman el carácter y configuran el
perfil (ética) de las personas. Donald Winnicott, gran pediatra y
psicoanalista británico (1896-1967), estudió, siguiendo a Freud, la
importancia de las relaciones familiares para establecer el carácter de
las personas. A su juicio, ese carácter remite a algo más
fundamental:
a los valores de fondo, a los principios, a la visión de la realidad que
está en la cabeza y en el corazón de las personas. Serán áticas
(tendrán principios y valores), pues, las personas o las sociedades
que hayan tenido una buena moral (relaciones armoniosas e
inclusivas) en casa, en la relación primera con la madre, en la
sociedad y, hoy, en las relaciones globalizadas.
Los medievales no tenían la sutileza de los griegos. Usaban la
palabra moral (que viene de mos/moris, costumbre y hábito) tanto
para las costumbres como para el carácter y los principios y valores
que lo moldean. Todo ello se designaba con el término «moral».
Pero dentro de la moral distinguían entre la moral teórica (filosofia
moral), que estudia los principios y las actitudes que iluminan las
prácticas, y la moral práctica, que analiza los actos a la luz de las
actitudes y estudia la aplicación de los principios a la vida.
A partir de esta comprensión podríamos juzgar las diferentes éticas y
morales existentes en las culturas mundiales. Nos limitamos a la más
vigente y hoy hegemónica: la ética y la moral capitalista. La ética
capitalista dice: bueno es lo que permite acumular más con menos
inversión y en el menor tiempo posible. El fin de la moral capitalista
concreta es emplear el menor número de personas posible, pagar
menores salarios e impuestos y explotar mejor la naturaleza para
acumular más- medios de vida y riqueza.
¿Nos imaginamos cómo serían una casa y una sociedad (ethos) que
tuviesen tales costumbres (moral/ethos) y produjesen caracteres
humanos (ethos/moral) tan voraces? ¿Serían todavía humanas y
beneficiosas para la vida?
Esta es una de las razones —nada irrelevante, por cierto— de la
grave crisis actual: crisis de valores, crisis de una visión más
humanitaria y generosa de la vida, crisis de perspectiva que genera
una crisis ética.
4. EL ETHOS QUE BUSCA
Fue la razón crítica, articulada por los geniales filósofos Platón y
Aristóteles, la que dio el salto del daimon (la percepción ética
fundamental, o sentido moral) al ethos (sistema racional de
principios). De este modo empezó una gran aventura intelectual bajo
cuya vigencia aún nos encontramos, aunque está en su ocaso. A una
distancia de más de dos milenios, podernos tratar de hacer una
lectura de ciego que capte la relevancia e identifique el perfil básico
del ethos de nuestra civilización.
La ática siguió el destino de la razón. La naturaleza de la razón es
buscar, y el ethos será un ethos que busca. La razón no se detiene
ante nada. Por eso es esencialmente desacralizadora. Su expresión
acabada se encuentra en la razón instrumental-analítica, cuyo
producto más importante es la tecnociencia, con la civilización que
ha creado, hoy mundializada. Tiene un inmenso alcance, pues nos ha
proporcionado un saber y un poder nunca antes imaginados: ha
modificado la vida, ha redefinido el espacio y el tiempo y nos ha
llevado fuera de la Tierra. Pero también tiene límites, los cuales que,
si no son controlados, pueden poner en peligro nuestro futuro.
Enumeremos algunos de ellos.
En primer lugar, olvidó el ser (el todo) y se centró en el ente (la
parte), considerándolo la «realidad» fuera de la cual nada existe. La
consecuencia para la ética fue que no se volvió a escuchar la «voz
interior» (degradada a la condición de superego psicológico o a la de
interés de clase), para oír sólo la voz de la norma y el orden, venidos
de fuera, pero intemalizados.
En segundo lugar, dado que los entes son ilimitados, también los
saberes lo son. Pero se olvida que son partes de un todo. Realidad
fragmentada, produjo un saber fragmentado y una ética fragmentada
en infinitas morales, para cada profesión (deontología), para cada
clase y para cada cultura.
En tercer lugar, separó lo que en la realidad siempre va unido: Dios
y mundo, razón y emoción, masculino y femenino, justo y legal,
privado y público. La ética fue dividida en pública y privada, ética
de los intereses y ética de los principios, ética de los medios y ética
de los fines.
En cuarto lugar, el saber fue puesto al servicio del poder, y éste fue
usado como dominación. La ética se hace instrumento de
normalización del individuo, forzado a introyectar las leyes para
introducirse en la dinámica del proceso social, leyes por las cuales es
fiscalizado e incluso castigado. La sociedad se funda menos en la
ética y en la ley que en la legalización de las diversas prácticas
personales y sociales aceptadas oficialmente, sin preguntarse a qué
sirven: si a los intereses de dominación por parte de los poderes
establecidos o a la sociedad que quiere orientarse por el bien común
y por la equidad.
En quinto lugar, fundado solamente en la razón crítica, el ethos que
busca no consiguió consensos mínimos, susceptibles de ser
aceptados y asumidos por las grandes mayorías. Los imperativos
categóricos como los de Kant permanecieron, infelizmente,
abstractos: «trata al ser humano siempre como fin, nunca como
medio» y «obra de tal manera que la máxima de tu acción pueda
valer como norma para todos». Son principios de la razón ilustrada,
no de la razón común de las grandes mayorías de la humanidad.
En sexto lugar, encerrada exclusivamente en el ámbito de la razón, la
ética perdió el horizonte de trascendencia que viene del espíritu y de
su obra, que es la espiritualidad: aquella dimensión de la conciencia
que permite al ser humano sentirse parte del todo e identificar un
sentido mayor de su existencia y de su breve paso por este mundo.
La espiritualidad es para la ética lo que el aura para las estrellas. Sin
aura, las estrellas no brillan; sin espiritualidad, la ética se transforma
fácilmente en moralismo y en legalismo.
En séptimo lugar, la ética perdió el corazón y el pathos, la capacidad
de sentir en profundidad al otro. Es solipsista, está centrada en sí
misma. La ética surge y se renueva siempre que el otro emerge
frente a nosotros. El otro nos obliga a adoptar posicionamientos
concretos, no pocas veces nuevos e innovadores. Hoy, en el proceso
de globalización, irrumpen muchos «otros» que deben ser acogidos,
con los que hay que convivir y establecer una alianza para construir
juntos una nueva historia planetaria.
todo conocimiento que se siente desafiado a conocer cada vez más.
La razón científica nos ratifica ese recorrido: empezó con la materia,
llegó a los átomos, descendió aún más, a los elementos subatómicos,
a la energía y a los campos energéticos, al campo de Higgs, origen
de todos los campos, al big-bang, hace 15.000 millones de años, para
terminar en el vacío cuántico, que es el estado de energía de fondo
del universo, aquella fuente nutricia, misteriosa e innombrable, de
todo cuanto existe, que el conocido cosmólogo Brian Swimme
identifica como la presencia de Dios.
El misterio se revela más inmediatamente en el otro. Por más que se
quiera conocerlo y encuadrarlo, el otro siempre se retira más allá. El
es, efectivamente, misterio vivo y desafiante que nos obliga a salir
de nosotros mismos y a tomar postura ante él.
Cuando el otro irrumpe ante mí, nace la ética. Porque el otro me
obliga a adoptar una actitud práctica de acogida, de indiferencia, de
rechazo, de destrucción. El otro significa una pro-puesta que pide
una res-puesta con res-ponsa-bilidad.
5. EL ETHOS QUE AMA
El límite más oneroso del ethos que busca reside en el hecho de que
ha reservado poco lugar al otro. El paradigma occidental tuvo
siempre dificultades con el otro. Por eso lo incorporó, lo sometió o
lo destruyó. Al negar al otro, perdió la posibilidad de la alianza, del
diálogo y del aprendizaje mutuo. Se impuso el paradigma de la
identidad sin la diferencia, siguiendo los pasos del presocrático
Parménides.
Cuando la razón busca hasta el fin, encuentra en su misma raíz el
afecto que se expresa por el amor y, sobre ella, el espíritu que se
manifiesta por la espiritualidad. Y al término de su búsqueda se
encuentra con el misterio. El misterio no es el límite de la razón, sino
lo ilimitado de la ésta. Por eso el misterio sigue siendo misterio en
El otro hace que surja el ethos que ama. Paradigma de este ethos es
el cristianismo de los orígenes, el paleocristianismo, cuya diferencia
del cristianismo histórico y de sus iglesias radica en el hecho de que
éste, en el terreno de la ética, estuvo más influido por los maestros
griegos que por el mensaje y la práctica de Jesús. El
El ethos que busca no presenta instrumentos internos que nos
permitan dar respuesta a los graves desafios actuales que tienen que
ver con el futuro de la vida y de la humanidad. Necesitamos un ethos
que no sólo busque, sino que también ame y cuide.
paleocristianismo, por el contrario, otorga una centralidad absoluta
al amor al otro, que para Jesús es idéntico al amor a Dios. El amor es
tan central que quien tiene amor lo tiene todo. El atestigua la sagrada
convicción según la cual Dios es amor (1 Jn 4,8), el amor viene de
Dios (1 Jn 4,7) y el amor no morirá nunca (1 Co 13,8). Y ese amor
es incondicional y universal, pues incluye también al enemigo (Lc
6,35). El ethos que ama se expresa en la regla de oro, atestiguada por
todas las tradiciones de la humanidad: «Ama al prójimo como a ti
mismo»: «No hagas al otro lo que no deseas que te hagan a ti».
Así pues, el amor es central porque, para el cristianismo, el otro es
central. Dios mismo se hace otro encarnándose. Sin pasar por el otro,
sin el otro más otro —que es el hambriento, el pobre, el peregrino y
el desnudo—, no se puede encontrar a Dios ni alcanzar la plenitud de
la vida (Mt 25,31-46). Este salir de sí en dirección al otro para
amarlo en sí mismo, para amarlo sin esperar ser correspondido, de
forma incondicional, fundamenta un ethos lo más inclusivo posible,
lo más humanizador que pueda imaginarse. Este amor es un solo
movimiento que se dirige al otro, a la naturaleza y a Dios.
Nadie en Occidente ja igualado siquiera a san Francisco de Asís
como arcjuetipo de esa ética amorosa y cordial. Comenta Eloy
Leclerc, el mejor pensador franciscano de nuestro tiempo,
superviviente de los campos de exterminio nazi de Buchenwald: «En
lugar de endurecerse y encerrar- se en un aislamiento soberbio, se
había dejado desposeer de todo, incluso de su obra. Se había hecho
pequeño ante aquel “cuyo nombre nadie es digno de pronunciar”:
Dios es, y eso basta. Y se había insertado con enorme humildad en
medio de las criaturas. Cercano y hermano de las más humildes,
había fraternizado con la tierra, con su humus original, con sus raíces
oscuras. Y he aquí que “nuestra hermana la Madre Tierra” había
abierto, ante sus asombrados ojos, un camino de fraternidad sin
límites, sin fronteras. Una fraternidad a la medida de toda la
creación. El humilde Francisco se había convertido en el hermano
del Sol y de las estrellas, del viento, de las nubes, del agua, del fuego
y de todo cuanto vive. Entonces se había puesto a cantar su
admiración. Todo cantaba en él. La gracia lo había visitado, y con
ella el júbilo» (El sol sale sobre Asís, Sal Terrae 2000, p. 131).
El ethos que ama funda un nuevo sentido de vivir. Amar al otro es
darle razón de existir. No hay razón para existir. La existencia es
pura gratuidad. Amar al otro es querer que exista, porque el amor
hace que el otro sea importante. «Amar a una persona es decirle: tú
no morirás jamás» (G. Marcel), tú tienes que existir, tú no puedes
morir. Cuando una persona o una cosa se hacen importantes para el
otro, nace un valor que moviliza todas las energías vitales. Por eso,
cuando alguien ama, rejuvenece y tiene la sensación de que empieza
a vivir de nuevo. El amor es la fuente de los valores.
Solamente ese ethos que ama puede responder a los desafios actuales
que son de vida o muerte. Hace que los distantes sean próximos, y
que los próximos sean hermanos y hermanas.
También cuidamos todo lo que amamos. El ethos que ama se abre al
ethos que cuida, se responsabiliza y se compadece.
6. EL ETHOS QUE CUIDA
Cuando amarnos, cuidamos; y cuando cuidarnos, amarnos. Por eso
el ethos que ama se completa con el ethos que cuida. El «cuidado»
constituye la categoría central del nuevo paradigma de civilización
que pugna por emerger en todas las partes del mundo.
La falta de cuidado en el modo de tratar la naturaleza y los recursos
escasos, la ausencia de cuidado en relación con el poder de la
tecnociencia que construye armas de destrucción masiva y de
devastación de la biosfera y de la propia supervivencia de la especie
humana, nos está llevando a un impasse sin precedentes. O cuidamos
o perecemos.
El cuidado asume una doble función: de prevención de daños futuros
y de regeneración de daños pasados. El cuidado posee ese poder
misterioso: refuerza la vida, vela por las condiciones fisicoquímicas, ecológicas, sociales y espirituales que permiten la
reproducción de la vida y de su ulterior evolución.
