Edad Nueva años 33 a 39

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Edad Nueva años 33 a 39
El hitlerismo en el gobierno
La SI, 10/04/33 p.4-5
“Estamos en las oscuras encrucijadas que separan una época de otra. Dejamos atrás un mundo viejo, que se
cae a pedazos. Esos entronques de dos épocas -noche y día, cementerio y cuna- llevan siempre cataclismos,
subversiones, cosas insólitas y desacostumbradas, de difícil comprender para las mentes que andan sobre los zancos de
la rutina.
En el fondo de esas violencias y desórdenes, germina la osamenta de una nueva Época, que será, posiblemente, más
justa, sosegada y venturosa.
Espérala, corazón.” (p. 5)
La SI 23/10/33 p.8 col 4a
"Pero en nuestras horas de reconstrucción de valores..."
“1933 Año destructor, lega al 1934 la espectacular herencia de gigantesco e hirviente Crisol. En medio de las
ruinas alborea en el horizonte una Nueva Edad”.
La SI 01/01/34 p.1-3
Estamos a fin de año. Hemos recorrido trabajosamente doce meses. Y es cuerdo que, al llegar a una vuelta de una
penosa ascensión, se haga un pequeño alto. Se descansa bien merecidamente, cuando esa ascensión ha sido fatigante.
Se echa una mirada sobre lo andado, recogiendo de un solo vistazo el terreno que hemos ganado con nuestra
perseverancia.
Las ascensiones tienen mucha ventaja sobre las caminatas a campo llano. Las andadas por caminos uniformes y
llaneros molestan pronto. No habiendo variaciones, falta la fantasía bordadora de ensueños. Siempre funcionan los
mismos músculos del cuerpo y los mismos ángulos de la mente. En cambio, cuando se asciende y el camino es
empinado y sembrado de pedruscales, cierto que los pulmones se hinchan y el corazón repiquetea como para estallar y
los tendones de las piernas se saturan de ejercicio. Cuesta ascender y sostener el esfuerzo que la ascensión supone. A
cambio de ese dolor ¡cuántas bellas cosas trae consigo la ascensión! El camino es variado y lleno de sorpresas. Ejercita
integralmente, porque ahora es despejado, ahora hay que andar sobre malezas. Las hierbas del bosque aromatizan el
aire. Hínchase el pecho como aspirando vida. La transpiración nos libra de detritus tóxicos. Y la vista ¡cómo gana en
horizontes y panoramas! ¡Más arriba! Y se ensancha el campo de visión, y se abarca de una ojeada inteligente toda la
amplitud de la comarca.
Este año 1933 no ha sido llano y fácil, sino de ascensión dolorosa. Dentro de la catástrofe económica general que
viene de lejos, el 1933, ha visto nuevos derrumbes, sepultando entre los escombros tantas cosas. En cambio, tiene esa
dolorosa ascensión hacia las puras cimas de todo un año, la ventaja de haber vivido esa cosa trágica, de habernos
elevado por la purificación del dolor. Y estamos en situación, por lo mismo, de poder echar alrededor de nosotros mismos,
que estamos en medio de la catástrofe, una mirada inteligente: una mirada inteligente que otee senderos e ilumine el
provenir.
*
Ha sido este un año destructor. No, original y novedosamente destructor, sino continuador de la catastrófica destrucción
iniciada mucho atrás.
Veamos los ruidos más perceptibles de esa destrucción.
Hitler irrumpe sobre Alemania y se la lleva a remolque. ¡Cuántas cosas se goza destruyendo! Saluda su advenimiento
el incendio del Reichstagg, como si la naturaleza quisiera significar materialmente la caída del parlamento alemán. Las
elecciones llevan al caudillo al poder. Y el caudillo mata las elecciones. Destrucción del sistema individualista
parlamentario. Destrucción violenta y popular de la organización política. Destrucción de la economía libre. Repoblación
forzada del campo. Acaparamiento de la manteca y tantas otras cosas, por el Estado. Limitación estatal de las grandes
utilidades. Represión violentísima del Individualismo y del Comunismo a la vez. El Ordeno y Mando, entusiastamente
aplaudido por el pueblo, sobre las ruinas de un parlamento agusanado.
En Italia la picota mussoliniana acaba de derribar los últimos baluartes del “laisser faire”. Ensaya la
distribución estatal del trabajo de los profesionales. Echa un puntapié al Parlamento y encarga la legislación a las mismas
fuerzas vivas que integran la vida económica. Somos legión los que defendemos que los parlamentos han de estar
constituidos por los representantes paritarios del trabajo, en su triple forma de capital, dirección y ejecución. Mussolini no
se queda aquí. No quiere que las fuerzas vivas se desdoblen, nombrando representantes de gremios para que formen
Parlamento. Las mismas organizaciones legislarán sin desdoblarse. Una especie de antesala del mesianismo
anarquista, según el cual las fuerzas sociales se bastarían, siendo inútil el gobierno.
En Austria surge Dollfus como de sorpresa, y tira cruz y raya sobre la política y el parlamento. Católico y social, establece
una organización de fuerzas vivas para gobernar, fundadas en la democracia económico-social. Todo se ha derrumbado
–lo político y lo económico- al violento empujón de Dollfus.
En Cuba explota la revolución contra Machado y una oligarquía política que gobernaba a su antojo. A esa oligarquía la
substituye otra, que se mantiene en continuo tambaleo. Y al caos económico y a la explotación
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social, sucede el caos político y la inestabilidad, amenazando socavar muchas cosas fundamentales. Todo un sistema
abajo con estrépito. Todo un sistema económico, todo un sistema político, toda una situación social.
Pero el colmo de la destrucción aparece en Estados Unidos. Durante diez años, tres presidentes, envueltos en el polvo
del colosal derrumbe, habían probado de hallar remedio dentro de las mismas fronteras de los métodos individualistas
derrumbados. No lo hallaron, antes, cada día era mayor la ruina. Y aparece Roosevelt, el hombre del Sentido Común,
abatiendo de los muros antiguos lo poco que quedaba. Prescinde del Parlamento; prescinde del Ministerio; y, rodeado
de media docena de estudiosos que forman el “Brain Club”, decididamente echa por la calle de en medio,
imponiendo a todos la voluntad de ese pequeño Comité Dictatorial, que actúa enérgicamente mediante personajes
militares y métodos cortantes de cuartel...” (p. 1)
*
“... No se trata, sin embargo, de Derrumbe esencial y ni aún de Pesimismo. En medio de tanto estrépito, no
estamos en un mundo de locos y menos en un infierno que no merezca ser vivido. Considerar esa situación mundial de
derrumbe a través de ese criterio pesimista, delataría escasa visión, escasa filosofía y menos personalidad.
Estamos en un cambio de Edad. Esos derrumbes y contradicciones son propias y naturales de esos cambios en que
algo fundamental ha de caer, y algo ha de surgir, coexistiendo lo nuevo y lo viejo vivos del doloroso y largo intermedio.
Vivimos, por lo mismo, instantes preciosos, que no todas las generaciones han tenido la dicha de poder vivir
intensamente, como pequeñas moléculas del gran remolino, pero, al fin y al cabo, con una lucecita en la mente que
nos hace ver y observar, y una pequeña llama en el corazón que nos hace gozar de la misma grandiosidad de la
catástrofe, aun adoloriéndonos los propios y los ajenos dolores.
Es Ley de Naturaleza, que Dios ha impuesto al hombre, el que avancen las crisis por el riel del Dolor. Del nacimiento a
la muerte, el Dolor aparece como envoltura de todos los procesos críticos. Pero es Dolor que, sin dejar de serlo, es
purificador y placentero, Estamos en plenos dominios de la Agridulce. Y, en medio mismo de la negror, si se afina la
vista, se adivinan allá abajo, en las lejanías del Oriente, tenues claridades de aurora.” (p. 3)
1934 ha sido año de continuos fracasos para la Política y la Diplomacia. ¿Se ha iniciado tal vez, un resurgimiento
económico, habiéndose llegado al fondo de la crisis? Lo que podemos esperar del año 1935
La SI 29/12/34 p. 3-8
(…)
La cáscara y la médula
“No quisiéramos dejar en el lector un dejo pesimista, a través de estos comentarios. Constatamos simplemente
la realidad. Y esa realidad hay derecho a interpretarla siempre optimistamente, aún en aquellos instantes en que se
labora a base de intenso dolor.
Es conocida nuestra tesis –que tan raras veces recuerdan los críticos sociales- sobre la descomposición previa
que exige una nueva Edad, así como el canal del dolor por el cual se escurren y posan los acontecimientos. Fue
“La Ciudad de Dios” la primera visión clara de esa putrefacción de Edades en cuya escoria surgía la semilla
de una Edad nueva. Y a fe que hay pocas ideas más fecundas en enseñanzas y que haga ver más claras las cosas.
Sería poco observador de sucesos aquel que no viese cómo, en medio de esos miedos y en el fondo de esos odios, algo
se disuelve para dar paso a una nueva concentración. Veamos algunos casos, típicos, de ese 1934: Italia, Alemania,
Austria, Estados Unidos.
