La Gratuidad - Antonio Gómez

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La gratuidad desde
mi experiencia de vida
Por Antonio Gómez Moreno
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PRÓLOGO
1.- INTRODUCCIÓN
2.- LOS PRIMEROS AÑOS EN SEGOVIA
3.- REFLEXIONES DE MI JUVENTUD
4.- ESTANCIA EN LA UNIVERSIDAD
5.- SENTIMIENTOS AL DESCUBIERTO
6.- PRIMERAS EXPERIENCIAS SOCIALES EN ORCASITAS
7.- EN EL SUBURBIO DE LA RIBERA
8.- EXPERIENCIAS PROFESIONALES EN LOS ASTILLEROS
9.- PUESTA EN MARCHA DE UN ASTILLERO EN VENEZUELA
10.- EL ORIGEN DE LA ASOCIACIACIÓN “MADRE CORAJE”
11.- EL CRECIMIENTO DE LA ASOCIACIÓN
12.- MIS VIVENCIAS EN LA CÁRCEL
13.- CONCLUSIONES
14.- REFLEXIONES
EPÍLOGO
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PRÓLOGO
Considero la oportunidad que se me da de escribir el prólogo a este libro un
verdadero privilegio. Hace más de treinta años que mis pasos se cruzaron con
los de Antonio Gómez y su familia en el Colegio La Salle de Jerez. Desde
entonces, en la cercanía o en la distancia, son muchos los ratos de diálogo, los
proyectos y los sueños que hemos compartido. Destaco en especial el
nacimiento de Madre Coraje. Oficialmente se trata de una ONG, de una
asociación, pero estoy convencido de que hoy es mucho más que eso.
Antonio es una persona que suele utilizar en su discurso grandes
palabras como gratuidad, compromiso, solidaridad, fraternidad, perdón, justicia,
igualdad, esperanza, fe, amor… Palabras que resonarían huecas en la boca de
muchas personas, pero que en la suya suenan a convicción y a experiencia
hecha vida. Quienes le conocemos sabemos que esas grandes palabras están
respaldadas por un testimonio coherente de vida y por grandes obras nacidas
de un gran corazón.
Se dice, con razón, que el que escribe se describe; y así le ha pasado a
Antonio. Al abrir las páginas de este libro, el autor nos ha abierto también las
puertas de su alma. Con la mayor sencillez, con rigor y con buenos toques de
humor nos lleva de la mano para recorrer los acontecimientos que marcaron su
vida y también algunas de las nuestras. No obstante, en el epílogo, el autor
deja claro que se equivoca quien crea que el propósito del libro es escribir una
autobiografía de la propia persona.
No es lo que Antonio vivió lo que le importa narrar, sino la lección que
aprendió de cada uno de los momentos que han marcado su existencia. Desde
este punto de vista, tenemos delante un valioso ejercicio de relectura de la
propia vida. Todos los seres humanos vivimos innumerables experiencias
engarzadas unas con otras. El arte está en saber quedarse con la sabiduría
que el vivirlas proporciona. Y, en esto, Antonio se nos muestra como un
experto.
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El punto de vista desde el que ha querido contarnos su historia, como
revela el título, es el de la GRATUIDAD. El autor identifica el egoísmo como el
cáncer de nuestra sociedad y la gratuidad como la terapia más idónea. Para
Antonio se trata de “la mejor alternativa que tiene la humanidad para
transformar esta injusta sociedad en otra más justa”. La persona que vive
desde la gratuidad sabe salir de sí misma, olvidarse a sí misma y vivir para los
demás. Amar al otro de forma desinteresada, aunque nos complique la vida, es
para Antonio una fuente de inagotable felicidad, porque solo desde el amor se
puede conseguir la felicidad plena, y el amor nunca puede ser interesado. ¿Se
trata de una fantasía? Creo que no. Escribo estas líneas en la misma fecha en
que se celebra por primera vez el Día Internacional de la Felicidad. La ONU
considera que “la búsqueda de la felicidad es un objetivo humano fundamental”
y que una de las formas privilegiadas de alcanzarla es la solidaridad. El
Secretario General de la ONU afirma que “obrar por el bien común también nos
enriquece. La compasión fomenta la felicidad y nos ayudará a construir el
futuro que queremos”. Antonio tiene razón al hablar del amor como fuente de
felicidad.
Pero ¿De qué AMOR nos habla? Desde hace años, de todos los
adjetivos que podrían añadirse a la palabra AMOR, él repite machaconamente:
“RESPONSABLE”. Nos habla “del poder de transformación social del amor
responsable”. Todo el que entiende estas dos palabras sabe que tiene una
pregunta que responder en su vida. Una pregunta que lleva desde los orígenes
de la literatura sagrada rasgando el cielo de la conciencia de todo ser humano:
“¿Qué has hecho con tu hermano?”.
Antonio nos revela que en las circunstancias de su vida y, para él
particularmente en aquella del encuentro con los niños pirañas de Perú,
siempre podemos hacernos los sordos y mirar para otro lado, pero que el
mundo sólo cambia cuando somos capaces de “no pasar de largo”. Mirar para
otro lado, nos dice, nos hace cómplices de las injusticias. Y, curiosamente,
complicarse la vida por los demás, especialmente por los que más nos
necesitan, se convierte en una fuente inagotable de energía y de satisfacción
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interior. Desde estas claves, el amor responsable queda definido aquí como el
Amor del ser humano hacia el resto de la Humanidad, con el fin de hacer un
mundo más justo. Para que éste sea posible, es necesario que se cumplan tres
Principios: Igualdad, Solidaridad y Gratuidad.
Estos son los principios básicos de la asociación “Madre Coraje” que
lleva más de veinte años ofreciendo ayuda humanitaria, realizando proyectos,
reciclando todo lo reciclable, sanando enfermos, educando y dando de comer a
niños y adultos… Una obra de muchas manos nacida del compromiso de
Antonio y de cuantos como él creyeron que podrían cambiar el mundo
empezando por cambiar también las actitudes egoístas desde las que vivimos.
No sería completo decir que Antonio es sólo un ser profundamente
humano y comprometido con los necesitados. Muchos sabemos que es
también una persona de gran fe. Recuerdo que en una ocasión, cuando no nos
salían las cosas como esperábamos, le dije: ¡Mucha fe tienes tú! Y el me
respondió: Alberto, yo no tengo fe, yo tengo evidencia de que el Padrecito me
ayuda siempre.
Antonio ha buscado siempre referencias para su vida en la gente que ha
conocido y también en aquellos que, dando su vida, han actuado como brújulas
del bien, la justicia, la paz o la solidaridad. Gandhi, Luther King, Teresa de
Calcuta, o María Elena Moyano, nuestra Madre Coraje, son para él un ejemplo
de quienes en vez de quejarse de la oscuridad, saben encender una cerilla. Y,
sin duda, está también el Maestro de Nazaret, aquel que acuñó una expresión
que ha quedado como programa de vida para todo el que quiera aprender
sobre el amor responsable y la gratuidad suprema: “Nadie ama tanto como el
que es capaz de dar su vida por los demás” y “Dad gratis lo que habéis
recibido gratis”. Sí, la vida es el don más grande que tenemos y ése lo
recibimos gratis. ¿Estamos dispuestos a amar así? ¿Estamos dispuestos a
ofrecer gratis, en la medida de todo lo posible, lo que gratis hemos recibido?
Por supuesto que todos tenemos necesidades que cubrir para nosotros y para
“los nuestros” y necesitamos los medios para salir adelante, pero ¡hay tanto
que podemos a cambio de nada!
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Quienes conocemos al autor de estas páginas sabemos que, además de
sus despistes -no se pierdan la historia de la botas y el zapatero-, Antonio tiene
el arte de contagiar a todos con su sonrisa y su noble mirada un “virus” del que
ninguno logramos curarnos, ni queremos curarnos: La vida se nos da para
darla… ¡GRATIS!
Roma 20 de marzo de 2013. H. Alberto Gómez Barruso.
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1. INTRODUCIÓN
A lo largo de mi vida he hablado y he escrito mucho sobre la Gratuidad, el
valor que no busca, no espera, no pide nada a cambio cuando hacemos
cualquier acción humanitaria. Ahora en mi vejez, desde mis experiencias de
vida, deseo exponer la importancia que tiene la Gratuidad para la
transformación social. Al menos en mi vida este valor ha contribuido mucho, de
forma muy positiva, a la transformación social de los colectivos por los que he
luchado combatiendo las injusticias y la marginación. Espero y deseo que estas
experiencias puedan servir también para ofrecer una alternativa a la Sociedad
con el fin de poder transformarla en otra más justa. Si se eliminara el egoísmo,
causa principal de las muchas injusticias que hay en este mundo, esa nueva
sociedad sería posible.
Los principios que definen el Amor entre los seres humanos son la
Igualdad, la Solidaridad y la Gratuidad. Lo que más me ha preocupado
siempre es la falta de esta última. Lo contrario de la Gratuidad, que es el
egoísmo, es posiblemente el defecto más frecuente de nuestra sociedad. Me
preocupa la falta de Gratuidad manifiesta en el sentido mercantilista que ha
invadido nuestra cultura y nuestras mentes, hasta el punto de parecernos
lógicas y normales ciertas actuaciones y formas de pensar totalmente egoístas
y que traen consigo las injusticias que sufren, como siempre, los más débiles.
Hoy nos parece normal que nadie dé nada a cambio de nada; todo tiene que
ser a cambio de algo. Hemos sustituido la Gratuidad por el egoísmo
mercantilista.
La Gratuidad -pienso- debe regir siempre los comportamientos y
actitudes, y guiar la realización de los demás valores universales del ser
humano. Valores como el amor, la compasión, el perdón o la amistad no deben
servir como moneda de cambio, sino ofrecerse gratuitamente, sin pedir
compensación alguna por ellos. Estos valores, sin el de la Gratuidad, dejarían
de ser valores.
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En estas páginas me referiré principalmente a la Gratuidad
como
alternativa para transformar nuestra injusta Sociedad en otra más justa. Me
basaré en las experiencias de mi vida en las que descubrí, y espero que el
lector descubra, el poder de transformación que tiene este valor en las
personas y en la Sociedad.
Creo que todos los antivalores que destruyen la Sociedad están
impregnados de egoísmo, que da prioridad a nuestros propios intereses sobre
los de los
demás, como ocurre con la soberbia, la avaricia, la envidia, la
codicia, el odio, la mentira, el engaño, etc. La Gratuidad da preferencia a los
intereses de los demás antes que a los propios, por eso no busca, ni espera, ni
pide nada a cambio; solo piensa en el beneficio de los demás, nunca en su
propio beneficio.
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2. LOS PRIMEROS AÑOS EN SEGOVIA
Nací el 12 de abril del año 1935, en Segovia, una ciudad preciosa, en un
Viernes Santo, no sé bien a qué hora, en una familia maravillosa y acomodada.
El hecho de ser la mía una familia numerosa me obligó a tener que resolver yo
solo mis problemas desde bien joven, pero así pude desarrollar mi sentido de
responsabilidad antes.
De mi padre tengo pocos recuerdos, pues murió cuando yo tenía
dieciséis años, pero le recuerdo como una persona con autoridad, que me daba
seguridad. Al morir mi padre sentí que algo importante para la familia se había
perdido. Mi padre era farmacéutico pero no ejercía. Se dedicaba a llevar las
explotaciones agrícolas de las fincas que había heredado de su familia y otros
negocios que tenía en Segovia. Más tarde, en mi juventud, descubriría que las
ventajas de haber nacido en una familia acomodada me traerían dificultades
para mi realización personal.
Teniendo en cuenta que éramos diez hermanos, cinco chicas y cinco
chicos, eran necesarias, para una convivencia razonable, una serie de normas
que teníamos que cumplir. Por ejemplo, teníamos que estar en casa a las diez
de la noche para cenar. Si llegabas un poco tarde te comías el plato al que
llegaras; si llegabas aun más tarde te quedabas sin postre. Por esta razón, a
eso de las diez menos cinco de la noche, se producía la “gran carrera” de los
hermanos Gómez por las calles de Segovia, para no quedarse sin postre.
Ser diez hermanos también tenía algunas ventajas para mí. Por ejemplo,
cuando mi madre nos ponía en fila para darnos la cucharada matutina de aceite
de hígado de bacalao, que por entonces recuerdo era bastante frecuente como
reconstituyente, una de mis hermanas me decía:
- Antonio, te doy cinco céntimos si te pones en mi lugar, que a mí me da mucho
asco.
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Yo no sé si por sentido de solidaridad, o si por los cinco céntimos,
pero cuando llegaba su turno me ponía en su puesto, abría la boca y mi madre,
que solo ponía atención a meter la cuchara en la boca del siguiente, me daba
el aceite por segunda vez, y mi hermana me daba los cinco céntimos
prometidos.
Los veranos íbamos todos los años al “caserío”, una finca donde
veraneábamos mis padres, mis nueve hermanos y algunos de mis primos. Allí
vivíamos en plan salvaje hasta la fecha de volver al colegio. Recuerdo que
cuando tocaban la campana para comer, mi madre contaba a los mayores, a
los pequeños, y se ponía a servir la comida. Mi hermana y yo, por nuestra
edad, estábamos en medio, entre los mayores y los pequeños, y más de una
vez se olvidaron de nosotros dos a la hora de la comida.
Tras las vacaciones, se imponía la vuelta a los estudios. Estudié
Bachillerato en un colegio religioso, el de los Claretianos de Segovia, con
algunos de mis hermanos, y allí terminé el quinto curso. Tras la muerte de mi
padre nos trasladamos a Madrid y terminé el Bachillerato en el Instituto Ramiro
de Maeztu. No se me puede olvidar que entrábamos en las clases en formación
militar, a toque de tambor, con el correspondiente saludo al pasar por la figura
ecuestre del generalísimo Franco. Olvidándonos de esta formalidad, el instituto
tenía
una
magnífica
plantilla
de
profesorado
y unas
extraordinarias
instalaciones. El director de estudios ejercía una férrea disciplina en el centro,
pero era respetado por todo el alumnado, pues comprendíamos la necesidad
de orden y disciplina en un instituto con gran cantidad de alumnos. Una sola
“pitada” del Director de estudios, en una planta llena de clases, bastaba para
conseguir un silencio total.
Después estuve preparándome para ingresar en la Escuela de
Ingenieros Industriales, pero lo dejé por tener dificultades para aprobar. Una
chica que me gustaba me recomendó que estudiara Físicas; le hice caso y me
matriculé en la Complutense.
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Yo mismo hacía, desde bien joven, todas las gestiones para
matricularme en mis estudios, pues mis padres no podían atender a las
necesidades de todos sus hijos a la vez. La ventaja de ser familia numerosa es
que te ayuda a responsabilizarte y a no depender tanto de tus padres.
Mi madre, cuando murió mi padre, tuvo que asumir todas las
responsabilidades hasta entonces repartidas entre los dos, lo que hizo con
muchos sacrificios, mucha inteligencia y gran sensibilidad. Debido a que casi
todos mis hermanos comenzaban a estudiar una carrera en Madrid y eran
muchos los gastos, decidió que nos mudáramos de Segovia a la capital. Mi
madre me enseñó desde pequeño esa gran virtud que es la Gratuidad.
Recuerdo que nos solía decir “Siempre los demás son los primeros y
vosotros los últimos”. A la hora de elegir, siempre dejaba que los demás
eligieran lo mejor quedándome yo con lo que los demás no querían. Eran
consejos que nunca olvidé y que procuré seguir. Recuerdo que un día,
comiendo con todos mis hermanos y con mi padre, mi madre repartía una gran
merluza. Fue dando los mejores trozos a todos y cuando llegó a mí me dijo:
- Tú, Antonio, toma la cola, que sé que es lo que más te gusta.
- Mira mamá -le contesté- yo siempre elijo la cola porque nos has enseñado
que siempre lo mejor es para los demás, pero lo que a mí más me gusta es la
parte del lomo.
Todos echaron a reír.
Ahora me doy cuenta de que si todo el mundo pensara así, que
primero son los demás y después uno mismo, en el mundo no habría tanto
egoísmo. Todos miraríamos por los intereses de los demás antes que por los
nuestros, la convivencia entre las personas sería feliz, seríamos más solidarios
con los más empobrecidos, los más marginados, los más débiles, sin esperar
nada a cambio. Entonces tendríamos un mundo más justo en donde
prevalecería el espíritu de Gratuidad. ¡Qué razón tenía mi madre!
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Fotos. Retrato de Petra Moreno, madre de Antonio
Gómez, (1979) y familia al completo (1980).
Mi abuelo por parte de madre era un personaje en Segovia, pues
hasta fue alcalde de la ciudad. Yo le admiraba mucho porque comenzó de
joven picando piedras, pero por su trabajo, su constancia, su inteligencia y
también por su suerte -fue agraciado con el premio gordo de la Lotería en una
ocasión-, llegó a tener un prestigioso negocio de almacén de alimentación, con
tiendas por casi toda la provincia de Segovia. Pero lo que yo más admiraba de
él no era lo que había conseguido con su esfuerzo y su suerte. Lo admiraba
más por su honestidad y por la ayuda que proporcionaba a quienes le pedían
préstamos para comenzar un nuevo negocio, como un restaurante o una
frutería. Le admiraba porque pudiendo enriquecerse, en los tiempos de
escasez de alimentos, en la época en la que la proliferaba el estraperlo, mi
abuelo nunca se aprovechó y vendió siempre dentro de la legalidad. En este
sentido era un modelo de conducta para mí.
Admiraba que todo el mundo, allí en Segovia, le tuviera un gran
respeto. Cuando le acompañaba por la calle Real, la más conocida en Segovia,
le paraban todas las personas que pasaban cerca de él, le saludaban con
mucho cariño, estaban un rato de conversación y seguíamos caminando hacia
su casa. En un trayecto que se podía hacer en veinte minutos tardábamos más
de una hora. Yo pensaba: “cómo me gustaría a mí, cuando sea mayor, que todo
el mundo me quiera y me respete como a mi abuelo”. Lo que más me llamaba
la atención de su vida y de su comportamiento era que, siempre que ayudaba a
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alguien, nunca esperaba nada a cambio. Si había prestado dinero a alguien
que no le podía pagar de momento, le decía:
- No te preocupes, que hay más días que longanizas.
No hace mucho fui con mi familia a comer a un restaurante muy
conocido de Segovia. Cuando apareció el dueño y se enteró de que éramos
nietos de mi abuelo, nos recibió cariñosamente, se sentó con nosotros y
comenzó a contarnos anécdotas por las que él estaba muy agradecido a mi
abuelo. Nos contó que él, un simple dependiente del almacén de ultramarinos
de mi abuelo, un día le pidió un préstamo para montar por su cuenta un
restaurante. No solo se lo prestó, sino que le fiaba todos los productos que
necesitaba. Este hombre nos decía:
-Tu abuelo era todo un caballero. Era la persona más honrada que yo he
conocido y la más generosa pues, como a mí, ayudó a muchas más personas
de Segovia. Era serio, recto y con sentido del humor.
Nos contó que en una reunión de los comerciantes del ramo de la
alimentación con el Gobernador Civil, hombre excesivamente autoritario, el
abuelo discutió con él y el gobernador le amenazó con hacerle dormir en la
cárcel. Al parecer el abuelo le contestó sin inmutarse:
- Yo en la cárcel no dormiré.
- ¿Cómo que no va a dormir en la cárcel? Por supuesto que sí. -Dijo el
Gobernador furioso.
- ¿Cómo voy a dormir en la cárcel si no puedo dormir en mi casa? -Le contestó
muy tranquilo el abuelo.
Todos nos echamos a reír al escuchar esta anécdota. Yo me sentía
muy orgulloso de todo lo que decían de mi abuelo.
La figura de mi abuelo me ayudó a descubrir una respuesta positiva
que se consigue cuando actuamos desde la Gratuidad, y es que
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Sociedad te respeta y te admira, lo que además hace que te sientas
satisfecho de ti mismo. No quiere decir que debamos ser gratuitos para que
todo el mundo nos respete o nos admire, o para sentirnos satisfechos con
nosotros mismos, porque entonces no habremos obrado gratuitamente sino
buscando en el fondo un bien para uno mismo. La gratuidad por el contrario no
busca, no espera, no pide nada a cambio de nuestra propia generosidad con
los demás, ni siquiera nuestra propia satisfacción.
Aprendemos de los demás cuando reconocemos sus valores y
además somos capaces de admirarles. La capacidad de admiración es una
virtud que sirve para imitar los valores positivos de las demás personas.
Pienso que quizá por admirar a mi abuelo decidí imitar sus virtudes, como la
honestidad, la generosidad y la responsabilidad en el trabajo. Esto lo tuve
presente toda mi vida.
Respecto de mi forma de ser no tengo que decir mucho. Quizá los
demás sepan mucho más de mí. Durante mis estudios no destaqué ni por buen
estudiante ni por mal estudiante. Era nervioso y delgado, me llamaban “cerilla”,
lo cual no me hacía ninguna gracia y me peleaba con quien me lo decía.
Jugaba al fútbol muy mal y mi juego preferido era el frontón, en el que tampoco
destacaba. Eso sí, ganaba “al pulso” a todos mis compañeros. Era observador,
poco hablador y muy despistado.
Respecto a mis despistes recuerdo que un día, disfrutando unas
vacaciones navideñas en mi casa de Segovia -yo tendría unos doce años-, mi
madre me dijo:
- Antonio, coge las botas y llévalas al zapatero para que las arreglen.
Era por la mañana y Segovia estaba toda nevada, con una capa de
nieve de más de veinte centímetros. El zapatero estaba a unos veinte metros
de mi casa, y comencé a andar, pensando en mis cosas -¡yo que sé lo que
pensaba!- Llevaba las botas en mi mano derecha, en la que siempre llevaba mi
pesada maleta escolar, cuando de repente me di cuenta de que había llegado a
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mi colegio, que estaba a más de dos kilómetros de mi casa, con mis botas a
cuestas. Eran vacaciones y lógicamente el colegio estaba cerrado. Entonces
pensé que mi madre estaría preocupada por la tardanza. Tuve que volver
corriendo y cuando llegué al zapatero, ya había cerrado. Como esta anécdota
podría contar otras muchas que reflejan mi alta capacidad de concentración, o
mi baja capacidad de dispersión, no lo sé, pero sí es verdad que mis despistes
son bastantes frecuentes, no lo puedo negar.
Fotos. Acueducto romano y Alcázar de Segovia en la actualidad.
¡Cuántos agradables recuerdos tengo de Segovia! Sus monumentos
en mi estancia en esta bella ciudad me pasaron desapercibidos. Hoy, cuando
me encuentro de sopetón con el acueducto, me quedo parado e impresionado
contemplando esa maravilla arquitectónica, una obra que no puedes explicarte
cómo pudo hacerse hace más de dos mil años. Cuando bajando por la calle
Daoiz y Velardez ves el Alcázar con su Torre del Homenaje enfrente, que si
miras desde la Fuencisla, la patrona de Segovia, te parece un castillo de Walt
Disney, me pregunto: “¿Cómo es posible que en mi adolescencia no me fijara
en esas maravillas por las que pasaba todos los días?” Quizá porque ahora en
la madurez tengo más tiempo para reflexionar y más sensibilidad para saborear
la belleza, ¡me doy cuenta de lo bonita que es mi ciudad!
En Segovia aprendí:
De mi madre, que siempre debemos dar preferencia a los
intereses de los demás, posponiendo los nuestros.
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De mi padre, la responsabilidad de llevar adelante una familia.
De mi abuelo, la importancia de la solidaridad, de la honestidad y
del sentido de superación.
Con mis hermanos aprendí a vivir en comunidad y a saber
compartir.
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3. REFLEXIONES DE MI JUVENTUD
Las primeras reflexiones en mi juventud fueron de tipo religioso. La formación
religiosa que tuve en el colegio fue la típica que se daba en aquellos tiempos,
una formación ritualista en la que se acentuaba el debido cumplimiento de las
normas, de los sacramentos, la importancia de la salvación personal, el temor
al pecado, el castigo del infierno, etc. Ahora pienso, desde una formación
religiosa adulta, que la religión cristiana nos enseña una forma de vivir -no un
conjunto de ritos- cuyo modelo de conducta es Jesucristo y cuyas
enseñanzas se basan fundamentalmente en el amor a Dios y al prójimo
como a ti mismo.
La religión que nos enseñaban en aquella época era una religión cuyo
objetivo era la conquista de un cielo lleno de felicidad en compañía de Dios.
Para conquistar la salvación de tu alma y evitar ir al infierno era necesario,
entre otras cosas, cumplir con muchos rituales religiosos: ir a misa, rezar el
rosario, hacer novenas, etc. Desde el referente del Evangelio, yo todo esto no
lo entendía muy bien, y me preguntaba: “¿Es ése el objetivo?”. No encontraba
lo que predicaba Jesús cuando decía: “Un solo mandamiento os doy, que os
améis los unos a los otros, como yo os he amado”. Daba la impresión de
que tantas prácticas litúrgicas, muchas de las cuales no entendíamos, llegaban
a enmascarar el verdadero y único objetivo del Evangelio. Estaba en un
mar de dudas. Recuerdo que teníamos que ir a misa todos los días, confesar
con cierta frecuencia y asistir a otras prácticas religiosas. Aquella formación “no
me llenaba”, parecía que todo debía hacerse por obligación más que por
convencimiento.
En mi casa mi madre era muy religiosa, pero respetaba nuestra forma
de pensar. Recuerdo que en cierta ocasión, yendo con ella, pasamos cerca del
seminario de los sacerdotes de Segovia. Se oía cómo estaban jugando al
fútbol, y, mirándome, me dijo:
- ¿No te gustaría ser sacerdote?
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- No mamá. Ese “oficio” no me gusta -le contesté.
Mi madre se echó a reír, aunque creo que se llevó una desilusión,
porque estoy seguro de que le habría gustado que alguno de sus hijos fuera
sacerdote. Yo en verdad alguna vez me lo planteé, pero lo descarté, no sé por
qué, quizá porque no terminaba de convencerme esa Iglesia demasiado
ritualista.
En casa de mi abuelo, como llegaras a la hora del Rosario, tenías que
rezarlo a pesar de que se alargaba, a nuestro parecer, hasta el “infinito”. Yo lo
respetaba, porque todo lo que hacía mi abuelo a mí siempre me parecía bien,
pero me aburría muchísimo.
En mi juventud me cuestionaba casi todo en los temas referentes a la
religión, pues no encontraba respuesta a muchas preguntas que me hacía. Por
ejemplo, no entendía que a la hora de ayudar a los demás, debiera hacerse por
Dios; creía que debía hacerse por compasión. Recordaba aquel pasaje del
Evangelio que decía: “¿Cuándo te vi con hambre y te di de comer?… lo que
hiciste por los más necesitados lo hiciste conmigo”. Allí no se leía que Jesús
hubiera dicho que hubiera que hacer las cosas por Él.
No entendía tampoco la pretensión de la Iglesia de estar en posesión
de la “Verdad” en muchos temas realmente discutibles. No entendía que sólo
pudieran salvarse los que eran católicos, que los curas no pudieran casarse,
que las mujeres no pudieran ser sacerdotisas. No entendía cómo la Iglesia
podía ser santa y pecadora a la vez. No entendía que con todos los errores que
la Iglesia había cometido a lo largo de su historia, le costara tanto pedir perdón.
Yo creía que el Cristianismo era precisamente la religión del perdón, pues
Jesús repetía, una y otra vez, que pidiéramos perdón. No entendía por qué a la
Iglesia le preocupan tanto los pecados relacionados con el sexo, si Jesús
siempre los trataba con mucha comprensión. Me preguntaba: “¿Por qué da la
impresión de que la jerarquía de la Iglesia tiene más confianza, en cuanto a la
continuidad de la misma, en el poder y en el dinero que en la promesa de
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Jesús, por la que la Iglesia permanecería hasta el fin de los tiempos?”.
Tampoco entendía por qué la Iglesia nos mostraba un Dios castigador si Jesús
nos anunciaba un Dios Padre, lleno de Amor para con los hombres. No
entendía nada y me cuestionaba todo. Tal invasión de dudas que hacían que
“me comiera el coco”, provocó que me olvidara de la religión. Fue mi primera
crisis de fe.
Bueno, no todo lo que me cuestionaba sobre la Iglesia era negativo. A
la Iglesia le agradecí y la agradeceré eternamente que me diera a conocer el
Evangelio, pues el Evangelio fue y es la luz de mis comportamientos a lo largo
de mi vida. De la Iglesia admiraba mucho a los misioneros, que ofrecían su vida
para ayudar a los más empobrecidos del Tercer Mundo. También a algunos
Santos, como San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola o San Agustín,
que practicaban lo que dice el Evangelio al pie de la letra. Me convencían más
los testimonios que las teorías, pero rechazaba la falta de coherencia entre lo
que enseñaba la Iglesia y lo que hacía.
Estas experiencias de mi juventud me sirvieron mucho para madurar
en mi formación religiosa gracias al cuestionamiento de mis dudas. Creo que si
hubiera aceptado al pie de la letra las enseñanzas que se impartían entonces,
no hubiera madurado en el aspecto religioso. Ahora lo agradezco mucho, pues
pienso que las personas deben educarse de una forma integral, es decir
intelectual, emocional, espiritual y socialmente. De la armonía de estos
componentes educativos dependerá el futuro equilibrio estable de la madurez
de la persona. Después de esta etapa religiosa vendría una etapa en mi
juventud centrada casi exclusivamente en el desarrollo intelectual, con los
estudios de bachillerato y en la Universidad. Más tarde desarrollaría mis
inquietudes sociales.
