Guerra 1939 42 07 04

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Guerra 1939 42 07 04
Rommel ante la Esfinge. La guerra en África La SI 04/07/42 p. 1-4
Cayó Sebastopol. En el frente ruso La SI 04/07/42 p. 4-5
Mr Churchill y el 2º Frente Psicológico La SI 04/07/42 p. 5-6
Rommel ante la Esfinge. La guerra en África
La SI 04/07/42 p. 1-4
a) Es un espectáculo que satisface plenamente. Decid, si no: llega a Bir el Hacheim. Se para. Echa una mirada
alrededor, y se planta en Ain el Ghazala. Pide un vaso de agua, se seca la frente, da un salto hacia el Oriente y agarra
Tobruk. Se sienta unos segundos sobre las ruinas, clava su vista ávida en las lejanías, echa a andar, y no para hasta la
frontera, un pie en Sollum, otro en Halfaya. Saca el reloj y piensa un minuto. Cuando lo repone en el bolsillo, está en
Sidi Barrani. Pero ese galgo de Rommel no conoce aquello de “y el séptimo descansarás”. Apenas
pronunciada la frase, cae como pluma leve –como el plomo aplastador- sobre la mersa de Matruh, allá en las
riberas mismas del Infierno. Pero no cae en él, sino que avanza de nuevo, los tanques jadeantes lanzando fuego, la
infantería barbuda tragando arenas y victorias, las águilas de acero sonriendo socarronamente ante la hinchada
fachandería de esos que llaman fortalezas volantes, y que realmente vuelan como gigantazos asustando a los párvulos
de los rases, las mersas y los oasis de aquella tierra de fuego.
Es el simún. Había soldados procedentes de los brumosos y plácidos Grampianes, o de las luminosas praderas
griegas, que debían anhelar irse a la guerra egipcia para conocer siquiera ese gigantazo de la atmósfera que es el simún.
De australianos se cuenta que se alistaron voluntariamente por el solo motivo de correr mundo, y, una vez en esos
desiertos amenazadores, conocer el simún y sus efectos. Y lo han conseguido. Porque ese ejército que avanza a
trancos largos incontenibles es el simún.
Con razón decía este día un analfabeto de un gran diario británico ante las acciones actuales, que habían pasado los
tiempos de las “ofensivas relámpago”. No negará, ante el magnífico espectáculo egipcio, que, por lo
menos, no han pasado los tiempos de la ofensiva simún, montando ese brujo de Rommel sobre las ancas briosas de
sus concepciones bélicas.
Además de espectáculo y fuerza, elegancia. Rommel se mueve con el mismo sereno y seguro gesto con que un
jugador consumado dispone sus fichas y sus figuras. El conoce los imperativos de la geografía africana, así como de la
manera de ser de sus adversarios. El conoce, también, que para sus soldados no hay imperativos ni geográficos ni
psicológicos. El calcula con exactitud de teorema. El dispone con seguridad de ingeniero que monta la máquina. El
insufla su pensamiento en ese colosal y complejo organismo que tiene en la mano. Y, ya está. Cuando quiere rodear,
rodea. Cuando quiere empujar, empuja. Cuando tragar desiertos, traga desiertos. Y bajo el manto paradojal de los
turbiones de arena, y bajo ese sol incompasivo que está acostumbrado a agotar, marchan las columnas impávidas
como enormes organismos con paso preciso en el espacio, en el tiempo y en la mete de cada uno.
Y ¡con qué elegancia sabe callar! ¡Cómo magnánimamente abandona las infinitas victorias retóricas a las ansias de sus
enemigos! ¡Cómo no los contradice, no los hace quedar mal, no tiene interés en negar sus numerosas leyendas de
triunfos penosamente ganados desde esa idiota-micro-cosa que es la radio! El no se ceba. Le basta ganar las batallas
de tanques, eliminar aviones de acero, andar hasta donde le da la gana, mientras los otros, requiriendo fieramente la
espada lingual, amontonan sobre su vida de eterna retaguardia haces triunfos.
No es raro que los grandes diarios de Londres hablen de ese brujo con temblante admiración. Que lo llamen el Napoleón
del Desierto. Que pidan, ante su genial manera, un general ruso y aún sería mejor varios generales rusos. Hace días,
más de un mes, que seriamente exponíamos la necesidad de que los aliados pusiesen rusos al frente de las tropas
británicas y norteamericanas. ¡Se enojaron tantos! Creían que nos cebábamos. Y es ahora un diputado que presenta
una moción en el parlamento británico pidiendo exactamente lo mismo. Porque ese Rommel revolucionario es capaz de
vencer, no ya las arenas y las sombras que sobre ellas deambulan, sino hasta aquel puntillo británico-norteamericano
de querer ser lo mejor y no necesitar de nadie.
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Volvamos al principio y cojamos a esas tropas maravillosas en el mismo punto donde las dejábamos en la crónica
anterior, cuando recién acababan de asaltar en horas la plaza invencible, inconquistable, etc. etc. de Tobruk,
marchando sin respirar siquiera hacia la frontera egipcia. Y aquí habían de detenerse, según los diarios ingleses y los
muy vivos corresponsales norteamericanos. Porque, aquí si que había una línea fortificada de verdad, que, comenzando
en
esa Sollum en la cual los italianos supieron agarrarse a las arenas durante tantas semanas, pasa por el desfiladero
bochornoso de Halfaya, uno de los mejores puntos fortificados del desierto, Capuzzo y Magdalena. Es ésta una de las
pocas líneas continuas existentes en el África, apoyada sobre cerros. Y aquí nos anunciaron los aliados que iban a tomar
posesiones y resistir reciamente.
