HISTORIA, VIAJES, CIENCIAS, ARTES, LITERATURA ITALIA. — Riva. T V . 'PRIMERA SERIE;. - T . I . (SEGUNDA S E R I E , . - Yá. EL MUNDO ILUSTRADO. <)8 ITJLIJIA.. VIAJE PINTORESCO DE LOS ALPES AL ETNA, POR C. S T I E L E R , E, P A U L U S Y W. KADEN, LIBRO P R I M E R O . OE LOS A L P E S AL A R N O. CAPÍTULO IL DE T R E N T O AL A D R I Á T I C O , (CONTINUACIÓN). II. EL LAGO DE GARDA. La ruta más pintoresca para bajar liasta el lago de Garda es indudablemente la que atraviesa el valle de Sarca, ofreciendo imponentes garg-antas como la llamada Biíco di Vela, ó desgarrones de los que á veces brota un torrente que presta vida á solitario molino, ó bien caos pedregosos como la Pielra Miirata, ó bonitos lagos encajonados como el de Cavedine, ó castillos posados sobre horrorosas escarpaduras , siendo una de las muestras más notables el de los antiguos condes de Arco. El lago de la Garda (Benactísáe los antiguos), situado en el límite del Trentino, de Venecia y de la Lombardía, es el mayor de los lagos italianos : tiene 52 kilómetros de longitud por 12 en su punto más ancho, siendo una tercera parte más grande que el lago Mayor. Está á 69 metros sobre el nivel del mar Adriático; su profundidad máxima es de 290 metros, su perímetro de 124 kilómetros y su superficie total asciende á 300 kilómetros cuadrados ó sea 49,382 hectáreas. «El lago de Garda, dice E. Bignami, se encuentra en territorio italiano, menos la extremidad del Norte con Riva que pertenecen al Tirol. Este lago raras veces está tranquilo; al contrario, durante las tempestades se agita al igual del mar, como dice Virgilio en sus (jfeórgicas. Torbole. Sus aguas son azules y muy límpidas, y en ellas abunda la pesca, que es excelente , en particular las carpas, habiéndose pescado algunas que pesaban diez kilogramos. Las aguas del rio Sarca, del Ponale, del Toscolano y de otras corrientes menos importantes, forman el lago de Garda, y á su salida toman el nombre de Mincio.» Los lagos, lo mismo que los mares, suelen tener tanta más profundidad cuanto más escarpados son los promontorios que les dominan, pues las cavidades llenadas por las aguas han de corresponder en dimensión al poder de las moles levantadas. Citaremos como prueba los lagos alpinos, los más profundos de los cuales están situados en la base meridional de los Alpes, que por aquel lado ofrecen las pendientes más abruptas. El lago Mayor, cuyo nivel es de 199 metros sobre el Adriático, tiene 854 metros de profundidad ; la del lago de Como es de 604 metros en la parte superior de su concha; los lagos de Garda y de Iseo no son tan profundos, pero sí lo bas- tante para estar mucho más bajos que la superficie del mar. Figúrese el lector la mole de los Alpes igualada hasta el nivel marítimo; en este caso los abismos cubiertos por las aguas de los lagos Mayor, de Como, de Garda y de Iseo tendrían respectivamente 655, 403, 158 y 120 metros de profundidad, mientras que al otro lado de los Alpes todas las conchas quedarían en seco, exceptuando tal vez el lago de Brienz, si es cierto , como afirma Saussure, que tiene 600 metros de profundidad (1). El aspecto que ofrece el lago de Garda es sumamente variado. Al Norte, ó sea en la parte más angosta de la concha, sobre la ribera tirolesa, hay numerosas bahías y el panorama es muy abrupto, mientras que las líneas peñascosas de los montes Baldo y Adamo se destacan bajo el azulado firmamento ; luego á medida que el viajero avanza hacia el Sur, el cuadro se ensancha: á (Ij Elíseo ReclUS, La TiV-j-™. líL MUNDO ILUSTRADO. derecha é izquierda vá alejándose la playa, las rocas perpendiculares ceden el puesto á colinas de suave pendiente que á su vez acaban por desaparecer; las niug'idoras ondas no encuentran obstáculos y tienen el encanto de las del mar Adriático; hasta las islas que se alzan de trecho en trecho están libres de las cortaduras que señalan la lucha de la tierra con el agua. Para disfrutar debidamente del espectáculo de aquellas márgenes cubiertas de huertas y de puntos de vista admirables, de naranjos, de olivares, de limoneros y de Viñedos, fuerza es embarcarse en el vapor y dar la vuelta al lago. En la extremidad septentrional aparece Riva, magníficamente situada al pié de la Rochetta y con un clima excelente, por lo cual varios forasteros acuden allí en invierno en busca de salud. Riva encierra 4,500 habitantes ocupados en la filatura de la seda y en otras industrias, á las cuales desde muy antiguo daba importancia la posición topográfica de la población. Las viviendas son aseadas, mereciendo una visita la iglesia de Santa María Asunta, edificio del siglo xvii que encierra algunos cuadros recomendables de Graffonara. La casa municipal fué edificada por la república veneciana en 1475, y el palacio del Pretorio por los Della Scala en 1370. nay en Riva un establecimiento de baños bastante frecuentado. Una de las excursiones más interesantes que puede emprender el viajero que visita á Riva, es la de la cascada de Ponale, la cual se precipita de la altura de treinta metros: encima de esta cascada hay un camino que conduce al precioso lago de Ledro y á Besecca, donde Garibaldi hizo frente á los austríacos en 186G. También vale la pena de pasar á Varone, distante hora y media, en cuyo punto hay la cascada del mismo nombre, y de ascender al Arco, fortaleza erigida entre cerros cubiertos de olivares. La parte más fértil de la orilla occidental del lago es la situada debajo de Limone y de Tremosine, la cual se extiende de Gargnano á Desenzano, pasando por la bahía ae baló Llámasela Rhiem, y es el punto de cita, durante el verano, de la nobleza de Verona y de Brescia. . Gargnano cuenta 4,000 habitantes y está rodeada de cipreses, de laureles y de limoneros, disfrutándose desde ella de una de las mejores perspectivas del lago. Encima ae Gargnano hay el monte conelw-aifo della fame, de que habla Dante. ./ ' Saló (6,000 almas) está asentada al pié de una honda Dama cemda por gran número de cedros, de olivos y de a S ' ; fT^^ "^"l ^^^0 San Vigilio y de Saló hay aaspecto s n e c í encantador. ' ^! ? ^ ' ^ ^ ' ^^^^^^ ^^ ^^'^^ ^^ ^^SO ofrece uii t p f f f ^ ^ ' ^^ ''''^'^^''' DecenMo, encierra 4.500 habitanS ITJ .'^""u^ ' ' ' semicírculo sobre el lago. Es patria el poeta Anelh, que escribió los libretos para las óperas it Kossini. En la iglesia parroquial de Desenzano consér^nse pinturas de Tiepolo, de Palma el Viejo v de Celestu A Esto de Desenzano y á mitad camino entre esta población y Peschiera hay la península de Scrmione, que cuenta 7,000 habitantes y grandes plantíos de olívales estando unida al continente por una angosta lengua üe tierra. En este sitio todavía se conservan los restos tie la quinta de Cátulo, en la cual escribió el gran poeta ,\nn?n'^"?°'^''''' dedicados á su adorada Lesbia. En la punta de la península hay algunos vestigios de fortifiea5 , ™ ' r ? ' ' " ^ ' y ^ ' ' antiquísimos baños de aguas sulíuro as.EI castillo, bastante bien conservado, es obra de Alboino della Scala, al paso que en la iglesia de Santa ManaMaggiore existen algunas admirables columnas de mármol y ciertas inscripciones antiguas muy interesantes para el arte arqueológico. Üí) Al otro lado de la Riricra el punto más notable es Torbole, protegido por un puertecito á cuyo derredor silban y luchan dos vientos contrarios, es decir, el Norte ó Sour, procedente de los Alpes, y el Sur (Ora). Estos vientos dan al lago de Garda la inagotable riqueza de tintas que le distingue, entre las que figuran el azul subido, el acero mate, el plomizo y el verde pálido; de ahí también las tumefacciones y murmullos de sus ondas, sobre lo cual dice Virgilio: Fructibus et fremitu aíísurgens, B e n a c e , m a r i n o . Mucho han cambiado las cosas desde hace diez y ocho siglos, escribía Goethe hallándose en Torbole en setiembre de 1786, «pero el viento siempre muge en el lago.>.. Abajo de Torbole, en la misma orilla, está asentada Malccsine (2,000 almas), con un castillo que data del tiempo de Carlomagno; luego se presenta Garda, villa con 1,200 habitantes que ha dado nombre al lago y que en tiempo de los romanos era muy próspera. Cerca de ella hay el palacio Albertini, con magníficos jardines. En la margen meridional levántase Peschiera, cuyo nombre deriva de la gran pesca de anguilas que antiguamente se hacia en sus inmediaciones. En Peschiera, una de las obras del célebre cuadrilátero, el Sarca penetra en el lago de Garda, saliendo de él bajo el nombre de Mínelo. Fortificada en 1848, la población, que sólo cuenta 2,600 habitantes, por los austríacos, cayó en poder de los piamonteses al cabo de un mes de asedio, pero á los dos meses volvió á manos de aquellos, quienes la conservaron hasta el año 1866, en que definitivamente fué ocupada por los italianos. «El lago de Garda, dice E. Bignami en su pintoresca descripción del Benaco, es sumamente interesante para la geología, ó sea para la historia de la formación de nuestro globo. Como todos los lagos subalpinos, en tiempos muy remotos era el que nos ocupa una masa colosal de hielo que desde los montes se extendía hasta el llano, según indican actualmente las pardas colinas que le dominan hacia Peschiera. A medida que se fué derritiendo el hielo formóse el lago en el mismo lecho que hoy ocupa. Una de las características del lago de Garda es que sus aguas no han menguado en beneficio del rio principal, lo cual se explica por la desviación forzosa que experimentaría el Adigio en las demás laderas del Baldo cuando el hielo se retiró más allá de la zona de Riva y de Torbole, quedando como alimento principal del lago el Sarda, afluente poco importante.» Traducido y adicionado por MARIANO BLANCH. (Continurirá). CONSTANTINOPLA, EDMUNDO DE AMICIS. (CONTINUACIÓN), S T A M B U L. Para librarse de semejante aturdimiento, basta con tomar por cualquiera de las infinitas callejuelas que serpentean por los costados de las colinas de Stambul. Reina aquí una paz profunda, y puede contemplarse tranquilamente y bajo todos sus aspectos aquel Oriente misterioso y desconfiado, que en la opuesta orilla del Cuerno de Oro sólo es dable distinguir en rasgos imperceptibles y fugitivos, en medio de la rumorosa confusión lOo EL MUNDO ILUSTRADO. de la vida europea. Aquí todo e.s decididamente oriental. Después de andar un cuarto de hora no se ve persona alguna ni se percibe el rumor más insig-nificante. Yense por todas partes casucas de madera pintadas de mil colores, el primer piso de las cuales .sobresale del bajo, y el segundo del primero, cuyas ventanas tienen delante una especie de tribunas cerradas por todos lados, con desconfianza y celos: diríase que se recorre una ciudad de monasterios. De cuando en cuando hiere el oído un aleg-re rumor de risas y carcajadas, y levantando la cabeza, disting-uís al través de una aspillera, unas flotantes trenzas, ó un ojillo brillante que desaparece rápidamente. A veces sorprendéis una conversación animada y sostenida de un lado á otro de la calle; pero que cesa de improviso al rumor de vuestros pasos, dando pié para que revolváis por un instante en vuestra imaginación todo un mundo de intrigüelas y parladurías. No veis un alma y hay cien ojos que os contemplan: estáis solos y os parece hallaros en medio de una muchedumbre: quisierais pasar desapercibidos, apresuráis el paso, camináis acompasadamente, medís la mirada. Una puerta que se abra ó una ventana que se cierre os sorprenden bruscamente cual si á vuestro oído llegara inesperado rumor. Con tales antecedentes podría Albanés. En Stambiil. vidrieras que cubren á su vez estrechas celosías, las cuales semejan otras tantas casitas adheridas á la casa principal y comunican á la calle un tinte especialísimo de tristeza y misterio. En ciertos sitios las calles son tan estrechas, que los pisos superiores de las opuestas casas casi se tocan, resultando de ello que se anda durante dilatado espacio entre las sombras provenientes (ie aquellas jaulas humanas, y materialmente debajo de ;as plantas de las mujeres turcas que se pasan en ellas la mayor parte del dia. sin ver más que un resquicio de cielo. Las puertas están todas cerradas: las ventanas del piso bajo defendidas por medio de rejas: todo respira • imaginarse que tales calles deberían ser de siniestro aspecto, y sin embargo, nada menos que esto. Una mancha de verdura sobre la cual se dibuja un esbelto alminar blanco; un turco vestido de rojo que avanza en sentido opuesto al que vos lleváis; una esclava negra parada junto á una puerta; una alfombra persa colgada de una ventana, bastan para formar un cuadrito tan lleno de vida y armonía, que pasaríais una hora contemplándolo. De las escasas personas que pasan á vuestro lado, no hay una que os dirija una mirada. A veces, sin embargo, oís que á vuestras espaldas gritan: —¡Giaur! (infiel) (1);—y al volver la cabeza, veis desaparecer detrás de una imposta la cabezuela de un muchacho. Otras veces se abre la puertecilia de una de aquellas casitas: os detenéis esperando la aparición de una hermosura de harem, y en cambio os encontráis (1) Se dice comunmente que el diablo inventó la palabra a u r p a r a que la emplearan para saludar los que no quisieran ponerse en la boca el nombre de Dios, f u e s bien , el aur usado en España como forma de saludo, y empleado principalmente en Andalucía, no es más que una degeneración del giaur con que nos designarían los mahometanos durante su lorga permanencia en la Península , para indicar que no formábamos parte del pueblo fiel, es decir, del suyo. (N. del T.) RL MUNDO ILUSTRADO. ITALIA. — Desenzano. ITALIA. —Logo de Cavedine, en el valle de Sarca. 