Con el tiempo fui madurando desde una actitud un tanto negativa
hacia otras más positivas y constructivas. Me di cuenta de que lo importante no
eran las debilidades de los hombres de la Iglesia, pues es normal que siendo
hombres se equivoquen y nos equivoquemos. Lo verdaderamente importante
comprendí que era entender, interiorizar y poner en práctica el mensaje del
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Evangelio, que se reduce a “amarnos unos a otros como Él nos amó”, o como
diría San Agustín, “ama y haz lo que quieras”. Me convencí de que para ser un
buen cristiano lo importante era ser una buena persona, en el entendimiento de
que ser una buena persona era practicar la Gratuidad, o lo que es lo mismo,
no ser egoísta con los demás, no ser un mero observante de normas religiosas,
que era lo que se valoraba en esos tiempos. Creí que lo importante era amar
a los demás de forma desinteresada, aunque esto me complicara la vida.
Cuando entré en la Universidad me olvidé de las prácticas religiosas.
Sin embargo, de mis experiencias religiosas anteriores, me había quedado una
cierta sensibilidad social, que más tarde me permitiría simpatizar con la filosofía
comunista, informado sobre ella por un profesor particular que me daba clase
de forma gratuita, por la noche, de matemáticas, y que estaba afiliado al partido
comunista. Lo que me contaba mi profesor me parecía muy razonable y me
aumentaba una conciencia social que no era nueva para mí. Esa simpatía por
la filosofía comunista desapareció debido a un hecho del que tuve noticia: un
grupo de universitarios había sido detenido por la policía por pintar en las
paredes de la Facultad frases antifranquistas; pero sus jefes de partido los
abandonaron a su suerte. Eso me pareció totalmente injusto, y dejé de ir con el
profesor de matemáticas. Entonces pensé que había mucha diferencia en
cualquier doctrina entre la teoría y la práctica, y aprendí la importancia de la
coherencia entre lo que se piensa y lo que se practica.
Durante varios años, estudiando en la Facultad de Físicas, si no había
perdido la fe, al menos la había olvidado. Mi gran preocupación estaba en la
búsqueda de la auténtica felicidad. Analizaba mis experiencias de vida y
observaba que, a pesar de que todas las cosas materiales que deseaba las
conseguía, sin embargo las satisfacciones que me producían todas y cada una
de ellas, al poco tiempo desaparecían, como globos que al conseguirlos se
pincharan. Esto me hacía pensar que por ese camino no encontraría la
felicidad permanente y auténtica. Entonces se me ocurrió evocar todos
aquellos acontecimientos de mi vida que aún recordaba con satisfacción, y que
a pesar del tiempo transcurrido, permanecían en mi memoria. Descubrí que
solo recordaba con satisfacción aquellos acontecimientos relacionados
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con el hecho de haber ayudado a alguien de forma gratuita. Entonces
exclamé: “¡Eureka! ¡Por fin encontré dónde está la felicidad!”.
Recuerdo que cogí una tiza y en una viga horizontal de un sótano de
la Facultad, donde solíamos ir a estudiar, o a realizar algunos “incipientes
experimentos”, escribí muy orgulloso: “FELICIDAD = AMOR”. Es decir, que
sólo desde el Amor se puede conseguir la felicidad plena. Aquello se me
quedó en la mente y todavía no lo he olvidado. La felicidad no estaba en
conseguir cosas materiales, ni siquiera en que los demás te admiraran; la
felicidad estaba en la ayuda a los demás, sin esperar nada a cambio, aunque
te complique la vida. Me di cuenta de que la felicidad estaba muy vinculada
con el Amor.
¿Cuándo volví a la Iglesia Católica?, o mejor dicho, ¿cuándo comencé
a asistir de nuevo a las prácticas religiosas católicas? Porque como creyente
en el mensaje de Jesús, yo seguía estando en la Iglesia y realmente nunca
tuve intención de irme de ella. Lo que sí me cuestionaba era la falta de
coherencia entre lo que la jerarquía predicaba y lo que hacía. Sin embargo,
pensaba que al igual que en el caso del médico que fumando le dice al enfermo
que deje de fumar -y sigue siendo verdad lo que dice el médico, que el fumar
es malo, aunque él fume- de idéntica manera mucho de lo que dice la Iglesia
son auténticas verdades evangélicas, aunque no siempre lo cumpla quien lo
predica.
Recuerdo un día en que me encontraba solo, meditando, y cogí un
palo con el que dibujé en la arena un pez. El símbolo del pez es el distintivo
que utilizaban las primeras comunidades cristianas. La palabra “pez” procede
del griego “Ichthys” que los cristianos utilizaban como anagrama de Jesús y
que significa: Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Salvador. Aquello me recordó a las
primeras comunidades cristianas, porque la Iglesia primitiva adoptó este
símbolo en el siglo II, aunque a partir del siglo IV fue disminuyendo su uso y se
sustituyó por el símbolo de la cruz. Recordé la forma de vida de aquellas
comunidades, cómo lo compartían todo, cómo se amaban los unos a los otros.
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Me di cuenta de que el Amor que yo creía que había descubierto,
como fuente de felicidad, ya lo había anunciado Jesucristo en el Evangelio
hacía más de dos mil años. Entonces me pregunté qué importancia tenían las
debilidades humanas de la Iglesia, que de más joven me habían hecho dudar,
cuando lo realmente importante era el mensaje de Amor que Jesús había
anunciado y su testimonio de vida ejemplo de verdadero Amor. Descubrí que mi
fe no debía, no podía debilitarse, por las debilidades humanas de la Iglesia sino
que debía fortalecerse imitando la vida de Jesús.
Por la insistencia de un amigo mío para que fuera a un cursillo de
cristiandad, asistí a él y entonces decidí volver a la Iglesia, pero ahora con las
ideas más claras. Me hice católico practicante, pero practicante no sólo de
normas religiosas, sino fundamentalmente de prácticas de vida derivadas de la
imitación del comportamiento de la vida de Jesús. El Cursillo presentaba a
Jesucristo desde el sentimiento más que desde la razón, lo cual completaba mi
concepción de la figura de Jesús, pues yo lo tenía demasiado racionalizado.
Aceptando las normas de los cursillistas, fui recuperando las prácticas
religiosas, sin olvidar que el amor a los más desfavorecidos era lo más
importante para el seguimiento del mensaje del Evangelio.
De mi experiencia religiosa en los cursillos de cristiandad aprendí que
la fe debe provenir de la confianza en algo o en alguien, no puede provenir del
conocimiento, ni siquiera de la sumisión a un Credo; tampoco de ninguna
obligación impuesta por tradición. Pensé que la fe nace de la confianza en ese
Alguien del cual “me fío” por sus testimonios, por sus palabras, etc. Por tanto
llegué a la conclusión de que la fe en Dios es fiarse de Él.
En mi caso, conseguí recuperar mi fe y mi confianza en el Evangelio
cuando identifiqué el mensaje de Amor de Jesús con mi convencimiento de que
el Amor es la única
alternativa que tiene el Hombre para tener una
convivencia feliz y en paz.
Al recordar esta etapa de mi vida, me doy cuenta de la importancia
que tiene una continua reflexión crítica para la evolución de nuestra forma de
24
pensar. Pienso que si yo, después de mi período de cuestionamiento negativo
del comportamiento histórico de la jerarquía de la Iglesia, hubiera parado de
reflexionar, quizá no hubiera recuperado nunca la fe. Creo que para combatir
los antivalores de nuestra Sociedad nos hace falta capacidad de reflexión
crítica, pues si la tuviéramos denunciaríamos los antivalores que actualmente
rigen en la misma para que se corrigieran, con el fin de que la verdad
prevaleciera por encima de la mentira y por supuesto por encima del interés por
el poder. Desde la reflexión crítica podremos velar por que la Justicia esté
siempre por encima de los intereses económicos y personales, la Igualdad por
encima de la marginación, la Solidaridad por encima de la indiferencia, la
Gratuidad por encima del egoísmo, la Tolerancia por encima del radicalismo,
la Libertad por encima de la opresión, y la Paz por encima de la violencia.
Quizá la falta de reflexión crítica sea una de las razones de permanencia
de estos antivalores en nuestra sociedad.
Por mis experiencias religiosas, posiblemente similares a las de
muchos jóvenes, aconsejaría a éstos que no caigan en la tentación de
quedarse sólo en los aspectos puramente formales y negativos de la Iglesia,
pues la Iglesia nos ha dado a conocer el Evangelio. Estoy convencido de que
es la esperanza de esta Humanidad para luchar contra tantos egoísmos que
invaden nuestra Sociedad, y que son la causa de los sufrimientos de los más
débiles, de los más empobrecidos y de los más marginados.
En definitiva: es necesario saber discernir entre lo negativo del
aspecto humano de la Iglesia y lo positivo que pertenece al espíritu del
Evangelio.
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4. LA ESTANCIA EN LA UNIVERSIDAD
Terminé el Bachillerato y estuve preparándome en una academia para ingresar
en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales. No lograba aprobar
porque el ambiente de estudio en mi casa no era el más apropiado:
pensábamos más en divertirnos que en estudiar. Para explicar el poco
ambiente de estudio que teníamos valga la siguiente anécdota:
Recuerdo que un día, entre mis hermanas y yo, decidimos organizar
un “guateque” que fuera “sonado”. Y por supuesto que fue “sonado”. Invitamos
a todos nuestros amigos para corresponder a todas las invitaciones de fiestas
que ellos nos habían hecho anteriormente, no sin antes pedir permiso a nuestra
madre para hacerlo en el chalet donde antes de mudarnos a la calle Maiquez
Nº 10 habíamos estado viviendo. Por aquel entonces ya estaba vacío, excepto
el piso de abajo, y mi madre nos dio permiso con la condición de no romper
nada.
Organizamos la fiesta, podíamos ser diez o quince parejas,
bailábamos tranquilamente al ritmo de la canción “Only you”, cuando de
repente oímos un gran estruendo. Me asomé a la habitación contigua a la que
yo estaba y la habitación en donde unos segundos antes estaban bailando la
mayoría de las parejas ¡había desaparecido!, con parejas incluidas. Yo me
quedé inmóvil, no entendía nada, y cuando reaccioné me di cuenta lo que
había pasado. El piso entero se había hundido hasta el piso de abajo, de donde
subía una polvareda por la que no se podía distinguir nada, y desde donde se
escuchaban algunos quejidos. Me eché las manos a la cabeza y corrí para
socorrer a los heridos. Al llegar al piso de abajo, al primero que me encontré
fue a mi amigo Alfonso que estaba sangrando por la cabeza, y nada más verme
me dijo:
- Antonio os habéis pasado un montón, estas bromas no se hacen.
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Estaba semiinconsciente. Lo levanté, le pedí disculpas y lo saqué
fuera. Seguidamente fui a socorrer a otro. Una vez que sacamos a todos los
heridos y llamamos a las ambulancias, vino la señora que vivía en el piso de
abajo, donde se había caído todo el suelo de la habitación en la que estábamos
bailando. Ella estaba ilesa, pero eso sí, muy enfadada porque no encontraba a
su gato.
Subí al piso de arriba corriendo y me encontré a un grupo de los
participantes en la fiesta. Estaban intentando convencer a otro, que estaba
agarrado a una cortina con una sola mano porque en la otra tenía una botella
de ginebra, y no había manera de convencerle de que soltara la botella para
agarrarse con las dos manos y no caer al piso de abajo. Entonces movimos la
cortina desde la habitación contigua y al ver que se caía soltó la botella de
ginebra para agarrarse con las dos manos a la cortina. Así pudimos llevarle a la
otra habitación y evitar que se cayera.
Gracias a Dios ningún herido fue grave y más tarde pudimos reírnos
de muchas más anécdotas que íbamos recordando de aquella sonada fiesta. A
mi madre le fueron contando que se había hundido un trozo del piso, baldosa a
baldosa, para que no se asustara. Al día siguiente habíamos salido en todos los
periódicos de Madrid.
Viendo que en ese ambiente difícilmente podía hacer una carrera
tomé la decisión de estudiar fuera de casa, y le dije a mi madre:
- Mira mamá, yo aquí en casa con este ambiente más de diversión que de
estudio, no puedo estudiar y quiero terminar la carrera. Por eso me voy a ir de
casa para buscarme la vida por mi cuenta.
Mi madre, que era muy inteligente, me vio tan decidido que para no
perder el contacto conmigo me dijo:
- Estoy de acuerdo contigo, pero te voy a pedir un favor: que vengas todas las
noches a dormir a casa.
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- De acuerdo, pero sin horario de llegada por la noche -le contesté yo.
- Muy bien -dijo ella- como no duermo bien, te escucharé cuando llegues.
A partir de ese día comenzó mi vida de independencia. La verdad es
que no sabía lo que me esperaba. El primer problema que se me planteó fue el
de la comida. Había oído que en el SEU (Sindicato Español Universitario) se
podía comer gratis a mediodía. Me fui a secretaría de la Facultad de Física,
donde me había matriculado, y rellené el impreso para la solicitud del comedor.
La señorita de la ventanilla me dijo:
- No has rellenado lo que gana tu familia.
- Si ya sé, pero lo que pasa es que si lo relleno, no me dais la beca del
comedor, porque mi familia es bastante rica -Le contesté yo.
La señorita me miraba. No salía de su asombro, y me dijo:
- ¿Y por qué no vas a tu casa a comer?
- Es que me he ido de casa y éste es todo el dinero que tengo.
Saqué por fuera mis bolsillos vacíos y debí poner tal cara de pena que
la señorita de la ventanilla me cogió la solicitud, de mala forma, y me dijo:
- Trae aquí la solicitud, que yo te la rellenaré.
- ¿Y me darán la beca?-pregunté yo un poco asustado.
- Claro que sí -respondió ella muy segura.
¡Y me dieron la beca! Así que pude comer todos los días en el SEU,
eso sí, una sola comida al día. Las demás comidas nos las buscábamos,
comprando higos con pan, que era lo más barato que había, o comiendo por la
noche los garbanzos en remojo en la pensión de un amigo. Y cuando no había
nada nos acostábamos con hambre, aunque debo decir que con la comida del
SEU compensábamos el hambre, porque podíamos repetir el primer plato
todas las veces que queríamos, hasta hartarnos. Y hablando de comida,
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recuerdo que un día, estando en el comedor del SEU, me llamaron unos
compañeros de Físicas y me dijeron:
- Ven siéntate en esta mesa, con éste de Químicas, que dicen sus compañeros
que es el que más come de toda la facultad, y nosotros decimos que eres tú el
que más come.
- Bueno, lo podemos comprobar -les dije- ¿Qué hay hoy de primer plato?
- Lentejas -contestaron.
Era mi plato preferido y además el químico dijo:
- De acuerdo, traednos el primer plato.
Y comenzamos a comer lentejas. ¡Qué horror! Cuando iba por el plato
número siete, “me salían las lentejas por los oídos”. Hice un esfuerzo y me
comí el plato noveno, pero ya no podía más y abandoné. Sin embargo mi
contrincante de Químicas ¡se comió dos platos más que yo!, con la
correspondiente desilusión de todos mis compañeros que habían apostado por
mí y que habían estado todo el tiempo jaleándome. Perdí, y encima con mi
plato preferido: las lentejas.
Para poder pagar todos los gastos de estudio, y mis deudas, conseguí
un trabajo en la Academia Gaztambide como profesor de Físicas para
estudiantes de Ingeniería y de Arquitectura. Yo debía resolverles los problemas
de Física que no habían sabido resolver. En ese momento yo estudiaba 2º de
Físicas y no me veía preparado para ese trabajo, pero¡lo necesitaba! Tenía
que comprar libros, necesitaba dinero para la matrícula, para el tranvía, etc., y
si fallaba a mis alumnos, el director me echaba. Por tanto, ¡no podía fallarles!
Recuerdo que me ponía delante de la pizarra y les decía:
- Dictadme los problemas que no os hayan salido.
Me concentraba y, ¡oh milagro!, los resolvía todos. A veces, si no me
había dado tiempo a terminar algún problema, me lo llevaba a casa, y no me
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salía por mucho que lo intentara. Al día siguiente en la Academia, delante de
mis alumnos, me salían. Yo creo que una persona utiliza normalmente una
pequeña parte de su capacidad intelectual, y, cuando se encuentra en una
situación de necesidad, se agudiza el ingenio, y aumenta su capacidad
hasta resolver el problema.
Al mismo tiempo que trabajaba, estudiaba, normalmente por la noche,
con algún compañero en su pensión, o donde podía, por lo que frecuentemente
llegaba tarde a casa. Mi madre seguro que me escuchaba llegar, y al día
siguiente me solía decir:
- Antonio, anoche llegaste muy tarde, ¿no?
- Sí, mama. Me entretuve más de lo que pensaba -le contestaba.
Es curioso, ahora lo pienso, la confianza que tenía mi madre en mí,
porque en vez de haber estado estudiando podía haber estado de juerga. La
verdad es que sacaba los cursos en junio, porque hubiera sido una
incoherencia por mi parte irme de casa para hacer una carrera y perder el
tiempo en juergas. Miento. Hubo un año en que suspendí no sé si una o dos
asignaturas en junio. Fue el año en que precisamente pensé ir sólo lo
imprescindible a la facultad para estudiar más a fondo y sin la falta de tiempo
que siempre tenía. Sin embargo, a pesar de tener más tranquilidad y además
una mayor disponibilidad de tiempo para estudiar, me relajé y me suspendieron
en una o dos asignaturas. “La necesidad obliga -pensé- la relajación, no.
Seguiré con el mismo ritmo que los años anteriores”.
Reflexionando sobre las experiencias vividas en aquel período, y
sobre las consecuencias de mi decisión de ser independiente, me atrevo a
pensar: “¿qué habría pasado si hubiera seguido en mi casa?, ¿habría
terminado la carrera de Físicas?”. No lo sé, ni nunca lo sabré. Sin embargo
pienso que mi postura ante la vida sí cambió al haber tomado la decisión de
independizarme, sobre todo por el ejercicio que hice de autorresponsabilidad.
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Hacerme responsable en mi independencia me sirvió para que en el
futuro me fuera más fácil asumir responsabilidades, lo que hizo posible que hoy
día me sienta orgulloso de muchas decisiones que he tomado, y que sin dicho
ejercicio de autorresponsabilidad posiblemente no hubiera tomado nunca. Me
enseñó también otra forma de vivir, desde la austeridad, porque el pasar
necesidades, incluso hambre, me permitió comprender a las personas que
pasan necesidades económicas y a sensibilizarme con su sufrimiento. Me
enseñó también que la confianza genera responsabilidad, pues si mi madre
no hubiera confiado en mí probablemente no hubiera asumido las
responsabilidades que asumí.
Terminé la carrera de Físicas, hice las asignaturas de especialidad de
Energía Nuclear y de Óptica Teórica, pero no me gustaron. Descubrí que me
hubiera gustado más hacer Geofísica, pero ya me entraron las prisas por
colocarme y ganar dinero y lo dejé. Ya trabajando en el Astillero de Puerto Real
presenté la tesina sobre unas investigaciones que había realizado en dicha
factoría, lo que me procuró gran satisfacción porque me dieron el único
sobresaliente de la carrera. Después aprobé todas las asignaturas del
Doctorado en Sevilla. Presenté la tesis doctoral y no me la admitieron porque
era demasiado técnica y no científica. Me desilusioné y abandoné la idea que
tenía de hacerme Doctor con la pretensión de en el futuro dar clases en la
Escuela Técnica de Ingenieros Navales de Cádiz.
En la Universidad obtuve una formación intelectual que me capacitaba
para poder estudiar cualquier tipo de disciplina académica, pero sobre todo me
ayudó en mi formación humanista, con el contacto con mis compañeros
universitarios, conociendo sus inquietudes y diferentes formas de pensar. Me
atraían la carrera de Filosofía y la de Psicología. La carrera de Física era
excesivamente racional y no proporcionaba la formación humanista que yo
echaba de menos. Por eso acudía a esas otras facultades para tomar contacto
con los alumnos y con las alumnas por otros motivos distintos.
En aquellos días también realicé algunas “actividades económicas”
para ganarme la vida, como editar los apuntes de la asignatura de Tensores,
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cuyos originales me daba el catedrático. Los fotocopiaba para todos los
compañeros y, entre clase y clase, vendía más de cincuenta apuntes en el
espacio de tiempo de menos de media hora. Era la locura, montón de manos
pidiéndome el apunte. Cogía el dinero de uno en uno y le daba su apunte.
Cuando ya se habían ido todos, echaba mis cuentas y siempre me faltaba
dinero. La picaresca siempre me ganaba. Hasta que un día decidí confiar en
mis compañeros. “Sea lo que Dios quiera”, pensé. Puse los apuntes en un lado
y una caja para depositar el dinero en otro lado. Cuando llegaron de repente
todos los del curso, corriendo para coger su apunte, se encontraron encima de
la mesa, con un cartel que decía: ¡Dejad el dinero aquí!. Se organizó un jaleo
tremendo, sobre todo por las vueltas del dinero. Yo observaba desde lejos, en
verdad un poco asustado, hasta saber lo que me iba a costar el experimento.
Cuando todos marcharon, me acerqué a la caja del dinero, todo temeroso,
conté el número de apuntes que me faltaban, conté el dinero de la caja, y mi
sorpresa fue al comprobar ¡Que no me faltaba ni un céntimo!
Entonces llegué a la conclusión de que la confianza genera
responsabilidad y la desconfianza genera picaresca.
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5. LOS SENTIMIENTOS AL DESCUBIERTO
Mi vida sentimental al principio fue un desastre. Entre que no me atrevía a
declararme a las chicas que me gustaban, por timidez, y que no me enteraba
de que a algunas les gustaba, ligaba menos que los gases nobles. Cuando iba
a los “guateques” en las casas de nuestros amigos tenía el complejo de ser el
“patito feo” de la fiesta. Para poder “ligar” con las chavalas, se me ocurrió decir
que sabía grafología y que podía decirles cómo era su carácter con tan sólo
que escribieran su nombre y una frase de dos líneas en un papel. Le echaba
mucho cuento, pero era una forma de que hablaran conmigo. Otras veces
venían para contarme sus penas, y yo las escuchaba con toda la paciencia que
me ha dado Dios, pero seguía sin “ligar”. Cuando salía con alguna chica
siempre era como amigos, aunque estuviera “coladito” por ella, porque no me
atrevía a expresar mis sentimientos.
También es verdad que estuve saliendo con una chica en Bilbao todo un
año, como amigos y, como siempre, no me enteré de que yo le gustaba.
Cuando pensaba que ya nunca iba a tener una novia, por fin me eché una de
San Sebastián, que duró aproximadamente un verano, lo que a la hora de
tratar con las chicas me dio cierta seguridad en mí mismo.
Estando trabajando en el Astillero de Bilbao, cómo Físico, para llevar los
desarrollos tecnológicos de la soldadura y pintura de la factoría de Sestao, me
enamoré de la enfermera del botiquín. Continuamente me hacía pequeñas
heridas para que mi enfermera me curara y así poderla ver. Los del botiquín,
ajenos a mis “amoríos”, no hacían más que decir:
- ¿Pero qué le pasa al físico que no hace más que venir por aquí?
Al físico le pasaba que se había enamorado locamente de la
enfermera, sólo eso. Un buen día tuve una fuerte crisis de asma, que hizo que
tuviera que meterme en la cama. El médico del botiquín se enteró y mandó a
mi enfermera a que fuera a la pensión donde yo estaba para darme unos
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aerosoles para el asma que padecía. Mi sorpresa fue increíble. ¡Mi enfermera
venía a curarme! Y podía verla sin necesidad de hacerme ninguna herida. ¡No
me lo podía creer! Pero mi alegría enseguida se convirtió en celos. Mis
compañeros del Astillero iban todos los días a visitarme, mejor dicho, a
coquetear con mi enfermera, o por lo menos eso me parecía a mí. Yo no podía
participar porque tenía un “bozal” puesto en la boca para los aerosoles que no
me permitía hablar, mientras que mis compañeros no paraban de hablar con
ella. Estaba celoso. Con lo poco que les agradecía que me visitaran no sé por
qué volvían. Por fin se acabó el tratamiento de aerosoles, y el último día me
armé de valor: la invité a ir a bailar a la discoteca que había en un hotel
cercano y ¡ella aceptó!
Foto. María Luisa Diego de joven
(mujer de Antonio Gómez).
Empezamos a salir juntos de una forma intensiva pues salíamos casi
todas las tardes. Nos íbamos a una cafetería para hablar, ya que a mí me
preocupaba mucho que nos conociéramos profundamente. No íbamos al cine
porque eso era una pérdida de tiempo. No me explico cómo no me mandó a la
“porra” por mi obsesión de conocernos mejor. Encima a veces nuestro diálogo
parecía más un interrogatorio que una conversación de novios.
- ¿Cómo vas a educar a nuestros hijos? - le preguntaba yo insistentemente.
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Si aguantó durante los seis meses de noviazgo ese acoso informativo,
no cabe duda de que ella también estaba muy enamorada. Convencido de que
ella era perfecta, y que también sentía por mí lo que yo sentía por ella,
comenzamos a preparar la boda. Mi suegro nos ofreció un sencillo piso que
tenía sin alquilar, que nos hizo mucha ilusión, pues ya teníamos muchas ganas
de casarnos. Queríamos casarnos porque lo teníamos muy claro: nos
queríamos y queríamos hacernos mutuamente felices. Los únicos muebles
que teníamos eran una mesa, dos sillas, los cacharros de cocina y el
dormitorio. No nos compensaba retrasar la boda para tener más muebles y,
como teníamos lo suficiente, ¡nos casamos!
Foto. Boda de Antonio y Mª Luisa
(Bilbao, 1 de julio de 1967)
Mis suegros eran unas buenas personas. Mi suegra, un poco
bohemia; y mi suegro -inteligente, responsable y muy honesto- tenía un
defecto, y era que le gustaba mucho el bacalao, que yo odio. Recuerdo
cuando por primera vez fui a su casa a comer, muy nervioso, pues era mi
presentación oficial. A la hora de la comida llegó mi futuro suegro, muy
orgulloso, con una bandeja enorme de bacalao que había guisado para mí. Un
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escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Con una forzada sonrisa recibí al padre de
mi novia e hipócritamente le dije:
- ¡Oh, mi plato preferido!
En qué hora dije eso. Me sirvió un rebosante plato de bacalao y
cuando, con grandes esfuerzos, me lo terminé, me dijo:
- ¿Un poco más Antonio?
- Bueeno…-le contesté con voz temblorosa.
Y volvió a servirme otro rebosante plato de bacalao. Las lágrimas se
deslizaban por mi roja mejilla.
- ¿Te encuentras bien Antonio?
- Sí, es mi alergia -contesté.
- ¿Quieres más?
- ¡No por favor! -casi grité- Está muy bueno, pero ya estoy lleno -murmuré.
Cuando salimos de casa de mi futuro suegro, le dije a mi novia, un
tanto enfadado, yo diría que encolerizado:
- ¡Se acabó el bacalao en nuestra futura casa!
Mi novia me miraba un poco asustada, pues nunca me había visto tan
enfadado.
- Pero ¿qué te pasa? - me preguntó.
- ¡Nada! ¡que no me gusta el bacalao! -contesté ya un poco más tranquilo- Pero
por favor prométeme que cuando nos casemos ¡nunca me pondrás bacalao!
- ¿Y por qué no dijiste que no te gusta el bacalao?- preguntó ella.
-
Vi tan ilusionado a tu padre con el bacalao que no me atreví – le
respondí.
¡Lo que había que hacer para caer bien a los suegros!
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Anunciamos nuestra boda a las familias y nos casamos en una
parroquia de Bilbao. Por primera vez en mi vida llegué a la ceremonia media
hora antes de la hora fijada, para asistir al acontecimiento más importante de
mi vida: la boda con mi enfermera. Celebramos el casamiento con todos los
familiares que habían podido venir. Se pusieron “morados” de marisco y otras
exquisitas viandas y los novios nos fuimos a Vitoria a celebrar nuestra unión.
De viaje de novios fuimos a Mallorca y nos hospedamos en un hotel al lado del
mar, lleno de extranjeros. Recuerdo que observé que, cuando yo me tiraba a la
piscina, una “alemanota” o sueca, no sé, se tiraba detrás de mí, una y otra vez.
Se lo comenté a mi recién casada:
- ¿Quieres que se tire al agua esa extranjera? Pues observa.
Me acerqué al borde de la piscina, hice ademán de tirarme y la
extranjera se tiró al agua. Yo muy orgulloso me volví donde estaba mi mujer y
en mi interior pensé: “esto me podía haber pasado cuando estaba soltero…”.
Llevamos cuarenta y tantos años de matrimonio, lo que hoy día es
bastante atípico, y a pesar de nuestros pequeños enfados, desavenencias y
años de casados, nos sentimos felices y ¡volveríamos a casarnos!
Foto. Bodas de Plata de Antonio y Mª Luisa junto a sus
hijos Antonio y María (Jerez de la Frontera, 1992).
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Reflexionando sobre las experiencias de mi vida sentimental, ahora
me doy cuenta de mis equivocaciones. Me equivoqué por miedo a que me
rechazara la persona que me gustaba, y le oculté mis sentimientos. Me
equivoqué también por no estar atento a los sentimientos de la persona a
la que tenía sólo como buena amiga sin darme cuenta de que yo le
gustaba, haciéndole sufrir. Sin embargo pienso que no me equivoqué al no
esperar para casarnos a tener todos los muebles de nuestra primera casa.
Estoy seguro de que no me equivoqué, cuando, después de seis meses de
relaciones intensivas, tomé la decisión de casarme con la única intención de
hacer feliz a mi mujer durante toda mi vida.
La experiencia de los muchos años de convivencia me ha enseñado
que las muchas dificultades, que siempre surgen en la convivencia entre las
personas, se pueden superar fundamentalmente si existe espíritu de Gratuidad.
