Universidad Nacional del Comahue Facultad de Lenguas Lengua Española I Profesores a cargo: Alicia Friscknecht y Jorge Carrión Alumna: Rocío Quiroga 1 Reseña sobre “Cuestiones de retórica. Lenguaje, razón y seducción” de Michel Meyer (1993) Michel Meyer es un filósofo y profesor universitario belga, autor del libro Cuestiones de retórica. Lenguaje, razón y seducción (1993). Este libro fue publicado por primera vez en París por la editorial Le Livre de poche y fue traducido al español por el Profesor en Letras Roberto Marafioti. Esta reseña buscará presentar los principales conceptos trabajados en la introducción y el primer capítulo de esta publicación traducida, el cual está dividido en ocho subtítulos que guían el desarrollo de esta reseña. En la introducción, titulada “La modernidad como realidad retórica”, Meyer comienza comparando la modernidad con la democracia ateniense y con el renacimiento italiano con respecto a la presencia de la retórica. El autor explica que la retórica tiene lugar cuando las ideologías y lo que era certero se derrumban y son sometidas a debate, y esto es cierto tanto en la antigüedad como en la modernidad. En la actualidad, la retórica está presente a diario ya que la sociedad busca constantemente agradar y persuadir al otro, según el autor “todo se convirtió en ‘comunicación’”. Meyer también menciona que distintas disciplinas como la psicología cognitiva, la pragmática y la sociología- estudian la retórica, pero para entenderla realmente es necesario volver a los fundamentos de la retórica clásica. El capítulo uno de este libro se titula “¿Qué es la retórica?”. El primer de ocho subtítulos es “Del arte de hablar a la expresión de la subjetividad”. En este apartado Meyer describe que en la antigüedad la retórica era el arte de hablar bien, y cita a Quintiliano para argumentar que “no se puede hablar bien si no se es un hombre de bien”. En contraste, el autor menciona a Platón y su perspectiva negativa sobre la retórica. Para el filósofo griego la retórica es sofística, es decir pertenece a quienes usaban las palabras para persuadir a otros sin preocuparse de la moralidad del asunto. Según Platón la filosofía es el discurso verdadero (el logos), la verdad es una sóla y está preestablecida, por lo que no da lugar a ambigüedad de opiniones. Meyer plantea que es a partir de esta lógica que la retórica fue expulsada del logos hasta la modernidad, cuando se logró explotar el papel de la subjetividad en esta disciplina. En el segundo apartado, “Diversas definiciones de retórica”, Meyer explícita que en principio se definió a la retórica como técnica de persuasión y que, veinte siglos después, esa definición sigue vigente. El autor explica que la retórica como argumentación que busca 2 persuadir se anuncia como “racional”, pero resurge la subjetividad al buscar la adhesión del auditorio a partir de los efectos de estilo, logrando un “discurso bello” que juega más con las emociones que con la razón como tal. A continuación, narra que en la evolución histórica, durante las monarquías feudales y los imperios, la retórica tenía menos que ver con la argumentación y se reducía al lenguaje cortesano, a la retórica literaria. En nuestro siglo, se reconoce la retórica vinculada a la pragmática, a la relación entre el enunciado y el enunciador y se estudia la retórica en términos de lo literal, figurado, la intención y los actos de habla. A continuación, Meyer retoma la retórica clásica y específica algunos sentidos que toma la frase “arte de hablar bien”; persuadir y convencer, agradar seducir o manipular, argumentar, sugerir lo implícito, inferir lo literal, usar lenguaje figurado o literal y descubrir las intenciones del que habla o escribe. Estos sentidos, establece el autor, se aplican a las distintas concepciones de “retórica” a través de los años. Meyer continúa mencionando que estos sentidos del “hablar bien” forman parte de la retórica desde siempre, y que tradicionalmente se dividieron de la siguiente manera; la invención, que es la búsqueda de las razones verdaderas que apoyan a la causa, la disposición, que pone en orden y estructura las razones, la elocución, que es el transformar las ideas en palabras, y la memoria y acción, en la acción es ayudada por la memoria para concretar momento enunciativo. Meyer sugiere que dentro de la disposición existen tres pasos a tener en cuenta para asegurar una buena disposición de las razones y captar