La Italia de 1934 ha establecido, nominalmente al menos, el régimen corporativo. Nominalmente, bajo dos aspectos:
que la Cámara corporativa, como la individualista a la cual ha de substituir, no es más que un Consejo informante; y
que la Cámara individualista no sido disuelta todavía, quedando aplazada “sine die” la inauguración
efectiva del nuevo parlamento. Mas, ¿no es esa sola determinación legal de ir a un nuevo régimen un avance y un
germen que echa sus primeros tiernos brotes?
La Alemania de 1934 tiene, ella también, debajo de su cáscara anticomunista una buena médula reformadora. Se han
tomado una serie de medidas tan graves acerca, por ejemplo, de la intervención del Estado en la fabricación, que algunas
traspasan los límites a que no han llegado muchos gobiernos socialistas, por ejemplo en Suecia, Dinamarca y Nueva
Zelandia. Es reciente la disposición del gobierno de Hitler por la cual toda utilidad de cualquier empresa que traspasa el
6% ha de pasar, en este exceso, a una Caja especial común, cuyos fondos serían destinados a socorros a
desocupados y otros fines semejantes, todos ellos bajo el rubro común de ayuda al necesitado. Son regímenes que
procuran conservar la cáscara que se adecua al ambiente de ayer, pero que renuevan medularmente las maneras por
el único camino posible cuando la renovación ha de ser estable: el dinamismo interior.
En Austria de 1934, a pesar de su ineficacia como solucionadora de problemas; a pesar, también, de su deslealtad a
los principios que se declaran públicamente, no es más que un organismo en evolución, pasando por todos los tristes
democratamientos que un nuevo ser supone. Se habla de un nuevo régimen. Se estructura una nueva manera de ser.
Se habla de un nuevo equilibrio social a base de justicia. Se alaban, aunque no se practiquen todavía, nuevos ideales
sociales.
Y como en Austria, se registra el mismo fenómeno en Portugal, en Bulgaria, en Hungría, en la misma Suiza, en cada uno
de ellos regímenes de gobierno y sistemas sociales en obscura transformación interior, aunque corriendo esas aguas
vivas subterráneas debajo de la misma cáscara muerta.
Pero donde la transformación es más rápida, habiendo alcanzado caracteres de violencia gubernamental es en
Estados Unidos, donde la National Industrial Recovery Act no representa menos que la germinación –un poco
americana y un mucho precisa, y por lo mismo, por dos motivos aparatosa- de los nuevos métodos que, cuando se les
haya rascado el carácter quirúrgico circunstancial, han de quedar reducidas a pura médula de un nuevo ser.
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En Norte América ha nacido algo. Y, si el cirujano mayor todavía no ha dado un tijeretazo a la placenta que une al ser
nuevo con la vieja matriz, es porque es cosa de Dios y ley de naturaleza esa ligazón entre lo nuevo que adviene y lo viejo
que se va.
Nadie negaría que, en las medidas y violentas y perentorias del Brain’s Club contra el carcomido árbol
gigantesco de la economía norteamericana hay mucho –y no podía ser otra cosa- de transitorio, intermedio
forzoso entre lo viejo y lo nuevo. Pero quien creyese que, una vez esa transición salvada, Estados Unidos retornarán a
la vieja manera, se equivocaría de medio a medio. Ha sido la misma señora Roosevelt la que, en un libro notable que
debería traducirse, explica al mundo que una Edad Nueva está surgiendo. Y en verdad os digo que ese instinto
maternal de mujer, que adivina delicadamente que algo misterioso y noble germina bajo unas carnes adoloridas, es
más fino y certero que la gruesa concepción de tantos viejos y avejentados cerebros que no saben percibir, en el
general devenir de la humanidad, una nueva estructura” (p. 7).
En La SI 02/06/34 p.16, en la brevísima Introducción al artículo “Salvemos la libertad” de Albert Einstein, JBC
comienza con estas palabras: “En esta encrucijada de edades en que nos estamos debatiendo, los habitantes de
los dos encontrados polos sociales –Individualismo, Estatismo- están en plena lucha para arrastrar el mundo
tras sí.
Una de las más entusiastas defensas del primer movimiento la realiza Einstein, uno de cuyos artículos transcribimos a
continuación, traducido por inquietos elementos del Liceo de Niñas de Viña del Mar.
Es un punto de vista que hay que conocer, y el cual dará margen, después, a un comentario.”
En -La SI 15/09/34 p.22-24 – en un artículo titulado “Partidos políticos chilenos” al concluir afirmó:
“Esta trituración de la opinión nacional en más de una docena de Partidos obedece al instante mundial de transición
de una época a otra. Es un fenómeno general, que no es bueno ni malo, sino naturalmente resultante de una época de
descomposición y de equilibrio constantemente inestable que caracterizan todas las épocas representativas de cambios
de Edad.”
La degeneración de criterio en los dirigentes, ¿es maldad o es signo de cambio de edad?
La SI 25/06/38 p.1-2 (prosigue en los tres ejemplares siguientes)
1.En diversas ocasiones -más propiamente, constantemente- aludimos en estas crónicas sencillas a cosas, orientaciones,
maneras de ver, que están en pugna con el general sentir de las gentes, y aun -a la vista está- con el general sentir de
los críticos.
Al decir críticos, no aludimos ciertamente, a la clase periodística propiamente hablando, sino a los críticos internacionales
que poseen cierta técnica y que, por razón de cultura, oficio y cerebración, marginan con su pluma los sucesos actuales.
Los periodistas en general, incluso los editorialistas, son asalariados al servicio del patrón. Y sabido es que la peor
censura periodística no es aquella que viene de los gobiernos, sino aquella que el espíritu marxista de los dueños
acaudalados de diarios imponen al “servum pecus” de sus incondicionales servidores.
Quien hojee las revistas más caracterizadas en sus diversas lenguas, así como los mejores diarios, en que espíritus
independientes y técnicos manifiestan su parecer, habrá notado esto: que, aun en este caso, suele “La Semana
Internacional” andar de espaldas a ellos. Pongamos por caso a Duhamel, a Nitti, a Caillaux, a Cambó, a Eden, a
Mann, a tantos otros como manejan la pluma con independencia exterior, aunque no con independencia interior,
pegados como ostras a la roca prehistórica de prejuicios de educación, de época, de circunstancias mil que tuercen el
curso, a veces, de majestuosos ríos, formando pantanos sin desagüe ni acción fertilizadora.
Recientemente leíamos un largo artículo de un intelectual judío alemán(a), cuyo nombre es disputado por las editoriales
de todo el mundo. ¡Qué crasos errores! ¡Qué elementales confusiones! ¡Qué torpe manera de comprender la historia!
¡Qué ejemplo más patente de cómo el acartonamiento científico y la rutina progresista son la peor de las rutinas, inferior
a la fe del carbonero! ¿No es la médula de su tesis –médula sin médula- el que los cambios actuales en la
sociedad político-social no son más que altibajos y cambios accidentales que nos ofrece la historia, especialmente
desde el punto de vista económico, en todas las decenas de años? ¿No llega a decir que, -él, que se las pinta de
demócrata y filodemo radical- que la época liberal anterior a 1914, ( con la
enorme miseria de las masas, ocultada bajo la capa dorada de la riqueza y explotación del 1% de la sociedad sobre la
inmensa mayoría) era el ideal, y que desearía volver a él?
Hay una desorganización intelectual fantásticamente idiota. Que la sociedad ande en términos de desorganización, es,
no sólo aceptable, sino absolutamente necesario. Toda descomposición es cutáneamente desorganización, como que los
órganos se deshacen y las moléculas están en pleno proceso de desintegración. Estamos en un cambio de Edad histórica
y cambio es esto: desorganización del “statu quo”, para pasar a una integración de nuevo tipo. Es decir, una
desorganización periférica, con una honda trama organizadora anterior, donde la semilla de una Edad está germinando
misteriosamente. Por tanto, no puede extrañarse de que el vulgo -el 99% de escritores son literatos, es decir, vulgo- no
vea más que el proceso a la vista, desconociendo aquella vital fuerza interior renovadora, que sólo vista mental puede
observar. Pero, ¿no es raro caso que caigan en la misma incomprensión total del fenómeno plumas expertas, que parecían
acostumbradas a hundir el bisturí en las entrañas?
Sin embargo, aunque en cierta manera incomprensible, el fenómeno obedece a una especie de ley histórica, que no deja
de llamar la atención. Comparemos, por ejemplo, en la Edad antigua, a Tácito con Agustín de Hipona.
