Aportes de Donald Meltzer al Psicoanálisis Autora: Gladys Elena

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Aportes de Donald Meltzer al Psicoanálisis
Autora: Gladys Elena Saraspe
Datos biográficos del autor: Donald Meltzer nació en Nueva York en 1922,
como el tercer hijo de una familia judía, emigrada de Lituania. Estudió medicina
en la Universidad de Yale y en el Albert Einstein College, participando del
equipo de Loretta Bender del Bellevue Hospital, en el que se realizaba un
trabajo pionero con niños psicóticos, donde oyó hablar por primera vez de
Melanie Klein.
Realizó sus prácticas como psiquiatra en Saint Louis, Missouri y decidió
dedicarse al tratamiento de niños. Se enroló en la fuerza aérea de los Estados
Unidos trabajando como psiquiatra con las familias de los militares y en 1954,
impulsado por el deseo de completar su formación psicoanalítica, pidió el
traslado a Londres, para iniciar un análisis con M. Klein1.
Más tarde tomó la ciudadanía británica y fue aceptado como miembro de la
British Psychoanalytical Society (BPS), de la que llegó a ser psicoanalista
didacta, aunque en los primeros años de la década del 80, por estar en
desacuerdo con la modalidad de formación y selección de analistas que se
daba en el seno de esta Sociedad, renunció a la misma.
En conformidad con la teoría de Bion, Meltzer pensaba que la formación de los
candidatos debía realizarse dentro de un sistema de pequeños grupos de
trabajo, con un cierto grado de autogobierno, que él llamaba “atelier”. Esto es lo
que propuso en su artículo Towards an atelier system, que fue considerado
subversivo en el momento de su presentación en la British Society, en 1971.
Durante más de 20 años, trabajó y enseñó en la Clínica Tavistock, donde
conoció a Wilfred Bion y a una estrecha colaboradora de M. Klein, Marta Harris,
que se convirtió en su tercera esposa.
Su reconocimiento a nivel internacional comenzó con los trabajos clínicos sobre
el autismo y se afianzó con el desarrollo de sus innovaciones teóricas, entre las
que se destacan las nociones de conflicto estético y de identificación
proyectiva intrusiva.
1
Años después, Meltzer afirmaría que su análisis con Klein, había modificado radicalmente su visión de
la vida y su forma de trabajar.
Fue psicoanalista de niños y adultos y dedicó gran parte de su vida tanto a la
práctica privada del psicoanálisis, como a un intenso trabajo de supervisión,
que llevó a cabo no sólo en su consultorio de Oxford, sino en diferentes
ciudades extranjeras, entre ellas Buenos Aires, hasta el año de su muerte,
ocurrida en 2004.
Contexto histórico de sus aportes: En el prefacio de su libro de 1967, El
Proceso Psicoanalítico, Meltzer señala que su texto procede del trabajo
conjunto de un grupo que se ocupa de difundir la teoría y la práctica del
psicoanálisis, a partir de los aportes de Melanie Klein (Meltzer, D. 1967, p. 16).
Es decir que se considera kleiniano y de hecho parece haberlo sido, de
acuerdo a los datos que se conocen de su biografía, antes de viajar a Gran
Bretaña.
Al llegar a Londres, Meltzer se encuentra con una BPS en relativa calma en la
que el kleinismo se había consolidado, cuando ya habían pasado diez años
desde que ocurriera el episodio de la historia del psicoanálisis británico,
conocido con el nombre de “Grandes Controversias”
Discusiones acerca de la formación de los candidatos que se habían originado
en importantes diferencias teórico-clínicas entre los seguidores de M. Klein y
Anna Freud, que se hicieron manifiestas, luego de que la inmigración obligada
por el nazismo, llevara a Gran Bretaña a muchos representantes de las
Escuelas de Berlín y Viena.
Como resultado de los debates, que se prolongaron por más de tres años, el
grupo británico quedó organizado alrededor de tres tendencias, reconocidas
oficialmente: el annafreudismo, el kleinismo y el grupo de los Independientes, al
que pertenecía entre otros, Donald Winnicott.
Sin embargo, la corriente más convocante seguía siendo la liderada por M.
Klein, y Meltzer, que llegó a la isla buscando analizarse con ella, se integró a su
grupo.
