Subido por Liz Mendoza León

Catherine George - Jaula De Pasiones

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Jaula de Pasiones
Catherine George
Jaula de pasiones (1987)
Título Original: Gilded cage (1980)
Editorial: Harlequin Ibérica
Sello / Colección: Julia 228
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Luc Fonseca y Emily Harper
Argumento:
De su apasionada entrega había quedado algo muy valioso…
Luc era el caballero en su brillante armadura que había venido a postrarse a
sus pies. ¿Cómo podría imaginarse haciendo el amor con él?
Los labios de Luc tocaron los suyos en el breve espacio de un latido de
corazón. Entonces, para sorpresa mutua, una llama ardió en ambos
mientras que sus bocas se fundían. Se aferraron el uno al otro, separándose
solamente cuando Emily jadeó maravillada.
Ella dudó más adelante de su apasionado encuentro y Luc adquirió la
apariencia de un sueño…
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Capítulo 1
Emily permaneció en la ventana de la habitación de Lady Henrietta, observando
abstraída al último de los visitantes de Compton Lacey. Un hombre se detuvo a
fotografiar la antigua mansión a la tenue luz del ocaso y la joven sonrió, conocedora
del panorama que se presentaba ante el lente. Circundada por las verdes aguas del
foso, la construcción se mantenía incólume a través de sus seis siglos de existencia,
daba la impresión de haber servido de marco a un romance medieval.
Absorta en la contemplación de los cisnes, no se percató de que alguien la
observaba, para el hombre que permanecía en el umbral de la puerta, la joven era un
habitante imaginario de esa casa, vestida de gris y con larga cabellera rubia. Aunque
contuvo la respiración para no perturbarla, algo en la quietud del cuarto la hizo
volverse y encender las lámparas.
—¡Disculpe! —sonrió Emily al elegante y bronceado caballero de nariz aguileña
y oscuros ojos—. Haga favor de pasar; creí que ya se habían marchado todos.
—Espero no haberla asustado —se disculpó con una sonrisa devastadora;
además tenía un acento que a Emily le resultó difícil ubicar.
—¿Le gustaría conocer la historia de lo que esta habitación atesora?
—Si no es mucha molestia.
Sin embargo, el visitante parecía más interesado en estudiar el rostro de ella que
en escuchar la explicación, y por primera vez en su vida, Emily no pudo concentrarse
en los detalles que sabía de memoria y de forma deliberada, le habló acerca del
ajedrez de Carlos I, del escritorio de la Reina Ana y del espejo de Jorge IV. El hombre
escuchaba con aparente atención.
—La dama del cuadro —preguntó en una pausa de Emily—, ¿es a quien se debe
el nombre de esta habitación?
—Así es —la chica se acercó a la chimenea para admirar el rostro sonriente de la
dama—. Ella es Lady Henrietta Compton, quien contrajo matrimonio con Sir Giles
Lacey durante el reinado de Jorge IV y cuya dote les permitió restaurar algunas
secciones de la casa.
—Si el artista que realizó la obra, se apegó a la realidad, Sir Giles fue un hombre
afortunado —comentó él—. Rara vez la belleza va acompañada de la fortuna.
—Tiene razón —la joven admiró el bello rostro enmarcado por largos rizos—;
sin embargo, no siempre se es justo. ¿No lo cree así? —se volvió hacia él con
presteza—. ¿Desea que le muestre el piso superior? Ya casi es hora de cerrar.
—¿Tiene que hacerlo?
—No, el Coronel Hammond, encargado de este lugar, cierra después de la
última inspección. Sígame, por favor.
Con voz impersonal Emily le enumeraba las características de la capilla y la
sacristía, así como del techo en forma de bóveda del salón principal. En su recorrido,
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la joven no pudo evitar una sonrisa al notar la expresión de asombro del visitante,
cuando le mostró las mejoras modernistas que databan de la época de la Reina Isabel
I.
El silencio del hombre, que escuchaba atento, la desconcertaba, pues era una
experiencia diferente a estar rodeada de varias personas.
—Esta es la última habitación —concluyó—. Además de su maravillosa
colección de libros, podrá observar una mancha junto a la chimenea, la cual se cree
fue dejada por un sacerdote a quien el dueño de la casa asesinó, al encontrarlo
cortejando a su esposa —se volvió hacia el hombre y le sonrió—. Supongo que en la
actualidad podría considerarse exagerado.
—Opino que es una reacción justificable —asintió con la cabeza—. Creo que yo
actuaría de la misma forma si alguien galanteara con mi mujer.
—¿En serio? —inquirió Emily mientras lo guiaba por la estrecha escalera de
piedra y atravesaban la puerta de roble que daba al jardín principal—. Estos son los
límites; es un lugar muy pequeño, comparado con otros monumentos nacionales.
—Pequeño, pero perfecto —reconoció él—. Una joya en una hermosa
montadura —agregó, el tono de su voz la hizo sonrojar, pero se controló al
despedirlo y se abstuvo de mirar la alta figura que se alejaba.
—Es tarde, querida Emily —le recordó la señora Hammond—. Siento mucho
que ese atractivo caballero te haya retrasado, pero llegó en el momento de cerrar y no
tuve corazón para negarle la entrada.
—No hay cuidado, señora Hammond —tomó su chaqueta—; no tenía nada
mejor que hacer.
—Pues deberías… —la miró comprensiva—. Es un crimen, que una joven
atractiva como tú, no tenga compromisos el sábado por la noche.
—Usted mejor que nadie sabe que no me gusta salir —se despidió apresurada
para evitar que la señora continuara con el tema.
Las sombras cubrían el puente que cruzaba el foso y una leve brisa movía las
ramas de los árboles. Emily prefería soñar con los valerosos caballeros montados en
briosos corceles y no como algunas jóvenes de su edad que esperaban que el hombre
de sus sueños apareciera en un Ferrari. En ese momento, recordó al inesperado
visitante; no pudo examinar con detalle sus facciones, pero le dejó la impresión de
que tenía una fuerte personalidad.
Pensó en el tipo de auto que conduciría: "quizá uno grande y veloz en el que
cupiera una familia", reflexionó al recordar lo que le dijo respecto a su esposa.
Contuvo un suspiro y se sobresaltó al ver surgir de entre las sombras, una alta figura.
—Por segunda ocasión, la asusté —se detuvo frente a ella—. Le pido disculpas,
pero al ver que no trae coche, pensé que podría llevarla a su casa.
—Es muy amable —repuso ella con fría amabilidad—, por lo regular me
transporto en bicicleta, pero esta mañana, se descompuso.
—¿Queda lejos su casa?
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—A un kilómetro más o menos —su notorio balbuceo la irritó—. Vivo en la
villa Compton Lacey; lleva el mismo nombre que esta mansión. Le agradezco su
gentileza pero prefiero caminar.
—No es bueno que una chiquilla como usted vaya sola por las calles oscuras —
insistió.
—Tengo casi diecinueve años, no soy una chiquilla.
—Tiene razón —dijo él con burla—, pero eso es aún más peligroso.
—¿Sugiere que es más seguro aceptar que un desconocido me lleve?
—Me agrada que sea tan precavida —buscó en sus bolsillos—. Si se acerca al
coche, podré mostrarle mi pasaporte —añadió persuasivo—. Así nos presentaremos
y quizá entonces, me permita acompañarla.
Emily accedió, después de todo, eso cambiaría la rutina diaria, y no debía
desaprovechar la oportunidad. Lo siguió hasta un auto como el que imaginó: grande
y veloz.
—No es un Ferrari —se arrepintió al instante de haber exteriorizado sus
pensamientos.
—¿Acepta que la lleven sólo quienes conducen ese tipo de automóvil? —el
extraño la contemplo después de asegurar la puerta del coche.
—Jamás me he visto en esa situación —negó Emily mientras revisaba el
pasaporte con la fotografía del desconocido. Su nombre era Lucas Antonio Jaime
Guimaraes Fonseca, de nacionalidad brasileña; edad: veintinueve años y ninguna
seña particular.
—Mucho gusto, señor… Fonseca —titubeó al pronunciar su nombre—. Me
llamo Emily Harper.
—Encantado, señorita Harper —le tendió la mano con formalidad—. Ahora,
¿me permite acompañarla?
—Gracias —se sintió torpe y con cierta timidez se acomodó en el asiento
mientras él le mostraba cómo abrochar el cinturón de seguridad. Luego, se volvió
hacia el camino para disfrutar del paseo.
—¿En dónde vive, señorita Harper?
—En la casita que está junto a la iglesia.
—¿Acaso con sus padres?
—No, ellos murieron.
—¡Huérfana! —exclamó con expresión triste—. ¿Vive sola? ¿Tiene parientes?
—No muchos —Emily se encontró de pronto hablando sobre temas
personales—. Tengo dos tías en Escocia y soy parienta lejana del Mayor Lacey,
propietario de la casa grande; él vive en la Casa Dower y es dueño también del lugar
donde habito.
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Lucas Fonseca detuvo el automóvil donde Emily le indicó. La tasa había sido
construida detrás de un pequeño jardín.
—¿Hay alguien adentro? —preguntó Fonseca al ver la luz encendida.
—Cuando murió mi madre, renté una parte a la señora Crawford, una viuda
con un hijo. Lydia es enfermera y muy conocida en la localidad —le explicó—. Bien,
creo que debemos despedirnos, señor Fonseca. Gracias por traerme.
—Espere un momento, señorita Harper —la detuvo cuando abría la puerta del
coche—. Ahora que ya nos presentamos, ¿por qué no se compadece de un solitario
turista y acepta cenar conmigo? —la miró con intensidad.
—Gracias pero si mal no recuerdo, usted es casado.
—¿Por qué piensa que lo soy? —arqueó una ceja, asombrado—. Le aseguro que
se equivoca.
—No olvide el comentario que hizo respecto al marido que mató al sacerdote —
le dijo confundida.
—Pero hablaba de manera hipotética —echó la cabeza hacia atrás riendo—.
Hasta la fecha no he encontrado quién me haga abandonar la soltería.
—¿Le ha propuesto matrimonio a muchas mujeres? —preguntó curiosa.
—A ninguna —confesó—. Nadie me ha atraído lo suficiente aún. ¿A usted sí?
—Tampoco —balbuceó—; en Compton Lacey no hay muchos candidatos.
—Bien, pero no ha contestado a mi pregunta. ¿Aceptaría cenar conmigo?
—Le dije sólo una de las razones por la que no puedo aceptar; la otra es que soy
la niñera del niño de Lydia.
—Quizá la verdad es que no le simpatizo —Lucas frunció el ceño.
—No piense eso —se excusó de inmediato—. Estoy segura de que disfrutaría
bastante en su compañía, las invitaciones son escasas y no se deben desaprovechar —
salió apresuradamente del coche, pero antes de llegar a la reja, Lucas Fonseca ya
estaba junto a ella.
—Até logo, señorita Harper.
—¿Qué significa?
—Lo mismo que au revoir en francés —se despidió con una sonrisa antes de
subir al Jaguar.
Emily miró como el vehículo se alejaba, después corrió por la vereda del jardín
hacia la puerta de la señora Crawford. Llamó y cuando entró, encontró a Lydia
poniendo la mesa.
—Hola querida, hoy llegaste un poco tarde —le sonrió con amabilidad la otra
mujer, estaba maquillada y tenía puesto un vestido de seda color verde.
—¿No estás retrasada por mi culpa, Lydia? —inquirió Emily ansiosa—. Esta
mañana se descompuso la bicicleta y…
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—¿Y tuviste que regresar caminando? Cuánto lo siento, pero no te preocupes.
Aún tengo tiempo de tomar contigo una taza de té. ¿Te gusta mi peinado? —cambió
el tema.
Vencida por la fuerte personalidad de Lydia, Emily se olvidó de las
explicaciones y con gusto aceptó sus sugerencias.
té?
—¿Acaso no se supone que irás a una cena? Entonces, ¿por qué estas tomando
—Es una manera de preparar mi estómago para recibir alguna bebida
alcohólica —Lydia se pasó una mano por la generosa curva de sus caderas—. Emily,
¿no crees que la seda de este vestido no disimula mi excesivo peso?
—Tonterías —respondió la chica—, eres lo suficiente alta y no se advierten los
kilos de más. En cambio yo… soy tan delgada.
—No te menosprecies, Emily. Tu figura es del tipo que…
—… no quita el aliento a nadie —la interrumpió—. Hoy conocí a alguien
diferente.
—Tim esta viendo la televisión —le dijo con interés—, así que puede esperar un
poco antes de cenar —se sentó junto a la chimenea—. ¿A quién conociste?
—Después de que se habían ido todos los visitantes, llegó una persona y le
mostré el piso superior —se detuvo.
—Continúa —Lydia estaba expectante.
—Cuando salí, lo encontré esperándome en el estacionamiento. Yo no quería…
—¿Por qué no? —la miró con asombro.
—Después de todo, no lo conocía. Bien podía haber sido Jack el destripador.
—Pero no lo fue, así que continúa.
—Me mostró su pasaporte; se llama Lucas Fonseca, de nacionalidad brasileña,
tiene veintinueve años y es atractivo; desde luego, su tipo es latino.
—¡Dios mío! —exclamó impresionada—. ¿Qué clase de auto tiene?
—Un Jaguar XJS blanco, y por cierto, es más cómodo que mi bicicleta —rió al
ver la expresión de Lydia.
—Pero con seguridad eso no fue todo, Emily.
—Casi, después me invitó a cenar.
—¿Y qué demonios estás haciendo aquí? Ve y prepárate.
—Pero… no acepté —confesó Emily con timidez—. Después de todo no podía
dejarte plantada con Tim en una noche de sábado.
—Habría buscado quien te supliera —le dijo—; incluso habría llevado a Tim
conmigo. ¡Eres incorregible, Emily Harper! —le reprochó—. Demasiado cumplida
con los demás. Pero no importa, al menos supo donde vives. ¿En qué hotel se
hospeda?
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—No le pregunté.
—¡Emily!
Cuando Lydia se marchó, la chica jugó un rato a las damas con Tim, después se
puso cómoda, preparó café y se dispuso a leer un libro junto a la chimenea.
Los personajes de la novela se confundían con el hombre que conoció esa tarde,
sin embargo, Emily intentó concentrarse en la lectura. Luego su mirada quedó fija en
las llamas, preguntándose si el señor Fonseca estaría cenando solo o habría
encontrado compañía. Reconoció que tenía una fuerte personalidad y confianza en sí
mismo; con seguridad era de los que acostumbraban obtener siempre lo que se
proponían.
No entendía por qué pensaba en él, después de todo, no se hacía demasiadas
ilusiones respecto a sus atractivos. Sabía que si alguien se interesaba en ella, debía
tener paciencia y verla dos veces; pues a primera vista, Emily no parecía una belleza
sensual. Tenía el cabello lacio y largo de un tono rubio cenizo y la piel muy blanca.
Sus rasgos parecían haber sido delineados por manos expertas y sus perfectos labios
armonizaban con el fino mentón. Era de corta estatura, pero sus ojos, intensamente
azules, la hacían muy atractiva.
Emily anheló ser una mujer hermosa y sensual, que en ese momento estuviera
bebiendo champaña con Lucas Fonseca en un exclusivo restaurante.
"Vamos Emily Harper", se dijo, "olvídalo, es imposible que lo vuelvas a ver; así
que deséchalo de tu mente". Y sintiéndose furiosa, se levantó para vigilar a Tim
quien dormía.
Los padres de Emily se sorprendieron cuando después de años de no poder
tener familia, llegó ella; el profesor Harper tenía cincuenta y cinco años y su esposa
Laura, cuarenta. Poco tiempo después, siendo Emily muy pequeña, su padre murió
dejando un legado que les permitió vivir en la casita del Mayor Lacey y pagar sus
estudios.
Su madre falleció de cáncer cuando Emily aún asistía a la escuela. Durante un
tiempo fue posible controlar la enfermedad, pero después fue inevitable su avance y
sólo los tiernos cuidados de Emily hicieron más llevadera su existencia.
En principio, la joven sintió temor al verse sola en el mundo, pero el apoyo de
Lydia Crawford quien asistiera a su madre durante sus últimos días, le fue de gran
ayuda. Esto, aunado a la inesperada visita de Marcus Lacey quien le informara que
podía seguir viviendo en ese lugar sin tener que pagar renta, la confortó. Fue él quien
le aconsejó rentar la mitad de la casa para ayudarse económicamente.
Emily seguía absorta, mirando el fuego, cuando regresó Lydia, cerca de la una
de la mañana y después de un apresurado relato sobre la fiesta, Emily se retiró a su
habitación pensando en el apuesto brasileño.
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Capítulo 2
Los domingos por la tarde, Emily trabajaba sin descanso en Compton Lacey,
pues ese día, muchos turistas acudían a visitar el lugar. La joven disfrutaba
explicando los antiguos tapices Aubusson y las famosas pinturas que adornaban las
paredes; sobre todo respondía a las preguntas de aquellos que viajaban desde muy
lejos, los cuales quedaban impresionados por el ancestral edificio.
Emily se consideraba afortunada de tener ese trabajo tan interesante; en
especial, después de haber truncado su carrera por la enfermedad de su madre. Sin
tiempo ni para tomar una taza de té, olvidó el incidente del extraño visitante de la
noche anterior.
Cuando el último de los turistas salió, Emily decidió llevar a arreglar su
bicicleta para no tener que caminar de noche y resuelta se internó en la oscuridad con
las manos en los bolsillos. De pronto, su corazón dio un vuelco al reconocer la alta
figura que esperaba en el estacionamiento, inconfundible para ella.
—Buenas noches, señorita Harper —saludó él con diferente acento.
—¿Cómo está, señor Fonseca? —repuso Emily aparentando serenidad—. ¿Qué
lo trae de nuevo por Compton Lacey?
—El deseo de volver a verla —sostuvo entre su mano la de ella. La chica no
protestó y segundos más tarde, se encontraba dentro del Jaguar blanco, mirando
atenta al conductor—. Su nombre no aparece en el directorio telefónico —agregó él.
—Lydia tiene un teléfono para su uso personal —explicó Emily—, pero yo no
puedo darme ese lujo. Además, no lo necesito.
—Como no la localicé por ese medio, decidí buscarla personalmente.
—¿Fue a mi casa? —lo miró sorprendida.
—Más o menos como a las cuatro de la tarde —confesó—. Su amiga, la señora
Crawford me invitó a tomar una taza de té. Pasamos un buen rato.
—De eso estoy segura —comentó Emily con burla—. Anoche me reprendió
porque no acepté la invitación que usted me hizo.
—Por lo cual deduzco que como no desea volver a disgustarla, esta vez
accederá a cenar conmigo.
Estaba demasiado oscuro para apreciar la expresión de él, sin embargo, Emily
notó la urgencia de su petición y lo sintió tenso.
—¿Y bien?
—Acepto encantada.
—Gracias —se relajó—. Ahora cuénteme cómo pasó el día de hoy.
Emily le narró con lujo de detalles como transcurrió la jornada en la mansión y
cómo se comportaban los visitantes.
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—Son las seis y quince, señorita Harper —Lucas Fonseca vio su reloj al llegar a
la casa de Emily—. ¿Puedo regresar a las siete y media?
—Sí —asintió ella con un leve movimiento de su cabeza—. ¿Iremos a un lugar
muy elegante? Me temo que no tendré ropa apropiada para la ocasión.
—Me hospedo en el White Hart del camino a Birmingam —la miró
comprensivo—. Estoy seguro que cualquier ropa que escoja será la indicada.
—Hasta más tarde, entonces —descendió del auto y corrió por la vereda hacia
la casa, sin lugar a dudas Lydia la estaría esperando.
—¿Qué sucedió? —preguntó su amiga con ansiedad.
—Te lo contaré mientras me arreglo —cerró la puerta y subió corriendo por la
escalera—. Me enteré que tuviste visita esta tarde.
Lydia llegó a la habitación de Emily, jadeante, se sentó en la cama y esperó a
que terminara de bañarse.
—¿Podrías imaginar mi reacción cuando ese hombre tan apuesto llamó a la
puerta preguntando por ti? —se escuchó un leve ruido en el cuarto de baño—. ¿Sabes
Em? Bastó una mirada para que me sintiera de nuevo una adolescente. ¡Qué sonrisa
y qué bronceado!… ¿Te diste cuenta de la calidad de su chaqueta?
—No me di cuenta —contestó la chica desde la ducha.
—¡No tienes remedio! —exclamó la otra mujer—. Supongo que esta vez si
aceptaste su invitación. ¿Adónde te llevará?
—Al White Hart, que es donde se hospeda.
—Es un lugar muy agradable —le aseguró—. ¿Qué ropa te pondrás?
—Es una buena pregunta, señora Crawford —salió envuelta en una toalla—.
Bien sabe que mi guardarropa es limitado.
—No te preocupes —intentó tranquilizarla—. Los domingos por la noche no
asiste mucha gente a esos lugares —se levantó para ayudar a Emily a seleccionar un
vestido—. ¿Que te parece esta? —sacó una falda recta de lana color negro.
—La compré cuando murió mamá y no la he vuelto a usar, pero tengo un suéter
negro que puede combinar a la perfección.
—Necesitas algo menos serio —le aconsejó Lydia—. Veamos, ¿qué es esto? —
sacó un gancho donde colgaba una blusa de seda en tono crema con mangas amplias
que le daba vida a la falda.
—Me siento culpable al recordar cómo la obtuve —confesó Emily—. La
conservé para mí, cuando debió ser vendida en un bazar de la iglesia. Por supuesto
que la pagué —concluyó.
—Pues ya es tiempo de que la uses —señaló Lydia.
Antes de la hora señalada, Emily terminó de arreglarse, puso esmero en el
maquillaje y se recogió el cabello con un moño.
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Con nerviosismo se apoyó en una silla, deseando que Lydia se hubiera quedado
a hacerle compañía, pero esta prefirió dejarla sola. Sobresaltada, escuchó cómo se
cerraba la puerta de un coche y minutos después, sonaba el timbre.
—¡Que beleza! —Lucas Fonseca le tomó una mano con suavidad.
—Buenas noches —saludó ella—. ¿Qué fue lo que dijo?
—Que está maravillosa. ¿Nos vamos?
Emily asintió, tomando el chal negro que le había prestado Lydia y su bolso de
mano.
—¿Está nerviosa, señorita Harper? —le preguntó al poner el coche en marcha.
—Sí —confesó apretando el bolso.
—Le prometo que no me la comeré —la broma la hizo relajarse y le lanzó una
tímida mirada—. Señorita Harper, le agradezco que haya aceptado salir con este
solitario turista. Estoy dispuesto a comportarme como un caballero y regresarla a su
casa cuando usted lo desee. ¿Le tranquilizan mis palabras?
—Lo siento —se disculpó—. Lo que pasa es que siempre he sido tímida. Al
principio eso dificultó mi trabajo, pero con el tiempo ha mejorado bastante.
—No tiene por qué disculparse —le aseguró—. En lo personal me gusta que sea
así, sobre todo en un país donde las mujeres tienen fama de liberadas.
—Yo creo que ese término se aplica al deseo de una persona de lograr sus metas
—reflexionó con voz alta—. ¿En su país es diferente?
—Muchas mujeres estudian una carrera —respondió él—, pero en el fondo,
prevalecen las viejas costumbres —le comentó—. Algunas familias conservan el
hábito de que una joven no puede salir sola con su novio. La debe acompañar una
hermana o algún pariente cercano antes de casarse. ¿No parece anticuado?
—Me temo que si —reconoció ella—. Y aunque a veces me considero fuera de
época, estoy aquí, cenando con un extraño… —titubeó—; mejor dicho, con un ave de
paso. Espero… —su última frase se quedó incompleta porque en ese instante
llegaban al White Hart.
—¿Qué es lo que espera, Emily? —Lucas la ayudo a bajar del coche—. ¿No
haber cometido un error? —buscó su mirada.
—Sí —confesó con honestidad—; aunque suene un poco fuerte.
—Le prometo —le murmuró al oído mientras caminaban hacia la entrada—,
que no será ningún error.
Sentados en un rincón del salón, Emily empezó a tranquilizarse y a la luz
rosada de la lámpara que había en la mesa, recorrió con la mirada los rasgos de su
compañero.
—¿Por qué me mira de esa manera? —inquirió Lucas con curiosidad.
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—Porque no había tenido oportunidad de contemplarlo con detenimiento —
reconoció Emily—. No me atreví a hacerlo la primera vez que nos encontramos,
además, estaba demasiado oscuro.
—Y después del concienzudo estudio —le preguntó divertido—: ¿le gusta lo
que ve?
—Sí —reconoció—. Es usted muy atractivo, pero eso ya debe saberlo.
—¿Por qué lo dice? —frunció el ceño.
—No quise decir que sea un engreído —continuó examinándolo—; pero tiene
una especie de aura —entrecerró los ojos—. Da la impresión de ser una persona que
conoce el terreno que pisa; seguro de sí mismo. Y por la forma en que viste y se
comporta, intuyo que es un hombre de mundo.
Él iba a decir algo, pero la llegada del camarero los interrumpió. Los dos
saboreaban el salmón ahumado y bebían vino blanco, cuando él habló:
—No pienso que sea mi presencia la que produce esa aura a la que usted se
refiere —le sonrió—. ¿Me permite tutearla? —al verla asentir prosiguió:
—Mi familia y amigos me dicen Luc, ¿podrías llamarme así también? —dio por
hecho que aceptaría y volvió al tema—. No creo estar de acuerdo contigo; la
confianza en mi mismo la he obtenido con el paso de los años y no por mi atractivo.
Mi familia posee una mina de oro en el interior de Brasil, en Minas Gerais y aunque
trabajé duro en ella, también crecí confiando tanto en la riqueza de los míos como en
mí. Quizá te parezca presuntuoso, pero intento ser sincero contigo.
Emily fijó su atención en el platillo principal que acababan de llevarles,
acompañado con un vino tinto portugués.
—Estás muy pensativa, Emily —le sirvió vino.
—Reflexionaba sobre lo diferente que es nuestro medio ambiente; provenimos
de dos mundos distintos —rechazó la copa que le ofrecía—. Disculpa que no acepte,
pero no estoy acostumbrada a beber.
—No bebas entonces —concedió—. No me gustaría que te sintieras incómoda.
Pero no veo por qué ser de diferente nacionalidad, nos impida disfrutar de nuestra
mutua compañía.
—Por supuesto que no —se dispuso a saborear el asado—. Cuando hablas de tu
"familia", ¿te refieres a hermanos y hermanas?
—Por desgracia soy hijo único. Mi madre murió cuando yo nací y mi padre
jamás volvió a casarse; por lo cual, crecí bajo los cuidados de mi abuela, una dama
inglesa de Cambome en Cornwall.
—¡Por eso hablas tan buen inglés! —exclamó Emily.
—Y porque estudié en Inglaterra.
—¿En Oxford o en Cambridge?
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—Ni una ni otra, son un poco snobs —sonrió al verla sonrojarse—. Asistí un
año a la Facultad de Minería de Cambome y después al Instituto Tecnológico de
Massachusetts en los Estados Unidos.
—Entonces tu acento es norteamericano —hizo a un lado el plato, sin terminar
el guiso.
—Mi abuela nunca lo permitiría —miró el plato, censurando a la chica—. Estoy
seguro que puedes comer un poco más.
—Lo siento —ella miró con rechazo la carne sobrante—, pero estoy
acostumbrada a cenar queso y pan tostado.
—Eres una chiquilla —Emily arqueó las cejas preocupada—; si te alimentaras
mejor, adquirirías una silueta más femenina.
—Es difícil que a estas alturas lo logre —sintió ruborizarse—. Cuéntame más
acerca de tu lugar de origen. ¿En qué parte de Brasil se localiza?
Lucas Fonseca entendió que Emily quería cambiar de tema y habló de Campo
d'Ouro ubicado en la parte montañosa del estado de Minas Gerais, donde su familia
había extraído el metal durante un siglo. Le describió el hermoso jardín de plantas y
flores exóticas donde se erigía una casa sombreada por palmeras. La llamaban Casa
d'Ouro y en ella vivían Lucas, su padre y su abuela. Él había viajado a Gran Bretaña
con el propósito de comprar una perforadora neumática fabricada en Cornwall.
—Me aconsejaron que cuando viniera aquí visitara Cotswolds —concluyó—.
Así que decidí tomarme unos días antes de regresar a Brasil.
Después de rechazar el postre, los dos se enfrascaron en amena charla. Mientras
bebían el café, Emily le contó más detalles acerca de su vida. Le habló sobre la pena
de verse sola y cómo su nuevo estilo de vida empezaba a tornarse rutinario.
—Si no hubiera sido por Marcus Lacey —afirmó—, habría tenido graves
problemas. Él insistió en que no le pagara renta cuando murió mi madre y gracias a
él obtuve mi empleo. Así que no conozco otro lugar más que Compton Lacey.
—¿Nunca has deseado explorar el mundo y descubrir las cosas que tanto atraen
a las jóvenes de tu edad?
—¡Por supuesto! —le aseguró—. Aunque no lo parezca, soy una persona
normal. Pero me gusta la tranquilidad de mi país y para ser sincera, el mundo
exterior no me parece atractivo.
—¿Qué concepto tienes de una persona como yo?
—Pues eres cosmopolita, conocedor y sofisticado —expresó la chica—. Pero esta
opinión es muy somera; apenas si te conozco.
Lucas tomó la delgada mano de Emily entre las suyas.
—Me gustaría que me conocieras mejor —sugirió sonriente—; como yo deseo
hacerlo contigo.
—Eso es imposible —objetó ella y retiró la mano—. Tú te irás pronto de aquí,
mientras que yo permaneceré en mi provinciana rutina, la cual disfruto.
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Luc se levantó con brusquedad y retiró la silla de ella, para salir a la fría noche.
Emily tembló no sólo por sentir la brisa traspasar la delgada tela de su blusa sino
también al contacto del brazo masculino que la ayudaba a ponerse el chal.
El regreso a Compton Lacey transcurrió en silencio y Emily sintiéndose tensa e
incómoda, apenas le dirigió una furtiva mirada a Luc. Y no fue sino hasta que
abandonaron la carretera principal, cuando ella se tranquilizó, pero antes de llegar a
su destino, él detuvo el auto y se volvió hacia ella.
—Por favor, Emily —le suplicó tomando sus manos—. No temas, sólo deseo
charlar un poco más contigo, pues de antemano intuyo que no me invitarás a pasar a
tu casa puesto que vives sola. Te lo ruego, no tiembles.
—No puedo evitarlo —contestó irritada—. No estoy acostumbrada a este tipo
de situaciones.
—Nunca lo pensé, carinha.
El tono de Luc era amable, pero no la calmó, lo único que deseaba era estar a
salvo, en su casa.
—¿Qué terribles pensamientos oscurecen tan bellos ojos azules? —preguntó él
mientras desabrochaba el cinturón de seguridad de la joven—. Ahora, ya estás libre.
—¿Me has traído hasta aquí, para… seducirme?
—No haré nada contra tu voluntad, carinha —le acarició una mano—. Si en este
momento me ordenas que te lleve a tu casa; te juro que lo haré.
Emily no dijo nada y poco después, Luc le pasó el brazo por la espalda y la
obligó con dulzura a apoyar la cabeza en su hombro.
—Deseaba tanto que no me lo pidieras, Emily —continuó—, porque quiero
estar junto a ti, verte mañana y cada día, hasta que me vaya.
—Pero si lo permito —titubeó Emily—, y nos vemos a diario como pretendes,
quizá cambie tanto mi existencia, que cuando te marches, no volverá a ser lo mismo.
—Nos escribiremos y para Navidad, volveré a visitarte —Luc se mostró
confiado—. No creo que la distancia sea un obstáculo.
Emily se volvió hacia él para perderse en su oscura mirada y percibió su aliento.
Le agradaba estar junto a ese hombre atlético y varonil, así como su aroma de
colonia, mezclada con tabaco.
—Estás muy callada, Emily —le dijo Luc con voz baja—; pero al menos ya no te
siento temblar entre mis brazos. ¿Te agrada mi compañía?
La sensual boca de él casi rozaba la de Emily y al asentir ella Luc la besó con
delicadeza. Sin embargo los dos sintieron una incontrolable necesidad de fundir de
nuevo sus bocas con pasión. Por un instante, Emily se apartó de él buscando recobrar
la cordura, pero Luc la volvió a estrechar y ella sintió una emoción desconocida hasta
entonces.
—¿Alguien te besó así antes? —preguntó Luc con un más marcado acento.
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Emily lo negó y lo miró atónita. Luc la abrazó hasta que al fin recobraron la
calma y ella volvió a su lugar. Él se inclinó y besó la mano de Emily.
—El moño que con tanto cuidado peiné, se deshizo —observó ella preocupada.
—Me gustas más así —comentó adulador—. Pero imagino que piensas en cosas
distintas a las de tu arreglo.
—Sí —asintió cohibida—. Más no sé cómo expresarlas. Luc, ¿siempre
experimentas esta sensación al besar a alguien?
—No carinha, ¿y tú?
—Sólo me han besado un par de veces, en las fiestas de Navidad —reveló ella—
. Pero te aseguro que no se compara con lo que sentí al besarte.
—Emily, te besé porque no pude reprimir el deseo de hacerlo —le acarició el
mentón con tal ternura, que la desarmó—. Pero no pensé que resultara una
experiencia tan cálida. Créeme que esto no sucede a menudo; los besos pueden ser
tiernos sin ser apasionados, como éste.
Luc se acercó a ella para demostrárselo, pero fracasó, pues en cuanto unieron
sus labios una cálida ansiedad los envolvió. Y cuando al fin se separaron él exclamó:
—¡Deus! —apartó el rostro para mirarla—. Debería excusarme, pero no puedo.
Me asusta el poder que ejerces sobre mí.
—Lo mismo me sucede en este momento —Emily se separó de él—. Por favor,
llévame a casa Luc, ahora que todavía puedo pensar con cordura.
—Temo que no querrás verme mañana —Luc se alisó el cabello, nervioso.
—Aunque quisiera, no podría negarme —reconoció ella con un suspiro—. Me…
gustaría verte de nuevo.
Ante tal respuesta, Luc oprimió la mano de Emily y no la soltó hasta que
llegaron a la casa.
—¿A qué hora sales de trabajar mañana, carinha? —le ayudó a ponerse el chal.
—Es mi día libre —respondió ella, sonriente—. No salgas del auto —le pidió
Emily.
—Pasemos entonces el día juntos —suplicó él.
Ella se volvió a mirarlo y accedió. Luc le sonrió y antes que pudiera darle un
beso de despedida, la joven salió presurosa del coche.
—No, no lo hagas —musitó, temerosa de que Lydia la pudiera escuchar.
—¡Cobarde! —exclamó él—. Até amanha, Emily.
—¿Qué quiere decir?
—Hasta mañana, carinha. Que descanses.
***
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Emily permaneció largo rato sin poder conciliar el sueño, mirando las estrellas,
se preguntaba si Luc estaría haciendo lo mismo. ¡Como si fuera posible!, rió de su
romanticismo. No cabía duda de que para él era una forma muy agradable de pasar
unos días en la Gran Bretaña, pero una tarde no bastaba para fincar una relación. El
problema era la poca experiencia que ella tenía con el sexo opuesto.
¿Sería normal el estado de excitación en que se encontraba? Era obvio que Luc
también estaba sorprendido por la pasión que había surgido entre ellos. Emily
decidió no pensar más en el asunto o de otra forma no dormiría en toda la noche.
