Sandra Noemí Castellanos Otzoy Carne: 201317576 Curso: Derechos Humanos II Actividad: Resumen del documento “CONSTITUCIONALISMO UNIVERSAL: LA INTERNACIONALIZACIÓN Y ESTANDARIZACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS” El Nuevo Orden Jurídico Mundial Los acontecimientos, procesos y acciones a nivel global del sistema internacional han repercutido también en todos los sistemas locales. Por ello una cuestión tan importante como es la relativa a los Derechos Humanos no ha quedado fuera de esta serie compleja de procesos que llamamos globalización, y dentro de la cual se ha producido no sólo la influencia recíproca de los distintos países entre sí, sino también la influencia entre el Derecho Interno y Derecho Internacional. En la actualidad, la protección de los Derechos Humanos, establecidos en leyes, constituciones e instrumentos internacionales, está encomendada no sólo a los Parlamentos y Jueces de los diversos países, sino también a las instituciones de carácter internacional lo cual sugiere un circuito de defensa, en el cual todos los participantes son imprescindibles a efecto de preservar el estatus del ser humano y su eficacia. Esta tendencia ha sido favorable para instaurar entre los ordenamientos nacionales y supranacionales un círculo virtuoso, recíproca influencia y de mutuo enriquecimiento, susceptible de producir éxitos de gran relevancia como permitir al derecho nacional especificar e implementar los estándares de tutela definidos en el ámbito internacional, potestad al derecho internacional de ampliar las normas directamente aplicables por los jueces nacionales vinculantes a su vez para el legislador por su rango constitucional; la creación de un derecho común utilizable tanto por los órganos supranacionales como por los nacionales, derecho común que constituye la base unitaria de la tutela de los derechos de la persona en un determinado ámbito geográfico supranacional, y la ampliación del catálogo de los derechos reconocidos en el ámbito nacional, tanto por vía normativa como jurisprudencial. Tal situación ha dado origen a la llamada tendencia de progresividad de los Derechos Humanos, misma que consiste en que la concepción y protección nacional, regional e internacional de los Derechos Humanos se ha venido ampliando irreversiblemente, tanto en lo que toca al número y contenido de éstos, como en lo concerniente a la eficacia de su control también. Esta tendencia se intensificó en el siglo XX, periodo a partir del cual, podemos constatar también, como se ha venido dando una mundialización de la justicia constitucional en virtud de que a partir de entonces ésta se puso en estrecha sintonía con la universalidad de la idea de libertad, y con la expansión sin fronteras de un sentir que ve en el respeto de la dignidad de todo hombre y de los derechos inviolables que le son inherentes, la regla rectora de todo gobierno democrático y de cualquier convivencia social civilizada. Este proceso de internacionalización y estandarización de los Derechos Humanos, denotan un interés común el cual es el establecimiento de un “orden público común”. Esta interacción, articulación e influencia recíproca entre los distintos órdenes jurídicos ha producido una constitucionalización del derecho internacional, y una internacionalización del derecho constitucional. Este proceso de interacción entre lo nacional y lo supranacional podemos verlo claramente identificado en el proceso que se ha manifestado en la Europa unida, con la creación de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, mejor conocida como Carta de Niza, la cual fue aprobada precisamente en la Cumbre de Niza llevada a cabo en diciembre del año 2000, la cual incluyó las visiones y aspiraciones de los diversos Estados europeos en materia de Derechos Humano. La expansión de los Derechos Humanos más allá de las fronteras nacionales y la interacción entre el derecho comparado y el derecho internacional, han venido a configurar de esta manera un nuevo “ius Commune” de los Derechos Humanos; el cual se ha venido construyendo a partir de los distintos ordenamientos nacionales y de los convenios y acuerdos internacionales, tanto de ámbito universal como regional, así como de la doctrina y resoluciones de sus correspondientes órganos de tutela. De esta manera podemos apreciar como la universalidad de los Derechos Humanos se ha venido respaldando normativamente en virtud de la común asignación de los derechos para todos los seres humanos dentro de los textos constitucionales de los Estados democráticos, superando con ello las