Por algún tiempo se consagró al estudio de sus teorías y sus primeros escritos
psicoanalíticos, lo muestran como un fiel de la parroquia kleiniana, aunque no
dejan de presentar rasgos innovadores. Pero poco a poco comienza a
apartarse de la ortodoxia, bajo el influjo de Wilfred Bion, del cual se revela
como evidente admirador.
Se puede aventurar aquí, que esto hace al estilo meltzeriano, así como en el
primer capítulo de su libro Vida onírica, ataca las hipótesis freudianas en
relación al sueño, llegando incluso a poner en cuestión conceptos
fundamentales como el de represión y deseo, criticará años más tarde las
construcciones teóricas de Klein, afirmando en el texto en que presenta su
concepto de conflicto estético, que ella se había equivocado al suponer que
la posición esquizo-paranoide precedía a la depresiva, puesto que su conjetura
actual, así lo demostraba.
Su distanciamiento de Klein y sus creaciones propias, son las razones por las
que se lo reconoce como uno de los post o neo-kleinianos, junto a Bion.
Conceptos de Meltzer
Haremos una recorrida por algunos de los conceptos más importantes de
Meltzer, a partir de sus textos.
Proceso analítico: En primer lugar veremos su concepción de la experiencia
analítica como un proceso natural, tomando como base su libro, El proceso
psicoanalítico, publicado en 1967, dedicado fundamentalmente al análisis de
niños, aunque aplicable, según el autor, a la práctica con adultos.
En este texto, Meltzer considera que el proceso de un análisis está configurado
por diferentes fases sucesivas, que resultan ser el producto natural de la
estructura de la mente. Las fases se van encadenando a través del vínculo
transferencial y contratransferencial, en el que se pone en juego lo infantil e
inconsciente, no sólo del paciente, sino también del analista, cuya tarea
principal no es interpretar, sino establecer y controlar el encuadre, destinado a
modular las ansiedades del paciente y a reducir la interferencia de la realidad
externa, para permitir el desarrollo de la transferencia. Forma parte del
encuadre la alianza con la “parte adulta” del paciente, de la que se espera
colaboración con el trabajo analítico
A la primera de las fases del proceso analítico, la llama recolección de la
transferencia.
En esta fase se establece la transferencia como consecuencia del alivio de las
ansiedades persecutorias que el paciente experimenta ante el analista, al
comenzar el análisis, mediante la interpretación y el esclarecimiento del
encuadre.
Para dar una explicación acerca de la neutralización de las ansiedades que
produce la interpretación, Meltzer recurre a la teoría de Bion, quién sostiene
que la manifestación de la ansiedad por parte del paciente, responde a la
identificación proyectiva de una parte del self, que está angustiada. El analista
debe ser capaz de recibir, como continente, esta identificación proyectiva y su
dolor, para luego devolverla al paciente, desprovista del dolor, mediante el
proceso de la comprensión (interpretación)
En esta fase inicial, se produce entonces una mejoría de los síntomas, lo que
implica el riesgo paradojal de que el paciente o sus padres, en el caso del
análisis de un niño, decidan terminar con el trabajo analítico, por considerar
que este alivio equivale a la cura.
La segunda etapa corresponde a lo que llama, el ordenamiento de las
confusiones geográficas.
Estas confusiones se originan en la utilización masiva que hace el paciente, de
la identificación proyectiva en objetos externos e internos, que incluyen al
analista en la transferencia, como defensa frente al dolor que le provocan las
experiencias de separación del objeto del que depende, reactualizadas en el
análisis, en la separación de los fines de semana.
La identificación proyectiva masiva produce confusiones geográficas, porque
desdibuja los límites del self y del objeto, lo que implica, no sólo una
indiferenciación entre el adentro y el afuera de un objeto, sino también entre la
realidad psíquica y la externa.
Esta fase culmina una vez que el analista es ubicado en el lugar del toiletbreast (pecho-inodoro) es decir, un objeto parcial que funciona como receptor
de desechos, sobre el que se descargan la angustia y el displacer del paciente,
y que es valorado y necesitado, pero no amado, ya que hay escasas
manifestaciones de ansiedad depresiva en esta etapa.