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Capítulo 3
Las dudas de Emily se desvanecieron a la mañana siguiente; a las diez en
punto, Luc llegó en su Jaguar. Emily abrió la puerta y sonrió al atlético y varonil Luc,
quien avanzaba por la vereda del jardín. Vestía pantalones de pana beige y una
camisa de seda que hacía juego en tono más oscuro, con su chaqueta de gamuza.
—Buenos días —saludó ella tendiéndole la mano—. Como no sé qué planes
tengas, no creo estar vestida con propiedad.
—Estás perfecta, Emily —le besó la mano y la hizo sentir confiada—, también
esta habitación lo es; tus padres tenían muy buen gusto.
—Eran fanáticos de las antigüedades —añadió Emily—, les gustaba adquirir
objetos valiosos, como aquella mesita y los dos sillones de terciopelo de la época de la
Regencia —le explicó—. No soy muy conocedora, pero me encanta este salón porque
es mi hogar. ¿Te estoy aburriendo? —preguntó a Luc.
—En absoluto pequeña, pero estás intentando desviar mi atención de lo que
pasó entre nosotros, ¿o me equivoco? —le pasó un brazo por la cintura—. Hoy
visitaremos los lugares que tú consideres de interés; eso servirá para conocernos
mejor, luego buscaremos un lugar donde almorzar y así olvidar lo sucedido anoche
—se detuvo al ver su expresión—. ¿Ocurre algo?
—Es que… pensé que quizá tú…
—¿Qué yo suponía que estabas habituada a ello? Claro que no —le aseguró—.
Fue obvio que no.
—¿Por qué? —preguntó incrédula.
—Porque, mi niña inocente, aunado a tu cálida respuesta, hubo un sentimiento
de asombro. Y no sólo tú lo percibiste ¿cómo explicarte que no estabas más
sorprendida que yo?
—¿Acaso te desconcerté? —inquirió ella.
—No Emily, yo mismo me sentí confundido —la blancura de los dientes de Luc
resaltó en su bronceado rostro—; sin embargo, presiento que no me explico bien,
pero debes ser paciente con mi inglés.
—Bien sabes que lo hablas a la perfección —Emily se puso la chaqueta—, para
mí, tu acento es fascinante.
auto.
—¿Te afecta mi acento, Emily? —murmuró a su oído mientras se dirigían al
—¡Mucho! —aceptó sin vergüenza—, pero estoy acostumbrándome a él. ¡Oh
Luc! ¿No es un día maravilloso?
—Es perfecto —convino él, ayudándola—, y así permanecerá para nosotros —
encendió el motor—. Me aseguraré de que así sea.
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Lucas era tan bueno conduciendo como charlando y con habilidad la guió a
través de los estrechos caminos que llevaban a Cotswolds. Almorzaron en
Moretonin-Marsh y finalmente cenaron en Stratford donde compraron billetes para
asistir al Royal Shakespeare que presentaba la obra Mucho ruido y pocas nueces.
café.
—No conocía este teatro, ¿y tú? —inquirió Luc mientras tomaban una taza de
—Cuando iba a la escuela, solían organizar una visita al año —comentó—,
especialmente si se llevaba el curso de inglés.
—¿Estudiaste inglés, Emily? ¿Qué pensabas ser?
—Mis materias favoritas eran inglés e historia y me habría gustado ser maestra
de esta materia —con tristeza bajó la mirada, pero enseguida se recuperó—, como
sabes el destino se interpuso; sin embargo, lo que hago en Compton Lacey es
parecido a lo que una vez anhelé.
—¡Coitadinha! Mi pobre pequeña —le estrechó la mano—. Quedaste sola
demasiado joven —frunció el ceño, consternado—. En caso de necesidad, ¿cuentas
con alguien que pueda ayudarte?
—Lydia es quien siempre me tiende la mano —le confió—. Además, Marcus es
un constante apoyo. Debes conocerlo, es una persona encantadora, a pesar de su
precaria salud.
—¿Es joven?
—Tiene cerca de cuarenta años, ¿por qué?
—Me pregunto si aparte del interés fraternal, existe otro —Luc frunció el ceño.
Emily retiró la mano y se levantó, a Luc no le quedó otra alternativa y la imitó.
Salieron del restaurante, dirigiéndose al teatro en silencio.
—¿Te ofendí Emily? —Luc volvió a asir su mano aun cuando ella intentaba
zafarse.
—Me molesta la simple insinuación de que entre un hombre y una mujer, no
pueda haber más que una relación amistosa —optó por no forcejear—, Marcus me
aprecia como a un familiar lejano, que en situaciones adversas, requiere ayuda.
Luc se detuvo atrayéndola hacia sí. La angosta acera se encontraba desierta.
Emily lo miró confundida al sentir que empezaba a temblar como la noche anterior.
—Sólo pensar que pudiera haber otro hombre en tu vida, me hace sentir celos
—Luc le acarició los brazos mientras ella lo contemplaba, sorprendida.
—¡Pero eso es ridículo! —exclamó—. Apenas nos conocemos, además, no me
considero una mujer capaz de encender pasiones a la primera mirada, soy tan común
y…
—No sigas —acalló sus protestas besándola en la boca, después se separaron al
escuchar voces que se acercaban. En silencio, volvieron a caminar, pero esta vez él la
llevó abrazada hasta que llegaron al estacionamiento.
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Aún confundida, Emily se introdujo en el auto y Luc hizo lo mismo, se abrochó
el cinturón de seguridad y le besó en la nariz sin decir nada. La tierna caricia hizo
feliz a Emily, quien reclinándose en el respaldo, apreció el panorama de la carretera.
Cuando llegaron, era temprano y Emily sin pensarlo demasiado preguntó:
—¿Deseas tomar una taza de café, Luc?
—¿Puedo Emily? —la miró sorprendido—. Aparte de temer a mis intenciones,
¿no te preocupa lo que piensen tus vecinos?
—Apenas son las nueve y media —señaló—. Mi reputación no correrá peligro si
pasas una hora. Y si mal no recuerdo, prometiste no tocarme si yo no te lo permitía.
—Entonces, acepto encantado, antes que te arrepientas.
Una vez adentro, Emily encendió la pequeña chimenea y se retiró a preparar el
café, mientras Luc observaba satisfecho sus gráciles movimientos.
—Es café instantáneo, —Emily se disculpó al colocar la bandeja—. No puedo
darme el lujo de comprar café de grano.
—En mi país es algo que tenemos en abundancia —Luc rió—. Debes visitarlo y
conocer mi casa, saborear nuestro café y sentir la tibieza del sol.
—Por ahora es casi imposible —reconoció Emily. A menos que gane los
pronósticos deportivos.
—¿De qué hablas? —Luc pareció no entender.
Entonces, se sentaron y Emily le explicó las complicaciones de llenar un cupón
de fútbol y la recompensa que se obtenía al acertar. El café de sus tazas se enfrió
mientras ella charlaba animada, hasta que se percató de que Luc la observaba en
silencio.
—Te estoy aburriendo —se detuvo con brusquedad.
—Te equivocas Emily, me fascina escucharte y ver como cambias de expresión
—de pronto se puso serio y aunque permaneció en su lugar, parecía tenso—. ¿No me
consideras digno de admiración, pequeña? A pesar de lo difícil que es, no he roto mi
promesa.
—Ya me di cuenta —no pretendió ignorarlo—, y como no quiero que la rompas
—dijo ella, volviéndose—; será mejor que nos despidamos.
—Te espero mañana a las cinco y media para llevarte al teatro, Emily —le tomó
la mano—, si lo deseas, vendremos primero a tu casa, para que te cambies.
—No será necesario, Luc —le aseguró Emily—. Me pondré desde en la mañana
ropa apropiada, aunque te prevengo que nada de lo que acostumbro usar, concuerda
con tu estilo de vida.
—Desconoces por completo cómo es un día en mi vida, —le sonrió
indulgente—. La mayor parte del tiempo, lo paso en pantalones de mezclilla y botas,
los cuales no son nada elegantes.
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—Es posible senhor Fonseca, que usted se vea elegante con cualquier tipo de
ropa —lo observó con detenimiento.
—Eso no es jugar limpio, carinha —se acercó a ella de forma instintiva, pero se
controló—. Si yo tengo que guardar las reglas, tú también.
—¡Aguafiestas! —gritó Emily, agitando una mano en señal de despedida,
cuando vio que Luc se había ido, cerró la puerta y tomó uno de los cojines del sofá,
para bailar una polka.
Durante los siguientes días, Luc la esperaba a la salida del trabajo. La llevó al
teatro, al cine y a un restaurante francés en Kenilworth. Emily se sentía como la
Cenicienta antes de media noche, deseaba disfrutar de cada instante que pasaban
juntos, sin pensar en la separación y la vuelta a la rutina.
¿Podría soportarlo? No quiso pensar en ello y cerrando su mente a tan dolorosa
pregunta, decidió adquirir con sus ahorros alguna ropa que vio rebajada en un lujoso
almacén de Warwick. Lydia la llevó al centro, donde se suponía, iba a comprar la
despensa; sin embargo, primero se dirigió a un elegante escaparate, donde las
creaciones le hacían guiños. Al empujar la puerta, una elegante dama le pregunto su
talla, se dio cuenta de que la rebaja se debía a que era una prenda pequeña, pero al
probársela, pareció como si la hubieran diseñado para ella.
Era un modelo Mari Farrin, tejido en tono morado que hizo resaltar el rubor de
sus mejillas; la falda tenía delicados pliegues que se ceñían a su cuerpo y la blusa de
manga corta dejaba entrever sus senos.
Emily miraba el escote, titubeante, pero la dueña le aseguró que se veía muy
bien y entonces lo pagó sin demora.
Deprisa compró los alimentos y luego tomó el autobús de regreso para llegar a
tiempo de preparar la cena. Esa noche deseaba invitar a Luc a cenar en su casa, en
pago de todas sus atenciones. Armándose de valor, llamó por teléfono a su hotel
esperando que no hubiera salido.
—¿Emily? ¿Qué sucede? —se escuchó su voz nerviosa—. ¿Acaso estás enferma?
—No Luc —lo tranquilizó—, sólo quería hacerte una proposición.
—Te escucho, carinha. No me irás a decir que no nos veremos esta noche.
—No… mejor dicho, sí.
—Emily por favor, explícate —la voz de Luc se oía ansiosa.
—Toda esta semana me has invitado a diferentes lugares; así que esta noche yo
prepararé la cena.
—¿Piensas que es correcto? —preguntó Luc.
—Probablemente no —confeso ella—. Mi experiencia culinaria se limita a tres
platillos, eso, quizá sea un riesgo para ti. Te espero a las ocho, —Emily colgó antes
que él pudiera responderle.
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Decidió preparar el platillo que mejor cocinaba. Y antes de dirigirse a su trabajo,
echó un rápido vistazo al recipiente cuyo exquisito aroma la satisfizo tanto como la
fragancia de las flores.
Era casi media tarde y Emily estaba ansiosa por regresar a su casa a lavarse el
cabello. De pronto, recordó que no había tenido en cuenta las bebidas. Abrió el
aparador sin esperanza de encontrar una botella de jerez o cognac; lo único que había
era una media botella que su madre guardaba para algunos imprevistos. Suspirando
llegó a la conclusión de que no podría ofrecerle nada de beber a Luc y dedicó su
atención a los últimos detalles de la cena.
Más tarde, cuando estuvo lista, quedó satisfecha de su apariencia; el nuevo
vestido le daba un aspecto sofisticado y se dejó el cabello suelto como le gustaba a
Luc, pero detenido por un lado con una peineta de carey. Aunque hubiera deseado
tener un par de zapatos más a la moda, se contentó con los únicos finos que tenía.
Después de hacer una mueca ante el espejo, Emily bajó por la escalera, se colocó
un delantal y supervisó que no fuera a faltar algún detalle. Como no contaba con una
mesa para comer, pues al dividir la casa con Lydia, el comedor había quedado del
otro lado, tendrían que cenar con una bandeja sobre sus rodillas y sentados frente al
fuego. Emily se consoló, pensando que para Luc sería una experiencia distinta y
cuando se preguntaba cómo sería la comida brasileña, escuchó que llamaban a la
puerta. Luc llegó cinco minutos antes.
Emily abrió para dar paso a un Luc cargado de botellas. Sus ojos expresaban
admiración.
—¡Qué elegante estás, Emily! —exclamó—, o debo decir, ¿señorita Harper? —
preguntó bromeando—. ¿Puedo bajar las botellas? Porque si no hago algo pronto,
voy a dejar caer alguna.
—Pero si no es una fiesta —lo reprendió Emily con dulzura—; sin embargo te lo
agradezco. Estuve tan entretenida con la cena, que olvidé la bebida.
Mientras Luc se dirigía a la estancia, Emily lo contemplaba con interés. Vestía
informal, con unos jeans negros, camisa de lana en tono beige y chaqueta negra de
gamuza.
—Tú también estás muy elegante, Luc —le sonrió feliz.
—Pero no lo suficiente para ir de acuerdo con vestido tan original —tomó la
mano de ella y se la llevó a los labios—. Pensé que algo sencillo sería apropiado para
una cena íntima; pero me equivoqué. Pareces una princesa.
—Es nuevo —repuso con candidez—. Lo vi esta mañana y no resistí la tentación
de comprarlo. Estoy aburrida de usar siempre la misma ropa.
—Para mí, eres encantadora con lo que te pongas, eso ya lo sabes —se volvió
hacia las botellas—. Como no tenía idea de lo que cocinarías, traje vino rojo, rosado y
blanco; una botella de jerez y otra de champaña.
—Tendremos que cenar en bandejas, Luc. El comedor está en el otro extremo de
la casa y la cocina no me parece el lugar indicado.
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—A mi sólo me importa estar contigo, Emily. Se hizo un silencio que sólo
rompió el crujir de los leños en la chimenea.
—Cenaremos filete en salsa de rábanos —desvió la mirada.
—Entonces abriremos el vino rojo.
—¿Sirven éstas? —Emily sacó dos copas.
—Perfecto y si tienes dos vasos, beberemos un poco de jerez como aperitivo —
Luc se mostraba impersonal—. A mí me gusta seco, pero quizá a ti no.
—No tengo paladar para establecer la diferencia —observó jovial—. Tomaré de
una botella que guardo en el aparador, mientras termino de preparar las verduras.
Luc se quedó en la puerta de la cocina admirando a Emily, quien le daba el
toque final a la cena.
—No habrá plato de entrada —le advirtió Emily—; tendré que servir todo junto
y si algo no te gusta, sólo apártalo.
—Por el aroma deduzco que será delicioso —le aseguró él—. Además, me estoy
muriendo de hambre, no almorcé.
—Yo tampoco —contestó ella.
Sin agregar más, Emily sirvió porciones generosas y sentados en el cómodo
sillón, frente a la chimenea, cenaron con avidez. En cuestión de minutos, Luc terminó
su ración.
—¿Aprendiste a cocinar en la escuela, Emily?'
—Sí, pero no alta cocina. Este era el platillo favorito de mi padre y disfruto
preparándolo, pero guisar diario es distinto. Sé preparar algunas recetas y ensaladas
—reconoció ella—, aunque no soy muy buena para los postres. He notado que casi
no te gustan.
—Me sorprende que te hayas dado cuenta —sonrió él con ternura—. Los dulces
de sobremesa no me agradan, pero tu sí pequeña cozinheira.
—¿Qué significan tus palabras? —ella se ruborizó; le quitó a Luc el plato vacío y
se dirigió a la cocina—. Quédate donde estás mientras preparo el café y sirvo lo que
falta.
Luc se recostó en el sofá y observó a Emily que se acercaba con una bandeja de
queso y manzanas rebanadas.
—Cozinheira es una persona que sabe cocinar, niña mal pensada —le aclaró y
tomó el plato que Emily le ofrecía—. Probaré esas apetitosas manzanas y ese queso,
que se antoja exquisito gracias.
Emily bebía la tercera copa de vino y cuando se levantó para ir por el café, se
alarmó al sentirse ligera sobre el piso.
—Me parece que he bebido demasiado —sirvió las dos tazas—. Es una osadía
prepararle café a un brasileño, pero si no te gusta, ten paciencia.
—¿Por qué lo dices?
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—No tiene importancia —palmeó el brazo de él—. Olvidé que eres un extraño.
—¿Extraño dices? —frunció el ceño—. Discúlpate por lo que has dicho.
—Lo siento Luc —se apresuró a decir.
—¿Te sientes abochornada, Emily?
—Mucho, Luc.
—Demuéstramelo —le ordenó.
—Pero, ¿cómo?
—Tú sabes como terminar con mi tortura, carinha —la atrajo hacia sí con los ojos
cerrados.
La boca de Emily se unió a la de él y se hizo un silencio en la pequeña
habitación, la caricia fue a la vez alivio y dulce tormento. Luc la apoyó contra su
pecho sin despegar los labios y se dejó caer sobre los cojines del sillón. La sensación
de placer que surgió entre ellos, se volvió de pronto más exigente. Él jugueteaba con
su cabello con una mano y con la otra le acariciaba rítmicamente los hombros y la
espalda.
Cuando Luc separó por un momento sus labios, ella suspiró; enseguida le soltó
el cabello para acariciar sus senos, y Emily se estremeció de placer. Con la respiración
entrecortada, buscó de nuevo la boca de Luc y encontró una ansiosa respuesta de
parte suya.
—Querida, perdóname —murmuraba él con incoherencia—. Sé que fue un
error venir. Deus, Emily…
Luc la miró en silencio al notar que ella se sonrojaba y descubrió en sus ojos un
brillo diferente que hablaba de deseo, lo cual provocó que su respiración se acelerara.
El control que hasta ese momento ejerciera Luc, se derrumbó y con movimientos
nerviosos, arrojó los cojines al suelo y recostó a Emily sobre ellos sin que ella se
resistiera.
Tomó el rostro de la chica entre sus manos; al principio la besó con ternura en
los labios, para luego recorrer su garganta, hasta que Emily, de forma instintiva y
experimentando un doloroso placer se pegó a su cuerpo. Una sensación abrasadora
se apoderaba de ella y deseó sentir el cuerpo de Luc; introdujo las manos por debajo
de su camisa, mientras Luc, impulsivo, la desvestía. Después él también se desnudó
hasta quedar piel con piel. La tenue luz proveniente de la chimenea marcaba la
diferencia de tonos: el de Luc, cobrizo y el de ella, blanco como la nieve.
Por un momento, Emily perdió la noción de lo que decía Luc, quien olvidando
el inglés, murmuraba en su oído un torrente de palabras en portugués, a la vez que la
iniciaba con delicadeza por el doloroso placer de la primera vez. Una débil queja se
perdió ante la fuerza masculina y después de un prolongado silencio, con los rostros
muy juntos, Luc la sintió estremecerse entre sus brazos…
—¿Estás disgustada, Emily? —preguntó Luc al verla esquivar su mirada—. Te
sentí temblar. ¿Acaso me desprecias?
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—Lo que pasa es que… —titubeó con una sonrisa—, tengo frío —le confesó
cohibida—. Reconozco que no es muy romántico de mi parte pero no estoy
acostumbrada a estar desnuda —se incorporó.
—Perdóname, pequeña —la tomó de las manos—. ¿Te ayudo a vestir o pongo
más leños en la chimenea?
—Creo que… —empezó a reír—, si te vuelves un momento, lo haré sola.
—¿No estás disgustada, entonces? —preguntó él.
—No —Emily desvió la mirada—. ¿Cómo podría estarlo? Soy tan responsable
como tú o quizá más, porque me rendí sin siquiera luchar.
Consternado, Luc se volvió hacia la chimenea, mientras Emily buscaba sus
prendas.
—Tardas demasiado —Luc procuró mantener la vista fija en la chimenea, pero
al escuchar una risa nerviosa se volvió para mirar a Emily aún desnuda—. Por Dios
nena, cúbrete.
—Eso intento hacer —se excusó ella—, pero dispusiste con tanta energía de mi
ropa, que no la encuentro.
—Me comporté como un salvaje —sorprendido encontró una prenda íntima
envuelta en su camisa—. Tendrás toda la razón si me echas de tu casa.
—No hasta que me ayudes a arreglar esto —luchaba en vano de arreglar el
gancho de su sostén.
—Temo que será algo más en mi contra —dijo—. Creo que lo rompí en mi…
—¿Entusiasmo? —concluyó Emily y se volvió hacia él con modestia, una
encantadora sonrisa iluminaba su rostro.
—Te amo, Emily —fue la respuesta de Luc.
Sin dudarlo, Emily se perdió entre sus brazos, mientras él le rodeaba la cintura
para preguntarle al oído:
—¿Te lastimé, carinha?
Emily tembló ante su proximidad, pero asintió con la cabeza.
—La próxima vez será distinto.
—¿Es ésta la próxima vez? —se estremeció ante su contacto y escondió el rostro
en el pecho desnudo de Luc.
—Sólo si tú lo deseas, querida —respondió con un suspiro.
—Lo deseo, Luc —reconoció Emily olvidando su timidez.
Ahora, ella respondía con la misma pasión a las caricias de Luc; le devolvía
beso por beso. Su timidez quedó olvidada y pronto asimiló la dulce sensación de
recorrer el cuerpo varonil con las manos. Más tarde, cuando su respiración volvió a
ser normal, Luc preguntó:
—¿Me amas, Emily?
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—Supongo que sí —contestó ella con firmeza—, no habría hecho esto si no te
amara.
—¡Emily! —la abrazó con gesto protector—. No siempre se aman las personas
cuando hacen el amor.
—Quizá tú no, pero yo sí.
—No quise decir eso —la amonestó—. Sé que a veces mi inglés no es muy claro,
pero debes creerme que te quiero. Desde el primer día que te vi…
—Eso fue hace sólo cinco días —le recordó Emily.
—Días, minutos, años, ¿qué puede importar? —de pronto el rostro de Luc se
tornó serio—. ¿Te casarías conmigo e irías a vivir a Campo d'Ouro? —preguntó con
ansiedad—. ¿Abandonarías todo esto para acompañarme a Brasil?
—Sí Luc, pero ahora debemos vestirnos. Porque así me siento muy vulnerable
—antes de permitirle incorporarse, Luc la besó de nuevo.
—Me gustas más así —murmuró emocionado—, pero no quisiera que te
resfriaras.
De pronto, el rostro de Emily palideció.
—¿Qué sucede? —preguntó Luc, alarmado.
—Que mi comportamiento… —titubeó—, no corresponde a los principios de
moral con los que fui educada.
—¿De qué hablas?
—Pues… de estar aquí así y… haber hecho lo que hicimos —respondió ante la
mirada divertida de Luc—. Además… nunca había visto a un hombre
completamente desnudo.
Luc soltó una carcajada que terminó con la turbación de Emily. Le dio una
palmada en el trasero y terminaron de vestirse. Momentos después se sentaban
frente a la chimenea a tomar café y a hacer planes.
—Regresaré a Brasil el domingo —dijo él y la estrechó con fuerza—, les
informaré a mi padre y a mi abuela de nuestro compromiso. Haré los preparativos
necesarios para regresar dentro de un mes por ti. ¿Será suficiente para ese lapso
carinha?
—Apenas lo puedo creer —respondió ella, mirando arder los leños—. ¿No
pensará tu familia que es un poco precipitado?
—Lo único que me preocuparía es que tu lo consideraras así —repuso Luc,
convencido—. Si viviera en este país, dejaría pasar más tiempo para que te
acostumbraras a la idea, pero no puedo darme ese lujo ni arriesgarme a perderte.
—Eso no ocurrirá —Emily lo abrazó por el cuello—, esperaré impaciente tu
regreso, además aún tenemos dos días.
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Pero Emily se equivocaba, a la mañana siguiente, un insistente llamado a la
puerta la despertó. Aún en camisón y con el cabello revuelto abrió, para encontrarse
con Luc, pálido y vestido con traje oscuro y corbata.
—¡Querido! ¿Qué sucede? —Emily lo condujo a la sala abrazándolo.
—Se trata de mi padre —exclamo con tristeza—. Recibí un telegrama hace una
hora en el que me dicen que sufrió un ataque cardíaco. Debo partir de inmediato; por
fortuna hubo una cancelación y pude obtener un asiento.
—Déjame prepararte una taza de café —ella no sabía como mostrarle su
comprensión.
—No carinha —la interrumpió—. Tendré que conducir a Londres para regresar
el auto y antes de tomar el avión, debo arreglar unos asuntos —se apartó de ella y
sacó su libreta de direcciones—. ¿Puedo llamarte a casa de la señora Crawford?
—Por supuesto —respondió ella y luchando contra el nudo que sentía en la
garganta, le dio el número y la dirección.
—Te llamaré en cuanto vea a mi padre, Emily —le prometió él mirándola a los
ojos—; tan pronto se recupere, vendré por ti. Hasta entonces, no olvides que te amo,
pequeña.
Lágrimas de desconsuelo bañaron el rostro de la joven y Luc con ternura, le
musitó palabras en portugués e inglés. La noticia de la partida de Luc la dejó
anonadada por varios minutos, hasta que recobró la serenidad, se separó de él y
sonrió ante la seriedad de su rostro.
—Espero que no me vayas a recordar vestida así —se esforzaba por aparentar
calma—. El camisón es una reliquia de mis tiempos de escuela.
—Deseo verte así muchas veces, con el cabello suelto y el calor de tu cuerpo al
levantarte —miró su reloj—. Deus Emily, debo irme. Até logo, carinha.
—Buen viaje, Luc —se resistía a separarse de él—. Ojalá encuentres bien a tu
padre y por favor, conduce con precaución.
Por unos segundos, permanecieron tomados de las manos, se miraron
angustiados mientras Emily luchaba por contener las lágrimas. En eso, Luc se inclinó
a besarla y como si temiera no tener valor de marcharse, se alejó deprisa y cuando
estuvo en el auto, se volvió para despedirse con la mano. Desde el umbral de la
puerta, Emily le respondió con una sonrisa.
Los siguientes días fueron para Emily una eternidad y sólo su trabajo en la casa
solariega le aligeraba la jornada. Sin embargo, al cuarto día y sin esperanza de que
Luc la llamara, empezó a perder peso por la falta de apetito y a mostrar grandes
ojeras por el insomnio. Lo único que aliviaba un poco su tensión eran los momentos
que pasaba arreglando el jardín e incluso evitaba visitar a Lydia donde con
frecuencia sonaba el teléfono, pero nunca era para ella.
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Temerosa de que algo le hubiera ocurrido a Luc, llamó a la línea aérea para
investigar si el avión había aterrizado sin novedad en Brasil y al enterarse de que no
hubo contratiempos, una nueva sensación de angustia la acometió.
Cada mañana se dirigía presurosa al buzón en busca de una carta que nunca
llegaba y para colmo de su desesperación, recordó no haberle pedido a Luc su
dirección. Además, si le quedaba algo de orgullo, jamás le escribiría para preguntarle
la causa de su silencio. Algunas veces se consideraba injusta con Luc, quizá su padre
se había agravado y él no estaría en condiciones de pensar en otras cosas.
Por supuesto, después de dos semanas de tormentoso silencio, Emily consideró
la probabilidad de que a final de cuentas, Luc fuera un consumado actor y lo único
que pretendía era divertirse con ella para contar con una placentera estancia en
Inglaterra. Al parecer, el cuento de que regresaría para casarse con ella, habían sido
sólo palabras melosas para justificar su falta y no descubrir sus verdaderas
intenciones. Lo más seguro era que Luc sólo hubiera querido pasar un buen rato con
ella.
—Mira Emily —le aconsejó Lydia una mañana que la encontró en el jardín—,
creo que es tiempo de que empieces a alimentarte adecuadamente.
—Gracias Lydia, pero me siento bien.
—Pues no lo aparentas —la ayudó a levantarse—. Ahora y sin excusas, me
acompañarás a almorzar; hoy es tu día libre y puedes descansar.
Emily se dejó llevar al interior de la casa y al poco rato se encontraba comiendo
un suculento guiso de carnero con papas. Luego se sentó frente a la chimenea con
una taza de té, se sentía somnolienta por la comida y el ambiente cálido; no obstante,
para Lydia no pasó inadvertida la palidez de su rostro, así como la sombra oscura de
sus ojos.
—¿No estás durmiendo bien, Em?
—Para serte sincera, no —suspiró Emily—. No es que esté enferma he estado
preocupada por un corazón engañado.
—Entiendo, pequeña —se mostró comprensiva—. Debiste escoger a alguien
diferente para enamorarte por primera vez.
—No lo elegí Lydia, sólo sucedió —frunció el ceño—. Y después de no saber de
él durante tanto tiempo, supongo que debo perder las esperanzas.
—Pero si sólo han transcurrido quince días.
—Quizá para ti, pero para mí ha sido una eternidad —Emily se levantó—. Me
siento mejor Lydia, gracias. Ve a trabajar tranquila.
—De nada querida —la miró preocupada—. Pasará pronto, Emily; el tiempo es
la mejor cura —le aseguró Lydia—. Al principio creí imposible salir adelante cuando
murió Tom, pero lo logré. Se que has pasado momentos difíciles desde la muerte de
tu madre; no obstante, tengo confianza en que te sobrepondrás.
—No te preocupes Lydia —contestó Emily, resignada—. Estoy pasando ahora
por la etapa de ira en lugar de ese sentimiento de desolación que me embargaba.
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—¡Esa es mi, amiga! —la animó la otra mujer—. Trata de no pensar en él.
—Será difícil —suspiró—, mas no imposible. No voy a permitir que unos
cuantos días estropeen el resto de mi vida. Con una cosa ya me resigné.
—¿Con qué, querida?
—Esta mañana, llegué a la conclusión de que no vigilaré más al cartero y haré
las paces con tu teléfono.
Cuando Lydia se marchó Emily contuvo un suspiro. Todo lo que le dijo a su
amiga, fue sólo para tranquilizarla, pero ahora tendría que ponerlo en práctica:
borrar a Luc de su memoria y olvidar los maravillosos días que cambiaron su
monótona existencia. Si tenía suerte, quizá el coronel Hammond le permitiría no
visitar en el futuro la alcoba de Lady Henrietta donde como un fantasma se le
aparecía Luc, alto y varonil, con esa atrayente sonrisa que siempre recordaba.
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Capítulo 4
En un frío y airoso día del mes de marzo, dieciocho meses más tarde, Emily
cerraba la puerta de la Casa Dower cuando salía la última persona que había ido a
expresar su pésame; durante un momento, se apoyó en los tableros de cedro y
cerrando con fuerza los ojos, abandonó su pose teatral.
Su rostro se iluminó de pronto cuando al avanzar por el pasillo, escuchó un
sonido proveniente del cuarto de baño. Subió por la escalera, en el momento en que
el timbre de la puerta sonó. Eran las seis de la tarde de un día que le pareció
interminable, ningún ser humano sería capaz de soportar tanto.
Lanzó un suspiro y retrocedió, se alisó el cabello para luego adoptar una
expresión de impersonal cortesía. Encendió la luz del pórtico y abrió. La antigua
lámpara iluminó la figura del hombre, quien permanecía en silencio esperando que
ella hablara.
De súbito, la amable sonrisa de Emily se desvaneció y su rostro palideció
cuando reconoció incrédula, al visitante que estaba frente a ella y la miraba hostil.
Emily intentó tomar aire, pero no pudo y se desmayó en los brazos del hombre,
quien con premura la sostuvo.
Luc Fonseca empujó la puerta con el hombro a la vez que admiraba el níveo
rostro de Emily que contrastaba con el tono oscuro de su traje. Hizo una mueca al
apreciar el ligero peso de la joven que sostenía en sus brazos.
—¡Señor Fonseca! —se escuchó ansiosa la voz de Lydia que bajaba corriendo
por la escalera—. ¿Qué sucedió? Pobre niña, ya imagino la impresión que sufrió al
verlo. Colóquela aquí.
La condujo a través del elegante salón y la depositó en uno de los sofás de
brocado, frente a la chimenea de mármol.
—¿Por qué tarda tanto en volver en sí? —preguntó Luc ansioso—. ¿Por qué está
tan delgada y parece tan agotada? —inquirió.
—Trate de incorporarla —le pidió Lydia al acercarse con una copa de cognac—.
¿Puedo dejarlo con ella? Hay algo que debo ver en la planta alta.
—Por supuesto.
Luc apartó a un lado la copa y se quitó el abrigo sin dejar de mirar la exánime
figura que yacía inconsciente aún. Con infinito cuidado le pasó un brazo por los
hombros y con la otra, le golpeó levemente una mejilla.
—Despierta, carinha. Sé que no te complace volver a verme, pero necesito
explicarte que… —para su alivio Emily dio señales de volver en sí y Luc aprovechó
para darle a beber el cognac.
Por fin abrió los ojos, pasó con dificultad el líquido y cuando recuperó el
conocimiento, se volvió, rechazándolo.
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—No, Emily —Luc se negó a soltarla—, debes beber un poco más; te hará sentir
mejor.
—Puedes retirar tu brazo —murmuró ella con frialdad después de obedecer y
tomar un sorbo.
En silencio, Luc se levantó para contemplar el ojeroso rostro de Emily,
iluminado por el fuego de la chimenea.
—Desconozco el motivo de tu visita —continuó Emily con firmeza—, o cómo te
enteraste de que vivo en la Casa Dower; no obstante, no me interesa —repuso con
frialdad—. En ningún momento, eres bienvenido, pero el día de hoy tu presencia es
aún más inoportuna. Por favor vete —reclinó la cabeza en el sofá, como si sus
palabras le hubieran quitado las pocas fuerzas que le restaban.
Luc Fonseca miró a su alrededor por primera vez: había bandejas con canapés y
bocadillos, restos de un enorme pastel de frutas y algunos vasos que aún mostraban
las huellas del jerez.
—¿Hubo una reunión? —frunció el ceño sin comprender—. No tenía idea, es
decir, hace muy poco de la muerte de tu…
—Esposo —Emily concluyó la frase y sólo entonces, lo miró de frente con sus
fríos ojos azules y se levantó—. No conozco las costumbres de tu país, pero aquí, se
considera de educación ofrecer alguna bebida y bocadillos a quienes asisten a dar el
pésame. Esta tarde enterramos a mi marido, en la capilla de la familia.
—Pero yo supe de su muerte, hace una semana —la observó incrédulo—.
Supuse que todo había concluido. En Brasil los funerales demoran veinticuatro horas.
—¿Cómo te enteraste de la muerte de Marcus?
—Lo leí en los periódicos.
—Me pareció entender que alguien te había avisado.
—Confundiste el sentido de mis palabras.
—Aún así, ¿cómo supiste que era mi esposo? Mi nombre no se mencionaba —
Luc notó su respiración acelerada y con gentileza, la condujo hacia un sillón, donde
ella no pudo resistir apoyarse en los cojines.
—Desde hace tiempo sé de tu matrimonio. Siempre lo he sabido —se arrodilló
frente a ella y le tomó una mano—. Pero este no es momento para explicaciones.
Créeme Emily, de haber imaginado que mi presencia sería inoportuna, habría
pospuesto mi visita. Me marcho, pero sólo con la promesa de que podré volver
mañana.
Emily negó furiosa con la cabeza, más su protesta se vio acallada por la llegada
de Lydia.
—¿Está… todo bien, Lydia? —sus ojos le comunicaron un mensaje y su amiga
comprendió.
—Todo en orden —le aseguró, pero con su experiencia añadió:
—Sin embargo, no podría decir lo mismo de ti, jovencita.
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—Temo que el culpable soy yo —confesó Luc, apesadumbrado.