El elemento correspondiente al cuidado, en términos ecológicopolíticos, es la «sostenibilidad», cuya finalidad consiste en encontrar
el justo equilibrio entre la utilización racional de las virtualidades de
la Tierra y su preservación para nosotros y para las generaciones
futuras. Tal vez recordando la fábula del cuidado, conservada por
Higinio (t 17 d.C.), bibliotecario de César Augusto y filósofo,
entendamos mejor el significado del ethos que cuida:
«Cierto día, Cuidado, que paseaba por la orilla del río, tomó un poco de
barro y le dio la forma del ser humano. Entonces apareció Júpiter, que, a
petición de Cuidado, le insufló espíritu. Cuidado quiso darle un nombre,
pero Júpiter se lo prohibió, pues quería imponerle el nombre él mismo.
Ambos empezaron a discutir.
Después apareció la Tierra, que alegó que el barro era parte de su cuerpo y
que, por lo tanto, ella tenía derecho a escoger un nombre. Y se entabló una
discusión entre los tres que no parecía tener solución.
Al fin, todos aceptaron llamar a Saturno, el viejo dios ancestral, señor del
tiempo, para que fuera el árbitro. Saturno dio la siguiente sentencia,
considerada justa:
“A ti, Júpiter, que le diste el espíritu, se te devolverá el espíritu cuando esta
criatura muera. A ti, Tierra, que le proporcionaste el cuerpo, se te devolverá
el cuerpo cuando esta criatura muera. Y tú, Cuidado, que fuiste el primero
en modelar a esta criatura, acompáñala siempre mientras viva. Y como no
habéis llegado a ningún consenso acerca del nombre, yo decido que se
llame hornem, que viene de humus, que significa tierra fértil”».
Esta fábula está llena de lecciones. El cuidado es anterior al espíritu
infundido por Júpiter y anterior también al cuerpo prestado por la
Tierra. La concepción cuerpo-espíritu no es, por tanto, originaria.
Originario es el cuidado, «que fue el primero en modelar al ser
humano». Cuidado lo hizo con «cuidado», celo y devoción y, por
tanto, con una actitud amorosa. El es anterior, es el a priori
ontológico, aquello que debe existir antes para que pueda surgir el
ser humano. El cuidado, por tanto, entra en la constitución del ser
humano. Sin él no es humano. Con razón Martin Heidegger, en Sery
tiempo, considera que el cuidado es la real y verdadera esencia del
ser humano. De ahí que, como se dice en la fábula, el «cuidado
acompañará siempre al ser humano mientras viva». Todo lo que
haga con cuidado revelará quién es el ser humano y, además, estará
bien hecho.
El ethos que cuida y ama es terapéutico y liberador. Cura las heridas,
despeja el futuro, da seguridad, disipa los miedos e infunde
esperanza. Con razón dice el psicoanalista Rollo May: «En la actual
confusión de episodios racionalistas y técnicos, perdemos de vista al
ser humano. Tenemos que volver humildemente al simple cuidado.
El mito del cuidado, y sólo él, nos permite resistir al cinismo y a la
apatía, males psicológicos de nuestro tiempo» (Eros e repressiio,
Vozes, Petrópolis 1982, p. 340).
7. EL ETHOS QUE SE RESPONSABILIZA
La capacidad de la Tierra para soportar la voracidad del crecimiento
mundial y el consurnismo unido a ella se está agotando rápidamente.
Para que se produzca un cambio radical no bastan los llamamientos
de los organismos internacionales que estudian el estado de la Tierra,
ni tampoco las directrices de los diferentes gobiernos. Es urgente una
verdadera revolución molecular a partir de las conciencias de los
hijos e hijas angustiados de nuestro Planeta. El ethos que busca,
imperante en el mundo, no está en condiciones de proporcionarnos
por sí solo los instrumentos para un salto cualitativo. Se ha
desmoralizado, porque no ha conseguido evitar el genocidio de los
indígenas latinoamericanos, el holocausto nazi-fascista, los gulags
soviéticos, las armas de destrucción masiva, las recientes guerras de
prevención y la devastación del modo de producción capitalista, que
genera cada vez más miseria y exclusión. Consigue imponerse, no
conargumentos, sino por la fuerza. En las conciencias más despiertas
está surgiendo la siguiente convicción: o la civilización planetaria
deja de ser predominantemente occidental o dejará de existir.
Estamos obligados a desarrollar un ethos de responsabilidad
ilimitada hacia todo lo que existe y vive, como condición de
supervivencia de la humanidad y de su hábitat natural.
equilibrio. Y nosotros queremos controlar esos procesos
complejísimos en una sola generación, sin medir las consecuencias
de nuestra acción. Por eso el ethos que se responsabiliza impone la
precaución y la cautela como comportamientos éticos básicos.
Responsabilidad es la capacidad de dar respuestas eficaces
(responsuni en latín, de donde viene «responsabilidad») a los
problemas que nos plantea la compleja realidad actual. Y sólo lo
conseguiremos con un ethos que ame, cuide y se responsabilice. La
responsabilidad surge cuando nos damos cuenta de las
consecuencias de nuestros actos sobre los demás y sobre la
naturaleza. Hans Jonas, el filósofo del «principio de
responsabilidad», formuló así el imperativo categórico:
La responsabilidad revela el carácter ético de la persona. Junto con
las fuerzas rectoras de la naturaleza, la persona se considera coresponsable del futuro de la vida y de la humanidad. Al asumir
responsablemente nuestra parte, hasta los vientos contrarios ayudan
a llevar a puerto el Arca salvadora.
«Actúa de tal manera que las consecuencias de tus acciones no
destruyan la naturaleza, ni la vida, ni la Tierra». Este imperativo vale
especialmente para la biotecnología y para aquellas operaciones que
intervienen directamente en el código genético de los seres humanos,
de otros seres vivos y de las semillas transgénicas. El universo
trabajó 15.000 millones de años, y la biogénesis 3.800 millones de
años, para ordenar las informaciones que garantizan la vida y su
Este ethos propone algunas tareas prioritarias. En relación con la
sociedad, hay que pasar del eje de la competencia, que usa la razón
calculadora, al eje de la cooperación, que usa la razón cordial. En
relación con la economía, hay que pasar de la acumulación de
riqueza a la producción de lo suficiente y digno para todos. En
relación con la naturaleza, urge celebrar una alianza de sinergia entre
la utilización racional de lo que precisamos y la preservación del
capital natural. En relación con la atmósfera espiritual de nuestras
sociedades, hay que pasar de la magnificación de la violencia,
especialmente en los medios de comunicación social, a una cultura
de la paz y del cultivo del bien común.
8. EL ETHOS QUE SE SOLIDARIZA
Vivimos tiempos de enorme barbarie, porque la solidaridad entre los
humanos es extremadamente escasa. 1.400 millones de personas
viven con menos de un dólar al día. Dos terceras partes de esos
1.400 millones están constituidas por la humanidad futura:
niños y jóvenes con menos de 15 años, condenados a consumir 200
veces menos energía y materias primas que sus hermanos y
hermanas estadounidenses. Pero ¿quién piensa en ellos? Los países
ricos no tienen el menor sentido de solidaridad, pues destinan menos
del 1% de su riqueza a luchar contra este azote. Para hacer frente a
esta vergüenza humana es urgente una revolución ética, más que una
revolución política; es decir, hay que despertar un sentimiento
profundo de hermandad y de familiaridad que haga intolerable esa
deshumanización e impida que los voraces dinosaurios del
consumismo prosigan con su vandalismo individualista.
Necesitamos, por tanto, un ethos que se solidarice con todos los que
han caído en el camino.
La solidaridad está inscrita objetivamente en el código de todos los
seres, pues todos somos interdependientes unos de otros.
Coexistimos en el mismo cosmos y en la misma naturaleza con un
origen y un destino comunes. Los cosmólogos y fisicos cuánticos
nos aseguran que la ley suprema del universo es la de la solidaridad
y la cooperación de todos con todos. La misma ley de la selección
natural de Darwin, basada en el estudio de los organismos vivos,
debe ser pensada dentro de esa ley mayor. Además, los seres luchan
no sólo para sobrevivir, sino para realizar virtualidades presentes en
su ser. En el nivel humano, en lugar de la selección natural, tenemos
que proponer el cuidado y el amor. Así, todos pueden ser incluidos,
también los más débiles, y se evitará que sean eliminados en nombre
de los intereses de grupo o de un tipo de cultura que reafirma su
identidad por encima de la dignidad y el derecho de los otros.
La solidaridad se encuentra en la raíz del proceso de hominización.
Cuando nuestros antepasados homínidos salían en busca de
alimento, no lo consumían individualmente, sino que lo llevaban al
grupo para repartirlo solidariamente. Fue la solidaridad la que
permitió el salto de la animalidad a la humanidad y a la creación de
la socialidad, que se expresa por el lenguaje. Todos debemos nuestra
existencia al gesto solidario de nuestras madres, que nos acogieron
en la vida y en la familia.
Estos datos objetivos deben ser asumidos subjetivamente como
proyecto de libertad que 0pta por la solidaridad como contenido de
las relaciones entre todos. La solidaridad política será el eje
articulador de la geosociedad mundial; de lo contrario, no habrá, a
largo plazo, futuro para nadie. Y esa sociedad hay que construirla
desde abajo, desde las víctimas de los procesos sociales y desde los
que sufren. El imperativo es, por tanto:
«Solidarízate con todos los seres, tus compañeros en la aventura
planetaria y cósmica, especialmente con los más perjudicados, para
que todos puedan ser incluidos en tu cuidado». Es importante
también alimentar la solidaridad con las generaciones futuras, pues
también ellas tienen derecho a una Tierra habitable.
Nuestra misión es cuidar de los seres, ser los guardianes del
patrimonio natural y cultural común, haciendo que la biosfera siga
siendo un bien para todas las formas de vida y no sólo para nosotros.
Por causa del ethos que se responsabiliza, veneramos a cada ser y
cada forma de vida.
9. EL ETHOS QUE SE COMPADECE
Para ser plenamente humano, el ethos tiene que incorporar la
compasión. Hay mucho sufrimiento en la historia, demasiada sangre
en nuestros caminos y una interminable soledad de millones y
millones de personas que llevan solas, en su corazón, la cruz de la
injusticia, la incomprensión y la amargura. El ethos que se
compadece quiere incluir a todas esas personas —que, en el fondo,
somos cada uno de nosotros— en el ethos humano, es decir, en la
casa humana, donde hay acogida y donde las lágrimas pueden ser
lloradas sin vergüenza o enjugadas cariñosamente.
Pero antes tenemos que hacer una terapia del lenguaje, pues
«compasión» tiene, en la comprensión común, connotaciones
negativas que le roban su contenido altamente positivo. Según esa
comprensión común, tener compasión significa tener pena del otro,
un sentimiento que lo rebaja a la condición de desamparado, sin
energía interior para erguirse. Entonces nos compadecemos de él y
nos con-dolemos de su situación. Así, por ejemplo, en el hambriento
(y en la humanidad hay miles de millones de personas hambrientas)
ve sólo el hambre de pan. No ve que a la vez existe en él un hambre
de belleza que grita porque quiere realizarse y que con nuestra
solidaridad podría ser saciada.
Podríamos entender también la com-pasión en el sentido del
paleocristianismo (el cristianismo originario, antes de constituirse en
iglesias), un sentido altamente positivo. Tener misericordia equivale
a tener un corazón (cor) capaz de sentir a los míseros y salir de sí
para socorrerlos. Es una actitud que la misma palabra com-pasión
sugiere: compartir la pasión del otro y con el otro, sufrir con él,
alegrarse con él, caminar con él. Pero esa acepción no consiguió
imponerse en
la histona. Predomino la acepcion moralista y menor de quien mira
desde arriba y desliza una limosna en la mano de la persona que
sufre. Mostrar misericordia equivaldría a hacer «candad» al otro,
caridad criticada por el poeta y cantautor argentino Atahualpa
Yupanqui: «Desprecio la caridad por la vergüenza que encierra. Soy
como el león de la sierra: vivo y muero en soledad».
La concepción budista de la com-pasión es diferente. Tal vez la
com-pasión sea una de las mayores contribuciones éticas que Oriente
ofrece a la humanidad. La com-pasión tiene que ver con la pregunta
básica que dio origen al budismo como camino ético y espiritual. La
pregunta es:
¿cuál es el mejor medio para liberarnos del sufrimiento? La
respuesta de Buda es: «Por la compasión, por la infinita compasión».
El Dalai Lama actualiza esa ancestral respuesta de este modo:
«Ayuda a los otros siempre que puedas; y si no puedes, nunca los
perjudiques» (O Dalai Lama fala de Jesus, Fisus 1999, p. 214). Esta
comprensión coincide con el amor y el perdón incondicionales
propuestos por Jesús.
La «gran corn-pasión» (karuna en sánscrito) implica dos actitudes:
desapego de todas las cosas y cuidado para con todas las cosas. Por
el desapego nos distanciamos de las cosas, renunciando a poseerlas,
y aprendemos a respetarlas en su alteridad y diferencia. Por el
cuidado nos aproximamos a las cosas para entrar en comunión con
ellas, responsabilizándonos de su bienestar y socorriéndolas en el
sufrimiento.
He aquí un comportamiento solidario que nada tiene que ver con la
pena y la mera «caridad» asistencialista. Para el budista el nivel de
desapego revela el grado de libertad y madurez alcanzado por una
persona. Y el nivel de cuidado muestra cuánta benevolencia y
responsabilidad desarrolló una persona para con todas las cosas. La
com-pasión engloba las dos dimensiones. Exige, pues, libertad,
altruismo y amor.
