\Y NOTICE: Return or renew all Library Materials! The Mínimum Fee each Lost Book ie $50.00. for The person charging this material is responsible for its return to the library from which it was withdrawn on or before the Latest Date stamped below. Thett, mutilation, nary action and To renew cali and underlining of books are reasons may for discipli- reault in dismissal from the University. Telephone Center, 333-8400 UNIVERSITY OF ILLINOIS LIBRARY AT URBANA-CHAMPAIGN FEB 2 4 DEC 198! 3 t kX SI 4 v EL SOMBRERO DE TRES PICOS. ÍOÜ&*tf.L8?fcCRO¡ Es propiedad del autor. IMPRENTA DE LA BIBLIOTECA DE INSTRUCCIÓN Y RECREO Calle del Rubio, núm. 25. t EL SOMBRERO DE TEES PICOS HISTORIA VERDADERA DI UN SUCEDIDO QUE ANDA EN ROMANCES ESCRITA AHORA TAL Y COMO PASÓ POR D. PEDRO A. DE ALARCON Bachiller en Filosofía y Teología, etc., etc. MADRID CASA EDITORIAL DE MEDINA Y NAVARRO Calle del Rabio, núm. 95 ? US AJÍ I ^*<, EL AUTOR S. PREFACIO Pocos españoles, aun contando á los menos sabidos y leídos , desconocerán la historieta vulgar que sirve de fundamento á la presente obrilla. Un zafío que nanea escondida cortijada en pastor de cabras, habia salido de que naciera, fué otros se la oimos la el primero á quien nos- referir. Era el tal ano de aquellos rústicos, sin ningunas letras, pero naturalmente ladinos y bufones, que tanto papel hacen en nuestra literatura nacional con el dictado de picaros. Siempre que en la cortijada habia fiesta con motivo de una boda, de un bautizo ó de una visita de los amos tocábale á él poner los juegos de chasco y pantomima, hacer las payasadas y , 8 romances y relaciones..., y precisamente en una ocasión de estas (hace ya casi toda una vida... es decir, hace ya más de treinta y cinco años) fué cuando deslumhró y embelesó una noche nuestra inocencia (relativa) con el cuento en verso de El Corregidor y la Molinera ó sea de El Molinero y la Corregidora, que hoy ofrecerecitar los , mos nosotros al público bajo el nombre más trascendental y filosófico (pues así lo requiere la gravedad de estos tiempos) de El Sombrero de tres picos. Recordamos, por cierto, que la noche en que el pastor nos dio tan buen rato, las muchachas casaderas allí reunidas se pusieron muy coloradas, de donde sus madres dedujeron que la historia era algo verde, por lo cual pusieron ellas al pastor de oro y azul; pero el pobre Repela (así se llamaba el pastor) no se mordió la lengua y contestó en el acto que no habia por qué escandalizarse de aquel modo, pues nada se decia en su relación que no supiesen hasta las monjas y hasta las niñas de cuatro años... Y si no, vamos á ver, preguntó el cabrero; ¿qué se saca en claro de la historia de El Corregidor y la Molinera? Que los casados duermen juntos, y que á ningún , — — — marido le acomoda que otro hombre duerma con su mujer. ¡Me parece que la noticia!... respondieron las ¡Pues es veraad! madres, oyendo las carcajadas de sus hijas. La prueba de que el tio Repela tiene razón—observó en esto el padre del noes que todos los chicos y grandes vio, aquí presentes se han enterado ya de que esta noche, así que se acabe el baile, Juanete y Manolilla estrenarán esa hermosa cama de matrimonio que la tía Gabriela acaba de enseñarles á nuestras hijas para que admiren los bordados de los almohadones... Hay más,—dijo el abuelo de la novia. Hasta en el libro de la doctrina cristiana y en los sermones se habla á los niños de todas estas cosas tan naturales, al ponerlos al corriente de la larga esterilidad de nuestra señora Santa Ana de la virtud del casto José de la estratagema de Judit y de otros muchos milagros que no recuerdo ahora... Por consiguiente, señores... exclamaron ¡Nada, nada, tio Repela! valerosamente las muchachas. ¡Diga usted otra vez su relación que es muy diver- — — — — — — , , — — — , tida! muy — ¡Y —pues en hasta abuelo; decente!—continuó ella no se le el aconseja á . 10 nadie que sea malo, ni se le enseña á serlo, ni queda sin castigo — el que jVaya! ¡repítala V.! madres de lo es. — . dijeron al finias familia. El tio Repela volvió entonces á recitar el romance, y considerándolo ya todos á la luz de aquella crítica tan ingenua, hallaron que no habia pero que ponerle; lo cual equivale á decir que le concedieron las licencias necesarias. # hemos oido muchas y muy diversas versiones de aquella misma aventura de El Molinero y la Corregidora, siempre de labios de graciosos de aldea y de cortijo, por el orden del ya difunto Repela habiéndola leido además en letras de Andando los años, ; molde en diferentes romances de ciego, y hasta en el famoso Romancero del inolvidable D. Agustín Duran. El fondo del asunto es siempre idéntico tragi-cómico zumbón : , y terriblemente epigramático, como todas las lecciones dramáticas de moral de que se enamora nuestro pueblo; pero, en la forma, en el mecanismo accidental, en los procedimientos casuales, difiere mucho, muchísimo, del que relataba nuestro pastor; tanto, que ! 11 no hubiera podido recitar en la cortijada nmguna de dichas versiones, ni aun aquesin que antes se llas que corren impresas tapasen los oidos las muchachas en estado honesto, ó sin exponerse á que sus madres le sacaran los ojos. ¡A tal punto han extremado y pervertido los groseros patanes de otras provincias el caso tradicional que tan sabroso, discreto y pulcro resultaba en la versión del clásico Repela Hace, pues, mucho tiempo que concebimos el propósito de restablecer la verdad de las cosas, devolviendo á Id peregrina historia de que se trata su primitivo carácter, que nunca dudamos fuera aquel en que salia mejor librado el decoro. Ni ¿cómo dudarlo? Esta clase de relaciones, al rodar por las manos del vulgo, nunca se desnaturaliéste , zan para hacerse más bellas, delicadas y decentes, sino para estropearse y percudirse al contacto de la ordinariez y la chabaca- nería. Lo primero que hicimos con aquel intento (como se dice á nuestro querido y malo- fué cederle el asunto entre escritores) grado amigo D. José Joaquín Villanueva, que se enamoró perdidamente de él, y que tan á pedir de boca lo hubiera desempeñado 12 con aquella sana y castiza pluma que escribió las Avispas y la Franqueza. Pero, ;ay! Villanueva murió, cuando diz que apenas llevaba bosquejado el principio de una zarzuela titulada El que se fué á Sevilla... (cuyo argumento era el mismo de la presente obra), y todo se quedó en tal estado hasta el año de 1866. Regresó entonces á España, después de su larga permanencia en Méjico, el ilustre poeta D. José Zorrilla, y como llegásemos á referirle en uno de nuestros largos coloquios de El Molinero y la Corregidora, según que nos la habia legado Repela, prendóse también del asunto el popular autor de D. Juan Tenorio, é hizonos entrever la posibilidad de que lo convirtiera inmediatamente en una comedia de espadin y polvos, que ya creíamos estar saboreando desde butaca de primera fila. Pero han pasado ocho años, y Zorrilla no se ha vuelto á acordar del corregimiento ni del molino. Nosotros nos vamos haciendo la historia literarios viejos entre tanto, y podremos seguir á Redia que más descuidados tumba el Es una cosa que se ve todos los estemos. dias. Ahora se vive poco. Villanueva, Aguspela á la . tín . — Bonnat, Javier Ramírez, Becquer, Egui- 13 eran casi de nuestra edad, y ya no Hemos decidido, por están en el mundo... consiguiente, escribir nosotros mismos en laz... — nuestra humilde prosa genuina historia de El Corregidor y la Molinera, más que con la presunción de dar por realizado nuestro deseo y por concluida la tan suspirada obra, con el modesto fin de apuntar y divulgar su argumento, para que otras plumas puedan sacar de él mejor partido. ¡A no habernos quedado sin ninguna copia del romance de Repela, ó á ser nosotros hombres de más memoria, nos hubiéramos limitado á darlo á la estampa! la — Otra advertencia, y concluimos este in - digesto prefacio. Cada uno de los muchos romances que circulan por toda España , ya de boca en boca, ó ya impresos, con relación á y á la corregidora, fija escena en un pueblo distinto. linera el la mo- lugar de la El incluido en el Romancero de D. Agustín Duran (tomo n, pág. 409, sección de Cuentos vulgares) la pone en la ciudad de Arcos de la Frontera, y así es que se titula El Molinero de Arcos. : 14 Hay monopolizado por que principia de este modo los ciegos, otro, En Jerez de la Frontera Hubo un molinero honrado, etc. Nuestro insigne maestro (¿de quién no lo es?) D. Juan Eugenio Hartzenbusch, con quien hemos tenido á honra consultar acerca del particular, nos ha dicho unas coplejas verdes populares asaz y hasta coloradas que sabe de memoria (¿qué no sabrá de memoria el erudito académico?), en las cuales se hace también mención de esta última ciudad como patria del molinero. En Jerez de la Frontera Un molinero afamado... es el comienzo de primera copla. Los campesinos extremeños suelen colocar la acción en Plasencia, en Gáceres y en otras ciudades de su país. Y finalmente, en el romance de Repela no se cita pueblo alguno como teatro de los la sucesos. En situación, y considerando que Repela nació, vivió y murió en la provincia tal de Granada; que su versión parece tica y fidedigna y que aquella es , la autén- la tierra 15 que mejor conocemos nosotros nos hemos tomado la licencia de figurar que sucedió el caso en una ciudad, que no nombramos, , del antiguo reino granadino. Perdónesenos esta falta y todas las demás en que abunda la presente historia. , — EL SOMBRERO DE TRES PICOS. I. De cuándo sucedió Comenzaba vencida. —No la cosa. que ya va de este largo siglo, se sabe fijamente el año: sólo consta que era después del de 4 y antes del de 8. España don Reinaba, pues, todavía en Garlos IV de Borbon, por la gracia de Dios, según las monedas, y por un olvido ó gracia especial de Bonaparte, según los boletines franceses. —Los demás soberanos europeos descendientes de Luis perdido ya la corona (y el jefe XIV de habían ellos 2 la 18 cabeza) en deshecha borrasca que corria la esta vieja parte del mundo desde 1789. Ni' paraba aquí la singularidad en aquellos tiempos. tra patria de la revolución, gado corso, el de nues- El soldado de un oscuro abo- el hijo vencedor de Rívoli, de las Pirámides, de Marengo y de otras cien batallas acababa de ceñirse Magno y de corona de Carlo- la completamente transfigurar la Europa, creando y suprimiendo naciones, borrando fronteras, inventando dinastías, y haciendo mudar de forma, de nombre, de de costumbres y hasta de traje á los pueblos por donde pasaba con su corcel de sitio, guerra como un terremoto como Antecristo, que le llamaban las po- el tencias del Norte... — ó embargo, nues- Sin tros padres (Dios los tenga ria), lejos animado, en su santa glo- de odiarlo ó de temerle, compla- cíanse aún en ponderar sus descomunales hazañas, como si se tratase del héroe de un libro de caballería ó de cosas que sucedían en otro planeta, que les ocurriese sin ni por asomos se que pensara nunca en venir 19 por acá á intentar países. sumo) llegaba de la atrocidades que habia Alemania y otros Una vez por semana (y dos á lo hecho en Francia, mayor las el Italia, correo de Madrid á la parte de las poblaciones importantes Península, llevando siete números de Gaceta, y por ellos sabían las personas principales (suponiendo que la Gaceta hala blase del particular) más ó menos allende si existia Pirineo, el un Estado se habia si reñido una batalla en que peleasen seis ú ocho reyes y emperadores, y si Napoleón se hallaba en Milán, en Bruselas ó en Varsovia... seguían — Por lo demás, nuestros mayores viviendo á la antigua sumamente despacio, apegados española, á sus ran- cias costumbres, en paz y en gracia con su Inquisición y con sus pintoresca desigualdad ante de Dios, frailes, con su con sus la ley, y exenciones, con su carencia de toda libertad municipal ó política, privilegios, fueros gobernados simultáneamente obispos y poderosos por insignes corregidores respectivas potestades no era muy (cuyas fácil des- 20 unos y otros se metían en lo temporal y en lo eterno), y pagando diezmos, primicias, alcabalas, subsidios, limoslindar, pues nas y mandas forzosas, rentas, rentillas, capitaciones, tercias reales, gabelas, frutos y hasta cincuenta tributos más, cuya nomenclatura no viene á cuento ahora. civiles Y aquí termina todo lo historia tiene lítica que ver con el el la la presente militar y po- de aquella época; pues nuestro único objeto, al recordar lo en que mundo, ha año de que se sido trata que entonces sucedía venir á parar á que (supongamos que el de 1805) imperaba todavía en España el antiguo régimen en todas las esferas de la vida pública y particular, como si en medio de tantas novedades y trastornos el Pirineo se hubiese convertido en otra muralla de la China. II. De como En vivia entonces la gente. Andalucía, por ejemplo (pues precisa- mente aconteció en una ciudad de Andalucía lo que vais á oir), las personas de suposición continuaban levantándose yendo á la catedral á muy temprano, misa de prima, aun- que no fuese diá de precepto; almorzando á las nueve un huevo frito chocolate con picatostes; á dos de la tarde habia caza, y miendo la si siesta seando luego por y una jicara de comiendo de una puchero y principio, si no, puchero sólo; durdespués de el campo; comer; pa- yendo al ro- III. Do ut En la des. aquel tiempo, pues, habia ciudad de *** (perteneciente Granada, y al cerca de reino de cabeza de corregimiento) un magnífico molino harinero (que ya no existe), la situado como á un cuarto de legua de población, en un delicioso paraje, entre una colina poblada de guindos y cerezos y una fértilísima huerta que servia de margen (y algunas veces de lecho) á un traicionero é intermitente rio. Por varias y diversas razones, hacia ya algún tiempo que aquel molino era el pre- — 25 de llegada y descanso de los paseantes más caracterizados de la men- dilecto punto cionada ciudad... un camino carretero, menos intransi- á él table nos. — Primeramente, conducía que los restantes —En segundo lino habia bierta por una de aquellos contor- lugar, delante del empedrada, cu- plazoletilla un parral enorme, debajo del cual se tomaba muy rano, y en el sol bien invierno, el en el ve- merced á la el fresco alternada ida y venida de los pámpanos. En tercer lugar, el bre muy fino, tes, que y mo- molinero respetuoso, tenia lo . un hom- discreto, muy que se llama don de gen- que obsequiaba solian honrarlo con su ofreciéndoles... lo habas verdes, muy era . á los señorones que tertulia que daba el vespertina, tiempo; ora cerezas y guindas, ora lechugas en rama y sin sazonar (que están ora muy buenas cuando se las acompaña de macarros de pan de aceite; macarros que se encargaban de enviar por delante sus ñorías), ora melones, misma parra que se- ora uvas de aquella les servia de dosel, ora III. Do ut En la des. aquel tiempo, pues, había ciudad de *** (perteneciente al cerca de reino de y cabeza de corregimiento) un magnífico molino harinero (que ya no exisGranada, te), situado la como población, en á un un cuarto de legua de delicioso paraje, entre una colina poblada de guindos y cerezos y una fértilísima huerta que servia de margen (y algunas veces de lecho) á un traicionero é intermitente rio. Por varias y diversas razones, hacia ya algún tiempo que aquel molino era el pre- — 2f> punto de llegada y descanso de dilecto más caracterizados de paseantes cionada ciudad. á men- la — Primeramente, conducía un camino carretero, menos intransi- él table nos. . . que los restantes —En segundo lino habia bierta por una de aquellos contor- lugar, delante del un parral enorme, debajo del muy rano, y en el sol bien invierno, el en el ve- merced á la el fresco alternada ida y venida de los pámpanos. En tercer lugar, el bre muy fino, que y mo- empedrada, cu- plazoletilla cual se tomaba tes, los molinero respetuoso, tenia lo un hom- discreto, muy que se llama don de gen- que obsequiaba solían honrarlo con su ofreciéndoles... lo habas verdes, muy era . . á los señorones que tertulia que daba el vespertina, tiempo; ora cerezas y guindas, ora lechugas en rama y sin sazonar (que están ora muy buenas cuando se las acompaña de macarros de pan de aceite; macarros que se encargaban de enviar por delante sus ñorías), misma ora melones, se- ora uvas de aquella parra que les servia de dosel, ora — 26 rosetas de maíz, si era invierno, y castañas y almendras, y nueces, y, de vez en cuando, en las tardes muy frias, un trago asadas, de vino de pulso (dentro ya de amor de la lumbre), á pestiño, tecado, algún rosco, ó món casa y al que por Pascuas lo se solia añadir algún la algún man- alguna lonja de ja- \ alpujarreño. —¿Tan rico era el molinero, ó tan dentes sus tertulianos? — impru- exclamareis, inter- rumpiéndome. * Ni nia lo uno ni lo otro. El molinero sólo te- un pasar, y aquellos caballeros eran delicadeza y el la orgullo personificados. Pero en un tiempo en que se pagaban cincuenta y tantas contribuciones diferentes á la Iglesia y al Estado, poco arriesgaba un rústico de tan claras luces nada la frailes, como aquel en tenerse ga- voluntad de regidores, canónigos, escribanos demás personas de y campanillas. Así es, que no faltaba quien dijese que el tio Lúeas (tal del molinero) se ahorraba á fuerza de agasajar á era el nombre un dineral todo el al año mundo. \> á 27 «Vuestra merced de tecilla vieja la casa que ha derribado», — «Vuestra hoja para me para que madera en el me me censo.» una va á dar permiso pinar H.» — va á — poner una car- una poca permitan cortar haga usarcé una cueste nada.» el del convento una poca leña del monte X.» traer «Vuestra paternidad me va á mis gusanos de seda.»— «Vuestra ilustrísima ta subsi- me reverencia dejar coger en la huerta p'ara el alcabala, ó la contribución de fru- tos civiles.» poca le señoría (le decia á mandar que me rebajen otro) va á dio, ó va á dar aquella puer- — «Vuestra uno. decia á la me — «Es menester que escriturilla que no me «Este año no puedo pagar — «Espero que — «Hoy he dado de el pleito se falle mi favor.» le bofetadas y creo que debe ir á la cárcel por haberme provocado.»- «¿Tendría su merced á uno, — cosa de tal algo la?» tal — otra?» — «¿Le — «¿Me puede sirve á prestar «¿Tiene ocupado mañana — «¿Le Y sobra?» parece que envié por el el V. la de mu- carro?» burro?»... estas canciones se repetían á todas ho- 28 ras, obteniendo siempre por un generoso Conque ya taba en a Como veis contestación se pide.» que el tio camino de arruinarse. Lucas no es- — IV. una mujer vista por fuera. La última y acaso la más poderosa razón que tenia el señorío de la ciudad para frecuentar por las tardes el molino del cas, era... que, así los clérigos empezando por glares, el tio Lu- como los se- señor obispo y el señor corregidor (que tampoco se desdeña- ban de visitarlo), podían contemplar sus anchas una de las obras más allí bellas, á más y más admirables que hayan salido llamado enjamás de las manos de Dios, graciosas — Ser Supremo por Jovellanos y toda escuela afrancesada de nuestro país... tonces la el Esta obra era la seña Frasquita. — 30 Empiezo por responderos de que Frasquita, legítima esposa del Lúeas, era tio una mujer de bien, y de que seña la así lo sabían todos los ilustres visitantes del molino. Digo más: ninguno de éstos daba muestras de considerarla con ojos concupiscentes ni con in- tención pecaminosa. Admirábanla, sí, y re- quebrábanla en ocasiones (delante de su marido, por supuesto) lo los caballeros, los mismo los frailes canónigos que los que golillas, como un prodigio de belleza que honraba á su Criador, y como una diablesa de travesura y coquetería que alegraba inocentemente los espíritus más melancólicos. «Es un her- moso animal» — — solia decir el prelado.