No
existe
Gratuidad
cuando
en
nuestra
convivencia
hay
actitudes
mercantilistas, en las que todo se tiene que hacer a cambio de algo: Yo me
sacrifico si tú también lo haces. Si yo te hago un favor, tú me tienes que hacer
otro. Yo te hago feliz, si tú me haces feliz a mí. Yo te quiero, si tú me quieres.
Yo te amo si tú me amas… Ahora sé por experiencia que para una buena
convivencia matrimonial, de acuerdo con el principio de Gratuidad, debemos
renunciar muchas veces a nuestros gustos, a nuestros intereses, para hacer
feliz a nuestro cónyuge sin esperar nada a cambio. ¡Qué difícil, pero qué
eficaz es la Gratuidad para llegar a tener una convivencia feliz en el
matrimonio!
Recuerdo que me llamaron para dar una conferencia a un numeroso
grupo de matrimonios, de un movimiento católico, para que hablara sobre la
Gratuidad. Les hablé sobre hasta qué punto nos estamos olvidando de la
Gratuidad, a favor de actitudes mercantilistas. Las tenemos tan metidas en lo
más profundo de nuestro ser debido al ambiente social que nos rodea que, sin
darnos cuenta, consideramos como lo más normal del mundo que cuando
hacemos algo a favor de nuestro cónyuge debemos tener una recompensa.
¡Siempre a cambio de algo!
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Alguien levantó la mano y dijo:
- Yo creo que en el matrimonio es fácil practicar la Gratuidad.
Entonces les dije:
- Os pregunto: si vuestra pareja un día os deja de amar, ¿seguiríais amándola?
Un gran silencio se produjo en la sala. Alguien preguntó
- ¿Hasta ahí llega la Gratuidad?
Yo le respondí:
- Sí, hasta ahí llega la Gratuidad, hasta amar a la persona que no nos ama y
por tanto hasta ahí llega también el Amor, pues como dice San Pablo en la
primera a los Corintios, capítulo trece: “El amor todo lo excusa, todo lo aguanta,
no es egoísta”. La Gratuidad tiene muchos niveles: desde el egoísmo o
nivel cero, hasta el nivel del que ama al que le aborrece, al que le está
perjudicando.
Otra persona afirmó:
- Yo creo que merece la pena practicar la Gratuidad con tu pareja, aunque sólo
sea por la satisfacción personal que te da hacer el bien sin esperar nada a
cambio.
Entonces contesté a esa persona diciéndole:
- En una ocasión me llamaron de un canal de televisión para que motivara a los
jóvenes con el fin de que fueran voluntarios en trabajos sociales y para que les
contara la satisfacción que yo sentía cuando ayudaba a alguien necesitado.
Creo que me lo propusieron porque llevaba más de cuarenta años trabajando
como voluntario en distintos temas sociales y podía ser una voz con
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experiencia para dirigirse a ellos. Les dije que no podía pedirles que se hicieran
voluntarios porque a cambio sentirán una gran satisfacción, como la que yo
tengo ayudando a los más desfavorecidos. La característica que define al
voluntario es la Gratuidad, por lo que el fin no puede ser sentirse bien. Cuando
no se busca la satisfacción propia, sino el beneficio del más necesitado,
entonces, como consecuencia de ello, se encuentra la satisfacción interior.
Añadí que en el matrimonio pasa igual. Si se busca exclusivamente
hacer feliz a la pareja, como consecuencia de ello uno encontrará su felicidad;
pero si prioritariamente lo que se busca es la propia felicidad, no la encontrará
y, lo que es peor, no hará feliz a su cónyuge.
En el matrimonio descubrí también que es necesario equilibrar los
sentimientos y la razón, pues si falta alguno de éstos la convivencia estará
incompleta y será fácil que se rompa. En mi experiencia sobre la comunicación
entre los cónyuges llegué a la conclusión de que ésta debe realizarse siempre
en un mismo nivel, bien los dos en el nivel racional o bien en el emocional. Es
decir que si uno de los cónyuges se comunica en el nivel emocional y la
otra persona contesta desde el nivel racional, mi experiencia es que no
sólo no se entenderán, sino que la comunicación puede llegar a
convertirse en una desagradable polémica en la pareja. Pondré el ejemplo
de un caso que suele pasar con cierta frecuencia, el del marido que llega a
casa después del trabajo, se sienta a la mesa, se pone a comer, y, nada más
comenzar, dice a su mujer:
- Esta sopa está muy salada.
La mujer le contesta airada:
- Pues mañana haces tú la comida, porque yo ya estoy harta de luchar con los
niños, que están insoportables y ahora viene el “señor” diciendo que no le
gusta la sopa.
- Yo sólo dije que la sopa está salada y creo que por decir eso no es para
ponerse así. Hay que ver cómo te has puesto.
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Ella aun más alterada le contesta:
- De modo que no es para ponerse así. Claro, como tú solo vas a lo tuyo y no
comprendes lo que paso yo con mis problemas…
- Yo lo único que he dicho es que está la sopa salada y vas y te enfadas por
decirte la verdad.
Está claro que el marido, a pesar de ver que su mujer está
emocionalmente afectada por los problemas que ha tenido toda la mañana
luchando con los niños, le contesta desde el nivel racional, lo cual provoca aún
una mayor indignación en su mujer.
¿Qué hubiera pasado si el marido le hubiera contestado desde el
mismo nivel emocional a su mujer?, por ejemplo, diciéndole:
- Cariño, ¿has tenido una mala mañana?
Lo más probable es que su mujer se desahogara con su marido
emocionalmente y le pidiera disculpas por su desproporcionada contestación.
Pienso que los niveles de comunicación son como dos planos
paralelos en el espacio, donde nunca pueden encontrarse.
Estoy convencido que la convivencia entre las personas es de los
retos más difíciles que tiene el ser humano.
Recuerdo que un día fuimos a visitar una Cartuja. En un banco de
piedra estaba sentado un monje descansando. Me entró la curiosidad de
hacerle una pregunta, me acerqué y le dije:
- Perdone, ¿puedo hacerle una pregunta?
- Claro -Contestó sonriéndome.
43
- Mire, es una tontería, pero tengo la curiosidad de saber: de todos los grandes
sacrificios que hacen en su vida monástica, ¿cuál es el más duro, el más difícil
de soportar: levantarse por la noche para rezar, no poder hablar con los demás
monjes, tener que dormir sobre una tabla, la austeridad de las comidas…?
El monje, que sonreía y me miraba bondadosamente, me contestó:
- No, nada de eso. Lo más difícil de soportar es la convivencia con los demás
monjes.
Me quedé tan sorprendido que no pude decirle ni una palabra. Más
tarde, reflexionando sobre esa visita que recordaré siempre, llegué a la
conclusión de que el monje tenía razón. La convivencia entre las personas
es de los retos más difíciles que tiene el ser humano y tanto más difícil es
si la persona con la que tienes que convivir no la has elegido tú, como es
el caso de nuestro monje.
En el análisis de mis sentimientos llegué a las conclusiones siguientes:
-
En el matrimonio, el respeto de uno al otro es la piedra angular
para una buena convivencia.
-
En
las
relaciones
sentimentales
de
noviazgo
se
deben
exteriorizar los verdaderos sentimientos que cada uno tiene
respecto del otro.
-
La comunicación en pareja siempre se debe hacer en el mismo
nivel: racional o emocional.
-
La convivencia interpersonal es muy difícil y más aun si esa
convivencia es obligada.
-
Me convencí de la gran importancia que tiene la Gratuidad para
una buena convivencia matrimonial.
44
6. LAS PRIMERAS EXPERIENCIAS SOCIALES EN ORCASITAS
Era el año 1970. Yo entonces estaba estudiando en la Universidad, en la
facultad de Físicas. Entre los universitarios se hablaba frecuentemente de
filosofía, quizá porque en la facultad de Filosofía estaban las chicas más
guapas de la Universidad, o porque a los de Ciencias, por nuestra formación
demasiado racionalista, nos faltaba ese aspecto humanístico de la filosofía. Era
la época en la que se discutía sobre los últimos autores del existencialismo,
sobre Kafka, o sobre Kierkegaard. Con este último me identificaba más, pues
su existencialismo se basaba en su propia experiencia, aunque ésta fuera un
tanto triste, y a mí las teorías testimoniales me convencían más.
También se hablaba de la Justicia, pero para mí el concepto de
Justicia era más ideal que real. No podía comprender que no existiera la
Justicia entre los hombres pues mi formación burguesa, derivada de una familia
acomodada económicamente, me había impedido no sólo conocer el verdadero
valor de la Justicia, sino también el drama que suponían las injusticias, pues
nunca había conocido, ni sufrido, situaciones de injusticias. Es por esto por lo
que tenía un concepto de la Justicia puramente teórico. Ahora estoy
convencido de que sólo desde el conocimiento de las injusticias se
comprende el concepto real de lo que es la Justicia.
Recuerdo que un día, estando en la facultad, vinieron unos
compañeros para invitarme a ir los domingos a un barrio humilde en las afueras
de Madrid que se llamaba Orcasitas. El barrio estaba cerca del Pozo del Tío
Raimundo, y un tal Padre Llanos estaba haciendo allí una magnífica labor
social. En aquel lugar algunas familias, los fines de semana, construían sus
propias casas, y un grupo de universitarios les ayudaban a construirlas
haciendo el trabajo de peones de la construcción para que pudieran terminar
sus casas lo antes posible y pudieran vivir en una casa digna, pues estaban
viviendo en chabolas en unas condiciones infrahumanas. Por curiosidad, más
que por sentido de solidaridad, acepté la invitación, y el siguiente domingo me
presenté con mis compañeros de la Universidad en Orcasitas. Todo el barrio
45
estaba lleno de barro y de casas construyéndose. Me adjudicaron una casa, y
nada más llegar oí una voz que me decía:
- Oye chaval, coge esa carretilla, llénala de hormigón y súbela al primer piso.
- ¿Cómo la subo?- dije yo totalmente asustado.
Escuché unas risas, y el que parecía que mandaba, supuestamente el
capataz, me contestó:
- Pues por dónde va ser, por ese tablón de la izquierda.
Volví a oír risas y
miré el tablón, que no tenía más de veinte
centímetros de ancho y estaba lleno de barro resbaladizo. Sentía que me
observaba todo el mundo, miraba la carretilla, miraba el tablón, me temblaban
las piernas. Llené de hormigón la carretilla, me llené de amor propio, y me dije
a mí mismo: “yo subo la carretilla aunque me caiga con ella y con todo el
hormigón”.
Agarré la carretilla y empecé a subir por la tabla, subía dos pasos y
bajaba uno, porque me deslizaba. Se palpaba en el ambiente un gran silencio.
Un esfuerzo más y llegué a subir cinco pasos, pero cometí el error de pararme
y empecé a deslizarme hacia abajo por el tablón. No podía parar y, agarrado a
la carretilla, veía que nos caíamos juntos. Pero hice un gran esfuerzo, logré que
nos parásemos, carretilla y yo, y comencé a subir, cada vez más deprisa, sin
parar, haciendo equilibrios circenses, hasta que llegué al primer piso. ¡Por fin lo
conseguí! En ese momento me pareció escuchar un gran suspiro y
seguidamente escuché un fuerte aplauso de todos los que estuvieron mirando
el número circense que había protagonizado. Yo no sabía si cabrearme con
ellos o agradecerles el aplauso; me decidí por devolverles el malísimo rato que
había pasado con una victoriosa sonrisa.
A partir de ese momento ya nos hicimos tan amigos y durante el curso
no dejé de ir ningún domingo a ayudarles a construir sus casas. Sus casas se
terminaron, y estaban orgullosos de haberlas hecho con su esfuerzo y su
46
sudor, porque ellos fueron los actores de su propio bienestar. Nosotros, los
universitarios, tuvimos la sensación de haber recibido más de que lo que
habíamos dado, no sólo por la satisfacción interior que sentíamos, sino
además, al menos yo, por lo que había aprendido. Esa experiencia de la
Gratuidad me había hecho sentirme orgulloso de mi mismo, dentro de un
sentimiento de satisfacción, que descubrí por primera vez de una forma
más clara y patente.
Fotos. Orcasitas, falta de infraestructuras y alcantarillado, 1950-70.
Fuente: D. Fdez Alta y cols. LA VIVIENDA EN MADRID 1939-1961.
Aquella experiencia me ayudó a descubrir que el mundo no era tan
justo como yo creía, que existían injusticias que yo no podía entender. Me
preguntaba por qué tanta gente tenía que vivir sin tener algo tan necesario e
imprescindible como una vivienda digna, y además, por falta de recursos
económicos, tenían que construir su casa, con sus propias manos y en su
tiempo de descanso. Yo culpaba a la sociedad de esas injusticias, por su falta
de solidaridad, como siempre hacemos las personas a las que no nos falta de
nada. Yo también buscaba culpables en los demás sin pensar que yo también
era responsable. Cuando pensaba que la culpa la tiene esta sociedad, no me
daba cuenta de que yo era parte de esa sociedad, porque pertenecía a ella y,
por tanto, era corresponsable de sus injusticias. Pero
la Sociedad del
Bienestar en la que yo vivía me impedía reconocer esa injusta realidad y, lo que
era peor, quizá por no ver comprometida mi responsabilidad ante esas
injusticias, para no sentirme culpable, yo me indignaba y echaba la culpa al
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Gobierno, a los políticos, a todos, pero no se me pasaba por la cabeza que yo
también era responsable de esas injusticias por haber estado viviendo de
espaldas a ellas, encerrado entre las paredes del “biombo” de mi ambiente
burgués. Cuando reflexionando fui descubriendo mis actitudes del pasado, mi
forma de vida cómoda, indiferente ante las necesidades de los más
necesitados, sin el más mínimo interés por conocer otras realidades peores de
las que yo vivía, comencé a darme cuenta de mis responsabilidades sociales.
Aquella experiencia hizo que me “comiera el coco”, que me lo cuestionara
todo. Creo que eso fue positivo para madurar en el aspecto social.
Me empecé a preocupar por lo que era la Justicia. Miré en el
diccionario, y éste decía que Justicia es una virtud que inclina a dar a cada uno
lo que le pertenece. Entonces yo me pregunté qué era lo que le pertenecía a
cada hombre por razón de Justicia. Pensaba que a cada hombre le pertenece
el derecho a tener una vida digna y en libertad, por tanto toda persona o
colectivo de personas que no tuviera una vida digna y no fuera libre, sería
objeto de injusticia, porque todas las personas nacemos iguales, con los
mismos derechos y obligaciones.
Estas vivencias y reflexiones hicieron no sólo que comprendiera lo
que era la Justicia, sino que tomara conciencia de mis responsabilidades para
con la Justicia, que interiorizara estas responsabilidades en un lugar importante
dentro de mi escala de valores, y que aceptara el compromiso de que en el
futuro mi comportamiento fuera coherente con mi forma de pensar. A partir de
entonces tomé la decisión de que lucharía contra las injusticias, pues estaba
convencido que la falta de Justicia desemboca ineludiblemente en la violencia,
a través de guerras, que sólo traen desolación, desgracias y sufrimientos.
Descubrí, a través del conocimiento de las injusticias, el
verdadero sentido que tiene el significado de la Justicia.
Descubrí que todos somos responsables de las injusticias que
existen en la sociedad y, por tanto, es un deber de todos los que
pertenecemos al género humano intentar evitarlas, denunciándolas, luchando
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contra las causas que las producen o aliviando sus consecuencias,
sencillamente por razones de humanidad.
Descubrí que es necesario acercarse a los que sufren las
injusticias para conocer lo que es la Justicia, porque si miramos a otro
lado seremos cómplices de las injusticias.
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50
7. EN EL SUBURBIO DE LA RIBERA
Había terminado el cuarto curso en la facultad de Físicas y en esta ocasión
había aprobado todas las asignaturas en junio, así que me disponía a
comenzar las vacaciones de verano. No tenía ningún plan pensado para esas
vacaciones. Un día saliendo de la Facultad me encontré con un grupo de
universitarios en el que uno de ellos parecía estar dando un mítin político. Me
acerqué por curiosidad y estuve escuchando un rato. Hablaba de que en un
barrio a las afueras de Madrid, el río Manzanares se había desbordado y había
inundado unas cuevas situadas en la ribera del río que servían de viviendas a
unas 370 familias que estaban sin trabajo. Ellos mismos habían hecho las
cuevas horadando en una falla del terreno y allí vivían, miserablemente, todas
esas familias, según las palabras del improvisado orador. Todos, atentamente,
le escuchábamos hablar sobre la situación de esas pobres gentes. En un
momento determinado me acerqué a un compañero y le pregunté:
- ¿Quién es éste?
- Es un chileno que ha trabajado en su país y que tiene mucha experiencia en
temas sociales, por lo que él dice -me contestó en voz baja y con tono un tanto
desconfiado.
- Ah, gracias -le contesté.
El chileno siguió con su disertación, diciendo:
“El gran problema que tienen estas personas es que su desesperanza
en el futuro y su sentimiento de fracaso, los ha sumido en el individualismo.
Se han encerrado en sí mismas y, como consecuencia de ello, han cerrado
las puertas a toda posibilidad de salir de su triste situación. La causa de esta
situación ha sido que en los años del gran desarrollo económico de España
había trabajo para todo el mundo y miles de personas, soñando con un futuro
mejor, dejaron su pueblo, sus raíces familiares, sus tierras, sus casas, para
trabajar en Madrid, porque algunos vecinos suyos que se habían trasladado
desde el pueblo a la capital, con aires de triunfo, dispersaron la envidia entre
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sus conciudadanos. Por ese motivo lo dejaron todo y se fueron a Madrid.
Pero por el Plan de Desarrollo para la Estabilidad Económica del país se
cerraron muchas fábricas. Un gran número de parados lo han perdido todo y
ahora sienten vergüenza de volver a su pueblo como fracasados. Su única
salida ha sido cavar cuevas en el terreno para vivir en unas condiciones
infrahumanas”.
Lo más sorprendente de su discurso fueron las soluciones que daba
para ayudar a esas familias y que pudieran vivir dignamente. Yo pensaba que
nos pediría que les diéramos mantas y ropa para el frío, alimentos, tiendas de
campaña, bueno, lo imprescindible para vivir de una forma más digna. ¡Qué
equivocado estaba! El chileno lo primero que dijo es que para que pudieran
salir de su situación de empobrecimiento y miseria debíamos ayudarles
desde la igualdad y nunca desde la superioridad, es decir, que debíamos
ir con nada más que lo puesto, sin mochila, ni comida, ni dinero, para convivir
con ellos en sus mismas circunstancias, o peores. El objetivo que nos planteó
fue que debíamos conseguir que salieran de su individualismo y superaran
su ostracismo a través de la convivencia social.
Yo cada vez entendía menos, y alguien del grupo le preguntó:
- ¿Cuál es la causa de su individualismo?
El chileno se explicó y respondió a esta pregunta diciendo:
- Lo peor que le puede pasar a una persona cuando tiene problemas es
haber perdido la esperanza en poder resolverlos por sí misma. Sólo a
través de la convivencia social se puede conseguir aunar los esfuerzos de
todos los que tienen los mismos problemas, para resolverlos de forma conjunta.
Por eso es necesario romper el individualismo.
Comprobé su individualismo -continuó el chileno- cuando se inundaron
las cuevas con la crecida del río Manzanares. Nadie socorría a nadie. Los que
vivían en las cuevas superiores, donde el agua no había llegado a inundarles,
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permanecían impasibles ante las necesidades de ayuda de sus vecinos, a los
que el agua había inundado las cuevas. Su individualismo se debía a su
sentimiento de frustración por el fracaso de sus vidas. Para no reconocer sus
responsabilidades echaban la culpa a toda la sociedad. Seguramente
pensaban que, si nadie les había ayudado, ellos tampoco estaban obligados a
socorrer a sus vecinos.
Entonces pregunté:
- ¿Cómo se les puede ayudar si eres tan pobre como ellos?
El chileno me contestó:
- Si recuerdas cómo se realizaron las grandes transformaciones sociales en el
mundo, comprobarás que todas las personas que lideraron un movimiento de
trasformación social permanente lo hicieron sobre la base del Principio de la
Igualdad, es decir, viviendo ellos en las mismas condiciones que los más
necesitados por los que luchaban, para que salieran de su indigna situación.
Yo recordaba la vida de Jesucristo, que se hizo hombre para salvar a los
hombres; la de Gandhi, que vistió y vivió como los más desfavorecidos; la de
Teresa de Calcuta, que vivió para consolar a los más desamparados, a los
moribundos, identificándose con los más necesitados. La realidad es que
trasformaron la sociedad en la que vivieron siguiendo el Principio de la
Igualdad, haciéndose pobres con los más pobres.
Algo tenía el chileno, que a mí me convencía lo que decía. Llegó un
momento en el que, mirando al grupo que le escuchaba, dijo:
- Levanten la mano quienes quieran ir a este barrio, para ayudar a esas gentes
a salir de su injusta situación.
En ese momento no me lo pensé dos veces, quizá para que no se
adelantaran otros, quizá porque la palabra Justicia resonaba en mi interior por
53
las experiencias vividas en el barrio de Orcasitas. El caso es que levanté la
mano inmediatamente. Miré a mi alrededor, y la única mano que había
levantada era la mía. Me pregunté si no me habría precipitado, y me daba
vergüenza bajar la mano, pero ya no podía echarme para atrás. Miré al chileno
y observé que me miraba sonriendo. Aquella sonrisa me desconcertó un poco y
me animó a seguir adelante con mi decisión.
Entonces pensé que al menos tendría la ocasión de comprobar si
ayudar desde la Igualdad era tan importante y necesario para ayudar a
devolver la esperanza y la dignidad a todo un pueblo de 370 familias. Era un
reto por el que merecía la pena enrolarse en esa aventura.
Al día siguiente, por la tarde, llegué a Villaverde Alto en autobús y
pregunté por el “Camino Negro” que seguía la ribera del río Manzanares
Después de mucho tiempo logré encontrarlo y me puse a caminar por él. Se
me había hecho tarde y oscurecía. El silencio del ambiente me inquietaba.
Avanzaba por el camino, siguiendo la ribera del rio, mirando a la izquierda y a
la derecha. Las sombras de los árboles parecía que me seguían. Intentaba
sobreponerme para evitar que no me dominara el miedo. Por fin descubrí la
falla en el terreno que me habían indicado y pensé: “no me he equivocado, voy
bien”. A mi izquierda empecé a vislumbrar las primeras cuevas, a mi derecha
estaba el río. Anochecía y cada vez se veía con más dificultad. Me preguntaba
dónde podía pasar la noche. Iba sin mochila, sin comida, sin dinero, sin una
manta para abrigarme, aunque como era finales de junio no hacía frío. Estaba
cumpliendo con todo lo que me había dicho el chileno. A lo lejos divisé un
sombrajo formado por cuatro palos verticales y un techo de hojarasca. “Allí
podré descansar”, pensé.
La tierra estaba labrada, y entre dos surcos me acomodé. Una piedra
grande redondeada me sirvió como almohada. Estaba cansado, preocupado
por la incertidumbre de la aventura en que me había metido. Me puse a rezar
un poco, pero enseguida me entró sueño y me quedé dormido.
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Foto: Vista actual del Parque Lineal del Manzanares con cuevas excavadas.
Al amanecer, la luz del sol me despertó. Abrí los ojos y vi la cara de
una mujer que me estaba mirando fijamente con cierto asombro.
- ¿Qué haces tú aquí? -casi me gritó.
Yo respondí titubeando:
- Es que no tengo otro sitio para dormir.
Yo no sé la cara de pena que debí de poner, pero aquella mujer callaba,
me miraba, volvía a mirarme, y por fin dijo:
- ¡No te das cuenta de que aquí puedes coger una pulmonía, chiquillo!
Me levanté con dificultad. Me dolía todo el cuerpo porque las piedras del
terreno se me habían clavado, sobre todo en los riñones, donde más me dolía.
Ella no dejaba de mirarme como si estuviera dudando sobre algo. Era una
mujer guapa, con una bonita figura, de unos treinta años, parecía andaluza,
morena, con el pelo largo hasta los hombros y cara de buena persona. Me
pareció una mujer con carácter por la forma en la que se expresaba. Pasó un
violento minuto de espera y por fin, de forma malhumorada y autoritaria, me
dijo:
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-¡Ven conmigo! ¿No traes nada contigo?
- No, no tengo nada -respondí.
La seguí hasta llegar a una casa humilde; yo creo que era la única casa
de todos los alrededores. Me enseñó una pequeña cueva horadada en la falla
del terreno cerca de la casa y me dijo:
- Éste es el hueco donde mi marido guarda sus herramientas, es hortelano y
trabaja el huerto que tiene arrendado a un señor de Madrid. No es muy
cómodo, pero es mejor que donde tú has dormido esta noche. ¿Qué te pasa?,
¿es que te has quedado sin trabajo?
- Sí, no tengo trabajo ninguno que me dé algo de dinero -Contesté.
Bueno, en realidad no le mentí, pues yo no tenía trabajo remunerado.
Parece ser, por lo que nos explicó el chileno, que la mayoría de las personas
que allí vivían venían a este lugar porque se habían quedado sin trabajo y no
tenían dónde vivir. Así se explicaba que me acogiera como a uno más de los
que se refugiaban en este lugar por haberse quedado parado. Al rato vino la
mujer con un saco de paja, lo puso en el suelo, lo aplastó y me dijo:
- Aquí podrás dormir mejor que en el melonar. Yo me llamo María, ¿y tú?
- Yo me llamo Antonio.
Le tendí mi mano. Ella se quedó un poco sorprendida y me dio la suya.
Yo le dije:
- Muchas gracias. No sabes cómo te lo agradezco.
Por mi habla “finolis” debió de pensar que yo no era un pordiosero, lo
que creo que la debió tranquilizar algo. Entonces me presentó a su marido,
Juan, y a sus dos hijos, una niña de nueve años y el niño de unos siete. Juan
era una persona buena, no he conocido a nadie tan buena persona como él.
Era sencillo, noble, trabajador, estaba muy enamorado de su mujer, como
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María de él. Con sus hijos me llevaba muy bien. Se llamaban, si no recuerdo
mal, María y Juanito.
El primer día de mi estancia en el barrio fue de exploración. Era por la
mañana, lucía el sol, y fui caminando a lo largo del camino negro. A mi
izquierda tenía el río Manzanares, a mi derecha las cuevas alineadas a lo largo
del camino. Había personas sentadas en la puerta de su vivienda. Llegué a una
explanada donde había una modesta capilla un poco deteriorada. Allí había un
grupo de personas, y subí a la explanada. Saludé a los que allí estaban, pero
ninguno contestó a mi saludo. “Buen comienzo”, pensé, y seguí caminando
hasta que se acabaron de ver más cuevas. Habría recorrido más de un
kilómetro y me volví para regresar a casa de María. Por el camino pensaba en
la suerte que había tenido al encontrarme con ella. Lo que no sabía era de qué
iba a vivir. Seguí confiando en la Providencia.
Foto. María y Juan.
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Había dentro de mí una tranquilidad, una confianza, que me hacía
dejarme llevar por los acontecimientos que iban viniendo, sin preocupación por
lo que pudiera ocurrirme. Quizá fuera yo un insensato al hacer lo que estaba
haciendo, pienso ahora, pero por aquel entonces sólo pensaba nada más que
en la forma de ayudar a esas familias que vivían en condiciones inhumanas.
Me invadía la curiosidad sobre lo que pasaría en el futuro, con la duda de saber
si sabría cumplir con la misión que me había encomendado el chileno de
ayudarles a salir de su ostracismo, causa de todos sus males. El problema que
se me planteaba era cómo hacer que se relacionaran socialmente.
Mi voluntad se adaptaba a una actitud de “dejarme llevar” desde
la confianza en la Providencia Divina, así como en la esperanza de que podía
ayudarles y que debía hacerlo. Con esa confianza tomé mi aventura como un
reto más que como un problema. A veces tenía la sensación de “haberme
lanzado al vacío sin paracaídas”, pero lo curioso era que no tenía o no me
planteaba temor ninguno. La fe en Dios que me había inculcado mi madre era
la fe de fiarse siempre de Él, que no tenía nada que ver con la fe basada en
creer la serie de verdades que aprendí en el colegio.
Al llegar a la casa saludé a María y me metí en mi cueva. Me tumbé
en el saco de paja. Como no tenía almohada me puse en el cogote una teja
curvada que encontré, y me quedé descansando. Tenía hambre porque no
había cenado ni desayunado. Me volvió la duda sobre cómo podía comer algo,
no tenía ni idea, esperé, y cuando menos lo esperaba, llegó María a mi cueva
con un plato de comida, y me dijo:
- Mira, no es mucho, pero nos hemos quitado todos un poco para que puedas
comer algo.
Aquello me emocionó. Me acababan de conocer y se quitaban lo
poco que tenían para compartirlo conmigo. Parece ser que la Providencia
estaba conmigo. Ese acto de generosidad y de solidaridad de María desde
la total Gratuidad, pues sabía que no iba a recibir nada a cambio, me dio
una mayor esperanza para poder cumplir con mi misión.
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- ¿Por qué te has molestado? -le dije.
No me salían las palabras de agradecimiento. Terminé de comer y me
eché a dormir un poco. Al despertar, decidí dar un paseo por las cuevas para
intentar tomar contacto con algún vecino, aunque lo veía difícil. De pronto vi
que varios vecinos estaban trabajando, quitando el lodo que les había entrado
en la cueva el día de la inundación por el desbordamiento del río Manzanares.
Enseguida me acerqué a uno de ellos y le dije:
- Hola, me llamo Antonio, vivo aquí. ¿Quieres que te ayude?
El hombre me miró, me dio la espalda y me dijo:
- ¡Yo no necesito ayuda de nadie!