El ethos que se compadece no conoce límites. El ideal budista es el
bodhisattva, la persona que lleva tan lejos el ideal de la com-pasión
que se dispone a renunciar al nirvana e incluso acepta pasar por un
número infinito de vidas sólo para poder ayudar a los otros en su
sufrimiento. Ese altruismo se expresó en la oración del bodhisattva:
«Mientras dure el tiempo, persista el espacio y haya personas que
sufren, también yo quiero vivir para liberarlas del sufrimiento». La
cultura tibetana expresa ese ideal a través de la figura del Buda de
los mil brazos y los mil ojos. Con ellos puede, compasivo, atender a
un número ilimitado de personas.
El ethos que se compadece, en la percepción budista, nos enseña
también cómo debe ser nuestra relación con la naturaleza: primero
tenemos que respetarla en su alteridad, y después cuidar de ella. Sólo
entonces podemos usarla, en la justa medida, para nuestro provecho.
A la «guerra infinita» de la demencia actual tenemos que oponer la
«com-pasión infinita» de la sabiduría budista. ¿Utopía? Sí, pero es la
mejor manera de mostrar nuestra verdadera humanidad, hecha de
com-pasión y de cuidado y que se traduce en un ethos que sabe
compadecerse de todos los que viven y sufren, para que nunca estén
solos en su sufrimiento.
10. EL ETHOS QUE TNTEGRA
La ética es del orden de la práctica y no del de la teoría. Por eso son
importantes las figuras ejemplares que testimoniaron en su vida la
realización de una ética coherente. Sólo los ejemplos luminosos son
realmente convincentes.
Para los occidentales la figura más transparente es Francisco, de
Asís, considerado «el primero después del Unico», o «el último
cristiano». No orientó su vida por el modelo imperial de Iglesia
vigente en su tiempo, ni por la dogmática eclesiástica, sino por la
experiencia evangélica, por la inserción en los medios pobres y por
una nueva relación amorosa con la comunidad de la vida. Ello le
permitió rescatar el vigor del paleo- cristianismo, es decir, del
cristianismo de los orígenes jesuánicos y apostólicos.
En san Francisco emergió poderosamente, sin que él tuviese
conciencia elaborada de ello, una fecunda experiencia del ethos
seminal, o sea, una forma nueva de organizar y llenar de valores la
morada humana (ethos). La novedad residía en la inclusión sin
límites de todos, empezando por quienes estaban más excluidos,
como los leprosos, o marginados como los siervos de la gleba y los
pobres en general, abriéndose también para acoger como hermanos y
hermanas a todas las criaturas: los árboles, los animales, el sol y la
luna; en suma, el universo entero. En la experiencia ética de
Francisco se realizan de forma eminente las diversas expresiones del
ethos que hemos analizado anteriormente.
En él descubrimos el ethos que busca. De familia rica, buscó con
extrema intensidad primero ser un caballero heroico, después monje
benedictino y, por último, penitente. Insatisfecho, escogió el
«camino de la simplicidad», que consistía en tomar el evangelio a la
letra y vivirlo sin glosa ni comentario, como fuente inspiradora de un
nuevo ethos. Francisco se da cuenta de lo inusitado de este
propósito. Por eso dice claramente: «El Señor me reveló su voluntad
de que fuese un nuevo loco en el mundo» (novellus pazzus). Es loco
frente a los sistemas que abandona: el burgués emergente, el feudal
decadente, el religioso- monacal vigente. Pero no es loco frente al
nuevo ethos que inaugura. Según el primer biógrafo de la época,
Tomás de Celano, Francisco apareció como «un hombre de un nuevo
siglo»; nosotros diríamos: «de un nuevo paradigma». Lo que
acabamos de decir parece extremadamente contemporáneo, ya que
estamos buscando un nuevo camino civilizatorio y un nuevo
horizonte de esperanza para la humanidad.
Es un representante singular del ethos que ama. A semejanza del
gran místico sufi Rumi —contemporáneo de Francisco que vivía en
la antigua Persia, en el actual Afganistán—, testimonia la mística del
amor y del enamoramiento de Dios como nadie lo había hecho antes
en la historía de Occidente y de Oriente Medio. Llevado por el
impulso del amor, Francisco salía por los bosques a llorar hasta que
se le hinchaban los ojos, y gritaba: «El Amor no es amado, el Amor
no es amado!». Rescató el amor telúrico: amor a la Tierra, a cada ser
de la creación, a la mujer amada, Clara. Su lema es «Deus meus et
omnia» («Mi Dios y todas las cosas»). Dios no quiere que le
amemos solo a El, sino que amemos a todas las críaturas. El amor es
un movimiento único que abraza a todos.
pacis», el movimiento por la paz, para reconciliar a las partes
enfrentadas. Promueve un encuentro entre el obispo de Asís y el
alcalde, considerados enemigos acérrimos. Prohíbe a los compañeros
usar armas, dinero y títulos, fuentes de conflictos. Renuncia a todas
las funciones y permanece como lego (al final de su vida se dejó
ordenar diácono para seguir predicando, ya que estaba estrictamente
prohibido que los legos predicaran), para estar junto al pueblo y los
pobres. Quiere una fraternidad sociocósmica a partir de los últimos.
Vivió ejemplarmente el ethos que cuida. Cuidaba de las abejas en
invierno para que no muriesen de hambre; cuidaba para que los
árboles no fuesen cortados de modo que no pudieran regenerarse;
cuidaba de liberar a los paj arillos de las jaulas... Hasta pedía a sus
compañeros que cuidaran de las malas hierbas en un rincón del
jardín, porque también ellas, a su manera, alababan a Dios.
El poverello de Asís integra en su vida el ethos en el sentido
originario: hace de este mundo la morada benéfica del ser humano.
La expresión suprema del mundo hecho ethos se encuentra en el
admirable Cántico al Hermano Sol, en el que no tenemos tan sólo un
discurso poético-religioso sobre las cosas, sino que éstas sirven de
vestimenta para un discurso más profundo: el del inconsciente que
llegó a su Centro y, con él, el Misterio de ternura que integra todas
las cosas. Los elementos cantados como, el Sol, la Tierra, el fuego y
el agua, las plantas y el viento, e incluso la muerte, la hermana
muerte, se transfiguran y se convierten en símbolos de una total
integración, articulando la ecología exterior (los elementos
naturales) con la ecología interior (el carácter simbólico que tienen
en la psique). El Cántico es la expresión acabada de la completa
integración de nuestra dimensión celeste con nuestra dimensión
terrena.
Es un arquetipo del ethos que se compadece. Fue a vivir entre los
leprosos, los besaba y les daba de comer en la boca, repartía todo
con los pobres, hasta la ropa que llevaba puesta, y se compadecía de
sus propios dolores, a los que llamaba «hermanos», como también
llamaba «hermana» a la muerte.
Dio testimonio del ethos que se solidariza. Vivía en extrema
pobreza, pero, por cálida solidaridad, quería que se diera todo al
hermano sufriente, y rompía el ayuno riguroso para ser solidario con
el compañero que gritaba en la noche: «Me muero de hambre!». En
la cruzada, en el norte de Egipto, se solidariza con los «hermanos
mahometanos», cruza las fronteras entre las tropas cristianas y
musulmanas y va a encontrarse con el sultán. Se muestra solidario
con él, admirado por su piedad y su sabiduría para gobernar.
Por último, mostró de manera concreta el ethos que se
responsabiliza. Ante las guerras entre los burgos, instaura la «legatio
La ética se transfigura entonces en mística, en experiencia abisal del
Ser. Así como una estrella no brilla sin aura, tampoco una ética
adquiere vigencia sin una visión mística y encantada del mundo,
donde la Tierra y el Cielo, y todos los elementos que surgen del
matrimonio entre ambos, se transforman en valor y en señal de un
mundo de bondad, posible para los hijos y las hijas de la Madre
Tierra, a la que san Francisco nos enseñó a amar como hermana y
como madre.
mi casa, mi coche, mi familia... Nadie se siente motivado, por tanto,
a construir algo en común. Lo único en común que queda es la
guerra de todos contra todos con vistas a la supervivencia individual.
Y hoy, en la política mundial, la lucha implacable contra el
terrorismo.
1. BIEN COMÚN PARA TODA LA COMUNIDAD DE LA VIDA
Uno de los efectos más avasalladores del capitalismo globalizado y
de su ideología política, el neoliberalismo, es la demolición de la
noción de bien común o de bienestar social.
Es notorio que las sociedades civilizadas se construyeron y siguen
continúan construyéndose sobre dos pilares fundamentales: la
participación de los ciudadanos (ciudadanía activa) y la cooperación
de todos. Juntas crean el bien común. Pero éste fue enviado al limbo
de las preocupaciones políticas, y su lugar fue ocupado por las
nociones de rentabilidad, flexibilización, adaptación y
competitividad. La libertad del ciudadano es sustituida por la
libertad de las fuerzas del mercado; el bien común, por el bien
particular; y la cooperación, por la competitividad.
La participación y la cooperación aseguraban la existencia de cada
persona y la vigencia de los derechos. Una vez negados esos valores,
la existencia de cada uno no está ya socialmente garantizada, ni sus
derechos asegurados. Por eso cada uno se siente forzado a garantizar
lo suyo. De este modo surge un individualismo avasallador, que se
pone de manifiesto en el lenguaje cotidiano: mi empleo, mi salario,
En este contexto, ¿quién va a pensar en el destino común de la
especie humana y de la única casa colectiva, la Tierra? ¿Quién se
cuidará del interés general de los 6.300 millones de seres humanos?
El neoliberalismo es sordo, ciego y mudo frente a esta cuestión
fundamental. Y sería contradictorio suscitarla, pues defiende
concepciones políticas y sociales directamente opuestas al bien
común.
Su propósito básico es éste: el mercado tiene que ganar, y la
sociedad tiene que perder. Es el mercado el que habrá de regularlo y
resolverlo todo. Y si es así, ¿por qué vamos a construir cosas en
común? Se deslegitimó el bienestar social.
Sucede, por otro lado, que el creciente empobrecimiento mundial es
el resultado de las lógicas excluyentes y depredadoras de la actual
globalización competitiva, liberalizadora, desregularizadora y
privatizadora. Cuanto más se privatiza, tanto más se legitima el
interés particular en detrimento del interés general, además de
debilitar al Estado, el administrador del interés general. Es el triunfo
del killer (asesino) capitalismo. ¿Cuánta perversidad social y
barbarie soporta el espíritu?
¿Qué es el bien común? En el plano infra-estructural, es el acceso
justo de todos a los bienes básicos (alimentación, salud, vivienda,
energía, seguridad y comunicación). En el plano humanístico, es el
reconocimiento, el respeto y la convivencia pacífica. Por el hecho de
haber sido desmantelado najo la virulencia de la globalización
competitiva, el bien común tiene que ser ahora reconstruido. Para
ello hay que dar hegemonía a la cooperación y no a la competencia.
Si no se produce ese cambio, dificilmente se mantendrá la
comunidad humana unida y con un futuro que valga la pena.
Al contextualizar estas reflexiones para los tiempos actuales,
constatamos con entusiasmo que esa reconstrucción del bien común
constituye el núcleo del proyecto político del Partido de los
Trabajadores y del presidente Lula, elegido en el año 2002. Ha
empezado por donde debía: «Hambre Cero». Ha puesto un cimiento
seguro: el nuevo pacto social a partir de los valores de la
cooperación y la buena voluntad de todos. Afirma una convicción
humanística fundamental: no hay futuro a largo plazo para una
sociedad fundada sobre la falta de justicia, de igualdad, de
fraternidad, de cuidado y de cooperación. Esa sociedad niega el
anhelo más originario del ser humano desde que éste apareció en la
evolución, hace millones de años. Lula articula ese anhelo ancestral,
y de ahí brota su fuerza de convocatoria. Si el Partido de los
Trabajadores y Lula no satisfacen ese anhelo, lo harán otros actores
en otros momentos. Pero ese sueño de la humanidad pasa por él y
por las esperanzas históricas que ha suscitado.
El bien común no puede ser concebido antropocéntricamente. En la
comprensión que estamos desarrollando hoy en día acerca de las
inter-retro-conexiones del ser humano con su medio natural y
cultural, tenemos que incluir también la naturaleza con sus
ecosistemas y la propia Tierra-Gaia, superorganismo vivo en la
construcción del bien común. Todos los seres, especialmente los
vivos, poseen cierta subjetividad, pues son sujetos de interrelaciones,
se sitúan activamente en el proceso cosmogénico y biogénico y, por
ello, tienen una historia. Nosotros, como seres humanos, somos un
eslabón, si bien singular, de la corriente de la vida. Tenemos los
mismos elementos fisico-químicos con los que se forma el código
genético de todos los seres vivos. De ahí se deriva un parentesco
objetivo con la comunidad de la vida. Este es el fundamento para
otorgar personalidad jurídica a las montañas, a los ríos, a los
bosques, a los animales y a todos los demás organismos vivos. Ellos
tienen derecho a ser respetados y tienen que ser respetados en su
alteridad y singularidad.
En razón de esta comprensión, el bien común no puede ser sólo
humano, sino de toda la comunidad terrenal y biótica con la que
compartimos la vida y el destino. La economía política no puede
cuidar sólo del bienestar material de los seres humanos, sino de
todos los demás seres que necesitan tener agua no contaminada,
suelos no envenenados, aire sin polución y nutrientes de calidad. Sin
esa ampliación de la democracia, que será entonces sociocósmica,
nuestro bien común no será suficiente ni adecuado.
La cooperación se refuerza con más cooperación, pues aquí reside la
savia secreta que alimenta y revigoriza permanentemente el bien
común.