Tanto como eran naturales esos anuncios, porque respondían a la verdad de esa línea fortificada (además ahora
completada por algo moderno), fueron absurdas las realidades. Nadie resistía en esta línea. Toda ella sobrepasada
fácilmente, sin un solo inglés o valiente sudafricano que intentara, al llegar a ella, girar la cabeza siquiera. Eran
encargadas dos brigadas hindúes –los tradicionales “los otros”- para la protección de la retirada del
resto de las fuerzas. Y aquí caían la casi totalidad de esos infelices que habían tenido el raro humor de salir de su patria a
sacar las castañas del fuego para los opresores de su pueblo.
Esa línea fronteriza, por lo mismo, no ha representado un ¡alto! siquiera en esa arrancada, que será famosa por su
rapidez. No paraban los aliados -los restos de ese maltrecho 8º Ejército- hasta Sidi Barrani, ese pequeño pueblo en el
cual (como puede recordar el lector por mapas de los dos últimos números) se inicia la tercera línea defensiva, que,
con ciertos intervalos, no acaba hasta el oasis de Giarabub.
Pasarla, fue cosa de llegar y hacer. Caída Barrani, se encuentran los soldados del Eje ante la 4ª y última Línea defensiva
antes de llegar al Nilo. Nadie suponía, seguramente ni los mismos tácticos del Eje, que sería en horas ella también
traspasada, como si se tratase de obstáculos pueriles. Tenemos interés en señalar algo concerniente a esta Línea,
para que se patentice más, no solo la previsión de los que la construyeron, sino también el estado de desmoralización a
que han llegado las fuerzas que en ella no intentaban resistir siquiera.
En el mapa de la portada viene pintada la dirección de esta línea, por medio de sucesiones de línea -4 puntitos
–línea- 4 puntitos, etc. Comienza la línea en el mar, Mersa Matruh, la ahora famosa plaza, donde constantemente,
aún en días de paz, una fuerte guarnición militar está estacionada. Toma inmediatamente la dirección sudoeste, hasta
tocar al Infierno, que así se llama una extensa y honda depresión del suelo, al norte de Kara, en forma de un enorme
caldero alargado, de más de cien metros de profundidad. En el reverberan de tal modo los rayos solares, que no es
prácticamente vadeable y menos por numerosas fuerzas que deban luchar. Y esta sí que es una terrible e infranqueable
Línea natural, contra la cual serían inútiles todos los ataques.
Esta 4ª Línea bordea este abismo en su punta occidental y llega a Siwa, el oasis más notable de todo el Egipto interior,
con abundante vegetación para apoyar el fin de la Línea, y, lo que es mejor, con agua en cantidades inagotables. Aquí hay
otra guarnición militar permanente, bajo cuya supervigilancia están los innumerables fortines, blockauses, nidos de
ametralladoras y demás puntos de resistencia y continuidad de la Línea. Abundante artillería fija y móvil guarecen la
muralla, así como varios campos de aviación, los dos principales en los dos extremos de la Línea.
Desde que los rusos demostraron la utilidad de los campos de minas terrestres, el Comando inglés los adoptaba sin
pensar más allá. Habría sido lógico cavilar acerca de que la probabilidad de que el Eje buscaría la manera fácil de
eliminarlos en las próximas campañas. No son los Comandos aliados, ágiles y meditadores. Lo bueno de hoy es lo
inútil de mañana. Esta máxima se le acude a cualquier soldado vivaz. No les acudía a los Cunningham, los Ritchie, los
Auchinleck. Y se creían tan terriblemente, gigantescamente, invenciblemente protegidos detrás de los tres campos de
minas de Tobruk, Sollum y Matruch, que dieron la cosa por cierta y resuelta. Y ahora todo son lamentaciones a la
fatalidad –esa palabra que los aliados usan demasiado, creyendo supersticiosamente en ella- como ese oficial
caído prisionero, según el cual “no puedo todavía volver de mi asombro al pensar como han podido los soldados
del Eje atravesar sencillamente y sin pérdidas un campo minado tan densamente, que no había una cuarta sin minas; y
tan ampliamente, que las fajas minadas abarcaban más de 40 kilómetros de largo por unos 10 de anchura”.
Pero lo asombroso de esta campaña es que Rommel haya podido repetir por tres veces –ante Tobruk, ante Sidi
Barrani y ante Matruh- exactamente la misma maniobra, sin que
anticipadamente el Comando inglés tuviese la capacidad de contrarrestarla. En el mapa de la portada del número
anterior grafiábamos la maniobra del Eje ante Tobruk. Bastará que nuestros lectores la trasladen por el método de
superposición, a los campos de Barrani y Matruh, para que quede explicada la forma verdaderamente recia y lógica, pero
previsible, como Rommel arrollaba a los aliados en estas nuevas plazas. Conceptuamos inútil añadir un nuevo mapa.
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Por el oeste, la infantería blindada italiana, procedente de Barrani, atacaba (siguiendo la línea del ferrocarril costero:
véase el mapa de la portada) la parte oeste de Matruh. Mientras esas tropas marcaban el paso limpiando el terreno, dos
divisiones de tanques germanos se dirigían al sur de la ciudad y allí derrotaban, en el borde mismo del Infierno, a los
tanques británicos. Obtenido este triunfo, daban los vencedores media vuelta a su izquierda dirigiéndose hacia la
costa, por el este de Matruh. Al ver esta maniobra de cerco, pudieron arrancar parte de las tropas que iban a quedar
sitiadas. Seis mil no acertaron a hacerlo, cayendo prisioneros al ser asaltada la plaza. Exactamente lo mismo acaecido
en Tobruk y en Barrani.