No le hice caso, cogí una pala que estaba cerca y me puse a limpiar la cueva.
El hombre se volvió y de forma amenazante me dijo:
-¡Hijo de puta deja esa pala!
No me inmuté y seguí limpiando el lodo la cueva. El hombre se quedó
dudando, yo estaba muerto de miedo, pasaron unos segundos eternos, por fin
cogió su pala y se puso a trabajar conmigo. Estuvimos toda la tarde trabajando
sin parar pero llegó un momento en que yo no podía más y le dije:
- ¿Descansamos un poquito?
Echó una carcajada, me miró y dijo:
- ¡Qué flojos sois los jóvenes!
- ¿Cómo te llamas? -le pregunté sonriendo.
- Horacio -me contestó.
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Entonces me acerqué, le tendí la mano y él, aceptándomela, me dijo:
- ¿Y tú, cómo te llamas?
- Me llamo Antonio, ya te lo dije, pero no me hiciste ni caso.
- ¿Vas a venir mañana? -me preguntó sonriendo.
- Claro que sí -le dije- No todos los jóvenes somos flojos.
- Bueno, vamos a terminar este trozo y por fin habremos acabado.
- Perdona, pero no hemos terminado. Nos queda limpiar la cueva de al lado,
que tu vecino está solo el pobre y lo está pasando tan mal como cuando tú
estabas solo limpiando la tuya. Si yo te ayudé, ¿por qué no vamos también
ayudar a tu vecino?
- ¡Tú estás loco! -me contestó exaltado- Yo no voy a trabajar para ese,
¡bastante he trabajado ya!
Entonces le contesté:
- ¿No he trabajado yo para ti y no es mía la cueva? Si vamos los dos con el
vecino, limpiamos enseguida y le quitamos todo el trabajo que le queda. He
visto que estaba agotado. ¡Venga, coge la pala y vamos a echarle una mano!
Yo creo que le debió de dar algo de vergüenza, o le pillé un tanto
desprevenido. El caso es que cogió su pala, nos fuimos donde estaba el vecino
y le dijimos:
- Buenas, venimos para ayudarte, porque vemos que ya te has dado una
buena paliza y nosotros ya hemos terminado de limpiar la cueva.
- Mirad, yo no os necesito -nos contestó-, ni tampoco tengo dinero para
pagaros, de modo que ya os podéis ir.
Entonces mi amigo Horacio le dijo:
- ¿Y quién te ha dicho a ti que te íbamos a cobrar? Venimos como vecinos.
¿Quieres que te ayudemos o no?
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- SÍ, sí, claro, gracias.
Yo me quedé asombrado ante la reacción de Horacio, y pensé: “Ya
somos tres los que hemos comenzado a tener una convivencia social, con un
proyecto solidario”. “Parece ser que la Solidaridad empieza a ser
contagiosa”, pensé.
Terminamos de limpiar la cueva de este vecino y fuimos a celebrarlo
a una cueva que hacía las funciones de un bar. Tenía como mostrador un
simple cajón, y, como sillas, cajas más pequeñas. De bebida solo había una
botella de tinto barato. Me invitaron porque sabían que yo no tenía dinero y nos
fuimos pasando la botella de boca en boca. Allí contamos nuestras
experiencias y nos reímos de alguna anécdota graciosa, hasta que nos fuimos
a nuestras respectivas cuevas a cenar, con la satisfacción de haber ayudado a
un compañero, y yo de haber tenido la segunda convivencia social con los
vecinos. Estaba pletórico de felicidad aunque cansado. Al acostarme ya no
notaba la dureza de la cama ni la de la original almohada; dormí toda la noche
de un tirón.
A partir de entonces cada día iba aumentando el trabajo en equipo y el
número de vecinos del grupo solidario. En principio comenzamos tres, luego
éramos diez, más tarde llegamos a ser veinte vecinos, después cuarenta
vecinos, ochenta... hasta que terminamos con la limpieza de todas las cuevas.
La convivencia social del equipo solidario se había extendido también entre las
mujeres, que comenzaron a relacionarse, a veces creándose disputas entre las
que estaban de acuerdo con el trabajo solidario de sus maridos y las que
decían que estábamos locos, que a saber por qué lo hacíamos. Alguna
discusión casi llegó a las manos, a pesar de mis recomendaciones de no
violencia al colectivo solidario que se había formado; pero desgraciadamente
la convivencia social no es siempre fácil. Los hombres de la oposición se
burlaban de nosotros cuando nos veían trabajar para algún vecino con
problemas. Nos insultaban diciendo:
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- ¡Serán gilipollas, perdiendo el tiempo de esa manera y encima sin recibir un
puto duro! ¿Qué vais a recibir de vuestro trabajo so gilipollas?
Muchos no podían comprender que se pudiera ayudar sin esperar
nada a cambio. El egoísmo de la sociedad en la que habían vivido hacía que
les costara entender que podían ayudarse unos a otros desde la Gratuidad
para poder salir de sus miserias en un mundo mercantilista, donde nadie da
nada a cambio de nada, el que un colectivo estuviera trabajando desde la
Gratuidad, era como un milagro, que se había extendido como el aceite como
consecuencia del testimonio de unos pocos que fue contagiando a los
demás.
Nuestra consigna de no violencia a veces fallaba, pues nos costaba
reprimirnos en las discusiones que a veces se producían entre el grupo
“solidario”, vamos a llamarlo así, y el grupo de vecinos “escépticos”, y los
insultos crecían con el riesgo de poder llegar a las manos. Sin embargo, a mi
me agradaba verles discutir porque pensaba que estaban saliendo del
individualismo que tanto comentaba el chileno y que como consecuencia no
cabía duda de que la convivencia social aumentaba de una forma importante.
Habían comenzado a romperse las barreras psicológicas que tenían debidas a
la situación traumática que se había producido en sus familias, a su vez debida
al cambio de vida que habían sufrido hasta llegar a las condiciones de miseria
a las que habían llegado, lo que les impedía, quizá por vergüenza,
relacionarse entre ellos. Yo sentía la satisfacción de comprobar que se
estaban cumpliendo con los objetivos del chileno.
Una noche, estando en casa de mi amigo Pedro, pintor de brocha
gorda de unos veinticinco años, cuando ya el colectivo solidario era bastante
numeroso, y sabiendo yo que Pedro tenía aptitudes de líder, le comenté:
- Pedro, si tuviéramos medios, ¿cuál crees que es la necesidad más urgente y
más importante que tiene el barrio?
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Barajamos varias necesidades. Para Pedro la más importante era
hacer un dispensario, quizá porque su mujer estaba embarazada y allí podría
ser atendida, no lo sé. Por eso me dijo:
- El mayor problema que tenemos es tener que llevar en bicicleta a nuestras
mujeres embarazadas, cuando se nos ponen malas, ocho kilómetros por el
camino negro hasta Villaverde Alto.
- ¿Qué te parece -le dije- que convoques una asamblea de vecinos para
proponerles hacer un dispensario entre todos, de forma solidaria? De la misma
manera que hemos podido limpiar todas las cuevas ayudándonos unos a otros,
¿por qué no vamos a poder hacer un dispensario?
Pedro se quedó pensando. La idea de dirigir una asamblea le atraía
mucho, sin embargo le daba miedo que fuera rechazado el proyecto por ser él
el ponente del mismo, y me dijo:
- No, tú llevas la asamblea.
- Ni hablar -le contesté- yo no puedo llevarla porque soy nuevo en el barrio y a
mí no me harían caso. No te preocupes, tú para hablar en público vales mucho,
y lo harás muy bien.
- Bueno, pero… ¿con qué dinero vamos a construir el dispensario? –dijo,
poniendo en duda la posibilidad del Proyecto.
-Eso no es problema -le dije yo- la mayoría de los vecinos trabajan en la
construcción ¿no?, pues sólo nos faltan los materiales, y los materiales yo los
puedo conseguir gratis a través de un amigo que tengo en Madrid. Está en una
constructora y seguro que nos los consigue. Tú convoca la asamblea.
Y se convocó la asamblea, acudiendo muchas más personas de lo
que imaginábamos. Pedro estuvo genial, dando
confianza sobre las
posibilidades que tenía el barrio, si se unían todos, para construir
el
dispensario. Se aprobó por mayoría que los hombres pondrían la mano de obra
si se conseguían los materiales. Ése era mi reto y mi responsabilidad, para
devolverles la confianza en ellos mismos.
63
Marché a Madrid y fui a casa de las personas que se habían
comprometido con el chileno para ayudarme. Me recibieron muy bien y me
prometieron que para el siguiente domingo tendría todos los materiales de
construcción que un oficial de albañilería del barrio me había dicho que
necesitaban.
Llegó el domingo esperado. Muchas personas se habían concentrado
en una explanada situada aproximadamente en el centro del barrio. El
ambiente era algo tenso, se oía un murmullo general mezcla de comentarios
casi todos negativos, de desconfianza, y lo que era peor, de risitas maliciosas.
Miraban con sorna hacia el grupo que formábamos los que éramos llamados
solidarios por unos e ilusos, tontos y otras cosas peores por otros. No todos los
de nuestro grupo lo tenían muy claro, porque estaban medio escondidos,
mirando de reojo a ver lo que pasaba, si venía el camión o no. A medida que
pasaba el tiempo, las risas eran más descaradas, y nosotros estábamos más
preocupados. Algunos de los nuestros se apartaban de nuestro grupo, y,
disimulando, se iban a su casa. A veces alguno de los que se iba era de
aquellos en los que yo más confiaba, lo cual me entristecía. Unos pocos y yo
esperábamos el milagro.
Por fin vimos el milagro aparecer al final del camino en forma de
camión lleno de ladrillos, cemento, tejas, maderas, etc. Entonces estallaron
gritos, saltos de alegría, seguidos de caras avergonzadas y otras sorprendidas.
Algunos de los incrédulos se incorporaron rápidamente a nuestro grupo.
Realmente fue emocionante ese momento, pero sobre todo fue como
un rayo de esperanza lo que nos inundó y nos devolvió la confianza en
nosotros mismos. Fue la esperanza el principio de la transformación social
de un colectivo que comenzó a creer en sus posibilidades de salir, por ellos
mismos, de su infrahumana situación.
Los días siguientes fueron de trabajo de albañilería: primero los
cimientos, después la estructura, etc. Yo, como no sabía nada de construcción,
hacía de peón, haciendo el hormigón, y recordaba los tiempos en los que hacía
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también de peón de albañil en Orcasitas, cuando estudiaba en la Universidad.
Por fin terminamos el dispensario, no sin reproches, insultos y comentarios por
parte de los miembros del colectivo escéptico, que durante la construcción,
cuando pasaban enfrente del dispensario mientras trabajábamos en él, ponían
a prueba nuestro entusiasmo, como cuando nos decían:
- ¿Creéis acaso que va a venir algún médico hasta aquí? ¡Qué ilusos!
Los más cercanos esperaban contra toda desesperanza, y los que
nos seguían, confiaban en nosotros contra toda desconfianza. Era la
esperanza la que nos unía, la que mantenía nuestra ilusión y nos daba
fuerzas en el trabajo. Sin la esperanza nada hubiéramos hecho, pues la
esperanza contagiaba a los desesperanzados, que llegaron a esperar porque
preferían “agarrarse a un clavo ardiendo” antes que seguir en su inútil
desesperanza.
Gracias a la esperanza construimos el dispensario. No era muy
grande. Tendría uno veinte metros cuadrados de superficie, una sola planta y
una hermosa ventana. Estaba situado en una explanada en alto, en el margen
del Camino Negro, frente al río. De mobiliario, una mesa y varias sillas. Sólo
faltaba que vinieran los médicos para atender los casos más urgentes y
necesarios. Entonces llegó la hora de pedir ayuda al exterior. Pensé en mi
hermana Mili, que trabajaba de enfermera en el Hospital Gregorio Marañón.
Estaba seguro de que ella me ayudaría. La llamé por teléfono y le pedí que
convenciera a médicos amigos suyos para ir a pasar consulta los fines de
semana a nuestro Dispensario recién construido. Mi hermana no sabía nada de
mi aventura en este barrio donde yo ya llevaba viviendo unos dos meses de
ese verano. Se movió entre los médicos del Hospital que ella conocía y llegó a
convencer a dos para que fueran a pasar consulta al Barrio donde estábamos.
El primer fin de semana llegaron al dispensario los dos médicos y
pasaron consulta. Muchos vecinos formaron una larga cola para que les
atendieran por sus dolencias y las de sus hijos Aquel día fue cuando realmente
se hicieron realidad todas nuestras esperanzas. A partir de entonces el grupo
65
de escépticos fue menguando día a día, pero cuando prácticamente
desaparecieron y comenzaron a creer en ellos mismos, en sus posibilidades
para salir de su indigencia, fue el día en que estando pasando los médicos
consulta, pasó por delante del dispensario el “jefe de la oposición”. Este
hombre, líder de los incrédulos y quien más nos había criticado, era de los que
creen que no hay solución a los problemas, de los que critican a los demás
pero nunca ayudan. Esta persona tenía un defecto en el labio que le afectaba
mucho psicológicamente, porque nadie quería beber de la botella de vino en la
que él había bebido. Un médico se dio cuenta de su defecto, le llamó y le dijo:
- Oiga, ¿quiere que le cure ese defecto que tiene en el labio? Yo le puedo quitar
ese bulto y le va a quedar estupendamente.
A aquella persona se le planteó un difícil dilema. Si se dejaba operar,
¿qué iban a decir todos sus convecinos cuando tanto había criticado a los que
habían construido el dispensario? Pero si ahora no aprovechaba esta
oportunidad para quitarse ese bulto, que tanto le acomplejaba, quizá no
volvería a tener otra. Debieron de ser para él unos momentos angustiosos.
Hubo un tenso silencio en el ambiente. Nosotros, conocedores de lo
trascendente de su decisión, creo que no nos atrevíamos ni a respirar. Si decía
sí a operarse estaría diciendo que se había equivocado, que merecía la pena
haber hecho esos esfuerzos que hicimos, que merecía la pena haber creído
en la Gratuidad y en la Solidaridad, de una forma fraternal. Entonces
nuestro
opositor
dijo
sí
a
operarse. Respiramos y nos abrazamos
espontáneamente mientras nuestro nuevo amigo iba a operarse. Yo me acordé
del favor tan grande que nos había hecho mi hermana al haber conseguido que
vinieran los médicos al barrio.
Para entonces la mayoría de los habitantes del barrio habían
recuperado la confianza en sí mismos para salir de su situación. Habían salido
de su individualismo gracias a la gran fuerza de transformación social que tiene
la convivencia entre los hombres cuando ésta está basada en el Amor, es decir,
cuando en esa convivencia existe la Solidaridad con los que más lo necesitan,
y allí hubo Solidaridad; cuando esa ayuda se realiza de forma gratuita sin pedir
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nada a cambio, y allí hubo Gratuidad; cuando en esa convivencia existe un
ambiente de fraternidad en la que nadie se siente superior nadie, y allí hubo
Igualdad entre todos. Aquella experiencia de mi vida me demostró el poder
de trasformación social que tiene el Amor responsable.
Durante la convivencia en el barrio yo me había convertido en un
vecino más, bueno en un vecino un tanto especial, porque había conseguido
ganarme la confianza de casi todos, por lo que a veces me veía obligado a
hacer las funciones de juez de paz en los conflictos o peleas que surgían.
Recuerdo que la primera vez que tuve que hacer de juez de paz era domingo y
yo estaba descansando en mi cueva. De repente escuché los gritos de María,
que me llamaba con urgencia:
- ¡Antonio, ven pronto que se van a matar!
- ¿Qué pasa María?
- Son Paca y la “Rubia”, que se están peleando.
- ¿Por qué? -pregunté mientras corríamos hacia donde estaba la pelea.
- Por cosas de hombres -contestó María.
Yo no entendía nada, y además no sabía cómo podía yo resolver ese
problema. Cuando llegué quise poner paz y casi salgo malparado. Pegué un
grito, las separé, y les dije con tono autoritario:
- ¡Contadme qué ha pasado!- , pero comenzaron a gritar las dos a la vez.
- ¡Esta zorra se ha acostado con mi marido!- decía una.
- ¡No es su marido! - decía la otra.
La cosa se complicaba mucho. Yo no sabía qué hacer, hasta que se
me ocurrió decirles.
- ¡Vamos a la Comisaria! ¡Venga! Y contádselo todo a la policía.
Aquello no gustó a ninguna de las dos, y una de ellas dijo:
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- Si dejamos de pelearnos es por ti, la “poli” nos importa una mierda. Nuestros
problemas los resolvemos nosotros.
- Bueno, pues por favor id cada una a vuestra casa.
Así lo hicieron. Estaba claro que los problemas internos de
convivencia no podían resolverse fuera del barrio. Hubo otras ocasiones que
reclamaban la necesidad de una autoridad personal a la que poder acudir, y
quizá por mi testimonio, o por mi formación, no lo sé, confiaban en mí para ese
papel de juez de paz. Me di cuenta que era más importante la autoridad
personal que la formal de la policía. La autoridad personal es la que tiene una
persona que, independientemente de su rango o autoridad formal, por sus
méritos personales, es respetada y obedecida por los demás. De esta
experiencia saqué la conclusión de que el origen de la autoridad personal que
me adjudicaron debió de ser, pienso yo, que mi comportamiento personal les
debió de parecer razonable y coherente. Por esto pusieron su confianza en mí.
Yo no sé si mis comportamientos respondían a esos condicionantes. Lo que sí
parece es que algunas personas así lo percibieron en mi convivencia con ellos,
y me dieron esa autoridad personal.
En otra ocasión pasé el peor rato de mi vida en el barrio. Fue cuando
la mujer de mi amigo Pedro se puso de parto, y se empeñó que yo la asistiera
en el nacimiento de su hijo. Pedro tenía mucha confianza en mí, pero yo en ese
tema era totalmente un ignorante. Por más que le supliqué y le rogué
diciéndole que yo de partos no sabía nada, él se lo tomaba como una ofensa
personal y me decía:
- Eres mi mejor amigo. Esta noche no puede venir ninguna vecina para
ayudarnos y ahora cuando más te necesito, no me puedes dejar solo.
Ante esas palabras, no le podía decir que no le iba ayudar, y le
contesté:
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- Bueno me quedaré toda la noche contigo por si necesitas ayuda, pero si el
niño no viene, mañana llamamos a una vecina para que asista a tu mujer en el
parto.
¡Qué nochecita pasé, madre mía! La pasé rezando para que no
tuviera el niño aquella noche. Era una sensación de impotencia, de miedo, ¡qué
digo de miedo!, ¡de terror!, la que tenía, y no pude dormir ni un solo rato en
toda la noche. Llegó la mañana y su mujer no dio a luz. Di gracias a Dios
porque no hubo parto, y seguimos con nuestro trabajo cotidiano. Aquella
situación me hizo reflexionar. ¿Qué hubiera pasado si llega a venir el niño? No
lo sé, prefiero no pensar en ello. Lo que sí sé es que la confianza de un amigo
no se puede defraudar, pues la amistad es uno de los tesoros más
importantes que tienen las personas.
En otra ocasión descubrí la importancia de ayudar a los demás desde
la Igualdad. Comprendí por qué el chileno insistía en que teníamos que
hacernos pobres con los pobres, para así poderlos ayudar más eficazmente.
Recuerdo que era domingo. Estaba en una de las cuevas con un matrimonio
conocido, y en esto vino uno de los chiquillos del matrimonio corriendo y
diciendo:
- Mamá, mamá, acaba de llegar la señorita Carmen.
- Venir enseguida, hijos, que tenéis que dar pena a la señorita Carmen para
que nos dé más cosas, que siempre se las da a los que menos lo necesitan.
Tú, Antonio, ensucia a los niños todo lo que puedas, ¡corre, date prisa!
Yo cogí barro y les manché toda la cara, daba verdadera pena verlos.
Pregunté a la madre de los niños que quién era la señorita Carmen, y me dijo:
- Es una creída, que viene aquí presumiendo de buena, con su coche
“mercedes” y sus anillos de brillantes, para ganarse el cielo a nuestra costa.
Trae ropita de niño, que han hecho ella y sus amigas para no aburrirse, y que
luego enseñan, cuando se van a jugar a la canasta, a sus amigas para que
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vean lo caritativas que son. Después viene aquí, la engañan, y da la ropa a la
que menos lo necesita.
Yo me quedé un poco escandalizado, y le pregunte:
- ¿Por qué dices eso de la señorita Carmen?
- Porque he estado muchos años sirviendo con una señora muy rica, que hacía
lo que hace la señorita Carmen.
- Pero lo hacen con buena voluntad - dije yo como para disculparlas.
- No me cabe duda, pero con este tipo de limosnas nos hacen más daño que si
no nos dieran nada. Si quieren ayudarnos, que no lo hagan como si fueran
superiores a nosotros, porque nos humillan con esas ostentaciones. Por el solo
hecho de tener más dinero, no son mejores que nosotros; quizá seamos
mejores nosotros los pobres que ellas, porque nosotros cuando ayudamos a
alguien compartimos lo poco que tenemos y ellas dan lo que les sobra.
Aquella mujer tenía toda la razón, y me recordó una situación que
había vivido pocos días antes, cuando, visitando a una familia, vino una señora,
cuyo marido tenía tuberculosis, diciendo que necesitaba una manta para
abrigar a sus hijos. La mujer fue a su dormitorio y le dio la única manta que
tenían, y además sabiendo que no se la iban a devolver. “Efectivamente, esto
es un acto de verdadera Gratuidad”, pensé.
Todas estas experiencias se me grababan en la mente. Me
desmontaban muchas ideas equivocadas que tenía y se me reafirmaban otras,
como la importancia que tiene la Igualdad para una buena convivencia entre los
hombres. Ahora comprendo que el chileno tenía razón, que la Igualdad es un
valor fundamental para hacer Justicia entre los más desfavorecidos. Me
viene el recuerdo de personajes históricos que transformaron las estructuras
sociales desde un comportamiento y unas actitudes basadas en la Igualdad.
Una de las más grandes transformaciones sociales y en el ámbito religioso de
la historia de la Humanidad la realizó Jesucristo, igualándose hasta hacerse
hombre todo un Dios para salvar a los seres humanos, dando su propia vida
por ellos. Y lo mismo podemos decir de Gandhi, que vivió en la India en plena
70
igualdad con su pueblo y por su pueblo, hasta morir por él. Lo mismo hicieron
María Elena Moyano, en Villa El Salvador en Perú, o Luther King en Estados
Unidos, o Teresa de Calcuta en la India, etc.
Todos ellos se basaron en la Igualdad, en la Solidaridad y en la
Gratuidad como valores indispensables para poder transformar la
Sociedad.
Una noche hablando con Pedro le dije:
- Pedro, ahora que está el barrio unido, ¿no crees que es el momento para
convocar otra asamblea?
- ¿Para qué? -preguntó.
- Pues para hacer una cooperativa -le contesté.
- ¿Y eso qué es?
- Una asociación de vecinos que se unen con un fin determinado.
- ¿Y cuál es ese fin?
- Que el Ayuntamiento nos dé unas casas dignas.
- Muy bien, vamos tú y yo al Ayuntamiento y se lo pedimos -sugirió Pedro.
- No nos harían caso si no tenemos una personalidad jurídica, es decir, si no
representamos a un colectivo de personas. Por eso tenemos que hacer una
cooperativa.
- ¿Y cómo se hace una cooperativa?
- Pues reuniendo a todos los vecinos en asamblea para que voten si están o
no de acuerdo en formar una cooperativa para solicitar al Ayuntamiento casas
dignas para todos. Si la mayoría dice que sí, se hace un escrito fundacional, se
presenta en los organismos públicos, lo aprueban, y queda constituida la
cooperativa. Tú no te preocupes que yo tengo un amigo abogado en Madrid
que nos lo soluciona todo.
- Hay que ver cuántos amigos tienes y lo que sabes -suspiró Pedro.
- Tú tienes otras cualidades que yo no tengo; yo sería incapaz de pintar mi
casa.
- ¿Y para cuándo convocamos la asamblea?
- ¿Te parece para el próximo domingo?
71
- Vale, yo me ocupo de todo con mis amigos -dijo Pedro.
Lo vi tan decidido que pensé que seguro que tendríamos éxito.
Teníamos que darnos a conocer, porque no me cabía en la cabeza que las
autoridades públicas pudieran consentir la existencia de 370 familias viviendo
en las condiciones inhumanas en las que vivíamos. Aquella situación me dolía
por ellos, porque yo, al fin y al cabo, después de los tres meses y pico, cuando
consiguieran las casas del Ayuntamiento o del Ministerio de Vivienda, volvería a
la Universidad a seguir estudiando, con todas las comodidades del mundo
burgués; pero si ellos no conseguían unas casas dignas sufrirían una injusticia
intolerable.
Se celebró la asamblea. Vinieron la mayoría de los vecinos con la
esperanza de poder hacer realidad el sueño de su vida: tener una casa digna
para su familia. Pedro estaba tan convencido de que iban a conseguir las
casas, trasmitía tanta esperanza, que casi daba la impresión de que seguro
que lo conseguirían. Tuve que salir yo entonces, en plan pesimista, para que no
se hicieran demasiadas ilusiones, y evitarles la frustración si no se conseguía.
Aunque yo, la verdad, también tenía la esperanza de conseguirlo. Entonces les
dije:
- Estamos luchando por el derecho de tener una casa digna, pero eso no quiere
decir que nos lo vayan a dar nada más solicitarlo; tenemos que tener paciencia
y perseverancia hasta conseguirlo.
Votaron a mano alzada y salió por unanimidad el sí a formar
la
cooperativa: “La Inmaculada”, así la llamamos. El grupo más comprometido
firmó el acta fundacional, y al día siguiente fui a Madrid y se lo entregué a los
voluntarios que nos ayudaban para que lo presentaran a las entidades públicas
que correspondiera. Después de unos días vino a visitarnos una asistenta
social, enviada por el Ayuntamiento. Se quedó sorprendida al conocer la
situación en la que vivían las 370 familias. Prometió que haría las gestiones
pertinentes para resolver esa injusta situación lo más pronto posible. Yo me
quedé en el barrio hasta que se concedieron casas para todas las familias. Las
72
que nos prometieron eran casas prefabricadas que se habían hecho para otras
tantas familias gitanas, pero decidieron que las familias de nuestro barrio
estaban en peor situación y nos las adjudicaron.
Cuando llegaron los camiones militares para llevarse a todas las
familias de mi querido barrio a sus nuevas y recién estrenadas casas, sentí el
agotamiento reprimido, a consecuencia de mi escasa alimentación durante
todos esos meses que estuve en el barrio. Pero también sentí una satisfacción
plena, por haber cumplido la misión encomendada por el chileno. Pensé: “¡Ha
merecido la pena!”.
Por fin comprobé a través de mi propia experiencia el poder de
transformación que tiene el Amor Responsable basado en la Igualdad, en la
Solidaridad y en la Gratuidad. Nunca hubiera podido imaginar que sólo con
Amor se pudiera contagiar y transformar a tantas personas, hasta el punto de
conseguir que 370 viviendo en la miseria pudieran salir de ella por sí solas. Me
acordé del chileno, y aunque no me podía oír, le dije desde mi interior:
“Gracias, tenías toda la razón”. A veces pienso que el chileno fue como un
ángel, que apareció, movió nuestras conciencias, desapareció y nunca más
supimos de él.
Cuando iban a marcharse di a todos un abrazo de despedida y María
me dijo:
- No dejes de ir por nuestra nueva casa.
- Ni vosotros por la mía -les dije.
- Pero tú, ¿dónde vives? Porque nunca nos has hablado de ti.
Me eché a reír y le di la dirección de donde vivía.
En casa de mi madre estuve recuperándome de la anemia que
contraje y recordando sobre la maravillosa aventura que Dios me había
regalado en ese barrio de la ribera en el Camino Negro. Me preguntaba: “¿Qué
hubiera pasado si no hubiera hecho caso al chileno y hubiera ido al barrio con
73
alimentos, mantas, medicinas etc.?”. Lo tenía claro. Hubieran seguido viviendo
en sus cuevas, sin capacidad de salir de su miseria, y atrapados en su
individualismo. Concluí entonces que fue el Amor responsable el que les
transformó, al ayudarse unos a otros, de forma fraternal, solidaria, y
gratuita, así como cuando tomaron conciencia de que sólo trabajando
todos juntos, en equipo, podían resolver sus problemas.
Recuerdo que, cuando ya había terminado mi aventura, y estando yo
en casa de mi madre, donde habitualmente vivía, llamaron a la puerta y una
mujer preguntó por mí.
- ¿Está el Antonio?
Mi madre, muy sorprendida, contestó:
- Sí, ¿qué desea?
- Que le traigo unas lechugas del huerto, que a él le gustan mucho –respondió.
Cuando escuché la voz de María, di un salto y grité:
- María, ¡qué alegría!, ¿cómo tú por aquí?
- Que como me diste tus señas y sé te que te gustaban mucho las lechugas, te
he traído algunas.
Aquella visita me emocionó, porque comprobé que Juan y María se
consideraban mis amigos. Han pasado más de cuarenta años y por Navidad
seguimos felicitándonos. Nos volvimos a ver en cierta ocasión en un homenaje
que me hizo la televisión de Sevilla, en el contaron toda mi vida, y al que no
faltaron ni Juan, ni María, ni su hija Pepa para dar su testimonio sobre nuestras
vivencias en la ribera, lo que me hizo muy feliz. Varias veces fui a su nueva
casa en Madrid, que María me enseñaba toda orgullosa, como si fuera un
tesoro. Recordábamos con alegría los tiempos de “la Ribera” -así llamábamos
al barrio del Camino Negro-, ella siempre riéndose, derrochando alegría y
generosidad.