visiones restrictivas y discriminatorias que hacían de los derechos un estatus de privilegio más que de protección de la igualdad de todos. Del mismo modo han servido como base normativa para la universalidad de los Derechos Humanos, los diversos pactos, tratados y convenciones internacionales que existen sobre la materia y que han tenido como punto de partida tanto a la Carta de la ONU como a la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948. Esta estandarización de los Derechos Humanos se ha logrado gracias a la relación de interdependencia entre Derecho Interno e Internacional que se ha dado últimamente, al existir una influencia y un flujo constante de intercambio y retroalimentación entre ambos órdenes jurídicos en lo que ha sido un camino de doble sentido, y de ida y vuelta, dando como producto un gran sistema más o menos uniforme no sólo con más, sino con mejores Derechos Humanos, homogeneizando de algún modo la interpretación y configuración de los elementos de este nuevo Derecho Común, que aplicará tanto en el ámbito doméstico de los Estados como en el internacional, dando como resultado también la unificación de la doctrina sobre los derechos y las libertades. Los Derechos Humanos en Tiempos de la Globalización. Retos y Perspectivas Aunque podemos percatarnos cómo se ha presentado una cierta estandarización del “modelo” del régimen jurídico de protección a los Derechos Humanos en diversas partes del mundo con obvios y notorios beneficios en favor de la humanidad en su conjunto, es preciso mencionar que este proceso no ha sido sencillo pues dicho “modelo” (basado sobre todo en la concepción occidental de los derechos fundamentales de la persona) no ha sido siempre aceptado cabalmente por todos los Estados, debido a cuestiones de relativismo cultural. Esto ha originado, por ejemplo, que algunos países africanos, asiáticos o de religión islámica se hayan mostrado hostiles y renuentes a aceptar el referido “modelo occidental”. Frente a esta estandarización se ha dado por tanto, la preocupación por parte de algunos Estados, de que los Derechos Humanos sirvan de pretexto para un “imperialismo cultural” por parte de la comunidad de Estados occidentales frente al resto de los países del mundo, situación que debe ser tomada en serio. Aunque cabe mencionar también que muchas de las objeciones que se han hecho en contra de la concepción “occidental” de los Derechos Humanos en realidad han sido formuladas por los gobiernos de regímenes autoritarios y no por sus pueblos ni por las víctimas o posibles afectados, por tal situación. Es preciso apuntar que el temor por parte de un buen número de países a ser occidentalizados, no es para nada infundado, pues hay que aceptar que la globalización ha producido una instrumentalización de la dimensión jurídica para satisfacer intereses económicos únicamente, concretándose el derecho en muchos casos a servir solamente para legitimar el alcanzar, por cualquier medio y a cualquier costo, la mayor ganancia posible. Este temor por parte de algunos países tiene como base también, la percepción de que el proceso de globalización y mundialización es ante todo un proceso de expansión de lo occidental caracterizado por una marcada “americanización”, que se identifica con el dominio y la explotación económica de la superpotencia (EU) en perjuicio de muchos países. Lo cierto es que, como dice Carbonell, luego del 11 de septiembre del 2001 parece ser que los Estados Unidos se han tomado muy en serio su papel de “imperio” en los tiempos de la globalización, razón por la cual es necesario y urgente reivindicar el papel del sistema jurídico internacional y de la cooperación entre las naciones para hacer frente a las amenazas globales a las que se enfrenta toda la Comunidad Internacional y denunciar las profundas injusticias que se esconden bajo el concepto de “guerra justa” que el imperio quiere librar contra los bárbaros en el exterior y contra los rebeldes en el interior de sus fronteras. Es fundamental que en la cuestión de los Derechos Humanos se mantenga una visión multicultural y una actitud abierta y de diálogo permanente entre los distintos países del mundo buscando ante todo los consensos y evitando lo más posible las imposiciones, de tal suerte que no se produzca lo que Samuel Huntington ha dado en llamar el “choque de civilizaciones”. Huntington señala que las relaciones entre grupos de diferentes civilizaciones a menudo son antagónicas y que existe una mayor propensión a los conflictos entre ciertas civilizaciones que entre otras. En el plano