-^- «Es una estatua de helénica» dito, toria. virtuosísimo la antigüedad —observaba un abogado muy académico correspondiente de — «Es prorumpia «Es una la His- propia estampa de Eva» el prior real la eru- moza» de los franciscanos. —exclamaba — «Es una un demonio» — de milicias. anadia sierpe, el el una sirena, corregidor. ro es una buena mujer, es coronel — «Pe- un ángel, es una — 31 criatura, es una chiquilla de cuatro años» acababan por decir todos, al regresar del molino, atiborrados de uvas ó de nueces, en busca de sus tétricos y metódicos hogares. La chiquilla de cuatro años, esto es, la seña Frasquita, frisaría en los treinta. Tenia más de cinco pies de estatura, proporción, ó quizás lo y era recia más gruesa á todavía de correspondiente á su arrogante talla. Pa- recía una Niove colosal, y eso que no había tenido hijos; parecía una Hércules-hembra; parecía una matrona romana de las que aún se ven ejemplares en el Trastevere. lo más notable en ella era ligereza, la animación, petable la la —Pero movibilidad, la gracia de su res- mole. Para ser una estatua como pretendía el académico, le faltaba el reposo monumental. Se cimbraba como un junco, como una veleta, bailaba como una peonza. Su rostro era más movible todavía, y por lo tanto menos escultural: avivábanlo giraba donosamente hasta cinco hoyuelos; dos en una mejilla, otro en otra, otro cerca de la muy chico comisura izquierda de sus ríen- 32 y el último, muy grande, en medio de su redonda barba. Añadid á esto los tes labios, picarescos mohines, los graciosos guiños y las variadas posturas de cabeza que ameniza- ban su conversación , idea de y formareis aquella cara llena de sal y de hermosura, y rebosante siempre de salud y de alegría. Ni la seña Frasquista ni andaluces: Lúeas eran el tio navarra y él murciano. ciudad de ***, á la edad de ella era Él habia ido á la quince años, como medio paje, medio criado del obispo anterior al que entonces gober- naba aquella Iglesia á y su señor le dejó su muerte aquel molino. El tio Lúeas sir- vió luego al de , Rey; hizo en 1793 los Pirineos occidentales, za del valiente general D. la campaña como ordenanVentura Caro; de Castillo-Piñón, y permaneció largo tiempo en las provincias del asistió al asalto En Norte, donde tomó la Estella conoció á seña Frasquita, que en- la licencia absoluta. tonces sólo se llamaba Frasquita; ró; se casó con ella, y se la la llevó al enamoreino de Granada en busca de aquel molino que habia 33 de verlos tan el resto pacíficos y dichosos durante de su peregrinación por este valle de lágrimas y risas. La seña Frasquita, pues, Navarra á aquella soledad, trasladada de no habia adquiri- do ningún hábito andaluz, y se diferenciaba mucho de las mujeres campesinas de los más contornos. Vestía con sencillez, desen- más sus fado y elegancia que ellas; lavaba carnes y permitía al sol y al aire acariciar sus arremangados brazos y su descubierta garganta. Usaba hasta cierto punto el traje señoras de aquella época, de las las mujeres de Goya, ría Luisa; si no falda el traje de traje el reina la de Ma- de medio paso, falda de un paso solo, sumamente corta, que dejaba ver sus menudos su soberana pierna: dondo y pies y llevaba arranque de el escote re- el donde se bajo, al estilo de Madrid, detuvo dos meses con su Lucas al trasladar- se de Navarra á Andalucía; todo el pelo re- cogido en lo alto jaba campear la déla coronilla, lo cual -de- gallardía de su cabeza su cuello; sendas arracadas en las y de diminu- 3 34 y muchas sortijas en los ya celebrados dedos de sus duras pero limpias ma- tas orejas, nos. — Por último, la voz de la quita tenia todos los tonos del seña Fras- más extenso y melodioso instrumento, y su carcajada era tan alegre y argentina que parecía un repi- que de sábado de gloria. Retratemos ahora al tio Lúeas. V. ün hombre El tio visto por fuera Lúeas era más habia sido toda su vida, y por feo y ya que dentro. Picio. Lo tenia cerca de cuarenta años. Sin embargo, pocos hombres tan Dios simpáticos y agradables habrá echado al mundo. Prendado de su su ingenio y de su gracia, el viveza, de difunto obispo se lo pidió á sus padres, que eran pastores, no de almas, sino de verdaderas ovejas, á de darle educación y dedicarlo á eclesiástica. que hubo el la fin carrera Muerto Su Ilustrísima, y dejado mozo, voluntariamente, el semi- nario por el cuartel, distinguiólo entre todo 36 su ejército el general Caro, y lo hizo su or- denanza más íntimo, su verdadero criado de campaña. Cumplido, en fin, su empeño mi- litar, fuéle tan fácil al tio Lúeas rendir el corazón de la seña Frasquita, habia sido captarse como fácil le aprecio del general y del prelado. La navarra, que tenia á la sael zón veinte abriles, y era el ojo derecho de todos los mozos de Estella, algunos de ellos bastante ricos, no pudo resistir á los conti- nuos donaires, á las chistosas ocurrencias, á de enamorado mono y á la bufona y constante sonrisa, llena de malicia, pero también de dulzura, de aquel murciano tan los ojillos atrevido, tan locuaz, tan avisado, tan dis- y tan gracioso, que acabó por trastornar el juicio no sólo á la puesto, tan valiente codiciada beldad, sino también á su padre y á su madre. Lúeas era en aquel entonces, y seguia siendo en la fecha á que nos referimos, de pequeña estatura (á lo menos con su mujer), un poco cargado muy relación á de espaldas, moreno, barbilampiño, narigón, oreju- 37 do y picado de viruelas. Únicamente su boca era regular y su dentadura inmejorable. Dijérase que sólo la corteza de aquel hombre era tosca y fea, y que tan luego zaba á penetrarse dentro de él como empe- aparecían sus perfecciones, y que estas perfecciones principiaban en los dientes. Luego venia la voz, que era vibrante, elástica, atractiva; varonil y grave unas veces, dulce y melosa cuando pedia algo, y siempre difícil de resistir. Llegaba después lo que aquella voz decia: todo oportuno, discreto, ingenioso, persuasivo... —Y por último, en Lúeas habia valor, lealtad, el alma del tio honradez, senti- do común, deseo de saber y conocimientos instintivos ó empíricos de muchas cosas, un profundo desden á los que fuese su categoría cualquiera necios, social, y cierto espí- de ironía, de burla y de sarcasmo que hacían pasar, á los ojos del académico, ritu le por un D. Francisco de Quevedo en bruto. Tal era por dentro y por fuera el tio Lúeas. VI. Habilidades de los dos cónyuges. Amaba, pues, locamente queta al tio Lúeas, más él. feliz No del seña y considerábase mundo en la Fras- mujer verse adorada por tenían hijos, según que ya sabemos, y habíase dedicado al otro la el uno á cuidar y mimar con un esmero indecible; pero sin que aquella solicitud y ternura ostentase el carácter sentimental y empalagoso, por lo za- lamero, de casi todos los matrimonios sin sucesión. Por el contrario, tratábanse con una llaneza, una alegría, una broma y una confianza semejantes á las de los niños, ca- 39 de juegos y de diversiones; los cuales se quieren con toda el alma sin de- maradas círselo jamás, ni darse á lo sí mismos cuenta de que sienten. ¡Imposible que haya habido sobre la tierra molinero mejor tratado, mejor vestido, más regalado en la mesa, rodeado de más como- didades en su casa que el tio que ninguna molinera ble Lúeas! ¡Imposi- ni ninguna reina haya sido objeto de tantas atenciones, de tantos agasajos, de tantas seña Frasquita! finezas ¡Imposible como también la que ningún molino haya encerrado tantas cosas útiles, agradables, recreativas, necesarias hasta supérfluas como el y que va á servir de teatro á casi toda la presente historia! Contribuía Frasquita, la mucho á ello que pulcra, hacendosa, la seña fuerte y saludable navarra, sabia y podia guisar, coser, bordar, barrer, hacer dulces, lavar, planchar, blanquear su casa, fregar el cobre, amasar, tejer, hacer media, cantar, bailar, tocar la guitarra y los palillos, jugar á la brisca y al tute, y otras muchísimas cosas 40 cuya relación fuera interminable. tribuía no menos el tio Lúeas sabia tivar el — Y con- mismo resultado al el que molienda, cul- dirigir la campo, cazar, pescar, trabajar de carpintero, de herrero y de albañil, ayudar mujer en todos á su los quehaceres de la casa; leer, escribir, contar, etc., etc. Y esto ó lujo, sin hacer sea de mención de sus los ramos de habilidades extraor- dinarias. Por ejemplo: El res (lo tio Lúeas adoraba mismo que su mujer), y cultor tan era las flo- un flori- consumado, que habia llegado á producir ejemplares nuevos por medio de laboriosas combinaciones. Tenia algo de inge- niero natural, y lo habia demostrado constru- yendo una presa, un que sifón y triplicaron el agua del un acueducto molino. Habia enseñado á bailar á un perro, domesticado una culebra, y hecho que un loro diese la hora por medio de gritos, según las iba marcando un reloj de sol que el molinero habia trazado en una pared; de cuyas resultas el loro daba ya la hora con toda precisión hasta 41 en los dias nublados y durante la noche. Finalmente, en el molino habia una huerta, que producía toda bres; clase de frutas y legum- un estanque, encerrado en una especie de kiosko de jazmines, donde se bañaban en el un verano jardín; el tio Lúeas y la seña Frasquita; una estufa ó invernadero para las plantas exóticas; una fuente de agua 'potable; dos burras, la ciudad ó á gallinero; los en que el matrimonio iba á pueblos de palomar; las pajarera; cercanías; criadero de peces; criadero de gusanos de seda; colmenas, cuyas abejas libaban en los jazmines; jaraíz ó lagar, con su bodega correspondien- ambas cosas en miniatura; horno, te, telar, fragua, taller de carpintería, etc., etc.; todo ello reducido á una casa de ocho habitacio- nes y la ádos fanegas de tierra, cantidad de diez mil reales. y tasado en VIL El fondo de la felicidad. Adorábanse, sí, locamente el molinero y ella lo y aun se hubiera creído que quería más á él que élá ella, á pesar de ser él tan feo la molinera, y ella tan hermosa. Dígolo seña Frasquita solía tener celos y pedirle cuentas al tío Lúeas cuando éste se porque la tardaba de los tras las mucho en regresar de la ciudad ó pueblos adonde iba por trigo, mien- que el tio Lúeas veía hasta atenciones de que era con objeto la gusto seña Frasquita por parte de los señores que fre- cuentaban el molino; se ufanaba y regocijaba 43 de que todos como la encontrasen tan hechicera aunque comprendía que en él; y, fondo del corazón se de les, envidiaban algunos la codiciaban ellos, la como simples morta- y hubieran dado' cualquier cosa por- que fuese menos mujer de bien, dias enteros sin el sola la dejaba menor cuidado, y preguntaba luego qué habia he- nunca le cho quién ni el habia estado durante su allí ausencia... No que consistía amor el que el de que él tenia ella que sin embargo, en del tio Lúeas fuese la ella aquello, seña Frasquita. Consistía en más confianza en en de la aventajaba en él; menos vivo virtud de la consistía en que penetración y sabia hasta qué punto era amado y todo lo que su mujer se respetaba á sí misma; y consis- él tía la en que el tio Lúeas era todo un hombre; un hombre como el de Shakspeare, de pocos é indivisibles sentimientos; incapaz de du- da; que creia ó moría; ba; que no entre la admitía suprema que amaba ó mata- gradación ni felicidad y el tránsito exterminio 44 de su dicha. — Era un Ótelo de Murcia, con alpargatas y montera, en el primer acto de una tragedia posible. Pero ¿á qué estas notas lúgubres en una tonadilla tan alegre? fatídicos ¿A qué estos relámpagos en una atmósfera tan serena? ¿A qué estas reminiscencias trágicas historia de género? Vais á saberlo inmediatamente. en una VIII. El hombre Eran las del sombrero de tres picos. dos de una tarde de Octubre. El esquilón de peras, — lo cual comido todas las la Catedral tocaba á vís- quería decir que ya habían personas principales de la ciudad. Los canónigos se dirigían al coro, y los seglares á las alcobas á dormir la siesta, so- bre todo aquellos que, por razón de oficio, vg. las autoridades, habían pasado la ma- ñana entera trabajando. Era, pues, lla muy hora, impropia de extrañar que á aque- además para dar un pa- seo, pues todavía hacia demasiado calor, sa- 46 liese de ciudad, á pié, y la seguido de un solo alguacil, el ilustre señor corregidor de la misma, — á quien no podia confundirse con ninguna otra persona así por picos ni de dia ni de noche, enormidad de su sombrero de la y por como por lo vistoso tres de su capa de grana, lo particularísimo de su grotesco donaire... De la capa de grana y del sombrero de tres picos, son muchas todavía las personas que pudieran hablar con pleno conocimiento de causa. Nosotros, entre que todos en las nacidos los ellas, lo en aquella mismo ciudad postrimerías del reinado del Señor D. Fernando VII, recordamos haber visto colgados de un clavo, en medio de una des- mantelada pared, en la ruinosa torre de la casa que habitó su señoría, (torre destinada á la sazón á los infantiles juegos tos,) aquellas lla dos prendas anticuadas, aque- capa y aquel sombrero, brero encima y mando una de sus nie- la — el negro som- capa roja debajo, — for- especie de espectro del absolu- tismo, una especie de sudario del corregidor, 47 una especie de caricatura con su poder, pintada como retrospectiva de carbón y almagre, tantas otras, por los párvulos constitu- cionales de la de 1 837 que mos; una especie, en fin, nos reunía- allí de espanta-pá- jaros, que en otro tiempo habia sido espan- ta-hombres, y que hoy me da miedo de haber contribuido á escarnecer, paseándolo por aquella histórica ciudad en dias de carnestolendas, en lo alto de un deshollinador, ó sirviendo de disfraz irrisorio al idiota que más hacia reír á la pleble... cipio de autoridad! ¡Así té mismos que hoy En cuanto al te — ¡Pobre prin- hemos puesto invocamos los tanto' indicado grotesco donaire del señor corregidor, consistía (dicen) en que era cargado de espaldas... todavía más cargado de espaldas que casi jorobado, para decirlo estatura el tio de una vez; de menos que mediana; de mala salud; con una manera de Lúeas... endeblillo; arqueadas, y sui géneris (balan- las piernas andar ceándose de un lado á otro y de atrás hacia adelante), que sólo se puede describir con 48 absurda fórmula de que parecía cojo de la dos los pies. —En dición) su rostro cambio (añade era bastante arrugado dientes de por tra- aunque ya regular, la la absoluta de falta y muelas; moreno verdoso, como casi todos los hijos de las Castillas; el con grandes ojos oscuros, en que relampaguea- ban la cólera, el despotismo y lujuria; la con finas y traviesas facciones, que no tenían la expresión del valor personal, pero sí de una malicia artera capaz de todo, y con cierto aire de satisfacción, medio aristocrátila co, medio libertino, hombre habría muy sido, que revelaba que aquel en su remota juventud, agradable y acepto á las mujeres, á pesar de sus piernas y de su joroba. D. Eugenio de Zúñiga y Ponce de León (que así se llamaba su señoría) habia nacido en Madrid de una familia á la sazón en los ilustre, y frisaría cincuenta y cinco años, llevando cuatro de corregidor en la ciudad de que tratamos, donde se casó, á poco de llegar, con mos más la principalísima señora que dire- adelante. 49 Las medias de D. Eugenio (única parte que, además de los zapatos, dejaba ver de su vestido la de grana) extensísima capa eran blancas, y los zapatos negros, con hebilla de oro. Pero luego que campo le el obligó á desembozarse, vídose que gran corbata de batista llevaba calor del sarga de color de tórtola, muy chupa de ; festoneada de ramillos verdes, bordados de realce; calzón corto, negro, la misma de seda; una enorme casaca de que estofa la chupa; espadín con empuñadura de acero; bastón con un respetable par de guantes de gamuza la y (ó quirotecas) que no se ponia nunca, pajiza, empuñados por borlas, mitad á guisa de cetro. El alguacil que seguia á veinte pasos de distancia al Garduña, y nombre. — señor corregidor llamaba se era la propia estampa Flaco, agilísimo, de mirando ade- lante y atrás, á derecha é izquierda al pio tiempo que andaba; de largo diminuto y repugnante rostro manos como dos manojos de recía juntamente su , pro- cuello; de y con dos disciplinas, pa- un hurón en busca de 4 cri- 50 cuerda que había de atarlos, y instrumento destinado á su castigo... mínales, el la El primer corregidor que encima le dijo sin mi primer le echó más informes: alguacil... —Y ya lo la vista Tú serás habia sido de cuatro corregidores. Tenia cuarenta y ocho años, sombrero de que el tres picos , y llevaba mucho más pequeño de su señor (pues repetimos que el de éste era descomunal), capa negra como medias y todo el traje, bastón sin borlas, y una especie de asador por espada. Aquel otro espantajo negro parecía la las sombra de su vistoso amo. IX. ¡Arre, burra! • Por donde quiera que pasaban naje y su apéndice, el los labradores sus faenas y se descubrían basta perso- dejaban los pies, con más miedo que respeto; después de lo cual se decian en voz baja: — ¡Temprano — ¡Temprano... va esta tarde regidor á ver á nos, la en señor cor- seña Frasquita! y solo! — acostumbrados á verlo aquel paseo el anadian algu- siempre dar compañía de otras varias personas. —Oye, tú, Manuel; ¿por qué irá solo univers'ty oí iiuncis librar» 52 tarde esta navarra? el señor corregidor á ver á le preguntó una lugareña á su — que marido, la en grupas llevaba á la la bestia. Y, al mismo tiempo que la pregunta, le hizo cosquillas por via de retintín. — ¡No mó el seas mal pensada, Josefa! buen hombre. — La — excla- seña Frasquita es incapaz... —No yo digo Pero contrario... lo el corregidor no es por eso incapaz de estar enamorado de de todos molino, los ella... que van Yo he oido decir que, á las francachelas del único que lleva mal el fin es ese madrileño tan aficionado á faldas... —¿Y qué —preguntó —No sabes tú á su faldas? lo namente el vez el aficionado á marido. lo corregidor que es, de de- los ojos tienes negros! La que — es digo por mí... ¡Ya se hubiera guardado, todo cirme si así hablaba era más que media- fea. ¡Pues mira, hija, llamado Manuel. allá —Yo no ellos! creo — replicó al tio Lú- — 53 cas hombre de consentir... tiene el tio — — Lúeas cuando se enfada! Pero, en añadió la El repuso tia. tio ve que fin, si le conviene. . . Josefa, retorciendo el hocico. Lúeas es un hombre de bien, lugareño; el ¡Bonito genio — y á un hombre de bien nunca pueden convenirle esas cosas. — Pues — ellos!... Si entonces, tienes razón... yo fuera ¡Arre, burra! mudar Y pudo la la la — ¡Allá seña Frasquita... gritó el marido para conversación. burra salió al trote; con oirse el resto del diálogo. lo que no X. Desde Mientras saludadan quita así discurrían los al labriegos que señor corregidor, seña Fras- la y barría cuidadosamente la empedrada que servia de atrio ó regaba plazoletilla compás de la parra. sillas al molino, y colocaba media docena debajo de lo más espeso rado, en el cual estaba subido del el tio emparLúeas, cortando los mejores racimos y arreglandolos artísticamente —Pues sí, en una cesta. Frasquita, eas desde lo alto de la — parra; regidor está enamorado de manera ... decía et tio — tí Lú- el señor cor- de muy mala 55 — Ya la te lo dije yo hace tiempo,—contestó mujer del Norte. — — ¡Pero, déjalo que pene! ¡Cuidado, Lúeas, no te que — mucho También —Mira, no me des más rumpió — ¡Demasiado Descuida, bien estoy gustas le vayas á caer! del noticias, eres — inter- sé yo á quién le gusto! ¡Ojalá supiera le mismo modo por qué no — Porque —Pues —Más de — señor... al ella. gusto y á quién no agarrado. muy fea, te — gusto á tí! contestó el tio Lucas. fea y todo, la soy capaz de subir á parra y echarte de cabeza fácil bajar la seria al suelo... que yo no te dejase parra... ¡Eso es!... y cuando vinieran mis ga- lanes, dirían que éramos un mono y una mona... —Y acertarian; porque tú eres muy mona y muy rebonita, y yo parezco un mono con esta joroba... Que á mí me gusta muchísimo... Entonces te gustará más la del corregidor, que es mayor que la mia. — — . 