al público ganándose la adhesión del mismo. Primero está el exordio, que busca llamar la atención del auditorio sobre el asunto en cuestión, luego está la narración de los hechos dónde se presentan los razonamientos y se argumenta a favor o en contra. En tercer lugar, está la peroración, que es el momento en donde se sintetiza una solución al problema expuesto. Al final del apartado número dos, Meyer explica que estas grandes articulaciones de los momentos de la retórica se fueron transformando sólo en exordio, narración, argumentación y peroración. Es decir, se presenta el tema en cuestión y se busca el interés del auditorio, en la narración se expone de manera favorable para ganar la aprobación del auditorio, la argumentación intenta presentar la respuesta propia como la mejor solución y la peroración muestra que la solución propia es la adecuada. El tercer apartado de este capítulo, “La unidad definicional de la retórica”, se enfoca en definir los tres elementos de la retórica, según el autor estos son el orador, el auditorio y el lenguaje mismo (el mensaje que se quiere transmitir). Con ayuda de un cuadro, Meyer 3 explica que distintos autores proveen distintos nombres para estos tres elementos (el yo, el asunto y el otro). Jakobson los define como emisor, mensaje y receptor, Bühler como expresión, denotación y persuación o emoción, Austin como ilocutivo, locutivo y perlocutivo, y finalmente Aristóteles, quien usó las palabras griegas ethos, logos y pathos para referirse a estos elementos. Meyer profundiza en la importancia de las palabras utilizadas por Aristóteles ya que representan los aspectos más importantes de los elementos en cuestión. El ethos refiere al orador, cuya credibilidad depende de su “virtud” u honorabilidad, el pathos refiere al auditorio porque son quienes deben ser conmovidos, emocionados o seducidos para convencerlos, y el logos que refiere a los hechos y opiniones que se ponen en debate. El cuarto apartado, “Los grandes problemas de la retórica”, se enfoca en (como su nombre lo indica), las principales problemáticas de la retórica. Meyer explica que Aristóteles propone la necesidad de separar el quién, del cómo y del qué. El quién estaba representado por el ethos y el pathos, y para el cómo y el qué propuso los géneros retóricos y sus objetos. Estos géneros oratorios (también llamados tópicos o lugares) se asocian a las tres problemáticas presentadas por Aristóteles, el jurídico para lo justo, el deliberativo para lo útil y el epidíctico para lo bello, elogioso o lo honorable. Aristóteles justifica la necesidad de estas clasificaciones relacionando cada género al tiempo al cual define, el jurídico al pasado, el deliberativo al futuro y el epidíctico al presente. Estos tres tiempos son lo que regulan el logos, Meyer menciona que “La retórica se ocupa de lo que es pero que hubiera podido ser de otra manera. El papel del tiempo aquí es capital, porque crea alternativas”. En el quinto apartado, “Tabla sintética: la racionalidad interrogativa del campo retórico”, Meyer utiliza una tabla conceptual para relacionar los tres grandes géneros retóricos situándolos en relación a la variabilidad de los interrogantes que los caracterizan. Dentro de las interrogativas reconoce la pregunta dudosa, la conversación cotidiana o discurso fúnebre y la pregunta incierta. A la pregunta dudosa la relaciona con el ethos porque no se conoce la respuesta y depende de la credibilidad del hablante. Al discurso fúnebre y a la conversación cotidiana los relaciona con el pathos ya que se trata de aprobar (o no) el discurso y los atributos que serán mencionados a propósito del muerto. La pregunta incierta es aquella que es polémica, que busca responder a una triple pregunta, trata saber si el acusado es culpable, de qué y “en virtud de qué”, es decir qué norma justifica la respuesta. Meyer nombró al sexto apartado “La pregunta en la obra”. En esta sección se enfoca en las tres interrogantes que existen en todo cuestionamiento retórico, en primer lugar ¿Es legítimo? ¿De dónde viene? En segundo lugar ¿Existe lo que está en cuestión? ¿Se está de acuerdo sobre el hecho o sobre el objeto mismo? Y en tercer lugar ¿Cuál es el hecho? Para 4 explicar estas interrogantes Meyer utiliza un ejemplo tomado de Shakespeare, el asesinato de César a manos Brutus. Este evento produce una problemática que en La Rétorica para Herencio (atribuida a Cicerón) es llamada “pregunta de