En la tercera etapa, se produce el ordenamiento de las confusiones
zonales.
El atravesamiento de la fase anterior, que puede implicar años de trabajo
analítico, de acuerdo a la gravedad del paciente, tiene como consecuencia el
abandono de la identificación proyectiva masiva como defensa y el
establecimiento de una relación de dependencia con el pecho-inodoro-analista,
lo que amortigua el dolor de la separación entre el self y el objeto, y deja
espacios libres en las sesiones, para la aparición del complejo de Edipo, que
emerge según Melzer, como una combinación de sus formas genital y
pregenital, por lo que habla de confusión de zonas y modos.
Como representante del kleinismo, Meltzer supone que a cada zona erógena le
corresponde un tipo de objeto, con el que de acuerdo a las fantasías
inconscientes prevalentes, se establece un modo particular de relación:
extrusión, incorporación, retención, penetración, etc. Pero en esta fase del
análisis observa en sus pacientes, una creciente excitación genital difusa y
amorfa, que busca cualquier tipo de satisfacción, sin distinción de zonas
erógenas y que inunda la relación transferencial.
El progreso del análisis implica la puesta en orden de esta confusión, mediante
la interpretación y el manejo de la transferencia, resistiendo los intentos de
seducción del paciente y sus consecuentes ataques agresivos, conduciéndolo
a un abandono del narcisismo como principio de organización y a la aceptación
de la dependencia de objetos buenos primarios.
La cuarta fase del proceso, recibe el nombre de umbral de la posición
depresiva.
Al atravesar esta etapa, el paciente estará en condiciones de experimentar la
dependencia introyectiva oral del pecho nutricio y el complejo de Edipo genital.
Así como en la segunda fase del proceso analítico, quedó establecida la
relación proyectiva con la madre (pecho-inodoro), en esta etapa deberá
lograrse la relación introyectiva (pecho nutricio) y la aceptación del rol que
desempeña el pene del padre (complejo de Edipo genital)
El reconocimiento de la dependencia del pecho nutricio no es fácil de alcanzar,
ya que contra él luchan las partes infantiles destructivas del self del paciente,
que intentan defender los restos de narcisismo de la etapa anterior, aunque en
esta fase ya no se trata de la negación de la necesidad de dependencia, sino
de la falta de confianza en que el analista sea lo suficientemente adecuado y
fuerte, para ser un pecho bueno. Se pasa, dice Meltzer, del “No te necesito” del
tercer ciclo al “No eres lo que necesito”
Aparecen ataques cínicos a la verdad, que el analista irá refutando mediante
sus interpretaciones, haciéndolos gradualmente menos severos, lo que
permitirá el trabajo con el material edípico genital, que culminará con la
aceptación del rol reparador y creativo del padre.
Si el analista resiste los embates, se establece la confianza en los objetos
buenos, lo que dará lugar a las vivencias de gratitud, amor y cuidado, y al
establecimiento de una preocupación depresiva por el objeto, que conduce a la
quinta y última fase, el proceso de destete.
Cuando la relación de dependencia con el pecho nutricio, empieza a ser
reconocida en la transferencia, aparece el temor a la finalización prematura del
análisis, pero también se hace presente su contraparte, que procede de los
niveles más maduros del paciente y se manifiesta como una valoración
intelectual o estética del proceso analítico, que le permite aceptar que debe
“ceder su turno al próximo”.
Con estos niveles maduros, con los que se ha establecido la alianza
terapéutica, se decide en forma conjunta la terminación del análisis.
Aquí resulta interesante agregar que Meltzer propone un fin de análisis en
relación con la capacidad de autoanálisis. El proceso termina, cuando el
paciente está en condiciones de continuar por sí mismo la ardua tarea de
integración de las partes escindidas del self, que dura toda la vida.
Acerca de su descripción de la historia natural del proceso analítico, Meltzer
señala en repetidas oportunidades, que no se trata de un manual de la técnica,
cuyas directivas deban observarse durante el trabajo analítico (el hacer del
analista), sino que es una herramienta utilizable en los momentos de descanso
(el hablar del analista), en la reflexión y escritura de los casos o en la
comunicación con sus colegas.