56 — ¡Vamos! ¡Vamos! que V. me yo de — Me mucho deque —¿Por qué? —Porque en pecado Sr. D. Lúeas... parece tiene celos... ese viejo petate? Al con- ¿Celos alegro trario. te quiera... lleva la peniten- el cia. que Tú no has de entre tanto quererlo nunca, y yo seré verdadero corregidor de la el ciudad. — ¡Miren vanidoso! Pues figúrate que el llegase á quererlo... ven en el más ¡Cosas raras se mundo! —Tampoco —¿Por qué? — Porque se me daria gran cosa. . entonces, tú no serias ya tú; y, no siendo tú quien eres, ó que eres, maldito lo te llevasen los —Pero —¿Yo? que me como yo creo importaría que demonios. bien, ¿qué harías en semejante caso? ¡Mira lo que no sé!... Porque, y no el que soy ahora, no puedo figurarme lo que pensaría como entonces yo seria otro después de mi trasformacion... 57 —¿Y qué — Porque yo por cree en tí mismo, y que no tiene sí esta creencia. de creer en al dejar convertiría en tí, De me consiguiente, moriría, ó un nuevo hombre; me modo; nacer; soy ahora un hombre que como en más vida que otro serias entonces otro? viviría parecería que acababa me de de tendría otros sentimientos. Ignoro, pues, lo que aquel segundo yo haría enton- ces contigo. Puede que se echara á reir y te volviera espalda. la Puede que ni siquiera Puede que... Pero ¡vaya un te conociese. gusto que tenemos en ponernos de mal hu- mor otros que te — Sí, á nos- quieran todos los corregidores mundo? ¿No del ¿Qué nos importa sin necesidad! eres tú mi Frasquita? pedazo de bárbaro, — contestó la na- — yo soy tu Frasquita, y tú eres mi Lúeas de mi alma, varra, riendo á más los feo que el más no poder: bú, con más talento que todos pan y más que es eso de querido, hombres, más bueno que querido... ¡Ah, cuando bajes de lo la el parra lo verás! ¡Prepárate á llevar más bofetadas y pellizcos que pelos 58 tienes en la cabeza! Pero, ¡calla! ¿Qué es lo que veo? El viene por allí señor corregidor completamente Ese to!... y no le digas que parra. Ese viene á decla- aguántate, estoy subido en á ¡Y tan temprani- trae plan. — Pues rarse solo... contigo, solas durmiendo la siesta. la creyendo pillarme Quiero divertirme oyendo su explicación. Así dijo el tio Lúeas, alargándole la cesta á su mujer. —No está mal pensado, — exclamó — demonio ella, lanzando nuevas carcajadas. del madrileño! ¿Qué ¡El se habrá creído un corregidor para mí? Pero aquí Por cierto que Garduña, que lo guna distancia, se ha sentado en á la Y llega... seguía á alla ramblilla sombra... ¡Qué majadería! Ocúltate tú bien entre reir que es más de los lo pámpanos, que nos vamos que dicho esto, á cantar te figuras. hermosa navarra rompió una copla de fandango, que ya era tan familiar tierra. la á como las canciones de le su XI. £1 bombardeo de Pamplona. — Dios te guarde, Frasquita, — dijo corregidor á media voz, apareciendo bajo emparrado y andando de — ella reverencias. ¡Y con el puntillas. ¡Tanto bueno, señor corregidor! pondió el — res- en voz natural, haciéndole mil — ¡Usía por aquí á estas horas! el calor que hace!... ¡Vaya, siéntese ¿Cómo demás se- su señoría!... Esto está fresquito... no ha aguardado su señoría á los ñores? Aquí tienen' ya preparados sus asientos... Esta tarde esperamos en persona, que le al señor obispo ha prometido á mi Lucas 60 venir á probar las primeras uvas de ra.—¿Y cómo pasa la pasa su señoría? lo la par- ¿Cómo lo señora? El corregidor estaba turbado. La ansiada soledad en que encontraba la seña Frasquita lazo que le hacerle caer en el un sueño, ó un parecía le tendía la á enemiga suerte para abismo de un desengaño. Limitóse, pues, á contestar: —No es tan temprano como dices... Se- rán las tres y media... El loro dio en aquel momento un chillido. —Son las mirando de Este dos y cuarto, en hito hito calló, como — al dijo la navarra, madrileño. reo convicto que renun- cia á la defensa. —¿Y Lúeas? ¿Duerme? — preguntó al cabo de un rato. (Debemos advertir aquí que lo mismo que tes, el corregidor, todos los que no tienen dien- hablaba con una pronunciación sibilante, como si floja y se estuviese comiendo sus propios labios.) — De seguro, — contestó la seña Fras- 61 quita. — En dormido donde primero en el de lo déjalo dormir... — corregidor, poniéndose el viejo lido coge, aunque sea le borde de un precipicio... — Pues mira... mó se queda llegando esta hora, que ya era. —Y mi más pá- mi querida tú, oye... ven acá... Frasquita, escúchame... Siéntate aquí, á excla- lado... Tengo muchas cosas que decirte... —Ya estoy sentada, nera, agarrando una — silla respondió baja la moli- y plantándola delante del corregidor, á cortísima distancia de la suya. Una vez que pierna sobre se hubo sentado, echó una la otra, adelante, apoyó inclinó el cuerpo hacia un codo sobre la rodilla ca- y la fresca y hermosa cara en una de sus manos; y así, con la cabeza un balgadora, poco ladeada, la sonrisa en los labios, los cinco hoyos en actividad, y las serenas pupilas clavadas en el corregidor declaración de su señoría. , aguardó la —Hubiera podido comparársela con Pamplona esperando un bombardeo. 62 El hombre pobre quedó con fué boca abierta la aquella grandiosa , á hablar y se embelesado ante hermosura, ante aquella esplendidez de gracias , ante aquella formi- dable mujer, de alabastrino color, de lujosas carnes, de limpia y riente boca, de azué insondables ojos que parecía creada les , por el — pincel de Rubens. Frasquita... — murmuró al fin el dele- gado del Rey con acento desfallecido, mientras que su marchito rostro, cubierto de su- dor, destacándose sobre su joroba, expresaba una inmensa angustia. — Frasquita... — —Me de —¿Y qué? — repuso —Lo que con una —Pues que yo — Lo que — llamo, contestó la hija los Pi- rineos. tú quieras, el viejo ternura sin límites. quiero, lo nera, es que ya usía miento de sabe usía. lo la nombre dijo la moli- yo quiero secretario del ayunta- ciudad á un sobrino mió que tengo en Estella, y que así podrá venirse de aquellas montañas, donde está pasando mu- chos apuros... 63 —Te he El —Es un — Ya Frasquito, que eso es dicho, imposible. secretario actual... ladrón, lo sé... un borracho y un bestia. Pero tiene buenas alda- bas entre los regidores perpetuos, y yo no puedo nombrar otro do. De me lo contrario, — ¡Me acuerdo del cabil- sin expongo!... expongo... ¡Me expongo!... ¿A qué no nos expondríamos por vuestra señoría hasta los gatos de esta casa? —¿Me deó que —No, —Mujer, no me — tartamu- querrías á ese precio? el corregidor. señor; quiero á usía de lo balde. des tratamiento. Había- me de usted ó como se que vas á te antoje... ¿Con- quererme? Di... —¿No — —No hay le Pero... digo á V. que lo quiero ya? . pero que valga. jVerá V. qué guapo y qué hombre de bien es mi sobrino! — ¡Tú —¿Le sí que eres guapa, Frasquita!... gusto á V.? 64 — ¡Que me como — Pues mire V. — ¡No hay mujer gustas!... si tú! tizo. . contestó . de arrollar trando al la . . Aquí no hay nada pos- seña Frasquita acabando la , manga de su jubón, y mos- corregidor resto de su brazo, el digno de una cariátide, y más blanco que una azucena. — ¡Que me —De en —¿Pues qué? si regidor. gustas! dia, — prosiguió de noche, ñora corregidora? le lástima! tí... gusta á V. —preguntó la la se- seña Fras- compasión que hu- quita con una fingida biera hecho reir á cor- á todas horas, todas partes, sólo pienso en ¿No el un hipocondriaco. — ¡Qué Mi Lúeas me ha dicho que tuvo el gusto de verla y de hablarle cuando fué á componerle á V. el reloj muy guapa, muy muy cariñoso. que es trato de la alcoba, y buena, y de un ¡No — murmuró — ¡No con amargura. me han —En cambio, — muy mal — que tanto!- tanto! corregidor el cierta otros siguió la molinera, dicho tiene pro- 65 muy genio, que es bla más que — ¡No celosa, y que V. le tiem- D. Eu- una vara verde... á tanto, mujer!... — repitió genio de Zúñiga y Ponce de León, ponién- dose colorado. ¡Ni tanto ni ¡Yo soy — Pero, en quiere? —Te diré. mejor decir, . el corregidor!... ¿la quiere V. ó no fin, . Yo quiero mucho. la te vi, no sé lo que me misma conoce que me pasa Bástete saber que hoy, cara á . . si me ó por la pasa, algo. para mí, tomarle mi mujer me hace ción que la quería antes de conocerte. la Pero desde que y ella La hacerme temblar hay mucha ello á diferencia. tan poco! tiene sus manias, es cierto... corregidora Pero de — tomara á la misma operamí propio... Ya la ves que no puedo quererla más, ni sentir menos. . . ¡Mientras que por coger esa ese brazo, esa cara lo , mano r daria esa cintura... que no tengo! Y hablando así el corregidor, trató de apoderarse del brazo desnudo que Frasquita le estaba refregando la seña material5 66 mente por pero ésta, sin descom- los ojos; ponerse, extendió de su señoría con mano, tocó la la pacífica violencia é in- contrastable rigidez de fante, y lo tiró .. la trompa de un ele- de espaldas con y todo. exclamó ensilla — — ¡Ave María más — Por —exclamó en —¿Qué Purísima! tonces la no po- navarra, riéndose á lo visto, esa silla der. estaba rota... pasa ahí? tio Lúeas asomando su pámpanos de la pecho el esto el feo rostro entre los parra. El corregidor estaba todavía en suelo el boca arriba, y miraba con un terror indecible á aquel hombre que aparecía en los ai- res boca abajo. Parecia el guel, sino por otro —¿Qué ponder la demonio del ha de pasar? — — ¡Que la silla ¡Jesús, María y José! el molinero.—¿Y señor el en vago, fué á cerse, y se ha caido... vez infierno. se apresuró á res- seña Frasquita.- corregidor puso — Mi- diablo vencido, no por San —exclamó se ha meá su hecho daño su señoría? ¿Quiere un poco de agua y vinagre? 67 — ¡No me he hecho regidor, levantándose Y luego añadió por que pudiera — ¡Me — la oirlo la dijo el cor- como pudo. modo pero de lo bajo, seña Frasquita: pagareis! salvado á mí me cambio, su señoría Pues, en sin — nada! vida, la moverse de lo — repuso de alto la el tio parra. ha Lúeas, — Figú- que estaba yo aquí sentado rate, mujer, contemplando me quedé uvas, cuando las dormido sobre una red de sarmientos y palos que dejaban claros suficientes para que paPor consiguiente, sase mi cuerpo... me caída de su señoría no si la hubiese desper- tado tan á tiempo, esta tarde me habria yo roto la cabeza contra esas piedras. —Conque —Pues dor. ¡vaya me ¡Te digo que caido! — ¡Me , la pronunció replicó el corregi- hombre! me alegro pagarás! la dirigiéndose á Y — ¿eh? sí... alegro... mucho de haberme —agregó en seguida molinera. estas palabras con presión de reconcentrada furia, que Frasquita se puso triste. tal la ex- seña 68 Veia claramente que el corregidor se asustó al principio, creyendo que el molinero lo había oido todo; pero que, persuadido ya de que no habia oido nada (pues ma y el gañado disimulo del más al cal- Lúeas hubieran en- tio lince), la empezaba á abando- narse á toda su iracundia y á concebir pla- nes de venganza. — Vamos! j á limpiar á ¡Bájate ya de ahí su que se ha puesto señoría, perdido de polvo! y ayúdame — exclamó entonces la mo- linera. Y al en mientras el tio Lúeas bajaba, corregidor, dándole golpes con el delantal casaca y alguno que otro en las orejas: la — díjole ella El pobre no ha oido nada... Estaba dormido como un tronco... Más que estas frí»ses, la circunstancia de haber sido dichas en voz baja, afectando produjo un efecto complicidad y secreto, maravilloso: — ¡Pícara! ¡Proterva! genio de Zúñiga con — balbuceó D. Eu- la pero gruñendo todavía... boca hecha agua, 69 —¿Me la guardará usía rencor? — replicó navarra zalameramente. Viendo corregidor que el la severidad daba buenos resultados, intentó mirar mucha seña Frasquita con le á la rabia, pero se encontró con su tentadora risa y sus divinos en que brillaba la caricia de una súpli- ca, y, derritiéndosele la gacha en el acto, le ojos, dijo bría con un acento baboso, en que se descu- más que nunca la ausencia total de sus dientes y muelas: —De En el tio tí depende, amor mió. aquel momento Lúeas. se descolgó de la parra XII. Diezmos y primicias. Repuesto el linera dirigió corregidor en su mo- una rápida mirada á su esposo: no sólo tan sosegado como siempre, viole, sino reventando de ganas de reir por re- cambió con de aquella ocurrencia: sultas él silla, la desde lejos un beso tirado, aprovechando un descuido del corregidor, ydíjole, en á éste, con una voz de sirena que le fin, hubie- ra envidiado Cleopatra: — Ahora j va su señoría á probar mis uvas! Entonces fué de ver á la hermosa navar- 71 ra (y así la pintaría yo si tuviese el pincel de Ticiano), plantada enfrente del embelesado corregidor tante, , fresca , magnífica , inci- con sus nobles formas, con su an- gosto vestido, con su elevada estatura, con sus desnudos brazos levantados sobre la cabeza y con un trasparente racimo en cada mano, diciéndole, entre una sonrisa tible el irresis- y una mirada suplicante en que titilaba miedo: —Todavía obispo. Son no las las primeras ha probado el señor que se cogen este año. una gigantesca Parecía Pomona, brin- dando frutos á un dios campestre; — á un sátiro, vg. En leta esto apareció al empedrada diócesis, el extremo de la plazo- venerable obispo de la acompañado del abogado acadé- mico y de dos canónigos de avanzada edad, y seguido de su secretario, de dos familiares y de dos pajes. Detúvose un rato su ilustrísima á contemplar aquel cuadro tan cómico y tan bello, 72 hasta que, por último, dijo con el reposado acento propio de los prelados de entonces: —El cias á pagar diezmos y primi- quinto... de Dios, nos enseña la Iglesia la doc- trina cristiana; pero V., señor corregidor, no se contenta con administrar el diezmo, sino que también trata de comerse las primicias. — ¡El señor obispo! molineros, dejando al — exclamaron los corregidor y corriendo á besar el anillo del prelado. — ¡Dios se lo pague á su ilustrísima, por venir á honrar esta pobre choza! tio besando Lúeas, el primero, — dijo el y con el acento de una sincera veneración. — ¡Qué —exclamó — señor obispo tengo tan hermo- so! la seña Frasquita, ¡Dios lo bendiga y después. más años que le conservó besando me lo el suyo á mi conserve Lúeas! —No tú me echas dírmelas pastor. qué sé — las falta puedo hacerte, cuando bendiciones en vez de pe- contestó riéndose el bondadoso — 73 Y, extendiendo dos dedos, seña Frasquita y después á bendijo á los demás la cir- cunstantes. —Aquí — tiene usía ilustrísima las primi- dijo el corregidor, cias de manos de cortesmente mos probado la al tomando un racimo molinera y presentándoselo obispo. Todavía no había- — las uvas... El corregidor pronunció estas palabras, dirigiendo de paso una rápida y cínica mira- da á la espléndida hermosura de — Pues no porque — observó de — Las de —expuso las la fábula! la molinera. estén verdes, será i la académico. el fábula como obispo el no estaban verdes, señor licenciado, sino fuera del alcance de la zorra. Ni el uno ni el otro habia querido acaso aludir al corregidor; pero ron ambas frases fue- casualmente tan adecuadas á acababa de suceder allí, trísimo. que que D. Eugenio de Zúñiga se puso lívido de cólera, y sando el anillo del prelado: —Eso lo es llamarme zorro, dijo, be- señor ilus— — . 74 — Tu dixisti — replicó éste, con la afable severidad de un santo (como diz que lo era en efecto.)manifestó,. satis O, jam Excusatio nonpetita, accusatio — Qualis dictum, nullus ultra que es lo Y — muy rando aquella uva buenas! racimo que — exclamó — al trasluz en seguida á su secretario. á el le corregidor. el ¡Están lati- estas famosas uvas. picó una sola vez en presentaba sit mismo, dejémonos de lo y veamos nes, — Pero sermo — vir, talis oratio. mi- y alargándosela ¡Lástima que mí no me sienten bien! El secretario repitió ñor, y luego... colocó acción de su se- la la uva en la cesta con escrupuloso cuidado. —Su ayuna —observó en voz uno de sus familiares. baja El con ilustrísima tio Lúeas, la vista, la mente, y se la que habia seguido cogió entonces comió sin la uva disimulada- que nadie lo viera. Después de esto, sentáronse todos: hablóse de la otoñada (que seguía siendo muy seca, á pesar de haber pasado el cordonazo 75 de San Francisco); discurrióse algo sobre la probabilidad de una nueva guerra entre Napoleón y el Austria; en insistióse la creencia de que las tropas imperiales no invadirían nunca el territorio español; quejóse el abogado de aquella lo época, revuelto y calamitoso de envidiando los tranquilos tiempos de sus padres (como sus padres habrían envidiado los de sus abuelos) las cinco obispo, el loro..., y, á el menor de ; dio una seña del señor los pajes fué al coche de su ilustrísima, que se habia quedado en la misma ramblilla que el alguacil, y volvió con una magnífica torta sobada, de pan de aceite, polvoreada de sal, que apenas haria una hora habia salido del horno: colocóse una mesilla en medio de descuartizóse la torta; los concurrentes; diósesu parte corres- pondiente, á pesar de que se resistieron mu- Lucas y á la seña Frasquita, y una igualdad verdaderamente democrática cho, al tio reinó durante una hora bajo aquellos pám- panos que filtraban los últimos resplandores de un sol poniente... . Le XIII. dijo el grajo al cuervo... Hora y media después, todos los ilustres compañeros de merienda estaban de vuelta en la ciudad. El señor obispo y su familia habían llegado con bastante anticipación, gracias al coche, y hallábanse ya en palacio, donde los dejaremos rezando sus devociones. El insigne abogado (que era muy seco) y los dos canónigos (á cual más grueso y más respetable) acompañaron al corregidor hasta la puerta del ayuntamiento (donde dijo que tenia que hacer), y tomaron luego el cami- 77 no de sus respectivas casas, guiándose por las como estrellas teando á tientas gos; — pues navegantes, ó sor- esquinas ya había cerrado no habia salido blico (lo las los la luna, y el mismo que las siglo) estaba todavía allí En cambio, no algunas calles tal como los cie- noche; aún la alumbrado pú- demás luces de en la este mente divina. era raro ver discurrir por ó cual linterna ó farolillo con que respetuoso servidor alumbraba á su amo, que se dirigía á su tertulia ó de visita á desús parientes... casa Cerca de casi todas las rejas bajas se veía, ó se olfateaba por mejor decir, un silencioso bulto negro. —Eran pendido su palique — ¡Somos novios, que habían susal sentir pasos. unos calaveras! — iban dicién- — abogado y los dos canónigos. ¿Qué pensarán en nuestras casas al vernos llegar dose el á estas horas? — Pues ¿qué dirán los que nos encuen- tren en la calle, de este pico de la modo, á las siete y noche, como unos bandoleros am- parados de las tinieblas? — 78 —Hay que mejorar de — —Mi mujer en boca estómago — académico con un conducta... ¡Ese dichoso molino!... sentado lo tiene del dijo la el tono en que se traducía el miedo á un pró- ximo regaño. — de —exclamó uno canónigos, que por señas era pe- ¡Pues y mis sobrinas! los — Mis no deben embargo — sobrinas dicen que los nitenciario. sacerdotes — Sin visitar comadres... interrumpió su compa- ñero, que