derecho” (juridicialis) ya que la problemática que surge en respuesta a la violación de lo normativo. Meyer continúa con el ejemplo y explica que Brutus tiene tres posibles defensas; en primer lugar, puede negar la validez de la acusación o la norma en sí, en segundo lugar puede negar el hecho mismo alegando que él no mató a César (fue alguien más), y en tercer lugar, puede aceptar el hecho pero negar la valoración de asesino, argumentando que él salvó a Roma de un tirano. Meyer menciona que Cicerón llama a estos tres tipos de interrogación la pregunta de género, la pregunta de hecho y la pregunta de nombre. El género del delito que incita la acusación contra Brutus, el hecho mismo del que se lo acusa, y la calificación (o nombre) de este hecho. A continuación, el autor explica a través de un cuadro que los tipos de interrogación pueden relacionarse con los géneros retóricos. La pregunta de nombre al género epidíctico, la pregunta de hecho la relaciona con el género judicial ya busca precisar si hubo o no una infracción a las leyes. La pregunta del género (o razón) al deliberativo. Finalizando esta sección, Meyer enuncia que lo crucial a entender no es la distinción de los géneros en sí, si no los modos de interrogación y su unidad eventual y que todas las preguntas están relacionadas en algún punto y “los tres momentos son indisociables si se concentra sobre la interrogatividad más que sobre la proposicionalidad que resulta de ella”. El séptimo subtítulo “El tríptico argumentativo” se enfoca en las tres grandes concepciones de la argumentación y las interrogativas que les corresponden. Meyer explica que existen tres grandes interrogativas que se desprenden de la estructura interrogativa general. El ¿Qué? se pregunta si un hecho se produjo realmente y se concibe la argumentación como dialéctica. Se busca comprobar la veracidad de una proposición y la respuesta del interrogante resulta en acuerdo, adhesión y aprobación. El ¿Por qué es qué cosa? interroga sobre la calificación del hecho, y la argumentación es concebida por la pragmática y la lingüística. El problema debatido es sobre el sentido y la interpretación y la respuesta al argumento es la significación, se relaciona a la idea de verdad y conlleva una reacción del orden estético. El tercer interrogante es el ¿Por qué? que cuestiona la legitimidad del asunto, de aquél que habla o de su derecho a preguntar. La argumentación se basa en la comunicación y en la teoría del acuerdo entre sujetos. La respuesta a este interrogante se da en el reconocimiento de lo que se debe o no admitir como norma. Sobre esto Meyer agrega que “Es el meta-nivel que justifica el uso de la argumentación, 5 frecuentemente por motivos morales, éticos.” Toda esta información la reúne en un cuadro conceptual. En el octavo apartado, “Retórica blanca vs. retórica negra”, Meyer parte de la utilización de la interrogación como eje para contrastar las dos posiciones que existen frente al uso de la retórica. El autor explica que la retórica negra es una retórica que “se arregla para volver concluyente, verídico y justo, lo que en realidad forma una pregunta”. Es decir, parte de la confusión entre la pregunta y la respuesta por medio de la manipulación del lenguaje. Meyer categoriza a los poetas y sofistas de Platón dentro de esta retórica negra. En contraste, la retórica blanca alude al expresar lo problemático sin ocultarlo, a usar la retórica de forma crítica y honesta, que admite que todo discurso es una respuesta de algún modo. Meyer plantea que la diferencia entre ambos usos de la retórica yace no en el modo de interrogar si no en la actitud. Explica que hay una diferencia entre agradar y seducir como voluntad, y agradar y seducir como efecto de la actitud del hablante. En conclusión, en el primer capítulo de Cuestiones de retórica. Lenguaje, razón y seducción M ichel Meyer presenta y desarrolla en profundidad el concepto de retórica, relacionando las distintas definiciones que se le han atribuido durante los años y enfocándose en la retórica clásica, analizada y categorizada por Aristóteles. Meyer establece los distintos aspectos de la retórica (ethos, pathos y logos) relacionándolos entre sí, junto a conceptos actuales, para comprender los múltiples usos y objetivos de la retórica. 6 Bibliografía: Meyer, M. (1993) Cuestiones de la retórica. Lenguaje, razón y seducción. Le Livre de poche, París. P 1-30. Traducción por Roberto Marafioti.