Estados sexuales de la mente: En un libro que lleva este título y que fue
publicado por primera vez en 1973, Meltzer realiza un estudio del desarrollo
psicosexual, tomando como base la teoría de la libido de Freud y Abraham,
ampliada según su entender, por los aportes posteriores de M. Klein y Bion.
Aquí sostiene que considerará como situación sexual básica, la idea de Freud
de la escena primaria en la fantasía, enriquecida con la concepción de Klein de
la importancia del interior del cuerpo de la madre, y afirma que los estados de
la mente relacionados con las actividades sexuales, dependerán del modo en
que el self participe de esta escena primaria.
Meltzer reconoce los siguientes estados sexuales de la mente: sexualidad
adulta polimorfa, sexualidad infantil polimorfa y sexualidad infantil
perversa.
De la sexualidad adulta polimorfa, dice que el analista, rara vez tiene noticias
sobre las conductas sexuales de sus pacientes adultos, ya que la relación
transferencial atrae hacia ella, los aspectos infantiles y perversos de las
conductas y fantasías sexuales, que contaminan las relaciones adultas sin que
el paciente lo sepa. El paciente, en todo caso, sólo se ocupará de su
sexualidad adulta, en el autoanálisis posterior a la terminación del tratamiento.
Entonces un fin de análisis implica el haber alcanzado el estado de sexualidad
adulta de la mente, que se constituye en base al superyó-ideal, como resultado
de la introyección de la pareja parental, en sus papeles femenino y masculino,
en una relación amorosa en la que no hay control ni dominación. Sin embargo,
todavía podrían presentarse contaminaciones de sexualidad infantil polimorfa y
perversa en los juegos preliminares, no así en el coito que es algo serio, es
trabajo y no juego, y es además el fundamento de la capacidad de trabajo, no
en el sentido de la sublimación de Freud, sino como el impulso a la
conservación de los niños, que es en última instancia, la conservación de la
especie, pero no a su creación, reservada a los padres internos, que son los
dioses de otros tiempos.
La sexualidad adulta entonces, se caracteriza por su modestia y privacidad, y
no por el deseo de poder y el exhibicionismo, propios de la sexualidad infantil.
Acerca de la sexualidad infantil polimorfa, es importante destacar, que
Meltzer la diferencia de la sexualidad perversa, que siempre trastoca lo bueno
en malo.
En el estado de sexualidad infantil polimorfa, el primer problema que se
presenta es el de la pérdida del sentimiento de identidad, que no se plantea en
el estado de sexualidad adulta, puesto que la identidad se construye por
identificación introyectiva con los padres internos.
La pérdida del sentimiento de identidad aparece como resultado de la
confusión zonal que se produce, cuando ante la fantasía de la escena primaria,
el self pretende desempeñar los cinco roles propuestos por Meltzer (madre,
padre, niño, niña y bebé dentro de la madre), abarcando todas las zonas
erógenas para negar la exclusión de la que es objeto.
Este estado está dominado por los celos y la competitividad edípica, por lo que
las partes niño o niña, tratan de establecer su propio pequeño matrimonio o se
meten en el medio del coito parental, disfrazados de bebés internos. Pero la
motivación, que es la de encontrar una solución para el deseo insatisfecho y de
este modo preservar el amor hacia los padres, es básicamente buena, lo que
establece una diferencia entre este estado y los estados sexuales perversos de
la mente.
Sobre la sexualidad infantil perversa, Meltzer sostiene que es muy conocida
para el psicoanálisis, porque siempre se hace evidente en la transferencia, pero
aclara que no está hablando de conductas perversas o patología perversa, sino
de un estado de la mente que se presenta también en otras patologías.
Aquí sostiene que para que el desarrollo de la personalidad pueda proseguir,
deben darse los primitivos escisión (splitting) e idealización, del self y del
objeto, descubiertos por Klein, porque esto es lo que permite que se instalen
las categorías de bueno y malo
En este estado de la mente, irrumpe en la fantasía de escena primaria, un
sexto participante, el outsider, una persona extraña a la familia, un malvado
que ataca el amor y la creatividad de los padres, con el cual una parte del self
se identifica, dando lugar, en los momentos en que esta parte toma el comando
de la personalidad, a un estado de perversidad sádica.