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Tácito, el historiador implacable de la decadencia romana, se ha inmortalizado por la pintura objetiva que nos hace de
la sociedad romana de sus tiempos. Su pluma es un acero que se mete en la carne viva y que muestra las llagas con
cierta habilidad. Y algunas de sus frases al pintar esa decadencia de Roma han devenido sentencias. Sin embargo,
además de no acertar a pintar esa corrupción en toda su hediondez, tal como aparecía, por ejemplo, en las novelas de la
época y en los versos sucios de los más grandes líricos, carece Tácito de visión biológica, y los secretos de la evolución
histórica le permanecen ocultos. No adivina que aquella época –en su doble faz de corrupción total en los tejidos
sociales, y de dictadura repugnante, porque era a base de Bacanal, arriba- no era más que un instante en que dos
Edades se tocaban, se entremetían la una dentro de la otra, como el día y la noche se empapan mutuamente en cierto
instante del amanecer; y que en el vientre fecundo del instante, que parecía un montón de basura, y lo era bajo muy
distintos sentidos, una nueva Edad daba sus primeros vagidos. Porque todo parto viene envuelto en sangre, podre,
desgarros, dolores y miserias. Condición rara del hombre, que necesita del estiércol para que una linda flor abra su bella
corola y arome el ambiente infectado con su delicado perfume.
A pocos decenios de Tácito está San Agustín, que debe ser, tal vez, el cerebro más grande que haya aparecido entre
Aristóteles y el gigante mental que ha de aparecer todavía. Ese vivió en plena corrupción imperial. La presenció y la vivió. Era
él “uno de los decadentes”. Probó todos los placeres y bebió en todos los vasos. Pero era un optimista, y,
además, fruto de su optimismo, un ojo clínico. El, en medio de sus desórdenes morales, no dejó nunca de buscar la luz. Y
los mismos críticos de la mística han sido demasiados duros con él, en este período de su vida. Porque una cosa es un
chancho, que se refocila y se revuelca en el cieno, cuyos horizontes morales e intelectuales se cierran y acaban a diez
metros de su alrededor, y otras es aquel que, actuando en la misma zona, alienta con alma inquieta, busca en el placer
motivos críticos y halla en él vacíos que no sabe llenar allí; y, cuando tiene a tiro un lindo cuerpo de mujer, sabe elevarse
a la alturas eternas de la metafísica, ensoñar horizontes estéticos que apuntan en el mismo cieno y vislumbrar a través
de Cupido mundos raros que extienden sus playas misteriosas en los confines del Más Allá.
Agustín de Hipona, que no era un Observador clavado, sino un meditador ágil, pinta la misma decadencia que puso en
la pluma de Tácito ácidos y venenos. El ve más que Tácito, todavía, y podría ser más pesimista que el historiador
romano, si no tuviese esas alas robustas que lo hacían elevarse por encima del vulgo. El vio la inundación social que la
historia conoce por invasión de los bárbaros. Y estas cuatro palabritas quieren decir todos los desórdenes, toda la podre,
todas las anormalidades. Porque no se circunscribía el momento a ver caer las columnas que parecían inmortales de un
Imperio y contemplar a la sociedad romana merced a los salvajes que en tropel arrollador caían sobre la podredumbre
imperial, sino que, a cada derrumbe, que llenaba de polvo las cosas y cegaba todos los ojos, se alzaba una nueva
barbarie y un nuevo terror se cernía cínico y desafiante: sangre a torrentes, pueblos enteros pasados a degüello, un harén
enorme todo el Imperio,
con el amo vestido de pieles de tigre y el refinado romano convertido en eunuco, trastorno violento de todo. Y en medio
de tanta miseria y dolor, de tanto cinismo y amoralidad, Agustín alza el vuelo, sacude a la gente, grita que no todo se ha
perdido. Y, no sólo anuncia que una Edad nueva adviene, que está incubándose en la matriz social adolorida, sino que
sostiene que, para que algo mejor sea, era necesario, absolutamente, que nos llegase rodeado de catástrofes,
angustias, podredumbres y dolores. Y llega a firmar que todo eso no es más que “el instrumento
providencial” que nos trae una época nueva, elevando a la altura de algo biológico, necesario y aun casi
metafísico, el medio corrupto como fórceps traedor de la nueva criatura.
Estamos en esas nuevamente. Y necesitamos, como fruto de ver y sufrir tanta miserable cosa actual, armar en nuestra
interior una teoría, fruto de la experiencia, que nos permita, no sólo contemplar con filosofía los trastornos y dolores, sino
que comprender que ellos son providenciales, o (si algún partidario de esa otra providencia que llaman azar
–menos explicable que la anterior- se asusta de la palabra) que ellos son necesarios en el desarrollo de la
sociedad humana.
A esto van, precisamente, las reflexiones que vamos a hacer, tomando como base los sucesos mundiales más
sobresalientes de esta hora.
Se trata, simplemente, de yuxtaponer ideas ya conocidas en estas columnas, añadir ciertas observaciones y armar una
pequeña teoría interpretadora del instante actual, y alentadora para la lucha en que todo hombre que de veras lo sea ha
de intervenir ocupando su puesto con alegría de corazón.
(a) presumo que se refiere a Stefan Zweig
2.El punto de partida nos ha de ser el poner en línea un cúmulo de contradicciones en que caen actualmente, no ya los
anónimos átomos humanos, sino aquellos que, por el lugar que ocupan –en la política, en la organización
económica, en la zona mental- parece deberían ver claramente a través de la confusión del ambiente.
a) (...) (Checoslovaquia y minoría alemana)
b) En la cámara francesa acaba de tener lugar un debate interesantísimo, desde el punto de vista de la confusión, sobre
la cuestión española. Se trata de ver si Francia abriría la frontera francesa, para que pudiesen libremente pasar a los
republicanos hombres y material.
Colocados desde el punto de vista marxista que guía siempre a Derechas e Izquierdas mundiales, siempre obedientes a
S.M el Estómago, sería lógico que cuantos tienen algo que perder
-sea logrado legítimamente, sea adquirido a espaldas de
la moral- estuviesen de parte de las Derechas españolas- y contra ellas, y con las Izquierdas, los que vegetan en la
zona contraria, especialmente cuando dicen abrigar ideales extremos socialistas.
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Ha sucedido absolutamente lo contrario. Han sostenido la idea de que no debía en manera alguna auxiliarse a las
Izquierdas precisamente Blum y los jefes socialistas, habiendo acudido para defender esa tesis, en ellos absurda, a los
subterfugios más irracionales. Y la frontera española cerrada quedó y los izquierdistas sin elementos, por voluntad de
los socialistas extremistas de Francia.
Podrá alguien pensar en motivos. Evidentemente, y más allá habremos de buscarlos, a ese cúmulo de
contradicciones. Pero el “motivo” es una cosa y el “hecho” es otra. Y éste a la vista está,
sin posible tergiversación.
c) En una de las sesiones en que este asunto se trató se daba el siguiente caso pintoresco, propio de todo período de
decadencia bizantina.
Un diputado y jefe, que es el ídolo de los socialistas franceses actualmente, Blum, se quejaba amargamente de que
Italia y otros países conculcasen continuamente el Derecho Internacional en sus mismas bases; y citaba para ello
numerosos casos. En la misma sesión, interpelado por un comunista, reafirmaba Blum
las ideas que en otra ocasión, siendo jefe del gobierno, ya emitiera: confesaba que el equiparar al Gobierno español
reconocido por Francia a los insurgentes, estaba en contradicción manifiesta con el Derecho Internacional. Pero que él
no había titubeado en conculcar el Derecho Internacional y Convenciones firmadas, mirando el interés superior de
Francia. Y que volvería a hacerlo, si nuevamente gobernase.
No hay que confundir dos fases de esa cuestión. Se explica que Blum, jefe socialista abarrotado de millones y abogado
de grandes empresas capitalistas, se ponga al lado de éstas y engatuse magníficamente al rebaño socialista que le
sigue. Pero no es esto lo queremos ahora anotar. Sino poner lado a lado estas dos afirmaciones de Blum en un mismo
día:
“Es inaceptable y abusivo que Italia y otros países desconozcan, sea cualquiera el motivo, el Derecho
Internacional y los Pactos firmados”. “He desconocido como Jefe de Gobierno el Derecho Internacional y
los Pactos firmados, y volveré a hacerlo si vuelvo a gobernar”.
Se ve aquí, inmediatamente, Confusión y Cinismo. Cada lector puede aceptar la palabra que le cuadre, o, si quiere,
casarlas las dos.
d) Uno de los pocos elementos sanos de la actual España es el que alienta ciertos ideales bajo el nombre, ahora
conocido en todo el mundo con motivo de la guerra, de Requetés Carlistas. Están integrados por navarros
especialmente, constituyendo los procedentes de esa región –tan escasamente poblada- más de la mitad de los
contingentes que se han puesto a las órdenes del general Franco en esta guerra fratricida.
Estos Requetés constituyen los restos del antiguo carlismo, reducido a una mínima expresión actualmente, por la inercia
y escaso tacto de sus jefes. Tienen los Requetés un programa simpático. Porque, debajo del trilema “Dios,
Patria, Rey”, que algunos han presentado como genuina expresión de teocracia y despotismo fanático, alienta un
programa que, cuando pasó por la verba elocuente de Vázquez Mella, aparecía a muchos como encerrando
substancialmente la salvación del país.
Puntos esenciales de ese Programa son el Antiestatismo y la Federación de regiones a base de Repúblicas libremente
federadas. Y ahora, esos Requetés sostienen y mueren valientemente por todo lo contrario, por lo que habían luchado
sus abuelos y tienen solemnemente escrito en su bandera. Ahora luchan por un Estado superestatal incondicionalmente
y por el unitarismo estatal.