Sin un minuto de descanso, las enfilan los vencedores hacia el oriente, persiguiendo a los derrotados. Y en estos
instantes –miércoles- los hacemos sin duda alguna ya a mitad del camino que se interpone entre Marsa Matruh y
Alejandría.
b) Antes de someramente ver las causas y los efectos de esas derrotas, queremos llamar la atención –aunque sea
solo indicativamente- sobre la relación de estas arenas en los desiertos líbicos y las necesidades bélicas chilenas.
La mitad del suelo chileno (extremo norte, extremo sud) tienen la misma configuración geográfica (desiertos) y geológica
(falta de agua) de esos arenales africanos. No vamos a discutir si son probables en América guerras o no son. Pero,
refiriéndose a las instituciones armadas, toda su razón de ser se apoya sobre la posibilidad de guerras.
No solo Chile, envolviendo este concepto una eficaz defensa patria, que podría incluirse dentro del binomio
“montaña abrupta + desierto extremado”. También, en igualdad de condiciones, otros países,
especialmente Perú y Bolivia, constituidos en buena parte por inmensas llanuras desérticas, sean costeras, sean
altiplánicas. Y, si militarmente echamos una ojeada sobre la pampa argentina y las grandes llanuras patagónicas, la
mayor parte de estas características se encontrarán también en ellas.
Está tan desacreditado ya el medio Maniobra, que solo en caso de no hallarse otra cosa para la instrucción del oficial y
del jefe puede ahora defenderse. Alemania e Italia probaron “in vivo” sus métodos y formaron su
oficialidad en España, Abisinia, Polonia y Noruega. de lo cual deducimos un corolario, por lo demás a la vista: que si
los países en paz necesitarán entrenar por todos aquellos medios maniobreros que la necesidad y la falta de otros más
eficaces aconsejan, no sería cuerdo –por éste o aquél motivo, ajeno al oficio militar mismo- dejar de intentar la
formación de algunos jefes y oficiales en el ambiente moldeador de una verdadera guerra.
En estos últimos tiempos hemos leído que algunos ejércitos americanos han destacado jefes y oficiales en el sector
aliado de la guerra. Es una excelente orientación, aunque en su aplicación muy desgraciada. Hasta nuestro amigo Pero
Grullo sabe que una cosa es entrenarse en medio de los eternos perdedores, andantes en perpetua equivocación, y otra
estar viviendo –digo: viviendo, que no, viendo- las realizaciones perfectas de ese as de la estrategia del desierto
que es Rommel.
c) Habríamos de repetir aquí, al querer buscar las causas de esas derrotas fulminantes, las mismas condiciones
alineadas en el número anterior. No rehagamos lo ya hecho. Pero interesa añadir dos consideraciones aleccionadoras.
Primero, la impermeabilidad absoluta, cabal, del Comando aliado, no ya a los dictados de la ciencia más elemental
asequible a un mediano cerebro, sino también –y es esto lo más inexplicable y grave, a las más claras
lecciones de la experiencia. Es un Comando, no solo huérfano de conocimientos, sino falta de aquella presencia de
ánimo que hace que un general derrotado sepa “sur le champ” corregir sus errores, sacar ventajas de
cada momento, acomodar “cada minuto de comandar” al “cada minuto objetivo”, cambiar
sabiamente peones y figuras
para la sorpresa del contrario, y –por encima de todo- saber adivinar (conociendo las maneras del que tiene la
ofensiva) cuál será el desarrollo del plan con que intenta vencernos.
Es un Comando materialista y, por lo mismo, destinado a ser vencido. Un Comando que cree de buena fe en los
tanques Grant norteamericanos, reservándose luego el derecho de decir que se trata de mamotretos inservibles; en la
superioridad, no ya en el número de aviones, sino -¡oh santa y peligrosa puerilidad!- en la eficacia del mayor volumen
de los aparatos, como esas fantasías –fantasías- de fortalezas volantes fracasadas en Birmania, Sebastopol y
Libia; en ser mayor o menor el número de soldados, aunque se trate de desechos inorgánicos barridos de todas las
razas en disolución; en que los campos de minas sean más o menos amplios y densos…en desprecio absoluto pagable luego en ingentes derrotas- de la calidad, el cerebro, el alma y la psicología.
Todo materialismo, sea cual sea el campo a que se aplique, está destinado siempre a ser derrotado. Y en el campo
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militar más que en otra parte, porque son dos chispas –la cerebral y la del heroísmo- las que dominan cual
juguete todo el inmenso aparato de la materia, sea cual sea su volumen. Los pueblos de habla inglesa se vantan de
tener “más”. Y es precisamente ese vocablo, símbolo del materialismo más agudo y fofo, el que va a
derrotarlos constantemente, en manos y a las órdenes –como el oso amaestrado en manos de un niño- de la
llama poderosa que brilla sobre las frentes de un Comando ágil de alma y de un soldado que sabe –también élser su propio Comando en cada instante creando situaciones nuevas.
Este último concepto viene a ser una de las lecciones más interesantes de esta guerra. Todo ejército materialista
actúa mecánicamente, según normas prefijadas y ciegamente. La obediencia, en este caso, quiere decir ejecución
ciega, y no “ejecución con libertad de iniciativa –cada brigada, cada regimiento dentro de la brigada, cada
batallón dentro del regimiento, cada Compañía dentro del batallón, cada sección dentro de la Compañía, cada soldado
dentro de su sección- realizando en cada instante lo que la Objetividad y la Iniciativa en conjunción aconsejan
variablemente, en constante obediencia dentro del plan superior y en constante iniciativa variable dentro del plano
inferior.
De la lectura de los interminables y latosos Comunicados y comentarios aliados (demasiada charlatanería para tan
escasos resultados) se desprende ese materialismo ejecutivo, falto de iniciativa de todos, desde el Comando superior,
que no llega a entender la ecuación que en sus mismas narices le está planteando Rommel, hasta cada una de las
unidades y subunidades. No han aprendido ni Objetividad ni Psicología. No conocen la realidad de cada instante ni la
manera de ser contrario, para poder llevarlo a donde nos convenga. Hay una ejecución material y muerta.