era magistral: — lo que allí pasa no puede ser más inocente... — ¡Toma! —Y ¡Como que va el mismo señor obispo! luego, señores, á nuestra edad... repuso el penitenciario. — Yo he cumplido ayer los setenta y cinco. — ¡Es claro! — replicó el Pero hablemos de otra cosa: magistral. ¡qué guapa estaba esta tarde la seña Frasquita! — ¡Oh, lo que es eso... ¡Gomo guapa, es guapa! — cialidad. dijo el abogado, afectando impar- — — 79 —Muy guapa — embozo. —Y no— pregunten —que enamorado de Indudablemente —exclamó — — agregó — De — Conque, repitió , penitenciario el dentro del añadió si predicador de ofi- el al corregidor... se lo cio, está ¡Ya lo creo! el ella. confesor de la catedral. seguro académico... el yo señores: correspondiente. corto por aquí para llegar antes á casa... ¡Muy buenas noches! — Buenas noches, — le contestaron los dos capitulares. Y anduvieron algunos pasos en silencio. —También le gusta á ese murmuró entonces con el codo al molinera, la magistral, el dándole penitenciario. — — ¡Como rándose de — ¡Y qué mañana, compañe—Conque V. muy —Que si lo respondió éste, pa- viera! á la puerta bruto hasta es! ro. le bien las uvas. sienten á — Hasta mañana, pase V. su casa. muy buena si Dios quiere... Que noche. —Buenas noches nos dé Dios,: rezó el 80 penitenciario, ya desde el portal, que tenia por cierto farol y Virgen. Y llamó á la aldaba. Una vez solo en la calle el otro canónigo, (que era más ancho que que rodaba al y que parecía andar), siguió avanzando lenalto, tamente hacia su casa; pero, antes de llegar á ella, infringió contra el una pared lo que en porvenir habia de ser un bando de poli- cía urbana, y díjose al mismo tiempo, pen- sando sin duda en su cofrade de coro: — ¡También —Y quista!... te la gusta á tí la seña Fras- verdad es (añadió al cabo de un momento) que, como guapa, es guapa! XIV. Los consejos de Garduña. Entre tanto, el corregidor habia subido al Ayuntamiento, acompañado de Garduña, con quien mantenía hacia rato, sesiones, una conversación lo en más el salón de familiar de que debiera un hombre de su calidad y de su oficio. — conoce — La Crea usía á un perro perdiguero que la cil. caza, — decia el innoble algua- seña Frasquista está perdidamente enamorada de usía , y todo lo que usía acaba de contarme me lo hace ver más claro que esa luz. 6 — 82 Y señalaba á un velón de Lucena, que apenas esclarecía un pedazo del salón. —No duña, — — Pues no estoy yo tan seguro como tú , Gar- contestó D. Eugenio suspirando. mos con sé por qué. Y si no, hable- Usía (dicho sea con franqueza. perdón) tiene una tacha en su cuerpo... ¿No es verdad? — ¡Bien, sí! pero esa tacha ¡Él es — repuso la tiene más! corregidor; también más jorobado que — ¡Mucho el el tio Lúeas. yo! ¡muchísimo más! ¡sin comparación de ninguna especie! Pero en cambio (y es á lo que cara de muy buen ver. bella cara. rece al . . iba), . . lo mientras que usía tiene una que se llama una el tio Lúeas se pa- sargento Utrera, que reventó de feo. El corregidor sonrió con cierta ufanía. —Además, — prosiguió el alguacil, — la seña Frasquita es capaz de tirarse por una ventana con tal de agarrar el nombramiento de su sobrino... — Hasta ahí estamos de acuerdo. nombramiento es mi única esperanza. Ese — 83 — Pues manos á la obra, mi Ya señor. ¡No hay más que ponerlo en ejecución esta misma he dicho á le usía plan. noche! que no — he — D. Eugenio, acordándose de que costumbre de — que me Garduña. — ¡No me Garduña de Zú—¿Conque — —que misma noche puede jos! necesito conse- dicho ¡Te gritó enfadarse. tenia la Creí usía los' habia pedido. . . balbuceó repliques! saludó. decías, ñiga, arre- esta glarse todo eso?... bien. prosiguió el Pues, mira, me parece ¡Qué diablos! ¡Así saldré pronto de esta cruel incertidumbre! Garduña guardó silencio. El corregidor se dirigió bió algunas líneas en llado, que selló la hecho el está y escri- un pliego de papel se- también por su parte, guar- dándoselo luego en —Ya al bufete faltriquera. nombramiento del so- brino,—dijo entonces, tomando un polvo de rapé. Mañana me las compondré yo con — 84 regidores... los y, acuerdo, ó habrá la ó lo con un ratifican de San Quintín! ¿No te parece que hago bien? — —exclamó ¡Eso, eso! siasmado, metiendo la Garduña entu- zarpa en corregidor y arrebatándole un polvo. eso! El antecesor de usía ¡Déjate de bachillerías! ¡Eso. — repuso el sacudiéndole una guantada corregidor, la ratera — no se paraba tam- poco en barras. Cierta vez... — del la caja mano. — en ¡Mi antecesor era un bes- tuvo de alguacil! Pero vamos tia, cuando á lo que importa. Acabas de decirme que molino del te tio Lúeas pertenece al el término del lugarcillo inmediato, y no al de esta población... ¿Estás seguro de ello? — ¡Segurísimo! ciudad acaba en senté está tarde ría... á la La jurisdicción ramblilla donde yo ¡Voto á Lucifer! un ¡Basta! — la me esperar que vuestra seño¡Si yo hubiera tado en su caso! — de gritó D. Eugenio. — es- ¡Eres insolente! Y cogiendo media cuartilla de papel, es- 85 cribió una esquela ; cerróla pico, y se la entregó á —Ahí po— la tienes carta — doblándole un , Garduña. mismo tiem- dijo al le que me has pedido para calde del lugar. Tú el al- de palabra le explicarás todo lo que tiene que hacer. ¡Ya ves que sigo tu plan al pié de de tí me metes en un No hay cuidado, si — — ña. la letra! ¡Desgraciado callejón sin salida! — El señor Juan López tiene temer, y en cuanto vea la firma de hará todo lo que yo le mande. le debe mil fanegas de grano y otro tanto al Pósito Gardumucho que contestó al Pió!... ¡ usía, Lo menos Pósito Real, Esto último contra toda ley, pues no es ninguna viuda ni ningún labrador pobre para recibir trigo sin abonar creces ni recargo, sino el un jugador, un borracho y un sin vergüenza, muy amigo de el faldas, pueblecillo... que ¡Y aquel hombre autoridad! ¡Así anda el — ¡Te he trae escandalizado ejerce mundo! dicho que calles!... ¡Me estás distrayendo! — bramó que vamos al el asunto, corregidor. — — Con- añadió luego, mu- 86 dando de tono. —Son Lo primero que la cuarto... y que hacer es tienes casa y advertirle á siete las ir me señora que no á es- pere á cenar ni á dormir. Dile que esta no- che me estaré trabajando aquí hasta la hora queda, y que después saldré de ronda secreta contigo, á ver si atrapamos á ciertos de la En malhechores... engáñala bien para fin, que se acueste descuidada. De camino, que á otro alguacil no me atrevo traiga la cena... lante de la señora , me pues leer en conoce tanto, mis pensamientos. cocinera que ponga unos pes- Encárgale á la tiños de los que se hicieron hoy alguacil que, sin gue de la blanco. En que taberna lo hallarte te me muy lugar, al las ocho allí! — ex- el corre- bien á y media... — ¡A ocho en punto clamó Garduña. — — ¡No me estoy las contradigas! rugió gidor, acordándose otra vez de alar- de vino cuartillo marchas dile al y , vea nadie, medio seguida donde puedes Yo noche de- parecer esta á que es capaz de me dile que lo era. .. 87 Garduña saludó. — Hemos quilizándose, en tás dicho, —que el lugar. — continuó aquel, tran- á las ocho en punto es- Del lugar molino habrá al media legua... — — No me — — Corta interrumpas! ; El alguacil volvió á saludar. Corta, prosiguió el corregidor. ¿Crees tú que á consiguiente, á las diez... las diez?. —Por . —Antes de las diez; á las nueve y media puede llamar usía descuidado á la puerta del molino. — ¡Hombre! me ¡No tengo que hacer!... digas á mí lo que — Por supuesto que tú estarás?... — Yo estaré en todas partes... cuartel general será la ramblilla. me olvidaba... Vaya Pero mi ¡Ah! se usía á pié, y no lleve linterna... — ¡Maldita la falta que me hacían tam- poco esos consejos! ¿Si creerás tú que es primera vez que salgo á campaña? la 88 — Perdone llame usía á la del caz se tú lo Sí, señor. me hay á la puerte- otra puerta? ¡Mira habia ocurrido! La puertecilla del caz da Lúeas no entra al los molineros... ni y nunca por sale De forma que, aunque ella. la caz... mismísimo dormitorio de tio No puerta grande que da á que hay encima del —¿Encima que no — el Otra cosa. emparrado, sino plazoleta del cilla ¡Ah! usía... volviese de pronto... — Comprendo, comprendo... más Procure — Por aturdas ¡No me los oidos! último. usía escurrir el bulto antes del amanecer. Ahora amanece á las seis. — ¡Mira otro consejo inútil! estaré de vuelta en hemos hablado sencia mi ya... casa... A las cinco Pero bastante ¡Quítate de mi pre- ! te! — Pues —exclamó al corregidor y mirando entonces, señor... ¡Buena suer- tiempo. el alguacil, alargando al techo al mano mismo la 89 El corregidor dio una peseta á Garduña, y éste desapareció como por ensalmo. — — murmuró — me ¡Por vida de!... cabo de un instante. ¡Se el viejo al ha olvidado me trajeran también una baraja! ¡Con ella me hubiera entretenido hasta las nueve y media, viendo si me salia aquel decirle que solitario!... XV. - Despedida en prosa. Serian las nueve de aquella cuando el Lúeas y tio terminadas todas y de la las la misma noche seña Frasquita, haciendas del molino casa, comiéronse una fuente de en- salada de escarola, una libreja de carne gui- sada con tomates, y algunas uvas de las que quedaban en la consabida cesta, todo ello rociado con un poco de vino y con grandes risotadas á costa del corregidor; después de lo cual, miráronse afablemente como los dos es- de Dios y de sí mismos, y se dijeron, entre un par de bosposos, satisfechos 91 tezos que revelaban toda la paz y tranqui- lidad de sus corazones: — Pues, señor, vamos á acostarnos, mañana En y será otro día. aquel momento oyéronse dos golpes aplicados á fuertes puerta grande del la mo- lino. El marido y la mujer se miraron sobre- saltados. Era la primera vez que oian llamar á su puerta á semejante hora. — Voy — encaminándose ¡Eso me — dijo la intrépida á ver... ra, hacia ¡Quita! el tio Lúeas con Frasquita le cedió que no salgas! viendo que la la plazoletilla. toca á mí! —exclamó dignidad, que tal el paso. —añadió navar- — ¡Te seña la he dicho luego con dureza, molinera quería seguirlo. Esta obedeció, y se quedó dentro de la casa. —¿Quién — preguntó desde en medio de — una — es? el la ¡La justicia! lado del portón. tio Lúeas plazoleta. contestó voz al otro — 92 —¿Qué — La justicia? del lugar. — ¡Abra V. ai señor al- calde! El tio Lúeas se habia asomado entre tanto por una mirilla muy disimulada que tenia y reconocido el portón, ¡Dirás guacil! que abra le — repuso al luna la borrachon del molinero, el de lugar inmediato. al rústico alguacil del — á la luz retirando alla tranca. —Es lo mismo — contestó el de afuera, puesto que traigo una orden escrita de su —Tenga V. muy buenas Lúeas — agregó menos Toñuelo — — murciano. — Veamos qué orden merced... noches, luego entrando, y con tio voz oficial. Dios te respondió guarde, el es esa... ¡y bien podia el señor Juan López escoger otra hora más oportuna de dirigirse á los bres de bien! será tuya. — Por ¡Gomo emborrachando en supuesto, que si lo las viera, te la homculpa has estado huertas del camino! ¿Quieres un trago? — No, señor: no hay tiempo para nada. 93 que seguirme Tiene V. Lea V. la inmediatamente. orden. —¿Cómo seguirte? —exclamó eas, penetrando en el molino en mano. ¡A la con ver, Frasquita! La seña Frasquita soltó una Lú- el tio el papel ¡alumbra! cosa que mano, y descolgó el candil. Lúeas miró rápidamente el objeto tenia en la El tio que habia soltado su mujer, y reconoció su bocacha, ó sea un enorme trabuco que calzaba balas de media libra. El molinero dirigió entonces á una mirada le dijo, — llena tomándole de gratitud la y la navarra ternura, y cara: ¡Cuánto vales! La seña Frasquita, pálida y serena como una estatua de mármol, levantó cogido con dos dedos, sin que temblor agitase su pulso, el el candil, más leve y contestó seca- mente: — ¡Vaya, lee! La orden decia «Para el así: mejor servicio de S. M. el Rey «Nuestro Señor (Q. D. G.), prevengo á Lú- 94 de estos veci- »cas Fernandez, molinero, inmediatamente que »nos, que reciba la «presente orden comparezca ante mi auto»ridapl sin excusa ni pretexto alguno; ad- » virtiéndole »no que, por ser asunto reservado, pondrá en conocimiento de nadie, lo »todo ello bajo las penas correspondientes, »caso de desobediencia. — El alcalde: Juan López.» Y habia una cruz en vez de firma. — Oye, tú. Lucas el tio ¿Y qué — es esto? al alguacil. le —¿A qué preguntó viene esta orden? —No lo sé — contestó el rústico; hombre de unos treinta años, cuyo rostro esquinado y de asesino, no mejor idea de su sinceridad. Creo y avieso, daba la que se ó de — trata moneda usted. to... rostro de ladrón . . En de averiguar algo de brujería, falsa . . . Pero Lo llaman como fin, yo no la cosa no va con testigo, ó me he El señor Juan López se con más pelos y señales. como peri- enterado bien... lo explicará á V. — 95 — que — — exclamó ¡Corriente! Dile el molinero. mañana. iré ¡Ca! no, señor... Tiene V. que venirse ahora mismo, sin perder un minuto... Es orden que la Hubo un me ha dado el señor alcalde. instante de silencio. Los ojos de seña Frasquita echaban la llamas. El tio Lúeas no separaba como suelo, — Me clamó al si cuando concederás levantando fin, ir la menos á la cuadra burra ni que demontre! alguacil. — ¡Cualquiera legua! La noche está se muy — — ex- cabeza, una burra. — ¡Qué el suyos del buscara alguna cosa. tiempo preciso para jar los el y apare- — anda replicó media hermosa, y hace luna... —Ya he que ha Pero yo tengo muy — Pues no perdamos Yo ayudaré Y. ¿Temes que me — —Yo no temo Lúeas — responvisto salido... hinchados. los pies entonces le tiempo. á aparejar la bestia. á escape? ¡Hola! ¡Hola! nada, tio 96 dio Toñuelo con do. —Yo Y ver soy la justicia. hablando retaco el — Pues — que descansó armas, dejando así, que llevaba debajo mira, Toñuelo ra, ya tu oficio, bién la de un desalma- frialdad la vas á hazme moline- dijo la cuadra... la el — del capote. ejercer á tam- favor de aparejar otra burra. — qué?— — Para yo voy con —No puede — Tengo orden de ¿Para interrogó mí: molinero. el vosotros. ser, seña Frasquita — objetó llevarme á su el alguacil. marido de V. nada más y de impedir que V. lo siga. En ello me va el destino y el pes- Juan —Así me —Conque... vamos, Y más — tartamudeó mur— moverse. Fras— ¡Muy — que yo me — —Esto cuezo. lo advirtió López. el tio señor Lúeas. se dirigió hacia la puerta. ¡Cosa rara! el ciano sin contestó rara! la seña quita. es algo... tinuó balbuceando el sé... tio Lúeas, con- de modo que no podia ser oido por Toñuelo. 97 —¿Quieres que vaya yo chicheó navarra,- la —y le á la ciudad dé aviso — cu- cor- al regidor de lo que nos sucede?... — — — Pues ¿qué con gran — —Que me respondió en ¡No! alta voz Lúeas. quieres que haga? el — tio dijo la ímpetu. molinera mires respondió el antiguo soldado. Los dos esposos se miraron en silencio, y quedaron tan satisfechos ambos de la tranquilidad, la resolución y la energía que se comunicaron sus almas, que acabaron por encogerse de hombros y reírse... Después de lo cual el tio Lúeas encendió otro can- dil y se dirigió á la á cuadra, diciéndole antes Toñuelo con socarronería: — ¡Vaya, hombre! Ven y ayúdame, su- puesto que eres tan amable. Toñuelo lo siguió, canturriando una copla entre dientes. Pocos minutos después, del molino, caballero menta y seguido del el tio Lúeas salía en una hermosa jualguacil. 98 La despedida de ducido á los esposos habíase re- lo siguiente: — — — Embózate, que Cierra bien dijo el tio Lúeas. hace fresco — seña Frasquita, cerrando con llave, y dijo la tranca cerrojo. Y no hubo más adiós, más abrazo, ni ¿Para qué? ni más mirada. más beso, ni XVI. Un ave de mal agüero. Sigamos por nuestra parte Ya habian andado un al borrica y el alguacil Lúeas. cuarto de legua sin hablar palabra, el molinero la tio subido en arreándola con su bastón de autoridad, cuando divisaron delante de hacia el sí, en lo alto camino, la de un repecho que sombra de un enorme pajarraco que se dirigía hacia ellos. Aquella sombra se destacó enérgicamente sobre el cielo, bujándose en esclarecido por él la luna, con tanta precisión, que molinero exclamó en el acto: diel 100 —Toñuelo, ¡aquel sombrero de tres es Garduña, con su picos sus y patas de alambre! Mas lado, antes de que contestara el la sombra, deseosa sin duda de eludir aquel encuentro, echado interpe- camino y campo travieso con la había dejado á correr á el velocidad de un ave nocturna. —No veo — Toñuelo con mayor —Ni yo tampoco— nadie á respondió entonces naturalidad. la replicó comiéndose Y la molino la Lúeas, el tio partida. sospecha que ya se le ocurrió en el principió á adquirir cuerpo sistencia en el espíritu receloso y con- del joro- bado. — Este — es te.- viaje mió que díjose interiormen- una estratagema amorosa del corre- gidor. La declaración desde — lo alto del el vejete que le oí emparrado esta tarde me demuestra madrileño no puede esperar más. Indudablemente, esta noche va á volmolino, y por eso ha principiado quitándome de en medio. Pero ¿qué ver de visita al — 101 importa? abrirá la Frasquito puerto aunque Digo la casa... aunque el la más; le peguen fuego aunque las añadió al manos en — más temprano que me Llegaron con esto el alguacil, Sin em- cabo de un momento, jbueno será volverme esta noche alcalde. abriese, la cabeza. ¡Frasquito es Frasquito! — á sorprender á mi navarra, pobre hombre saldría con bargo y no corregidor lograse, por medio de cualquier ardid, el Frasquito... es al á casa lo sea posible! lugar el tio Lúeas y y dirigiéronse á casa del señor XVII. Un alcalde de monterilla. El Sr. Juan López, que como particular y como y el con alcalde era la tiranía, la ferocidad orgullo personificados (cuando trataba los inferiores), dignábase, sin á aquellas horas, después embargo, de despachar los asuntos oficiales y los de su labranza, y de cotidiana paliza, be- berse un cántaro de vino en compañía del pegarle á su mujer secretario iba el y del la sacristán, más de mediada operación que aquella noche cuando molinero compareció en su presencia. — ¡Hola, tio Lúeas! — le dijo, rascándose . 