—¿Se quedará mucho tiempo por aquí, señor Fonseca? —preguntó Lydia en
tono cortés.
—Mis planes aún son inciertos, pero pretendo permanecer hospedado en el
White Hart poco tiempo —se volvió con formalidad hacia Emily—. Permíteme
ofrecerte mis condolencias —insistió en su propuesta—. ¿Puedes concederme
mañana unos minutos? No me gusta insistir en tales circunstancias, pero ¡es tan
limitado mi tiempo!
—¡No! —al instante se arrepintió de su violencia—; es decir, si lo consideras
imprescindible, puedes venir mañana por la tarde.
—Gracias —Luc tomó su abrigo.
—Entonces, a las siete y media —puntualizó Emily con sequedad.
Se hizo un silencio y los dos se miraron como enemigos; ella, pálida y esbelta en
su fino vestido negro y él, atractivo y bronceado en su traje formal.
—Se lo agradezco, señora Lacey —convino él con seriedad—. Até amanha,
señora Crawford.
—Lo acompaño a la salida —Lydia avanzó hacia él mientras Emily, incapaz de
mantenerse de pie por más tiempo, se dejó caer en el sillón.
Ocultando la cabeza entre las manos, intentaba asimilar ese nuevo golpe.
Durante dieciocho meses, no había sabido nada de Luc; era como si hubiera muerto.
Se había acostumbrado a la idea de que nunca había existido y de pronto, verlo allí
frente a ella, había requerido de toda su entereza. Muerto, podría soportarlo, pero
vivo era una afrenta que se negaba a sufrir.
'"He rehecho mi vida con la ayuda de Marcus", reflexionó. "No permitiré que
por segunda ocasión, Luc Fonseca arruine mi vida".
—Debo ver a Jamie —se levantó al ver aparecer a Lydia.
—No es necesario —aseguró ella—. Descansa un rato. Le preparé temprano su
cena y enseguida se quedó dormido. Es un buen chico.
El rostro de Emily se suavizó y durante un rato las dos contemplaron el fuego
de la chimenea, en silencio.
—No es bueno Em, que trates de restar importancia al hecho de que Luc
apareció.
—Tienes razón —Emily hizo una mueca—. ¡Qué ridícula debí parecer
desmayándome! Como si fuera una heroína de la antigüedad caí en sus brazos —se
burló de la situación—. Pero verlo frente a mí como una aparición, fue impactante.
—Es muy comprensible, querida —la consoló Lydia—. Casi no has probado
alimento desde que murió Marcus. Después de todo, ¡eres muy joven para haber
sufrido tantos contratiempos!
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—Me siento vieja y cansada —confesó Emily con pesadumbre—; como si mi
juventud se hubiera esfumado. ¿Sabes algo, Lydia? Creo que la presencia de Luc, no
representó el mismo impacto para ti como para mí.
—Es lógico —observó la otra mujer—. Después de todo, a ti te unió con él algo
más que una simple amistad.
—Mmm —no le satisfizo la respuesta—. No obstante, intuyo que tú sabías de su
llegada.
—Lo imaginaba, pero no que fuera precisamente hoy. Luc debió esperar un
poco más.
De pronto, un pensamiento terrible acometió a Emily y sintió como si el piso se
hundiera a sus pies.
—¡Lydia! —miró a su amiga con sus enormes ojos azules—. Durante todo este
tiempo, tú sabías de Luc, ¿no es así? —como su amiga dudaba en responder,
insistió—: No… lo niegues —la urgió—. ¡Dios mío! ¿por qué no me dijiste nada? Tu
conocías mi agonía —las lágrimas brotaron de sus ojos.
—Por favor Em, no te atormentes ahora —se acercó a ella—. Te aseguro que
también para mí fue una agonía, pero él me hizo jurar que no te diría nada. Mira
pequeña, te lo contaré todo —la consoló—, pero primero comamos algo.
—¿Cómo puedes pensar en comida en estos momentos? —Emily se levantó.
—Voy a lavar todo esto mientras se calienta la sopa —con eficiencia recogió la
loza—. Prepararé un poco de té y tendremos una ligera cena aquí mismo —se alejaba
a la cocina—. Mientras tanto, sube a cambiarte y a ver a tu hijo; hasta entonces, no
diré una sola palabra.
Emily conocía la firmeza de Lydia y no le quedó más remedio que ayudar con
las bandejas de bocadillos, después subió a la habitación destinada al niño, la cual a
diferencia del resto de la casa, estaba decorada estilo moderno: los muebles eran
blancos y las paredes tapizadas con motivos infantiles.
Mirar al bebé en su cuna, llenó de amor su corazón; lo cubrió con ternura y
luego lo besó. El niño abrió los ojos somnoliento, mirando a la joven.
—¿Ma? —balbuceó antes de volverse a dormir.
Emily salió del cuarto de puntillas y entró en el contiguo que era el suyo,
evitando mirar hacia la puerta de enfrente donde estaba la habitación de Marcus.
Ahora se había ido para siempre y de sólo pensarlo, comenzó a llorar, pero se
recuperó para cambiarse el vestido negro y se cepilló el cabello.
Cuando regresó a la cocina en camisón y con una bata afelpada, Lydia sazonaba
la sopa y la contempló con mirada de aprobación.
—Así está mejor; el negro no te sentaba.
—Te prometo no volver a usarlo, a menos que sea necesario —añadió con
vehemencia—: Déjame ayudarte.
—Lleva la bandeja con el té y el queso, yo llevaré la sopa y los cubiertos.
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—Creo que se me ha despertado el apetito —reconoció Emily al percibir el
aroma de la sopa de cebolla.
—Tuve noticias de Luc cuando ya te habías casado con Marcus —empezó a
decir Lydia sin preámbulos.
Emily la miró incrédula, quiso interrumpir, pero Lydia la contuvo con un gesto.
—Creo que antes que digas nada, es conveniente que te cuente la historia
completa.
Emily escuchó en silencio y después de terminar la sopa, cortó dos rebanadas
de pastel de frutas para acompañar el té. Parecía calmada, pero en su interior sentía
rebelarse por la forma en que el destino manejaba a los mortales.
—Unos quince días después de que llegaste con Marcus para informarme que te
habías casado —inició Lydia el relato—, sonó el teléfono y era Luc desde Minas
Gerais. Su voz se oía agitada y su acento más marcado; no obstante; la comunicación
no era nítida y tuvimos dificultades para entendernos —le explicó—. Para abreviar
me contó que llego sin novedad a Brasil, pero que el taxi que lo conducía al otro
aeropuerto de Río, se accidentó y debido al golpe que sufrió en la cabeza, padeció
durante un tiempo de amnesia. Podía recordar algunos hechos aislados; sin embargo,
todo lo referente a su viaje a Inglaterra, se borró por completo de su memoria.
Emily no podía dar crédito a lo que oía, pero instó a su amiga a que continuara.
—Desgraciadamente, el senhor Fonseca murió de un segundo ataque antes que
él estuviera en condiciones de viajar a Campo D'Ouro. Los médicos diagnosticaron
que la recuperación de Luc tomaría tiempo, pero que volvería a recordar, poco a
poco —prosiguió con el relato—. Un día, recibí una ansiosa llamada en la que me
pedía noticias tuyas y por supuesto, tuve que contarle que te habías casado. Como
comprenderás, le causó un efecto tal que durante algún tiempo no supe de él, hasta
que recibí una carta en la que me suplicaba que le escribiera con regularidad y le
hiciera saber si necesitabas ayuda de cualquier clase.
—¿Quieres decir que durante todo este tiempo le estuviste enviando reportes
de mis actividades? —inquirió Emily anonadada—. ¡Dios!
—No seas tan dura para juzgarme, querida —le reprochó Lydia—. Date cuenta
de que me encontraba entre la espada y la pared. Por un lado, Luc me había hecho
prometerle que no te diría nada y por otro, mi conciencia me aconsejaba lo contrario.
—¿Hay algo más que deba saber? —preguntó con amargura.
—Cuando le escribí respecto al nacimiento de Jamie, tardó tres meses en
contestar —continuó—. Y cuando reanudamos la correspondencia, lo puse al tanto
de la enfermedad de Marcus y posteriormente, de su muerte —la mujer se mostró
apenada—. Sabía que estaba aquí, pero jamás imaginé que precisamente hoy se
presentara ante ti.
"En Brasil entierran a las personas en veinticuatro horas" —recordó las palabras
de Luc.
—Entiendo —hubo una breve pausa.
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—¿Lo vas a despedir mañana con tanta frialdad como lo hiciste hoy? No olvides
que él no es culpable de que las cosas sucedieran de esa manera.
—Me doy cuenta de ello —asintió Emily—, al menos mi mitad sensible lo hace,
más la otra parte se rebela y experimenta resentimiento.
—¿Estás molesta conmigo, Emily? —preguntó Lydia con ansiedad.
—Claro que no —la tranquilizó—. Hiciste lo que consideraste mejor para mí.
Además, de no haber sido por tu ayuda y sostén, jamás habría podido superarlo —
exclamó cansada—: ¡Cielos Lydia, estoy exhausta! Aunque aún es temprano, me
gustaría acostarme. Ha sido un largo día.
—Quisiera quedarme esta noche a acompañarte —dijo Lydia mientras recogía
las bandejas—. Tim no representa ningún problema.
—Has hecho suficiente por mí el día de hoy, al cuidar a Jamie y acostarlo —le
sonrió agradecida—. Estoy más tranquila y tú tienes que trabajar mañana, gracias.
Cuando escuchó el auto de Lydia alejarse, Emily cerró la puerta con llave, subió
a asegurarse de que su hijo estuviera bien y se dejó caer en el amplio lecho. A pesar
de su agotamiento, pasó mucho tiempo antes de poder conciliar el sueño, pues su
mente repasaba una y otra vez los sucesos y la aparición de Luc. Se preguntaba cómo
habría recibido la noticia de su boda con Marcus, entonces, el recuerdo del rostro
amable de su esposo la llenó de amargura y con rabia escondió la cabeza en la
almohada ante las injusticias de la vida.
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Capítulo 5
Jamie era un buen chico, jamás despertaba a media noche y cuando lo hacía por
la mañana, siempre se mostraba contento. Emily se alegró de haberse acostado
temprano cuando a las seis y media escuchó el usual balbuceo de "¿Ma?"
—¿Quién necesita un reloj despertador, contigo cerca? —le sonrió cariñosa
cuando su hijo le extendía los bracitos y le enseñaba su único diente—. Muy bien,
¡afuera!
Gracias a Dios que ése sería un día tranquilo y pacífico, reflexionaba Emily
mientras cambiaba a Jamie. Lo condujo a la cocina donde se mantenía un calor
agradable por el calefactor y lo sentó en su silla alta en tanto le preparaba el
desayuno. Haría avena y huevos pasados por agua, sería en largos meses, el primer
desayuno completo que comiera.
La señora Giles, la mujer que la ayudaba, llegaría a las nueve y ella tendría
tiempo entonces, de leer el periódico mientras el niño jugaba en su corral. Lo único
poco, usual de ese día, sería la visita de Luc por la tarde.
Emily suspiró, ¿qué le iba a decir? Su corta relación había muerto casi al
momento de florecer. La Emily que se había sentido arrobada por el atractivo
brasileño, no existía más y por si fuera poco, se había convertido en la dueña y
señora de la Casa Dower, en Compton Lacey. Lo cual la colocaba en una posición
muy distinta a la de la joven inexperta que sucumbiera a sus encantos.
"Pobre hombre", pensó sin apasionamiento. Él también había pasado por
momentos difíciles. De todas las posibilidades que ella había considerado para
explicar su desaparición, ninguna se acercó a la verdad.
Después de que llegó la señora Giles y las dos trabajaron para dejar arreglada la
casa, Emily abrigó bien a Jamie y lo sacó en su carriola a dar un paseo. El día estaba
triste y sombrío y aunque ella se sentía nerviosa, el niño disfrutaba. "Aunque tenga el
tiempo limitado, debí haber pospuesto uno o dos días nuestro encuentro", se decía.
Ahora hasta le parecía que las siete y media era una hora inapropiada, pues
tendría que invitarlo a cenar y por lo regular, ella lo hacía con Jamie antes de
acostarlo; además, lo que comían no era digno de ofrecer a Lucas Fonseca, ya que
consistía en una sopa y un par de huevos. Pero, le consolaba pensar que si su visita
era breve, al menos tenía un bien surtido bar para invitarle una copa.
Preocupada aún regresó a la casa a preparar a Jamie para comer. De pronto,
Emily se sintió deprimida; ¡no hacía tanto tiempo que la idea de ver a Luc la
transportaba al paraíso!
—¡Vamos Jamie! —exclamó con entusiasmo, tratando de olvidar su
abatimiento—. ¡Comamos!
El resto del día, lo pasó escribiendo notas de agradecimiento en respuesta a las
de condolencias; más tarde jugó un rato con el niño con el fin de tranquilizar sus
nervios y le preparó la cena. Mientras se la daba reflexionó inquieta acerca de lo que
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podría ofrecerle a Luc. Dejó al niño en el corral y revisó el congelador; sacó unos
filetes y preparó una ensalada.
Finalmente horneó unas papas y verificó si la señora Giles había preparado
sopa como era su costumbre cuando iba a ayudarla; al ver que era de verduras,
consideró completo el menú.
Cuando Emily terminó, Jamie dio señales de estar cansado, ella lo tomó en sus
brazos para llevarlo a su cuna, lo arropó y el niño se quedó dormido. Emily salió de
puntillas, dando gracias como todas las noches, por tener un hijo que para ella era
como un sol.
Se dio un rápido duchazo y decidió no vestirse de negro; a Marcus no le
gustaba ese color y si lo había usado, era porque lo consideraba como muestra de
respeto en los funerales. Durante el tiempo que durara su matrimonio, Marcus le
compró varios vestidos, teniendo en cuenta los tonos que más la favorecían, escogió
uno de ante rosa, plegado a la altura del busto y la falda tableada que se balanceaba
con armonía cuando caminaba.
Se cepilló el cabello que dejó suelto y se puso unos pendientes de perlas. El
espejo le devolvió una imagen distinta a la de la lánguida joven de la noche anterior.
El labio inferior mostraba su nerviosismo, pero levantó con orgullo la barbilla y bajó
al piso inferior a encender las luces y la chimenea.
Acababa de colocar una bandeja con vasos y jerez sobre la mesita cuando se
escuchó el timbre de la puerta; su cuerpo se tensó, pero respiró profundo y cruzó el
pasillo hacia la entrada.
—Buenas noches, Emily —saludó Luc entregándole un ramo de rosas—. Confío
en que te sientas mejor hoy.
—Gracias Luc, son muy hermosas —respondió con amabilidad—. Y sí, me
siento perfectamente —intercambiaron miradas sin decir nada—. Pasa por favor,
mientras pongo las flores en agua; si gustas, sírvete una copa de jerez.
—Bien —asintió Luc con la cabeza a la vez que Emily se dirigía a la cocina, con
el pulso acelerado; y dadas las circunstancias, lo atribuía a lo atractivo que Luc estaba
con sus pantalones grises, camisa blanca y chaqueta de terciopelo negro. Cuando
regresó a la sala lo encontró frente a la chimenea, con una copa en la mano.
—¿Puedo ofrecerte una? —dudó él—. Al saludarte olvidé dirigirme a ti como la
señora Lacey. Debes disculparme.
—Está bien si me llamas por mi nombre, lo prefiero —aceptó la copa de jerez y
probarlo le devolvió un poco la tranquilidad.
—El fuego de la chimenea, proporciona una sensación solaz —se apoyó en la
repisa—. En Campo d'Ouro es algo de lo que no disfrutamos, excepto en noches muy
frías.
—En cambio aquí, es una necesidad —Emily se sentó en uno de los sillones—.
Tenemos calefacción, y como las habitaciones son tan grandes y los techos tan altos,
en invierno se precisa de su calor.
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Se produjo un prolongado silencio que ninguno de los dos se atrevía a romper.
—Es una situación muy incómoda, Emily —al fin habló Luc—. Vine a justificar
las razones que tuve para ausentarme tanto tiempo y no me resulta fácil —confesó—.
Cuando partí eras una tímida adolescente y ahora eres la viuda de un lord
importante —la miró buscando su comprensión—. Aunque reconozco que ya no
percibo en ti la hostilidad de anoche.
—En eso tienes razón —reconoció ella—. Pero como pudiste apreciar, me
encontraba un poco perturbada y, por otro lado, obligué a Lydia a contarme algunos
hechos que me eran indispensable conocer. Disculpa si me mostré incomprensiva —
dijo Emily con voz temblorosa—. Y te equivocas respecto a Marcus; él sólo fue el
propietario de esta casa y una fina persona.
—¿Seguirás viviendo aquí?
—No, esta propiedad pasará a manos de la nación.
—¿Y qué sucederá contigo y tu… hijo? —inquirió él.
—Nos iremos a vivir a un lugar pequeño, lejos de aquí —ella tendió su copa
para que Luc la llenara de nuevo.
—¿No es el niño el heredero de esta casa? —preguntó Luc perplejo.
—Los arreglos con el gobierno se habían hecho mucho antes que naciera Jamie
y de cualquier manera —repuso convencida—, no le habría permitido a Marcus
alterarlos —se levantó y cambió de tema—. ¿Te quedarás a cenar Luc? Preparé algo
muy sencillo, pero eres bienvenido en esta casa y me gustaría demostrártelo.
—Pensaba regresar temprano al hotel —Luc se detuvo a contemplarla—; pero
prefiero cenar contigo. Siempre y cuando no te cause molestias. Aún recuerdo la
última vez que lo hicimos juntos.
—Me temo no poder decir lo mismo —mintió Emily con fingida amabilidad—.
Esta noche compartiremos una "cena informal".
—Sigo teniendo dificultades para comprender algunos términos del inglés —
hizo una leve reverencia—; sin embargo, te aseguro que me resulta muy grato
departir contigo.
Con la impresión de que Luc estaba empleando todo su encanto latino, Emily lo
guió al comedor desde donde se podía tener una perfecta visión de toda la zona
durante el día, y por la noche, se apreciaba su elegante estilo Georgiano a la luz de
los candelabros.
Emily le indicó a Luc que se sentara en una silla frente a ella mientras llevaba la
sopera.
—¿No tienes criados? —indagó al empezar a comer.
—Viene una persona a ayudarme varios días de la semana —contestó Emily—.
El resto me las arreglo sola —le ofreció una rebanada de pan francés.
—¿Y no necesitas ayuda con el niño?
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—Por el momento no —se apresuró a responder—. En este país las madres
cuidan personalmente a sus hijos, a menos que tengan una profesión y la mía es
educarlo.
—¿Eso te satisface?
—Por supuesto, es un niño tan dulce y tierno que no deseo nada más.
Luc notó la turbación de Emily, pero no hizo comentarios.
—El segundo platillo es algo común —indicó ella.
No obstante, cuando Emily sirvió la carne, acompañada con ensalada y papas
horneadas, Luc reconoció que en el hotel no guisaban tan exquisito como lo hacía
ella.
Charlaron de temas triviales, como si quisieran evitar puntos en común y poco
a poco, Emily se condujo con mayor naturalidad y hasta se dejó llevar por el encanto
de Luc, quien pareció no incomodarse cuando ella llevó una botella de cognac y
comentó que había sido el licor favorito de Marcus.
—Aparentas una gran fortaleza —observó Luc, tocando temas personales.
—No lo considero así —Emily tardó en responder—; y por favor, no pienses
que supongo limitado tu conocimiento del idioma —impulsiva lo tomó del brazo y al
sentir que se ponía tenso, lo soltó—. En realidad, ya me había hecho a la idea de que
Marcus moriría.
Se levantó un momento para volver a llenar las copas, esta vez con cognac.
—Yo sabía que padecía leucemia y que tarde o temprano, ocurriría el desenlace.
Durante la enfermedad tuvo algunos progresos, sin embargo, volvía a decaer y quizá
haber sufrido, tanto antes de su muerte, haga mi conducta más explícita para ti.
Luc la escuchaba con atención, mas su aparente tranquilidad al permanecer
sentado con una pierna cruzada, y la barbilla descansando sobre la palma de la
mano, no revelaba su verdadera inquietud.
—Al menos fue afortunado al tener tu compañía hasta el final —agregó él—.
Imagino que para ti debe haber representado un gran esfuerzo atender a un enfermo
y a un recién nacido a la vez —recorrió a Emily con la mirada—. Estás muy delgada;
al parecer la maternidad no cambió tu figura.
—Jamie también fue de gran ayuda para Marcus —se ruborizó sin quererlo—;
aunque últimamente no podían estar mucho tiempo juntos. ¿Deseas más cognac?
Luc rechazó la copa.
—He viajado miles de kilómetros para hablar contigo y aunque mi intención no
fue la de presentarme el día del funeral, te agradecería que me permitieras dar una
explicación.
—Por supuesto —se dispuso a escucharlo—; ese fue el motivo por el que accedí
a tu visita, pues supuse que tendrías el tiempo limitado —Emily se sorprendió de la
formalidad de la charla, nadie que los escuchara, habría sospechado que en un
tiempo su relación fue muy estrecha.
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—Cuando nos despedimos aquella mañana… —titubeó nervioso—, me sentía
afectado respecto a la salud de mi padre y demasiado aturdido por tener que
abandonarte cuando apenas…
—Iniciábamos nuestra aventura como amantes —concluyó ella con calma.
—Como gustes llamarlo —repuso Luc—. El vuelo de regreso fue una de las
experiencias más desagradables de mi vida —reflexionó con voz alta—. Mi mente era
como un torbellino de emociones: por un lado mi padre a quien amaba tanto y por el
otro tú que dejaste una profunda huella en mi corazón y a quien aun sentía
estremecerse en mis brazos cuando…
—¿Podrías olvidarte de los detalles íntimos? —interrumpió Emily inquieta.
—Disculpa, no fue mi intención ofenderte —Luc continuó——: Al llegar a Río,
tomé un taxi que me llevaría del aeropuerto de Gelao, al de Santos Dumont, en ese
tramo sufrí un accidente. Con el impacto, recibí un golpe en la cabeza, cuando
recobré el conocimiento en el hospital, había olvidado todo lo referente a mi viaje a
Inglaterra y también la gravedad de mi padre —su voz tembló por la emoción—. Al
enterarme que había muerto, comprendí que ese sentimiento de angustia y ansiedad
que me agobiaba se debía a no haber podido estar a su lado.
Interrumpió su relato para beber un trago de cognac.
—Sin embargo —prosiguió—, cuando regresé a Campo d'Ouro y me dediqué a
consolar a mi abuela, el sentimiento aún persistía. A pesar de que los médicos habían
dicho que recuperaría la memoria poco a poco, mi abuela preocupada por mi
desasosiego intentaba descubrir lo sucedido durante mi estancia en este país. Un día,
recordó el nombre del hotel donde ella me llamaba —Luc se pasó un pañuelo por la
frente—. La sola mención del White Hart me hizo recordar todo.
—Si tanto te afecta hablar del asunto —lo calmó Emily—, será mejor que no
continúes. Ya Lydia me contó de forma somera los detalles.
—¿Te doy la impresión de ser un latino que no se sabe controlar? —se pasó la
mano por el crespo cabello.
—No te critico Luc, pero todo sucedió hace tanto tiempo que parece una
eternidad. Si en algún momento me afectó, ahora ya no.
—Tu actitud de anoche al desmayarte, no concuerda con tus palabras —observó
Luc, frunciendo el ceño.
—Porque hasta anoche supe que aún vivías —replicó ella molesta—. Por mí
podías estar viajando alrededor de la luna; por eso obligué a Lydia a referirme el
arreglo celebrado entre los dos.
—Al recuperar la memoria —Luc prosiguió sin tomar en cuenta la mordaz
observación de ella—, llegué a la conclusión de que debía ponerte en antecedentes y
de inmediato llamé a la señora Crawford, a pesar de la diferencia de horario —se
notaba más controlado—. Apenas podía creerle cuando me dijo que te habías casado
con Marcus; no aceptaba que tan poco tiempo después de haber…
—¿… tenido relaciones sexuales? —Emily terminó la frase con brusquedad.
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Luc palideció y levantándose, depositó la copa sobre la bandeja mientras
apretaba los labios con furia.
—No me parece… —empezaba a reprocharle cuando el estridente llanto del
niño lo interrumpió.
Emily se disculpó y abandonó la sala para subir apresurada a la habitación de
Jamie. El nene, sentado en la cuna con los brazos extendidos, suplicaba atención; la
causa de su incomodidad era notoria. El pañal no fue suficiente para contener su
malestar estomacal y tomando una toalla que solía usar cuando lo cambiaba, Emily
lo envolvió en ella y lo estrechó con ternura para apaciguarlo.
—Me esperarás un momento mientras hago tu cama, cariño —le decía con
ternura cuando una voz a sus espaldas la sobresaltó.
—Quizá yo lo pueda alzar mientras terminas —Luc miraba la carita del niño.
—¡No! —exclamó Emily y lo estrechó en actitud protectora—; podría ensuciarte
—contuvo el aliento, turbada, ocultando su temor.
—¡Emily! —Luc extendió los brazos y a la joven no le quedó otra alternativa
que acceder.
En completo silencio Emily hizo la cama y cuando quedó lista, se volvió hacia
Luc que sostenía en brazos a Jamie dormido. Lo acostó y lo tapó y durante unos
segundos, ambos lo contemplaron sin hacer ruido.
—Ma… —abrió el niño los ojitos sonriente y chupándose el pulgar se quedó
dormido de nuevo.
Poco después, bajaron por la escalera en silencio y antes de llegar al salón de
estar, Luc señaló una fotografía con marco de plata, que descansaba en un mueble
junto a las dos altas ventanas.
—Marcus Lacey, supongo —dijo con ecuanimidad.
Emily asintió contemplando al delgado caballero con chaqueta de lana y
pantalones de montar que aparecía en el retrato, junto a un perro labrador que
miraba a su amo. Sus ojos azules tenían la misma intensidad que los de la joven que
con cierta aprensión observaba a Luc quien no apartaba la vista de la fotografía.
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Capítulo 6
Esa noche, Emily no pudo conciliar el sueño, una extraña inquietud la obligaba
a incorporarse de la cama varias veces para vigilar a Jamie.
"Si tan sólo Luc hubiera dicho algo", se repetía Emily incansable al acostarse por
tercera vez; pero sólo había contemplado a Marcus sin mover un sólo músculo, como
si el aristocrático rostro lo hubiera hipnotizado.
Sin embargo, ella notó que lo consumía la rabia, pero era difícil saber si la
causante era ella. Emily permaneció de pie junto a él esperando un torrente de
acusaciones, no obstante, Luc se despidió deseando buenas noches; agradeció la cena
y fingió ignorar el incidente del niño. Se despidieron como extraños. Emily se quedó
en la puerta en espera de que la alta y elegante figura de Luc se alejara. Pero cuando
menos lo esperaba, se volvió con una fría sonrisa.
—Regresaré mañana temprano, Emily. Quiero conocer bien a nuestro… hijo.
Aun cuando el auto de Luc se alejaba, Emily permaneció estática en el umbral,
hasta que el temblor de su cuerpo provocado tanto por el frío de la noche como por
su estado emocional, la hizo reaccionar. Con desesperación recogió los platos
preguntándose por qué tenía que enfrentarse con esa situación que nunca hubiera
imaginado.
El tipo elocuente que era Luc, se había convertido en un bloque de granito
cuando vio al niño, pero ¿qué esperaba Emily? Una dramática escena en la que
gritara: "¡Mi hijo!" o quizá, "¿por qué me lo ocultaste?"
Se había comportado como una novata al no contratar una niñera que cuidara a
Jamie fuera de casa, pero ¿el mismo día del funeral? ¡Qué dirían los vecinos! "Si tan
sólo no se hubiera enfermado", reflexionaba Emily. ¡Pobre Jamie! Eso habría ayudado
a que Luc terminara sus compromisos de negocios y se marchara sin conocerlo.
Hasta dudaba que Luc hubiera viajado sólo por verla. Y ahora, ¿qué sucedería?
¿Qué motivo lo impulsaba a regresar a la mañana siguiente? ¿Acaso pretendía
reclamar la paternidad de su hijo? Eso sería imposible, pues ante todo el mundo,
Jamie era hijo de Marcus Lacey y si alguna vez alguien se preguntó cómo era posible
que de una pareja rubia y de ojos azules, naciera un niño de tez apiñonada y ojos
oscuros, nunca lo expresó frente a ella.
Sus reflexiones no la tranquilizaban y por la mañana, con el rostro pálido y
ojerosa, abandonó el lecho para atender al nene. Aunque se distrajo en arreglarlo y
prepararle el desayuno, cada vez estaba más tensa y poco ocupada.
Por fortuna, ese día no iba la señora Giles y como si quisiera desafiar a Luc,
colocó el corral del niño a media sala para que fuera lo primero con que se
encontrara. Entretanto, ajeno al desasosiego de su madre, Jamie jugaba con un dado
y sonreía feliz. Sólo Dios sabía a que hora iba a llegar Luc; "ojalá y hubiera sido más
específico", deseó Emily.
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A las nueve de la mañana se escuchó el timbre de la puerta. Con nerviosismo,
Emily se miró al espejo, se alisó el cabello y fue a abrir, encontrando a Luc sonriente
en el umbral. Vestía suéter blanco y pantalón negro.
La comprensiva mirada que Luc le dirigió, no contribuyó a mejorar su estado
de ánimo.
—¿No me esperabas tan temprano? —inquirió él.
—Dijiste por la "mañana", no al amanecer —repuso Emily irritada—. Bien, aquí
está la persona a quien querías conocer, mi hijo James, de cariño lo llamo Jamie.
Luc lo miró sonriente con las manos en la cadera, Jamie, que no era tímido, le
ofreció su conejo de peluche y le mostró con una sonrisa, su único diente. Él aceptó el
juguete y le acarició la mata de rizos oscuros.
—Es muy hermoso, Emily —afirmó Luc sin volver la cabeza.
—Mmm —el disgusto de ella se esfumó—. Es tan encantador y gracioso, que
debo dar gracias por tenerlo a mi lado. Sólo llora cuando se llega la hora del
almuerzo o cuando se enferma, como anoche. Por cierto, es la primera vez que
ocurre.
Luc dejó de acariciar al niño y levantándose, se volvió hacia Emily con
expresión dura.
—Entonces debemos considerar el malestar de Jamie como un acto de Dios —
afirmó con rudeza—; pues sospecho que de otra forma, no habría conocido al niño o
¿me equivoco?
Emily negó con la cabeza y se ruborizó, ante la inminente acusación, bajó la
mirada.
—Deus Emily, dime por qué.
—Hasta hace dos días desconocía tu existencia —le reprochó Emily—. Y
aunque Lydia tenía noticias tuyas, la obligaste a guardar silencio. Sin embargo, tú
conocías cada uno de mis pasos. ¿Por qué me negaste la tranquilidad de por lo
menos saber que estabas vivo?
—Porque te habías casado con otro hombre —la interrumpió disgustado—.
Además, de haberlo sabido, ¿cuál habría sido la diferencia?
—Cómo puedes ser tan obstinado —le recriminó ella y se alejó hacia uno de los
ventanales que daban al jardín.
—Cuando Lydia me informó de tu boda con Marcus Lacey, yo supuse que sólo
llevabas a buen término el trato que habías hecho con él antes de conocerme —
confesó—. Siempre creí que al permitirte vivir en una de sus propiedades sin pagar
renta, demostraba su verdadero interés por ti.
Emily se volvió hacia él para mirarlo con frialdad, luego, lanzó un profundo
suspiro y comenzó su relato:
—Después de pasar por la agonía de no saber de ti, creí experimentar la
desilusión más grande, pero me equivoqué. Agobiada por el dolor, pasaba por alto
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algunos indicios que mi organismo intentaba trasmitirme hasta que una tarde, todo
se esclareció —sintió un nudo en la garganta—. Como el coronel Hammond se
encontraba de viaje por América, Marcus ocupó su sitio y debido a esa circunstancia
fortuita, él fue quien me encontró en el solar, desesperada por alcanzar la escalera del
jardín, antes de desmayarme. Por fortuna, llegó a tiempo de sostenerme cuando me
desvanecí —sintió que le brotaban las lágrimas, pero se controló—. Siéntate Luc,
trataré de terminar mi relato con calma —le indicó un sillón, pero él se sentó a su
lado, acariciándole las manos.
—Continúa Emily —la alentó él.
—El incidente ocurrió dos meses después de tu partida y como necesitaba la
comprensión de alguien, le conté a Marcus lo nuestro —Emily rememoró esos
instantes—. Después de escucharme con atención, me dijo que podría estar
embarazada —sonrió a Luc con amargura—. ¡Qué estupidez, me dije! ¡Cómo se
atrevía a aseverar tal cosa! Pero hice algunos cálculos, me di cuenta de que tenía
razón y sentí que el mundo se me venía encima, sólo el apoyo de Marcus que me
brindó entereza, me ayudó a salir adelante.
—¡Deus! —exclamó Luc angustiado—. Si por lo menos lo hubiera sabido.
—Marcus vino a verme al día siguiente y me presentó dos alternativas: la
primera, intentar localizarte —se detuvo un segundo—; pero yo no recordaba el
nombre del lugar donde vivías y además…
—¿Y además? —Luc le oprimió la mano.
—Ponte en mi lugar —sugirió Emily—. No sabía si estabas vivo o muerto. Tal
vez tu padre había fallecido y de haber sido posible ponerme en contacto con tu
abuela —agregó—, ¿cómo llegar a ella con la historia de una joven desconocida que
clamaba ayuda para su nieto?
—Pero yo estaba vivo.
—No obstante, tu silencio me acobardó al punto de no querer afligirte con mi
problema e imaginar que aun vivías, implicaría tu olvido.
—Y de cualquier forma lo hice, Emily —aseveró él—. No recordaba nada, de
otra manera, habría regresado —añadió ansioso.
—Es posible —Emily se apartó de él—. Pero en ese tiempo mi desesperación era
tan grande, que no podía pensar con cordura —volvió al tema principal—. La
segunda alternativa de Marcus fue ofrecerme matrimonio. Me confesó lo de su
enfermedad y el temor que le provocaba la soledad por lo tanto, los dos nos
estábamos haciendo un favor. Cabe añadir que después de conocer su sufrimiento, el
mío pareció carecer de importancia.
Luc se incorporó y levantó al niño que acababa de caerse de espaldas.
—Me habría sentido muy honrado de conocerlo —dijo con sinceridad—. Me
disculpo por mi actitud anterior.
—A la mañana siguiente, viajamos a Londres —prosiguió—, y regresamos
quince días después de efectuada la boda. Por supuesto fue la comidilla del lugar.
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—Pero cómo… —dudó Luc—, perdóname, pero, ¿cómo ocultaron lo de Jamie?
Después de todo, iba a nacer antes de los nueve meses.
—Así es —reconoció Emily—, los únicos que sabían eso eran el médico de la
familia y Lydia; Jamie nació tan pequeño y delgado que no le fue difícil a Lydia
engañar a la señora Giles diciéndole que era prematuro.
Los ojos se le llenaron de lágrimas y Luc, conmovido, le ofreció un pañuelo
blanco que se sacó de un bolsillo.