Hay que entender que aquí no nos interesa saber cuál de esas teorías es la mejor: si el estatismo o la democracia
social; si el federalismo o el unitarismo. No. Nos interesa sólo la contradicción, la confusión banal y torpe: sostener dos
ideales como esenciales e irrenunciables durante un siglo, morir por ellos, continuar diciendo que los aman, y realizar
todo lo contrario aun sosteniendo la contradicción con la propia sangre.
e) Durante muchos años la prensa llamada de Derecha ha venido sosteniendo una activa campaña contra el Soviet
ruso. Todo en ella era llevado al extremo, partiendo de la base absurda del siglo XlX –politiquería a la vista- de
que cuanto realizan los amigos es bueno, por pésimo que algo sea, y cuanto realizan los enemigos es pésimo, por
interesante que algo pueda aparecer.
Sin embargo, se explicaban ambas cosas: la campaña derechista contra los Soviets y también la petrificación mental
malintencionada de condenar todo, aún el más mínimo detalle. El Soviet era algo brutalmente anticapitalista, apelando
aun a los medios más crueles para llegar al fin que se proponían. Y el encegamiento grupal es cosa eterna en la
sociedad humana.
Pero, si esto era lógico, ya no se veía cómo podía serlo una contradicción a la vista, consistente en haber acentuado la
campaña hostil precisamente cuando el Soviet de declaraba anticomunista y celebrar al comunista Trotzky mientras
atacaba al anticomunista Stalin.
Efectivamente, la campaña contra el Soviet tiene tres fases en intensidad, precisamente correspondientes a tres fases
en la historia del Soviet ruso.
La primera fase se inicia con la Revolución, y está salpicada de sangre. Dura hasta 1922, cuando Lenin, renunciando
“de facto” al comunismo rural, entrega la propiedad campestre al pueblo campesino. Es período de crudo
comunismo en cuestiones de propiedad y de ferocidad sanguinaria, hecatómbica.
La segunda fase dura del año 22 al 29. Es período de comunismo urbano e industrial, , pero no rural. Ha caído Trotzky, ,
que era el más sanguinariamente frío de los maximalistas, y, por lo mismo, las violencias sangrientas disminuyen
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Generado: 2 December, 2016, 08:21
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notablemente.
El tercer período dura del 30 a nuestros días, habiendo renunciado Stalin aun al comunismo en minas e industrias
mediante el salario diferencial establecido por él. No hay comunismo en este período. Y las persecuciones sangrientas
cesan absolutamente. No se registra una sola. No hay más que represión, no de enemigos, sino contra amigos, contra
los altos jefes del Soviet mismo. Y por cada uno que Stalin lleva a la horca o ante el piquete militar, se cuentan lo menos
mil en el período de Trotzky (continúa en el número siguiente).
La degeneración de criterio en los dirigentes, ¿es maldad o es signo de cambio de edad?
La SI 02/07/38 (2) p.1-2
g) continuación del número anterior
Recapitulemos, porque ahí se nota más que en otra parte alguna la confusión ambiente. 1º Período de crudo comunismo
y asesinato en masa de los anticomunistas. Los críticos de los grandes diarios critican acerbamente. 2º Período de sólo
comunismo urbano, no rural y escasas persecuciones. Los críticos exacerban las críticas más que antes. 3º Período
anticomunista de Stalin, sin comunismo en parte alguna y cesando en absoluto las persecuciones contra los enemigos,
reducidas a las muertes de los traidores al 1 por mil de antes. Aquí las críticas llegan al extremo, se trata a Stalin de
bestia comunista y se llega a la idiota manía de alabar a Trotzky, la hiena insaciable de sangre y comunista puro.
No se puede ya dar, esto a la vista, una mayor confusión en la crítica, o si se quiere, una mayor corrupción a las órdenes de
quien sabe.
f) La prensa católica pone en las nubes a los regímenes de Oliveira Salazar en Portugal, cruel y simulador, y el de ese
dictadorcillo austriaco que ha enredado a su pueblo durante tres años, bárbaro y mentiroso. Y critica acerbamente el
totalitarismo alemán e italiano, que es exactamente el mismo de Portugal y Austria. Porque no se trata de “a
quien favorece el totalitarismo” (lo cual sería el herético principio de que “el fin justifica los medios”),
sino del totalitarismo mismo en sí. ¿No ha salido recién una circular en la cual, condenándose en absoluto el régimen
totalitario, hacía pendant (con sólo dos días en medio) con la bendición episcopal al general Franco, que acababa de
instituir en España el Totalitarismo, más absoluto, mucho más que en Alemania?
g) Los altos jefes de la República española acaban de publicar un Manifiesto explicando al mundo que, tanto ahora
como desde el advenimiento del régimen, ellos no persiguen más que una finalidad en cuanto a democracia: dejar a
todos los ciudadanos, sin excepción, en libertad perfecta, sin el menor asomo de persecuciones, añadiendo “al
estilo de Estados Unidos y Suiza”.
Ahora bien: ¿quién ignora que en Estados Unidos el clero católico (de cualquier otro culto) tiene libertad absoluta de
enseñanza; que los jesuitas van y vienen como les da la gana; que se meten, como ciudadanos y aun como clérigos,
en cuestiones electorales, y que todo esto en la España republicana era perseguido ferozmente?
La confusión llega aquí tal extremo, que hombres como Jiménez de Asúa no trepidan en mentir públicamente, y en
suponer que los lectores cultos sean un hato de corderos, que no se acordarán de hechos de ayer mismo: de leyes que
escritas están todavía al alcance de todos.
h) Otra de las grandes confusiones de estos instantes cambiadores es la que se refiere al marxismo y sus refutadores.
En varias ocasiones hemos tenido que notar este hecho. Hay que alinearlo en esta lista de Simulaciones, ya voluntarias,
ya instintivas, porque constituye una de las tónicas más características de la época.
En estos días disparatados se habla mucho de marxismo. Unos -los proletarios y sus gobiernos- en pro. Otros -la
burguesía y sus gobernantes- en contra. En las manos tengo en estos instantes dos folletos interesantísimos sobre la
materia. En uno de ellos, uno de los representantes más genuinos de las clases posidentes explana sus teorías
antimarxistas, es decir, violentamente –y palabreramente- antimarxistas. Porque todo lo que dice –y todo
lo que piensa y calla- es netamente marxista. Toda su teoría es materialismo puro. Estómago. Con una agravante:
Estómago de minoría, porque es estómago propio, y el pertenece a una ínfima minoría de ciudadanos. De todos modos los
dos folletos son exactamente uno y lo mismo. El folleto proletario es confesadamente, calurosamente, marxista. El
folleto capitalista lo es con más crudeza todavía, aunque de palabra diga lo contrario. Porque es tan hondo ese
marxismo capitalista del folleto, que aun las invectivas contra Marx están empapadas de materialismo marxista.
Y es esa una de las mayores –una de las más pintorescas- confusiones de estos instantes: que el antimarxismo
es esencial marxismo, pero en beneficio de posidentes. Lo cual no altera, aunque agrava, el problema.
i) Otra confusión básica es la que se refiere a sistemas políticos. En la mayor parte de países no dictatoriales, políticos y
prensa están continuamente descontentos de su régimen constitucional. Los países parlamentarios (Francia, por
ejemplo) gritan el fracaso, y exigen por todos lados que se pase a un régimen presidencial, que no se someta a las
exigencias de un parlamento bastardo. Los países presidenciales están con el grito en el cuello en el sentido de que se
pase al régimen parlamentario, ansiosos de cortar de una vez los excesos del poder ejecutivo. Y no se fijan en esto,
que delata una ausencia de cultura más que regular en la mayoría de directores de la opinión política: que ambos
regímenes están absolutamente fracasados según confiesan los que lo tienen, que son los testigos de mayor excepción.
Y esa inconsciencia se extrema a veces de tal modo, que no se trata de distintos países, sobre los cuales habría el deber
de estar enterados, sino de un mismo país, que ha probado los vicios de uno de esos sistemas; que ha cambiado; que
ha visto que no por esto los vicios desaparecen; y sin embargo suspira por volver al anterior... que ellos mismo
cambiaron por fracasado.
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Lo lógico, es decir, el comprender, por razón de hechos a la vista, que el fracaso no viene de la diferenciación entre ambos
regímenes, sino en algo que les es común –el sistema individualista- no aparece ni por asomo.
Nos interesa tomar nota de ese confusionismo, sin que ello signifique manifestación de preferencia por uno u otro
sistema, por uno u otro régimen dentro de un mismo sistema. Tratamos ahora de mostrar sólo las Confusiones, las
Contradicciones en que se vive, no en las zonas ignaras, sino en las que se muestran –y se llaman a sí mismasdirigentes de la sociedad.
j) La misma tónica confusionista aparece en cuanto al problema, hoy básico, del Nacionalismo integral y el Libre Cambio.