103 la cabeza para excitar en —¿Cómo embustes. secretario, échele Lúeas! ¿Y he ahora ver, V. un vaso de vino al tio mucho tiempo que no hombre... ¡Qué bien sale molienda! pan de centeno pa- ¡El rece de trigo candeal! Siéntese . . Conque. . V. y descanse, Dios, no tenemos prisa. — . que, vaya. . Lúeas, . gracias ¡Por mi parte, maldita aquella! testó el tio los seña Frasquita? ¿Se conserva la visto! Pero, la vena de va de salud? ¡A tan guapa? ¡Ya hace la ella la — á con- que hasta entonces no habia despegado los labios, pero cuyas sos- mayores pechas eran cada vez amistoso recibimiento que se pués de una orden tan al ver el hacia des- le y apre- terrible miante. — Pues el alcalde, entonces, — tio Lúeas — continuó supuesto que no tiene V. gran dormirá V. acá esta noche, y mañana temprano despacharemos nuestro asuntillo. prisa, . —Me parece bien — respondió el tio Lú- eas con un disimulo que no tenia nada que envidiar á la diplomacia del Sr. Juan Lo- 104 —Supuesto que me quedo. —Ni pez. urgente, añadió engañado quien creia engañar. Oye quilo. tú, cosa no es urgente... V. ni de. peligro para alcalde, el la por aquel á — Puede V. estar tran- Toñuelo... Alarga esa media fanega para que se siente el tio Lúeas. — — clamó — ¡Venga de — buena mano. Médielo V. — — — Juan López, bebiéndose — de — apurando Manuela! — — ¡A — Dileá ama que de Entonces... ;venga el — ex- otro trago! molinero, sentándose. repuso ahí! alargándole el el alcalde, vaso lleno. Está en ¡Pues, por su salud! dijo V., señor alcalde! -¡Por la Lúeas, la otra tio monterilla. Lúeas se queda ¡Ga! duermo en no... el pajar á dormir aquí. el creo! Que el le granero. ¡De ningún modo! como un —Mire V. que tenemos Pero — ¡Ya lo mitad. tu ponga una cabecera en — replicó gritó entonces el ver, alcalde señor mitad del vino. la el tio el Yo rey. cabeceras... ¿á qué quiere V. 105 incomodar á familia? la Yo mi ca- traigo pote... como V. —Pues ponga. ama que no — con— Lo que V. Lúeas, bostezando de un modo en — que me guste. ¡Manuela! señor, dile á tu la sí tinuó atroz, á permitirme, va el tío seguida. acueste es Anoche he mucha- molienda, y no tenido he pegado todavía los ojos... majestuosa—Concedido — — Se puede V. mente cuando de que nos —Creo que también — asorecojamos de graduar mándose que quedaba. — Ya deben de ó poco menos. — — Las menos , respondió recoger alcalde. el quiera. es hora nosotros, al cántaro dijo el sacristán, vino para lo ser las diez... diez secretario, notificó cuartillo, echando en los vasos del vino correspondiente á aquella — ¡Pues — Hasta el anfitrión, el el resto noche. — exclamó — añadió á dormir, caballeros! apurando su parte. mañana, señores, molinero, bebiéndose la suya. el 106 —Espere — que V. ñuelo! Lleva al tio ¡Por aquí, lo, llevándose tio el alumbren... le Lúeas al ¡To- pajar. Lúeas!... cántaro por — dijo si le Toñue- quedaban algunas gotas. — Hasta agregó el mañana , si Dios quiere, — sacristán, después de escurrir to- dos los vasos. Y marchó tambaleándose, y cantando alegremente el De pro fundís. se — Pues cretario señor, — díjole el alcalde al cuando se quedaron solos. — El setio Lúeas no ha sospechado nada. Nos pode- mos acostar descansadamente, y ¡buena pro le haga al corregidor! XVIII. Donde se verá que el tio muy Lúeas tenia el sueño ligero. Cinco minutos después, un descolgaba por la hombre se ventana del pajar del se- ñor alcalde; ventana que daba á un corraIon , y que no distaría cuatro varas del suelo. En el corralón habia una gran pesebrera, un cobertizo sobre á la cual estaban ata- das seis ú ocho caballerías de diferente alcurnia. El hombre desató una borrica cierto estaba aparejada, , que por y se encaminó, vándola del diestro, hacia la lle- puerta del cor- 108 ral; retiró tranca y desechó el cerrojo mucho tien- y se encontró en. medio del campo. Una vez allí montó en la borrica me- que to, la la aseguraban; abrióla con , tióle los , como una talones, y salió con dirección á la ciudad carril ordinario, sino ; flecha mas no por el atravesando siembras y cañadas... Era molino. el tio Lúeas, que se dirigía á su — XIX. Voces clamantes in deserto. — ¡Alcaldesa mí que soy de Archena! - iba diciéndose el la mañana pasaré mo medida que me ha murciano. —Mañana por á ver al señor obispo, co- preventiva, y le contaré todo lo ocurrido esta noche. ¡Llamarme con tanta prisa y con tanta reserva á las nueve de la noche; decirme que vaya solo; hablarme del servicio del Rey, y de moneda falsa, y de brujas, y de duendes, para echarme luego dos vasos de vino y mandarme á dormir!... ¡La cosa no puede ser más clara! Garduña trajo al lugar esas ins- 110 trucciones de parte del corregidor, y esta es la hora en que corregidor estará ya en el campaña contra mi mujer... ¡Quién sabe me lo encontraré llamando á molino! ¡Quién sabe dentro decir? . ! . . ¡ ¡ me Quién sabe! . . lo puerta del encontraré ya Pero ¿qué voy . Dudar de mi navarra!... ¡Oh, que ¡Imposible es ofender á Dios! ¡Imposible que mi ble!... si la si á esto ella!... ¡Imposi- Frasquita!... Pero ¿qué estoy diciendo? ¿Acaso hay algo imposible en el mundo? ¿No se casó conmigo, siendo ella tan hermosa y yo tan feo? Y al hacer esta última reflexión, jorobado se echó á Entonces paró el pobre llorar... la burra para serenarse; se enjugó las lágrimas; suspiró hondamente; sacó los avios de fumar; garro de tabaco negro; picó y lió un ci- empuñó luego pe- dernal, yesca y eslabón, y al cabo de algu- nos golpes, consiguió encender candela. En aquel mismo momento de pasos hacia allí el sintió camino (que unas trescientas varas). rumor distaría de 111 — ¡Qué imprudente soy!— me andarán ya buscando y yo dido al echar estas yescas! Escondió, pues, la ocultándose detrás de Pero ferente la dijo. — ¡Si me habré ven- lumbre, y se apeó, la borrica. borrica entendió las cosas de di- modo, y lanzó un rebuzno de satis- facción. — ¡Maldita seas! —exclamó tratando de cerrarle la Lúeas, el tio boca con las manos. Al propio tiempo resonó otro rebuzno en el camino, por vía de galante respuesta. — ¡Estamos sando el aviados! molinero. el mayor mal de — los — ¡Bien prosiguió pendice el refrán: males es tratar con ani- males! Y así diciendo, volvió á bestia salió y traria al sitio montar, arreó la disparado en dirección con- en que habia sonado el se'gundo que la persona rebuzno. Y que lo iba más particular fué en jumento interlocutor debió de el asustarse tanto del tio Lúeas Lúeas se habia asustado de , ella, como el tio pues apar- ! 112 camino y salió á escape sembrados de la otra banda. tose también del por los murciano, y tranquilo ya por aquella parte, continuó discurriendo de este Notólo el modo: — ¡Qué noche! ¡Qué mundo! lamia desde hace una hora! ¡Qué vida ¡Alguaciles metidos á alcahuetes; alcaldes que conspiran contra mi honra ; burros que rebuznan cuando no es menester, y aquí, en mi pecho, un miserable corazón que se ha atrevido á dudar de la mujer más noble que Dios ha criado! ¡Oh! ¡Dios mió, Dios mió! ¡Haz que llegue pronto á mi casa y que encuentre allí á mi Frasquita! Siguió caminando sando fin, el tio Lucas siembras y matorrales, , atrave- hasta que al á eso de las once de la noche, llegó sin novedad á la puerta grande del molino. ¡Condenación! ¡La puerta del molino estaba abierta ! XX. La duda y la realidad. ¡Estaba abierta... y él, al marcharse, habia oido á su mujer cerrarla con llave, tranca y cerrojo Por consiguiente , su mujer la habia abierto sin duda alguna. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿De resultas ¿A de una de un engaño? consecuencia orden? ¿O bien deliberada y voluntariamente, en virtud de previo acuerdo con el corregidor. ¿Qué le iba á ver? ¿Qué iba á saber? ¿Qué aguardaba dentro de su casa? ¿Se habría 8 114 fugado la seña Frasquita? ¿Se habrian ro- la bado? ¿Estaria muerta, ó estaría en brazos de su rival? — El corregidor contaba con que yo no podría venir en toda gubremente. — noche, la se dijo lú- El alcalde del lugar tendría orden hasta de encadenarme biese — empeñado en si me hu- yo volver... ¿Sabia todo en complot? ¿O esto Frasquita? ¿Estaba el ha sido víctima de un engaño, de una violencia, de una infamia? No empleó más tiempo el sin ventura en hacer todas estas crueles reflexiones que que tardó en atravesar la plazoletilla del el em- parrado. También estaba casa, las abierta la puerta de la cuyo primer aposento, como en todas viviendas rústicas, era Dentro de la la cocina. cocina no había nadie. Sin embargo, una enorme fogata ardia en la chimenea... ¡chimenea que él dejó apa- gada, y que no se encendía nunca hasta mes de Diciembre! Por último, de uno de los el ganchos de 115 la espetera pendía un candil ¿Qué encendido... significaba todo aquello? ¿Y cómo se compadecía semejante aparato de de sociedad con reinaba en el silencio vigilia y de muerte que casa? la ¿Qué habia sido de su mujer? Entonces, y sólo entonces, reparó el tio Lúeas en unas ropas que habia colgadas en de dos ó tres los espaldares alrededor de Fijó la chimenea... rugido tan intenso, que se zo mudo y se llevó le quedó atreve- garganta, convertido en un sollo- la Creyó puestas en aquellas ropas, y lanzó un la vista sado en sillas sofocante. el infortunado que se ahogaba, y las manos mientras que, lívido, convulso, al cuello; con los ojos desencajados, contemplaba aquella vestimenta, poseído de tanto horror le presentan Porque grana, y la el lo como la el reo en capilla á quien hopa. que allí sombrero de chupa de color de veia era la capa de tres picos, la casaca tórtola, el calzón de seda negra, las medias blancas, los zapatos 116 con hebilla, y hasta el bastón, el espadín y los guantes del execrable corregidor!... Lo que allí taja veía era hopa de su ignominia, la de su honra, el sudario de su ventura. El terrible trabuco seguía en en que dos horas antes El tío queta, y Sondeó él. el rincón dejóla navarra... lo Lúeas dio un apoderó de mor- la de tigre y se canon con la ba- salto el que estaba cargado. Miró vio la piedra, y halló que estaba en su lugar. Volvióse entonces hacia conducía á la la escalera que cámara en que había dormido tantos años con la seña Frasquita, y mur- muró sordamente: — ¡Allí están! Avanzó, pues, un paso en aquella dirección; pero en seguida se detuvo para mirar en torno de sí servando..., — Dios! ¡Nadie! ... y ver — y ese. Confirmada . . dijo si alguien lo estaba ob- mentalmente. ha querido — esto! así la sentencia, fué á paso, cuando su errante un pliego que había sobre ¡Sólo dar otro mirada distinguió la mesa... — : 117 Verlo, y haber caido -sobre él, y tenerlo entre sus garras, fué todo cosa de un se- gundo. Aquel papel era brino de la el nombramiento del so- seña Frasquita, firmado por don Eugenio de Zúñiga y Ponce de León. ¡Este ha sido el precio de la venta! — pensó la el tio boca mento Lúeas, metiéndose á su rabia. — quisiera á su familia ¡No hemos tenido papel en y dar ali¡Siempre recelé que sofocar sus para el gritos más que hijos! . . . á mí!... ¡He aquí la ¡Ah! causa de todo! Y el infortunado estuvo á punto de vol- ver á llorar. Pero luego se enfureció nuevamente, dijo con la un ademan ya que no con voz — ¡Arriba! ¡Arriba! Y empezó gatas con una la terrible, y otra, á subir la escalera andando mano, llevando trabuco en y con el papel el á infame entre los dientes. En corroboración de sus naturales sospe- 118 chas, al llegar á puerta la dormitorio del (que estaba cerrada), vio que salían algunos rayos de luz por las junturas de las tablas y por el ojo de la llave. — ¡Aquí Y están! se paró un — volvió á decir. como para pasar instante, aquel nuevo trago de amargura. Luego continuó subiendo... hasta á la misma puerta Dentro de — ¡Si mente la él llegar del dormitorio. no se oia el no hubiera nadie! más — leve ruido. le dijo tímida- esperanza. Pero en aquel mismo instante el infeliz oyó toser dentro del cuarto. Era la tos medio asmática del corregidor. ¡No habia duda posible! ¡No habia tabla de salvación en aquel naufragio! El molinero sonrió en modo horroroso. — ¿Cómo oscuridad semejantes todo con el el las tinieblas de un no brillan en la relámpagos? ¿Qué es fuego de las tormentas, comparado que arde á veces en el corazón del hombre? Sin embargo, el tio. Lucas (tal era su 119 alma, según dijimos ya en otro lugar) principió á tranquilizarse no bien oyó la tos de su enemigo... La realidad menos daño que hacia le la duda. Según á la le anunció seña Frasquita, en que perdia la él mismo punto y hora que era vida de su desde única fe aquella tarde el alma, empezaba á convertirse en otro hom- bre nuevo. Semejante al moro de Venecia (con quien comparamos ya lo el desengaño mataba en todo el al describir su carácter), él de un solo golpe amor, trasfigurando de paso raleza de la natu- y haciéndole ver el mundo como una región extraña á que acasu espíritu bara de llegar. La única diferencia consistía en que menos que el el tio Lúeas era por idiosincrasia menos austero y más egoísta insensato sacrificador de Desdémona. trágico, ¡Cosa rara; pero propia de tales situacio- nes! La duda, ósea el la esperanza (que para caso es lo mismo), volvió todavía á tificarlo un momento... mor- — ! 120 — ¿Si me pensó. tribulación de su infortunio olvidá- la basele ya al cuitado que habia visto las ro- pas del corregidor cerca de habia encontrado abierta que habia leido lino; — hubiese sido de Frasquita!... ¡Si la tos En hubiera equivocado? la chimenea; que la puerta del mo- credencial de su in- la famia... Agachóse, pues, y miró por el ojo de la llave, temblando de incertidumbre y de zozobra . El rayo visual no alcanzaba más que un pequeño triángulo de cama, por la parte del cabecero... te en aquel extremo de mohadas la ¡pero precisamen- pequeño triángulo las descubrir á almohadas, se veia el y sobre las al- cabeza del corregidor Otra risa diabólica contrajo el rostro del molinero. Dijérase que volvía á ser — ¡Soy dueño de la feliz. verdad! — murmuró, irguiéndose tranquilamente. Y volvió á bajar la escalera con el tiento que empleó para subirla... mismo 121 — El asunto es delicado... Necesito re- — iba á la cocina, sentóse en Tengo tiempo para flexionar. todo... pensando mientras bajaba. Llegado que hubo medio de ella, y ocultó frente la entre las manos. Así permaneció lo mucho tiempo, hasta que despertó de su cavilación un leve golpe que sintió Era el en un pié... trabuco, que se habia deslizado de sus rodillas, y que le hacia aquella especie de seña... — tio ¡No! Lúeas, — murmuró con arma. —No ¡Te digo que no! encarándose el el me convienes. Todo el mundo tendría lástima de ellos... y á mí me ahorcarían! ¡Se de un corregidor... y matar á un corregidor es todavía en España cosa indiscultrata pable! ¡Dirían que lo maté por infundados desnudé y lo metí en mi cama!... Dirían, además, quémate á mi celos, y que luego lo mujer por simples sospechas... ¡Y meahorcarian! tener Además, yo habría dado muestras de muy poca alma, muy poco talento, si 122 al remate de mi vida fuera digno de compa¡Todos se reirian de mí! sión! muy mi desventura era natural ¡Dirían que siendo yo , jorobado y Frasquita tan hermosa! ¡Nada! ¡no! Lo que yo necesito es vengarme; y des- pués de vengarme, reir, despreciar, triunfar, reírme mucho, reírme de todos... evi- tando por nunca de tal medio que nadie pueda esta reírse que yo he llegado jiba á hacer hasta envidiable, y que tan grotesca seria en una horca! Así discurrió el Lúeas, tio vez sin tal darse cuenta de ello puntualmente, y, en arma virtud de semejante discurso, colocó el en su con los sitio, y principió brazos atrás y la cabeza cando su venganza en en las ruindades de la á pasearse como bus- baja, el suelo, en la tierra, vida, en alguna es- tratagema vulgar y bufona que dejase en completo ridículo á su mujer y al corregidor, en vez de buscar aquella misma venganza en la muerte, en la justicia, el ho- como huhecho en su lugar cualquier otro hom- nor, en el cadalso, en el cielo... biera en 123 bre de condición menos rebelde que la suya á toda imposición de la naturaleza, de la so- ciedad ó de sus propios sentimientos. En tal estado, paráronse sus ojos en la vestimenta del corregidor... Luego se paró él mismo... Después fué iluminándose poco á poco su semblante de una alegría, de un gozo, de un triunfo indefinibles... hasta que por úl- timo se echó á reir de una manera formidable... estoes, á grandes carcajadas, pero sin hacer ningún ruido (á fin de que no oyesen desde arriba), metiéndose los lo puños por los ijares para no reventar, estremeciéndose todo como un y teniendo que concluir por dejarse caer en una silla epiléptico, hasta que le pasó aquella convulsión de sarcástico regocijo. — Era la propia risa de Mephistópheles. No bien se sosegó, principió á desnudarse con una celeridad en las mismas febril: colocó toda su sillas que ocupaba la ropa del cor- regidor: púsose cuantas prendas pertenecían á éste, desde los zapatos de hebilla hasta el 126 paraje, el allí muy próximo, por donde corría agua del caz. — ¡Socorro! ¡que me ahogo! ¡Frasquita!... ¡Frasquita!... — clamaba una voz de con todo el ¿Si Lucas? bre, acento de hom- desespera- la ción. — será —pensó navarra, la de un terror que no necesitamos des- llena cribir. En mismo dormitorio habia una puer- el de que ya nos habló Garduña, tecilla, que daba efectivamente sobre del caz. — la seña más que no hubiera recono- voz que pedia auxilio, y encontróse la de manos á boca con aquel parte alta Abrióla sin vacilación Frasquita, por cido la momento salia, el corregidor, que en todo chorreando, de impetuosísima acequia... — y ¡Dios me perdone! ¡Dios balbuceaba el infame viejo. me perdone! — ¡Creí que la — me ahogaba! —¿Cómo? ¿Es V.? ¿Qué se atreve?... ¿A qué viene — molinera con gritó la significa? ¿Cómo V. á estas horas?... más indignación 127 que espanto, pero retrocediendo maquinalmente. — ¡Calla! ¡calla, mujer! corregidor, colándose en de ella. — Yo — tartamudeó aposento detrás el diré todo... te lo el ¡He estado me llevaba ya como ¡mira cómo me he puesto! para ahogarme! ¡El agua una pluma! ¡Mira! — ña ¡Fuera! ¡fuera de aquí! Frasquita replicó la se- violencia. comprendo todo! — ¡No ¡Dema- nada que explicarme!... tiene V. siado lo mayor con — ¿Qué me importa á mí que V. se ahogue? ¿Lo he llamado yo á V.? ¡Ah! ¡Qué infamia! ¡Para esto ha man- dado V. prender á mi marido! —Mujer, — ¡No escucha... escucho! ¡Márchese V. inmedia- tamente, señor corregidor! . . . ¡Márchese V. , ó no respondo de su vida!... —¿Qué — que V. dices? ¡Lo oye! Mi marido no mi casa; pero yo me basto en cerla respetar... ha venido, vez al si ella está en para ha- ¡Márchese V. por donde no quiere que yo lo arroje otra agua con mis propias manos! — 126 paraje, el allí muy próximo, por donde corría agua del caz. — ¡Socorro! ¡que me ahogo! ¡Frasquita!... ¡Frasquita!... — clamaba una con todo el ¿Si Lucas? bre, hom- voz de acento de desespera- la ción. — llena de será —pensó navarra, la un terror que no necesitamos des- cribir. En mismo dormitorio habia una puer- el de que ya nos habló Garduña, tecilía, que daba efectivamente sobre del caz. — la seña más que no hubiera recono- voz que pedia auxilio, y encontróse la de manos á boca con aquel parte alta Abrióla sin vacilación Frasquita, por cido la y momento salia, el corregidor, que en todo chorreando, de la impetuosísima acequia... — ¡Diosme balbuceaba el perdone! ¡Dios infame viejo. me perdone! — ¡Creí que me ahogaba! —¿Cómo? ¿Es V.? ¿Qué se atreve?... ¿A qué viene — molinera con gritó la significa? ¿Cómo V. á estas horas?... más indignación 127 que espanto, pero retrocediendo maquinalmente. — ¡Galla! mujer! ¡calla, corregidor, colándose en de ella. — Yo una pluma! ¡Mira! ¡mira ña — replicó la se- violencia. nada que explicarme!... tiene V. siado lo mayor con ;He estado me llevaba ya como cómo me he puesto! ¡Fuera! ¡fuera de aquí! Frasquita comprendo el aposento detrás el diré todo... te lo para ahogarme! ¡El agua — — tartamudeó todo! — ¡No ¡Dema- ¿Qué me importa á mí que V. se ahogue? ¿Lo he llamado yo á V.? ¡Ah! ¡Qué infamia! ¡Para esto ha man- dado V. prender á mi marido! —Mujer, — ¡No escucha... escucho! ¡Márchese V. inmedia- tamente, señor corregidor! . . . ¡Márchese V. , ó no respondo de su vida!... —¿Qué — que V. dices? ¡Lo mi casa; pero yo cerla respetar... ha venido, vez al si oye! me Mi marido no está basto en ella para en ha- ¡Márchese V. por donde no quiere que yo lo arroje otra agua con mis propias manos! — . las — [Chica! ¿chica! soy sordo — exclamo Cuando yo estoy Tengo á libertar no el grites tanto, viejo que no libertino. al tío Lúeas, á quien ha preso por equivocación un alcalde de terñla... —Pero Yo aquí, por algo será... mon- ante todo, necesito que seques estas ropas. . . me ;Estov calado hasta los V. que marche! — — ¿Qué nombramiento de —Enciende lumbre, v hablaremos. ;Le digo á se sabes tú? Mira... Calla, tonta... aquí te traigo tu sobri- el no. . . la Mientras se seca la ropa, vo me . acostaré eo esta cania... — ;Ah! ¡ya! ¿Conque declara Y. que ve- nia por mí? ¿Gorüique declara Y. que para e~ ha mandado arrestar á mi Lúeas? ¿Conque traía T. su nombramiento v tod ? S s Santas del cielo! ¿Qué se habrá figurado de mí este mamarracho? — — Aunque ;Frasquita! ;Soy el corregidor! fuera Y. el rey! á mí. ¿qué? Yo soy la mujer de mi marido, y el ama de mi casa! éCree Y. que yo me asusto de — loe corregidores? Madrid, y al . . Yo fin del sé ir a Granada, y a tnund© y a pedir justicia contra el viejo insolente que autoridad por fes sodas! Y sabré mañana ponérmela mantüb. éiráier así arrastra sobre todo: yo a la señora corregidora.. — So harás nada de esoü —repuso corregidor, perdiendo la paciencia, dando de táctica. porque yo so el ó mu- de eso; ve© que no IX© harás nada te pegaré un taro», si entiendes de razones. . — ¡Un con t©z —Un tir©!!