74
Cuando un día por Navidad les llamé por teléfono, se puso su nieta
María Beatriz y me dijo que su abuela María había muerto el 5 de septiembre
de 2008. Se me partió el corazón y recordé por unos momentos esa hermosa
parte mi vida que pasé en la ribera, con tantos amigos, con tanta generosidad
por parte de María y de Juan. Hablé también con Juan, que se me echó a llorar,
estaba destrozado. Yo estuve también a punto de llorar pero reprimí mis
lágrimas, y entonces me di cuenta de lo que nos queríamos, y de que una
buena amistad nunca se olvida. Por entonces, María y Juan ya tenían una
biznieta, hija de María Beatriz, que según su madre era el vivo retrato de su
bisabuela. Ahora me sigo relacionando con María Beatriz. Aquella experiencia
de mi vida la recuerdo siempre con una gran satisfacción y me ha servido
mucho para otras experiencias sociales que tuve posteriormente en Perú. Con
aquella aventura aprendí muchas cosas, entre otras que el Amor es la mayor
fuerza de transformación social que tiene el ser humano. Pues, ¿cómo podía
explicarse que una sola persona, sin medios económicos, con el solo recurso
de su testimonio de solidaridad, gratuidad, e igualdad, hubiera podido
transformar un barrio entero, cambiando la actitud individualista de sus
habitantes, por una actitud solidaria y esperanzadora, hasta el punto de unir a
toda su población para conseguir una vivienda digna para todos? Pienso que
sólo desde el Amor una población de 370 personas fue capaz de
conseguir lo que se deseaba.
Foto. María y Juan (2008).
En la relación con María y con Juan descubrí lo que es la verdadera
amistad. Y, lo que es más importante, aquella experiencia me confirmó una vez
75
más que la felicidad se encuentra en el Amor, y que el Amor se encuentra
cuando te entregas a los demás con Gratuidad, Igualdad y Solidaridad.
Desearía con todo mi corazón que estas experiencias mías vividas en el Barrio
de la Ribera sirvan para llegar al convencimiento de la importancia del Amor
responsable para hacer un mundo más justo.
76
8. MI VIDA PROFESIONAL EN LOS ASTILLEROS
Al salir de la Universidad estuve dando clases en un colegio privado durante
un año, pero se me daba fatal mantener la disciplina entre mis alumnos.
Mi vida profesional comienza en el año 1966, en la Sociedad
Española de la Construcción Naval, Factoría de Sestao, en el Departamento de
Desarrollo de Tecnologías de Soldadura y de otras Técnicas.
Mi primer encargo fue realizar un programa de investigación para
desarrollar un nuevo procedimiento de soldadura, que estaban desarrollando
los astilleros japoneses. Se trataba de evitar tener que dar vuelta a las chapas
de acero o, en su caso, a los bloques prefabricados, es decir, poder soldar
desde una sola cara las dos chapas a unir de forma que quedarán unidas
completamente, sin necesidad de tener que darles la vuelta para terminar la
soldadura de la unión por la otra cara. El ahorro en horas de trabajo era muy
importante y por tanto el reto era muy motivador.
Foto: Antonio Gómez comprobando un soporte flexible, de una
de sus patentes, para la soldadura de depósitos por una cara.
77
Para mí se convirtió en un desafío, no sólo por ponernos técnicamente
a la altura del Japón, que por entonces estaba en vanguardia de la
construcción naval en el mundo, sino también porque el conseguir dicho
procedimiento suponía una reducción de costes en la Línea de Paneles Planos,
al no tener necesidad de una Estación de Volteo, cuyo coste era muy elevado.
Poder soldar la unión desde una sola cara y en muchos casos de una sola
pasada,
reducía
el
tiempo
y
por
tanto
los
costes
de
soldadura
considerablemente.
Las investigaciones las comenzamos en la factoría de Sestao
consiguiendo resultados satisfactorios a nivel de probetas. Luego tuve que
trasladarme a la factoría de Matagorda, en Puerto Real, por razones de salud y
allí terminamos dichas investigaciones con el desarrollo y puesta en marcha de
varios nuevos procedimientos para soldar por una sola cara, los cuales fueron
objeto de varias patentes a nivel europeo. Esto me permitió escribir varios
artículos en revistas de la especialidad y dar al menos una conferencia al año
sobre los resultados de las investigaciones.
78
Foto: Patente de soldadura por una sola cara.
Foto: Macrografía de soldadura por una sola cara.
79
Foto: Excéntrica para pañeado de planchas (1973).
La investigación fue un trabajo en total competencia con los técnicos
japoneses. Nos enterábamos que habían desarrollado un nuevo modelo de
soporte para soldar por una sola cara, para un tipo determinado de unión y
desarrollábamos nosotros otro que considerábamos que mejoraba el modelo
japonés. Más tarde los japoneses sacaban otro mejor que el nuestro, lo cual
nos animaba para desarrollar otro que pudiera competir con el último modelo
japonés. Realmente fueron unos tiempos muy divertidos y apasionantes, pues
nos dábamos cuenta de que estábamos en la vanguardia a nivel mundial en
esta tecnología, lo cual nos motivaba aún más.
Reflexionando sobre el éxito de nuestras investigaciones descubrí que
todo esto fue posible gracias al trabajo del equipo que formamos en el que
todo el mundo participaba dando soluciones a los problemas técnicos que se
nos presentaban con mucha imaginación. Utilizamos las técnicas de “la
tormenta de ideas” y de la ‘sinéctica’ (recurso para el desarrollo de la
80
creatividad), hasta el ordenanza participaba aportando sus ideas, todo ello en
un ambiente de responsabilidad, entusiasmo y labor de equipo.
Recuerdo que recién llegado a Matagorda les estuve informando
sobre las investigaciones que habíamos realizado en la factoría de Sestao,
para poder soldar por una sola cara. Como alguno se mostró un poco
escéptico, mande hacer una probeta con un soporte que ya habíamos probado
en Sestao para colocarlo en la cara inferior. Soldamos por la cara superior, y,
terminada la soldadura, dimos la vuelta a la probeta. Al instante escuchamos el
grito de sorpresa del soldador:
- ¡Cómo es posible! ¡Se ha quedado soldada la unión por la cara inferior!
Todos nos echamos a reír porque la persona que soldaba no estaba al
tanto de nuestras investigaciones. Ese primer resultado llenó de esperanza a
todo el equipo y comenzamos a trabajar para conseguir homologar este nuevo
procedimiento con el fin de utilizarlo a nivel industrial en los barcos que
estábamos construyendo. Una vez homologado el procedimiento por las
Sociedades de Clasificación, diseñamos y construimos una instalación de
soldadura para soldar de forma mecanizada chapas de diez metros de longitud,
con el fin de hacer paneles de veinte por diez metros. Por fin conseguimos que
el nuevo procedimiento tuviera una aplicación en nuestros propios barcos,
siendo la primera vez que se aplicaba la Soldadura por una Sola Cara a nivel
industrial en Europa, y además en nuestro Astillero de Matagorda, lo cual nos
hacía sentir muy orgullosos. Más tarde el procedimiento de la soldadura por
una sola cara se extendió en otros muchos astilleros de toda Europa.
En ese tiempo, para mí el trabajo era una auténtica gozada.
Disfrutaba con nuestro trabajo de investigación pionera y además con la
aprobación de la Dirección del Astillero. Un día me llamó el director de la
factoría y me dijo:
- Antonio, estamos muy satisfechos por el trabajo que estáis haciendo y he
decidido subirte el sueldo.
81
El dinero nunca me ha preocupado, no porque ganara mucho, que no
ganaba mucho, sino porque nunca he tenido mucho interés por él. Entonces le
dije:
- No es necesario que me subas el sueldo. ¡Si soy yo quien debería pagar al
astillero por lo que disfruto con el trabajo…!
El Director no salía de su asombro. Mirándome me dijo:
- ¿Está de acuerdo tu mujer con que no quieras la subida de sueldo?
- Creo que ella no está de acuerdo. Es más, creo que si se entera mi mujer de
que he rechazado la subida, me mata -le dije un poco asustado.
Él me contestó:
- Es la primera vez que me ocurre que una persona no quiere una subida de
sueldo. Tú estás un poco loco, Antonio. Acéptalo o se lo digo a tu mujer.
- Sí, muchas gracias -le dije. Y me marché.
Un poco loco no sé, pero un tanto insensato sí era. Ahora estoy
recordando cuando inventamos un nuevo freno para el ascensor que habíamos
construido para soldar las uniones verticales del forro de los barcos. Había que
probarlo en una situación real, es decir, subir a una altura de más de veinte
metros y cortar el cable que hacía subir al ascensor. No había nadie que
quisiera subirse al ascensor, por si no funcionara el freno. Estaba claro que si
yo era el responsable del buen funcionamiento de éste, el que debía subir era
yo. Miraba a todos los que me rodeaban, ellos me miraban a mí y en un acto no
sé si de valentía, de responsabilidad, o de insensatez, me subí al ascensor
muerto de miedo. El ascensor comenzó a subir y a subir más y más. A las
personas de abajo cada vez las veía más pequeñas. Cuando paró el ascensor,
di la orden de que cortaran el cable, cerré los ojos, recé una jaculatoria, y el
ascensor comenzó a bajar a gran velocidad durante unos larguísimos
82
segundos que se me hicieron eternos. Al fin sentí la sacudida provocada por el
frenazo en seco. Dije: “¡Funcionó!”, y di un gran suspiro, al mismo tiempo que
allí a lo lejos oía unos aplausos que compensaron el susto que pasé.
Reflexionando ahora sobre esta experiencia me doy cuenta de lo que
es la verdadera fe. A veces pensamos que tenemos fe en algo o en alguien,
pero realmente donde se demuestra nuestra fe es en el fiarse de ese algo o
en ese alguien hasta el punto de estar seguro de que todo va a salir bien.
Tomando la experiencia anterior a título de ejemplo: ¿tenía yo
verdadera fe en el funcionamiento del freno? Está claro que no, porque si yo
hubiera tenido una fe verdadera no hubiera dudado del freno, ni hubiera tenido
miedo, pero mi fe no llegaba hasta el punto de arriesgar mi vida. Esto me
recordaba al Evangelio, cuando Jesús decía que si tuviéramos verdadera fe se
cumpliría lo que hubiéramos pedido. ¡Pero es tan difícil tener verdadera fe! No
tener ninguna duda de que se va a cumplir lo que hemos pedido, o que se va a
cumplir aquello en lo que creemos, es la clave para saber si realmente tenemos
o no tenemos fe.
Otras experiencias interesantes surgieron por la necesidad de
mejorar la productividad de los trabajos de los herreros, es decir, aquellos
trabajadores cuya misión es preparar las uniones para poder ser soldadas. El
objetivo era reducir el personal de este gremio de forma que se pudiera sustituir
el ayudante del herrero por una herramienta auxiliar. Se reunió el Equipo de
Mejora, que se había organizado en unos momentos de falta de trabajo en el
Astillero de Puerto Real, y empezamos a diseñar, a probar y a construir
herramientas que cumplirían con el objetivo propuesto.
Se consiguió construir una colección de herramientas para las
distintas aplicaciones del trabajo del herrero, lo que permitió que éste lo pudiera
realizar una sola persona con la ayuda de las correspondientes herramientas,
objeto de varias patentes.
Dados los buenos resultados que se consiguieron y una vez
prejubilado en el año 1992, con 55 años, la Gerencia del Sector Naval me llamó
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para que transfiriera esta nueva tecnología a los astilleros privados y públicos,
pequeños y medios de España. Por entonces estaban en crisis, debido a que la
competencia extranjera tenía un mayor nivel tecnológico que nuestros
astilleros. Durante varios años estuve haciendo transferencias de tecnologías a
los astilleros de toda la costa de España, de Norte a Sur, con una magnífica
aceptación de estas nuevas tecnologías por parte de todos ellos. Todo lo
contrario de lo que pasaba en nuestro propio astillero, donde costaba mucho
introducir nuevas técnicas, quizá -pensaba yo- “porque nadie es profeta en su
tierra”.
La razón de realizar estos trabajos de forma gratuita para ayudar a
estos astilleros era que creía que era una obligación moral que yo tenía con la
sociedad. Ésta me habían dado la posibilidad de aprender todas esas
técnicas gratuitamente y yo debía devolver gratuitamente lo que había
aprendido. La sociedad me había permitido dedicarme a la investigación, que
era lo que me gustaba. Me había posibilitado viajar y visitar los astilleros más
avanzados técnicamente de Europa y de los Estados Unidos. Además me daba
un sueldo digno y me facilitó un equipo de personas magníficas, como
personas y como profesionales. No podía estar más agradecido. La sociedad
me lo había dado todo gratuitamente y ahora, cuando me necesitaba, yo tenía
la obligación moral de devolver de forma gratuita por lo menos parte de lo que
yo había recibido gratis. Por esto decidí ayudar de forma desinteresada a estos
astilleros. Lo estuve haciendo durante aproximadamente unos tres años. En
ese tiempo el trabajo que realicé me satisfizo porque me daba cuenta de que
era muy útil y con muy buena acogida por parte de los astilleros.
También en aquella época cuando el astillero no tenía trabajo, un
grupo de amigos presentamos al director de la factoría la posibilidad de
potenciar la motivación de los trabajadores, que estaban en regulación de
empleo temporal, hasta que el astillero volviera a tener pedidos de nuevos
barcos. Él nos animó a que lo hiciéramos y fuimos realizando talleres de
formación para el cambio de actitudes de los trabajadores, aplicando las
técnicas que habíamos aprendido de Desarrollo Organizacional en una entidad
empresarial en Madrid. Aprendimos que para mejorar la productividad de una
84
empresa no bastaba con gastarse mucho dinero en comprar las últimas
tecnologías para la mecanización, incluso robotización, de las actividades de la
construcción naval. Era necesario actuar sobre los recursos humanos para
que, mejorando su motivación, aumentara la productividad.
Fue una experiencia gratificante. Nos dedicamos en cuerpo y alma a
realizar estas actividades. Cuando por fin llegó el trabajo al astillero y comenzó
la ocupación de los talleres que habían recibido los cursos de motivación,
tuvieron unos índices de productividad mejores que los de los talleres que no
habíamos tenido tiempo de formar. Nos dimos cuenta de la gran importancia
que tuvo trabajar estando motivados para obtener buenos resultados de
productividad. Entonces pensé: “la motivación del personal es la mejor
herramienta que tiene la Empresa para aumentar la productividad de los
trabajos”.
Recuerdo otra experiencia en la que descubrí la importancia que
tiene aplicar el Principio de la Igualdad para motivar la responsabilidad de las
personas, independientemente de su categoría profesional. Me llamaron de
otra factoría para que les ayudara a conseguir la Certificación de la Norma ISO
9001 para un barco de mucha responsabilidad. El director de dicha factoría
estaba muy preocupado, porque si no conseguían la certificación perdían el
contrato, lo que suponía una pérdida importante de facturación que necesitaba
el astillero. Los soldadores que tenían que homologarse se habían negado a
hacer las pruebas como protesta por problemas laborales. Entonces me
comprometí con el director para intentar convencerles para que se
homologaran y de esa manera no perder dicho contrato. El director me
preguntó qué necesitaba y le dije:
- Sólo quiero que me des unas cajas de cerveza.
Se quedó un poco extrañado pero aceptó la petición. Bajé al taller
donde se deberían hacer las pruebas de la certificación y me encontré con
todos los soldadores en “posición de descanso”, sin ninguna intención de hacer
las pruebas. Entonces me medio senté sobre una mesa del taller de forma
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relajada y a un soldador que tenía a mi lado, sin darle mucha importancia, le
comenté en voz baja:
- Qué lástima de barco que hemos perdido. Con el valor añadido que tenía y lo
beneficioso que hubiera sido para el astillero.
El soldador, un poco extrañado, me preguntó:
- ¿Por qué dice esto?
Entonces comencé a explicarle, como si estuviera hablando con un
ingeniero compañero mío, con toda clase de detalles, las duras negociaciones
que estaban haciéndose para poder contratar ese barco en competencia con
otros países, sobre todo con Italia, que se iba a llevar el contrato por tener
soldadores mejor cualificados que los de España. Según iba explicando, se
iban acercando donde yo estaba, uno a uno, los demás soldadores,
escuchando muy atentos mi disertación. Cuando dije que en España no había
soldadores cualificados y que por eso el contrato se lo llevaría Italia, alguien
exclamó:
- ¡Qué coño se van a llevar los italianos este contrato!, vamos a demostrarles
que aquí en Cádiz estamos más cualificados que ellos.
Todos corearon el desafío de su compañero, motivados por su
arenga, pero sobre todo porque se les había dado a conocer, desde la
igualdad, la realidad de un problema. Comprobé que, al tratarles como
personas responsables, respondieron como personas responsables.
Entonces les dije:
- Eso de que estáis mejor cualificados que los italianos lo tenéis que demostrar.
Os apuesto unas cervezas a que no sois capaces de conseguir homologaros
todos en el plazo.
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Todos aceptaron el reto y comenzaron a soldar
como locos las
probetas de entrenamiento para asegurarse la homologación por las
Sociedades de Clasificación. El día anterior al examen algunos no pudieron
dormir por la preocupación. Por fin llegó el día. Prácticamente aprobaron todos,
lo cual permitió que se llevara a cabo la contratación del barco, con la
satisfacción de todos.
Una vez más me convencía de la eficacia de tratar a las personas
desde la igualdad y desde la confianza, mejor que desde la desigualdad y
la desconfianza.
Mi experiencia de vida en los astilleros en los que trabajé fue muy
gratificante profesionalmente, pero personalmente me arrepiento por el
excesivo tiempo que dedicaba al trabajo a costa de quitárselo a mi familia
injustamente. Esa dedicación total al astillero no era sólo por sentido de
responsabilidad profesional, sino que había una componente importante de
amor propio o, lo que pudiera ser peor, de soberbia al intentar ser mejor que los
demás. Como consecuencia de esa excesiva entrega al trabajo dejé de estar
con mi mujer muchas horas. No pude participar en la educación de mis hijos
como debería haberlo hecho, ni disfruté de su crecimiento. Gracias a Dios sí
elegí bien a mi mujer. Ella se quedó con el trabajo más duro y más importante,
el de la educación de nuestros hijos, y con unos resultados excelentes. Ahora
me arrepiento e intento compensar mis errores de entonces disfrutando de mis
nietos, jugando con ellos, haciéndome niño como ellos y a su vez
esforzándome por estar más cerca de mi mujer, aunque no todo lo que ella
quisiera.
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9- LA PUESTA EN MARCHA DE UN ASTILLERO EN VENEZUELA
Las experiencias que he relatado quizás determinaron en mí una vocación de
servicio hacia los demás que más tarde se reflejaría en distintos
acontecimientos de mi vida.
Recuerdo que un día un compañero de trabajo de los Astilleros de
Puerto Real me propuso ayudar al astillero llamado “Astinave”, en el Estado de
Falcón, en Venezuela, que tenía dificultades en la puesta marcha de su
funcionamiento. Como nuestra empresa tenía acciones en ese astillero, se hizo
un convenio de transferencia de tecnología para ayudarles en la puesta en
marcha del mismo.
El cometido que a mí me habían asignado era mejorar las técnicas
de motivación para el personal de dicha factoría. Me acompañaban otros
compañeros y amigos de nuestro astillero. Para ayudarme venía conmigo mi
amigo Paco, un magnifico dibujante de cómic, que elaboraría cuadernos
didácticos ilustrados para facilitar la transferencia de tecnologías a nivel de
operario.
El trabajo era muy interesante, lo que hizo que nos concentráramos
tanto en el mismo, que no nos dábamos cuenta de que estábamos en
Venezuela. Sólo los fines de semana, acompañados de Zenaida, una secretaria
de la dirección y de su hijo, hacíamos excursiones por los alrededores del
astillero. Visitamos Coro, la ciudad más cercana a la factoría. Recuerdo que
tenía unas dunas que se movían y a veces invadían la carretera. Por esas
dunas de arena, el hijo de Zenaida y yo nos tirábamos desde lo más alto,
rodando hasta abajo, como si fuéramos “croquetas”, lo que hacía feliz al hijo de
nuestra secretaria, y la verdad es que yo me divertía tanto como él.
Yo daba charlas a los directivos sobre cómo motivar y sobre la
Dirección Eficaz. A veces, por culpa de las peculiaridades del habla
venezolana, se producían confusiones que provocaban la risa de todos los
89
asistentes. Recuerdo que una vez, durante la charla sobre motivación al
personal, me preguntaron:
- ¿Qué nos aconseja para motivar a nuestras secretarias?
Yo les contesté:
- Coger a vuestras secretarias y hacerlas participar en vuestras decisiones…
No me dejaron terminar de hablar porque se produjo un auténtico
escándalo de risas, con algunos ¡vivas!, y otros diciendo: “¡Eso, eso!”. Yo no
entendía nada del porqué de esas alegrías, hasta que alguien me aclaró en voz
baja:
- Doctor, en Venezuela la palabra coger significa joder.
Yo no sabía dónde esconderme; más que avergonzado estaba
horrorizado. ¡Qué apuro pasé! Pero bueno, aprendí algo más, que seguro que
no se me olvidaría jamás.
En Venezuela es habitual el humor relacionado con el sexo, por lo
que era raro que en las conversaciones habituales no saliera algún chiste o
broma en relación con el mismo. Recuerdo otra anécdota que me pasó
desayunando los típicos zumos de frutas tropicales, que me encantaban, con
algunos compañeros y secretarias. Yo tenía fama de serio y me habían puesto
el título de “Doctor” sin serlo, en vez de llamarme “Licenciado” como a los
demás. Era el primer día de mi llegada a Venezuela y al terminar el desayuno
se me acercaron las secretarias para darme la bienvenida con un regalo muy
bien envuelto.
- Don Antonio, acéptenos un regalito que esperamos que le guste.
Lo desenvolví muy intrigado y cuál no sería mi sorpresa cuando
apareció una caja de condones. Estallaron las carcajadas de todos, claro. Creo
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que se me subieron los colores y no fui capaz de decir nada. Pienso que debió
ser una broma inducida por mis propios compañeros, a juzgar por las caras de
“guasa” que tenían.
En mi estancia en Venezuela, descubrí uno de los más bellos
valores de este hermoso país, y que desgraciadamente es un valor que hemos
perdido
en
los
países
más
desarrollados
tecnológicamente,
aunque
espiritualmente no estemos tan desarrollados. Este valor era el respeto a la
dignidad de la persona por encima del valor del trabajo. Recuerdo que
todos los asesores españoles estábamos preocupados por la entrega de uno
de los barcos en construcción en el astillero. A mí me habían encomendado
algún trabajo que también me tenía preocupado. Aquella mañana me levanté
pensando en el trabajo, llegué al astillero y al entrar me encontré con uno de
mis capataces al que inmediatamente abordé para preguntarle:
- ¿Ha llegado la válvula de Popa?
- Buenos días Doctor Gómez. ¿Ha descansado bien?, ¿se encuentra bien su
familia? -me contestó.
Me quedé avergonzado. ¿Cómo podía yo ser tan bruto?
Él me
había tratado como a una persona, como debe ser, pero yo le había tratado
como a un objeto del trabajo. Me dio una lección que nunca olvidaré. Cuando
pude reaccionar me disculpé diciendo:
- Perdóname por no haberte saludado. Estaba pensando en el trabajo y… lo
siento.
Aquella anécdota me hizo reflexionar. Pensé en las diferencias de
cultura que teníamos y sobre todo en los valores que Occidente había perdido
y que sin embargo tanto en Venezuela como en Latinoamérica en general se
habían conservado. Un autor guatemalteco, cuyo nombre no recuerdo ahora,
nos acusaba a los “occidentales” de haber perdido la cultura “Matrística”. A esta
palabra le daba una interpretación cuyo significado aludía a una cultura en
donde predomina el afecto, el cariño y la ternura de una madre. Parece ser que
91
existió un pueblo “matrístico” de la antigüedad, en que los arqueólogos no
descubrieron ningún vestigio de armas o de violencia y en cuya civilización
predominaban las relaciones basadas en sentimientos de afecto cariño y
ternura propios de los de una madre con su hijo.
Lo cierto es que a veces, quizá sin darnos cuenta, estamos dando
más importancia al trabajo que a la persona en nuestras relaciones. Es una
pena esta pérdida, pues la convivencia entre nosotros sería mucho más
agradable de lo que es ahora si no hubiéramos perdido en Occidente el valor
de la “matrística”, que podemos definir como el valor por el que expresamos
los sentimientos de afecto, cariño, y de ternura con los demás en nuestras
relaciones interpersonales.
La colaboración con los venezolanos para enseñarles a poner en
marcha el nuevo astillero de Astinave fue muy eficaz en cuanto a los trabajos
de construcción que nos habían encargado a los técnicos españoles. También
se desarrollaron unas magníficas relaciones humanas entre los españoles y los
venezolanos. Se cumplieron los objetivos que se habían pactado entre el
astillero venezolano y nuestro astillero en España, pero no fuimos capaces de
enseñarles a ser autosuficientes. Esto se debió a que nos habían contratado
sólo para poner en marcha la factoría, no para que el astillero tuviera
sostenibilidad. Ahora pienso que fue un error. Por esta razón, después de
varios meses de construcción de un muelle flotante y otras embarcaciones, los
españoles regresamos a España cumplida la misión encomendada, pero no
llegó a pasar un año cuando nos enteramos de que el Astillero, en manos sólo
de los venezolanos, había cerrado.
En el futuro esta experiencia me sirvió como enseñanza para cuando
tuve que trabajar en la cooperación internacional para el Perú. Entonces tuve
en cuenta la importancia que tiene, en la ayuda internacional, trabajar con el
objetivo de que cuando se termine la colaboración no quede ninguna
dependencia en las personas que hemos ayudado, es decir, lograr que ellos
sean autosuficientes, y que a su vez se sientan actores de su propio
desarrollo.
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Si en Astinave nos hubiéramos planteado como objetivo garantizar la
continuidad
del
funcionamiento
del
astillero,
la
forma
de
ayudarles
evidentemente hubiera sido distinta. En primer lugar, hubiéramos evitado que
nuestra ayuda pudiera producirles dependencia de nosotros. En segundo lugar,
nos habríamos preocupado de comprobar si ellos eran capaces de realizar el
trabajo por sí solos sin nuestra ayuda. En tercer lugar, para evitar
dependencias, nos hubiéramos retirado poco a poco, adjudicándoles
responsabilidades bajo nuestra supervisión, hasta estar seguros de que ya no
nos necesitaban.
En Venezuela no conocí el valor de la justicia, porque no pude
conocer las injusticias que sufría el pueblo venezolano. Mi preocupación estaba
centrada sólo en el Astillero. Cuando terminamos el trabajo que nos habían
encomendado llamamos a nuestras mujeres, que estaban en España, para que
vinieran con nosotros a conocer las bellezas de la naturaleza de Venezuela, sin
acercarnos a conocer las injustas condiciones de vida de los venezolanos.
En Caracas conocimos desde lejos el cinturón de miseria de miles y
miles de chabolas, que allí llaman ranchitos, sobre las lomas que rodeaban el
centro de la capital. Sin embargo en el centro había grandes y ostentosos
edificios con amplias Avenidas. Era un contraste que dañaba la sensibilidad,
pero preferimos volver la cara para mirar a otro lado. Entonces pensé: “¡Qué
fácil es mirar a otro lado, cuando nos encontramos con las injusticias,
para no tener que implicarnos!”. La verdad es que me sentí mal y procuré
olvidar lo que había visto.
La primera excursión que hicimos a la selva venezolana fue a un
lugar preparado para el turismo que era una maravilla. Se llamaba Parque
Nacional “CANAIMA”, en la Gran Sabana. Hacíamos excursiones por los ríos
de la selva y dormíamos en un poblado indígena, preparado para el turismo,
muy cerca de una catarata con el agua de color rosado.
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Foto: Cascadas en el campamento de Camaina (1984)
Visitamos unas pequeñas islas salvajes, en la costa del Caribe,
cuyas blancas playas lucían un agua cristalina en la que se reflejaban los
numerosos cocoteros que
invadían las islas. Después fuimos a Estados
Unidos a visitar, con nuestras mujeres, Disney Word, en Orlando. Disfrutamos
como niños de sus instalaciones, hasta que se nos acabó el dinero que
habíamos ganado con la puesta en marcha del astillero venezolano.
En Venezuela aprendí sobre todo que las personas no somos sólo
razón, sino también sentimiento, y que una persona es totalmente completa
si actúa conjuntamente desde la razón y desde el sentimiento. En Occidente
estamos perdiendo en nuestras relaciones humanas el expresarnos desde el
sentimiento, el afecto, el cariño y la ternura. No ocurre así en Latinoamérica,
donde parece que aún la persona es más importante que el trabajo o cualquier
otra actividad.
Ahora me doy cuenta de la importancia de “no pasar de largo”,
cuando vemos situaciones de injusticias.
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Pienso
que
deberíamos
recuperar
la
importancia
del
sentimiento en nuestras relaciones, si no queremos que éstas solo se
desarrollen desde la frialdad de la razón.
Foto: Reunión en Cádiz de antiguos compañeros de Astinave. De izquierda a derecha:
Antonio Gómez, Jesús Montilla Aponte (Gobernador del Estado Falcón y Congresista
de Venezuela), Pedro Castilla y Emilio Bueno (2003).
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10.-EL ORIGEN DE LA ASOCIACIÓN “MADRE CORAJE”
Era el año 1990, cuando trabajando en Astilleros Españoles en la factoría de
Puerto Real me prejubilaron debido a una crisis por falta de trabajo en el Sector
Naval. Entonces yo tenía 55 años, me encontraba en plena forma y con ganas
de mucha actividad.