De aquí el pánico. Ese pánico que acompaña constantemente a esos infelices ejércitos vencidos. Militarmente
hablando, no hemos encontrado suficientemente explicada, ni aún en grandes autores, esa cosa terrible que se llama
pánico en plena acción. Podríase decir que, aparte casos excepcionales, viene de esto: de que, operándose
materialistamente y en ejecución ciega, el jefe y el soldado ven en un instante determinado que lo que están ejecutando
ya no encaja con la nueva realidad, porque han variado las circunstancias. Y se está en la situación de uno que,
perseguido por asesinos, ha de escapar por una puerta cuya llave ha equivocado. Se produce entonces un desconcierto
interior, una inadecuación entre “lo que es” y “lo que se necesita que sea”. Situación semejante
a la de un alienado que intentara colocarse muy erguido entre Quillota y el mes de Agosto. El pánico, es decir, el
desconcierto interior, al cual siguen el desconcierto exterior y la derrota, es la consecuencia de ese estado de
inadecuación entre la realidad y la necesidad. Falta de adecuación que procede de la falta de alma del Comando, y
también, dentro de cada unidad o grupo, del que lo dirige.
Y no exceptuamos al mismo soldado, que ha de ser el Comando de sí mismo dentro de la unidad obediencial de su
grupo. En otra ocasión, un mes atrás, proponíamos que el Comando aliado fuese dirigido por generales rusos, idea en
que conviene ciertos diputados británicos. No hay que perder de vista que la idea es un si es no es discutible. Porque
sería absolutamente incompleta. Sería como si en un binomio de dos miembros equivocados, se quisiera restablecer la
objetividad y hallar la solución restituyéndole solamente uno de los dos sumandos verdaderos.
No bastaría reemplazar a Auchinleck por Timochenko, por ejemplo. Se necesitaría que fuesen substituidos, a su vez, los
soldados. Que esos materializados soldados aliados desapareciesen, para aparecer en su lugar otros, sobre cuya frente
brillase una pequeña llama. Porque ¿de qué servirían las maravillosas órdenes del supremo Comando si, en vez de
transformarse en carne viva en la persona de cada jefe, cada oficial y cada soldado, fuesen recibidas como cosa muerta
que pasa a “amueblar” decorativamente la persona de los comandados? Tal sería pretender que nos
alimentáramos pegando grandes trozos de carne sobre nuestra piel.
d) ¿Qué camino seguirá Rommel después de esas victorias espectaculares?
Cuando los lectores reciban esta crónica el problema quedará aclarado. Sin embargo, séanos permitido apuntar lo que
parece lógico, mirada de lejos la situación, pero con el conocimiento de la geografía del lugar y de la manera de ser de
ambos combatientes.
Antes de tirar para adelante, hay que ir a la conquista inmediata del oasis de Siwa, para asegurar el ala derecha del Eje.
El general Auchinleck, que ha sustituido a Richtie en el Comando del ejército, ha cometido su primer error formando sin
elementos una línea –hecha de prisa y sin bases- desde la costa hasta el Infierno. Son casi 80 Km. de desarrollo,
y es imposible que los restos –además desmoralizados- del 8º ejército, sostengan ni dos horas una defensa que
no es tal. No ha comprendido que en el desierto todo es móvil. Y no ha pensado que lo que él supone (el Infierno es
infranqueable) no tiene asidero alguno. Fuerzas alemanas volarán hacia Siwa (véase el mapa 1) y, una vez
adueñadas del oasis y sus aguas, bordearán el Infierno por el sur para coger a Auchinleck –si no ha arrancado
todavía- por su retaguardia. Y estaríamos otra vez en la misma maniobra de Rommel –incomprendida por clara
que ella sea. Y si se tratase de atravesar el mismo Infierno sin bordearlo ¿quién nos certifica de que no lo harían, a
pesar de todo, esos caballeros de la arenas y del calor que se han mostrado los soldados del Eje?.
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Un avance sobre el delta sin tener en la mano Siwa sería una operación demasiado expuesta. El flanco derecho alemán
quedaría en descubierto. Y, si el peligro, en estas circunstancias, no sería grave, no deja un solo hilo al azar en su tejido
perfecto. Podemos dar por lo mismo, como realizada una expedición a ese oasis y considerarlo como conquistado.
Antes de pasar adelante, conviene tener idea exacta de lo que quiere decir la palabra Egipto, no en las apariencias
geográficas del mapa ni en las cosas internacionales, sino en la realidad viva, tanto desde el punto de vista económico
como militar. Egipto es el valle del Nilo, en una extensión no mayor de unos 30 Km. por lado, a todo lo largo de él. Aquí
viven sus 16 millones de habitantes, a las ubres nunca agotadas de ese río fantástico, que desciende de las alturas
misteriosas del África central. “Egipto es un presente del Nilo”, decían los geógrafos griegos, tres milenios
ha. Y así es. No solo todos viven de ese río y de su fecundidad temporaria, sino que todos viven sobre sus aguas
fecundadoras, las ciudades levantadas a la vera de sus aguas tranquilas y los hogares ritmando su vida al compás de
su corriente.
Fuera de las aguas fluviales no hay nada. Una docena de oasis, que, si no sirven directamente a la economía nacional,
sirven para las comunicaciones internacionales, los oasis postas para las caravanas. Uno de ellos, ese oasis de Siwa,
en el cual habían levantado los viejos egipcios de los días dorados de Tut Anj Amón, un altar al dios presidente del cielo
egipcio.
