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Resumen

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ítulo: Las
plumas
blancas
Calificación: Todos
los
públicos
Resumen: El aumento del paro en una población no solo conlleva un gasto económico, sino una amenaza que va
más
allá...
Notas:Texto antiguo donde los halla. Recuperado de una vieja clase en la que intentamos imitar a Horacio
Quiroga.
( Collapse )
Las plumas blancas
Recientes sucesos parecen dar cuenta de que ya ni en las tradiciones podemos refugiarnos pues tienden a ocultar
más
de
lo
que
suelen
revelar.
De todos es conocida la costumbre de llevar a los niños junto a las palomas. Con la llegada del tiempo estival, los
quiosqueros venden sus saquitos de maíz día tras días a las mismas manos que se alzan frente a ellos expectantes.
Las bandadas de palomas revolotean entremezclandose por la zona cercana a la fuente, apiñadas unas junto a las
otras. Pertenecen estas aves a una extraña variedad de las típicas columba palumbus, un espécimen mucho más
dócil y aletargado que sus familiares, cuyo hábitat se limita a las zonas sureñas de la Península Ibérica y cuyo
habito
alimenticio
se
ha
visto
modificado
durante
los
últimos
tiempos.
Picotean sin descanso el suelo, acostumbradas a que debido al aumento de la población inactiva se llenen los
alrededores de las fuentes de repartidores de pan duro que lanzan las migas al aire con desgana. Se encuentra su
hambre tan satisfecha que actualmente no distinguen si miga o maíz, si maíz o grava. En más de una ocasión, los
birdwatchin han testificado de la insana obsesión de alguna paloma por una pequeña piedra, sin lograr más éxito
que
un
pico
roto.
Como se ha expuesto, con una alimentación tan limitada debe considerarse cómo lógico el instinto que les mueva a
la obtención de nuevas fuentes de alimentación que permitan la supervivencia de la especie.
Regresemos al comienzo. Cómo ya se ha expuesto, es costumbre de viejo que las madres paseen por el parqué
arrastradas por sus churumbeles cargados sus bolsos con uno, dos y hasta tres bolsitas de maíz. Su duración
variará en función del niño. Aquellos que respondan a un temperamento tranquilo, depositarán los granos de uno
en uno, eligiendo con cuidado su destinatario. Los más impetuosos sin embargo, lanzarán la bolsa lejos de sí,
desparramando todo su contenido en un solo movimiento de brazo. Existe una tercera variedad no demasiado
habitual. Llamémoslos, siguiendo el cariñoso apelativo materno, trastes. Los trastes se dedican a lanzar su maíz
contra sus compañeros a modo de piedra o a espantar entre gritos las aves (que, con gran alborto, ascenderán el
vuelo). Su energía, bastante superior a la de los demás tiende a agotar a las madres quienes acaban por relajar su
atención
lo
que
contribuye
a
un
aumento
proporcional
de
sus
diabluras.
Entre ellos destaca un chiquillo joven, de rostro angelical y rubios rizos, famoso por sus picardías y su insana
curiosidad. Visita el parqué los fines de semana, acompañado de su joven madre y su pequeño hermanito, siempre
dormido
en
el
carro
y
al
que
tiene
prohibido
acercarse
en
solitario.
El niño traste como pocos, despacha en seguida su paquete de maíz y se vuelve expectante por más. Al verlo
sonreír entre tanta paloma blanca, a la madre le es difícil negarse y, con paso cansado, avanza hacia la cola del
quiosco. El carrito queda desatendido y él, como buen hermano mayor, se acerca a observar al bebé dormido.
Mete las manos en los bolsillos para evitar tentaciones y entre canicas y papeles de caramelos, sus dedos rozan el
medio
paquete
de
maíz
que
sobró
la
semana
pasada.
Con cuidado espolvorea el maíz sobre el carrito y espera hasta que una paloma se posa una esquina y empieza a
picotear el colchón. Se aleja un par de pasos y ve cómo otra paloma ocupa el que antes era su sitio.
--¿Ya
ha
gastado
el
anterior?
--pregunta
amable
el
tendero.
--Los
desperdicia
con
una
energía...
no
gano
ni
para
el
maiz
de
una
semana.
--No será para tanto, mujer. Que tenga energía es buena señal. Crecerá fuerte y sano, ya lo verás
Cunado la madre, con un nuevo euro de maíces en la mano regresa, consigue visualizar los rizos rubios de pie
junto a la fuente cantando La cadena, lanzando pequeñas piedras a las pocas ranas que saltan entre los nenúfares.
Las palomas se han retirado satisfechas y la gente camina hacia su casa paseando por su lado sin lanzarle ni una
sola mirada. Avanza hacia el carro, sin dejar de observarle y llamarle, pero el niño no responde. Abre la azulada
capota preocupada. Donde debiera estar su niño solo hay plumas blancas.
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