Lo que predomina en el estado sádico perverso de la mente, es una cualidad
emocional maníaca impulsada por la envidia de la belleza, la bondad y la
creatividad de los buenos objetos, que no busca la satisfacción sexual, sino la
abolición de la angustia en general, pero más específicamente, de la angustia
depresiva
En este texto Meltzer afirma que la organización de la personalidad no es
estable, puesto que constantemente se producen flujos y reflujos en diversos
niveles de la mente, que van de la escisión a la integración, por lo que el
proceso de integración es interminable, ya que nunca se logrará reintegrar del
todo, lo malo escindido del self y del objeto.
La mayor o menor integración dependen de la tolerancia al dolor mental
alcanzada, que a su vez deriva de la mayor o menor confianza, en los objetos
internos buenos, que deben ser además fuertes y bellos, para generarla.
Identificación proyectiva intrusiva: En su artículo de 1946, Notas sobre
algunos mecanismos esquizoides, Melanie Klein, describe un tipo de
proyección particular, seguida por una identificación, a la que en ese momento
da el nombre de identificación por proyección. Cuando en 1952 en
Contribuciones
al
psicoanálisis,
reimprime
el
trabajo
anteriormente
mencionado, ya habla de identificación proyectiva (IP).
En su examen de los mecanismos esquizoides, Klein señala la existencia de
una fantasía omnipotente de intrusión en el cuerpo y la mente del objeto (la
madre en primer lugar), que se pone en juego con el propósito de dominarlo y
hacerlo depositario de todo el dolor mental y el sadismo.
Es a esta extensión del narcisismo a la que dará el nombre de IP, señalando
que implica la alienación de la identidad propia del self.
Luego agrega que este mecanismo es activado por los estados de frustración y
de ansiedad aumentada y que el sadismo intrusivo que fuerza al objeto, retorna
al self como fantasía persecutoria y como amenaza de quedar atrapado en el
interior del objeto, lo que da lugar a los fenómenos claustrofóbicos.
A partir de aquel escrito inaugural, el concepto de identificación proyectiva es
ampliamente estudiado y desarrollado por psicoanalistas kleinianos y
poskleinianos, que le dan nuevos sentidos, aplicables a la clínica.
Uno de ellos es Bion, que toma el concepto de IP desde otra perspectiva, por
considerarla una vía de comunicación primitiva (no verbal) entre el niño y la
madre, que permite el transporte de un contenido en busca de un continente,
para dar sentido a la primigenia experiencia emocional, que hará posible el
aprendizaje.
A pesar de ello, Bion también advierte que la IP puede ser excesiva o
patológica, promoviendo fenómenos maníaco-depresivos y de claustrofobia.
Frente a estas diferencias de apreciación y con el propósito de resolver los
equívocos conceptuales a los que podrían dar lugar, Meltzer que en su
momento había demostrado que la IP ocurre también en relación con los
objetos internos, propone en 1986, en Metapsicología ampliada, reservar el
nombre de identificación proyectiva para referirse a la función comunicativa
inconsciente de la que habla Bion y utilizar la designación de identificación
intrusiva para aludir a la fantasía omnipotente de intromisión en el objeto, que
implica un uso defensivo y por lo tanto patológico de la IP.
Por otro lado, también propone hacer una distinción en el nombre de los
objetos que vehiculizan estas dos formas de IP, denominado continente al
objeto de la IP tal como la entiende Bion y llamando claustro al objeto de la
identificación intrusiva, que en 1992, en su libro Claustrum, relacionará con la
claustrofobia a la que considera un estado mental primitivo, derivado de la
puesta en marcha de la identificación intrusiva.
Aprehensión de la belleza, conflicto estético y reciprocidad estética: En su
libro, La aprehensión de la belleza, publicado en 1988, Meltzer introduce su
concepto de conflicto estético al que plantea como esencial para el desarrollo
de la mente.
A lo largo de los años, la experiencia de ver la evolución de la estructura
de la personalidad en el desarrollo detenido de niños autistas (…)
transformaron en convicción la largamente abrigada sospecha de que
las consideraciones estéticas desempeñaban un papel importante en el
desarrollo. (Meltzer, D. & Harris Williams, M. 1988, p 5)
Pero antes de presentar su teoría, realiza un recorrido, en el que analiza la
evolución que ha tenido el modelo de la mente, a lo largo de la historia del
psicoanálisis.