—exclamo la seña Frasquito sorda... tir©,. so. perjuicio dicho en Y de ello no me resultara alguno. Casualmente he dejado h ciudad que salía esta noche a caza de criminales... —Conque no seas ne- y quiéreme... como yo te ador©. Señor corregidor; ¿un tir©? v©frvi© a decir la navarra, echando los brazos atrás y cia... — el — cuerpo hacia adelante, como para lanzar- se sobre su adversan©. — Si te empeñas, te 1© pegaré, veré bbre de tus amenaza* y de tu y asi 130 sura... — respondió corregidor, lleno de el miedo y sacando un par de cachorrillos. ¿Conque pistolas también? ¡Y en — otra faltriquera el brino! — nombramiento de mi so- dijo la seña Frasquita, no es momento, que voy Y así á encender y la la usía la un lumbre. bajó en tres brincos. El corregidor cogió la Pues, señor, la hablando, se dirigió rápidamente á la escalera, de moviendo — dudosa. — Espere cabeza de arriba á abajo. elección la la luz y salió detrás molinera, temiendo que se escapara; pero tuvo que bajar mucho más de cuyas resultas, cuando llegó tropezó con la despacio, á la cocina, navarra, que volvía ya en su busca. —¿Conque —exclamó un decia V. que tiro? dando un paso caballero, me iba á pegar aquella indomable mujer atrás. que yo ya — Pues, ¡en guardia, lo estoy! y se echó á la cara el formidable trabuco que tanto papel representa en esta Dijo, historia. — ¡Detente, desgraciada! ¿Qué vas á ha- — 131 — — Lo de mi cer? to. gritó corregidor, muerto de sus- el cachorrillos los están cambio, es verdad Aquí Y lo tienes... lo le Lo que es de V. lia, nombramiento... — repuso la guise el mesa. navarra. la servirá para encender cuando si lo del Tómalo... De balde... está bien, Mañana me En descargados... colocó temblando sobre —Ahí y una broma... Mira... tiro era lumbre la almuerzo á mi marido. no quiero ya ni la gloria; mi sobrino viniese alguna vez de Estepara pisotearle á V. seria la fea mano con que ha escrito su nombre en ese papel indecente! jEa, lo dicho! mi {Márchese V. de casa! ¡Aire, aire! ¡Pronto!... me sube la pólvora á la ¡Que ya se cabeza! El corregidor no contestó á este discurso. Habíase puesto lívido, casi ojos torcidos, y un temblor, como de azul; tenia los ciana, agitaba todo su cuerpo. principió á castañetear ai suelo, presa Por último, dientes, y cayó de una convulsión espantosa. El susto del caz, sus ropas, los ter- lo la violenta muy mojado de todas escena del dormitorio, . 132 y el miedo trabuco con que al le apuntaba la navarra, habían agotado las fuerzas del en- fermizo anciano. — ¡Me muero! — balbuceó. — Llama á Gar- duña... llama á Garduña, que estará ahí... en la ramblilla ... No pudo Yo no debo morirme aquí . . continuar. Cerró los ojos, y se quedó como muerto. — ¡Y se morirá como seña Frasquita. pió la lo dice! — — prorum- ¡Pues esta es la más negra! ¿Qué hago yo ahora con este hombre en mi casa? ¿Qué dirían de mí si se muriera? ¿Qué diría Lúeas?... ¿Cómo podría justificarme, la cuando yo misma puerta? ¡Oh! no... aquí con él. he abierto Yo no debo quedarme ¡Yo debo buscar yo debo escandalizar le el á mi marido, mundo antes que comprometer mi honra! Tomada esta resolución, soltó el trabu- co, fuese al corral, cogió la burra daba en abrió de un la él, la aparejó de cualquier modo, puerta grande de salto, á que que- la cerca, montó pesar de sus carnes, y se di- rigió á la ramblilla. — 133 — ¡Garduña, Garduña! — conforme acercaba — — iba gritando navarra se respondió ¡Presente! la á aquel sitio. al cabo el al- apareciendo detrás de un seto. guacil, ¿Es V., seña Frasquita? — tu yo soy. Vé Sí, amo, que se —¿Qué está al molino y socorre á muriendo. dice V.? — Lo que —¿Y V.? —¿Yo? Yo — oyes... ¿á la la la á estas horas? ciudad por un mé- seña Frasquita arreando burra. Y tomó la voy... á contestó dico, dónde va camino del lugar... y no ciudad, como acababa de decir. el Garduña no reparó en cunstancia; pues hacia esta ¡La él es dando zancajadas iba al par de : infeliz no puede hacer más!... un pobre hombre... ¡Vaya una ocasión de ponerse malo! fites á de esta última cir- molino y discurriendo manera — Pero el ya el .. . ¡Dios le da con- quien no puede roerlos! XXII. Garduña se multiplica. Cuando Garduña llegó al molino, el cor- regidor principiaba á volver en sí, procuran- do levantarse del suelo. En el el suelo también, y á su lado, estaba velón encendido que bajó el corregidor del dormitorio. primera —¿Se marchado — —¿Quién? Quiero mo— ha marchado... y Ya — ha ya? fué la frase del corregidor. ¡El demonio!... decir, la linera... Sí, señor... no creo que iba de se muy buen humor. ! 135 muriendo... — ¡Ay, Garduña! me de —¿Pero qué hombres hecho en —Me he y me de Los huesos una con — ¡Toma, —Garduña... ve que —Yo no sácame de —Pues qué pronto Verá —Voy estoy tiene usía? ¡Por vida caido sopa. parten se . . estoy caz, el los toma! ¡ahora salimos frió. eso! te dices!... lo digo nada, señor... este apuro... bien, volando... usía lo arreglo todo. Así dijo cogió la metió al el alguacil, luz con en un periquete, y, una mano, y con la otra se corregidor debajo del brazo; subiólo al dormitorio; púsolo en cueros; acostólo en la cama; corrió al jaraíz; reunió un brazado de leña; fué ala cocina; hizo una gran lumbre; bajó todas las ropas de su amo; colocólas en los espaldares de dos ó tres sillas; encendió un candil; lo colgó de la espetera, y tornó á subir á la cámara. ¿Qué tal vamos? preguntóle entonces — — á D. Eugenio, levantando para verle bien el rostro. en alto el velón — ! 136 —Admirablemente. Conozco que voy ¡Mañana Garduña!... —¿Por qué, señor? preguntármelo? ¿Crees —¿Y á sudar... te ahorco, te atreves á tú que, al esperaba seguir el plan que me trazaste, yo acostarme solo en esta cama, después de recibir por segunda vez el sa- cramento del bautismo? ¡Mañana mismo te ahorco —Pero cuénteme —La usía algo... ¿La seña Frasquita?... seña Frasquita ha querido asesinar- me. ¡Es todo consejos! la que he logrado con tus lo Te digo que te ahorco mañana por mañana. —Algo menos repuso —¿Por qué me —No, será, señor corregidor, el alguacil. lo dices, insolente? ¿Porque ves aquí postrado? señor. Frasquita no ha inhumana como la Lo digo porque la seña debido de mostrarse tan usía cuenta, cuando ha ido á ciudad á buscarle un médico... — ¡Dios santo! ¿Estás seguro de que ha 137 ido á ciudad?—exclamó D. Eugenio, más la aterrado que nunca. —A — lo menos, eso seña Frasquita á ¡Ah. estoy mi mujer!... ¡A decirle que estoy ¿Cómo ha- yo de figurarme esto? ¡Yo creí que se habría ido como y, me la ciudad? ¡A contárselo la aquí! jOh, Dios mió, Dios mió! bía ella... remedio! ¿Sabes á qué va perdido sin todo á ha dicho Garduña! corre, ¡Corre, me al lo lugar en busca de su marido; tengo allí á buen recaudo, nada importaba su viaje! ciudad!!... ¡Pero irse ¡Garduña, corre, á la corre... tú que eres andarín, y evita mi perdición! que molinera entre ¡Evita mi la terrible en casa! —¿Y no me go?— preguntó — ahorcará usía lo consi- el alguacil. ¡Al contrario! tos si Te regalaré unos zapa- en buen uso, que me están grandes. ¡Te regalaré todo lo que quieras! —Pues vov volando. tranquilo. Dentro de Duérmase usía media hora estoy aquí de vuelta, después de dejar en la cárcel á 138 la navarra. ¡Para algo soy más ligero que una borrica! Dijo Garduña, y desapareció por la esca- lera abajo. Se cae de su peso que durante aquella ausencia del alguacil fué cuando nero estuvo en el ojo de el lecho hacia la moli- molino y vio visiones por la llave. Dejemos, pues, el el ajeno , al y corregidor sudando en á Garduña corriendo ciudad (adonde tan pronto habia de seguirlo el tio Lucas con sombrero de y capa de grana), y, convertidos también nosotros en andarines, volemos con tres picos dirección al lugar, en seguimiento valerosa seña Frasquita. de la — XXIII. Otra vez el desierto y las consabidas voces. La única aventura que navarra en su viaje desde blo, fué asustarse le el un poco ocurrió á molino al al la pue- reparar que echaba yescas alguien en medio de un sembrado... — ¿Si será irá á detenerme? En esto se mismo — un esbirro — pensó la molinera. oyó un rebuzno hacia aquel lado. ¡Burros en siguió pensando lo del corregidor? ¿Si el la campo á estas horas! seña Frasquita. — Pues que es por aquí no hay ninguna huerta ni 140 cortijo... ¡Vive Dios que los duendes se es- despachando tán esta noche á su gusto! La burra que montaba la seña Frasquita creyó oportuno rebuznar también en aquel instante. — ¡Calla, demonio! clavándole un alfiler — le dijo la navarra, de á ochavo en mitad de la cruz. Y le temiendo ella conviniese, sacó algún encuentro que no bestia fuera la de cami- no y la hizo trotar por los sembrados. Pero pronto se tranquilizó al comprender que el hombre que echaba yescas y del primer rebuzno caso una , asno en aquel constituían sola entidad el y que esta entidad habia salido huyendo en dirección contraria á la su va. — ¡A un cobarde la otro mayor! — exclamó molinera, burlándose de su miedo y del ajeno. Y sin más tas del lugar á de la noche. accidente, llegó á las puer- tiempo que serian las once XXIV. Un rey de entonces. Hallábase ya durmiendo ñor alcalde, dando la la mona espalda á la se- el espalda de su mujer, y formando así aquella figura de águila austríaca de dos cabezas que dice nuestro inmortal Quevedo, cuando To- nudo cial llamó á y avisó al la puerta de la cámara nup- señor Juan López que la seña Frasquita, la del molino, quería hablarle. No tenemos para qué referir todos los gruñidos y juramentos que acompañaron al acto de despertar y vestirse del alcalde de raonterilla , y nos trasladamos desde luego 142 al instante en (pe la molinera lo vio llegar, desperezándose como un gimnasta que ejercita la musculatura, y exclamando en medio de un bostezo interminable: —Téngalas V. muy buenas, seña Fras- quita. ¿Qué dijo á V. Toñuelo que se quedase en la trae á V. por aquí? ¿No el le mo- lino? ¡Así desobedece V. á la autoridad! — la le ¡Necesito ver á mi Lúeas! navarra. — — respondió ¡Necesito verlo al instante! ¡Que digan que está aquí su mujer! — hablando con que — Déjeme V. mí de ¡Necesito! ¡necesito! Señora, á V. se le olvida está á el Rey... reyes, señor Juan, que no estoy para bromas. ¡Demasiado sabe usted lo que me sucede! ¡Demasiado sabe para qué ha preso á mi marido! —Yo no sé nada, seña Frasquita... Y en cuanto á su marido de V., no está preso, sino casa, nas. durmiendo tranquilamente en y tratado como yo esta su trato á las perso- ¡A ver, Toñuelo! ¡Toñuelo! Anda al Lúeas que se despierte y venga corriendo... Conque vamos... cuén- pajar y dile al tio 143 teme V. lo que ¿Ha tenido V. pasa... le miedo de dormir sola? — ¡No sea V. desvergonzado, señor Juan! me gustan Lo que me pasa ¡Demasiado sabe V. que á mí no sus bromas ni sus veras! es una cosa muy sencilla: que V. y el señor corregidor han querido perderme; pero que se han llevado un solemne chasco. Yo estoy aquí, sin tener de qué abochornarme, y el señor corregidor se queda en el molino mu- riéndose... — ¡Muñéndose corregidor!—exclamó —Señora, ¿sabe V. que — Lo que V. Se en el su subordinado. lo se dice? ha caido oye. y casi se corregidora. sin caz, ha ahogado, ó ha cogido una pul- monía, ó yo no sé... do, el Eso es cuenta Yo vengo perjuicio de á buscar á ir de la mi mari- mañana mismo á Granada... — ¡Demonio, demonio! señor Juan López. —A — murmuró ver, el ¡Manuela!... ¡muchacha!... anda y aparéjamela mulilla... Seña Frasquita, al molino voy... ¡Desgra- — 144 ciada de V. le si ha hecho algún daño al señor corregidor! —Señor en — ¡i alcalde, señor alcalde! más muerto que esto Toñuelo, entrando El vivo. tío Lúeas no —exclamó está en Su el pajar. burra no se halla tampoco en los pesebres, y la puerta modo que del el corral está De abierta... pájaro se ha escapado. —¿Qué — Juan López. Carmen! ¡Qué — en mi —exclamó gritó el señor diciendo? estás ¡Virgen del casa! la va á pasar seña Frasquita. Corramos, señor alcalde; no perdamos tiempo... Mi marido va encontrarlo allí á matar corregidor al á estas horas... —¿Luego V. en —¿Pues no he de cree que el al el tio Lúeas está molino...? creerlo? Digo más... Cuando yo venia me he cruzado con él sin conocerlo. El era sin duda uno que echaba yescas en medio de un sembrado... ¡Dios mió! ¡Cuando piensa una que los animales tienen más entendimiento que las personas! Porque ha de saber V., señor Juan, que 145 nuestras dos burras se reconocieron y se sa- ludaron, mientras que mi Lucas y yo ni nos saludamos ni nos reconocimos... — ¡Bueno — En está su el alcalde. Lúeas de V! — replicó vamos andando, y ya que hay que hacer con todos fin, veremos lo ustedes. ¡Conmigo no se juega! ¡Yo soy Rey!... Pero no un rey como tenemos en Madrid, ó sea en como aquel que hubo en llamaban D. Pedro el me el que ahora Pardo, sino Sevilla, Cruel. nuela! ¡Tráeme el bastón, que el y el á quien ¡A ver, Ma- dile á tu ama marcho! Obedeció la sirvienta más buena moza de lo (que era por cierto que convenia á la y á la moral) y como la mulilla del señor Juan López estuviese ya aparejaalcaldesa , , da, la seña Frasquita y él salieron para el molino, seguidos del indispensable Toñuelo. 10 XXV. La estrella de Garduña. Precedámosles nosotros, supuesto que te- nemos carta blanca para andar más de prisa que nadie. Garduña se hallaba ya de vuelta en molino, después de haber buscado á Frasquita por todas las calles de la la el seña ciudad. El astuto alguacil había tocado de camino en el muy corregimiento, donde lo encontró todo sosegado. Las puertas seguían abiertas como en medio cuando la del dia, según costumbre autoridad está en la calle ejer- ciendo sus sagradas funciones. Dormitaban 147 en meseta de la escalera la y en el recibi- miento otros alguaciles y ministros, esperando descansadamente cuando sintieron llegar á su á amo; mas, Garduña, despere- záronse dos ó tres de ellos y le preguntaron al que era su decano y jefe inmediato: ¿Viene ya el señor? — —Ni asomos. ha habido —Ninguna. —¿Y — Recogida en —¿No ha hace poco? — Nadie ha —Pues no por á saber si la Estaos quietos. Vengo novedad en casa... la señora? sus aposentos. entrado una mujer por estas puertas parecido por aquí en toda noche. la .** dejéis entrar á persona algu- na , sea quien contrario, del alba sea y diga lo echadle que venga ñor ó por la mano á mismo preguntar por señora, y llevadlo á —¿Parece que esta de pájaros de cuenta? esbirros. al que diga la noche se anda . Al lucero el se- cárcel. á caza — preguntó uno de los — 148 — mayor! — — ¡Mayúscula! — lemnemente. — ¡Caza añadió otro. respondió Garduña so- ¡Figuraos cuando delicada, hacemos si la cosa será señor corregidor y yo batida por nosotros mismos! la el mu- Conque... hasta luego, buenas piezas, y cho ojo. — Vaya — ¡Mi V. con Dios, señor Bastian repusieron todos, saludando á Garduña. se estrella eclipsa! éste al salir del corregimiento. mujeres me minó lugar en busca al Y la se ha la de su esposo, en ciudad. ¡Pobre Garduña! hecho de tu olfato? discurriendo de este modo, emprendió vuelta al molino. Razón tenia el alguacil para echar nos su antiguo á ¡Hasta las engañan! La molinera se enca- vez de venirse á ¿Qué — murmuró — olfato, de me- puesto que no venteó un hombre que se escondía en aquel mo- mento detrás de unos mimbres tancia de la ciudad, pote, ó más bien — ¡Guarda, á poca dis- exclamando para su ca- para su capa de grana: Pablo! Por allí viene Gar- 149 duna... Era que se Es menester que no me el tio vea... Lúeas, vestido de corregidor, dirigía á la ciudad, repitiendo en cuando su diabólica — ¡También la de vez frase: corregidora es guapa! Pasó Garduña sin verlo, y el falso corregidor dejó su escondite y penetró en la población... Poco después llegaba el alguacil al no, según dejamos indicado. moli- . . XXVI. Reacción. El corregidor seguía en como acababa de ojo de verlo tal Lúeas por y el bien sudo, Garduña! ¡Me he sal- una enfermedad! vado de luego como penetró —¿Y ella? el tio cama, la llave. — ¡Qué cia. la la — exclamó el alguacil en la tan estan- seña Frasquita? ¿Has dado con ¿Viene contigo? ¿Ha hablado con la señora? — La molinera, señor, me engañó como á un pobre hombre, y no sino al pueblecillo. en busca de su esposo. ¡Perdóneme usía la . . se fué á la ciudad, torpeza! . . . . 151 — Mejor! I con los ojos ¡mejor! — dijo el madrileño, chispeantes de maldad. — ¡Todo Antes de que ama- se ha salvado entonces! nezca estarán caminando para las cárceles de la Inquisición de Granada, atados codo con codo, y allí el tio Lúeas y la seña Frasquita, se podrirán sin tener á quien contarle sus aventuras de esta noche. —Tráeme la ropa, Garduña; que ya estará seca. ¡Trae— mela, y vísteme! El amante se va á convertir en corregidor! Garduña bajó . . á la cocina por la ropa. XXVII. ¡Favor al Rey! Entre tanto, la seña Frasquita, Juan López y Toñuelo molino, al el señor avanzaban hacia el cual llegaron pocos minutos des- pués. — [Yo entraré delante! calde de monterilla. — —exclamó ¡Para algo soy la el al- auto- Sigúeme, Toñuelo, y V., seña Frasquita, espérese á la puerta hasta que yo la ridad! llame. Penetró, pues, la el señor Juan López bajo parra, donde vio á hombre la luz de la luna casi jorobado, vestido como un solia el 153 molinero, con chupetín y calzón de paño pardo, faja negra, medias azules, montera ciana de felpa y el capote de monte — ¡Él es! — gritó el Rey! ¡Entregúese V., alcalde. tio ¡Date! tando sobre — gritó á su él, ¡Favor al Lúeas! El hombre intentó meterse en — hombro. al — mur- vez molino. el Toñuelo, cogiéndolo por sal- pescuezo, el aplicándole una rodilla al espinazo y hacién- dole rodar por tierra... mismo tiempo Al saltó sobre de otra especie Toñuelo, y, cintura, lo tiró sobre el fiera agarrándolo de empedrado y la princi- pió á darle de bofetones. Era — la seña Frasquita, que exclamaba: ¡Tunante! ¡Deja á mi Lúeas! Pero en esto otra persona, que había aparecido llevando del diestro una borrica, tióse resueltamente entre los dos, y me- trató de salvará Toñuelo... Era Garduña, que tomando del lugar por D. al Eugenio de Zúñiga, cía á la molinera: — alguacil Señora, respete V. á mi amo. le de- — 154 Y la derribó de espaldas sobre el luga- reño. La seña Frasquita, viéndose entre dos fuegos, descargóle entonces revés en medio del que estómago, como caer de boca tan largo Y, con Garduña á que rodaban por hizo era. ya eran cuatro él, le tal las personas el suelo. El señor Juan López impedia entre tanto levantarse al supuesto tío Lúeas, teniéndole plantado un pié sobre los ríñones. — soy ¡Garduña! ¡Socorro! ¡favor el corregidor! sintiendo que la — al Rey! ¡Yo gritó al fin este último, pezuña del alcalde, calzada con albarca de piel de toro, reventaba lo materialmente. — — ¡El corregidor! dijo el señor Juan Y ¡Pues es verdad! López, lleno de asombro... ¡El corregidor! — repitieron todos. pronto estaban de pié los cuatro derri- bados. — ¡Todo el mundo á la cárcel! —exclamó — ¡Todo mundo D. Eugenio de Zúñiga. la horca! el á — 155 — Pero, señor...