—Y de no ser por sus ojos negros, nadie habría puesto en duda quien era su
padre, pero eso fue algo contra lo que Marcus ni yo podíamos hacer nada —sollozó
al recordar a su esposo—. El pobre estaba tan ocupado tratando de prestarme su
apoyo, que casi se olvidó de la leucemia —se controló y volvió al tema—. Además,
no hubo oportunidad de que la gente hiciera sus propias conjeturas, pues con su
enfermedad llegando a la etapa final, apenas tenía yo tiempo de sacar a Jamie a dar
cortos paseos y aparte de la señora Giles que no es una experta en genética, pocas
personas lo han visto.
Luc miró al niño quien parecía absorto tratando de colocar un dado sobre otro,
con una expresión de absoluta felicidad.
—Qué bueno que nadie me conoce en este lugar —reconoció—. El niño es mi
réplica exacta.
—Como una copia al carbón —repuso Emily—. Pero el parecido me causa
dolor, pues conforme va creciendo, sus rasgos se definen haciendo imposible
olvidarte.
—Y eso, ¿te molesta?
—¿Podrías culparme por ello?
—No —confesó Luc apenado—. Porque estoy convencido de que eso no
disminuirá tu amor por él. Anoche parecías una tigresa que defendía a su cachorro —
la admiró—. Por un momento pensé que no me lo darías.
—No lo deseaba —reconoció con sinceridad—. Pero algo en tu mirada me forzó
a hacerlo sin protestar —se acercó al corral y tomó al niño en sus brazos.
—¿Sucede algo? —preguntó Luc, alarmado—. ¿Está otra vez indispuesto?
—¿No sabes nada sobre niños? —lo reprendió Emily—. Jamie tiene un reloj
interno que funciona a media mañana, el cual indica que es la hora para cambiar su
pañal, darle leche y tomar nosotros café.
El rostro de Luc se iluminó cuando Emily habló en plural y se acercó a ellos con
la intención de abrazarlos, pero ella puso al niño como escudo y lo detuvo.
—No Luc —negó con firmeza—. Nada ha cambiado.
—No comprendo —Luc retrocedió, hizo una mueca y se cruzó de brazos.
—Te has comportado muy bien respecto a este embrollo —reconoció ella—;
aprecio tu ecuanimidad de anoche cuando viste al niño y te impactó.
—Sigo sin entender.
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—Quiero decir que hasta ahora lo has tomado con mucha filosofía —enfatizó—.
Por lo tanto, puedes permanecer aquí abajo mientras subo a cambiarlo.
—Te acompaño para observar —se negó a obedecerla.
—No es agradable ver cambiar los pañales a un niño.
—Para mí sí lo será —se lo quitó de los brazos—. No olvides que he perdido
nueve meses de la vida de mi hijo.
—¡Cuidado con tu suéter, Luc! —lo previno ella—. Jamie, estate quieto.
Pero Luc no escuchó la advertencia y el niño continuó tirando del cabello de su
padre, gritando de contento.
—O bichincho feio —exclamó Luc en portugués—. Pequeño travieso, me vas a
dejar calvo.
Colocó al niño donde le indicó Emily y lo cuidó mientras ella buscaba un pañal
limpio.
—Creo que a medida que pase el tiempo, vas a necesitar quien te ayude a
cuidarlo —le aconsejó—. Me doy cuenta que crece con rapidez.
—No será necesario —se apresuró a cambiarlo—, pues no siempre usará
pañales. Incluso, empiezo a enseñarlo a que me avise —escondió el rostro en el
cuellito del nene—. ¡Arriba pilluelo! Mientras preparo el café, puedes… —se contuvo
al advertir que Luc la miraba atento, levantó al niño con una mano y con la otra,
tomó de la muñeca a Emily a la vez que bajaban por la escalera.
—Mientras tu madre prepara el café —Luc le hablaba con solemnidad al niño y
éste parecía entender—, tú vendrás con papi y charlaremos.
Emily se dirigió a la cocina para conectar la cafetera, contempló su aspecto con
desagrado y subió a cambiarse los jeans y el suéter por una blusa de seda color
crema, pantalones cafés y botas de gamuza. Peinó de lado su rubia cabellera
sosteniéndola con un broche nacarado; puso color a sus labios y usó su perfume
preferido, para bajar deprisa a servir el café.
Casi sin aliento, colocó las tazas sobre la bandeja y preparó el biberón de Jamie.
Cuando entró en la sala, encontró a Luc con el niño en brazos, junto a la ventana.
—Mira Jamie, que mamae bonita —susurró al oído del niño quien balbuceó:
—Ma, ma.
—Lo meteré en su corral para darle el biberón —Emily besó al niño en la
mejilla; el comentario de Luc la había ruborizado. Se sentó y le sirvió el café.
—¿Y a mí no me besas? —preguntó él con seriedad.
—Por favor, Luc —se sonrojó aún más—; trata de que nuestra relación sea
impersonal. Será más sencillo así —bebió el café deprisa.
—¿Para quién Emily? —inquirió Luc—. Por lo menos no para mí; recuerdo a
una joven muy distinta a la que ahora tengo frente a mí, alguien que me permitía ser
yo.
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—Tu observación no viene al caso —replicó Emily—. Todo quedó en el pasado.
—Esto no es el pasado —Luc se inclinó hacia ella desafiante—. Tenemos un
testigo viviente. Deus, ¿puedes imaginar cómo me siento con un hijo que es mi viva
imagen, pero que lleva el apellido de otro hombre? —cruzó una pierna, con
expresión de disgusto.
—Pues nada de lo sucedido es culpa mía —ella le reprochó lo injusto de sus
palabras.
—Lo sé —reconoció él—. No existe un culpable, pero de sólo ver a Jamie, nace
en mí un desesperado deseo de tenerlo. Jamás supe lo que significaba la paternidad
hasta que lo vi en tus brazos, anoche —se alisó el cabello con impaciencia—. No
intentaba quitártelo, lo que pasa es que fue irresistible abrazarlo. ¿Entiendes?
—Por supuesto —respondió Emily—. ¿Te quedarás a almorzar? Debo darle de
comer a Jamie y después dormirá un rato —le informó—. ¿Regresas al hotel?
—¿Puedo quedarme… a pasar el día con ustedes? —preguntó Luc titubeante—.
Debo regresar el fin de semana y no me queda mucho tiempo.
—¿Cuando visitarás Cornwall?
—¿Por qué lo preguntas? —inquirió asombrado—. No iré a Cornwall.
—Creí que estabas en viaje de negocios como la última vez —contestó ella.
—Y yo pensé que había quedado claro —repuso él—. Vine a Inglaterra solo
para verte —su sinceridad la incomodó.
—Me resulta difícil creerte —dijo convencida—. ¿Cómo imaginar que te
sintieras impresionado por mí, si nuestra relación fue tan breve?
—¡Nossa Sen hora! —exclamó Luc con violencia y Emily se atemorizó—. Ya no
soy un muchacho, tengo treinta años —le recordó—. Por supuesto, he conocido otras
mujeres, hasta llegué a considerar a algunas como perspectivas matrimoniales, pero
nunca me convencieron; a pesar de que mi padre y mi abuela esperaban que me
casara pronto, siempre abrigaron la esperanza de que me enamorara y lo hice —
señaló a través de la ventana—. En aquella vieja casona, un día encontré a la mujer
de mis sueños e inmediatamente supe por qué ninguna otra fue capaz de atraerme.
Eras lo que siempre anhelé, pero aún no sé que fue lo que más me gustó de ti, pues
en realidad no posees una belleza impactante.
Emily lo sabía, mas escucharlo de Luc, la lastimó, él continuó, sin darle
importancia al comentario.
—Sin embargo, cuando contemplé tus hermosos ojos azules, me sentí perdido.
¿Comprendes ahora? —indagó sin obtener respuesta—. Cuando me enteré de tu
boda, decidí que debía olvidarte, pero fue imposible —su voz se quebró—. Y cuando
la señora Crawford me informó sobre el nacimiento del niño, a fines de agosto…
—Fue en julio —rectificó Emily.
—Por supuesto —la expresión de Luc se suavizó—, no obstante, yo no sabía
que fuera mío y empecé a trabajar turnos de dieciocho horas con la intención de
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olvidarte, pero poco a poco me fui convenciendo de que no sería posible y volví a
escribirle a tu amiga. Era como padecer una enfermedad incurable.
—¡Qué pena! —comentó Emily con frialdad.
—No quiero causarte lástima —explicó—; sólo deseo ser claro respecto a mis
sentimientos. Quiero que entiendas cómo me sentía antes y cómo me siento ahora —
insistió—. Dices que ya todo quedó en el pasado pero yo no estoy de acuerdo. ¿Así lo
consideras tú?
—No es tan sencillo de definir —recogió el servicio de café y tomó en sus
brazos a Jamie.
El bebé sonrió y Emily lo besó con ternura.
—¿Puedo subirlo, Emily? —preguntó Luc con humildad.
—No necesitas pedir permiso —comprendió su deseo de tener cerca al niño.
—No me gustaría interferir con la rutina de ambos —se justificó.
—No tenemos ninguna —repuso Emily sonriente.
Luc jugueteó con el niño, frotaba su nariz contra la de él y lo hacía reír. Emily
los observaba, admirada por el parecido que había entre los dos; por breves
segundos se sintió culpable de experimentar tranquilidad cuando apenas habían
transcurrido unos cuantos días de la muerte de Marcus. Mas no olvidaba tampoco
que él siempre deseó su felicidad y eso la calmó. Luc la alcanzó en la cocina y se
sorprendió cuando Emily le preguntó qué había desayunado.
—Mmm… sólo café —respondió—. ¿Y ustedes?
—Lo mismo, ¿te gustaría comer sopa y un par de huevos con tocino?
—Eso suena perfecto, senhora.
—Bien, ¿me ayudas a darle su almuerzo a Jamie? —Emily tomó el alimento del
niño, lo vacío en un plato pequeño y se lo entregó a Luc—. Intentará comer él solo —
lo previno—, pero aún no puede hacerlo.
Fue difícil determinar quien había disfrutado más la hora del almuerzo, si Luc o
el niño.
—Jugaría con él todo el día —confesó Luc con ingenuidad.
—¿Puedes llevarlo a su cuna mientras preparo nuestro almuerzo, ¿no te
molesta cambiarle los pañales?
—Si me siento incompetente, gritaré pidiendo ayuda —se decidió después de
escuchar las instrucciones de Emily.
—No te preocupes, Luc —le aseguró Emily—; si me necesitas, acudiré pronto.
—¿Siempre, Emily? —se detuvo antes de salir, poniéndose serio.
—No abuses de tu suerte —la chica se volvió hacia el otro lado; después de un
rato se oyó un grito en la planta alta y Emily subió para encontrar a Luc sostener feliz
a su hijo ya cambiado y con pijama limpia.
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—¿Quedó bien? —la mirada ansiosa de Luc esperaba una confirmación.
—¡Fantástico!
Almorzaron en la cocina y charlaron sin tocar temas personales, Emily se
disculpó por la escasa comida.
—No imaginé que tendría que salir de compras tan pronto —se excusó—; sin
embargo, creo que llamaré a Lydia para hacerle algunos encargos.
—No faltaba más —Luc se levantó—. Sólo haz una lista de lo que necesitas y
dime dónde lo puedo comprar, si quieres que cocine, también lo haré.
—¿En serio? —dudó la joven—. Apenas puedo creer que sepas ir de compras;
además no olvides que la comida brasileña y la inglesa, son muy diferentes.
—Con una lista será muy sencillo. ¿Cuál es el poblado más próximo?
Emily se decidió por Knowle y una vez que le dio indicaciones a Luc, éste subió
al auto rentado y la dejó sola en la inmensa residencia.
Emily aprovechó que Jamie dormía para bañarse; terminaba de secarse el
cabello, cuando escuchó sonar el timbre de la puerta.
—Al parecer, en esas bolsas hay más de lo que te encargué —le dijo cuando él
depositó los paquetes sobre la mesa, dejó en una silla la chaqueta de piel y
esquivando la mirada acusadora de Emily empezó a sacar diversos artículos.
—¡Luc! —lo recriminó—. Jamás imaginé que pudieras enloquecer al ir de
compras.
—Te juro que no hubo mala intención —se volvió hacia ella y sonrió al ver su
expresión cuando descubrió el perfume que le había comprado—. Pareces una
chiquilla con juguete nuevo.
—Más o menos así me siento —le besó en la mejilla—. Gracias Luc —se puso
nerviosa al verlo tenso por su contacto.
—No te preocupes —la tranquilizó él—. Te prometo no trasponer la barrera que
has erigido entre nosotros.
—Será lo mejor —repuso ella, amable, pero indiferente—; pondré todo esto en
su lugar.
—¿Y Jamie?
—Aún duerme —consultó su reloj—. ¡Dios mío! Son las tres y media y si no
despierta pronto, no podrá dormir por la noche.
—Voy a verlo —Luc caminó hacia la puerta.
—Espera Luc —lo detuvo del brazo—. Podría ponerse nervioso al ver a un
extraño.
—Tonterías Emily —se zafó—. Después de todo, soy su padre y tendrá que
acostumbrarse a mí —salió dejando pensativa a la joven.
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Algo extraño sucedía. Cualquier otra mujer se sentiría emocionada con la sola
presencia de Luc, pero no ella. Reconoció que él no había mencionado su relación.
Sin embargo, intuía que esperaba que las cosas mejoraran entre ellos y frunció el
ceño, molesta. Sabía que Luc no era una mala persona y que su comportamiento fue
producto de las circunstancias, no obstante, ellos ya no eran los mismos.
Al quitar el periódico que envolvía las verduras, Emily miró sorprendida la
fotografía que aparecía en el diario Clarion. Hizo un gesto de disgusto y lo guardó en
un cajón.
En un acuerdo tácito, tanto Emily como Luc evitaron tocar temas íntimos, se
dedicaron a jugar con el niño y a satisfacer sus pequeñas necesidades. Cuando el frío
del atardecer empezó a sentirse, Luc encendió la chimenea para calentar la
habitación.
Mientras Emily preparaba la cena, Luc bañó al niño. Sin embargo, la joven tuvo
que terminar con la algarabía que los dos armaban.
—Será difícil que el niño se duerma, con tanto alboroto —le reprochó a Luc—,
Vamos jovencito; te pondré tu pijama para darte de cenar.
—A pesar de ser tan pequeño, es muy fuerte —comentó Luc—. Te repito que
para ti sola debe ser muy difícil lidiar con él.
—Me las arreglo para hacerlo —dijo ella—. Después de todo, algunas mujeres
tienen más de un hijo y saben como manejarlos.
dijo:
Más tarde, cuando ya Jamie dormía, Luc le sirvió a Emily una copa de vino y
—Creo que es hora de que tú y yo charlemos.
—No, hasta que terminemos de cenar —contestó con rapidez—. Me tomó
tiempo preparar la cena y no quiero que nada me impida comer con apetito.
—No es mi intención molestarte en ningún sentido —frunció el ceño—, pero
considero de importancia aclarar nuestra situación.
—Más tarde —repitió ella y empezó a hablar de la casa y sus últimos habitantes
y aunque él aparentaba oírle con interés, ella se percataba de que sólo la escuchaba a
medias.
Había llegado el momento de la verdad y Emily se dio cuenta de que no podía
posponer por más tiempo ese momento, pero cuando se sentaron en la sala a tomar
el café, lo que él dijo fue lo último que Emily esperaba escuchar:
—No me agrada tu vestido negro.
—En mi situación, no sé por qué te molesta —lo miró a la defensiva.
—No necesitas recordarme que eres la viuda de otro hombre —la interrumpió
con dureza—. ¿Puedo tomar una copa de cognac?
—Sírvete, por favor.
La tregua había terminado, ella rechazó la copa que él le ofrecía y sintió la
hostilidad del ambiente.
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—Quiero a mi hijo, Emily.
—Muy comprensible —su pulso se aceleró—, pero ante todo es mío. Tu parte
en su existencia es mínima.
—Aun así, lo quiero —entrecerró los ojos a través del humo de su cigarrillo—.
Deseo que te cases conmigo y regresemos cuanto antes a Campo d'Ouro. Después de
todo, nada te retiene aquí y pronto tendrás que abandonar esta casa.
—No pretendo quedarme aquí —levantó la barbilla con orgullo—; quiero
comprarme una casita más al norte para llevarme a Jamie lejos de esta zona.
—¿Qué dices? —Luc se levantó y sus ojos brillaron con furia—. ¿Por que no
quieres casarte conmigo? Y si lo que deseas es alejarte de Compton Lacey, ¿qué te
impide viajar a Brasil?
—¡La única razón es que no quiero! —lo retó con la mirada.
—Emily —repuso él, alterado—. Te estoy ofreciendo vivir en una hermosa casa,
donde el clima es maravilloso, Jamie tendrá lo que desea y será mi heredero.
—Muy tentador —dijo burlona—. ¡Pero no!
—Deus me livre. ¿Por qué?
—¿Qué papel voy a desempeñar? —preguntó con altivez.
—Creí que había sido claro —Luc cerró los ojos intentando controlarse—. Te
quiero como esposa y te prometo seguridad, salud y comodidades. Ahora que he
vuelto a encontrarte me doy cuenta de que te has convertido en una persona madura
y una magnífica madre. ¿Qué más puede desear un hombre?
—Me temo que a mí no me interesa satisfacer tus requerimientos —lo miró a los
ojos—. No quiero dejar este país.
—Pero debes comprender que para mí es más difícil dejar Campo d'Ouro, mi…
—No te lo estoy pidiendo —lo interrumpió—. Lo que pasa es que no me parece
buena la idea de unir nuestras vidas.
—¿Por qué, Emily? —inquirió él incrédulo.
—Porque no te amo —contestó ella después de un momento de duda.
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Capítulo 7
Durante interminables minutos, sólo se escuchó el crepitar del fuego en la
chimenea y el tic tac del reloj de péndulo. De pronto, Luc se levantó para servirse
otra copa y beberla de un solo trago.
Regresó al sofá y sin dejar de mirar a Emily, quien parecía más controlada que
él, se volvió a sentar.
—¿Estás segura de lo que dices, Emily? —le preguntó.
—Sí y lamento que mi confesión te haya herido, pero es mejor hablar desde un
principio con la verdad.
—Pero, ¿me amaste?
—Tú fuiste el valeroso caballero que montado en su caballo vino a rescatarme,
entonces, ¿cómo no amarte? —lo miró con candor—, pero todas las demás emociones
que experimenté: la desilusión, el dolor y el pánico que sentí al enterarme de mi
embarazo, mi gratitud con Marcus y la pena de perderlo así como mi amor por
Jamie, forman una larga lista que contribuyeron a que yo haya dejado de quererte.
—Lo acepto —él se pasó los dedos por el cabello—; pero, ¿por qué quieres alejar
al niño de este lugar? ¿Pretendes evitar que lo frecuente?
—¡Oh no! —negó presurosa—. No sería capaz de prohibírtelo —agregó—. Ya te
conté que cuando Marcus y yo regresamos de Londres, anunciamos que nos
habíamos casado allá; sin embargo, fue mentira ya que aunque él quiso ofrecerme su
apellido, no acepté.
—¿Significa eso que…? —se incorporó con rapidez.
—Sí —repuso con voz baja—. Para los fines que fueran necesarios, Marcus les
hizo creer a todos que era su esposa excepto al abogado de la familia. Yo conocía de
antemano las complicaciones que se presentarían si de pronto aparecía un heredero;
así que todo mundo piensa que el trato con el gobierno respecto a la propiedad es
irreversible, por lo que no les extrañaría que empiece a buscar un nuevo hogar. En
cualquier parte que me presente, me conocerán como la señora Harper y su hijo y
James Marcus Harper, como está asentado en su acta de nacimiento.
Luc permanecía sentado y su rostro estaba pálido.
—Haré más café Luc, si deseas cognac, puedes servirte.
En la cocina, mientras la cafetera hervía, el corazón de Emily recuperó su ritmo
normal. ¡Pobre hombre! Acababa de recibir un balde de agua fría, pero ella jamás
viajaría a Brasil sólo porque Luc deseaba tener cerca al niño.
Mientras volvía a la sala con la bandeja, sopesó las ventajas de vivir en un
poblado con una buena escuela, cerca de Inglaterra y no las vastas praderas del
Brasil. Miró a Luc y notó, por su actitud, que había recobrado el control.
—Si no te casaste con Marcus Lacey, ¿por qué no vienes conmigo? —inquirió—.
Con seguridad no deseas que Jamie crezca sabiendo que es hijo ilegítimo. ¡Dios! —
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golpeó sus puños con fuerza—. ¡Mi hijo un bastardo! No puedo permitir que tú sola
lo eduques.
—No seas anticuado, Luc. En la actualidad, hay muchas familias con un solo
padre a la cabeza.
—Quizá porque nadie les presentó otra alternativa —casi gritó—. Pero yo te
ofrezco mi nombre, mi hogar y un porvenir para nuestro hijo.
—A eso se reduce todo, Luc. ¡Dime la verdad! —le exigió Emily parándose
frente a él—. En realidad, no viniste sólo por verme a mí. Siempre sospechaste que el
niño podía ser tuyo y mientras Marcus viviera nada podías hacer; mas una vez
muerto él todo cambiaría.
—Reconozco que dudaba —confesó—, respecto a lo apresurado del matrimonio
y el prematuro nacimiento del bebé —se mordió el labio inferior—. Deseaba y rogaba
que fuera cierto y cuando te seguí una noche, no sabes lo que sentí al ver a Jamie. Era
idéntico a una fotografía que Thurza tiene de mí, a la misma edad.
—¿Thurza?
—Mi abuela; así se llama —explicó con impaciencia—. Por favor siéntate.
—Creo que tomaré una copa de Gran Marnier.
—Poisé. Con gusto —tradujo Luc admirando la grácil y elegante figura de ella,
quien se acercó a la chimenea y el calor hizo resaltar el rubor de sus mejillas contra el
vestido negro de cuello alto.
—Me pregunto —le ofreció la copa—, qué debo decir para hacerte cambiar de
parecer.
—La verdad —exigió Emily.
—¿A qué te refieres? —Luc entrecerró los ojos.
—Espera aquí —salió de la sala y regresó con el periódico arrugado que
guardara en la cocina.
Luc lo tomó y al leerlo su rostro se tornó sombrío. La fotografía no era muy
clara, pero el encabezado no dejaba lugar a dudas: "Joven magnate del oro preside en
un banquete, a la Sociedad Anglo-Brasileña". Estaba fechado dos días antes de la
muerte de Marcus.
—Así que viajaste desde tan lejos sólo para verme —le recriminó.
—No niego que exageré un poco —bajó la mirada ante la intensidad de los ojos
azules de ella—. Pero, ¿ayudaría si te digo que en cuanto llegué me puse en contacto
con la señora Crawford?
—No mucho —Emily depositó su copa en la bandeja de plata—. Ahora me
explico cómo te enteraste tan pronto de los últimos acontecimientos. ¿Entiendes mi
poco entusiasmo por viajar a Brasil?
Luc asintió con un leve movimiento de la cabeza antes que Emily prosiguiera:
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—Odio imaginar que seguían mis pasos sin que lo advirtiera. ¿Te das cuenta,
Luc? Si por lo menos hubiera sabido que aún vivías, todo hubiese sido distinto —
insistió ella—. Por supuesto, la noticia me habría afectado, pero al mismo tiempo, me
hubiera librado de la terrible incertidumbre que me agobió hasta que hiciste acto de
presencia —se percibía en su voz cierto resentimiento—. Además, eso me hubiese
servido para no sentirme como una aventura de una noche.
—¡Deus, Emily! —se alteró y sus ojos brillaron—. ¿Cómo podría pensar siquiera
en llamar a la esposa de otro hombre?
—De la misma forma que lo estuviste haciendo con Lydia —le reprochó—; ella
habría servido de intermediaria, pero ¡qué objeto tiene seguir discutiendo! —
escondió el rostro entre las manos y trató en vano de contener las lágrimas.
—¡No llores, Emily! —Luc se acercó a ella apenado; le pasó un brazo por los
hombros.
—¡No estoy llorando! —Emily rechazó la caricia y de pronto escuchó un sonido
familiar—. ¡Jamie! Y yo en este estado. ¿Tienes un pañuelo?
—Iré a verlo —se ofreció Luc, amable—. Si necesito ayuda, te llamaré.
Emily permaneció sentada, se enjugó las lágrimas con furia y esperó el llamado
de Luc que nunca llegó, por lo cual decidió recoger la mesa. Aún estremecida por los
sollozos y con un leve dolor de cabeza, lavó y guardó la fina vajilla que pronto
pasaría a manos de la nación.
—¿Cuál era el problema? —preguntó al ver acercarse a Luc.
—Le cambié el pañal y le di un jugo de naranja. El muy pillo quería jugar, pero
resistí el encanto de su sonrisa y lo acosté de nuevo —le informó—. ¿Te sientes
mejor?
—Un poco cansada —confesó ella—. Últimamente he dormido poco.
—Vayamos a la sala, allí podrás descansar un rato —la persuadió—. Es un poco
tarde y debo irme.
Emily obedeció sin protestar y aceptó otra copa; estaba tan agotada que no se
opuso cuando Luc, con una copa de cognac en una mano y abrazándola con la otra, se
sentó a su lado. Los dos permanecieron en silencio, absortos en sus propios
pensamientos mientras se consumía el fuego de la chimenea y bajaba de forma
considerable el contenido de la botella de licor.
—Debo ir a la cama —musitó Emily sorprendida de que su cabeza descansara
en el hombro de Luc, quien sin responder se levantó.
Emily sintió que Luc la alzaba en vilo, pero no tuvo fuerzas para impedirlo, ni
tampoco estaba lo bastante sobria para percatarse de que Luc caminaba con
inseguridad, antes de apagar las luces y subir con ella.
Luc colocó a Emily sobre el lecho, luego se cercioró de que Jamie dormía con
tranquilidad y sin que Emily se diera cuenta, las manos varoniles la desvistieron para
meterla entre las sábanas. Al sentir el contacto del frío lecho, la joven suspiró y con
dulce abandono se relajó.
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Durante la noche, la proximidad de un cuerpo desnudo la impulsó a protestar,
pero los labios de él silenciaron sus reproches y cualquier acto de rebeldía fue
sometido por unas hábiles manos que la acariciaron, haciéndole experimentar
emociones que creía dormidas y sin poder evitarlo, sus cuerpos se fundieron en uno
solo.
—¡Emily! ¿Sucede algo? —se escuchó una voz—. ¡Gran Dios!
La puerta se cerró detrás de Lydia, despertando a Emily quien asustada por la
inusitada intromisión, se levantó consciente de su desnudez y miró la bronceada
espalda de Luc, quien dormía con la cabeza bajo la almohada.
"¡Jamie!", Emily pensó en el niño mientras, confundida por la situación, se ponía
el camisón y la bata, arreglándose el alborotado cabello. Entró en el cuarto del niño y
lo encontró aún dormido, por lo que presurosa bajó por la escalera y se dirigió a la
cocina, donde Lydia preparaba el té.
—¡Lydia! —exclamó Emily.
—¿Qué puedo decir? —se volvió la otra mujer hacia su amiga mostrándose
abochornada—. Quise ver si no se te ofrecía algo antes de irme a trabajar y cómo la
puerta no estaba cerrada por dentro y no encontré a Jamie rondando por aquí,
supuse que estabas enferma —se disculpó—. No debí subir a tu habitación sin
anunciarme.
—¿Por qué habrías de hacerlo? —Emily se dejó caer en una silla con la cabeza
entre las manos—. Difícilmente hubieses imaginado encontrar a alguien conmigo.
¡Oh, mi cabeza!
—Si hubiera llegado por la entrada principal, habría visto su auto y no me
hubiese atrevido a entrar —Lydia seguía turbada.
—No tiene importancia, Lydia —le aseguró Emily.
—Me alegro que por fin hayan limado asperezas.
—Pero no lo hicimos… yo… ¡Cómo explicarte!
—No me debes ninguna explicación; después de todo es asunto tuyo —sirvió
dos tazas de té y se sentó.
—Vamos Lydia —dijo Emily, somnolienta—; tú y Luc se han carteado por tanto
tiempo, que apenas puedes mostrarte imparcial. ¡Mmm! Creo que el té me hará sentir
mejor.
—A riesgo de que me consideres entremetida, ¿qué hiciste ayer para que Jamie
esté dormido a las ocho de la mañana?
—Jugó tanto, que no se quería dormir. Luc y yo cenamos, con el vino que él
compró; más tarde, frente a la chimenea, debí beber más de la cuenta y él también —
prosiguió—. Respecto a lo que pasó después, no niego mi responsabilidad —añadió
con burla—. No sé como puedo bromear cuando me siento tan mal.
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—Por lo que dices, infiero que Luc ya vio al niño.
—Y fue amor a primera vista —reconoció Emily—. Empiezo a creer en el
llamado de la sangre. ¿Sabes que intentó hacerme creer que viajó desde Brasil sólo
para verme?
—No puedes culparlo, querida.
—Tienes razón, pero tampoco me agrada que se entremeta en mi vida privada
—agregó molesta—. No te culpo, Lydia, si bien no puedo permitir que venga a esta
casa para manipularnos a su antojo. Además, tú conoces mis planes.
—Pero, ¿será lo mejor para Jamie? —buscó en su bolso—. Tómate esta pastilla,
te sentirás mejor. ¿Acaso no te ofrece matrimonio?
—Por supuesto —respondió a Lydia—. Una sola mirada a su hijo bastó para
que se decidiera y sin tomar en cuenta mis sentimientos, quiere adquirir el paquete
completo.
—Vamos Em.
—Me niego a ser utilizada —afirmó Emily—. De todas maneras, averigüe que él
estaba en Londres cuando ocurrió el deceso de Marcus. ¿Le llamaste al hotel?
—Lo lamento, querida —asintió Lydia sintiéndose culpable—, pero ambos
estuvimos de acuerdo con no decírtelo en ese momento; sin embargo, me pregunto,
mi… —titubeó—, las relaciones no eran muy cordiales, entonces, ¿cómo fue que…
—¿Hicimos el amor? —Emily concluyó la frase por ella.
—¡Emily!
—Había bebido demasiado y me sentía tan cansada que me apoyé en su
hombro y debí quedarme dormida —le explicó—. No recuerdo cómo me llevó a la
cama y me desvistió, pero a media noche, desperté y lo encontré a mi lado —de
pronto se detuvo horrorizada—. ¡Oh, no! Sólo una vez estuvimos juntos y nació
Jamie —exclamó y ocultó el rostro entre las manos con desesperación.
—Pondré más agua a calentar.
—Buena idea, los dos tenemos hambre —se escuchó una voz varonil a sus
espaldas.
—¡Lo vestiste! —Emily le sonrió al niño y Lydia se desplomó en una silla
estupefacta.
—¡Gran Dios! —murmuró la mujer. Si quieres mantener tus asuntos en privado,
será mejor que nadie los vea juntos. Se parecen como dos gotas de agua.
—Buenos días, señora Crawford —Luc le cedió el niño a Emily.
—¿No viene hoy la señora Giles? —preguntó Lydia.
—Tienes que irte inmediatamente —ordenó Emily a Luc—, pues no tarda en
llegar y si se entera de la verdad, sería como anunciarlo en el periódico.
—Y, ¿qué tiene de malo que me… —se detuvo porque lo interrumpió Lydia.
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—Si quieres la llamo por teléfono y le digo que durante un par de días no la vas
a necesitar.
—Te lo agradecería, Lydia —la chica sintió que le dolía la cabeza—. Creo que
podré arreglármelas sola —dijo, antes que su amiga saliera—. Bien jovencito, avena
con leche y huevo para ti —evitó la mirada de Luc—. ¿Quieres tomar algo?
—¿Qué vas a desayunar tú? —Luc se sentó en el extremo de la mesa.
—Sólo café.
—No es suficiente —se puso de pie haciéndole una caricia a Jamie—. Prepararé
omelette para nosotros.
—No gracias —Emily se sintió mareada de sólo pensarlo—, prefiero pan
tostado. ¿Puedes darle la avena al niño mientras cocino el huevo?
—Por supuesto —respondió él y empezó a alimentar al impaciente bebé—; no
tan aprisa filinho, una cucharada a la vez. ¿Siempre tiene tan buen apetito?
—Casi siempre; lo que pasa es que durmió más de la cuenta.
—Todos lo hicimos —Luc se arrepintió de sus palabras al notar el rubor de
Emily, quien resistió el impulso de arrojarle algo, untó un pan con mantequilla para
acompañar el huevo y se lo dio a él.
—Si vas a quedarte con él, yo subiré a peinarme mientras está el café —miró
molesta el torso desnudo de Luc—. ¿Te traigo tu suéter?
—¿Te ofende verme así? —su disgusto le divirtió.
—Ya que lo mencionas, sí —salió deprisa.
Cuando regresó a la cocina, encontró a Luc lavando la loza y a Jamie jugando
con un cochecito en su silla alta.
—¿De dónde sacó ese juguete? —le dio el suéter a Luc.
—Sé lo compré ayer —se puso la prenda sonriente—. ¿Qué sucede, carinha?
—¡No me llames así! —le gritó—. Disculpa, pero creo que estoy sufriendo la
resaca.
—Siéntate —Luc se mostró amable—. Yo prepararé el desayuno, mientras, ¿qué
hago con el niño?
—Por el momento, déjalo en la silla.
Emily pretendía mostrarse molesta con Luc, pero como eso requería esfuerzo,
esperó a que él tostara el pan y pusiera la mesa.
—Ma… —balbuceó el niño cuando el cochecito se cayó.
—Deja en paz a mami —lo reprendió Luc con dulzura y Jamie le devolvió una
sonrisa que pareció no gustarle a Emily—. Te sentirás mejor si comes —usó el mismo
tono con Emily.
—Ella lanzó un suspiro y comer le resultó más fácil que discutir, cuando
terminó su café, se sintió mejor.
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—¿Cómo te sientes?
—Bien, gracias.
—¿Estás irritada?
—¿Por qué habría de estarlo?
—Porque al despertar, me encontraste a tu lado.
El rubor tiñó sus mejillas y sintió un nudo en la garganta, dejó el pan tostado,
subió corriendo por la escalera y se desplomó en la cama. ¿Cómo pudo permitir lo
que sucedió? Le disgustaba sobremanera haberse entregado a Luc sin reservas.
Era cierto que estaba semidormida; sin embargo, eso no la excusaba por haber
sucumbido a sus instintos. Un estremecimiento recorrió su cuerpo y la hizo sollozar
inconsolable.
—Coitadinha —susurró Luc, que la había seguido, en su oído hasta que logró
calmarla.
—Y, ¿Jamie?
—Lo dejé jugando en el corral —la tomó por la barbilla—. ¿Fue tan
desagradable la experiencia de anoche?
—No viene al caso preguntar eso —lo apartó de sí—. Mejor dime ¿por qué lo
hiciste?
—Porque soy un hombre.
—No me digas.
—Entonces no me juzgues con tanta dureza —pidió—. Después de beber tan
excelente, pero efectivo cognac, no estaba en condiciones de conducir y cuando subí a
acostarte, no resistí el impulso de descansar unos minutos a tu lado —suspiró—. No
supe más de mí, hasta que pasado un rato, tuve la maravillosa sensación de tu
cuerpo junto al mío y no pude evitar poseerte.
—Debes saber que eso no altera en absoluto mis planes —Emily se incorporó.
—Muy bien —convino él, dejándola con un sentimiento de desesperanza—.
Adiós, Jamie —lo besó en la mejilla—. Adiós, Emily —besó su mano con formalidad.
—Que te vaya bien —esperó hasta ver alejarse el auto y con furia azotó la
puerta principal antes de regresar junto al niño.