Si los soldados del Eje se apoderan de Siwa, (y lo necesitan para no dejar descubierto su flanco derecho), no hay que
pensar ya más que en la costa mediterránea y la corriente del gran río. Quien dice Costa mediterránea dice Alejandría.
Quien dice corriente del gran río dice El Cairo.
Si una columna destacada de Rommel se corre a Siwa ¿hacia dónde se dirigirá ahora la columna capital? ¿Se
detendrá en pleno desierto muy inverosímilmente, para organizar nuevamente las fuerzas? De no ¿se dirigirá por la
costa hacia Alejandría, o, más al interior, hacia El Cairo, o, las dos cosas a la vez? Faltan pocas horas para que el
mundo se percate de cuál es el intento del general alemán.
Sin embargo, sea como sea esa nueva ofensiva del Eje ya en pleno Egipto, piénsese que todo ha sido atentamente
preparado para una derivación en la retaguardia del campo de batalla.
De lejos preveía Rommel no solo destrucción del 8º ejército, sino la imprescindible necesidad de trasladar el 9º (que
vivaqueaba en Siria y Palestina) a las márgenes del Nilo. Esos países del cercano Oriente quedan así poco menos que
desguarnecidos, y además siempre a punto de estallar la inquina popular contra sus opresores democráticos. Quiere
decir que sería llegada la hora de operaciones del Eje en ellos, en cuya preparación habrán intervenido, seguramente, el
Gran Mufti de Jerusalén y el exjefe del Gobierno iraqués, que han estado estos días conferenciando secreta y
largamente con Hitler y Mussolini.
¿Se trataría, según eso, de una doble embestida contra el canal de Suez, realizada por los héroes de Rommel por
occidente, y por quién sabe qué fuerzas podrían aparecer por el lado oriental, desde Palestina y Siria?
En tanto esto se va gestando, vuelan los soldados del Eje hacia Oriente, ansiosos de visitar esa Alejandría famosa del
extremo delta y de dar pequeños paseos Nilo arriba o Rojo abajo. Tiemblan los buques de guerra británicos sitos en
Alejandría, que no han dado fe de vida durante esas terribles derrotas. Huyen los egipcios del delta, para no estar
envueltos en la maquinaria bélica, mientras los universitarios y la juventud afinan su dedos para obtener la
independencia del país. Y, mientras el Comando aliado está discutiendo adonde se retirará, si arrasará con todo en su
huida, etc. etc. (todos problemas pesimistas) Rommel camina camino de las pirámides donde la Esfinge sagrada lo
espera para que le descifre gallardamente su última amenazadora pregunta. Porque, cuando se ha vencido al desierto,
se puede vencer también a la Esfinge.
Cayó Sebastopol. En el frente ruso
La SI 04/07/42 p. 4-5
Tres palabras sintetizan los acontecimientos de esta semana en ese largo campo de batalla: Sebastopol, Kursk y
Wolchov
a) Sebastopol es plaza reconquistada. En la madurez de las cosas, como en la de las frutas, hay un instante en que
puede decirse que está en su punto. Todo lo demás carece de importancia. Se puede esperar que la fruta caiga por sí
sola. Esto nada añade a su maturidad.
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En las cosas bélicas pasa exactamente lo mismo. En los asaltos, en los cercos, en las batallas hay un instante en que
la acción llega a su madurez. El resto –puede durar mucho: hay agonías muy largas- carece de importancia.
Sebastopol ha caído. Y no hay más que hablar de la ciudad, como no sea para poner frente a frente la inquebrantable
voluntad alemana y la inquebrantable resistencia bolchevique. Esos son soldados.
Sin embargo, un cerebro ágil plantearía dos problemas, a cual más interesante, con ocasión de ese Sebastopol mártir,
pero que resucitará muy pronto de entre los muertos. Uno, la del valor llevado al sacrificio estéril, al parecer al menos;
otro, el de los Comisarios civiles vigilantes de la actuación del soldado en cuanto a sacrificarse estérilmente. En ciencia
militar –que no es, solo, de instrumental actuante, sino también de altos principios morales- son éstos dos
problemas de alta actualidad.
Sebastopol ha caído sin remedio. ¿Es lógico que varios miles de hombres se resistan en sus cuevas, sin posibilidad
alguna de salir vivos y menos de alcanzar victoria? ¿Hay que llevar el espíritu de sacrificio hasta los campos yermos de
la esterilidad?
No se trata –suicidas japoneses- de que la muerte de uno puede representar el hundimiento de un acorazado
enemigo. Tampoco se trata de aquel espíritu de sacrificio de una brigada que, para salvar a los que huyen, escalona a la
retaguardia pequeñas ofensivas protectoras. Tampoco se trata de Prat y sus héroes, cuando un abordaje feliz podía dar
la victoria a esos bravos que son los marineros chilenos, científicamente dirigida la valentía natural del roto. Se habla del
caso de Sebastopol, cuando, hecha la ciudad y sus alrededores un montón de ruinas, rumanos y germanos en las
crestas de sus alrededores, la aviación enemiga dueña del cielo y sin aviones propios, no hay la menor esperanza de
poder rehacerse y el sacrificio de las vidas no tira, por ningún lado, a nada útil. Los moralistas incluirían esto en la lista
de suicidios. Los más austeros jefes nada objetarían a una rendición de caballeros.
No se ve qué cosa esperan los gobernantes rusos de esa política de matarse sin objetivo. No hemos escatimado elogios
a ese soldado valiente, y menos a ese Comando inteligente y sereno. Pero no alcanzamos, ni por atisbo, a ver qué se
persigue con esa política de eliminación de rusos por los rusos mismos.