local, señala que las líneas divisorias más violentas son las que separan al Islam de sus vecinos ortodoxos, hinduistas, africanos y cristiano-occidentales. En el plano universal, en cambio, dice que existe una división marcada entre Occidente y el resto del mundo y por ello los conflictos más intensos tienen lugar entre sociedades musulmanas y asiáticas, por una parte, y Occidente, por otra. Por tanto, este autor considera que en el futuro es probable que los choques más peligrosos surjan de la interacción de la arrogancia occidental, la intolerancia islámica y la autoafirmación sínica (el término “sínico” se aplica propiamente a la cultura común de China y a las colectividades chinas del sudeste asiático y de otros lugares fuera de China, así como a las culturas afines de Vietnam y Corea). La cuestión es precisamente, que este nuevo orden jurídico, este constitucionalismo mundial sustentado en los Derechos Humanos venga a poner un freno a todos los poderes despóticos, autoritarios y salvajes de este “mundo desbocado”, ayude a civilizar a la barbarie, y a ordenar y regular el nuevo “desorden mundial” en que vivimos; sirviendo de brújula para todos los ciudadanos del mundo y beneficiando genuinamente a toda la humanidad en su conjunto. La Universalidad de los Derechos Humanos y el Cosmopolitismo El cosmopolitismo y la búsqueda por lograr la consecución de una auténtica ciudadanía mundial para todos los seres humanos, logrando que todos tengan los mismos derechos sin importar las fronteras, no son ideas para nada recientes sino que por el contrario, son ideas que han existido desde hace mucho tiempo a lo largo de la historia de las diversas sociedades. Un ejemplo de tal ideario cosmopolita podemos verlo notoriamente definido en los discursos del propio Maximilien De Robespierre quien en las épocas de la Revolución Francesa; propuso cuatro artículos para remediar tal situación: “Art. I. Los hombres de todos los países son hermanos, y los diferentes pueblos deben ayudarse entre sí según su poder, como los ciudadanos de un mismo Estado; Art. II. Aquel que oprima a una nación será declarado enemigo de todas; Art. III. Aquellos que hacen la guerra a un pueblo para frenar los progresos de la libertad y aniquilar los derechos del hombre, deben ser perseguidos por todos, no ya como enemigo comunes, sino como asesinos y bandidos rebeldes; Art. IV. Los reyes, aristócratas y tiranos, sean cuales fueren, son esclavos rebeldes contra el soberano de la tierra, que es el género humano, y contra el legislador del universo, que es la naturaleza”49. Como se puede apreciar en el discurso de Robespierre se manifiesta ya una tendencia cosmopolita y una concepción bastante semejante a la concepción moderna de los Derechos Humanos en su sentido de universalidad, obligatoriedad y supremacía así como también, se ve claramente el afán de perseguir y castigar a aquellos gobiernos o autoridades que violen las libertades y derechos del hombre, justificando igualmente la intervención en contra de los Estados opresores. Actualmente la idea de este nuevo “ius Commune”, que ha ido surgiendo en materia de Derechos Humanos, es lograr un cosmopolitismo en el cual la preocupación por los individuos sea el eje rector no sólo para sus mismos compatriotas o correligionarios sino para todos en general, y en donde se reconozca que todos los individuos tienen derechos más o menos equivalentes, en tanto que todo individuo por su mero carácter de ser humano es ciudadano de una república universal. Se trata de lograr de esta manera el ideal planteado por Kant, ya desde el año de 1784 en un escrito titulado “Idea de una Historia Universal en Sentido Cosmopolita”, y en el cual propone la creación de una sociedad cosmopolita a nivel mundial, que aplique universalmente el derecho y que establezca un orden social conforme a derecho que frene a la libertad salvaje del estado de naturaleza, evitando la guerra de todos contra todos y permitiendo la mayor libertad posible. Hoy por hoy, resulta inaceptable por tanto, que con base en la ciudadanía se sigan manteniendo discriminaciones y desigualdades basadas en un accidente tan coyuntural como puede ser el lugar de nacimiento. Es por eso que Danilo Zolo ha afirmado acertadamente que “los derechos de ciudadanía implican una presión hacia la desigualdad”. Lo mismo que T. H. Marshall apuntó desde 1950 en su ensayo “Ciudadanía y Clase Social” que: “la ciudadanía se ha convertido en ciertos aspectos, en el arquitecto de una desigualdad social legitimada” . Es indudable que las profundas y marcadas