101 102 EL MUNDO ILUSTRADO. con una dama europea con sombrero y vestido de cola que murmura un adieií ó un a-urevoir, y se aleja rápidamente, dejándoos con un palmo de boca abierta. En otra calle toda turca y silenciosa, oís al cabo de un rato el ronco son de una corneta y el estrepitoso g-alopar de los caballos: volvéis la cabeza: ¿Qué es ello? Apenas podéis dar crédito á vuestros ojos. Es un enorme ómnibus que se adelanta sobre dos rodadas que no hablan llamado vuestra atención, lleno de turcos y de franceses, con su conductor uniformado y su tarifa de precios como una tran-vía de Viena ó de Paris. La sorpresa que causa semejante aparición en una de estas calles, no puede expresarse por medio de la palabra: imagináis que es una burla ó un sueño, os dan g-anas de echaros á reir, y contempláis aquel vehículo con la estupefacción propia del que lo viera por primera vez. En cuanto ha pasado el ómnibus parece que haya pasado la imagen viva de Europa y os encontráis de nuevo en el Asia como en virtud de mutación teatral. De esta calle solitaria pasáis á una plazoleta casi completamente sombreada por un plátano g"igantesco. A un lado se distingue una fuente en que se están abrevando unos camellos; en el opuesto un café con una fila de almohadones extendidos delante de la puerta, y en ellos sentado á sus anchas uno que otro turco fumando deliciosamente su lueng-a pipa; y junto á la puerta una higuera que sirve de apoyo á una vid cuyos pámpanos llegan hasta el suelo, pudiéndose distinguir entre ellos en lontananza el color azulado del mar de Mármara, y una que otra pequeña vela blanca. Una luz deslumbradora y un silencio de muerte comunican á todos esos lugares una fisonomía entre solemne y melancólica que no olvida jamás el que una sola vez la ha contemplado. Váse andando paso tras paso como si aquel misterioso silencio produjera en el alma una fascinación indefinible, que se apodera del espíritu como grata soñolencia, y al cabo de breve tiempo se llega á perder la noción de la hora y de la distancia. Encuéntranse dilatados espacios que ofrecen todas las señales de vastos y recientes incendios; cuestas en las cuales se distinguen algunas casas desparramadas , entre las que crece la hierba y serpentean senderos de cabras; puntos elevados desde los cuales abárcanse con una sola mirada calles, callejuelas, jardines, centenares de casas, sin que en parte alguna se vea una sola criatura humana, ni la más tenue nubécula de humo, ni una puerta abierta, ni el más insignificante indicio de habitación y de vida, de suerte que podría el viajero imaginarse completamente solo en medio de aquella inmensa ciudad, consideración que basta para que se apodere involuntariamente el miedo del corazón. Pero descendéis la pendiente, llegáis al extremo de una de aquellas callejuelas, y todo ha cambiado. Os encontráis en una de las principales calles de Stambul, flanqueada de monumentos para cuya admiración no son bastantes los ojos. Camináis en medio de mezquitas, de kioscos, de alminares, de elegantes galerías, de fuentes de mármol y lápis-lazuli, de mausoleos dedicados á los sultanes , resplandecientes de arabescos y de áureas inscripciones, de muros cubiertos de mosaicos, bajo taraceadas techumbres de cedro, á la sombra de una vegetación pomposa que sobrepuja las paredes de cerca y las doradas verjas de los jardines, y llena el ambiente de embriagadores perfumes. En estas calles encuéntranse á cada paso coches de bajas, militares, empleados, ayudantes de campo, eunucos de casas de distinción, una procesión interminable de criados y parásitos que van y vienen de aquí para allá entre uno y otro ministerio. Aquí se reconoce la metrópoli del dilatado imperio, y se admira en toda su deslumbrante magnificencia. Percíbense do quiera, una blancura tan agradable, una arquitectura tan graciosa, tan grato murmurio de agua, una fombra tan fresca, que no parece sino que los sentidos se hallen acariciados por música embriagadora que suscita en la mente las imágenes más risueñas. Por esta calle adelante se llega á la inmensa plaza donde se levantan las' mezquitas imperiales, ante cuya presencia lamente queda como avasallada: tan inmensa es la mole que constituyen. Cada una de ellas forma como el nudo de una pequeña ciudad, compuesta de colegios, hospitales, escuelas, bibliotecas, almacenes, baños que á duras penas se divisan, dominados como están por la enorme cúpula en torno de la cual se levantan. La arquitectura que se juzgaba sencillísima, ofrece tal riqueza de detalles, que atrae y cautiva todas las miradas. Allí hay cupulillas cubiertas de plomo, techos de formas las más peregrinas levantándose unos encima de En los crmcntorios. otros, galerías at'reas, pórt'.cos vasíísimos, ventanas con esbeltas columnitas, arcos festoneados, agudísimos alminares prolijamente labrados, calados pretiles de azoteas, capiteles estalactíticos, fuentes y puertas monumentales, que parecen revestidas de encaje, muros esmaltados de oro y de mil colores, todo recamado, cincelado, ligero, aéreo, atrevido, sombreado de encinas, cipreses y sauces, de cuyas frondosas copas salen nubes de pájaros que en pausado vuelo giran en derredor de las cúpulas y llenan de armonía todos los ángulos del inmenso edificio. Aquí se empieza á experimentar algo que es más íntimo y profundo que el sentimiento de la belleza. Aquellos monumentos que vienen á constituir una como colosal afirmación marmórea de un orden de sentimientos é ideas distintos de aquellos en que hemos nacido y en los cuales se nos ha educado; que forman como si dijéramos el armazón ú osamenta de una raza y de una fe que nos son hostiles; que nos narran con un mudo lenguaje de líneas soberbias y de temerarias alturas la gloria de un Dios que no es el nuestro, y de un pueblo que ha hecho temblar á nuestros padres, infunden un respeto mezclado de desconfianza y temor, á los cuales vence al cabo la curiosidad, que nos empuja hacia lo descono- EL MUNDO ILUSTRADO. cido. Vense en el interior de los umbríos patios, turcos dándose en las fuentes las abluciones prescritas por su ley, mendig-os acurrucados al pié de las pilastras, mujeres veladas que pasean lentamente debajo de las arcadas; todo silencioso y como bañado en una tinta de melancolía y voluptuosidad , que no se comprende de donde deriva, y sobre lo cual la imaginación se detiene y trabaja luego cual si tratara de resolver un enig-ma. Galata, Pera, ¡cuan lejos se hallan! Os sentís trasladados á otro mundo y á otros tiempos : al Stambul de Solimán el Grande y de Bayaceto segundo, y experimentáis un vivo sentimiento de estupor cuando habiendo salido de aquella plaza y perdido de vista aquel desmesurado monumento del poder de los Osmanes, os encontráis nuevamente en medio de la Constantinopla de madera, miserable, decadente, llena de porquería y miseria. Al paso que adelantáis, las casas se decoloran, los emparrados desaparecen, las conchas de las fuentes se llenan de musg-o ; encontráis mezquitas insignificantes 103 conjDaredes desconchadas y alminares de madera rodeados de zarzas y ortig-as; mausoleos en ruinas ; escaleras derribadas; pasajes cubiertos llenos de pedruscos enmohecidos; barrios decrépitos, de una tristeza infinita, en los cuales no se oye más ruido que el procedente del vuelo de los milanos y de las cig-üeñas, ó la voz gutural del solitario mtceñn que de lo alto de escondido alminar pronuncia la palabra de Dios.'] No hay ciudad alguna que como Stambul represente con tanta perfección la naturaleza y la filosofía de su pueblo. Cuanto encierra grande ó bello, pertenece á Dios ó al sultán , imág-en de Dios en la tierra: todo lo demás es insig-nificante y lleva profundamente impreso el sello de lo perecedero é instable de las cosas de este mundo. La tribu de los pastores háse convertido en nación; pero en la ciudad ha permanecido el amor instintivo á la'naturaleza campestre, á la contemplación y al ocio., que la disting-uian en la inmensidad de los campos. Stambul no Casa turca en Stambul. es una ciudad, no trabaja, no piensa, no crea; la civilización llama á sus puertas é invade sus calles, y ella fantasea soñolienta y adormecida á la sombra de las mez- púrpura y seda, volaban las cuadrigas de oro á presencia de los emperadores deslumbrantes de perlas y pedrería. De dicha colina se desciende á un valle poco profundo, ?h S r / ' ' ° ? P v ' ' *^' ^° ^^^ P^^'-^ á «^ lado- Es una sobre cuya superficie se extienden las murallas occidenZ t t í^'.^r^^^f' ^^^«P'^^^a- deforme, que representa más tales del serrallo, que marcan los límites de la antig-ua b en la quietud, e momento de alto de un pueblo errante, Bizancio, y se levanta la Sublime Puerta, por la cual se que el poderío de un estado inmóvil; una metrópoli penetra en el palacio del g-ran visir y en el ministerio inmensa envuelta en su sudario ; un gran espectáculo de Estado: barrio austero y silencioso, en el cual paremejor que una gran ciudad. Sólo recorriéndola comple- cen condensadas todas las tristezas que inspira la suerte tamente puede formarse de ella idea exacta. Para ello del imperio. e. indispensable comenzar el viaje por la primera De dicho valle se sube á otra colina, en la cual se colma, aquella que baña sus plantas en el mar de Már- eleva la mezquita marmórea de Nuri-Osmanie , luz de í^b?;iL T ^ M.P''^*^ ^'^ triángulo. En ella, si así Osman, y la columna derribada por Constantino, que m o n u m r ° i ' n ' " T ^^ •^^^'^^ de Stambul ; un barrio servia de pedestal á un Apolo de bronce, con la Zn^TTf " ™ ' ^ ' recuerdos, de majestad y de luz. cabeza del g-ran emperador, en el comedio del antiguo foro, rodeada de pórticos, estatuas y arcos de triunfo. Al otro lado de dicha colina se abre el valle de los bazaiT^cMh v ?