Menos, todavía, comprendemos la institución del Comisariato desde este punto de vista de vigilar esos métodos suicidas
de soldados y oficiales. Es posible que haya alguna razón. No la alcanzamos. Y añadiríamos: o va directo a la muerte el
soldado ruso, con la sonrisa en los labios, o nada sacan con apuntarle el revolver si se echa para atrás. La moral del
soldado no germina con salitre de tiros.
Problemas graves, que ponen sobre el tapete estos últimos momentos de la agonía de Sebastopol. Su caída definitiva
representará para los rusos la pérdida del mar Negro, que es el ante-vestíbulo del Cáucaso, sus petróleos y sus
caminos, tenientes del Golfo Pérsico, por los cuales buena parte del material aliado va a las manos de los rusos del
Cáucaso y la Ucrania.
b) En el centro de la línea rusa de combate han tenido lugar esa semana dos movimientos de interés extraordinario en el
sentido de rectificación de líneas y de preparación de actividades de mayor envergadura. En Izum y en Kursk.
Después de la terrible contraofensiva del Eje en los alrededores de Kharkov, que desmenuzaba a tres ejércitos rusos
–noticia todavía no conocida en Gran Bretaña ni Estados Unidos, a pesar de ser vieja de dos meses- se iniciaban
dos operaciones suplementarias de limpieza y rectificación de líneas. La del norte tenía lugar semanas atrás, quedando
libre la zona de Bielgorod. En el sud esta semana, después de enérgicos esfuerzos, los ejércitos alemanes avanzaban
más allá del Donetz, conquistaban Yzium, enfilaban río Oskol arriba, tomaban la ciudad de Kiupansk, dominaban toda
esta zona, necesaria para atacar el Don y avanzar hacia el oriente ruso (mapa 4).
Realizada esta operación, inmediatamente se iniciaba una segunda ofensiva local algo más arriba, en los alrededores de
Kursk, que está en pleno desarrollo. Todo hace pensar en tanteos y reconocimientos para algo de mayor envergadura.
c) En el extremo norte, riberas del río Wolchow, que desemboca cerca de Leningrado, se ha terminado la operación
consistente en rodear y copar a unos 40.000 rusos que, durante el invierno, con esperanzas de poder avanzar hacia
poniente, se habían enredado en las pantanosas tierras de ese río. Al ver que no podían avanzar, podían haberse corrido
hacia el este. Permanecieron en esos bosques pestíferos, donde los encontraban los deshielos, que tienen lugar en
estas alturas desde mediados de Junio. Coincidía con los deshielos un movimiento de tropas germanas cercando a los
rusos, que caían ahora en manos de los soldados del Eje en número de 38.000.
Esta operación, así como tras de menor envergadura, no son sino presagios de algo más importante, que no puede
tardar en ser iniciado. El verano ruso comienza esta primera quincena de Junio. La Ofensiva de Primavera, de que tanto
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nos hablaban ciertas agencias aliadas, había de tomar la forma de Ofensiva de Verano. Rommel está avanzando en
África, y su marcha no es más que una pinza de algo organizado, todas las piezas mutuamente auxiliándose, con un
solo y único fin.
Mr Churchill y el 2º Frente Psicológico
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Los que caigan en la red de esa enorme algarabía promovida alrededor de Mr. Churchill y de sus continuados y terribles
disparates, es que no habrán tenido en cuenta algo que es exactamente objetivo y que, sin embargo, muchos no ven.
Antes de sacar conclusiones hay que atenerse a esas condiciones objetivas elementales.
a) Ante todo, algo hay en la política británica tan evidente como los fracasos del jefe del Gobierno: la imposibilidad de
ser reemplazado. Todo es relativo en el mundo. Y la incapacidad, por acentuada que sea en un personaje, puede
parecer capacidad y ventaja, ante la incapacidad mayor de los que habrían de ocupar su puesto.
Los que hablaban del posible derribo de Mr. Churchill nadaban en un mar de vaguedades cuando pasaban al corolario
inevitable de “quien debiera sucederle”. Mr. Eden es una pequeña parodia de Churchill, que lo ha
manejado como le ha dado la gana y lo ha llevado de la oreja donde le ha convenido.
En Gran Bretaña no hay más que dos hombres –queremos decir, su supone, entre los conocidos- que podrían
tomar en sus manos bravas el timón del Gobierno: uno, ya muy viejo, que es odiado por todos los acaparadores de la
política británica: Lloyd George. Otro, relativamente joven, que tiene enormes enemigos a pesar de ser hebreo, a causa
de su personalidad obscurecedora de cuanto lo rodea: Hore Belisha.
El primero haría inmediatamente la paz con el Eje. Es el hombre de mañana, a pesar de sus 80 años,, si Gran Bretaña
quedase vencida. Vive fuera de la minoría que acapara la política y la economía nacional. Tiene aquella visión certera que
veinte años atrás le decía que había de reconocerse la paz de Irlanda, a pesar de la honda animadversión de una
nobleza acaparadora y fofa.
El segundo no creemos que fuese capaz de eficacia en estas horas. Se trata, desde luego, de algo nuevo y
revolucionario. Pero su calidad de judío más parece hecha para la construcción de un Imperio, como le sucedía a Disraeli,
que para enterrarlo con funerales de primera clase, pero siempre enterrarlo. Tiene, además Hore Belisha una secreta
hostilidad a la nobleza pura sangre, que ha merecido en más de una ocasión su desprecio, llamándola en ocasión
reciente “rémora para la marcha sana de Inglaterra”.
Mr. Churchill viene respaldado, por tanto, por la falta de sucesores. La política británica, como la de los días del Bajo
Imperio, ha llegado a los de la decadencia por causa de una digestión constante y lenta. Ha tragado demasiadas cosas y
ha vivido en perpetuo banquete. Ella abarca todos los círculos económicos, tragando utilidades por todos lados, mientras
un pueblo sobrio y delicado está desnutriéndose. Ella, cuan se ha tratado de los representantes laboristas, delegados
del pueblo, los ha rodeado de pingues sueldos, de regias prebendas, de adulaciones y facilidades, sentándolos
también en la mesa del banquete.