2. AUT0LIMITACIÓN: VIRTUD ECOLÓGICA
El terror suscitado por el lanzamiento de sendas bombas atómicas
sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945 fue tan profundo que cambió el
estado de con-ciencia de la humanidad. Se introdujo la perspectiva
de la destrucción masiva, acrecentada posteriormente con la
fabricación de armas químicas y biológicas, capaces de amenazar la
biosfera y el futuro de la especie humana.
Antes, los seres humanos se permitían hacer guerras convencionales,
explorar los recursos naturales, deforestar, arrojar basura a los ríos y
gases a la atmósfera, y ello no producía grandes modificaciones
ambientales. Una conciencia tranquila nos aseguraba que la Tierra
era inagotable e invulnerable y que la vida continuaría siendo la
misma y para siempre en el futuro.
Ese presupuesto ya no existe. Cada vez somos más conscientes de
aquello que declara La Carta de la Tierra: «Estamos en un momento
crítico de la historia de la Tierra, en el que la humanidad debe elegir
su futuro... o formar una sociedad global para cuidar la Tierra y
cuidar unos de otros o arriesgarnos a la destrucción de nosotros
mismos y de la diversidad de la vida».
Este documento, asumido por la UNESCO en el año 2000,
representa la nueva perspectiva planetaria, ética y ecológica de la
humanidad. Los hechos que sustentan la alarma son irrefutables:
sólo tenemos esta Casa Común en la que habitar; sus recursos son
limitados, y muchos de ellos no renovables; el agua dulce es el bien
más escaso de la naturaleza (sólo el 0,7% es accesible de manera
inmediata para el uso humano); la energía fósil, el petróleo, motor
del desarrollo moderno, tiene los días contados; y el crecimiento
demográfico es amenazador.
Hemos sobrepasado ya en un 20% la capacidad de aguante y de
renovación de la biosfera. Querer generalizar para toda la humanidad
el tipo de desarrollo hoy imperante exigiría otros tres planetas
iguales al nuestro. La inmensa mayoría no piensa en estas cosas,
pues les parece insoportable enfrentarse a los límites o, en último
término, al desastre colectivo, que es posible incluso en nuestra
generación.
Estos problemas son graves. Pero hay uno todavía mayor: la lógica
del sistema mundial de producción y la cultura consumista que ha
creado. El sistema dice:
debemos producir cada vez más, sin poner límites al crecimiento,
para que podamos consumir cada vez más, sin poner límites a la
cesta de la oferta. La consecuencia inmediata de esta opción es una
doble injusticia: la ecológica, por la depredación de la naturaleza, y
la social, por la creación de desigualdades. La humanidad se puede
dividir entre quienes comen hasta hartarse y quienes comen
insuficientemente y están condenados a todos los males relacionados
con de la pobreza, a la marginalidad y a la exclusión.
Si queremos garantizar un futuro común de la Tierra y de la
humanidad, se imponen las virtudes cardinales imprescindibles: la
búsqueda del bien común, la autolimitación y la justa medida. Las
tres son expresiones de la cultura del cuidado y de la
responsabilidad. Pero ¿cómo postular esas virtudes si todo el sistema
social mundial funciona precisamente porque las niega?
Esta vez, sin embargo, no tenemos elección: o cambiamos y nos
guiamos por el cuidado y la responsabilidad colectiva,
autolimitándonos en nuestra voracidad y viviendo la justa medida en
todas las cosas en la perspectiva del bien común humano y
ambiental, o tendremos que afrontar una tragedia sin precedentes.
La autolimitación significa un sacrificio necesario que salvaguarda
el Planeta, tutela intereses colectivos y funda una cultura de la
simplicidad voluntaria. No se trata de no consumir, sino de consumir
de manera responsable y solidaria para con los seres humanos y los
demás seres vivos de hoy y los que vendrán después de nosotros.
Ellos también tienen derecho a la Tierra y a una vida con calidad.
3. LA JUSTA MEDIDA: FÓRMULA SECRETA DEL UNIVERSO
Y DE LA FELICIDAD
La cultura imperante es excesiva en todo. No tiene ni el sentido de la
autolimitación ni el de la justa medida. Por eso está en una crisis que
pone en peligro su propio futuro. El desafio es éste: ¿cuál es la justa
medida que preserva el patrimonio natural y la supervivencia de la
biosfera?
La justa medida es el óptimo relativo, el equilibrio entre el más y el
menos. Por un lado, la medida es sentida negativamente como un
límite a nuestras pretensiones. De ahí nace la voluntad y hasta el
placer de violar el límite. Por otro lado, es sentida positivamente
como la capacidad de usar de manera moderada las potencialidades
para que duren más. Ello sólo es posible cuando se encuentra la justa
medida.
Si nos fijamos bien, descubrimos que la justa medida es la fórmula
secreta por la que el universo se organizó y ha garantizado su
equilibrio hasta nuestros días. Si, después del big-bang, las fuerzas
de expansión no hubiesen sido contenidas por la energía
gravitacional, todos los elementos se habrían difundido hasta diluirse
en el espacio infinito. Entonces no se habría producido la
condensación de los gases ni se habrían formado las estrellas, los
planetas y la Tierra, y nosotros no estaríamos aquí para reflexionar
sobre todas estas cosas. Si la fuerza de la gravedad hubiese
predominado y si todos los materiales hubiesen regresado sobre sí
mismos, habrían explotado en cadenas sucesivas, y el universo y
nosotros no habríamos surgido. Por el contrario, todo se procesó
según la justa medida. Se instauró un equilibrio dinámico y sutil
entre expansión y condensación, de modo que pudieran surgir
cuerpos densos, seres vivos y complejos como los animales y como
nosotros mismos.
Esta justa medida está anclada en lo más profundo de nuestro ser, en
los arquetipos ancestrales que orientan nuestra vida. Ellos toman
cuerpo en todas las producciones humanas, haciendo que sean bellas
y armónicas, por causa del justo equilibro que en ellas se establece.
No es de extrañar que, por ejemplo, las culturas de la cuenca
mediterránea, como la egipcia, la griega, la latina y la judía, que
tanto influyeron en la nuestra, hayan postulado siempre la búsqueda
de la justa medida como fuente constructora de equilibrio social. Esa
era y sigue siendo la preocupación central del budismo y de la
filosofía ecológica del Feng-Shui chino. Para todas, el símbolo
principal era la balanza, y las respectivas divinidades femeninas eran
tutoras de la justa medida.
La diosa Maat de los egipcios cuidaba de que todo fluyese
equilibradamente. Pero los sabios egipcios pronto comprendieron
que la justa medida exterior sólo se alcanza a partir de la justa
medida interior. Sin la convergencia de la Maat interior con la
exterior perdemos la justa medida, es decir, el equilibrio, y nos
volvemos destructivos.
Una de las características fundamentales de la cultura griega fue la
búsqueda insaciable de la medida en todo (métron). Clásica es la
formulación «méden ágan» («nada en exceso»). Esa medida justa se
ve realizada en todas las grandes obras artísticas de los griegos, en la
escultura, en la arquitectura, en el teatro y en la filosofía. De esta
herencia seguimos alimentándonos todavía hoy.
La diosa Némesis, venerada por griegos y romanos, representaba la
justa medida en el orden divino y humano. Todos cuantos osaran
sobrepasar la propia medida (incurriendo en la hybris = autoafirmación arrogante) eran inmediatamente fulminados por Némesis.
Así les sucedía a los campeones olímpicos, que, como en nuestros
días, se dejaban endiosar por los admiradores; y también les sucedía
a aquellos filósofos y artistas que permitían una exaltación excesiva
de sus vidas y obras.
La Biblia judeocristiana funda la medida justa en el reconocimiento
del límite insalvable entre el Creador y la criatura. La criatura jamás
será como Dios, que fue la pretensión de nuestros primeros padres
en el paraíso terrenal: imaginaron que lo conseguirían comiendo del
fruto prohibido; comieron de él, sobrepasaron el límite que Dios les
había impuesto, no se convirtieron en dioses y fueron expulsados del
paraíso.
Pecado es rechazar el límite, no reconocer la condición de criatura.
A pesar de la expulsión, permaneció el imperativo de la justa medida
en la forma de «cultivar y guardar» el jardín del Edén, es decir, vivir
la ética del cuidado. Detrás de «cultivar» resuena siempre «culto» y
«cultura», que señalan el trato respetuoso a la Tierra (culto). Y detrás
de «guardar» resuena el aprovechamiento sostenible de sus recursos
para atender necesidades humanas, no con fines de acumulación.
En el lenguaje bíblico, ser «imagen y semejanza de Dios» significa
ser el representante y el lugarteniente de Dios en medio de la
creación. Como tal, el ser humano tiene que prolongar el acto
creador divino, creando también con la misma benevolencia con que
Dios creó todas las cosas («y vio que todo era bueno»). El efecto
final de las intervenciones, bajo la justa medida, es la cultura, como
hominización y humanización de la naturaleza.
La justa medida se exige en dos importantes campos de la actividad
humana actual: la ecología y la biotecnología. En la ecología se
plantea continuamente la cuestión: ¿cuál es la justa medida de
intervención en la naturaleza para satisfacer nuestras necesidades y,
al mismo tiempo, conservar el capital natural, de modo que pueda
regenerarse y perdurar indefinidamente?
Aquí necesitamos sabiduría y prudencia para no someter a la
biosfera a un estrés excesivo. En el campo de la biotecnología
tenemos que preguntarnos: ¿cuál es la justa medida en la
manipulación del código genético humano? Esa medida aparece
cuando el ser humano entra en una profunda comunión con la propia
vida. Es entonces cuando percibe la vida como la irrupción más
compleja y misteriosa del proceso de la evolución. La vida exige
respeto y reverencia, necesita ser cuidada continuamente para
mantenerse y co-evolucionar.
Los genetistas tienen que entrar en el laboratorio de experimentación
como quien entra en un templo, y han de realizar procesos como
quien celebra una liturgia. De lo contrario, podrían poner en peligro
el futuro de la vida, la cual no es ninguna mercancía. Por eso la
investigación no se ordena al lucro, sino a la mejora de la propia
vida.
Aprendamos de los antiguos cómo sanar la crisis civilizatoria:
viviendo sin exceso, en la justa medida y en el cuidado esencial para
con todo cuanto nos rodea.
fundamentó el clásico imperialismo occidental (neologismo
introducido en 1870 en Gran Bretaña) en sus diferentes formas.
Un rasgo característico del imperialismo es que no tiene límites. Su
lógica le lleva a conquistar todo y a todos: el espacio físico, todas las
esferas de la vida, las mentes y los corazones de los pueblos. Y no
contento con ello, invoca el mandato divino, como el «destino
manifiesto» estadounidense o el «requerimiento» de los
colonizadores ibéricos. En nombre de la misión se ha llevado el
terror a todos los continentes, se ha impuesto la uniformización de la
cultura, se ha instaurado el modo occidental de organizar la sociedad
y se ha implantado la religión cristiana («dilatar la fe y el imperio»).
1. AMENAZA CONTRA LA PAZ:
EL IMPERIALISMO GLOBALIZADO
Occidente siempre tuvo una obsesión persistente:
llevar su cultura y su visión del mundo a todos los pueblos de la
Tierra. Primero quisieron hacerlo los griegos. Y Alejandro Magno
llegó hasta la India con el propósito de conquistar a los «bárbaros» y
llevarlos a la civilización. Después lo intentaron los romanos,
señores de un imperio milenario, que sometían a los pueblos y los
integraban en su cultura, considerada la mejor. Y más tarde los
cristianos. Trataron de conseguirlo hasta que fracasó el Imperio
Romano-Germánico. Siempre quisieron —y todavía hoy siguen
queriendo— llevar la salvación al mundo entero. Primero, a través
de la misión cristiana, y después, al secularizarse, mediante la
política y la guerra de conquista colonial. Esto significó la
imposición, para bien o para mal, de los valores y las instituciones
occidentales a todos los pueblos sometidos. Ese propósito
El presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, ha rescatado
en nuestros días tanto la vertiente religiosa como la política del
imperialismo, confiriéndole un carácter planetario. Religiosamente,
entiende a los Estados Unidos como el «segundo pueblo elegido»,
con la misión de destruir el eje del mal. Y, políticamente, quiere
salvar al mundo configurando la globalización con los valores
típicos de la cultura estadounidense, que, según él, es la mejor y la
más racional posible. Imbuido de esta convicción mesiánica, aparece
en público con el pecho hinchado, dando pasos largos, con gestos
triunfantes y aires de césar glorioso o de rey-sol (de pacotilla).
Ese nuevo imperialismo no se basa ya en el territorio, sino en los
intereses globales. En nombre de ellos, Bush se reserva el derecho a
intervenir cuando quiera y allí donde piense que esos intereses están
siendo amenazados, como en el caso de Irak.
En su discurso programático a la nación, el 17 de septiembre de
2002, Bush resucitó el poder absolutista e imperial («lo que cuenta
es lo que nosotros queremos») y declaró la guerra preventiva como
instrumento de orden en el mundo.
Bush quiere globalizar tres valores: la libertad, la democracia y el
libre comercio. Valores preciosos, pero desfigurados por su versión
capitalista. La libertad es entendida como independencia individual
sin vinculación social. Significa libertad para ganar dinero y
acumular, cada vez más, sin ningún escrúpulo. La democracia es
delegativa y formal, y sólo funciona en la esfera política —no en la
economía, ni en la escuela ni en la vida— como valor universal. El
libre comercio es efectivamente libre para los más fuertes, que
imponen su lógica de pura competencia, sin ninguna cooperación,
absorbiendo a los más débiles o eliminándolos friamente.