^' f' ^ ^"^P^^*^^ '^ P^l^^'o <í« 1^ emperatriz res, que se extiende desde la mezquita de Bayaceto á ia de la sultana Validé, y abraza un laberinto inmenso de n t f S o f í J ? S m e í q u L ' l ^ ' l ? ^ '^^ '^ H X " ^ / ^ calles cubiertas llenas de gente y de ruido, de las cuales . ^..,r^o ^1 "^ "'ezquita de Ahmed , y el At-Meidan que ocupa el espacio del antiguo hipódromo, en el cual se sale con la vista oscurecida y el oido asordado. en medio de un Ohmpo de mármol y bronce, y hostigaSobre la tercera colina que domina al par el mar de das por la g-ritena de una muchedumbre vestida de Mármara y el Cuerno de Oro, levántase g-ig-ante la mez- 104 EL MUNDO ILUSTRADO. quita de Solimán, rival de Santa Sofía, gozo \y espUndof (le Stamhü, como dicen los poetas turcos, y la torre maravillosa del ministerio de la Guerra, emplazado sobre las ruinas de los antiguos palacios de los Constantinos, un tiempo habitados por Mahometo el Conquistador, y más tarde convertidos en serrallo de las sultanas ancianas. Entre la tercera y la cuarta altura se extiende como un puente aéreo el enorme acueducto del emperador Va- Una calle en Stambul. lente, formado de dos órdenes de arcos ligerísimos, vestidos de verdura que pende en graciosas g-uirnaldas sobre el valle cubierto de casas. Pasando debajo del acueducto, se sale á la cuarta colina. En ésta, sobre las ruinas de la famosa ig-lesia de los santos Apóstoles, fundadaTpor la emperatriz Elena y reconstruida por Teodora, levántase la mezquita de Mahometo II, rodeada de escuelas,5hospitales y posadas^para los peregrinos ; junto á la mezquita se hallan el bazar de los esclavos, los baños de Mahometo y la columna granítica EL MUNDO ILUSTRADO. de Marciano, que ostenta aun su cipo de mármol adornado con las águilas imperiales; y junto á la columna el lugar en que se hallaba la plaza de los At-Meidan, en la cual fué consumada la famosa matanza de los genízaros. Atraviésase otro valle, cubierto con otra ciudad y se sale 105 á la quinta colina, sobre la cual se encuentra la mezquita de Selim, junto á la antigua cisterna de San Pedro, convertida en jardin. Debajo, á lo largo del Cuerno de Oro, extiéndese el Fanar, barrio griego, sede del patriarca, al cual se ha refugiado la antigua Bizancio con los descen- En Stambiil.—Puerta de la mezquita del sultán Alimed. dientes de los Paleólogos y de los Comnenos, y donde tuvieron lugar las espantosas carnicerías del año 1821. Desciéndese á un quinto valle, y se sube á la sexta colina. Aquí nos hallamos ya sobre el terreno que ocupaban las ocho cohortes de cuarenta mil godos de Constantino, fuero del recinto de las primitivas murallas , que no se T . V . (PlilMERA S É m E \ - T 1. (SEGUNDA S É R I E ) -II. extendían más allá en la cuarta colina, precisamente hasta el espacio ocupado por la cohorte sétima, que ha dejado al sitio el nombre de Hebdomon. Sobre la sexta colina vense aun las paredes del palacio de Constantino Porfirogenetes, en el cual se coronaban los emperadores, llamado actualmente por los turcos Tekir-Serai, palacio EL MUNDO ILUSTRADO. 103 de los príncipes. Al pié de la colina, Balata, es decir, el ^/¿e^^o (barrio de los judíos) de Constantinopla, cuartel inmundo que se extiende á lo largo de la orilla del Cuerno hasta la muralla de la ciudad, y al lado acá de Balata el antig-uo arrabal de las Blaquernas, un tiempo adornado de palacios con dorados techos, morada predilecta de los emperadores, famoso por la vasta iglesia de la emperatriz Pulquería, y por el santuario de las reliquias, hoy montón de ruinas habitado por la tristeza. En las Blaquernas comienzan los almenados muros que desde el Cuerno de Oro corren hasta el mar de Mármara, abarcando la sétima colina , donde estaba el foro boario , y se halla aun el pedestal de la columna de Ca^áa armenia. Arcadío ; la colina más oriental y más grande de Stambul, entre la cual y las otras seis discurre el riachuelo Lykus, que penetra en la ciudad junto á la puerta de Carisio y va á echarse en la mar vecina por el antiguo puerto de Teodosio. Desde las paredes de las Blaquernas vese aun el arrabal de Ortaksiler, que desciende suavemente hacía la rada, y está coronado de jardines: más allá de Ortaksiler el arrabal de Eyub, tierra santa de los Osmanlíes, con su gentil mezquita y su vasto cementerio sombreado por un espeso bosque de frondosos cipreses, sobre los cuales blanquean numerosas tumbas y mausoleos: detrás de Eyub la alta planicie del antiguo campo militar, en el cual levantaban las legiones sobre el pavés á los nuevos emperadores, y más allá de la planicie otras aldeas de riente aspecto que se divisan semi-ocultas en medio de los verdes bosquecillos que bañan las últimas aguas del Cuerno de Oro. Tal es Stambul. Es magnifica. Pero el corazón se oprime considerando que esta inmensa población asiática se levanta sobre las ruinas de aquella segunda Boma, de aquel inmenso museo de tesoros arrebatados á Italia, á Grecia, al Egipto , al Asia menor, cuyo solo recuerdo deslumhra la mente como el más encantador de los ensueños. ¿Dónde están los grandes pórticos que atravesaron la ciudad desde el mar á las murallas; las cúpulas doradas, los colosos ecuestres que se levantaban sobre gigantescas pilastras delante de las termas y del anfiteatro; los esfinges de bronce sentados sobre pedestales de pórfido; los templos y los palacios cuyos frontones de granito alzábanse severos en medio de un pueblo aéreo de númenes de mármol y emperadores de plata? Todo ha desaparecido ó se ha trasformado. Las estatuas ecuestres de bronce hánse fundido para convertirlas en cañones ; las planchas de cobre que cubrian los elevados obeliscos sirvieron para acuñar moneda; los sarcófagos de las emperatrices fueron trocados en fuentes; la iglesia de Santa Irene es hoy día un arsenal; la cisterna de Constantino una oficina; el pedestal de la columna de Arcadío tienda de un albéítar; el hipódromo mercado de caballerías: la hiedra y los pedruscos cubren los cimientos de los reales palacios: sobre el suelo de los anfiteatros crece la hierba de los cementerios , y algunas escasas inscripciones calcinadas por las llamas del incendio, ó mutiladas por la cimitarra del invasor, recuerdan que sobre aquellos collados alzóse un día la maravillosa metrópoli del imperio de Oriente. Sobre estas tristísimas ruinas hállase asentada Stambul como una odalisca sobre un sepulcro aguardando su hora. Y ahora véngase conmigo el lector á la fonda para descansar un instante. Mucho de lo que hasta el presente llevo descrito, vímoslo mi amigo y yo el día mismo de nuestra llegada; imagine, pues, el piadoso lector cuál estaría nuestra cabeza al regresar á la fonda á boca de noche. Mientras anduvimos no desplegamos los labios: mas en cuanto penetramos en nuestra habitación, dejámonos caer, mejor que nos sentamos sobre el canapé , contemplándonos uno á otro y preguntándonos mutuamente: —¿Qué te parece? —¿Qué me dices? —i Y pensar que he venido para pintar! —i Y yo para escribir! Y nos echamos á reír, mostrando de esta suerte la fraternal compasión que mutuamente nos inspirábamos. La verdad es que durante aquella noche y aun en el espacio de varios días, habría podido la majestad de Abdul-Aziz ofrecerme una provincia del Asia Menor, como recompensa de una docena de líneas escritas por mí respecto de la capital de sus Estados, seguro de que no habia de ganársela. Tan cierto es que para describir las cosas grandes conviene alejarse de ella, y para recordarlas del modo debido, es indispensable haberlas olvidado un tanto. Además, ¿cómo escribir en una habitación desde la cual se veían el Bosforo, Scutarí y la cima del Olimpo? La misma fonda constituía un verdadero espectáculo. Durante todo el dia, por la escalera y en los corredores veíaxise gentes de todos los pueblos. En la mesa redonda se sentaban diariamente veinte naciones. En tanto comía, no podía quitarme de la cabeza la idea de que era un delegado del gobierno italiano, que á los postres debia tomar por fuerza la palabra sobre alguna cuestión internacional de verdadera trascendencia. Allí se contemplaban semblantes rosados de damas inglesas; cabezas desmelenadas de artistas ; ros- EL MUNDO ILUSTRADO. tros de aventureros qué andaban en pos de su neg-ocio; cabezuelas de vírgenes bizantinas, á las cuales para quela ilusión fuera completa, faltaba únicamente el nimbo de oro; rostros bizarros y siniestros que cambiaban diariamente. Cuando lleg-ados los postres hablábamos todos, parecía aquello una nueva torre de Babel. Desde los prímerosdías trabé amistad con algunos rusos completamente enamorados de Constantipla. Todas las noches nos encontrábamos en la fonda, de regreso de los puntos extremos de la ciudad, y cada cual tenia que dar cuenta de un verdadero viaje. Éste había subido á lo más elevado de la torre del Serasquier; aquel había visitado los cementerios de Eyub; quien venía de Scutari; quien había dado un paseo por el Bosforo: la conversación estaba llena de descripciones animadísimas, esmaltadas de luz y de color, y cuando faltaban palabras, nos las sugerían los vinos dulces y perfumados del Archipiélago. Había también algunos compatricios míos, acaudalados barbilindos, que me hicieron tragar no poca bilis, porque desde la sopa á los postres, todo se les iba en decir pestes de Coristantinopla, y que no había aceras, y que los teatros estaban poco iluminados, y que no había medio de pasar la noche alegremente. ¡Habían venido á Constantinopla para pasar la noche! Uno de éstos había hecho el viaje por el Danubio. Pregúntele si le había gustado el gran rio, y me contestó, el grandísimo majadero, que en parte alguna se guisaba tan bien el esturión como en los vapores de la Real é Imperial Compañía austríaca. Otro había que era un tipo amenísimo de viajero enamorado; uno de esos hombres que viajan para seducir, con el libro de memorias de las conquistas. Era un señorito alto y rubio, abundantemente dotado del octavo de los frutos del Espíriu Santo, que en cuanto giraba la conversación sobre el capítulo de las mujeres turcas, inclinaba la cabeza dejando escapar una intencionada sonrisa, y sólo tomaba parteen aquella con medias palabras, entrecortadas siempre artificialmente con sorbos de vino. No se pasaba un día sin que llegara jadeante y cual sí no hubiese estado en su mano evitarlo, cuando los demás estábamos ya muy adelantados en la comida, con ademan de habérsela jugado al mismísimo sultán un cuarto de hora antes, y entre plato y plato hacia pasar cautelosamente de uno á otro bolsillo billetítos cuidadosamente doblados, destinados á producir» el efecto de cartas de odaliscas y que de fijo no eran otra cosa que las cuentas presentadas por los fondistas. ¡Lasgentescon que se tropiezaelviajero en estas fondas de ciudad cosmopolita! Precisa haberlo experimentado para creerlo. Había allí un joven húngaro, de unos treinta anos, alto, nervudo, con dos ojos diabólicos y una charla lebnl, que después de haber desempeñado el cargo de secretario de un rico propietario de París, se habia alistado en los-zuavos franceses de Argel, habia sido herido ^ ^ ^ - ? prisionero de los árabes, de los cuales escapó pasando á Marruecos; después vuelto á Europa y dirigídose i Aja á buscar el grado de oficial para tomar parte en lucha contra los de este país; rechazado en el Aja habia dose V-^"*^^ plaza en el ejército turco; mas hallánpor n " ^^^^ '^^ P^^° para Constantinopla, en un duelo de una ^"^^'"' ^i^bíanle alojado en el cuello la bala rPf>i«vo/^l^°^^' ^° cual refería mostrando la cicatriz; hacer? d V " " ^ ' ^ " ^" Constantinopla-¿qué me he de TiPipnnH^ f ' ^^ ^^'^S-^nfant de Varenlure; he de vivir iTnT.:^ '"^i'^*'^'^« ya quien me lleva á la India, -yponia-^lfrinarHfeesto el billete del pasaje.