Esto ha ablandado los caracteres, ha obscurecido la razón, ha cerrado los caminos del éxito por el cual andan las
personalidades vigorosas. Churchill no tiene sucesores.
b) Tampoco podrían sucederle, de tenerlos, por causa de ese Mr. Roosevelt, que por manera tan perfecta tiene en sus
manos el porvenir de Gran Bretaña. ¿Cuáles serán los designios del Presidente norteamericano sobre Gran Bretaña
y todo lo que queda comprendido dentro de este nombre? Tenemos muchos datos, en montón que va creciendo día a día,
para exponer este problema cuando los acontecimientos lo hagan de la hora la cuestión del día. Pero, sean cuales sean
los designios rooseveltianos sobre Gran Bretaña, una cosa está fuera de toda duda: que Mr. CVhurchill es el hombre
adecuado para secundarlos.
Mr. Churchill es uno de aquellos caracteres que tiene todas las apariencias de estrenua fortaleza. No la tiene. Es
hombre dúctil, que se ahoga en las propias aguas, nadando a guisa de la voluntad norteamericana. El jefe británico ha
cedido siempre a lo que desde Washington se ha impuesto, tanto económicamente –que son cosas
fantásticamente graves- como bélica y políticamente. De ahí se recibían normas para todo. Y Mr. Churchill ha sido un
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obsecuente y dócil ejecutor, en el cual Mr. Roosevelt, salvo algunas ocasionales discrepancias pronto resueltas, ha
hallado al inglés perfecto en cuanto a atar ese país isleño a la barca norteamericana.
Siempre que Mr. Churchill se ha encontrado en dificultades políticas, reales o aparentes, ha sido un norteamericano el
que lo ha agarrado por el pescuezo salvándolo del naufragio. En circunstancias difíciles para su persona, Mr. Churchill
se va a Estados Unidos, o una alta personalidad norteamericana cae sobre Londres, recordando que Mr. Roosevelt
está altamente satisfecho de cómo lleva los negocios el jefe del Gobierno británico.
Es este uno de los fenómenos que no han de olvidar los que quieran seguir la marcha de las evoluciones mundiales. Si
los aliados ganasen la guerra, no por esto Gran Bretaña dejaría de perder el Imperio ni podrá liberarse de la
supremacía norteamericana.
Mr. Roosevelt que tiene en este caso una buena nariz, ha comprendido las necesidades norteamericanas. El sostendrá
siempre a Churchill en el supremo lugar que ocupa.
c) Hay que tener en cuenta que Gran Bretaña, como quieren hacer aparecer las agencias noticiosas, que van a su fin,
no se divide en dos campos compuestos por la mayoría de políticos y de sus secuaces por un lado, y minoría protestadora
de políticos y de sus secuaces por otro lado. Si esta cosa rara que llaman democracia los británicos lo fuese de verdad,
es muy posible que los campos se dividieran así. Pero la realidad es toda otra.
En Gran Bretaña, como en todos los países que están en una época de decadencia política, la división está entre los
políticos de toda ideología por un lado, que marchan absolutamente del brazo, juntos con las bases asambleístas de sus
respectivos partidos, y el pueblo no metido en cosas políticas directamente. De un lado, la inmensa multitud de
ciudadanos para los cuales el electoralismo no interesa más que en los precisos instantes en que han de votar. De otro
lado, todos los políticos y afiliados a casinos, sean cuales sean sus ideas, del brazo y amigos de los entretelones
políticos.
Cuando sube a la tribuna Mr. Churchill y anuncia fantásticas victorias del ejército, que se convierten en derrotas en dos
días, y los diputados de todos lados aplauden a rabiar esas declaraciones de victorias fantasiosas, no es que la masa
política británica entre en guardia, y se enoje contra Churchill, y mire de derribarlo. Es el pueblo neutro, la enorme masa
que sufre las consecuencias la que se enoja y grita y rezonga. Y entonces se da el fenómeno que engaña a tantos: son
destacados unos cuantos políticos para que aparezcan como también enojados y se pongan de parte del pueblo
amenazador. Así la política es salvada, porque “van a pedirse al jefe del Gobierno amplias explicaciones y aún a
substituirlo, si aquellas no son satisfactorias”.
Así, esas terribles campañas de los grandes diarios contra Churchill no tienen otro objetivo que hacer ver que están
con el pueblo, capeando el temporal. ¿Podrían hacer otra cosa, sabiéndose que esos diarios de los que se mueven
precisamente alrededor de Churchill y los suyos? Es la pequeña farsa de la política individualista, que sabe camuflagear
cuando conviene, levantar tempestades siempre que no hagan naufragar a los suyos, y dar la razón al pueblo que grita a
condición de que nada práctico sea hecho contra los responsables.
De ahí que la tempestad contra Mr. Churchill suscitada haya ido disminuyendo día a día, hasta quedar, en estas horas, en
absolutamente nada. Así, una vez disminuida con los días la pleamar protestaria, esos mismos diarios se encargan de
convencer al pueblo de que no hay razón para atacarlo. Y ¿no acaba de decir ahora uno de ellos que se trata de
“pequeñas faltas” del eminente jefe del Gobierno británico?
d) Mr. Churchill no es la capacidad que ofrecían algunos, pero está muy lejos de ser un tonto. Contrariamente, es un
hombre agudo y de voluntad decidida. Ello quiere decir que no se dejaría atropellar, aunque las consideraciones
anteriores no lo salvasen, por esas pequeñas pulgas de políticos que lo rodean.