Comienza diciendo, tal como había hecho algunos años antes, en Vida onírica
y Metapsicología ampliada, que a Freud le llevó cuarenta años deshacerse de
la ecuación que igualaba la mente al cerebro, puesto que su formación
neurofisiológica, se lo impedía.
Pero, según afirma Meltzer, después de Freud se produjo un gran avance
teórico que dio lugar a impresionantes resultados clínicos, a partir de los
trabajos de M. Klein, que retomando algunos conceptos de Abraham, ponen en
el centro de la escena, las relaciones de objeto. Un poco más tarde, la
introducción de los conceptos de identificación proyectiva y de escisión, dan
por tierra con el criterio de mente unificada, que Freud había comenzado a
cuestionar en su artículo sobre la escisión del yo.
El progreso alcanza su punto culminante con Bion, que divide la vida mental en
los espacios simbólico (función alfa) y no simbólico (elementos beta),
ofreciendo una teoría psicoanalítica de la formación del pensamiento.
Por otra parte, este modelo destaca la importancia de la mente como
instrumento para reflexionar sobre las experiencias emocionales, dándoles
representación a través de la formación de símbolos, lo que su vez genera la
capacidad de aprender de dichas experiencias y de producir reorganizaciones
estructurales, que desarrollan la mente.
Volviendo a M. Klein, Meltzer recuerda que ella sostenía que los procesos
satisfactorios de escisión e idealización del self y del objeto, son fundamentales
para el logro de un desarrollo infantil saludable, porque son los que introducen
la capacidad de distinguir el bien del mal.
Pero basándose en su propia experiencia clínica, afirma que la falla que se
encuentra siempre en los pacientes psicóticos o psicopáticos, en la
diferenciación de lo bueno y lo malo, se enlaza con otra falla grave, la falta de
aprehensión de la belleza, mediante una respuesta emocional a su
percepción.
Comprueba que los pacientes más sanos, son capaces de reconocer la belleza
como un don, sin vacilaciones, a través de una enérgica reacción emocional,
en tanto que los más enfermos, no pueden apreciar la belleza directamente y
requieren del auxilio de patrones culturales e intelectuales, para hacerlo.
Nada sabemos, Klein no lo dijo, acerca de cómo se producen la escisión y la
idealización, no sabemos si son procesos activos o pasivos, intencionales o
accidentales, pero tomando en cuenta el vínculo que encuentra entre la
indiferenciación de lo bueno y lo malo y la falla en la aprehensión de la belleza,
Meltzer sugiere que es la experiencia emocional como primaria, la que origina
aquellos mecanismos, porque la aprehensión de la belleza es acompañada
siempre por la aprehensión de la posibilidad de su destrucción.
El modelo de la mente propuesto por Bion, hace entonces que desde el
psicoanálisis sea necesario replantearse la cuestión del proceso de desarrollo
desde el comienzo de la vida. Ya no podemos pensar que el recién nacido es
una tabla rasa, porque aunque la vida intrauterina amortigua las sensaciones
provenientes del exterior, no lo aísla completamente, por lo que se puede
suponer que las experiencias emocionales, su representación y su impacto
concomitante sobre la personalidad, comienzan antes del nacimiento.
Estas especulaciones, son las que llevan a Meltzer a pensar el momento del
nacimiento como más emocional que traumático, por el impacto que el primer
encuentro con el mundo externo genera en el recién nacido, que pasa de las
experiencias proto-estéticas de la vida intrauterina (el andar de la madre, el
sonido de su voz) y de los momentos de angustia (sufrimiento fetal, angustia
materna) a soportar un bombardeo de colores, formas y sonidos que impactan
en su mente, frente al cual no todos reaccionan del mismo modo. Algunos
presentan una actitud de total aversión, mientras que en otros se observa el
deslumbramiento que provoca este mundo nuevo y desafiante.
Buscando una explicación para estas diferentes formas de responder, Meltzer
se vale de la teoría de las emociones de Bion, que supera la tradicional
concepción de ambivalencia amor-odio, por una oposición entre vínculos
emocionales positivos y negativos, entre los que incluye, además de las dos
viejas pasiones, al conocimiento. Los distingue con las letras L, H y K, amor,
odio y conocimiento, en su versión positiva y como -L, -H, -K para su forma
negativa, anti-amor, anti-odio e incultura.