-me alistaré en las tropas inglesas; en el interior siempre hay en que ocuparse; yo no deseo masque pelear; ¿qué me importa á mí la vida? Tengo ya un pulmón destruido. Otro 107 original deliciosísimo era un francés, cuya vida, al parecer, no se empleaba en otra cosa que en estar en guerra perpetua con las direcciones de correos. Teniaunacuestion pendiente conlaadministracion austríaca, conlafrancesa i y con la inglesa; remitía artículos á la Ne%f,e Freie Presse, protestando de las resoluciones á que esas reclamaciones ciaban lugar; dirigía impertinencias telegráficas á todas las estaciones postales del continente; cada día tenia una pelotera con los empleados; no recibía una carta á tiempo; no escribía una que llegara á su destino; y refería en la mesa todas sus desgi'acias y todos los berrinches que con este motivo tomaba, concluyendo invariablemente por asegurar que los correos concluirían con su existencia. Acuerdóme de una dama griega, con rostro de espiritada, que vestía de un modo extravagante, y estaba siempre sola; que todos los días se levantaba de la mesa á la mitad de la comida, y se marchaba después de haber trazado sobre el plato un signo cabalístico, cuyo significado nadie pudo jamás descifrar. Tampoco he olvidado una pareja valaca, un arrogante mancebo de unos veinte y cinco años, y una jovencita en la primera flor de la vida, que sólo compareció una noche, y que de fijo habían escapado de su país, él raptor, ella cómplice, puesto que bastaba dirigirles la mirada para que se ruborizaran, y cada vez que se abría la puerta temblaban como azogados. ¿De quién más me acuerdo? De cien más sí fijara la atención. Era aquello una linterna mágica. Los días en que llegaba vapor, mi amigo y yo nos divertíamos viendo entrar la gente por la puerta de la calle, todos cansados, aturdidos, alguno conmovido aun en fuerza del espectáculo de la primera ^ entrada: rostros que decían — ¿Qué mundo es este? ¿Dónde hemos venido á parar? Cierto dia entró un jovencillo recién llegado, quei parecía loco de contento por haber venido á ConstaiiJtinopla, con lo cual veía realizados todos los sueños de su infancia, y estrechaba con ambas manos las de su padre que con voz conmovida le decía:—Je snis heureíix de te voir heureux, mon cher eoifant. Después pasábamos asomados á la ventana las horas del calor, contemplando la Torre de la muchacha, que, blanca como la nieve se levanta delante de Scutarí, en un escollo solitario del Bosforo, y en tanto fantaseábamos sobre la leyenda del príncipe de Persía que vá á chupar el veneno del brazo de la bella sultana, mordida por el háspid. Un chiquillo de cinco años desde una ventana de la casa de enfrente, todos los diasá la misma hora nos hacia visajes. En aquella fonda todo era singular. Entre otras cosas, todas las noches encontrábamos junto á la puerta uno ó dos individuos de fisonomía equívoca, que debian ganarse la vida proporcionando modelos á los pintores, y que tomando por pintores á todos los viajeros, en voz baja les decían:—¿Una turca? ¿Una griega? ¿Una armenia? ¿Una hebrea? ¿Una negra? Mas volvamos á Constantinopla y espaciémonos como los pájaros en el cíelo. Aquí pueden satisfacerse todos los caprichos. Puede encenderse el cigarro en Europa, y dejar caer la ceniza en Asia. Al levantarnos por la mañana, podíamos preguntarnos:—¿Qué parte del mundo veré hoy?—Puede escogerse entre dos continentes y dos mares. Tenemos á nuestra disposición caballos ensillados en todas las plazuelas; barquichuelos con vela en todos los fondeaderos; vapores en cien puntos distintos: el caique que se desliza, la talika que vuela, y un ejército de cicerones que hablan todas las lenguas de Europa. 108 EL MUNDO ILUSTRADO. ITALIA. — Castillo de Arco, en el valle de Sarca. ITALIA. — Partida de Ptírichiera de uno de los vapores que recorren el lago de Garda. KL MUJNDO ILUaTIiADO. 109 o ti O H o3 OJ o ce" 'O o 6c 4; lio EL MUNDO ILUSTRADO. ¿Queréis asistir á la comedia italiana? ¿ver las danzas de los derviches? ¿escuchar las bufonadas del Caragheuz, el polichinela turco? ¿oirías canciones licenciosas de los toatrillos parisienses? ¿concurrir á las representaciones g'imnásticas de los g-itanos?¿haceros contar una leyenda árabe por un rapsoda?¿ir al teatro griego?¿oir predicar á un imán? ¿ver pasar un sultán con su cortejo? Escoged y pedid. Todas las naciones están á vuestro servicio: el armenio para afeitaros, el hebreo para limpiaros el calzado, el turco para conducir vuestra lancha, el negro para estregaros en el baño, el griego para serviros el café, y todos para engañaros. Para apagar la sed, encontráis al paso helados hechos con nieve del Olimpo: si sois golosos podéis beber agua del iSfilo como el sultán: si padecéis del estómago, agua del Eufrates; si de los nervios, agua del Danubio. Podéis comer como el árabe en el desierto, ó como el gastrónomo en la Maison dorée. Para dormir la siesta, disponéis de los cementerios; para aturdiros, del puente y al par se desea marchar el dia siguiente. ¿Y cuándo llega el momento de tener que describir semejante caos? Asalta la tentación de hacer un lio de todos los libros y de todos los papeles desparramados sobre la mesa, y de echarlo todo por la ventana. Traducido del italiano por CAYETANO VIDAL DE VALENCIANO. IConUnuará). VALLE TRANQUILO. j DESVENTURAS DE U N A C O L O N I A DE I N S E C T O S , POR EL DR. ERNESTO CANDÉZE. ( C O N T I N U A C I Ó N ) . CAPÍTULO IV. Incidentes de viaje. —Todos los miembros de la comisión que se crean bastante ágiles para trepar por esta roca, dijo Pusy, pueden emprender la operación y esperarnos arriba. Los más tardos buscaremos un sitio de más fácil acceso. Las dos hormigas, la araña, la larva de Calósomo, Escolopendra y Armadillo se separaron de sus compañeros y empezaron á ascender. —Me parece, profirió Reduvio, que puedo subir tan bien como ellos; probemos. —Y yo también, añadió Feronia. — ¡Vaya! nada cuesta el ensayo, dijo Marca siguiendo á los demás. — ¡Cuidado, Marca, cuidado! gritaron algunos de sus compañeros. Sois demasiado pesada para arriesgaros de esta suerte: no debéis exponer la existencia por mero capricho. —Desechad vuestros temores, amigos mios, replicó la timarca; mi coraza es bien sólida, y aunque resbalar^ y rodase hasta abajo, nada temo. En los cementerios. —Pero... —Qué queréis, es un capricho, bien lo veo. de la sultana Validé; para fantasear, del Bosforo; para —Dejadla, dijo el jefe; si se rompe una pata allá se pasar el domingo, del Archipiélago de los Príncipes; las compondrá. para contemplar el Asia Menor, del monte de Bulgurlú; —A lo menos que pida auxilio á alguien, añadió para ver el Cuerno de Oro, de la torre de Galata; Lamia. para verlo todo, de la torre del Serasquier. Pero es —¿Y quién ha de auxiliarla? una ciudad más extraña aun que bella. Las cosas —La araña. ¡Ola, Tejenaria! que jamás se presentaron juntas á nuestra mente, Ésta, que ya habia escalado un buen trecho de la ofrécense en ellas reunidas á nuestra mirada. De peña, al oir pronuiíciar su nombre se detuvo y preguntó Scutari parten la caravana para la Meca y el tren qué se la quería. directo para Brusa, la antigua metrópoli: junto á —Marca desea acompañaros, dijo Lamia, ¿tendríais la misteriosa muralla del antiguo serrallo, pasa el ca- inconveniente en arrojarle un hilo?... mino de hierro que vá á Sofía: los soldados turcos dan —¿Para izarla hasta la cúspide? ¡Muchas gracias, es escolta al sacerdote católico que lleva el Santísimo Sa- demasiado pesada! Si llegaba á caerse yo no podría cramento : el pueblo celebra romerías en los cementerios: sostenerla, y los dos rodaríamos hasta abajo. la vida, la muerte, los placeres, todo se enlaza y se conDurante este diálogo, los insectos que tremaban por la funde. Encuéntranse aquí reunidos el movimiento de roca habían adelantado mucho en su camino. Las horLondres y el letargo de la ociosidad oriental; una in- migas, más ágiles que los otros, no tardaron en llegar mensa vida pública, y un misterio impenetrable en á la cúspide, y poco después lo efectuaban la larva de la vida privada; un gobierno absoluto y una libertad calósomo y Escolopendra. Reduvio avanzaba perfectasin restricción. mente bien; Feronia iba más despacio, no levantando la Durante los primeros dias no se comprende cosa algu- pata hasta que se habia agarrado sólidamente con las na: parece que de un momento á otro ha de cesar aquel otras á las protuberancias de la piedra. Armadillo fué desorden ó estallar por fuerza una revolución: cada noche menos afortunado. A punto de llegar á la cúspide resbaló, al volver á casa, figúrase uno que vuelve de un viaje; y en vez de procurar asirse contrajo el cuerpo formando cada mañana se pregunta:—¿Pero realmente se halla ahí una bola, como tienen por costumbre los animales de su al lado Stambul?—No se sabe donde dirigir los pasos: una especie cuando el miedo se apodera de ellos. Rodando impresión borra la otra: los deseos se multiplican; el como un guisante, el quilópodo no se cuidaba de agartiempo vuela; se quisiera permanecer allí toda la vida, rarse á ningún objeto é iba rodando hacia abajo. A RL MUNDO ILUSTUAÜÜ. mitad del camino chocó contra el canto de un pedrusco y, describiendo una curva en el espacio fué á parar, lejos del campamento, en medio de un montón de piedras, desapareciendo entre dos intersticios. —¡Se ha matado! exclamó el criqueto. —Matado! repuso Lamia; ¡vaya, que poco lo conocéis! Ni siquiera* se ha lastimado una de sus patas, podéis estar seguro de ello. Ya veréis como pronto se reúne con nosotros, como si tal cosa le hubiese sucedido. —¿Eso creéis? —Sé lo que me digo; poco tardareis en salir de dudas. Este incidente distrajo por algunos momentos la atención de los insectos, y cuando sus miradas se fijaron nuevamente en Marca, vieron que ésta llegaba al borde superior de la peña y que desaparecía detrás de ella. Habla efectuado la ascensión sin el menor contratiempo. —¡Ahora, amigos, en marcha! dijo Pusy á los que se habían quedado con él. Encaminémonos hacia la izquierda para ver si encontramos un paso más cómodo que nos conduzca á la cima de este peñasco. —Quisiera, querido Pusy, profirió la oruga de macaonia, deciros dos palabras en secreto. La oruga y el jefe apartáronse un tanto de los demás. —Me es imposible proseguir la marcha, dijo aquella: experimento un repentino malestar, una perturbación general que me ha ocurrido todas las veces que he tenido que cambiar de piel; empero ahora es más pronunciada, indicio de que ha llegado para mí el momento de la metamorfosis. De consiguiente, no tengo más remedio que quedarme en este sitio. —Habéis elegido un bien triste momento para poneros en marcha, querida. En fin, supuesto que no hay otro remedio, quedaos. Buena suerte y adiós. . —Y yo os deseo un feliz viaje. Dicho esto se separaron. Después de andar por espacio de cinco minutos á lo larg'o de la base de la escarpadura, nuestros aventureros, en número de ocho, llegaron ante un enorme peñasco, cuya cima puntiaguda apoyábase en el muro vertical y alcanzaba el sitio más elevado. La caravana dio la vuelta al citado peñasco y pudo convencerse de que una de sus caras presentaba una inclinación bastante pronunciada para intentarse el escalo con esperanza de buen éxito. Además, la peña estaba tapizada de musgo, lo cual era prenda segura para no resbalar; así pues, empezó la ascensión y con harta facilidad llegó la comitiva á la meseta superior, donde la aguardaba una agradable sorpresa. El reborde á donde acababan de llegar formaba un relieve, y luego el terreno constituía una especie de concha cuyo fondo, compuesto de piedra impermeable, habia retenido cierta cantidad del agua que en otro tiempo le llenaba por completo. Este pequeño pantano, oculto debajo una espesa capa de confervas, no prometía un agua bien límpida, empero atendida la situación de nuestros insectos esta circunstancia no les preocupaba gran cosa: muy al contrario, para los sedientos viajeros era una verdadera fortuna el hallazgo de aquel abrevadero. Por lo tanto, Pusy y sus compañeros se apresuraron á llegar á la orilla del pantano, donde encontraron á sus amigos que se hablan adelantado, figurando en el número el caracol, quien habíase regalado perfectamente con el líquido y proveídose de él para las futuras etapas. Sabido es que esos animales rastreros sólo pueden avanzar humedeciendo el suelo con una baba viscosa, un mucus que seco se trasforma en película nacarada y brillante: cuanto más árido es el terreno más ha de humedecerse, de suerte que nuestro caracol estaba á la 111 última pregunta tocante á líquido: fácil es comprender, pues, con qué satisfacción se dedicaría á hacer provisión de agua. En el momento que llegaron los rezagados ramoneaba en el campo de confervas completamente satisfecho de sí mismo. En cuanto al hidrófilo, permanecía á orillas del pantano apagando su sed. ¿Porqué no se zambullía en el agua un ser tan aficionado á la natación? Él mismo vá á decírnoslo. Cuando la nepa, desgarrando con sus patas la capa de confervas, disponíase á tomar un baño, de cuya satisfacción se viera privada durante tanto tiempo, Filo le gritó: —¡Deteneos, querida, no os zambulláis en el pantano, pues no saldríais viva de él! Está infestado de toda clase de monstruos. Ha poco intenté bañarme, y fui asaltado por una multitud de hambrientos que me acribillaron con sus mandíbulas; por fortuna mi coraza es sólida, ó sino no lo cuento. —¿Y porqué sucede esto? —Por una razón muy sencilla. Los habitantes del pantano antes vivían desparramados en un dilatado espacio: al disminuir las aguas se han visto forzados á agruparse en este sitio. Es probable que estos seres hayan devorado desde hace tiempo todas las cosas comestibles, y