Hay países que se han abanderado netamente en los ejércitos, hoy tan nutridos, del autosuficientismo económico. Tienen
su razones, las exhiben y confiesan claramente sus preferencias, que llevan a la realidad legislativa. Pero, hay países,
zonas sociales, personalidades, que realizan continua campaña contra el nacionalismo económico ... de los demás
países, mientras se desvelan por alcanzar ellos su propia autarquía económica.
Pongamos el ejemplo de Estados Unidos. Son innumerables los discursos de Mr. Cordell Hull sobre la necesidad de no
encerrarse, sino de estimular los intercambios internacionales. En aras de ese ideal, ha celebrado ese activo Canciller
numerosos Tratado de Comercio con otros países, y en estos instantes está elaborando otros con nueve naciones.
Pues bien. El Gobierno en pleno de es país, y con la colaboración y aquiescencia del Canciller, está realizando enormes
esfuerzos para bastarse a sí mismo. Los Ministros de Agricultura e Industrias han pasado en varias ocasiones revista a
las importaciones. Y, al ver que alguna de ellas puede ser evitada, por poder el país producirla, mueven todo
–iniciativa privada y ayuda estatal- para que la República produzca aquella materia y no tenga que ser importada.
Uno de los ejemplos más interesantes es el que se refiere al Salitre y al Lino. ¿Hay algo más propio de un país que el
salitre, exclusividad natural de Chile? Se cumplen en él las condiciones máximas para intercambiar. Sin embargo, son
gigantescos los esfuerzos que han realizado los tres Presidentes norteamericanos últimos, continuados ahora por el
actual gobierno de que forma parte Cordell Hull, para incrementar las plantas de salitre artificial de modo que, no sólo
surtan a su país, sino que compitan con el natural del norte chileno.
Uno de los productos más voluminosos -y más calificados- que Estados Unidos importaba de la Argentina es el lino.
Se están ahora realizando colosales preparativos para independizarse Estados Unidos de ese producto sudamericano,
produciéndolo en su propio país.
De este modo se predica una cosa y se realiza constantemente, eficazmente, otra. Y se realiza por motivos bifurcados.
En unos, la mayoría, por desnudez mental. En otros, por especulación y puro amoralismo marxista.
k) En otro terreno (pues ese confusionismo abarca, como en toda desintegración, la totalidad de la colectividad) se
observa una contradicción evidente entre las palabras y la obra: en la labor diplomática de los últimos cuatro lustros.
El ideal de esa diplomacia surgida del Tratado de Versalles, servida personalmente por los mismos diplomáticos de
antaño, era la “round table” a la vista todas las cartas y a la vista –las cartas y los que las manejande todo el mundo. La diplomacia oculta quedó relegada a cosa nefanda y fuera de toda conveniencia.
Había que trasladar el deber de sinceridad y buena fe al campo internacional y realizar una diplomacia sencilla, sincera y
cordial, aventando hasta las cenizas de las zancadillas, la mala fe y al arte de embaucar al de enfrente.
Y, ¿no son lo que esto predican los mismos, que realizan todo lo contrario, enredando los problemas internacionales con
toda clase de torceduras, y operando a manera de pequeño Maquiavelo que lleva dentro de un bello ramo de rosas un
afilado puñal? ¿No es Chamberlain el que ha dicho que “la paz mundial la mira a través del prisma del interés
del país”? ¿Y, Blum primero y luego el actual jefe del Gobierno francés, no han dicho que había derecho a
conculcar las leyes internacionales y desconocer la propia firma, si el interés de Francia así lo pedía?
En el mundo de la suma y esencial farsantería, agravada ahora por el natural confusionismo de unos días en que las
brumas que rodean todas las germinaciones están envolviendo todas las zonas de la vida humana.
l) un buen número de pueblos y gobiernos viven en otro cúmulo de contradicciones en lo que se refiere a cuestiones
de Imperialismos más o menos confesados. He ahí, por ejemplo, un Ministro que se levanta en Londres, Cámara de
los Comunes, para acerbamente criticar al Japón y a los derechistas españoles, por su acción en territorio ajeno, donde
no tienen mayoría amiga, y en la misma sesión un Ministro que se sentaba al lado del primero, y con entera aquiescencia
de éste, daba cuenta de la represión británica sobre Palestina, que es, esencialmente, el mismísimo problema.
De este modo condenan numerosos gobiernos tales o cuales procedimientos, estando en el caso de emplearlos ellos
también cuando necesitan de ellos perentoriamente.
m) Quien observe el fondo de los movimientos universitarios que se van produciendo en todo el mundo, echará de ver
que también aquí, en el seno mismo de la juventud más idealista, anidan cúmulos de contradicciones evidentes. Una
de ellas, ésta: reclamar con sobrados motivos una instrucción eficiente, práctica y moderna, con procedimientos
distintos del intelectualismo y el memorismo, y, a la vez, rechazar cuanto, tirando hacia esa seriedad y modernidad, les
impone mayores esfuerzos.
Hemos visto recién rechazados en un país de América por el estudiantado los exámenes escritos; en otro, no
simpatizar con las clases largas técnicas de investigación, prefiriendo el librismo absurdo; en otro,
quedar desiertos todos los cursos de cultura complementaria creados por la Universidad (biología, ética, lengua latina,
psicología); en otro, preferir el sistema absurdo de exámenes al de la comprobación media del esfuerzo anual. Y así de
muchos otros extremos, predicados, exigidos, en las peticiones estudiantiles motivo de movimientos protestatarios y
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rechazados cuando iban a ser seriamente implantados.
n) No son ajenas las mujeres a ese confusionismo, que alcanza en ellas a veces caracteres raros. Un ejemplo no más.
En un país americano el poder legislativo, o parte de él, ha intentado establecer el divorcio, tal como está instituido en
otros países. Y las señoras de alta sociedad han levantado contra ese intento una polvareda espesa.
Cierto que, si la institución es muy discutible en cualquier país y bajo cualesquiera circunstancias –porque
constituye una legislación para minoría y toca al hogar- en países en que la institución familiar anda resquebrajada y coja,
con hombres que no sienten la responsabilidad paternal o marital, sería el divorcio de una peligrosidad perfecta. Es
posible discutir sus ventajas y sus desventajas cuando se trata de atajar ciertos defectos en una sociedad sana y
normal. Pero sería, al parecer, expuesto hablar de la facilidad en abandonar una mujer en el caso de una sociedad cuyo
vicio capital es no respetar los derechos de la mujer ni de los hijos.
La campaña de esas señoras sería plausible, si no enredase la cuestión un nuevo factor. Cierto que el divorcio legal es
algo casi virtuoso al lado del derecho de poder anular un matrimonio por causa accidental, por ejemplo, suponer
–o ser cierto- que el acto se ha realizado fuera de cierta zona urbana. Anulación que deja en la
calle, completamente abandonados, a la mujer y a los hijos, sin agarradero moral ni material a qué volver la vista.
Ahora bien: estas señoras que realizan campañas violentas contra la posibilidad de la legalización del divorcio mitigado,
nada realizan y prácticamente aceptan esa brutal legislación estatuidora del divorcio más radical e inmoral que haya
habido jamás en legislación alguna.
ñ) Podríamos alargar esta lista hasta lo indefinido, porque son innúmeras las contradicciones que sirven de atmósfera
deformadora a la actual vida colectiva mundial. Pero bastará que añadamos una más, desarrollándola con mayor
amplitud que las anteriores, por tratarse de algo capital en estos instantes del mundo trágico que vivimos: las mil
ofuscaciones que rodean al problema de la crisis mundial, resumida en tres palabras claves: la desocupación, los stocks
sobreproducidos y los grandes acontecimientos actuales como causas o como efectos. Bien merece ese confusionismo
párrafo aparte.
3.(...)
La degeneración de criterio en los dirigentes, ¿es maldad o es signo de cambio de edad?
La SI 09/07/38 (3) p.1-2
3.(...)
4.Es interesante este estudio, porque es incomprensible para muchos cómo aquella “dementia” grupal puede
tener –y tiene- lugar. Queremos aludir a cuatro hechos recientes para ponerlos objetivamente ante la vista.
a) Quien esto escribe sostenía una conversación –no, discusión, porque esta raramente fructifica en bien- sobre
ciertos tópicos sociales candentes, con una eminente personalidad, que, además, de su reconocida bonhomía ha
realizado ciertos estudios sobre estas materias. La opinión que expresaba ese ciudadano era
inmejorable. Y le salía de los adentros con caracteres de perfecta lógica y evidente bonhomía. Asomos de duda no
aparecieron. Antes una perfecta convicción sobre conclusiones que no ofrecían duda alguna.
A las pocas horas, tenía ese sujeto de estudio una reunión, en la cual ocupaba un puesto jerárquicamente interesante.
En la reunión, aparecía como votando absolutamente lo contrario delo que había declarado antes como individuo particular.
Había actuado tan ciegamente, que ni siquiera notaba él mismo la contradicción. Se deslizaba su vida tan al margen de
la reflexión comparativa, a pesar de sus títulos culturales, que había sido en él espontáneo el parecer A durante su
conversación reposada conmigo, y como espontáneo había sido su parecer contrario a A en su hablar y su votar en la
corporación.