En principio me presenté como voluntario para ayudar en la
transferencia de tecnologías a los astilleros de tipo medio y pequeño, con el fin
de que pudieran competir con los astilleros extranjeros. Estuve colaborando
durante varios años de forma gratuita, enseñándoles lo que yo había aprendido
en el astillero de Puerto Real y en los numerosos viajes a los astilleros de
Europa y de Estados Unidos. Debido principalmente al gran interés que ponían
por aprender estas nuevas tecnologías, los resultados que se consiguieron
fueron muy positivos para estos astilleros pequeños y medios, por lo que
mejoraron considerablemente su competitividad con respecto a los astilleros
extranjeros. Esto permitió evitar el riesgo de tener que cerrar alguno de ellos.
La Sociedad me dio gratis mis conocimientos y gratis los daba yo. Esta
fue mi experiencia después de prejubilarme del astillero, en la que pude
comprobar la eficacia de la Gratuidad.
Un día, a través de un amigo mío, la Dirección del Astillero me
propuso ir a Perú para ayudar a unos factorías de Lima y de Chimbote, con el
fin de hacer un diagnóstico sobre su rentabilidad y para transferirles las nuevas
tecnologías de soldadura que nosotros utilizábamos en las nuestras. La
petición venía a través de la UNESCO (Organización de Naciones Unidas para
la Educación, la Ciencia y la Cultura) para colaborar con el SIMA (Servicios
Industriales de la Marina) del Perú. Me pagaban sólo los gastos del viaje y mi
estancia en un buen hotel de Lima; el trabajo debía de hacerlo de forma
gratuita. No sé si por mi espíritu aventurero o por mi afán de ayudar, pero el
caso es que acepté la propuesta.
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Lo que no me podía imaginar es que ese viaje cambiaría mi
vida.
Llegué a Lima y me hospedaron en un hotel del distrito de Miraflores,
uno de los más ricos de la ciudad, con lujosas casas particulares rodeadas de
verjas de hierro y cables electrificados. Sin embargo, el primer día que fui al
astillero, que se encontraba en Callao -ciudad cercana a Lima-, por el camino
en el coche no veía nada más que miseria, asentamientos humanos con miles
y miles de chabolas construidas con cuatro postes verticales que soportaban
sus paredes hechas con esterillas, sin techo, sobre el suelo de un arenal, sin
servicios higiénicos, sin saneamiento público. Por entonces se produjo una
gran epidemia de cólera, haciendo estragos entre la población más humilde.
Pero lo que más me impactó fue ver a madres con sus hijos famélicos,
escuálidos, en cuyos cuerpecitos solo se veía piel y huesos, con sus tripitas
hinchadas por la desnutrición. Sus ojos grandes y negros te miraban y con su
mirada, que te penetraba el corazón, te estaban pidiendo que tuvieras
compasión de ellos. Sus madres alargaban su mano temblorosa para pedirte
una limosna; sus caras estaban marcadas por el dolor, un dolor callado,
desesperanzado por tanta injusticia, por tanta falta de solidaridad; sus ojos ya
no tenían lágrimas de tanto llorar. Todas estas escenas, cuyas imágenes
volvían a mi mente una y otra vez, me dolían y me indignaban hasta el punto
de no querer volver a verlas. Tomé la decisión de no pasar por allí de día
camino al astillero, o del astillero al hotel, para no ver esas escenas que
golpeaban mi sensibilidad y me dolían. Más tarde me di cuenta de lo absurdo
de mi decisión, pues hacía como la avestruz: cerraba los ojos para no ver la
realidad de la injusticia, que no obstante seguía estando allí, aunque no la
viera. Esa postura era la más cómoda para mí, pero la más irresponsable
con respecto a los que sufren la marginación y la injusticia.
Otro día, con el ingeniero naval del astillero de Callao donde
trabajaba, visitamos a unas monjas. Una de ellas tenía en los brazos a un niño
de unos meses nada más; tenía el piececito vendado, y yo le pregunté:
- ¿Por qué tiene vendado el pie?
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La monja, con una mirada de pena, me contestó:
- Lo encontramos en el basurero. Oímos llorar a un niño y lo descubrimos
rodeado de ratas que le estaban comiendo el piececito. Por eso le falta una
parte del mismo.
Un
estremecimiento
recorrió
todo
mi
cuerpo.
Me
quedé
mudo durante unos pocos minutos y me invadió una rabia por dentro que no
podía soportar. “¿Cómo podía ser posible esto que me contaban? ¡qué horror!”,
pensaba. A ese niño lo habían adoptado las monjas y vivía con ellas, por lo que
pensé que en el mundo todavía quedan personas que son un rayo de
esperanza, para que esta injusta sociedad pueda renovarse.
Otro día, paseando con mi compañero el ingeniero naval, llegamos a
un lugar donde había un gran basurero y donde se veían cientos y cientos de
puntos, entre la basura, que se movían en la lejanía. Pregunté a mi
acompañante:
- ¿Qué es eso que se mueve a lo lejos?
Mi amigo me contestó sin darle demasiada importancia:
- Son los niños “pirañas”
- ¿Son niños que viven entre la basura? -pregunté asombrado.
- Sí, sí, son niños a los que sus padres no pueden alimentar y tienen que
buscarse la vida de ese modo -contestó.
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Foto: Niño en basurero (recorte de foto de revista
enmarcada en el despacho de Antonio Gómez)
Cuando nos acercamos al basurero mi impresión fue todavía más
fuerte. ¡Eran niños de cinco y seis años! Cuando les recuerdo me imagino a
mis nietos, que tienen esa edad, viviendo en esas condiciones y me horroriza.
Uno de ellos comía una cáscara de plátano; quizá eso fuera su único alimento
ese día. Además estaba lleno de heridas infectadas que debían de hacerle
sufrir. El olor que despedía la basura no se podía resistir, y aquellas inocentes
criaturas lo tenían que soportar todos los días.
Ver aquello me dolió mucho. Pero aún me dolió más, cuando un
día iba por la calle y se me acercó un niño “piraña” para pedirme una limosna
-“pirañas” llaman en Perú a los niños marginados que duermen en la calle con
unos cartones como “colchón”. Entonces yo le hice una caricia en la cabeza y
100
me sonrió con agradecimiento. Le seguí haciendo caricias y me daba cuenta de
que se sentía muy feliz. Pensé que quizá eran las primeras caricias que recibía
de una persona adulta. Posiblemente, esas muestras de ternura eran para él
tan importantes como los alimentos o las medicinas que le faltaban. Pensé:
“¡No hay derecho a que la sociedad margine a unos niños y, lo que es peor, les
prive del afecto, cuando todos los niños del mundo necesitan del cariño como
algo fundamental en su crecimiento como persona!”.
Ya en el hotel era tanta mi indignación que daba patadas a las sillas
de mi habitación, como si ellas tuvieran la culpa de las injusticias que se
estaban cometiendo contra esos inocentes niños que había conocido en los
basureros de Lima. No entendía nada. No paraba de preguntarme cómo podían
convivir juntas dos sociedades, una marginada, muriéndose de hambre y de
enfermedades curables, y otra viviendo en la opulencia y la indiferencia, como
si no existieran personas muy cercanas a ella sufriendo la injusticia de la
marginación.
Un día leí en un documento que editaba Manos Unidas que en Lima
morían 200 niños al día de hambre y falta de medicinas. Yo me imaginaba 200
féretros con sus familias y amigos, cada día, llevándolos a enterrar ante la
indiferencia de los que podemos evitar tantas muertes y tantos sufrimientos. Me
escandalizaba, en primer lugar, mi propio comportamiento insolidario y
también el de ese “primer mundo” desarrollado en el que vivimos, en el
que predomina el gran pecado de la indiferencia, de la falta de compasión, sin
darnos cuenta de que nuestra falta de de solidaridad con esos niños, que viven
en condiciones infrahumanas, nos hacen cómplices de sus sufrimientos y de
sus muertes. Entonces me dio por culpabilizar a los políticos, a los gobernantes,
a los ricos del Perú... a todos menos a mí. ¡Qué equivocado estaba! En el
fondo mi actitud no era más que una justificación para no enfrentarme con la
responsabilidad que yo tenía ante esas injusticias que tanto me dolían.
Un día me armé de valor y me decidí a preguntarme: “¿Y tú, Antonio?
¿no tienes ninguna responsabilidad?”. Me cuestioné por unos momentos mi
vida y me di cuenta de que ¡claro que yo también tenía responsabilidad en
101
la muerte de esos niños! No sé si de la muerte de uno o de más niños, pero
alguna responsabilidad evidentemente sí tenía. Recordaba el dinero que
derrochaba innecesariamente, el tiempo que perdía inútilmente, un tiempo
que, en vez de llamarse tiempo muerto, debería llamarse tiempo criminal
por las víctimas que producen la indiferencia y la pasividad con los más
necesitados.
Cuando tomé conciencia de mi responsabilidad respecto
de la
situación de injusticia que había conocido al acercarme al mundo de los
empobrecidos, tomé la decisión de implicarme en ayudar a estos niños,
aunque eso me complicara la vida. Después de conocer las injusticias, de
haberme dolido profundamente y, posteriormente, haber tomado conciencia de
mi responsabilidad, hacía falta actuar para llevar a cabo el compromiso que
había adquirido de ayudar a esos niños que tanto me habían impresionado.
Pero me empezaron a surgir un montón de dudas sobre mi
capacidad para poder ayudarles. Me invadió un sentimiento de impotencia que
tenía que superar, no sabía cómo, pero estaba seguro de que cuando llegara a
Jerez tenía que hacer algo por ellos. Pensaba que no debía refugiarme en las
dificultades con el fin de liberarme de mi compromiso de hacer lo que debía
hacer. Me decía a mí mismo que tampoco debía perder la esperanza, ni
perderme en buscar justificaciones para sentirme liberado de la responsabilidad
del compromiso, sino que debía buscar soluciones, aunque en principio
pudieran ser modestas. Tenía muy buenas intenciones pero no me libraba
de mi sentimiento de impotencia.
Reflexionando sobre mi vivencia en aquel basurero, me daba cuenta
de que el proceso que había experimentado, hasta llegar a solidarizarme con
los niños marginados, había pasado por las siguientes fases o etapas:
La primera etapa fue el acercamiento a los más empobrecidos,
para conocer, a través de los sentidos, el verdadero concepto de la justicia
conociendo la realidad de las injusticias.
102
En la segunda etapa, tras conocer las injusticias, experimenté un
sentimiento de compasión por las personas que las sufren llegando éstas a
mi corazón, es decir, a los sentimientos. Esas injusticias me
dolieron
mucho.
En la tercera etapa, los sentimientos del corazón pasaron a la
cabeza, es decir, a la razón, cuestionándome sobre la responsabilidad que
tenía yo, como parte causante de esas injusticias, sin caer en la tentación de
querer huir de mi responsabilidad echando la culpa a los demás de las causas
de esas injusticias.
En la última y cuarta etapa, de la razón pasé a las manos, es decir,
a la acción, al compromiso, al implicarme en el problema del necesitado
como si fuera mi propio problema, aunque me complicara la vida.
Estas etapas me recuerdan las que pasó el buen samaritano en la
parábola del Evangelio. En primer lugar, el samaritano se acercó a la persona
malherida y conoció la injusticia que habían hecho con esa persona los
ladrones. Después, tuvo compasión de él porque le dolió la situación en la
que se encontraba el herido. Seguidamente, tomó conciencia de su
responsabilidad como persona humana. Por último, decidió actuar,
curándolo, recogiéndolo y montándolo en su caballo, y además lo dejó en una
posada, que pagó hasta su total curación.
Reflexionando sobre esta parábola, concluí que el buen samaritano
recorrió las cuatro etapas hasta llegar a su acto solidario con el malherido,
como yo las había recorrido, pero la parábola me enseñó además que, a la
hora de ayudar, debía hacerlo de una forma completa, como el samaritano lo
hizo, “hasta su total curación”. No le dejó una limosna y se marchó, sino
que se implicó e hizo lo que le gustaría que le hubieran hecho a él si hubiese
sido el herido.
Con un sentimiento de impotencia dejé Perú para volverme a España,
pero lo que no me podía imaginar es que ese sentimiento de impotencia lo
103
superaría en el avión de IBERIA en el que volvía a España. Cuando ocupé mi
asiento tenía un sentimiento de indignación con la sociedad y conmigo mismo,
porque quería ayudar a esos niños y no sabía cómo. Yo creo que hasta se me
notaba en la cara el enfado. A mi derecha estaba sentada una mujer, y,
aprovechando que me miró, en un acto de desahogo terapéutico, le dije:
- ¡Qué mierda de mundo tenemos!
La mujer se me quedó mirando un poco asustada y me contestó
preguntándome:
- ¿Por qué dice usted eso?
- Por las gravísimas injusticias que he visto en los asentamientos humanos en
Callao, por las condiciones infrahumanas en la que viven niños de seis y siete
años. Es que estoy avergonzado de pertenecer al género humano -le dije.
Con voz de monja, porque lo era, me contestó:
- Allí en Callao tenemos nosotras un colegio para los “niños de la calle”, en el
que les damos de comer y estudios. Pero como no tenemos comida para todos
los que vienen al colegio, muchos se quedan dormidos y no pueden estudiar.
Muchos se tienen que buscar la vida en los basureros donde usted estuvo.
Pensé que había personas, como esas monjas, que habían sido
capaces de actuar ante las injusticias por las que yo estaba indignado y que no
adelantaba nada si me quedaba en mi indignación y no me decidía a hacer
algo por esos niños. Entonces un tanto ingenuamente, le pregunté:
- ¿Qué necesitan ustedes?
- Mire, necesitamos comida no perecedera, ropa, medicinas, jabón, zapatos...
La mujer no paraba de pedir cosas y más cosas. Entonces, un tanto abrumado,
le dije:
104
- ¿Y cómo puedo yo ayudarles?
- Mire pueden enviarnos uno o varios contenedores de lo que puedan recoger
en su ciudad. ¿De dónde es usted?
- Yo soy de Jerez. Pero, ¿qué es un contenedor? -le pregunté, confesando mi
ignorancia.
Aquella monja se lo sabía todo. Me dio tal “Máster” sobre contenedores que no
me lo podía creer. Me decía:
- Los papeles de embarque deben ir a nombre del Arzobispo de Lima, porque si
no los aduaneros se quedan con más de la mitad del contenido…
Cuando llegamos a Madrid yo ya había superado mi sentimiento de
impotencia. Después de doce horas de aleccionamiento, ¡yo ya sabía todo
sobre contenedores! Pocos días después de mi llegada a Jerez asistía a una
reunión de la APA (Asociación de Padres de Alumnos) del colegio “La Salle”,
donde estudiaban nuestros hijos Antonio y María. Después de la reunión
convoqué a los asistentes para contarles mi experiencia en el Perú y para
pedirles ayuda, por el compromiso que había adquirido de ayudar
a
esos niños que tanto me habían impresionado en Lima. La respuesta fue
unánime. Se apuntaron enseguida a la aventura de enviar a la congregación de
la monja que conocí en el avión uno o más contenedores de ropa, alimentos,
jabón, etc. Pedimos ayuda al colegio y la recibimos inmediata y generosamente
a través del hermano Alberto, que se implicó totalmente cediéndonos el aula de
pretecnología como almacén de lo que recogiéramos. Además
convocó a
todos los alumnos del colegio a la campaña del “kilo de alimentos”. Se
movilizaron cerca de cien personas entre alumnos, amigos y familiares,
recogiendo toda clase de productos que nos habían pedido las monjas, hasta
completar un contenedor de cuarenta pies y otro de veinte. Era el verano del
año 1991.
Al año siguiente el grupo de los que empezamos decidimos seguir
de forma continuada las campañas para ayudar a los niños de la calle de Lima,
105
porque, decíamos, “los niños comen todos los días” y por tanto la ayuda no les
podía faltar un solo día. Para asegurar esa continuidad pensamos fundar una
asociación cuyos miembros estuvieran decididos a mantener el compromiso
de continuidad para que no les faltara nada a los niños marginados y para
que pudieran tener una vida digna. Un día del mes de agosto de ese mismo
año, un grupo de amigos comprometidos firmamos el acta fundacional de la
asociación, y le pusimos el nombre de Comité de solidaridad con Perú
“Madre Coraje”. Así nació la Asociación que más tarde se llamaría
Asociación “Madre Coraje”.
Si no me hubiera acercado a conocer las injusticias, si no me
hubieran dolido estas injusticias, si no me hubiera cuestionado mi
responsabilidad, si no me hubiera comprometido para ayudar, hoy día no
existiría la Asociación “Madre Coraje”.
106
11. EL CRECIMIENTO DE LA ASOCIACIÓN
En el día en que escribo estas letras trasladándome mentalmente hacia atrás,
hacia los comienzos de la asociación, me parece que ha ido creciendo gracias
a un conjunto de “milagros” del “Padrecito” -así
llaman cariñosamente los
peruanos a Dios-, auténticos regalos venidos del cielo en los momentos de
necesidad más oportunos, por los que le doy gracias siempre cuando se me
van solucionando las dificultades o los problemas de cada momento. También
ha sido posible gracias a los esfuerzos de todos los componentes de la
asociación que han trabajado desde la Igualdad, la Gratuidad y la Solidaridad,
es decir, desde el Amor responsable, y que han ido haciendo crecer la
asociación con su esfuerzo, generosidad y entusiasmo hasta el día de
hoy.
Foto: Inauguración de de un contenedor de recogida de aceite en un supermercado
de Málaga. De izquierda a derecha: José Mª Laza, Salvador Almagro (antiguo
delegado de Madre Coraje Málaga) y Antonio Gómez.
107
El crecimiento de la asociación fue un proceso en el que yo destacaría
que intervinieron varias causas:
En primer lugar, la motivación del grupo de personas que comenzamos con la
intención de ayudar a esos niños en situación de marginación que yo había
conocido en mi viaje a Perú.
En segundo lugar, el apoyo que tuvimos desde un principio por parte del
Colegio de La Salle.
En tercer lugar, la solidaria participación ciudadana de Jerez y de sus
instituciones públicas. Desde aquí mi más sincero reconocimiento, porque sin
su gratuita colaboración la Asociación “Madre Coraje” posiblemente hoy no
existiría.
Con el fin de tener un modelo de conducta que sirviera como
motivación al grupo de voluntarios que habíamos emprendido la aventura de
llevar a cabo el compromiso de ayudar a los niños de la calle de Lima, nos
reunimos un día en el Colegio de La Salle con el hermano Alberto para elegir a
una persona que pudiera ser ese modelo de conducta, para imitarla en la lucha
a favor de los más marginados de Lima. Yo recordé a un personaje del que
había oído hablar mucho en mi estancia en Lima. Se llamaba María Elena
Moyano, pero el grupo terrorista Sendero Luminoso le puso el
sobrenombre de “Madre Coraje”. Había sido amenazada de muerte en
repetidas ocasiones por el grupo terrorista, pese a lo cual ella siguió luchando
para que su pueblo, Villa El Salvador, saliera de su empobrecimiento. La razón
de las amenazas de muerte de los terroristas a María Elena era la
extraordinaria labor social que esta mujer estaba haciendo por su pueblo. Esto
no interesaba a los terroristas, porque cuanto peor estuviera la situación social
de Villa El Salvador más fácil lo tendrían ellos para conseguir el poder y la
implantación de su revolución. “Madre Coraje”, es decir, María Elena Moyano,
era un buen ejemplo a seguir y decidimos poner este nombre a nuestra recién
nacida asociación. Como existían otras asociaciones que estaban ayudando a
Perú nos unimos a ellos con el nombre de Comité de Solidaridad con Perú
108
“Madre Coraje”. Más tarde nos desvinculamos de dichos comités y cambiamos
el nombre por el de Asociación “Madre Coraje”.
María Elena Moyano ha sido un referente para mí. Del espíritu de
lucha que ella tenía aprendí que las dificultades eran retos que había que
superar buscando siempre soluciones a los problemas sin “tirar la toalla”
nunca. Para María Helena los intereses de su pueblo estaban por encima de
su propia vida, como demostró poniéndola en riesgo ante las amenazas
continuas del grupo terrorista Sendero Luminoso.
Esta mujer organizó a miles de mujeres para que ellas mismas
alfabetizaran a sus hijos y a los hijos de sus vecinas. Impulsó el sistema
organizativo autogestionario, creando miles de puestos de trabajo. Presionó al
gobierno peruano con manifestaciones masivas de mujeres para que aprobara
un decreto ley por el que se comprometía a suministrar un vaso de leche a
todos los niños menores de cinco años y lo consiguió. Por medio de una radio
local y de manifestaciones pacíficas multitudinarias de mujeres, evitó que los
guerrilleros de Sendero Luminoso se asentaran en Villa El Salvador. Organizó y
fomentó los Club de madres, los famosos Comedores Populares y la Olla
Común. Coordinó con su organización el reparto de los alimentos que les daba
el Gobierno gracias a sus valientes y decisivas presiones a los responsables de
la Administración Pública de Lima, distribuyendo dichos alimentos entre las
familias más necesitadas. Se metió en política y fue Teniente Alcaldesa de Villa
El Salvador. También presidió la Asociación de mujeres FEPOMUVES
(Federación de mujeres de Villa El Salvador) que congregaba a más de 50.000
mujeres. Vino a España a recoger el premio Príncipe de Asturias de la
Concordia, concedido a Villa El Salvador gracias la extraordinaria labor social
que hizo María Elena con el alcalde de la Villa, Michael Azcueta, quien también
fue amenazado de muerte varias veces por Sendero Luminoso.
El quince de febrero de 1992, un grupo de Sendero Luminoso entró en
el local donde se celebraba una “Pollada” a la cual había sido invitada, de
forma engañosa, María Elena. Le dieron un tiro en la cabeza y después le
109
pusieron una carga de dinamita en la espalda, haciéndola explosionar delante
de sus dos hijos, Gustavo y David, de doce y ocho años.
Pasado cierto tiempo de estar buscando a los hijos de María Helena,
que sabíamos que estaban huidos, con su padre, en España, los encontramos
en Madrid y les invitamos a que conocieran nuestra asociación, que llevaba el
nombre de “Madre Coraje” en memoria de su madre. Vinieron a Jerez y
recuerdo que les pregunté:
- ¿Cómo fue la muerte de vuestra madre?
Gustavo, el hermano mayor, nos contestó:
- Estábamos en una celebración en uno de los distritos de Villa El Salvador,
cuando de repente oímos una gran explosión. El local se llenó de polvo y de
cristales. Muy asustado y tendido en el suelo tanteé con mi mano a mi
alrededor, cogí algo, y con horror comprobé que era el brazo de mi madre.
No pudo seguir contándonos, porque se echó a llorar.
Entonces Gustavo tenía doce años y David ocho. Demasiado jóvenes
para haber vivido una tragedia de esa magnitud. Demasiada injusticia sobre
una gran persona que dio todo, hasta su propia vida, sin esperar nada a
cambio, por el bien de su pueblo. Maravilloso ejemplo de Gratuidad para
todos nosotros. Extraordinario testimonio de Gratuidad que tuvo como
consecuencia una de las más efectivas transformaciones sociales que se han
conocido, por lo que les fue concedido el Premio de Príncipe de Asturias. Por
todo esto pensamos que merecía la pena poner a nuestra asociación su
nombre, el nombre que le pusieron sus propios asesinos: “Madre Coraje”.
El 11 de diciembre de 1992 aprobamos el Acta Fundacional. En el
colegio de La Salle nos reunimos el grupo de veinte amigos y voluntarios que
habíamos trabajado desde el principio para las religiosas franciscanas y
110
aprobamos el Acta Fundacional, por la que daba comienzo la Asociación
cuyo primer nombre fue Comité de Solidaridad con Perú “Madre Coraje”.
“¡Si los niños del Perú necesitan comer todos los días, nosotros
trabajaremos por ellos, todos los días!” fue el juramento interno que nos
hicimos los que comenzamos esa magnífica aventura que tan buenos
resultados daría en el futuro. Este compromiso significaba que no íbamos a
trabajar por los niños marginados de Lima haciendo campañas asistencialistas
periódicas para mandarles lo que pudiéramos recoger. Se trataba de un
compromiso más serio y responsable. Desde la compasión ante esa situación
de injusticia y haciendo de su problema “nuestro” problema, tomamos, en lo
profundo de nuestro corazón, la decisión de ayudarlos a salir de su
situación facilitándoles los medios para conseguir un futuro digno. Nos
comprometimos a seguir trabajando por los niños del Perú de forma
continua y progresiva.
Foto: Antonio Gómez en “Villa Petrita” que lleva el nombre
de su madre. Comunidad de Niños Sagrada Familia (Lima).
Con el fin de cumplir con nuestro compromiso de colaborar con los
niños del Perú de forma continua, fraternal, solidaria y, sobre todo, sostenible,
111
pensamos que sólo con nuestros recursos personales no era posible dar
continuidad a nuestra ayuda. Entonces decidimos buscar aquello que
nuestra sociedad de consumo no necesita y que ellos sí necesitan. Antes
necesitábamos lo más importante: voluntarios, voluntarios para recoger los
residuos utilizables y aprovecharlos a través del reciclaje, con lo que además
mejorábamos nuestro medio ambiente reduciendo la contaminación. Así
dábamos continuidad a una labor que habíamos estado haciendo desde el mes
de abril de 1991. Nos comprometimos a seguir trabajando por los niños
del Perú a través de los fines de la Asociación que fueron los siguientes:
a) Constituirse en foro permanente de trabajo por y desde la solidaridad con
Perú y toda América Latina.
b) Concienciar y sensibilizar sobre la realidad de Perú y de América Latina a
Jerez y a la provincia de Cádiz, desde un enlace permanente con otros comités
de solidaridad andaluces y estatales.
c) Ser medio de canalización de proyectos de ayuda y cooperación que
respondan a las necesidades concretas de Perú y América Latina.
El domicilio social se estableció en Jerez de la Frontera, Calle Antona
de Dios, número 18, siendo el ámbito territorial de acción la provincia de Cádiz.
El 2 de noviembre del 2001, el Consejo de Ministros aprobó
declarar de Utilidad Pública a la Asociación Madre Coraje. El 8 de junio de
2002 se aprobó en Asamblea General la presentación del nuevo Estatuto con
las modificaciones para su adaptación a la Ley Orgánica Reguladora de
Asociaciones 1/2002 del 22 de marzo. El 1 de julio del 2003 el Ministerio del
Interior aprobó la modificación de los Estatutos de la entidad con el Número
Nacional 11.8908 y la nueva denominación de
Asociación “Madre Coraje”.
Además la Asociación está autorizada como Gestor de Residuos Peligrosos
(AN-120).
En lo referente a la estructura de la asociación, su evolución ha
desembocado en la siguiente situación: “Madre Coraje” está regida por una
112
Junta Directiva, formada por voluntarios, que consta de Presidente-Director
ejecutivo, Secretario, Tesorero, y los representantes de las Delegaciones que
son los Vocales, dos de los cuales son además Vicepresidentes. La Junta
Directiva rinde cuenta ante la Asamblea General, compuesta por los miembros
de la Junta Directiva y por una representación de todos los voluntarios que se
llaman Compromisarios.
A lo largo de su trayectoria, gracias al esfuerzo y la labor diaria de
voluntarios y profesionales asalariados, la Asociación “Madre Coraje” ha sido
reconocida favorablemente en muchas ocasiones, entre las que destacan:
a) Haber sido distinguida por el Gobierno peruano como Entidad e
Institución Extranjera de Cooperación Internacional (ENIEX).
b) Concesión del Premio Andalucía de Medio Ambiente en el año 2007,
por nuestro compromiso ambiental, de manos de la Junta de Andalucía.
En el año 1994 redactamos los Principios de Madre Coraje.
Entonces busqué un valor que fuera universalmente aceptado por toda la
Humanidad, un valor que satisfaciera las mayores aspiraciones del ser
humano, un valor que hubiera sido realizado por personajes de la historia
modelos de conducta reconocidos por todo el mundo porque con su testimonio
de vida fueron capaces de transformar positivamente su entorno o parte de la
Sociedad.
Buscando en la Historia a estos personajes enseguida encontré a
Jesucristo, Gandhi, Martín Luther King, Teresa de Calcuta, María Elena
Moyano,
etc.
Investigando
sobre
las
principales
características
de
comportamiento social, que fueran comunes a los personajes antes
enunciados, llegamos a la conclusión siguiente: el comportamiento de todos
ellos tenía en común el cumplir con el Principio de Igualdad o Fraternidad.
Es decir, que consideraban que todos los seres humanos son iguales en sus
derechos y obligaciones, independientemente de su raza, sexo, nacionalidad,
categoría social, etc. No tenían ninguna actitud de superioridad respecto de los
demás, sino todo lo contrario; su actitud era de humildad.
113
También tenían en común cumplir con el Principio de Solidaridad,
por el que se implicaron con los más desfavorecidos o necesitados para que
salieran de sus problemas, aunque para ello, si fuera necesario, pusieran en
riesgo su propia vida. El problema de los demás, era “su” problema.
Por último, también actuaban siempre de acuerdo con el Principio de
Gratuidad,
en
virtud
del
cual
todo
lo
que
hacían,
lo
hacían
desinteresadamente, sin esperar nada a cambio de la ayuda o el sacrificio
hecho por los demás.
Pensé que podíamos unificar estos tres Principios en uno solo al
que denominaríamos el Amor Responsable para diferenciarlo de otros tipos
de amor como pueden ser los siguientes:
El Amor maternal de la madre a sus hijos.
El Amor Trascendente del ser humano a su Dios.
El Amor sexual de un ser humano a su pareja.
El Amor a uno mismo.