—Ma… —balbuceó Jamie como siempre.
—Tendré que enseñarte otra palabra —por primera vez no pudo sonreír.
El pequeño se incorporó apoyándose en los barrotes del corral.
—¡Oh, mi amor! —dijo Emily—. ¡Qué inteligente eres!
—Pa… —pronunció con dificultad a la vez que perdía el equilibrio y miraba
hacia la puerta.
—Adorable travieso —la cómica expresión del niño desvaneció su tristeza—,
aprendes muy rápido. Pa, era la palabra que pensaba enseñarte.
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Capítulo 8
El resto del día lo pasó Emily sumida en un letargo, ni siquiera la sonrisa de
Jamie logró animarla. Para distraerse, sacó a pasear al niño en su cochecito, pero la
bruma del día aumentó su abatimiento. De nuevo en la casa se sintió más tranquila y
aprovechó que Jamie dormía, para planchar y planear su siguiente actividad.
La actitud de Luc la desilusionó y ahora pensaba que se había arrepentido de su
propuesta después de seducirla. Mas eso no le importaba, se dijo disgustada;
después de todo, no deseaba casarse con él y menos viajar al Brasil. La idea de
cambiar de residencia la desesperaba. "Oh, Marcus", suplicó en silencio, "¿qué debo
hacer?"
—¿Todo está bien, Emily? —la chica contestó el teléfono con sobresalto—.
Llamo para saber si no se ofrece algo —oyó la voz de Lydia.
—Le dije a Luc que perdía el tiempo tratando de convencerme —forzó una
sonrisa.
—¡Oh Emily! Y yo que pensaba que tu relación iba viento en popa —dijo
confundida—. Mira querida, si gustas paso a verte un rato por la tarde. No me
agrada pensar que estás sola.
—Eres muy amable Lydia, pero prefiero acostarme temprano —rechazó su
ofrecimiento. Quizá mañana podamos vernos.
La tarde le pareció interminable y como Jamie se mostró poco interesado en sus
juguetes, cuando llegó la hora del baño, Emily se encontraba de franco mal humor.
Sin embargo, logró que el niño se durmiera, después, se puso una bata de dormir y
con la cena sobre una bandeja, se encaminó a la sala para leer un libro frente a la
chimenea.
Apenas se concentraba en la lectura, cuando escuchó el timbre de la puerta
consultó su reloj y pensó que ya era tarde para que Lydia la visitara.
—Soy yo, Emily —oyó la voz varonil de Luc.
De mala gana, abrió y lo dejó pasar, a la vez que él se quitaba la gabardina.
—¿No te parece una hora inconveniente? —le reprochó Emily—. Debiste llamar
antes.
—Pensé hacerlo pero te habrías negado a verme.
Emily se mordió el labio inferior desconcertada; desde que se fue había añorado
su regreso, entonces, ¿qué sucedía con ella?
—Mejor acércate al fuego para que te caliente —Emily apretó el cinturón de la
bata de satén—. No estoy vestida para recibir visitas.
—Estás encantadora —Luc se sentó frente a ella—; el color azul resalta el tono
de tus ojos —observó el libro abierto y la bandeja—. ¿Eso fue todo lo que cenaste?
—Lo único que me apetecía.
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—Me parece que no te alimentas bien.
—Y a mí, que no viniste a discutir mis hábitos alimenticios.
—Tienes razón —buscó en sus bolsillos un cigarrillo—. ¿Te molesta si fumo? —
preguntó cortés—. Y Jamie, ¿cómo está?
—Un poco nervioso; al parecer extrañó la atención que le dimos ayer.
—Pido disculpas por haber perturbado sus horarios —sonrió.
—No te preocupes, mañana se comportará menos exigente.
—Emily, me ausenté todo el día con el propósito de que reconsideraras tu
decisión.
—¿Y que esperabas? —se le notó tensa—. Aún estoy confundida, pero no he
cambiado mis planes iniciales.
—Me habría gustado encontrar menos rechazo a mi propuesta —suspiró
desilusionado.
—Lo siento —Emily se mostró imperturbable—. Te repito que no deseo
casarme contigo y menos viajar a Brasil. Lo único que anhelo es vivir en paz con
Jamie.
—Estás confundiendo el término "paz" con aislamiento y soledad.
—No me importará correr el riesgo —repuso obstinada—; no quiero quedarme
en este lugar, lleno de recuerdos dolorosos.
—Cásate conmigo —le pidió Luc.
—¡No quiero casarme! —exclamó ella—. Ni contigo ni con nadie. Lo único que
pretendo es vivir en paz con mi hijo.
—Nuestro hijo, Emily —él la miró inexorable—. Y estoy dispuesto a llevar el
caso ante un tribunal, si fuera necesario.
—No te atreverías —sintió que el corazón cesaba de latirle.
—¿Lo crees así? —Luc se sentó cruzando las piernas.
—Ningún tribunal te otorgaría la custodia del niño —quería creer sus
palabras—. Ante los ojos del mundo, soy la viuda de Marcus Lacey y Jamie, su hijo
—se sintió enferma.
—Pero no lo es, tú misma me dijiste que en el acta aparece como Jamie Harper
—su expresión era dura—. Se podría llamar a que testifique el abogado, sin riesgo de
perjurio. Y por si fuera poco, existe el gran parecido entre los dos.
—Nunca ganarías —Emily sentía perder terreno—. Soy su madre.
—Y yo su padre —la observó él impasible—. Es probable que no gane el caso,
pero, ¿te imaginas la publicidad que recibirías? ¿Cuántas fotografías aparecerían del
niño y yo juntos? Tu deseo de encontrar un lugar utópico se derrumbaría.
—¡Bastardo! —le gritó enfurecida.
—Por eso insisto en legalizar su situación; para que nadie lo llame así.
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Herida por las palabras de Luc e incapaz de permanecer cerca de él, Emily se
encerró en la cocina dando un portazo y con mano temblorosa, conectó la cafetera.
Así que por eso había salido esa mañana tan sumiso, después de su confesión del día
anterior; hacer el amor y quizá hasta haber quedado embarazada, ¿qué defensa podía
alegar a su favor?
Cuando se calmo, regresó a la sala con el café y Luc la ayudó a servirlo sin
apartar la vista de su rostro.
—Muy bien —reconoció ella—, ganaste. Nunca podría enfrentarme con la
notoriedad de un caso así y tampoco sería capaz de someter a una criatura tan
pequeña, a semejante experiencia. La victoria es suya, senhor Fonseca.
—¿Lo dices en serio, Emily?
—No es un asunto que pueda tomarse a la ligera —repuso con desdén.
—¿Te casarás conmigo?
—Sí.
—¿Y viajarás a Brasil? —ahora que había aceptado, Luc se mostraba
preocupado por ella.
—No me dejas alternativa —aceptó sin entusiasmo—. Me disgusta la idea de
vivir en un país extraño con un marido que no deseo y una abuela que con seguridad
se mostrará reacia a aceptar como tu esposa a una mujer con un hijo de nueve meses
de edad —se levantó con dignidad—. Puedes regresar mañana para que iniciemos
los arreglos que sean necesarios.
—Por supuesto —Luc contempló con admiración el pálido rostro de ella—.
Debes estar cansada.
—Te suplico que no vengas muy temprano —le advirtió—. Además, quisiera
añadir varios puntos de importancia.
—¿Cuáles son? —Luc se puso a la defensiva.
—Nos casaremos como deseas y viviremos en Brasil para que se cumpla tu
anhelo de tener a Jamie cerca; sin embargo —pronunció con lentitud sus últimas
palabras—, acepto sólo en función de ser la madre del niño y actuar como tal. Espero
que comprendas lo que quiero decir.
—Entiendo —dijo Luc y frunció el ceño—. Eres la madre de Jamie pero no mi
mujer.
—No quise decir eso —rectificó Emily.
—¿Entonces?
—Puedo fungir como ama de casa, anfitriona y si lo deseas, como cocinera, pero
no voy a dormir contigo.
—En ese caso —dijo él con frialdad—, tu presencia me parece innecesaria.
Durante años, mi abuela ha llevado la casa; tenemos varios sirvientes y una excelente
cocinera, pero como no puedo tener a Jamie sin tenerte a ti trataré de complacerte.
Buenas noches, Emily.
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Capítulo 9
En un lapso más corto de lo que esperaba, llegó el temido día de la partida y
Emily se encontró sentada en la sala de espera de la línea aérea, antes de partir a Río
de Janeiro.
Por el momento se había quedado sola con una taza de café a su lado, unas
revistas sin abrir sobre el regazo y mirando sin ver sus sandalias que armonizaban
con el traje de color beige. Luc había ido a entretener al niño mientras llegaba la hora
de abordar el avión.
Quizá si cerraba los ojos, todo volvería a la normalidad y como por arte de
magia, aparecería en la Casa Dower y sería de nuevo la Emily de siempre. No
obstante, sabía que nada podía cambiar la realidad; gracias a una licencia especial, se
había convertido en Emily Fonseca.
Los últimos días habían sido un verdadero caos. Con gran pesar se despidió de
Lydia, desocupó la casa y se desplazó a Londres en compañía del niño y de Luc, ya
que éste insistió en que comprara ropa adecuada para el clima de Brasil.
Mientras Luc entretenía al niño, Emily lo observaba, sin dejar de reconocer lo
atractivo y varonil que era. Llevaba un traje color café oscuro a rayas y una camisa de
seda beige. De pronto desvió la mirada hacia la argolla de oro que sentía como
grillete en el dedo anular.
Jamie también estaba muy guapo con su traje de algodón amarillo y esa
graciosa sonrisa que llamaba la atención. "Ojalá y se comporte como todo un
caballerito en el avión", reflexionó Emily. "Oh Dios, el avión; no sé por qué habiendo
tanta gente que les teme, debo considerarme anormal". Sin embargo, sentía los
apresurados latidos de su corazón y un incontrolable frío le hacía temblar.
—¿Seguro que no duermes, Emily? —abrió atemorizada los ojos al oír la voz de
su esposo.
—No, sólo me relajaba.
—Pues das la impresión de estar muy tensa —bromeó un poco, pero al verla tan
pálida, se preocupó—. ¿Sucede algo, Emily?
—Jamie debe sentirse confundido con tanto alboroto —esbozo una mueca que
pretendía ser una sonrisa.
—El niño está bien. La que me preocupa eres tú. ¿Te sientes mal?
—¡Luc! Estoy aterrada —dejo escapar un suspiro.
—¿De qué? —se inquietó.
—Nunca en mi vida he volado —repuso desesperada.
—Ya veo —él tomó la fría mano de Emily y trató de calmarla—. Te prometo que
nada ocurrirá, tranquilízate. Piensa que irás tan cómoda como en una mecedora y
con menos peligro que en una avenida; mira a Jamie, no está asustado.
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—Bendita ignorancia —comentó angustiada; en ese momento anunciaron tanto
en portugués como en inglés, la salida del vuelo hacia Río.
El inesperado anuncio terminó con su desazón, se levantó y tomó a Jamie en
brazos mientras Luc la seguía con el maletín de mano. Una vez en el avión, su temor
pasó a segundo plano pues la comodidad y el lujo de la sección de primera clase la
sorprendieron gratamente.
Cuando el avión empezó a elevarse, Emily se sintió relajada y aunque Luc
insistía en llevar al niño, que se había dormido, ella se negó, pues la calidez de su
cuerpecito, le proporcionaba seguridad.
Aterrizaron en Lisboa para abastecerse de combustible y al volver a despegar,
Emily se sintió menos asustada.
Al llegar a Río, todo pasó ante sus ojos en confusa sucesión: la vista del
Corcovado, la impresionante figura del Cristo y el Pan de Azúcar, la montaña cónica
cuyo acceso sólo era posible mediante un funicular que llegaba a la cima. Con suerte
y gracias a la simpatía de Jamie, pasaron la aduana en breve tiempo.
—En otra ocasión visitaremos Río —le prometió Luc dentro del taxi que los
conduciría a la ciudad al verla contemplar el panorama.
—No necesitas tratarme como si fuera una turista —replicó ella con frialdad—.
No deseo causarte molestias.
Antes de volar a Boa Vista, Luc tuvo que visitar su oficina de Río y Emily
entretuvo a Jamie en el piso décimo noveno de un gran edificio, mientras su esposo
charlaba con su agente.
Más tarde, abordaron otro taxi para dirigirse al aeropuerto local, Santos
Dumont desde donde saldría la avioneta rumbo a su destino final. Emily se sintió
aterrorizada, cuando ya en pleno vuelo, atravesaron por una tormenta eléctrica y casi
se desmaya al llegar, pues Luc le informó que aún faltaban sesenta kilómetros por
carretera.
Un sonriente chofer de color los esperaba en un cómodo Mercedes que los llevó
a través de un camino montañoso. La tensión y el cansancio de tantas horas,
vencieron a Emily, quien se quedó dormida, apoyada en el hombro de Luc.
Ajena a la belleza de la construcción rodeada de palmeras, ubicada al final de
una curva, Emily entró en la Casa d'Ouro en brazos de su marido; de la forma
tradicional en que los recién casados llegan por primera vez a su hogar. Detrás de
ellos, una mujer de edad madura los seguía llevando al pequeño, quien también
dormía.
Emily sintió la blandura del lecho, pero los párpados le pesaban y volvió a
dormirse. Mucho tiempo después, abrió los ojos y permaneció acostada admirando la
enorme habitación de techos altos, cuyas blancas cortinas se movían por entre las
hojas semiabiertas de las ventanas, rodeadas de mosquiteros.
La cama era tan amplia como las matrimoniales inglesas, pero ésa tenía su
gemela, separada por una mesita en la que descansaba una llamativa lámpara
labrada en madera. Los muebles de la habitación estaban hechos del mismo material,
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así como el elegante tocador que tenía un espejo giratorio. El piso de duelas
diagonales y bien pulidas, combinaban a la perfección con los muros y el techo.
Muy a su pesar, Emily se sintió maravillada, quería odiar todo lo de esa casa;
sin embargo, no dejaba de reconocer que jamás había visto una habitación tan
perfecta. Quería ir en busca de Jamie pero no se atrevía a abandonar la comodidad
del lecho, además de que no veía su equipaje, el temor a lo desconocido la acometía.
Tendría que levantarse e intentar resolver poco a poco las diversas situaciones
que se le presentaran; no obstante, su corazón empezó a latir sin control cuando la
puerta se abrió para dar paso a la figura varonil de Luc que parecía distinto con sus
estrechos pantalones blancos y una camisa de algodón, sin cuello.
—¿En dónde está Jamie? —fue lo primero que preguntó Emily, al verlo
aproximarse.
—Te aseguro que en muy buenas manos. ¿Descansaste?
—Sí, gracias. ¿Qué hora es? —¿En dónde está mi ropa? ¿Ya desayunaste?
¿Podría…?
—Calma, calma —contestó Luc en portugués—. Es mediodía y tus maletas
están afuera. Si lo deseas, las doncellas te ayudarán a desempacar mientras te das un
duchazo y almorzamos —le informó—. Mi abuela está esperando para conocerte.
—Si me dejas sola, podré darme prisa —bajó los ojos ante la mirada divertida
de su esposo.
—¿Acaso temes que al verte en camisón se exalte mi pasión a plena luz del día?
—su tono sarcástico la ruborizó—. Después de todo, ¿quién supones que te desvistió
anoche?
—¿No podía haberlo hecho otra persona? —preguntó con disgusto.
—¿Y a quién sugieres? —deambuló por la habitación—. No olvides que soy tu
esposo; aunque te confieso que siento especial predilección por desvestir a una mujer
que está consciente de lo que estoy haciendo.
—Si fueras tan amable de mandar por mi ropa —sintió que era más de lo que
podía soportar—, procuraré no hacerte esperar demasiado. Estoy ansiosa por ver a
mi hijo —concluyó con orgullo.
—Nuestro hijo —los ojos de Luc brillaron—, ¡María, Dirce, vem ca, faz favor —las
llamó.
Dos jovencitas de piel bronceada, con vestidos estampados y blancos delantales,
entraron con las maletas; sonrieron con timidez cuando Luc las presentó, y les pidió
sacar la ropa de su esposa. Emily se puso una bata color avellana, estilo japonés.
—¿Me podrías mostrar el baño? —le pidió a su esposo.
Luc la guió por un largo corredor lleno de luz que penetraba por unos enormes
ventanales que conducían a una terraza y le indicó la puerta más cercana a su
habitación.
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—La casa fue construida antes que se acostumbraran los baños integrados —le
informó—. Así que éste lo tendrás que compartir conmigo y con el niño. Thurza
duerme en la otra ala de la casa y tiene el suyo —prosiguió—. ¿Te parece bien que
regrese en veinte minutos?
Emily se duchó con rapidez y apresuradamente regresó al cuarto donde la
esperaba una de las muchachas.
—¿María?
—Nao, senhora —negó Dirce abriendo la puerta del guardarropa en espera de
que Emily le mostrara lo que iba a escoger.
Ella deseaba darle a la abuela de Luc una buena impresión, así que se decidió
por un vestido blanco, informal y sin mangas, cuyo único adorno era una franja azul
marino, a la altura de la cadera. Aún no acababa de cepillarse el cabello y
maquillarse, cuando entró Luc con Jamie.
La chica se olvidó de su arreglo y estrechó a su hijo, mientras el niño
balbuceaba las únicas palabras conocidas: Ma y Pa.
—Así que te has convertido en un pequeño diplomático —besó el cuello del
niño, ante la arrobada mirada de Dirce quien murmuró unas palabras en portugués y
Luc las tradujo como muestras de simpatía.
—Este caballerito ha alborotado la casa entera —comentó Luc mientras el niño
jugaba con su reloj.
—¿Ha hecho alguna travesura? —preguntó Emily, mortificada.
—En absoluto —negó Luc—; pero todo mundo desea jugar con él en lugar de
dedicarse a sus actividades. Vamos a almorzar.
Luc la llevó por el pasillo, hacia la terraza que rodeaba un patio lleno de plantas
y flores; según observó Emily, servía de marco por un lado a las habitaciones y por
otro al jardín. Una gran cantidad de palmeras protegía del sol, la construcción.
La sección media de la terraza era utilizada como una extensión del salón de
estar, con muebles de bambú y cojines en tonos verde y blanco.
—¿Deseas tomar algo, Emily? —preguntó Luc y le indicó que se sentara—.
Debiste tomar café primero, pero estabas tan ansiosa por vestirte, que no me diste
tiempo para pedirlo.
—En este momento no apetezco nada, gracias —respondió ella cortés—, pero
no te abstengas por mí —le pidió.
Luc se sirvió un gin tonic con hielo y limón y se sentó, colocó el vaso lejos de
Jamie.
—No puedes bichinho —le prohibió con dulzura—. Por cierto, él ya comió.
—¿Cómo supiste qué debías darle? —preguntó intrigada.
—Lo mismo que todos los niños de este país.
—Por supuesto —reconoció abochornada—. Sólo quería saber el menú.
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—Le dimos canja o sopa de pollo con arroz, carne con verduras y ensalada de
frutas —la estudió con la mirada—. Creo que es una comida bien balanceada.
—Parece apetecible —se percató ahora de su estómago vacío—. No pensé que la
casa fuera tan grande, Luc. ¡Es maravillosa!
—Mostraste tan poco interés en tu futuro hogar cuando salimos de Inglaterra —
miró su bebida—; que preferí no describírtela. Pensé que sería mejor que lo
apreciaras por ti misma —se la detalló—. Las tres alas de la casa, tuvieron en un
tiempo funciones distintas; donde dormiste, eran las habitaciones; el ala principal,
detrás de nosotros, fue el salón y a la derecha; el comedor, la cocina y los cuartos de
servicio. Ahora, mi abuela ocupa el área principal y nosotros estamos solos en
nuestra sección a excepción de Jamie.
Las últimas palabras de Luc la hicieron estremecer, más no pudo hacer ninguna
observación, porque en ese instante se aproximó la elegante figura de la abuela,
quien caminaba con tanto garbo que desmentía sus setenta años. Emily se levantó y
deseó estar en cualquier otro lugar, menos allí.
Thurza Treharne Fonseca, originaria de Cornualles, Inglaterra, llegó a Brasil a la
edad de diecisiete años, acompañando al abuelo de Luc y desde entonces ocupaba
una elevada posición en ese exótico país. Era una genuina autócrata y durante más
de cincuenta años, los sirvientes la habían obedecido como si su palabra fuera ley,
sólo su nieto la trataba con naturalidad, ya que ocupaba un lugar preponderante en
su afecto.
Emily se sorprendió al notar que Thurza Fonseca era tan delgada como ella; se
peinaba el cabello gris con un moño y las únicas joyas que ostentaba eran un collar
de perlas y un anillo de brillantes junto al de matrimonio.
—Thurza, te presento a mi esposa Emily —recalcó la palabra "esposa", su
abuela lo miró divertida y luego acarició la pálida mejilla de Emily.
—¿Cómo estás querida? —la saludó afectuosa—. Siéntense por favor —los
imitó—. Ven con Vo-Vo pequeñín.
Jamie aceptó gustoso, atraído por el collar de la abuela, que al instante tomó
entre sus manecitas.
—Mucho gusto, señora Fonseca —respondió Emily a la presentación—. Espero
que el niño no haya causado molestias; es incontrolable cuando algo le llama la
atención.
—Así somos los hombres —repuso Luc y se acercó al carrito de los vasos.
—¿Qué dices Luc? —le reprochó Thurza con la mirada, pero Luc, con una
inocente sonrisa, le preguntó si apetecía algo de beber.
—Jerez seco, como siempre —respondió—. Espero que a Emily también le
guste.
Emily acepto la bebida, le dio un pequeño sorbo y se percató de que Luc la
miraba divertido.
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—Confío en que hayas descansado —Thurza cambió de posición a Jamie—. Te
confieso qué empecé a preocuparme cuando dieron las once y no despertabas; pero
Luc no permitió que nadie te importunara.
—Me apena haberlos incomodado —se disculpó Emily.
—Por supuesto que no lo hiciste, querida —la interrumpió cariñosa la abuela—,
lo que sucede es que estamos habituados a levantarnos temprano; no obstante, eso
me dio la oportunidad de hacer migas con este pilluelo. No bribón, no las perlas de
Vo-Vo.
—Emily ha pasado por situaciones difíciles en poco tiempo —explicó él—. Así
que cuanto más descansara, más pronto se recuperaría.
—Luc ya me contó —la abuela se mostró reservada—. Pienso que enviudar y
casarte en tan corto lapso debe haber minado tus fuerzas.
—Es muy amable al mostrarse tan comprensiva —Emily terminó su copa y se
levantó—. Si me disculpa un momento señora Fonseca, llevaré a acostar a Jamie, es
hora de su siesta.
—Ve con mamae, pequeño y dorme bem —le hizo una caricia—. Te esperaremos
para comer juntos.
—No me has preguntado dónde está la habitación del niño —susurró Luc
detrás de ella.
—Dijiste que esta ala era para los tres.
Luc le indicó su propio cuarto que daba a uno más pequeño, pero amueblado
con lo indispensable para un niño de su edad.
—¡Todo es nuevo! —Emily se sorprendió.
—En cuanto aceptaste… venir conmigo, llamé por teléfono a Thurza.
—¡Fue muy gentil de su parte! —reconoció ella y le dio al niño—. Sostenlo
mientras busco su ropa.
En los cajones encontró lo necesario, pero lo que más le agradó fue ver que el
conejito de Jamie estaba en su cuna.
—Listo —repuso con firmeza—. Puedes regresar con la abuela, en un momento
te alcanzo.
—¿Sabrás el camino? —buscó su mirada—. No te preocupes —le aseguró—.
Una vez que te acostumbres a nosotros, todo será más sencillo.
—O que ustedes se acostumbren a mí —repuso ella.
—¿Se quedó Jamie tranquilo? —inquirió Thurza cuando Emily se reunió con
ellos—. Parece estar feliz en su cuarto.
—Y cómo no iba a estarlo —la chica se sentía confundida—. Gracias por
preparar su habitación, señora Fonseca. ¡Es encantadora!
—Fue un verdadero placer acondicionarla —se levantó con agilidad—. Luc
guardaba allí algunas cosas de su padre, pero decidí que era hora de redecorarlo. Lo
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único que conservamos es una mecedora labrada a mano, pues desecharla sería una
pena.
—Es la primera vez que Emily saborea el café brasileño —Luc la contempló
entre el humo de su cigarrillo.
—¡Qué bien, Luc! ¿Acaso no le llevaste una taza a su habitación —Thurza
frunció el ceño.
—Tenía mucha prisa por vestirse —le sonrió a Emily—. ¿Qué opinas del café,
carinha?
—Es diferente a lo que imaginé —reconoció—, pero delicioso. Sí, gracias —
aceptó otra taza.
—¿Y qué opinas del Brasil?
—Pues aparte del camino que recorrimos hasta acá, de lo único que podría
opinar es de este lugar y es bellísimo; sin embargo, de lo que si estoy consciente es
del aroma.
—¿A qué te refieres, querida? —le preguntó Thurza con cordialidad, después
de intercambiar una mirada con Luc.
—Debe ser la tierra lo que huele diferente aquí —respondió Emily—; quizá la
vegetación o el cigarrillo de Luc —explicó—. Tal vez hasta el café contribuye, le da al
ambiente una esencia que para mí es nueva, pero muy agradable.
—Creo comprenderte —Thurza hizo sonar una pequeña campana de plata—.
Lo que sucede es que nosotros ya no lo percibimos.
—¿A qué hora despertará Jamie? —preguntó Luc sentándose junto a Emily—.
Me gustaría llevarlos a dar un paseo por el centro.
—Es probable que ya esté jugando —contestó ella e intentó ir a cerciorarse.
—Déjalo, yo voy —Luc la detuvo poniéndole una mano sobre la rodilla.
—Y bien, querida —Thurza inquirió sin preámbulos—: ¿cómo piensas
arreglártelas para hacer feliz a mi nieto?
Emily no contestó enseguida, pues ignoraba si Luc la había puesto al tanto de
su situación o si Thurza creía que lo suyo era un romance interrumpido por
imprevistas circunstancias.
—Le confieso que no lo había considerado como si fuera "mi deber" —habló al
fin—. Para mí, el matrimonio es un equipo en el que los dos participantes trabajan
unidos por el bienestar de su hijo.
—Mmm —la abuela miró a Emily con ironía—. ¿Y no piensan tener más hijos?
Yo sólo tuve uno, Antonio —se sinceró—. Y él incaicamente a Luc; pues cuando
murió Helenita, no quiso volver a casarse —insistió—. Me harían muy feliz si su
familia creciera pronto, aunque no pareces ser una mujer fuerte.
—Emily ha sufrido mucho últimamente —intervino Luc quien regresaba en ese
momento—. Y eso vuelve frágil a cualquier persona, Thurza. Habrá tiempo suficiente
para cumplir tus deseos —añadió—. Después de todo, apenas conocemos a Jamie.
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—Lo cual no es culpa nuestra… —repuso la abuela con frialdad.
—Ni de Emily —Luc dio por terminada la discusión—. Jamie está dando
muestras de querer despertar, carinha; así que prepáralo para que te enseñe lo que te
perdiste ayer de Campo d'Ouro. ¿Nos acompañas Thurza?
—Muéstrale los alrededores mientras descanso un rato —la señora se negó a
ir—. Después tráiganme al niño para que juegue con él —miró a Emily con dulzura y
añadió—: ¡Es un niño encantador, Emily! Lo has criado muy bien.
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Capítulo 10
Con Jamie sentado en su sillita, acondicionada al asiento del Mercedes y regalo
también de Thurza, iniciaron el recorrido por el poblado de Campo d'Ouro; había dos
iglesias, un cine, varios almacenes e innumerables edificaciones construidas para los
empleados de la mina. Cerca de ésta, Luc le mostró los acueductos característicos del
lugar y el hospital que se hallaba en una tranquila colina. El conjunto de
construcciones en blanco y rojo entre la abundante vegetación, creaban un agradable
y pintoresco panorama.
Emily observaba todo con interés y hacía comparaciones con la quietud de
Warwickshire, el lugar donde nació. Al regresar a la casa, Luc le pidió que cerrara los
ojos un momento mientras el automóvil trasponía los enormes portones que estaban
siempre abiertos en señal de bienvenida.
—Ya puedes abrirlos.
Al principio la casa quedó oculta entre las frondosas palmeras y las flores que
conformaban la belleza tropical del lugar. Sólo se apreciaba desde ese ángulo, el área
que servía de recepción y que contaba con una terraza externa, similar a la que ella
conocía.
—Siento mucho que ayer hayas tenido que llevarme en brazos adentro —se
disculpó Emily cuando Luc detuvo el auto al pie de la escalinata—. Debiste
despertarme.
—Lo hice con gusto —confesó Luc—. Además, si no me permites disfrutar de
los placeres normales de un esposo, por lo menos deja que te llene de comodidades
hasta donde sea posible.
Emily salió del auto refunfuñando y dejó que Luc sacara al impaciente Jamie,
mientras ella se dirigía hacia la terraza, donde Thurza, apartando el libro que leía, les
sonrió cariñosa. Juntó a ella, una refrescante agua de limón los esperaba y con una
seña, la abuela le pidió a Emily servir en los vasos.
—Haz los honores, querida. Supongo que vienes muy acalorada, a pesar de tu
vestido ligero.
—Con mucho gusto —sonrió Emily, llenó dos vasos y miró interrogante a Luc.
—Para mí no querida, gracias —le dio un beso en la mejilla al pasar junto a ella
y eso la desconcertó—. Iré por una cerveza.
—Espero que Jamie no la canse demasiado, señora Fonseca —la chica observaba
nerviosa la forma en que el niño brincaba sobre el regazo de la abuela.
—Es muy inquieto —lo disculpó Thurza—, pero su vitalidad no puede
dañarme.
—Querido —Emily se volvió hacia Luc quien llegaba en ese momento,
sorprendido por la forma en que ella lo llamó—; ¿no crees que sería buena idea traer
el corral del niño y dejar descansar a tu abuela?
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—Como gustes, carinha —le sonrió en respuesta, aparentando una perfecta
relación conyugal.
—Los Fonseca tienen el don de reproducirse con admirable exactitud —dijo
Thurza al verlo alejarse, con una mirada tan llena de amor y orgullo que Emily se
sintió como una intrusa—. Luc es la viva imagen de su padre y abuelo, a veces me
pregunto a quien se parecerían mis otros hijos, de haber sobrevivido.
—¿Tuvo más familia?
—Dos mayores que Antonio y una mujercita menor —acarició la mejilla de
Jamie—. Por desgracia, no sobrevivieron. Me habría gustado ofrecerle a mi bisnieto
una familia más numerosa, pero es imposible —miró a Emily con delicadeza—.
¿Tuviste problemas cuando nació?
—En realidad las molestias se presentaron durante el embarazo —respondió
con sencillez—, pero el parto fue rápido. Claro que ayudo el hecho de que era muy
pequeño.
—Nunca me contaste acerca de esos detalles —le dijo a Luc quien llegaba con el
corral y cargado de juguetes.
—Los hombres no muestran gran interés en ello —Emily levantó a Jamie—.
Vamos travieso, deja en paz a tu pobre… —se dirigió a Thurza—, ¿cómo se dice?
—Vo-Vo —le explicó que significaba abuela en portugués—, ¿cómo me vas a
llamar tú, Emily? —la sorprendió la pregunta.
—No sabría como…
—Pues, Thurza como yo —sugirió Luc, quien se sentó junto a la abuela y le
acarició una mano—. No pretenderás que te llame Dona Teresa, como la
servidumbre.
—Claro que no —contestó Thurza, serena—. Aunque en Inglaterra no se
acostumbra llamar a las abuelas por su primer nombre; eso no va con nosotros. Por
cierto. Emily, no sería difícil que las muchachas del servicio te llamaran Dona Emilia.
—Me gusta —reconoció ella con una sonrisa—. ¿Cómo te llaman a ti, Luc?
—Al morir mi padre, heredé su título —frunció el ceño, burlón—. Me dicen "O
Patrio".
—Supongo que significa amo o señor —dijo Emily.
—Exacto —se tocó los labios y la miró de tal forma que Emily se ruborizó.
—Disfruté mucho el paseo por Campo d'Ouro —Emily se percató de que Thurza
observaba los movimientos de Luc.
—Hace tiempo que yo no lo hago —comentó Thurza—, ya que el estilista viene
una vez a la semana a arreglarme el cabello y sólo visito Boa Vista cuando deseo
hacer alguna compra, de manera que paso la mayor parte del tiempo dentro de los
límites de la casa, en el jardín. El que, por cierto, no le has enseñado, Luc —sugirió
que dieran un paseo por él—. Déjenme a Jamie, yo lo cuidaré mientras regresan.
—¿No podríamos…? —intentó en vano convencer a Luc.
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—Pronto sabrás por qué no podemos llevarlo.
Con recelo, Emily aceptó dejar al niño y siguió a Luc rumbo al patio, donde
había helechos y árboles de caucho, desconocidos para ella, los guacamayos gritaban
cuando pasaron por el aviario. Emily sonrió sorprendida por la diversidad de rosas y
buganvillas de colores.
—En casa, una de esas flores cuesta una fortuna —externó Emily con
añoranza—. En Compton Lacey tienen un macetón lleno de ellas; yo solía ir a
buscarlas al invernadero.
—Ahora, ésta es nuestra casa, Emily —Luc le estrechó una mano y la obligó a
mirarlo.
—¿Pretendes hacerme olvidar que viví en la casa de otro hombre y que durante
dieciocho meses desconocí tu paradero?
—Así es —le estrujó la mano hasta hacerle daño—. No olvides que eres Emily
Guimaraes Fonseca, Dona da Casa d'Ouro, madre de mi hijo y mi esposa.
—Difícilmente podría lograrlo, pero me niego a olvidar mi pasado y en especial
a Marcus —se enfrentó a él—. Yo también tengo una herencia, Luc Fonseca; así que
no me amedrentas.
—Empiezo a darme cuenta —su sonrisa la desarmó—, que "amedrentarte" no es
tan sencillo como creía. ¡Posees la gracia de una gacela pero el corazón de una
tigresa!
Continuaron avanzando en silencio como si los dos esperaran que se
desvaneciera el mal momento que habían pasado.
—No obstante, Luc —insistió ella—, ¿cómo explicarás la presencia de una
esposa que tiene un hijo de nueve meses y que es tu viva imagen?
Llegaron a una parte del jardín donde Luc invitó a Emily a sentarse, le pasó un
brazo por los hombros y comentó:
—Piensa en el cuadro de felicidad que le estamos presentando a Thurza —
murmuró a su oído haciéndola estremecer—. Desde donde se encuentra puede
vernos.
—¿Consideras importante hacerla creer que el nuestro, es un matrimonio por
amor? —a Emily le disgustaba representar un papel falso.
—¡Por supuesto Emily! Si ella sospechara que no eres la esposa amante que
imagina, te haría la vida imposible —puntualizó convencido—; se convertiría en una
tirana.
—¡Ya lo había intuido! —exclamó ella con aspereza—. Pero no has contestado a
mi pregunta: ¿cómo te vas a enfrentar con tu súbita paternidad?
—Todo mundo se enteró de mi amnesia —le recordó—; ya que el hecho de no
haber asistido a los funerales de mi padre, fue muy comentado. Lo que nadie sabe,
excepto Thurza, es cómo recuperé la memoria; así que diremos que después de un
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breve romance, nos casamos, pero que tuvimos que separarnos por la enfermedad de
mi padre.