No se pregunta, mientras tanto, el “cómo podía ser esto”. Este es otro problema, absolutamente distinto.
Una cosa es “esto es así, y a la vista está” y otra el “cómo puede ser que sea así”.
Explicarnos un hecho es interesantísimo. Pero es cosa objetiva distinta de constatar el hecho mismo. Esa dualidad en
ese caballero, en cuanto actúa solo y en cuanto actúa socialmente, es de rara naturaleza. Pero es. Existe, no hay
duda de ninguna clase.
b) Quien esto escribe sostenía, en otra ocasión reciente, un diálogo con una elevada autoridad eclesiástica sobre
cuestiones sociales candentes. Nada de divagaciones. Problemas del “hic et nunc”. Actualísimo en su
doble relación de tiempo y lugar. Problemas gravísimos de aquí y de ahora. Y el diálogo, siempre lleno de luz, llegaba a
conclusiones decididas e inconfundibles.
Esa misma autoridad era parte principalísima en determinaciones que debían tomarse en aquellos mismos días. De él
pendían en buena parte. Debían intervenir en ellas diversos y numerosos elementos, especialmente de aquellos que se
llaman de trastienda, de subsuelo, y, se quiere, de alta intriga oculta. Debía sentir sobre sí el peso de distintas
confluencias. Pero la solución pertenecía a él principalmente. Pues bien: decidía el caso práctico absolutamente distante
de cómo había dicho que sería lo regular, en la conversación individual y solitaria.
No se hable de inconsecuencia. Se trata de una inteligencia despierta, de una mentalidad cultísima que ha hecho
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estudios hondos sobre diversas materias, especialmente las político-sociales; habla varias lenguas; ha viajado; lee
mucho; tiene una conversación amenísima sobre cualquier asunto de cultura. No cabe en él, ni por asomo, falta de
preparación científica.
No se hable de tratarse de materias leves y sin importancia. Trátase de decisiones que interesan a la sociedad por
manera fundamental y honda; que, resueltas como han sido por esa persona, no sólo dañan gravemente a la sociedad,
sino que él sabe y dice que este daño existe.
No se hable, tampoco, de falta de conciencia, maldad, o intención torcida. Basta conocer al interesado para comprender
que no la hay. Hablaba, antes de tener que resolver esos casos, con intención recta. Resolvía, después, en sentido
contrario seguramente también con recta intención.
Se trata de un enceguecimiento. Nada más. Sería difícil hallar explicación al mecanismo de ese enceguecimiento, porque
se nos aparece como absolutamente ilógico. Pero la ignorancia del motivo y el cómo no hace menos clara la existencia del
hecho: la contradicción entre la opinión y la obra en un mismo individuo colocado en optimas condiciones para resolver
bien.
c) Otro caso práctico tiene lugar en un patrón que, tratando de cosas sociales especulativamente (y, por lo tanto, sin
trascendencia social, porque no es más que opinión y juego mental subjetivo) acoge ciertos principios sociales que su
religión cristiana le impone, y los defiende acertada y luminosamente. Y, en cuanto se baja al terreno de la obra, es decir,
a la realidad ya netamente social, realiza constantemente lo contrario en su latifundio, sin que nadie logre darle a
entender que su pensar individual está en plena contradicción con su propia obra social.
Quien conozca a ese sujeto sabe que no puede achacar su contradicción entre lo individual y lo social a cortedad mental,
a falta de datos y menos a conciencia torcida. No hay, dentro de la organización puramente subjetiva de él, una
explicación plausible a este fenómeno, tan a la vista como constante. Y no lo explicaría
nadie, si no entrase decididamente por la ruta misteriosa de ese encegamiento en que se sumen ciertas personas, y
ciertos grupos formados por ellas, cuando se trata de una corrección en la vida social.
d) No son vanos los ejemplares encegados, cuando actúan colectivamente, entre las mujeres. Las hay montones que
viven en una continua contradicción entre aquello que no tiene otra trascendencia que la meramente subjetiva y aquello
que tiene trascendencia social. Esto tiene lugar, especialmente, en cuanto tiene relación con aquellas modificaciones que
los tiempos traen –diversas causas buenas o malas- en la evolución de la familia, del matrimonio y de la manera
de ser la mujer en la sociedad.
Hay mujeres, por ejemplo, que, sustentando ideas perfectamente tradicionales sobre un punto cualquiera de esa zona
social, dicen, creen y sostienen un punto de vista; mientras que, en su vida real, realizan absolutamente el contrario.
No queremos ahondar bajo este respecto. Pero sí hay que observar que son muchas las injusticias cometidas en este
terreno, por cargar sobre esta o aquella mujer responsabilidades y mala fe en casos que, si llevan en sí una contradicción,
no viene ésta doblada de mala fe.
En todos estos casos hay, en el fondo, el “dementat” del poeta. Es decir, una especie de mano oculta
superior e invencible –además, insensible- que guía los sucesos con el dedo de una mano, y con la palma de la
otra, tapa la vista de los que se contradicen.
Sería interesante un estudio de este problema del “encegamiento impuesto” comparándolo con el Hado
griego, que Sófocles y otros trágicos supieron tan magistralmente aprovechar para sus tragedias espantables.
Quien estudie, por ejemplo, “Las Eumenides”, así como las demás tragedias que hacen con ella unidad
de acción, podría mostrarnos las semejanzas y las diferenciaciones que el “modo helénico” tiene con este
“modo cristiano”. Y aunque los críticos nos acostumbran a hablar de lo terrible del “Fatum”
griego castigando a los buenos, se vería que no es tanto como pintan, sino que hay siempre una responsabilidad
individual en lo hondo y que se trata, muchas veces, de cambios sociales que se desarrollan bajo la envoltura de ese
encegamiento y esas contradicciones.
5.En la historia hallaríamos ejemplos múltiples de esa manera de conducirse personas de colocación social directriz. Y las
hallamos casi siempre es una esquina histórica, es decir, en aquel delicado instante en que la humanidad dobla de una a
otra Edad.
Supongamos el momento castellano en que Isabel la Católica sube al trono de Castilla. Bastará este ejemplo, para
mostrar como ese enceguecimiento es cuestión de todo tiempo de transición.
¡Cuántas contradicciones en aquel doblar de Edad!
Comencemos por la misma princesa Isabel. Mujer delicada, jovencita, de conciencia recta, incapaz de ambiciones bajas,
es una flor delicada que nos regala la Edad Media, continuación de aquellas castellanas que suspiraban por una ventana
gótica por el marido ausente, clamando a la luna al compás del laúd que el trovador pulsaba al pie de la torre del
homenaje. Esa princesa era incapaz de una mala acción. Y habría sido sufridora de los mayores dolores, si con ellos
hubiese podido salvar algún dolor ajeno.
Sin embargo...
Sin embargo, ella y los suyos cometieron mil barbaridades y quién sabe cuántos asesinatos. Ella estaba muy lejos del
trono de Castilla. Había cuatro príncipes que tenían mayor derecho que ella. Pues bien: no trepidó su partido en
“suprimir” a esos cuatro príncipes con mayor derecho, enviándolos rectamente al otro mundo mediante el
puñal o el veneno. De este modo, ellos inexistentes, quedaba expedito el camino de ese capullo de mujer al trono
castellano. Y así llegó a él, por sendas ensangrentadas y caminos abiertos en la roca de la ilegitimidad.
¿Se trataría de que esa princesa era una criminal nata, o bien que, ajena a la moral, entendiese que todos los medios
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eran buenos para conseguir un fin justo? No, ciertamente. Basta conocer la actuación de Isabel, para tener que alejar en
absoluto esa posibilidad. Sin embargo, estaba claro que los asesinatos de príncipes se
sucedían uno tras otro; que Isabel los conocía; que sabía que los realizaban sus partidarios, y hasta que sabía que el fin
de esos crímenes no era otro que abrir a ella el camino del trono.
Encegada. Ella, al menos. Pero, encegada por un fin a lograr. Que ella se lo hubiera propuesto, habría sido cosa
condenable; que ella bailase inconsciente y tapados los ojos dentro de ese remolino de agitación, venganzas y crímenes,
es ya otra cosa.
Y esto nos lleva a dos cuestiones, que parece aclaran algo la materia: al “por qué” y al
“cómo” de este raro encegamiento; de esa dementación que sufren aquellos que deben barrer lo que se cae
ya, o que deben ser barridos.
La degeneración de criterio en los dirigentes, ¿es maldad o es signo de cambio de edad?
La SI 16/07/38 (4) p.1-2
6.¿Por qué ese fenómeno de la dementación tiene lugar? Porque con él se cumple un fin necesario. Un fin que exige
víctimas. Pero que una mano oculta saca del terreno de la voluntad para que no haya “asesinos forzosos”
por un lado; no haya resistencias invencibles a morir, por otro lado.
Pongámonos otra vez en el caso de Isabel la Católica, hacia 1480. La situación social de Castilla era inconcebiblemente
pésima. Cada época tiene su lado bueno y sus defectos. Pero cuando la época cae para ser barrida, parece
acumularse en ella todos los defectos. Es la vejez del organismo. Y todas las toxinas se dan cita para rematar al
organismo.