ahora se devoran los unos á los otros. Bajo este manto de confervas suceden escenas horripilantes. La nepa no desaprovechó el consejo de su compañero, limitándose á apagar su .'ed , como habían hecho los demás insectos. La presencia de Filo habia sorprendido á sus compañeros, quienes creían que se perdiera en medio de las pinas y estaban buscando un paso practicable para él. El hidrófilo satisfizo hasta cierto punto su curiosidad diciéndoles que habia encontrado una vía fácil, y añadió que era inútil le preguntasen nada más, pues no se sentía con ganas de hablar; pero descontento su amigo 112 EL MUNDO ILUSTRADO. Lamia de la vag-uedad de sus palabras , llévesele á un lado y le dijo sonriendo: —Sois un eazurro, Filo. ¿Porqué me ocultasteis anoche la idea que os acudió de viajar tan cómodamente como lo habéis efectuado? —Para daros en que pensar, Lamia, contestó el hidrófilo; empero me habla propuesto revelaros mi proyecto una vez llevado á cabo. Os suplico que nada digáis sobre el particular á los demás. ¿Conque adivinasteis? —¡Vaya! Confieso que al momento no di con el problema; mas cuando vi que partíais en compañía del caracol, poco me costó c o m p r e n d e r que haríais la ascensión montado en la concha del molusco. — ¡Chiton! ¡Hablad más bajo! —Tuvisteis suerte en encontrar un compañero de viaje que os prestara tan señalado servicio. —¿Verdad que sí? —¿Y no puso reparos? —Nada de eso: en seguida se convenció de que debiendo cargar con su casa, le era indiferente sobrecargar el fardo con el peso de mi individuo. —Y sin embargo, no sois nada endeble y pesáis bastante. —Bien lo sé; mas debo deciros que ese molusco es un ser de muy buena pasta. Seria capaz de cargar, sin quejarse con toda la comisión en peso. —Siendo así, ¿porqué teméis que los otros aprovechen sus servicios? —Porque todos no cabemos sobre su concha. —¿Y os importa conservar la cabalgadura para vos solo, eh? —Es natural; yo soy el primero que he dado en el quid. Con todo, si queréis, amigo Lamia, os cederé la mitad del puesto. —¡Mil gracias! Prefiero ir á pié. —Verdad es que marchamos despacio; en cambio, ninguna sacudida, nada de tropiezos... ¡Y qué bien se trepa por los senderos verticales! Figuraos qué ventaja para mí que ando con tanto trabajo, y que no puedo salvar ninguna pendiente algo escarpada. —En efecto, vuestra cabalgadura os sirve á maravilla. ¿Y es hablador el caracol? —No. Dos ó tres veces le he dirigido la palabra y apenas si me ha contestado. —Esto debe importaros muy poco; lo que os conviene es aprovecharos de su bondad... ¡ Ah ! el jefe nos indica que la comisión vá á ponerse nuevamente en marcha. ¿Nos acompañáis? —Sí, al momento me incorporaré con el resto de la comitiva; como he comido bien me siento restaurado, al paso que el trecho que vamos á recorrerme parece bastante llano. Si se ofrece algún obstáculo, me detengo y espero al caracol para que me lleve á cuestas. El cuerpo expedicionario volvió á ponerse en marcha. La observación de Filo se habia realizado, pues el lecho del rio era más practicable para nuestros insectos. En vez de los guijarros que le alfombraban debajo de la cascada, á la sazón la comitiva marchaba sobre una capa compacta de arena y de casquijo, que facilitaba extraordinariamente el avance. Por este motivo reinaba cierto desorden en la columna, pues los más andarines iban ganando terreno, mientras que los remolones se desparramaban á derecha é izquierda, según su capricho. Marca, acompañada del brillante cárabo Sepp, hacia el cual demostraba marcadapreferencia, m a r c h a b a , bromeando, por la escarpada margen derecha.Repentinamente viósela retroceder presa del mayor espanto, para reunirse, con su compañero, al resto de la comitiva. —¡Silencio! profirió dirigiéndose á la blata y al criqueto, que iban delante; retroceded lo más cautelosamente posible: advertid á los demás que se callen y que marchen con las mayores precauciones. —¿Qué sucede? preguntó la blata. —¡No habléis tan alto, por Dios! ¡Al pié de aquella roca, en una excavación!... —Bien, ¿y qué? —¡Hay una culebra! Al oir un nombre tan temido, el criqueto dio un gran salto, la blata por poco se desmaya del susto, é inmediatamente los cuatro insectos volaron al encuentro de sus amigos para señalarles el peligro y suplicarles que marcharan silenciosos y evitaran pasar junto al pedrusco donde permanecía oculto el monstruo. Hemos de confesar, sin embargo, que el incidente no tuvo consecuencias desagradables para nuestros viajeros. La serpiente no dio señales de vida, y la comitiva siguió avanzando : cuando estuvo á prudente distancia del reptil, hizo alto. —¿Dónde está Pusy? observó Marca. EL MUNDO ILUSTRADO. ITALIA.— Pietra Miirnta, en el valle de Sarca. .ITALIA. —Molino en Buco di Vela, valle de Sarca. T . V . 'PRIMERA S É H I E i . — T . L 'sEGUIiDA Í4ÉHIK .— lü. un 114 EL MUNDO ILUSTRADO. Los insectos se contaron, y efectivamente faltaba el jefe. —i Es extraño ! profirió la blata. Hace un momento iba detrás de mí. —¿Por ventura ha sido presa de la culebra? preguntó Criq. —¡Bab! ¡ imposible! He visto á Pusy cuando ya estábamos bastante distantes de la madriguera del reptil: éste no se ha movido de allí, pues lo habríamos notado. ¡Ah! Meg nos hace signos; veamos lo que quiere. Todos corrieron en dirección á la hormiga para saber loque significaban sus visajes. Al llegar junto á ella, notaron que estaba parada cerca de una excavación circular, una especie de pozo, y que miraba al fondo. A poco sabían nuestros insectos de qué se trataba: Pusy había caído en un hoyo y por más que hacia no lograba salir de él. En efecto, estando cortadas á pico las paredes del hoyo en cuestión y constituyéndolas una mezcla de arena y de casquijo muy menudo, no ofrecían ningún asidero á las patas del cárabo, de suerte que por más que éste se revolvía para .salir de aquel antro, nada conseguía: el pobre se creía perdido , cuando tuvo la fortuna de que Meg le viera. No era muy profundo el hoyo en que yacía Pusy, estando aquel sitio sembrado de otros hoyos parecidos, los cuales formaban una línea transversal al lecho del torrente, y eran debidos al reciente paso de un animal corpulento, sin duda un caballo, cuyos cascos habíanse hundido en el blando suelo. —¿Y como caísteis en esta zanja, Pusy? preguntó Lamia. —Caminaba junto al borde, y resbalé, arrastrando en la caída parte de la sierra. —No hay duda que este incidente es debido al temor que le infundió la culebra, dijo á media voz y con cierta malicia Sepp. De todos modos, hay que ser bien atolondrado... Sepp no pudo terminar la frase. El suelo acababa de hundirse bajo fus patas y el censor fué á reunirse con su amigo, entre las risotadas de todos sus compañeros, que al momento retrocedieron para no correr la misma suerte. —Fuerza es que busquemos el medio de sacarlos de este sitio, dijo el criqueto. ¿Qué hacer, pues? —Soy de opinión que podríamos arrojarles algún objeto, profirió la blata ; una rama, alguna támara, lo cual les serviría de escala. —No está mal pensado, repuso Criq, pero ¿dónde está la rama ó la támara? — Tal vez encontraríamos ambas cosas á orillas del arroyo. —¿Y quién las acarrea hasta aquí? Necesitaríamos mucho tiempo. —Ya lo veo; sin embargo, ¿hay alguien que pueda proponer nada mejor? —Sí, dijo Lamía que había estado reflexionando mientras sus amigos discutían; he encontrado otro medio, pero necesito que me ayudéis. —¿Y qué medio es ese? preguntaron á una los in.sectos. —Vais á saberlo. Y esto dicho. Lamia se acercó á reculones al borde del hoyo; luego se detuvo, diciendo: —Agarradme por las antenas. Filo, y vos también, Criq... ¡Perfectamente! Firmes', y sobre todo no me soltéis. Entonces Lamia, que se hallaba de espaldas al borde del hoyo, empezó á patalear el suelo con sus patas tra- seras, hasta el punto de producir un desplome que le hubiese arrastrado también al fondo si sus amigos no le sostuvieran por los cuernos, y no cesó en su tarea hasta que quedó abierto un ancho y profundo surco, cuyos escombros, amontonándose en el fondo del orificio iban formando escarpa; no tardando de esta suerte en encontrarse los dos cárabos cerca de la boca del pozo, de donde salieron sin gran trabajo con la ayuda de sus compañeros. Como había requerido bastante tiempo la operación de librar á los dos insectos de su crítica situación, fué al caer de la tarde cuando la comitiva volvió á emprender la marcha, bordeando un montecíUo que en otro tiempo debía ser un islote situado en el lecho del rio. Dicho iíslote estaba cubierto por un verdadero bosque de hojas de peíasita, cuyas raíces sin duda habían disfrutado de cierta humedad, ya que ofrecían las apariencias de una brillante vegetación. Nuestros exploradores resolvieron hacer alto en aquel sitio, donde podrían pasar tranquilamente la noche. Una vez reunidos debajo de una hoja, el jefe dirigió la palabra á sus subordinados, diciéndoles: —Amigos míos, bien veo que adelantamos en nuestra marcha, y esto me regocija; pero hasta ahora no hemos pensado en nuestro estómago. Por lo que á mí toca afirmo que no puedo dar un paso más sin probar bocado. El sitio me parece favorable para obtener víveres; de consiguiente, voy en busca de ellos. Pueden seguirme los que se encuentren en mi situación; cada uno es libre de hacer lo que más le acomode; pero esta noche que nadie falte aquí. Esto dicho, el cárabo se metió por entre los espesos tallos de las petasitas, desapareciendo muy pronto detrás de aquellas plantas. Sepp, Feronía y los bombarderos imitaron su ejemplo; las liormigas. Escolopendra, Armadillo y la nepa no tardaron en seguirles, de suerte que en el campamento sólo quedaron Lamia, Filo, Marca, el criqueto, la blata, la larva de calósomo, Reduvio y Tejenaria, quienes comenzaron á platicar amigablemente. —Por fortuna, dijo Calósomo, puedo vivir mucho tiempo sin comer; de lo contrario mi situación seria harto crítica. —¿Por qué? le preguntaron sus compañeros. —Porque en medio de esas petasitas de seguro que no encontraría ciertas larvas que constituyen mi único alimento. —¿Cuál es vuestra comida habitual? inquirió Filo. —Las larvas de procesionaria: estoy seguro de que por estos sitios no las hay. —Y tenéis razón. Estas larvas suelen vivir en los robles; raras veces se las encuentra en otros árboles. —Afortunadamente antes de ponernos en marcha llené bien mi estómago,''y ahora puedo pasar más de un mes sin pensar en comer. —A vuestra edad puede vivirse mucho tiempo sin probar bocado, repuso Filo. Recuerdo que en mi juventud, cuando todavía era larva, pasé varías semanas sin comer, y os aseguro que por esto no tuve ahilos de estómago. Entre nosotros eso es la regla, observó Lamía: los insectos soportamos perfectamente bien una prolongada abstinencia, lo que no quita que cuando podemos comer lo hagamos con gran satisfacción. —Yo, repuso Marca, desde que nací hasta la hora presente, no he comido más que el cardo-lechero. Por mal 115 KL MUNÜO ILUSTRADO. de mis pecados quise probar há poco esas hojas de petasita, pero las he encontrado amarg-as y detestables. Por otra parte, yo también puedo vivir mucho tiempo sin comer. ¿Y vos, Lamia? —A mí lo mismo me da comer que no. A mi edad uno no se siente muy inclinado á esa satisfacción de la juventud, al contrario de lo que sucede entre los grandes animales y entre los hombres. —¿Cómo se entiende'? • —Así se dice. —¿Y por qué es esto? —¿Por qué? ¡Vaya una preg'unta! Porque nuestros org-anismos son muy diferentes. Verdad que en el fondo nuestros g-ustos, tendencias é impulsos son los mismos; empero puedo afirmar que éstos se manifiestan en épocas enteramente opuestas. —¿Os chanceáis? —Digo la verdad. Cuando jóvenes, nosotros sólo vivimos para comer. Veamos, Filo; invoco vuestros recuerdos: ¿en vuestro estado de larva, pensabais en otra cosa qu6 en atracaros? ¿No es cierto lo que dig-o? Pues á mí me pasaba lo mismo. —Mientras que entre los hombres... Sucede lo contrario. A medida que van creciendo son más aficionados á los placeres de la mesa. —¡ Cosa más rara! —A esto llaman ellos compensación. —¡Excelente! Al oiros, Lamia, podría creerse que sabéis cuanto pasa entre los hombres. ¿Por ventura habéis vivido con ellos? —Nunca; pero una mosca que