El sueño americano, según Bush, consiste en transformar el Globo
en un inmenso mercado común donde todo se convierta en
mercancía: el capital material (bienes) y el capital simbólico
(valores); donde todo sea racionalmente administrable, incluso lo
que no es administrable en sí, como el afecto, la amistad, el amor, el
envejecimiento, la imagen y la muerte.
El imperialismo occidental es nuestra enfermedad, porque seguimos
pensando que somos los mejores y humillamos a los otros, perdiendo
la oportunidad de aprender de ellos. No obstante, aunque a duras
penas, también hemos creado un antídoto, que es la autocrítica.
Démonos cuenta del mal que hemos hecho a los pueblos y a nosotros
mismos. Después de todo, no somos más que una cultura y una
religión entre otras. La curación está en el diálogo incansable, en la
apertura a los otros, en el intercambio que nos enriquece y nos hace
humildes.
El rechazo del diálogo, la satanización del otro y la arrogancia
producen tragedias. Pese a estar cansados, todavía creemos que la
paz perpetua es posible, mediante aquellas virtudes que siempre
negamos, pero que un día triunfarán. Ese día bienaventurado llegará.
Sin esa esperanza, nada tendría sentido. Sólo habría oscuridad, sin
las señales del amanecer.
2. TERRORISMO: LA GUERRA DE LOS OFENDIDOS
El terrorismo recorre el mundo como un fantasma que inspira un
miedo generalizado. En ciudades como Río de Janeiro se tiene la
impresión de que algunos días el terrorismo se ha adueñado de la
ciudad. Los traficantes se apoderan de barrios enteros, imponiendo
sus órdenes y colocando señales inequívocas de su poder. Sus jefes
alegan que actúan para vengarse del terror policial a comunidades
pobres y de la corrupción generalizada de la política.
He aquí algunos síntomas del miedo generalizado: un árabe, en
Nueva York, pide una información a un policía. y éste lo detiene
pensando que se trata de un terrorista. Después se comprueba que es
un simple ciudadano inocente. Un avión sale de Houston en
dirección a Dallas. Algunos pasajeros se imaginan que hay hombres
armados a bordo. Es suficiente para accionar la alarma y para que
aviones de guerra F-16 escolten al avión. Con frecuencia el gobierno
alarma a la nación, anunciando la inminencia de atentados y
alimentando la paranoia ya generalizada.
Esta fenomenología muestra la singularidad del terrorismo: la
ocupación de las mentes. En las guerras y en las guerrillas se
necesita ocupar el espacio fisico para triunfar realmente. En el terror
no es así. Basta con ocupar las mentes, activar el imaginario,
internalizar el miedo.
Los estadounidenses ocuparon fisicamente el Afganistán de los
talibanes. Pero los talibanes ocuparon psicológicamente las mentes
de los estadounidenses. Convirtieron a los Estados Unidos en una
nación ocupada por el miedo, desde el Gobierno hasta el último
ciudadano. ¿Quién venció? Ciertamente, quien mantiene al otro
como rehén de su estrategia. Vence, por tanto, quien domina las
mentes y no quien simplemente conquista el espacio. Por desgracia,
la profecía que hizo Osama Bm Laden el 8 de octubre de 2002 se ha
cumplido: «Los Estados Unidos nunca volverán a tener seguridad,
nunca volverán a tener paz».
¿Cómo desmontar este mecanismo hoy globalizado? Aquí no
disponemos de espacio para exponer las estrategias usadas hoy por
los gobiernos y los órganos de seguridad. Lo que a nosotros nos
importa es captar la naturaleza del terror y su eficacia. No
necesitamos leer a Albert Camus ni al teórico del terror, el francés
Georges Sorel (1847- 1922), para saber cómo funciona. Basta con
observar el fenómeno actual.
El terrorismo sigue la siguiente estrategia: 1) los actos terroristas
tienen que ser espectaculares; de lo contrario, no causan una
conmoción generalizada; 2) los actos, a pesar de ser odiados, tienen
que provocar admiración por la sagacidad empleada; 3) los actos
tienen que sugerir que han sido minuciosamente preparados; 4) los
actos tienen que ser imprevistos, para dar la impresión de que son
incontrolables; 5) los actos tienen que quedar en el anonimato de los
autores porque, cuanto más sospechosos sean, mayor será el miedo;
6) los actos tienen que alimentar el miedo durante el mayor tiempo
posible; 7) los actos tienen que deformar, en los ciudadanos comunes
y en los órganos de seguridad, la percepción de la realidad: cualquier
cosa diferente puede representar un acto de terror posible. Así, por
ejemplo, basta con ver a un árabe para que aparezca el fantasma del
terrorista, o a un chabolista bien vestido para proyectar en él la
figura de un traficante potencial y peligroso.
Tratemos de dar una definición: el terrorismo es toda violencia
espectacular practicada con el propósito de ocupar las mentes con el
miedo y el pavor. Lo importante no es la violencia en sí, sino su
carácter espectacular, capaz de dominar las mentes de todos.
Por lo general, recurren al terror grupos minoritarios, marginados u
oprimidos que rechazan el camino político como medio para la
solución de sus problemas. Usa también el terror el crimen
organizado, como el tráfico de drogas o de armas, para enfrentarse al
sistema de control y represión y como forma de desviar la atención.
Usa el recurso al terror también el Estado que no tiene legitimidad y
necesita el terror para imponerse, como sucedió a partir de la década
de 1960 en América Latina. Hoy existe el terrorismo de Estado
como estrategia de los países ricos para combatir el terrorismo
internacional. Así, el gobierno de los Estados Unidos, gravemente
alcanzado por actos de terror, utiliza métodos que son verdaderos
actos terroristas, como prisiones de sospechosos sin comunicación
alguna con sus familias, sin derecho a una defensa jurídica y,
eventualmente, sometidos a tribunales con el poder de condenar a
muerte sin ninguna salvaguarda jurídica para el sospechoso.
Desde 1960 se han perpetrado en el mundo 137 actos terroristas de
gran repercusión. Tal vez el terrorismo sea la guerra posible en el
mundo globalizado, la única capaz de ser llevada a efecto y,
eventualmente, ganada por los débiles y periféricos, los que se
rebelan porque se sienten ofendidos en su cultura y su religión.
¿Cómo desmontar esta máquina de miedo y de destrucción? Todos
tenemos que afrontar esta cuestión, que remite a algo más profundo
que la simple política de control y represión y exige un nuevo
paradigma de relaciones sociales que imposibiliten el recurso al
terrorismo o le priven de sentido. Y aquí nos encontramos con un
nuevo ethos de socialidad, cuyos ejes serán el cuidado generalizado,
la responsabilización colectiva por el bien común, la participación, la
solidaridad y la compasión, objetos de reflexión de nuestro texto.
3. LA GLOBALIZACIÓN DEL RIESGO
La globalización trajo, entre otras cosas, la planetarización de la
condición humana y la conciencia de que la Tierra y la humanidad
poseen un destino común. Por eso tenemos que afrontar juntos el
futuro como un sujeto único. Esto nos obligaría, normalmente, a
elaborar un proyecto planetario solidario y una gestión colectiva de
los problemas, con objeto de conferir sostenibilidad a la vida del
Planeta.
de disuasión, corno hasta ahora, sino de agresión, y agresión
preventiva.
Tampoco imaginamos la devastación de vidas humanas y la
destrucción de ecosistemas que supone una guerra en la que se usan
tales armas. Ya se usaron en Kosovo, en la ex-Yugoslavia, y
nuevamente en la segunda guerra contra Irak, bombas de racimo y
bombas revestidas con uranio empobrecido. Los efectos sobre la
vida y el código genético se prolongan durante decenios.
Pero tal cosa no ocurre. Cualquier tentativa en esta línea es
boicoteada sistemáticamente por los grandes de la Tierra,
encabezados por los Estados Unidos, que se reúnen todos los años,
más para hablar de dinero y garantizar sus ventajas que para afrontar
colectivamente la situación social mundial, profundamente
degradada e injusta. En los foros mundiales no se ha logrado ningún
acuerdo sobre las cuestiones realmente globales, como el clima, el
agua potable, el calentamiento del Planeta, las fuentes alternativas de
energía, la agricultura y la biodiversidad. No hay voluntad de
construir el bien común planetario, ni existe una cultura para tal tipo
de postulado. Lo que une a todos es una guerra contra el terrorismo y
la defensa de los intereses comunes, hoy globalizados.
¿Adónde nos llevará esa demencia belicista desenfrenada? Lo más
grave, no obstante, es el fundamentalismo político-económico de las
potencias occidentales. El fundamentalismo suministra razones para
ese camino de alto riesgo, pues manifiesta la creencia ciega según la
cual no necesitamos preocuparnos por la ordenación del mundo y la
garantía de nuestro futuro. Están asegurados, creemos, por las
fuerzas libres del comercio, por el libre espacio de los capitales y por
el mercado libre. El dogma proclama que estas instancias
constituyen la forma más eficaz de autorregulación y seguridad
colectiva. Pero la creciente miseria de los pueblos, el aumento de la
devastación ecológica y el agravamiento de los conflictos mundiales
ponen de manifiesto que ese dogma es en realidad una herejía.
Tal política provinciana, llevada a efecto por las potencias
industrialistas, es demente, porque tolera la globalización del riesgo
de guerra tecnológica, del enfrentamiento entre pobres y ricos, cuyo
desenlace puede ser fatal para todos. Si, como especie, somos a la
vez sapiens y demens, entonces aquí se evidencia de manera
alarmante el lado de la demencia presente en los seres humanos. Esta
se revela de forma particularmente peligrosa en las medidas políticomilitares del Gobierno de los Estados Unidos, que representan un
verdadero crimen de lesa humanidad, especialmente por lo que se
refiere a la eventual utilización de armas nucleares, que ya no serán
Nunca hemos sentido tanta urgencia de sabiduría como en los
tiempos actuales. Una sabiduría que imponga límites al poder
avasallador y garantice el futuro de la vida y de la Tierra. Esta vez
no hay un Asca de Noé que pueda salvar a algunos. O nos salvamos
todos o perecemos todos. Hay momentos en que todos, incluidos los
ateos amantes de la vida, tienen que rezar.
4. LA GUERRA: UNA CUESTIÓN METAFÍSICA
La guerra moderna representa tal grado de devastación que sólo es
comparable a los escenarios del libro del Apocalipsis. Los tanques,
los bombarderos, los cazas, los misiles, las bombas inteligentes y los
mismos soldados, convertidos en pequeñas máquinas de matar,
parecen figuras salidas de las páginas de aquel libro. Los generales,
con toda su arrogancia, señores de la guerra, dueños de la vida, de la
muerte y del destino de los otros, representan adecuadamente a los
siniestros caballos y sus jinetes apocalípticos.
Todos los que venimos de una visión pacifista del mundo, de la
ecología de la integración armónica de las oposiciones, del proceso
evolutivo, concebido como abierto para formas cada vez más
complejas, altas y ordenadas de relaciones, nos preguntamos
angustiados: ¿Cómo es posible que hayamos llegado a tales niveles
de destrucción? ¿Cómo entender los fenómenos que acompañan al
escenario de la guerra, como la mentira intencionada, la distorsión
planeada de los hechos y hasta la manipulación de lo más sagrado
que poseemos:
la religión? ¿Quiénes somos nosotros, los seres humanos, capaces de
tanta barbarie?
Y las guerras se han ido transformando cada vez más en guerras
totales, causando más víctimas entre las poblaciones civiles que
entre los combatientes. Max Born, premio Nobel de Física (1954),
denunció el predominio de la matanza de civiles en la guerra
moderna. En la primera guerra mundial el porcentaje de muertos
civiles fue tan sólo el 5%; en la segunda guerra mundial, el 50%; en
la guerra de Corea y en la de Vietnam, el 85%. Y datos recientes
ponen de manifiesto que en las guerras contra Irak y la exYugoslavia el 98% de las víctimas fueron civiles.
Ante este drama aterrador, surge inevitable una pregunta metafisica,
que es la pregunta por el sentido del ser, de la vida y de la historia.
¿Cómo iluminar ese antifenómeno?
La única categoría que tenemos para iluminar ese enigma consiste en
reconocer que se trata de la explosión y la implosión de la demencia.
Somos seres con demencia, con exceso de voluntad de dominar,
estrangular y asesinar. Esto quedó ampliamente demostrado en las
guerras del siglo xx, que causaron la muerte de 200 millones de
personas, y en los actos espectaculares perpetrados por el terrorismo
y el fundamentalismo islámico, como la destrucción de las Torres
Gemelas en los Estados Unidos.
Lo enigmático es que esa demencia está siempre unida a la
sabiduría. La sabiduría es nuestra capacidad de amar, de cuidar, de
extasiarse y de extrapolar más allá de nuestros límites. Somos
simultáneamente, todos sin excepción, horno sapiens et demens
(homines sapientes et dementes).
El paradigma dominante de nuestra cultura, asentado sobre la
voluntad de poder y de dominación, ha creado las condiciones para
que nuestra demencia colectiva se manifestase poderosamente y
fuese predominante. Esa demencia es responsable de la aparición de
los fantasmas del fin del mundo y del fin de la especie humana.
Por otro lado, nunca ha dejado de aparecer también en algún
momento nuestra dimensión sapiente. Plazas del mundo entero se
llenan de multitudes que claman por la paz y dicen no a la guerra,
cada vez que la amenaza del conflicto es suscitada como forma de
resolución de los problemas. Líderes políticos, intelectuales y
especialmente religiosos alzan su voz y alimentan el lado luminoso y
pacífico de los seres humanos y no dejan que desesperemos.