Por lo demás ¿cómo podría ser barrido un período y sus maneras de ser, si no fuese caduco, si no se amontonasen todos
los síntomas de la vejez, si no se redujesen sus fuerzas? Se trataría de un ser lógicamente fuerte y vigoroso y no habría
manera de enterrarlo.
Castilla parece acumular, en esos años últimos de la Edad Media cuanto era error y equivocación en ella, y haber
perdido cuanto significaba nobleza de carácter. Y, como se trataba de barrer la hegemonía de los nobles, es aquí, en el
sector de la nobleza, donde se van acumulando las malas maneras, los abusos, las maquinaciones, los crímenes, las
bajas raleas, la incomprensión además.
Quien lea las historias auténticas de esa época castellana se sentirá cohibido ante esa doble hilera de crímenes
cometidos por una nobleza grosera y por la incomprensión de ésta. Hay seudosnobs que tienen a bien poner a esa
nobleza degenerada. Aun en Documentos oficiales hemos leído hace poco, tratándose de la España derechista,
elogios a esa podre andante, que ocultan su marxismo crudo bajo toneladas de pergamino, cruces y buenas palabras.
Pero la realidad es muy otra. Es aquella que obligaba a Isabel la Católica a colgar de un árbol a varias docenas de
nobles; a ponerse al frente del populacho armado por ella misma y pegar fuego a docenas de castillos; a obligar al resto
a abandonar sus feudos y vivir alrededor del trono, bajo el ojo vigilante de la reina, a guisa de criminosos, amenazando
constantemente sus pescuezos gordos una sentencia indeterminada.
Si Isabel no hubiese obrado con cierto instinto fatal ¿habría armado al bajo pueblo, se habría puesto a su vanguardia y
habría recorrido el campo castellano incendiando feudos y colgando gargantas más o menos azuladas?
Si no hubiesen enceguecido y “dementado” esos nobles depravados, ¿habrían sido tan brutos en sus
maldades que no hubiesen puesto a ellas un límite, por lo menos para que el pueblo y la reina no los barrieran? Estaban
encenegados, hundidos, sin juicio en ejercicio. No veían lo que estaba ante sus ojos: la ira popular y la determinación real
de esa doncella coronada. Y, ciegos y sordos y dementados (es decir, sin mente, sin juicio), ellos mismos se echaban
de cabeza al abismo donde debían perecer.
Es que la naturaleza buscaba una finalidad. Una nueva época iba a comenzar. Había que desaparecer aquello que
caracterizaba la época que desaparecía. Para desaparecer mejor, el camino más expedito es el de “no
enrielarse”, el de “desarraigarse”, el de “no marchar con el tiempo”. Eso es
demencia, es decir, no tener mente para pensar juiciosamente, ni vista para ver claramente lo que ante los mismos ojos
está.
Había que cambiar de Edad. Y queda ciego, demente y sin resistencia por lo mismo, todo aquello que hubiera podido
ser resistencia a ese cambio. Con mente clara y juiciosa ¿cuánta fuerza no hubieran podido usar las cosas que debían
ser barridas? Con cabeza clara y ojos serenos ¿qué planes estratégicos no podrían combinarse para prolongar la caída
de lo caduco y enturbiar un cambio de Edad histórico?
7.Conocida la finalidad buscada en ese encegamiento y dementación de lo que debe caer cuando la historia va a pasar de
una a otra Edad, es interesante el conocer el cómo se realiza esa dementación y, luego, el cambio de período.
Se pueden distinguir dos campos de encegamiento: el material y el espiritual.
a) Trasladémonos al tiempo del Bajo Imperio Romano, que comienza mucho más atrás de lo que la historia nos
explica, porque desconocen los historiadores lo que la medicina llama “período de preparación de la
enfermedad”, invisible a ojos profanos e invisible en los hechos.
Una tuberculosis, salvo raras excepciones conocidas, viene de lejos. Como toda enfermedad constitucional, tiene su
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preparación en cuanto al terreno; y sus primeros pasos en cuanto a dolencia ya actuante. No notan estos los críticos
–los médicos- cutáneos.
La decadencia romana nos aparece en el mismo instante en que aquella nobleza, dando a aquella palabra un
significado lato de “ricos”, come demasiado. Y demos también a este verbo comer un valor real y
además un valor de signo. Comer, desde este punto de vista, significa comer propiamente dicho. Y significa también
apocilgarse, es decir, todas aquellas cosas que se sobreentienden cuando se dice que “estómago manda”.
Hubo un instante, por ejemplo el siglo lll antes de Cristo en que la nobleza romana robaba a los esclavos el fruto de su
trabajo, pero ella trabajaba también. Eran los días en que había nobles que empuñaban el arado y 70.000 ciudadanos
libres sabían morir 8aunque fuese en defensa del propio interés) en los campos de batalla del Lago Trasimeno. Era
nobleza rapaz, pero no floja ni degenerada. Y por esto Roma fue algo. Algo que todavía dura, bajo ciertos aspectos.
Porque hay nobles y nobles, como hay ladrones y ladrones.
Pero se llenaron de riquezas esos nobles con los despojos de los países vencidos. Se dieron a la vida muelle. No
conocían sus propios campos más que para armar farras gigantescas en sus feudos. Conocían, en cambio,
perfectamente, Pompeya, Herculano, Capri y Capus. El Foro fue vencido por el Baño, y la matrona prefería las Termas
al Lar. Y todo era corrupción y grosería.
Sucedía entonces un fenómeno que se repite a menudo en los caminos de la historia: que el Estómago se empeña en
singular batalla con la Decencia y la bate irremisiblemente.
Trasladémonos a una bacanal romana. Hagamos la composición de lugar, aunque ello repugne a nuestra sensibilidad
menos basta. Veamos los asistentes: cónsules, senadores, patricios, dirigentes, escritores, las damas más granadas y
de nombre más sonado. Y asistamos a la comilona, que ya no es comilona, sino canal. Entre plato y plato, sirven los
esclavos vomitivos y se hacen mil esfuerzos para tener el estómago otra vez expedito, para de nuevo llenarlo y de nuevo
provocar su vaciamiento. Las mujeres ganan a los hombres en lubricidad y excesos. Dura la bacanal horas, a veces
días. Y esos porcoides se atraviesan en los mismos corredores de los palacios para dormir la borrachera y los excesos
sexuales al compás de repugnantes ronquidos.
¿Cuál es la característica de esos “dirigentes”, con perdón de ese noble vocablo? La misma de los
“Epicuri de grege porcos”, según la gráfica frase del historiador clásico. Si tomamos la palabra
“digerir” en sentido amplio, podemos decir que su mal es el de una “digeritis grave lenta”.
Sabidas son las leyes de la digestión, en cuanto dicen relación con el pensamiento y la clarividencia. ¿Quién no la ha
experimentado en carne propia? Una digestión abundante de tal modo entraba el ejercicio mental, que no hay manera de
pensar después de un banquete opíparo. De lo cual se deduce que cuantos viven usualmente en banquete opíparo no
sabrán pensar nunca, errando indefectiblemente en todo caso en que pretendan opinar y enhebrar raciocinios.
Dése al vocablo digerir un amplio sentido de exceso material, y tendremos que el exceso de todo lo sensual de tal modo
entraba el raciocinio, que el estado usual de exceso ha de traer un estado usual de incapacidad mental.
Y es este el caso. El caso, quiere decir, de la Roma Imperial y de tantas Romas como son en los distintos lugares y
épocas de la historia.
De ahí la ceguera romana, es decir, del patriciado romano en cuanto a ver las cosas como eran. No las veían. Las
entendía al revés. Creían que la ola de la plebe la evitarían con la dictadura; y la iniciaba Augusto con toda la maestría
que se le reconoce. Pero ¿qué lograba? Aumentar la putrefacción arriba, enmascarada con caretas de purpurina, y,
luego –era cosa fatal- ser barrida esa casta patricia descarriada, a sangre y fuego, por los bárbaros.
Es que la historia debía doblar una esquina. Los ideales y grupos que debían desaparecer enceguecían, mediante una
digestión constantemente pesada. Y, viendo las cosas contrariamente a como eran (“dementar quiere decir lo
contrario de “hacer funcionar la mente”), todo le salía al revés. Y así se iniciaba “otro”
período. Actores distintos en escenario distintamente arreglado.
b) Se dirá que esto son cosas de los tiempos pretéritos. Es que, quien lo diga, no sabe que ha existido, por ejemplo, el
siglo de la Revolución Francesa, con su bestia Luis Xlll, su corrompido Luis XlV, su idiota Luis XVl con su mujercita
–la rosa de Versalles-María Antonieta, que algunos tontos han tenido la humorada de rogar al Papa sea elevada a
los altares, sin saber que existía el Trianon.