los trataba y á veces venia á visitarme, me contó lo que acabo de manifestaros y otras cosas más. —¿Hay alguno que sepa por qué las abejas tienen tanta ojeriza á los sitaris? preguntó el criqueto. —Si no temiese ser pesado, contestó Lamia, yo os lo diría. —¡Hablad, hablad! prorumpieron á una los insectos. —Hace algún tiempo que contaba en el número de mis amigas, principió el Capricornio, á una abeja, la cual solía espontanearse conmigo. Las abejas saben muchas cosas, y la á que me refiero me contó con todos sus pelos y señales la existencia que llevan esos himenópteros. —¿Es cierto que viven en comunidad? preguntó Marca. —Sí, sus costumbres son sumamente curiosas; pero es ya demasiado tarde para engolfarme en su descripción: me ceñiré, pues, á deciros algo sobre las pendencias que sostienen á veces con otros insectos. Ya sabéis que las abejas acumulan en sus viviendas grandes provisiones de cierto azúcar especial que recogen en las flores, azúcar que les sirve de sustento así como á sus larvas, y que elaboran para fabricar con él la miel: este azúcar es muy codiciado por otros seres, mas como las abejas no son tontas y además halas dotado Naturaleza de armas poderosísimas, no es cosa fácil engañarlas, y menos aun apoderarse á viva fuerza de sus producciones. Con todo, hay ciertos merodeadores sumamente astutos que logran vivir á costa suya sin que los himenópteros lo sospechen, y sólo una vez despojados notan, aunque tarde, que han sido engañados. En cuatro palabras voy á relataros la historia de un ladrón de miel, el cual se vale de muy extraños medios para introducirse en el domicilio de las abejas y sustentarse á su costa. —:Hablad, Lamia, hablad! somos todo oidos. TrailuciJo del francés por MAÜIANO Br.ANCH. Esta conversación fué interrumpida por un grito agudo lanzado á corta distancia del campamento. —¿Qué sucede? preguntó el criqueto. Oyóse un nuevo grito, pero esta vez más débil. Es uno de nuestros bombarderos, observó la blata. No, repuso Lamia, esa voz no es de ningún bomoardero. Piden auxilio; vamos á ver lo que pasa. 1 todos los insectos se encaminaron hacia el sitio de donde habia partido la voz. Poco tuvieron que andar. En el repliegue de un pearusco divisaron dos abejas que se estaban cebando ZJfJ^ ^'^"Podeun pequeño coleóptero, empleando las L ! ' ^ poderoso aguijón: el infeliz se revolvía con las ansias de la muerte. (Continuará). HISTORIA NATURAL DEL HOMBRE, D. JUAN MONTSERRAT Y ARCHS. INDÍGENAS DE LA AUSTRALIA. (CONTINUACIÓN). Morfología. La morfología ó sea el estudio de las formas que ofrece el cuerpo, estaba atrasadísima con respecto á los hombres que nos ocupan. Durante mucho tiempo fué cosa corriente reconocer que los menguados seres que habitan junto al estrecho de King George en el ángulo Suroeste del continente australiano, eran el arquetipo de los indígenas de aquel país; y les atribuíamos un enflaquecimiento extremo, estrechez de caderas en ambos sexos, extremidades delgadas y raquíticas y abdomen voluminoso; pero todos cuantos han pisado el interior el't^aiH^*'^ ^^^ ^^' ^^^ ^l'° ^'^ impide que el muy maula, han contribuido con sus descripciones á mejorar el tipo que deí^í' i?^** ^ '^'^^^^ nuestra, á costa de nuestros hijos que nos habíamos forjado. Mac-Kinlay dice haber enhará J^ f" compasión, A lo menos éste ya no nos contrado en el di.strito lacustre del límite Nordeste de la nara ningún daño. Australia meridional las tribus más hermosas que jamás hubiese visto en aquel continente. Landsboroug-h An n?oao^^ ^^^^ ^^^ ^^ej^^ emprendieron el vuelo, dejanZiJZ'a^ '"l"^^^'^- Seg-uros nuestros insectos de que el orillas del rio Thompson, lejos de las costas, á 23° latipobre coleóptero estaba bien muertoy que de consi- tud Sur, y Stewart en el Norte, toparon con indígenas que guiente nada podían hacer por él, ni siquiera un dis- ambos viajeros pintan, con palabras casi idénticas, como curso fúnebre ya que ignoraban su historia, regresaron individuos gallardos y robustísimos (Vide Peschel, Mnologia, Leipzig, 1874, in 8.°, pág. 348j. Narraciones hay h sus tiendas discutiendo sobre este incidente. feí'míílí ^ ^""l "^«"iP^fieros quisieron interponerse y terminar aquella escena de carnicería; empero al dirigirse de pa abra á las abejas, una de éstas profirió: ~ i Dejadnos! ¿no veis que os un sitaris? -_ n ¿^"^ qué os ha hecho este sitaris? d;a. 1°^^ ^* ^^^^^^' ¿^^^^0 lo ignoráis? ¡Es un banfw , ' " ° enemigo cruel de nuestra raza! vosotms ^^P"""^*^'- ^^te insecto es más débil que vv LOS N I D O S . —EL AGUZANIEVE COMPOSICIÓN Y DIBUJO DE H. GIACOMELLI. 118 EL MUNDO ILUSTRADO. en que se pintan fig-uras casi maravillosas que «podrían servir de modelo para una estatua de Apolo,» y de individuos atléticos, vig-orosos y bien formados, descripciones que chocan altamente con otras que parecen hechas exprofeso para contrarestarlas. Guillermo Dampier, que en 4 de enero de 1688 abordó en la Nueva Holanda (que así se llamaba en sus tiempos la Australia), en la costa Noroeste, álos IG^SO' de latitud Sur, fué el primero que describió los indígenas de aquellas regiones. No podemos resistir la tentación de exponer á la vista de nuestros lectores una muestra de su estilo tan ingenuo como original: «Tienen, dice el intrépido marino inglés, el cuerpo y las extremidades larg-as, cabeza voluminosa, frente redondeada, sus párpados mantiénense constantemente medio cerrados para evitar que las moscas penetren en sas ojos, porque son allí tan insoportables estos insectos que la mosquitera os ineficaz para apartarlas de la cara, y si la g-ente no se valiera de las manos y cerrase los labios, entrarían en la nariz y hasta en la boca. De ahí viene que estas gentes plegadas de parásitos desde su infancia, no tienen los ojos abiertos como acontece en otras partes, por cuya razón no pueden ver á distancia si no es alzando la cabeza como sí tratasen de mirar alg-un objeto suspendido encima de ellos. Tienen la nariz y los labios abultados y la boca grande. Ignoro si se arrancan adrede los dos dientes anteriores, pero lo cierto es que á todos faltan, á hombres y á mujeres, á niños y á ancianos. Carecen de barba, su cara es estirada y feísima, sin nada que pueda g-ustar, ni poco ni mucho. Los cabellos son negros, cortos y rizados como los de los negros, y no largos y lacios como suelen tenerlos en general otros indios. Por lo demás tienen el rostro y demís partes del cuerpo completamente negros como los naturales de Guinea.» fiVwCTO xiaje alrededor del Mundo). Esto que decía Dampier podia pasar como verosímil en pleno siglo XVII; hoy es puramente curioso. Loque si hay de cierto es que el tipo australiano no es tan uniforme como algunos quieren suponer, y de aquí dimanan en gran parte las discrepancias que se observan en las narraciones de viajeros, por otra parte dignos de entero crédito. Lo mismo sucedería si se verificase la recíproca, esto es, si se diese el caso de que viajeros australianos se propusiesen explicar á sus compatriotas el tipo europeo, que á buen seguro llegarían á aquellas regiones confundiendo andaluces con suecos y tiroleses con flamencos. Las tribus física y esencialmente distintas entre sí, han sido confundidas muchas veces, de donde han nacido las variantes atribuidas á una sola; pero concuerdan todos los autores en que las tribus occidentales son las ínfimas bajo el punto de civilización; de suerte que según las teorías alemanas modernas son éstas las más antiguas, hallándose al propio tiempo, y sobre esto no cabe duda, infinitamente inferiores física y etnológicamente á las del Sur ó Sureste, á pesar de ser éstos á su vez muy inferiores á los de Queensland. De aquí podría deducirse un principio etnológico formulado en estos términos, á saber: que el desarrollo intelectual y corporal son correlativos, principio de que Hellwald ofrece numerosos comprobantes. Los que se empeñan en buscar una descripción física aplicable á todos los australianos como trató de hacerlo Hale, el lingüista de la expedición americana que mandaba el comodoro Wilkes, van en busca de un ideal imposible de alcanzar. No es nuestro ánimo querer dirimir la cuestión antes mencionada, de si los australianos pertenecen á una ó varias razas, pero es del caso aceptar la existencia de dos tipos bien delimitados, como Topinard se esfuerza en presentar. Según los etnólogos alemanes, Hale tiene razón y á él toman por guia. Dicho erudito americano dice que los australianos «son de tállamediana, que rara vez pasa de los dos extremos de r52 y 1'83, esbeltos, con extremidades largas, según las tribus, bien formados y nada feos, pero en su mayor parte flacos y barrigudos. El tipo de su cara es intermedio del negro y del malayo; su frente baja, á veces complanada y aplastada, á menudo alta y saliente: sus ojos son pequeños, negros y hundidos, la nariz aplastada en su parte radical se ensancha hacia abajo, pero es aguileña; pómulos y mandíbulas prominentes, el mentón por el contrario, retraído, la boca grande con labios abultados y buena dentadura. El cráneo es muy prolongado, de un espesor extraordinario y descansa sobre un cuello corto y pequeño, su cabello largo y fino, pero lanudo y frecuentemente enmarañado como un fieltro á causa del ningún cuidado que recibe, el restante pelo es abundante y el de la barba recio. El color de la piel varía entre chocolate oscuro, rojizo y negro más ó menos intenso.» (Antropología de lospiieMossahajes, Leipzig 1872, en 8.° tomo VI, página 708). Peschel y Mueller concuerdan bastante en las pinturas generales que hacen del australiano con la anterior descripción; el último, sin embargo, observa que se refiere principalmente á aquellos habitantes de las costas meridionales que se hablan mantenido libres de todo contacto de extranjeros hasta la llegada de los europeos. El mismo Mueller conviene en que hacia la parte Norte y la parte Oeste existen tipos que discrepan por muchos conceptos del primitivo, pudiendo atribuirse estas discrepancias á la influencia de la raza malaya que desde remotos tiempos se ha hecho sentir en aquellas regiones. También Peschel es de la misma opinión cuando en su Etnología % Indigona australiano (le la tribu de Boonoogeng. dice: «Si se encuentran entre los indígenas de la península de Coburgo, en la Australia septentrional, tipos con cabellos lacios y ojos oblicuos, es necesario atribuirlo á una mezcla con malayos que allí acuden con objeto de pescar el trepang, probándolo el que muchos indígenas hablen allí el idioma macasar, además de atestiguar la presencia de malayos ciertas inscripciones buginesas y EL MUNDO ILUSTRADO. macasares que se encuentran con frecuencia en las rocas y peñascos.» Mueller, sin embarg-o de apreciarlo de un modo semejante, atribuye la alta talla y el desarrollo muscular del australiano á la alimentación por cuyo motivo, dice, se encuentran en las costas marítimas y en las orillas de los rios, sitios en que abundan los alimentos, individuos más robustos y de mayor estatura que en las reg-iones secas y arenosas del interior. Esta opinión , que sólo corroboran observaciones de algunos viajeros, la niega rotundamente el doctor Topinard. Los australianos más pequeños que observó Cook vivian en la costa oriental, y los más miserables de que hasta hoy se tiene noticia son los que encontró el capitán Stuart cerca de la enseñada de Hood, en el centro de la Australia. Las hordas todas que observó este último en el desierto, excepto de las de la ensenada Cooper, eran de una organización física inferior á la de las tribus montaraces, sin diferenciarse empero notablemente en lo restante. Stuart dice haber encontrado individuos pequeños y miserables tanto en el interior, como en la tierra de Arneim, en el Norte. La talla que según Lesson corresponde á dos tribus de la costa oriental, no lejos de Port-Jackson, llega á 1^575; Oldfield encontró otra más pequeña, puesto que sólo llegaba á l"i440. No resulta así para otras tribus, según datos é investigaciones que expone Topinard en un trabajo de gran mérito, ya que en él los cita mucho mayores, hasta colosales. Más grandes y más proporcionados que los que pueblan los distritos meridionales son los indígenas de las cercanías de la ensenada de Cooper, pues