¿Qué salida encontraremos para este problema de dimensiones
metafisicas?
La salida más realista y más sabia parece ser la expresada en la
Oración por la Paz de san Francisco de Asís, el hermano universal de
los leprosos, de los animales, de las montañas y de las estrellas. En
esa oración, ampliamente divulgada y convertida en credo común
del macroecumenismo, es decir, del ecumenismo entre las religiones,
encontramos una clave liberadora.
Los términos de la oración dejan claro el carácter contradictorio de
la condición humana, hecha de amor y de odio, de sabiduría y de
demencia. Se parte de esta contradicción, pero se afirma
confiadamente el polo positivo, con la certeza de que limitará e
integrará el polo negativo.
La lección que subyace a la oración de san Francisco es ésta: la
única manera de curar la demencia es reforzar la sabiduría. Por eso
dice:
«donde haya odio, lleve yo el amor; donde haya discordia, lleve yo
la unión; donde haya duda, lleve yo la fe; donde haya
desesperación, lleve yo la esperanza; donde haya tinieblas, lleve yo
la luz»... Y afirma que hay que buscar más «amar que ser amado;
comprender que ser comprendido; perdonar que ser perdonado,
porque es dando como se recibe, y es muriendo como se vive».
En esa sabiduría de los sencillos se encuentra el secreto de la
superación de las voluntades que quieren la violencia y la guerra
como forma de resolver los conflictos o de hacer valer los intereses
de unos contra otros.
El camino hacia la paz, enseñaba Gandhi, es la misma paz. Sólo los
medios pacíficos producen la paz. La paz es, al mismo tiempo, meta
y método, fin y medio.
5. GUERRA Y ÉTICA
Toda guerra es perversa, porque viola el mandamiento de la ética
natural: «No matarás». Pero se plantean problemas: si un país es
agredido por otro, ¿qué tiene que hacer? ¿Tiene derecho a usar las
armas para defenderse? ¿Cómo deben comportarse los gobernantes
de los pueblos que asisten a la limpieza étnica de minorías por parte
de dictadores sanguinarios que violan sistemáticamente los derechos
humanos, eliminando a sus opositores? ¿Es legítimo alegar el
principio de no intervención en asuntos internos de Estados
soberanos y asistir pasivamente a crímenes contra la humanidad?
¿Cómo reaccionar ante el fenómeno difuso del terrorismo, que
actualmente puede utilizar armas de exterminio masivo y causar la
muerte de miles de víctimas inocentes? ¿Es legítima una guerra
preventiva contra ello?
En nuestros días hay mentes y corazones que se ocupan de estas
cuestiones éticas. Para no desesperarnos, tenemos que pensar.
En todo el mundo, dada la estrategia de algunos países que, como los
Estados Unidos, usan la fuerza para defender sus intereses globales,
se ha producido un debate extremadamente serio sobre esta cuestión.
Sobresalen varias posiciones.
Un grupo numeroso sostiene la siguiente tesis: dada la capacidad
devastadora de la guerra moderna, que puede comprometer hasta el
futuro de la especie y de toda la biosfera, ya no hay ninguna guerra
justa (ius ad bellum) o que se justifique.
Otro grupo afirma que, a pesar de todo, puede haber una guerra
justa, la llamada de «intervención humanitaria», pero limitada. Se
justifica cuando el objetivo es impedir el etnocidio y los crímenes de
lesa humanidad.
Un tercer grupo, que representa los intereses del establishment
global, reafirma: hay que recuperar la guerra justa como
autodefensa, como castigo a los países del «eje del mal» y para
prevenir ataques con armas de destrucción masiva.
Hagamos un juicio ético de estas posiciones.
En las condiciones actuales, toda guerra representa un riesgo
altísimo, pues disponemos de una máquina de muerte capaz de
destruir la humanidad y la biosfera. La guerra es un medio criminal
y, por tanto, injusto, porque es excesivamente destructiva, pues anula
la base del derecho, que es la persistencia de la vida y de la biosfera.
No hay ningún derecho que nos autorice a destruirlo todo, como si
para matar una mosca posada en la cabeza de una persona
decidiéramos cortarle a ésta la cabeza.
Dentro de una política realista, una «intervención humanitaria»
limitada es teóricamente justificable si se cumplen dos condiciones:
no puede ser decidida unilateralmente por un único país, sino por la
comunidad de las naciones (ONU), y tiene que respetar dos
principios básicos (ius in bello): la inmunidad de la población civil y
la adecuación de los medios (no podemos causar más daños que
beneficios). La experiencia ha mostrado que jamás se ha respetado
ninguno de los dos principios. Las principales víctimas son las
poblaciones inocentes.
La guerra de autodefensa no hace que la guerra sea buena. Sigue
siendo perversa, por las muertes y destrucciones que provoca,
aunque se diga que son «daños colaterales» y «efectos no deseados».
La fuerza empleada como autodefensa de la población, de la casa y
del altar, se justifica dentro de la estrictu adecuación de los medios.
Pero, como se ha comprobado, nunca se respeta esa adecuación. Del
mismo modo que es dificil controlar totalmente el fuego o la
violencia de las aguas, también lo es controlar la devastación
material, psicológica, cultural y humana de la guerra, una vez
desencadenada.
La guerra de castigo, como la que se perpetró contra Afganistán, se
basa en la venganza y no es éticamente defendible. Sólo alimenta la
rabia, caldo de cultivo de futuros conflictos.
La guerra preventiva contra Irak fue ilegítima porque se basó en lo
que aún no existía y podía no suceder. Ningún derecho, de ninguna
naturaleza, le da legitimidad, porque es subjetiva y arbitraria. Sólo
pudo ser aprobada por los parlamentos estadounidense e inglés
mediante la utilización de la mentira y la distorsión de las
informaciones por parte de las autoridades oficiales.
Todos estos juicios poseen un valor meramente teórico, que es
siempre importante y hasta indispensable para aclarar posturas, lo
cual constituye el fundamento para eventuales tomas de posición
concreta. Sin embargo, en la práctica se ha demostrado que ninguna
guerra, ni siquiera las de «intervención humanitaria», observa los
dos criterios: la inmunidad de la población civil y la adecuación de
los medios.
En todas las guerras actuales, después de la segunda guerra mundial,
no se distingue entre combatientes y no combatientes. Para debilitar
al enemigo se destruye su infraestructura material (edificios
públicos, redes de comunicación, de energía, de abastecimiento,
fábricas, etcétera), y con ello se causan muchas muertes de inocentes
(98%). Las consecuencias de la guerra perduran durante años e
incluso siglos, como en el caso del uranio empobrecido.
De esas experiencias amargas y de las reflexiones hechas a partir de
ellas se deduce la convicción de que la guerra no es solución para
ningún problema. Todo lo contrario: ella es el gran problema actual
de la humanidad, un problema que reclama urgentemente una
solución duradera.
Si no queremos destruimos, tenemos que buscar un nuevo paradigma
a la luz de Gandhi, de Dom Helder Cámara y de Martin Luther King
Jr. Todos ellos proclamaron la paz como fin y como medio.
Si quieres la paz, prepara la paz y no la guerra.
6. LA PAZ POS1BJE
Muchos hemos sentido un profundo abatimiento por causa de los
conflictos mundiales, de guerras ilegítimas y vergonzosas como la
promovida contra Afganistán en 2002 y contra Irak en 2003. La
verdad es que no fueron guerras entre combatientes, sino que en
ambos casos se trató de una invasión y una masacre.
Dada esta violencia «inteligente», nos preguntamos angustiados:
¿Quiénes somos nosotros, minúsculos seres erráticos de la Tierra,
perdidos en la inmensidad del espacio, capaces de tanto odio y
devastación? Y nos avergonzamos de nosotros mismos. ¿Acaso
merecemos todavía vivir junto a los demás seres, después de
habemos convertido en el Satán de la Tierra? ¿Aparecerá en el
proceso de evolución otro ser más benevolente y compasivo y con
una mayor voluntad de paz?
Pero de nada sirve pensar de este modo, pues sería una huida de la
dura realidad. La realidad es que el gobierno de Bush y sus aliados
decidieron resolver los problemas mundiales usando lo que les hace
imbatibles: la guerra tecnológica y preventiva.
En estas condiciones, ¿es todavía posible la paz? Rehusamos aceptar
la solución resignada de Freud, que respondió en 1932 a una
consulta de Einstein sobre la posibilidad de evitar la guerra:
«Hambrientos, pensamos en el molino, que muele tan lentamente
que podríamos morir de hambre antes de recibir la harina».
Creemos que la paz es posible bajo dos condiciones: primera, que
nos acojamos a la polaridad sapiens/demens, amor/odio,
opresión/liberación, casos/cosmos, sim-bólico/dia-bóljco como
perteneciente a la condición humana, pues somos una unidad viva de
contrarios; segunda, que reforcemos el polo luminoso de esta
contradicción de tal manera que ese polo pueda mantener bajo
control, limitar e integrar al polo tenebroso.
Éste es el camino abierto por la sociedad civil mundial y por sus
mejores líderes espirituales, como Gandhi, el papa Juan xxiii, Dom
Helder Cámara, Martin Luther King, Jr., y otros. Ese camino fue
preparado hace siglos por aquel que tal vez fue el «último cristiano»
y «el primero después del Unico», Francisco de Asís.
Ese camino encontró una expresión grandiosa en la Oración por la
Paz de san Francisco, que antes he citado y ahora retomo. Esta
oración se reza siempre en los encuentros de líderes religiosos del
mundo entero, como un credo al que todos se adhieren.
Curiosamente, esa oración fue redactada durante la primera guerra
mundial (19 14-1918) por un autor anónimo de Normandía,
enamorado de san Francisco, de quien tomó el espíritu y las
principales palabras. Pero lo hizo de forma tan fiel y verdadera que
se transformó en la oración del propio san Francisco de Asís.
Empezó a propagarse cuando fue publicada en L ‘Osservatore
Romano, órgano oficioso del Vaticano, el 16 de enero de 1916.
Desde entonces se difundió por el mundo entero como inspiración de
paz y benevolencia entre los seres humanos y los pueblos. El
lenguaje es religioso, pero el contenido es universal y puede ser
asumido por cualquier persona creyente, e incluso por quienes no,
sin profesar ningún credo, son personas de buena voluntad.
A pesar de su ternura, que le lleva a llamar «hermanos» y
«hermanas» a todas las criaturas, Francisco de Asís no pierde el
sentido de la realidad contradictoria. No se cuestiona por qué es así.
Con la sabiduría de los sencillos, intuye que el mal no está ahí para
que intentemos comprenderlo, sino para que lo superemos con el
bien. Está convencido de que la parte sana cura la parte enferma; de
que la luz tiene más derecho que las tinieblas y las íntegra en forma
de sombra.
No sin fina observación, Dante Alighieri, en su Divina Comedia,
llama a Francisco de Asís «sol [de Asís]... Pero quien hable de este
lugar no lo llame Asís, que sería decir poco, sino Oriente» (donde
nace el sol: Paraíso, Canto XI, 50, 52-54).
Sólo de esta forma integradora deja el mal de ser totalmente absurdo
y se diluye en el código de todas las cosas. Entonces Francisco de
Asís dama con el corazón abierto y confiado:
«Donde haya odio, lleve yo el amor; donde haya ofensa, lleve yo el
perdón; donde haya discordia, lleve yo la unión; donde haya duda, lleve yo
la fe; donde haya error, lleve yo la verdad; donde haya desesperación,
lleve yo la esperanza; donde haya tristeza, lleve yo la alegría; donde haya
tinieblas, lleve yo la luz...; que yo busque más consolar que ser consolado;
más comprender que ser comprendido; más amar que ser amado».
El efecto de esta estrategia sapiencial es la paz, posible para
nosotros, que somos seres contradictorios, y para esta Tierra
perturbada.
Es poca cosa, casi nada. Pero representa la fuerza que se esconde en
cada semilla, por pequeña que sea.
7. LA PAZ Y EL «EFECTO MARIPOSA»
En el mundo, todo es dialéctico; pero no porque lo hayan dicho
Hegel o Marx, y antes de ellos el presocrático Heráclito, sino porque
ésa es la ley de las cosas, regida por el caos y por el cosmos, por lo
sim-bólico (lo que une) y por lo dia-bólico (lo que desune).
Las guerras en el mundo, el terrorismo y el imperio de la violencia,
especialmente a través de los medios de comunicación, están
provocando un efecto dialéctico: el crecimiento en todo el mundo de
los movimientos pacifistas, de los grupos contrarios a las armas de
destrucción masiva; y las articulaciones de quienes quieren otro
mundo posible y otro tipo de globalización, donde la competencia
que produce tensiones y conflictos pueda ser reducida a niveles
menos destructivos. Crece en el seno de la sociedad civil mundial la
conciencia de que la violencia, la represión y la guerra son la peor
respuesta que se puede ofrecer como solución a los problemas
existentes.
La vergonzosa guerra que los Estados Unidos, Inglaterra y otros
aliados menores promovieron en 2003 contra Irak movilizó a gran
parte de la humanidad, que se manifestó contra ella e hizo que las
plazas del mundo entero congregasen a millones de personas, hasta
en los rincones más lejanos en el interior de la selva amazónica.
También allí se hicieron manifestaciones por la paz, en las que
indios, seringueros y ribereños llevaban pancartas y gritaban
consignas.