—¿Y qué se supone que hice durante tu ausencia? —inquirió Emily.
—Pues que pensaste que yo había muerto en el accidente y que como eres muy
orgullosa, decidiste no pedir ayuda económica a mi familia. Lo cual no dista mucho
de la verdad.
—¿Pretendes que la gente crea esa historia? —Emily se mostró escéptica.
—¡Me importa muy poco lo que crea! —exclamó indiferente—. Ante quienes
tengo que ser veraz es ante Dios y ante mi familia, los demás me tienen sin cuidado.
No te preocupes, si alguien lo duda; tendrá que enfrentarse conmigo.
—El sol se está poniendo —la velada amenaza de Luc la hizo estremecer—.
Muéstrame el resto del jardín para regresar a bañar a Jamie. ¡Qué maravillosas flores,
Luc! ¿Qué hay detrás de la valla?
—Hibiscos —le aclaró—. Por ese sendero llegaremos a la piscina —la guió por
la brecha con aire conspirador y sonrió ante su expresión maravillada al ver los
azulejos turquesa y las sillas para tomar el sol, colocadas sobre el césped.
—¡Oh Luc, es fantástico! No he nadado desde que iba a la escuela, pero… —su
mirada se ensombreció.
—Comprendo —Luc adivinó sus temores—; pronto caminará Jamie y para
evitar que caiga por accidente, mandaré construir una puerta alta.
—¿Y cómo lo evitaron cuando tú eras pequeño?
—Hace sólo siete años que la construyeron —le explicó—. ¿Ahora entiendes por
qué no quería que Jamie viniera con nosotros? Le enseñaré cuanto antes a nadar.
—¡Pero si todavía no camina!
—No importa Emily; puede aprender las dos cosas al mismo tiempo —le
aseguró al verla preocupada—. Vamos carinha, el niño ha de estar impaciente.
—¿Soy carinha frente a tu abuela y en privado? —preguntó Emily, apreciando
su atractivo perfil.
—Sólo si no te disgusta, Emily.
La tranquila respuesta de Luc la exasperó pues ya era un hábito en él,
responderle así.
La hora del baño fue tan bulliciosa como siempre, pero algo cansada, pues
Emily tuvo como espectadora a Thurza quien sonreía feliz ante la animosidad del
niño. Mientras Luc jugaba con Jamie, Emily acompañó a la abuela a la cocina para
preparar la cena del bebé. Por una de las ventanas penetraba bastante luz y el piso de
mármol daba frescura; tanto el refrigerador como el congelador eran modernos, pero
lo demás, concordaba con el resto de la casa.
—Quizá encuentres la cocina un poco anticuada.
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—No tanto —sonrió Emily—. La cocina del Dower House tiene trescientos años
de antigüedad, excepto por los implementos modernos que se emplean —su rostro se
entristeció—. Luc me pidió que olvide el pasado y viva el presente.
—Trata de comprenderlo, Emily —Thurza le presionó el brazo comprensiva—.
A pesar de su educación cosmopolita, es ante todo brasileño y no puede soportar que
su mujer y su hijo a quienes tanto ama, pertenezcan a alguien más. Te confieso que
tenía ciertas reservas respecto a ti, pero ahora que te conozco, tengo la certeza de que
llegaremos a vivir en armonía, si las dos nos empeñamos.
Aunque Emily dudaba, asintió sonriente y cambiaron de tema.
—Es sorprendente la facilidad con que Jamie de adapta a cualquier situación —
les comentó Emily mientras probaban una comida fría que Dica, el cocinero, les había
preparado desde temprano.
—Yo no describiría a Luc como el hombre más ecuánime del mundo —aseveró
la abuela—; Jamie debe haber heredado tu carácter, Emily.
—No cometas el error de considerarla dócil y tranquila, Thurza —Luc le dirigió
una sonrisa—. Sabe sacar las uñas en el momento preciso.
—Entonces no me provoques —lo previno con serenidad—. Jamie aprendió
pronto a que llorando no conseguía que yo lo atendiera, pues me era imposible
hacerlo. Y como durante el embarazo, yo… —se detuvo turbada.
—¿Qué ibas a decir? —la apremió Luc.
—Temía que mi estado de ánimo, que no era muy favorable, lo afectara. Pero
por suerte me equivoqué.
—Un alivio para ti, querida —observó Thurza—, Ahora, hagamos los planes
para la recepción que pienso dar el próximo sábado.
—¿Recepción? —preguntó Luc.
—Por supuesto, querido —le sonrió cariñosa—. Debemos presentar a Emily a
nuestras amistades y a los altos jefes de la mina. Vayamos al salón de estar.
Emily miró suplicante a su esposo, mientras llegaban a un increíble salón con
muebles de calicó, un tapete chino y algunas acuarelas adornando las paredes, así
como una chimenea y equipo estereofónico.
—Siéntate Emily; prepararé unas bebidas —le dijo Luc—. ¿Deseas un cognac?
—Algo más suave, gracias —Emily no olvidaba su última experiencia.
—He pensado en treinta personas —anunció Thurza sin preámbulos—. Se
servirán las bebidas en el patio, pues la gente adora a los guacamayos, la cena tipo
buffet, será en la terraza.
Luc suspiró, le sirvió a su abuela una copa y a Emily un refrescante jugo de
naranja. Se sentó en el suelo, junto a su esposa y apoyó el brazo en la rodilla de ella,
mientras tomaba un sorbo de whisky.
—¿En realidad lo juzgas necesario?
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—Bien sabes que sí —enfatizó Thurza—. Una boda de los Fonseca no ocurre
con frecuencia y como no hubo recepción, por lo menos la presentaremos en
sociedad como es debido. Además… —dijo convencida—, es la mejor forma de
acabar con los chismes.
—Si llego a escuchar algún comentario malintencionado, soy capaz de… —
Emily lo noto tenso.
—Los ignorarás —la arrogancia de Thurza se desvaneció ante el pálido rostro
de Emily—. ¿Qué sucede, querida? ¿Te asusta la idea de una reunión?
—Claro que no —intentó sobreponerse—. Es curioso que a pesar de no haber
hecho nada, me sienta somnolienta. Prometo estar mañana más animada.
—Termina tu jugo —Luc levantó el rostro hacia ella—. De todas formas, debo
regresar a mi rutina diaria.
—¿Tienes que empezar ya a trabajar? —Emily se sobresaltó.
—Esta mañana fue a la oficina mientras dormías —le informó Thurza—. Ten
presente que pasó mucho tiempo en Inglaterra y dejó trabajo pendiente.
—Será mejor que tú también te retires, Thurza —Luc se incorporó con
agilidad—. Mañana deberás presentarle a Emily al resto de los sirvientes y
familiarizarla con la casa —se detuvo intencionalmente—. No dudo que la harás
sentir cómoda y como no podré venir a almorzar, quiero encargártela, así como a mi
hijo.
Thurza captó el mensaje ya Emily le sorprendió verla sonrojar.
—Descansa Emily —la abuela se despidió con dignidad—. Buenas noches, Luc
—le acercó la mejilla como mera formalidad y luego salió.
—¡Oh Luc! —exclamó Emily preocupada—. Creo que se molestó; y ahora que
ya empezaba a ablandarse conmigo.
—No estés tan segura; la conozco y sé de lo que es capaz cuando no hay alguien
que le marque el alto. Le gusta ayudar a gente pobre, con tal de que la consideren un
ser generoso —golpeó furioso un extremo de la chimenea—. Ella sabe que conmigo
no funciona ni tampoco con mi padre, pero me han contado que mi madre no fue
muy feliz a su lado.
—¿Acaso no estuvo de acuerdo con la boda?
—Ni pensarlo. Helenita de Carvalho era una magnífica candidata para mi
padre y de alguna manera, Thurza arregló el compromiso —le contó la historia—.
Ella pertenecía a una familia portuguesa de abolengo, era hermosa y dulce como
pocas; sin embargo, creció en un ambiente donde la sobre protegían. Mi padre jamás
la vio a solas antes del día de la boda —se interrumpió ante la sorprendida mirada de
Emily.
—Pero, ¡eso es un crimen! —se extrañó—, quiero decir que no es humano
esperar a que las personas puedan…
—¿Dormir juntos cuando se habían tocado las manos?
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—Bueno… quise decir que lleva tiempo acostumbrarse —se arrepintió
demasiado tarde de sus palabras.
—Quizá lo que pretendiste decir, es que por lo menos debieron esperar unos
cinco días —dijo con dureza—; si mal no recuerdo, fue lo que tú necesitaste.
Emily permaneció un rato silenciosa, culpándose por su falta de tacto, pero
cansada por los acontecimientos del día se levantó y extendió a Luc el vaso para
luego dirigirse a la puerta.
—¿Deseas más jugo de naranja, Emily? —su tono era un tanto avergonzado.
—No gracias. No sé si aquí las naranjas son distintas, pero tenía un sabor
extraño —replicó cortés.
—Lo que sucede es que le puse un poco de vodka —confesó Luc—; si mal no
recuerdo, el alcohol te… relaja.
Emily llegó al límite de su paciencia y sorprendiendo a Luc le estampó una
bofetada en la mejilla, causándole una enorme satisfacción poder canalizar sus
emociones.
—Buenas noches —se alejó sin prisa.
Luc la alcanzó en cuanto salió de su estupor y la asió con fuerza por el codo, así
llegaron a la habitación del niño donde le soltó para que cubriera a Jamie, quien
dormía tranquilo, ajeno a los problemas de sus padres.
—¡No puedes dormir aquí! —le gritó Emily una vez que entraron en su
habitación.
—Claro que puedo, minha esposa, esta es mi habitación y tú la estás
compartiendo conmigo.
—Entonces indícame dónde puedo dormir yo —la chica se atemorizó al ver sus
oscuros ojos fijos en ella.
—Anoche no te resististe —le recordó.
—Fue diferente; el cansancio impidió que me diera cuenta de lo que pasaba.
—No obstante, este es nuestro cuarto y aquí vamos a dormir. No daremos de
qué hablar a la servidumbre.
—Así que te preocupa el qué dirán.
—En absoluto. Pero mi familia es muy importante en Campo d'Ouro y no les
daré motivo para poner en entredicho mis asuntos personales.
—En Inglaterra te aclaré que actuaría como tu esposa en público y lo recalqué,
más no dije que iba a dormir contigo —retrocedió al notar que Luc se movía.
Sin embargo, sólo se sentó en el extremo de la cama, con parsimonia se quitó los
botines y se desvistió, después se levantó para sacar del guardarropa una bata blanca
afelpada. Mientras Emily lo observaba paralizada, contuvo la respiración y lo vio
alejarse hacia la puerta.
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—Deberías esperar a que yo tomara la iniciativa —observó él con frialdad a la
vez que cerraba la puerta con lentitud.
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Capítulo 11
Decir que Emily había pasado una mala noche, describía con exactitud su
estado de ánimo. La furia y la frustración que las palabras de Luc le produjeron, la
hicieron apretar los puños hasta volver blancos los nudillos. Con premura, se
desvistió antes que regresara su esposo.
"Si es que regresa", pensó malhumorada tratando de contener las lágrimas.
"Pero lo hará, pues la reputación de o patrao debe mantenerse a toda costa, con mayor
razón si su virilidad puede quedar en entredicho". No dudaba que muchas doncellas
brasileñas estarían dispuestas a ocupar su lugar; sin embargo, les llevaba ventaja ya
que ella tenía un hijo, cuyo origen no podía ocultar.
Mientras Emily pensaba en Luc, éste regresó con el cabello mojado y con la
mayor naturalidad, se quitó la bata para meterse en la cama.
—Boa noite —dijo antes de acostarse y le dio la espalda.
El mal humor de Emily resurgió, pero hizo un esfuerzo, por controlarse y se
dirigió también al baño. Una vez en el lecho, emociones encontradas le impidieron
conciliar el sueño, así como la respiración acompasada de su esposo, lo cual le
indicaba que él sí podía dormir a pierna suelta.
Eran casi las siete de la mañana cuando Emily abrió los ojos, se percató de que
la otra cama estaba vacía y aún somnolienta fue a ver a Jamie que aún dormía.
Un rápido duchazo la animó, se puso una falda de dril con una blusa sin
mangas y se cepilló el cabello que dejó suelto sobre los hombros.
—Ma… —la llamó el pequeño Jamie de expresión tierna, tan similar a la de Luc.
—¿Qué pasa contigo, pequeñín? —lo alzó en sus brazos y se percató de que
necesitaba un baño.
—Bom dia —saludó una tímida voz a sus espaldas.
—¿Dirce? —temió equivocarse, pero al verla asentir la saludó—: Buenos días.
Con señas y sonrisas, Dirce le dio a entender que deseaba ayudarla y Emily
descubrió que bañar al niño era menos pesado si tenía a alguien que la asistiera.
Jamie disfrutaba la compañía de Dirce, quien aplaudió al verlo vestido con su
trajecito de algodón azul claro y el niño la imitó.
Emily se alejó con Jamie, asombrada con lo bien que se habían entendido con
Dirce sin necesidad de palabras.
Era una cálida mañana llena de aromas que Emily aspiró como si quisiera
llenarse los pulmones de aire puro mientras se dirigía a la cocina, donde un coro le
dio los Bom dias. La recibieron: María, el ama de llaves, Dica el cocinero de color y
José el jardinero.
Dica tomó al niño en brazos y lo llenó de mimos mientras lo colocaba en la silla
alta donde desayunaría; de pronto todos callaron ante la presencia de Thurza
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Fonseca quien peinada de forma inmaculada y vestida de lino verde claro entró en la
cocina.
—Buenos días, Emily —Thurza besó a Emily en la mejilla de manera
impersonal, eso la desconcertó y después de saludar al personal de servicio, le dirigió
una amplia sonrisa al bisnieto que le hizo temer a Emily que echaría a perder a su
hijo con tantos mimos. Después de todo, a Luc lo había educado igual, enseñándole a
conseguir todo lo que deseaba.
Thurza sugirió a Emily dejar al niño para que las muchachas le dieran de
desayunar mientras ellas hacían lo mismo en la terraza.
—No me parece correcto dejarlo aquí solo —dijo Emily.
—Ayer comió muy bien —le aseguró Thurza—. Te sorprendería ver que bien
come con María.
Sin protestar, Emily siguió a Thurza no sin antes mirar al niño, inquieta, en
cambio él parecía encantado con las atenciones que le prodigaban. La chica se sentó
frente a la abuela sintiéndose frívola y desdichada cuando le dio la taza china para
que le sirviera el té.
—No te sientas culpable por dejar al niño con las muchachas, Emily —Thurza
pareció adivinarle el pensamiento—. La maternidad no debe convertirse en una
ocupación absorbente; y te aclaro que no soy partidaria de dejar a los niños en manos
de la servidumbre, pero así dispondrás de tiempo libre —la miró con fijeza—. Te
noto ojerosa y muy delgada. Lo mejor será que te alimentes bien y descanses más,
pero no más sermones. ¿Te gustaría probar este mamao? —sugirió—. Lo has de
conocer como papaya. ¿Por qué no me cuentas acerca de la histórica casa donde
conociste a Luc?
—Luc quiere que olvide mi pasado —respondió Emily. Enseguida probó la
fruta y la encontró de su agrado.
—Los hombres no siempre son razonables —la tranquilizó Thurza—. Sería un
error de tu parte, olvidar tu herencia; yo nunca olvidé que pertenecí una vez a la
familia Treharne. En cierto modo, tuvieron tanto abolengo como los Fonseca y nunca
permití que Jaime lo olvidara. Por cierto, es extraño que le hayas puesto así a mi
bisnieto.
—Así se llamaba mi padre —explicó Emily—, al parecer, fue una feliz
coincidencia.
—¿Tiene otro nombre? —indagó Thurza.
—Marcus —reveló la chica mirándola a los ojos.
—Me imagino que así se llamaba tu primer esposo —Emily asintió y cambió de
tema.
—No sentí cuando Luc se levantó. ¿Despierta muy temprano?
—A las seis y media —contestó orgullosa la abuela—. Siempre le ha gustado
llegar a la mina antes que los empleados; igual que su padre —continuó—. Por lo
general viene a almorzar a las doce y regresa entre cinco y ocho de la noche.
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—Es un horario muy largo —repuso Emily sorprendida.
—Luc es una persona muy trabajadora, pero como ya tiene esposa e hijo, eso lo
traerá a casa más temprano.
"Quizá para ver a su hijo", pensó Emily, "pero no a su esposa".
Después del desayuno, las dos mujeres llevaron a pasear a Jamie en su
cochecito y Thurza aprovechó la ocasión para enseñarle a Emily la diversidad de
flores que crecían en el jardín.
—Espero que hayas notado anoche el perfume que despide esta flor —le enseñó
unas florecitas blancas—. Se llama dama de noite.
Conoció también árboles que dan una fruta semejante al ciruelo y con la que se
prepara una sabrosa mermelada que Emily ya había probado. Era tan novedoso todo
lo que veía, que se habría quedado allí todo el día de no ser por el sol que las obligó a
buscar la sombra y tomar café mientras el niño jugueteaba en su corralito de madera.
—Ma… —empezó a balbucear Jamie, inconforme con el lugar que le asignaron.
—Creo que a su majestad ya se le subió a la cabeza toda la atención que le han
prodigado —comentó Emily a la vez que le daba la espalda al niño hasta que éste
tomó sus juguetes.
—Bien hecho, querida —sonrió la abuela aprobando su actitud—; debe
aprender que no siempre lo complacerás.
—Es comprensible —observó Emily—; aún no se adapta por completo.
—Los dos resintieron el cambio —se mostró comprensiva—, pero pronto se
sentirán como en su propia casa. Hablemos ahora de los planes que tengo para la
recepción.
Emily la escuchó disgustada, pues lo iniciado como pequeña recepción,
prometía ser una reunión formal.
—La gente tiene tan pocas ocasiones para vestir sus mejores galas, que
aprovecha cualquier oportunidad para hacerlo —la miró interrogante—. ¿Tienes un
vestido apropiado?
—Fui de compras en Londres, antes de viajar a Brasil —habría preferido
negarlo—; sólo espero que lo que adquirí vaya de acuerdo con las costumbres de este
país.
—Si lo consideras apropiado, no dudo que lo sea.
—Creo que usted se rige por la misma norma —Emily rió.
—Me ha servido mucho —dijo Thurza—. No quiero confundirte con
demasiados nombres, pero es importante que conozcas por lo menos a dos de los
dirigentes de las minas y algunas viejas amistades.
Emily tenía interés en saber más acerca de sus conocidos; sin embargo, tuvo que
llevar a Jamie en brazos para seguir a Thurza a través de una sucesión de enormes
habitaciones con altos techos, amuebladas con exquisito gusto.
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Algunos cuartos permanecían cerrados por el reducido tamaño de la familia,
mas Thurza insinuó que podrían volver a abrirse si Emily decidía aumentarla. En
una de las habitaciones, había tantos cuadros colgados en las paredes, que más bien
parecía un museo.
Emily permaneció un buen rato contemplando el retrato de una dama: Thurza
Treharne Fonseca le devolvía la mirada, con una orgullosa sonrisa.
—¡Qué hermosa! —la admiró.
—Gracias, querida. Esa fotografía me fue tomada en mil novecientos treinta,
poco después de mi matrimonio.
—Y, ¿ése es su esposo?
—Mmm —asintió Thurza—; pero bien podría pasar por Luc o Antonio; como
ves, lo único que cambia es el traje —se ufanó—. Los genes de los Fonseca deben ser
muy poderosos, pues opacan cualquier rasgo del otro cónyuge; aunque pienso que la
sangre Treharne contribuyó con la estatura de Luc. Mis hermanos eran muy altos.
Emily avanzó hacia el otro cuadro donde un rostro perfecto de piel blanca y
ojos oscuros, mostraba tal inocencia que si hubiera llevado hábito, se habría
confundido con una monja.
—Es Helenita, la madre de Luc —suspiró Thurza—. Antonio la adoraba, pero
por desgracia, era de constitución muy débil y los embarazos fueron demasiado para
ella; al igual que yo perdió varios niños antes que naciera Luc a expensas de su
propia vida —tomó en sus brazos a Jamie—. Deja un rato a mamae, y acompáñame a
almorzar.
Después de una comida ligera, Thurza la obligó a descansar. Durmió dos horas
seguidas. Al despertar se dio cuenta de que eran casi las cuatro de la tarde. "Soy una
holgazana", se dijo mientras se vestía. El cuarto de Jamie estaba vacío así que se
dirigió a la terraza donde encontró a Dirce con María paseando por turnos al niño y a
Thurza tomando té. ¡Cuánto había cambiado la vida de Jamie en tan poco tiempo!
—Te veo mucho mejor —Thurza examinó el rostro de Emily con ojo crítico—.
Es obvio que necesitas descanso. Tomemos un poco de té y los deliciosos panecillos
que Dica horneó.
Después del té, se dedicaron a preparar las invitaciones, para enviarlas al día
siguiente.
—¿No es demasiado pronto el sábado? —preguntó Emily.
—No para una invitación proveniente de la Casa d'Ouro.
Emily trató de pasar el tiempo que faltaba para que llegara Luc, ocupada; así
que ella misma bañó y dio de cenar a Jamie, con el fin de olvidar el mal sabor de boca
que le dejara la discusión de la noche anterior. Cuando María le indicó que tenía una
llamada telefónica, se sorprendió, pues ni siquiera recordaba haber visto el aparato.
—¡Hola! —contesto en el salón de estar.
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—¡Hola carinha! —oyó la inconfundible voz de su esposo—. Acabo de llegar de
Congonhas y quiero pedirte que mantengas despierto a Jamie. Calculo estar en casa
en media hora.
—No te preocupes; te aseguro que a él le va a encantar la idea —repuso con
indiferencia.
—¿Cómo has pasado el día… querida?
—Pues… bien ¿y tú? —miró turbada el aparato.
—Un poco agitado. Estoy ansioso por llegar a casa y pasar al lado de mi esposa
unos momentos de solaz —en el fondo se escucharon algunas voces e intrigada,
Emily frunció el ceño.
—¿Guardando las apariencias… querido?
—Por supuesto, mi amor. Até logo.
El teléfono parecía demasiado costoso para golpearlo como era su intención,
pero a pesar de su evidente disgusto, lo colocó con cuidado en su lugar. "Hipócrita",
murmuro entre dientes, pero enseguida compuso la expresión al ver entrar a Thurza
quien le avisó que el niño se había quedado en el corral mientras María lo cuidaba.
Emily se rebelaba, al darse cuenta de que todo giraba alrededor de los deseos
del patrao, sin considerar si Jamie estaba cansado o no; sin embargo, lo que más le
molestaba era constatar que el niño se mostraba dispuesto a cooperar.
No obstante, reconocía que en cuanto a su aspecto físico, hacía mucho tiempo
que no se veía tan lozana. Se aplicó sombra azul en los párpados y con el vestido de
algodón aguamarina y la chaqueta del mismo tono que usó, sus ojos resaltaban. Ya
arreglada fue en busca de Jamie, pero a mitad de la terraza, se encontró con Luc,
quien cariñoso la atrajo hacia sí para besarla con pasión. Emily quiso protestar, mas
la sonrisa complaciente de Thurza la hizo cambiar de idea.
—Estás encantadora —la recorrió con la mirada—. Buenas noches, Thurza —
besó a su abuela en la mejilla—. ¿Aún está despierto Jamie?
—Como lo pediste —contestó Emily.
—¡Qué complaciente eres! —le dirigió una furtiva mirada—. Permíteme verlo
antes que se duerma.
—Está en la cocina jugando —Thurza lo siguió.
La escena en la cocina fue tan tierna que hasta el mal humor de Emily se
esfumó: las muchachas rodeaban el corral y Jamie se levantó solo y extendió los
brazos hacia su padre.
—Pa… —la corta sílaba fue suficiente para que Luc, olvidando el polvo de su
camisa caqui, estrechara a su hijo.
Emily desvió la mirada de las emocionadas lágrimas de Thurza, pues no quería
dejarse llevar por sentimentalismos.
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—Ven a sentarte con tu padre a la terraza, mientras tomo algo fresco —Luc
invitó al niño como si fuera un adulto—; tal vez mamá y Vo-Vo quieran
acompañarnos.
Las dos se sentaron y las velas colocadas en los candelabros de cobre
iluminaron sus rostros, bajo el cielo estrellado. Como Luc seguía entretenido con
Jamie y Thurza era la persona de más respeto, Emily se sintió obligada a preparar las
bebidas. A la abuela le sirvió su acostumbrado jerez seco, para Luc, mezcló una
generosa cantidad de ginebra con agua tónica y hielos, después recorrió con la
mirada las demás botellas, sin saber qué escoger para ella.
—Prueba una Cuba Libre, Emily. Te gustará —le sugirió Luc—; sirve una
pequeña cantidad de ron, mucho hielo, limón y refresco de cola.
Después de seguir sus instrucciones, Emily la probó y quedó gratamente
sorprendida por su sabor.
—Me agrada tu vestido —dijo Luc—. Te sienta muy bien.
—No te afanes —repuso Emily de forma impersonal y al dirigirse a la puerta,
sintió en la espalda la fiera mirada de Luc.
La cena transcurrió en un ambiente cordial, pues la presencia de Thurza lo
aseguraba. Emily disfrutó la comida de Dica, que consistía en filete minuta, ensalada
de papas, y de postre, compota de higos frescos y helado de coco.
—Es la especialidad de Dica, ¿te gustó, Emily?
—Mmm, grandioso —chupó la cuchara en una actitud infantil, pero la mirada
divertida de Luc, la incomodó.
—Con esos gestos eres idéntica a Jamie —le dijo burlón.
—No lo creo —replicó ella—, ¿no dices que es igual a ti?
—Gracias —Emily se ruborizó y para disimular su turbación le hizo cosquillas a
Jamie.
—Ma… —respondió Jamie de inmediato y le extendió los brazos, pero Luc
sonriente le mostró su reloj para atraerlo de nuevo.
—Le enseñé los retratos familiares a Emily —comentó Thurza.
—Un poco repetitivo por la línea masculina, ¿no crees? —preguntó Luc.
—Aún no estás tú —Emily paladeó su bebida.
—Porque quiero sentar un precedente —dijo Luc—. Deseo que tú y yo nos
tomemos juntos una fotografía. Cuando te encuentres restablecida por completo y
tus mejillas vuelvan a adquirir su tono rosado, lo haremos.
—No soy nada fotogénica —Emily se negó de una forma velada.
—¿Tienes una foto reciente?
—Pues… no, la última que me tomaron fue en la escuela.
—Lo suponía, pero ésta será distinta.
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Emily disentía con la actitud de su esposo, no permitiría que su rostro tan
común y corriente, apareciera junto a las beldades que había en la galería.
—Tal vez desees cambiarte antes de cenar —sugirió la abuela a Luc—. Además,
creo que por fin este caballerito se quedó dormido.
Luc contempló con ternura a su hijo y se levantó con cuidado, lo llevó a su
habitación, seguido de Emily, lo acostó y salió del cuarto.
—Procuraré no tardar demasiado —dijo Luc con voz baja.
—Lo cual me llena de orgullo, carinha.
—Esperemos que cuando tengan una niña, se parezca a Emily —bromeó
Thurza—. No se vería bien con tu tipo de nariz Luc.
Se hizo un pesado silencio que rompió la abuela al pedirle a María que llevara
la bandeja del café a la terraza, donde gozarían de la frescura de la noche. Emily
agradeció que la tenue luz de las velas ocultara su malestar, cuando Luc se sentó
junto a ella y le tomó una mano.
—Necesitarás las dos manos para pasarle a Emily su taza, Luc —Thurza los
miró complacida—. Disculpa querida, sé lo mucho que lo debes haber extrañado —se
volvió antes de recibir la respuesta—. Quería decirte Luc que tu esposa cree que no te
interesan los detalles de su vida en Warwickshire —como siempre hablaba con
franqueza—. No esperarás que olvide todo lo vivido, de la noche a la mañana.
Además, en lo personal me gustaría saber de su vida en Compton Lacey y del
fascinante ambiente histórico que la rodeaba.
—Emily vivió en la Casa Dower, precisamente ésa es la parte de su vida que
deseo olvidar —Luc volvió a tomar la mano de Emily, aún contra su rechazo—. Pero
ella puede contarte sobre la historia de Compton Lacey.
—Ese lapso comprende los primeros nueve meses de la vida de nuestro hijo,
querido —observó Emily en tono meloso—. ¿Debo considerar entonces como si
Jamie hubiera nacido de casi un año de edad?
—Prefiero que el niño ignore lo que sucedió en ese período —se mostró
exigente.
—¿Aun cuando sin la ayuda de Marcus, nos hubiésemos encontrado en una
situación desesperada? —la chica trató de ocultar la amargura de su voz, Thurza
intervino a su favor.
—Emily tiene razón, Luc, no debe negársele el crédito a ese caballero que para
protegerla, se casó con ella —lo reprendió—. Después de todo, intuyo que su estirpe
es de mayor abolengo que la de los Fonseca.
—Una observación muy tuya, Thurza —Luc apretó los labios para no perder el
control—, pero totalmente irrelevante. Mi esposa posee una fuerte personalidad y
aunque estaba enterada de que el pobre diablo tenía los días contados, se negó a
casarse con él. ¿Sabías que ella prefirió que Jamie creciera como hijo ilegítimo, a ser la
causante de problemas por la herencia?
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Emily lo miró aturdida, incapaz de defenderse y cuando Thurza habló, ella
permaneció callada.
—Lo que escuché me sorprendió realmente —confesó—; sin embargo, no
apruebo ni critico tu decisión, pienso que se requiere mucho valor para no tomar el
camino más fácil —miró a Emily intrigada—. ¿No tienes familiares?
—Tengo dos tías en Holanda —respondió con voz baja—; más no me pareció
justo mortificarlas con mi problema, después de todo la falta fue mía y de nadie más
—hablo con sinceridad—. Yo ignoraba el accidente de Luc; si hubiera muerto, no me
quedaba alternativa y si vivía, además de desconocer su dirección, no me pareció
correcto buscarlo, pues todo indicaba que me había olvidado. En ese momento —
continuó—, ¡todo parecía efímero e imaginario!
—Como si fuera tan sencillo echarlo todo por la borda —replicó Luc con
amargura—. Debió haber sido un inconveniente tener un hijo idéntico a mí.
—Lo fue —reconoció Emily.
—Así que han estado representando una comedia ante mí —Thurza miró a uno
y a otro con fijeza—. Debe haberles constado un gran esfuerzo.
—Sólo a Emily; para mí fue más fácil —su tono era más amable—. No olvides a
los sirvientes Thurza; no importa nuestro comportamiento en privado, pero frente a
ellos será de perfecta armonía —Emily trató de zafarse pero la firme mano de Luc lo
impidió—. Me siento cansado, será mejor que nos retiremos a dormir, si deseas leer,
puedes hacerlo, la luz no me molesta.
Luc se levantó para despedirse con un beso de su pensativa abuela y Emily lo
imitó.
—Buenas noches, señora Fonseca.
—Durante el día has evitado a propósito, llamarme por mi nombre, querida —
la reprendió cariñosa—. No olvides que acordamos que me llamarías "Thurza". Ven a
darme un beso.
—Hasta mañana, Thurza —a Emily le sorprendió la petición.
—Que descanses, pequeña. En el cajón de tu mesita de noche dejé algunos
libros de bolsillo.
Luc esperó impaciente a que terminaran de hablar y cuando Emily se acercó, la
tomó por el codo para conducirla a su habitación. Cualquier temor al
comportamiento de Luc, fue desechado por Emily, pues él hizo lo mismo que la
noche anterior.
Emily siguió con la vista cada uno de los movimientos de Luc, cuando éste se
acostó dándole la espalda, ella se preparó para dormir. Echó un vistazo a Jamie y
abrió con cuidado el cajón que le indicara Thurza, decidió volver a leer A Town like Al
ice.
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Capítulo 12
De alguna manera, que Thurza conociera la verdadera relación que unía a su
nieto con Emily, aminoró la tensión que ésta experimentaba cada vez que tenía que
fingir, pues la hipocresía era lo más detestable, para ella. Sin embargo, Thurza
aprovechaba cualquier ocasión para tratar de influir en su ánimo.
—No importa lo que afirmes, querida —comentó la abuela—, lo cierto es que
Luc casi se vuelve loco cuando recuperó la memoria y te recordó, sin importarle el
cambio de horario llamó a tu amiga, la señora Crawford.
Se encontraban paseando a Jamie por el jardín cuando oyeron a los ruidosos
guacamayos.
—Como guardianes son mejores que los perros; aunque a veces molestan los
oídos —comentó Thurza—. Sentémonos un rato mientras Jamie juega. ¿Hablaste con
Luc en la mañana?
—Desperté a la misma hora que él —Emily colocó una manta sobre el césped
para sentar al niño—, pero soy muy cobarde y fingí seguir dormida.
—No lo creo —respondió Thurza—; si no fueras valiente, no te habrías
encargado de cuidar a un moribundo estando embarazada.
—Marcus no se apega a esa descripción —aclaró Emily—, por lo menos no
hasta que Jamie nació —continuó—. En realidad fue él quien me cuidó pues yo
siempre estaba cansada y enferma; como compañía para una persona condenada a
muerte, fui un fracaso.
—Parece que tu problema logró distraerlo del suyo —concluyó Thurza—, ahora
él está muerto, pero tú y Luc no. ¿Piensan continuar con esta farsa? Para ser sincera,
me gustaría conocer uno o dos hermanitos de Jamie antes de morir.
—Es usted muy franca, Thurza —sonrió Emily—. Y parece conocerme mejor
que yo misma.
—Entonces Emily, dime: ¿por qué te empeñas en ver a Luc como un enemigo,
cuando sabes que te sigue queriendo? —la voz de Thurza cambió su habitual tono de
autoridad con el deseo de esclarecer la situación.
—Me sentí tan angustiada por no saber nada de Luc —se miró nerviosa las
manos—. Él fue el primer hombre que yo…
—Comprendo Emily, continúa.
—Para mí, Luc fue como el príncipe azul; quizá el tiempo transcurrido en esa
casa antigua me hicieron soñar con cosas irreales y una de mis fantasías se cumplió
con su llegada —confesó Emily cohibida—. Durante los cinco días que salimos
juntos, mi vida cambió por completo. Lo que sucedió entre los dos fue tan inesperado
como natural —le temblaba la voz—, por eso cuando me informó de esa súbita
partida, sentí como si la mitad de mi ser se fuera con él.
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Se detuvo un momento, pues los tormentosos recuerdos ponían un nudo en su
garganta que le impedía proseguir.
—Entonces llegó la insoportable agonía de su silencio y las angustiosas horas en
espera de una carta que nunca llegó —intentó controlarse—. Después, me di cuenta
de que estaba embarazada; no tengo palabras para describir lo asustada y sola que
me sentí —se volvió de pronto hacia la abuela—. El resto ya lo conoce. Si por lo
menos hubiera sabido algo de Luc —se lamentó—, la espera habría sido más
llevadera. Creo que la incertidumbre fue lo que más daño me hizo y de cierta
manera, nunca me recuperé. Luc debió permitirle a Lydia que me contara lo
sucedido.