alcanzan muchos de ellos un metro 830. Mac-Kinlay vio cerca del lago Watti-Widulo, en el centro de Australia, muchos negros de elevada talla; Eyre y Gaimard encontraron en la costa meridional estaturas de 1^600 y de l"i670; Stanbridge en Victoria observó la de l'n670; R. Dawson notó la de 1™713 en la costa oriental; Hume la de 1™627 en el interior; Gregory encontró en el oeste individuos que median 1™879 y l'n904; Flinders vio algunos de 1^900, en la isla de Bentinck, hacia el Norte; el ya citado Stuart atravesando el continente midió una vez á un individuo que alcanzaba á 2'130, y Stokes y Standbridge acompañados de Barrington se encontraron con tallas de 1™828. Lo más digno de notarse es lo que cita Alfredo Lortsch respecto á una mujer que vio cerca del rio Ciarence, cuya estatura alcanzaba siete pies ingleses bien completos, por consiguiente 2^130. Considerando ahora que los blancos de mayor estatura como son los ingleses, escoceses, irlandeses suecos y alemanes del sexo masculino, alcanzan por término medio á la edad de 21 hasta 35 años sólo de l"i697 ál™718, resulta: que si bien una parte de los australianos quedan mucho más bajos, la otra restante, que es por otra parte la más numerosa, sobrepuja bastante el citado tipo. La teoría de la reducida talla de los australianos ha sido destruida por Topinard: en efecto, de sus estudios resulta que existen allí dos tipos, uno pequeño análogo al de los llamados pueblos de enanos en otras tierras, y otro grande, esbelto, verdaderamente atlético, de lo cual deduce el erudito francés una talla media de l"i710. En cuanto á su aspecto no pueden llamarse feas aquellas tribus que apartadas del contacto de los blancos conservan aun su estado primitivo. Sus individuos son por lo regular esbeltos y altos, bien proporcionados y tienen un porte gallardo. La expresión de la cara es comunmente seria y malhumorada, pero en las mujeres es más alegre y risueña, y no falta quien haya pretendido encontrar rasgos orientales en las caras australianas; otros han querido extinguir una fisonomía israelita en muchos individuos, lo que ha inducido á varios mi- 119 sioneros más llevados de su piedad que guiados por la ciencia etnológica, á tomar á estos australianos conforme han hecho ya con muchos otros pueblos, por descendientes de las diez tribus israelitas perdidas. Nosotros, sin embargo, con los naturalistas observadores hemos de opinar de otra manera. Hé aquí lo que refiere James Brown de Wan-e-war, del primer hombre australiano que vio: «La primera impresión que produjo en nosotros el aspecto de aquel salvaje con cara bestialmente contraída, de tez negrísima, ojos vivos y centelleantes, con una dentadura que salía desproporcionalmente de su boca grande y abierta, era más bien la de un mono ó de algún otro ser extraño de este nuevo mundo que la de un ser humano.» Otros, en cambio, como ya hemos dicho antes, hablan de «modelos de forma humana como un escultor no podría desearlos mejores. A la elegancia de sus formas se juntaban ojos brillantes y vivos, y dientes blancos como la nieve.» (Ausland, 1860, pág. 341). Un artesano suizo qué ha publicado una relación de su residencia de diez y nueve años en Australia, en estilo muy liso y llano, habla también de individuos esbeltos, de hermosas formas y á veces de u:ia talla extraordinaria (T. Mueller, Diez y 'i íl ] Indígena australiano de la tribu de Goiilbourn. nueve años en Australia Aarau, 1877, 8.°, pág. 80). Por lo regular es el australiano muy inferior al.europeo tocante á desarrollo muscular: sus extremidades son delgadas y descarnadísimas, las manos y sobre todo los pies son estrechos y largos, estos últimos además muy grandes y toscos con los dedos encorvados hacia dentro; de pantorrillas no hay ni ^trazas; el esqueleto es finísimo por lo delgado y casi podría decir-se delicado, pero el vientre es frecuentemente muy abultado, probablemente á causa de la alimentación mala y mal repartida. Junto con éste hay otro tipo de pies pequeños y buenas pantorrillas. Las hembras raras veces grandes, tienen por lo común la talla media de las mujeres blancas, y entonces .se CUENTOS DE PERRAULT. — Caga-chitas se encaramó á la copa de un árbol. (Véase la página 128). T . V . (PRIMERA SERIE).—T. I. (SEGUNDA SERIE) —16- 122 EL MUNDO ILUSTRADO. consideran hermosas; en la primera juventud son bastante agraciadas, y su edad más brillante cae entre diez y catorce años. {Atíslatid, 1861, pág. 346). El doctor Muecke, que residió mucho tiempo en Tanunda, en la Australia meridional, alaba en una muchacha de quince años la magnífica redondez de su cuerpo de «nobilísimas proporciones.» Su cutis era aterciopelado y terso, y su boca de labios encarnados, aunque algo abultados, dejaba ver «una sarta de dientes bien formados y blancos como marfil.» {Natm\ 1866, pág. 53). También alaba Ricardo Oberlaender á una inuchacha de edad de diez y seis años, hija del «rey Bondi,» de la tribu de Goulbourn, llamada por los mineros la hermosa princesa Kathleen, y que excitaba general admiración. (Globus, tomo IV, pág. 278). Estos ejemplos son empero rarísimas excepciones. Las mujeres de aquel país envejecen aprisa y se vuelven más tarde horriblemente feas. Los miembros, aparentemente desprovistos de músculos, dejan ver todos los huesos, ofreciendo estos tristes esqueletos la imagen de una indecible miseria. El andar de los australianos se caracteriza por lo erguido y grave, gallardo, ligero, elástico y natural. La estructura del cráneo es, cuando no ha sido alterada artificialmente , lo que no es raro, generalmente algo más hermosa en los hombrea que en las mujeres, por lo demás angosta y oblonga; de modo que los australianos son dolicocéfalos ú hombres de cabeza oblonga (Ij. JUAN MONTSERRAT Y ARCHS. (Continuará). RELACIÓN CONTEMPORÁNEA, DON JOSÉ ORTEGA MUNILLA. (OONTISÜAOION;. II. Polvo y plumero de la historia. Sí, allí estaba Tortugosa, la antiquísima ciudad cuyo escudo representaba una tortuga en campo de gules. Sus torres se levantaban altivas sobre la línea oscura y ondulada de los tejadillos. Las campanas allá arriba cantaban con todos los pretextos de la liturg-ia romana las antiguas preces del creyente y católico vecindario. Más abajo se quedaban las copas de los álamos negros, y el follaje de los chopo.Sj poblados de millones de pájaros, entre cuya gente alada predominaba la colonia de (1) La dolicocet'alia, an lenguaje antropológico, es aquella forma del cráneo en f|iie el iliiimctro grande, desdo la raiz de la nariz hasta la ¡irotuherancia posterior de la cabeza , excede en mncho al diámetro menor ó transversal: es opuesta á la braquicefalia, en la cual los dos diámetros discrepan menos. Para formular el mayor ó menor grado de esta relación se supone el diámetro mayor igual á IOS, y se expresa el otro ó transversal por la fracción que le corresponde de aquella medida que viene á ser la unidad. I,a fracción que resulta se llama Índice transverso ó índice craniano horizontal. De modo que si el ancho del cráneo es igual á las tres cuartas partes de la longitud, se dice que el índice horizontal del cráneo es 75. Estos Índices oscilan en el hombre entre 5S y 98, comprendiendo casos extremos; pero si sólo se tienen en consideración los términos medios resultan sólo los limites 67 y H5. Entre estos extremos pueden incluirse todos los cráneos humanos de proporciones medias. Según Wolcker se encuentra el índice horizontal de la mitad de los hombres entre 74 y 78, por cuya razón intercaló Paljlo Broca entre las dos clases de cráneos otra media que llama tnesaticefalia ó me^ocefalia, que significa: «estructura media de cráneo,» y totlos los cráneos cuyo índice oscila entre los valores 78 y 79 pertenecen, según la división de Broca, á los mesocófalos. No sólo individuos sueltos, sino razas enteras, pueden caracterizarse como dolicccél'alas. Ijraquicél'alas ó mesaticéfalas. los tordos sabrosos y los malignos gorriones. Una fábrica de curtidos con sus tinas humeantes y sus patios llenos de pieles extendidas, impregnaba de infecto olor la parte septentrional de Tortugosa. Hacia el Sur pasaba el riachuelo, que aun cuando poco caudaloso, abundaba en sabogas y truchas. Esta pesca y el cáñamo, de que se hacían robustas trenzas y forzudos cordeles, amen de los jumentos, constituían las industrias predominantes en aquella gloriosa colonia fenicio-romana, de la cual ya Plinio el Mayor se hacia lenguas. Su población ascendía á 1,500 vecinos: en el padrón de elecciones brillaban 300 capacidades tortugueses, y para que á tanto fulgor geográfico, numérico y crematístico nada faltase, vivia entre los muros de Tortugosa el eruditísimo señor don Leonardo Matienza, correspondiente de la Academia de la Historia, honorario del Museo Británico y fundador de los Arcades de la Vandalia, sociedad científica é histórica que extendió las redes de su sabiduría por toda la comarca nombrada. Matienza el filósofo, como la gente le llamaba, merece especial mención por ser la más grandiosa ilustración de la villa de Tortugosa. Era un viejo de sesenta y tres años, cumplidos el dia de san Silvestre, de complexión vegetal, de talle entre el del chopo y el del ciprés. Su debilidad era tan grande, que apenas podía andar. Tenia enfermo el estómago y algo de alifafe en el hígado, cuyo licor le teñía de amaranto las mejillas. Era su pasión el estudio y bibliómano furibundo : cuando le presentamos á nuestros lectores hojeaba la edición elzeveriana de la Dragoniada, un libro que tiene el solo mérito que su edición casi completa se quemó en Alejandría, cuando el fuego de marras. Tenia dentro del chirumen el final de una obra gloriosa en que venia trabajando hace muchos años. Se titularía «Apoteosis de Tortugosa ó Floresta histórica de las tortugas sublimes.» ¿Cómo? ¿Habia impíos de la historia que pretendían arrebatar á Tortugosa la diadema de astros de sus hombres eminentes? Madoz habia tenido la audacia de escribir en su diccionario: «Tortugosa—c. de p.—Abundante en cáñamos. Célebre por su mercado de jumentos. Ningún valor histórico.» Cosa fué aquella que sacó de juicio al pacienzudo célibe (Matienza el filósofo permanecía en virginal soledad), y determinó borrar aquellas tres líneas de injuria que le perseguían en sueños como tres puñales y le penetraban en el alma destrozándole y arrancándole túrdigas de su amor patrio y de su orgullo de cronista tortuguense. Empezó su libro. Revolvió archivos, se llenó de polvo, fué á los afueras del Vertedero á buscar entre las inmundicias de un pudridero ciertas piedras y pedacilios de hierro que, según él, eran vestigio de la gran cultura añeja de Tortugosa. Gastó mucho dinero de su vínculo de mayorazgado en revolver aquel terruño, donde el vecindario cometía la impiedad de arrojar sus desperdicios. ¡Cuántas mañanas en que el Filósofo se levantaba del lecho «on el sol para proseguir sus pesquisas halló cubierto de ceniza, papeles sucios, plumerío de ave sacrificada y restos de cántaros y pucherería, lo que él habia limpiado el dia anterior! Era una campaña ruda la que sostenía contra los sucios vecinos: él, abrillantando aquel pedazo de espejo glorioso de la historia municipal: los vecinos cubriéndole de inmundicia. Obtuvo de un alcalde menos inculto que los otros, la prohibición de verter basuras en el Sagrario, y las comadres murmuradoras del lugar cambiaron el mote nobilísimo de «Filósofo,» con que antes se conocía á Matienza, por el indecoroso y mal oliente de Buscagusanos. Pero Matienza, como todo ser superior, se cernía con las alas del desprecio sobre el murmurio de las viejas y los chuscos. Prosiguió su faena de desmonte. EL MUNDO ILUSTRADO. 