Alguien podría preguntar: ¿qué sentido tiene que esas débiles voces
gritaran si no iban a ser oídas, si ni siquiera iban a aparecer en los
medios de comunicación? ¿Cómo contribuyó a la paz mundial ese
gesto realizado en el más desconocido de los lugares?
Tiene un sentido profundo y constituye una contribución que puede
ser decisiva en la realización de la paz. Para comprender ese efecto
nos sirven de ayuda los conocimientos recientes ligados a la teoría
del caos y del llamado «efecto mariposa». Según esta teoría, el
aleteo de una mariposa en mi jardín puede producir una tempestad
en el Pentágono. ¿Dónde está la razón de tal efecto? Simplemente,
en el hecho de que todos los fenómenos y todos los seres son
interdependientes entre sí.
En la Tierra y en el universo, todo tiene que ver con todo, en todos
los puntos y en todos los momentos, sentenciaba el padre de la fisica
cuántica, Niels Bohr. En función de ello, a veces el eslabón
aparentemente más insignificante es responsable de la irrupción de
lo nuevo.
Alguien totalmente desconocido señala en la calle hacia arriba con el
dedo y grita: «Mira allá, mira allá». Puede ser cualquier cosa, quizás
un objeto no identificado. Y, en un momento, grupos y multitudes
empiezan a mirar en la misma dirección. Se ha producido el «efecto
mariposa». Lo pequeño ha producido lo grande por una
concatenación de relaciones.
Acudamos al sentido común, fuente de sabiduría universal de la
humanidad. Según una convicción del sentido común, la luz, por
muy débil que sea, vale más que todas las tinieblas juntas. Basta una
cerilla para exorcizar toda la oscuridad de una habitación y mostrar
la puerta de salida. La luz, por naturaleza, hace su curso misterioso
por el espacio sin fin y siempre será captada por los espíritus de luz.
Otra convicción de la sabiduría común: el bien posee una fuerza
interior que es propia de él, semejante a la fuerza del amor. Por eso,
al final, nada resiste al bien y al amor, que siempre acaban
triunfando. Es un fenómeno semejante al de la fuerza de la lluvia
sobre los inmensos incendios de la Amazonía. La lluvia está
compuesta de millones y millones de gotas. Una gota hace muy
poco, como el agua que lleva en el pico el colibrí que, solidario,
desea prestar también su ayuda en la
extinción del fuego devorador. Pues bien, son esos
millones y millones de gotas, cual millones de minúsculos colibríes,
los que apagan en pocas horas el incendio más persistente de la selva
amazónica. Ésta es la fuerza invencible de lo pequeño.
Es importante creer en la fuerza secreta de la buena voluntad, por
pequeña que sea. El bien no queda encerrado en la persona que lo
practica. El bien es, como la luz, una realidad que se irradia. Como
una ola, sigue su curso por el mundo, evocando el bien que está en
todos y fortaleciendo la corriente del bien por los espacios infinitos.
El bien es la referencia principal para cualquier ética humanitaria.
Estas reflexiones obvias nos convencen de la importancia de cada
gesto, por más insignificante que sea. Porque puede ser el portador
de la fuerza que desencadene un proceso de cambio, como ha
mostrado la historia con frecuencia.
En esta concatenación, ¿quién podrá decir que la paz no puede
empezar a partir de esa desconocida aldea del Amazonas? Sí, de lo
pequeño podrá venir la fuerza secreta de la paz.
LA IMPORTANCIA DE LAS FIGURAS EJEMPLARES
Hoy la humanidad está muy cansada de las propuestas y los
llamamientos éticos. Estamos en gran parte desmoralizados, y por
eso no nos entusiasman. Y sin entusiasmo no hay cambios ni
atrevimiento para abordar prácticas innovadoras.
En momentos como éste necesitamos figuras éticas ejemplares,
personas que hayan ejemplificado en sus vidas determinados valores,
hayan realizado proyectos significativos y hayan movilizado a otros
para que buscaran e hicieran camino.
Este hecho explica, en gran parte, que hoy se publiquen y se lean en
el mundo entero tantas biografias de faraones, emperadores,
filósofos, santos, criminales famosos, artistas e incluso personas
sencillas que, sin ser públicamente visibles, han vivido historias
personales que llenan de fascinación y respeto a quien se acerca a
conocerlas.
Tal vez no sepamos teóricamente lo que es bueno y lo que es malo,
ni tengamos la hoja de ruta de la vida. Pero sabemos identificar en
las personas verdaderos caracteres —uno de los sentidos originales
de ethos—. En ellas la ética y la moral emergen como prácticas
vivas y convincentes, o también como su negación estridente, como
lo que no debe ser. Ellas muestran la posibilidad con la que sueña
todo ser humano: la de realizarse como persona. Esa realización vale
más que la pura y simple búsqueda de la felicidad.
Las construcciones éticas de los maestros del pasado, como
Aristóteles, Platón y santo Tomás de Aquino, partían del proyecto de
felicidad (o beatitud, como ellos preferían decir), inherente a los
seres humanos. Hoy ya no estamos seguros de esa felicidad.
Vivimos frustrados, porque, si bien la felicidad es lo que más se
busca y lo que el marketing comercial promete sin descanso, es
también lo que menos se encuentra. Pasar por encima de los demás
puede incrementar el saldo de la cuenta bancaria, conferir más poder
e influencia y ofrecer más posibilidades de placer, pero no la
felicidad. La felicidad no puede ser construida sobre la infelicidad de
los otros. Nadie debería sentirse feliz al constatar la dramática
infelicidad de la mayoría de los seres humanos y la creciente
degradación de los ecosistemas.
Por estas razones, ya no sabemos cuál es el deseo de felicidad
consistente, verdadero y duradero. Preferimos la satisfacción de
realizamos como profesionales y como personas, sabiendo crear una
unidad dinámica de los contrarios que viven en nosotros: el deseo
ilimitado y lo limitado de sus realizaciones; la voluntad de
perennidad y la fugacidad del tiempo.
En nuestras reflexiones tratamos de rehacer la experiencia originaria
a partir de la cual se construyó la ética y la moral, la experiencia de
la morada y de sus implicaciones existenciales y hoy planetarias. Esa
experiencia tiene la virtud de conferir unidad y organicidad a nuestra
comprensión del ethos. Pero no basta con que comprendamos.
Tenemos que transformamos en personas éticas, en el sentido que
postulaba Aristóteles cuando, en su Etica a JVicómaco, sentenciaba:
«No filosofamos para saber lo que es la virtud, sino para hacemos
personas virtuosas» (11,1-2).
Por eso pasamos de una comprensión teórica del ethos, del ethos que
busca, a otras vertebraciones prácticas del ethos. el ethos que cuida,
el ethos que ama, el ethos que se compadece, el ethos que se
responsabiliza y el ethos que se solidariza. Estas expresiones del
único ethos-raíz inducen en nosotros las tres virtudes cardinales más
importantes en la fase de transición en que nos encontramos: el bien
común humano y de toda la comunidad de la vida, la autolimitación
y la justa medida.
Este cuadro, tomado en su radicalidad y seriedad, seria el mayor
antídoto contra la apatía, el cinismo, los conflictos y las guerras que
siguen asolando peligrosamente a la humanidad y que no sólo
persisten, sino que se agravan. Pero creemos que son estertores que
anticipan el parto de un nuevo paradigma de civilización, fundado en
la re-ligación de todos con todos, con la Tierra, con el universo y con
Dios.
No tenemos más alternativa que consolidar ese camino ya abierto.
Lo opuesto a él sería la oscuridad. Estamos convencidos de que
saldremos renovados de esta crisis ética y moral, como ha sucedido
siempre en la historia de las tribulaciones de los hijos y las hijas de
Adán. Y volveremos a brillar, porque la Casa Común, la Tierra, será
finalmente el ethos (morada) de todos, acompañado por el ángel
bueno y protector (el daimon) que hará leve y jovial nuestro fugaz
paso por este mundo.
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La Carta de la Tierra fue aprobada el 14 de marzo de 2000 en la sede
de la UNESCO en París, después de 8 años de debates en todos los
continentes, en los que habían participado cuarenta y seis países y
más de cien mil personas, desde centros de educación primaria,
pasando por esquimales, indígenas de Australia, de Canadá y de
Brasil, y entidades de la sociedad civil, hasta grandes centros de
investigación, universidades, empresas y religiones.
La Carta de la Tierra deberá ser presentada y asumida por la ONU,
después de un profundo debate, con el mismo valor que la
Declaración de los Derechos Humanos. En virtud de ella se podrá
arrestar a los agresores de la dignidad de la Tierra, en cualquier parte
del mundo, y llevarlos ante los tribunales.
En la Comisión de Redacción estaban Mikhail Gorbachov, Maurice
Strong, Steven Rockefeller, Mercedes Sosa, Leonardo Boff y otros.
A continuación incluimos La Carta para que sea debatida en las
comunidades y en todos los ámbitos. Su texto se puede encontrar
también en Internet:
www.cartadelatierra.org
www.eartcharter.org
* * *
PREÁMBULO
Estamos en un momento crítico de la historia de la Tierra, en el que
la humanidad debe elegir su futuro. A medida que el mundo se
vuelve cada vez más interdependiente y frágil, el futuro depara, a la
vez, grandes riesgos y grandes promesas. Para seguir adelante,
debemos reconocer que, en medio de la magnífica diversidad de
culturas y formas de vida, somos una sola familia humana y una sola
comunidad terrestre con un destino común. Debemos unirnos para
crear una sociedad global sostenible, fundada en el respeto a la
naturaleza, los derechos humanos universales, la justicia económica
y una cultura de paz. En tomo a este fin, es imperativo que nosotros,
los pueblos de la Tierra, declaremos nuestra responsabilidad unos
para con otros, para con la gran comunidad de la vida y para con las
generaciones futuras.
La Tierra, nuestro hogar
La humanidad es parte de un vasto universo evolutivo. La Tierra,
nuestro hogar, está viva con una comunidad singular de vida. Las
fuerzas de la naturaleza promueven que la existencia sea una
aventura exigente e incierta, pero la Tierra ha brindado las
condiciones esenciales para la evolución de la vida. La capacidad de
recuperación de la comunidad de vida y el bienestar de la humanidad
dependen de la preservación de una biosfera saludable, con todos sus
sistemas ecológicos, una rica variedad de plantas y animales, tierras
fértiles, aguas puras y aire limpio. El medio ambiente global, con sus
recursos finitos, es una preocupación común para todos los pueblos.
La protección de la vitalidad, la diversidad y la belleza de la Tierra
es un deber sagrado.
La situación global
Los modelos dominantes de producción y consumo están causando
una gran devastación ambiental, un agotamiento de los recursos y
una extinción masiva de especies. Las comunidades están siendo
destruidas. Los beneficios del desarrollo no se comparten
equitativamente, y la brecha entre ricos y pobres se está
ensanchando. La injusticia, la pobreza, la ignorancia y los conflictos
violentos se manifiestan por doquier y son la causa de grandes
sufrimientos. Un aumento sin precedentes de la población humana
ha sobrecargado los sistemas ecológicos y sociales. Los fundamentos
de la seguridad global están siendo amenazados. Estas tendencias
son peligrosas, pero no inevitables.
Los retos venideros
La elección es nuestra: formar una sociedad global para cuidar la
Tierra y cuidar unos de otros, o arriesgarnos a la destrucción de
nosotros mismos y de la diversidad de la vida. Se necesitan cambios
fundamentales en nuestros valores, instituciones y formas de vida.
Debemos darnos cuenta de que, una vez satisfechas las necesidades
básicas, el desarrollo humano se refiere primordialmente a ser más,
no a tener más. Poseemos el conocimiento y la tecnología necesarios
para proveer a todos y para reducir nuestros impactos sobre el medio
ambiente. El surgimiento de una sociedad civil global está creando
nuevas oportunidades para construir un mundo democrático y
humanitario. Nuestros retos ambientales, económicos, políticos,
sociales y espirituales están interrelacionados, y juntos podemos
proponer y concretar soluciones comprensivas.
Responsabilidad Universal
Para llevar a cabo estas aspiraciones debemos tomar la decisión de
vivir de acuerdo con un sentido de responsabilidad universal,
identificándonos con toda la comunidad terrestre, al igual que con
nuestras comunidades locales. Somos ciudadanos de diferentes
naciones y de un solo mundo al mismo tiempo, donde los ámbitos
local y global se encuentran estrechamente vinculados. Todos
compartimos una responsabilidad para con el bienestar presente y
futuro de la familia humana y del mundo viviente en su amplitud. El
espíritu de solidaridad humana y de afinidad con toda la vida se
fortalece cuando vivimos con reverencia ante el misterio del ser, con
gratitud por el regalo de la vida y con humildad con respecto al lugar
que ocupa el ser humano en la naturaleza.
Necesitamos urgentemente una visión compartida sobre los valores
básicos que brinden un fundamento ético para la comunidad mundial
emergente. Por lo tanto, juntos y con gran esperanza, afirmamos los
siguientes principios interdependientes para una forma de vida
sostenible, como un fundamento común mediante el cual se deberá
guiar y valorar la conducta de las personas, organizaciones,
empresas, gobiernos e instituciones transnacionales.
PRINCIPIOS
I. Respeto y cuidado de la comunidad de la vida
1. Respetar la Tierra y la vida en toda su diversidad.
a. Reconocer que todos los seres son
interdependientes y que toda forma de vida,
independientemente de su utilidad, tiene valor para
los seres humanos.
b. Afirmar la fe en la dignidad inherente a todos los
seres humanos y en el potencial intelectual, artístico,
ético y espiritual de la humanidad.