—observó López, poniéndose de usía que lo el rodillas. señor Juan — ¡Perdone haya maltratado! ¿Cómo babiade conocer á usía con esa ropa? — ¡Bárbaro! — replicó ¡alguna había de ponerme! me han robado corregidor: el ¿No sabes que mia? ¿No sabes que una la compañía de ladrones, mandada por el tío Lúeas... — — —Escúcheme V ¡Miente V.! . gritó la navarra. , — —Con permiso V. compaña. — seña Frasquita , le dijo Garduña, llamándola aparte. del señor corregidor Si y la nos van á ahorcar á todos, no arregla esto, empezando por el tio — Pues ¿qué —Que Lúeas... — preguntó ocurre? la seña Frasquita. el tio Lúeas anda á estas horas ciudad vestido de corregidor... y que Dios sabe si habrá llegado con su disfraz por la hasta el propio dormitorio de Y el alguacil le refirió la corregidora! en cuatro palabras todo lo que ya sabemos. — Jesús!—exclamó ; la molinera. — ¡Con- — . 156 que mi marido que ha ido á vamos á la la me cree deshonrada ciudad á vengarse! ! Con- ¡Vamos, ciudad, yjustificadmeá los ojos de mi Lúeas! —Vamos á la ciudad, é impidamos que hable ese hombre con mi mujer y le cuente todas las majaderías que se haya figurado, dijo el corregidor, arrimándose á burras. —Déme V. un una de las pié para montar, se- ñor alcalde. —Vamos —y — añadió Gardu- quiera el cielo, señor corregidor, que ña; el tio á la ciudad, sí, Lúeas se haya contentado con hablarle á la señora! —¿Qué dices, desgraciado? D. Eugenio de Zúñiga. capaz?. — — prorumpió ¿Crees tú que será . —De todo! — contestó la seña Frasquita. XXVIII. ¡Ave María purísima! ¡Las doce y media, y Así gritaba quien la por las calles de facultades para tenia molinera y una de las sereno! la ciudad tanto, cuando corregidor, cada cual en el burras del molino, López en su muía andando, llegaron á , y la los el Sr. Juan dos alguaciles puerta del corregi- miento... La puerta estaba cerrada. Dijérase que para el Gobierno, lo que para los gobernados, habia todo por aquel dia. — ¡Malo! —pensó Garduña. mismo concluido . 158 Y llamó con el Pasó mucho aldabón dos ó tres veces. tiempo, y ni abrieron, ni contestaron La que seña Frasquita estaba más amarilla cera. la El corregidor se habia comido ya todas las uñas de ambas manos. Nadie decia una palabra. jPum!... ¡Pum!... más golpes á la ¡Pum!... golpes y puerta del corregimiento (aplicados sucesivamente por los dos algua- y por el Sr. Juan López)... ¡Y, nada! ¡No respondía nadie! ¿No abrían!... jNo ciles se movia una mosca! Sólo se oía el claro rumor de una fuente que habia en Y el patio caños de de la casa. de esta manera trascurrian minutos, largos Al los como fin, eternidades. cerca de tanillo del piso la una, abrióse un ven- segundo, y dijo una voz fe- menina: —¿Quién? —Es la voz del ama de leche... muró Garduña. —mur- 159 D. Eugenio de Zú— — — Pasó un de no—¿Y quién V.?— — Pues no me V. oyendo! Soy respondió ¡Yo! ¡Abrid! ñiga. instante silencio. replicó luego es la driza. está ¡ amo... el Hubo corregidor... otra pausa. — ¡Vaya V. mucho con Dios! : buena mujer. la el —Mi amo vino hace una y se acostó en seguida. ustedes también, y duerman hora, tendrán en Y la el el vino que ventana se cerró de golpe. el rostro con manos. — — —¿No oye V. ¡Ama!- sí. Acuéstense cuerpo. La seña Frasquita se cubrió las —repuso puerta? tronó el corregidor, que le fuera de digo que abra la ¿No oye V. que soy yo? ¿Quiere usted que la aho'rque también? La ventana volvió á abrirse. —Pero vamos — á ver... ¿Quién es V. para dar esos gritos? ¡Soy el corregidor! . 160 — ¡Dale, bola! ¿No digo á V. que le el señor corregidor vino antes de las doce... y que yo lo vi con mis propios ojos encerrarse en las habitaciones de la señora? ¿Se quiere V. divertir conmigo? ¡Pues espere usted y verá lo que le pasa! Al mismo mente la tiempo se puerta, y una abrió repentina- nube de criados y ministriles, provistos de sendos garrotes, se lanzó 'sobre los de afuera, exclamando fu- riosamente: — ¡A ¿Dónde ver! es el corregidor? ¿Dónde Y se está ese ¿Dónde que dice que está ese chusco? está ese borracho? armó un en medio de la lio de todos los demonios, oscuridad, sin que nadie pudiera entenderse, y no dejando de recibir algunos palos el corregidor, López y Toñuelo. Era la segunda paliza que Garduña, el Sr. Juan le costaba á D. Eugenio su aventura de aquella noche, además del remojón en la acequia del molino. La seña Frasquita, apartada de aquel rinto, lloraba por la labe- primera vez en su vida. . 161 — ; Lúeas! ¡Lúeas! — decia. — ¡Y has po- dido dudar de mí! ¡Y has podido estrechar entre tus brazos á otra! ¡Ah! ¡nuestra des- ventura no tiene ya remedio! 11 . XXIX. Post nubila... Diana. —¿Qué escándalo es este? — dijo al fin una voz tranquila, majestuosa y de gracioso timbre, resonando encima de aquella baraúnda. Todos levantaron la cabeza y vieron una mujer, vestida de negro, asomada al balcón principal del edificio. — — pendiendo de —tartamudeó D. Eugenio. — —Que pasen que permite — agregó ¡La señora! dijeron los criados, sus- la retreta palos. ¡Mi mujer! esos señores. El señor cor- regidor dice corregidora lo la 163 Los criados cedieron paso, y el de Zú- ñiga y sus acompañantes penetraron en el portal y tomaron por la escalera arriba. Ningún reo ha subido al patíbulo con paso tan inseguro y semblante tan dado como el corregidor subia las escaleras de su casa... Sin embargo, deshonra demu- principiaba ya la idea de su á descollar, noble egoísmo, por encima de todos con los que habia causado y que lo afligían, y sobre las demás ridiculeces de la situación en que se hallaba. infortunios — ¡Antes que todo — iba pensando, —soy un Zúñiga y un Ponce de León!... ¡Ay de aquellos que lo hayan echado en olvido! XXX. Una señora de La corregidora recibió su rústica comitiva en el clase. á su esposo y á salón principal del corregimiento. Estaba vados en sola, la de pié, y con los ojos cla- puerta. Érase una principalísima dama, bastante joven todavía, de plácida y severa hermosura, más propia del cincel toda la el que y estaba vestida con seriedad que consentía gentílico, nobleza y gusto de del pincel cristiano la trecha falda y la época. Su traje, de corta y es- mangas huecas y subidas, era 165 de alepín negro: una pañoleta de blonda blanca, algo amarillenta, velaba sus redon- deados hombros; y larguísimos maniquetes ó mitones de tul negro cubrían mayor la Abanicá- parte de sus alabastrinos brazos. base majestuosamente con un pericón enor- me, la traído de las islas Filipinas, mano un pañuelo de otra y tenia en encaje, cuyos colgaban simétricamente con cuatro picos una regularidad sólo comparable á la de su actitud y menores movimientos. Aquella hermosa mujer tenia algo de y mucho de abadesa, é infundía por ende veneración y miedo á cuantos la mirareina ban. Por traje á lo demás, el salón, de su atildamiento semejante hora, continente y las ban el muchas la gravedad de su luces que alumbra- demostraban que la corregi- dora se habia esmerado en dar á aquella escena una solemnidad teatral y un ceremonioso que contrastasen con ter villano y grosero de la el tinte carác- aventura de su marido. Advertiremos, finalmente, que aquella 166 señora se llamaba doña Mercedes Carrillo de Albornoz y Espinosa de que era hija, nieta, biznieta, hasta vigésimanieta de la familia, por razones Monteros, y tataranieta y ciudad, como des- cendiente de sus ilustres Su los conquistadores. de vanidad munda- na, la habia inducido á casarse con el viejo y acaudalado corregidor, y otro modo hubiera cación natural la ella, que de sido monja, pues su voiba llevando al claustro, consintió en aquel doloroso sacrificio. A la sazón tenia ya dos vastagos del arris- cado madrileño, y aún se susurraba que habia otra vez moros en Conque volvamos la costa... á nuestro cuento. XXXI. La pena del Talion. — Mercedes! —exclamó i el corregidor al comparecer delante de su esposa — saber inmediatamente... — la i Hola, tio — Lúeas! ¿V. por aquí? corregidora, interrumpiéndole. alguna desgracia en — ¡Señora! repuso tes el el dijo —¿Ocurre molino? chanzas!— hecho una fiera. An- ¡no estoy para corregidor — de entrar en explicaciones por mi parte, necesito saber qué ha sido de lo Necesito — ¡Esa ha — mi honor... no es cuenta mia! ¿Acaso me dejado V. á mí en depósito? Sí, señora... ¡A V.! — replicó D. Eu- 168 genio. — ;Las mujeres son las depositarías del honor de sus maridos! — Pues mujer por entonces, pregúntele el suyo. V. á su Precisamente nos está escuchando. La seña Frasquita, que dado se habia que- á la puerta del salón, lanzó una espe- de rugido. cie — PaseV., dió la señora, y siéntese... —aña- corregidora, dirigiéndose á la moli- nera con una dignidad soberana. Y por su parte, encaminóse al sofá. La generosa navarra supo comprender desde luego toda la grandeza de la actitud de aquella esposa injuriada... é injuriada acaso doblemente... Así es que, alzándose en el acto á igual altura, rales ímpetus, roso. —Esto dominó sus natu- y guardó un silencio decosin contar con que la seña Frasquita, segura de su inocencia y de su fuerza, no tenia prisa de defenderse... ¡Te- de acusar, y mucha!... pero no Con quien ciertamente á la corregidora. níala, sí, — ella deseaba ajustar cuentas era con el tio 169 Lúeas..., —Seña ma, al Lúeas no estaba el tio y — — he Frasquita ver que vido de su la sitio: allí. noble da- repitió la molinera no se habia mole dicho á V. que puede pasar y sentarse. Esta segunda indicación fué hecha con más voz ra... — afectuosa Dijérase y sentida que la prime- que la corregidora habia adivinado también por instinto, el reposado continente y en la al fijarse en varonil her- mosura de aquella mujer, que no iba á ha- un ser bajo y despreciable, sino quizás más bien con otra infortunada bérselas con como ella; — ¡infortunada, cho de haber conocido al sí, por el solo he- corregidor! Cruzaron, pues, sendas miradas de paz y de indulgencia aquellas dos mujeres que se consideraban dos veces rivales, y notaron con gran sorpresa que sus almas se aplacieron la una en la otra, como dos hermanas que se reconocen. No de otro modo se divisan v se saludan á lo lejos las castas nieves de las encumbra- das montañas. — 170 Saboreando estas dulces emociones, molinera entró majestuosamente en y se sentó en A su paso por que en de una el filo el salón, silla. molino, el la calculando ciudad tendría que hacer visi- la de importancia, se habia arreglado un tas poco y puéstose una mantilla de franela negra, con grandes felpones, que le sendivinamente. taba — Parecía toda una se- ñora. Por que toca lo al habia corregidor, guardado silencio durante aquel episodio. El rugido de ción en la la seña Frasquita y su apari- escena, no habían podido de sobresaltarlo. Aquella mujer ya más terror que la —Conque vamos, tiene V . causaba suya propia. tio Lúeas Doña Mercedes, dirigiéndose Ahí le menos — prosiguió á su marido. á la seña Frasquita . . . ¡ Puede V . volver á formular su demanda! —Mercedes, ¡por los clavos de Cristo! gritó el corregidor. de lo — que soy capaz! juro á que dejes la ¡Mira que tú no sabes ¡Nuevamente te Con- broma y me digas todo lo 171 que ha pasado aquí durante mi ausencia! ¿Dónde está ese —¿Quién? hombre? ¿Mi marido? Mi marido se está levantando, y ya no puede tardar en venir. —bramó D. Eugenio. — V. —¿Se asombra V.?Pues ¿dónde ¡Levantándose! queria que estuviese á estas horas un hombre de bien, sino en su casa, en su cama, miendo con su y dur- como consorte, legítima manda Dios? — ¡Merceditas! ¡Ve lo que te dices! para en que nos están oyendo! que yo soy el ¡Re- ¡Repara en corregidor!... — ¡A mí no me dé V. mandaré V. que — poniénde — ¡Yo de — de déla Rey apoderado —repuso gran con una voces, á los alguaciles á la cárcel! dose Lúeas, ó lleven á replicóla corregidora, pié. á la lo tio la cárcel! ¡Yo! corregidor ¡El ciudad! El corregidor sentante la ciudad, severidad señora y una energía que ahogaron repre- del justicia, el la el la voz del fin- 172 gido molinero, — llegó á su casa á la hora debida, á descansar de las nobles tareas de su oficio, honra y para seguir la mañana amparando la vida de los ciudadanos, la santi- dad del hogar y el recato de las mujeres, impidiendo de este modo que nadie pueda entrar disfrazado de corregidor ni de nin- guna otra cosa en la alcoba de la que nadie pueda sorprender na; mujer ajeá la virtud en su descuidado reposo; que nadie pueda abusar de su casto sueño... — — jMerceditas! ¿Qué es lo que profieres? con labios y encías. jSi es verdad que ha pasado eso en mi casa, silbó el corregidor diré que eres una picara, una pérfida, una licenciosa! —¿Con quién rumpió la pasando la vista tes. habla este hombre? — pro- corregidora desdeñosamente, —¿Quién y por todos los circunstan- es este loco? ¿Quién es este ebrio? ¡Ni siquiera puedo ya creer que sea un honrado molinero como el tio Lucas, á pesar de que viste su traje de villano! ñor Juan López, créame V. — —Se- continuó, en- — 173 carándose con el estaba aterrado. de que alcalde de monterilla, —Mi marido, el corregidor ciudad, llegó á esta su casa hace dos la horas, con su sombrero de tres picos, su capa de grana, su espadín de caballero y su bastón de autoridad... Los criados y alguaciles que me escuchan saludaron la escalera al se levantaron y lo verlo pasar por el portal, por y por el en seguida todas recibimiento. Cerráron- y desde entonces no ha penetrado nadie en mi hogar se las puertas, que llegaron VV. hasta — ¡Es esto cierto? Responded vosotros... — ¡Es verdad! ¡Es taron la triles; muy — verdad! nodriza, los domésticos y contes- los minis- todos los cuales, agrupados á la puerta del salón, presenciaban aquella singular es- cena. — ¡Fuera de aquí todo el mundo! — gritó D. Eugenio, echando espumarajos de rabia. — ¡Garduña! á estos viles peto! que ¡Todos á ¡Garduña! ¡Ven y prende me están faltando al res- la cárcel! ¡Todos á Garduña no parecía por ningún la horca! lado. — 174 — Además, señor— continuó Doña Mercedes, cambiando de tono y dignándose ya mirar á su marido y tratarle como á tal, te- merosa de que á las chanzas llegaran irre- —Supongamos que mediables extremos.sea mi esposo. . . Supongamos que V. sea V. don Eugenio de Zúñiga y Ponce de León... — —Supongamos, ¡Lo soy! alguna culpa además, que me cupiese en haber tomado por V. hombre que penetró en mi al alcoba vestido de corregidor... — mano ¡Infames! — gritó echando y encontrándose sólo con faja de molinero murciano. y con la La navarra se tapó la viejo, á la espada, el sitio, de el el rostro con un lado mantilla para ocultar las llamaradas de sus celos. —Supongamos todo lo que V. quiera, continuó doña Mercedes con una impasibilidad inexplicable. — Pero dígame V. ahora, señor mió: ¿Tendría V. derecho á quejarse? ¿Podría V. acusarme como fiscal? ¿Podría V. sentenciarme como juez? ¿Viene V. acaso 175 del sermón? ¿Viene V. de confesar? ¿Vie- ne V. de oír misa? ¿O de dónde viene V. con ese traje? ¿De dónde viene V. con esa señora? ¿Dónde ha pasado V. mitad de la la noche? —Con permiso, —exclamó queta, poniéndose de pié, seña Fras- la como empujada por un resorte, y atravesándose arrogante- mente entre la corregidora y su marido. Este, que iba á hablar, se quedó con boca abierta al ver que la navarra entraba en la fuego. Pero doña Mercedes se anticipó, y dijo: Señora, no se fatigue V. en darme á — mí explicaciones... Yo no se ted, ni mucho menos... puede pedírselas á justo V. con las pido á us- Allí viene quien título. [Entiéndase él! Al mismo tiempo se abrió un gabinete, y apareció en la puerta de ella el tío Lúeas, vestido de corregidor de pies á cabeza, y con bastón, guantes y espadín, como si se presentase en las salas de Cabildo. — XXXII. La fe mueve —Tengan pronunció las montañas. VV. muy buenas noches, recien llegado, quitándose el el sombrero de y hablando con la boca sumida, como D. Eugenio de Zúñiga. En tres picos, seguida se adelantó por el salón, ba- lanceándose en todos sentidos, y fué á besar la mano de la corregidora. Todos se quedaron estupefactos. El parecido del tio Lúeas con el verdadero corre- gidor era maravilloso. Así es que mismo Sr. la servidumbre, y hasta el Juan López, no pudieron conte- ner una carcajada. — 177 D. Eugenio nuevo agravio, y Lúeas como un basi- sintió aquel se lanzó sobre el tio lisco. Pero la apartando seña Frasquita metió al corregidor el montante, el brazo de con y su señoría, en evitación de otra marras, y del consiguiente escarnio, se dejó atropellar sin decir oxte ni moxte. voltereta Estaba visto que aquella mujer habia nacido para domadora del pobre viejo. El tio muerte al Lúeas se puso más pálido que ver que su mujer se le la acercaba; pero luego se dominó, y, con una risa tan horrible que tuvo que llevarse corazón para que no se dijo, remedando siempre — ¡Dios te le hiciese al al pedazos, corregidor: el nombramiento? ¡Hubo que ver entonces á la mano guarde, Frasquita! ¿Le has enviado ya á tu sobrino Tiróse la la mantilla atrás, levantó navarra! la frente con una soberbia de leona, y, clavando en el falso corregidor dos ojos como dos puñales, — ¡Te desprecio, Lúeas! — le dijo tad de la cara. 12 en mi- 178 Todos creyeron que gesto, tal tal ademan y le tal habia escupido: tono de voz acen- tuaron aquella frase. El rostro del molinero se transfiguró oir la al voz de su mujer. Una especie de ins- piración, semejante á la de la fe religiosa, alma, inundándola habia penetrado en su de luz y de alegría... Así es que, olvidándose por el momento de cuanto habia visto y creído ver en el molino, exclamó con las lágrimas en los ojos y la sinceridad en los labios: —¿Conque — — — ¡Yo no soy tú eres ¡No! sí. respondió mi Frasquita! la navarra fuera de ya tu Frasquita! Yo soy... ¡Pregúntaselo á tus hazañas de esta noche, y ellas te dirán lo corazón que tanto Y hielo que has hecho de este te quería!... se echó á llorar, como una montaña de que se hunde y principia á derretirse. La corregidora se adelantó hacia ella sin poder contenerse, y la estrechó en sus brazos con el mayor cariño. La seña Frasquita se puso entonces á be- 179 tampoco sarla, sin saber sus entre diciéndole lo que se hacia, sollozos, como una niña que busca amparo en su madre: — Señora — ¡No ; señora , ! ¡ Qué desgraciada soy! tanto como V. tábale la corregidora, se figura! — contes- llorando también ge- nerosamente. — ;Yo al sí que soy desgraciado! mismo tiempo el tío —gemia Lúeas, andando á puñetazos con sus lágrimas, como avergon- zado de verterlas. — Pues ¿y yo? — prorumpió al Eugenio, sintiéndose ablandado por tagioso lloro de los varse también decir, por la por fin Don el con- demás, ó esperando la via sal- húmeda; quiero via del llanto. — ¡Ah, yo soy un picaro! ¡Un monstruo! ¡Un calavera deshecho, que ha llevado su merecido! Y zado á Y rompió la á berrear tristemente, abra- barriga del Sr. Juan López. éste y los criados lloraban de igual manera, y todo parecía concluido, y sin embargo, nadie se habia explicado. - XXXIII. Pues ¿y El flote tío Lúeas fué el primero que salió á en aquel mar de lágrimas. Era que empezaba lo tú? que habia á acordarse otra vez visto por el ojo vamos — —No hay —exclamó una de V. — — ¡Nada de Señores, de de la llave. á cuentas!... — dijo de pronto. cuentas que valgan, la eas, es corregidora. tio — ¡Su Lú- mujer bendita! Bien... sí... pero... pero!... Déjela V. hablar, y verá cómo se justifica. Desde que la vi, me — . 