—Mi nieto recibió un duro golpe cuando se enteró de tu matrimonio —Thurza
observó a Emily arreglar el sombrero del niño—. Después, cuando la señora
Crawford le informó del nacimiento de Jamie, se encerró un día completo en su
estudio con una botella de whisky. A partir de ese momento, trabajó dieciocho horas
diarias en la mina, sin preocuparse de su salud —se le quebró la voz—. Poco a poco
volvió a ser el mismo en la casa y conmigo. Llegué a pensar que era el fin de una
lamentable situación; sin embargo, la señora Crawford volvió a llamar con la noticia
de la muerte de tu esposo y como una ironía del destino, Luc acababa de salir un día
antes a Inglaterra a presidir unas conferencias.
Las dos mujeres callaron mientras observaban los esfuerzos infructuosos de
Jamie por atrapar una mariposa.
—No eres exactamente el tipo de esposa que hubiera deseado para Luc —
confesó Thurza con sinceridad—. Me habría gustado más una chica brasileña que
pudiera manejar Casa d'Ouro.
—Lo sé —repuso Emily con tristeza—, yo tampoco quería salir de Inglaterra,
pero Luc no me dio otra alternativa y tendré que sacar el mejor provecho de ello.
Aunque… —le dirigió una furtiva mirada—, el abuelo de Luc se casó con una inglesa
mucho más joven que yo y, sin embargo, salió airosa de tan grave responsabilidad.
—¡Bien dicho, querida! —Thurza rió y le estrechó la mano—. Juntas saldremos
adelante —el momento de las confidencias terminó porque Jamie se cayó de espaldas
y las dos se levantaron apresuradamente para ayudarlo.
La vida continuó en aparente calma, con los preparativos de la fiesta; Luc
llegaba a casa a almorzar, volvía al trabajo y por la noche procuraba regresar
temprano para jugar un rato con el niño; sin embargo, desde un principio se negó a
tomar parte en los planes de la reunión. Emily y Luc desempeñaban un papel de no
interferencia mutua y Thurza se adjudicó el de pacificadora. Cada noche, la pareja se
retiraba a descansar como cualquier matrimonio normal, excepto que detrás de
aquella puerta no se pronunciaba más que el consabido "buenas noches".
A pesar de lo ficticio de la situación, Emily mejoraba día con día, su apetito
aumentó y recobró el color de su piel con las diarias sesiones en el jardín. Después de
la cena, la pareja charlaba acerca del trabajo de Luc y éste se interesaba por la salud
de ella.
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—Por cierto, Thurza —comentó Luc una tarde—, no he visto a Chico desde que
llegamos.
—¿Quién es Chico? —indagó Emily.
—Un tucán —respondió Thurza—; pero para mi representa un dolor de cabeza.
—¿Acaso no vive en el aviario? —inquirió.
—Por lo general se encuentra en una percha fuera del cuarto de la servidumbre
—Thurza miró a Luc—. Y se supone que nunca entra en la casa.
—Chico y yo desayunamos juntos antes que se levanten los demás. Le gusta el
pan tostado y el té —añadió Luc.
—¡Pensé que no tomabas té! —Emily parecía divertida.
—No lo hace —intervino Thurza—, él bebe café y prepara té especial para ese
pajarraco puedes burlarte si gustas, querida pero cuando Luc sale de viaje, Chico se
pierde unos días.
—Y, ¿es difícil hacerlo volver?
—Cada vez que sucede, ruego a Dios que no vuelva —contestó Thurza
malhumorada—, pero lo hace después de picotear todos los mamao y tomates que
puede.
A Emily el asunto le parecía tan gracioso, que reía a carcajadas, apoyó la cabeza
en el hombro de su esposo y Luc, en un gesto inconsciente posó su mano sobre la de
ella, quien de inmediato cesó de reír.
—Tengo trabajo pendiente en el estudio —Luc hizo una mueca—. No me
esperes despierta, Emily. Buenas noches, Thurza.
—Por un momento pensé que las cosas volvían a su curso normal —dijo Thurza
después de un pesado silencio.
—Lo sé —Emily se puso a la defensiva—, pero necesito tiempo. Me doy cuenta
de que nuestra relación no puede continuar así —se frotó los ojos como una chiquilla
cansada—. Me voy a dormir, me siento agotada.
—Te veo mucho mejor en estos días, Emily —le aseguró la abuela—. Descansa
todo lo necesario para que el sábado estés en buenas condiciones.
—¡Oh sí, el sábado! —la chica no mostró entusiasmo—. ¿Será muy elegante?
—A las damas brasileñas les gusta vestir bien —la miró interrogante—. ¿Te
preocupa lo que vas a usar? Si te sirve saberlo, mi vestido es de chiflón, color violeta
con gris, mangas y cuello alto de acuerdo con mi edad.
—¡Su edad! —la admiró—. Me conformaría con tener la mitad de la belleza que
usted posee a los setenta años.
—¡Eres muy amable, Emily!
—¡Es la verdad! —aseveró.
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—Gracias Emily, agradezco tu intención de hacerme sentir bien. Ahora, a la
cama.
Emily se dirigió a su habitación, no sin antes verificar que Jamie dormía y
después de leer algunos capítulos de una novela aburrida, se abrió la puerta y entró
Luc.
—Pensé que descansabas —permaneció al pie de la cama.
—He estado durmiendo la siesta —explicó—, y me resulta difícil conciliar el
sueño sin leer un rato.
—Existen otras formas de atraerlo —Luc se sentó en la orilla del lecho; la miró
como si quisiera hipnotizarla y con lentitud, le acarició el cabello.
Sin intentar moverse, Emily lo vio acercarse a su rostro, la besó durante largos
minutos, pero de pronto se levantó y Emily lo vio quitarse la ropa y acostarse como
lo hacía cada noche.
—Hasta mañana, Emily —susurró Luc.
—Que descanses Luc —respondió ella, y volvió a la lectura, pero sin prestarle
atención.
A la mañana siguiente, decidió no fingir que aún dormía y sin vergüenza, lo
observó ponerse el habitual pantalón y la camisa caqui.
—Disculpa si te desperté.
—Cuando te levantas, ya estoy despierta —se arregló el cabello y al sentir que
le acariciaba la mejilla, se ruborizó.
—Vuelve a dormirte —Luc salió, pero al poco rato regresó—. Acompáñame —
murmuró pasándole su bata—. Deseo presentarte a alguien.
—¿Qué?… Pero si no me he aseado aún —Luc ignoró sus protestas.
—A él no le importará.
Avanzaron de puntillas para no perturbar al resto de los habitantes de la casa y
entraron en la cocina. Allí, posado sobre la silla del niño, se encontraba el tucán
negro con sus brillantes ojos azules que la miraron con recelo.
real!
—Supongo que es el famoso Chico —comentó Emily—. Pero Luc, ¡no parece
—Pues lo es, Emily —aseguró sonriente—. Y está dispuesto a invitarte a una
taza de té, si la apeteces.
—Por supuesto.
Mientras bebía el té, Emily miraba fascinada como Chico devoraba una tostada
acompañada con una jarra de té y volaba de la silla de Jamie al brazo de Luc.
—Ahora que estoy aquí, ¿te gustaría desayunar huevos con tocino?
—Gracias Emily, pero sólo tomo café por las mañanas —la miró y en sus ojos
había un brillo especial—. Sin embargo… esta mañana apetezco algo más.
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Con suavidad la atrajo hacia sí y sin permitirle protestar, la besó
apasionadamente. Durante unos segundos, Emily se resistió, pero luego se rindió a la
caricia. Después, se separaron con la respiración agitada y mirándose a los ojos; Luc
quiso decir algo, pero se arrepintió y salió sin despedirse.
Emily se sentó turbada y volvió a la realidad, tomó un lienzo de Dica para
limpiar la silla del niño. Habría que hacer algo con Chico, pues no podía seguir
usando la silla de Jamie. No quería pensar en Luc, pero abstraída, permaneció en la
cocina hasta que la llegada de las sirvientas la sacó de su ensimismamiento.
Jamie tendría que conformarse con la compañía de Dirce, pues Emily debía
continuar con los preparativos de la reunión. Por lo general, a Thurza le gustaba
ofrecer una combinación de platillos fríos y calientes y en esta ocasión se mostraba
ansiosa por agregar algo novedoso, por lo que Emily se atrevió a sugerir un guiso a
la cacerola que una vez le preparó Luc.
Thurza estaba fascinada y una vez terminado el desayuno, mandó a María a
buscar los ingredientes necesarios. Resultó una extraña sesión, pues Emily daba
instrucciones en inglés a Thurza y ésta a su vez, las trasmitía a Dica en portugués.
Cualquier reproche que Emily pensara hacerle a Luc, lo olvidó al ver la
entusiasta bienvenida que Jamie dio a su padre y la noticia del nuevo platillo
aprendido por Dica.
—Si mal no recuerdo, ya probé esa comida —le sonrió a Emily—. Entre tanto,
¿podrían ofrecerle algo a este hambriento?, lo que desayuné no fue suficiente para
saciar mi apetito.
Thurza se percató con alegría de que Emily se ruborizaba, pero sin hacer
comentarios, apresuró a las muchachas para que le dieran algo de comer a Luc.
—¿Podrías hacerte cargo de las bebidas, Luc? —inquirió Thurza.
—¿Cuántas personas invitaste?
—Unas cuarenta.
—¿Tantas? —se asombró—. La pobre Emily no podrá recordar todos los
nombres, pero no te preocupes querida, trataré de permanecer a tu lado.
Emily sonrió nerviosa cuando Luc preguntó a su abuela si sabía que Chico
había regresado.
—No lo sabía —negó Thurza molesta.
—¿No se lo dijiste, Emily? —preguntó Luc.
—Pues… no —le incomodó volver a sonrojarse—, lo olvidé.
—Espero que no te enfermes, Emily —Thurza la contempló con frialdad—.
Después de todo, la fiesta es en tu honor.
—No la creo tan desconsiderada como para enfermarse en una ocasión como
ésta —pronunció con tal fuerza sus palabras, que Thurza se sintió avergonzada.
—Discúlpame querida, no fue mi intención mortificarte, lo que pasa es que ese
pajarraco me exaspera.
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—Lo cual es muy normal en personas de tu edad —la reprendió Luc—. ¡Así que
no seas dramática! —se volvió hacia su esposa—. ¿Qué vestido usarás Emily?
—Si la reunión es formal, tengo un rojo y un azul.
—El azul —sugirió de inmediato.
—¿Por qué?
—Me gusta como te sienta ese tono.
—¿Lo compraste en Londres? —inquirió Thurza.
—Sí —asintió—, es sencillo pero me encantó —le dirigió una traviesa mirada a
su esposo—. Al principio me detuvo el precio.
—Si eso te satisfizo, el costo no tiene importancia.
Cuando Luc regresó a la mina, Emily decidió cambiar la siesta por un chapuzón
en la piscina, pues desde que la había visto, lo deseaba. Una nueva reja cerraba el
sendero de los hibiscos, Emily quitó el cerrojo, tendió la toalla café sobre el césped y
enfundada en un bikini blanco se sumergió en las refrescantes aguas azules. Nadó
con lentitud recordando el estilo de dorso aprendido en la escuela, pero después de
la sexta vuelta se sintió tan agotada, que no le quedó otra alternativa que salir para
normalizar el ritmo de la respiración. Como aún el sol quemaba la piel, buscó la
lejana sombra de los árboles de eucalipto para tenderse un rato.
Pronto se sumió en un profundo sueño y no despertó, hasta que sintió sobre su
cuerpo unas fuertes manos que la sacudían.
—¡Detente! —gritó irritada a su marido—. ¿Se puede saber qué estas haciendo
en casa?
—¿Y aún lo preguntas? —la tomó en sus brazos envolviéndola en la toalla.
—¿Qué haces? —se percató de que había varias personas en el jardín. Thurza,
Jamie llorando en brazos de Dirce, Dica y María histérica y José el jardinero,
completaba el cuadro.
—¿Qué sucede? —se angustió Emily luchando porque Luc la bajara—. ¿Por qué
llora Jamie?
—Por nada —Luc avanzó con su carga hacia la casa, mientras los demás lo
seguían.
—Luc…
—¡Cállate! —masculló entre dientes y hasta ese momento, Emily apreció el tono
cenizo del rostro de su esposo.
—¿Acaso estás enfermo? —preguntó Emily cuando llegaron a la habitación.
—¡Sólo preocupado por… —la dejó caer en la cama con brusquedad—… ti,
niña boba!
Para aumentar su turbación, Emily notó que Luc temblaba, pero en eso entró
Thurza, también consternada.
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—¿Se encuentra bien, Luc?
—Sí pero dile a María que deje de llorar, a Dirce que traiga al niño a ver a su
mamá y a José que vuelva a asegurar la reja.
Thurza obedeció con sorprendente docilidad y segundos después, Jamie
sollozaba en brazos de Emily.
—Ma… ma… —balbuceaba el niño.
—¿Qué le pasa a tu mamá, pequeñín? —preguntó Emily.
—Eso es precisamente lo que necesito que me respondas, ¿qué te sucedió
Emily? —Luc la miraba interrogante.
—Estábamos muy preocupados, querida —le informó Thurza sentándose en la
cama.
—Lo siento —se disculpó, aún sin comprenderlo sucedido—, pensé que nadar
sería mejor que dormir la siesta, pero cuando tenía unos minutos descansando… —la
expresión de los dos la detuvo.
Luc extendió el brazo para mostrarle su reloj de pulsera. Eran las cinco de la
tarde.
—¡No puede ser! —exclamó Emily incrédula.
—Yo me fui a trabajar después de la una e imagino que te metiste en la piscina a
la una y media. De eso hace más de tres horas —el rostro de Luc seguía tenso—. No
vuelvas a nadar sola, ¿entendido?
—¿Le temes a los tiburones? —bromeó ella.
—El llanto de Jamie atrajo a Dirce y después de asegurarse que no dormías en
tu cuarto, le avisó a la abuela quien luego de una infructuosa búsqueda por toda la
casa, me avisó de tu desaparición.
—Lo lamento Luc —se disculpó Thurza mortificada—, pero no sabía qué hacer.
—No te disculpes, querida —Luc le sonrió gentil—; hiciste lo correcto.
—Aún no acabo de… —Emily empezaba a sentirse como una criminal.
—Recorrí el jardín como último recurso, pero con esa toalla café y en la sombra,
eras casi invisible —lanzó un suspiro—. Después me informó José, que en la tarde él
había pasado el cerrojo, por lo que reanudé la búsqueda y… ¡allí esta "La Bella
Durmiente"!
—Pero yo sentí como si hubiera dormido sólo unos minutos —acarició los rizos
de Jamie al ver que lo había vencido el sueño.
—Dámelo —pidió Thurza—. Lo cuidaré en la terraza mientras tomas un baño
caliente; si no, podrías resfriarte.
Emily se lo dio indecisa, pero al intentar incorporarse, sintió un mareo.
—¡Cielos! —creyó que iba a desmayarse y cuando Luc la volvió a sostener
exclamó—: ¡puedo arreglármelas sola!
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Luc la ignoró y le quitó el bikini como si fuera una chiquilla traviesa, le frotó el
cuerpo con energía, a pesar de sus protestas. Al final la envolvió en una toalla seca.
—¿En dónde guardas tus camisones?
—Pero, yo quiero vestirme… —la expresión de Luc la detuvo—. En el primer
cajón.
Luc avanzó hacia el tocador en busca de la prenda y antes que Emily pudiera
evitarlo, ya se lo estaba poniendo.
—Gracias, pero eso si puedo hacerlo —se ruborizó.
—No es momento de mostrar timidez, linda flor —se burló de ella.
—No me obligarás a permanecer en cama, ¿o sí? —preguntó sumisa—. Dormí
bastante y me gustaría ir a la terraza con Thurza y Jamie.
—¿Me prometes no moverte del sofá?
—Lo juro.
—Muy bien —Luc aceptó complaciente—. Buscaré algo para taparte por si
tienes frío. Ese camisón no es muy abrigador.
—Pero si bonito, ¿o no? —sonrió con timidez.
La mirada de Luc se dulcificó por primera vez desde que la encontrara y
sonriendo sincero, exclamo:
—¡Encantador!, pero ahora será mejor que te cepilles el cabello.
Emily quiso levantarse, pero volvió a sentir un vértigo.
—¿Te sientes mal? —Luc frunció el ceño.
—Un poco mareada. Será mejor que me pases el cepillo.
—Haré algo más, te cepillaré el cabello yo mismo.
—Te cansarás pronto —le advirtió Emily nerviosa por su proximidad.
—Temo que podría acostumbrarme —confesó él con seriedad y la llevó donde
Thurza arrullaba al niño.
—Te veo mucho mejor —la abuela la recibió sonriente—. Luc, trae la manta que
está al pie de mi cama por si siente frío; ese camisón no la protege lo suficiente.
—Pero es muy agradable a la vista —murmuró Luc al oído de Emily cuando
pasó junto a ella.
—Lo siento mucho —se excusó la chica—. No sé qué me hizo dormir tanto. ¿No
existe en Brasil la enfermedad del sueño? Lo que nadé no va en proporción con lo
que dormí.
—Le preguntaremos mañana al doctor. Lo llamé para que te examine.
—Buena idea —Luc colocó la manta sobre las piernas de su esposa—. Ahora
permanece quieta, al menos mientras me doy un duchazo.
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—Estoy considerando la posibilidad de cancelar la fiesta —Thurza contempló a
Emily, con preocupación.
—No lo haga por favor —la interrumpió—. Prometo permanecer quieta y
comer bien; después de todo, falta un día —buscó apoyo en su marido—. La gente
podría pensar que temo encontrarme con ellos. Además… —sonrió con
ingenuidad—, nunca he asistido a una reunión similar.
—¿Cómo podríamos resistir tal súplica? —Luc la contempló con seriedad—.
Pero un paso en falso o cualquier intento de insubordinación y yo…
—Sí —Emily se mostró ansiosa—. Te doy mi palabra.
—Si así lo quieres, Emily —aceptó Thurza titubeante—. ¡Ah! Parece que este
angelito despierta.
Jamie se desperezó entre sus brazos murmurando palabras ininteligibles.
—¿Qué dices, cariño? —preguntó la abuela con inmensa ternura.
—Vo-Vo —repitió Jamie cuando al fin despertó al escuchar la sonora carcajada
de sus padres.
—¡Al menos debemos reconocer que es un chico muy oportuno! —exclamó
Emily orgullosa.
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Capítulo 13
Al día siguiente, Emily cumplió su promesa al pie de la letra y permaneció en la
terraza con Jamie quien jugaba en su corral. Thurza aparecía a intervalos; sin
embargo, la mayor parte del tiempo la pasó supervisando las actividades de la
próxima fiesta. La esposa de José tuvo que ir a ayudar en la limpieza de los muebles
de los dos salones, mientras él se hacía cargo de que el aviario quedara impecable, a
pesar de las protestas de sus ocupantes.
Emily se sentía incómoda por su forzada inactividad pero Jamie, complacido
con la compañía de su mamá, la hacía reír con sus gracias a la vez que repetía con
facilidad y en dos idiomas las palabras que aprendía con rapidez.
Pronto se fastidió el niño de su actividad física y se sentó a jugar con su tren
favorito. Emily lo contemplaba arrobada y sorprendida del cambio que en tan poco
tiempo había sufrido su vida pues de viuda solitaria con futuro incierto, se había
convertido en esposa de un magnate en un país extraño y a miles de kilómetros de
distancia de su lugar de origen.
Inesperadamente se apoderó de ella un sentimiento de frustración e
incomprensión, pues con tantos criados para cuidar a Jamie y evitar que ella
trabajara, pensó en lo inútil de su presencia en esa casa. Además, no tenía ni libertad
de decidir lo que le gustaría hacer, pues enseguida tenía que rendir cuentas de su
osadía; hasta se comparó con los hermosos guacamayos en sus enormes jaulas de
latón brillante. De hecho, su situación era muy similar y la enorme casa representaba
una jaula de oro donde la tenían presa los lazos del amor: por supuesto, del amor de
su hijo. Cualquier sentimiento que le inspiraba Luc era indefinido.
Por cierto, que después de los minutos de disgusto, Luc se había comportado
con ella como todo un caballero y Emily se sentía dispuesta a olvidar al duro e
implacable hombre que la amenazara con llevarla ante un tribunal por la custodia del
bebé. El rostro de Emily se endureció al recordarlo, pues, ¿qué clase de hombre es el
que se atreve a amenazar a una mujer con quitarle a su hijo? Jamás olvidaría los
rasgos de su esposo en aquellos días.
—¡Qué expresión tan extraña tienes, Emily! —Thurza se aproximó para indicar
a Dirce donde colocar la bandeja del café—. De no ser por tu ceño fruncido, habría
jurado que dormitabas.
—Lo que pasa es que me siento mal por estar aquí sentada sin poder ayudarlas
—aclaró con sencillez.
—¡Tonterías! —se apresuró a contestar la abuela—. Si quieres saberlo, te diré
que ya hay demasiada gente —le sirvió una taza de café con leche—. Te hará bien
tomar más leche, Emily.
—No deben mimarme tanto; me siento muy bien.
—Mmm, ya veremos —dudó Thurza—. En media hora llegará el doctor para
examinarte. Hablé temprano con él.
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—Pero Thurza, ¿es necesario? —Emily se acobardó—. Ni siquiera le voy a
entender.
—Claro que sí —explicó la abuela—: la mayor parte de sus estudios los realizó
en Norteamérica —se volvió cuando escuchó balbucear a Jamie—. ¿Qué es, cariño?
—Creo que ya tiene hambre —respondió Emily.
—Vo-vo te pide disculpas, mi amor —le permitió tocar la campanilla para
llamar a Dirce, pero le dio tanto gusto al niño agitar el nuevo juguete que fue
imposible continuar charlando y no advirtieron la presencia de un elegante hombre.
—Espero no ser inoportuno —se aproximó el médico.
—Discúlpeme, doctor Ferreira pero este jovencito nos tiene absortas y
pendiente del menor de sus deseos —se volvió hacia Emily—. Querida, te presento al
doctor Ferreira; doctor, Emily la esposa de Luc y su hijo Jamie.
—Muito prazer —murmuró el médico y estrechó la mano de Emily antes de
mirar al niño que hacía gestos al jugo de naranja que le daba Dirce—. Es obvio que él
no es el paciente —rió—. La señora Fonseca me informó que no se había sentido bien
el día de ayer —se sentó a su lado.
—Nadé un poco y dormí largo rato… —se ruborizó—, preocupé a todos los de
casa, pero en realidad no estoy enferma. Hoy me siento muy bien, doctor Ferreira.
El galeno le tomó el pulso durante un minuto, verificó con su reloj y
aparentemente satisfecho, le hizo algunas preguntas de rutina sobre su estado de
salud en general.
—Al parecer no hay nada de qué preocuparse, señora; es posible que
últimamente se haya sentido presionada —se dirigió a Thurza—. ¿Podría llevarla el
lunes al hospital para hacerle unas pruebas? Quizá la somnolencia se deba a una leve
anemia.
—¿Cree que estará bien para la reunión del sábado? —preguntó Thurza con
alivio.
—Siempre y cuando no se exceda —respondió el médico—. No veo por qué no
pueda disfrutar como lo haré yo —se despidió—. Hasta entonces —sé acercó al
niño—. ¡Otro Fonseca hasta en el más mínimo detalle!
—Bien —se tranquilizó Thurza—. ¡Es un alivio saber que nada te aqueja! Ayer
estaba muy preocupada por ti —confesó—. No se diga el pobre Luc; estaba histérico.
—Me apena haber sido la causante; trataré de no volver a hacerlo.
—Olvídalo y concentrémonos en la noche de mañana. María Braga vendrá a las
cinco de la tarde para arreglarme el cabello —le informó—. ¿Te gustaría que te
peinara?
—Había pensado recogerme el cabello en un moño —titubeó.
—Entonces dejemos que lo haga por ti.
Al día siguiente a las siete y media de la noche, Emily reconoció que el moño
había quedado mucho mejor que si ella lo hubiera hecho. Aún en bata, se contempló
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en el espejo y se admiró el peinado con algunos rizos que caían como al descuido
sobre la frente, las orejas y la nuca, dándole un toque de elegancia.
Cuando Luc llegó, no resistió la tentación de preguntarle:
—¿Qué te parece mi peinado?
—Sencillamente adorable —respondió después de un breve examen—; pero, ¿a
qué hora te vestirás para ver el resultado final?
—Primero iré a ver a Jamie y después terminaré de arreglarme.
—¿Temes quedarte en la misma habitación donde voy a cambiarme? —se burló.
—¿Bromeas? —Emily hizo una mueca al pasar junto a él—. Después de todo, no
es novedad verte en ropa interior.
Entró de puntillas en el cuarto del niño, lo cubrió con la sábana y se demoró
todo el tiempo que le fue posible. Cuando regresó, encontró a Luc con una elegante
chaqueta blanca y estrechos pantalones negros, que hacían juego con la corbata de
moño y la camisa de seda blanca.
—Odio que la ropa me apriete —se aflojó la corbata—. ¿Crees que Thurza
quede satisfecha si nos cataloga dentro del término "apropiado"?
—Imagino que sí —ella ladeó la cabeza para admirarlo—. ¡Muy elegante!
—Mmm —murmuró incrédulo—. Creo que necesito una copa. En cuanto estés
lista, baja al patio, te prepararé una bebida refrescante.
En cuanto Luc salió, Emily empezó a vestirse, aunque le costó trabajo subir el
cierre.
El vestido era de corte sencillo, descubierto de los hombros y confeccionado con
seda azul aguamarina, se amoldaba elegante a sus caderas. La falda tenía una amplia
abertura hasta la rodilla, que permitía el libre movimiento, las zapatillas la hacían
parecer más alta y eso le daba a Emily, un toque de distinción. Mientras se
maquillaba los nervios amenazaban con traicionarla, pero se controló y concluyó su
arreglo. Después colocó sobre los hombros una estola de la misma tela y color del
vestido, cuyas puntas con plumas de avestruz, realzaban el modelo.
Emily descendió la escalera que conducía al patio, donde se percibía una
atmósfera festiva, por las luces colocadas entre las palmeras. El alboroto de los
guacamayos avisaron a Luc de su presencia y con paso mesurado se acercó a ella
admirándola.
—Este es mi vestido azul —la aclaración fue innecesaria—. Ojalá y lo apruebes.
—¿Y cómo no iba a hacerlo? Si me has dejado sin aliento. ¡Estás tan moderna
y… elegante!
—Me alegro que te guste —Emily intentó controlar los nervios que la insistente
mirada de Luc le provocaban—. Gasté un dineral en él.
—Nao faz mal —lo ponderó de nuevo—, pero te falta algo —sacó del bolsillo tres
estuches de piel y se los entregó a Emily.
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La primera caja guardaba un magnífico prendedor con una aguamarina en
forma de óvalo; la segunda, un anillo con la misma piedra, rodeada por pequeños
diamantes.
—¡Luc! —la chica contuvo el aliento—. Son muy hermosos.
—Permíteme —le colocó el anillo en el dedo anular de la mano derecha, hizo a
un lado la estola para abrocharle el prendedor y abrió el tercer estuche que guardaba
un exquisito anillo de zafiros circundando dos rosas de diamantes, se lo colocó en la
mano izquierda, junto a la sortija de matrimonio. Emily quería expresar su asombro,
cuando apareció Thurza, elegantemente vestida en tonos grises y violeta, con una
estola de la misma tela cubriéndole los hombros. Unos pendientes de brillantes
hacían juego con su anillo.
—Déjame verte, Emily —la hizo dar una vuelta—. ¡Perfecto! ¡Impactante! —se
aproximó a ella para ver el collar—. Así que a pesar de todo llegó tu encargo, Luc.
—Hasta hoy, después de numerosas llamadas —hizo una mueca—. Tuve que
emplear mi poder de persuasión.
—¿Fueron adaptadas las joyas? —a Emily le fascinaban los destellos de luz de
los anillos.
—Dios conserve tu ingenuidad —deseó Thurza—. Fueron hechos, no
adaptados; Luc los mandó hacer especialmente para ti.
—No había necesidad… —se desconcertó—. Es decir, no esperaba…
—Es lógico que mi esposa lleve joyas que hagan juego con su vestido —le hizo
una seña a José, quien se había convertido en camarero. La vivacidad de Emily
disminuyó, pero hizo un esfuerzo y aceptó sonriente la bebida, a la vez que admiraba
el vestido de Thurza.
—Nadie se fijará en mi esta noche, querida —afirmó la abuela complacida—;
todos admirarán a la nueva senhora Fonseca y algunos se pondrán verdes de envidia.
Antes que Emily analizara el sentido de sus palabras, llegó el primer invitado y
tuvo que tomar su lugar entre Luc y la abuela.
Una lista impronunciable de nombres le fue murmurada al oído y a pesar de su
nerviosismo, sonreía radiante a cada uno de los personajes: el director de bienes
raíces, el gerente comercial, el ingeniero en jefe y el director del departamento de
químicos, así como una sucesión de personajes de distintas edades, cuyas esposas
iban vestidas y peinadas a la última moda.
Todas las señoras la miraban con curiosidad disfrazada de cortesía y Emily
satisfecha, se percató de que tanto su atuendo como sus joyas no tenían rival. Ver al
doctor Ferreiro seguido del alcalde fue como un calmante para ella.
—Emily —Luc le pasó el brazo por los hombros—. Quiero presentarte a John
Trelaur, principal responsable de la mina y a Tom Enys, encargado de la extracción,
los dos, solteros empedernidos. Así se catalogan ellos mismos —aclaró—. Por cierto,
son paisanos tuyos.
Emily les sonrió cordial y ellos le dieron la bienvenida a Campo d'Ouro.
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—Jamás imaginamos que su nieto se aventurara a comprometerse, señora
Fonseca —felicitaron a Thurza.
—Y menos tener tan buen gusto, al hacerlo con una joven inglesa —afirmó Tom
Enys.
—Tenía que seguir el ejemplo de mi abuelo —intervino Luc con amabilidad—.
¿Qué otro camino me quedaba?
Thurza sonrió satisfecha y se apoyó en el brazo de Luc, quien con el otro seguía
abrazando a Emily. Esta, al volverse hacia él, se topó con sus ojos negros en los que
brillaba la devoción por ella. La chica se turbó y bajó la mirada, sintió que Luc se
tensaba al oír unas voces femeninas que se aproximaban.
Los dos ingleses se mezclaron con los demás invitados para ceder su lugar a un
trío que esperaba ser presentado: un atractivo brasileño de edad madura flanqueado
por dos jóvenes y hermosas mujeres.
"Caperucita Roja y Blanca Nieves", se dijo Emily mientras Luc le presentaba a
Ildefonso Machado, el abogado de la compañía y a sus dos hijas Analha y Teresinha.
Esta vestía de rojo bermellón con un escote tan atrevido que atraía las miradas
masculinas y Teresinha, consciente de su atractivo creía ser el centro de la atención.
Analha llevaba un vestido blanco de encaje y era tan bella como su hermana, pero
dulce y encantadora, a diferencia de la sensualidad provocativa de aquella.
—¡Qué coisa! ¡Viajar hasta Inglaterra para casarte, Luc! —exclamó Teresinha en
inglés con un marcado acento, mientras con los ojos recorría la figura de Emily, y
como si la encontrara demasiado común se volvió hacia otro lado.
—¿Y quién podría culparle? —intervino su padre—. Senhora, acepte nuestras
más sinceras felicitaciones.
—Gracias, es usted muy amable —Emily decidió que había llegado el momento
de comportarse con propiedad—. Permítanos ofrecerles una copa.
Al hacer la invitación llegaron más personas y pronto se vio agobiada por
nuevas presentaciones.
—Te felicito, querida —Thurza aprobó su comportamiento cuando vio que
todos habían llegado—. Te comportaste a la altura, ¿cómo te sientes?
—Un poco aturdida —reconoció la chica—, pero por lo demás bien. ¿Crees que
los haya decepcionado?
—Todo lo contrario —le aseguró—. Luc, ¿llegaron todos?
—Ahora sí —Luc saludó a un joven de increíble estatura y en cuyas gafas se
reflejaban las luces de las lámparas.
—Señora Fonseca, Luc, disculpen mi tardanza —se detuvo asombrado al ver a
la joven inglesa—; usted debe ser Emily, mejor dicho, la señora Fonseca júnior.
—Emily sabrá substituirme —le sonrió Thurza al recién llegado con tanto
cariño que él le hizo una reverencia.
—Emily, te presento a Bob McClure —dijo Luc—. Fuimos juntos a la escuela…
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—Motivo por el cual, se compadeció de mí y me ofreció un empleo —se mofó.
—Pero sólo porque parecías ser el mejor geólogo de los Estados Unidos —Luc
le devolvió la broma.
—Y tú el mortal con más suerte sobre la tierra —afirmó con sinceridad mientras
miraba el rostro de Emily, quien no pudo ocultar su rubor—. ¡Gran Dios! Y yo que
pensé que ninguna mujer era capaz de sonrojarse.
—Y si sigues hablando tanta tontería, se pasará la noche haciéndolo —lo
reprendió Thurza—. Ahora señor McClure, haga el favor de servirse una copa
mientras invito a pasar a los salones a las demás personas.
—¿Estás segura de que te sientes bien, Emily? —Luc le tomó la barbilla.
—Muy bien, gracias Luc —le sonrió, agradecida por su interés—. Será mejor
que ayudemos a Thurza.
—Me sentiré muy honrada si me permites ayudar, Luc querido —los
interrumpió la voz melosa de Teresinha Machado a la vez que se colgaba del brazo
de Luc—. Tal vez ya te haya dicho tu esposo que en estas ocasiones, soy yo quien
ayuda a Doña Teresa.
—Debe habérsele olvidado —respondió Emily—. Pero aunque agradezco su
atención, ha llegado el momento de que usted disfrute de la fiesta como los demás.
Yo me haré cargo de todo —se alejó sin notar la admiración que reflejada en el rostro
de su marido y casi choca con Thurza en el colmo de la indignación.
—¿Discutiste con Teresinha? —indagó Thurza.
—Fue más bien una escaramuza. Supongo que cuando hablaste del tono verde
de envidia, te referías a ella —aunque habló con voz baja se sentía furiosa.
—Debo confesarte que durante algún tiempo la consideré una buena candidata
para Luc, hermosa, culta y acostumbrada a dirigir una casa, pues al morir su madre,
ella se hizo cargo de todo —enumeró sus cualidades—. Analha es de otro tipo, le
gusta pintar y aunque es muy parecida a su hermana es mucho más agradable. Hasta
llegué a creer que a Luc no le disgustaba la idea de comprometerse con Teresinha.
—¿Y qué lo hizo cambiar de opinión? —Emily fingió revisar los platillos.
—Un viaje a Inglaterra, querida. Por desgracia, cuando volvió, su padre había
muerto y él se vio agobiado por los deberes del patrao y tratando de olvidar a cierta
inglesita —le dirigió una significativa mirada.
—La señorita Machado se ofreció a ayudar, Thurza —levantó la barbilla en un
gesto que ya le era familiar a la abuela —pero le dije que estando yo aquí, me haría
cargo de todo.
—Una respuesta muy acertada; tú eres la esposa de Luc, Emily y es tu deber
hacer el mejor esfuerzo por cumplir con las obligaciones que conlleva dicha unión —
la mirada de Thurza la volvió a la realidad de la fiesta.
Durante, el resto de la velada, Emily departió con los invitados, algunas veces
Luc se mantenía cerca de ella, pero otras el deber de anfitrión lo alejaba. Por fortuna,
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cada vez que estaba en aprietos, aparecía como por arte de magia Bob McClure, y la
ayudaba con el idioma. Algunos, como Mario de Carvalho, primo de Luc, hablaba
inglés con más fluidez.