2. Cuidar la comunidad de la vida con entendimiento,
compasión y amor
a. Aceptar que el derecho a poseer, administrar y
utilizar los recursos naturales conduce hacia el deber
de prevenir daños ambientales y proteger los derechos
de las perso
b. Afirmar que, a mayor libertad, conocimiento y
poder, se presenta una correspondiente
responsabilidad por promover el bien común.
3. Construir sociedades democráticas que sean justas,
participativas, sostenibles pacificas.
a. Asegurar que las comunidades, en todos los
niveles, garanticen los derechos humanos y las
libertades fundamentales y brinden a todos la
oportunidad de desarrollar su pleno potencial.
b. Promover la justicia social y económica,
posibilitando que todos alcancen un modo de vida
seguro y digno, pero ecológicamente responsable.
4. Asegurar que los frutos y la belleza de la l7erra se
reserven para las generaciones presentes y futuras.
a. Reconocer que la libertad de acción de cada
generación se encuentra condicionada por las
necesidades de las generaciones futuras.
b. Transmitir a las futuras generaciones valores,
tradiciones e instituciones que apoyen la prosperidad
a largo plazo de las comunidades humanas y
ecológicas de la Tierra.
Para poder realizar estos cuatro compromisos generales es necesario:
II. Integridad ecológica
5. Proteger y restaurar la integridad de los sistemas
ecológicos de la lien-a, con especia/preocupación por la
diversidad biológica y los procesos naturales que sustentan
la vida.
a. Adoptar, en todos los niveles, planes de desarrollo
sostenible y regulaciones que permitan incluir la
conservación y la rehabilitación ambientales, como
parte integral de todas las iniciativas de desarrollo.
b. Establecer y salvaguardar reservas viables para la
naturaleza y la biosfera, incluyendo tierras silvestres y
áreas marinas, de modo que tiendan a proteger los
sistemas de soporte de la vida de la Tierra, para
mantener la biodiversidad y preservar nuestra
herencia natural.
c. Promover la recuperación de especies y
ecosistemas en peligro.
d. Controlar y erradicar los organismos exógenos o
genéticamente modificados que sean dañinos para las
especies autóctonas y el medio ambiente; y, además,
prevenir la introducción de tales organismos dañinos.
e. Manejar el uso de recursos renovables, como el
agua, la tierra, los productos forestales y la vida
marina, de manera que no se excedan las
posibilidades de regeneración y se proteja la salud de
los ecosistemas.
f. Manejar la extracción y el uso de los recursos no
renovables, tales como minerales y combustibles
fósiles, de forma que se mini- mice su agotamiento y
no se causen serios daños ambientales.
6. Evitar causar daños, como el mejor método de protección
ambiental; y cuando el conocimiento sea limitado, proceder
con precaución.
a. Tomar medidas para evitar la posibilidad de daños
ambientales graves o irreversibles, aun cuando el
conocimiento científico sea incompleto o inconcluso.
b. Imponer las pruebas respectivas y hacer que las
partes responsables asuman las consecuencias de
reparar el daño ambiental, principalmente para
quienes argumenten que una actividad propuesta no
causará ningún daño significativo.
c. Asegurar que la toma de decisiones contemple las
consecuencias acumulativas, a largo término,
indirectas, de larga distancia y globales de las
actividades humanas.
d. Prevenir la contaminación de cualquier parte del
medio ambiente y no permitir la acumulación de
sustancias radioactivas, tóxicas u otras sustancias
peligrosas.
e. Evitar actividades militares que dañen el medio
ambiente.
7. Adoptar modelos de producción, consumo y reproducción
que salvaguarden las capacidades regenerativas de la flerra,
los derechos humanos y el bienestar comunitario.
a. Reducir, reutilizar y reciclar los materiales usados
en los sistemas de producción y consumo y asegurar
que los desechos residuales puedan ser asimilados por
los sistemas ecológicos.
b. Actuar con moderación y eficiencia al utilizar la
energía y tratar de depender cada vez más de los
recursos de energía renovables, tales como la solar y
la eólica.
c. Promover el desarrollo, la adopción y la
transferencia equitativa de tecnologías ambientalmente sanas.
d. Internalizar los costos ambientales y sociales
totales de bienes y servicios en su precio de venta, y
posibilitar que los consumidores puedan identificar
productos que cumplan con las más estrictas normas
sociales y ambientales.
e. Asegurar el acceso universal al cuidado de la salud
que fomente la salud reproductiva y la reproducción
responsable.
f. Adoptar formas de vida que pongan énfasis en la
calidad de vida y en la suficiencia material en un
mundo finito.
8. Impulsar el estudio de la sostenibilidad ecológica y
promover el intercambio abierto y la extensa aplicación del
conocimiento adquirido.
a. Apoyar la cooperación internacional científica y
técnica sobre sostenibilidad, con especial atención a
las necesidades de las naciones en desarrollo.
b. Reconocer y preservar el conocimiento tradicional
y la sabiduría espiritual en todas las culturas que
contribuyen a la protección ambiental y al bienestar
humano.
c. Asegurar que la información de vital importancia
para la salud humana y la protección ambiental,
incluyendo la información genética, esté disponible
en el dominio público.
III. Justicia social y económica
9. Erradicar la pobreza como un imperativo ético, social y
ambiental.
a. Garantizar el derecho al agua potable, al aire
limpio, a la segundad alimenticia, a la tierra no
contaminada, a una vivienda y un saneamiento
seguros, asignando los recursos nacionales e
internacionales requeridos.
b. Habilitar a todos los seres humanos con la
educación y los recursos necesarios para que alcancen
un modo de vida sostenible, y proveer la seguridad
social y las redes de apoyo requeridos para quienes no
puedan mantenerse por sí mismos.
c. Reconocer a los ignorados, proteger a los
vulnerables, servir a quienes sufren y posibilitar el
desarrollo de sus capacidades y perseguir sus
aspiraciones.
10. Asegurar que las actividades e instituciones económicas,
en todos los niveles, promuevan el desarrollo humano
deforma equitativa y sostenible.
a. Promover la distribución equitativa de la riqueza
dentro de las naciones y entre ellas.
b. Intensificar los recursos intelectuales, financieros,
técnicos y sociales de las
naciones en desarrollo y liberarlas de onerosas deudas
internacionales.
c. Asegurar que todo comercio apoye el uso
sostenible de los recursos, la protección
ambiental y las normas laborales progresivas.
d. Involucrar e informar a las corporaciones
multinacionales y a los organismos financieros
internacionales para que actúen transparentemente por
el bien público y exigirles responsabilidad por las
consecuencias de sus actividades.
11. Afirmar la igualdad y equidad de género como
prerrequisitos para el desarrollo sostenible y asegurar el
acceso universal a la educación, el cuidado de la salud y la
oportunidad económica.
a. Asegurar los derechos humanos de las mujeres y las
niñas y poner fin a toda violencia contra ellas.
b. Promover la participación activa de las mujeres en
todos los aspectos de la vida económica, política,
cívica, social y cultural, como socias plenas e iguales
en la toma de decisiones, como líderes y como
beneficiarias.
c. Fortalecer las familias y garantizar la seguridad y la
crianza amorosa de todos sus miembros.
12. Defender el derecho de todos, sin discriminación, a un
entorno natural y social que apoye la dignidad humana, la
salud fisica y el bienestar espiritual, con especial atención a
los derechos de los pueblos indígenas y las minorías.
a. Eliminar la discriminación en todas sus formas,
tales como aquellas basadas en la raza, el color el
género, la orientación sexual, la religión, el idioma y
el origen nacional, étnico o social.
b. Afirmar el derecho de los pueblos indígenas a su
espiritualidad, a sus conocimientos, tierras y recursos
y a sus prácticas vinculadas a un modo de vida
sostenible.
c. Honrar y apoyar a los jóvenes de nuestras
comunidades, habilitándolos para que ejerzan su
papel esencial en la creación de sociedades
sostenibles.
d. Proteger y restaurar lugares de importancia que
tengan un significado cultural y espiritual.
IV Democracia, no violencia y paz
13. Fortalecer las instituciones democráticas en todos los
niveles y brindar transparencia y rendimiento de cuentas en
la gobernabilidad, participación inclusiva en la toma de
decisiones y acceso a la justicia.
a. Sostener el derecho de todos a recibir información
clara y oportuna sobre asuntos ambientales, al igual
que sobre todos los planes y actividades de desarrollo
que puedan afectarles o en los que tengan interés.
b. Apoyar la sociedad civil local, regional y global y
promover la participación significativa de todos los
individuos y organizaciones interesados en la toma de
decisiones.
c. Proteger los derechos a la libertad de opinión,
expresión, reunión pacífica, asociación y disensión.
d. Instituir el acceso efectivo y eficiente de
procedimientos administrativos y judiciales
independientes, incluyendo las soluciones y
compensaciones por daños ambientales y por la
amenaza de tales daños.
e. Eliminar la corrupción en todas las instituciones
públicas y privadas.
f. Fortalecer las comunidades locales, habilitándolas
para que puedan cuidar sus propios ambientes, y
asignar la responsabilidad ambiental en aquellos
niveles de gobierno en donde puedan llevarse a cabo
de manera más efectiva.
14. Integrar en la educación formal y en el aprendizaje a lo
largo de la vida las habilidades, el conocimiento y los
valores necesarios para un modo de vida sostenible.
a. Brindar a todos, especialmente a los niños y los
jóvenes, oportunidades educativas que les capaciten
para contribuir activamente al desarrollo sostenible.
b. Promover la contribución de las artes, las
humanidades y las ciencias a la educación sobre la
sostenibilidad.
e. Intensificar el papel de los medios masivos de
comunicación en la toma de conciencia sobre los retos
ecológicos y sociales.
d. Reconocer la importancia de la educación moral y
espiritual para una vida sostenible.
15. Tratar a todos los seres vivientes con respeto y
consideración.
d. Eliminar las armas nucleares, biológicas y tóxicas y
otras armas de destrucción masiva.
a. Prevenir la crueldad contra los animales que se
mantengan en las sociedades humanas, y protegerlos
del sufrimiento.
e. Asegurar que el uso del espacio orbital y exterior
apoye y se comprometa con la protección ambiental y
la paz.
b. Proteger a los animales salvajes de métodos de
caza, trampa y pesca que les causen un sufrimiento
extremo, prolongado o evitable.
f. Reconocer que la paz es la integridad creada por
unas relaciones correctas con uno mismo, con otras
personas, con otras culturas, con otras formas de vida,
con la Tierra y con el todo más grande, del cual
formamos parte.
c. Evitar o eliminar, hasta donde sea posible, la
captura o destrucción de especies por simple
diversión, negligencia o desconocimiento.
16. Promover una cultura de tolerancia, no violencia y paz.
EL CAMINO HACIA ADELANTE
a. Alentar y apoyar la comprensión mutua, la
solidaridad y la cooperación entre todos los pueblos,
tanto dentro de las naciones como entre ellas.
Como nunca antes en la historia, el destino común nos hace un
llamamiento a buscar un nuevo comienzo. Tal renovación es la
promesa de estos principios de la Carta de la Tierra. Para cumplir
esta promesa debemos comprometemos a adoptar y promover los
valores y objetivos en ella expuestos.
b. Implernentar estrategias amplias y comprensivas
para prevenir los conflictos violentos y utilizar la
colaboración en la resolución de problemas para
gestionar y resolver conflictos ambientales y otras
disputas.
El proceso requerirá un cambio de mentalidad y de corazón; requiere
también un nuevo sentido de interdependencia global y
responsabilidad universal. Debemos desarrollar y aplicar
imaginativa- mente la visión de un modo de vida sostenible a nivel
local, nacional, regional y global.
c. Desmilitarizar los sistemas nacionales de seguridad
al nivel de una postura de defensa no provocativa y
emplear los recursos militares para fines pacíficos,
incluyendo la restauración ecológica.
Nuestra diversidad cultural es una herencia preciosa, y las diferentes
culturas encontrarán sus propias formas de concretar lo establecido.
Debemos profundizar y ampliar el diálogo global que generó la
Carta de la Tierra, puesto que tenemos mucho que aprender en la
búsqueda colaboradora de la verdad y la sabiduría.
A menudo, la vida conduce a tensiones entre valores importantes.
Ello puede implicar decisiones dificiles; sin embargo, se debe buscar
la manera de armonizar la diversidad con la unidad; el ejercicio de la
libertad con el bien común; los objetivos a corto plazo con las metas
a largo plazo.
Todo individuo, familia, organización o comunidad tiene un papel
vital que cumplir. Las artes, las ciencias, las religiones, las
instituciones educativas, los medios de comunicación, las empresas,
las organizaciones no gubernamentales y los gobiernos están
llamados a ofrecer un liderazgo creativo.
La alianza entre gobiernos, sociedad civil y empresas es esencial
para la gobemabilidad efectiva.
Con objeto de construir una comunidad global sostenible, las
naciones del mundo deben renovar su compromiso con las Naciones
Unidas, cumplir con sus obligaciones bajo los acuerdos
internacionales existentes y apoyar la implementación de los
principios de la Carta de la Tierra, por medio de un instrumento
internacional legalmente vinculante sobre medio ambiente y
desarrollo.
Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde por el despertar de una
nueva reverencia ante la vida; por la firme resolución de alcanzar la
sostenibilidad; por el aceleramiento en la lucha por la justicia y la
paz y por la alegre celebración de la vida.
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