La sociedad debía doblar una esquina, pasando de la Edad Moderna a la Contemporánea que, para ellos, era
1750,década más, década menos. Y hablan, por lo mismo, de ser barridas muchas cosas. Muchos grupos sociales. Y,
para ser barridos debían antes devenir basura. Y la basura fue. Quien no la conozca, lea ruborizado como se realizaban
los bailes de la Regencia en las Tullerías. Cómo y para qué fue que un salón de Versalles se llamó de los Espejos. Los
paseítos de sus Altezas por los jardines versallescos y los amoríos bajo aquel gigantesco bosque de los castaños. Para
qué servían los lagos artificiales, y cuándo y en qué condiciones se corrían “les grands eaux”. Y
entonces, entre festín y bacanal, comprenderá esta frase: “la idiotez de la nobleza francesa, latifundista y
rica”. Idiotez que no le dejaba oír siquiera los rugidos de las plebes hambrientas, mientras ellos se refocilaban en
sus orgías que no les dejaba ver claro un solo problema. Y que no sintieron la mano vengadora más que cuando les
apretaba la garganta.
Era una clase social dirigente –es un decir- que digería continua y pesadamente. Que, por lo mismo, vivía
adormecida, lasos los ojos y la grasa envolviendo el cerebro. No entendían. No raciocinaban. No
“mentaban”, es decir, dementaban. Y no se explicaban siquiera por qué funcionaba Madame Guillotine, ni
aun en el instante en que el filo sangriento les hacía un corte horizontal en el macizo pescuezo.
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El mecanismo, pues, de un cambio de Edad se realiza así: lo esencial que debe caer (grupos, ideales, maneras) pone en
juego su instinto de conservación para detener la marcha, es decir, su propia caída. Pero no aciertan a ver las cosas bien
ni a raciocinar sobre los medios de no caer. Viendo mal las cosas (a causa del exceso de digestión) (a) no tienen en las
manos el verdadero problema, cuyos términos desconocen. No saben armar procedimientos, siempre fruto de
raciocinios clarividentes. Son entonces vencidos, derrotados, eliminados.
Así obra la naturaleza en los cambios de Edad Social.
Véase el desarrollo de la historia, y hundámonos en las causas. Se verá este hecho claro y neto. A veces, el lector de
otros siglos se pregunta: “¿cómo fue posible que aquellos dirigentes no entendieran, no vieran el peligro, no
tomasen las medidas para un remedio adecuado?”. Y no comprendemos que, de haberlo hecho, no habría sido
necesario un cambio social o de época. Porque sólo era un período, cuando los que lo caracterizan viven avejentados y
degenerados.
a) Se ha explayado sobre esta idea antes y, entre otras cosas ha dicho sobre ella: “sabidas son las leyes de la
digestión, en cuanto dicen relación con el pensamiento y la clarividencia. ¿Quién no la ha experimentado en carne propia?
Una digestión abundante de tal modo entraba el proceso mental, que no hay manera de pensar después de un banquete
opíparo...”)
9.(Se refiere al caso del sudetismo en Checoeslovaquia a la luz de lo expuesto)
10.(Se refiere al caso de las conquistas japonesas en China)
11.Nunca aquella sabia ley de la naturaleza, según la cual “ella saca bien del mismo mal”, ha podido tener
mejor aplicación y mayor evidencia que en estos casos.
Los grupos sociales que logran ascender a la cúspide, asfixiada su parte moral por la misma abundancia que trae el
Poder a los que lo usufructúan, acaparan, comen, digieren lentamente. Viven en plena Capua. Y en el mismo instante
en que los ejércitos vencedores de Anibal llegaron a las delicias capuanas, la victoria volaba de sus banderas y se
posaba sobre las de los romanos. Porque Capua quiere decir digestión lenta obturadora de aquellos tubos espirituales
que hacen funcionar el órgano del buen raciocinio.
Se da, por lo mismo, la desviación individual, el hartazgo endémico de una clase. Y este pecado individual sirve para el
bien social. Porque, al traer él la mala digestión y el hinchamiento y el ennublamiento mental, de modo que no se ve bien
ni se raciocina correctamente, esto sirve para que esa clase atrasada sea barrida y pueda decirse que el progreso va a
dar un nuevo paso en alas de una nueva época histórica.
12.Conocemos, pues, el hecho (el enceguecimiento y la dementación de la clase social dominante en una época); sus
causas (el enriquecimiento y la digestión pesada perenne); sus efectos (el poder pasarse así de una época a una de
distinta fisonomía y mejor progreso). Falta, solamente contestar a la pregunta del título de esta crítica, para cuya
explicación ha sido armado este cúmulo de consideraciones: ¿a qué se deberá este estado de ceguera visual y mental
de los grupos dirigentes políticos y especialmente los sociales?
Habría de apartarse, desde luego, la llamada mala fe, aquel mal instinto que se les supone muchas veces,
considerándolos como una especie de aves de rapiña dispuestas a chupar la sangre de las clases oprimidas.
Cierto que habrá individuos de una mala calaña moral. ¿Quién no conoce alguno? Pero seguramente que no son sí la
mayor parte de aquellos dirigentes. Por una parte sería demasiada maldad aquella que produce en el mundo tantos
estragos. Se trataría de una especie de abanderados del mal, dispuestos a ejercer de diablos por los caminos del
mundo. Aves negras, predestinadas a la maldad, por los cuales ha dicho el filósofo: “homo homini lupus”. Y
esto sólo es posible tratándose de individuos y pequeños grupos, no de la totalidad de grandes grupos dirigentes.
Si se tratara de mala voluntad, causada por un egoísmo extraordinario, no caerían esos dirigentes en el abismo donde las
primeras víctimas son ellos. Porque es indudable que ellos son los que van a desaparecer, y que no es esto lo que ellos
se proponen, sino todo lo contrario.
Hay, además, una ingenuidad en sus maneras tan pueril y pintoresca, que no es posible que sea voluntaria. Lo
voluntario es menos sencillo, menos a la vista, más complejo, más astuto.
Finalmente, se ve bien que más se trata de ignorancia y falta de capacidad que no de mala fe y de honda inmoralidad.
Pero ignorancia originariamente voluntaria, en el sentido de que, si es originada por los gases intestinales, ellos son los
que voluntariamente se han acercado a las ollas de Camacho y voluntariamente se han colocado en la actitud de la
serpiente que se adormece para poder digerir.
13.Esto nos ha de colocar en una actitud toda ella ajena al odio, ala desesperación y al pesimismo.
No pueden esas incomprensiones y nula precisión, esas contradicciones que constituyen la urdimbre sobre la cual se eje
la historia actual, engendrar en un espíritu ecuánime que las contemple odios ni repugnancias. Es una ley fatal, si se
apoya sobre el sensualismo integral de los que dirigen confundiéndolo todo, tiene su parte de providencialismo, con una
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especie de Mano oculta que presiona y dementa.
No cabe desesperación por esa fatalidad incomprensiva, porque se sabe bien que para fines de progreso existe. Y que
ello significa nada menos que la aurora de un advenimiento nuevo en los fastos de la historia.
No es lógico el pesimismo y la crítica negativa, cuando esas confusiones elementales y esas digestiones pesadas son la
doble rueda que nos trae cosas nuevas que son precisamente las que la gente de bien anhela.
Por esto hemos afirmado siempre que estos tiempos de transición, hecatombes y ruinas son dignos de ser vividos,
presenciado y gozados. Y son pocas las generaciones que tienen la suerte de estar en presencia de fenómenos
fundamentales de cambio de Edad, que maravillan, no sólo por las ruinas y las catástrofes, sino también por el
mecanismo biológico que funciona magníficamente, ocultándose una nueva vida bajo siete capas de podredumbre y
apuntando en medio del mismo cieno la tersura de una flor.
Decíamos ayer... Hagamos propietarios a los obreros.
La SI 19/11/38 p. 8 Nueva Sección, reproduciendo artículos publicados en La Unión a partir del 22/06/22. Este proviene de
fecha 30/06/22
“Ese gigante del pensamiento que es San Agustín, estudiando en una obra famosa, las terribles desgracias que
cayeron sobre el mundo romano a consecuencia de la irrupción de los bárbaros, sostiene la teoría -que luego ha
comprobado la filosofía de la historia- según la cual, las grandes catástrofes sociales son hecatombes que Dios permite
para purificar a la humanidad de sus groserías.
Según el gran sabio, movimientos del carácter del Maximalismo son instrumentos providenciales para enderezar las
rutas extraviadas del hombre. Cuando el mundo, voluntariamente, no realiza su deber, le obliga a realizarlo a la fuerza, y
a costa de los responsables, una catástrofe cualquiera.
... Sería juiciosa cosa que el mundo antes de llegar a la generalización de la propiedad por el terrible y dantesco sistema
ruso, llegase a ella por convicción y amor al pobre. Es esta la pequeña lección de cosas que se desprende de esa
calamitosa y sangrienta etapa de la Rusia de nuestros días”. (Sobre San Agustín ver también La SI 25/06/38 p. 1)
En La SI 28/01/39 p.7, en crónica intitulada "Ante una fecha alemana. Necesidad de estudiar objetivamente" declaró:
"Hemos sido los primeros tal vez que hemos hablado de un 'cambio de Edad` histórica"
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