desigualdades que imponen las fronteras no deben seguir existiendo, pues el principio liberal de la igualdad moral de las personas exige un bienestar igual para todas las personas, independientemente de su lugar de nacimiento y de lo poco o mucho que interactúen entre ellas. Resulta obvio que nadie desea vivir en la marginación y en la pobreza más absoluta, y por tanto, tampoco es posible justificar en modo alguno una distribución internacional de los recursos mundiales que condene a las personas a la miseria sobre la única base accidental de su nacimiento, tal y como ocurre hoy en día. Por todo lo anterior es que es absolutamente necesario consolidar un verdadero cosmopolitismo. Es decir, lograr que todos los seres humanos tengan el carácter de “ciudadanos del mundo” y en tal virtud, gocen efectivamente en cualquier lugar en el que se encuentren de todos los Derechos Humanos, sin importar su origen, ciudadanía o nacionalidad. Definitivamente la universalidad es un rasgo decisivo para definir a los Derechos Humanos. Sin este atributo podemos hablar de derechos de los grupos, de las etnias, de los estamentos, pero no de Derechos Humanos. El gran avance y el cambio de paradigma de la segunda mitad del siglo XX fue el haber formulado la categoría de unos derechos inherentes al género humano para evitar de esta manera cualquier tipo de limitación o fragmentación en su titularidad. Es así que a partir de entonces y con la Declaración de 1948, la titularidad de los derechos, enunciados como Derechos Humanos no va a estar restringida a determinadas personas o grupos privilegiados sino que va a ser reconocida como un atributo básico inherente a todos los seres humanos por el mero hecho de su nacimiento. De esta manera puede concluirse contundentemente que los Derechos Humanos o son universales o simplemente no son Derechos Humanos (serán en todo caso otro tipo de derechos pero no derechos que se atribuyan a la humanidad en su conjunto). En este orden de ideas resulta lógico el señalar que todos los seres humanos del planeta deben tener un derecho a la vida buena. Siendo ésta la vida humana con todas las ventajas, libertades, comodidades y seguridades que el desarrollo de la humanidad ha puesto en el escaparate para que todos las vean, aunque no todos las puedan conseguir62. Por ello resulta que todas las instituciones, instrumentos jurídicos, técnicas sociales y construcciones políticas debieran de estar orientadas a la consecución y mantenimiento de esa vida buena. Son precisamente los Derechos Humanos como principios y como normas, el medio idóneo para lograrlo, pues como dice Dahrendorf “la libertad es un concepto que resulta bastante útil para medir el bienestar y el grado de desarrollo de los pueblos, pues la libertad es la idea rectora de todo progreso humano”, ya que como ha dicho el premio Nobel de Economía Amartya Sen: “El progreso es el proceso de ampliación de las libertades humanas”, ya que el progreso depende del aumento de la libertad y sólo es posible lograrlo a través del desarrollo de determinadas libertades. Este nuevo orden jurídico mundial, deberá sustentarse más que en la soberanía de los Estados, en la autonomía de los pueblos y en los principios de la paz, justicia y solidaridad de todos los miembros de la Comunidad Internacional. Deberá ser un orden jurídico internacional producto de auténticos consensos multiculturales, plurales y democráticos, y a la vez obligatorio para todos los Estados sin excepción alguna, y en el que se contemplen también los medios y las medidas necesarias para obligar a aquellos que sean renuentes a acatarlo. Esto implica el surgimiento y consolidación de un verdadero constitucionalismo mundial, capaz de lograr los más altos ideales y principios que sirven de base al orden jurídico internacional, como son el respeto a los Derechos Humanos y la afirmación de la paz y seguridad en el mundo, y en el que las viejas concepciones de ciudadanía y nacionalidad, propias de cada Estado, se vayan diluyendo; mientras que al mismo tiempo, se vaya creando y fortaleciendo cada vez más, el concepto de una “ciudadanía mundial”, que signifique un mínimo de derechos para todos los seres humanos en cualquier parte del planeta. Sólo entonces al considerarnos todos como iguales aunque diferentes, podremos aspirar a una vida más libre, más justa y más digna con independencia del Estado en el cual hayamos nacido o en el que nos encontremos. Bibliografía: CUAUHTÉMOC MANUEL DE DIENHEIM BARRIGUETE EDITORIAL AD-HOC ARGENTINA, 2009 CAPÍTULO IV, APARTADOS 3-5 PÁGINAS 82-124