Semanas tras, cuando un grupo de diputados hacían en serio bastante buklla contra él, Mr. Churchill se levantaba
filosóficamente y les decía con cierta sorna:
-Recuerden los representantes del pueblo que no representan a nadie; que no tienen poder alguno del pueblo,
terminado hace ya dos años; que está en mis manos el Decreto convocando a nuevas elecciones, tal como mandan
las disposiciones legales. Y excusado es decir que no aparecerían más por ahí, con nuevo parlamento, esos caballeros
que se me oponen.
Y aquí terminaba la comedia. Todos callaron religiosamente. Porque no se calla solamente ante el altar, ambiente de
oración cordial, sino también ante una amenaza de mudez para los que chillan. Mudez que representaría la pérdida de la
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dieta parlamentaria, que en Gran Bretaña es especialmente suculenta. ¿No decíamos hace poco que un diputado
laborista, solo por serlo, cobraba 5.000 libras por año, o sea la pequeña bicoca de 1918 pesos chilenos todos los días?
El actual parlamento británico, que no es tal parlamento, es la convivencia de los que lo forman –derechistas del
brazo de izquierditas- unidos por el convenio tácito de ir permaneciendo contra la ley en sus sillones e ir cobrando
lindamente. Y a Mr. Churchill le ha venido de perilla esa dictadura de los que cobran. Porque, en caso necesario, puede
amenazarles con echarles sobre su cabeza parlamentaria un decreto que acabe para siempre con sus patrióticos
discursos y sus más patrióticas ganga en metal sonante. s
e) Así como convienen todos los políticos británicos –todos churchillianos- en continuar cobrando dietas que no
parecen legales, convienen también en otra cosa, más importante todavía: en que Gran Bretaña no debe luchar
personalmente, sino trabajar y vender para que “los otros” luchen por ella.
Dentro de ese criterio –no luchar nunca, y menos en frente exclusivamente inglés- se puede calcular lo que
representarían las exigencias de Rusia para que se abriese un Segundo Frente dentro del año corriente, y precisamente
en Europa. Lo grave del problema era que el Gobierno ruso, cansado de ser víctima y de elogios indigestados,
presentaba la exigencia de ese Frente y de esa fecha con carácter de ultimátum, de cuya no aceptación vendría el
desistimiento bélico del pueblo ruso.
Vamos a estampar algo que parecerá crudo, pero que no está reñido con la realidad presente: Nos atreveríamos a
afirmar que las derrotas británicas en África eran, al principio, acogidas con júbilo interior por cuantos británicos,
desde Churchill para abajo, siempre han sido refractarios a abrir un Frente Europeo a base de ingleses que luchen de
verdad.
Rusia tenía en su favor la opinión norteamericana del Gobierno. Y había de ser imposible zafarse de esa doble amenazaorden: amenaza por parte de Rusia de retirarse de la guerra, y orden por parte de Washington, que quería ver cómo se
lanzaban sus primos europeos a la olla hirviente de la guerra.
Las derrotas del África fueron una brasa ardiente donde agarrarse para no dar cumplimiento a lo prometido
protocolariamente a Rusia. Comenzaban los diarios norteamericanos enemigos de Roosevelt a clamar por “la
absurda manía de abrir un nuevo frente sin elementos”. Acabaron los mismos diarios amigos del Gobierno por
afirmar que no se había de abrir un nuevo Frente, porque él quedaba ya establecido en África, por la fuerza de las
derrotas.
Agarrarse a un clavo ardiente es siempre peligroso. Si continúa el avance del Eje en África ¿no habría sido excesivo
desear derrotas para no levantar un nuevo frente? ¿No equivaldría a suicidarse para evitar ser asesinado?
Será interesante ver lo que hace Rusia, ante esa negativa a cumplir con la palabra dada y rubricada en orden a abrir un
Frente en Europa. Y de qué manera seguirán las dos plutocracias tomándoles el pelo a los bravos soldados del
Kremlin, para que continúen luchando valientemente, espléndidamente, por los que se sacrifican forjando el material
con que los rusos han de defenderlos.
f) Mr. Churchill-consecuencia de todo esto- podía presentarse al parlamento no como un acusado, sino con el látigo en
la mano. Vencido por esos bravos soldados del Eje, pero vencedor en toda la línea de sus colegas y aún de los rusos
exigentes.
Fue así como se negaba a dar explicaciones sobre cuanto le pedían amigos y enemigos. ¿Explicaciones sobre la
tragedia de Singapore? Tengo el expediente abierto, pero no quiero proporcionarlo al parlamento. ¿Detalles sobre las
hecatombes africanas? Nada tengo que decir sobre esto. ¿Algún detalle sobre la famosa estrategia de salón del jefe del
Gobierno? Los diputados nada tenían que intervenir en ello.
Es altanera esta gallardía, pero muy simpática. Churchill es un pequeño estratega, que disculpaba la pérdida de
Málaca y Singapore por la necesidad de enviar el material al África; que ahora, el África perdida, ni siquiera da
explicaciones sobre las causas de las actuales derrotas, que había él profetizado serían espectaculares victorias.
Y esa altanería venía después de una franca humillación de todos los sectores. Los conservadores se reunían, y por tres
solos votos en contra, acordaban no pedir explicaciones
siquiera a Churchill. Los laboristas se reunían, y, después de acaloradas discusiones para calmar al pueblo y simular
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enojo, acordaban, casi por unanimidad, no solo no solicitar cambios en el Gobierno, pero ni siquiera exigir una
investigación.
Churchill continúa firme. Y un crítico que estudie el problema imparcialmente tal vez dudará en si su permanencia
conviene o no conviene a los británicos; pero llega, al fin, a la conclusión de que innegablemente su permanencia en el
Gobierno conviene a los ejércitos y pueblos del Eje.
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