El Amor Responsable es el Amor del ser humano hacia el resto de la
Humanidad, con el fin de hacer un mundo más justo. Para que éste sea
posible, es necesario que se cumplan los tres Principios, enunciados
anteriormente: el de Igualdad, el de Solidaridad y el de Gratuidad. Estos tres
principios eran los que habían regido la conducta tanto de Jesucristo, como la
de María Elena Moyano, así como la de otros tantos como ellos, muchos de
los cuales dieron su vida para que los demás pudieran vivir mejor, sin pedir
nada a cambio, sin sentirse superiores a nadie.
114
Por fin Madre Coraje tenía unos Principios. Era como si tuviera un
alma, una razón de ser, unos ideales por los que luchar. Nuestros ideales los
podríamos resumir así:
“Luchar por la Justicia, con el fin de transformar la Sociedad en otra más
justa, a través del Amor Responsable”.
El 15 de febrero del 2003 escribí la Carta Institucional de la
Asociación “Madre Coraje”. Para escribirla llamé a mi amigo y cofundador de
la Asociación, el hermano de La Salle Alberto Gómez Barruso, para que me
ayudara con la redacción de la Carta. Entonces me invitó, para poder trabajar
juntos, a ir al Noviciado de La Salle en Griñón, un pueblo de Madrid. Allí nos
“encerramos” hasta terminar la Carta. Durante dos días seguidos yo escribía y
por la noche el hermano Alberto corregía y completaba todo lo escrito, hasta
darlo por terminado.
Con el transcurrir de los años la asociación ha ido creciendo en
magnitud y en una serie de valores característicos que fueron descubiertos
por quienes nos visitaban porque les llamaban la atención como valores
diferenciadores respecto de otras ONG. Para que no se pierdan, recordaremos
estos valores que son la riqueza espiritual de nuestra asociación:
- El espíritu de creatividad, que se descubre nada más observar que casi
todas las instalaciones de la central están hechas de chatarra y de otros
residuos y lo más sorprendente es que además funcionan.
La razón de ello es que empezamos a recoger residuos. Algunos eran
para reutilizar y enviar al Perú, a las Comunidades de niños marginados, como
las medicinas sobrantes de las casas particulares, que llevan a la farmacia más
cercanas y nosotros recogemos, seleccionamos, empaquetamos y enviamos
al Perú junto con
libros, material escolar, bienes de equipos previamente
arreglados, juguetes dignos, ropa y calzado sin estrenar, jabón, etc. Por cierto
que para poderles mandar la gran cantidad de jabón que nos demandaban,
115
como no teníamos dinero, empezamos a fabricarlo utilizando antiguas
batidoras de hacer pan, transformadas con mucha imaginación.
Otros de los residuos que recogíamos eran para vender y obtener
dinero para pagar los fletes hasta Perú y para financiar otros proyectos de los
que teníamos noticia. Valgan de ejemplo la ropa usada, las radiografías para
sacar la plata de ellas, las pilas, los cartuchos de tinta de las impresoras, los
aparatos eléctricos e informáticos, teléfonos móviles, pilas, el aceite usado de
las freidoras domésticas y de la hostelería, papel, cartón, etc.
Para poder vender el aceite usado tuvimos también que echar mucho
ingenio y proyectar y construir una depuradora de aceite. El aceite se vendía
para la fabricación de Biodiesel. También fabricamos Biodiesel para nuestro
propio consumo, para alimentar nuestras furgonetas.
- El espíritu de respeto que existe entre los voluntarios y asalariados, así
como entre los jóvenes y mayores y al contrario y así como entre personas de
distintas creencias religiosas o políticas. Este respeto, pienso que se debe a
nuestro carácter aconfesional y apartidista, así como a nuestro Principio de
Igualdad, por el que en la asociación todos nos sentimos iguales, nadie se
considera más importante ni mejor que nadie. De ahí quizá haya surgido ese
respeto entre todos nosotros.
- El espíritu de unión entre las personas de los distintos talleres y de las
diferentes delegaciones. Hay delegaciones formadas principalmente por
mujeres; en otra hay mayoría de personas mayores; en otra la mayoría son
jóvenes; en otras hay mezcla de todo. Llama la atención la unión que existe
entre todas. La unión ha sido un reto que siempre ha tenido la asociación. En
los comienzos las delegaciones eran más autónomas, pero cuando fue
creciendo la asociación se hizo necesaria una mayor integración, para aunar
esfuerzos y ser más eficientes. La labor de la unión no fue fácil. Hubo que
renunciar generosamente a ciertos aspectos de autonomía en algunas
delegaciones, hasta lograr la total unificación y de esta manera tener una sola
organización y unos mismos criterios.
116
- El espíritu de disponibilidad de los voluntarios, que se puede comprobar
cuando ves que en los talleres lo mismo clasifican un tipo de residuo que otro.
Según las necesidades de la asociación, acuden a donde más falta hace. Creo
que existe el espíritu de disponibilidad entre nosotros debido a nuestro Principio
de Solidaridad, que nos motiva para ayudarnos unos a otros. Esto lo valoran
mucho los voluntarios y asalariados recién llegados a la asociación, por la
ayuda desinteresada que existe entre los compañeros. La verdad es que las
relaciones humanas y el compañerismo son muy gratificantes en Madre Coraje.
Podemos decir que se ha creado una escuela o estilo de trabajo
en la asociación, caracterizado por estos cuatro valores: Creatividad,
Respeto, Unión y Disponibilidad. Pienso que debemos conservarlos porque
son los valores que nos distinguen, nos enriquecen y nos hacen ser lo que
somos.
El recurso más importante que tiene la asociación son los
voluntarios. El haber conseguido una gran cantidad de voluntarios, yo creo
que ha sido por varias razones. En primer lugar, la motivación del voluntario por
el hecho de estar ayudando a los más necesitados gratuitamente, en nuestro
caso a los niños marginados de Lima. En segundo lugar, por comprobar
fehacientemente que su trabajo llega a los más desfavorecidos. En tercer lugar,
por el abanico de diferentes posibilidades de trabajo, pudiendo elegir, para
clasificar y empaquetar, entre los más de veinte residuos existentes. Y por
último, por la flexibilidad de horario que tienen para realizar su trabajo.
El voluntariado es la base, el fundamento de la asociación. Sin
ellos “Madre Coraje” no existiría. Pienso que la figura del voluntario representa
la esperanza, en un mundo sumido en el egoísmo personal y colectivo, donde
nadie da nada a cambio de nada, donde la ética de la ganancia invade la
Sociedad. “Todo vale si produce ganancia”, aunque el insaciable afán de ganar
dinero margine a los más débiles y cree situaciones de injusticia. Parece como
si la ganancia se hubiera convertido en un fin que lo justifica todo, en un nuevo
117
dios que se pone por encima de la justicia, de la verdad, de la honestidad, del
bien común, etc.
Creo que
el voluntariado es la respuesta a esta situación, la
alternativa para acabar con tanto egoísmo a través del testimonio de la
Gratuidad. El voluntario colabora con los necesitados, los marginados, los que
sufren injusticias, sin pedir, ni buscar, ni esperar, nada a cambio por su
esfuerzo, su sacrificio, su trabajo, ni por su tiempo disponible que es una parte
de su vida. Estoy convencido que la existencia del voluntariado es una
demostración clara de que la Gratuidad es posible en la convivencia entre
las personas. En nuestra sociedad, de que no tiene porqué ser que en
nuestras relaciones todo se haga a cambio de algo.
El crecimiento ético de la asociación se ha debido principalmente al
conocimiento de la realidad de los más empobrecidos del Perú y de la
Sociedad en la que vivimos. Esto ha hecho que nos cuestionemos y por tanto
descubramos otras alternativas de valores positivos como el de la Gratuidad, y
que hayamos desarrollado la responsabilidad de practicar nosotros mismos
estos valores y de difundirlos para mejorar en algo este mundo.
Pienso que la felicidad de los seres humanos sólo se puede dar
en un mundo en
donde se prioricen los valores de la justicia, la
compasión, la verdad, etc., y no el de la ganancia. Una Sociedad
prioritariamente basada en la ganancia creo que es una Sociedad enferma,
insostenible, porque tiene como consecuencia una distribución injusta de la
riqueza. Es así que cada vez menos personas acumulan más riquezas y por
tanto más poder, al mismo tiempo que aumenta el número de personas que
sufren la falta de recursos para vivir dignamente.
El crecimiento físico de la asociación se ha debido a la voluntad de
expansión ante las necesidades de los más empobrecidos. Hemos crecido
físicamente con muchas dificultades en nuestro caminar hasta el día de hoy,
principalmente para encontrar una sede estable donde ubicarse de forma
definitiva. La búsqueda de una sede apropiada ha sido como un
118
peregrinaje de local en local, porque nos lo cedían temporalmente y al poco
tiempo teníamos que irnos porque lo necesitaban. Así llegamos hacer hasta
cinco mudanzas, lo cual significaba el desmantelamiento de todas las
instalaciones, que con esfuerzo y sin dinero habíamos montado, para otra vez
volverlas a montar en el siguiente local. Cada cambio no era motivo de
desánimo o frustración, sino todo lo contrario: era ocasión de alegría, porque
habíamos encontrado otro lugar donde poder realizar nuestras actividades en
favor de esos niños que nos demandaban ayuda para poder vivir dignamente.
El peregrinaje para establecer la oficina fue más corto.
Comenzamos en mi casa, en principio en el salón. Pero el Área de Proyectos,
que comenzaba con un objetor de conciencia, necesitaba otra habitación con
teléfono y fax, por lo que tuvimos que ocupar la habitación de mi hija María,
que se levantaba poco antes de empezar a trabajar nosotros. A veces la
despertaba el timbre del fax que mandaba una comunicación para la
asociación. En otras ocasiones mi mujer salía de nuestro dormitorio en camisón
y se encontraba con un joven desconocido para ella, al que preguntaba:
- ¿Tú quien eres?
El joven, con cara asustada, decía.
- Yo soy un voluntario amigo de Antonio que vengo para ayudar.
Mi mujer con actitud resignada le decía:
- No hagáis mucho ruido.
Así estuvimos unos dos años hasta que nos dejaron un local de una
Hermandad de la Cofradía del barrio de la Constancia, cerca de nuestra casa.
Allí guardaban, en una pequeña habitación del local, la figura de un Cristo
Nazareno de tamaño algo mayor que al natural. Muy junto a Él, yo me sentaba
en mi mesa de trabajo, donde recibía a las visitas, que nada más entrar a mi
original despacho, con la imagen del Cristo a mi lado, se impresionaban tanto
119
que daban un paso hacia atrás, con la cara desencajada del susto. Yo les
invitaba a pasar y esperaba un pequeño rato hasta que se les pasara la
sorpresa del momento.
Allí estuvimos varios años, hasta que nos dejaron en situación de
precario la bodega que fue de Díez Mérito, en la calle de Méndez Núñez Nº 2.
Tenía unos 1.500 metros cuadrados, por lo que por fin pudimos unificar la
oficina con la sede donde trabajaban los voluntarios en los distintos talleres de
clasificación y empaquetado de residuos, para su reutilización y envío al Perú,
o para su venta con el fin de conseguir dinero para los gastos del flete a Perú o
para la financiación de Proyectos de Desarrollo.
Foto: Madre Coraje con socios locales y representantes de una asociación juvenil en
Huancavelica (2.004).
120
Foto: Antonio y Mª Luisa visitan una comunidad indígena en la selva del Perú (Agosto
de 2.004).
Durante varios años hubo que hacer un gran esfuerzo para, poco a
poco, habilitar la bodega, cuyo suelo era de tierra de albero. Montamos las
instalaciones necesarias para nuestro trabajo de reciclaje de más se veinte
tipos de residuos. Habilitamos las oficinas donde llegarían a trabajar más de
cuarenta asalariados en las áreas de Ayuda Humanitaria y de Proyectos de
desarrollo o de Educación para el desarrollo. Incluimos también las oficinas de
Financiera, Promoción, Voluntariado y Coordinación territorial.
Sólo después de veinte años de búsqueda de una Sede propia y
estable, con muchos sacrificios, pudimos
comprar una nave de 5.000
metros cuadrados sobre la parcela de más de 12.000 metros cuadrados de una
antigua azucarera, que tuvimos que rehabilitar y adaptar a nuestras
actividades.
Como ya he contado, la asociación nació en Jerez, en el Colegio de
La Salle, pero la demanda cada vez mayor de nuestros beneficiarios peruanos,
121
hizo que se quedara insuficiente la ciudad de Jerez. Es por esto que tomamos
la decisión de extender “Madre Coraje” a otros lugares.
Me encontraba entonces ayudando a la Gerencia del Sector Naval,
del Ministerio de Industria, desarrollando un trabajo como inspector de la
financiación de la Formación de Nuevas Tecnologías para astilleros medianos
y pequeños. Esta actividad me exigía gran movilidad, pues debía recorrer
muchas ciudades litorales de España, lo que aproveché para dar a conocer la
asociación. Recuerdo que
un día fui a inspeccionar unos cursos que se
habían realizado en un astillero de Huelva. Al terminar la inspección nos fuimos
a comer a un restaurante. En los postres pregunté a mi amigo, el director de la
factoría:
- ¿Qué haces en tu tiempo libre?
Él me contestó:
- Tengo una reunión de amigos. Nos vemos semanalmente, pero lo único que
decidimos es dónde nos reuniremos la próxima vez. La verdad que estamos
aburridos de no hacer nada. Y tú, ¿qué haces?
- Pues mira, estuve en Perú y allí vi tanta miseria que decidí fundar una ONG
para ayudar a los niños marginados de Lima.
- ¿Y en qué consiste esa asociación?
- Pues en mejorar nuestro medio ambiente recogiendo residuos contaminantes,
los cuales reciclamos, reutilizando algunos y vendiendo otros para sacar dinero
con el que asegurar un futuro digno a muchos niños marginados que viven
miserablemente en las calles de Lima.
- ¿Entonces colaboráis con el medio ambiente y con ello además ayudáis a
niños de la calle? ¡Es una buena idea! -Respondió mi amigo, muy pensativo.
- Si te parece una buena idea -le dije yo- ¿por qué no colaboráis con nosotros?
- ¿Cómo podemos hacerlo?
- Pues creando una asociación como la nuestra, trabajando con los mismos
fines, con el mismo nombre y haciendo las mismas actividades que hacemos
nosotros, pero en Huelva y en su provincia.
122
- Lo plantearé a mi grupo, y si está de acuerdo, colaboraremos con esta idea,
que me parece muy interesante.
En Marzo de 1996, nació la primera delegación de “Madre
Coraje”, en Huelva, que fue creciendo de la misma manera que lo hicimos
nosotros. En primer lugar buscando un local, de forma prestada, con el
compromiso de devolverlo a su dueño, cuando lo necesitara, dejándolo en, por
lo menos, las mismas condiciones que cuando nos lo habían prestado. Una vez
conseguido el local, se buscaron voluntarios, base fundamental de la
asociación, para comenzar trabajando en el reciclaje y así colaborar con el
Área de Ayuda Humanitaria de la Asociación. Después colaboraron con el Área
de Educación para el Desarrollo en colegios, universidades y medios de
comunicación con el fin de educar en valores a nuestra Sociedad, pues como
decimos nosotros “si el Norte no cambia sus actitudes de solidaridad, el Sur no
puede cambiar”. Por último colaboraron con Proyectos de Desarrollo
encaminados a que los beneficiarios fueran agentes transformadores de su
propia realidad.
El 17 de enero de 1997 se fundó la Delegación de Sevilla, que
creció rápidamente de la misma forma que la de Huelva, gracias al primer
delegado de esta ciudad que se implicó de forma importante y que conocí de
manera parecida al delegado de Huelva. A continuación se fundó la
delegación de Cádiz, el 1 de julio de 1997. Después de muchas dificultades,
por no encontrar una sede adecuada, comenzaron en un pequeño local, al que
sacaron mucho rendimiento.
Más tarde se fueron fundando delegaciones en prácticamente todas
las provincias de Andalucía, y, posteriormente, en otras Comunidades
Autónomas de España. Sin casi darnos mucha cuenta, nos habíamos
extendido por casi toda la geografía de España con el objetivo de ampliar
nuestra misión por los más empobrecidos de la tierra. El número de
voluntarios crecía, superando la cifra de más de 1.000 personas que daban su
tiempo gratuitamente a la asociación para los más necesitados. La cantidad de
residuos que reciclamos aumentó considerablemente hasta llegar a varios
123
miles de toneladas al año y más de veinte residuos diferentes, que bien
reutilizábamos para enviar al Perú o bien vendíamos para financiar proyectos o
pagar los fletes. El número de beneficiarios en Perú era de más de 100.000
personas a los que facilitamos una vida digna. Eran principalmente niños
marginados que vivían en la calle, niños huérfanos, niños discapacitados, así
como campesinos de la zona más empobrecida del Perú.
Comenzamos a financiar también proyectos de desarrollo en varios
países de África, como Etiopía, Burkina Faso, Mozambique, etc., con vistas a
aumentar nuestra colaboración con otros países de este continente.
Los ingresos totales se elevaban a varios millones de euros, de los
cuales más del 80 por ciento procedían de fondos propios de la asociación
conseguidos del reciclaje principalmente, así como de aportaciones de socios y
otras donaciones. El resto del dinero venía de subvenciones públicas, lo que
nos daba cierta independencia y seguridad con vistas al futuro.
Este extraordinario crecimiento de la asociación pienso que fue
debido principalmente al testimonio de Gratuidad del voluntariado, que
contagiaba a muchas personas para involucrarse en esta obra social. Con sus
aportaciones hicieron posible un crecimiento que sin ellos hubiera sido
imposible. Una vez más me convencía de la importancia de este gran valor
que es la Gratuidad para transformar nuestra Sociedad.
124
Foto: carga del contenedor nº 300 en la sede central de Madre Coraje de la calle
Méndez Núñez de Jerez de la Frontera (3 de mayo de 2013).
125
126
12.- MIS VIVENCIAS EN LA CÁRCEL
Una de mis experiencias más enriquecedoras ha sido la que viví en la
cárcel como voluntario de la Asociación “Proyecto Hombre”, a la que me uní al
darme cuenta de que los presos drogodependientes no tenían la oportunidad
de salir de su problema. Evidentemente, al estar privados de libertad no podían
acudir a los centros de esta asociación para seguir un programa de
rehabilitación. Me pareció
que estaban marginados respecto
de
los
toxicómanos de fuera de la cárcel y entendí que debía dar la oportunidad de
rehabilitación a estas personas que, en muchas ocasiones, estaban presas
precisamente como consecuencia de su consumo de drogas.
Mi primer contacto con “Proyecto Hombre” fue a través de mi
amigo Luis, al que conocí cuando formé parte del Comité de Padres del “Grupo
Scout del Colegio de La Salle”, en el que estudiaban mis hijos. Mi mujer y yo,
junto con otros padres, colaborábamos con el Grupo Scout asistiendo a los
campamentos que organizaba todos los años. Allí ayudábamos en la cocina y
en la intendencia, pues de hecho cocinábamos o llevábamos hasta el
campamento los alimentos necesarios. Por aquel entonces Luis era uno de los
jefes de campamento y me impresionó su entrega, igual que la de otros
jóvenes responsables de campamento, hacia todos los niños y niñas que
asistían. También descubrí que Luis tenía una gran sensibilidad social.
La experiencia del primer campamento fue inolvidable y nos marcó.
Aprendimos la importancia que tienen los testimonios positivos dados desde la
generosidad y el sentido de la responsabilidad, como los de aquellos jóvenes,
que nos daban un gran ejemplo de Gratuidad. A partir de entonces todos los
años nos apuntamos para ir a colaborar en las acampadas de los scouts, entre
los que estaban nuestros hijos.
La amistad con los jóvenes responsables del grupo fue creciendo hasta
hoy, sobre todo con Luis, al que admirábamos por su generosidad, por la
127
especial sensibilidad que tenía para ayudar a los demás y por su profunda fe
religiosa.
Un día Luis convocó a un grupo de sus amigos, entre los que nos
contábamos nosotros, a una reunión. Quería pedir nuestra colaboración para
establecer en Jerez un centro de “Proyecto Hombre”, asociación que existía
desde 1984 (Centro de “Proyecto Hombre” en Madrid) y cuyo fin era la
rehabilitación de toxicómanos. En aquella reunión se comprometieron muchos,
cada cual en la medida de sus posibilidades, a ayudarle.
Luis se fue a Italia para formarse como futuro director del centro de
“Proyecto Hombre” en Jerez. Durante su ausencia sus amigos nos implicamos
en la tarea de conseguir para Jerez un centro de “Proyecto Hombre” como ya
había en muchos lugares de España e incluso en otros países. Para apoyar lo
que todavía era un proyecto, el grupo de amigos que nos conocimos en los
campamentos de los Scouts cofundamos una asociación a la que llamamos
Amigos del “Proyecto Hombre” (APROHOM) para ejercer el patronazgo, es
decir, para colaborar económicamente con “Proyecto Hombre”.
Una vez que el Programa de Rehabilitación empezó a funcionar, Luis
nos pidió que colaboráramos como voluntarios. Yo ya había elegido una opción
de vida a favor de los marginados y consideré que en ese momento las
personas más marginadas eran los internos de la cárcel. Los presos no
podían salir de la droga acudiendo a lugares donde les pudieran ayudar. Era
necesario pues que alguien se desplazara a la cárcel y les ofreciera la
posibilidad de rehabilitarse entrando en el Programa de “Proyecto Hombre”
mientras cumplían los últimos años de su condena.
En 1993 me apunté para ir a la cárcel con un profesional del Programa
de “Proyecto Hombre”. Se trataba de dar la oportunidad a los internos de salir
de la droga y rehabilitarse de forma definitiva apoyándonos en el artículo 182
del Reglamento Penitenciario. Este artículo permite al toxicómano salir de la
cárcel con la solicitud y bajo la responsabilidad de la Institución “Proyecto
128
Hombre”, siempre y cuando lo que le falte de condena no exceda de tres años
y esté clasificado en el tercer grado.
Para solicitar a la dirección de la cárcel la aplicación del artículo 182 era
necesario que estuviéramos convencidos de que el interno tenía verdadera
voluntad de curarse de su adicción, de que no era una excusa para salir de la
cárcel. Y es que podía ocurrir que la persona no quisiera realmente salir de la
droga. Entonces estaría muy poco tiempo en el programa, uno de los más
duros y de mayor duración de los existentes. Enseguida lo abandonaría,
regresaría a la cárcel y nosotros habríamos perdido la confianza de la
Institución Penitenciaria. Esto haría difícil que nos autorizaran la aplicación del
artículo 182 a otro interno, siendo lo más probable que la siguiente solicitud nos
la rechazasen.
Dentro ya del programa también me ofrecí voluntario para ayudar a las
familias de los toxicómanos a través del Programa de Terapia Familiar, cuyo
fin era que familias y enfermos se sometieran juntos al Programa de
Rehabilitación “Proyecto Hombre”. Allí comprendí la importancia que tenía la
participación generosa de la familia en el proceso de rehabilitación de su
familiar. Comprobé que el trabajo conjunto programa-drogodependiente-familia
era indispensable para tener éxito. La colaboración de la familia evita que ésta
trate negativamente al drogadicto, juzgándolo o haciéndolo culpable de su
adicción. Lo eficaz es ayudarle desde la comprensión y la empatía, pues al
finalizar el Programa el enfermo reconocerá el gratuito y generoso sacrificio
que ha hecho su familia, sobre todo durante la Etapa de Acogida, lo que sin
duda facilitará la futura convivencia.
En esta época me impresionaron la capacidad de sacrificio, la generosidad y
la entrega voluntaria y gratuita, sobre todo de las madres, que se hacían cargo
del seguimiento de sus hijos durante el Período de Acogida. En esta etapa,
difícil, el enfermo vive en su casa bajo una vigilancia continua para evitar la
recaída en la droga.
129
Después de un tiempo trabajando simultáneamente en Terapia Familiar,
en la cárcel de Jerez y en “Madre Coraje” me di cuenta de que no podía llevar
todo a la vez. Entonces dejé el Grupo de Terapia Familiar, aunque me gustaba
mucho, y me centré en la cárcel y en “Madre Coraje”, además de ocuparme de
los compromisos religiosos y familiares que compartía con mi mujer.
Mis primeras experiencias en la cárcel de Jerez, con mi compañero Juan
Carlos, fueron algo desmoralizadoras, pero me sirvieron para comprobar
nuevamente lo importante que es ayudar desde la gratuidad. Íbamos un día
a la semana y nos reuníamos con un grupo de presos para trabajar la Dinámica
de Grupos. Nuestra intención era averiguar el verdadero propósito de los
internos: si salir de la droga o si más bien salir de la cárcel. No era fácil
descubrirlo. A veces, tras varios meses de reuniones y cuando ya teníamos
mucha esperanza en que el Grupo Terapéutico de la cárcel nos concediera la
aplicación del artículo 182 a algún preso, éste se echaba para atrás y había
que volver a empezar con otro. Ni el diez por ciento de los presos que
tratábamos llegaba a realizar el Programa de “Proyecto Hombre”.
Un día en el que me encontraba bastante desmoralizado fui a hablar con
el Director del Programa, mi amigo Luis, y le dije:
- Mira, Luis, yo no sirvo para el trabajo en la cárcel. Lo dejo.
- Y eso, ¿por qué? -me preguntó.
- Porque la cantidad de fracasos que tengo es muy grande.
Entonces Luis me dijo algo que me hizo reflexionar mucho y que aún no he
olvidado.
- Yo creo, Antonio, que tu problema es que te falta Gratuidad.
- ¿Que me falta Gratuidad? ¿y eso por qué?
- Porque cuando intentas mentalizar a los presos para salir de la droga
pretendes apuntarte un éxito, y cuando no tienes éxito te sientes fracasado. No
te das cuenta de que cuando deciden venir a “Proyecto Hombre” el triunfo es
130
de ellos, no tuyo. Cuando hay Gratuidad no se busca tener éxitos, sino que
se busca ayudar a que otros lo tengan.
Entonces comprendí la gran importancia que tenía trabajar con gratuidad
para no abandonar a los presos cuando los resultados fueran poco exitosos.
Además, el hecho de yo ir a la cárcel gratuitamente lo valoraban mucho los
presos. En un mundo egoísta, sin valores ni principios, sorprende y llama la
atención la Gratuidad, al tiempo que surge desde lo más hondo del corazón el
sentimiento de admiración y el deseo de imitar ese comportamiento altruista.
Estoy seguro de que si yo hubiera ido a la cárcel sólo a hablarles de la
bondad del Evangelio, sin ir acompañado de un testimonio coherente con él, no
hubiera causado tanto interés por conocerlo. Creo que cambiamos nuestras
actitudes por los testimonios y no por las palabras. Por el testimonio de vida de
Jesús yo aprendí una forma de vida que te llena plenamente cuando la pones
en práctica, que te engancha de tal manera que ya no quieres vivir de otro
modo.
A partir de entonces los fracasos con los presos ya no me desmotivaron.
Como decía Luis, yo les tendía la mano para ayudarles a salir de la droga, pero
el éxito era de ellos cuando decidían dejarla. Yo sólo podía ofrecerles mi ayuda,
pero, si no querían aceptarla, yo ni podía ni debía ayudarles.
Desde hace más de 18 años acudo a la cárcel cada semana, sin
desmoralizarme ni faltar a mi compromiso, a pesar de que los resultados no
sean los que me gustaría. Sin embargo disfruto mucho cuando algunos
consiguen entrar en el programa, y mucho más cuando lo terminan y los veo
felices por la calle, con sus familiares, sin estar esclavizados por la droga. Si no
hubiera sabido de la importancia que tiene ayudar a los demás desde la
Gratuidad hubiera dejado de ir a la cárcel hace mucho tiempo, y posiblemente
más de un preso no hubiera tenido la oportunidad de salir de la droga por mi
falta de Gratuidad.
131
Mis experiencias en las prisiones que visité fueron muy variadas.
Comencé en la antigua cárcel de Jerez, a la que iba acompañado de un
profesional de “Proyecto Hombre”. Allí aprendí a trabajar con los presos la
Dinámica de Grupos, el Confronto, la Autoayuda, la técnica del "Espejo", la
Resolución de Conflictos, etc. Con estas técnicas conseguíamos que se
sintieran pertenecientes a un grupo, en una especie de "burbuja de libertad"
donde prevalecía el respeto, la confidencialidad y la sinceridad en las
relaciones personales. En el grupo los presos podían expresar libremente sus
sentimientos, a menudo ahogados por el propio ambiente de la cárcel en el que
la exteriorización de los mismos se interpretaba como signo de debilidad. El
desahogo terapéutico que el grupo facilitaba relajaba las tensiones que
soportaban y que se debían a las situaciones de injusticia que se daban entre
los presos o con los mismos funcionarios. La convivencia en la cárcel es muy
difícil porque se dan situaciones de verdadera supervivencia, en las que el
preso tiene que defender su propia integridad física y conseguir el respeto de
los demás presos.
De la cárcel de Jerez pasé a trabajar en el Centro Penitenciario "Puerto
II", en el Puerto de Santa María. Esta vez yo solo, sin ningún compañero. Al
principio lo pasé mal al no sentirme arropado por nadie que pudiera corregir
mis debilidades. Luego fui acostumbrándome a hacer autocrítica, sin duda
menos eficaz que las críticas que pudieran hacerme mis compañeros.
En esta cárcel me ocurrió algo que me dejó muy impresionado. En el
grupo había un chico, de los más jóvenes, que siempre llevaba un rosario
colgado del cuello. Yo interpreté que lo llevaba por motivos religiosos, lo que
me transmitía confianza. Un día, al comprobar que había faltado a la reunión,
pregunté por él y, cuál no sería mi asombro cuando me dijeron que estaba en la
celda de castigo por haber matado a un compañero. Al parecer le había
atravesado el corazón con la barra de un ordenador cuya punta había afilado
previamente.