Además Bion demuestra que tanto los vínculos positivos como los negativos,
están fuertemente enlazados entre sí y deja de lado la arraigada concepción de
la frustración como generadora de dolor mental, para proponer su idea de
cambio catastrófico.
Lo catastrófico para Bion, es precisamente una idea, una idea nueva que
golpea a la mente como una catástrofe, para obligarla a poner en movimiento
su estructura, para ser asimilada.
Meltzer entiende, que esta nueva idea, se presenta “como una experiencia
emocional de la belleza del mundo y su maravillosa organización” (Meltzer, D.
& Harris Williams, M. 1988, p 26) y sostiene que la formulación de Bion abre
una nueva perspectiva sobre las nociones de dolor y placer mental, porque al
presentarlos como consecuencia del golpe catastrófico de la primera
experiencia emocional de belleza sobre la mente, evidencia que el conflicto de
los vínculos emocionales positivos y negativos, está siempre presente, y que el
placer y el dolor, en el nivel de la pasión, están siempre unidos.
La tolerancia a este conflicto, en la que por otra parte reside la fortaleza yoica,
exige la existencia de una facultad especial, que Bion llama, siguiendo en esto
a Keats, capacidad negativa. La aptitud para sostenerse en la incertidumbre,
en el no saber, sin esforzarse rabiosamente por llegar al hecho y a la razón.
¿Pero cuál es esta primera experiencia emocional de belleza que sume al niño
en la incertidumbre? ¿Qué es el “mundo” para un recién nacido?
Meltzer dice que es la madre la que presenta a su bebé un objeto complejo de
incomparable interés, su propia belleza externa, la belleza de su cara, sus
pechos, sus ojos, que bombardean al niño con una experiencia emocional
apasionada.
Pero a la vez que aprehende esta belleza externa de la madre, experimenta el
misterio de su mundo interno, que le es desconocido. El significado de su
comportamiento, la aparición y desaparición del pecho, su sonrisa, la
musicalidad cambiante de su voz, todo es enigmático en ella y la oposición
entre el impacto de su belleza externa que está al alcance de los sentidos y el
interior incomprensible, que debe ser construido mediante la imaginación
creativa, configura el conflicto estético, que cumple una función fundamental
en el desarrollo normal y en la psicopatología.
La experiencia de dolor del conflicto estético, reside en la incertidumbre, que
tiende a la desconfianza y puede llegar a la sospecha, si no se dirige en auxilio
del self, el vínculo emocional K, el deseo de saber como superador del amor
ambivalente (L, H) y del afán de posesión y control sobre el objeto.
Pero si esto último no sucede, aunque en un primer contacto con el mundo el
niño haya sido tocado por la belleza, se aparta bruscamente de ella, dando
lugar a toda la psicopatología conocida, para la que Meltzer señala un origen
común, en la huida del dolor provocado por el conflicto estético.
Para el caso de los niños psicóticos, propone la siguiente conjetura, que fueron
aplastados por el impacto estético del mundo externo y de su representante, la
madre. Tanto en forma concreta como simbólica, sus pechos, sus pezones y su
mente.
Pero otros niños no son avasallados o son salvados muy a tiempo del
aplastamiento y reaccionan con entusiasmo frente a la invasión de estímulos.
Meltzer sostiene que este salvataje sólo ocurre si la madre “bella” experimenta
a su bebé también como “bello” y le da a esta relación el nombre de
reciprocidad estética.
La reciprocidad estética implica que la madre es capaz de apreciar no sólo el
exterior bello del bebé, sino también su misterio que impacta en los padres
como su potencialidad. El niño podrá ser un Einstein, un Picasso, un…
A esto es a lo que el autor llama amor a primera vista entre la madre y el hijo,
y dice que es el elemento central necesario, sin el cual el bebé no podría
soportar el impacto estético que recibe de su madre.
Bibliografía
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Meltzer, D. & Harris Williams, M. (1988). La aprehensión de le belleza. Buenos
Aires. Editorial Spatia. 1990
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Editorial Paidós. 1998
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