Mario era un hombre delgado, de cabello oscuro que poseía un aire de
romanticismo y lo sabía explotar al máximo.
—Luc es un hombre muy afortunado —observó Mario cuando Emily regresó de
echar un vistazo a Jamie y la invitó a la terraza.
—Es usted muy amable, senhor de Carvalho —Emily deseaba que apareciera
Luc y la liberara de tan molesta compañía.
—Tan rubia y etérea —la tomó de la mano—. Parece un ser celestial. ¿Acaso
esconde el fuego bajo esa aparente calma?
—Y por supuesto, ¿te gustaría ser el que lo lograra encender? —los interrumpió
Teresinha Machado—. No debes aprovecharte de tu relación familiar, caro.
—Mucho gusto en haberlo conocido, senhor de Carvalho…
—Mario, por favor —suplicó fervoroso.
—¡Ah! Aquí viene Luc —exclamó Emily sintiéndose aliviada al ver a su esposo.
—¿Como vai, Luc? —preguntó el joven con fingida cortesía.
—Bem, brigado —el semblante de Luc le indicó a Mario despedirse con
prontitud.
—¿Qué hacías con Mario en este rincón tan alejado de la terraza? —para
indignación de Emily, Luc la miraba acusador.
—Nada en especial. Él sólo trataba de impresionarme con su encanto romántico
—contestó ella.
—No debiste permitírselo —Luc la tomó con brusquedad por la muñeca y la
obligó a seguirlo hasta donde se encontraba el resto de los invitados. Emily estaba
furiosa.
—¿Qué te sucede, Luc? ¿Acaso te abandonó tu pareja?
Él se detuvo con el rostro lívido y la miró amenazadora: por lo general, su ceño
fruncido siempre indicaba problemas.
—¿Qué insinúas? —la retuvo por la fuerza.
—Me refiero a Teresinha —se mojó los labios resecos, ante la fría mirada de
Luc—, la del vestido rojo tan vulgar. Al parecer te sientes muy contento a su lado.
La terraza se encontraba desierta y Luc la tomó por la barbilla con brusquedad
y la atrajo hacia sí para besarla con tal fuerza que la lastimó.
—Existe en portugués una frase descortés que te convendría aprender, querida
—separó un poco el rostro—, te la diré para que sepas su significado por si me veo
obligado a pronunciarla otra vez: "cala boca" o en inglés "cállate". Ahora vamos, que
algunos invitados empiezan a despedirse.
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—Boa noite, senhora Fonseca —sonrió con timidez Analha Machado—, deseo que
sea muy feliz aquí en Campo d'Ouro. ¿Me permite visitarla otro día para conocer a su
hijo?
—Por supuesto —respondió Emily—. Venga cuando quiera.
—¿Eu tambem? —se escuchó la melosa voz de Teresinha que permanecía junto a
Luc en actitud posesiva.
—Tendré mucho gusto en recibirla también —mintió Emily.
—A todos nos ha surgido un gran interés por conocer al niño —observó
Teresinha—. ¡Su aparición fue tan sorprendente y romántica! ¡La novia olvidada!
Emily fingió cortesía cuando Ildefonso Machado le besó la mano y se llevó a sus
hijas. Sólo quedaba Bob McClure y al despedirse, Emily entendió que comprendía
sus sentimientos.
—Fue un enorme placer conocerte, Emily. Tal vez tu esposo se compadezca de
mi soledad y te lleve una de estas noches a cenar a mi casa.
—Estaré encantada —se sintió feliz de no tener que seguir fingiendo.
El norteamericano se despidió respetuoso de Thurza, palmeó el hombro de Luc
y se fue.
—Bien, creo que todo salió a las mil maravillas —se alegró Thurza mirando
orgullosa a Emily y a Luc—. Tu esposa causó una grata impresión en todos.
—En unos más que en otros —Luc levantó una ceja.
—Fue una fiesta maravillosa, Thurza —Emily besó a la abuela e ignoró el
comentario de su esposo.
—¿Te apetece tomar algo antes de retirarte, Emily? —preguntó amable
Thurza—. Me di cuenta de que bebiste y comiste muy poco.
—Lo que pasa es que estuve muy preocupada tratando de recordar los nombres
—suspiró agotada—. Lo que más deseo en este momento, es una taza de té.
—Ve a la cama y yo llevaré la bandeja a nuestro cuarto —Luc la condujo hacia
la habitación—. Si gustas Thurza, también a ti puedo llevarte lo mismo.
—No querido, yo prefiero un vaso de leche caliente. Acompáñame a la cocina
para mandar a acostar a las muchachas, cuando hayan recogido todo.
—¡A la cama! —ordenó Luc a su esposa—. No tardo.
Emily entró con cuidado en el cuarto de Jamie quien dormía apacible y después
de cubrirlo con la cobija, se dirigió a su habitación. Se sentía fatigada y lo único que
anhelaba era dormir. Se quitó la estola y la arrojó sobre el tocador y luego con pereza,
se contempló en el espejo mientras sus manos buscaban el broche del cierre. Sus ojos
brillaban en su rostro arrebolado, rivalizando con los destellos de la aguamarina que
pendía sobre su pecho. ¿La consideraría Luc una inglesa insípida, en comparación
con la exuberante belleza de Teresinha Machado? Era probable, pues bajo el vestido
azul, su cuerpo llamaba menos la atención que el de la bien formada brasileña.
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Resultaba gracioso que nadie le hubiera mencionado la existencia de la dama,
quien por cierto, tenía una malévola inteligencia al haberla forzado a invitarla de
nuevo a la casa. Hizo una mueca al notar que se enfadaba y volvió su atención al
broche, al tiempo que Luc entraba con la bandeja del té.
—Creí que ya estabas en la cama —frunció el ceño.
—No puedo desabrocharme el vestido.
Luc colocó la bandeja sobre una mesita y con la mano fría sobre la piel de ella,
examinó el problema.
—Parece que mordió la tela.
Luc dio un fuerte tirón y sin que Emily pudiera evitarlo, el vestido cayó a sus
pies. De forma instintiva se inclinó para recogerlo, pero Luc fue más rápido y se lo
impidió. La atrajo hacia sí con inesperada violencia para besarla. Sorprendida, Emily
fue acometida por un torrente de pasión, el hombre amable y considerado, se tornó
de pronto en un extraño inmisericorde que ignoraba sus débiles protestas. Luc vencía
cualquier obstáculo que ella interponía y mientras con una mano la sujetaba, con la
otra se desvistió antes de acostarla sobre el lecho.
La anhelante respiración de Luc se confundió con la de ella, cuando levantó el
rostro para mirarla, y con un dedo le cubrió los labios y le indicó que callara.
—No digas nada —el murmullo la hizo estremecer—. He esperado demasiado
tiempo.
Una ola de indignación surgió en Emily e hizo un último esfuerzo por liberarse,
pero Luc sólo sonrió ante su impotencia. Los ardientes besos y caricias de él, le
demostraron en ese momento, quien era el dueño de la situación.
Después de unos minutos, Emily, demasiado cansada para intentar escapar,
permaneció cautiva entre los brazos de Luc, odiándolo por ser superior a ella y
odiándose a sí misma por la inconcebible debilidad que tuvo, al permitir que las
cosas llegaran a tal grado. Pero lo que más detestaba era su cuerpo tan mundano, que
luchó al principio, pero después disfrutó el proceso de la derrota y lágrimas de
frustración resbalaron por sus mejillas. Al moverse, Luc abrió los ojos y la vio llorar,
de forma impulsiva la besó para secarle el llanto. Todo sucedió de nuevo, pero esta
vez hubo menos oposición por parte de Emily y en lo más profundo de su
pensamiento, llegó a la convicción de que ahora si había existido una respuesta por
lo que a ella concernía, que resultaba inútil negar.
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Capítulo 14
Emily despertó a la mañana siguiente debido a la luz del sol que se filtraba por
las delgadas cortinas. Intentó moverse, pero un pesado brazo sobre su cintura y una
pierna cruzada sobre la suya se lo impidieron. No valía la pena reconsiderar los
sucesos de la noche anterior, ni lamentarse por lo irremediable, así que con cuidado
se zafó del abrazo, pensando en Jamie y se incorporó.
El rostro de Luc parecía mucho más joven y relajado que durante el día cuando
se sentía mortificado por la responsabilidad del trabajo.
El vestido azul aún estaba sobre el suelo, mezclado con la ropa de su esposo, así
que se inclinó para recogerlo, pero se enderezó enseguida al ver que Luc, aún
adormilado la contemplaba. Emily se sentía turbada e indignada a la vez.
—Debo ir a ver a Jamie —evitó mirarlo.
—Son más de las diez, carinha —se burló ante su expresión de incredulidad—.
Ya debe estar en el jardín con Dirce, así que será mejor que permanezcas donde estás.
—Thurza debe estar inquieta por mi ausencia —buscó la bata—; debo…
—Mi amada esposa —apoyó la cabeza sobre las manos—, a nadie le parecerá
extraño que yo desee que mi esposa se quede conmigo un rato más en la cama, para
disfrutar de su compañía el único día de la semana que puedo hacerlo.
—Mira, Luc Fonseca —se dirigió a él con vehemencia—, anoche… me
sorprendiste y como supondrás, fue una experiencia que no me gustaría se repitiera.
Con esto te recuerdo lo que dije acerca de no dormir con…
—¡Ah!, pero lo hiciste.
—Lo sé, pero sólo porque…
—Porque te sentiste exhausta después que hicimos el amor y no te quedó más
remedio —sus ojos brillaron con malicia—. Y ahora me dices que es una práctica
molesta y deseas que no vuelva a suceder. ¡Que vergonha!
Emily se quedó callada, consciente de la verdad que Luc leía en sus ojos, quizá
lo que más le incomodaba, era la certeza de saber que él no desconocía sus más
íntimos pensamientos Reconocía que lejos de desagradarle la cercanía de Luc y
después de los primeros momentos de resistencia, no podía ocultar el deseo que
naciera en lo más profundo de su ser por pertenecerá.
—No fue más que atracción física —afirmó ella.
—Proceso muy natural por cierto, pero no quieres volver a experimentarlo.
—¡Correcto! —Emily avanzó hacia la puerta—. Sin amor, es instinto animal.
—Y tú no me amas, Emily —constató Luc con amargura.
—No… —reprimió sus verdaderos sentimientos.
***
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Durante los siguientes días, la vida transcurrió en calma en Casa d'Ouro. La
visita de Emily al doctor tuvo que posponerse porque el médico recibió una llamada
de emergencia, mientras tanto, la chica pasaba la mayor parte del tiempo, en
compañía de Thurza y Jamie.
Luc regresaba a casa cada vez más tarde y con el pretexto de que tenía trabajo
rezagado, se encerraba en el estudio hasta altas horas de la noche y se acostaba
después que su esposa.
Entretanto Jamie hacía grandes adelantos y una mañana la casa se conmocionó
cuando dio los primeros pasos; tanto la abuela como las muchachas del servicio se
comportaron como si fuera el único niño del mundo, capaz de realizar tal proeza.
—Debes admitir que diez meses es una edad muy temprana —la abuela se
sentía orgullosa—. Si mal no recuerdo, Luc también fue un chico precoz.
Emily sonrió con orgullo ante un logro más del pequeño, a pesar de que su
estado de ánimo decayó desde el día de la fiesta.
—Me siento mal de lo poco que hago aquí —confesó fatigada—. Soy más inútil
que los guacamayos y aunque ambos vivimos en jaulas doradas, al menos ellos
sirven como guardianes —se desesperó—. En la Casa Dower tenía ocupado el día y
Jamie jugaba en el corral, pero ahora que empieza a caminar, no sé qué será de mi
vida.
—No lo intentes —la consoló Thurza—. Concéntrate sólo en recuperarte; quizá
fue precipitado ofrecer la fiesta.
—¡Tonterías! —exclamó convencida—. La disfruté mucho, además de entender
la verdadera razón por la que se efectuó.
—Ahora todo mundo sabe que cuentas con mi apoyo incondicional —le sonrió
complacida—. Tenían que convencerse de que eres un miembro más de la familia
Fonseca y no una pequeña intrusa que nos vimos obligados a aceptar por ganar a
Jamie.
—Lo sé y no sabe cuánto lo aprecio, pues me di cuenta de las íntimas reservas
que usted tenía respecto a que Luc se casara con una perfecta desconocida que había
engendrado un hijo ilegítimo y que podía usar a ese niño como pretexto para la boda.
—Cierto —reconoció Thurza—, pero una mirada bastó para cerciorarse de que
era un verdadero Fonseca —levantó una mano para acallar las protestas de Emily—.
Además, es obvio que viniste a Brasil por la fuerza, pues a pesar de mi edad, noto
que tu matrimonio te está causando una gran confusión. A veces imagino que han
logrado superar las diferencias y otras, los veo lejanos y formales, pero nunca
indiferentes.
—Es usted muy observadora, ¿verdad? —puntualizó Emily—. Sin embargo, los
dos nos esforzamos por el bienestar de Jamie.
—Pero Emily, ¿cuándo vas a…?
La interrumpió la llegada de María, que anunciaba la visita de las hermanas
Machado.
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Emily colocó al niño en el corral, examinó su aspecto y se alegró por llevar su
vestido predilecto de lino en color café combinado con margaritas blancas.
Thurza recibió a las dos jóvenes como buena anfitriona, besándolas en ambas
mejillas y ordenó café para acompañar la charla. Analha quien llevaba un rectado
vestido amarillo de algodón sonrió cordial a Emily y le estrechó efusiva, la mano,
mientras que Teresinha, enfundada en unos ajustados pantalones rosa y una
descotada blusa de seda le dio un breve e impersonal saludo. Quien llamó de
inmediato su atención fue Jamie que les sonreía con la misma expresión de Luc.
—Es muy parecido a mi nieto, ¿no creen? —inquirió Thurza cuando Analha se
arrodilló para acariciar al niño y hablarle con el mismo lenguaje.
—Nossa senhora —balbuceó incrédula Teresinha—. Es la viva imagen de… Luc,
senhora Fonseca.
Sin saber a cual de las dos señoras Fonseca se refería, Emily se quedó callada.
—La felicito —al fin Teresinha se dirigió a Emily y se sentó junto a ella—. Tiene
un niño encantador; es una suerte que haya heredado los rasgos de su padre.
—Es algo que llena de orgullo a Luc —repuso Emily con calma.
—¿Puedo abrazarlo un momento, Emily? —rogó Analha—. ¿No te molesta si te
tuteo?
—Claro que no y si quieres sacarle del corral, hazlo —le complacía la sencillez
de Analha—. Quizá quiera presumirte sus adelantos.
Con la ayuda de Thurza y el ánimo que le infundía Emily, Jamie logró dar tres
pasitos solo y cuando cayó, la carita se le iluminó al ver la alta figura de Luc, que se
aproximaba.
—¡Papá! —exclamó alegre mientras Luc lo tomaba en brazos, saludó a las
visitas y extendió una mano a su esposa.
Emily se acercó con inusitada rapidez y levantando el rostro hacia Luc, recibió
un beso más prolongado de lo que la ocasión ameritaba. Él la mantuvo a su lado
mientras charlaban un rato y Jamie volvía a hacer sus pinitos caminando, lo que le
hizo ganar las expresiones de júbilo de los presentes.
Tal felicidad conyugal fue más que una prueba para Teresinha, quien rechazó la
invitación a almorzar y se llevó a Analha.
La visita dejó mejor dispuesta a Emily hacia su esposo y alivió la tensión que
prevalecía entre ellos desde el día de la fiesta.
Una noche cenaron con Bob McClure como lo habían prometido y a pesar de
ser la única mujer, cuando llegaron John Trelaur y Tom Enys, ella no se sintió
cohibida. Por el contrario, le benefició el ambiente de convivencia y contribuyó a
amenizar la charla, pues les contó la historia de Compton Lacey y todos la
escucharon con interés.
Cuando regresaron a Casa d'Ouro, Emily compartió unos momentos más de
solaz con su esposo, mientras tomaban una copa y por primera vez en mucho
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tiempo, se acostó sin ese sentimiento de frustración que experimentaba cuando ella y
Luc se daban las buenas noches.
La visita al doctor Ferreira fue menos embarazosa de lo que imaginaba ya que
Thurza la acompañó y esperó en la sala mientras el médico la auscultaba a fondo y le
tomaba algunas pruebas de sangre y orina.
—Existe la posibilidad de que esté esperando otro bebé, senhora Fonseca —le
sonrió el doctor cuando ya vestida Emily se sentó frente a su escritorio.
—Traté de convencerme de que todo se debía al cambio de vida —respondió
ella—, pero acepto que puede ser factible. Con Jamie me sentí muy mal, mas ahora,
lo único que me aqueja es ese irresistible deseo de dormir a todas horas.
—Veremos en los análisis si padece anemia —le indicó el galeno—, y a pesar de
que tenemos que esperar los resultados de las pruebas, de manera extra oficial puedo
decirle que dentro de siete u ocho meses, su hijo tendrá un hermanito.
—Gracias doctor —los ojos le brillaron—. Será un magnífico regalo de Navidad.
Regresó pensativa con Thurza y decidió que sólo después de que Luc lo
supiera, le daría la buena nueva a la abuela. Se lo diría después del almuerzo, pensó
Emily mientras Thurza ponderaba las virtudes de su amigo el médico; o tal vez lo
haría en la tarde. ¿Cómo reaccionaría, Luc?
Pero Luc no llegó a almorzar; las dos mujeres encontraron un recado de él
donde les decía que iba a descender a la mina, para investigar la posibilidad de un
filón.
—Una veta de oro —le explicó Thurza.
—Bob McClure dijo algo al respecto, el día que cenamos en su casa —comentó
Emily—. Le pediré a Luc que me explique con detalle, de manera que yo entienda lo
que sucede en una mina. No puedo evitar sentir temor al pensar en los hombres que
trabajaban en las profundidades de la tierra —confesó Emily.
—Lo mismo me sucedía al principio —reconoció Thurza—, pero es una
experiencia que no podrás compartir con Luc, pues nuestros mineros son muy
supersticiosos y consideran tabú a las mujeres y a los sacerdotes —se detuvo al ver a
María acompañando a Bob McClure.
—Perdonen la interrupción —se disculpó Bob con el rostro desencajado—.
Lamento ser el portador de…
—¿Qué sucede? —Thurza se incorporó con rapidez.
Emily palideció y el corazón comenzó a latirle con fuerza.
—Por el momento no hay por qué alarmarse —titubeó Bob.
—Vamos hombre, hable —lo increpó Thurza.
—Las excavaciones que hice confirmaron un filón a un nivel más profundo y
Luc bajó a inspeccionar si se podía llegar a él por uno de los túneles.
—¡Por favor, Bob! —suplicó Emily.
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—Luc bajó con Zé Villela, el ayudante de John Trelaur, el jefe de turno y media
docena de hombres, pero hubo un derrumbe y temo que hayan quedado atrapados
entre las rocas.
Thurza se desplomó sobre la silla y la terrible noticia marcó las líneas de su
rostro; Emily sin dejar de mirar a Bob, acarició las frías manos de la abuela,
animándola.
—¿Resultó herido alguien? —su voz pareció brotar de la lejanía.
—Aún no lo sabemos, pero existe cierta comunicación mediante golpeteos de
martillos en los conductos de aire —se arrodilló frente a ellas consternado—. ¡Le
suplico que no se angustien; por el momento cuentan con oxígeno y la luz de los
cascos, si la usan esporádicamente, les bastará hasta que los rescatemos!
—¿Cuánto tiempo les tomará sacarlos? —Emily lo miró desolada—. ¿Horas…
días? ¿Qué están haciendo para rescatarlos?
—Por desgracia no es tan sencillo, querida —explicó Bob con gentileza y Emily
sintió que Thurza le oprimía una mano—. Dependerá de la magnitud del derrumbe,
pues los hombres no pueden llegar al punto donde se encuentran, sin considerar
primero los riesgos. Deberán despejar la zona y apuntalarla para evitar un nuevo
derrumbe. Sé que ni tú ni Luc querrían arriesgar más vidas en un afán por liberarlos,
por lo que quizá nos tome uno o dos días.
—Gracias por venir a avisarnos —se controló Thurza—, pero con seguridad,
requieren allá tu presencia, así que debes volver a la mina cuanto antes.
—No te preocupes demasiado, Emily —Bob no encontró las palabras precisas
para reconfortarla.
—Me pides un imposible, Bob —la chica le agradeció su interés mientras lo
acompañaba hasta la puerta.
—Precisamente hoy, que lo esperaba con ansiedad para contarle lo que me dijo
el médico —le comentó a Thurza de regreso—. Casi está seguro de que estoy
embarazada.
—¡Oh, querida! —la abuela se levantó resuelta—. En ese caso pediré el
almuerzo; ahora más que nunca deberás alimentarte bien —le aconsejó—. Debí
sospecharlo por tu comportamiento.
Aunque pensar en comida la enfermaba, se sentó obediente a la mesa y probó
un poco de sopa, pero se dio por vencida.
—No tiene objeto, Thurza —dijo desganada—. No puedo comer; lo único que
hago es pensar e imaginar…
—Basta, Emily —Thurza hizo a un lado su plato con impaciencia—. Nada
ganaremos con atormentarnos.
—¡No! —concedió la joven, pero agregó reflejando el temor que la agobiaba:
—¿Y si está herido?
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—No hay forma de saberlo —suspiró Thurza desconsolada—, pero recuerda
que usan cascos protectores y no son tan inconscientes como para pretender salir, a
pesar de los riesgos que de sobra conocen.
—Lo lamento —se excusó Emily arrepentida—. Usted debe estar tan
preocupada como yo.
—Creo que te sientes más unida a Luc de lo que imaginas —la miró cariñosa—.
¿No es tiempo ya de que se lo digas?
—Si hay oportunidad —se le hizo un nudo en la garganta—, aclararé mis
verdaderos sentimientos.
Conforme transcurría el tiempo, las dos mujeres trataron de mantenerse
ocupadas para no pensar y Emily más angustiada, se dedicó al niño: lo bañó y le dio
de cenar mientras él, ajeno a la tragedia que se cernía sobre la Casa d'Ouro, trataba de
comer solo.
El teléfono sonó dos veces y Thurza que se había quedado a propósito cerca de
una extensión, contestó: el primero que llamó fue John Trelaur para informarles que
las operaciones de rescate marchaban sin problema y que seguían en contacto con
ellos mediante golpeteos en los conductos del aire. La segunda llamada fue de Bob
McClure para reportar los progresos alcanzados, pero Emily sentía que trabajaban
con lentitud.
—Es la única forma —le explicó Thurza—. Un descuido podría ser fatal.
—Luc debe tener hambre —Emily cambió de tema.
—Es peor la sed —le aclaró—. Sin embargo, resulta menos complicado hacerles
llegar algunas cantimploras con agua antes de finalizar el rescate —Thurza
contempló el pálido rostro de la chica—. Tráeme un rato a Jamie y ve a descansar.
Emily obedeció como una autómata, el frío que sentía desde la llegada de Bob,
aumentaba por momentos, ni la algarabía de Jamie alivió su tensión. Llevó al niño al
salón, donde Thurza decidió esperar noticias y la inquietud de Jamie les recordó, que
a pesar del dolor la vida tenía que continuar.
Cuando llegó la noche, empezó la verdadera agonía. Ni las incontables tazas de
café y té servidas por María las pudo abstraer de su pena. Para pasar el tiempo,
Thurza le contó a Emily acerca de las recepciones ofrecidas en Casa d'Ouro, las cuales
comparadas con la última parecían haber sido grandes banquetes.
—En una ocasión —relató Thurza—, teníamos tanto personal inglés en puestos
claves, que formamos un equipo de criquet y uno de los eventos sociales, fue una
visita semanal al Club de Criquet de Río —sonrió al rememorar aquellos días—.
Aparte de los juegos, había comidas y fiestas de gala. ¡Qué tiempos aquellos! Quizá
te parezco una persona frívola.
—¿Frívola, dice? —a pesar de estar inquieta, Emily rió.
—¡Claro! —sus ojos brillaron con malicia—. No creas que siempre fui una
anciana autoritaria; en un tiempo fui una joven veleidosa e inconstante y eso,
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disgustaba a Jaime. Solía decir que nada me hacía más feliz que el parloteo de las
fiestas, un vaso de vino en la mano y revolotear como mariposa de un grupo a otro.
—Yo nunca fui una joven veleidosa e inconstante —añoró Emily.
Las dos mujeres callaron de pronto; se sentían cansadas de fingir calma, cuando
en realidad no soportaban la tortura de la espera.
—¿No podríamos ir a la mina? —preguntó Emily alterada.
—No —negó Thurza con decisión—. No ayudaríamos en nada y tendrían que
asignamos a alguien que nos cuidara.
—Tiene razón —reconoció Emily y oró en silencio porque Dios le permitiera
volver a ver a su esposo sano y salvo.
"Ojalá y aún quiera escucharme", pensó con desesperación. "Necesito decirle
que lo amo, pero, ¿estará interesado en oírme? Debe estarlo, si no ¿por qué me hizo el
amor con tanta pasión?", se estrujó las manos inquieta.
Ahora se daba cuenta de que jamás había dejado de querer a Luc aun cuando se
negaba a reconocerlo. Su amor no había muerto, sólo lo había relegado a lo más
profundo de su corazón para evitar que la dañara; era como si al fin hubiera logrado
recuperar la llave que lo dejaría en libertad para poder vivir. " ¡Vivir!", se acongojó;
"Dios mío, que no sufra ningún daño y regrese a mí".
—¿Qué sucede, Emily? —Thurza se asustó al notarla desolada.
—Nada que se pueda curar con una pastilla —respondió Emily—. Es esta larga
espera, ¿cuánto tiempo llevan abajo, Thurza?
—Unas doce horas, según John Trelaur —Thurza se levantó—. Ven Emily,
vamos a ver a Jamie y a caminar un poco. Si suena el teléfono, volveremos enseguida.
Emily la siguió y durante un rato pasearon por la terraza, pero resultó
contraproducente para su estado de animo, respirar el aroma perfumado bajo un
cielo cubierto de estrellas, cuando a muchos metros bajo tierra estaban Luc y otros
hombres, atrapados.
Cuando Emily fue a preparar más té, encontró a toda la servidumbre reunida
en la cocina. Dirce, deseosa de cooperar preparó una bandeja con emparedados y
aunque las dos mujeres no mostraban apetito, hicieron un esfuerzo por comerlos con
té. Cuando Emily se servía otra taza, sonó el teléfono y la tetera se le deslizó a Emily
de la mano.
—Gracias John —respondió Thurza—; te agradecemos mucho que nos lo hayas
informado tan rápido —concluyó después de interminables minutos—. Por favor
dales las gracias de nuestra parte, a todos los que colaboraron.
—¿Qué pasa, Thurza? —imploró Emily—. Dígame por favor.
—Casi han finalizado las labores de rescate —el rostro de Thurza estaba
pálido—; calculan terminar en una hora más o menos. Luc está perfectamente.
Emily cayó de rodillas junto a Thurza y escondió el rostro en su regazo, para
dar rienda suelta al llanto. Thurza la dejó desahogarse y después le pidió:
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—Vamos Emily —la tomó por la barbilla—. No le agradará a Luc llegar a casa y
encontrar a su esposa con los ojos enrojecidos.
—Tiene razón, iré a arreglarme un poco —se volvió ansiosa antes de salir—.
¿Dijo el señor Trelaur que Luc no se lastimó?
—Sólo aseguro que estaba bien —la apresuró—. Trata de mejorar tu apariencia
y por favor dile a Dirce que venga; de pronto me siento demasiado vieja para
caminar sola.
El portugués de Emily progresaba y con palabras y señas logró que Dirce le
entendiera y acompañara a Thurza, mientras ella se dirigía a la habitación a tratar de
ocultar las huellas del llanto.
Cuando regresó, la abuela servía dos vasos de cognac.
—Bebe esto —le ordenó—. Nos servirá para relajar los nervios.
A pesar de no agradarle, la bebida le ayudó a relajarse. Las dos mujeres
charlaron de forma normal, estaban atentas por si llegaba algún jeep, mientras Dica
se afanaba en preparar la cena para el patrao.
Eran ya las dos de la mañana cuando se escuchó el sonido de unos neumáticos
que se detuvieron en el camino de grava. Las dos mujeres se precipitaron hacia la
terraza, para darle la bienvenida a la sombría figura que se aproximaba. El rostro de
Luc estaba pálido y tenía marcadas huellas de fatiga, pero sus ojos brillaron con una
sonrisa de triunfo.
Thurza se acercó a abrazarlo en cambio, Emily, permaneció alejada, de pronto
Luc la busco con la mirada, encontró una respuesta inmediata y la estrechó eufórico
entre sus brazos. Emily, inmensamente feliz, le acarició el rostro y el cabello mientras
abundantes lágrimas corrían por sus mejillas, ansiosa buscó la boca de Luc. Durante
largo rato permanecieron juntos, como temerosos de despertar de un sueño.
—Te imaginé herido, muerto… y miles de calamidades —se acercó a él en busca
de protección.
—No ocurrió nada de eso, querida —la reconfortó—, pero ahora necesito un
trago, comer y una cama —acercó el rostro a Emily—. Aunque no es necesario que
sea en ese orden —le murmuró sobre los labios.
—Entre sus peticiones, no escuché mencionar el baño, senhor Fonseca —Emily
estaba feliz—, si hubiera sido así, el orden me parecería correcto.
—Deus, Emily —la acercó de nuevo a él—. En todo este tiempo, lo único que me
sostuvo fue tu sonrisa.
—¡Querido! —volvió a llorar—. Vamos con Thurza, de no ser por ella no lo
habría soportado.
—¿En realidad te preocupaste, Emily? —avanzaron abrazados por la terraza.
—¡Casi me vuelvo loca, Luc! —Luc la abrazó con tanta fuerza hasta que una
discreta tos los separó.
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—Deja un momento a tu esposa, Luc —le ordenó Thurza—, y prueba este
bistec. Por alguna razón todos perdimos el apetito.
—Espléndida idea, Thurza. Esa cerveza es digna de un sediento —se sentó
entre las dos mujeres que se anticipaban a sus deseos. Les contó con breves palabras
sobre el accidente, contentó porque, aparte de algunas fracturas y heridas
superficiales no hubo pérdidas humanas que lamentar.
—No pienses que toda esta atención se prolongará —le previno Emily con una
amplia sonrisa—. Es sólo para demostrarte nuestra alegría por tu regreso.
—Pensaré que después de todo, el accidente sirvió para un propósito —su
mirada la ruborizó.
—Estoy segura de que todo fue un truco para atraer nuestra simpatía. ¡Igual
que Jamie!
—Por cierto, ¿cómo está?, ¿algún adelanto? —mientras hablaba no dejaba de
mirar a Emily y ella se sentía confundida.
—No —se turbó—. Sólo da tres pasos y cae.
Thurza los observó complacida y cuando terminó su taza de café, se retiró,
deseándoles buenas noches.
—Hasta mañana, Luc —lo besó en la mejilla—. Gracias al cielo, estás a salvo.
Después de tanta conmoción, es hora de que todos vayamos a la cama —besó
también a Emily y le guiñó un ojo en complicidad.
—¿Le sucede algo a Thurza, Emily? —Luc la tomó de la mano. ¿Estás lista para
ir a la cama, carinha? ¿A la misma que tu marido? Deseo amanecer contigo en mis
brazos y olvidar la pesadilla de la mina.
—¡Después del baño! —Emily se estremeció.
—Será el duchazo más rápido de la historia —la obligó a caminar deprisa
mientras empezaba a desvestirse.
Se volvió hacia ella y la levantó en los brazos, sin preocuparle que tenía el torso
desnudo, lleno de tierra y polvo.
—¿Qué haces Luc? ¿Qué pensarán los criados?
—Que soy demasiado impaciente —entraron en la habitación—. ¡Dos minutos!
Luc regresó en menos tiempo del calculado con una toalla alrededor de la
cintura y el cabello escurriendo agua.
—Aún no te secas —lo reprendió ella, cariñosa.
—¿Te preocupa?
—¡No!
—¿Por qué te pusiste el camisón?
—Fue un acto inconsciente —respondió con timidez.
—¿Siempre actúas por impulso?
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—Creo que… sí.
—¡Entonces demuéstramelo, querida!
Al sentir el contacto de la piel de Luc, Emily descubrió que poseía una
naturaleza desconocida y la tensión del día desapareció, para dar paso a la eufórica
explosión de ternura y amor que Luc anhelaba. Su entrega fue una revelación y
durante largo rato permanecieron abrazados, sin desear separarse.
—¿No te dije que te amo, Luc? —preguntó Emily adormilada.
—Repítelo, carinha. ¿Estás segura de que no es sólo el calor del momento?
—Nunca imaginé poder expresarlo como lo acabo de hacer querido. Lo cual
significa que en realidad te amo —aseguró convencida—. Ahora sé que jamás dejé de
quererte; de forma inconsciente rechacé mis sentimientos al sentirme abandonada —
él puso un dedo sobre los labios de Emily para acallar sus protestas—. Sé que no
sucedió así —reconoció—, pero mi corazón herido, no lo sabía. Y hoy, imaginarte
muerto me enloqueció, eso fue lo que liberó mis verdaderas emociones —se presionó
ansiosa contra él, al recordar los terribles momentos de incertidumbre pasados, lo
besó de nuevo y murmuró palabras incoherentes como si el que hablara fuera Jamie.
¡Jamie!
—¿Qué sucede? —se alarmó Luc al verla separarse.
—No fui a ver al niño antes de…
—¿Antes que te arrojara a la cama?
—Ni siquiera me acordé de él —se sintió culpable.
—Iré a verlo —Luc se deslizó por entre las sábanas—. No te vayas.
En breves instantes regresó y su bronceado cuerpo desnudo, resplandeció con
los rayos de Luna que penetraban por la ventana antes que volviera a acostarse junto
a Emily.
—Quise desempeñar tan bien el papel de esposa, que olvidé el de madre —le
remordió la conciencia—. ¿Se encuentra bien?
—Durmiendo como un angelito —respondió él—. No te juzgues con tanta
dureza; para mi eres una madre excelente.
—Si tú lo dices —se pegó a él y se quedó callada al recordar la buena nueva que
aún no le comunicaba.
—Y, ¿esa carita tan pensativa?
—Acabo de resolver el problema de qué regalarte en Navidad.
—¡Emily! —la contempló arrobado—, apenas estamos en abril.
—Pero es cuando nacerá nuestro segundo hijo, si Dios quiere —le sonrió
extasiada.
—¿En… ocho meses? —un brillo de felicidad apareció en sus ojos y la abrazó
hasta hacerle daño.
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—Así es mi amor, o tú y yo somos extraordinariamente compatibles —se
ruborizó—, o tus genes son muy poderosos.
—¿Te burlas, carinha?
—Soy incapaz; además, Thurza se sentirá encantada —la recordó con cariño—.
Dice que quiere llenar de chiquillos, Casa d'Ouro. ¿No crees que es un buen
comienzo?
Luc la abrazó con fuerza y la cubrió de besos hasta que Emily, enamorada,
protestó:
—¡Ey! —se escuchó su respiración jadeante—. Se supone que en mi estado, me
debes tratar como a una delicada figura de porcelana.
—¡Empezaré desde mañana! —sus negros ojos se perdieron en la profundidad
azul de los de Emily.
Fin
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