No podía comprenderlo. Comencé a dudar del conocimiento real que yo
tenía de los componentes del grupo. Aquello me afectó mucho, pero más me
132
afectó el encontrarme a este chico un año más tarde en la cárcel de seguridad
“Puerto I”, cuando me dirigía a uno de los Módulos de esta prisión. Lo paré y le
pregunté que por qué había hecho aquello. Su respuesta me dejó helado:
- Lo hice y lo haría otra vez.
Yo no sabía qué decir, y pensé: “¡cuánto odio puede acumular una persona
para llegar a este extremo!”.
La siguiente cárcel a la que me destinaron fue a la de mujeres, también
en “Puerto II”. Aquí fracasaron casi todas las técnicas que había aprendido. Las
normas de convivencia de grupo que funcionaban con los hombres no
funcionaban con las mujeres. Yo no era capaz de saber cuándo me decían la
verdad y cuándo no. Creo que el hecho de ser yo un hombre condicionaba mi
entendimiento con ellas. A los pocos meses pedí a “Proyecto Hombre” que me
sustituyera, dadas las dificultades que tenía para poder ayudar a estas mujeres
a salir de la droga previa aplicación del artículo 182 del Reglamento
Penitenciario. “Proyecto Hombre” me destinó entonces al Centro Penitenciario
"Puerto I".
A “Puerto I” empecé a ir en 1996, y no he dejado de ir todas las semanas,
salvo durante mis vacaciones. Al ser una cárcel de alta seguridad sólo hay
presos clasificados en primer grado, por lo que no pueden salir para someterse
al Programa de “Proyecto Hombre”. No obstante yo voy para darles a conocer
el Programa, por si cuando los clasifiquen en el segundo grado y sean
destinados a otra prisión pudieran solicitar la aplicación del artículo 182.
Al principio, recién llegado a “Puerto I”, me llamaba la atención que para
llegar a la habitación donde teníamos las reuniones con los presos tuviéramos
que pasar antes por doce puertas automáticas que te iban abriendo los
funcionarios. A veces, si tardaban en abrirte, te encontrabas encerrado entre
dos rejas, y los minutos que pasaban hasta que te abrían se te hacían eternos.
133
Prácticamente nunca me han faltado personas que quieran que yo las
visite en “Puerto I”, aunque allí, como he dicho, no se trabaja para que los
internos puedan salir de la cárcel e ir a “Proyecto Hombre”. Yo voy para
ayudarles a crecer como personas desde el ofrecimiento de mi amistad y
Gratuidad. Ellos no esperan que yo atienda sus necesidades materiales, ni
ningún favor; yo espero de ellos que crezcan como personas, que descubran la
importancia de la dignidad de ser persona. Pretendo hacerles creer, desde mi
propio testimonio, que el Amor responsable es posible en este mundo.
Algunos me piden que les ayude a poder adaptarse cuando salgan a la
calle, pues tienen debilitado su sentido de la responsabilidad e incluso la
voluntad para controlar sus reacciones violentas. Otros quieren hablar, de lo
que sea, menos de lo único que habitualmente se habla en el patio, que es
sobre drogas o sobre historias de sus compañeros. Yo comienzo ofreciendo mi
amistad y un espacio de libertad en las reuniones del grupo, con la posibilidad
de desarrollar dentro del mismo unas relaciones interpersonales sinceras a
partir del respeto. Algunos no lo entienden, o no les interesa, y se van del
grupo; otros se quedan y con el tiempo crece la confianza y se fortalece la
amistad. Eso sí, en las reuniones seguimos unas normas, simples pero
eficaces, que son las siguientes:
- Comunicación basada en el respeto, entre los participantes de la reunión
- Confidencialidad.
- Ayudar al compañero a resolver sus problemas sin juzgarlo.
En muchas ocasiones, cuando creo que nadie ha cambiado de actitud y
me parece que las reuniones no sirven para nada, de repente surge algún
testimonio que demuestra lo contrario. Es curioso lo que me pasa. Cuando,
después de una corta siesta, me dispongo a ir a la cárcel preguntándome si
merece la pena seguir yendo, precisamente esos días en los que dudo de la
eficacia de mis visitas, da la casualidad de que vuelvo eufórico porque a
alguien del grupo le ha resultado útil la reunión de ese día. “Menos mal que he
ido”, me digo a mí mismo al regresar de la reunión.
134
Algunos presos me han preguntado si me pagan por ir a la cárcel, a lo
que les he respondido que no, que soy voluntario, que voy por mis Principios.
No les hablo de política, ni suelo hablarles de religión. Sin embargo, cuando
uno de los presos me preguntó cuáles eran esos Principios y qué decían, le
respondí:
- Son los Principios del Evangelio. Dicen que para poder convivir con Justicia y,
en consecuencia, en paz y con felicidad, todos los seres humanos debemos
amarnos unos a otros, y amar sobre todo a los más necesitados, a los que
sufren la injusticia de la marginación. Así es como Jesús nos amó, hasta el
punto de dar su vida por nosotros.
Se quedó pensativo y me dijo:
- Yo no creo que se puedan evitar las injusticias. Siempre habrá injusticias. Este
mundo es injusto porque las personas lo somos. ¿Cómo dice el Evangelio que
si nos amáramos todos no habría injusticias?
- Sí, así es. Si tú amas a una persona, ¿le harías una injusticia? Si alguien te
quisiera, ¿te haría una injusticia?, ¿verdad que no? -le contesté.
- No. Si la amo no le haría una injusticia. Pero, ¿existe el amor? –dijo
impulsivamente.
- ¿Tú crees que tu madre te ama? ¿tú amas a tu madre? -le respondí.
- ¡Claro que sí! ¡Mi madre me quiere muchísimo, y yo a ella! Pero, ¿qué es el
amor para ti, Antonio?
- ¿Por qué crees que tu madre te ama?
- Porque se sacrifica mucho por mí y nunca espera nada a cambio.
- ¡Pues eso es el amor! -le dije por fin.
- Por eso vienes a ayudarnos, ¿no?
- Efectivamente. Vengo por si puedo ayudaros a salir de vuestra marginación.
- Pero nuestra marginación es justa, Antonio. Nos la hemos merecido.
- Me da igual. Yo no soy nadie para juzgar si la merecéis o no.
Independientemente de lo que hayáis hecho, yo vengo con la sola intención, si
me lo pedís, de ayudaros como personas que sois y con el máximo respeto.
Entonces me dijo:
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- ¿Me puedes traer tú un Evangelio?
- ¿Por qué?
- Porque lo que dices está de acuerdo con lo que haces, y eso sí me convence.
- Por supuesto. La próxima semana te traigo un Evangelio.
Comprendí entonces la importancia de la coherencia entre palabras
y testimonios, para que las primeras resulten creíbles.
Las vivencias en las cárceles que he visitado durante todo este tiempo
me han servido para conocer mejor a las personas que están en las situaciones
más extremas de injusticia y dolor en las que puede estar un ser humano.
Estoy convencido de que el conocimiento de cerca de las injusticias que sufren
las personas, más si vives tú esas injusticias, hace más sensible tu corazón.
Cuando conoces las injusticias y eres sensible a ellas, te decides a luchar
contra las mismas para hacer un mundo mejor. Es necesario conocer la
injusticia, pero también tener un corazón compasivo para con los que más
sufren. Creo que, por razones de Justicia, primero son los más
necesitados, aunque sean más lejanos, y luego los próximos si están
menos necesitados.
Las reuniones con los presos me han servido también para compartir sus
sentimientos con los míos a través de algo tan simple como la escucha
silenciosa y serena, por la que ni se emiten juicios ni se dan consejos si no te
los piden. Sólo cabe preguntarse si se está entendiendo correctamente lo que
se te está queriendo decir. Siendo el mundo de la cárcel, paradójicamente, un
mundo de silencio, en el que se habla mucho pero no se escucha (también
pasa fuera de la cárcel, pero creo que menos), es muy reconfortante
comprobar que te están escuchando. Como ya dije, en la cárcel expresar tus
sentimientos se interpreta como signo de debilidad. Se debe a la desconfianza
que existe, y al temor de que algún día tus confidencias puedan ser utilizadas
en tu contra. Sin embargo, si hay un lugar donde es necesario que las
personas expresen sus sentimientos y no se encierren en sí mismas, es la
136
cárcel. Es duro que te quiten la libertad física, pero lo es más no poder
expresar tus sentimientos a tus semejantes, porque la persona es razón y
sentimiento, las dos dimensiones igual de necesarias para la realización
personal.
Mi vida en la cárcel me ha enseñado a valorar la importancia que tiene
la empatía para la buena convivencia entre personas. He aprendido a
ponerme en el lugar de los internos con los que hablo, sin juzgar sus
actuaciones delictivas o sus errores objeto de sanción en la cárcel. No digo que
los justifique, sino que los comprendo, porque si yo hubiera estado en sus
circunstancias posiblemente hubiera hecho lo mismo que ellos.
Mi empatía con ellos a veces llega a preocuparme, pues me identifico
tanto con sus vidas que parece que justifico sus delitos. No es así. También
reflexiono y recuerdo a las víctimas que han sido objeto de sus robos o de su
violencia. Lo cierto es que la empatía hace que la comunicación que tengo con
el grupo de internos en las reuniones semanales sea cada vez más sincera y
abierta, lo que permite, junto con la escucha, aumentar el nivel de intimidad del
grupo, y por tanto favorece el desahogo terapéutico que tan necesario es para
estas personas.
En la cárcel he descubierto el dolor que provocan las injusticias.
Una vez, por curiosidad, pregunté a mi grupo de presos qué era lo más
duro de la vida en la cárcel. Me sorprendí mucho, porque la respuesta de casi
todos fue que lo más duro era la indefensión que sufrían frente a las injusticias
de los compañeros, de los funcionarios o de las mismas instituciones.
- ¿Más que la pérdida de la libertad? -pregunté extrañado.
Uno de ellos me contestó:
- Por supuesto. Al fin y al cabo la pérdida de libertad nos la merecemos la
mayoría de los que estamos aquí por los delitos que hemos cometido. Pero
137
cuando sufres un castigo injustamente y no puedes defenderte te duele mucho
más que la falta de libertad en la cárcel.
Esto me hizo reflexionar sobre los gravísimos sufrimientos que traen
consigo las injusticias, sobre todo si recordamos tantas injusticias sociales que
se dan en el mundo con los más desfavorecidos, con los marginados, con los
más débiles como son los niños. Ante tanto sufrimiento de tantas personas,
¿cómo podemos mirar a otro lado y permitirlos?.
- ¿La sociedad es injusta con vosotros? -pregunté.
Y otro interno respondió:
- Por supuesto que lo es.
- ¿Por qué?
- Pues porque, por ejemplo, nuestras condenas se multiplican injustamente
por la lentitud de los jueces. Si inmediatamente después de haber delinquido
la primera vez nos hubieran condenado y hubiéramos pagado ese delito en la
cárcel, muchos de nosotros no estaríamos con más de diez años de condena
por delitos menores. Esto pasa porque la sentencia sale después de mucho
tiempo y mientras se nos acumulan un montón de denuncias, casi siempre por
la droga. Al ser reincidentes de esos pequeños delitos, nos cae una condena
superior a la de los que tienen delitos de sangre o de robo de millones de
euros. Los nuestros son pequeños robos que cometimos por culpa del
síndrome de abstinencia, por lo que en la mayoría de los casos ni siquiera
somos conscientes de haberlos realizado.
Me dolió saber que por fallos de sistema judicial se pudieran cometer
tantas injusticias, como el que una persona sufriera muchos años de condena
pudiendo tener una más reducida, y todo por la lentitud de los juicios. Me
pregunto cómo es posible que esto no se haya resuelto ya, teniendo en cuenta
el sufrimiento injusto y durante tanto tiempo que provoca, además del dinero y
los recursos que se malgastan.
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En la cárcel existen unas leyes internas que todos los presos
respetan.
Un día fui a visitar a mi grupo de presos y noté que faltaba uno de ellos.
Los demás me contaron que estaba en el módulo de castigo por haberle
pegado una paliza al preso que le habían asignado como compañero de celda,
que estaba condenado por haber violado a una niña. A la semana siguiente fui
a visitarle y le pregunté:
- ¿Por qué lo hiciste?, ¿no sabías que terminarías en el módulo uno, una
temporada?
- Es nuestra ley. En la cárcel no perdonamos ni a los violadores ni a los
chivatos.
Creo que estas leyes internas de los presos reflejan en el fondo una
sensibilidad hacia las injusticias con los más débiles, por haber sufrido ellos
también tantas injusticias.
Otro de los aspectos de la cárcel que al principio me llamó la atención
fue la solidaridad que tienen los presos con los indigentes. Los presos que
tienen dinero se pueden permitir caprichos que compran en el economato. Los
que reciben el peculio por sus trabajos extra o los que reciben dinero de sus
familiares se lo administran para comprar café, tabaco o comida. Los indigentes
son esos internos que no reciben ningún dinero del exterior, y sin embargo
nunca les falta café o tabaco porque sus compañeros se lo dan de forma
desinteresada. A veces ese espíritu de solidaridad también lo demuestran
cuando ven que alguien más fuerte abusa de otro más débil.
Con frecuencia alguno sale en defensa del débil, con el riesgo de
terminar herido en una pelea o con una sanción que lo lleve al módulo de
castigo. También hay quien no hace nada por miedo o porque no quiere
complicarse la vida, pero yo he conocido muchas actuaciones de solidaridad
que me han impresionado y que me han llevado a preguntarme si fuera de la
cárcel, en situaciones similares, se da la misma solidaridad.
139
En la cárcel también he aprendido la necesidad del perdón.
A veces en la cárcel se comete la injusticia de no valorar la conducta
presente del preso, de no perdonar el pasado de un mal historial delictivo.
Estoy recordando ahora la historia de un preso con el que tuve la oportunidad
de pasar más tiempo, conociéndonos mutuamente y llegando a una intimidad y
confianza personal que creo que se convirtieron en una amistad sincera.
El historial de mi amigo era como de ciencia ficción, un auténtico
desastre. Estaba catalogado como preso muy peligroso, y no me extraña,
porque entre sus muchos delitos estaba la participación en un motín en la
cárcel. Protagonizó un intento de fuga cogiendo como rehén a un funcionario al
que puso un pincho en el cuello. Los demás funcionarios le iban abriendo
puertas hasta que al llegar a las dos últimas tuvo que elegir una de ellas.
Él mismo me contaba:
- La cagué. Elegí la que daba al interior de la cárcel. Entonces me cogieron, me
desarmaron y me dieron de palos. Me molieron todo el cuerpo pero me lo
merecía. Por eso me dolieron menos. Duelen mucho más las injusticias que
el dolor físico.
Mi amigo tenía el cuerpo tan lleno de cicatrices que ya no le cabían más. Un
día, por curiosidad, le pregunté:
- ¿Cómo te has hecho todas esas heridas?
- Autolesionándome, para que los funcionarios dejaran de pegarme.
- ¿Cómo es eso? -le pregunté extrañado.
- Aquí hay muchos con SIDA y los funcionarios tienen miedo de que la sangre
de un posible seropositivo les pueda contagiar.
- ¿Y no te duelen esos cortes?
- ¡No! Es mayor el placer que te da el haber conseguido un mejor trato que el
dolor de las heridas.
140
- ¿Te han dado muchas palizas?
- Sí, muchas. Unas justas y otras injustas. Estas últimas son las que más
duelen. Tuve muchos problemas por defender mi dignidad como persona
cuando yo creía que no tenían razón, lo que contrariaba a los funcionarios e
incluso a las autoridades penitenciarias y judiciales. Mi madre me enseñó el
sentido de la Justicia y que debía hacerme respetar como persona. He
conservado estos Principios en las circunstancias más adversas y me he
defendido de los que han intentado tratarme como si no fuera una persona.
Este espíritu de lucha me ha permitido mantenerme vivo y libre dentro de la
cárcel. Así es como he podido soportar, sin que se me hundiera la moral, los
veinte años que llevo en la cárcel, donde he perdido lo mejor de mi vida, pues
entré a los 16 años y ahora tengo 36.
- ¿Cómo te has podido conservar tan bien física e intelectualmente durante
tanto tiempo en la cárcel, sin deteriorarte como a muchos de tus compañeros
les ha sucedido? -le pregunté.
- He podido por la unión que tengo con mi familia, sobre todo con mi madre, por
tener unos Principios, por hacer deporte, por tener la cabeza siempre ocupada
y por las ganas que tengo de vivir.
- ¿De qué te arrepientes ahora después de veinte años en la cárcel?
- Del mal que he hecho, sobre todo a mi familia que ha sufrido mucho por mi
culpa. Me arrepiento de haber probado la droga la primera vez. También de las
locuras que hice de joven porque ahora me doy cuenta de lo tonto que fui. Pero
sobre todo me arrepiento de no haber podido dominar mi actitud violenta, que
me llevó a alargar mi condena sin necesidad por las múltiples sanciones que
tuve. Algunas fueron merecidas, otras no porque estaba en juego la
supervivencia y el que los demás presos te respetaran en el patio, pues si te
acobardabas te hacían la vida imposible. Hoy paso de muchas provocaciones.
Ya no me merece la pena complicarme la vida. Pero justo ahora que he
decidido cambiar de vida de verdad, ahora que llevo mucho tiempo sin
sanciones, ahora que procuro que mi comportamiento sea correcto, nadie
confía en que yo haya cambiado. Estoy condenado para siempre porque
sólo me juzgan por mi historial.
141
Las charlas con este amigo preso me hicieron descubrir la importancia
que tiene dar la oportunidad de perdón a todas las personas, incluso a las que
tienen malos o graves precedentes. Nunca debemos negar a nadie el perdón.
Una Sociedad sin capacidad de perdonar es una Sociedad enferma cuyo
radicalismo la puede llevar a la injusticia de no hacer posible la reinserción
social de las personas sinceramente arrepentidas. Estoy convencido de que
el perdón es la piedra angular para la convivencia en paz entre seres
humanos. El no-perdón genera venganza, violencia y la perpetuación del odio.
Así no puede haber convivencia pacífica. El perdón ayuda a la reinserción
social.
La cárcel ha sido para mí una escuela de valores en la que he aprendido
a no juzgar a nadie y a comprender un poco más al género humano para
respetarle. He aprendido la importancia de valores como el Amor responsable,
la Compasión, la Tolerancia, el Perdón, la Escucha, el dolor por las injusticias,
la Sinceridad, el Testimonio personal, la Dignidad de la persona, la
Generosidad y, por encima de todos ellos, el valor de la Gratuidad.
142
13.- CONCLUSIONES
De las experiencias vividas que he narrado saqué las siguientes enseñanzas:
1.- En mis primeros años en Segovia aprendí:
- Que siempre los demás son antes que uno mismo.
- Que actuando desde la Gratuidad te ganas el respeto de la sociedad.
- La importancia que tiene admirar a los demás para imitar sus valores.
2.- En mi juventud descubrí:
- Que la felicidad está estrechamente vinculada al Amor.
- La importancia de la coherencia entre lo que se piensa y lo que se vive.
- La necesidad de discernir entre los aspectos humanos de la Iglesia y el
verdadero espíritu del Evangelio.
- La importancia de la reflexión crítica para madurar intelectualmente.
- La fe en Dios es fiarse de Él.
3.- En mi estancia en la Universidad comprobé:
- Que la confianza genera responsabilidad y la desconfianza picaresca.
- Que quien ha vivido la necesidad comprende y ayuda más fácilmente al
necesitado.
- Que es importante tener una formación humanista y social.
- Que la necesidad agudiza el ingenio y aumenta la responsabilidad.
4.- Por mis experiencias “sentimentales” comprendí:
- La importancia de la Gratuidad para una buena convivencia en el matrimonio.
- En la comunicación en el matrimonio, si un cónyuge habla desde el
sentimiento, el otro no debe contestar desde la razón, o al contrario.
- La
sinceridad es lo prioritario en las relaciones de pareja para una
convivencia estable y permanente.
- Siempre se deben expresar los sentimientos, aunque se tenga miedo al
fracaso.
- Se debe estar atento a los sentimientos de la otra persona, y respetarlos.
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- Lo difícil que es la convivencia interpersonal y lo eficaz que es la gratuidad
para una feliz convivencia.
- El respeto interpersonal es la piedra angular para una buena convivencia.
- Para que haya gratuidad en la convivencia matrimonial no se debe buscar ni
siquiera la satisfacción personal.
5.- En Orcasitas llegué al convencimiento de que:
- El conocimiento de las injusticias te conciencia y sensibiliza para luchar por la
justicia.
- Cuando haces una obra humanitaria con Gratuidad, te sientes satisfecho
contigo mismo, si no buscabas tu propia satisfacción.
- Como todo buen “burgués”, yo culpabilizaba a los demás para no sentirme
responsable de las injusticias.
6.- Mis experiencias en “La Ribera” me confirmaron que:
- El Amor responsable, definido por la Igualdad, la Solidaridad y la Gratuidad,
es el camino más eficaz para transformar la sociedad.
- La Gratuidad es “contagiosa,” es decir, que el testimonio de Gratuidad de una
persona favorece el comportamiento gratuito de más personas.
- La amistad es el gran tesoro del ser humano.
- Desde la Igualdad, las ayudas no humillan y son más eficaces.
- La autoridad personal es muchas veces más importante que la formal.
- La esperanza es una fuerza indispensable para transformar la sociedad.
7.- De mis experiencias profesionales concluí:
- La importancia de trabajar en equipo.
- Lo que consigues gratuitamente debes devolverlo gratuitamente.
- La importancia de la motivación de los recursos humanos para mejorar los
resultados económicos de la empresa.
- Que tratando a las personas como personas responsables, se hacen
responsables.
- La verdadera fe es fiarse de algo o de alguien hasta estar seguro de que se
va a cumplir.
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8.- En Venezuela descubrí:
- La importancia que tiene, en las relaciones interpersonales, no olvidarnos de
expresar los sentimientos, junto con el discurso de la razón.
- ¡Qué fácil es mirar hacia otro lado cuando descubrimos las injusticias!
- Que la ayuda internacional debe ser siempre auto sostenible para que sea
eficaz y ellos se sientan actores de su propio desarrollo.
- La ayuda más eficaz a otros países es la que se hace desde la Gratuidad.
- El respeto a la dignidad de la persona por encima del trabajo.
9.- En los orígenes de la Asociación “Madre Coraje” descubrí:
- Que trabajar desde la Igualdad es un valor fundamental para hacer verdadera
Justicia a los más desfavorecidos.
- Que llegas a ser solidario en un proceso de experiencias solidarias, que
parten del acercamiento, de la sensibilización y de la concienciación ante las
injusticias, y que, según mi experiencia pasa por las siguientes etapas:
1- Conocer las injusticias;
2- Sentir dolor por ellas;
3- Descubrir tu responsabilidad en la causa de dichas injusticias;
4- Decidir comprometerte a luchar contra esas injusticias.
- El maravilloso ejemplo de Gratuidad de María Elena Moyano, a la que
llamaban “Madre Coraje”
- Que el voluntariado fue la base fundamental e indispensable en el origen de la
asociación.
- La importancia de hacer que la asociación fuera auto sostenible.
- Que por razones de Justicia primero son los alejados más necesitados y
después los cercanos menos necesitados.
- Que las dificultades eran retos que había que superar buscando soluciones.
10.- Durante el crecimiento de la Asociación “Madre Coraje” descubrí:
- Que para asegurar la continuidad de una Asociación es fundamental que
crezca con criterios de auto sostenibilidad y con un equipo de personas
responsables y motivadas.
- El Ideario de la Asociación: el ejercicio del Amor responsable basado en los
Principios de Igualdad, Solidaridad y Gratuidad.
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- El reciclaje como medio para mejorar el medio ambiente, y a su vez para
mejorar el futuro de los más empobrecidos del Perú y de África y conseguir la
autofinanciación de la asociación.
- La importancia de la Educación en Valores en los países desarrollados,
porque si éstos no cambian los más empobrecidos no pueden cambiar.
- La importancia de la profesionalización de los voluntarios directivos.
11.- En mi trabajo en la cárcel aprendí:
- La importancia que tiene la Gratuidad en los trabajos sociales para que éstos
puedan tener continuidad.
- El poder de la coherencia para convencer.
- El extraordinario dolor que causan las injusticias.
- La necesidad del perdón para favorecer la reinserción social.
- El espíritu de solidaridad con los compañeros indigentes.
Cuando hay Gratuidad no se busca tener éxitos, sino ayudar a que otros lo
tengan.
- La importancia del respeto en las relaciones con los presos, la autoayuda y la
confidencialidad.
- La injusticia que provoca la lentitud de la Justicia.
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14.- REFLEXIONES
Reflexionando sobre los valores del ser humano que he ido
descubriendo a través de los distintos acontecimientos de mi vida, he llegado al
convencimiento de que la Gratuidad es la mejor alternativa que tiene la
Humanidad para transformar esta injusta Sociedad en otra más justa.
Los seres humanos tenemos dos alternativas: dirigir nuestras vidas
por los antivalores derivados del egoísmo, mirando prioritariamente por
nuestros intereses antes que por los de los demás, o bien dirigir nuestras vidas
por los valores derivados de la Gratuidad, mirando por los intereses de los
demás antes que por nuestros propios intereses, sin esperar nada a cambio.
La primera alternativa es la que reproduce la situación real de
nuestra Sociedad. Las consecuencias ya las conocemos: tenemos un mundo
lleno de injustas desigualdades que van aumentando con el tiempo, lo que
hace que esta situación sea totalmente insostenible. Es fácil predecir que con
la segunda alternativa tendríamos un mundo donde reinaría la Justicia y, por
tanto, la Paz.
Actualmente estamos viviendo unos momentos cruciales para tener
un futuro en el que esté asegurada la paz en el mundo. Los últimos
acontecimientos están haciendo peligrar la estabilidad de nuestras estructuras
sociales, y conocemos las causas: en nuestro país la crisis de la construcción y
en el contexto mundial la crisis financiera. Tanto la economía basada en la
construcción como la economía financiera han estallado como “burbujas”
debido a su insostenibilidad en el tiempo. Tarde o temprano, inexorablemente,
tenía que ocurrir y muchos lo esperábamos. Si se seguían construyendo casas
existiendo muchas más de las que se necesitaban era lógico que la situación
estallara cual “burbuja”, y que cuanto más tardara en estallar peores serían las
consecuencias. En la economía financiera la situación era similar. Todos
sabemos que si en nuestras economías domésticas gastamos más de lo que
ingresamos
desembocamos
en
una
situación
insostenible:
perdemos
147
credibilidad ante las personas o entidades que nos prestan dinero y nos cierran
los créditos. Esto mismo ha ocurrido a escala internacional con las funestas
consecuencias que conocemos.
Ocurre que además estamos viviendo una tercera “burbuja” de
consecuencias mucho peores que las dos anteriores, y es la “burbuja” del
egoísmo en la que está sumida la Sociedad. Cada vez hay más distancia o
desigualdad entre los países enriquecidos y los países empobrecidos, situación
insostenible que estallará como otra “burbuja” y cuya consecuencia predecible
es un posible conflicto armado mundial entre explotados y explotadores, entre
los que no tienen ya nada que perder y los que tienen todo que perder, entre
los que se rigen por los principios del egoísmo, la codicia y el afán de ganar
más y los que viven en condiciones infrahumanas. Estos últimos, los que sufren
las injusticias del empobrecimiento y la marginación, sin oportunidad de tener
un futuro digno, acabarán reaccionando.
Ahora nos arrepentimos de no haber previsto las crisis actuales antes de
que estallaran las “burbujas”, para que las consecuencias no hubieran sido tan
catastróficas como lo están siendo. Por el contrario, las hemos dejado crecer
hasta límites insostenibles. Ante esto nos debemos preguntar: “¿No nos
arrepentiremos también de dejar crecer la “burbuja” del egoísmo para que nos
estalle como han estallado las otras? ¿Acaso no somos conscientes de que los
antivalores del egoísmo, la codicia y el afán de ganancia propios de los
poderosos y de quienes nos gobiernan se han extendido generando las más
injustas desigualdades sociales? ¿Es que creemos que esta situación es para
siempre y no tiene solución?”. ¡Claro que tiene solución! Pero si no la damos a
tiempo, la “burbuja del egoísmo” acabará explotando como lo han hecho las
otras.
Tal y como yo lo entiendo, la solución ha de venir por dos vías que
tendremos que recorrer al mismo tiempo. La primera es la implantación de
un nuevo sistema económico, justo y con futuro, como por ejemplo, la
Economía del Bien Común. La segunda consiste en promover un cambio de
actitud en todos y cada uno de nosotros para que seamos cada vez más
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gratuitos, es decir, menos egoístas. Con nuestro testimonio y denuncia de
los comportamientos egoístas de personas e Instituciones de responsabilidad
social podemos cambiar la actual cultura del egoísmo e implantar otra de
gratuidad, la única cultura que puede asegurarnos un futuro mundo en paz.
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EPÍLOGO
Querido lector:
Sentiría que habría fracasado al escribir este libro si, tras su
lectura, únicamente te hubieras quedado con la autobiografía de una
persona sin ninguna relevancia y te olvidaras de las conclusiones que
extrajo de sus experiencias de vida, sobre todo de la importancia del valor
de la Gratuidad.
Si por el contrario te hubiera servido para proponerte crecer en
Gratuidad cada día y crecer en tus actitudes de Igualdad con los demás y
Solidaridad con los más desfavorecidos, aunque ello te complique la vida,
es decir, si te hubiera servido para proponerte crecer en el Amor
responsable, entonces sí habrá merecido la pena escribirlo.
Antonio Gómez Moreno
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