181 dio el corazón que era una santa, á pesar de todo lo que V. — ¡Bueno, Lúeas. — ¡Yo no — que El ra. Porque Y la la me que habia contado... hable!... — el hablo! — tiene que hablar eres contestó verdad es que la tio molinetú... tú... seña Frasquita no dijo más, en vir- tud del invencible respeto que la dijo le inspiraba corregidora. — Pues ¿y — perdiendo de nuevo —Ahora no tú? respondió toda se trata el tio Lúeas, ella, — gritó el fe. de corregidor, tornando también á sus celos. ¡Se trata de V. ! ... Se trata de esta señora. . ]Ah! Merceditas... ¿Quién habia de decir- me que tú... —Pues ¿tú? midiéndolo con — repuso la corregidora, la vista. Y durante algunos momentos los dos ma- trimonios repitieron cien veces las mismas frases: —¿Y tú? —¿Pues y tú? . 182 — ¡Vaya, que — ¡No que —Pero ¿cómo has podido tú! tú! tú . . Etc., etc., etc. La cosa hubiera sido interminable si la no corregidora, revistiéndose de dignidad, dijese por último á — D. Eugenio: ¡Mira, cállate tú ahora! Nuestra cues- más adelanmomento es devol- tión particular la ventilaremos te. Lo que urge en ver la muy paz Sr. Juan corazón del al fácil á este mi á Toñuelo, tando por justificar á — ¡Yo no hombres! — pues juicio; López y la necesito que de mayor crédito, que he seducido Lúeas; cosa allí distingo al que están sal- seña Frasqulta... me justifiquen respondió ésta. tigos tio á —Tengo dos los tes- quienes no se dirá ni sobornado... —Y ¿dónde —preguntó en —Están — Pues que suban, con permiso de —Las pobres no están? el nero. abajo, la puerta... diles esta señora. podrían subir... moli- 183 ¡Vaya un — son —Tampoco dos dos hembras... que — nombres. Hazme de decirme Li— La una Piñona y — — yendo de mí? hablando muy —No: que ¡Ah! ¡Son dos mujeres!... testimonio fidedigno! mujeres. son Sólo peor! ¡Serán dos niñas!... ¡Peor sus el favor se llama la otra viana... ¡Nuestras dos burras! estás Frasquita: ¿te ri estoy Yo puedo formal. probarte con nuestras burras que el no el me testimonio de encontraba en molino cuando tú viste en él al señor corregidor... — ¡Por Dios te pido que te expliques!... —Oye, Lúeas... y muérete de vergüenza por haber dudado de mi honradez. Mientras tú ibas esta noche desde el lugar á nuestra casa, yo me dirigía desde nuestra casa al lugar, y por consiguiente, nos cruzamos en el camino. Pero tú marchabas fuera de él, ó por mejor decir, te habías detenido á echar unas yescas en medio de un sembrado... 184 —Es verdad que me —En rebuznó — detuve... Continúa. tu borrica... esto ¡Justamente! ¡Ah, qué bla, habla, feliz soy! ¡Ha- que cada palabra tuya me de- vuelve un año de vida! —Y — —Eran rebuzno á aquel el contestó otro en le camino... ¡Oh! sí... sí... ¡Me ¡Bendita seas! parece estarlo oyendo! Liviana y Piñona, que se habian y se saludaban como buenas amigas, mientras que nosotros dos ni nos reconocido saludamos nos reconocimos... ni — ¡No me —Tan no digas más!... ¡No me digas más!... nos reconocimos seña Frasquita, — que los mos y salimos huyendo en trarias... en el continuó la dos nos asustadirecciones con- ¡Conque ya ves que yo no estaba molino! Si qué encontraste nuestra cama, quieres saber ahora por al señor corregidor tienta esas ropas que en llevas y que todavía estarán húmedas, y dirán mejor que yo. ¡Su señoría se puestas, te lo — 185 cayó en molino, y Garduña caz del el lo desnudó y lo acostó allí! Si quieres saber por qué abrí la puerta... fué porque creí que eras que se ahogaba y me llamaba Y, en fin, si quieres saber lo tú el á gritos... del nombramiento... Pero no tengo decir por te presente. la masque Cuando estemos enteraré de ese y otros particulares. solos . que . no debo referir delante de esta señora. — ¡Todo que ha dicho lo quita es verdad! — la gritó el Sr. seña Fras- Juan López, deseando congraciarse con Doña Mercedes, visto que ella — guiendo — la regidor, muy ¡Todo! imperaba en ¡Todo! — el corregimiento. añadió Toñuelo, si- corriente de su amo. ¡Hasta ahora... todo! caciones de la —agregó complacido de que el cor- las expli- navarra no hubieran ido más lejos... — ¡Conque Lúeas, en — eres tanto el tio dencia. ¡Frasquita alma! ¡Perdóname te dé un abrazo!... inocente! — exclamaba rindiéndose á mia! la evi- ¡Frasquita de la injusticia, mi y deja que 186 — Esa es harina de otro costal... hurtando testó la molinera, tes de abrazarte, necesito el — con—An- cuerpo. oir tus explica- ciones... — Yo — y por Doña Mercedes. que — ¡Hace una de — —Pero no — mamirando desdeñosamente — que hayan las daré por mí, dijo estoy espe- él hora las profirió el corregidor, tratando rando! erguirse. continuó daré las corre- á su gidora, rido la des- estos señores hasta cambiado vestimentas... y aun entonces, se las daré tan sólo á quien merezca oirías. —Vamos... Vamos jole el murciano mucho de no á á descambiar... — dí- D. Eugenio, alegrándose haberlo asesinado, pero mi- rándolo todavía con un odio verdaderamente morisco. — ¡El traje de Vuestra Señoría ahoga! ¡He sido lo muy desgraciado mientras he tenido puesto!... — ¡Porque no — ¡Yo lo entiendes! el me corregidor. — respondióle estoy, en cambio, seando ponérmelo, para ahorcarte á tí dey á 187 medio mundo, si no me satisfacen las ex- culpaciones de mi mujer! La corregidora, que oyó estas palabras, tranquilizó á risa, propia la reunión con una suave son- de aquellos afanados ángeles cuyo ministerio es guardar á los hombres. XXXIV. También la corregidora es Salido que hubieron de gidor y Lúeas el tio corregidora en , el sofá; guapa. la sala el corre- sentóse de nuevo la colocó á su lado á la seña Frasquita, y, dirigiéndose á los domésticos y ministriles que obstruían les dijo — puerta, con afable sencillez: ¡Vaya! muchachos, contad ahora vos- otros todo lo malo Avanzó el ama de en leche, la que sepáis de mí. cuarto estado, y diez voces qui- sieron hablar á tenia la un mismo tiempo; pero como casa, la el persona que más alas impuso silencio á los mas, y dijo de esta manera: de- — 189 — Ha de saber V., seña Frasquita, que estábamos yo y mi señora esta noche cuidado de los niños, esperando á ver al si amo, y rezando el tercer rosario para hacer tiempo, pues la razón que habia venia el traído Garduña era que andaba el señor cor- regidor detrás de unos facinerosos muy ter- y no era cosa de acostarse hasta verlo entrar sin novedad, cuando sentimos ribles, ruido de gente en es la alcoba inmediata , que donde mis señores tienen su cama de matrimonio. Cogimos la luz, muertas de miedo, y fuimos á ver quién andaba en la cuando ¡ay Virgen del Carmen! al alcoba, entrar, vimos que un hombre, vestido como mi señor, pero que no era él (¡como que era su marido de V!), trataba de esconderse debajo de la cama. «¡Ladrones!» prin- cipiamos á gritar desaforadamente, momento después la y un habitación estaba llena de gente, y los alguaciles sacaban arrastrando de su escondite al fingido corregidor. —Mi conocido señora, que, al tio Lúeas como , todos, habia re- y que lo vio con — 190 matado aquel traje, temió que hubiese amo, y empezó á dar unos lamentos que «¡A partían las piedras... ((¡Ladrón! ¡Asesino!» era bra que oia taba y el tio como un Lúeas, y jo... lo — Pero viendo llevaban ya á lo que voy á repetir, cárcel, di- la aunque verdade«Señora, seria para callado: »yo no soy un ladrón el que es- es difunto, arrimado á una pared ramente mejor »y demás. mejor pala- la así sin decir esta boca es mia. luego que se ¡A la cárcel! la cárcel! y> decíamos entre tanto los — al ni un asesino; el ladrón asesino de mi honra está en mi casa, «acostado con mi mujer.» — — ¡Pobre Lúeas! quita. ¡Pobre de —murmuró — mí! suspiró la seña Fras- corregi- la dora. — Eso dijimos todos... «¡Pobre eas y pobre señora!»... porque... tio Lú- vamos .. ya teníamos ciertos antecedentes de que mi señor había puesto los ojos en V...; y, aunque nadie se figuraba que V... — ¡Ama! —exclamó severamente la cor- 191 regidora. — ¡No siga V. por ese camino!... — Continuaré alguacil , yo por — — otro un dijo aprovechando aquella coyuntura para apoderarse de eas, el palabra. la que nos engañó de El tio Lú- con su traje lo lindo y su manera de andar cuando entró en la tomamos por el se- ñor corregidor, no habia venido con muy casa, tanto que todos lo buenas intenciones que digamos, y si la señofigúrese V. ra no hubiera estado levantada . . . que habría sucedido... lo — ¡Vamos! rumpió la más que ¡Cállate tú también! — ¡No — cocinera. tonterías! Pues, estás — inter- diciendo seña Fras- sí, quita: el tio Lúeas, para explicar su presencia en la alcoba de mi ama, tuvo que con- fesar las intenciones que y le la que traia... ¡Por cierto señora no se pudo contener al oirlo, arrimó una bofetada en medio de boca, que le dejó la dentro del cuerpo! mitad de las —Yo misma la palabras lo llené de y denuestos, y quise sacarle los ojos... Porque ya conoce V., seña Frasinsultos quita, que aunque sea su marido de V., — 192 de eso — ro, venir con manos sus ¡Eres una bachillera! poniéndose delante de más hubieras querido lavadas... — —¿Qué —En gritó el porte- oradora. la tú?... fin, seña y vamos al asunto. La señora hizo y dijo lo que debia... pero luego, calmado ya su enojo, compadeFrasquita, óigame V. á mí, — cióse del tio Lúeas y paró mientes en el mal proceder del señor corregidor, viniendo á pronunciar estas ó parecidas palabras: «Por infame que haya sido su pensamiento »de V., tio Lúeas, y aunque nunca podré «perdonar tanta insolencia, es menester que »su mujer de V. y mi esposo crean durante «algunas horas que han sido cogidos en sus «propias redes y que V., auxiliado por ese «disfraz, les ha devuelto afrenta por afren»ta! ¡Ninguna venganza mejor podemos «mar de ellos que este engaño tan «desvanecer cuando nos acomode! » to- fácil de — Adop- tada tan graciosa resolución, la señora y el tio Lúeas nos aleccionaron á todos de lo que teníamos que hacer y decir cuando volviese su señoría, y por cierto que yo le he pegado 193 á Garduña no se le tal palo en olvidará en la que creo rabadilla, mucho tiempo la noche de San Simón y San Judas... Cuando el portero dejó de hablar, ya hacia rato que cuchicheaban la al corregidora y la molinera oido, abrazándose y besán- dose á cada momento, y no pudiendo en ocasiones contener ; lo la risa. Lástima que no haya llegado á saberse que hablaban!... —Pero figurará sin gran esfuerzo; y el lector se lo si no el lector, la lectora. 13 XXXV. Decreto imperial. Regresaron en esto á dor y sala el corregi- la Lúeas, vestido cada cual con su el tio propia ropa. — ¡Ahora me el toca á mí! — entró diciendo insigne D. Eugenio de Zúñiga. Y, después de dar en bastonazos, (á guisa oficial, y una — corregidora con un én- frescura indescriptibles: Merceditas: estoy plicaciones. que no se sentía que su caña de Indias tocaba en la tierra), díjole á la fasis suelo un par de como para recobrar su energía de Anteo fuerte hasta el esperando tus ex- 195 Entre tanto, do y la le tiraba al molinera se habia levantatio Lúeas un pellizco de paz, que le hizo ver estrellas, mirándolo al mismo tiempo con desenojados y hechiceros ojos. El corregidor, que observara aquella pan- tomima, quedóse hecho una pieza, tar á explicarse sin acer- una reconciliación ian inmo- tivada. Dirigióse, pues, de le dijo — nuevo á su mujer, y hecho un vinagre: Señora: ¡Todos se entienden menos Sáqueme V. de dudas. ¡Se do como marido y como corregidor! nosotros! Y man- dio otro bastonazo en el suelo. —¿Conque - lo se — exclamó doña Eugenio. — Pues no — marcha V.? Mercedes acercándose á la seña Frasquita y sin hacer caso de D. vaya V. descuidada, que este escándalo tendrá alumbra ningunas á estos señores, marchan... — consecuencias. ¡Rosa! que dicen que se —Vaya V. con — eldeZúñiga, Lúeas no — que Dios, ¡Oh... no! poniéndose. ¡Lo gritó tio Lúeas. inter- es el tio se — . 196 marcha! El Lúeas queda arrestado hasta tio que sepa yo toda les! ¡Favor la verdad. ¡Hola, alguaci- al rey!... Ni un solo ministro obedeció genio. Todos miraban á — jA ver, la hombre, deja á D. Eu- corregidora. el paso libre! añadió ésta, pasando casi sobre su marido y despidiendo á todo el mundo con la mayor finura; es decir, con la cabeza ladeada, co- giéndose la falda con la punta de los dedos y agachándose graciosamente, hasta completar la reverencia que á la sazón estaba de moda, y que se llamaba Pero yo. Pero tú — . . pero aquellos... — . la pompa. . . Pero nosotros. seguía mascujando el . ve- mujer del vestido y perturbando sus cortesías mejor iniciadas. jete, tirándole á su ¡Inútil afán! Nadie hacia caso de su se- ñoría. Marchado que ya en el se hubieron todos, y solos salón los desavenidos cónyuges, la corregidora se dignó al fin decirle á su es- poso, con el acento de una Czarina de todas las Rusias que fulminase sobre un ministro : 197 caido orden de perpetuo destierro la á la Siberia — Mil años que vivas ignorarás lo que ha pasado esta noche en mi alcoba. Si hubieras estado en ella, como no regular, era tendrías necesidad de preguntárselo á nadie. Por lo que á mí toca, no hay ya ni habrá jamás razón ninguna que pues tisfacerte; que si te no fueras arrojaba ahora el me obligue á sa- desprecio de tal modo, padre de mis hijos, mismo por ese balcón. te —Con- que buenas noches, caballero. Pronunciadas estas palabras, que D. genio oyó sin pestañear (pues lo Eu- que es á solas no se atrevía con su mujer), la corre- gidora penetró en el gabinete y del gabinete en la sí, y alcoba, cerrando las puertas detrás de el pobre hombre se quedó plantado en medio de la sala, murmurando entre encías (que no entre dientes) y con un cinismo de que no habrá habido otro ejemplo: — Pues señor, no esperaba tan bien... ¡Garduña me yo escapar buscará otra! — XXXVI. Conclusión, moraleja y epílogo. Piaban cuando lían de los pajarillos alba, Lúeas y la seña Frasquita saciudad con dirección á su molino. la á pié, y delante caminaban apareadas le el el tio Los esposos iban — saludando las la ellos dos burras. El domingo tienes que decia de ir á confesar molinera á su marido; — pues necesitas limpiarte de todos los malos juicios y criminales propósitos de esta noche. Has pensado muy bien contestó el — molinero. —Pero cerme otro favor, — tú, entre tanto, vas á y ha- es dar á lo» pobres los . 199 ropas de nuestra cama, y Yo no me acuesto ponerla toda de nuevo. colchones y las — donde ha sudado aquel bicho venenoso! — ¡No la me nombres, Lúeas! lo seña Frasquita. —Mejor es que — replicó hablemos de otra cosa. Tengo que pedirte un segundo favor. . —Habla. — verano que tomar baños Solan de Cabras. —¿Para qué? — Para tenemos Te — viene vas á llevarme á El del los ver hijos. si ¡Felicísima idea! llevaré, si Dios nos da vida. Y con esto llegaron al sin el sol, las haber salido todavía, doraba ya cúspides de A la las esperaban nuevas visitas de altos personajes el montañas. tarde, con gran sorpresa de los es- posos, que no como molino, á punto que de la después de un escándalo precedente noche, concurrió al molino más señorío que nunca. El venerable 200 prelado, muchos canónigos, dos priores de jurisconsul- el y otras varias personas (que luego se supo habían sido convoto, cadas allí frailes por Su Señoría Ilustrísima) ocupa- ron materialmente la empe- plazoletilla del drado. Sólo faltaba el corregidor. Una vez reunida obispo tomó la la palabra, tertulia, y yendo á ella lo cosas en ciertas aquella casa, sus canónigos mismo que ni los honrados molineros ni sonas allí y señor que, por lo dijo: mismo que habían pasado el él seguirían antes, para las que demás per- presentes participasen de la cen- sura pública, que sólo merecía aquel que había profanado con su torpe conducta una reunión tan morigerada y tan honesta. Exhortó paternalmente á que en lo la sucesivo fuese seña Frasquita para menos provocativa y tentadora en sus dichos y ademanes, y procurase llevar más cubiertos los brazos y más alto el escote del jubón. Aconsejó al tio Lúeas el desinterés, la circunspección y la verdadera modestia, y concluyó dando 201 como comería con mucho bendición á todos, y diciendo que, la aquel dia no ayunaba, se gusto un par de racimos de uvas. Lo mismo opinaron este último particular. . todos... . , y la respecto de parra se quedó temblando aquella tarde. — ¡En dos de uvas apreció el el gasto arrobas molinero! Cerca de tres años continuaron estas sabrosas reuniones, hasta que, contra visión de todo el los ejércitos de la de Napoleón y se armó guerra la Independencia. el magistral y el tenciario murieron el año de 8, y el los pre- mundo, entraron en España El señor obispo, y la demás contertulios en los de y 12, por no poder peni- abogado 9,10,11 sufrir la vista franceses, polacos y otras alimañas de los que in- vadieron aquella tierra y que fumaban en pipa, en el Presbiterio de las iglesias, durante la Misa de la tropa! El corregidor, que nunca más tornó molino, fué destituido por bastiani, y murió en el mariscal la cárcel alta al Se— de Gra- 202 nada, por no haber querido ni un solo ins- tante (dicho sea en honra suya) transigir con dominación extranjera. la Doña Mercedes no se volvió á casar, y educó perfectamente á sus á la vejez á un convento , hijos, retirándose donde acabó sus dias en opinión de santa. Garduña se hizo afrancesado. El Sr. Juan López fué guerrillero y mandó una partida, muriendo, alguacil, en la lo mismo que su famosa batalla de Baza, des- pués de haber matado muchísimos fran- ceses. Finalmente: el tio Lúeas y la seña Fras- quita (aunque no llegaron á tener hijos, á pesar de haber ido al Solan de Cabras y de haber hecho muchos votos y rogativas), siguieron siempre amándose del propio do, y alcanzaron una edad viendo desaparecer el muy mo- avanzada, absolutismo en 1812 y 1820, y reaparecer en 1811 y 1823, hasta que, por último, se estableció de nue- vo el Rey Sistema Constitucional á la muerte del Absoluto, y ellos pasaron á mejor vida 203 (precisamente Guerra al estallar la los siete años), sin que copa que ya usaba todo los el civil de sombreros de mundo pudiesen hacerles olvidar aquellos tiempos... simbolizados por el sombrero de FIN. tres picos. . ÍNDICE ugius. Prefacio I. II . De cuándo sucedió la cosa De cómo vivia entonces la gente. III. Doutdes IV. Una mujer vista por fuera Un hombre visto por fuera y V. VI . Vn . VHI 7 17 21 24 29 35 38 42 por dentro Habilidades de los cónyuges El fondo de la felicidad El hombre del sombrero de tres 45 picos IX X. XI . f Arre, burra! 51 Desde la parra El bombardeo de Pamplona .... Diezmos y primicias 54 Xin. XIV. Le dijo el grajo al cuervo Los consejos de Garduña 76 XV Despedida en prosa Un ave de mal agüero Un alcalde de monterilla 90 99 . Xn XVI X Vn . . . . 59 70 81 1 02 . 206 PAGINAS. XVIII Donde que el tio Lúeas tenia el sueño muy ligero. ... Voces clamantes in deserto La duda y la realidad ¡En guardia, caballero! . XIX. XX . XXI. *XXI1 XXIII. se verá Garduña se multiplica Otra vez el desierto y Un rey de entonces XXV. La estrella XXIX XXX. . XXXI. XXXII. XXXIII. XXXIV. XXXV . XXXVI. 113 125 las consa- 139 XXIV. XXVII. XXVIII. 109 134 bidas voces XXVI. 107 141 de Garduña 146 Reacción 150 ¡Favor al rey ¡Ave María purísima, las doce y 152 media y sereno! Post nubila. Diana 157 Una 164 ! . 162 . señora de clase La pena del Talion La fe mueve las montañas 167 Pues... ¿y tú? 180 También la corregidora es guapa. 188 Decreto imperial 194 Conclusión, moraleja y epílogo. 176 198 OBRAS DEL MISMO AUTQR: COSAS QUE FUERON.— Un tomo de 400 páginas, 16 POESÍAS SERIAS tomo en logo de 8.°, I). con rs.; en en provincias 8.° de más 18. Y HUMORÍSTICAS. — Un el retrato del Juan Valera, de la autor y un pró- Academia Espa- ñola; 20 rs. EL AMIGO DE LA MUERTE. tomo en 8.°, (Novelas.)— Un 10 rs; en provincias 12. AMORES Y AMORÍOS.— Un tomo (en prensa.) en 8.° de lujo