123 que se desplegaban en desgarradísima sonrisa, como si la boca se la hubiesen fabricado de un hachazo, relucía la doble hilera de marfil como un relámpago de hambre en la noche de un estómago voraz. Era algo trepado de hombros, y con los brazos puestos muy juntos en los extremos de una caja torácica por demás estrecha. No se limpiaba ni las uñas ni el pelo y era muy descuidado en lo que atañe al traje. No se le conocía otro talento que ese de segunda clase que puede llamarse habilidad mundana; poseía la elocuencia del insulto y la más desarrollada astucia. La avaricia habia comunicado á sus ojillos mucha vivacidad y resplandores metálicos. Giraban aquellas dos pupilas en el peludo marco de sus pestañas como dos extraños bichos de oro presos en una red de crin. Al enseñar la carta se estremecieron los dos bichos de oro como si quisiesen saltar fuera de sus nidos. —¿Ve usted, señor de Matienza, el efecto de albergar pillos? usted ha protegido á este panza-en-trote y se ha perjudicado usted en su reputación... porque las gentes han dado en decir que... vamos... ese muchacho... era hijo natural de usted... Matienza el filósofo se puso rojo, y el matiz hepático de sus pómulos se aumentó. —Esas son hablillas, dijo no sin enojo. —Ya lo sé... pero usted ha dado motivo á ello protegiendo á esa mala sangre. —No hemos de abandonar á los desgraciados. —Ese no tiene más desgracia que la de ser pillo. Don Hermógenes esgrimió la carta como una bandera de odio. —Aquí... lea usted... me llama «Chupa-pleitos...» y me dice: «No quiero ser cómplice de sus robos. Judas Iscariote. Usted ha querido explotarme y no lo ha de conseguir... Me voy á ser mucho en el mundo y he de hacerle llevar á usted á la cárcel entre civiles...» ¿Hay infamia mayor? —Pero usted algo le habrá hecho, porque sino no se explica... IIL —¿Cómo es eso, señor de Matienza... usted acaso puede Busca-gusanos y Chupa-pleitos. simpatizar con estas infamias? —No... pero quiero hallar el origen de ellas. deTa^W.^ Matienza, usted me perdone la importunidad —Ello es que no encuentro en usted la indignación ane i r í ' ^'' "" ' ° ' ^ no es para menos. El pilluelo que esperaba... —Mire usted... la verdad es que cuando usted vino fúcar n / . "^^ "'^^^^^^^ ese gran tuno de Pepin se ha lugado de mi casa. estaba muy lejos de este mundo... Me liallaba en el t a ¡ ¡ f í n ' ; ¡ y ' ' ' ' ! ^'"^ ^''^^"^^ • ^^'^l^^i'^ «1 filósofo levan- trance de la batalla dada por el procónsul Manilo á los tando con disgusto su cabeza del pliego virginal. bandidos, el año... —Sí... ya sé eso... pero yo vengo á que usted me esta c a í t a ' ^ u j r ' ' " ' ' " ' " ' " ' ' ' ' " '^ ^ ^ ^ " ' " ° ^ " ''^' indemnice... - ¿ U n a carta?... pero ¿dónde se ha marchado Pepin? —¿Indemnizar?... ¿De qué? —De lo que haya podido robarme esa canallita. no i t b?p«7"-.°- ^ ' " " P^"*^' á ^^^^^ «'^ff^™ que si o hubiese sido por la recomendación de usted, no —Pero ¿se ha llevado algo acaso? exclamó levantán¡Scaría!" umbrales de mi casa... ¡Qué carta! dose á duras penas de su asiento el débil etudito. —No lo sé aun, pero es casi seguro. —Pues no me parece justo acusar á ese pobre mucliade^TÍ'nhíí'^f '^'""^^^ ^"^ ' ^ "^^n" 'ierecha un papel lleno pobos de salvadera y gruesas letras y garrapatos. cho de un delito que aun no se sabe si existe. —Viene usted muy enojado. —¡Pobre muchacho!... Usted está loco, señor de Man a n t e ' m T i í f í f T ' ' í ' ' ' ' ' " ° ^^ ^^'^ bromas... ¡Ese tu- tienza. No veo el modo de que esas hablillas que acerca de usted corren tengan buen término cuando usted mismo les da pábulo... Ello es que no puedo transigir - E s t ° ^'''''°'°'' ^'eamos esa carta. con tales infamias, y en busca de mi dignidad, que se ha -Pero^tU^"^*^/'^'^'' ^^^ ^^^ fi^era de sí el escribano. quedado á la puerta de esta estancia... me retiro. El colérico guardián de la fe se alejó, con la carta -Sea-urSÜ ' ^ ^ ' ' ' ° "i^ que se ha fugado Pepin? metida en el puño izquierdo, volviendo atrás la cabeza tienza, oiga usted.'""""^ """^^ ' ' aplaste!... Señor de Mapara echar miradas de odio al erudito y refunfuñando seSnTof r Z s Í " ? f "í^^'^^^ -^'^'^^ "^^ ^ - - J ^ - " " entre dientes: —¡Mal auto te parta, Busca-gxisanos! recia, brillante c o m n T ' n*""" '"^ dentadura entera, i. O R T E G A M U N I L I . A , carniceros. A travéTie ^ ' " ' ' 'gruesos ' '^'^"'^^y ^"^"^^^'^ (Continuará). v«b ue snf sus ilabios carnosos Cinco jornaleros cavaban de sol á sol. Aquí aparecía un ánfora rota: un metro más abajo un amuleto romano de cornarina: allí un trozo de espada herrumbrosa. La historia iba arrojando lenta y avaramente sus zarandajas, que habia escondido en las entrañas de la tierra, como una urraca ladrona. Busca-gusanos no buscaba g-usanos, como la g-ente g-rosera suponía, sino el terreno de una batalla dada por el procónsul Manilo á unos bandidos, el año 451 antes de J. C. Busca-gusanos tenia seguridad de encontrar el terreno de aquella descomunal hecatombe, oculto y sepultado bajo una capa de arena, por algún cataclismo terrestre. Cavaba, cavaba sinceramente , confiadamente... él hallaría el « campo de cadáveres cubierto,» como dijo el otro. A fuerza de gastar su renta en golpes de azadón, habia reunido en su casa y expuesto en armarios una multitud de nonadas de antigüedad dudosa, entre las cuales descollaban un brazo de Venus, de buen modelado, un amorcillo de bronce traspasado de parte á parte por un agujero como para ser suspendido de algún hilo, y cantidad de armas y ánforas , sin que deba olvidársenos un trozo de mosaico que representaba una tortuga perseguida por un lagarto, alegoría de la reyerta que sostuvieron por siglos los tortuguenses con los hijos de la vecina villa de Santo Domingo del Lagarto, de que tantas páginas llena la historia. De todas estas preciosidades, sacó copias, las hizo grabar en Madrid á un litógrafo, y escribió cincuenta pliegos en 4.° mayor de explicación y análisis. Tenia puesta la pluma en el papel para redactar el último capítulo, especie de deducción de argumentos en pro de su tesis, a saber: que Tortugosa habia sido la capital de una civilización romana archinotable. Era un momento crítico para la musa empolvada y sin dientes de Matienza. Lntónces se abrió la puerta de su despacho y apareció el escribano don Hermógenes, el cual dijo: LOS N I D O S . — E L AGUZANIEVE COMPOSICIÓN Y DIBUJO DE H. GIACOMELLI. EL MUNDO ILUSTRADO. 128 á detenerlas las flores, quizá más bellas, con que susti- , vais las cortadas. | Ya veis, pues, que sólo la ig-norancia, ó por mejor 1 decir la falta de atención estudiosa, ha i)odido atril)uir- ; les el dictado de coquetas; análogamente y aumentando el número de comparaciones entre las mujeres y las mariposas de que antes hemos hecho mención, ; ¡cuántas veces da el mundo el sobrenombre de coqueta á la mujer que, quizá atraída por engañosas apariencias, por colores que á primera vista parece que lian de casar con los de sus ilusiones, encamina el ánimo hacia un ; ser, del cual al aproximarse se aparta, pues ve claramente que no es portador del alimento que su alma requiere; que no es verdaderamente aquella la corola en ; que está destinada á posarse! MELCHOR DH PALMI. Ijtle setiembre de 1881. CUENTOS DE P E R R A U L T , •rnADuciDos i>on D. J O S É COLL Y V E H I . CAGA-CHITAS. i, C O N T I N U A C I Ó N i Una vez levantó tanto la voz, que los chiquillos que estaban á la puerta la oyeron, y empezaron á g'ritar todos á una: —i Aquí estamos! ¡ Aquí estamos! La madre fué corriendo á abrir la puerta, y estrechándolos entre sus brazos y colmándolos de besos les decia: —¡Hijos de mi vida! ¡Qué placer es el mió al estrecharos entre mis brazos! ¿Estáis cansados? ¿tenéis hambre? ¿Y tú, Perico? ¡üy, cómo te has puesto de barro! ¡Hasta los hocicos! Deja que te limpie. A este Perico, el primogénito, lo queria mucho más que á los otros, porque era algo pelirojo, y algo peliroja era ella. Agolpáronse los siete chiquillos alrededor de la mesa y empezaron á menear las mandíbulas con tal priesa, (véa.se el grabado de la página 120), que se les estaba cayendo la baba al padre y á la madre, á quienes contaron el miedo que en el bosque hablan pasado, charlando y gritando y manoteando todos á la vez. Los buenos padres reventaban de gozo al verse nuevamente reunidos con sus hijos, y esta alegría duró todo el tiempo que duraron los 120 reales. Como donde no hay harina todo es mohína, agotado el dinero, volvieron los apuros y los disgustos. Por segunda vez tomaron la resolución de abandonar á sus hijos, y de llevarlos más lejos para de este modo asegurar bien el golpe. No consiguieron arreglar este asunto con tanto sigilo que pasase desapercibido á los vigilantes oidos de Cat/achitas, el cual había echado sus cuentas para salir del apuro tan bien como antes; mas por mucho que madrugó para ir á coger chínitas, no pudo salir con la Fuya, por estar cerrada bajo llave, y con dos vueltas, la puerta de la casa. No sabia qué hacerse, cuando habiéndoles dado la madre á cada uno un tarugo para el desayuno, creyó que las migas de pan sembradas por el camino podrían muy bien suplir el oficio de las chínitas, y con este objeto se metió el mendrugo en el bolsillo. El padre y la madre llevaron á los chiquillos al lugar donde el bosque ora más intrincado y sombrío, y así que llegaron, echando por un atajo, los dejaron abandonados. Maldito lo que por esto se apuró Caga-chitas, fiado en que las migas de pan que oportunamente habia ido sembrando no dejarían de enseñarle el camino ; pero se quedó frío como uu mármol, cuando vio que las migas habían desaparecido sin dejar ra.stro ninguno. Los señores pájaros andan listos, y el no haber contado con ellos, fué lo que se llama echar la cuenta sin la huéspeda. Allá de quejas y lamentaciones de toda la chiquillería, que no habia más que oír. Cuanto más caminaban, más se iban internando y enredando por las enmarañadas revueltas del bosque. Cerró la noche y levantóse un furioso vendaval que los llenó de espanto. Por todas partes se les figuraba oír aullidos de lobos que venían á devorarlos. No se atrevían á resollar, ni á volver la cabeza. Cayó de repente una fuerte y copiosa lluvia que les caló hasta los huesos: cada paso era un resbalón, y se caían en el lodo y se levantaban hechos una miseria, sin saber que hacerse de las manos. Cagi-cliHas se encaramó á la copa de un árbol (véase el grabado de la página 121), para reconocer el terreno y ver si algo descubría; y volviendo la cabeza en todas direcciones percibió fuera del bosque, á grandísima distancia, una lucecita como de una vela. Bajó del árbol, y lo mismo fué poner los píes en el suelo que no ver nada. No hay que decir cuánta aflicción fué la suya. No obstante, después de caminar mucho tiempo en compañía de sus hermanos hacía el punto en que habia visto la luz, al salir del bosque pudo descubrirla de nuevo. Buenos sustos pasaron; pues cada vez que tenían que atravesar hondonadas y barrancos , lo que muy á menudo les sucedía, perdían de vista la claridad que les guiaba. Llegaron por fin á una casa de donde la luz salía, llamaron á la puerta, y una buena mujer que vino á abrirles, les preguntó que querían. Caga-chitas contestó que eran unos pobres niños que se habían perdido por el bosque, y que por amor de Dios les diese hospitalidad sólo por aquella noche. La mujer viéndoles tan hermosos, se echó á llorar y les dijo: —¿Sabéis adonde habéis venido , pobrecitos mios? ¿Ignorabais por ventura que esta era la casa de un ogra (1) que se come á los niños? —¡Ah! señora, contestó Caga-chitas más muerto que vivo, como todos sus hermanos, ¿qué remedio nos queda? Si usted se niega á recogernos, de fijo que esta noche nos devoran los lobos del bosque : mal por mal, mejor será que nos coma ese caballero; puede que rogándoselo usted, llegue á apiadarse de nosotros. La mujer del ogra, creyendo que podría esconderlos de su marido hasta el día siguiente, les permitió entrar, y para que se calentasen los llevó al hogar, donde m e tido en el asador, estaba dando vueltas un cordero enteríto que había de cenarse el ogra. Al poco rato de estarse calentando, resonaron en la puerta tres ó cuatro enormes aldabazos: era el ogra que ya estaba de vuelta. La mujer al momento escondió debajo la cama á los siete chiquillos, y fué á abrir. T r a d u c i d o del francés por JOSÉ COLL Y VEHÍ. [Continuará]. íl) Ogra es lina especie de gigante antropófago, de rpie no [tuvo noticia BufTon. No consta que en E s p a ñ a los h a y a habido n u n c a . Por lo menos, con la Estadistica en la luano, puede a s e g u r a r s e i|uo no los h a y a h o r a . (Nota del Traductor.) R e s e r v a d o s todos los d e r e c h o s de propiedad artística y literaria. —Queda hecho el depósito que marca la ley.